
"La existencia de los pueblos,
como la existencia de los individuos, está sembrada de odiosas
injusticias. Así como en la vida nacional hay clases que
poseen los medios de producción, en la vida internacional
hay naciones que esgrimen los medios de dominación, es decir
la fuerza económica y militar, que se sobrepone al derecho
y nos convierte en vasallos." Manuel Ugarte
Manuel Baldomero Ugarte nació en Buenos Aires el 27 de febrero
de 1875. Escritor, diplomático y político socialista, murió
en Niza, Francia, el 3 de diciembre de 1951. Tanto su vida
como su obra fue silenciadas por la cultura oficial argentina
y el establishment durante generaciones. |
NOTAS EN ESTA SECCION
"Si la historia
la escriben los que ganan..." |
Los malditos en la
historia argentina |
Prólogo
a La Nación Latinoamericana, por Norberto Galasso
Biografía de Manuel Ugarte
| El pensamiento
político de Manuel Ugarte |
Manuel Ugarte,
un profeta "maldito" y olvidado, por Roberto Bardini
Noticias Bio-Bibliográficas,
por Liliana Barela |
El largo
viaje de Manuel Ugarte por America latina, por Pedro Orgambide
Manuel Ugarte y los medios de comunicación, por Alfredo Silletta
ENLACES RELACIONADOS
www.manuelugarte.org
| www.culturaynacion.blogspot.com
|
Un tango de Manuel Ugarte
NOTAS RELACIONADAS
Manuel
Ugarte, un luchador silenciado por la historia oficial, Norberto Galasso
|
La cuestión nacional en Ugarte y Scalabrini
Ortiz, Emanuel Bonforti
LECTURAS RECOMENDADAS
El epistolario de Manuel Ugarte. Publicación del
Archivo General de la Nación
Manuel Ugarte - La Patria Grande |
Manuel Ugarte y los Estados Unidos (de América
Latina), por Juan Godoy
Norberto Galasso - El encuentro Ugarte-Perón, nota en La Opinión, 02/09/73
| Ugarte en Caras y Caretas, nota del 20 de
julio de 1929
Tres
textos sobre Ugarte | Ugarte
- El porvenir de la América Latina |
Ugarte - Las nuevas tendencias literarias
|
Ugarte - El destino de un continente
Norberto Galasso -
Ugarte, un argentino "maldito" |
Ugarte - Mi campaña hispanoamericana |
Juan Jara - Ugarte,
precursor del nacionalismo popular
Silvio Peduto -
Ugarte hoy | Margarita Merbilhaa - Construccion
de un intelectual universalista
Los caballos salvajes -
Manuel Ugarte (facsímil Revista Martín Fierro 1904) |
Jorge Abelardo Ramos - Manuel Ugarte (1985)
Su primer peso, Caras y Caretas (04/07/1936)
|
Hugo Chumbita - La corriente nacionalista de izquierda

 Celac:
bolivarismo, nacionalismo y socialismo
Por José Steinsleger
La Jornada, México
En 1783. El primer atisbo de unidad política de América hispana tuvo
lugar en el Madrid liberal y reformista del rey borbón Carlos III. El
ministro Pedro Pablo Abarca de Bolea (conde de Aranda) había entregado
al monarca un proyecto neocolonial sobre las provincias americanas,
sugiriendo que la referida unidad fuera una suerte de "Commonwealth
hispano".
Con vista larga, el conde de Aranda recomendaba a la corona "deshacerse
de sus posesiones americanas, conservando sólo Cuba y Puerto Rico para
el comercio español". Para ello se establecerían tres infantes o reyes
en América: uno como rey de México, otro como rey de Perú y otro como
rey de Costafirme. Los tres gobernarían el continente en nombre del
emperador Carlos III.
El Informe Aranda quedó en agua de borrajas, y recién en 1808 sería
retomado por Manuel Godoy, el todopoderoso ministro de Carlos IV. Plan
que, asimismo, llegó demasiado tarde, a causa de la invasión francesa,
la abdicación de Fernando VII, la falta de generosidad de la Junta Suprema
de Aranjuez con los hermanos americanos (se les concedía representación
con arreglo a los blancos, excluyendo a indios, negros y zambos), y
la inminente guerra con Inglaterra (1808).
La guerra de la independencia dio a la burguesía criolla la oportunidad
que esperaba. Dos años después se iniciará el proceso que en veinticinco
años llevará a la independencia a la casi totalidad del continente americano.
1910. Barcelona, 25 de mayo. En la conferencia Causas y consecuencias
de la revolución americana, el socialista argentino Manuel Ugarte (1875-1951),
manifiesta que la insurrección producida en las colonias un siglo atrás,
no llevaba propósitos separatistas. Ugarte fue el primero en plantear
la "cuestión nacional" de la independencia.
El historiador Norberto Galasso sostiene que, a juicio de su biografiado
(Manuel Ugarte), la misma revolución democrática que se operaba en España
contra el oscurantismo monárquico se realizaba en las colonias. Pero
no contra España, sino contra la minoría que dominaba en España y en
las colonias, es decir, contra el absolutismo. El separatismo, según
esta tesis, surgió después, inevitablemente, al ser derrotada la revolución
democrática por la reacción en España.
En El porvenir de la América española (1910) Ugarte analizó los orígenes
de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas,
españoles, mestizos, negros, mulatos y criollos como "componentes del
hombre latinoamericano". Los socialistas argentinos, en nombre del internacionalismo
proletario, niegan toda cuestión nacional en América Latina. El imperialismo
carece de importancia o no existe, y hay que limitarse a lograr conquistas
obreras.
1946. En febrero de 1946, horas después de los comicios presidenciales,
el presidente electo Juan Domingo Perón (1895-1974) se dirigió por escrito
al legendario caudillo del Uruguay Luis Alberto Herrera (1873-1959).
El mensaje del líder argentino (hallado por el investigador Carlos Machado)
dice: "Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados
Unidos de Sudamérica".
El 7 de julio de 1953, en una cena de camaradería de las fuerzas armadas,
Perón expresa por primera vez las ideas que presidirían su programa
global:
“No hay soberanía política plena mientras el continente siga fragmentado
por el interés imperial. No hay independencia económica en el marco
de la dependencia como fruto de la monoproducción. No hay justicia social
sin asentar la base material que la posibilite, y resulta imposible
lograrla malherida por la desunión… Presentimos que el 2000 nos encontrará
unidos o dominados.”
Perón erró por menos de cinco años. En efecto, y con excepción de Cuba
y Venezuela, el escenario latinoamericano de finales del siglo mostraba
un cuadro ideológicamente confuso y políticamente desolador.
No obstante, en la cuarta Cumbre de presidentes, frente a las narices
de W. Bush, el peronista Néstor Kirchner, el bolivariano Hugo Chávez,
y el sindicalista Lula enterraron el proyecto de libre comercio de las
Américas (Mar del Plata, noviembre de 2005).
Tres años después se constituyó la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur),
y en días pasados, en Caracas, la flamante Comunidad de Estados Latinoamericanos
y del Caribe (Celac) puso punto final al monroísmo, abriendo de par
en par (y con exclusión de Estados Unidos y Canadá), la integración,
cooperación y solidaridad entre los países del continente.
Antes que partenogénesis de algún gobernante metido a "redentor" (como
diría un patético ropavejero de la historia de México), los fundamentos
de la novísima Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac)
fueron posibles gracias a la amplitud de miras del grupo de estadistas
que hoy impulsan hoy la integración y solidaridad de nuestros pueblos,
sin el ominoso y frustrante poder disuasivo de las corporaciones imperialistas
de Estados Unidos y Canadá.
La hoja de ruta ha sido trazada y, sin dudas, una de las tareas de la
Celac consistirá no sólo en la coordinación de esfuerzos para encarar
con espíritu soberano la violentísima crisis en curso del capitalismo
mundial, sino también en ponderar el alcance y sentido de las palabras
del libertador Simón Bolívar tras el fracaso del Congreso Anfictiónico
de Panamá (1826), y su torpedeada continuidad en Tacubaya (1827): “Nosotros
no podemos vivir sino de la unión…”
Durante poco menos de 200 años, una copiosa y documentada bibliografía
dio cuenta de los hechos y causas que frustraron la unidad política
de América Latina. Por ser asunto de fácil consulta, no abundaremos
en ellas, y traeremos en cambio la evocación de un ignoto y moderno
precursor de la Celac: el argentino Manuel Ugarte (1875-1951), cuyas
ideas, durante muchos años, gravitaron entre los revolucionarios de
México y América Latina.
Reconstruida en dos tomos por el historiador Norberto Galasso (Del vasallaje
a la liberación nacional y De la liberación nacional al socialismo,
Universidad Nacional de Buenos Aires, 1973), la vida fascinante y lucha
de Ugarte atravesó países y continentes. Curiosamente, su despertar
político tuvo lugar en París, durante el sonado "caso Dreyfus" (1898),
al lado de su amigo el socialista Jean Jaurés y mientras compartía la
bohemia con Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, y Miguel
de Unamuno.
Simultáneamente, la voladura del acorazado Maine en el puerto de La
Habana (que daría lugar a la intervención estadunidense en la guerra
cubano-española), lo impacta a tal grado que más tarde reconocería:
“…Allí nació mi convicción antimperialista”. De ahí que en su primer
artículo antimperialista, "El peligro yanqui" (1901), plantee la necesidad
de la unidad latinoamericana como “…único muro de contención al avasallamiento
que avanza desde el norte”.
En Boston, Ugarte conoce al venezolano Rufino Blanco Fombona, escritor
y latinoamericanista, y de la amistad nace el interés recíproco por
conciliar el internacionalismo socialista con el nacionalismo latinoamericano
y escribe en defensa de Venezuela con motivo de la agresión angloalemana.
Designado por el Partido Socialista argentino como delegado al Congreso
de la segunda Internacional a realizarse en Ámsterdam y Stuttgart (1906
y 1907), participa en un debate político fundamental: ¿quién debe establecer
la táctica política, la dirección de la Internacional o la dirección
de cada partido nacional, de acuerdo con las características peculiares?
Ugarte apoya a Jaurés, quien defiende esta última tesis.
En
1911, semanas después de pronunciar un ciclo de conferencias en la Sorbona,
Ugarte emprende su gira por los veinte países latinoamericanos. Recorre
Cuba y República Dominicana (donde condena las agresiones yanquis),
y en 1912 llega a México, siendo recibido por entusiastas grupos con
música y banderas, y se entrevista con el presidente Francisco I. Madero.
A pesar de los obstáculos para impedir que hable a los jóvenes, Ugarte
consigue llenar el Teatro Mexicano. Y más tarde, en otra conferencia,
exclama: ¡La América tiene que ser una! Luego, en San Salvador, en la
Federación Obrera, expresa: "Yo creo que en los momentos porque atravesamos,
que el socialismo tiene que ser nacional".
De El Salvador pasa a Costa Rica, y de ahí viaja a Nueva York, donde
habla en la Universidad Columbia. En agosto desembarca en Panamá, donde
entrevista al presidente Belisario Porras, y continúa su viaje a Venezuela.
En El porvenir de la América española, Ugarte analiza los orígenes de
la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas,
mestizos, negros, mulatos y criollos como componentes del hombre latinoamericano:
"Somos indios, somos negros, somos españoles, somos latinos, pero somos
lo que somos y no queremos ser otra cosa" (Asociación de Estudiantes
de Caracas, 13 de octubre).
En Colombia rinde homenaje a Bolívar y convoca a los jóvenes a organizarse
bajo las viejas banderas del libertador. Habla frente a 10 mil personas.
En enero de 1913 se dirige a 3 mil personas, en el teatro Edén de Guayaquil.
Habla después en Quito, y en febrero, en el teatro municipal de Lima,
alza la voz: "La América Latina no necesita tutores, la América Latina
se pertenece! ¡Viva la América Latina!"
En abril, Ugarte diserta en La Paz. Sin embargo, los términos de la
conferencia ocasionan la reacción del embajador yanqui, a quien Ugarte
reta a duelo. La intervención del embajador argentino evita el lance.
(Datos de la Cronología de Galasso en La nación latinoamericana, Biblioteca
Ayacucho, tomo 45, Caracas, 1978).
Luego del frustrado "lance de caballeros" con el embajador de Washington
en La Paz y el impacto de sus disertaciones bolivarianas en Santiago
de Chile, Manuel Ugarte llega a Buenos Aires y, tras ocho años de ausencia,
choca con el espíritu de campanario de los que dicen representar la
"civilización" y el "progreso".
En abril de 1914, cuando la Armada de Estados Unidos bombardea el puerto
de Veracruz, Ugarte funda la Asociación Latinoamericana para Defender
la Revolución Mexicana, y se enfrenta con el Partido Socialista Argentino
(PSA), que prefiere saludar la apertura del Canal de Panamá y la visita
a la capital argentina del campeón del big stick, Teodoro Roosevelt,
al que los socialistas califican de "gran demócrata moderno".
Expulsado del PSA, Ugarte prosigue su gira por Uruguay y Brasil. En
1916, el mexicano Carlos Pereyra le envía su libro El mito de Monroe,
donde lo califica de "héroe de una odisea continental sin ejemplo",
y al año siguiente viaja a México, invitado por el gobierno de Venustiano
Carranza, quien lo recibe con honores.
En 1912, la embajada de Washington había hecho lo imposible para evitar
que la voz de Ugarte fuera oída en nuestro país. Según investigaciones
del periodista argentino Óscar R. González, el diario Gil Blas dice:
"Estados Unidos tiene miedo de la palabra vibrante del poeta argentino
Manuel Ugarte", y otro periódico dice por su lado: "Ugarte se ha presentado
como intérprete de una idea latente en el alma de los latinoamericanos
desde que la concibió Bolívar: la unión de todos los países de América
que tienen alma latina" (El Periodista de Buenos Aires, número 65, 6-12/1985).
Según González, los estudiantes se rebelaron contra la posibilidad de
que se censure a Ugarte y mil 500 de ellos se lanzan a las calles de
la capital mexicana "en defensa de la libertad de prensa" y, antes de
llegar al Zócalo de la ciudad, se detienen en el hotel donde se aloja
el argentino para homenajearlo.
En Palacio Nacional, el presidente Madero declara que su gobierno no
intentará callar al visitante, pese a que la prensa estadunidense ya
se ha hecho eco del asunto y no oculta que la embajada ha hecho uso
de su influencia para crear obstáculos al conferencista.

Clic para descargar
el libro en pdf
|
"En el Teatro Nuevo y frente
al monumento a los Niños Héroes, Ugarte hace votos por que si un nuevo
atentado se desencadena mañana sobre una de nuestras repúblicas, la
opinión se levante unánime imponiendo a los gobiernos latinoamericanos
la solidaridad salvadora."
Ugarte publicó en Madrid el folleto La verdad sobre México (1919), donde
reafirma la defensa de la revolución frente a los ataques de la prensa
yanqui. Y en 1925, tras la publicación de La patria grande (1922) y
El destino de un continente (1923), intervino junto a Miguel de Unamuno,
José Ortega y Gasset, Miguel Ángel Asturias, Carlos Quijano, José Vasconcelos
y Víctor Raúl Haya de la Torre, en un gran acto latinoamericano celebrado
en París en apoyo de la Revolución Mexicana.
La prédica latinoamericanista de Ugarte suscitó el interés de grandes
personalidades: José Carlos Mariátegui lo invitó a escribir en su revista
Amauta; el Partido Nacionalista de Puerto Rico lo designó delegado al
Congreso Internacional de la Liga contra a crueldad y la opresión en
las colonias, y el boliviano Tristán Maroff consiguió que lo nombraran
cónsul del país andino en Niza.
En 1927, integrando la reducida comitiva que presiden Henri Barbusse
y Diego Rivera, Ugarte visitó la Unión Soviética, y en 1928, el líder
guerrillero Augusto César Sandino le agradeció sus artículos de solidaridad
con la causa antimperialista de Nicaragua que aparecieron en la revista
Monde, de París, en cuyo comité de redacción figuran Albert Einstein,
Máximo Gorki, Upton Sinclair, Unamuno y León Perth.
El hispanismo latinoamericanista anticlerical, bolivariano, antimperialista
y socialista de Manuel Ugarte no dejó lugar a dudas. En abril de 1931
se adhirió a la proclamación de la república española, saludó la insurrección
de los mineros asturianos, se ofreció para colaborar con el gobierno
cubano de Grau San Martín, denunció la hipocresía del congreso "panamericano"
de Montevideo, y polemizó con el hispanismo "de derechas" del mexicano
Carlos Pereyra.
En 1934, en la Sorbona, pronunció una conferencia sobre fascismo y comunismo,
a la que asistieron cientos de jóvenes. “Entre Roma y Moscú –dijo– elijo
Moscú”.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial (1939), Ugarte declaró: “No estoy
con Francia ni con Alemania. Estoy con la América Latina… No soy vagón
atado a una locomotora ni tengo mentalidad de tropa colonial…” Y en
1940: “Nuestra misión no es optar entre la victoria de estos o aquellos
países en guerra. Nuestra misión es preparar nuestra propia victoria…
No hay que opinar colonialmente, sino nacionalmente. Iberoamérica para
los iberoamericanos”.
En 1946, retornó una vez más a Argentina, donde declaró su adhesión
al movimiento nacional y popular de Juan Domingo Perón. En septiembre,
el gobierno peronista lo designó embajador en México, tarea que prosiguió
en Nicaragua (1949) y Cuba (1950).
Manuel Ugarte murió en el balneario francés de Niza, el 2 de diciembre
de 1951. La reconstrucción de Hispanoamérica fue su libro póstumo.
[Este artículo fue publicado en tres entregas en diciembre de 2011 por
La Jornada, México]
 "Si
la historia la escriben los que ganan..."
"Pueden ir tomando nota
los que quieren atender
voy a cantar con placer
lisonjas para un patriota"
MANUEL UGARTE, SOMOS LO QUE SOMOS
Texto completo de Conferencias de
Osvaldo Vergara Bertiche* sobre
la vida y obra de Manuel Ugarte
"...Los estudiantes se aburren y terminan por no interesarse en la
historia, cosa que en cierto sentido es benéfica, porque antes que saber
una mala historia es mejor no saber ninguna. El que no sabe ninguna
está a tiempo por ahí de aprender la buena; el otro tiene que, como
nos pasó a muchos de nosotros, desaprender las malas enseñanzas para
después empezar a aprender".
Norberto Galasso
Los esfuerzos desplegados por teóricos y comunicadores del pos-posmodernismo,
que propagaban la muerte de las utopías, la desaparición de las ideologías
y que había que archivar la historia porque era su fin, no dieron el
resultado esperado ya que éstas vuelven una y otra vez
Y cuando el país, vaciado en lo cultural y económico por décadas de
políticas impuestas desde los centros de poder transnacionales, quedó
literalmente reducido a escombros, surge la memoria y la esperanza y
el afán de comprender "el qué nos pasó" echando una mirada al pasado
y creando un auténtico clima que elimine "los contornos borrosos" de
una situación caótica.
Es que toda la problemática histórica de los tiempos presentes, si quiere
ser comprendida en su exacto horizonte, debe ser visualizada desde una
base sustantiva que defina, con enorme claridad, los perfiles históricos
- en profundidad y extensión - de nuestra Nación.
Así, sorprende a muchos
el interés que acompaña hoy todo aquello que tiene que ver con Arturo
Jauretche. Hasta hace poco un olvidado pensador argentino (1901-1974)
que fuera poeta y verseador, paisano alzado en armas en las patriadas
radicales de la Década Infame, orador y escritor, nexo entre el irigoyenismo
histórico y el peronismo, sin cuya penetrante mirada, y su zocarronería,
no sería comprensible la Argentina del siglo XX.
Hemos sido sujetos de una apropiación, que trajo, en amplios sectores,
un desconocimiento del proceso histórico-social. Entender la Nación
desde lo nacional es "contrarrestar la contracultura impuesta que alcanza
su culminación en la contrapedagogía, o sea el conjunto de ideas que
en forma directa o indirecta contribuyen al debilitamiento de la función
primordial de la pedagogía, que es transmitir el saber, transmitir la
cultura y los mecanismos que hacen posible su permanente renovación"
Rescatar la memoria de los argentinos que lucharon denodadamente por
un país distinto; dueño de su destino; parece ser un fenómeno que se
despliega en toda su intensidad. La incesante búsqueda de paradigmas
es posible, porque si "La historia la escriben los que ganan..." debemos
ir al encuentro de la "otra historia"... la de los pueblos.
MANUEL UGARTE, UN ARGENTINO
OLVIDADO
Entre tantos otros argentinos "condenados al silencio y al olvido",
se encuentra Manuel Ugarte, integrante de la Generación del 900, núcleo
de intelectuales nacidos entre 1874 y 1882 que conformaban en los inicios
del Siglo XX, una brillante "juventud dorada".
Pertenecían a ella, entre otros, Leopoldo Lugones, José Ingenieros,
Ricardo Rojas, Macedonio Fernández, Alfredo
L. Palacios, Alberto Ghiraldo, Manuel Gálvez y el propio Ugarte.
"Habían nacido y crecido en ese tan curioso período de transición que
cubre el último cuarto de siglo en la Argentina, cuando la vieja provincia
latinoamericana parecía hundirse para siempre, con sus gauchos y sus
caudillos, sus costumbres austeras y su antiguo aroma español, sus sueños
heroicos y su fraternidad latinoamericana".

Manuel Ugarte,
discurso en un acto público, 1920 (Foto Caras y Caretas)
|
Durante los prósperos años
veinte, en la Argentina existían distintas corrientes nacionalistas,
incluso, en las propias Fuerzas Armadas, ideas que con el correr del
tiempo fueron tomando formas más decididamente conservadoras.
Años en los que aparece
una Argentina cosmopolita ajena al destino del resto de las naciones
hermanas hispanoamericanas, con una clase dominante derrochadora, "de
jacqué y galera de felpa", que no asume el frío de los inviernos y marcha
a disfrutar el verano parisino. Mientras que la superestructura cultural
difundía las últimas novedades europeas.
"El nacionalismo había sido
alimentado, en buena parte, en la reacción ante la inmigración europea,
por parte de elites y de intelectuales que la veían como fuente de anomia
y de decadencia cultural capaces de generar condiciones de revolución
social".
Eran tiempos de dos Argentinas: una de pretenciosa arrogancia, cómoda,
adinerada, explotadora, y la otra que pujaba por salir del estancamiento
y de la marginalidad.
Esos poetas, escritores, ensayistas, sufrieron en carne propia el drama
del país y "sus promisorias inteligencias, en vez de desarrollarse al
cobijo de un clima favorable, se desgarraron tironeadas por dos mundos
contradictorios".
La tarea intelectual no fue entonces una simple labor creativa, ni de
divertimento como en otros núcleos de pensadores, sino un penoso camino
que se recorría costase lo que costase.
“Hasta ellos llegaba la tradición de un Manuel
Dorrego o un Mariano Moreno y las puebladas tumultuosas de las montoneras,
como así las nuevas ideologías que recorrían Europa atizando el fuego
de la Revolución: el socialismo y el anarquismo”.
A su vez percibían una nación en germen, la sombra de una Patria Grande
que había sido despedazada y las "patrias chicas" encadenadas colonialmente
a las grandes potencias.
"La cuestión nacional y la cuestión social se enredaban en una compleja
ecuación con que la Historia parecía complacerse en desafiarlos".
Ricardo Rojas clamará por una "Restauración nacionalista", reivindicará
"La Argentinidad" buscando un vínculo de cohesión latinoamericana e
indicando la necesidad de retornar a las fuentes nativas y españolas.
Se desplazará luego al callejón sin salida del indigenismo e inspirado
en esas ideas escribe un drama, "Ollantay", basado en una antigua tradición
incaica.
Leopoldo Lugones, desde las épocas de su temprano anarquismo, indagará
desesperadamente sobre la suerte de la Patria, luego con igual fuerza,
intentará enraizar en estas tierras ese socialismo que conmueve a la
Europa de la segunda mitad del siglo XIX.
Su militancia juvenil en el Partido Socialista va dirigida a lograr
la transformación del país mediante "Una ideología socialista cuya única
posibilidad de fructificar reside en impregnarse profundamente de las
especificidades nacionales".
Lucas Ayarragaray (1861-1944), conservador liberal de cuño tradicional
le respondería que "el sistema tenía sus propios correctivos, y no era
necesario sembrar alarma".
Con frustraciones a cuestas, por una experiencia negativa en ese campo,
llega al liberalismo reaccionario y luego al fascismo con "La hora de
la espada". De propagandista del presidente Quintana, liberal pro inglés,
a redactor de los discursos del presidente Uriburu, corporativista admirador
de los Estados Unidos.
Cabe acotar que el “Martín Fierro” de José Hernández fue olímpicamente
desconocido por las esferas cultas y literarias de nuestro país desde
su publicación hasta que Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas lo "descubren"
en 1912.

Manuel Ugarte
fotografiado en México en 1930. |
Alberto
Ghiraldo - amigo íntimo de Ugarte desde la adolescencia - intentó asumir
las nuevas ideas del siglo sin dejar, por eso, de "nutrir su literatura
en la sangre y la carne de su propio pueblo". Anarquista desde joven,
cultivó también los cuentos criollos y en sus obras de teatro reflejó
la realidad nacional.
Tanto él, como Ugarte, denostaron al monstruo devorador de pequeños
países. Optó por el exilio. Y el poeta que hizo vibrar a una generación
con "Triunfos nuevos", el implacable crítico de "Carne doliente" y "La
tiranía del frac" murió solo, pobre y olvidado.
Macedonio Fernández y Manuel Gálvez también "compartieron las mismas
inquietudes. Después de una juvenil experiencia anárquica, Macedonio
se retrajo pero no cesó de reivindicar lo nacional en su largo discurrir
de décadas ante reducidos grupos de discípulos. El humorismo se convirtió
en su coraza contra esa sociedad hostil donde prevalecían los abogados
de compañías inglesas y estancieros entregadores".
Manuel Gálvez, por su parte,
optó por recluirse y crear en silencio. Abandonando el socialismo de
su juventud, se aproximó a la Iglesia Católica y encontró en ella el
respaldo suficiente para no sucumbir.
Se convirtió en uno de sus "Hombres en soledad" y en ese ambiente intelectual
logró dejar varias novelas y biografías realmente importantes.
Alfredo Lorenzo Palacios - como Ricardo Rojas - era de extracción federal.
Su padre, Aurelio Palacios, había militado en el Partido Blanco uruguayo
y era, pues, un hijo de la patria vieja, aquella de los gauchos levantados
en ambas orillas del Plata contra las burguesías comerciales de Montevideo
y Buenos Aires.
“También Palacios, como Lugones, como Gálvez, como Macedonio, como Ghiraldo,
percibió desde joven la atracción de las banderas rojas a cuyo derredor
debía nuclearse el proletariado para alcanzar su liberación”.
No es casualidad por ello que ingresase al Partido Socialista y que
allí discutiese en favor de la patria, ni que fuera expulsado por su
"nacionalismo criollo", ni que fundase luego un Partido Socialista "Argentino",
ni que más tarde se convirtiese en el orientador de la Unión Latinoamericana.
"¿Cómo no iba a saber el hijo de Aurelio Palacios - antimitrista, amigo
de José Hernández y opositor a la Triple Alianza - que la América Latina
era una sola patria? ¿Cómo no iba a saber Palacios que el socialismo
debía tomar en consideración la cuestión nacional en los "pueblos desamparados"
como el nuestro?"
Aquel joven socialista se transformó con el correr de los años en personaje
respetado; pero él, que había iniciado una marcha por una patria liberada
y un ideal socialista, aceptó el cargo de Embajador de uno de los gobiernos
más antinacionales y antipopulares que tuvo la Argentina, el del Golpe
de 1955.
José Ingenieros nacido en Palermo, Italia, intuyó siempre, aunque de
una manera confusa y a veces cayendo en gruesos errores (como el del
imperialismo argentino en Sudamérica) que la reivindicación nacional
era uno de los problemas claves de la lucha política.
El socialismo le venía desde la cuna pues su padre, Salvador Ingenieros,
había sido uno de los dirigentes de la Primera Internacional. También
desengañado del socialismo, en 1902, abandonó la arena política y se
sumergió de lleno en los congresos psiquiátricos, en las salas de hospitales
y en sus libros.
Pocos años antes de su temprana muerte entregó sus mejores esfuerzos
a la Unión Latinoamericana, a la defensa de la Revolución Mexicana,
al asesoramiento del caudillo de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, a
quien aconsejaba adoptar un "socialismo nacional", y al elogio de la
Revolución Rusa.
Tampoco Ingenieros vio colmados sus anhelos juveniles. "Las fuerzas
predominantes en la superestructura ideológica, montadas sobre el final
del siglo cortaron el vuelo del pensamiento de Ingenieros, lo embretaron
en disciplinas menos peligrosas que la sociología y la política, y lo
silenciaron resueltamente en su último intento por gritar su verdad
cuando reivindicaba al unísono la bandera de la Unión Latinoamericana
y del Socialismo Revolucionario".
Como también, de manera más técnica, Alejandro Bunge (1880-1943), en
su "Revista de Economía Argentina" y varios libros muy influyentes,
estudiaba las posibilidades de renovación económica, promoción industrial
e integración con los países vecinos, y una legislación de tipo social
cristiano.

Manuel Ugarte
- El porvenir de América Latina (facsímil 1914). Clic para descargar.
|
Aníbal Ponce (1898-1938),
un discípulo del José Ingenieros tardío (que había visto con simpatía
las nuevas experiencias de la Unión Soviética) fue la principal figura
que intentaba integrar el humanismo con la conciencia de clase, en obras
como "Humanismo burgués y humanismo proletario", y "Educación y lucha
de clases" (1936).
En toda la América hispano-lusoparlante se daban situaciones similares:
es decir, socialismo y latinoamericanismo. Se advertía el emergente
poder de los Estados Unidos, que comienza a hacerse visible en la guerra
de Cuba de 1898.
“Estados Unidos es el nuevo paradigma del poder”, y las naciones del
continente al sur del Río Bravo, atomizadas en la crisis del Imperio
Español, en vez de concretar el sueño de la Patria Grande se debatían
en esa suerte de enanismo dependiente. Eramos los "Estados Desunidos
del Sur" en vez de ser "Estados Unidos del Sur".
En el año 1900. José Enrique Rodó (uruguayo) en “Ariel” dice: “cada
generación necesita acuñar un mensaje nuevo, responder a una nueva necesidad
de la historia”.
Esa idea, es la de la unidad moral e intelectual de América Latina.
Y advierte: “si no vamos hacia la unidad de América Latina, no vamos
a salir del polvo de la historia; vamos a no ser, definitivamente”.
Es uno de los tantos que dijeron ¡no! ¡Tenemos que repensar todo desde
la unidad!.
Desde 1826, desde Bolívar, el proceso se detuvo y no se dio aquello
de fundar la “Nación de Repúblicas Confederadas” que éste añoraba y
pregonaba.
En 1908, Rodó promueve el Primer Congreso Estudiantil Latinoamericano.
Concurren de Perú, de Chile, Argentina, Brasil y Paraguay, y es el comienzo
de la organización de las juventudes latinoamericanas.
Todos estos representantes de la generación del 900, a pesar de las
enormes presiones y acorralamientos, ese "silencio y olvido a que fueron
condenados", lograron hacerse conocer en la Argentina y en América Latina.
De todas maneras, esterilizados, edulcorados o deformados, tomados a
veces en sus aspectos más baladíes, o resaltando sus obras menos valiosas,
todos ellos han sido incorporados a los libros de enseñanza, a los suplementos
literarios, a las antologías, a las bibliotecas públicas, y sus obras
suelen encontrarse en los anaqueles de cualquier biblioteca con pretensiones
de tal.
Señala Norberto Galasso que "la clase dominante ignora y anula a las
demás, las acalla y silencia todo lo que sea distinto de la historia
oficial.
Y agrega "La clase dominante construye, fábrica los intelectuales que
le darán sustento a su proyecto de sociedad a través de iluminados que
tratarán de generar el consenso en torno al modelo vigente".
Partiendo de la base de definiciones generales, que ya nadie discute,
es necesario traer a colación a Carlos Marx quién dice en “Ideología
Alemana” que "las ideas dominantes de una sociedad son las ideas de
la clase dominante".
Y se explica, porque las ideas que dominaban en la Argentina "eran aquellas
que, justamente, la clase dominante imponía a través de las comunicaciones,
de la educación, del arte y la cultura, por cuanto disponía del dinero
para pagar intelectuales, periodistas y políticos, tratando así, de
influir en el pensamiento, en la historia, en la economía, en la filosofía,
y en tantas otras manifestaciones, inculcando una forma de ver el mundo
con el fin de legitimar su opresión".
“Las
grandes transformaciones en la historia del mundo se produjeron recién,
cuando previamente a los sucesos políticos, se consolidó una fuerte
critica a todo ese mundo de ideas.
Por ejemplo, la Revolución Francesa sería inexplicable sin Rousseau,
sin Voltaire, sin Diderot, sin D’Alambert y toda la critica que hicieron
los Enciclopedistas.
La Revolución Española de 1808 hubiera sido imposible sin la critica
que los filósofos liberales revolucionarios de España hacen al Viejo
Régimen".
También es el caso de la Revolución Rusa. Lenin empieza en 1900 visualizando
el estado del capitalismo y de la economía en el Imperio de los Zares,
para luego proponer la salida revolucionaria.
En definitiva "Las armas de la critica preceden a la crítica de las
armas".
"La critica ideológica profunda al Viejo Régimen, se convierte en un
arma de importancia fundamental ya que permite ir socavando el poder
de los sectores dominantes. Después aparecen las masas (los desarrapados
de Francia o los descamisados de nuestro país) provocando las transformaciones
necesarias".
De aquel brillante núcleo intelectual, sólo Ugarte consiguió dar respuesta
a los interrogantes con que los desafiaba la historia, y hasta su muerte
fue leal a esas convicciones
Manuel Ugarte tuvo un distinto destino con referencia a los de su Generación:
un silencio total rodeó su vida y su obra durante décadas.
Cabe decir, no sin cierto dolor, que “fue un desconocido para el argentino
medianamente culto que ambula por los pasillos de las Facultades”. No
es casual, por supuesto, sino por el contrario: causal.
"Sólo él recogió la influencia, nacional-latinoamericana que venía del
pasado inmediato y la ensambló con las nuevas ideas socialistas que
llegaban de Europa, articulando los dos problemas políticos centrales
de la semicolonia Argentina y de toda la América Latina: la cuestión
social y la cuestión nacional".
Durante toda su vida fusionó dos banderas: la reconstrucción de la nación
latinoamericana y la liberación social de sus masas trabajadoras.
Ésta es la singularidad del pensamiento de Ugarte y por ende la condena
por parte de los grandes poderes defensores del viejo orden.
De ahí la utilidad de rescatar su pensamiento creador y analizar detenidamente
las formulaciones de este solitario socialista en un país y en una América
semicolonial.
Ugarte enfrentó el problema de la cuestión nacional cuando aún Lenin
no había escrito "El imperialismo, etapa superior del capitalismo",
ni Trotski dado a conocer su teoría de "la revolución permanente".
