El maldito de nuestra historia oficial

Mario Pacho O'Donnell

Capítulo 78 Quebracho Herrado

La reacción rosista aprovechando las rivalidades de los jefes unitarios no se hizo esperar: Juan Pablo López fue batido en "Coronda" y "Paso Aguirre", el 12 y 16 de abril de 1842, y huyó a Corrientes. Ferré, seducido por la proyectada "Federación del Uruguay" proyectada por Rivera , que había generado reuniones entre representantes de Río Grande, Corrientes y la Banda Oriental, y mortalmente enemistado con Paz, entregará la dirección de la guerra al uruguayo, dejando al "manco" fuera de la campaña y ocupado de allí en más en explicar lo inexplicable en sus apasionantes "Memorias".
Rivera se iba a enfrentar con Oribe, su viejo rival, por la presidencia oriental que él detentaba y que Oribe pretendía recuperar. Saldías cuenta una anécdota oída a Antonino Reyes, edecán del Restaurador durante mucho tiempo: "Rosas llamó a Reyes y le dijo:
"-Dentro de poco vendrá Mr. Mandeville (representante inglés), usted entrará a darme cuenta de que las divisiones del "ejército de vanguardia" están a pie, que no se han empezado a pasar por el "Tonelero" los pocos caballos que hay, que por esto y la falta de armas el ejército no puede iniciar operaciones. Yo insistiré para que usted hable en presencia del Ministro".
El Restaurador no ignoraba que Inglaterra había comprometido su subterránea ayuda para que Francia pudiese liquidar su interminable conflicto en el Río de la Plata.
"Media hora después entró Mr. Mandeville. Asegurábale a Rosas que se esforzaría para que terminase dignamente la cuestión entablada, cuando se presentó Reyes a dar cuenta de lo que, con carácter urgente, avisaban del "ejército de vanguardia".
"-Diga Ud. -ordenó Rosas—, el señor Ministro es un amigo del país y hombre de confianza".
"Reyes habló y Rosas se levantó irritadísimo, exclamando:
"-Vaya Ud., señor, y dirija una nota para el jefe de las caballadas haciéndole responsable del retardo en entregar los caballos, y otra en el mismo sentido para el jefe del convoy. Tráigame pronto sus notas para firmarlas... "
"Y como Mr. Mandeville quisiera calmarlo, arguyendo que quizás a esas horas ya todo había llegado a su destino:
"-¡No señor, no puede haber llegado todavía!... y si el "pardejón" supiera aprovecharse... ¡así es como vienen los contrastes, así es como vienen! —decía Rosas cada vez más agitado.
"Mr. Mandeville pidió licencia para retirarse. Inmediatamente Rosas ordenó al capitán del puerto que vigilase los movimientos de la rada.
"Esa misma noche tuvo parte de que salía para Montevideo un lanchón en el cual iba un hombre de confianza de Mr. Mandeville. Transmitiría lo que el diplomático inglés había escuchado de boca del Restaurador".
Con la seguridad de un dato inapreciable y de fuente inmejorable, el hasta entonces inactivo general Rivera se mueve con prontitud ordenando marchar contra "Arroyo Grande", que suponía débil y desguarnecido al no llegar los refuerzos caballares "retrasados" en el "Tonelero". El general César Díaz, entonces oficial de Rivera, se extraña en sus "Memorias" de que el jefe de las fuerzas franco-uruguayas, a las que se sumaban los unitarios exiliados, ordenase una batalla a todas luces apresurada.
El 5 de diciembre de 1839 las mayores fuerzas reunidas hasta entonces en una guerra civil rioplatense se enfrentaron, 8.500 aliados y 9.000 rosistas. Rivera, confiado ,no consideró necesario crear una reserva de combate y se lanzó contra el general Oribe a las primeras horas del alba, estrellándose contra fuerzas superiores a las suyas en armamentos y posición, pero muy especialmente en caballería bien montada...
La victoria del aliado del Restaurador fue total: los vencidos tuvieron 2.000 muertos y 1.400 prisioneros de los que fueron degollados todos aquellos que tenían grado de sargento para arriba.
"Todo se perdió", relata Díaz, "hasta el honor". Engañado y completamente vencido, don Fructuoso escapó "arrojando su chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas".
Maquiavelo hubiera aplaudido: "Aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la guerra es laudable y glorioso, y el que vence a un enemigo por medio del engaño merece tantas alabanzas como el que lo logra por la fuerza" ("El Príncipe").
La distensión que provoca en Buenos Aires la disipación de la amenaza de toma de Buenos Aires por parte de los unitarios desencadena manifestaciones de alegría y de apoyo al Restaurador. Serán inevitables las acciones revanchistas que producen destrozos en algunas casas pertenecientes a unitarios sospechados y diecisiete individuos son asesinados en calles y plazas públicas.
Esto será el fundamento de la condena a muerte que el juez Sixto Villegas dicta contra Rosas el 17 de abril de 1861, diez años después de Caseros, sin dar al acusado posibilidades de defensa, considerando que dichas muertes "debieron serlo por orden de Rosas".

