Historia pública y privada de la Iglesia Católica Argentina

Olga Wornat

12. El Nuevo Jefe

El 21 de febrero del 2001 amaneció espléndido.
El sol rebotaba sobre las cúpulas eternas de la Plaza de San Pedro y el invierno romano se sentía como una caricia. Un océano rojo se agitó murmurante cuando el hombre flaco y alto llegó y se mezcló entre la multitud. Un fino mechón de cabello encanecido asomó rebelde sobre la frente transpirada, mientras con las manos acomodó torpemente el hábito púrpura. El rostro anguloso, los anteojos de marco negro, la mirada resplandeciente. Acompañado por su fiel vocero, el sacerdote Guillermo Marcó y por su secretario privado, el padre Martín García, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, se mostraba más que feliz.
De naturaleza parca, introvertida y simuladora de sentimientos –como buen integrante de la Compañía de Jesús– para él esa mañana no era cualquier mañana de cualquier día. Ese 21 de febrero era su día. Seguramente, el más importante de su vida. Pero como si nada, continuó con su rutina de siempre. Se levantó a las cuatro y media de la mañana, rezó con unción, desayunó frugalmente y cuando le avisaron que un auto lo aguardaba en la puerta de la Casa del Clero, en la Vía de la Scroffa, muy cerca de Piazza Navona, dijo: "No, no voy en auto, voy caminando".
En un escenario majestuoso y junto a otros 44 prelados del mundo –entre los que también se encontraba el argentino Jorge Mejía, archivista y bibliotecario del Vaticano– Jorge Mario Bergoglio, sería ungido por el Papa Juan Pablo II, como cardenal primado de la Argentina. Un brillante recodo en el camino de su larga vida religiosa, que sin embargo, su estricta formación le haría subestimar con una frase que lo pinta de cuerpo entero: "Un ascenso en la vida de un hombre debe ser entendido como un descenso, como un despojo, para humillarse y servir mejor".
Se había enterado de la designación hacía más de un mes y cuando la noticia llegó a los medios, la primera llamada de felicitación que recibió fue la de Estela Quiroga, su maestra de primer grado, de 91 años, y la de sus hermanos. Ese mismo día, se acercó hasta la tumba del arzobispo Antonio Quarracino, en la Catedral Metropolitana, el que un día de 1992 lo trajo desde Córdoba como su obispo auxiliar, y depositó sobre ella –ubicada justo debajo del altar de la virgen de Lujan– un ramo de rosas blancas. El viejo zorro Quarraccino murió el 28 de febrero de 1998, a los 74 años. Eran los finales del menemismo, y había sido tan amigo del poder, que todas las semanas iba la residencia de Olivos, donde tocaba la guitarra y cantaba tangos para Carlos Menem, el que influyó decisivamente en su designación como Cardenal en el año 1990, después que el radicalismo frenara su nombramiento durante tres años. Estas visitas provocaban el desprecio o las burlas de muchos de sus pares, entre ellos el del cardenal Raúl Francisco Primatesta.
Sin embargo, aunque no comulgaron las mismas ideas, mientras el polémico purpurado vivió, Bergoglio mantuvo una cordial relación con su Jefe, quién le permitió cumplir libremente con sus votos de obediencia, castidad y pobreza. Y el ahora Cardenal, aprovechó ese tiempo para construir silenciosamente –y sutilmente– su imagen entre los sacerdotes jóvenes del clero diocesano, a los que atendía personalmente, aconsejaba y brindaba protección, y quienes hoy le profesan fidelidad y admiración.
Era ésta la primera vez en quinientos años que un jesuita argentino llegaba a cardenal. Todo un acontecimiento para la Compañía. La llegada del Papa polaco al reino de San Pedro, alejó a los miembros de la Compañía de Jesús de los círculos de poder vaticanos y éstos fueron ocupados fundamentalmente por el Opus Dei, enemigo acérrimo de los hijos de San Ignacio, los integralistas de Comunión y Liberación y los miembros residuales de la logia masónica P2.
El padre Pedro Arrupe fue la figura más descollante de la Compañía, en la que fue General desde 1965 hasta su renuncia en 1983, tiempo después de sufrir un derrame cerebral que lo dejó semiparalizado. Había nacido en Bilbao, en el país vasco, y era, – ademas de sacerdote– médico especialista en psiquiatría, filósofo y teólogo. Su mandato –como a todos los jefes de la Compañía le decían el Papa Negro, tuvo una fuerte personalidad y habilidad para influir desde las sombras sobre Juan XXIII y Pablo VI– se caracterizó por el equilibrio que debió mantener entre las actitudes abiertamente progresistas de los jóvenes jesuitas y la actitud cauta, conservadora y hostil de muchos en la Curia romana, acentuada mucho más durante el pontificado de Juan Pablo II.
–Ustedes provienen de 27 países de los cuatro continentes y hablan distintas lenguas ¿No es quizá también éste un signo de la capacidad que tiene la Iglesia difundida ya en cada rincón del planeta, de comprender pueblos con tradiciones y lenguajes diferentes para llevar a todos el anuncio de Cristo? En El y sólo en El es posible encontrar la salvación. Ésa es la verdad que juntos queremos hoy reafirmar. Cristo camina con nosotros y guia nuestros pasos–dijo Karol Wojtyla, ante cincuenta mil personas de todo el mundo, inaugurando el cónclave de purpurados que en poco tiempo, elegirán a su sucesor en el trono.
Hacía exactamente dos años que no había un elector argentino en un futuro cónclave, desde que en abril de 1999 el cardenal Raúl Primatesta, que integró el colegio cardenalicio durante veintiocho años, cumplió 80 años y se retiró. El otro cardenal, Juan Carlos Aramburu, hacía nueve años que había perdido esa condición, ya que el 1992, al cumplir los 80 años, se retiró definitiva y esplendorosamente a vivir sus últimos años en una majestuosa mansión en el barrio de Belgrano. La historia argentina contó con siete cardenales: Santiago Copello, nombrado en 1935 por el Papa Pío XII, el pontífice complaciente con el nazismo, Antonio Caggiano, también por Pío XII en 1946, cuando era obispo de Rosario, Nicolás Fasolino, en 1967 por el Papa Pablo VI, cuando era arzobispo de Santa Fe, Raúl Francisco Primatesta, en 1973, por Pablo VI, cuando llevaba dieciocho años como arzobispo de Córdoba, Eduardo Pironio en 1976, cuando estaba trabajando en el Vaticano, y Antonio Quarracino, en 1991 por Juan Pablo II, cuando era arzobispo de Buenos Aires.
Bajo la tibieza del sol romano, Jorge Bergoglio caminó conmovido hacia el titular de la Iglesia Católica, se arrodilló a sus pies, prometió fidelidad al Papa, a la Iglesia y a Jesús, recibió de sus manos temblorosas el birrete cardenalicio y una diaconía: San Roberto Bellarmino.
Jorge Mario Bergoglio es un personaje enigmático, fascinante y polémico. No evidencia el fuerte carisma que caracterizó a los anteriores caudillos eclesiásticos. No ostenta la muñeca política del cardenal Primatesta, ni la postura principesca del cardenal Aramburu, ni la actitud provocativa de Antonio Quarraccino. Sin embargo, con su bajísimo perfil, el andar apresurado y la voz tenue, el hombre se encamina a convertirse en el nuevo líder de una Iglesia que busca desesperadamente dejar atrás las sombras de un tortuoso pasado y reencontrarse en un abrazo profundo con sus fieles. En el reconocimiento de sus pecados, de sus omisiones, de las acciones de sus peores hombres; en el ejemplo de sus mártires o en la lucha silenciosa de sus mujeres. Empapada en libertad, modernidad y democracia.
Algunas cosas han cambiado en la Iglesia argentina de los últimos tiempos, es verdad. Aunque el camino todavía es muy largo. No es la misma que pactó, convivió y se enfrentó con Perón; la que se resquebrajó navegando contra las ideas libertarias de los años setenta, que afectaron sus filas al límite de una ruptura; la que no levantó su voz frente a las atrocidades de la dictadura; la que se atemorizó ante el advenimiento de la democracia y por lo tanto, militó en su contra; la que se mezcló con los negocios turbios del menemismo; la que toleró –y tolera– aberrantes abusos de poder entre sus representantes; la que discrimina.
De cualquier manera, en la Argentina, la pasión religiosa no tiene el mismo brillo que en otros países latinoamericanos como México, Brasil, Perú y el mismo Chile. El nefasto reinado de algunos purpurados aún subsiste en la memoria colectiva y grandes sectores se sienten atraídos masivamente –y peligrosamente– por credos que han nacido al galope de las crisis y las carencias del mismo catolicismo, –algunos rayanos en cierto paganismo– más que por las promesas y supuestas virtudes de "Muestra Bendita Santa Madre".
En el amanecer del tercer milenio los obispos argentinos han optado por la independencia del poder político, la opción por el trabajo social a favor de los que menos tienen, el diálogo con todos los sectores y una democracia interna que practican como pueden y saben. Y cuando tienen que enfrentar a ese poder –con el que antes eran complacientes– empujados por la realidad o por verdadero convencimiento, priorizan la situación social, optan por la gente.
En este esquema político-pastoral, la figura del jesuita Jorge Mario Bergoglio, emerge como el rostro de la nueva era. Es el nuevo Jefe, el líder. Diferente, alejado de las estridencias y las controversias, antimediático. Ni siquiera ha tenido una gran gravitación en el Episcopado conducido por Estanislao Karlic y donde tiene como compañeros a otros dos jesuitas: Joaquín Pina, Obispo de Puerto Iguazú, en Misiones y Jorge Rubén Lugones, –que además, es médico veterinario– obispo de Oran, Salta.
El paso del tiempo, su intuición y capacidad para responder a los interrogantes de una sociedad quebrada en sus valores elementales y hundida en la pobreza más extrema, harán del cardenal Jorge Mario Bergoglio, el mejor de los pastores o uno más.