Ugarte, fue quién sintetizó mejor uno de los rasgos esenciales de nuestros
males: la carencia de la unidad de la América del Sur.
Apenas conquistada la primera Independencia, esa unidad fue frustrada
por las intrigas de las grandes potencias y el europeismo de las clases
dirigentes vernáculas..
Esa necesaria e impostergable reunificación, el logro de la Patria Grande
y la consolidación de las Naciones inconclusas, fueron la gran bandera
de Ugarte.
A comienzos de 1914, a su instancia, surgió en Buenos Aires, la Asociación
Latinoamericana, conformada luego de las manifestaciones organizadas
por la intervención norteamericana en México que concluyó con el golpe
de estado de Huerta. Esta organización estaba formada principalmente
por grupos juveniles y algunos centros obreros.
"Cada nueva agresión norteamericana contó con la respuesta vibrante
y apasionada de la Asociación, en 1915 ante una nueva amenaza a México,
Ugarte reunió más de 10.000 personas en la Plaza Congreso".
"Continuó en la defensa de los países de América Latina agredidos, mientras
gran parte de la intelectualidad argentina, de los partidos políticos
y la prensa, se sumaban a la defensa de Francia e Inglaterra en la guerra".
Asumir inclaudicablemente esta posición lo convirtió en un "maldito"
de la historia. Hostilidad y desconocimiento en nuestro país; gobernado
en ese entonces por la alianza anglo-oligárquica, sustentada por la
prosperidad agro-exportadora; y gozando al mismo tiempo de una gran
popularidad entre los pueblos de los países latinoamericanos, a los
que visitó, convocando multitudes.
En todo ese amplio espectro ideológico que dominaba el escenario, sus
actores, quedaron aislados, excluidos. Pensadores, artistas, ensayistas
políticos, al expresar ideas que impugnaban el sistema quedaban fuera
de él. Con puertas cerradas en medios de comunicación y ámbitos académicos,
tuvieron que difundir sus opiniones militantes o sus libros de alguna
otra manera.
Así ocurrió también con Jauretche, Manzi,
Discépolo, Scalabrini
Ortíz, Mallea, Bunge, John William Cooke
y muchos más, hasta incluso con el hombre, quizás, “de mayor formación
filosófica de nuestro tiempo, Juan José Hernández Arregui”.
Pero todo esto no puede ser motivo de asombro, si ya, en otros tiempos,
el añoso Juan Bautista Alberdi fue aniquilado cuando se vuelve antimitrista
y con motivo de la Guerra de la triple Alianza
se pone decididamente en favor del Paraguay.
Pero Ugarte no se limitó a enarbolar esa gran causa. Fue una suerte
de socialista criollo, haciendo una divulgación constante de estos principios.
Es que, oriundo de un país en el que se había conformado un Partido
Socialista enteramente moldeado en una concepción europea de la cuestión
social, fue a raíz de su postura, expulsado del partido creado y dirigido
por Juan B. Justo; éste último, un destacado dirigente político y traductor
de “El Capital” de Carlos Marx, pero ardientemente adscripto a los dogmas
económicos, históricos y políticos del liberalismo; dogmas estos que
Sarmiento había resumido en la célebre antinomia político-cultural:
civilización o barbarie y a la que justamente Arturo Jauretche denominara
"la madre de todas las zonceras" de la argentina.
“Juan B. Justo y la conducción socialista de la época, se consideraban
a sí mismos y a su proyecto político como la vanguardia revolucionaria,
capaz de torcer el rumbo del capitalismo, pero adhiriendo a la misión
civilizatoria de Occidente sobre el resto del mundo”.
Ugarte en cambio juzgaba pertinente que los componentes de nuestra Patria
Grande debían enrolarse resueltamente en el campo de los países pobres,
de los llamados sin historia y librar la batalla definitiva por la Segunda
Independencia y un orden social más justo y equitativo.
En su carta de renuncia al Partido Socialista donde explicaba las muchas
diferencias que lo separaban de esa agrupación, cuestiona fundamentalmente
la posición anti-militarista, la inclinación anti-religiosa, llamando
al respeto de todas las creencias, y rechaza la enemistad del socialismo
argentino con el concepto de Patria, en tanto que reafirmaba su amor
por su Nación y su Bandera.
Ausente de la Argentina desde 1919 decide regresar (ni siquiera tenía
dinero para comprar los pasajes y toma una dolorosa decisión: vender
su biblioteca). Al llegar restableció relaciones con Alfredo Palacios
quién lo invitó a reingresar al Partido Socialista, varios dirigentes
más, también insistieron en el ofrecimiento. Luego de pensarlo, aceptó
reincorporarse al partido.
Pero este nuevo intento no podía durar demasiado, al año siguiente fue
expulsado luego de haber descargado una serie de críticas contra la
conducción y las viejas ideas del partido.
Era evidente que Ugarte no congeniaba con las ideas ortodoxas del socialismo
oficial ya que para él “el socialismo y la patria no son enemigos, si
entendemos por patria el derecho que tienen todos los núcleos sociales
a vivir a su manera y a disponer de su suerte, y por socialismo el anhelo
de realizar entre los ciudadanos de cada país la equidad y la armonía
que implantaremos después entre las naciones.
Así también, para el Partido Comunista de la República Argentina el
problema nacional, forma típica en que se expresa la revolución de los
países periféricos, no existía. "El Partido Comunista, nacido como un
desprendimiento de izquierda del Partido Socialista llegó a comprender
en algunos momentos que había una opresión imperialista, pero no por
eso varió su política interna, pues su comprensión sólo nacía de las
diferencias entre la burocracia del Kremlin y el imperialismo mundial".
Cuando aquélla se aliaba con el sector "democrático" de éste, que es
el dominante en nuestros países, ni se acordaban de esa opresión.
Debemos reconocer que esa ceguera no era producto de la doctrina marxista.
"La socialdemocracia rusa estudió profundamente el problema nacional
y desarrolló incluso su teoría". Fue en gran parte debido a su estrategia
acertada en este campo que obtuvo el triunfo de octubre de 1917. Abarcando
el problema en toda su magnitud histórica, Lenin había llegado a predecir
que el siglo XX vería surgir nuevos y grandes movimientos nacionales
y nuevas naciones. No se equivocaba.
Pero nuestros "socialistas" y "comunistas" nativos tomaron fórmulas
y consignas de las naciones desarrolladas de Europa. Es evidente que
las causas que llevaron a esta deformación, de tan grandes consecuencias
históricas, fue la subordinación económica de nuestros países, que determinó
que las tendencias ideológicas y políticas reflejaran la pugna entre
las grandes fuerzas mundiales.
Se ha dicho y es axiomático que “quien desconoce el nacionalismo del
país oprimido favorece el del opresor”. Utilizando como cobertura ideológica
el internacionalismo proletario (mal entendido), el socialismo y el
comunismo desempeñaron precisamente esa función, buscando sistemáticamente
oponer el movimiento político de la clase obrera al movimiento nacional.
Desde entonces fue perdiendo su representatividad en la clase, porque
se puso en contradicción abierta con los intereses del proletariado.
A su vez, "el Partido Comunista, atado a la burocracia del Kremlin se
dedicó a traducir la política exterior de ese Estado, acondicionando
su actuación a los vaivenes y conveniencias que a éste imponían las
diversas coyunturas de la situación mundial". Es ésta la razón por la
que no formuló su política de acuerdo con las necesidades propias de
la clase obrera y del pueblo.
Volviendo específicamente a Ugarte, podemos decir que en 1904, asiste
como delegado al Congreso de la Internacional Socialista en Amsterdam.
Tres años después, participa en Stuttgart de otro Congreso, al que asisten
Vladimir Ilich Lenín, Rosa Luxembugo, Jean Jaurés, Karl Kautsky y Gueorgui
Plejánov.
A pesar de estas incursiones ideológicas en el seno del movimiento marxista
internacional, desde 1910 a 1913 Ugarte recorre toda la América hispana,
da conferencias y es aclamado en 20 capitales, sin predicar el internacionalismo
proletario sino la construcción de la Patria Grande, la gran nación
iberoamericana.
“Agentes secretos de las embajadas de Estados Unidos le siguen los pasos
en Cuba, Santo Domingo, México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua.
Funcionarios diplomáticos norteamericanos le piden a las autoridades
locales que impidan su participación en actos públicos. A pesar de todo,
llena teatros y plazas, participa en manifestaciones callejeras y es
un orador de barricada”.
Pedro Orgambide nos dice que Ugarte “al igual que José Martí, instrumenta
la crítica como ejercicio del criterio y apunta a la descolonización
del pensamiento dependiente de América latina”.
En ese marco puede sintetizarse su pensamiento y su ciclópea tarea militante
en cuatro puntos:
* "denunció al imperialismo yanqui desde 1901 hasta su muerte en 1951,
por sus tropelías en América Central y hasta por la guerra de Corea".
* "fue un socialista convencido, pero se negaba a copiar tácticas e
ideas europeas". "El socialismo debe ser nacional" dijo en 1911.
* "sostenía que debíamos incorporar la cultura mundial, pero elaborar
nuestra propia cultura nacional, sin exotismos ni europeismos".
* "predicó desde 1900 hasta su muerte, la unidad latinoamericana".
Por otra parte, la producción literaria de Ugarte conforma una obra
que es imprescindible conocer para recrear la conciencia nacional
ya que sin ella las nuevas generaciones difícilmente encuentren
la salida al laberinto de la crisis que padecemos.
Entre su obra poética se destacan "Palabras" (1893), "Poemas grotescos"
(1893), "Versos" (1894) y "Vendimias juveniles" (1907).
También es autor de narraciones cortas: "Cuentos de la Pampa" (1903)
y "Cuentos argentinos" (1908).
Dentro de sus relatos de viaje figuran "Paisajes parisienses" (1901),
"Crónicas de boulevard" (1902) y "Visiones de España" (1904).
Sus ensayos literarios incluyen "El arte y la democracia" (1905)
y "La joven literatura hispanoamericana" (1906).
Los textos sociopolíticos son, entre otros, "El Porvenir de América
Española" (1910), "La Patria Grande" (1922), "El destino de un continente"
(1923), "El crimen de las máscaras" (1924), editados todos fuera
del país.
Comienzos de 1926 fue el momento de la aparición de un nuevo libro
"El camino de los dioses", y al año siguiente editó "La vida inverosímil".
En 1932 publica un nuevo libro "El dolor de escribir", donde reafirmaba
su voluntad de liberación hispanoamericana, expresando también las
dificultades de todo intelectual que intentara enfrentar a las fabulosas
fuerzas del imperialismo, recibiendo calumnias, persecuciones y
silencios.
En 1941 escribe "Escritores Iberoamericanos del 900", en el que
da una pincelada sobre la gran cantidad de autores a los que conoció
personalmente y tuvo su amistad. Desfilan por sus páginas, entre
otros: Rubén Darío, Alfonsina Storni, Florencio Sánchez, Gabriela
Mistral, Rufino Blanco Fombona y José Vasconcelos.
Recién en 1953, dos años después de su muerte, el historiador y
político Jorge Abelardo Ramos publica "El porvenir de América Latina"
con un estudio previo que rescata por primera vez la figura y la
trayectoria de este argentino de la Patria Grande.
No sorprende que Manuel Ugarte fuera un activo neutralista en las
dos guerras mundiales que las grandes potencias, Europa y EE.UU.,
libraron en el siglo XX con la complicidad de las clases gobernantes
y de los círculos ilustrados de las capitales del continente.
“Durante la Primera Guerra los admiradores del progreso indefinido
lo acusan de ser espía del Kaiser por defender la política de neutralidad
de Hipólito Irigoyen”.
Decía Ugarte en 1941, que "mucho se habla en América Latina sobre
el posible peligro alemán y japonés, pero nada se señala sobre el
real saqueo inglés y norteamericano".
Al mismo tiempo, afirmaba en cada ocasión su condición de argentino,
pero sobre todo de latinoamericano que debía recuperar su Patria
Grande impedida de constituirse por la voracidad imperialista-oligárquica.
En otro período de su lucha encaró con firmeza la defensa de la
industria nacional, ahogada por el librecambio. Lo hizo desde las
páginas del periódico "La Patria" que dirigió en 1915 y desde otras
tribunas en las que participó.
Desde ese medio gráfico comenzó a transitar un camino que nadie
se había atrevido a recorrer hasta ese momento: denunciar al imperialismo
británico.
Argentina se había convertido en función de la dependencia económica,
en una semicolonia de Inglaterra. "La Patria" comenzó a denunciar
la actitudes agresivas de Inglaterra y la función lesiva para nuestro
país que desempeñaba el ferrocarril en manos inglesas.
“Uno de los problemas que más nos interesa, fuera de toda duda,
es el de la explotación de nuestros ferrocarriles por empresas de
capital foráneo, cuyos intereses, de conveniencias motivadas por
su misma falta de arraigo y su origen, son fundamentalmente opuestos
a los intereses de la república”, escribe Ugarte. “Las empresas
ferroviarias son todas extranjeras: capital inglés, sindicatos ingleses,
empleados ingleses. Lleva la empresa noventa y ocho probabilidades
de obtener pingües ganancias contra dos de obtenerlas en forma regular;
de perder, ninguna. Y este dato merece ser tenido en cuenta al ocuparse
de los ferrocarriles como origen de nuestra atrofia industrial”.
Años después sobre este tema, otro “maldito”, Raúl Scalabrini Ortíz,
defensor en letras y acción del patrimonio nacional, publica su
obra "Historia de los Ferrocarriles Argentinos".
Defensor consecuente de los derechos sociales de los trabajadores,
Ugarte había cometido todas las transgresiones que la oligarquía
dominante no perdonaba. Concluyó con coherencia su vida política
apoyando a Perón desde sus comienzos (1945) y fue embajador de su
gobierno en México, Nicaragua y Cuba.
Afirmó: "Soy un hombre sereno y amigo de la paz … pero ante la agresión
sistemática, ante la intriga permanente, ante la amenaza manifiesta,
todos los atavismos se sublevan en mi corazón y digo que si un día
llegara a pesar sobre nosotros una dominación directa, si naufragaran
nuestras esperanzas, si nuestra bandera estuviera a punto de ser
sustituida por otra, me lanzaría a las calles a predicar la guerra
santa brutal y sin cuartel, como la hicieron nuestros antepasados
en las primeras épocas de América, porque en ninguna forma ni bajo
ningún pretexto podemos aceptar la hipótesis de quedar en nuestros
propios lares en calidad de raza sometida ¡Somos indios, somos españoles,
somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos
ser otra cosa!.
En 1918 se produce el movimiento estudiantil por la Reforma Universitaria,
que cambió el carácter oligárquico de la educación argentina, lográndose
la democratización de la enseñanza.
Este movimiento levantaba banderas latinoamericanas y anti-imperialistas
y muchos de sus líderes simpatizaban con Manuel Ugarte. Él mismo
intervino llevando su apoyo activo a los estudiantes.
Recordemos que el célebre manifiesto de la Reforma, dado en Córdoba
el 21 de junio de 1918, trascendió el ámbito universitario. Estaba
dirigido "a los hombres libres de Sudamérica" y decía: "Creemos
no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos
pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana".
Ese mismo año muere su padre y recibe acusaciones calumniosas de
simpatizar con los alemanes. Ugarte sabía que el triunfo aliado
en la Guerra, haría que Inglaterra con la complicidad de los Estados
Unidos se lanzarían a profundizar la expoliación de América Latina.
En su libro "El crimen de las máscaras", aparecen arquetipos que
mostraban el funcionamiento de la sociedad oligárquica: el dueño
de los medios de difusión, el político que hacía lo contrario de
lo que proclamaba, el senador que formaba parte de comisiones que
nunca resolvían nada, el oligarca que domina al gobierno, el trepador,
el militar con mucho músculo y poco cerebro, escritores que plagiaban,
y frente a ellos los estudiantes y un idealista. La novela contenía
mucho de autobiografía, mostraba toda la desolación del luchador
que se enfrentaba a los poderosos.
La invasión norteamericana a Nicaragua vuelve a hacer levantar la
voz de Manuel Ugarte. Todos los antiimperialistas consecuentes le
solicitan su opinión y así establece correspondencia con Víctor
Raúl Haya de La Torre y José Carlos Mariátegui en Perú y con la
dirigencia del Partido Nacionalista de Puerto Rico.
Esta intervención militar puso a prueba la dignidad y la valentía
de Augusto Cesar Sandino. Se levantó en armas para hacer frente
a la agresión imperial, siendo así conocido, de ahí en más, como
el "General de Hombres Libres".
Manuel Ugarte expresó toda su admiración hacia el guerrillero, y
se sintió identificado con su posición al señalar: "El general Sandino
ha puesto en acción el pensamiento que yo defiendo desde hace veinte
años" y redobló sus esfuerzos para que se lo apoyase, ya que cada
vez se encontraba más solo ante el silencio de los gobiernos latinoamericanos
temerosos de las represalias norteamericanas.
Sandino le hizo llegar una carta agradeciendo el apoyo recibido
y reconociendo en él a una de las figuras más importante del patriotismo
latinoamericano. Ugarte contrastó "la euforia existente en países
como la Argentina, por la Guerra Mundial y el escaso interés por
la desigual batalla de Sandino contra el gran imperio".
Tiempo después Sandino le dice: "Su nombre, señor Ugarte, hace mucho
tiempo que es familiar entre nosotros y sus escritos por uno u otro
motivo, siempre nos llegan y nos han servido de estímulo en nuestra
gran jornada libertaria de siete años, que apenas son las preliminares
de la gran batalla espiritual, moral y material que Indoamérica,
por su independencia, tiene que empeñar contra sus tutores: Doña
Monroe y el Tío Sam, y probarles que nuestros pueblos han llegado
a su mayoría de edad".
El 21 de febrero de 1934 Manuel Ugarte y toda América Latina recibían
una pésima noticia, Sandino era apresado e inmediatamente asesinado.
El
Jefe de la Guardia Nacional y luego dictador, Anastasio Somoza,
hacía el trabajo sucio de su amo norteamericano.
En 1927 fue invitado por el gobierno ruso al festejo de los diez
años de la Revolución de Octubre. Eran los tiempos en que se libraba
la batalla por el poder entre Stalin y Trotsky y sin adherir al
régimen imperante en la Unión Soviética, Ugarte rescató ciertos
aspectos de esa revolución.
Cuando en septiembre de 1930 cayó el gobierno de Yrigoyen, Ugarte
se encontraba en difícil situación económica y se le cerraban cada
vez más las puertas en distintos ámbitos para poder expresarse.
Debemos aclarar que la década del 30 fue una era reaccionaria en
casi todo el mundo y eso afectaba gravemente en el ánimo del gran
luchador, pero, así y todo, ni las peores penurias podían doblegarlo.
Por entonces le fue ofrecida la dirección de una revista mensual
"Vida de hoy". Se publicó esta revista durante un año y medio, lo
que le permitió tener un lugar donde expresarse y además obtener
algunos recursos con los que sobrevivir.
Plena Década Infame en nuestro país, una Europa amenazada por el
nazismo y la Unión Soviética bajo la férrea conducción stalinista.
El clima político imperante, de total y absoluta intransigencia,
más la imposibilidad de continuar con la revista, lo sumieron en
un profundo pesimismo
Algo que lo conmueve hondamente son los suicidios de Horacio Quiroga
(1937), Leopoldo Lugones (1938), especialmente el de su gran amiga
Alfonsina Storni (1938) y Lisandro de la Torre (1939).
"La pena le hizo dejar nuevamente Buenos Aires, esta vez para instalarse
en Viña del Mar, Chile. Allí colaboró en varios diarios con artículos
literarios".
El poeta peruano Alberto Hidalgo, quien conoció a Ugarte en los
años ’40, lo describe viviendo humildemente, como un proscrito:
“Yo quiero llamar la atención de un país sobre este hombre, al que
no puede dejarse perecer en la pobreza o en el olvido, aunque fuese,
si no tuviera otros méritos, sólo por esto: por haber sido el apóstol
de los ideales americanistas, por haber gastado su fortuna recorriendo
nuestras repúblicas a fin de despertarlas y hacerles ver el peligro
que las acecha.
Y es por ello que, aunque la Argentina lo tenga olvidado, el nombre
de Manuel Ugarte no morirá nunca en la conciencia de América”.
El triunfo electoral del peronismo el 24 de febrero de 1946, lo
siente como que "por una vez el pueblo ganaba una batalla".
Decide el regreso a su patria. Al llegar a Buenos Aires declara:
“Los prisioneros del pasado que se resisten a admitir este momento
nuevo, esta mentalidad diferente, este ideal de porvenir, no perturbarán
la marcha de la nación hacia sus nuevos destinos. La revolución
no ha sido de un hombre, ni de un grupo, ni de un momento político,
ha sido fruto de una conmoción geológica, de un cambio de clima…”.
“Creo que ha empezado para nuestro país un gran despertar. Todos
los presentimientos y las esperanzas dispersas de nuestra juventud,
volcada un instante en el socialismo, han sido concretadas definitivamente
en la carne viva del peronismo, que ha dado fuerza al argentinismo
todavía inexpresado de la Nación. Ahora sabemos lo que somos y a
dónde vamos. Tenemos nacionalidad, programa, derrotero”.
En septiembre de 1946 fue designado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario
en la República de México, por primera vez en la Argentina obtenía
un reconocimiento a su capacidad y su lucha, y nada menos que ante
México, país al que había defendido reiteradamente contra las agresiones
norteamericanas y donde tenía tantos amigos y discípulos. Ese reconocimiento
le llegaba muy tarde, tenía 71 años.
En agosto de 1948 se lo designa en Nicaragua, donde permaneció poco
tiempo, y a comienzo de 1949 fue nombrado Embajador en Cuba.
"Concluía el año 1949 cuando fue reemplazado el Ministro de Relaciones
Exteriores, Juan Atilio Bramuglia, esto produjo un cambio en la
política y luego de algunos roces con los nuevos funcionarios, Ugarte
presentó la renuncia y envió una carta a Perón, señalando algunas
diferencias por los cambios sucedidos en la Cancillería, sin por
eso dejar de apoyar al gobierno".
Alejado de la función pública decidió visitar nuevamente México
donde los intelectuales realizaron un homenaje en su honor, luego
sigue hacia Madrid. En noviembre de 1951 retornó a Buenos Aires
con un sólo objetivo, votar por la reelección del Perón.
Él mismo explica la razón de esta actitud: “No he pertenecido nunca
al bando de los adulones y si hago ahora esta afirmación, si he
vuelto especialmente de Europa a votar por Perón, es porque tengo
la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos agruparnos,
en momentos difíciles que atraviesa el mundo, todos los buenos argentinos”
Sobre esta cuestión la escritora Liliana Barela señaló: “La percepción
de Ugarte del momento por el que atravesaba nuestro país, frente
a la miopía de la mayoría de los partidos políticos que no supieron
estar a la altura de las circunstancias, revela un profundo conocimiento
del proceso histórico y lo rescata como protagonista trascendente
dentro de los pensadores argentinos”.
Luego del triunfo regresa a Madrid donde permaneció unos pocos días
para instalarse en Niza donde el 2 de diciembre de ese mismo año
(1951) fallecía. Ese día lo encuentran muerto en su casa.
Aunque oficialmente se considera que la muerte fue “accidental”,
en los medios literarios y políticos se presume que él mismo decidió
poner punto final a su vida. Los suicidios de Quiroga, Alfonsina
Storni, Lugones y de la Torre le hicieron afirmar que “la suya era
una generación vencida”.
Hay quienes no descartan que “exiliado, solitario, excluido y desilusionado,
pudiera sentirse vencido y tentado a adoptar el camino que eligieron
tantos compañeros que integraron su malograda generación”.
En un manuscrito fechado poco antes de su muerte se lee: “Hay dos
maneras de matar a un hombre: matándolo o humillándolo. Lo primero
no convenía a mis adversarios, lo segundo lo evité yo. Dios sabe
que no hay nada en mi vida que me pueda reprochar. Tengo la convicción
de que en todo momento he servido a los intereses argentinos y los
ideales de Iberoamérica porque hasta con la ausencia y con los silencios
mantuve el derrotero que los gobernantes habían olvidado. Que las
nuevas generaciones, sin dejarse intimidar, eleven al punto de mira,
aprendiendo a ser grandes en la vida y en la muerte (...) he querido
decir a mis compatriotas estas palabras antes de morir y entiéndase
que mis compatriotas son todos los habitantes de América Latina”.
Muchos años antes, en la Europa anterior a la primera guerra, "aunque
diversos síntomas denotaban la decadencia de la burguesía, quedaban
algunos rescoldos revolucionarios del Siglo XIX".
Allá, al decir de Ugarte se encontraron los "escritores iberoamericanos
del 900".. Adquirieron la conciencia de que el problema de todos
era el mismo y que a pesar de los diversos puntos de partida, constituían
una unidad.
Ha escrito, como miembro conspicuo de esta generación y al mismo
tiempo su historiador que "Al instalarnos en Madrid (punto de partida)
y París (ambiente espiritual), descubrimos dos verdades. Primera,
que nuestra producción se enlazaba dentro de una sola literatura.
Segunda, que individualmente, pertenecíamos a una nacionalidad única
considerando a lberoamérica, desde Europa, en forma panorámica”.
Agregando: "Amado Nervo era mexicano, Rubén Darío nicaragüense,
Chocano había nacido en el Perú, Vargas Vila en Colombia, Gómez
Carrillo en Guatemala, nosotros (Ingenieros, Lugones, el propio
Ugarte) en la Argentina, pero una filiación, un parecido, un propósito
nos identificaba. Más que el idioma, influía la situación. Y más
que la situación, la voluntad de dar forma en el reino del espíritu
a lo que corrientemente designábamos con el nombre de la Patria
Grande".
"Despertar la conciencia del continente ibérico, cuya unidad superior
perdieron de vista los malos pastores, equivalía a seguir en todos
los planos la consigna de los fundadores de la nacionalidad. De
nuestro esfuerzo, quedará, ante todo, el empuje hacia una amplia
concepción iberoamericana..., hacia una reestructuración de la ideología
continental, con vistas a actualizar la esperanza del movimiento
de 1810".
Manuel Ugarte expone la situación a que arribaron los más afortunados,
los que pudieron trasladarse a Europa y vivir en cierto modo al
costado del desarrollo de la burguesía del viejo mundo. Mas, al
lado de esos nombres, cuántos otros se frustraron o no pudieron
superar el anonimato histórico ante la indiferencia inconcebible
del medio.
Se produjo por ese entonces un curioso fenómeno: desde casi todos
nuestros países emigraron a Europa intelectuales jóvenes, que se
convertirán en los más destacados exponentes de las letras o de
la cultura latinoamericana.
“El
reproche de exotismo que por esta razón se les hizo, aparte de inexacto,
contiene una dosis de ponzoña; ellos no fugaban de América hacia
Europa, sino, como lo expresara Rubén Darío, se Ilevaban consigo
América al viejo continente para que viviera un poco de la civilización
que aquí se les negaba”.
La mayor parte de los escritores iberoamericanos del 900 pusieron
su temática sobre lo latinoamericano y sus problemática.
Entre los amigos de Ugarte se cuentan, como ya dijimos, Alfonsina
Storni, Alfredo Palacios, José Ingenieros, Leopoldo Lugones y Manuel
Gálvez.
También trata con el peruano José Santos Chocano, el nicaragüense
Rubén Darío, los mexicanos Amado Nervo y José Vasconcelos, los españoles
Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Pío Baroja, los franceses
Henri Barbuse y Jean Jaurés; es decir, con los más destacados intelectuales
de principios del siglo XX.
Rubén Darío, Unamuno y Baroja le prologan sus primeros libros. Barbuse,
director de la revista “Monde”, lo incluye en el comité editorial
junto con Albert Einstein, Máximo Gorki y Upton Sinclair.
La corriente intelectual del 1900 abonó ideológicamente el terreno
para la lucha nacional de nuestros pueblos. La voluntad de esa generación
fue la de conformar "en el reino del espíritu” la Patria Grande,
según las precisas palabras de Ugarte y ”configuraba el reverso
de la impotencia política de la clase media latinoamericana para
realizar la revolución democrática y de unificación nacional del
continente”.
Las concepciones unificadoras partían del hecho de que a comienzos
del siglo XIX, "América hispana constituía una unidad político-administrativa.
La revolución fue americana, y el ascenso del capitalismo en el
mundo (Siglos XVII a XIX) se llevó por la creación de los modernos
estados nacionales". Territorios con población de un solo idioma,
superando las divisiones feudales, se conformaron como estados.
En cambio, América Latina no alcanzó a constituirse nacionalmente
en el Siglo XIX por la combinación de ciertos intereses regionales
librecambistas con las potencias colonizadoras, que fomentaron la
balcanización.
La crisis del capitalismo mundial (iniciada en 1914) replantea,
cada vez con más vigor, el problema nacional de América Latina:
“o constituir la nación o perecer”, tales son sus términos inequívocos.
“Singular suerte la nuestra, en que lo propio resultaba lo deleznable
y lo foráneo encarnación de todas las excelencias”.
Manuel Ugarte fue uno de los más consecuentes patriotas latinoamericanos,
tal vez por eso, muy pocos en la actualidad conocen su nombre, y
menos aún su lucha y la dignidad militante de su inquebrantable
antiimperialismo.
¿Y cuál fue el trato que recibió Ugarte en Argentina? A este auténtico
autor de novelas, cuentos, poesías y ensayos las autoridades universitarias
le niegan una cátedra de Literatura. Los representantes de la cultura
oficial también rechazan la propuesta de Gabriela Mistral, quien
lo denomina “el maestro de América Latina” para considerarlo candidato
al Premio Nacional de Literatura. Es condenado, justamente Ugarte,
que había firmado el Libro de Oro Mundial de la Paz en 1929 junto
a Bernard Shaw, Roman Rolland, los esposos Curie, Maeterling y otras
figuras, las más prestigiosas de la intelectualidad mundial. Pero
era previsible, él dijo: "No hay proletariado feliz en un país en
derrota”.
El 4 de Abril de 1912 en una Conferencia en la Federación Obrera
de la República del Salvador proclamaba: “Debemos ser altiva y profundamente
patriotas ... Si no queremos ser mañana la raza sojuzgada que se
inclina medrosamente bajo la voz de mando de un conquistador audaz,
tenemos que preservar colectivamente, nacionalmente, continentalmente,
el gran conjunto común de ideas, de tradiciones y de vida propia
fortificando cada vez más el sentimiento que nos une, para poder
realizar en el porvenir ... la democracia total que será la PATRIA
GRANDE del mañana”.
En otra conferencia decía: "Leyendo un libro sobre la política del
país encontré citada la frase pronunciada por el senador Preston
en 1838: - La bandera estrellada flotará sobre toda la América Latina
hasta la Tierra del Fuego, único límite que reconoce la ambición
de nuestra raza -".
"¡Qué destino el de nuestra raza! El derecho, la justicia, la solidaridad,
la clemencia, los generosos sentimientos de que blasonan los grandes
pueblos, no han existido para la América Latina donde se han llevado
a cabo todos los atentados sin que el mundo se conmueva... Para
nosotros no existe, cuando surge una dificultad con un país poderoso
- y al decir país poderoso no me refiero sólo a los Estados Unidos
sino a ciertas naciones de Europa -, ni arbitraje, ni derecho internacional,
ni consideración humana. Todos pueden hacer lo que mejor les plazca,
sin responsabilidad ante los contemporáneos, ni ante la historia.
Así se instalaron los ingleses en Las Malvinas, o en la llamada
Honduras Británica, así prosperó la expedición del archiduque Maximiliano,
así se consumó la expoliación de Texas, Arizona, California y Nueva
México, Estados asimilados a ciertos pueblos del Extremo Oriente,
o del Africa Central, dentro del enorme proletariado de naciones
débiles, a las cuales se presiona, se desangra, se diezma, y anula
en nombre del progreso y la civilización”.
"Desde Europa, fuera de la preocupación local que naturalmente acapara
la atención en cada una de nuestras repúblicas, advertí dos cosas:
1) que entre las repúblicas latinas de América había lazos parecidos
y analogías más profundas que entre las demás naciones del mundo,
que esas analogías no era ideológicas, sino reales, no estaban basadas
sobre declamaciones sino sobre una identidad de situaciones, de
intereses, de realidad; y 2) que se difundía en América, que cobraba
vigor y brío una abominable explotación de una nación fuerte sobre
los débiles, que se acrecentaba una dominación injusta del grupo
cohesionado y poderoso sobre el grupo débil y disperso”.
"A todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental.
Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad
que muchas naciones de Europa. Entre las dos repúblicas más opuestas
de la América Latina, hay menos diferencia y menos hostilidad que
entre dos provincias de España o dos estados de Austria. Nuestras
divisiones son puramente políticas y por tanto convencionales. Los
antagonismos, si los hay, datan apenas de algunos años y más que
entre los pueblos, son entre los gobiernos. De modo que no habría
obstáculo serio para la fraternidad y la coordinación de países
que marchan por el mismo camino hacia el mismo ideal. Sólo los Estados
Unidos del Sur pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte.
Y esa unificación no es un sueño imposible”.
Y desde la preocupación social, desde la marginación y el hambre
de muchos, dice: "Si hay quienes agonizan en la miseria no es porque
falte con qué alimentarlos, sino porque una criminal retención de
los productos en manos de una minoría de traficantes así lo determina,
sino porque hay hombres que, más por inconsciencia que por maldad,
trafican con el hambre de sus semejantes”.
Sostiene, también, un posicionamiento claro, ejemplificador y docente
en cuanto al rol que deberían asumir los escritores, les alecciona
diciendo: "Siempre he creído que el poeta, el escritor en general,
debe intervenir en los debates de su tiempo. Fui uno de los primeros
en decir que no es posible que los elementos pensantes de un país,
los más capacitados, abandonen o desdeñen la tarea de dar rumbo
a la nación”.
"Todos los escritores que predican la excelsitud del arte retórico
y aristocrático, sin mezcla de inquietud contemporánea, han hecho,
sin desearlo quizá, obras que son, en cierto modo, una propaganda
en favor de determinada modalidad de vida".
"El escritor no debe ser un clown encargado de cosquillear la curiosidad
o de sacudir los nervios enfermos de los poderosos, sino un maestro
encargado de desplegar bandera, abrir rumbo, erigirse en guía y
llevar las multitudes hacia la altísima belleza que se confunde
en los límites de la verdad. Porque la verdad es belleza en acción
y las excelencias de la forma sólo alcanzan la pátina de eternidad
cuando han sido puestas al servicio de una superioridad moral indiscutible”.