Capítulo 79 La defensa de la soberanía

Nuestra historia oficial nunca logró digerir la cláusula tercera del testamento del general don José de San Martín: "El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general de la república Argentina don Juan Manuel de rosas, como una prueba de satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla".
Don José celebraba, no la gesta de Obligado como suele afirmarse en un difundido error, sino años antes, la defensa contra el bloqueo francés que finalizaría en 1840. No es banal esta aclaración pues algunos, entre ellos Sarmiento, osaron opinar que el gesto se debía a la senilidad del Libertador.
Tan extraordinaria disposición testamentaria de nuestro máximo prócer ha sido soslayada o directamente silenciada en nuestros textos históricos. Sin embargo, la relación ente San Martín y Rosas fue intensa a lo largo de muchos años.
Habiendo transcurrido ya un tiempo prolongado del exilio europeo de don José, casi olvidado por la prensa y los gobernantes de Buenos Aires, el joven estanciero Rosas dio el nombre de "San Martín" a una de sus estancias. Poco después, en el mismo año de 1820, bautiza a otra como "Chacabuco", ambas en el actual partido de General Belgrano.
San Martín, como militar de alma que era, aborrecía el desorden y la indisciplina. Estaba seguro de que la anarquía en que se había sumido su patria terminaría por derrumbarla y hacer fracasar la lucha por su independencia, en la que él había invertido tantos esfuerzos y sacrificios. "Conviene en que para que el país pueda existir es de necesidad absoluta que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca de él -escribía el 3 de abril de 1829 a su gran amigo Tomás Guido-Al efecto se trata de buscar un salvador que reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan". Así anticipaba, con excepcional lucidez, la irrupción del Restaurador.
De los dos partidos, el unitario o el federal, las simpatías del Libertador se inclinaban hacia el último. Por el obstinado saboteo que sus planes libertarios siempre habían sufrido por parte de Buenos Aires, bajo el dominio político de sus enemigos Alvear o Rivadavia; también porque en su peregrinar por las provincias al frente de sus tropas había aprendido a valorar el coraje y el patriotismo de los caudillos y sus gauchos.
Su toma de partido no deja dudas en una carta a Guido: "El foco de las revoluciones, no sólo en Buenos Aires sino en las provincias, ha salido de esa capital, en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades se procura satisfacer sin reparar en medios: ahí es donde un gran número no quieren vivir sino a costa del Estado y no trabajar".
El 17 de diciembre de 1835, San Martín celebra la "mano dura" de Rosas: "Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño para conseguir tan loable objeto, yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable". Don Juan Manuel es para el Libertador la antítesis de la anarquía y valoriza la despótica tranquilidad que reina en su país: "Sólo ella puede cicatrizar las profundas heridas que ha dejado la anarquía, consecuencia de la ambición de cuatro malvados...". Y al año siguiente: "Desengañémonos, nuestros países no pueden, al menos por muchos años, regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro: despóticos".
Rosas le agradece a San Martín su apoyo, que le sirve, gracias al prestigio de éste en Europa, para contrarrestar la acción de no pocos compatriotas que recorren las cancillerías extranjeras buscando aliados para derrocarlo. Le ofrece ser embajador en Perú, cargo que el Libertador rechaza con el pretexto de que eran muchos los lazos que lo unían a Lima y a sus habitantes como para poder desempeñar correctamente tal responsabilidad. También aduce que él es "solo un militar" y que carece de condiciones como diplomático.