El Pavo Real

Era una mañana de sábado del año 1980 en el colegio Máximo de San Miguel, icono en la formación de la nueva camada de jesuitas en la Argentina. El episodio, relatado por el sacerdote Guillermo Ortiz, actualmente encargado del área de comunicaciones de la Compañía –tiene un programa de radio que se emite en varios países latinoamericanos– y en ese entonces, un joven novicio de la congregación, revela aspectos de la contradictoria y avasallante personalidad del arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina.
"Me decidí a hablar porque hay gente que habla muy mal y Jorge no se defiende, son muy injustos con él. Muchos fueron sus discípulos y otros fueron compañeros suyos. Jamás pude lograr que él se defendiera de los ataques y mucho menos que hablara mal de alguien. El podría contar y explicar muchas cosas que ocurrieron adentro de la Compañía y el rol que él jugó, pero prefiere callar, no es vanidoso", explica Ortiz.
En aquel entonces, Bergoglio era rector del Colegio Máximo, lugar donde permaneció entre 1979 y 1986. Y una de las tareas que encomendaba a los seminaristas, era recolectar en los barrios pobres de los alrededores, la mayor cantidad de niños para asistir a las misas de los fines de semana.
Guillermo Ortiz recuerda que aquella mañana se levantó muy temprano, "feliz y orgulloso por el deber cumplido". Había logrado arrimar una decena de chicos de las cercanías, para llevarlos a la misa que se celebraba –como todos los sábados– en la parroquia del patriarca San José, oficiada por el mismo Bergoglio. Ortiz cuenta que llegó casi corriendo, con una procesión de niños detrás y buscó en los ojos de su superior, la aprobación por el trabajo. "Pocos, muy pocos", le susurró Bergoglio al oído, manteniendo el gesto sereno que lo caracteriza. Al siguiente sábado, Guillermo duplicó la suma de concurrentes y obtuvo la misma respuesta: "Pocos, muy pocos". A la tercera semana, el novicio apareció acompañado de cincuenta ruidosos niños. Bergoglio lo miró, y con una sonrisa, volvió a la carga: "Pocos, pocos... ". Y entonces, Guillermo recuerda que estalló de furia.
–¿Por qué no te vas a la mierda? –le lanzó a Bergoglio en pleno rostro.
Bergoglio lo miró sonriendo, se acercó despacio y mientras lo tomaba fuerte de su brazo, le dijo: "¡Por fin reaccionaste!". Inmediatamente lo abrazó y lo llevó a un costado de la parroquia. "Nunca te diste cuenta de lo que yo decía en las homilías. Siempre estás pensando en vos y en nadie más que en vos. Yo les hablé a los chicos sobre el pavo real, les dije que lo más lindo que tenía era la cola. No escuchaste. Esto también era para vos. Lo mejor que tenes no es tu cara o lo que hiciste en el trabajo. Lo mejor, son los chicos que trajiste. Y tu vanidad te impedía verlo. Ahora, por fin, te diste cuenta."
"Llegué a la Compañía en el '79 y después pasé al colegio Máximo de San Miguel donde lo tuve como rector –continúa Ortiz–. En ese momento se estaban haciendo tareas de construcción y me acuerdo que teníamos que sacar de raíz una hilera interminable de árboles. Entonces los novicios tirábamos de la soga para arrancarlo de raíz y yo, varias veces levanté la vista y lo vi a Jorge en la fila haciendo fuerza. Tiene una salud muy frágil, le falta un pulmón, y no sé como hacía para hacer fuerza, pero estaba allí. Cuando fuimos tantos en el noviciado teníamos el problema de la alimentación. Entonces él comenzó a armar una granja. Se aparecía con chanchos, ovejas y vacas que le regalaban. También un hermano salía todos los días con una camioneta destartalada a cargar las bolsas que los supermercados sacan con productos que se están por vencer y a nosotros nos correspondía seleccionar qué elementos podíamos comer y cuáles eran desperdicios para llevar al chiquero. Darles de comer y después limpiar. Esa tarea era fea y muchos se quejaban. Pero no podían dejar de hacerlo, porque el mismo Jorge se metía en la cocina, revolvía las bolsas, se calzaba las botas y se metía en el chiquero. ¿Con qué autoridad moral podía yo negarme siendo un novicio, si él, que nos duplicaba en edad y que había sido provincial, lo hacía con alegría?".
Para entender la personalidad de Jorge Mario Bergoglio, es interesante bucear en la vida de San Ignacio de Loyola, el fundador de la mítica Compañía de Jesús, ámbito donde el cardenal argentino se formó y estructuró su pensamiento. Las mismas enseñanzas recibieron en su juventud, el cuestionado ex intendente de la Ciudad de Buenos Aires –ahora con prisión preventiva– Carlos Grosso, el ex funcionario menemista, Miguel Ángel Toma, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, el menemista Luis María Macaya, que apareció extrañamente muerto en un hotel de Mar del Plata, el ex ministro de Defensa de Menem, Oscar Camilión, el profesor Mariano Grondona, el historiador Félix Luna, el novelista Manuel Gálvez, el ruralista Enrique Crotto, el actual gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann y el anciano líder cubano, Fidel Castro.
Loyola –según Javier Melloni Ribas, en el cuaderno Ignacio de Loyola, Mistagogo de la Justicia– vivió el tránsito entre dos grandes épocas: nace un año antes del descubrimiento de América y muere cuando ya se están prefigurando los estados modernos. Funda la compañía en 1534 y el Papa Gregorio XV lo canoniza en 1622, sesenta y seis años después de su muerte.
"A los treinta años de edad, Ignacio cambia el ritmo de su vida: pasa de aspirar a alcanzar la punta de la pirámide de la sociedad medieval –perteneciente a la nobleza vasca vivió más de diez años en el palacio del contador mayor de Castilla, Juan Velásquez de Cuellar– a sumarse a la masa de indigentes mendigos de su época. Después de abandonar la casa de Loyola, el primer gesto de su conversión consiste en entregar sus vestiduras a un pobre en Monserrat. Es sólo el inicio de un largo camino de desprendimiento: el caballero que otrora pugnaba por ocupar el "centro", se ha convertido en un peregrino que no sabe a dónde va. Su primer impulso es imitar el despojo radical de los santos. En su autobiografía narra, como cada vez que se encontraba en una situación que pudiera "ascenderle", se despojaba."
Los primeros jesuitas llegaron tarde al Río de la Plata, involucrados en el proceso de conquista y fundación de las principales ciudades de la zona. Entraron a Tucumán en 1585, en 1594 crearon la residencia de la Compañía en Asunción, Paraguay y, en 1604, recién se dispuso la fundación de la provincia de Paraguay. En el libro del padre Hugo Storni, titulado Catálogo de los jesuítas de la provincia del Paraguay (Cuenca del Plata) 1585-1768, editado en 1980, en Roma, por el Instituto histórico de la Compañía de Jesús, hay excelentes datos biográficos de esos hombres intrépidos que se adentraron en tierra virgen con la única tarea de la evangelización. Allí, Storni se refiere a los sacerdotes como esa "milicia ignaciana", habla de sus cualidades, características personales, nacionalidades, calidad de sus votos y de aquellos que murieron víctimas de la violencia o al servicio de la obra.
En Paraguay, Argentina, Uruguay, sur de Brasil y parte de Bolivia, en el lapso de 183 años, hasta que la Compañía fue expulsada en 1768, había 2.320 jesuítas trabajando. De esta cantidad, la mayoría era de origen europeo y sólo alrededor de seiscientos, tenía origen americano. El padre Storni también pudo establecer el estado que poseían cada uno de ellos: el 60 por ciento eran sacerdotes, el 24 por ciento eran coadjutores temporales y el 12 por ciento eran estudiantes. Y sólo el cuatro por ciento no pudo ser clasificado, por falta de datos. Es interesante también lo que Storni pudo probar con sus investigaciones: el número de dimisiones o abandonos ocurridos. El 4,5 por ciento de los sacerdotes, el 8 por ciento de los coadjutores temporales y al 15 por ciento de estudiantes. Y aunque el libro no explica las razones, se sabe por otras investigaciones, que un número elevado de ellos se fue para sumarse a otra orden religiosa, otros fueron separados y un número menor, lo hizo porque se casaron. Entre las profesiones existen gran cantidad de cartógrafos, etnólogos y lingüistas, exploradores, naturalistas y astrónomos, farmacéuticos y agrónomos, músicos e impresores.
El listado de mártires asciende a 33 sacerdotes, que murieron prestando servicios asistenciales en zonas inhóspitas y salvajes, y cuyos cuerpos quedaron sepultados en las misiones. La expulsión en 1767, provocó un gran shock en la Compañía y produjo un aumento de las dimisiones. Aunque luego de la recomposición, en 1814, un gran número de sobrevivientes regresó a ella. Eso sí, el estudio remarca el excelente nivel intelectual y las costumbres austeras que tenían los jesuitas del Río de la Plata.
La Compañía de Jesús se caracteriza por un estricto y rígido esquema de funcionamiento interno. En algún momento hasta existió la creencia de que sus miembros tenían grados militares y respondían como tales. Será por aquello de que en sus orígenes, fueron una temeraria "guerrilla antilutero".
El paso de los años, ha hecho que se "ablandaran" en la formación de sus cuadros. Sin embargo, Jorge Bergoglio pertenece a la vieja camada y lo que incorporó y aprendió, tiene que ver con aquellas enseñanzas. En la orden hay una vertiente de obediencia similar a la obediencia ciega. La obediencia al superior es como la obediencia a Dios, la que no se discute. Pero el punto central es el discernimiento de dicha obediencia. Tienen una orientación antimonacal, contemplativa, misionera, y muy fuerte en lo académico y espiritual. Desde el punto de vista intelectual, es la orden con más exigencias, en este aspecto son brillantes. Son ascéticos, con fuerte control de sí mismos, en lo anímico y en lo psíquico. Es difícil detectar a simple vista sus sentimientos o emociones. Hacen un voto especial de obediencia al Papa, que no existe en otras corrientes y que se creó en la época en que los obispos eran señores feudales. Por lo tanto, un jesuita –según declaran– es un hombre con una misión que recibe directamente de Roma, pero también del mismo Cristo, de quien se sienten compañeros. El criterio en los últimos tiempos es el ser contemplativos en la acción por la justicia, que es la base del carisma de la orden.
Los jesuitas fueron grandes adelantados a su época y, durante los años sesenta y setenta, tuvieron gran protagonismo. Por ejemplo, criticaron la Humanae Vitae, la encíclica de Pablo VI que prohibía los medios artificiales de control natal. Jesuitas franceses que escribían en la revista Etudes, escribieron artículos manifestando estar de acuerdo con el aborto, para casos especiales. Sostenían que el embrión no podía considerarse una persona. El padre José María Diez Alegría, profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, cuestionó la "infalibilidad" del Papa y la severidad de la Iglesia respecto del sexo. El jesuita John McNeill, admitió públicamente su homosexualidad y escribió un libro La Iglesia ante la homosexualidad, relaciones humanas y sexología, un brillante trabajo por el que recibió innumerables presiones del Vaticano y una larga prohibición de publicarlo, que finalmente pudo vencer. El padre Vicent O'Keefe, asistente de Arrupe, también sugirió revisar las posturas de la Iglesia respecto de los anticonceptivos. Y en América latina se destacaron y fueron protagonistas en las luchas contra las dictaduras y las desigualdades sociales.
"San Ignacio no temía las persecuciones y las dificultades externas, más aún, pedía humillaciones y exhortaba a que los jesuítas las pidieran. Pero temía la autosuficiencia en la Compañía y la corrupción que de ella se derivaba. La carencia de unión de los ánimos entraña siempre una fisura en el cuerpo de la Compañía: una fisura nacida de la autosuficiencia, del sentido de no-necesidad de la "salvación de las ánimas propias". Podrá tomar diversas formas: ideológicas, de lucha de poder, o simplemente de disconformidades que conducen a la murmuración o al chisme (proyección de mediocridad personal hacia el cuerpo o hacia la cabeza de la Compañía). Pero siempre, si hurgamos en esta autosuficiencia, y en toda forma de falta de unión en los ánimos, encontraremos una actitud muy de fondo de miedo a la consolación y de cierto contentarse en la desolación...", escribe Jorge Bergoglio en su libro Reflexiones en esperanza, editado por la Universidad del Salvador, en el año 1992 y escrito durante un misterioso "retiro espiritual" que realizó en la residencia de la Compañía, en Córdoba.