Aquellos que quisieron endilgarle una actitud germanófila-nazi,
dice: "Yo no he creído nunca que nuestra raza sea menos capaz que
las otras. Así como no hay clases superiores y clases inferiores,
sino hombres que por su situación pecuniaria han podido instruirse
y depurarse y hombres que no han tenido tiempo de pensar en ello,
ocupados en la ruda lucha por la existencia, no hay tampoco razas
superiores ni razas inferiores... La desigualdad que advertimos
entre la mitad del Continente donde se habla en inglés y la mitad
donde se habla español, no se explica ni por la mezcla indígena,
ni por los atavismos de raza que se complacen en invocar algunos,
arrojando sobre los muertos la responsabilidad de los propios fracasos...
mientras la burguesía yanqui adoptaba los principios filosóficos
y las formas de civilización más recientes, una oligarquía temerosa
y egoísta se apoderó de las riendas del gobierno en la mayor parte
de los Estados del sur”.
Rompe el mito de lo fatídico, de estar condenados al fracaso y afirma:
"Yo no he creído nunca que la América latina sea inferior a la América
sajona, yo no he creído nunca en las fatalidades geográficas, yo
no he creído nunca que debamos inclinarnos ante la expansión de
los fuertes”.
Y agrega: "El imperialismo podrá aterrorizar a nuestras autoridades,
apoderarse de los resortes de nuestras administraciones y sobornar
a los políticos venales, pero a los pueblos que reviven sus epopeyas
heroicas, a los pueblos que sienten las diferencias que los separan
del extranjero dominador, a los pueblos que no tienen acciones en
las compañías financieras ni intereses en el soborno, a esos pueblos
no los puede desarraigar ni corromper nunca nadie”.
En
“Redescubrimiento de Ugarte”, publicado en febrero de 1985, Jorge
Abelardo Ramos escribe: “... en la irresistible Argentina del Centenario,
orgullosa y rica, el emporio triguero del mundo, no había lugar
para él.
No solamente porque, como decía Miguel Cané, escribir una página
desinteresada en Buenos Aires equivalía a recitar un soneto de Petrarca
en la Bolsa de Comercio, sino a causa de que Ugarte iría a desenvolver
su vida contra la lógica de la factoría euro-porteña: era socialista,
aunque criollo y católico; argentino, pero hispanoamericanista.
Si bien es cierto que lucharía por la neutralidad en las dos guerras
inter-colonialistas del siglo, debería hacerlo contra la opinión
dominante del rupturismo demo-izquierdista favorable a las potencias
democráticas; más tarde, asumiría la defensa de la industria nacional
y de la clase obrera en un país agropecuario, librecambista y antiobrero”.
El luchador social se había convertido en “un muerto civil” mucho
tiempo antes de fallecer, y apunta Ramos. “Sin el respaldo de un
partido, de una capilla, de los grandes diarios o del orden vigente,
ningún editor manifestó nunca el menor interés por publicar algún
libro de Ugarte.
Semejante maravilla se explica porque la formación del gusto público,
en 1914 o en la actualidad, corría por cuenta de los intereses creados
por la oligarquía anglófila y su dócil clientela de la clase media
urbana, en suma, el cipayo ilustrado, que se cultiva a la orilla
de los grandes puertos de la América Latina”.
Ramos recuerda: “En noviembre de 1954, organicé una Comisión de
Homenaje. Recibimos los restos de Ugarte en el puerto de Buenos
Aires (...) Un silencio sepulcral reinaba sobre la República, en
cuyo subsuelo toda la reacción conspiraba. Pugnaban por derribar
a Perón tanto la agónica partidocracia democrática, como la izquierda
cosmopolita y el nacionalismo puramente retórico de ciertos grupos
de la derecha antiobrera. (...) Enseguida organizamos en el salón
Príncipe George un Funeral Cívico en su homenaje. Hablaron en el
acto Carlos María Bravo, Rodolfo Puiggrós, John William Cooke y
yo. (...) A pesar de la tensión reinante, congregamos unas cuatrocientas
personas. Salvo el presidente Perón, que envió un telegrama de adhesión,
ni el gobierno ni el peronismo oficial se hicieron presentes. Y,
va de suyo, nadie de la "inteligentzia" llamada argentina. Soplaba
un viento gélido y en el espíritu colectivo palpitaban sórdidos
presagios. La contrarrevolución democrática estaba en marcha”.
En el capítulo XII de “Historia de la nación latinoamericana”, Ramos
dedica varias páginas al trágico destino de este luchador visionario
y el silenciamiento sistemático de su vida y obra; “El irritado
silencio que ha rodeado siempre a la figura de Ugarte no sólo es
necesario atribuirlo al papel de "emigrado interior" del intelectual
del 900 en las semicolonias, sino al "leprosario político" en el
que la oligarquía y sus amigos de la izquierda cipaya recluyen a
los hombres de pensamiento nacional independiente. A principios
de siglo, al escritor latinoamericano no le quedaba otro recurso
que enmudecer o emigrar. Las pequeñas capitales de la nación "balcanizada",
aún la más presuntuosa, como Buenos Aires, habían sustituido la
función social del escritor con el libro español o francés·.
Pedro Orgambide, en su último escrito
antes de morir, el 19 de enero de 2003, sostiene: “No fue profeta
en su tierra. Es, aún, el gran olvidado del pensamiento político
argentino. En cambio, sus ideas impulsaron la acción de hombres
como el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre o el nicaragüense
Augusto César Sandino. Su nombre es citado
con frecuencia en otros países de América latina; pocas veces en
la Argentina”.
América Latina necesita rescatar el pensamiento de hombres que como
él, dieron todo y no recibieron nada, para revivir el sueño de San
Martín, Bolívar y Artigas.
Difícil y sutil tarea. Significa lograr una integración que no consista
en una nueva manifestación enmascarada de imperialismo.
Significa "compatibilizar el universalismo con la preservación de
la identidad de los pueblos".
"Una auténtica comunidad organizada no puede realizarse si no se
realiza plenamente cada uno de su ciudadanos". Lo mismo ocurre con
la integración de la América hispánica, ésta debe hacerse sobre
bases que impida la despersonalización de los pueblos y que no enajene
su verdad histórica.
Manuel Ugarte dejó un legado independentista y revolucionario a
las generaciones de hoy y de mañana. Un llamamiento vibrante y apasionado.
"Mientras la América Latina esté gobernada por políticos profesionales
cuya única función consiste en defender los privilegios abusivos
de la oligarquía local y en preservar los intereses absorbentes
de los imperialismos extranjeros, ninguna evolución puede ser posible”.
"Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra
América debe cesar de ser rica para los demás y pobre para sí misma.
Iberoamérica pertenece a los iberoamericanos”.
"Y allí donde hay un territorio latinoamericano en peligro, allí
está nuestra patria."
En el marco de esa tarea, los argentinos, debemos robustecer la
cultura nacional preservando su unidad.
Raúl Scalabrini Ortíz daba una verdadera lección en “Otra idea de
Patria", dice: "(...) La patria no es simplemente un suelo extendido
en la topografía de valles, llanuras y montañas. La patria es una
fraternidad sostenida por tradiciones que son como la memoria colectiva
de los pueblos y por ideales nacionales en que se funden y sobreviven
los perecederos ideales de los ciudadanos aislados”.
Y en "Política británica en el Río de la Plata" opinaba que “Volver
a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso
exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable
de querer saber exactamente cómo somos".
Por su parte Arturo Jauretche acerca
del "colonialismo mental" señalaba: "La idea no fue desarrollar
América según América, incorporando los elementos de la civilización
moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado,
como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear
Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena
que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa
y no según América”.
“La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural
o mejor dicho el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable
dilema: todo hecho propio, por serlo era bárbaro, y todo hecho ajeno,
importado, por serlo, era civilizado. Civilizar pues consistió en
desnacionalizar - si Nación y realidad son inseparables-“.
Mientras que Rodolfo Puiggrós, refiriéndose
a “La liberación ideológica”, manifestaba “(...) América Latina
- y la Argentina - para salir del atolladero tiene que pensar y
actuar en función de América Latina - necesita poseer, para ponerse
a la altura de la humanidad que nace, una ideología revolucionaria
propia, es decir viva y creadora, que se nutra de la ciencia y la
experiencia mundial para superarlas, pero que sea el fruto de los
gérmenes específicamente latinoamericanos”.
“No seremos libres de verdad y no salvaremos de la pobreza y la
ignorancia a millones de latinoamericanos mientras esa ideología
revolucionaria nuestra no se adueñe de las masa trabajadora y las
haga artífices de las grandes transformaciones sociales. El colonialismo
ideológico siempre acompaña al colonialismo económico y la liberación
económica no es posible sin la liberación ideológica”.
“La creación de esa ideología revolucionaria que interprete las
leyes de nuestro desarrollo histórico y las tendencias progresistas
y emancipadoras de las masas laboriosas es, a mi entender, la tarea
más apremiante y primordial que tenemos por delante los argentinos
y los latinoamericanos”.
Ricardo Carpani, escultor y escritor
(1930 – 1997), en “Nacionalismo popular, nacionalismo burgués” con
buen ojo clínico sobre la realidad nos impone que con "Un simple
vistazo sobre el proceso histórico mundial de los dos últimos siglos
y sobre la realidad presente de los pueblos, basta para detectar
la presencia permanente del sentimiento nacional como un factor
emocional fundamental en la movilización de las masas”.
“Los latinoamericanos, al hablar del carácter nacional de nuestra
lucha de liberación, no podemos circunscribirnos a los artificiales
límites de cada uno de nuestros respectivos países, sino que debemos
involucrar en ello a la totalidad de América Latina, nuestra patria
grande, dividida y fragmentada por el imperialismo y las oligarquías
nativas, para el mejor sojuzgamiento y explotación de sus pueblos”.
“Porque no es solamente un mismo territorio, un mismo pasado histórico,
las mismas tradiciones culturales, la misma lengua, etcétera, en
fin, todos los elementos necesarios para configurar una nación lo
que nos une, sino, también y especialmente, un opresor común que
sólo podrá ser definitivamente vencido con el concertamiento, espontáneo
o conscientemente buscado, de las luchas revolucionarias de las
distintas regiones del continente”.
La liberación es insoslayable para ingresar en el proceso de construcción
de la Patria Grande.
Ugarte “no fue profeta en su tierra. En cambio, vio cómo se agrandaba
la patria mientras recorría el territorio de esta América que, como
él vaticinó en sus textos, sigue siendo una arriesgada apuesta al
porvenir”.
Se pronunciaba en su momento en un artículo titulado “El nuevo nacionalismo”,
afirmando que “existen dos ideas muertas: el internacionalismo ciego
y el nacionalismo cerrado”.
Se declaraba partidario de “un nacionalismo democrático y por una
democracia nacional como la única solución posible”.
Es evidente que la “cuestión nacional” debe ocupar el lugar que
corresponde en la estrategia liberadora de los pueblos. Así, en
diversos países de América Latina, estamos asistiendo a un vigoroso
proceso de creación de una poderosa corriente nacional conectada
con el movimiento de unificación nacional de nuestros pueblos. No
se trata de un proceso que discurra por viejos canales partidarios,
sino más bien un "vasto movimiento de reagrupación ideológica que
nos hace recordar los tiempos de los Libertadores pero en una escala
histórica mucho más elevada".
Debemos poner a trabajar nuestro talento al servicio de la Patria;
de la Patria chica y de la Patria Grande, contando para ello con
un bagaje doctrinario y ejemplificador.
Hoy asistimos al comienzo de una nueva fase de la historia de nuestra
América, en el que todos colegimos que no hay solución para ninguno
d
Después de un largo periplo, de un largo proceso histórico, volvemos
a la misma situación en que se generó la Primera Independencia.
Innumerables historiadores han dialectizado la pugna entre nuestros
héroes libertadores y el destino, reviviendo enmohecidas categorías
sobre el papel del individuo en la historia.
Bolívar, San Martín, Artigas, O’Higgins, Sucre y tantos otros, habrían
sido "soñadores" y su proyecto "una hermosa quimera" y la rigurosa
necesidad de unificar América Latina no sería sino un "ideal", digno
de evocarse en la solemnidad de los actos oficiales o del academicismo.
Asumamos sí, que las fuerzas que se congregaron en torno a ellos
para consumar la independencia se disolvieron cuando se pretendió
construir la unidad de los Estados recién emancipados. Las oligarquías
regionales que en alguna medida sostuvieron las campañas libertadoras
con algunos recursos y hombres; entre los que figuraban más de un
"padre de la patria", se volvieron contra el proceso de unificación
cuando el comercio libre estuvo garantizado.
El rasgo común de la Independencia en Sudamérica, proceso que va
de 1810 a 1830, es que se produjo en conjunto, y esto es lo que
debe repetirse ahora.
Porque es en el ahora donde sentimos la impotencia de los fragmentos
que ocasionó la dispersión. En América Latina, en América del Sur,
"la unidad prevalece sobre la diversidad". Y este es el nudo central
de la cuestión.
Es Juan Domingo Perón quién planteaba que "debía asumirse el pasaje
del estado-nación al estado continental".
Felipe Varela, desde la cordillera de
los Andes, convocando a la Unión Americana; el entrerriano Ricardo
López Jordán exaltando "la indisoluble y santa confraternidad americana",
Carlos Guido y Spano, defensor del Paraguay destrozado, Eduardo
Wilde, sosteniendo que hay "que hacer de Sudamérica una sola nación",
José Hernández designando a la Argentina como "esta sección americana",
son exponentes rotundos de una verdadera tradición de unidad indo-hispano-luso-americano.
José E. Rodó, en el mismo camino, le dirá a Ugarte: "Grabemos como
lema de nuestra divisa literaria esta síntesis de nuestra propaganda
y nuestra fe: Por la unidad intelectual y moral hispanoamericana".
El ejemplo que nos ofrece Manuel Ugarte es, justamente, el de haber
sido el primero que ofreció una síntesis, histórica y política,
del conjunto de América Latina, en el libro “El porvenir de la América
Española”, publicado en 1910. Hasta entonces, en pleno siglo XX,
no había ninguna visión de conjunto de América Latina. En 1911,
apareció “La evolución política y social de Hispanoamérica”. Rodó
publica en 1912 “Bolívar, el unificador del sur”. Y ese mismo año
se edita “Las democracias latinas de América” del peruano Francisco
García Calderón, y en 1913 “La creación de un continente”, del mismo
autor.
Somos entonces, herederos del hispano-latino-indo-afro-americanismo.
De un latinoamericanismo que hizo también posible que “surgieron
las primeras visiones políticas de la industrialización de la región”
a partir de Víctor Raúl Haya de la Torre.
Todos los trabajos de Manuel Ugarte, que no tuvieron la merecida
difusión en nuestro país, sirven hoy más que ayer.
Tienen plena vigencia, muestra de ello es el párrafo de su autoría
que transcribimos y que parece haberse escrito en la actualidad,
dice: "Yo también soy enemigo del patriotismo brutal y egoísta que
arrastra a las multitudes a la frontera para sojuzgar a otros pueblos
y extender dominaciones injustas a la sombra de una bandera ensangrentada.
Yo también soy enemigo del patriotismo orgulloso que consiste en
considerarnos superiores a los otros grupos, en admirar los propios
vicios y en desdeñar lo que viene del extranjero. Yo también soy
enemigo del patriotismo ancestral, de las supervivencias bárbaras,
del que equivale al instinto de tribu o rebaño. Pero hay otro patriotismo
superior, más conforme con los ideales modernos y con la conciencia
contemporánea. Y ese patriotismo es el que nos hace defender, contra
las intervenciones extranjeras, la autonomía de la ciudad, de la
provincia, del Estado, la libre disposición de nosotros mismos,
el derecho de vivir y gobernarnos como mejor nos plazca”.
La política neoliberal impuesta en los últimos años con su secuela
de cierre de industrias, desocupación y empobrecimiento, producto
de la expansión imperial, de la globalización de las finanzas sobre
las naciones, y la actitud "cipaya" de ciertos gobernantes, fue
vislumbrada por este precursor; como si fuera hoy, alerta: "La expansión
va perdiendo su viejo carácter militar. Las naciones que quieren
superar a otras envían hoy a la comarca codiciada sus soldados en
forma de mercaderías.
Conquistan por la exportación,
subyugan por los capitales. Y la pólvora más eficaz parecen ser
los productos de toda especie que los pueblos en pleno progreso
desparraman sobre los otros, imponiendo el vasallaje del consumo".
El ejercicio del olvido al que fuimos condenados los latinoamericanos
en general y los argentinos en particular y los artilugios desarrollados
para anular el pasado con el ejercicio interesado de la desmemoria
forman parte del esfuerzo por ocultar décadas intensas y profundas
de lucha por la unificación.
El olvido no es sólo derogación de la memoria. “Tiende a colocar
en su lugar una mítica narración del pasado: el silencio ha dado
lugar a formas de normalización falsificadas, a través de una unívoca
interpretación oficial. Se sustituye la cultura social, que actúa
como conciencia crítica, deslizándose el sentido conceptual del
pasado a través de la opacidad del presente, resignificando la temporalidad
rica y múltiple del saber crítico hasta llegar a la clausura de
su significación”.
Así, es imprescindible abordar la “Urgencia por saber, para hacer”,
es decir que el conocimiento se convierta en un arma transformadora.
Pero esta urgencia vital no deviene de “un sentimiento trágico”,
sino por el contrario se catapulta desde el optimismo esperanzador.
“El olvido forma parte necesaria de una de las condiciones para
la producción de un tipo de subjetividad que fabrica complicidad
permisiva…”.
No se trata sólo de recordar el pasado. Se trata de analizarlo profundamente
encontrando las vertientes y acciones que nos dan identidad, denunciar
el presente y construir un futuro distinto.
Señala Ugarte: "Después de lo que vemos y leemos, será difícil que
queden todavía gentes pacientes que hablen de la Federación de los
Estados Sudamericanos, del ensueño de Bolívar, como de una fantasía
revolucionaria. La iniciativa popular puede adelantarse en muchos
casos a las autoridades. Nada seria más hermoso que crear bajo el
nombre de Liga de la Solidaridad Hispanoamericana o Sociedad Bolívar
una vasta agrupación de americanos conscientes que difundiesen la
luz de su propaganda por las quince repúblicas. Esa poderosa Liga
tendría por objeto debilitar lo que nos separa, robustecer lo que
nos une y trabajar sin tregua por el acercamiento de nuestros países.
¿Es imposible acaso realizar ese proyecto?"
Tiene su obra el carácter que adquiere todo testimonio: sirve por
la realidad que describe y sirve, sobre todo, porque construye una
ideología en donde la nacionalidad no se crea sólo con las armas
o con el pensamiento.
Se crea, sobre todo, con la emoción y la pasión.
La pasión que debemos poner en práctica para cambiar la realidad.
La pasión a que nos obliga el ser argentino, el ser ciudadanos de
hispanoamérica.
Norberto Galasso manifiesta que. "Nuestras palabras, seguramente,
destilan pasión, y es que estamos atados irremediablemente a ella".
La pasión por seguir siendo lo que somos.
"entre comillas" citas de Norberto Galasso, Liliana Barela, Ricardo
Carpani, Abelardo Ramos, Eduardo Luis Duhalde y otros pensadores
del campo nacional.
Osvaldo Vergara Bertiche
www.culturaynacion.blogspot.com
 Los
malditos en la Historia argentina
Por Norberto Galasso
Manuel Ugarte (1875-1951)
En el Archivo General
de la Nación (Buenos Aires-Argentina) existen más de 25 biblioratos
con documentación que pertenecen al archivo privado de un Sr. llamado
Manuel Baldomero Ugarte, nacido en Bs. As. el 27 de febrero de 1875
y fallecido en Niza, junto al Mediterráneo, el 2 de diciembre de
1951.
Supóngase que ahora empezamos a revisar esas carpetas. Vea, aquí
tiene documentación de 1900, cartas afectuosas que le envían Rubén
Darío, Amado Nervo, José Enrique Rodó, José Santos Chocano y otros
escritores latinoamericanos, los más prestigiosos de aquel momento.
En otra carpeta se ha separado la correspondencia proveniente de
España. Fíjese los firmantes: Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez,
Pio Baroja. En este bibliorato se archivaron cartas de amigos argentinos:
José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas Alfredo Palacios.
Es decir este desconocido Ugarte se carteaba con los intelectuales
más importantes de su país de América y de España, e incluso alguno
de ellos prologaron sus primeros libros como Miguel de Unamuno,
Rubén Darío y Pío Baroja.
¿Quiere ahora que sigamos revisando?. Observemos esta caja de recortes
periodísticos correspondientes a los años 1910, 1911 y 1912. Le
advierto que se va a asombrar; fotos y notas periodísticas de las
principales ciudades de América Latina anuncian con enormes titulares,
las conferencias y actos públicos de Ugarte con la concurrencia
de miles de personas en México, Panamá, La Habana, El Salvador,
Santo Domingo, Managua, Caracas, Bogotá, Quito, Santiago de Chile,
Asunción, Montevideo, Buenos Aires; actos multitudinarios, a veces
prohibidos por los gobiernos por temor a la reacción popular, reclamos
de entidades populares ante las gestiones de la embajada yanqui
para impedir sus conferencias, una gira de dos años que conmovió
a la patria grande latinoamericana.
Vea, ahora: 1918, fundación de la Federación Universitaria Argentina
(FUA). En el acto hablan delegados estudiantiles ¿Quiénes el orador
de fondo? Manuel Ugarte.
Veamos estas carpetas, relativas a la década de 1920, aquí hay cartas
de los principales dirigentes de la Revolución Mexicana, agradeciendo
el apoyo que les otorga Ugarte. Otras provienen de dirigentes del
APRA peruano, cuando aquel movimiento mantenía todavía en alto sus
banderas de liberación y entre ellas, varias de su líder, Víctor
Raúl Haya de La Torre, quien juzga a Ugarte como precursor del APRA.
Asimismo José Carlos Mariátegui lo considera como una de las más
prestigiosas figuras de América latina.
Observe ahora y conmuévase: esta firma cuya rúbrica es un verdadero
latigazo pertenece a Augusto César Sandino, el jefe de la guerrilla
nicaragüense alzado en armas contra los marines yanquis, Sandino
le agradece a Ugarte la defensa de su causa en artículos y conferencias
dados en diversas capitales del mundo. En la misma carpeta nos encontramos
con un ejemplar de la revista Monde, editada en París, bajo la dirección
de Henri Barbusse. Fíjese quienes integran el comité de redacción:
Máximo Gorki, Miguel de Unamuno, Alberto Einstein, Upton Sinclair
y Manuel Ugarte. No creo que necesitemos revisar las carpetas que
restan.
Abandonamos el Archivo General de la Nación. Lo que Ud. ha visto
es suficiente para que con perplejidad me pregunte: Entonces, ¿por
qué es un desconocido en Argentina? Le contesto: no sólo es un desconocido.
A él, que escribió más de treinta libros, le negaron una cátedra
de Literatura en Buenos Aires, justamente a él que había firmado
el Libro de Oro Mundial de la Paz en 1929 junto a Bernard Shaw,
Roman Rolland, los esposos Curie, Maeterling y otras figuras, las
más prestigiosas de la intelectualidad mundial. También le negaron
el Premio Nacional de Literatura para el cual lo propuso Gabriela
Mistral. Su nombre desapareció de los periódicos y las antologías.
El Partido Socialista lo expulsó en dos oportunidades de sus filas.
Cuando en 1916 fundó un diario "La Patria" con recursos personales,
debió cerrarlo antes de los noventa días de su aparición por el
boicot que le hacía la derecha por juzgarlo socialista y los socialistas
por considerarlo nacional.
Por todo esto se exiló en 1918 y regresó recién a la Argentina 17
años después. Nuevamente volvieron a hostigarlo y en 1937 volvió
a abandonar el país.
Regresó recién en 1946 y si bien el gobierno presidido por Perón
le reconoció méritos designándolo embajador, la burocracia boicoteó
su tarea y debió renunciar poco después. ¿Por qué entonces?, quizás
reitere Ud. su pregunta. Por ahora le resumiré las causas y quizás
en otra oportunidad podamos analizar cada una de ellas con detenimiento.
La primera: Ugarte denunció al imperialismo yanqui desde
1901, por sus tropelías en América Central, hasta su muerte en 1951
por la guerra de Corea.
La segunda: Ugarte fue un socialista convencido, pero se
negaba a copiar tácticas e ideas europeas "El socialismo debe ser
nacional" dijo en 1911.
La tercera: Ugarte sostenía que debíamos incorporar la cultura
mundial, pero elaborar nuestra propia cultura nacional, sin exotismos
ni europeísmos.
La cuarta: Ugarte predicó desde 1900 hasta su muerte, la
unidad latinoamericana.
Una vez siendo joven, Ugarte que era proclive a los romances, quiso
deslumbrar a una muchacha y le dijo, "Yo voy a luchar toda mi vida
contra los Estados Unidos, por la unidad de América latina y por
el socialismo". Ella no entendía mucho. Sólo se le ocurrió responder:
Me parece mucha carga para andar por la vida, y efectivamente tuvo
razón, demasiada carga para andar por la vida. Lo sentenciaron al
silencio, lo convirtieron en "Maldito". Una vez Ugarte comentó:
"En otras partes se fusila, es más noble".
Fuente: www.discepolo.org.ar
 Prólogo
a "La Nación Latinoamericana"
Por Norberto Galasso
LA NACIÓN LATINOAMERICANA
- MANUEL UGARTE. Compilación, Prólogo, Notas y Cronología NORBERTO
GALASSO - BIBLIOTECA AYACUCHO [texto digitalizado disponible para
descargar en SIESE Manuel
Ugarte]
MANUEL BALDOMERO UGARTE
pertenece a la sacrificada "generación argentina del 900", es decir,
a ese núcleo de intelectuales nacidos entre 1874 y 1882 que conformaban
al despuntar el siglo, una brillantísima "juventud dorada". Sus
integrantes eran Leopoldo Lugones, José Ingenieros, Ricardo Rojas,
Macedonio Fernández, Alfredo L. Palacios, Alberto Ghiraldo, Manuel
Gálvez y el propio Ugarte. Habían nacido y crecido en ese tan curioso
período de transición que cubre el último cuarto de siglo en la
Argentina, cuando la vieja provincia latinoamericana parece hundirse
para siempre, con sus gauchos y sus caudillos, sus costumbres austeras
y su antiguo aroma español, sus sueños heroicos y su fraternidad
latinoamericana. En su reemplazo, esos años ven brotar una Argentina
cosmopolita, con aires europeizados, cuyo rostro sólo mira al Atlántico,
ajena al destino del resto de las provincias hermanas, con una clase
dominante derrochadora, de jacqué y galera de felpa, que soslaya
el frío de los inviernos marchándose a disfrutar el verano parisino
y un aparato cultural que difunde al día las últimas novedades de
la cultura europea. Influenciados por esas dos Argentinas, la que
parecía morir irremisiblemente y la que reclamaba el futuro con
pretenciosa arrogancia, estos poetas, escritores, ensayistas, sufrieron
en carne propia el drama del país y sus promisorias inteligencias,
en vez de desarrollarse al cobijo de un clima favorable, se desgarraron
tironeadas por dos mundos contradictorios. La tarea intelectual
no fue entonces fructífera labor creativa, ni menos simple divertimento
como en otros núcleos de pensadores, sino un penoso calvario frente
al cual sólo cabía hincar la rodilla en tierra abandonando la cruz,
trampear a los demás y a sí mismos con maniobras oportunistas o
recorrerlo hasta el final costare lo que costare.
Hasta ellos llegaba la tradición democrática y hasta jacobina de
un Manuel Dorrego o un Mariano Moreno y también la pueblada tumultuosa
de la montonera mientras frente a ellos se alzaban las nuevas ideologías
que recorrían Europa atizando el fuego de la Revolución: el socialismo,
el anarquismo.
A su vez, detrás, en el pasado inmediato, percibían una nación en
germen, una patria caliente que se estaba amasando en las guerras
civiles y delante, sólo veían la sombra de los símbolos porque la
Patria Grande había sido despedazada y las patrias chicas encadenadas
colonialmente a las grandes potencias. La cuestión nacional y la
cuestión social se enredaban en una compleja ecuación con que la
Historia parecía complacerse en desafiarlos.
Ricardo Rojas clamará entonces por una "Restauración nacionalista",
reivindicará "La Argentinidad" y buscando un vínculo de cohesión
latinoamericana se desplazará al callejón sin salida del indigenismo
en Eurindia. Una y otra vez las fuerzas dominantes de esa Argentina
"granero del mundo" cerrarán el paso a sus ideas y una y otra vez
se verá forzado a claudicar, elogiando a Sarmiento —él que de joven
se vanagloriaba de su origen federal—, otorgándole sólo contenido
moral a la gesta de San Martín —él, en cuyo "país de la selva" estaban
vivos aún los ecos de la gran campaña libertadora— para terminar
sus días en los bastiones reaccionarios enfrentando al pueblo jubiloso
del 17 de Octubre.
Leopoldo Lugones también indagará desesperadamente la suerte de
su patria pero, con igual fuerza, intentará enraizar en estas tierras
ese socialismo que conmueve a la Europa de la segunda mitad del
siglo XIX. Su militancia juvenil en el Partido Socialista va dirigida
a lograr ese entronque: una patria cuya transformación no puede
tener otro destino que el socialismo, una ideología socialista cuya
única posibilidad de fructificar reside en impregnarse profundamente
de las especificidades nacionales. La frustración de esa experiencia
lo llevará al liberalismo reaccionario y luego al fascismo (de propagandista
del presidente Quintana, liberal pro inglés, a redactor de los discursos
del presidente Uriburu, corporativista admirador de los Estados
Unidos).
¡Singularmente trágica fue la suerte del pobre Lugones! Fascista
y anticlerical, enemigo de la inmigración pero partidario del desarrollo
industrial, su suicidio resultó la confesión de que había fracasado
en la búsqueda de su "Grande Argentina". También él, como Ricardo
Rojas, desfiló en la vereda antipopular pero, al igual que a éste
lo rescatan parcialmente sus mejores libros, a Lugones lo protege
del juicio lapidario de la izquierda infantil una obra literaria
nacional, la reivindicación del "Martín Fierro". El libro de los
paisajes, los Romances y esa dramática desesperación por encontrar
una patria que le habían escamoteado.
También Alberto Ghiraldo —amigo íntimo de Ugarte desde la adolescencia—
intentó asumir las nuevas ideas del siglo sin dejar, por eso, de
nutrir su literatura en la sangre y la carne de su propio pueblo.
Anarquista desde joven, cultivó también los cuentos criollos y en
sus obras de teatro reflejó la realidad nacional. También él, como
Ugarte, denostó al monstruo devorador de pequeños países en Yanquilandia
bárbara, pero las fuerzas a combatir eran tantas y tan poderosas
que, en plena edad madura, optó por el exilio. Desde España o desde
Chile, Ghiraldo era ya apenas una sombra de aquel joven que tantas
esperanzas hacía brotar en el novecientos. Y el poeta que hizo vibrar
X a una generación con Triunfos nuevos, el implacable crítico de
Carne doliente y La tiranía del frac murió solo, pobre y olvidado.
Macedonio Fernández y Manuel Gálvez también compartieron las mismas
inquietudes. Después de una juvenil experiencia anárquica, Macedonio
se retrajo y si bien no cesó de reivindicar lo nacional en su largo
discurrir de décadas en hoteles y pensiones para el reducido grupo
de discípulos, el humorismo se convirtió en su coraza contra esa
sociedad hostil donde prevalecían los abogados de compañías inglesas
y los estancieros entregadores. Su admiración por el obispo Berkeley,
en el camino del solipsismo, constituye una respuesta, como el suicidio
de Lugones, al orden semicolonial que aherrojó su pensamiento. Gálvez,
por su parte, optó por recluirse y crear en silencio. Abandonado
el socialismo de su juventud, se aproximó a la Iglesia Católica
y encontró en ella el respaldo suficiente para no sucumbir. Se convirtió
en uno de sus "Hombres en soledad" y en ese ambiente intelectual
árido donde sólo valían los que traducían a Proust o analizaban
a Joyce desde todos los costados, Gálvez pudo dar prueba de la posibilidad
de una literatura nacional. Si bien mediatizado por la atmósfera
cultural en que debía respirar, si bien cayendo a menudo en posiciones
aristocratizantes, logró dejar varias novelas y biografías realmente
importantes.
También Alfredo Lorenzo Palacios —como Ricardo Rojas— era de extracción
federal. Su padre, Aurelio Palacios, había militado en el Partido
Blanco uruguayo y era, pues, un hijo de la patria vieja, aquellas
de los gauchos levantados en ambas orillas del Plata contra las
burguesías comerciales de Montevideo y Buenos Aires tan proclives
siempre a abrazarse con los comerciantes ingleses. También Palacios
—como Lugones, como Gálvez, como Macedonio, como Ghiraldo— percibió
desde joven la atracción de las banderas rojas a cuyo derredor debía
nuclearse el proletariado para alcanzar su liberación. No es casualidad
por ello que ingresase al Partido Socialista y que allí discutiese
en favor de la patria, ni que fuera expulsado por su "nacionalismo
criollo", ni que fundase luego un Partido Socialista "Argentino",
ni que más tarde se convirtiese en el orientador de la Unión Latinoamericana.
¿Cómo no iba a saber el hijo de Aurelio Palacios —antimitrista,
amigo de José Hernández y opositor a la Triple Alianza— que la América
Latina era una sola patria? ¿Cómo no iba a saber Palacios que el
socialismo debía tomar en consideración la cuestión nacional en
los "pueblos desamparados" como el nuestro? Sin embargo, aquel joven
socialista de ostentoso chaleco rojo de principios de siglo se transformó
con el correr de los años en personaje respetado y aun querido por
los grandes popes de la semicolonia, su nombre alternó demasiado
con los apellidos permitidos en los grandes matutinos y finalmente,
aquel que había iniciado la marcha tras una patria y un ideal socialista,
coronó su "carrera" política con el cargo de embajador de uno de
los gobiernos más antinacionales y antipopulares que tuvo la Argentina
(1956).
Distinta era la extracción de José Ingenieros quien, incluso, no
nació en la Argentina sino en Palermo, Italia. Sin embargo, intuyó
siempre, aunque de una manera confusa y a veces cayendo en gruesos
errores, como el del imperialismo argentino en Sudamérica, que la
reivindicación nacional era uno de los problemas claves en nuestra
lucha política. El socialismo, a su vez, le venía desde la cuna
pues su padre, Salvador Ingenieros, había sido uno de los dirigentes
de la I Internacional. Desengañado del socialismo en 1902, Ingenieros
abandonó la arena política y se sumergió de lleno en los congresos
siquiátricos, en las salas de hospital, en sus libros. Pero pocos
años antes de su temprana muerte entregó sus mejores esfuerzos a
la Unión Latinoamericana, a la defensa de la Revolución Mexicana,
al asesoramiento al caudillo de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto,
a quien aconsejaba adoptar un "socialismo nacional" y al elogio
de la Revolución Rusa en un teatro de Buenos Aires. Es decir, socialismo
y latinoamericanismo. Tampoco Ingenieros vio colmados sus anhelos
juveniles, ni los argentinos recibieron todo lo que su inteligencia
podía dar. Aquí también las fuerzas predominantes en la superestructura
ideológica, montadas sobre el final del siglo y cuya consolidación
se expresó simbólicamente en 1904 en la llegada al poder de un abogado
de una empresa británica, cortaron el vuelo del pensamiento de Ingenieros,
lo embretaron en disciplinas menos peligrosas que la sociología
y la política y lo silenciaron resueltamente en su último intento
por gritar su verdad, en ese su canto del cisne cuando reivindicaba
al unísono la bandera de la Unión Latinoamericana y del Socialismo
Revolucionario.