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Las Sombras

Miembro de una Iglesia que carga sobre sus espaldas durísimas acusaciones de los organismos de derechos humanos, por colaboracionismo de muchos de sus miembros con la dictadura, Bergoglio no escapa –al igual que muchos de sus pares– a definiciones antagónicas sobre su actuación en aquellos años sombríos.
Con él, no hay término medio: o lo aman o lo odian.
Integrantes de la Compañía de Jesús y algunos compañeros suyos en el Episcopado, tienen opiniones opuestas. El prestigioso jesuita uruguayo Luis Perico Pérez Aguirre, fundador del Servicio de Paz y Justicia en el país vecino y asesor en la ONU, recientemente muerto en un accidente, habló largamente conmigo en abril del año 2000, mientras se encontraba internado en el hospital de Montevideo. "No tengo buenos recuerdos de Jorge (Bergoglio). La Compañía de Buenos Aires, el colegio Máximo, era un lujo en Latinoamérica y se vino abajo cuando él estaba como Provincial y debido a sus manejos. De aquí siempre mandábamos a los seminaristas a formarse allí, pero después de él, no mandamos a nadie más. La Compañía en Argentina cambió, de progresista se transformó en conservadora y retrógrada. No tengo nada que ver con Bergoglio, ni con su manera de ver el mundo y en particular la Iglesia, ni con su manera de actuar en la dictadura, pero no quiero hablar. Nos conocimos hace muchos años y hay situaciones muy desagradables que prefiero olvidar. "Un emblemático y verborrágico Obispo de la provincia de Buenos Aires, le confesó a esta periodista: "Yo no le dirijo la palabra a Bergoglio desde que me enteré los horrores que los jesuítas me contaron sobre él. Era amigo de Massera, comía con él. Es muy peligroso".
Orlando Yorio y Francisco Jálics eran jesuítas.
Integraban la organización de curas villeros y trabajaban en la villa del Bajo Flores, cuando el 23 de mayo de 1976 fueron secuestrados por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada, junto a varios catequistas. En ese momento, ambos estaban viviendo un fuerte conflicto interno con la Compañía, al punto tal, que días antes de ser secuestrados, habían sido separados de la misma por orden directa de la casa de la congregación en Roma. Jorge Bergoglio era entonces el Provincial de la congregación, cargo al que había llegado con solo 36 años, en 1973.
Antes de morir, a mediados del año 2000, Orlando Yorio habló extensamente conmigo en su casa de Montevideo. Dueño de un gran carisma y una admirable lucidez intelectual, Yorio había nacido en Santos Lugares el 20 de diciembre de 1932. En 1955 ingresa a la Compañía y luego realiza la licenciatura en Teología y Filosofía. El 17 de diciembre es ordenado sacerdote. Fue profesor y vicedecano en el Colegio Máximo de San Miguel y en la década de los años setenta vive en comunidades y trabaja en la politizada villa del Bajo Flores. Una vez fuera de la Compañía, y ya bajo la protección de monseñor Jorge Novak, Yorio se va a estudiar Derecho Canónico a Roma y en 1997, después de recibir fuertes amenazas contra su vida, se traslada a vivir a Uruguay, donde murió la madrugada del 9 de agosto de 2000.
"En mayo de 1974 habían matado a Carlos Mugica. Después mataron a dos sacerdotes villeros más. A comienzos de 1975 yo fui separado de mi cátedra de Teología en la facultad de los jesuítas de San Miguel. Hacía cinco años que yo me desempañaba allí en cargos directivos y docentes. Se me separó siendo Bergoglio el provincial y él mismo después dijo que era injusto. Bergoglio nunca nos avisó del peligro que corríamos. Todo lo contrario, estoy seguro que el mismo le suministró el listado con nuestros nombres a los marinos. En el colegio Máximo se corrían versiones que decían que yo era un jefe montonero y que andaba con mujeres. Francisco Jálics fue el primero que varias veces hizo notar el peligro y advirtió por escrito a los jesuítas a lo que la Compañía me estaba exponiendo, haciendo notar la responsabilidad de Bergoglio. Algunos jesuítas me avisaron que el mismo Bergoglio era el que las desparramaba. Y en aquellos tiempos, eso era un pasaporte seguro a la muerte y a la expulsión. Un día, hablé personalmente con él y le pregunté por qué lo hacía. Pero con la mayor frialdad, me negó todo. En la Compañía en ese entonces, teníamos la obligación de realizar ante nuestro superior una especie de confesión profunda de todos nuestros actos de la vida. Se llama "cuenta de conciencia". Y yo lo hablaba con él. El sabía de mis contradicciones, de mis miedos, de la gente que veía, de todo lo que hacía hasta el más mínimo detalle, si hasta le contaba cuántas veces al mes me masturbaba. Jorge sabía todo y es terrible la responsabilidad que tenía sobre nosotros, sobre mí. Después fuimos secuestrados y torturados. Los militares ya sabían que habíamos sido separados de la orden y nos preguntaban mucho por ese tema."
Orlando Yorio desenredó pacientemente frente a mí la madeja de la compleja y oscura relación que mantuvo con su superior, en aquellos años sangrientos. Recuerdo que en su rostro había una permanente mueca de dolor y amargura. Varias veces, sus ojos se humedecieron.
"Nosotros fuimos a vivir a la villa con la aprobación y el mandato de Bergoglio. Había un gran compromiso que asumimos con la gente, yo tenía treinta catequistas, algunos de ellos hoy ya no están. Yo militaba con los sacerdotes villeros y por nuestra casa pasaban constantemente sacerdotes, monjas y laicos muy comprometidos con los pobres. Sin embargo, a los pocos meses de habernos enviado a la villa, Bergoglio empezó a decirnos que recibía fuertes presiones de Roma y desde la Curia, para que disolviéramos la comunidad y nos fuéramos de la villa. Me di cuenta que no quería asumir la responsabilidad de que abandonáramos el lugar a donde nos había mandado. Quería que nosotros nos fuésemos voluntariamente de ahí, abandonando los compromisos. Decía también que no tenía poder para defendernos y nunca nos dijo de dónde venían las presiones. Un día Bergoglio vino de Roma con una carta del General de la Compañía, el padre Arrupe, quien nos ordenaba que en quince días dejáramos la villa. Yo le avisé a Bergoglio del escándalo que eso traería, porque significaba abandonar el trabajo y la gente. Y me respondió: "Salgan de la Compañía y yo me comprometo a que puedan permanecer un tiempo más en la villa, para retirarse en orden". Pero para retirarnos, necesitábamos un Obispo que nos recibiera y eso nos llevó dos meses tremendos. Algunos nos aceptaban y después nos rechazaban como si fuéramos la peste. Todos decían que llegaban informes que decían cosas terribles sobre nosotros. Cuando queríamos saber más, nos decían asustados que le preguntáramos a Bergoglio. Era una locura, porque le preguntábamos a él y él se hacía el distraído, se lavaba las manos. Un día llegó lo peor: Aramburu decidió suspendernos "a divinis", es decir no podíamos celebrar misa, ni tomar los sacramentos. Le contamos a Bergoglio y otra vez dijo que eran "arranques del viejo", por el cardenal. Y que lo hiciéramos en privado. Y a los pocos días nos secuestraron. Estábamos totalmente desprotegidos. Años más tarde, el cardenal Aramburu, me mandó a decir con un sacerdote: "Decíle a Yorio que yo no fui el que lo mandó a la muerte". "
Orlando Yorio fue más allá con sus acusaciones: "Lo más jodido es que a mis hermanos y a mi madre les dijo que posiblemente yo había sido fusilado. El New York Times publicó que estábamos muertos. A otra persona, en junio de 1976, le dijo que nos había visto y que estábamos bien y no pasábamos frío. Cuando estábamos en una casa operativa de la Marina, después que nos sacaron de la Esma, un día nos dicen que teníamos visitas. Estábamos atados y encapuchados de pies y manos. Estuvimos separados, en lugares muy oscuros. Varios días sin agua y sin comer. Me drogaron para interrogarme. Esa vez, Francisco Jálics dice que reconoció la voz de Bergoglio, entre los visitantes a la casa. Si era él, ¿cómo apareció allí? El embajador argentino en el Vaticano, Eduardo Blanco, en una reunión que tuvo con el secretario privado del General de los jesuítas, el padre Gavina, le dijo que a nosotros nos habían secuestrado porque nuestros superiores eclesiásticos habían informado al gobierno militar, que uno de nosotros era guerrillero. El padre Gavina pidió que confirmara esto por escrito y el embajador lo hizo."
Yorio y Jálics fueron encontrados cinco meses después, semidesnudos y drogados, en un campo de la localidad de Cañuelas, en la provincia de Buenos Aires. Fue el 24 de octubre de 1976, vísperas de la reunión de la Conferencia Episcopal con el ex ministro del régimen, José Martínez de Hoz. Ellos aseguraron siempre que fueron liberados por gestiones de Emilio Mignone, del padre Gavina y del Vaticano, vía el cardenal Pironio. Los amigos de Bergoglio, dicen lo contrario, que fue el mismo Bergoglio que se entrevistó con Videla y con Massera en varias oportunidades, para exigirles la libertad de los religiosos. Y que finalmente lo logró. Por otro lado, está el tema del abandono o no de la Compañía. "Mi trámite quedó en una situación poco clara. Yo nunca firmé dimisorias como mandaba el derecho canónico. El General de la Compañía en Roma, me dijo que yo había sido expulsado antes de caer preso o durante mi secuestro, sin que nadie me hubiera avisado. Antes de ser secuestrado yo le escribí una carta al padre Arrufe y después me enteré que Bergoglio nunca se la entregó", me dijo Yorio.
"Bergoglio tiene toda la documentación de este caso. Las pruebas de que Yorio y Jálics habían abandonado la Compañía por propia voluntad y que habían formado otra orden. Están los documentos con sus firmas ante escribano público", dice un sacerdote cercano al cardenal, que lo sigue a todas partes. "Cuando solicité ver esos documentos, siempre hubo una excusa adecuada al caso: que estaban, pero que no estaban disponibles en ese momento, que un día me llamarían para verlos, que otro día podía ser. O lo que sea. Pero siempre había algo que lo impidió."
Un religioso de la Compañía dice que esos documentos con las firmas de Yorio y Jálics –si están– fueron "falsificados". Y que fue muy extraño que Bergoglio se preocupara por los jesuítas secuestrados recién cinco meses después. Los defensores del cardenal aseguran que no fue así y que Bergoglio hizo todo lo que pudo, desde el primer día. Y la madeja de la historia se vuelve interminable y complicada, como todos los acontecimientos ocurridos, en los trágicos años de la dictadura.
"Apenas liberado el 24 de octubre me comuniqué con mi superior. Él me dijo que dada la situación, él había hecho un tramite – yo estaba sin documentos y escondido, porque me buscaban por todas partes–para que dejara de ser jesuíta sin necesidad de firmar dimisorias. Y que me había conseguido un obispo para que me recibiera. Y este Obispo fue Novak."
"Los liberaron por gestión del Vaticano y no de Bergoglio que los entregó", dijo Angélica Sosa de Mignone, la mujer de Emilio Mignone, el mítico fundador del Centro de Estudios Eegales y Sociales, cuya hija Mónica, catequista del Bajo Flores, fue secuestrada junto a Yorio y Jálics, pero en el domicilio de sus padres. También se encontraba en el grupo Mónica Quinteiro, amiga de Orlando Yorio y cuñada del ex Jefe de la Armada en los años de Carlos Menem, Enrique Molina Pico, quien militaba en Montoneros y hacía pocos días había abandonado los hábitos, ya que durante trece años había sido monja de la Congregación de las hermanas de la Misericordia. Su padre también era marino, el capitán de navio retirado Oscar Quinteiro, quién buscó a su hija desesperadamente. En su testimonio en el juicio a las juntas militares, Orlando Yorio declaró que cuando con Jálics fueron llevados a una especie de sótano, escuchó una voz que decía: "¡Ay Orlando!". Por el timbre y la expresión de la voz, Yorio aseguró que reconoció a su amiga Mónica Quinteiro.
"¿Acaso no se negó que pese a todas las evidencias, que los sacerdotes jesuítas Yorio y Jálics que están incomunicados desde hace tres meses, sin cargo contra ellos no habían sido detenidos? Lo mismo que los quince catequistas que fueron largados encapuchados y encadenados después de doce horas de hambre y frío en el Acceso Norte. El almirante Montes, Jefe de operaciones navales, que niega que mi hija esté detenida en su arma (afirmación de la que me permito dudar totalmente) me dijo que ese procedimiento había sido realizado por la Infantería de Marina y que los secuestrados fueron conducidos a la Escuela de Mecánica de la Armada. Pero todo eso se negó durante dos meses, hasta que se descubrió por la filtración de la esposa de un oficial", escribió Emilio Mignone, en agosto de 1976, en una carta que nadie quiso publicar. Según Chela de Mignone, en una conversación que mantuvo con Horacio Verbitsky, su marido escribía en forma de carta cada paso que realizaba y luego la hacía circular entre los familiares.
"Siempre recibíamos amenazas. Un día lo llamaron de la presidencia, un general Ricardo Flouret, quien le mostró la carta en la que Emilio decía que los sacerdotes estaban en la ESMA y le preguntó si era suya. Emilio le dijo que sí y Flouret le preguntó cómo lo sabía. Cada cosa que Emilio le decía, Flouret tomaba nota. Emilio se inquietó y le preguntó qué pasaba. Flouret le dijo que estaba muy interesado porque el Papa le había pedido a Videla por los sacerdotes. Después de esa reunión los dejaron en libertad. Emilio siempre entendió que se debió a una gestión del Vaticano y no por Bergoglio. "
El padre Ignacio García Matta tiene 62 años y reside en el Colegio del Salvador. Fue provincial en el período en que Bergoglio fue nombrado obispo auxiliar de Quarracino, en 1992.
"Son infamias, nada de lo que dicen es cierto. Jorge los alertó de que corrían peligro, pero no podía impedírselos, menos teniendo en cuenta que formalmente los dos ya no pertenecían a la orden. Pero igual él se preocupó mucho por ellos. Cuando los dos fueron secuestrados, Jorge habló con todos los que pudo para que los liberaran y también ayudo a mucha gente a salir del país. Yo recibía Yorio aquí, en el Salvador, cuando recién lo liberaron. En esa reunión estaban monseñor Novak (Jorge) y Bergoglio. Y fui testigo de las llamadas que se hicieron a Roma desde esa oficina, para mandarlo allá y brindarle protección. "
Guillermo Ortiz, en este tema, aporta lo suyo. "Del caso Yorio yJálics lo que yo sé, es que ellos habían pedido salir de la Compañía y estaban haciendo los trámites para irse. A pesar de eso, Bergoglio, más que como Provincial, como hermano, les había recomendado que se fueran de la villa en la que estaban trabajando, porque corrían peligro. Ellos no le dieron crédito y fueron secuestrados. Pero a pesar de haberles avisado, Bergoglio habló con Massera para protegerlos y creo que eso fue definitorio para la liberación de ambos. "
El jesuita Julio Merediz llegó al Máximo de San Miguel en 1973, casi al mismo tiempo que Bergoglio era elegido Provincial de la orden. Pero se conocían desde 1967, eran amigos. "Yo estaba recién llegado y dormía en una pieza con techo de chapa, que era el centro juvenil parroquial. Una mañana me hizo una visita como provincial y me preguntó si tenía frío. Al otro día lo vi entrar caminando con una estufa".Julio Merediz dice que le debe la vida.
"Durante la dictadura, vino un día y me dijo que estaba en una lista de la Aeronáutica. Y me obligó a irme a vivir al colegio Máximo. Fui y me escondí allí y eso me salvó la vida, Jorge se comportó como un pastor que protege a su gente, no quería arriesgarnos. Tuvo una actitud de repliegue y trató de canalizar el compromiso de la juventud en actividades menos peligrosas, que nos expusiera menos. "Este es un tema que yo he discutido años con Emilio (Mignone). Cuando comenzó la represión militar hubo muchos que sostenían que lo mejor tanto para los militantes como para la gente de la villa era que quienes iban allí a hacer trabajo de alfabetización y evangelización, se alejaran por un tiempo. Yo he participado en discusiones con catequistas que se negaban a hacerlo porque decían que tenían mandato de Dios, y en ese caso no había cómo obligarlos. Con el mismo criterio de preservar a la gente, Bergoglio les ordenó a los sacerdotes que se alejaran de la villa por un tiempo. Pero la Compañía de Jesús es una orden formada de manera militar desde San Ignacio de Layóla. No le obedecieron y los separó de la Compañía. Yo no afirmo que ésa haya sido la mejor actitud posible, pero no puede confundirse con entregarlos", le dijo la abogada Alicia Oliveira, Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, al periodista Horacio Verbitsky.
Cuando lo vi por última vez le pregunté a Yorio cuáles eran sus sentimientos, si tenía rencores, si había perdonado a los que le hicieron mal, a sus pares que lo abandonaron, qué sentía hacia su antiguo superior Jorge Bergoglio. Y me entregó un escrito que había hecho para un seminario de formación teológica que se realizó en Jujuy, en febrero de 1997, tres años antes de nuestro encuentro, y que luego se presentó en forma de libro junto a otros trabajos suyos, poco tiempo después de su muerte.
"El perdón no es un decreto o una ley de punto final, por lo cual uno dice me olvido de todo lo que pasó y sigo adelante. Hay que acordarse de todo porque la memoria y la historia son muy importantes para los hombres. Y hablando de Jesús redentor, hay una máxima que dice: "Non asumptum, non redentum" (lo que no está asumido, no está redimido). Y asumido significa que según la, vida y dentro de las posibilidades de la misma, uno ha hecho lo posible para dialogarlo, para reconocerlo, para pelearlo, para lucharlo, para trabajarlo. El perdón tampoco es un indulto. Un indulto es algo con lo cual uno tapa o esconde una injusticia. El perdón tiene que ver con la vida nueva.
"A mí me pasó antes del secuestro –dos meses antes– que, como sacerdote, la institución sacerdotal a la que pertenecía me dijo que me tenía que ir. Entonces fui buscando obispos que me recibieran en la Argentina y todos aquellos a los que recurrí me contestaron que no podían recibirme. No me podían decir por qué. Había presiones muy fuertes de Argentina y Roma. Y finalmente el obispo donde yo estaba me quitó el permiso de hacer misa y de ejercer el sacerdocio y a los cinco o seis días me secuestraron. Terminó el proceso del secuestro. Cuando fui recuperado del secuestro para la vida, para mi servicio sacerdotal, de repente la vida, mi marcha con mi pueblo me puso un altar público para concelebrar misa con algunos de esos obispos que no me habían querido recibir, ni decirme nada. Yo no había tenido tiempo de hablar ni de entender y tenía que comulgar y darnos el abrazo, porque el rito lo pedía. Pero ahí ya no era el rito. Me lo pedía la vida, que estaba viviendo. Ése era el momento de la vida nueva que yo tenía, de mi servicio, de mi compromiso sacerdotal con mi pueblo que llevaba a ese momento donde el abrazo con esa persona era parte. Y tenía que abrazarlo, no con el rito solamente. Esta vida pide que nos abracemos, aunque uno no entienda más por ahora. En la medida que se pueda habrá que dialogar, que luchar. Pero se perdona desde la seguridad de lo nuevo que vivimos. No es punto final. No es indulto. Es como construir una casa... "


Rece por Mí

Difícil, muy difícil es tener una clara visión de la complejísima personalidad de Jorge Mario Bergoglio, como difícil es juzgar su conducta –ambigua y contradictoria– a la luz de los innumerables y valiosos testimonios recogidos, sin correr el riesgo de ser injustos. Con una u otra parte. Los años setenta fueron tiempos de sangre y plomo, de violencia irracional, de locura, y gran parte de la sociedad fue –por acción u omisión– protagonista de esa gran tragedia. La Iglesia y sus hombres, en mayor o menor medida, tampoco permanecieron ajenos, se involucraron, participaron. Y como muchos, pasan –y pasarán– por el tamiz de la valoración de la historia.
¿Ayudó Jorge Bergoglio a sus hermanos Yorio y Jálics? ¿Hizo todo lo que debía haber hecho para salvarlos de las garras de sus secuestradores? ¿Qué relación tenía con el almirante Massera, dueño y señor de la ESMA? ¿Es cierto, como dice un Obispo, que comía con él? ¿Por qué Emilio Mignone no le dirigía la palabra porque aseguraba que había entregado a Yorio y Jálics? ¿Por qué alguien confiable y prestigioso como la abogada Alicia Oliveira dice todo lo contrario? ¿Qué secretos guarda el cardenal sobre aquellos días y por qué no quiere hablar del tema? Los interrogantes son infinitos y las opiniones demasiado antagónicas y, quizá, nunca se sepa con objetividad qué ocurrió. Jorge Bergoglio, como parte de la cúpula de la Iglesia, no puede escapar a las sombras del pasado argentino.
"La historia de la Iglesia Católica en América latina es inseparable de la del continente", dice el excelente teólogo e historiador francés Jean Meyer. "Esa Iglesia ayudó al desarrollo de las naciones, después, durante mucho tiempo, le proporcionó a las masas populares el único lazo con el resto de la sociedad de sus países y del mundo. Por eso el sacerdote desempeñó –y aún a veces desempeña– un papel esencial; su contacto con las masas induce a la Iglesia Católica primero, a las evangélicas después, a la tentación política y, periódicamente, a la revolucionaria. Igualmente, incita a políticos y revolucionarios a utilizar a las iglesias para controlar y movilizar a las masas. Y por más que intente evitarlo, como institución de poder, es portadora de la reivindicación de justicia de los pobres. Para satisfacer las necesidades espirituales, sólo debe ocuparse de la fe, de la creencia, de la práctica. Y si olvida esto, los hombres y mujeres con los que trabaja pueden irse a otros movimientos religiosos porque dicen: ellos por lo menos hablan de Dios. Y también a la inversa. En la práctica, la separación de los reinos –incluso cuando es institucionalizada en la forma de Iglesia-Estado– es quasi imposible: impensable. Uno puede imaginar a la religión como un virus que se infiltra sin ruido en el seno de las sociedades, produciendo una simbiosis de hecho, provechosa para ambas partes, o reconociendo que la otra parte es indispensable a su propia existencia. "
Antonio Puigjane, sacerdote franciscano involucrado en el copamiento del cuartel de La Tablada, en el final del gobierno de Raúl Alfonsín, es un defensor acérrimo de Bergoglio, en éste y en otros aspectos. Su larga trayectoria sacerdotal ligada a la lucha por los derechos humanos y plantado desde siempre en una postura clerical y política de izquierda, nada tiene que ver con el pensamiento conservador del cardenal.
"No sé lo que hizo en el pasado y tampoco me interesa. Escuché historias que dicen los jesuítas, pero yo me quedo con lo que Jorge es ahora, con el tipo maravilloso y humilde que conozco y al que considero mi amigo. Cuando estaba en la cárcel, era el único que mantenía contacto conmigo y le hacía llegar mis cartas a Quarracino. Raro, ¿no? Y cuando salí, gracias a Jorge, obtuve nuevamente el permiso para dar misa, que mi congregación me había quitado. Y eso para mí, y para cualquier sacerdote, es como el aire que respiro. Me viene a visitar siempre, me abraza, me tutea y me pide que rece por él, que le hacía falta. Yo estoy infinitamente agradecido por su ayuda. "
El sacerdote jesuita Diego Pares, director del Hogar San José, de la obra de la Compañía de Jesús, de la calle Moreno 2472, tiene a su cargo 84 hombres pobres, entre los que hay ancianos y personas que todos los días salen a trabajar y vuelven a dormir a la casa. Funciona allí un comedor donde comen diariamente 300 personas. Es amigo de Bergoglio y explica:
"La Compañía de Jesús sufrió una crisis de vocaciones importantes a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Muchos de los novicios abandonaron para dedicarse a la acción política o para casarse, a tal punto que el noviciado estuvo cerrado un tiempo por falta de alumnos. A Bergoglio le tocó abrir el noviciado, él fue el Provincial entre 1973 y 1979. El fue absolutamente claro con respecto al lugar que teníamos que ocupar los religiosos. En ese momento, la Iglesia estaba dividida entre quienes se comprometían políticamente con la izquierda o con los militares.
Bergoglio dijo: "Nuestro lugar está con los pobres, pero en la evangelización". Yo fui el séptimo novicio, entré en 1976, a los diez años y cuando me ordené, éramos cien novicios. Yo creo que Bergoglio fue el germen de toda nuestra generación. Le tocó hacerse cargo de una Compañía muy endeudada y tuvo que sanearla. El traspaso de la Universidad del Salvador a los laicos no se le puede imputar a él, fue una decisión de Roma. Tengo entendido que después de su gestión hubo inconvenientes económicos, cuando la orden estaba gobernada por el padre Swinen (Andrés). Yo sé que hay muchos jesuítas que no lo quieren, pero ninguno puede negar que Bergoglio siempre estuvo del lado de los pobres, de los niños, de los ancianos y de los enfermos, y que su vida fue un ejemplo de austeridad".
García Marta agrega: "Cuando Bergoglio entró a la Compañía de Jesús en 1958, ya había estado un par de años en el Seminario de Buenos Aires, que en ese momento estaba dirigido por jesuítas y de allí quizá sale su elección de entrar a la Compañía. Los dos primeros años los cursó en el noviciado de Córdoba. Fue uno de los mejores discípulos del padre Fiorito, quien en 1962 y 1963 hizo un gran trabajo en el Colegio Máximo, con los ejercicios espirituales. La oración fue uno de los puntales de Jorge como maestrillo y como religioso toda su vida. La espiritualidad fue lo que más trabajó desde el noviciado. Parte de la formación se llevaba a cabo en Chile, en ésa época. Allí conocí a Carlos Grosso. Jorge hizo su etapa de magisterio en Santa Fe, en los años '64 y '65, así fue demostrando una gran capacidad intelectual, una gran capacidad como maestrillo. Por eso una vez que se ordenó lo fueron promoviendo, hasta que por mérito propio y por lo demostrado sucedió al padre O 'Farrel, como Provincial. El traspaso se hizo justo antes de que se desarrollara la Congregación XXXII (reunión mundial de los jesuítas que se prepara con dos años de anticipación y en la que se sacan conclusiones sobre el presente y futuro de la Compañía). Como Provincial, Bergoglio acompañó en agosto de 1973, al padre Pedro Arrufe, General de la Compañía, a la provincia de La Rioja a visitar a monseñor Angelelli, para conocer su trabajo pastoral".