Si se observa con detenimiento, todos estos representantes de la
generación del 900, a pesar de las enormes presiones, los silencios
y los acorralamientos, han logrado hacerse conocer en la Argentina
y en América Latina desde hace años. De un modo u otro, esterilizándolos
o deformándolos, tomando sus aspectos más baladíes o resaltando
sus obras menos valiosas, han sido incorporados a los libros de
enseñanza, los suplementos literarios, las antologías, las bibliotecas
públicas, las sociedades de escritores, las aburridas conferencias
de los sábados, los anaqueles de cualquier biblioteca con pretensiones.
Sólo Manuel Ugarte ha corrido un destino diverso: un silencio total
ha rodeado su vida y su obra durante décadas convirtiéndolo en un
verdadero "madito", en alguien absolutamente desconocido para el
argentino medianamente culto que ambula por los pasillos de las
Facultades. No es casualidad, por supuesto. La causa reside en que,
de aquel brillante núcleo intelectual, sólo Ugarte consiguió dar
respuesta al enigma con que los desafiaba la historia y fue luego
leal a esa verdad hasta su muerte. Sólo él recogió la influencia,
nacional-latinoamericana que venía del pasado inmediato y la ensambló
con las nuevas ideas socialistas que llegaban de Europa, articulando
los dos problemas políticos centrales de la semicolonia Argentina
y de toda la América Latina: cuestión social y cuestión nacional.
No lo hizo de una manera total, tampoco con una consecuencia nítida,
pero a través de toda su vida se continúa, como un hilo de oro,
la presencia viva de esos dos planteos, la fusión de las dos banderas:
la reconstrucción de la nación latinoamericana y la liberación social
de sus masas trabajadoras. De ahí la singular actualidad del pensamiento
de Ugarte y por ende su condena por parte de los grandes poderes
defensores del viejo orden. De ahí la utilidad de rescatar su pensamiento
creador y analizar detenidamente las formulaciones de este solitario
socialista en un país semicolonial —del Tercer Mundo, diríamos hoy—
enfrentado ya al problema de la cuestión nacional cuando aún Lenin
no ha escrito El imperialismo, etapa superior del capitalismo, ni
Trotski ha dado a conocer su teoría de "la revolución permanente".
En la época en que transcurre la infancia de Manuel Ugarte aún resuenan
en la Argentina los ecos de la heroica gesta libertadora y unificadora
que encabezaron San Martín y Bolívar, medio siglo atrás. La lucha
común de las ex colonias contra el absolutismo español, cruzándose
sus caudillos de una provincia a otra en medio de la batalla, se
encuentra aún fresca en las conversaciones de los mayores a cuyo
lado se modela el carácter y el pensamiento de la criatura. Más
reciente aún, apenas una década atrás, está vivo el recuerdo de
Felipe Varela, desde la cordillera de los Andes, convocando a la
Unión Americana o la similar proclama insurreccional del entrerriano
Ricardo López Jordán exaltando "la indisoluble y santa confraternidad
americana". Asimismo —como para certificar que no sólo los caudillos
se consideraban latinoamericanos— ahí no más en el tiempo, Juan
B. Alberdi había levantado su voz contra la guerra de la Triple
Alianza, juzgándola "guerra civil" y había tomado partido por la
causa de los blancos uruguayos, el pueblo paraguayo y los federales
argentinos contra la entente de las burguesías portuarias del Plata
y el Imperio del Brasil. Además, los hombres del 80, con los cuales
dialogará el Ugarte adolescente, son consecuentes con la vieja tradición
sanmartiniana: Carlos Guido y Spano, otro defensor del Paraguay
destrozado, Eduardo Wilde, cuyo escepticismo no le impide sostener
con entusiasmo que hay "que hacer de Sudamérica una sola nación",
José Hernández que designa habitualmente a la Argentina como "esta
sección americana" e incluso el propio presidente Julio A. Roca
quien, por esa época, da uno de los pocos ejemplos de latinoamericanismo
oficial al rechazar las presiones belicistas contra Chile, intercambiar
visitas con el presidente del Brasil y lanzar la Doctrina Drago
para el conflicto venezolano. Es verdad que también resulta poderosa
la influencia antilatinoamericana preconizada por los distintos
órganos de difusión de la clase dominante, en especial, la escuela,
la historia de Mitre con su odio a Bolívar y los grandes matutinos.
Pero el joven Ugarte madura su pensamiento bajo la influencia de
esa cultura nacional en germen que asoma ya en el Martín Fierro
de José Hernández o en La excursión a los indios ranqueles de su
conocido Lucio V. Mansilla, en la vertiente del nacionalismo democrático
que tuvo sus exponentes en Moreno, Dorrego, Alberdi y los caudillos
federales, especialmente los del noroeste como El Chacho y Varela.
Su avidez por aprender, su sed de libros nuevos, de ideas distintas,
es satisfecha gradualmente sin romper por eso los lazos con esa
Argentina en gestación que recién cuando él ha cumplido cinco años
—en 1880— logra realmente su unificación al federalizarse Buenos
Aires y convertirse en Capital. Por eso, cuando el joven poeta de
19 años, busca una bandera para su Revista Literaria la encuentra
en una convocatoria al acercamiento de todos los jóvenes escritores
de América Latina. Su primer paso en la literatura se convierte,
pues, en su primera experiencia latinoamericana. José E. Rodó, en
el mismo camino, le dirá entonces: "Grabemos como lema de nuestra
divisa literaria esta síntesis de nuestra propaganda y nuestra fe:
Por la unidad intelectual y moral hispanoamericana".
Al tiempo que esa experiencia de la Revista Literaria lo acerca
al resto de América Latina —colaboran desde Ricardo Palma hasta
Rufino Blanco Fombona y desde José Santos Chocano hasta José E.
Rodó— lo aleja de la influencia singularmente cosmopolita que va
ganando a la mayoría de los jóvenes escritores argentinos. El fracaso
de su Revista —resistida por el ambiente de Buenos Aires— resulta,
desde el punto de vista latinoamericano, un verdadero triunfo. Y
cuando poco después —huyendo de Buenos Aires "porque me faltaba
oxígeno"— se instala en Europa, su conciencia latinoamericana se
profundiza. "Desde París, ¿cómo hablar de una literatura hondureña
o de una literatura costarricense?" pregunta. La lejanía lo acerca
entonces y aquella realidad tan enorme que era difícil de divisar
de cerca, resulta clara a los ojos, tomando distancia. La vieja
broma de que un francés considera a Río de Janeiro capital de la
Argentina, adquiere en cierto sentido veracidad porque desde París,
las fronteras artificiales se disuelven, las divisiones políticas
se esfuman y la Patria Grande va apareciendo como una unidad indiscutible
desde Tierra del Fuego hasta el Río Grande. "Urgía interpretar por
encima de las divergencias lugareñas, en una síntesis aplicable
a todos, la nueva emoción. La distancia borraba las líneas secundarias,
destacando lo esencial". Cuanto más lejos de la Patria Chica más
cerca de la Patria Grande. Quizá entonces analiza cuidadosamente
esas influencias recibidas en su niñez y en su adolescencia, confusas
y empalidecidas a veces, que su pensamiento no había logrado asimilar
como verdades propias y que ahora vienen a reafirmarle su nueva
convicción. Si Latinoamérica no es una sola patria, ¿qué significa
ese oriental Artigas ejerciendo enorme influencia sobre varias provincias
argentinas y teniendo por lugartenientes al entrerriano Ramírez
y al santafesino López? Y junto a ellos, ¿qué papel desempeña ese
chileno Carrera? ¿Qué sentido tiene entonces la gesta de San Martín
al frente de un ejército que ha cortado vínculos de obediencia con
el gobierno argentino, llevando como objetivo la independencia del
Perú con ayuda chilena? ¿Quién es, pues, ese venezolano Bolívar,
que se propone liberar a Cuba, que proyecta derrocar al emperador
del Brasil y que lucha además por dar libertad a Ecuador y Perú,
al frente de otro ejército latinoamericano en el cual militan soldados
y oficiales argentinos? ¿Son acaso traidores a la Argentina José
Hernández, Guido y Spano, Juan B. Alberdi, Olegario Andrade, y tantos
otros que toman partido por el Paraguay en la Guerra de la Triple
Alianza? E incluso, ¿traicionan a la patria, esos pueblos enteros
de nuestro noroeste que festejan la derrota argentina de Curupaytí
en esa misma guerra?
Sus estudios de sociología e historia le otorgan ya las armas para
preguntarse qué es una nación y para plantearse la gran disyuntiva:
¿Cada uno de los pequeños países latinoamericanos puede erigirse
en una nación o la nación es la Patria Grande fragmentada a la que
hay que reconstruir como tarea esencial? En esos años de fin de
siglo el interrogante es formulado una y otra vez y la respuesta
va resultando cada vez más satisfactoria, cada vez más sólida, abundante
en argumentos ya irrefutables. El mismo idioma, la comunidad de
territorio, un mismo origen colonizador, héroes comunes, viejos
vínculos económicos ahora debilitados pero que pueden restablecerse,
fundamentan su convicción de que la América Latina es una sola patria,
convicción que ya no abandonará hasta su muerte. Por eso sostiene
en 1901: "A todos éstos países no los separa ningún antagonismo
fundamental. Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de
todo, más unidad que muchas naciones de Europa. Entre las dos repúblicas
más opuestas de la América Latina hay menos diferencia y menos hostilidad
que entre dos provincias de España o dos estados de Austria.
Nuestras divisiones son puramente políticas y por tanto convencionales.
Los antagonismos, si los hay, datan apenas de algunos años y más
que entre los pueblos son entre los gobiernos. De modo que no habría
obstáculos serios para la fraternidad y coordinación de países que
marchan por el mismo camino hacia el mismo ideal. . .
Otras comarcas más opuestas y separadas por el tiempo y" las costumbres
se han reunido en bloques poderosos y durables. Bastaría recordar
como se consumó hace pocos años la unidad de Alemania y de Italia".
Poco tiempo después insiste en otro artículo: "La primera medida
de defensa sería el establecimiento de comunicaciones entre los
diferentes países de la América Latina. Actualmente los grandes
diarios nos dan, día a día, detalles a menudo insignificantes de
lo que pasa en París, Londres o Viena y nos dejan, casi siempre,
ignorar las evoluciones del espíritu en Quito, Bogotá o Méjico.
Entre una noticia sobre la salud del emperador de Austria y otra
sobre la renovación del ministerio en Ecuador, nuestro interés real
reside naturalmente en la última. Estamos al cabo de la política
europea, pero ignoramos el nombre del presidente de Guatemala..."
Y este reproche lanzado en 1901 conserva todavía vigencia en 1976,
no obstante los pasos que se han dado para consolidar una conciencia
latinoamericana.
Ugarte retoma sí el ideal unificador que inspiró a Bolívar la reunión
del Congreso de Panamá en 1824, granjeándose desde entonces la furiosa
antipatía de los mitristas de Buenos Aires, discípulos del localista
Rivadavia que torpedeó aquel Congreso. Mientras los argentinos de
la nueva generación abandonan las últimas inquietudes latinoamericanas
—sólo Palacios, Ingenieros y algunos pocos mantendrán de uno u otro
modo la vieja bandera— Ugarte recuesta su pensamiento y sus esfuerzos
en el trabajo paralelo de otros hombres de la Patria Grande que
ansían continuar la lucha del libertador: las enseñanzas de "Martí,
las arengas de Vargas Vila, incluso el mismo Darío que militó en
el partido unionista de Nicaragua y muy especialmente, un gran amigo
de Ugarte y defensor a ultranza de Bolívar: Rufino Blanco Fombona.
En 1903 ya revela en germen su proyecto de construir una entidad
dirigida a estrechar vínculos latinoamericanos en pro de la reconstrucción
de la Patria Grande: "Después de lo que vemos y leemos, será difícil
que queden todavía gentes pacientes que hablen de la Federación
de los Estados Sudamericanos, del ensueño de Bolívar, como de una
fantasía revolucionaria. La iniciativa popular puede adelantarse
en muchos casos a las autoridades. Nada seria más hermoso que crear
bajo el nombre de Liga de la Solidaridad Hispanoamericana o Sociedad
Bolívar una vasta agrupación de americanos conscientes que difundiesen
la luz de su propaganda por las quince repúblicas. Esa poderosa
Liga tendría por objeto debilitar lo que nos separa, robustecer
lo que nos une y trabajar sin tregua por el acercamiento de nuestros
países. ¿Es imposible acaso realizar ese proyecto?" Once años más
tarde constituirá en Buenos Aires la Asociación Latinoamericana
que "realizará una intensa actividad durante tres años en favor
de la unión de nuestros países. Y al promediar la década del veinte
será también presidente honorario de la segunda entidad fundada
en Buenos Aires con el mismo propósito: la Unión Latinoamericana.
La concepción Latinoamérica como una sola nación fragmentada en
un mosaico de países sin destino propio, la convicción de que esa
Patria Grande debe ser reconstruida como condición indispensable
para salir del atraso y la esclavitud, así como el planteo acerca
de una cultura latinoamericana en formación con las especificidades
de cada país, son desarrolladas por Ugarte en El porvenir de la
América Española, El destino de un continente, Mi campaña hispanoamericana,
La Patria Grande y La reconstrucción de Hispanoamérica, como así
también en innumerable cantidad de artículos y conferencias y muy
especialmente en los discursos populares pronunciados a lo largo
de dos años de gira por las ciudades más importantes de América
Latina, en aquella campaña inolvidable que movilizó a miles de manifestantes
entre 1911 y 1913.
Ciclópea e incansable será su tarea: polemizará con los socialistas
argentinos que desdeñan a la América morena, y lo acusan de regresar
de su campaña "empapado de barbarie", discutirá con los intelectuales
exquisitos que preconizan el arte por el arte y se alienan en las
obras importadas de Europa, señalará en los periódicos los peligros
del "idioma invasor" así como la infiltración de un "alma distinta"
a través del cinematógrafo, la obra teatral y el libro extranjero
cuando se los recibe con mentalidad colonial, defenderá la tradición
hispana —la de la España liberal y revolucionaria— frente a los
adoradores del anglosajón, quebrará lanzas con los grandes diarios
que exacerban localismos explotando minúsculos incidentes fronterizos,
en fin, en todos los frentes de la lucha ideológica no cejará un
instante, durante medio siglo, de defender todo aquello que concurra
a disolver las fronteras artificiales y a dar un solo color al mapa
latinoamericano. Sufrirá en esa lucha graves reveses, agudas decepciones
y a veces desesperado, estará a punto de quebrar la pluma para siempre,
pero el proyecto de la unión latinoamericana permanecerá incólume
en lo más profundo de él mismo y logrará atravesar varias décadas
de combates desiguales, exilios y amargura, sin claudicar. Esa certeza
de que la cuestión nacional latinoamericana constituye un problema
principalísimo, generalmente ignorado por la mayor parte de los
seudoizquierdistas que vociferan en estas tierras, otorga al pensamiento
de ligarte una singularidad revolucionaria poco común, pues 75 años
después de sus primeras inquietudes en este sentido, la cuestión
continúa estando en el tapete de la historia y resulta ahora preocupación
fundamental de los más lúcidos representantes del pensamiento latinoamericano.
Ugarte, partidario de explotar los recursos naturales y desarrollar
intensamente las industrias, comprendió que no era posible un gran
crecimiento de las fuerzas productivas en los estrechos marcos de
cada uno de los veinte estados latinoamericanos. Su idea de la unificación
—el gran mercado interno para la gran industria en desarrollo— se
liga pues al propósito de rescatar a la América Latina del atraso
económico en que se hallaba en 1900 —y aún se halla— y conducirla
a un estado económico-social superior. Pero comprendió también que
la posibilidad de esa unificación y de ese crecimiento estaba estrechamente
ligada al logro de la liberación nacional. Para que la Patria fuese
Grande debía ser Libre.
Inevitablemente, al abocarse al estudio de la unidad latinoamericana,
se encontró con la intervención imperialista que había doblado la
cerviz de todos los gobiernos de la patria balcanizada. La circunstancia
de hallarse en Francia, en pleno período de rivalidades interimperialistas,
le posibilitó la acumulación de datos acerca de la preponderancia
inglesa y norteamericana en América Latina. Un viaje a Estados Unidos,
en 1899, dio fundamento a sus inquietudes al par que varias denuncias
de escritores latinoamericanos (Ariel, de Rodó, Ante los bárbaros,
de Vargas Vila, La Americanización del mundo, de R. Blanco Fombona,
El destino de un continente, de César Zumeta y La ilusión americana,
de Pedro Prado), robustecieron su convicción de que las ex colonias
españolas compartían otro rasgo que marcaba sus fisonomías: tenían
un enemigo común, el imperialismo. La unificación resultaba entonces
indispensable también por esta razón, ya que sólo podía detenerse
el avance del vecino voraz, presentando un solo bloque de países
que pudiera contrapesar su fuerza. El mencionado viaje por Estados
Unidos, México y Cuba, le permitió a Ugarte bucear hondamente en
el disímil destino de las colonias americanas: al norte del río
Bravo, cohesión, unificación, desarrollo económico, soberanía e
incluso expansión; al sur, balcanización, localismos, atraso, y
subordinación colonial o semicolonial; al norte, desarrollo de las
fuerzas productivas "hacia adentro", prolongado hacia el interior;
al sur, crecimiento tan solo de las ciudades-puertos "hacia afuera"
y hundimiento de los pueblos interiores en una olla de desesperación
y miseria. La historia enseñaba, pues, que la unión en la nación
se ligaba íntimamente con la soberanía nacional y con el progreso
económico social.
También en este terreno, Ugarte da la pelea a partir de 1901 con
su artículo "El peligro yanqui". Allí sostiene que "la política
exterior de los Estados Unidos tiende a hacer de la América Latina
una dependencia y extender su dominación en zonas graduadas que
se van ensanchando primero con la fuerza comercial, después con
la política y por último con las armas. Nadie ha olvidado que el
territorio mexicano de Texas pasó a poder de los Estados Unidos
después de una guerra injusta". Esta bandera antimperialista, enarbolada
por primera vez a principios de siglo, será divisa de combate durante
cinco décadas. Apenas durante dos o tres años —con motivo de la
Política de Buena Vecindad de F. D. Roosevelt— Ugarte sosegará sus
ataques al vecino del Norte, pero el resto de su vida entregará
a esa causa sus mejores esfuerzos: recorriendo América Latina acusando
al invasor, defendiendo a la Revolución Mexicana ante los ataques
armados y las campañas internacionales de desprestigio, apoyando
al APRA en su época antimperialista, constituyéndose en portavoz
de Sandino en Europa, solidarizándose con Perón en la Argentina.
Sus manifiestos publicados en todos los diarios latinoamericanos
y europeos harán época y ya desde la Asociación Latinoamericana
de Buenos Aires o desde la revista Monde en París, su palabra no
cesará en favor de su América Latina escarnecida. La presión imperialista
se agudizará a veces — especialmente durante las dos guerras mundiales—
y cuando la mayoría de los intelectuales latinoamericanos se pliegan
al bando aliado, en defensa de sus propios amos, Ugarte insiste
tozudamente: "No tengamos vocación de tropa colonial. Iberoamérica
para los iberoamericanos".
Su concepción antimperialista se ha forjado en las intervenciones
norteamericanas en Centroamérica, especialmente en la guerra cubano-española,
y hacia el imperialismo norteamericano enfila él preferentemente
su artillería ideológica. Sin embargo, es erróneo imputarle desconocimiento
del imperialismo inglés, al que visualiza ya en 1910 en El porvenir
de la América Española. También en el diario La Patria publicado
en Buenos Aires en 1916 Ugarte libra una dura campaña contra Inglaterra,
condenando la acción antiprogresista cumplida por el ferrocarril
británico y reiterando la necesidad de desarrollar industrias nacionales
para poner fin a las importaciones en su mayoría inglesas. Más tarde
continuará combatiendo contra ambos imperialismos o los castigará
conjuntamente bajo el rótulo de "imperialismo anglosajón", aunque
siempre considerará más peligroso al joven y avasallante imperialismo
norteamericano "que constantemente presiona sobre México, nuestro
rompeolas, amenazando inundar todo el sur".
El pensamiento de Ugarte —en tanto tiene como pivotes centrales
la unificación latinoamericana y la lucha contra el imperialismo—
se emparenta con el de otros ensayistas de su época: Vargas Vila,
Blanco Fombona o José E. Roció. Pero hay un rasgo muy singular que
caracteriza su enfoque y que explica, en definitiva, el silenciamiento
de sus ideas. Mientras el latinoamericanismo y el antimperialismo
en Vargas Vila o Blanco Fombona se nutren de una concepción liberal,
por momentos anárquica, con fuertes dosis de positivismo e incluso
ribetes aristocratizantes y mientras en Rodó adquieren perfiles
netamente reaccionarios al acantonarse en el espiritualismo de Ariel
frente a "la brutalidad del maquinismo", en Ugarte esas ideas aparecen
vinculadas a una ideología avanzada: el socialismo. De allí la peligrosidad
de su prédica que la clase dominante argentina percibió y su respuesta,
colocando a Ugarte en el Index durante tantas décadas. Porque se
podrá decir que hay épocas de su vida en que Ugarte abandona las
reivindicaciones socialistas, se podrá argumentar también que su
socialismo adopta generalmente un tono reformista, socialdemócrata,
pero no se puede negar que Ugarte fue uno de los primeros —o quizás
el primero en América Latina y en el Tercer Mundo— que intentó ensamblar
liberación nacional (antimperialismo y unificación) con socialismo.
En el 900, cuando muchos marxistas europeos pretendían justificar
el colonialismo, cuando en la Argentina los socialistas consideraban
traidor a quien se titulaba "patriota", Ugarte armaba una mezcla
explosiva combinando diversas dosis de socialismo y nacionalismo
latinoamericano intentando hallar solución al grave dilema a que
se hallaba enfrentado.
Pero ¿de qué modo llega Ugarte al socialismo y cómo intenta armonizar
con él esa conciencia latinoamericana y antimperialista que ha adquirido
poco tiempo atrás?
Deslumbrado por los discursos de Jean Jaures, Ugarte elige el camino
del socialismo a principios de siglo; "Nacido en el seno de una
clase que disfruta de todos los privilegios y domina a las demás,
me he dado cuenta, en un momento de mi vida, de la guerra social
que nos consume, de la injusticia que nos rodea, del crimen colectivo
de la clase dominante y he dicho, rompiendo con todo lo que me podía
retener: yo no me mancho las manos. Yo me voy con las víctimas".
En esta decisión no subyace tan sólo una motivación moral sino también
la certeza de que el socialismo es una verdad científica, que su
doctrina encierra las leyes del desenvolvimiento histórico de la
humanidad: "Los socialistas de hoy no somos enfermos de sensibilidad,
no somos dementes generosos, no somos iluminados y profetas que
predicamos un ensueño que está en contradicción con la vida, sino
hombres sanos, vigorosos y normales que han estudiado y leído mucho,
que han desentrañado el mecanismo de las acciones humanas y conocen
los remedios que corresponden a los males que nos aquejan. . . Vamos
a probar primero que el socialismo es posible, segundo, que el socialismo
es necesario".
Habitual concurrente a las reuniones de la Casa del Pueblo de París,
el escritor argentino se sumerge en el estudio de las nuevas ideas.
Desde un punto de vista, ellas resultan, para él, el desarrollo
y remate lógico de su liberalismo revolucionario que lo ha llevado
a admirar a Robespierre y a los sans-culottes: libertad, igualdad
y fraternidad, no restringidas al usufructo exclusivo de la burguesía
sino extensivas a toda la humanidad. Desde otra óptica, le revelan
el trasfondo económico del mundo político, jurídico, cultural y
religioso liberándolo de la chirle mitológica liberal. Si bien lee
algunos textos clásicos, no cimenta su formación ideológica directamente
en Marx y Engels, sino más bien en lecturas y conferencias de divulgación
al uso de la socialdemocracia francesa de entonces. Así, su pensamiento
se acostumbra al empleo de los principios fundamentales del marxismo,
aunque sin caer jamás en estridencia ni petardismo alguno, al par
que no se somete de manera incondicional ni a las citas de Marx
y Engels ni a dogma alguno —ni de doctrina ni de método— sino que,
paradojal consecuencia del Revisionismo reaccionario, intenta elaborar
frente a cada problema una respuesta original, creadora.
Mientras
sus compañeros del Partido Socialista de la Argentina optan por
la fácil solución de aferrarse al Manifiesto: "Los obreros no tienen
patria", escrito para países donde la cuestión nacional ya ha sido
resuelta y no se hallan sujetos a la dominación imperialista, Ugarte,
sin muñirse siquiera de las armas que el mismo Marx le brindaba
en sus escritos sobre Irlanda por ejemplo, sin poder valerse de
los aportes que recién años más tarde harán Lenin y Trotfki, intenta
entroncar las reivindicaciones nacionales latinoamericanas con el
socialismo. La historia lo coloca ante un difícil desafío y si bien
no logra resolver plenamente la ecuación es cierto que sus aproximaciones
resultan correctas. Marx no había comprendido a Bolívar y éste nada
sabía de socialismo, pero ahora, en el cruce de dos caminos, alguien
venía a enriquecer al socialismo intentando otorgarle una óptica
latinoamericana y a reiterar el sueño de la Patria Grande levantado
por el Libertador a través de una organización social superior.
Al convertirse al socialismo, Ugarte se pregunta si éste no resulta
incompatible con su antimperialismo, con su nacionalismo latinoamericano.
Si los obreros no tienen patria y el internacionalismo proletario
es una de las banderas mayores de los socialistas, ¿cómo compaginar
esa verdad con aquella otra descubierta poco antes, de la fragmentación
de la nación latinoamericana y su vasallaje? Las respuestas se van
abriendo paso: Si el socialismo es la bandera de justicia levantada
por la clase oprimida al lanzarse al ataque contra la clase opresora,
¿qué incompatibilidad puede existir para que esa misma bandera sea
levantada por los pueblos oprimidos contra los grandes imperios?
Si el socialismo no sólo es el necesario resultado del desarrollo
histórico, sino un ideal de justicia, ¿acaso habrá que abandonarlo
para defender un mismo ideal de justicia, el de los pueblos explotados?
Y en su primer artículo acerca del "Peligro yanqui", ya demuestra
la posibilidad de enlazar las banderas aparentemente contrapuestas:
"Hasta los espíritus más elevados que no atribuyen gran importancia
a las fronteras y sueñan con una completa reconciliación de los
hombres, deben tender a combatir en la América Latina la influencia
creciente de la América Sajona.
Carlos Marx ha proclamado la confusión de los países y las razas,
pero no el sometimiento de unas a otras". En otras palabras, Marx
ha predicado el internacionalismo pero cuando una gran nación se
lanza a engullirse a una pequeña, el internacionalismo proletario
no puede justificar en modo alguno un silencio y una inacción cómplices.
El nacionalismo tiene carácter reaccionario cuando resulta la expresión
avasallante del capitalismo en función conquistadora de colonias,
pero tiene un carácter progresivo en las colonias y semicolonias
donde la reivindicación primaria es la liberación nacional. Asimismo,
argumenta que los socialistas deben asumir decididamente la lucha
antimperialista pues, al no hacerlo, favorecen la expansión imperialista
lo que significa ayudar a consolidar al capitalismo como sistema
mundial: "Asistir con indiferencia a la suplantación sería retrogradar
en nuestra lenta marcha hacia la progresiva emancipación del hombre.
El estado social que se combate ha alcanzado en los Estados Unidos
mayor solidez y vigor que en otros países. La minoría dirigente
tiene allí tendencias más exclusivistas y dominadoras que en ninguna
otra parte. Con el feudalismo industrial que somete una provincia
a la voluntad de un hombre, se nos exportaría además el prejuicio
de las razas inferiores. Tendríamos hoteles para hombres de color
y empresas capitalistas implacables. Hasta considerada desde este
punto de vista puramente ideológico, la aventura sería perniciosa.
Si la unificación de los hombres debe hacerse, que se haga por desmigajamiento
y no por acumulación. Los grandes imperios son la negación de la
libertad". Un año después, en 1902, retoma el asunto y afirma con
mayor claridad: "En las épocas tumultuosas que se preparan, el imperialismo
alcanzará su tensión extrema. Es lo propio de todos los sistemas
que decaen: antes de morir, hacen un esfuerzo y muestran un vigor
que, a veces, no tuvieron en sus mejores años. Pero este sistema
condenado por los filósofos y destinado a desaparecer fatalmente,
puede tener una agonía más o menos larga durante la cual pondrá
en peligro quizá la homogeneidad de nuestro grupo etnológico. Y
a pesar de los ideales internacionales que se afirman cada vez con
mayor intensidad, fuerza será tratar de mantener las divisiones
territoriales. Los renunciamientos serían nocivos a la buena causa
porque sólo conseguirían acrecer la omnipotencia de las naciones
absorbentes. Además, en las grandes transformaciones futuras, la
justicia reconciliará primero a los ciudadanos dentro de la patria
y después, a las patrias dentro de la humanidad". Luego agrega:
"Los Estados Unidos continuarán siendo el único y verdadero peligro
que amenaza a las repúblicas latinoamericanas. Y a medida que los
años pasen iremos sintiendo más y más su realidad y su fatalismo.
Dentro de veinte años, ninguna nación europea podrá oponerse al
empuje de esa enorme confederación fuerte, emprendedora y brutal
que va extendiendo los tentáculos de su industria y apoderándose
del estómago universal hasta llegar a ser el exportador único de
muchas cosas. . . Entre los peligros que la acechan, el mayor, el
que sintetiza a todos los demás, es la extraordinaria fuerza de
expansión de la gran República del Norte que como el Minotauro de
los tiempos heroicos exige periódicamente un tributo en forma de
pequeñas naciones que anexa a su monstruosa vitalidad".
Tiempo después sostiene: "La derrota de los latinos en América marcaría
un retroceso del ideal de solidaridad y un recrudecimiento del delirio
capitalista que haría peligrar el triunfo de los más nobles propósitos…
No es posible olvidar que, según previsiones autorizadas, Norteamérica
será quizá el último baluarte del régimen que decae. El egoísmo
general tiene allí raíces más profundas que en ningún otro país.
Por eso es doblemente justo defender esa demarcación de la raza.
Al hacerlo, defendemos la bandera del porvenir, el ensueño de una
época mejor, la razón de nuestra vida". Este "doblemente justo"
de Ugarte revela, a principios de siglo, una enorme lucidez porque
viene a anticipar que la revolución nacional en los países atrasados
resulta progresiva no sólo porque significa el punto de partida
de un proceso transformador en ese mundo atrasado y colonizado sino
porque debilita al imperialismo reintroduciendo la crisis en el
gran país capitalista y creando posibilidades socialistas, hasta
ese momento neutralizadas por las jugosas rentas coloniales que
moderan los antagonismos de clases.
Al convertirse al socialismo, Ugarte no abandona pues sus ideales
latinoamericanos y antimperialistas. Por el contrario y paradojalmente,
los consolida. Su noción acerca del imperialismo resulta ahora más
correcta que la sostenida en general por luchadores antimperialistas
de posiciones nacional-democráticas. Así, por ejemplo, no sólo contempla
la posibilidad de las intervenciones militares tan comunes en Centro
América, sino también la subordinación semicolonial. Ya en 1901
afirma que "no debemos imaginarnos el peligro yanqui como una agresión
inmediata y brutal. . . sino como un trabajo de invasión comercial
y moral que se irá acreciendo con conquistas sucesivas. . . Los
asuntos públicos están en los grandes países en manos de una aristocracia
del dinero formada por grandes especuladores que organizan trusts
y exigen nuevas comarcas donde extender su actividad. De ahí el
deseo de expansión..." Luego redondea esa concepción y sostiene:
"No es indispensable anexar un país para usufructuar su savia. Los
núcleos poderosos sólo necesitan a veces tocar botones invisibles,
abrir y cerrar llaves secretas, para determinar a distancia sucesos
fundamentales que anemian o coartan la prosperidad de los pequeños
núcleos. La infiltración mental, económica o diplomática puede deslizarse
suavemente sin ser advertida por aquellos mismos a quienes debe
perjudicar porque los factores de desnacionalización no son ya como
antes el misionero y el soldado sino las exportaciones, los empréstitos,
las vías de comunicación, las tarifas aduaneras, las genuflexiones
diplomáticas, las lecturas, las noticias y hasta los espectáculos".
Este entronque entre socialismo y nacionalismo latinoamericano le
valdrá a Ugarte la maldición de la lúcida oligarquía argentina.
Pero también el vituperio de sus compañeros de partido para quienes
toda reivindicación nacional es motejada de "burguesa" y por ende,
reaccionaria. Sin embargo, Ugarte diferencia claramente el significado
que adquiere el nacionalismo en los países atrasados del que asume
en aquellas grandes naciones europeas o en Estados Unidos. Así,
por ejemplo, proclama la necesidad de una conciencia nacional latinoamericana,
pero afirma en El Tiempo que los conservadores franceses como Barres
"al reclamar una conciencia nacional, están pidiendo un lazo de
complicidades que ayude a subir la cuesta a los sectores reaccionarios".
Asimismo, en la época en que reitera tozudamente la necesidad insoslayable
de un nacionalismo latinoamericano, lanza una fuerte andanada contra
el nacionalismo francés: "El nacionalismo es el pasado en todo cuanto
tiene de más inaceptable, de más oscuro, de más primitivo.
Es el atavismo mental de la hora que ruge su sangriento egoísmo
en santa ley, es la barbarie dorada de las monarquías, es la confiscación
de la intelectualidad, es la tiranía del acero. De ahí que está
en contradicción con las doctrinas de paz y de concordia de los
nuevos partidos populares y de ahí que existe entre el nacionalismo
y el socialismo un inextinguible estado de guerra que durará hasta
que uno de ellos sea devorado por el otro".
Confusamente, de una manera aproximativa y con el lastre de su reformismo
socialdemócrata, Ugarte alcanza así a sostener posiciones que, pese
a su lenguaje cauto y moderado, lo colocan muy a la izquierda de
sus compañeros socialistas de la Argentina y de muchos de la II
Internacional. Respecto a estos últimos, mientras él condena desde
los diarios parisinos toda aventura colonial y mantendrá hasta su
muerte una dura campaña en favor de los países sojuzgados por los
grandes imperios, abundan los socialdemócratas tipo Van Kol o Bernstein
que intentan conciliar socialismo con colonialismo, como lo escucha
sorprendido el propio Ugarte en los Congresos Socialistas de Amsterdam
y Stuttgart. Del mismo modo, mientras sus compañeros argentinos
de literatura petardista enfilarán su artillería contra los movimientos
nacionales, colocándose de hecho como aliados de la clase dominante,
Ugarte contemplará con mayor simpatía al irigoyenismo y se sumará
al proceso de la revolución nacional peronista acompañando la experiencia
de las masas trabajadoras. Por supuesto que no hay en él —un intelectual
aislado— un claro planteo de apoyo a los movimientos nacionales
manteniendo una independencia política y organizativa, ni una adscripción
a la teoría de la revolución permanente de L. Trotski, pero también
es cierto que este hombre que publica sus mejores páginas entre
1900 y 1910 se orienta precisamente en esa línea sobre la cual teorizarán
luego Lenin y Trotski al sostener la progresividad histórica de
las revoluciones nacionales en los países coloniales y semicoloniales
y la obligación de los socialistas de apoyar críticamente esos procesos.
Curiosa situación la de este precursor que en la América Latina
no industrializada y casi sin obreros, intenta desplegar, a comienzos
del siglo, estas tres banderas: antimperialismo, unidad latinoamericana,
socialismo.
Con ellas ingresa al Partido Socialista de la Argentina fundado
y dirigido por Juan B. Justo, creyendo hallar allí el instrumento
político apto para luchar por ellas. Nutrido en su base por artesanos
extranjeros y en su dirección por pequeños burgueses acomodados
de mentalidad liberal, este Partido reducirá su influencia a la
ciudad de Buenos Aires y actuará, a lo largo de casi toda su historia,
como ala izquierda del conservadorismo oponiéndose frontalmente
a los movimientos nacionales. Disfrazado de fraseología socialista,
resulta una expresión conservadora de la política argentina a tal
punto que decae y se escinde en varios grupos sin importancia precisamente
en la época de desarrollo industrial con el cual se constituye la
verdadera clase obrera en la Argentina. Ugarte dirime sus armas
en ese partido e intenta vanamente reorientarlo dándole por eje
de su política la cuestión nacional. Una polémica generada en el
menosprecio con que el periódico partidario trata a Colombia, sirve
de detonante para que salgan totalmente a luz las disidencias. Ugarte
con su socialismo lindando el nacionalismo democrático, entiende
que en esa Argentina de 1913 los socialistas no deben hacer política
antimilitarista ni anticlerical, ni siquiera antiburguesa, en tanto
no se trata de un país de desarrollo capitalista autónomo y donde,
por ende, incumplidas las tareas nacional democráticas, los militares,
los sacerdotes e incluso los propietarios de medianos recursos son
posibles integrantes de un frente nacional. La dirección del Partido
Socialista que, por sobre todo se manifiesta "antinacionalista",
disimula con fuegos de artificio del lenguaje clásico ("La religión
es el opio de los pueblos", "El Ejército es el brazo arniado de
la burguesía") su oportunismo hacia la oligarquía y el imperialismo
reiterado una y otra vez en la política práctica. El "nacionalista
burgués" Ugarte se coloca en esta lid muy a la izquierda de los
"socialistas científicos y ortodoxos" que años más tarde irán del
brazo del embajador norteamericano enfrentando a la clase obrera
argentina. Pero para el desarrollo del pensamiento ugartiano la
polémica y su posterior expulsión de la organización alcanzan gran
significado porque coinciden con la debacle de la socialdemocracia
europea al desencadenarse la primera Gran Guerra. Decepcionado de
sus compañeros argentinos y de los europeos, Ugarte abandona sus
inquietudes socialistas y acantona su labor ideológica en el antimperialismo
y la unidad latinoamericana. Una vez más se acerca, sin sospecharlo,
al grupo mas revolucionario del socialismo: durante la guerra, adopta
una posición neutralista mientras los socialistas argentinos son
aliadófilos y los europeos en su mayoría caen en el belicismo apoyando
a sus respectivas patrias. Por supuesto que Ugarte no es Lenin en
Zimmerwald, pero también es cierto que su neutralismo, mantenido
contra viento y marea en una Buenos Aires furiosamente probritánica,
resulta una posición muy avanzada en la semicolonia y tan peligrosa
que lo conduce al exilio.
En sus largos años de destierro, profesa un nacionalismo democrático
que acompaña a los principales acontecimientos populares de América
Latina: la gestación y período progresista del APRA en Perú, la
Revolución Mexicana, la lucha de Sandino en Nicaragua. A partir
de 1927, en que viaja invitado a la URSS para los festejos del 10º
Aniversario de la Revolución de Octubre, se reencuentra con el socialismo
aunque sostenido ahora con menor intensidad que en sus años juveniles:
"El fin de las oligarquías latinoamericanas", "La hora de la izquierda"
y otros artículos de esa época muestran este desplazamiento que
al regresar a la Argentina en 1935 lo lleva a reingresar al Partido
Socialista. Otra vez intenta ensamblar en sus planteos la cuestión
nacional y la cuestión social y nuevamente su propósito provoca
su expulsión.
Estas idas y venidas de Ugarte en relación al socialismo, expresan
dialécticamente las dos facetas de su ideología: por un lado, el
permanente intento de dólar a su nacionalismo latinoamericano de
un cuerpo de ideas revolucionarias que permita luchar exitosamente
contra las fuerzas dominantes, como asimismo la búsqueda vaga y
confusa de la clase social que podría acaudillar esa epopeya de
la Federación Latinoamericana, esa clase que "nada tiene que perder"
y cuyo empuje es indispensable para esa ciclópea tarea; por otro
lado, las limitaciones de su formación socialdemócrata que lo desplazan
una y otra vez hacia un nacionalismo democrático, popular, por supuesto
más progresista que el seudosocialismo de Juan B.
Justo, pero insuficiente para abrir, una vertiente socialista en
el movimiento nacional. De allí también la importancia que adquiere
la adhesión de Ugarte al peronismo cuando la mayoría de los intelectuales
liberales y de izquierda militan en la vereda antipopular, pero
de ahí también la debilidad de esa adhesión que si pudo tener carácter
crítico —Ugarte le insistió a Perón en la necesidad de desarrollar
la industria pesada y renunció a su cargo condenando a la burocracia
arribista que rodeaba al Presidente— careció, en cambio, de la capacidad
para adquirir el nivel de una alternativa independiente, socialista
y latinoamericana.
Con estas limitaciones, sin embargo, Ugarte dio una orientación
en el buen camino, en medio del desconcierto y la confusión general.
Sus libros, discursos, conferencias y artículos difundiendo los
ideales bolivarianos dejaron una enseñanza a los latinos del continente
y muy especialmente a los argentinos tan proclives a desnacionalizarse.
Su batalla sin tregua contra el imperialismo también marcó un derrotero.
Además, ahí quedó para que las nuevas generaciones lo desarrollasen
y profundizasen su intento de ensamblar socialismo y nacionalismo
latinoamericano, ese singular y visionario planteo que entroncó
las revoluciones nacionales del mundo colonial con el socialismo
anticipándose así a la forma que adquirirían las principales revoluciones
de este siglo, donde ambas cuestiones —nacional y social— se han
resuelto a través de un proceso ininterrumpido donde las tareas
de ambos tipos se combinan e interrelacionan. Por esta audacia,
el autor de una cuarentena de libros, el compañero de Barbusse,
Gorki, Sinclair y Unamuno en la dirección de Monde, el estrecho
colaborador de la Revolución Mexicana y de Sandino, el íntimo amigo
de Darío, Nervo, Chocano y tanto otros de renombre mundial, el solitario
precursor de la izquierda nacional latinoamericana, permaneció silenciado
durante tantos años. Ahora, al revisar sus ideas, asombra su lucidez
y al mismo tiempo lastima nuestro atraso pues los grandes problemas
sobre los cuales él meditó largamente aún están allí, sin resolver.
Las ideas de Ugarte se incorporan, pues, necesariamente al pensamiento
de la Patria Grande en gestación y en ellas encontrarán seguramente
las nuevas generaciones sugerencias y planteos hacia los cuales
habrá que volver una y otra vez en la marcha hacia ese futuro luminoso
que el pueblo latinoamericano busca desde 1810.
N. G.
 Biografía
de Manuel Ugarte
Imagen: Ugarte en 1920
Manuel Ugarte nació en la ciudad de Buenos Aires el 27 de febrero
de 1875 en un hogar de buena posición económica. Sus estudios los
realizó en el Colegio Nacional de Buenos Aires.
A los 15 años comenzó a escribir sus primeros trabajos y se convirtió
en un ávido lector, su familia le costeaba la edición de sus primeros
trabajos de poesía, esta incursión le permitió tomar contacto con
los más destacados literatos de la generación del 80.
Como muchos de los argentinos de buen pasar, partió en 1897 hacia
París para continuar sus estudios, mejoró su francés y también aprendió
italiano e inglés. Asistió a cursos de sociología y filosofía, pero
aquellos jóvenes argentinos dedicaban gran parte de su tiempo a
la diversión y especialmente a las mujeres.
En Europa vivió de cerca el caso Dreyfuss, tema sobre el cual escribió
comenzando su acercamiento a los temas políticos, ese mismo año,
1898, Estados Unidos interviene en Cuba, provocando el repudio de
muchos latinoamericanos entre ellos el de Manuel Ugarte. Por esos
años, empezó a mostrar interés por los temas sociales en general
y su acercamiento al socialismo, que tenía a Jean Jaurés como una
de la figuras de mayor prestigio.
Desde París, Manuel Ugarte se trasladó a Nueva York, en esa ciudad
percibió con total claridad el impulso expansionista que predominaba
en la clase política norteamericana, que tenía a América Latina
como principal objetivo de conquista.
Manuel Ugarte estudió la historia norteamericana y descubrió como
fue ganando territorio a costa de otras potencias y países vecinos,
pero lo que era más grave, detectó que ese apetito por más territorio,
lejos estaba de haber sido saciado.
Paradójicamente fue en los Estados Unidos donde Manuel Ugarte consolidó
las dos columnas de su ideología, por un lado un fuerte antimperialismo
y por el otro la necesidad de consolidar la unidad latinoamericana.
En el tiempo que estuvo se dedicó a recorrer una buena cantidad
de ciudades norteamericanas, donde pudo verificar el tratamiento
que recibían las clases y razas empobrecidas, junto a la hipocrecía
doctrinaria que predicaba una igualdad que nunca aplicaba en los
hechos.
Manuel Ugarte recorrió la frontera de México con los Estados Unidos
para corroborar el accionar expansionista de los norteamericanos,
también recorrió ciudades mexicanas y de regreso a Europa hizo una
escala en La Habana.
Al retornar a París, abrazó fervientemente la causa del socialismo,
al que llegó por su admiración por Juan Jaurés, esta ideología lo
acercará al sufrimiento de la clase obrera, pero en ningún momento
entrará en contradicción con su profundo nacionalismo latinoamericano.
En 1901 aparece su primer libro que contenía varios relatos, se
llamó "Paisajes parisienses", donde podía apreciarse su preocupación
social, su vida bohemia, y también los amores de las muchachas del
Moulin Rouge y los estudiantes residentes en París.
Se relacionó con escritores latinoamericanos, con los que entabló
amistad, tal los casos de Rubén Darío y Amado Nervo. Ugarte fracasó
en el intento de acercar a Darío a los temas sociales y políticos.
En 1901 se publicó en Buenos Aires su artículo "El peligro yanqui",
aquí se denunciaban las intervenciones de los Estados Unidos, por
ejemplo anexando territorio mexicano, pero también alertaba sobre
el dominio cultural y económico que muchas veces jugaba un papel
tan letal como la misma invasión armada.
Veinte días después en el mismo periódico "El País" apareció otro
artículo suyo, al que tituló "La defensa latina". Esta vez para
predicar la unidad de América Latina y la conformación en ese marco,
de los Estados Unidos del Sur, que fue un objetivo permanente de
su prédica latinoamericanista.
En 1902 apareció su segundo libro: "Crónicas del boulevard", prologado
por Rubén Darío, son relatos que había publicado en el último tiempo,
mezclando temas frívolos con sus ideas sociales de avanzada.
Su tercer libro "Cuentos de la pampa", es su primer trabajo dedicado
a la realidad argentina, que hasta el momento casi había estado
ausente de su obra, el libro es una descripción de lugares y personas
que habían quedado grabadas en los recuerdos de su país, del que
estaba alejado físicamente.
El Partido Socialista de la Argentina tenía un gran componente inmigratorio,
conformado por obreros e intelectuales que debieron emigrar de sus
respectivos países, esta agrupación política bajo la dirección de
Juan B. Justo nunca llegó a comprender la realidad nacional, a la
cuál terminó despreciando o colocándose irremediablemente en contra
de las masas populares.
Cualquier intento de incluir en el Partido ideas nacionales era
fuertemente rechazado y concluía con la expulsión o el retiro de
los herejes, en 1900 se retiraron Leopoldo Lugones y José Ingenieros,
en 1913 Manuel Ugarte y en 1915 Alfredo Palacios, aunque este último
retornó más adelante.
Ugarte regresó a su país en agosto de 1903 y se vinculó de inmediato
al Partido Socialista, en particular con José Ingenieros y Alfredo
Palacios. Estos jóvenes junto a Leopoldo Lugones conformaban un
ala dentro del partido que se destacaba por su carácter combativo
que contrastaba con el conservadorismo característico de Juan B.
Justo y que tiñó al partido a lo largo de muchos años.
Al ingresar al Partido Socialista su militancia le absorbió gran
parte de su tiempo, se dedicó con alma y vida a la difusión de su
ideario, participa de actos y conferencias, intercambia opiniones
con sus correligionarios. Pero la literatura también continuó siendo
parte importante de su vida, colaboró con uno de los mejores novelistas
del país, Manuel Gálvez del que fue un gran amigo.
Manuel Ugarte fue uno de los sostenedores de la candidatura a diputado
de Alfredo Palacios, convertido en 1904 en el primer diputado socialista
de América.
En marzo de 1904, Ugarte retornó a Europa, había sido designado
por el partido como delegado al Congreso de la Internacional Socialista
de Amsterdam.
A todo esto dos nuevos trabajos literarios conocieron la luz, "Novela
de las horas y los días" y "Visiones de España".
En el Congreso Socialista de Amsterdam, una de las discusiones se
centró en si los socialistas debían colaborar con los gobiernos
burgueses, otro tema más importante fue la posición del socialismo
ante el colonialismo, Ugarte pudo comprobar como un delegado, el
holandés, defendía al colonialismo, no obstante, la declaración
final del Congreso repudió al imperialismo y al colonialismo. La
prensa oligárquica de la Argentina criticó a Ugarte porque "...
ha presentado a la Argentina como país atrasado en el cual la vida
del trabajador es penosa por falta de libertad y protección del
estado. La actitud de Ugarte no puede ser más antipatriótica"
Al regresar a París aparecía un nuevo libro, esta vez titulado "Mujeres
de París", mientras tanto, seguía publicando notas en diversos periódicos.
Desde Buenos Aires le llegó en 1906, una propuesta para presentarse
como candidato a diputado del Socialismo, pero Ugarte no aceptó
la postulación, señalando que por haber nacido en una familia burguesa
debía servir a la clase obrera en calidad de soldado y no como jefe,
si bien aceptaba la inclusión de algunos intelectuales entre los
candidatos, propugnaba que sean los propios obreros quienes ocuparan
las listas del socialismo.
Su próximo trabajo fue el libro "El arte y la democracia" , una
recopilación de artículos perodísticos. Poco tiempo después editó
"Una tarde de Otoño, sinfonía sentimental", obra intimista, alejada
del fragor de la lucha política.
Ugarte publica en 1906 una antología de autores latinoamericanos
que tuvo el nombre de "La joven literatura hispanoamericana". La
intención era hacer conocer a Europa a los escritores americanos,
así incluyó trabajos de Rubén Darío, Ricardo Rojas, Alfredo Palacios,
Leopoldo Lugones, Rufino Blanco Fombona, José Enrique Rodó y varios
más.
A continuación fue la hora de "Enfermedades sociales" donde criticaba
al racismo, la burocracia, el individualismo, la superstición, y
otros males sociales de acuerdo la visión de Manuel Ugarte.
A medida que ahondaba su compromiso social y nacional, encontraba
puertas cerradas, el diario La Nación se negaba a publicar su artículo
titulado "Las razones del arte social", donde abogaba por el compromiso
del artista, alegando que aquellos que querían mantener el arte
puro, también asumían una definición política.
En 1907, Ugarte participó de otro Congreso de la Internacional Socialista,
esta vez en Stuttgart, que contó con la presencia de Lenín, Rosa
Luxembugo, Jean Jaurés, Kautsky, Plejánov, entre otros.
El Congreso tiene dos importantes temas a tratar, la posición ante
una posible guerra mundial y la actitud ante el colonialismo.
En ambos temas se vislumbró la decadencia de la socialdemocracia
europea, que asumiendo posiciones nacionalistas de sus respectivos
países imperialistas, dejó de ser consecuente con el antiimperialismo
y el anticolonialismo. Van Kol, un holandés, llegó a afirmar: "En
circunstancias determinadas, al política colonial puede ser obra
de civilización". Pero no es el único, cada vez los socialistas
eran más parecidos a los burgueses de sus respectivos países.
1908 fue el año de la aparición de otro de los tantos libros, su
nombre esta vez era "Burbujas de la vida", poco después se conoció
"Las nuevas tendencias literarias". En estos últimos libros realizó
una abierta defensa de la cultura nacional, y cuestionaba el internacionalismo
intelectual como forma de paralizar la creación artística de América
Latina.
La casa de Manuel Ugarte en París se convirtió en el lugar obligado
de visita de la inmensa cantidad de intelectuales latinoamericanos
de visita en la ciudad.
Luego del Congreso de Stuttgar, Ugarte profundiza el tema de la
cuestión nacional, este tema lo alejará de la conducción del socialismo
argentino. El tema central de este asunto era diferenciar claramente
el patriotismo de un país central que deviene en imperialista y
el mismo en naciones débiles como lo son las latinoamericanas, que
es el único escudo para defenderse de la intromisiones extranjeras.
Para Manuel Ugarte el socialismo en Latinoamérica debía tener un
gran componente nacional que opusiera resistencia a los imperialismos
anglosajones.
En 1909 se desató una crucial polémica dentro del Partido Socialista
de la Argentina, Manuel Ugarte fue atacado desde las páginas de
La Vanguardia, también lo fue Alfredo Palacios por sostener que
el internacionalismo socialista no debía excluir la cuestión nacional,
además ese mismo año aparecía el libro "Teoría y práctica de la
Historia" de Juan B. Justo donde defendía las ideas más reaccionarias,
como el librecambismo y el carácter civilizador del imperialismo
en casos como el de Puerto Rico, anexado por los Estados Unidos.
Ugarte concluyó su ensayo "El porvenir de la América Española",
hacía algunos meses que se había radicado en Niza por razones de
salud, pero en marzo de 1910 regresó a París, donde dio a conocer
"Cuentos argentinos".
En 1910 se realizó un nuevo congreso de la Internacional Socialista
en Copenhague, pero esta vez el PS de la Argentina envía a Juan
B. Justo, en vez de designar a Ugarte que se encontraba en Europa,
este hecho muestra el recelo de la conducción del partido hacia
las ideas nacionales de Manuel Ugarte.
Su producción literaria fue profusa, en 1910 y 1911, edita los libros:
"Letras y letrados de Hispanoamérica", "La evolución política y
social de Hispanoamérica", "Los cantos de la prisión y el destierro"
y "Los estudiantes de París".
Pero su obra política más importante de esos años fue "El porvenir
de la América Española", a pesar de estar alejado desde hace tiempo
de América, su pensamiento arraigaba en las tradiciones democráticas
y revolucionarias el continente, sus ideas se encontraban entre
las más lúcidas del momento, no sólo logró desentrañar el carácter
destructivo del imperialismo para los países hispanoamericanos,
también vislumbró el carácter reaccionario jugado por las oligarquías
nativas asociadas al capitalismo extranjero. Comparaba las dos Américas
y concluye que sólo la Unión de los pueblos del sur les permitirá
hacer frente a las grandes potencias que tienen sus apetencias sobre
estas naciones.
Además realizó una serie de propuestas para terminar con la situación
semicolonial, como la nacionalización de los servicios esenciales,
distribución de la tierra y liquidación de los latifundios, defensa
de la cultura nacional.
En tanto La Vanguardia, el órgano socialista, salió al cruce del
libro de Ugarte señalando "Muchos han venido agitando la opinión
del peligro yanqui. Pero los pueblos no los han escuchado... Y si
la propaganda alarmista no encuentra eco en ellos debe ser porque
el peligro no existe". Nuevamente el socialismo argentino salía
a defender al imperialismo con una frase contundente: "Tenemos motivos
para creer que la intervención o conquista de las repúblicas de
Centro América por los Estados Unidos puede ser de beneficios positivos
para el adelanto de las mismas".
Junto al "Porvenir de la América Española" surge la idea de realizar
una gira por todo el continente para la difusión de las propuestas
desarrolladas en el libro. El 29 de octubre de 1911 comenzó su recorrido
por América Latina en el deseo de tomar contacto con una realidad
y un pueblo a los que había defendido con la pluma.
Su primer destino fue La Habana, su primera impresión fue la influencia
norteamericana en la isla, su moneda era el dólar, con una gran
cantidad de comerciantes yanquis. Cuba estaba bajo el dominio norteamericano,
Ugarte puede verificar como las clases acomodadas de Cuba colaboraban
con los invasores, en tanto que los humildes desconfiaban de la
presencia gringa.
Realizó varias conferencias, recibió los ataques de los sectores
al servicio de los intereses norteamericanos, Ugarte responde: "No
hemos conquistado la libertad para renunciar a ella en favor a otros
pueblos..." Se refería al intento de los Estado Unidos en reemplazar
a España en su dominación de la isla caribeña.
La presencia de Manuel Ugarte en Cuba provoca el resurgimiento de
sectores estudiantiles y populares que bregaban por la definitiva
independencia cubana con una visión de integración Latinoamericana.
El próximo destino el México revolucionario, donde se entrevistó
con el presidente Francisco Madero, pero se desilusionó por su escaso
interés en rozar intereses norteamericanos.
Ugarte también tuvo inconvenientes para realizar sus conferencias
en México, algunos empresarios se negaron a alquilar sus locales
y teatros; el gobierno y el congreso analizaron la posibilidad de
prohibir sus conferencias, presionados por los norteamericanos.
Pero una movilización de los estudiantes, obligó a Manuel Ugarte
a salir al balcón del hotel y pronunciar una improvisada alocución.
Un diario mexicano titulaba: "Dos gobiernos contra un sólo hombre"
y comentaba en su interior: "Los Estados Unidos tienen medio de
la palabra vibrante del poeta argentino Manuel Ugarte. El gobierno
de México ayuda al embajador norteamericano a poner obstáculos para
lograr que Ugarte no hable". En tanto un diario norteamericano informaba
que la embajada argentina en México también estaba presionando para
callar a Ugarte.
Finalmente luego de varias, idas y venidas, Ugarte logró dar su
conferencia en un teatro, con gran cantidad de gente que no pudo
ingresar por encontrase abarrotado, en su exposición volvió a denostar
al imperialismo y abogar por la Unidad de América Latina.
En febrero de 1912 llegó a Guatemala donde el Ministro de Relaciones
Exteriores le indicó que podía exponer sobre literatura, pero no
podía realizar discursos contra los Estados Unidos, la justificación
estaba dada en que se esperaba, en poco tiempo. la visita del Ministro
de Relaciones Exteriores norteamericano, Philander Knox.
En razón de la prohibición de realizar sus conferencias en Guatemala
se dispuso a partir rumbo a San Salvador, pero le avisan que como
en ese país se encontraba de gira el Sr. Knox, no podía aceptarse
su arribo. Hasta el embajador argentino hizo gestiones para que
Ugarte no pudiera continuar con su gira.
Por fin pudo dirigirse a Honduras, donde sí le permiten realizar
sus discursos: "...lo que he venido reclamando sin tregua, ha sido
justicia para las repúblicas hermanas que se ahogan bajo la avalancha
del imperialismo..."
Luego que Knox abandonó El Salvador, se permitió la visita de Manuel
Ugarte, donde fue recibido por una cálida manifestación de apoyo
a sus ideas, tanto estudiantes como obreros concurrieron a su exposición.
Pero a poco de estar el presidente Araujo prohibió su conferencia
cuyo tema era "América Latina ante el imperialismo". La juventud
manifestó para que se levante la prohibición, este reclamo tiene
éxito y se realiza la disertación en la Federación Obrera.
El próximo destino fue Nicaragua, país al que el imperialismo norteamericano
tenía absolutamente sometido, las aduanas se encontraban en manos
de funcionarios yanquis, los puertos nicaragüenses habían sido bombardeados
por los marines. Ni bien llegó Ugarte el jefe de policía le expresó
que no podía ingresar al país.
Las tropas norteamericanas ocupaban las principales ciudades nicaragüenses,
bajo el pretexto de cobrar la deuda externa. Se realizaban colectas
populares para poder hacer frente a la deuda y lograr la independencia
del país.
Ante la imposibilidad de ingresar a Nicaragua, Ugarte se valió de
los obreros portuarios para hacer llegar un mensaje a su pueblo:
"Al cerrar la puertas del país al escritor de la misma raza que
habla la misma lengua y que defiende los intereses comunes de los
latinos del Nuevo Mundo, después de haber recibido poco menos que
de rodillas al representante de la nación conquistadora, el gobierno
ha puesto en evidencia los compromisos que lo ligan con el extranjero".
Luego llega a Costa Rica, donde también tiene dificultades, realiza
declaraciones a un periódico pero por la intervención del gobierno
no son publicadas, pero como compensación una entusiasta manifestación
lo recibe. En Costa Rica puede realizar su conferencia, pero la
manifestación que lo sigue intenta ser disuelta por la policía.
Esta recorrida por América Latina llena de problemas reafirman en
él su antiimperialismo norteamericano y su convicción en la necesidad
imperiosa de unión de esos países del continente, a su vez se distancia
de las ideas socialistas a las que ve un tanto alejadas de la realidad
de esta región, no obstante lo cual, siempre fue un defensor decidido
de los derechos obreros.
Luego de Costa Rica decidió llevar su palabra también a los Estados
Unidos, donde no ahorró críticas a la política imperial de ese país,
las anexiones de los estados mexicanos, la invención de la República
de Panamá separándola de Colombia, para poder adueñarse del Canal,
el empréstito oprobioso a Nicaragua, cada una de las tropelías norteamericanas
fueron recordadas por Manuel Ugarte en el seno del gigante imperial.
Su próximo objetivo fue Panamá, país inventado por los intereses
estadounidenses, se entrevistó con el presidente, quién le reconoció
su imposibilidad de fijar las políticas nacionales porque toda la
economía estaba en manos norteamericanas.
El siguiente destino fue Venezuela, donde fue recibido por el fervor
de manifestaciones populares, se emocionó ante la tumba de Bolívar,
y volvió a llamar a seguir el camino iniciado por los libertadores
San Martín y el mismo Bolívar.
Llegó a Colombia en noviembre de 1912, fue recibido con mucho entusiasmo
en las varias ciudades que visitó. En Bogotá convocó a 10.000 personas.
Ecuador también le brindó una cálida recepcióne, en el teatro de
Guayaquil ante 3000 concurrentes les grita su fórmula de rigor:
"Unámonos". Ese mismo reclamo se escuchó en Quito junto a otro que
decía "América Latina para los Latinoamericanos".
En Perú colocó flores ante los monumentos de Bolívar y San Martín.
Casi 4.000 personas se reunieron para escucharlo. Aquí explicó que
su nación es América Latina y que si uno de los países que la integran
se encuentra en peligro, todos lo estaban.
Ante el cambio de gobierno en los Estados Unidos, Wilson asume en
reemplazo de Taft, Manuel Ugarte dio a conocer una Carta Abierta
al Presidente de los Estados Unidos que es un largo enunciado de
los desbordes imperialista efectuados por ese país en los últimos
años. Sin hacerse esperanza, sabía que más allá de los partidos
políticos existía un sistema que no iba a cambiar por la voluntad
de algunas personas.
La declaración adquiere una gran repercusión en América, aunque
los medios periodísticos pro-imperialistas como El Mercurio de Chile
intentaron desvirtuar su prédica, ese diario atacó el texto de Ugarte.
En esos momentos le llegó el ofrecimiento de un grupo de socialistas
argentinos para ser candidato a senador, pero lo rechazó, sus diferencias
con la conducción del Partido Socialista se habían agudizado y consideraba
incorrecto aceptar un lugar desde donde debía defender ideas contrarias
a sus convicciones.
En Bolivia se vio reconfortado por el espíritu nacional que imperaba
en ese digno y sufriente país. En su discurso en La Paz fue interrumpido
por numerosas ovaciones de un público enfervorizado. El embajador
norteamericano lo criticó duramente y Manuel Ugarte sin dudarlo
le envía los padrinos para batirse a duelo, la intervención del
embajador argentino, evitó el lance.
Llegó a Chile luego de los agravios de la prensa reaccionaria chilena,
el clima era tenso hacia su persona, no obstante lo cual obtiene
una gran repercusión entre los sectores populares.
Por fin se hizo la hora de regresar a su país, al llegar a Buenos
Aires, sólo unos pocos amigos lo estaban esperando, precisamente
él que había congregado multitudes por toda América Latina, su llegada
no provocó el menor interés, ni siquiera una delegación del Partido
Socialista.
A los pocos días concurrió a una reunión del Comité Ejecutivo del
P.S. donde sostuvo una agria discusión con sus integrantes que seguían
apegados a consignas internacionalistas, desconociendo y despreciando
la concepción latinoamericanista y anti-imperialista de Manuel Ugarte.
También el ambiente cultural de la ciudad cosmopolita lo recibió
con indiferencia o abierta resistencia, al principio no conseguía
teatros para realizar su campaña, finalmente con el apoyo de los
estudiantes, obtuvo un lugar para dar sus conferencias, una multitud
mayor a las 10.000 personas se nucleó para escuchar al vibrante
orador.
Les señaló: "Allí donde hay un territorio latinoamericano en peligro,
allí está nuestra patria". Además indicó aquellos sectores económicos
en que las empresas norteamericanas habían colocado sus manos y
debía seguirse con atención sus maniobras, se refería a los frigoríficos
que monopolizaban el comercio de la carne, junto a los ingleses,
y el petróleo donde comenzaban a actuar las empresas de esa nacionalidad.
A partir de ese momento mantuvo una serie de polémicas con el órgano
oficial del P.S., La Vanguardia, que comenzó cuando esta celebró
el surgimiento de Panamá, territorio que había sido sustraído a
Colombia, para que los Estados Unidos pudieran construir sin interferencias
el Canal. Manuel Ugarte se indignó y protestó por el agravio hacia
Colombia.
Desde La Vanguardia se desató una campaña contra él, se decían cosas
como: "viene empapado de barbarie, ..pueblos de escasa cultura,
países de rudimentaria civilización..." así veían los socialistas
argentinos al resto de América Latina, pero eran muy timoratos al
referirse al Imperio del Norte, al referirse a Ugarte decían que
venía a pedir una solidaridad "para combatir por la hostilidad sin
objeto a los Estados Unidos".
El 1° de agosto de 1913 se dirigió hacia Montevideo donde fue recibido
por el presidente de Uruguay, Battle Ordoñez, quién lo trató cordialmente
pero le señaló que ese país seguiría con su política tendiente a
aislarse del resto de América.
Realizó un acto de estricta justicia, contrariando la tendencia
de la historia oficial argentina, homenajeó al gran procer latinoamericano
José Artigas, demostrando que también se había sacudido las mentiras
construidas por la versión liberal y oligárquica de la historia
mitrista que había denostado al gran Artigas. Luego realizó su conferencia
con el mismo entusiasmo de siempre.
Su próxima parada fue Brasil, recibió toda la adhesión de los estudiantes
pero en general en ese país existían fuertes vínculos con los Estados
Unidos, por lo cuál la repercusión no fue la misma que en otros
países.
Por fín llegó al último país de su gira latinoamericana, Paraguay
donde tuvo un recibimiento importante, especialmente de los jóvenes.Concluida
la gira retornó a Buenos Aires.
Al poco tiempo de regresar se produjo un incidente que lo alejó
definitivamente del socialismo y de sus viejos amigos, por un problema
con un discípulo de Alfredo Palacios, éste y Ugarte decidieron batirse
a duelo, dos que habían sido amigos se vieron enfrentados irreconciliablemente.
A raíz de esto la policía lo obligó a permanecer recluido en su
domicilio y el Partido Socialista aprovechó la ocasión para expulsarlo.
Luego de comprometerse a no batirse a duelo en Argentina quedó levantada
la detención, pero cuando los dos duelistas se dirigían a Colonia
para concretar el lance, una lancha de la Prefectura les impide
continuar. Luego de esto, Palacios y Ugarte decidieron dar por terminada
la cuestión.
Otra mala noticia para Ugarte fue la visita del ex-presidente norteamericano
Roosevelt a Buenos Aires donde fue recibido con todos los honores,
incluidos los elogios de los socialistas. El 7 de noviembre de 1913
Roosevelt habló en el Colon, el mismo teatro que el intendente Anchorena
le había negado a Ugarte.
En su carta de renuncia al P.S. donde explicaba las muchas diferencias
que lo separaban de esa agrupación, cuestiona su posición anti-militarista,
su inclinación anti-religiosa, llamando al respeto de todas las
creencias, se opone a la abolición lisa y llana de la propiedad,
a la vez que se declara partidario del fraccionamiento, o sea la
democratización de la propiedad, pero por sobre todas las cosas
rechaza la enemistad del socialismo argentino con el concepto de
patria, en tanto que él reafirmó su amor por su nación y su bandera.
A comienzos de 1914 surgió en Buenos Aires, la Asociación Latinoamericana
a instancias de Ugarte, la misma se conformó luego de las manifestaciones
organizadas por una nueva intervención norteamericana en México
que concluyó con el golpe de estado de Huerta. Esta organización
estaba formada principalmente por grupos juveniles y algunos centros
obreros.
La nueva institución realizó actos públicos para denunciar la actividad
del imperialismo norteamericano en Latino América y para bregar
por la Unidad de esos países, contó con la indiferencia del periodismo
en general y los partidos políticos.
1914 fue el año de comienzo de la Primera Guerra Mundial, la social-democracia,
con algunas honrosas excepciones, se volcó al apoyo de sus respectivas
burguesías en sus ansias de expansionismo imperial. El admirado
por Ugarte, Jean Jaurés, fue asesinado, para silenciar unas de las
voces opuestas a la guerra.
Mientras tanto la Asociación Latinomericana exigía que los yacimientos
petrolíferos descubiertos en Comodoro Rivadavia quedaran en manos
estatales y no fueran entregados a los monopolios extranjeros.
Cada nueva agresión norteamericana contó con la respuesta vibrante
y apasionada de la Asociación, en 1915 ante un nueva amenaza a México,
Ugarte reunió más de 10.000 personas en la Plaza Congreso.
Continuó en la defensa de los países de América Latina agredidos,
mientras gran parte de la intelectualidad argentina, de los partidos
políticos y la prensa, se sumaban a la defensa de Francia e Inglaterra
en la guerra. Manuel Ugarte no se dejó engañar por la prédica imperial,
y mantuvo su posición neutralista, alejada de cualquiera de los
bandos que se querían repartir el mundo sin importarles la masacre
que estaban provocando.