El Ascenso

Entre 1990 y 1992, un oscuro episodio salpicó su vida sacerdotal.
La Compañía lo envió en situación de castigo a la casa de los jesuitas en Córdoba. Tanto es así, que los que lo conocen mucho aseguran que fue casi un "secuestro". Jorge Bergoglio permaneció sin hablar con nadie y en la más absoluta soledad durante un largo tiempo. Los motivos nunca fueron revelados. Algunos dicen que fue a causa de los manejos y "errores", frente de la Compañía durante los tumultuosos años setenta, otros, a causas más complejas.
Las encuestas de la Compañía dicen que a partir del Concilio Vaticano II, una gran cantidad de jesuitas abandonaron el sacerdocio por razones políticas o personales. Los nuevos que entraron a partir de aquí y que tuvieron a Bergoglio como superior, vivieron dentro de un marco más estricto y rígido, volcado a lo espiritual, muy diferente a lo que vivían el resto de los jesuitas en América latina. Incluso hay quienes van más allá y lo acusan de haber querido cerrar el CIAS, el prestigioso centro de estudios jesuíticos donde están los sacerdotes Fernando Storni –confesor de Raúl Alfonsín– y el padre Pichi Meisseger, un viejo puntal de los curas villeros. Definen su gestión como cerrada y maquiavélica, y juran que ésta fue la razón de su "encierro" en Córdoba.
Por estos años (a partir de 1979), en Roma, los jesuitas y su General, el padre Arrupe, estaban viviendo una verdadera persecución política liderada por Juan Pablo II, que estaba convencido que los ignacianos se oponían a sus conceptos de "reconquista católica" del mundo y eran demasiado "indisciplinados". Aterrorizado por las ideas de avanzada de la Compañía y por sus pensamientos "demasiados transgresores" respecto de la vida en el mundo católico postconciliar, el Papa –enemigo de la modernidad– utilizó todos los poderes a su alcance y con su nueva guardia pretoriana, empujó a los jesuitas a las sombras y el sometimiento. El padre Arrupe, aunque obediente de la autoridad papal, no conciliaba intelectualmente con el nuevo pontífice. Le preocupaba más la crisis de las vocaciones y que el número de jesuitas iba en descenso. "Temo que nos dispongamos a ofrecer las respuestas de ayer para abordar los problemas de mañana, que estemos hablando de manera tal que la gente no nos entienda, que estemos utilizando un lenguaje que no penetra en el corazón de los hombres y las mujeres. Si éste es el caso, entonces podemos hablar mucho, pero entre nosotros", decía. Algunas veces no estaba de acuerdo con las posturas o la acción de sus hermanos más combativos y entonces los reprendía o castigaba, pero era muy respetuoso de las libertades individuales e intelectuales, las de conciencias. Justamente uno de los lemas de la Compañía era la obediencia con discernimiento. Arrupe era un clérigo de posturas muy abiertas a las ideas que circulaban en el mundo, hasta llegó a decir que algunas elementos del marxismo eran aceptables, lo que provocaba el horror del Papa, que odiaba cualquier pensamiento que se acercara al comunismo.
Cuando el 7 de agosto de 1981, Arrupe sufrió un derrame cerebral, el Papa y su séquito más conservador, vio la posibilidad de aplacar los ánimos de la Compañía. Y por primera vez en cuatrocientos años, tomó una medida sin precedentes: intervino personalmente la orden, pidiéndole la renuncia a Pedro Arrupe. Carl Bernstein y Marco Politi, recuerdan el siguiente episodio: "Arrupe ahora paralizado, había nombrado al estadounidense Vicent O 'Keefe, vicario general de la orden. El 3 de octubre, en una carta enviada a los superiores provinciales, O 'Keefe comunicó las intenciones de convocar una congregación general para elegir sucesor de Arrupe. Tres días después, Casaroli, secretario de Estado del Vaticano, fue a la curia jesuítica, situada a pocos pasos de la Basílica de San Pedro, y pidió hablar en privado con Arrupe. Incluso el padre O 'Keefe tuvo que abandonar el recinto donde estaba Arrupe recostado en una silla. Casaroli entregó el mensaje del Papa y salió al cabo de pocos minutos".
Cuentan que cuando regresó al cuarto encontró al padre Arrupe con el rostro bañado en lágrimas, devastado por la noticia y señalando en silencio la carta del Papa, tirada a un costado de la silla: Karol Wojtyla había prohibido la realización de la congregación general y había suspendido la constitución de la Compañía. Y nombró a su "delegado personal", un mero interventor de su confianza, para gobernar a los díscolos hijos de San Ignacio, el padre Paul Dezza y un coadjuntor, el padre Giuseppe Pittau. El 2 de septiembre de 1983, la congregación general de jesuitas organizada por Dezza eligió al holandés Kolvenbach, como titular, un hombre mucho menos comprometido socialmente y acorde a las ideas conservadoras de Roma. ¿Estos cambios bruscos, de sermones y castigos, en la Compañía de Jesús, habrán sido las causas del aislamiento forzado de Jorge Bergoglio, en Córdoba? ¿Por qué razón lo castigaron? Dato al margen, hoy el Provincial de los jesuitas argentinos, es el colombiano Alvaro Restrepo.
El padre Pedro Arrupe, aislado y apartado de su Compañía, murió en 1991 y Juan Pablo II acudió a darle la extrema unción. Hasta no hace mucho tiempo, cuando el Papa asistía a una reunión de la Compañía, continuaba sermoneando a los jesuitas para que aplacaran sus posturas de avanzada: "Debéis estar muy atentos a que los fieles no se desorienten con enseñanzas dudosas, con publicaciones o discursos que están en abierto conflicto con la fe y la moral de la Iglesia".
"A mí me tocó compartir su período en el llano, porque cuando terminó su misión como rector del Máximo, pasamos juntos al Colegio del Salvador. Yo estaba como maestro y vivíamos en el mismo piso, compartiendo el mismo baño. En esa época, 1987 y 1989, él no tenía una misión, que es lo peor que nos puede pasar como jesuitas, entonces estaba preparando un doctorado por el que viajó un tiempo a Alemania. Estaba bien de ánimo o disimulaba, pero yo sentía que lo estaban castigando por algo. Cuando regresó de Europa lo mandaron a la Residencia de la Compañía en Córdoba, sin misión tampoco. Creo que él, por su historia, por su predicamento sobre muchos sacerdotes, no sólo jesuitas, genera mucha envidia en muchos. Cuando un día lo fui a visitar al cuartucho en el que estaba en Córdoba, me dio mucha rabia, no se merecía nada de lo que estaba viviendo, y él, sin embargo, se mostraba tan grande y tan humilde como siempre. Creo que esa etapa lo purificó, lo acercó más a Jesús y después vino su nombramiento como obispo. Ahí escribió el libro de las reflexiones...", dice sobre esos años, el sacerdote Guillermo Ortiz. "Sentía mucha pena por él, se pasaba horas sentado en la galería de la casa mirando el vacío, con la mirada perdida. Muchas veces tuve miedo que se estuviera volviendo loco o que intentara alguna cosa rara", afirma otro jesuíta que lo conoce mucho y que prefirió dejar su nombre en el anonimato.
Selva Tissera, una médica que lo atendía de sus dolencias, muy preocupada por el deterioro de su salud y su estado emocional, viajó especialmente a México a visitar el santuario de la Virgen de Guadalupe y le trajo de regalo una medallita con la imagen, que Bergoglio lleva colgada del cuello. Ella cuenta, que el ahora Cardenal, le agradeció el gesto llorando. Al poco tiempo, llegó el nombramiento como obispo auxiliar de Antonio Quarracino y su vida se empezó a encaminar. Aquí comenzó su ascenso.
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en el seno de una familia italiana de clase media con cinco hijos. Su padre se llamaba Mario y su madre Regina Sívori y era italiana. Jorge Bergoglio adoraba a su madre, una "tana mal hablada", que cocinaba como los dioses y que le trasmitió cierta habilidad culinaria. En 1978 la operaron del corazón, pero al poco tiempo, murió, sumiéndolo en un dolor que apenas supo disimular. "No se lo dije a nadie y hoy hice misa pava la familia", le confesó a su amigo, el sacerdote Julio Merediz. "Nunca dramatiza, ni siquiera los dolores personales, y esa entereza abruma a cualquiera", agrega Merediz.
Se recibió de técnico químico y trabajaba en un laboratorio cuando sintió el llamado de la vocación. A los 20 años entró en el seminario de los jesuítas. Fue ordenado en 1969, un año clave en la historia argentina, convulsionada por los incipientes movimientos revolucionarios y en medio de una Iglesia sacudida en lo más profundo por el nacimiento de la Teología de la Liberación. En 1972 fue maestro de novicios y en 1973, Provincial de la Compañía en Argentina. Le tocó traspasar la Universidad del Salvador –otrora un prestigioso centro de formación Ignaciano– a los laicos, por mandato del General de la Orden, el famoso padre Pedro Arrupe. Este movimiento le generó una catarata de críticas dentro y fuera de la Compañía. Y aunque continuó manteniendo poder sobre la universidad –todavía conserva una oficina a donde va de vez en cuando– muchos lo acusaron de dejarla en manos de militantes de Guardia de Hierro –con quienes Bergoglio simpatizaba– y en una organización de laicos nacionalistas de ultraderecha que – según varios testimonios de religiosos– realizaron una verdadera caza de brujas entre profesores y alumnos.
El 26 de noviembre de 1977, el rector Francisco Cacho Piñón, un importante cuadro de los "guardianes" íntimamente ligado al masserismo, le entregó al dictador Emilio Massera, el título de "doctor honoris causa", en una ceremonia pública. Los datos de esta entrega desaparecieron misteriosamente de los archivos de la Universidad y nadie quiere hablar del tema, aunque por lo bajo reconocen que sucedió. ¿Cuál fue la responsabilidad de Bergoglio en esto? ¿Fue algo que se realizó a sus espaldas o él lo supo y no lo pudo impedir?
Ignacio García Matta tiene su opinión:
"Jorge se vio obligado a realizar un provincialato fuerte, porque fue una época muy complicada. Desde el punto de vista económico, la Compañía estaba quebrada. El padre Arrupe había enviado un tiempo antes una especie de comisión para buscar el origen de los problemas y después se decidió a desprenderse de los bienes y obligaciones, de las cuales la más importante fue la transferencia a un grupo de laicos, de la Universidad del Salvador. En ese momento lo sentimos como un alivio porque era una profunda responsabilidad económica y moral. No sólo en la universidad, sino también en el colegio había una ebullición ideológica impresionante. Nosotros no lo podíamos manejar y creo que la gente que se hizo cargo la piloteó bien. Hoy, a la distancia, a más de veinte años, siento que fue una gran pérdida, porque era un lugar de formación de las futuras generaciones, pero sé que en ese momento no había opciones".
Entre 1980 y 1986, Bergoglio fue rector del colegio Máximo de San Miguel y de sus facultades de Teología y Filosofía. Concluyó su tesis en Alemania, desde donde trajo la veneración por la Virgen Desatanudos, que hoy congrega multitudes en la parroquia de San José del Talar, en el barrio de Agronomía. Las actrices Araceli González, Carmen Barbieri, la tenista Gabriela Sabatini y la menemista Liz Fassi Lavalle, fueron vistas varias veces en la Iglesia, rezándole al retrato de una virgen rodeada de ángeles, con el Espíritu Santo que baja sobre ella, mientras uno de los ángeles le alcanza una cinta llena de nudos que ella comienza a desatar, con la paciencia y serenidad reflejada en el rostro. Apenas comenzó su mandato Fernando de la Rúa, la imagen apareció en la Casa Rosada y recorría los despachos de los funcionarios aliancistas, aun de los no creyentes que, desesperados, invocaron a la virgen una ayudita, ante la inminencia del desastre. En la navidad de 1998, Jorge Bergoglio envió tarjetas de navidad, con la imagen de la virgen alemana.
De Alemania, Bergoglio fue trasladado a la Universidad del Salvador y de allí viajó al misterioso "retiro" en Córdoba.
El Cardenal tiene una salud frágil, consecuencia de una tuberculosis que lo atacó cuando era un niño y le dejó secuelas: le falta la parte superior alveolar del pulmón derecho y tiene angina de pecho, desde los 20 años. Lleva siempre una pastilla pequeña debajo de la lengua, para prevenir cualquier descompostura. Sin embargo, físicamente es fuerte. El mismo se esfuerza para no ser menos que los demás y practica natación. Es tímido y solitario. Pasa muchas horas del día rezando y también le dedica tiempo a la lectura de la literatura argentina y a los clásicos –es profesor de literatura– y a escuchar ópera. No ve televisión, pero lee los diarios.
Es un fanático de Dostoievski, al que no se cansa de volver una y otra vez. También de los clásicos griegos y de Shakespeare. Se levanta a la madrugada y a las nueve de la noche, después de una cena frugal –casi no come– se va a dormir. Realiza personalmente las compras del supermercado, viaja en colectivo y en subte, y los que lo conocen, aseguran haberlo visto arrodillado limpiando el piso de su habitación. Estas actitudes que sus amigos admiran y las califican como las de un hombre austero, sus enemigos le endilgan que es "pura demagogia, pura política".
"Es un desesperado por el poder. Ambicioso y calculador. Intrigante y conspirativo. Todo lo que hace es con una intención política, como Menem. Tiene enganchados a los curitas jóvenes con prebendas. Es peligrosísimo, si te colocas enfrente, te destruye", dice un prestigioso jesuíta, dirigente de un instituto de la Compañía, del barrio de Belgrano, que lo conoce hace muchos años.
"Yo escuché a mucha gente hablar mal de él, no sólo los que salieron de la Compañía y tienen su edad, sino también quienes eran sus discípulos. Son todos envidiosos. Pero él no se defiende de esos ataques. Tiene una espiritualidad muy grande. Por momentos, hasta me parece que le gusta que hablen mal de él. Porque entonces demuestra su grandeza con la humildad", lo defiende el padre Guillermo Ortiz.
El padre Federico Wernicke es párroco de la Iglesia Santiago Apóstol del barrio de River. Cada 25 de julio, fecha en que se conmemora el día del santo patrón de la parroquia, Jorge Bergoglio asiste y acompaña la colorida procesión de la comunidad gallega que se realiza por las calles del barrio y que logra la adhesión de muchos vecinos. Al principio, el sacerdote mostró cierta desconfianza y se negó a dar datos de su relación con el actual cardenal, explicando que "todo lo que sé es muy privado". A los pocos minutos, se aflojó. "Yo estudié en el Colegio del Salvador, creo que en ese momento él estaba en Córdoba. Después me tocó tenerlo como obispo de Flores. En ese momento estaba en el Colegio y Parroquia San Cosme y San Damián, y teníamos una relación fluida. Me acuerdo que podía estar contándole un inconveniente grave del colegio y él me interrumpía de golpe y me decía "¿Y vos... cómo andas?". Se tutea con todos los sacerdotes, tiene muy buena relación con el clero, sobre todo con los jóvenes. Como obispo resignó el lugar de príncipe que podía ocupar para ocupar el lugar de pastor, padre o hermano mayor. Sé que cuando hubo sacerdotes con problemas de vocación, él los acompañó y los escuchó como el mejor de los amigos, sin por eso dejar de ejercer el gobierno. Las veces que viene, lo hace en colectivo, nada de estar acompañado por el secretario como pasaba con Aramburu o Quarracino. Siempre saluda a toda la gente, pero se acuerda especialmente de las viejitas de cada parroquia y les dice que recen por él. Para mi cumpleaños me llama personalmente, cada año, nunca se olvida. Sé que hay jesuítas que no lo quieren. Dicen cosas feas. Fue Provincial en un período muy difícil para la Compañía, había mucha crisis de fe y seguramente Jorge recibió órdenes de sus superiores no muy simpáticas. ¿Usted sabe ese chiste interno de la Iglesia? "Hay tres cosas que el Papa nunca podrá saber: cuántas congregaciones de monjas hay, cuánta plata tienen los Salesianos y qué piensa un jesuíta" "Yo lo quiero y lo respeto a Bergoglio, tengo esa suerte. Pero la verdad, es que no me gustaría enfrentarme con él, estar en la vereda de enfrente..."
Como dato anecdótico, Federico Antonio Wernicke, es recordado por una homilía que realizó en la Catedral de Buenos Aires, en el día de la Independencia, durante el gobierno de Raúl Alfonsín y casi pegado al juicio a las juntas militares: "Es bueno podar de un árbol todo lo que tiene de vicio y de enfermedad para que los nuevos frutos sean más vigorosos. Pero esta tarea es de sabios y prudentes, que sepan distinguir entre raíz y ramas. Podar la raíz es condenar a muerte toda la vida presente y futura del árbol y sus frutos. Distingamos entre raíz y ramas".
Un sacerdote del clero diocesano, que ve a Bergoglio todas las semanas, dice: "Es un poco equizofrénico. Convive con él una dualidad entre el padre que baja línea y el pastor que trabaja con la gente a la par de los sacerdotes. A veces confunde por un lado la opción por los pobres y por el otro su relación con el sector ortodoxo. No lo veo nada carismático, siempre es muy parco y callado. En cuanto a sus visitas a las villas, los hospitales y las cárceles, es normal que allí se deslumbren por él, ya que nunca a esos lugares va un arzobispo. Lo que es claro es que en la Iglesia argentina nadie llega al cargo de Cardenal sólo con el trabajo pastoral, hay que operar con el poder, hay que saber hacerlo. Sólo que él lo hace en silencio".
Políticamente es conservador y ortodoxo, pero con una fuerte preocupación por lo social. Jorge Bergoglio es seguidor fiel de la línea impuesta por Karol Wojtila, con el que se identifica plenamente. Detesta la exposición pública y la cercanía con el poder. Y esto último, era lo que por lo bajo reprochaba de su antecesor en el cargo, el cardenal Antonio Quarracino, aunque durante los últimos tiempos, le escribía los sermones y discursos.
Cuando Quarracino murió, Carlos Menem pidió al arzobispado que sus restos fueran velados en la Casa Rosada. Bergoglio dijo que no y el velatorio se realizó en la Catedral, donde él fue el único orador, actitud que provocó la furia del menemismo y del "lobbysta" principal con los purpurados, Esteban Cacho Caselli, entonces embajador argentino ante la Santa Sede.