El 24 de noviembre de 1915 apareció el periódico La Patria dirigido
por Manuel Ugarte sus objetivos: defender la industria nacional,
combatir los monopolios, oponerse al imperialismo, bregar por una
reforma cultural.
Desde las páginas de La Patria, comenzó a transitar un camino que
nadie había realizado en la Argentina hasta ese momento, como fue
denunciar al imperialismo británico. Argentina se había constituido
producto de la dependencia económica, en una semicolonia de Inglaterra,
pero nadie se había percatado de eso. La Patria comenzó de denunciar
la actitudes agresivas de Inglaterra y la función lesiva para nuestro
país que desempeñaba el ferrocarril en manos inglesas.
Pero el país estaba ocupado en otra cosa, conflicto mundial y las
elecciones presidenciales no daban tiempo para pensar en los grandes
temas que eran silenciados sistemáticamente, por la gran prensa
y los partidos políticos. El 15 de febrero de 1916 aparecía el último
ejemplar de La Patria.
Ese año se produjo una nueva agresión de los Estados Unidos a México
y la Asociación Latinoamericana volvió a expresar su repudio, ante
el silencio generalizado que no quería enemistarse con el imperio
del norte.
El 12 de octubre de 1916 la democracia irrumpe en el país de la
mano de Hipólito Yrigoyen, Ugarte no depositó demasiadas expectativas
en el caudillo popular, nos obstante ve con simpatía la actitud
internacional de Yrigoyen en el sentido de mantener la neutralidad
argentina.
En abril de 1917 llegó a Méjico invitado por el gobierno de ese
país por haber sido uno de los más consecuentes defensores de la
soberanía mexicana contra las continuas agresiones yanquis. Más
de 5.000 personas lo recibieron al llegar a la capital del país,
enseguida es recibido por el presidente Carranza.
Ya de regreso visitó Panamá y con gran tristeza fue testigo de la
obra imperial en ese pedazo de territorio amputado a Colombia
El 6 de abril de 1917 ingresó en la guerra Estados Unidos, poco
después lo hizo Brasil, mientras en Buenos Aires los sectores sumisos
a Inglaterra y los Estados Unidos desataron una campaña para el
ingreso de Argentina en la carnicería mundial, tres viejos conocidos
de Ugarte se sumaron mansamente al reclamo imperial: ellos eran
Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones y Alfredo Palacios. La firme actitud
del gobierno de Yrigoyen, con el apoyo de un grupo reducido de intelectuales,
entre los que se encontró Ugarte, defendieron el interés nacional
manteniendo a la Argentina alejada de una guerra que fue un negocio
para unos pocos imperios en su reparto del mundo.
Por esos años recibió los mayores ataques que no le perdonaron no
sumarse al griterío de los que pedían sacrificar jóvenes vidas argentinas
para la expansión de Inglaterra y los Estados Unidos, muchos de
sus amigos abandonaron su compañía, los diarios lo calumniaban y
hasta la relación con el estudiantado se enfrió notoriamente. Otro
patriota recibió un trato similar, era el digno presidente de la
Nación. Pero nunca estos dos hombres llegaron a entenderse.
1918 fue el año de la Reforma Universitaria, movimiento estudiantil
que cambió el carácter oligárquico de la educación argentina, planteando
la democratización de la enseñanza a la vez que levantaba banderas
latinoamericanas y anti-imperialistas, muchos de los líderes de
este movimiento simpatizaban con Manuel Ugarte, y él mismo intervino
llevando su apoyo activo a los estudiantes.
Pero ese mismo año fue muy duro para él, muere su padre y en su
país, no tenía posibilidades de expresarse, recibiendo acusaciones
calumniosas de simpatizar con los alemanes, con la derrota de estos,
sabía que tanto Inglaterra como los Estados Unidos se lanzarían
a continuar su expoliación de América Latina. Presenció el festejo
de la oligarquía y la clase media de Buenos Aires por el triunfo
de los aliados, Manuel Ugarte ya había tomado una resolución a principios
de 1919 se dirigió nuevamente a Europa, esta vez a Madrid.
Dos
años después se trasladó a Niza por razones de salud, con dificultades
económicas se vio obligado a escribir artículos periodísticos sobre
temas de escaso interés para su gusto. Paralelamente aparecieron
dos libros suyos con el objeto de obtener recursos para su subsistencia,
sus títulos: "Poesías Completas" y "Las espontáneas".
El 19 de julio de 1922 apareció uno de sus libros más importante,
"Mi campaña hispanoamericana", donde aparecieron muchos de los discursos
que pronunció en su gira por Latinoamérica, al poco tiempo un diario
mexicano suspendió la colaboración de Ugarte en ese medio, cada
vez se le hacía más dificultoso sobrevivir, los agentes del imperialismo
presionaban para su expulsión de todos los medios de difusión de
ideas.
No obstante las dificultades, no se detenía y continuaba a un alto
costo personal, con su prédica, poco tiempo después aparecía otro
libro de gran importancia: "La Patria Grande".
Fines de 1923, momento de la aparición de otra obra fundamental,
"El destino de un continente", con el relato de su campaña por América.
En este trabajo profundizaba en el accionar imperial de Inglaterra
en el sur del Continente. Con la aparición de este nuevo libro,
Ugarte volvió a perder otras fuentes de trabajo por periódicos que
cortaron su colaboración.
En 1924 sufrió un duro golpe con la muerte de su madre, Poco después
pareció su libro "El crímen de las máscaras", en esta obra aparecían
arquetipos que mostraban el funcionamiento de la sociedad oligárquica:
el dueño de los medios de difusión, el político que hacía lo contrario
de lo que proclamaba, el senador que formaba parte de comisiones
que nunca resolvían nada, el oligarca que domina al gobierno, el
trepador, el militar como mucho músculo y poco cerebro, escritores
que plagiaban, y frente a ellos los estudiantes y un idealista.
La novela contenía mucho de autobiografía, mostraba toda la desolación
del luchador que se enfrentaba a los poderosos.
Comienzos de 1926 fue el momento de la aparición de un nuevo libro
"El camino de los dioses", al año siguiente editó "La vida inverosímil",
ambos trabajos le dieron un cierto respiro a sus ya crónicas dificultades
económicas.
Una nueva invasión norteamericana, esta vez a Nicaragua vuelve a
hacer levantar la voz de Manuel Ugarte, todos los antiimperialistas
consecuentes le solicitan su opinión, estableció correspondencia
con Víctor Raúl Haya de La Torre y José Carlos Mariátegui en Perú,
también con el Partido Nacionalista de Puerto Rico.
En 1927 fue invitado por el gobierno ruso al festejo de los diez
años de la Revolución, en ese momento se estaba librando la batalla
por el poder entre Stalin y Trotsky. Sin adherir al régimen imperante
en la Unión Soviética, Ugarte rescató ciertos aspectos de esa revolución.
Ante la invasión norteamericana a Nicaragua, la dignidad y la valentía
de Augusto Cesar Sandino se levantó para hacer frente a la agresión
imperial. Manuel Ugarte expresó toda su admiración hacia el guerrillero,
y se sintió identificado con su posición al señalar: "El general
Sandino ha puesto en acción el pensamiento que yo defiendo desde
hace veinte años".
Sandino le hizo llegar una carta, agradeciendo el apoyo recibido
y reconociendo en él a una de las figuras más importante del patriotismo
latinoamericano.
Durante el año 1929 redobló sus esfuerzos en el apoyo de Sandino,
quién cada vez se encontraba más solo, ante el silencio de los gobiernos
latinoamericanos temerosos de las represalias norteamericanas. Ugarte
contrastó la euforia existente en países como la Argentina, por
la Guerra Mundial y el escaso interés por la desigual batalla de
Sandino contra el gran imperio.
Cuando en septiembre de 1930 cayó el gobierno de Yrigoyen, la situación
de Ugarte era por demás problemática, en difícil situación económica
y cada día que pasaba se le cerraban nuevas puertas de los medios
para expresarse, la década del 30 fue una era reaccionaria en casi
todo el mundo y eso afectaba gravemente en el ánimo del gran luchador,
pero ni las peores penurias podían doblegarlo.
En octubre de 1932 publicó un nuevo libro "El dolor de escribir"
donde reafirmaba su voluntad de liberación hispanoamericana, expresando
también las dificultades de todo intelectual que intentara enfrentar
a la fabulosas fuerzas del imperialismo, recibiendo calumnias, persecuciones
y silencios.
Por ese mismo tiempo recibió una carta de Sandino que le dice: "Su
nombre, señor Ugarte, hace mucho tiempo que es familiar entre nosotros
y sus escritos por uno u otro motivo, siempre nos llegan y nos han
servido de estímulo en nuestra gran jornada libertaria de siete
años, que apenas son las preliminares de la gran batalla espiritual,
moral y material que Indoamérica, por su independencia, tiene que
empeñar contra sus tutores Doña Monroe y el Tío Sam, y probarles
que nuestros pueblos han llegado a su mayoría de edad".
Ugarte debió vender su casa en Niza y alquilar en París, también
las joyas de su mujer Teresa debieron venderse para subsistir, agobiado
como estaba por las deudas.
El 21 de febrero de 1934 Manuel Ugarte y toda América Latina recibían
una pésima noticia, Sandino era apresado y asesinado inmediatamente,
el jefe de la Guardia Nacional y luego dictador, Anastasio Somoza
hacía el trabajo sucio de sus amos norteamericanos.
En 1935 decidió regresar a Buenos Aires, pero no siquiera tenía
dinero para comprar los pasajes, por lo que debió tomar una dolorosa
decisión: vender su biblioteca.
Desde 1919 faltaba de Buenos Aires, al poco de llegar restableció
relaciones con Alfredo Palacios quién lo invitó a reingresar al
Partido Socialista, varios dirigentes más, también insistieron en
el ofrecimiento. Luego de pensarlo, aceptó reincorporarse al partido.
Pero este nuevo intento no podía durar demasiado, al año siguiente
fue expulsado luego de haber descargado una serie de críticas contra
la conducción partidaria y las viejas ideas del partido.
Paralelamente le fue ofrecida la dirección de una revista mensual
"Vida de hoy", durante un año y medio se publicó esta revista, que
le permitió tener un lugar donde expresarse y además obtener algunos
recursos con los que sobrevivir.
La Argentina estaba en plena Década Infame, Europa amenazada por
el nazismo y la Unión Soviética bajo la férrea conducción stalinista,
ese clima político, más la imposibilidad de continuar con la revista
lo sumieron en un profundo pesimismo, además lo conmovieron profundamente
los suicidios de Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Lisandro de
la Torre, y especialmente el de su gran amiga Alfonsina Storni.
La pena le hizo dejar nuevamente Buenos Aires, esta vez para instalarse
en Viña del Mar, Chile, colaboró con varios diarios de ese país,
aunque en artículos literarios.
En agosto de 1939 apareció la segunda edición del libro La Patria
Grande, ante el inminente comienzo de la segunda guerra, Ugarte
fue criticado por cuestionar al imperialismo anglosajón.
Nuevamente sentará posición favorable a la neutralidad señalando
que no está ni con Francia, ni con Alemania sino con América Latina,
también cuestionará el ambiente favorable entre los medios de difusión
y la intelectualidad a declararse partidarios de los aliados. Decía
Ugarte que mucho se hablaba en América Latina sobre el posible peligro
alemán y japonés, pero nada se señalaba sobre el real saqueo inglés
y norteamericano.
Terminaba el año 1941 cuando él concluía de escribir "Escritores
Iberoamericanos del 900", donde dio una pincelada sobre gran cantidad
de autores a los que mayoritariamente conoció personalmente y tuvo
su amistad, desfilan por sus páginas, entre otros: Rubén Darío,
Alfonsina Storni, Florencio Sanchez, Gabriela Mistral, Rufino Blanco
Fombona, José Vasconcelos.
Luego del triunfo electoral del peronismo el 24 de febrero de1946,
sintió que por una vez el pueblo ganaba una batalla y decidió el
regreso a su patria. Al llegar a Buenos Aires declaró :"Creo que
ha empezado para nuestro país un gran despertar" y que "Más democracia
que la que ha traído Perón, nunca la vimos en nuestra tierra. Con
él estamos los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a
los grandes capitalistas y a los restos de la oligarquía".
El 31 de mayo Ernesto Palacio lo acompañó a la Casa Rosada para
presentarlo ante el presidente, tanto Perón como Ugarte simpatizaron
instantáneamente.
En septiembre de 1946 fue designado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario
en la República de México, por primera vez en la Argentina obtenía
un reconocimiento a su capacidad y su lucha, y nada menos que en
México, país al que había defendido reiteradamente contra las agresiones
norteamericanas y donde tenía tantos amigos y discípulos. Ese reconocimiento
le llegaba muy tarde, tenía 71 años.
En agosto de 1948, luego de algunas diferencias con el staff de
la embajada en México, se lo designa en Nicaragua, donde permaneció
poco tiempo, a comienzo de 1949 fue nombrado embajador en Cuba.
Concluía el año 49 cuando fue reemplazado el Ministro de Relaciones
Exteriores, Juan Atilio Bramuglia, esto produjo un cambio en la
política, luego de algunos roces con los nuevos funcionarios, Ugarte
presentó la renuncia y envió una carta a Perón, señalando algunas
diferencias por los cambios sucedidos en la Cancillería, sin por
eso dejar de apoyar al gobierno.
Alejado de la función pública decidió visitar nuevamente México
donde los intelectuales realizaron un homenaje en su honor, luego
sigue su ruta hacia Madrid.
En noviembre de 1951 retornó a Buenos Aires con un sólo objetivo,
votar por la reelección del Perón, luego del triunfo electoral regresó
a Madrid donde permaneció unos pocos días para instalarse nuevamente
en Niza donde el 2 de diciembre fallecía.
Manuel Ugarte fue uno de los más consecuentes patriotas latinoamericanos,
tal vez por eso, muy pocos en la actualidad conocen su nombre, y
menos aún su lucha y la dignidad militante de su inquebrantable
antiimperialismo. América Latina necesita rescatar el pensamiento
de hombres que como él, dieron todo y no recibieron nada, para revivir
el sueño de San Martín y Bolívar.
Fuente: www.elforjista.unlugar.com
 El
pensamiento político de Manuel Ugarte
[Citas de sus discursos y escritos]
"Leyendo un libro sobre
la política del país encontré citada la frase pronunciada por el
senador Preston en 1838: 'La bandera estrellada flotará sobre toda
la América Latina hasta la Tierra del Fuego, único límite que reconoce
la ambición de nuestra raza."
"¿Cómo no surgió una protesta en toda la América de habla española,
cuando los territorios de Texas, California y Nueva México fueron
anexados por los Estados Unidos?"
"¡Oh, el país de la democracia, del puritanismo y de la libertad!.
Los Estados Unidos eran grandes. poderosos, prósperos asombrosamente
adelantados, maestros supremos de energía y vida creadora, sana
y confortable, pero se desarrollaban en una atmósfera esencialmente
práctica y orgullosa y los principios resultaban casi siempre sacrificados
a los intereses o a las supersticiones sociales. Bastará ver la
situación del negro en esa república igualitaria para comprender
la insinceridad de las premisa proclamadas."
"¡Que destino el de nuestra raza! El derecho, la justicia, la solidaridad,
la clemencia, los generosos sentimientos de que blasonan los grandes
pueblos, no han existido para la América Latina donde se han llevado
a cabo todos los atentados sin que el mundo se conmueva...Para nosotros
no existe, cuando surge una dificultad con un país poderoso-y al
decir país poderoso no me refiero sólo a los Estados Unidos sino
a ciertas naciones de Europa-, ni arbitraje, ni derecho internacional,
ni consideración humana. Todos pueden hacer lo que mejor les plazca,
sin responsabilidad ante los contemporáneos, ni ante la historia...Así
se instalaron los ingleses en Las Malvinas, o en la llamada Honduras
Británica, así prosperó la expedición del archiduque Maximiliano,
así se consumó la expoliación de Texas, Arizona, California y Nueva
México, Estado asimilados a ciertos pueblos del Extremo Oriente,
o del Africa Central, dentro del enorme proletariado de naciones
débiles, a las cuales se presiona, se desangra, se diezma, y anula
en nombre del progreso y la civilización."
"Desde Europa, fuera de la preocupación local que naturalmente acapara
la atención en cada una de nuestras repúblicas, advertí dos cosas:
1) que entre las repúblicas latinas de América había lazos parecidos
y analogías más profundas que entre las demás naciones del mundo,
que esas analogías no era ideológicas, sino reales, no estaban basadas
sobre declamaciones sino sobre una identidad de situaciones, de
intereses, de realidad; y 2) que se difundía en América, que cobraba
vigor y brío una abominable explotación de una nación fuerte sobre
los débiles, que se acrecentaba una dominación injusta del grupo
cohesionado y poderoso sobre el grupo débil y disperso."
"Nadie puede aplaudir los procedimientos expeditivos que emplean
los boxers para combatir al extranjero, pero nadie puede tampoco
exagerarse el horror de esos atentados... Cada pueblo se defiende
de la agresión a su modo. El único responsable es el que ataca.
Cuando Buenos Aires rechazó las invasiones inglesas, muchos ingleses
perecieron quemados por el aceite hirviendo. Cada uno se defendió
como pudo. Los que murmuran que la civilización no admite ese sistema
de lucha, olvidan que tampoco puede admitir la tentativa de conquista
que la provoca. El pretexto de 'civilizar' no engaña ya a nadie."
"Hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. Las conquistas
modernas difieren de las antiguas en que sólo se sancionan por medio
de las armas cuando ya están realizadas económico o políticamente.
Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo
período de infiltración o hegemonía industrial capitalista y de
costumbres, que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta
el prestigio del futuro invasor. Por eso, al hablar del peligro
yanqui no debemos imaginarnos una agresión inmediata y brutal que
sería hoy por hoy imposible, sino un trabajo paulatino de invasión
comercial y moral que se iría acreciendo con las conquistas sucesivas."
"A todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental.
Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad
que muchas naciones de Europa. Entre las dos repúblicas más opuestas
de la América Latina, hay menos diferencia y menos hostilidad que
entre dos provincias de España o dos estados de Austria. Nuestras
divisiones son puramente políticas y por tanto convencionales. Los
antagonismos, si los hay, datan apenas de algunos años y más que
entre los pueblos, son entre los gobiernos. De modo que no habría
obstáculo serio para la fraternidad y la coordinación de países
que marchan por el mismo camino hacia el mismo ideal. Sólo los Estados
Unidos del Sur pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte.
Y esa unificación no es un sueño imposible."
"Si hay quienes agonizan en la miseria no es porque falte con qué
alimentarlos, sino porque una criminal retención de los productos
en manos de una minoría de traficantes así lo determina, sino porque
hay hombres que, más por inconsciencia que por maldad, trafican
con el hambre de sus semejantes."
"Siempre he creído que el poeta, el escritor en general, debe intervenir
en los debates de su tiempo. Fui uno de los primeros en decir que
no es posible que los elementos pensantes de un país, los más capacitados,
abandonen o desdeñen la tarea de dar rumbo a la nación."
"Si el proletariado abriga el propósito irreductible de emanciparse,
sólo lo conseguirá afrontando al fin la responsabilidad de conducir
sus propios asuntos."
"Todos los escritores que predican la excelsitud del arte retórico
y aristocrático, sin mezcla de inquietud contemporánea, han hecho,
sin desearlo quizá, obras que son, en cierto modo, una propaganda
en favor de determinada modalidad de vida."
"Sería monstruoso establecer que el arte debe callar y someterse
a los intereses que dominan en cada momento histórico, cuando todo
nos prueba que desde los orígenes sólo ha alimentado rebeldías y
anticipaciones... Querer convertirlo, con pretexto de prescindencia,
en lacayo atado al triunfo transitorio de determinada clase social,
es poner un águila al servicio de una tortuga y desmentir la tradición
gloriosa de la literatura de todos los tiempos."
"El escritor no debe ser un clown encargado de cosquillear la curiosidad
o de sacudir los nervios enfermos de los poderosos, sino un maestro
encargado de desplegar bandera, abrir rumbo, erigirse en guía y
llevar las multitudes hacia la altísima belleza que se confunde
en los límites de la verdad. Porque la verdad es belleza en acción
y las excelencias de la forma sólo alcanzan la pátina de eternidad
cuando han sido puestas al servicio de una superioridad moral indiscutible."
"Lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido, en resumen, más que
un arte colonial, arte de reflejo, belleza que no tiene ninguna
marca local, ni en los asuntos ni en la inspiración, ni en la forma...
Debemos bañarnos constantemente en los vientos universales. Pero
una cosa es asimilar y otra pensar con cerebro ajeno. No hay razón
para que la literatura siga siendo exótica, cuando tenemos territorios,
costumbres y pensamientos que nos pertenecen...Nuestro pequeño caudal
de agua tiene que buscar lecho propio en vez de sacrificarse y fundirse
en el de los grandes ríos...¿Somos o no una nación autónoma? Si
no lo somos, disolvamos la organización, renunciemos a la lucha
y desgarremos las primera victorias para tender el cuello a la conquista.
Pero si lo somos, si nos sentimos dueños de una tradición naciente,
tratemos de alcanzar la independencia total afirmando en todos los
órdenes la personalidad de nuestro pueblo."
"Yo también soy enemigo del patriotismo brutal y egoísta que arrastra
a las multitudes a la frontera para sojuzgar a otros pueblos y extender
dominaciones injustas a la sombra de una bandera ensangrentada.
Yo también soy enemigo del patriotismo orgulloso que consiste en
considerarnos superiores a los otros grupos, en admirar los propios
vicios y en desdeñar lo que viene del extranjero. Yo también soy
enemigo del patriotismo ancestral, de las supervivencias bárbaras,
del que equivale al instinto de tribu o rebaño. Pero hay otro patriotismo
superior, más conforme con los ideales modernos y con la conciencia
contemporánea. Y ese patriotismo es el que nos hace defender, contra
las intervenciones extranjeras, la autonomía de la ciudad, de la
provincia, del Estado, la libre disposición de nosotros mismos,
el derecho de vivir y gobernarnos como mejor nos plazca."
"Por eso es que cabe decir que el socialismo y la patria no son
enemigos, si entendemos por patria el derecho que tienen todos los
núcleos sociales a vivir a su manera y a disponer de su suerte,
y por socialismo el anhelo de realizar entre los ciudadanos de cada
país la equidad y la armonía que implantaremos después entre las
naciones."
"Yo no he creído nunca que nuestra raza sea menos capaz que las
otras. Así como no hay clases superiores y clases inferiores, sino
hombres que por su situación pecuniaria han podido instruirse y
depurarse y hombres que no han tenido tiempo de pensar en ello,
ocupados en la ruda lucha por la existencia, no hay tampoco razas
superiores ni razas inferiores...La desigualdad que advertimos entre
la mitad del Continente donde se habla en inglés y la mitad donde
se habla español, no se explica ni por la mezcla indígena, ni por
los atavismos de raza que se complacen en invocar algunos, arrojando
sobre los muertos la responsabilidad de los propios fracasos...
mientras la burguesía yanqui adoptaba los principios filosóficos
y las formas de civilización más recientes, una oligarquía temerosa
y egoísta se apoderó de las riendas del gobierno en la mayor parte
de los Estados del sur."
"La expansión va perdiendo su viejo carácter militar. Las naciones
que quieren superar a otras envían hoy a la comarca codiciada sus
soldados en forma de mercaderías. Conquistan por la exportación,
Subyugan por los capitales. Y la pólvora más eficaz parecen ser
los productos de toda especie que los pueblos en pleno progreso
desparraman sobre los otros, imponiendo el vasallaje del consumo."
"Yo no he creído nunca que la América latina sea inferior a la América
sajona, yo no he creído nunca en las fatalidades geográficas, yo
no he creído nunca que debamos inclinarnos ante la expansión de
los fuertes."
"El imperialismo podrá aterrorizar a nuestras autoridades, apoderarse
de los resortes de nuestras administraciones y sobornar a los políticos
venales, pero a los pueblos que reviven su epopeyas heroicas, a
los pueblos que sienten las diferencias que los separan del extranjero
dominador, a los pueblos que no tienen acciones en las compañías
financieras ni intereses en el soborno, a esos pueblos no los puede
desarraigar ni corromper nunca nadie."
"Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero
somos lo que somos y no queremos ser otra cosa."
"Unámonos, unámonos a tiempo, que todos nuestros corazones palpiten
como si fuesen uno sólo y así unidos, nuestras veinte capitales,
se trocarán en otras tantas centinelas que, al divisar al orgullosos
enemigo, cuando éste les pregunte ¿Quién vive? les respondan unánimes,
con toda la fuerza de los pulmones ¡La América Latina."
"Allí donde hay un territorio latinoamericano en peligro, allí está
nuestra patria."
"Dado que las primeras insinuaciones del imperialismo se operan
por el vasallaje económico a que se somete la futura presa...el
petróleo debe mantenerse exclusivamente en poder del Estado argentino."
"Un país que sólo exporta materias primas y recibe del extranjero
los productos manufacturados, será siempre un país, será siempre
un país que se halle en una etapa intermedia de su evolución."
"La nación suda, trabaja y se sacrifica para acrecer los dividendos
que se giran a Londres, no sólo en la forma que fluyen de los balances
sino por otros conceptos que escapan al contralor público e incluso
de los poderes públicos."
"El interés de las compañías se siempre al de la economía nacional...La
Argentina ha entregado los intereses colectivos poco menos que maniatados
a las empresas ferroviarias."
"La neutralidad más estricta y escrupulosa debe ser, pues, la norma
de nuestra acción diplomática, porque a la guerra no se va por simpatía
romántica o por sentimentalismo literario sino por intereses reales...Las
patrias latinoamericanas deben mantener, a toda costa, su independiente
actitud, a pesar de la presión que sobre ellas se ejerce, a pesar
de todas las conminaciones, a pesar del terrorismo intervencionista."
"...La guerra europea nos ha hecho comprender la importancia concluyente
que tiene la información periodística para suscitar o enajenar simpatías.
Todos sabemos que la opinión puede ser inclinada, dirigida, forzada
o exaltada por la perseverancia de las indicaciones, por la forma
de presentar los hechos, por la habilidad para graduar la situaciones,
por la sutileza para desvirtuar sucesos contrarios, por el conocimiento
de la psicología de cada pueblo, por el movimiento de timón casi
invisible que se puede dar, en fin, a la verdad, para que repercuta
ampliamente en las conciencias y se ensanche en las almas imponiendo
determinadas direcciones colectivas."
"Virtualmente el sur del Atlántico pertenece hoy a Inglaterra y
a los Estados Unidos... Desde los tiempos coloniales, Inglaterra
ejerció en esas zonas una acción evidente con su flota comercial,
apoyada en ciertos casos por desembarcos, bloqueos y hasta ocupaciones
territoriales como se prolongan en las Malvinas."
"La existencia de una oligarquía formada por terratenientes, viejas
familias y extranjeros aliados a ellas, es un fenómeno común a la
mayoría de las repúblicas latinoamericanas, donde a raíz de la independencia
se formó un núcleo aristocrático, dentro del cual, por ironía del
destino, los descendientes de los que encabezaron esa independencia
apenas figuran como excepción, dispersados o anulados como han sido
por la miseria o las alianzas populares. Este núcleo, transformado
en fuerza gobernante, se halla en pugna cada día más con una burguesía
inmigrada o autóctona y con la masa inclinada a reivindicaciones
extremas."
"En realidad, la grandeza de los Estados Unidos no se ha hecho solamente
con el esfuerzo de sus nacionales. Son las muchedumbres que han
alimentado con el sudor de frente las plantaciones de la América
Central, los cafetales de las Antillas, las minas de Bolivia y Perú,
multitudes que no trabajaron para sí puesto que nada quedó en esos
territorios. Son ellas las que han creado la verdadera riqueza y
el esplendor de la nación del Norte, de tal suerte que se puede
decir que el oro americano se ha acuñado con la miseria y con el
dolor, cuando no con la sangre, de todo el continente sometido."
"Así como, en el orden internacional, hay para las Repúblicas de
la América Latina un problema superior a todos los otros: la defensa
de las autonomías nacionales frente al imperialismo, en el orden
interior se impone una reforma por encima de todas las reformas
posibles: la que ha de dar por resultado la repartición de la tierra...El
latifundio se ha mantenido o ha prosperado de una forma de una manera
monstruosa. Hay hombres que poseen zonas inmensas, verdaderos estados
dentro del Estado...Del inaudito acaparamiento de la tierra por
algunos, ha nacido una violenta desigualdad social y hasta una forma
nueva de esclavitud: la esclavitud de los hombres que nacen, trabajan
y mueren sometidos a un sistema dentro del cual la tierra, los víveres
y cuanto existe pertenecen a un amo todopoderoso."
"El cristianismo en su diafanidad primitiva no estuvo nunca en tela
de juicio. Lo que se puede discutir es la acción de sus representantes
desde el momento en que la Iglesia se hizo oportunista y se erigió
en defensora de cuanto combatió en los orígenes. Cuando se somete
a los poderosos, sanciona injusticias, acumula tesoros, oprime a
los débiles, colabora con la guerra y se afana por convertir su
fuerza espiritual en fuerza temporal, entonces, pierde su aureola."
"Mientras la América Latina esté gobernada por políticos profesionales
cuya única función consiste en defender los privilegios abusivos
de la oligarquía local y en preservar los intereses absorbentes
de los imperialismos extranjeros, ninguna evolución puede ser posible."
"Cuando se nos habla de la violencia, pareciera como si nadie supiera
que ninguna nación se impuso violentamente en tan vastos territorios
como Inglaterra, que simboliza ahora para algunos la legalidad.
Basta abrir un mapa para contemplar el mayor imperio conocido. Trecientos
millones de hindúes, en favor de los cuales clama Ghandi en vano,
la mitad de Africa, Gibraltar, islas innumerables pobladas por enormes
muchedumbres que trabajan y sufren para que los ingleses mantengan
un standard superior de vida. En cuanto a Estados Unidos, vemos
que pocas veces se ha ensanchado una nación con tanta rapidez, tan
implacablemente. En siglo y medio quintuplicaron la extensión de
su territorio absorbiendo y anexando la Florida, Luisiana, Nuevo
México, Texas, Panamá, Puerto Rico, etc."
"Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra
América debe cesar de ser rica para los demás y pobre para sí misma.
Iberoamérica pertenece a los iberoamericanos."
Fuente: www.elforjista.unlugar.com
 Manuel
Ugarte, un profeta "maldito" y olvidado
Por Roberto Bardini
Es uno de los grandes personajes de Argentina y posiblemente de
Iberoamérica en la primera mitad del siglo XX. En su época influyó
en dirigentes de todo el continente, pero continúa siendo un gran
desconocido en su patria. Nacido el 27 de febrero de 1875 en el
barrio porteño de Flores, en las siguientes siete décadas su nombre
se menciona poco en las noticias a pesar de su permanente actividad
literaria y política. Fallece el 2 de diciembre de 1951 en Niza
(Francia) y desaparece de los comentarios bibliográficos, las antologías
y las librerías. Ugarte pertenece a una familia tradicional. Estudia
en el Colegio Nacional de Buenos Aires, asiste al Jockey Club, practica
esgrima, lee y escribe poesía. El escritor Pedro Orgambide recordó
en 2003 que en últimos años del siglo XIX Manuel vive en París,
"como correspondía a un rico, joven y culto caballero argentino,
aficionado a las mujeres, al teatro y la poesía galante". Lo describe
como un bon viveur y dice que "nada hacía sospechar a los parientes
y amigos el giro que tomaría su vida apenas se iniciara en la política".
Entre los amigos de Ugarte se cuentan Alfonsina Storni, Alfredo
Palacios, José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez y Ernesto
Palacio. También trata con la chilena Gabriela Mistral, el uruguayo
José Enrique Rodó, el peruano José Santos Chocano, el nicaragüense
Rubén Darío, los mexicanos Amado Nervo y José Vasconcelos, los españoles
Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Pío Baroja, los franceses
Henri Barbuse y Jean Jaurés; es decir, con los más destacados intelectuales
de principios del siglo XX. Rubén Darío, Unamuno y Baroja le prologan
sus primeros libros. Barbuse, director de la revista Monde, lo incluye
en el comité editorial junto con Albert Einstein, Máximo Gorki y
Upton Sinclair. Autor de treinta libros, la mayoría publicados fuera
del país, Manuel Ugarte es un socialista criollo de la generación
del 900 que impulsa la unidad hispanoamericana. Denuncia al imperialismo
yanqui desde 1901 –por sus intervenciones en América Central y el
Caribe– hasta el año de su muerte, por la guerra de Corea. A principios
del siglo XX escribe: "Actualmente los grandes diarios nos dan,
día a día, detalles a menudo insignificantes de lo que pasa en París,
Londres o Viena y nos dejan, casi siempre, ignorar las evoluciones
del espíritu en Quito, Bogotá o Méjico. Entre una noticia sobre
la salud del emperador de Austria y otra sobre la renovación del
ministerio del Ecuador, nuestro interés real reside naturalmente
en la última. Estamos al cabo de la política europea, pero ignoramos
el nombre del presidente de Guatemala".
Un hombre de barricadas
En 1904, Ugarte asiste como delegado al Congreso de la Internacional
Socialista en Amsterdam. Tres años después, participa en Stuttgart
de otro Congreso de la IS, en el que participan Vladimir Ilich Lenín,
Rosa Luxembugo, Jean Jaurés, Karl Kautsky y Gueorgui Plejánov. De
1910 a 1913, Ugarte recorre toda la América hispana, da conferencias
y es aclamado en 20 capitales. Ya no predica el internacionalismo
proletario sino la construcción de la Patria Grande, la gran nación
iberoamericana. Es un socialista que rechaza trasplantar experiencias
europeas: "El socialismo debe ser nacional", dice en 1911. Al año
siguiente escribe: "Bajo ningún pretexto podemos aceptar la hipótesis
de quedar en nuestros propios lares en calidad de raza sometida.
¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero
somos lo que somos y no queremos ser otra cosa!". Agentes secretos
de las distintas embajadas de Estados Unidos le siguen los pasos
en Cuba, Santo Domingo, México, Guatemala, Honduras, El Salvador
y Nicaragua. Funcionarios diplomáticos norteamericanos le piden
a las autoridades locales que impidan su participación en actos
públicos. A pesar de todo, llena teatros y plazas, participa en
manifestaciones callejeras, es orador de barricada y reúne a multitudes.
Ugarte continúa su gira y llega a Bolivia. Pronuncia un discurso
en La Paz, interrumpido por las ovaciones de un público entusiasta.
El embajador estadounidense lo critica duramente y el escritor lo
desafía a batirse a duelo. Debe intervenir el representante diplomático
para evitar el enfrentamiento.
La Patria y los ferrocarriles ingleses
En noviembre de 1915, con su propio dinero, Manuel Ugarte funda
en Buenos Aires el diario La Patria. Comienza una cruzada que hasta
entonces nadie se había atrevido a encarar en Argentina: la denuncia
del imperialismo inglés. El país es prácticamente una semicolonia
británica, pero nadie parece percibirlo. A principios de 1916, el
escritor analiza tempranamente uno de los factores que permitían
la penetración económica de Gran Bretaña: los ferrocarriles. "Uno
de los problemas que más nos interesa, fuera de toda duda, es el
de la explotación de nuestros ferrocarriles por empresas de capital
foráneo, cuyos intereses, de conveniencias motivadas por su misma
falta de arraigo y su origen, son fundamentalmente opuestos a los
intereses de la república", escribe Ugarte. "Las empresas ferroviarias
son todas extranjeras: capital inglés, sindicatos ingleses, empleados
ingleses […]. Lleva la empresa noventa y ocho probabilidades de
obtener pingües ganancias contra dos de obtenerlas… regulares; de
perder, ninguna. […] Y este dato merece ser tenido en cuenta al
ocuparse de los ferrocarriles como origen de nuestra atrofia industrial".
Asfixiado económicamente, el 15 de febrero de 1916 La Patria publica
su último número. Ante la primera gran guerra europea del siglo
XX, que muchos insisten todavía en denominar "mundial", Ugarte propone
la neutralidad. El diario dura menos tres meses en medio del boicot
que le hacen los nacionalistas –que lo consideran socialista– y
los socialistas, que lo ven como nacionalista. Más tarde, durante
la segunda gran guerra europea, el escritor afirmará que mucho se
habla en Iberoamérica acerca de las presuntas amenazas alemana y
japonesa, pero nada se dice sobre el real saqueo británico y estadounidense.
En abril de 1918, cuando se funda en Córdoba la Federación Universitaria
Argentina (FUA), Ugarte es el principal orador del encuentro. Ese
año se autoexilia en España y luego pasa a Francia. Retorna 17 años
más tarde. En la década del 20, los principales líderes de la Revolución
Mexicana le escriben a Ugarte y le agradecen su apoyo. Augusto César
Sandino, el "general de hombres libres", también le envía una carta
desde Nicaragua, reconoce su respaldo a la lucha contra los marines
yanquis y dice que lo ve como una de las figuras más importantes
del patriotismo latinoamericano. Dos grandes dirigentes peruanos
lo alaban: Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de la Alianza
Popular Revolucionaria Americana (APRA), lo considera el precursor
de esta organización; José Carlos Mariátegui afirma que el escritor
argentino es uno de las más prestigiosos personajes de América hispana.
El apóstol vencido
En mayo de 1935, en plena Década Infame, Ugarte regresa a Argentina.
El semanario Señales, del grupo FORJA, es el único periódico que
informa sobre su llegada; la gran prensa lo ignora. En 1937, el
escritor se va nuevamente del país. El patriota iberoamericano regresa
a Buenos Aires en marzo de 1946, después del triunfo electoral del
entonces coronel Juan Domingo Perón. "Más democracia que la que
ha traído Perón, nunca la vimos en nuestra tierra. Con él estamos
los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a los grandes
capitalistas y a los restos de la oligarquía", declara. Y luego
escribe: "Todos los presentimientos y las esperanzas dispersas de
nuestra juventud, volcada un instante en el socialismo, han sido
concretadas definitivamente en la carne viva del peronismo, que
ha dado fuerza al argentinismo todavía inexpresado de la Nación.
Ahora sabemos lo que somos y a dónde vamos. Tenemos nacionalidad,
programa, derrotero". El 31 de mayo, el historiador Ernesto Palacios
lo acompaña a la Casa Rosada y le presenta al nuevo presidente,
quien le ofrece el puesto de embajador en México. A los 71 años,
es la primera y única vez que Ugarte recibe un reconocimiento oficial
en su país. Pero los diplomáticos "de carrera" lo boicotean. Desinteligencias
con el personal de la propia embajada lo obligan a regresar a Argentina
en junio de 1948. Lo envían a Nicaragua, donde no se encuentra muy
a gusto. A principios de 1949 lo trasladan a la representación en
Cuba, donde persisten las intrigas de algunos funcionarios, y en
enero de 1950 presenta su renuncia. Por problemas de salud, regresa
a su casa alquilada en Niza. El poeta peruano Alberto Hidalgo, quien
trata a Ugarte en los años 40, lo describe viviendo humildemente,
como un proscrito: "Yo quiero llamar la atención de un país sobre
este hombre, al que no puede dejarse perecer en la pobreza o en
el olvido, aunque fuese, si no tuviera otros méritos, sólo por esto:
por haber sido el apóstol de los ideales americanistas, por haber
gastado su fortuna recorriendo nuestras repúblicas a fin de despertarlas
y hacerles ver el peligro que las acecha. Y es por ello que, aunque
la Argentina lo tenga olvidado, el nombre de Manuel Ugarte no morirá
nunca en la conciencia de América". En noviembre de 1951, Ugarte
vuelve a Buenos Aires. Él mismo explica la razón del viaje: "No
he pertenecido nunca al bando de los adulones y si hago ahora esta
afirmación, si he vuelto especialmente de Europa a votar por Perón,
es porque tengo la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos
agruparnos, en momentos difíciles que atraviesa el mundo, todos
los buenos argentinos". Poco después regresa a Niza. El 2 de diciembre
de 1951 lo encuentran muerto en su casa. Aunque oficialmente se
considera que la muerte fue "accidental", en los medios literarios
y políticos se presume que él mismo decidió poner punto final a
su vida. Los suicidios de Horacio Quiroga en 1937, Alfonsina Storni
y Leopoldo Lugones en 1938, y de Lisandro de la Torre en 1939 habían
conmovido a Ugarte, quien afirmó que la suya era una generación
vencida. La historiadora Liliana Barela no descarta que "exiliado,
solitario, excluido y desilusionado, pudiera sentirse vencido y
tentado a adoptar el camino que eligieron tantos compañeros que
integraron su malograda generación".
La conspiración del silencio
Entre la obra poética de Manuel Ugarte se destacan Palabras (1893),
Poemas grotescos (1893), Versos (1894) y Vendimias juveniles (1907).
También es autor de narraciones cortas: Cuentos de la Pampa (1903)
y Cuentos argentinos (1908). Dentro de sus relatos de viaje figuran
Paisajes parisienses (1901), Crónicas de boulevard (1902) y Visiones
de España (1904). Sus ensayos literarios incluyen El arte y la democracia
(1905) y La joven literatura hispanoamericana (1906). Los textos
sociopolíticos abarcan El Porvenir de América Española (1910), La
Patria Grande (1922), El destino de un continente (1923) y La Reconstrucción
de Hispanoamérica (1951). ¿Cuál fue el trato que recibió Ugarte
en Argentina? A este auténtico polígrafo –autor de novelas, cuentos,
poesías y ensayos– las autoridades universitarias le niegan una
cátedra de Literatura. Los representantes de la cultura oficial
también rechazan la propuesta de Gabriela Mistral –quien lo denomina
"el maestro de América Latina"– para considerarlo candidato al Premio
Nacional de Literatura. El Partido Socialista, de orientación liberal
conservadora, lo expulsa dos veces, a causa de sus "desviaciones
nacionalistas". En 1910 se realiza un nuevo congreso de la Internacional
Socialista en Copenhague, pero esta vez viaja el dirigente Juan
B. Justo desde Buenos Aires, en lugar de designar a Ugarte que se
encontraba en París. El diario La Nación comienza a rechazarle artículos.
Sus libros El Porvenir de América Española, La Patria Grande, El
destino de un continente y La Reconstrucción de Hispanoamérica,
se editan en el país recién dos años después de su muerte, por iniciativa
de Jorge Abelardo Ramos en la pequeña editorial Coyoacán. Ugarte
muere enfermo y sin un centavo, lejos de Argentina. Poco antes,
comenta: "En otras partes se fusila, es más noble". ¿A qué se debe
esta conspiración del silencio? En el prólogo a La nación latinoamericana,
editado en Venezuela, Norberto Galasso da algunas claves: los representantes
de la generación del 900, "a pesar de las enormes presiones, los
silencios y los acorralamientos, han logrado hacerse conocer en
la Argentina y en América Latina desde hace años. De un modo u otro,
esterilizándolos o deformándolos, tomando sus aspectos más baladíes
o resaltando sus obras menos valiosas, han sido incorporados a los
libros de enseñanza, los suplementos literarios, las antologías,
las bibliotecas públicas, las sociedades de escritores, las aburridas
conferencias de los sábados, los anaqueles de cualquier biblioteca
con pretensiones". Galasso señala que Ugarte, en cambio, "ha corrido
un destino diverso: un silencio total ha rodeado su vida y su obra
durante décadas convirtiéndolo en un verdadero "maldito", en alguien
absolutamente desconocido para el argentino medianamente culto que
ambula por los pasillos de las Facultades. No es casualidad, por
supuesto. La causa reside en que, de aquel brillante núcleo intelectual,
sólo Ugarte consiguió dar respuesta al enigma con que los desafiaba
la historia y fue luego leal a esa verdad hasta su muerte. Sólo
él recogió la influencia nacional-latinoamericanista que venía del
pasado inmediato y la ensambló con las nuevas ideas socialistas
que llegaban de Europa, articulando los dos problemas políticos
centrales de la semicolonia Argentina y de toda la América Latina:
cuestión social y cuestión nacional. […] De ahí la singular actualidad
del pensamiento de Ugarte y por ende su condena por parte de los
grandes poderes defensores del viejo orden".
Un muerto en vida
En "Redescubrimiento de Ugarte", publicado en febrero de 1985, Jorge
Abelardo Ramos escribe: "[…] en la irresistible Argentina del Centenario,
orgullosa y rica, el emporio triguero del mundo, no había lugar
para él. No solamente porque, como decía Miguel Cané, escribir una
página desinteresada en Buenos Aires equivalía a recitar un soneto
de Petrarca en la Bolsa de Comercio, sino a causa de que Ugarte
iría a desenvolver su vida contra la lógica de la factoría euro-porteña:
era socialista, aunque criollo y católico; argentino, pero hispanoamericanista.
Si bien es cierto que lucharía por la neutralidad en las dos guerras
inter-colonialistas del siglo, debería hacerlo contra la opinión
dominante del rupturismo demo-izquierdista favorable a las potencias
democráticas; más tarde, asumiría la defensa de la industria nacional
y de la clase obrera en un país agropecuario, librecambista y antiobrero".
El luchador social se había convertido en "un muerto civil" mucho
tiempo antes de fallecer, apunta Ramos. "Sin el respaldo de un partido,
de una capilla, de los grandes diarios o del orden vigente, ningún
editor manifestó nunca el menor interés por publicar algún libro
de Ugarte. Semejante maravilla se explica porque la formación del
gusto público, en 1914 o en la actualidad, corría por cuenta de
los intereses creados por la oligarquía anglófila y su dócil clientela
de la clase media urbana, en suma, el cipayo ilustrado, que se cultiva
a la orilla de los grandes puertos de la América Latina". Ramos
recuerda: "En noviembre de 1954, organicé una Comisión de Homenaje.
Recibimos los restos de Ugarte en el puerto de Buenos Aires […].
Un silencio sepulcral reinaba sobre la República, en cuyo subsuelo
toda la reacción conspiraba. Pugnaban por derribar a Perón tanto
la agónica partidocracia democrática, como la izquierda cosmopolita
y el nacionalismo puramente retórico de ciertos grupos de la derecha
antiobrera. […] Enseguida organizamos en el salón Príncipe George
un Funeral Cívico en su homenaje. Hablaron en el acto Carlos María
Bravo, Rodolfo Puiggrós, John William Cooke y yo. […] A pesar de
la tensión reinante, congregamos unas cuatrocientas personas. Salvo
el presidente Perón, que envió un telegrama de adhesión, ni el gobierno
ni el peronismo oficial se hicieron presentes. Y, va de suyo, nadie
de la "inteligentzia" llamada argentina. Soplaba un viento gélido
y en el espíritu colectivo palpitaban sórdidos presagios. La contrarrevolución
democrática estaba en marcha". En el capítulo XII de Historia de
la nación latinoamericana, Ramos dedica varias páginas al trágico
destino de este luchador visionario y el silenciamiento sistemático
de su vida y obra. Se transcriben sólo dos párrafos: "El irritado
silencio que ha rodeado siempre a la figura de Ugarte no sólo es
necesario atribuirlo al papel de "emigrado interior" del intelectual
del 900 en las semicolonias, sino al "leprosario político" en el
que la oligarquía y sus amigos de la izquierda cipaya recluyen a
los hombres de pensamiento nacional independiente. A principios
de siglo al escritor latinoamericano no le quedaba otro recurso
que enmudecer o emigrar. Las pequeñas capitales de la nación "balcanizada",
aún la más presuntuosa, como Buenos Aires, habían sustituido la
función social del escritor con el libro español o francés. "[…]
En 1945, cuando en la Argentina el país estaba polarizado entre
Braden y Perón, Ugarte regresó después de muchos años de ausencia
y estuvo contra el embajador Braden, al mismo tiempo que la inmensa
mayoría de la intelligentzia argentina y latinoamericana se pronunciaba
contra Perón. El coraje moral de estar contra los mandarines, ese
coraje no le faltó jamás a Ugarte y esa es la razón del silencio
profundo que envuelve su persona y su obra". El artículo sobre Ugarte
de Pedro Orgambide –el último que escribió antes de morir el 19
de enero de 2003– sostiene: "No fue profeta en su tierra. Es, aún,
el gran olvidado del pensamiento político argentino. En cambio,
sus ideas impulsaron la acción de hombres como el peruano Víctor
Raúl Haya de la Torre o el nicaragüense Augusto César Sandino. Su
nombre es citado con frecuencia en otros países de América latina;
pocas veces en la Argentina. […] No gana plata con la política.
Al contrario: por ella, pierde su fortuna. Y por su heterodoxia,
se le cierran las puertas de la cultura oficial. […] Su figura disgusta
a algunos sectores clericales y políticos por lo que cansado de
pelear renuncia. […] Más retaceada es su influencia aquí, en el
llamado "pensamiento nacional", y poco reconocida su incidencia
en el origen de la "tercera posición" de nuestro país, en tiempos
de la guerra fría". Hace unos días se cumplió un nuevo aniversario
de la muerte de este patriota. La llamada "gran prensa", como es
habitual, no publicó una sola línea.
Textos consultados Liliana Barela, Vigencia del pensamiento de Manuel
Ugarte, Leviatán, Buenos Aires, 1999. Norberto Galasso, Manuel Ugarte,
EUDEBA, Buenos Aires, 1973. Jorge Abelardo Ramos, Historia de la
nación latinoamericana, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, abril
de 1968. Pedro Orgambide, "El largo viaje de Manuel Ugarte por América
Latina", Clarín, Buenos Aires, 26 de enero de 2003. Manuel Ugarte,
La nación latinoamericana (compilación, prólogo, notas y cronología
de Norberto Galasso), Biblioteca Ayacucho, Caracas, noviembre de
1978.
© Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú boletinbambu@yahoo.com
Fuente: www.rodelu.net
 Noticias
Bio-Bibliográficas
Por Liliana Barela
Manuel Baldomero Ugarte nació en Buenos Aires el 27 de febrero de
1875, aunque algunos consignan el año 1878, en papeles personales
que se encuentra en el Archivo General de La Nación, verificamos
la fecha de 1875. Sus padres, argentinos ambos, fueron Floro Ugarte
y Sabina Romero. En 1881 ingresó al Colegio Nacional Buenos Aires,
y en 1890 -a su regreso a Buenos Aires desde París-abandonó definitivamente
el bachillerato para dedicarse a las letras.
En 1893 publicó un cuaderno de poemas, Palabras, que financió su
padre y, poco después, Poemas grotescos y Versos y Serenatas. En
octubre de 1895 fundó la Revista Literaria, de la que sería director.
Esta revista, inspirada en la fundada por Rodó en Montevideo, recibió
el elogio del propio Rodó, de Ricardo Palma y Almafuerte.
Después de la intervención norteamericana en Cuba en 1898, Ugarte
decidió viajar a Estados Unidos. Este viaje constituye un punto
de inflexión en su vida. A partir de ese momento se dedicó a atacar
la política imperialista de ese país. Esta causa se convirtió en
objetivo totalizador de su existencia y lo concretó recorriendo
América Latina, denunciando al invasor y apoyando a los gobiernos
que encararon una política independiente, de corte nacional.
Desde Estados Unidos pasó a México, interesándose por su historia
para comprender con mayores elementos su conflictivo presente. Regresó
a Europa, pasando primero por Cuba, y en París terminó su primera
novela, Paisajes parisienses, que publicó en 1901. En octubre y
noviembre de ese mismo año aparecieron en el diario El País de Buenos
Aires sus dos primeros artículos anti-imperialistas: “El peligro
yanqui” y “La defensa latina”.
En 1902 agrupó varios artículos periodísticos y los publicó en Crónicas
de boulevard. En Madrid se puso en contacto con dirigentes y escritores
socialistas. Publicó dos nuevos libros: La novela de las horas y
los días y Cuentos de la Pampa. En este último describía personajes
y situaciones de la realidad argentina que conociera en sus primeros
veinte años de vida.
En julio de 1903 se embarcó hacia nuestro país para adherir al Partido
Socialista Argentino, y en el salón Operai Italiani, pronunció su
conferencia “Las ideas del siglo”. Allí con lenguaje claro y sencillo
Ugarte dice: “el socialismo no sólo es posible, es necesario” (Cúneo:
1955: 113). A pesar de sus manifestaciones anti-imperialistas, no
mencionó ese tema en la conferencia.
En 1903 había publicado dos libros: Visiones de España y Mujeres
de París, y en 1905 El arte y la democracia, Los estudiantes de
París y Una tarde de otoño. En el primero de los libros citados,
Ugarte reunió una serie de relatos acerca de paisajes españoles
y personajes vinculados a las letras. En El arte y la democracia,
insistió en la necesidad de un mayor compromiso del escritor con
su tiempo: “Enamorado de las letras que son quizás mi razón de vida,
pero enemigo del literalismo, entiendo que nuestras épocas tumultuosas
y febriles, el escritor no debe matar al ciudadano” (Ugarte: 1904:
V)
En 1906 publicó Enfermedades sociales, ensayo sobre diversos vicios
sociales, entre ellos la costumbre, la falta de libertad, la corrupción
administrativa, las guerras impopulares, el miedo a la verdad, la
intoxicación literaria, etc. Todos estos vicios, reconocía, derivaban
de un mal común: el régimen capitalista. Este régimen que “urge
reemplazar por una organización más de acuerdo con la cultura del
siglo” (Ugarte: 1906:200).
En los primeros meses de 1908, Ugarte publicó Burbujas de vida.
En él incluye un artículo suyo sobre las razones del arte social.
La preocupación del autor se centró en las manifestaciones de un
arte que deseaba “nacional”. Orientó esta búsqueda hacia una interpretación
del arte comprometido con su tiempo, única posibilidad de estructurar
una cultura que posibilite la identidad nacional y latinoamericana.
En 1910 publicó Cuentos Argentinos y adelantó en varios periódicos
los resultados de sus estudios acerca de orígenes, caracteres y
futuro de Hispanoamérica. A fines de ese año aparece El porvenir
de la América Español, en el cual analizó los orígenes y los diferentes
desarrollos de las dos Américas, denunció la política expansionista
de Estados Unidos a costa del resto de los países americanos, propuso
la necesidad de concretar una unificación basada en la comunidad
de territorio, lengua, cultura, costumbres, origen y enemigos comunes.
Este libro alcanzó amplia repercusión en América y en Europa.
El 14 de octubre de 1911, pronunció una conferencia en la Sorbona
de París sobre “Las ideas francesas y la emancipación americana”.
Dijo entonces: “ Como en el apólogo bíblico, hacia la Francia inmortal
para decirte ante la prosperidad de un mundo: he aquí lo que hemos
hecho con tu semilla” (Ugarte: 1922: 70). Toda la prensa francesa
publicó reseñas y comentarios, y con este pivote comenzaba Ugarte
su gira por veinte países latinoamericanos:
Quince días después (29 de octubre) partía yo con el fin de realizar
la gira continental […] Quería entrar en contacto con cada una de
las repúblicas cuya causa había defendido en el bloque, conocerlas
directamente, observar de cerca su verdadera situación y completar
mi visión general de la tierra americana, recorriéndola en toda
su extensión, desde las Antillas y México, hasta el Cabo de Hornos
(Ugarte: 1923: 43).
En primer lugar visitó Cuba, donde permaneció un mes. Recorrió el
país y pudo apreciar la penetración imperialista norteamericana,
reflejada aún en detalles cotidianos. El autor observó, empero,
una actitud de descontento, de profundo sentimiento nacionalista.
Dijo: “Bastaría un llamamiento autorizado o un grito oportuno para
que se llenara como antes la manigua de guerrilleros dispuestos
a hacerse matar de nuevo por la imposible independencia” (Ugarte:
1923: 61).
En este -como en casi todos los países que visitó-Ugarte pronunció
conferencias, estableció contactos y soportó los obstáculos que
le impuso cada gobierno. En Cuba, la difamación vinculaba a Ugarte
con un “hispanismo” intransigente que lo colocaba en contra de las
aspiraciones independentistas de los cubanos en 1898.
En mayo del siguiente año, 1912, llegó a Buenos Aires después de
su gira, y en julio, la polémica con el Partido Socialista culminaría
con su expulsión en noviembre. Ugarte creía que el socialismo debía
ser nacional, y al partido no le preocupaba este aspecto doctrinario.
El 1º de agosto se embarcaba hacia Montevideo. Allí el presidente
Battle y Ordoñez lo recibió personalmente y llevó a cabo una conferencia
en el Teatro 18 de Julio sin ningún tropiezo. Estrechó relaciones
con Delmira Agustini, gran poetisa uruguaya: “Entre Delmira y yo
no existió nunca más que una honda atracción espiritual, acaso un
sentimiento romántico” (Archivo Manuel Ugarte).
En 1914, con motivo de la agresión norteamericana a México, Ugarte
funda en Buenos Aires el Comité Pro-México, que luego se transformó
en la Asociación Latinoamericana. Durante ese año de 1914 recibió
dos golpes: los asesinatos de Delmira Agustini y de Jean Jaurés.
Otro hecho lo conmocionó: el desencadenamiento de la Gran Guerra:
Cuando estalló la guerra, fui hispanoamericano ante todo […] No
me dejé desviar ante todo por un drama dentro del cual nuestro continente
sólo podía ser papel de subordinado o de víctima y lejos de creer,
la injusticia en el mundo, me enclaustré en la neutralidad, renunciando
a fáciles popularidades para pensar sólo en nuestra situación después
del conflicto. (Ugarte: 1922: 119)
En esas difíciles circunstancias fundó el diario La Patria: “El
diario debía ser neutral frente a la guerra, defender cuanto concurriese
a vigorizar nuestra nacionalidad, desarrollar el empuje industrial,
crear conciencia propia y propiciar la unión de las repúblicas latinas
del continente frente al imperialismo” (Ugarte: 1923: 312). En el
diario La Patria, Ugarte presentó un programa de corte nacional
cuyos puntos principales eran: neutralidad, industria y cultura
nacional, anti-imperialismo y unidad latinoamericana.
En los primeros meses de 1916, en uno de los polémicos artículos
de su diario, analizó uno de los elementos de mayor penetración
económica de Inglaterra: los ferrocarriles. En febrero de ese mismo
año, La Patria publicó su último número.
En enero de 1919, acorralado por el aislamiento a que lo había sometido
el clima de su país, se dirigió a España. Dos años después decidió
instalarse en Niza con su esposa Theresa Desmard, con quien vivía
desde 1920. Publicó Mujeres espontáneas y Poemas completos. El periodismo
y los derechos de autor de sus libros eran sus únicos ingresos.
En 1922 apareció Mi campaña hispanoamericana en la editorial Cervantes
de Barcelona. Aquí recopiló algunos discursos pronunciados en diversos
países que visitó entre 1912 y 1917. Se editó un nuevo libro: La
Patria Grande, selección de artículos referidos, entre otros temas,
a la doctrina Monroe, la mediación de México, la industria nacional,
la neutralidad, extractados de revistas y de su diario La Patria.
En 1923 publicó El destino de un continente, en el cual describe,
además de sus vicisitudes en el viaje por América, la evolución
de su propia comprensión del fenómeno imperialista. Es una obra
de reflexión en la que se advierte el proceso de maduración intelectual
de nuestro autor. En ella incluyó al imperialismo inglés como predecesor
y acompañante del estadounidense, y condenó las actitudes parasitarias
de los gobiernos locales.
Por esta época escribió un artículo, “El nuevo nacionalismo”, en
el que afirma que existen dos ideas muertas: el internacionalismo
ciego y el nacionalismo cerrado. Se pronunciaba por un nacionalismo
democrático y por una democracia nacional como la única solución
posible, justamente cuando en América algunos intelectuales propiciaban
el advenimiento de “la hora de la espada”.
En 1924 apareció El crimen de las máscaras, en el que -haciendo
gala de agudo sentido crítico y satírico-ridiculizaba a diferentes
personajes, prototipos de la sociedad contemporánea. En esos años
publicó varios artículos: “La América Nueva” (1929), “Política y
Patria” (1930) y “El Fin de las Oligarquías Latinoamericanas” (1931).
El 21 de mayo de 1935 desembarcó en Argentina. El país -en plena
década infame-no registró la llegada del escritor, a excepción del
semanario forjista Señales. En 1940 escribió en Viña del Mar el
artículo “Estado Social de Iberoamérica”, en el que condenó las
guerras fronterizas entre los países latinoamericanos y denunció
la sujeción al imperialismo inglés, primero, y al norteamericano,
después.
En 1942 Ugarte publicó Escritores Iberoamericanos del 1900, sin
lugar a dudas su mejor producción literaria. Sus páginas permiten
acceder a la intimidad de la generación de escritores a la que perteneció
el autor, y que compartió momentos de juventud en Madrid y en París,
a comienzo de siglo pasado.
En marzo de 1946 llegó a Buenos Aires después del triunfo de la
fórmula Perón-Quijano. Se entrevistó con el nuevo presidente y,
convencido de la comunidad de ideas entre ambos, aceptó el cargo
de embajador en México que el nuevo gobierno le propuso. El decreto
de designación llevaba fecha 6 de agosto de 1946, y es confirmado
en el cargo de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la
República de México por un nuevo decreto, del 3 de septiembre del
mismo año.
Desinteligencias con integrantes de la propia embajada lo llevaron
a regresar a la Argentina en junio de 1948. Fue entonces desplazado
de la embajada de México a la de Nicaragua. Allí no se encontró
muy a gusto y a principios de 1949 logró su traslado a Cuba, donde
el 17 de enero de 1950 presentaría su renuncia, que fue aceptada.
Entre sus borradores, unos meses después, analizaba de esta manera
su alejamiento:
Sólo en un momento creí ver en la Argentina de Perón, una tentativa
de resistencia al imperialismo. Yo me había negado hasta entonces
a colaborar con todos los gobiernos renunciando a las candidaturas
a diputado y senador que me fueron ofrecidas. Ante la esperanza
de redención acepté dentro de la nueva política, una embajada. Pero
la desilusión no tardó en descubrir que las gallardías del tirano
sólo son ardides electorales que saca a relucir cada vez que declina
su autoridad.
Renuncié al cargo de embajador en Cuba y volví a retirarme de la
política sin ideales, dentro de lo cual todo sigue reglado por la
voluntad de los Estados Unidos. La juventud que siguió las incidencias
se dio cuenta del significado de mi alejamiento. (Archivo Manuel
Ugarte)
En Madrid de 1951 estaba terminando la redacción de su libro póstumo:
La Revolución de Hispanoamérica. Fue el libro de su madurez intelectual,
que se vio reforzado por un presente del que no fue sólo espectador.
Asistió a las dos guerras europeas, que la miopía occidental llamó
“mundiales”. Asistió a la fatiga de una Europa post-guerra, al agigantamiento
del poder estadounidense; al esplendor y ocaso del nazismo y del
fascismo, a la concreción de la primera revolución bolchevique.
Demasiadas conmociones para cualquiera y, especialmente importantes,
para un pensador como Ugarte. En éste, su último libro, penetró
hondamente en la situación hispanoamericana descubriendo sus fallas
y sus posibilidades.
En noviembre de 1951, regresó a Buenos Aires. He aquí el motivo
de su viaje: “No he pertenecido nunca al bando de los adulones y
si hago ahora esta afirmación, si he vuelto especialmente de Europa
a votar por Perón, es porque tengo la certidumbre absoluta de que
alrededor de él debemos agruparnos, en momentos difíciles que atraviesa
el mundo, todos los buenos argentinos”. (Ugarte: 1961: 116)
Pocos días después regresó a Niza. El 2 de diciembre de 1951 aparecía
muerto en la casa que alquilaba. Esta muerte fue declarada accidental,
aunque en los medios literarios y políticos se presumió que fue
suicidio. Entre sus manuscritos próximos a esa fecha puede leerse:
Hay dos maneras de matar a un hombre: matándolo o humillándolo.
Lo primero no convenía a mis adversarios, lo segundo lo evité yo.
Dios sabe que no hay nada en mi vida que me pueda reprochar. Tengo
la convicción de que en todo momento he servido a los intereses
argentinos y los ideales de Iberoamérica porque hasta con la ausencia
y con los silencios mantuve el derrotero que los gobernantes habían
olvidado. Que las nuevas generaciones, sin dejarse intimidar, eleven
al punto de mira, aprendiendo a ser grandes en la vida y en la muerte
[…] he querido decir a mis compatriotas estas palabras antes de
morir y entiéndase que mis compatriotas son todos los habitantes
de América Latina.
Deseo que mi entierro se haga en coche humilde y que asista a él,
no sólo los que me apreciaron de cerca o de lejos, sino cuantos
se arrepientan de haberme combatido.
La fe en Dios y en la Patria fue la brújula del pequeño navío castigado
de puerto en puerto, como si la tormenta naciera del idealismo de
sus mástiles. El navegante viejo se ha hundido con él y que sobre
las aguas cada vez más procelosas sigue flotando por lo menos su
bandera. (Archivo Manuel Ugarte)
He incluido este escrito inédito de Ugarte (con fecha aproximada
posterior a 1950, porque al comienzo de este artículo de tres páginas
habla de sus libros y menciona La reconstrucción de Hispanoamérica)
porque servirá para advertir que existe la posibilidad de su suicidio,
o de “accidente voluntario” que ocasionara su muerte. Si bien él
viaja a Buenos Aires, y su propia declaración nos indujo a creer
en la confianza depositada por Ugarte hacia el gobierno que encabeza
el General Perón, probablemente su propia marginación del proceso
lo moviera a apoyar dicho gobierno como la única solución posible
frente al estado difícil por el que atravesaba nuestro país y el
mundo en general. Lo que no se puede objetar fue la confianza que
Ugarte depositó en el movimiento, más allá de los dirigentes. Él
mismo lo afirmó cuando dijo:
Los prisioneros del pasado que se resisten a admitir este momento
nuevo, esta mentalidad diferente, este ideal de porvenir, no perturbarán
la marcha de la nación hacia sus nuevos destinos. La revolución
no ha sido de un hombre, ni de un grupo, ni de un momento político,
ha sido fruto de una conmoción geológica, de un cambio de clima,
y aunque las individualidades que gobiernan no llegaran a desaparecer,
la revolución seguirá su marcha, superior a las contingencias, bajo
la sombra tutelar y las inspiraciones del que supo dar forma a los
hechos a los que la inmensa mayoría de los argentinos deseábamos
y esperábamos desde hace largas décadas. Todos los presentimientos
y las esperanzas dispersas de nuestra juventud, volcada un instante
en el socialismo, han sido concretadas definitivamente en la carne
viva del peronismo, que ha dado fuerza al argentinismo todavía inexpresado
de la Nación. Ahora sabemos lo que somos y a dónde vamos. Tenemos
nacionalidad, programa, derrotero. (Ugarte: 1961: 117)
La percepción de Ugarte del momento por el que atravesaba nuestro
país, frente a la miopía de la mayoría de los partidos políticos
que no supieron estar a la altura de las circunstancias, revela
un profundo conocimiento del proceso histórico y lo rescata como
protagonista trascendente dentro de los pensadores argentinos.
Este hecho no invalida la posibilidad de que Ugarte, exiliado, solitario,
excluido y desilusionado, pudiera sentirse vencido y tentado a adoptar
el camino que eligieron tantos compañeros que integraron su malograda
generación.
Los libros más significativos han sido: El porvenir de la América
Española (1910), La Patria Grande (1922), Mi campaña hispanoamericana
(1922), El destino de un continente (1923) y La reconstrucción de
Hispanoamérica (1951). Los conceptos allí vertidos se fueron superando
en cada obra. El eje de su producción giró en torno a dos problemas:
por un lado, el de la realidad hispanoamericana, en el que incluye
los conceptos de nacionalidad, unidad, raza; y por otro, el de la
acción imperialista, con sus métodos, sus procedimientos y la evolución
de los países hegemónicos.
Sus trabajos, que no tuvieron difusión en nuestro país, sirven hoy
más que ayer. Tienen el doble carácter que adquiere todo testimonio:
sirven por la realidad que describen y sirven -sobre todo-por la
percepción de esa realidad que implica la valoración historiográfica
de la obra.
Temas de reflexión antropológica y latinoamericana
Los temas esenciales aparecen en la obra de Manuel Ugarte en forma
tangencial a su pensamiento político latinoamericanista. En la formulación
de este pensamiento descubre precozmente el imperialismo inglés,
como vimos en la edición del diario La Patria. En una de sus editoriales
dijo:
Aprovechando la situación que determina la guerra debemos hacer
pues, lo posible para crear los resortes que nos faltan y no pasar
de la importación europea a la importación norteamericana.
[…] No se trata de teorías de proteccionismo o libre cambio. Se
trata de una enormidad que no puede prolongarse; el proteccionismo
existe entre nosotros para la industria extranjera y el prohibicionismo,
para la industria nacional […] Se abre en el umbral del siglo un
dilema: la Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos.
(Ugarte: 1922 b: 68-69)
Este descubrimiento lo advierte en uno de sus mayores baluartes:
los ferrocarriles. Escribe en el artículo editorial de La patria,
del 16 de febrero de 1916, “Los ferrocarriles en contra de nuestro
progreso industrial”:
Uno de los problemas que más nos interesa, fuera de toda duda, es
el de la explotación de nuestros ferrocarriles por empresas de capital
foráneo, cuyos intereses, de conveniencias motivadas por su misma
falta de arraigo y su origen, son fundamentalmente opuestos a los
intereses de la república.
…Las empresas ferroviarias son todas extranjeras: capital inglés,
sindicatos ingleses, empleados ingleses, …El capital, especialmente
el inglés y el yanqui, no sólo tienen campo abierto para todas sus
especulaciones, buenas, regulares o peores, sino además de ser respetado,
como merece es obedecido con ciertos visos de servilismo poco honroso,
por cierto. Una línea férrea se explota entre nosotros de manera
halagüeña. Lleva la empresa noventa y ocho probabilidades de obtener
pingües ganancias contra dos de obtenerlas …regulares; de perder,
ninguna. Línea alguna ha dado ni dará pérdidas. Y este dato merece
ser tenido en cuenta al ocuparse de los ferrocarriles como origen
de nuestra atrofia industrial. (Archivo Manuel Ugarte)
A pesar de ello, cuando define el origen latinoamericano y el programa
de desarrollo posible, aparece un pensamiento claro en relación
con los primeros tiempos y la integración. Al respecto es interesante
comparar dos textos (1910 y 1943) para advertir la superación de
pensamientos externos.