Nadie levanta al Muerto

Jorge Bergoglio nunca simpatizó con Carlos Menem y se lo hizo saber infinidad de veces. Con gestos, más que con palabras. Sin embargo, en el Tedeum del 25 de mayo de 1999, casi finalizando la fiesta menemista, y en la cara de Menem y sus acólitos, el nuevo arzobispo dejó establecida la nueva postura de la Iglesia en la actualidad nacional: "Si no apostamos a una Argentina donde no estén todos sentados en la mesa, la sombra del desmembramiento social se asoma en el horizonte y entonces terminaremos siendo una sociedad camino del enfrentamiento... ", dijo premonitorio.
Durante la misa recordatoria del 9 de Julio se repitió el mismo escenario: un Menem demudado, que no pudo ocultar su amargura frente a las duras palabras del diácono y la serena presencia del arzobispo. Ese día la Iglesia señaló la "corrupción y las desigualdades sociales".
La muerte del cardenal Antonio Quarracino marcó el inicio de una nueva etapa en el Iglesia argentina. Una Iglesia que estaba considerada, junto a la de Colombia, como la más conservadora de América latina. Estanislao Karlic, que reemplazó a Quarracino, es una muestra de este cambio: un hombre profundamente religioso, cuyo eje de pensamiento es que los postulados del Concilio Vaticano II fueran asumidos por todo el Episcopado. La regla política básica de Bergoglio es permanecer lo más lejos posible del poder, ante quienes se muestra neutro y aséptico. Y lo más cerca del pueblo. No quiere cometer el error de sus antecesores en el cargo. Esto no significa que en la Curia reciba en reuniones privadas a políticos, militares y empresarios deseosos de hablar e intercambiar opiniones. "Ellos vienen a visitarlo, pero él no va a ningún despacho oficial", dice su vocero Marcó, señalando las diferencias. Elisa Carrió, Patricia Bullrich, Alicia Oliveira, Juan Llach, Víctor de Gennaro, Arnaldo Boceo, Eduardo Amadeo y Adalberto Rodríguez Giavarini, son algunos de los visitantes habituales. "Da gusto escuchar a una mujer inteligente", comentó Bergoglio entusiasmado, después de la primera conversación que mantuvo con la entonces funcionada de Desarrollo Social del gobierno de De la Rúa y cuñada del ex jefe montonero Rodolfo Galimberti. Los que lo conocen cuentan que el cardenal admira a Bullrich y que le encanta conversar con ella sobre la situación del país.
La composición del Episcopado cambió siguiendo el ritmo de la nueva era: Estanislao Karlic, arzobispo de Paraná, Entre Ríos, moderado y un brillante teólogo, Guillermo Rodríguez Melgarejo, –vicario de la zona de Flores y auxiliar de la arquidiócesis porteña– con pasado en el movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo, durante la década de los años setenta, Eduardo Miras, arzobispo de Rosario, José María Arancedo, obispo de Mar del Plata y amigo del fallecido cardenal Pironio, Joaquín Pina, obispo jesuita de Puerto Iguazú y de actitudes combativas, Juan Carlos Maccarone, arzobispo de Santiago del Estero, José María Pepe Arancibia, arzobispo de Mendoza, son algunos de los que se destacan. El jesuita logró desplazar a los menemistas y aglutinó debajo suyo a dueños de posturas antes irreconciliables: conservadores y combativos. El único caudillo que perdura de la antigua estructura, es el cardenal Raúl Francisco Primatesta, con el que Bergoglio mantiene una relación cálida y cordial. El viejo cacique lo respeta y en la intimidad señala que será el nuevo Jefe, su sucesor.
Pero si Carlos Menem y su entorno no le simpatizaba nada a Bergoglio, tampoco su actitud fue diferente con Fernando de la Rúa y su séquito, a pesar del ferviente catolicismo –de "señora gorda que hace beneficencia"– que manifestaba la primera dama, Inés Pertiné. Ningún favor le hicieron al nuevo presidente las palabras del entonces saliente embajador argentino ante el Vaticano, Esteban Caselli –despreciado a más no poder por Bergoglio y sus pares– que, preparando sus innumerables maletas en Roma, dijo al diario Página/12: "Me encargué de llevar tranquilidad al Vaticano en ese sentido. De la Rúa es un hombre de fe, va a misa las domingos y es amigo del nuncio Calabresi". El Obispo–como llaman a Caselli– se despachó sin pelos en la lengua y muchos se preguntaron: "¿Lo habrá defendido porque ambos estuvieron estrechamente relacionados con el empresario telepostal Alfredo Yabrán e hicieron negocios con él?".
Palabras más o palabras menos, el gobierno que asumió en 1999 no le caía nada bien a Bergoglio –para la Iglesia argentina, los radicales (y el Frepaso) nunca fueron confiables, por sus posturas fuertemente laicistas– sobre todo, porque con el paso de los días, sus contactos con la gente de la calle en sus recorridas diarias y los apocalípticos informes que le traían los sacerdotes de la Curia, le indicaban que la crisis más grave de la historia argentina estaba a punto de estallar, frente a un gobierno sordo, ciego y mudo.
El 25 de mayo de 2000, Jorge Mario Bergoglio reclamó duramente ante Fernando de la Rúa, Inés Pertiné y el gabinete, entre los que estaba Carlos Chacho Alvarez y su mujer, por la grave situación social y la "insensibilidad" con los "marginados del sistema". Era un gobierno que ya tenía cinco meses y los funcionarios, incluido De la Rúa, apenas sabían dónde quedaba la puerta de sus despachos. Sin embargo, el país estaba en llamas.
"Debemos reconocer que el sistema ha caído en un amplio cono de sombra, la sombra de la desconfianza, y que algunas promesas y enunciados suenan a cortejo fúnebre: todos consuelan a los deudos, pero nadie levanta al muerto". A la salida del Tedeum, los integrantes del gabinete se pasaban la factura unos a otros, pero sobre todo, hacían recaer las culpas en la administración anterior.
"Fue un diagnóstico de cómo estamos. El mensaje expresa la Argentina que recibimos, esperemos que las próximas homilías o el 25 de mayo del año que viene, hayamos avanzado en forma importante", dijo Álvarez al salir de la Iglesia. "Es un santo, un hombre sabio, coincido totalmente con él", fue la desconcertante respuesta de Fernando de la Rúa cuando le preguntaron su opinión. Y agregó que se sentía "muy emocionado", por su primer Tedeum como presidente.
En esa misma semana se anunciaba un fuerte ajuste económico y Primatesta, presidente de la Pastoral social, había adherido formalmente a las protestas contra el FMI y la sanción de la Ley de Reforma laboral, programadas por la CGT disidente del camionero Moyano. El laico Guillermo García Caliendo, secretario de la Pastoral Social y hombre del cardenal cordobés, se había comprometido a asistir a la movilización sindical en "nombre de la Iglesia", lo que originaría luego un escándalo, que los hombres de sotana pudieron frenar a duras penas. García Caliendo no sólo adhirió, sino que se trepó al palco de los caudillos sindicales disidentes y habló como uno más. Era la primera vez que la Iglesia se involucraba abiertamente en un conflicto político. Un día antes, el Episcopado había presentado el documento Jesucristo, Señor de la historia, en el que se había trabajado durante cuatro años y era el mensaje al pueblo, por el Jubileo del año 2000: "A quienes ponen su confianza en un progreso científico ilimitado, a quienes conflan casi religiosamente en mecanismos socioeconómicos para la edificación de una nueva humanidad, como la absolutización de las leyes de mercado; a quienes se desalientan por los múltiples indicadores negativos que hacen temer por el futuro de la familia argentina; a aquellos a quienes el futuro angustia, les anunciamos la verdad de la esperanza cristiana".
El obispo Jorge Casaretto, titular de Caritas –compite con Bergoglio por el liderazgo– y con una posición política muy cercana al gobierno, más aún, a los radicales, había dicho días antes de la marcha: "Tenemos que tener cuidado para no hacerles el juego a las corporaciones". Después de la participación de García Caliendo, salió a cuestionarlo con los tapones de punta, actitud que sólo fue frenada por el peso político de Primatesta y el respeto que éste genera en sus pares. Más tarde, Caliendo abandonaría la Secretaría de la Comisión de la Pastoral Social.
La homilía patria de Bergoglio frente a un despistado Fernando de la Rúa, al margen de las habituales metáforas que ya son parte de su estilo, dijo claramente: "No se trata solamente de una gestión administrativa, de un plan, sino de la convicción constante que se expresa en gestos y en voluntad de cambiar (...) Animémonos a tocar al marginado del sistema, viendo en él a hombres y mujeres que son mucho más que votantes potenciales (...) Las iniciativas comunitarias brindan una inmejorable salida frente al suicidio social que provoca toda filosofía y técnica que expulsa la mano de obra (...) Sólo hace falta la audaz y esperanzadora iniciativa de ceder terreno, de renunciar al protagonismo fútil, de dejar las luchas intestinas desgastantes, el plus de insaciabilidad del poder".
Como siempre, desde que asumió el poder, Jorge Bergoglio seguiría bregando por los que menos tienen y condenando las políticas neoliberales, a tono con lo que viene del trono de San Pedro, en Roma. Karol Wojtyla había hablado hacía pocos días frente a trabajadores y empresarios y en su discurso había criticado duramente al neoliberalismo reinante y pidió por la condonación de la deuda externa a los países más pobres. Lo mismo dijo ante las autoridades del Fondo Monetario y del Banco Mundial. O sea, que hasta para el político mas distraído, el mensaje de Bergoglio no debería ser una novedad. Y sin querer, el jesuíta que más alto había llegado en la historia argentina, se había convertido en un fuerte opositor, en un país donde la clase política tiene un bajísimo, casi nulo, índice de confiabilidad.
Así comenzaban los nuevos tiempos eclesiásticos. Lejos de las ideologías y los extremismos. Empujados a luchar contra las injusticias del sistema, por verdadero convencimiento, porque lo ordena el Papa o porque los sacerdotes presionan a sus jefes desde abajo. Eso sí, aún quedan resabios de la vieja guardia agazapados bajo las cúpulas. El 21 de mayo, el obispo de Lomas de Zamora, el ultraconservador Desiderio Collino, dijo abiertamente que "deseaba que los periodistas que critican a la Iglesia contraigan un cáncer de pulmón". Esa misma semana, en su programa televisivo, el periodista Jorge Lanata llevó adelante una investigación sobre maltrato de menores y mal manejo de fondos, que involucraba al arzobispo Emilio Ogñenovich, otro dinosaurio con sotana. Y con seguridad que la desquiciada frase tenía un destinatario principal: Jorge Lanata. La homilía fue realizada en la Basílica de Lujan, ante miles de fieles que no podían creer lo que escuchaban, al punto que algunos, indignados, abandonaron la misa. A los pocos días, el vicario de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires, Julio Forchi, sugirió en misa que se les practicara una lobotomía.
Jorge Bergoglio y sus compañeros en el Episcopado estallaron horrorizados ante expresiones tan alejadas del Evangelio y salieron al cruce de los extraviados prelados, residuos de aquel Episcopado cómplice de las dictaduras, que tanto daño hizo a la Iglesia argentina. Incluso, para el día del periodista, se realizó una misa en la Catedral, con gran participación de prelados y periodistas, en la que el Episcopado pidió formalmente perdón y condenó duramente aquellas expresiones.
Para esta fecha, había llegado el nuevo representante de Roma, que reemplazaba a Ubaldo Calabresi, quien había batido un récord de permanencia: diecinueve años. Su larguísima estadía en la Argentina había dejado marcas. Fue una nunciatura involucrada a fondo con el poder político, su influencia fue enorme. Testigo y protagonista de las dos visitas papales, la mediación con Chile por el canal de Beagle, la guerra de Malvinas, el final de la dictadura y la llegada de la democracia. Era muy conocida su excelente relación con Carlos Menem, sus acólitos, y el peronismo en general. Medió para la reconciliación matrimonial entre Menem y Zulema, antes de la llegada del riojano al gobierno en 1989.
Tiempo después, apoyó la expulsión de la ex primera dama de la residencia de Olivos. Y fue el gran promotor en el Vaticano del "catolicismo militante" de Menem y su adhesión a las políticas ultraconservadoras, que le abrieron las puertas del Papa, en seis oportunidades. Durante esos años, en agradecimiento por sus gestiones, el ex presidente lo condecoró con la Orden del Libertador en el grado de Gran Cruz. También con algunos militares del proceso y empresarios, entre ellos, el investigado banquero y militante ultracatólico, Raúl Moneta, que todas las semanas comía en la Nunciatura.
Ubaldo Calabresi intervino en las designaciones del cardenal Antonio Quarracino y del mismo Bergoglio, con el que tenía una relación cordial. Santos Abril y Castelló, español y amigo del Papa, al que había enseñado español mientras trabajaba en la Secretaría de Estado del Vaticano, estaba a tono con los nuevos aires. Las relaciones del Episcopado con el trono de Roma, o sea, con el poderoso secretario de Estado, Angelo Sodano y otros –clones de López Rega, del Papa y cuasi socios de Cacho Caselli– transitarían a partir de aquí otro sendero. Aun así, el gobierno de la Alianza nunca tuvo alguien con la suficiente capacidad para que se encargara de las mediaciones políticas con los hombres de la Iglesia, ya que tanto Norberto Padilla, el Secretario de Culto y Vicente Espeche Gil, un prestigioso militante laico que fue designado reemplazante de Caselli, carecían de la habilidad necesaria para estos avatares y los obispos se quejaban de que no tenían con quién hablar los temas que les importaban: la educación, las relaciones familiares, el aborto, los temas sociales y obviamente, la plata.
Mientras tanto, los cambios también implican nuevos alineamientos internos. Bergoglio es habilidoso para sumar tropa y tiene obispos que le responden, al margen de los sacerdotes del clero diocesano que lo adoran. Joaquín Sucunza, Guillermo Rodríguez Melgarejo, Jorge Lugones, jesuíta como él, José Gentico, Horacio Benítez Astou, Guillermo Galatti, Rafael Staffolani, Roberto Rodríguez, Baldomero Martínez, Elmer Miani, Mario Cargnello. Su influencia en el Episcopado es sobre más de la mitad de los integrantes. Y el cardenal Raúl Primatesta le da impulso, lo apoya con simpatía, piensa igual que él. Del otro lado se encolumna Jorge Casaretto, de Caritas, Justo Laguna, de Morón, José María Arancedo, de Mar del Plata y Rafael Rey, de Zárate-Campana. Los perdedores, que hace unos años estaban en la cúspide del poder, la Banda de los dinosaurios, están en rápido retroceso: Emilio Ogñenovich, Desiderio Collino, Jorge Menvielle, Rubén Di Monte. Salvo Héctor Aguer, el ultraconservador titular del arzobispado de La Plata –protector de la orden integralista del Verbo Encarnado– y hombre de fidelidad a Esteban Caselli, quien atendía solícito sus reclamos, cuando era el hombre fuerte de la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en épocas de Carlos Ruckauf y tenía absoluta influencia sobre los dineros provinciales.
En octubre de 2000, los datos del INDEC revelaban que la distribución del ingreso terminó siendo en la úlltima década del gobierno menemista, tanto o más desigual que en 1989, cuando se desató la hiperinflación. En la Capital y en Gran Buenos Aires el diez por ciento más rico de la población ganó veinticuatro veces el ingreso que recibe el diez por ciento más pobre, superando la marca de diez años atrás, cuando esa brecha era veintitrés veces más. Si se toma al 20 por ciento más rico y al 20 por ciento más pobre, la brecha es de doce veces, igual a la de diez años atrás.
"Crecer con equidad es un desafío grave y urgente, basado en un principio de solidaridad, que no es un sentimiento intimista y privado de caridad que queda relegado al hombre religioso, sino que es una expresión de la justicia. Es inmoral vivir entre tantos excluidos. No lloremos en el 2020 por lo que no hagamos ahora", dijo en su homilía de Semana Santa el obispo de Mar del Plata, José María Arancedo.
Lamentablemente, no hubo que esperar hasta el 2020.
El 20 de diciembre de 2001, y después de presentar su renuncia a la presidencia, Fernando de la Rúa, abandonaba la Casa Rosada, en un helicóptero con la bandera celeste y blanca pintada en la carrocería, igual que Isabel Perón el 24 de marzo de 1976. En las calles de Buenos Aires continuaban los enfrentamientos, los saqueos y las muertes. Jorge Bergoglio permaneció todo el tiempo en la Curia, hablando con dirigentes políticos, empresarios, sacerdotes y obispos. Esa noche no pudo dormir y el sonido de las sirenas de los autos de la policía retumbaban en sus oídos. "Nosotros lo anunciamos hace mucho tiempo, no querían escuchar, esto iba a explotar...", le dijo a un sacerdote de su confianza. Casi a las puertas de la Navidad y con una Argentina ensangrentada por los enfrentamientos, treinta muertos y la anarquía social, en cada homilía, los jefes de la Iglesia pidieron a los políticos "drásticos cambios para responder a las urgencias sociales y las demandas de la sociedad". El país era un caos. Cinco presidentes en cinco días.
Eduardo Miras, arzobispo de Rosario, una de las ciudades más castigadas por la miseria, la desocupación y la violencia, dijo: "Tengo muchas dudas. Por los discursos que escuché en la Asamblea Legislativa, tengo miedo de que se vuelva a las guerras de partidismo político que hizo ingobernable al país. Si se vuelve a las viejas mañas me pregunto cuál fue esta especie de guerra civil que vivimos. Es necesario una Reforma Constitucional para acabar con lo innecesario de la burocracia estatal y achicar gastos".
Jorge Bergoglio dijo en la misa de Navidad: "Debemos hacernos cargo de la esperanza en momentos en que los argentinos no nos explicamos muchas cosas, ni tampoco sabemos cómo van a seguir. Hoy en medio de la oscuridad de los argentinos, amanece una luz, que no es mengano, ni sultana, ni perengano: es Jesucristo".
Después de la asunción de Eduardo Duhalde, nació la mesa de la Concertación o del Diálogo Político. Jorge Casaretto, de Caritas, Ramón Staffolani, Obispo de Río Cuarto, y Juan Carlos Maccarone (Bergoglio pidió que estuviera presente para tener una visión más profunda), Obispo de Santiago del Estero; el representante de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el español Carmelo Ángulo y el vicejefe de Gabinete, Juan Pablo Cafiero. Sin embargo, la mesa nació "sin patas", según la expresión de un conocido obispo. A tal punto que Staffolani contó a sus fieles, en una homilía en Río Cuarto, que los funcionarios del Fondo Monetario con los que estuvieron reunidos, dijeron: "Los argentinos somos vagos, corruptos, ladrones y mentirosos. Y tuvimos que agachar la cabeza, no pudimos contestar, porque lo que decían era cierto...".
La primera semana de febrero, el Papa tuvo palabras durísimas sobre la situación argentina, en la reunión anual de obispos, Ad Limina Apostolurum.
En el gobierno, los duhaldistas no podían creer lo que leían: "Vuestro país atraviesa una profunda crisis social y económica que afecta a toda la sociedad y pone en peligro la estabilidad democrática (...) La situación que se vive en la Argentina también puede ser causa de división y de odios entre quienes están llamados a ser los constructores del país (...) Es necesario un serio examen de conciencia sobre las responsabilidades de cada uno y las trágicas consecuencias del egoísmo insolidario, de las conductas corruptas y de la mala administración de los bienes de la nación". ¿Por qué el Papa había dicho lo que dijo? ¿De dónde le llegaron las informaciones? ¿Qué quiso decir en realidad cuando pocas veces en años se había ocupado de la Argentina? Las preguntas no tenían fin y el duhaldismo, con dardos lanzados por Caselli –hoy todavía en las intimidades del palacio de San Pedro– sospechaba de una conspiración, en lugar de mirar la realidad.
"Acá no hay nada nuevo, es lo que venimos diciendo hace tiempo– comentó un integrante del Episcopado cercano a Bergoglio–. La Argentina ha perdido el timón, hay miseria, anarquía y violencia de grupos de distintos signos que se infiltran para provocar más desorden y caos. La situación es peligrosísima y los que tenemos que estar con la gente somos nosotros, porque los políticos no pueden pisar una villa porque los matan. En el Episcopado tenemos encuestas, cada diócesis tiene estudios y los números son alarmantes, estamos en caída libre y nadie sabe dónde terminamos...".
Estas informaciones llegaron a Roma anticipadamente y los mismos obispos se encargaron de remarcarlo frente al Papa y a su entorno. Allí estaban el argentino Leonardo Sandri, segundo secretario de Estado, el embajador Espeche Gil y el Nuncio Santos Abril y Castelló.
"Santidad, nuestro país está pasando por un momento muy difícil que lo acerca a la disolución social. Llamamos a la cordura, a la renuncia de privilegios irritantes y a la no violencia. Creemos estar haciendo junto a los laicos que se han incorporado a este empeño, todo lo que está a nuestro alcance para ayudar a que la Argentina vuelva a ser Nación..."
Antes de partir hacia Roma, Jorge Bergoglio, otorgó un reportaje a la revista italiana 30 Giorni, del influyente grupo integrista "Comunión y Liberación", hermanos menores del Opus Dei. Viejos conocidos del cardenal desde la década de los setenta y a través de sus amigos de Guardia de Hierro, quienes le abrieron las puertas a su llegada a la Argentina, en la década de los años ochenta. Cuando Antonio Quarracino, ex jefe de Bergoglio en el arzobispado de Buenos Aires y primer contacto de Comunión y Liberación, era presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), se relacionó con sus militantes y logró que su amigo, el sindicalista en auge, Saúl Ubaldini, fuera reporteado en la revista y lo mencionaran como el "Walesa argentino". Quarracino había conocido en Rímini, Italia, al padre Luigi Luciani, creador de la orden, amigo del Papa y al filósofo italiano Rocco Butiglioni –ideólogo del grupo– y hoy Ministro de Relaciones Comunitarias de "II Cavalierí", Silvio Berlusconi.
"La Conferencia Episcopal describió en la carta al pueblo de Dios del 17 de noviembre de 2001, los muchos aspectos de esta crisis inmensa: concepción mágica del Estado, despilfarro de los dineros públicos, liberalismo extremo mediante la tiranía de mercado, evasión de impuestos, falta de respeto a la ley, pérdida del sentido del trabajo. En una palabra, una corrupción generalizada que mina la cohesión de la nación y nos desprestigia ante el mundo. Éste es el diagnóstico. Si vamos al fondo, el problema de la Argentina es un problema moral, un problema ético (...) Al comprometerse en este intento común para salir de la crisis en la Argentina tiene siempre presente lo que enseña la tradición de la Iglesia, que reconoce la opresión del pobre y el fraude en el plano de los obreros como dos pecados que claman venganza ante Dios. Estas dos fórmulas tradicionales son de total actualidad en el magisterio del Episcopado Argentino. Estamos cansados de sistemas que producen pobres para que luego la Iglesia los mantenga", dijo el cardenal a 30 Giorni y voló a Roma a encontrarse con el Papa.