En el primero, dijo Ugarte:
Nuestra raza -y al decir nuestra me parece abarcar a España y a
América en un calificativo común-nuestra raza está cansada de que
la adulen. En su instinto oscuro, en su conciencia profunda comprende
su estado actual, mide las consecuencias de sus fracasos, abarca
las perspectivas del porvenir… prefiere las duras advertencias que
la lastiman a los elogios vanos que parecen agrandar la distancia
entre lo que somos actualmente y lo que esperamos volver a ser …
España y América no forman para mí dos entradas distintas. Forman
un solo bloque agrietado. (Ugarte: 1922a: 24).
En el segundo afirmó:
La nacionalidad no se crea sólo con las armas o con el pensamiento.
Se crea, sobre todo, con la emoción. En Iberoamérica sólo existe
la nacionalidad geográfica. Todavía no ha surgido la nacionalidad
geográfica. Todavía no ha surgido la nacionalidad económica, ni
la nacionalidad étnica. Menos aún la más difícil de todas, la nacionalidad
moral… la realidad ética y espiritual de nuestra América no será
nunca el universalismo vago ni el individualismo remoto, sino el
iberoamericanismo, es decir, la resultante del acontecer histórico
y cultural modificado por el tiempo y los aportes varios en una
zona geográfica del mundo (Ugarte: 1951: 66-67).
A pesar de sus desventuras, Manuel Ugarte creía en las posibilidades
crecientes para América Latina. Si bien no pudo percibir un programa
para superar las dificultades desde sus primeros escritos, piensa
que es posible lograrlo:
Una concepción de la vida entre melancólica y resignada -no hay
que entender escépticas, porque nada seríamos, nada alcanzaríamos
sin la esperanza de algo mejor-me ha hecho sobrellevar la atmósfera.
Hay en el ser humano algo animal o divino, que, por encima de las
medidas y las fórmulas, le permite hacer entrar hasta el fondo del
dolor, un eco de suaves matinales y un vivificante rayo solar. A
menudo, lo inexistente me consoló de lo que existía. La imaginación
fue bálsamo para la observación. Aprendí a trasmutar el odio en
altruismo. Y el tiempo se encargó de adaptarme gradualmente a la
amargura, como se adapta el árbol que creció pasando por el hueco
de las piedras y que, a pesar del dogal que lo ciñe, logra llevar
hasta la cima la copa abierta de su ilusión.
Así me encuentro, al cabo de treinta y dos años de vida literaria,
escribiendo este libro, sin desaliento y sin rencores, con la misma
cordialidad hacia mis compañeros, con el mismo espíritu fervoroso
con que debuté en París, en 1900. he visto muchas figuras y muchos
trances, he tenido satisfacciones y fracasos, dolores y alegrías,
pero pese al ambiente adverso, he mantenido, contra viento y marea,
la voluntad tendida hacia un ideal.
La única posibilidad de ser grande, reside, acaso, en tener la noción
de nuestra pequeñez. ¡Somos tan insignificantes y pasamos tan rápidamente
por el mundo!... Así es la vida literaria: un poco de dolor, un
soplo de ansiedad, una luz breve, y después… ¿quién sabe? (Salas:
sin fecha: 73-74)
Además de visualizar un optimismo inicial, en su programa advierte
claramente cuál sería el rol del escritor latinoamericano en relación
con su obra. Esta apreciación la extiende al arte, que deberá ser
socialmente comprometido. El dolor de escribir es uno de los textos
felizmente re-editados en Argentina, aunque no posea canales de
distribución eficaces. En él condensa reflexiones sobre la literatura
y el rol del escritor y describe su tarea y pensamiento en los últimos
treinta años. Se imprime en España poco antes de la Guerra Civil,
y por tanto es una “rara especie” poder consultarlo. Realiza una
crítica directa acerca de la falta de originalidad de los escritores:
SOLO HAY, EN REALIDAD, DOS CLASES DE ESCRITORES: los espontáneos
y los librescos.
A los espontáneos se les conoce -basta una página-, por la diafanidad,
por el altruismo, hasta por el desdén de la intriga y de las artes
menores de la literatura. Les anima un sentimiento cordial para
sus compañeros, especialmente para la juventud. Creen en un ideal.
Llevan más o menos probabilidades en las alas, pero siempre tienden
a levantar los ojos hacia el sol, magnificarse en las cimas, a abrirse
en luz sobre la imposible eternidad.
A los librescos no es difícil tampoco clasificarlos. Conceden suprema
atención a las preocupaciones corrientes. Invariablemente comparten
la opinión que impera, lo mismo en política que en el arte, sin
prejuicio de “evolucionar” así que apunte otro matiz del éxito.
(Salas: sin fecha: 29)
Más adelante insiste en este complejo latinoamericano.
El internacionalismo intelectual -no empleo la palabra en su sentido
de amplitud comprensiva, sino en el de renunciamiento y entrega
de las propias características-no fue, después de todo, más que
una manifestación del embobecimiento que en todos los órdenes ha
inmovilizado a la América española, primero ante Europa y después
ante Estados Unidos.
En realidad, no hemos tenido vida propia. Hemos vivido por cable,
atento igualmente a las cotizaciones y a las modas, como si alimentada
por un cordón umbilical de direcciones supremas, la esencia de nuestro
ser no hubiera salido todavía a luz.
La costumbre de imitar es en el Sur, tan cerrada, que hasta nos
obstinamos en hacer de abril el símbolo de la primavera (como en
Europa, decimos tener 18 abriles, etc.,) siendo así que el trastrueque
de estaciones en nuestro hemisferio, hace que el mes de abril, caiga
en otoño. Así vivimos en todos los órdenes de oídas.
Más de una vez hemos preguntado en horas de perplejidad: ¿Cuándo
llegará a surgir la vida realmente latinoamericana? (Salas: sin
fecha: 76-77)
Manuel Ugarte realiza un diagnóstico interesante sobre América Latina
y, como vimos, comienza descubriendo la sociedad estadounidense
cuando realiza su primer viaje a Estados Unidos:
En el fondo de mi memoria veo el barco holandés que ancló en el
enorme puerto erizado de mástiles, ennegrecido por el humo, las
sirenas de los barcos aullaban en jauría alrededor de una gigantesca
Libertad señalando con su brazo al mar. Rascacielos desproporcionadamente
erguidos sobre otros edificios de dimensiones ordinarias, aceras
atestadas de transeúntes apresurados, ferrocarriles que huían a
la altura, a lo largo de las avenidas, vidrieras de almacenes donde
naufragaban en océanos de luz los más diversos objetos, todo cuanto
salta a los ojos del recién llegado en una primera versión apresurada
y nerviosa, me hizo entrar al hotel con la alegría y el pánico de
que me hallaba ante el pueblo más exuberante de vida, y más extraordinario
que había visto nunca. (Ugarte: 1923: 11-12).
Pero esta admiración no fue impedimento para que advirtiera:
Yo imaginaba ingenuamente que la ambición de esta gran nación se
limitaba a levantar dentro de sus fronteras la más alta torre de
poderío, deseo legítimo y encomiable a todos los pueblos […] Pero
leyendo un libro sobre política de este país encontré un día citada
la frase del senador Preston, en 1838: la bandera estrellada flotará
sobre toda la ambición de nuestra raza. (Ugarte: 1923: 13)
Esto motivó al escritor a interiorizarse en la evaluación de la
política de este país. Dijo:
Así fue aprendiendo al par que la historia del imperialismo nuestra
propia historia hispanoamericana […] Los Estados Unidos al ensancharse
no obedecían, al fin y al cabo más que a una necesidad de su propia
salud […] pero nosotros al ignorar la amenaza, al no concertarnos
para impedirla, dábamos prueba de una inferioridad que, para las
autoritarios y deterministas, casi justificaba el atentado. (Ugarte:
1923: 18-19)
El primer artículo que escribió después de este primer viaje fue
“El peligro yanqui”, aparecido en El País el 19 de octubre de 1901.
En él, Ugarte alertó sobre el choque de intereses de las dos Américas
y tomó como punto de partida lo ocurrido en Cuba. Además, advirtió
que una de las tácticas utilizadas por Estados Unidos era la infiltración
o predominio industrial en un país determinado, etapa previa y necesaria
que prepararía la escena para ser seguida de una agresión pretextando
la defensa de intereses económicos. Escribe Ugarte en este artículo:
De esta manera, cuando decide apropiarse de una región que ya domina
moral y efectivamente, sólo tiene que pretextar la protección de
sus intereses económicos (como en Texas o en Cuba) para consagrar
su triunfo por medio de una ocupación militar de un país que ya
está preparado para recibirle. Por eso al hablar de peligro yanqui
no debemos imaginarnos una agresión inmediata o brutal que hoy sería
imposible, sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral
que iría acreciendo con las conquistas sucesivas y que irradiará
cada vez con mayor intensidad desde la frontera en marcha hacia
nosotros (1901a).
Recordemos que con Cuba, los Estados Unidos basaron sus relaciones
en la Enmienda Teller, por la cual concedían al país una independencia
nominal, situación que se completaría en 1901, cuando a través de
la Enmienda Platt se estableció un protectorado sobre la isla. En
ese mismo año Ugarte propuso, para defenderse del imperialismo estadounidense,
utilizar el contrapeso de la participación de las potencias europeas
en los asuntos latinoamericanos. Lo hizo en “La defensa Latina”,
artículo fechado el 5 de octubre de 1901 en París, y publicado El
País de Buenos Aires el 9 de noviembre de 1901:
Francia, Inglaterra, Alemania e Italia han empleado en las repúblicas
del sur grandes capitales y han establecido corrientes de intercambio
o de emigración. En caso de que los Estados Unidos pretendiera hacer
sentir materialmente su hegemonía y comenzar en el sur la obra de
infiltración que han consumado en el Centro se encontrará naturalmente
detenido por las naciones europeas que tratan de defender las posiciones
adquiridas […] Se dirá que es defenderse de un peligro provocando
otro. Pero si los europeos están de acuerdo para oponerse a las
pretensiones de los Estados Unidos, no lo están para determinar
hasta qué punto deben graduar las pretensiones propias […]
De modo que estaríamos defendidos contra los americanos por los
europeos y contra los europeos por los europeos mismos […]
Además la verdadera amenaza no ha estado nunca en Europa sino en
América del Norte (1901b).
Todavía Ugarte manifiesta dos puntos de vista que modificaría años
más tarde: la apreciación despectiva sobre las repúblicas de América
Central y la apreciación de privilegio con que juzga la situación
de los países del extremo sur -no soportando ningún tipo de colonialismo
y desconociendo, por ende, la acción del ejercido por Inglaterra:
“Según ellos (Estados Unidos) es un crimen que muestras riquezas
naturales permanezcan inexplotadas a causa de la pereza y falta
de iniciativa que nos suponen juzgar a toda América Latina por lo
que han podido observar de Guatemala o de Honduras” (1901a). Cuando
Ugarte realizó su gira cambió posición con respecto a Centroamérica
y se convirtió en defensor de esas naciones:
Sólo el extremo sur está ileso y aún en nuestra región donde los
intereses industriales y comerciales de Europa hacen imposible un
acaparamiento, han ensayado los Estados Unidos una manera de acapararnos.
La guerra peruano-chilena y el antagonismo entre Chile y Argentina
son quizás el producto de una hábil política subterránea dirigida
a impedir una solidaridad y una entente que pudieran echar por tierra
los ambiciosos planes de expansión (1901a).
En la guerra del Pacífico los capitalistas europeos y, en menor
grado, los Estados Unidos, tomaron abiertamente partido a favor
de Chile y contra la alianza peruano-boliviana. Esta actitud respondió
a la tesitura de que el gobierno de Santiago de Chile era agente
de los intereses europeos -asunto que Ugarte aún no tenía claro-y,
además, que la conquista del norte salitrero significaba una ventaja
muy importante también para los sectores dominantes chilenos.
Ugarte detectó la técnica de este imperialismo y no pudo mantenerse
al margen de la ideología imperante cuando trata de explicarlo:
“el imperialismo se hace cada vez más amplio, se convierte en una
operación de conjunto y lo que empieza a surgir en los momentos
actuales es el imperialismo de raza” (1922 a: 206). En ningún momento
Ugarte se manifestó en contra del pueblo norteamericano. Para él
las causas del imperialismo fueron, en parte, provocadas por el
desigual desarrollo entre la América anglosajona y la latina. Como
lo plantea en la conferencia “Causas y consecuencias de la Revolución
Americana”, que pronuncia en Barcelona en mayo de 1910:
Primero, las divisiones. Mientras las colonias que se separaron
de Inglaterra se unieron en un grupo estrecho y formaron una sola
nación, los virreinatos y capitanías generales que se alejaron de
España, no sólo se organizaron separadamente, no sólo convirtieron
en fronteras nacionales lo que eran simples divisiones administrativas,
sino que las multiplicaron después al influjo de hombres pequeños
que necesitaban patrias chicas para poder dominar […] La segunda
causa es la orientación filosófica y las costumbres políticas […]
Mientras los Estados Unidos adoptaron los principios y las formas
de civilización más recientes, las Repúblicas hispanoamericanas,
desvanecido el empuje de los que determinaron la Independencia volvieron
a caer en lo que tanto habían reprochado a la metrópoli […] autoritarismo
[…] teocracia […] Y como un pueblo sólo puede desarrollarse íntegramente
dentro del libre pensamiento y dentro de la democracia […] las repúblicas
hispanoamericanas se han dejado adelantar por la república anglosajona
que, aligerada de todas las supersticiones, avanza resueltamente
hacia el porvenir (1922 a: 40-42).
Después de asumir la presidencia Roosevelt, Ugarte vio concretarse
paso a paso la dominación norteamericana en el Caribe. Acerca de
este hecho, dijo:
¿Por qué permaneció impasible la opinión pública cuando Colombia
se vio desposeída del istmo de Panamá, cuando las tropas extranjeras
se apoderaron de Veracruz o cuando Santo Domingo perdió su soberanía?
¿Por qué razón los que se emocionan ante la suerte de Polonia o
claman contra las injusticias de la India, no tuvieron una palabra
de solidaridad? ¿Por qué cayó el olvido tan pronto sobre estos hechos?
(Ugarte, M; “Errores…”)
Tal vez la respuesta estuvo vinculada -además de las razones de
política interna e internacional-a otra razón, vinculada al orden
de las ideas: el triunfo del darwinismo social que, con su teoría
de la supervivencia de los más aptos, brindó a los Estados Unidos
una doctrina de difusión universal que justificaba su política expansionista,
debido a su condición de nación más “civilizada”. Sus propuestas
concretas en búsqueda de la unidad hispanoamericana enunciados en
su artículo “La defensa Latina” (1901b) se basan en los siguientes
principios:
Entre las Repúblicas Hispanoamericanas hay menos hostilidad que
entre dos provincias españolas.
Nuestras divisiones son políticas y los antagonismos son entre las
clases dirigentes que gobiernan Hispanoamérica.
Los países guías deben ser los que han “alcanzado mayor grado de
cultura”.
El acuerdo de unidad no debe ser un acuerdo impuesto sino resuelto
por voluntad colectiva.
Exige una etapa previa de elaboración durante la que la parte más
ilustrada de cada país se dedique a realizar una especie de “cruzada
de propaganda”. Los instrumentos serían: diarios, conferencias,
congresos, enviados especiales.
La unión no sería una operación estratégica, sino un razonamiento
que impondría dos condiciones: a) estar al tanto de lo que ocurre
en todas las repúblicas de América y b) establecer comunicaciones
independientes.
Con respecto a los métodos que utilizaron los imperialismos para
impedir el desarrollo regional de Iberoamérica, dirá:
[…] Lo peor del imperialismo Inglés así como del norteamericano
no consiste en que se lleva lo más valioso de las riquezas del país
sino en que arrasa los valores morales estableciendo una prima a
la inferioridad y al renunciamiento de los hombres (Ugarte: 1940).
Los factores que posibilitarían la integración -según el autor-son
la literatura, el arte y la educación; la diplomacia y las relaciones
latinoamericanas y el gobierno de cada país en relación a su política
económica e inmigratoria. Con respecto a la literatura, establece
una serie de principios a los que los escritores deberían ajustarse:
La literatura no reside exclusivamente en la forma […] Toda obra
tiene un principio, un fin y un propósito […] Hablamos de las obras
de aquellos que tienen algo que decir y lo dicen completamente.
Nadie escribe por el placer de alinear palabras y colocar imágenes
[…] sería monstruoso establecer que el arte debe callar y someterse
a los intereses que dominan en cada momento histórico, cuando todo
nos prueba que desde los orígenes sólo se ha alimentado de rebeldías
y anticipaciones […]
De suerte que querer convertirlo, con pretexto de prescindencia,
en lacayo atado al triunfo transitorio de determinada clase social,
es poner un águila al servicio de una tortuga […] La falta de combatividad,
cierta tendencia femenina a no advertir más que los detalles de
las cosas […] el arte social es una reacción contra las desviaciones
de los últimos tiempos, una vuelta hacia la normalidad y una tentativa
para dignificar de nuevo la misión del escritor que no debe ser
un clown o un equilibrista encargado de cosquillear la curiosidad
o de sacudir los nervios enfermos de los poderosos sino un maestro
encargado de desplegar la bandera, abrir rumbo, erigirse en guía
y llevar las multitudes hacia la altísima belleza que se confunde
en los límites con la verdad […] [debemos] Fortificar los lazos
que unen a nuestra generación y a la época en que vivimos tratando
de ser algo así como la voz de nuestro tiempo (Ugarte: 1908a: 131-133-144-145).
Con respecto a las formas gauchescas literarias, expresó:
Claro está que no defendemos las formas gauchescas que fueron la
primera válvula de escape ofrecida a la personalidad moral del continente
[…] Lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido en resumen más que
un arte colonial, colonial de Francia, colonial de España, colonial
de Italia, pero arte reflejo, belleza que no tiene ninguna marca
local, ni en los asuntos, ni en la inspiración, ni en la forma.
Al tocar este punto hay que adelantarse a las interpretaciones de
los que creen que literatura nacional significa un localismo estrecho
o una especie de chauvinismo egoísta y excluyente, se ponen en contradicción
con la esencia misma de nuestra cultura, que formada con fragmentos
arrancados de diferentes pueblos es por así decirlo, una síntesis
de todas las patrias […] Pero una cosa es asimilar y otra pensar
con cerebro ajeno.
No hay razón para que la literatura siga siendo exótica, cuando
tenemos territorios, costumbres y pensamientos que nos pertenecen
(Ugarte: 1908b: 21).
Conclusiones
Fue Ugarte, desde el comienzo, un socialista reformista a quien
le preocupó el problema imperialista y la cuestión nacional. Su
convicción socialista la adquirió a través de comentarios sobre
la obra de Marx, ya que no leyó los textos de éste. Su socialismo
anti-imperialista y nacional no encontró lugar en el Partido Socialista
Argentino, del que se separó cada vez que afirmó sus posiciones
independientes.
Esa ideología no fue abandonada por Ugarte, aún cuando se apartara
de algunos condicionamientos momentáneos. Este alejamiento no significó
que abjurara de la doctrina, sino que la misma no se adaptaba a
la contemporaneidad de los hechos.
Sería justamente su ideología la que lo condujera a la adopción
de la neutralidad más empecinada frente a los dos conflictos bélicos
mundiales y a la causa peronista, en 1945. Para muchos, este último
hecho significó una traición a sus principios, pero creemos que
Ugarte estuvo a la altura de los acontecimientos. En este sentido
debemos recordar que en 1935 estuvo más cerca de los postulados
de FORJA que del partido Socialista Argentino.
La solución para lograr el desarrollo de América Latina, según Ugarte,
estaría dada a través de la unidad “homogeneizante” de Iberoamérica
con España como referente. Luego modificará esta apreciación y -en
vista de la heterogeneidad-se pronunciará por la integración frente
a los mismos obstáculos y a la acción imperialista sufrida en América
Latina. Hasta 1916 sólo descubre la política norteamericana; después
de la guerra, descubrirá la inglesa también. Para la década de 1950
su proyecto abarca la industrialización como el gran pivote del
desarrollo, como asimismo la formación de un mercado interamericano.
No elude afrontar el problema de la identidad nacional con su base
aborigen y su inmigración europea. Tipifica como factores esenciales
de cambio a la literatura, el arte y la educación, la diplomacia
y las relaciones interamericanas y la acción de los gobiernos, donde
incluye especialmente a la política inmigratoria y a la política
económica.
Sus reflexiones tuvieron algunos desajustes pero constituyen un
proyecto atendible y un intento rescatable -quizás el mejor-de quienes
integraron su generación. Su mejor cualidad fue adaptarse a los
tiempos sin perder su coherencia ideológica, pero sin temer a los
rótulos que sus detractores colocaron y, lo que es peor, siguen
colocando a su persona y su contribución, por esclarecer la realidad
que le tocó vivir.
A la luz de los tiempos que corren, donde pareciera que hay pocas
opciones para encarar el futuro, esta propuesta alternativa se anticipa.
Habla de las personas y las dificultades, habla del intelectual
y su compromiso y, en la diversidad, propone el conocimiento cultural
de los países y sus habitantes y un mercado regional que hoy está
intentado ser. No se trata de proclamar el MERCOSUR cultural, se
trata de trabajar por él. Y aquí el autor no separa lo económico
de lo cultural.
Por lo tanto, adscribe a la reformulación del MERCOSUR y nos presenta
la historia cultural de las dificultades económicas y sociales que
impiden la integración. Este concepto implica mucho más que importar
o exportar productos, implica reformular las relaciones en lo que
tienen de esenciales, en aquello que la cultura esclarece e ilumina.
Bibliografía de Obras Citadas
Cúneo, Dardo. El romanticismo político. Lugones, Pairó, Ingenieros,
M. Fernández, Ugarte, Guerchunoff. Buenos Aires: Transición, 1955.
Salas, Horacio (Director). El dolor de escribir (confidencias y
recuerdos) Manuel Ugarte. Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes,
sin fecha.
Ugarte, Manuel. “El peligro yanqui”. El País de Buenos Aires, 19
de octubre de 1901(a).
“La defensa latina” (fechado en París, 5 de octubre de 1901). El País de Buenos
Aires, 9 de noviembre de 1901 (b).
“Errores de nuestra América”. Diario Mexicano, sin fecha ni paginación. Archivo
Manuel Ugarte en el Archivo General de La Nación, Sala VII, Legajo
19
Estado Social de Iberoamérica. Archivo Manuel Ugarte, Sala 7, Legajo 35.
El arte y la democracia (Posa de lucha). Valencia: Cempere, 1904.
Enfermedades Sociales. Barcelona: Sopena, 1906.
Burbujas de la vida. París: Paul Ollendorff, 1908 (a).
Las nuevas tendencias literarias. Valencia: Sempere, 1908 (b).
Cuentos Argentinos. París: Garnier, 1910 (a).
Los estudiantes de París. Madrid: Librería Española, 1910 (b).
El porvenir de la América española. Valencia: Prometeo, 1910 ©.
“Los ferrocarriles en contra de nuestro progreso industrial”. La Patria, 12/2/1916.
Archivo Manuel Ugarte, Sala 7, Legajo 22.
Mi campaña hispanoamericana. Barcelona: Cervantes, 1922 (a).
La patria grande. Madrid: Internacional, 1922 (b).
El destino de un continente. Madrid: Mundo Latino, 1923.
Escritores iberoamericanos del 1900. Santiago de Chile: Zig Zag, 1951.
La reconstrucción de Hispanoamérica. Buenos Aires: Coyoacán, 1961.
Bibliografía del autor
Palabras. Buenos Aires: edición del autor, 1893.
Poemas grotescos. Buenos Aires: edición del autor, 1893.
Versos y serenatas. Buenos Aires: edición del autor, 1894.
Paisajes parisienses. París: Lobraires-imprimeris reunies, 1901.
Crónicas de boulevard. París: Garnier, 1902.
La novela de las horas y los días. París: Garnier, 1903.
Visiones de España (Apuntes de un viajero argentino). Valencia:
Sempere, 1904.
El arte de la democracia (Prosa de lucha). Valencia: Sempere, 1904.
Una tarde de otoño (Pequeña sinfonía otoñal). París: Garnier, 1906.
La joven literatura hispanoamericana. Antología de prosistas y poetas.
París: Librería Armand Colin, 1906.
Enfermedades sociales. Barcelona: Sopena, 1906.
Burbujas de la vida. París: Paul Ollendorff, 1908 (a).
Las nuevas tendencias literarias. Valencia: Sempere, 1908 (b).
Cuentos Argentinos. París: Garnier, 1910 (a).
Los estudiantes de París. Madrid: Librería Española, 1910 (b).
El porvenir de la América española. Valencia: Prometeo, 1910 ©.
Cuentos de La Pampa. Madrid: Espasa-Calpe, 1920.
Las espontáneas. Barcelona: Sopena, 1921.
Poesías completas. Barcelona: Sopena, 1921.
Mi campaña hispanoamericana. Barcelona: Cervantes, 1922 (a).
La patria grande. Madrid: Internacional, 1922 (b).
El destino de un continente. Madrid: Mundo Latino, 1923.
El crimen de las máscaras. Valencia: Sempere, 1924.
El camino de los dioses. Barcelona: Sociedad de Publicaciones, 1926.
La vida inverosímil. Barcelona: Manuel Maucci, 1927.
El dolor de escribir. Madrid: Compañía Iberoamericana de Publicaciones,
1932.
Escritores iberoamericanos del 1900. Santiago de Chile: Zig Zag,
1951 (a).
El naufragio de los argonautas. Santiago de Chile: Zig Zag, 1951.
Cabral. Un poeta de América. Buenos Aires: Américalee, 1955.
La reconstrucción de Hispanoamérica. Buenos Aires: Coyoacán, 1961.
Bibliografía sobre Manuel Ugarte
Arroyo, César. Manuel Ugarte. París: Le Livre libre, 1931.
Barela, Liliana. Vigencia del pensamiento de Manuel Ugarte. Buenos
Aires: Leviatán, 1999.
Carrión, Benjamín. Los creadores de la Nueva América: José Vasconcelos,
Manuel Ugarte, Francisco García Calderón, Alcides Arguedas. Madrid:
Sociedad Española de Librería, 1928.
Cúneo, Dardo. El romanticismo político. Lugones, Payró, Ingenieros,
M. Fernández, Ugarte, Gerchunoff. Buenos Aires: Transición, 1955.
Galasso, Norberto. Manuel Ugarte. Buenos Aires: Eudeba, 1973, 2
tomos.
Manuel Ugarte. La Nación Latinoamericana. Venezuela: Biblioteca
Ayacucho, 1978.
Manuel Ugarte y el Partido Socialista, documentos recopilados por
un argentino. Buenos Aires: V.E.H.A., 1914.
Marianetti, Benito. Manuel Ugarte, un precursor en la lucha emancipadora.
Buenos Aires: Sílaba, 1976.
Ramos, Abelardo. Manuel Ugarte y la evolución latinoamericana. Buenos
Aires: Coyoacán, 1961.
Unamuno, Miguel. “Manuel Ugarte: Una columna de fuego” (prólogo).
El dolor de escribir (Confidencias y recuerdos) Manuel Ugarte. Buenos
Aires: Fondo Nacional de las Artes, sin fecha.
Liliana Barela, Revisión Técnica Adrián Celentano
Fuente: www.ensayistas.org
 El
largo viaje de Manuel Ugarte por América Latina
La última nota de Pedro
Orgambide (1929- 2003)
Manuel Ugarte pertenecía a una familia tradicional. Había nacido
en Buenos Aires en 1878. En los primeros años del 900 vivía en París,
como correspondía a un rico, joven y culto caballero argentino,
aficionado a las mujeres, al teatro y la poesía galante; fue el
autor de unas Crónicas parisienses, que prologara Miguel de Unamuno
y de las Crónicas de bulevar, que llevan prólogo de su amigo Rubén
Darío.
Nada hacía sospechar a los parientes de Buenos Aires y amigos de
Manuel, el giro que tomaría su vida apenas se iniciara en la política.
Nada hacía prever el cambio brusco que se produciría con su participación
en los congresos socialistas internacionales, junto a Jean Jaurés.
Sin abandonar del todo la parte lúdica de su pensamiento, que lo
impulsa a escribir poemas, cuentos o ensayos de intención literaria,
sus intereses se desplazan hacia la reflexión política.
El colonialismo europeo por un lado y la política del garrote de
los Estados Unidos por otro, son los referentes de esa reflexión.
Manuel Ugarte toma partido por los movimientos nacionales que se
oponen a esos poderes monopólicos. Al igual que José Martí, instrumenta
la crítica como ejercicio del criterio y apunta a la descolonización
del pensamiento dependiente de América latina. Desde esa perspectiva
-antiimperialista y boliviana-escribe El provenir de la América
Española, en 1910.
Como en las novelas de aprendizaje, hay un viaje iniciático en el
cual el protagonista acumula experiencia y prueba sus fuerzas. El
bon viveur de París viaja por América latina. No es un turista.
El Departamento de Estados de los Estados Unidos se interesa por
su itinerario y considera que Ugarte es un sujeto peligroso, un
agitador. ¿Lo era en realidad?
En 1911, desembarca en Cuba y se reúne con estudiantes y campesinos
que simpatizan con la causa nacional. Se lo ve en La Habana y en
Santiago. Como orador, manifiesta su solidaridad con el pueblo dominado
bajo "la enmienda Platt".
Un agente lo ve desembarcar en Santo Domingo, a finales de 1911;
lo observa deambular en actitud sospechosa por el puerto donde "se
levantaban inmóviles las torres de los acorazados norteamericanos".
Poco después se produce un atentado, que se atribuyen los independentistas.
Antes de partir, Ugarte se manifiesta públicamente contra el invasor.
Ugarte llega a México el 3 de enero de 1912. Hay música y banderas
y disparos al aire, como corresponde a una buena fiesta mexicana,
con revolucionarios que exigen "Pan y Libertad". El gobierno de
Madero se inquieta. La embajada de EE.UU. presiona para que lo expulsen
del país. "Dos gobiernos contra un solo hombre", titula un diario
en la ciudad de México.
Ugarte no desmiente el mote de agitador: participa en actos relámpagos,
en manifestaciones callejeras, ejerce su arte de orador de barricada.
Llena un teatro y en un mitín en el bosque de Chapultepec congrega
a una multitud.
Algunas de estas noticias llegan a Buenos Aires. Para no pocos de
sus amigos, Manolo o Manucho se ha vuelto loco. Esperaban otra cosa
de él. Una travesura, sí, pero no esto. En Guatemala, donde gobierna
el dictador Estrada Cabrera, Ugarte es citado por el ministro de
Relaciones Exteriores. Le explica de buenos modos que llega alguien
importante de Washington y que una de las condiciones que pone el
Departamento de Estado es que Ugarte abandone Guatemala. El ministro
es gentil, no quiere emplear la fuerza. Ugarte hace sus valijas
e intenta viajar a Honduras y El Salvador. Pero ahí también se lo
considera una persona peligrosa y se le niega la entrada. Opta,
entonces, por entrar en forma clandestina. Llega a Tegucigalpa el
27 de marzo de 1912. Pocos días más tarde, el 3 de abril, Ugarte
expresa su particular visión del socialismo, opuesta a la posición
eurocentrista de sus contemporáneos. En la Federación Obrera, dice
que "el socialismo tiene que ser nacional". Y agrega: "seamos avanzados,
pero seamos hijos de nuestro continente y nuestro siglo".
Ugarte viaja a la Nicaragua ocupada en ese entonces por las tropas
norteamericanas. Aunque su palabra está prohibida se las ingenia
para difundir sus ideas que coincidirán luego con las de Augusto
César Sandino.
Continúa su viaje predicador por Costa Rica, Venezuela, Colombia.
En 1913 está en Ecuador, desde donde viaja a Perú y Bolivia. Se
reúne con los sindicalistas, políticos y estudiantes que adoptaron
el credo de la Patria Grande y de un camino propio hacia el socialismo.
En 1914 llega a Buenos Aires. Se entera del asesinato, en Francia,
de su amigo Jean Jaurés, con quien compartía un militante pacifismo.
Su heterodoxia estorba: los aliadófilos y germanófilos de la Argentina
desconfían de él. Además, Ugarte no disimula sus contradicciones.
Así, un día se lo ve en la redacción de La Vanguardia, dialogando
con Juan B.
Justo y otros socialistas, y al otro, practicando esgrima con un
representante de la oligarquía, en el Jockey Club. Contradictorio,
sí, pero coherente en sus convicciones: el "niño bien" renuncia
a una candidatura en el Congreso porque aduce que ese cargo lo debería
ocupar un obrero.
No gana plata con la política. Al contrario: por ella, pierde su
fortuna. Y por su heterodoxia, se le cierran las puertas de la cultura
oficial. Ugarte defiende los principios de la revolución mexicana
y el derecho de Colombia frente a la política de usurpación de los
EE.UU. en Panamá. En ese momento su prédica parece exótica. Los
admiradores del progreso indefinido usan la vieja antinomia civilización
o barbarie para rebatirlo. Se lo acusa de ser espía del kaiser por
defender la política de neutralidad de Hipólito Yrigoyen.
En 1919 marcha hacia el exilio europeo donde integra el Comité Mundial
de la Paz junto a Romain Rolland, Albert Einstein y Henri Barbusse.
Colabora con el peruano José Carlos Mariátegui en la revista "Amauta".
La chilena Gabriela Mistral lo llama "el maestro de América latina".
Pero aquí se lo ignora. Regresa a Buenos Aires en 1935. Está muy
pobre y sobrevive como puede hasta 1939 en que vuelve a partir y
se radica en Chile.
Después de muchos años de oscuridad y extrema pobreza, Ugarte regresa
a la Argentina en tiempos del incipiente peronismo. Se lo reconoce,
por fin. Lo nombran embajador y ejerce la diplomacia en México,
Nicaragua y Cuba, entre 1946 y 1950. Pero su figura disgusta a algunos
sectores clericales y políticos por lo que cansado de pelear renuncia.
Muere en Niza, en 1951.
Lo sobrevive su obra, que encontró eco en América Latina. Movimientos
políticos como el APRA peruano o el sandinismo nicaragüense, reconocen
en Manuel Ugarte a un precursor.
Más retaceada es su influencia aquí, en el llamado "pensamiento
nacional", y poco reconocida su incidencia en el origen de la "tercera
posición" de nuestro país, en tiempos de la "guerra fría".
No fue profeta en su tierra. En cambio, vio cómo se agrandaba la
patria mientras recorría el territorio de esta América que, como
él vaticinó en sus textos, sigue siendo una arriesgada apuesta al
porvenir.
Clarín, 26 de enero de 2003
VOLVER A CUADERNOS DE LA MEMORIA

|