Relaciones Sagradas

"En la década del '70 el país sufrió un período de violencia, de violaciones de los derechos humanos y se produjo un dramático enfrentamiento entre hermanos que ha dejado como secuela un abismo de resentimiento, de rencor y hasta de odio. La Argentina no puede enfrentarse al nuevo milenio con ese cáncer pernicioso en sus tejidos sociales; la comunidad cristiana no puede celebrar los dos mil años de la encarnación redentora sin demoler ese muro de odio y alcanzar la gracia de la reconciliación", fue parte del legado del mensaje que el Papa envió al Encuentro Eucarístico Nacional, el 9 de septiembre en Córdoba, y leído por el cardenal venezolano Rosalío Castillo Lara. "El perdón no elude la justicia pero sí hace que la exigencia de justicia no sea una venganza disfrazada. "
El parque Sarmiento en la ciudad de Córdoba albergó a más de ciento cincuenta mil fieles que cantaron Sólo le pido a Dios, tomados de las manos. Estanislao Karlic fue el encargado de leer el documento de "pedido de perdón" por los lacerantes años de la dictadura, que confeccionaron los obispos cordobeses, junto a un grupo de sacerdotes, monjas y laicos. Se rindió homenaje al obispo Enrique Angelelli y al salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado por parapoliciales.
Habían pasado demasiados años y el horror había calado profundo en la sociedad argentina. Un cuarto de siglo desde aquel fatídico 24 de marzo de 1976 cuando el ultracatólico general Jorge Videla y los miembros de la Junta Militar, se reunieron con la cúpula de la Iglesia Católica para iniciar, con su bendición, una masacre –en defensa de la civilización occidental y cristiana– que dejaría miles de muertos y desaparecidos. ¿Era muy tarde? Quizá para muchos sí. Dicen que mejor tarde que nunca, pero es cierto que la Iglesia como institución debe una explicación más somera y clara en cuanto a los términos –nunca se menciona la palabra "desaparecido", por ejemplo– menos ambigua, más certera, con la mano en el corazón, sobre el papel fundamental –e institucional– que jugó frente al golpe de 1976 y el aliento a los represores. Es cierto que más de la mitad de los obispos argentinos que integran la Conferencia Episcopal no habían sido consagrados cuando la violencia azotaba las calles y tampoco cuando la democracia llegó en diciembre de 1983. Y que la mayoría de los titulares de las diócesis de esos tiempos ya no están o están muertos o están retirados. Por ejemplo sus "Eminencias", los monseñores Bonamín y Tórtolo. Lo que quedó fuera del pedido de perdón, fue la intención de trabajar en la posibilidad de abrir los archivos que puedan suministrar –a través de los capellanes militares– información a los familiares sobre las víctimas y sobre los niños desaparecidos.
Por esos días, en el diario El País de España, en un artículo que lleva como título "El perdón nunca es suficiente", se reproducen opiniones de filósofos argentinos y españoles sobre la vigencia del Holocausto en las dictaduras latinoamericanas. "El Holocausto no terminó en 1945 –dicen– sino que ha renacido bajo formas espeluznantes en las dictaduras de América latina, donde grandes tramos de la sociedad han sufrido represión y el exterminio en las últimas décadas. Esa técnica que han decidido usar hoy los verdugos, ese pedir perdón que se está generalizando da miedo. Es un acto demasiado tenue a un costo muy bajo", dijo Antonio Gimeno, filósofo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. "Hace pocos días, el Ejército y el Episcopado argentinos pidieron perdón por su responsabilidades en la dictadura. El gesto tiene su valor, pero una cosa es pedir perdón y otra mirar el mundo con los ojos de las víctimas", aseguró el filósofo español Reyes Mate.
"Porque sentimos dolor frente a la violación de los derechos humanos fundamentales. Porque el mal de la violencia, fruto de ideologías de diversos signos, se hizo presente en distintas épocas políticas, particularmente la violencia guerrillera y la represión ilegítima, que enlutaron a nuestra patria. Porque en diferentes momentos de nuestra historia, hemos sido indulgentes, con posturas totalitarias, lesionando libertades democráticas que brotan de la dignidad humana. Porque con algunas acciones u omisiones hemos discriminado a muchos de nuestros hermanos, sin comprometernos suficientemente en la defensa de sus derechos. Supliquemos a Dios, Señor de la Historia, que acepte nuestro arrepentimiento y sane las heridas de nuestro pueblo. Padre, tenemos el deber de acordarnos ante Ti, de aquellos hechos dramáticos y crueles. Te pedimos perdón por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras y la muerte absurda que ensangrentaron a nuestro país. Padre bueno y lleno de amor, perdónanos y concédenos la gracia de refundar los vínculos sociales y de sanar las heridas todavía abiertas de tu comunidad", según se lee en el Capítulo V del documento episcopal, Confesión de los pecados contra los derechos humanos.
El pedido de perdón de los obispos provocó controversias y críticas de los organismos defensores de los derechos humanos. El CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) y las Madres Línea Fundadora, reclamaron por "acciones más concretas" como la apertura de los archivos que la Iglesia "posee sobre desaparecidos de la última dictadura militar". Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, lo sintió "insuficiente y poco sincero". Carlos Ruckauf, entonces Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, dijo que la declaración era una "bocanada de aire fresco y el mayor gesto de bondad, humildad e inteligencia de uno de los pilares de la sociedad". Fernando de la Rúa, en viaje a China desde Canadá, habló profundo, como siempre: "Hay que apreciar y valorar el gesto de la Iglesia, que interpreta el sentimiento de la mayoría de los argentinos ". Jorge Casaretto creyó ver en el documento el hilo conductor de la reconciliación argentina: "¿Podríamos resignarnos a no avanzar en este camino de reconciliación histórica porque no se han podido superar los escollos del esclarecimiento total de la verdad y la realización plena de la justicia?". Jorge Bergoglio también vio en el acto un camino abierto a la reconciliación y aseguró que a cualquiera que estuvo presente, sea católico o no, "se le tiene que conmover las entrañas".
Al margen de las críticas, Bergoglio continúa con su estilo de conducción y acumulación de poder. Aunque alejado de la Compañía de Jesús, no deja de ser un miliciano de la orden, con muy buena muñeca en el manejo de las cuestiones terrenales.
En el mes de junio de 2000, Bergoglio recibió una sorpresiva visita.
Los máximos jefes militares, el general Ricardo Brinzone, Jefe del Ejército y los Jefes de Estado Mayor, general Juan Carlos Mugnolo; de la Armada, almirante Joaquín Stella y de la Fuerza Aérea, Walter Barbero, hablaron con el arzobispo sobre la posibilidad de implementar una especie de mesa del diálogo "a la argentina" (una copia de la que funciona en Chile) en la que, ante sacerdotes y obispos, militares argentinos involucrados en la guerra sucia, confesaran sus crímenes, con garantía judicial de que luego no serían encarcelados por los mismos. Según Brinzone –que tiene una antigua amistad con Bergoglio y a quien los organismos de derechos humanos vinculan con la masacre de Margarita Belén, en el Chaco, donde fueron fusilados detenidos políticos– la idea de esta "mesa" era colaborar en la "reconciliación nacional". Pero la misma no prosperó, ya que los organismos de derechos humanos insisten en buscar la verdad a través de la justicia y los militares involucrados se niegan a colaborar con su jefe. Aun así, al arzobispo de Buenos Aires no le disgustaba para nada la idea de ser protagonista de semejante acontecimiento. Siempre pensó que "debía haber memoria completa para la resolución del pasado doloroso de la Argentina ".
El 9 de octubre de 1999, Bergoglio había participado de la marcha que trasladaba los restos del sacerdote Carlos Mugica del cementerio de la Recoleta hasta la villa 31 de Retiro. Los sacerdotes jóvenes del lugar, que lo idolatran, aseguraron que lo vieron muy perturbado y con lágrimas en los ojos. Y que gracias a su gestión los restos pudieron ser llevados al lugar donde Mugica trabajó gran parte de su vida. Marta, hermana del líder de los Sacerdotes para el Tercer Mundo, asesinado en la década de los años setenta, también reconoce sentir un gran afecto por Bergoglio y cuestiona severamente a aquellos que lo critican. "Sólo yo sé todo lo que se preocupó por los restos de mi hermano. Gracias a él, Carlos descansa en la villa que tanto amaba. Es cierto que está muy cuestionado dentro de la Compañía y seguramente algunos tienen razón. Yo les pregunto si los hombres como él no tienen derecho a cambiar, a modificar cosas de su pasado. Aquellos años fueron terribles para todos y todos cambiamos, ¿por qué Jorge no puede cambiar? ¿Por qué razón no puede pensar diferente?"
"Oremos por los asesinos materiales, por los ideólogos del crimen del padre Carlos y por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y de la Iglesia", dijo Jorge Bergoglio en la misa en homenaje a Mugica, en medio de los aplausos.
También participó de la misa de homenaje a los sacerdotes Palotinos asesinados en 1976 y no sólo eso, sino que según informaciones que me suministraron palotinos que viven en la Casa de la Congregación en Roma, Bergoglio esta "monitoreando" personalmente ante el Vaticano, una iniciativa de los palotinos, para que los asesinados por los militares sean nombrados mártires de la Iglesia. Uno de ellos, era amigo de Bergoglio y se confesaba con él.
"La Historia eclesiástica argentina de los años sesenta y setenta está constelada de tormentos y de dramas, de heridas a menudo imposibles de curar; con frecuencia de violentas laceraciones. Desde el campo teológico hasta el político, desde el terreno institucional hasta el social, el mundo católico de la época parece un campo de batalla: la jerarquía fracturada, el clero dividido y en rebeldía, las vocaciones en crisis, el laicado falto de confianza o politizado sobre telón de fondo de un enfrentamiento generacional, cultural, ideológico y político más profundo...", afirman Roberto Di Stéfano y Loris Zanatta, en el libro Vida y Pasión del clero criollo.
Clelia Luro, esposa y compañera de monseñor Jerónimo Podestá cuenta una anécdota interesante. El 23 de junio del año 2000, a los 79 años y víctima de una insuficiencia respiratoria, en la Clínica San Camilo de Buenos Aires, murió el ex obispo de Avellaneda, un hombre pacífico de actitudes revolucionarias, polémico y transgresor, tan católico como crítico de la Iglesia. A los pocos días de su muerte Clelia relató: "La jerarquía eclesiástica abandonó a Jerónimo y a mí siempre me ignoraron. Pero es justo decir que el único que lo acompañó mientras él estuvo internado y que me llama todos los días para ver cómo estoy, es Jorge Bergoglio. El lo acompañó como un verdadero hermano. No hizo declaraciones públicas y a mí tampoco me interesa. Yo le estoy eternamente agradecida porque fue quien gestionó frente a las monjitas de la clínica para que yo pudiera compartir con Jerónimo sus últimos momentos. No te olvides que él siguió siendo obispo y murió como tal. Y entonces según las reglas, yo no debía estar. No era nadie. Y Bergoglio lo logró. Sin decírmelo, él me reconoció como lo que fui: la mujer de Jerónimo, el gran amor de su vida".
Fortunato Mallimaci, experto en temas del catolicismo y decano de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA escribió:
"En un contexto de decadencia, pobreza, angustia generalizada y pérdida de espectativas, las instituciones cristianas, y en especial la Iglesia católica, aparece encabezando el ranking de imagen positiva en casi todas las encuestas como una de las instituciones más creíbles. En el caso actual de los obispos católicos que debido a la crisis de representación de los dirigentes políticos y un Estado ausente pueden funcionar tanto como reguladores del conflicto social o como administradores del descontento. Se dibuja así el intento de creación de una nueva identidad católica en una sociedad desencantada. Vemos cómo se diseña institucionalmente un proyecto de compromiso social donde priman las organizaciones cuyo ejemplo típico es Caritas con su "solidaridad asistencial". El discurso es mayoritariamente de reafirmación de certezas, esto quiere decir que las respuestas a lo social van junto con propuestas culturales y políticas de raíz católica.
"Este discurso vuelve a cobrar fuerza especialmente con el peso creciente de la institución del actual arzobispo de Buenos Aires, caracterizado históricamente por sus posturas integralistas de derecha y sus relaciones con sectores militaristas. Al mismo tiempo que "denuncia a los ricos y rinde homenaje a los sacerdotes asesinados" exige educación católica en las escuelas públicas, hace saber a las clases dirigentes sus prevenciones acerca de sectores políticos con posturas progresistas, se relaciona con los jerarcas "militares para pedir memoria completa (y deslegitimar a los organismos de Derechos Humanos) y trata de impedir los programas de salud reproductiva. "
¿Ángel o demonio? ¿Integralista, ortodoxo, conservador o cuadro de la Compañía? A Jorge Bergoglio no parece importarle mucho. Qué más da. De él y solamente de él, depende su presente y su futuro eclesiático. Ha logrado bastante y algunos imposibles: juntar a casi todos en un discurso común. Y cumple a rajatabla sus votos: pobreza, castidad y obediencia. Cada celebración de Semana Santa, cada Navidad, se mete en un hospital de niños pobres y desahuciados o en una cárcel, o en el hospital Muñiz y arrodillado, lava los pies a los enfermos y condenados. Detesta a los políticos y no deja de mencionarlo en cada discurso. Las críticas le duelen, pero disimula bien como digno hijo de San Ignacio. "El silencio es la mejor respuesta", me dijo una tarde cuando le pregunté acerca de las versiones que circulaban. "No haga caso, no hay que dejarse guiar por esas cuestiones. Rece por mí".


Agradecimientos

A los cardenales Jorge Mario Bergoglio, Raúl Francisco Primatesta y Jorge Mejías, por su enorme paciencia.
A Monseñor Pío Laghi.
A los obispos José María Arancibia, Rafael Rey, Jorge Casaretto, Fernando Bargalló, José María Arancedo y Justo Laguna.
A los sacerdotes Eduardo de la Serna, Orlando Yorio, Alberto Carbone, Luis Farinello, Ignacio García Matta, José María Meiseguer, Hernán Pérez Etchepare, Antonio Puigjane, Luis Pérez Aguirre, Julio Grassi, Guillermo Marcó, Kevin O'Neill, John O'Connor y Pedro Trueco.
A Jerónimo Podestá y Clelia Luro, Patrick Rice, Rubén Dri y Miguel Ramondetti, Domingo y Matilde Quarracino y Marta Mugica.
A las hermanas Martha Pelloni y Leonor Caravelli. A la Congregación de los sacerdotes Palotinos, en Roma.
Al padre Arturo Díaz, titular de la Congregación de los Legionarios de Cristo en Argentina.
A los compañeros de los archivos del CIAS y el CELS.
A Jesús María Plaza, especialmente.
A Marcelo Zlotowiazda, por su infinita generosidad.
A Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.
A Alicia Azcúa, de la Dirección de Derechos Humanos de la Municipalidad de La Plata.
A periodistas y productores de radio y televisión de la provincia de Santa Fe, que ayudaron tanto.
A laicos y seminaristas comprometidos de la provincia de Santa Fe, que desgranaron una historia denigrante de abusos y todavía aguardan una respuesta oficial de la Iglesia.
A Olga y Roxana, de la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal Argentina.
A Willie Schavelzon, por su incansable apoyo.
A mis editoras –y amigas– Ana María Bertolini y Carolina Di Bella, por estar día y noche, involucradas en esta historia difícil y apasionante.
A Blanca Rosa Roca, Pablo Dittborn y Carlos Ramos, de Ediciones B, por creer en mí.
A Elena Goñi y Ricardo Capelli, muchas gracias.
A Sylvina Walger, Miriam Lewin, Jorge Fernández Díaz, Bartolomé de Vedia, Elisabetta Piqué, Julio Bárbaro, Natasha Niebieskikwiat, Sergio Rubín, Fabián Kovacic, Gabriel Seisdedos, Bruno Pasarelli, Roberto Baschetti, Emilio Corbiére, Claudia Selser, Walter Goobar, Viviana Gorbato, Juani Bettanin, Mora Cordeu, Juan Carlos Dante Gullo, Juan Bautista Yofe, Jaime Cesio, Roberto Perdía y Mario Montoto.
A las innumerables fuentes que colaboraron y prefirieron permanecer en el anonimato, en la Argentina y en el Vaticano.
A Jorge Lanata, por todo.

Bibliografía

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Yo, Perón, Enrique Pavón Pereyra, Milsa.

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