Algunos historiadores consideran que este rechazo se debió a que San Martín no quiso comprometerse con los desbordes totalitarios de don Juan Manuel. En esa línea está también la carta que el 21 de setiembre de 1839 escribe a su amigo Goyo Gómez lamentando el asesinato del doctor Maza: "Tu conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar cuando veo una persecución general contra los hombres más honrados del país (...) El gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia".
Sin embargo el tono predominante de la relación entre ambos es la cordialidad. Conociendo Rosas las penurias económicas del exilio sanmartiniano ordena en 1840 "que se otorgue la propiedad de seis leguas de tierra al Señor General de la Confederación Argentina don José de San Martín". Y más adelante, sabiéndolo enfermo y necesitado de atención, designa a su yerno Mariano Balcarce como oficial de la embajada Argentina en Francia, e instruye reservadamente a Manuel Sarratea, embajador, para que exima a Balcarce de residir en París, asiento natural de la representación diplomática, con objeto de no privar al prócer de la presencia y asistencia de su hija Mercedes.
San Martín continúa opinando, en su activa correspondencia con Buenos Aires: "En mi opinión el gobierno en las circunstancias difíciles debe, si la ocasión se presenta, ser inexorable con el individuo que trate de alterar el orden, pues si no se hace respetar por una justicia firme e imparcial se lo merendarán como si fuera una empanada, lo peor del caso es que el país volverá a envolverse en nuevos males".
Y Rosas seguirá correspondiéndole: el 11 de octubre de 1841 el almirante Guillermo Brown, obsecuente, le solicita que lo autorice a designar "Restaurador Rosas" a la nave capitana de la escuadra de la Confederación Argentina, a lo que aquél le responde ordenándole que la nave deberá llamarse "Ilustre General San Martín". Cabe señalar que también nuestra historia oficial ha silenciado la colaboración que nuestro máximo prócer naval, el almirante Brown, prestó al gobernador Rosas.
Cuando Francia e Inglaterra atacan a la confederación Argentina, nuestro Libertador máximo no vacila en escribir a Rosas, poniéndose a sus órdenes y ofreciéndole regresar a la patria para combatir contra los invasores en una declaración pública que pudo haberle provocado serias dificultades ya que vivía en una de las potencias beligerantes.
San Martín y Rosas comparten un hondo sentimiento nacional que para algunos críticos roza la xenofobia.
Una de las últimas cartas que escribe San Martín tres meses antes de su muerte, con letra dificultosa, fue justamente a Juan Manuel de Rosas: "(...) como argentino me llena de un verdadero orgullo, el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor establecido en nuestra querida Patria, y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado" (Boulogne-Sur-Mer, 6 de mayo de 1850)

Capítulo 80 El empréstito imperial

Por leyes del 19 de agosto y 28 de noviembre de 1822, la Legislatura, con oposición de los representantes federales, acuerda autorización al Poder Ejecutivo para contraer un empréstito exterior de 5.000.000 de pesos fuertes, o sea al cambio de entonces, el valor neto de un millón de libras esterlinas.
La provincia estaba en paz y no existía ninguna urgencia en agenciarse deudas; el producido se destinaría, se dijo, a construir en la ciudad obras sanitarias y un muelle, y en la campaña a fundar pueblos, nada de lo cual fue cumplido.
De acuerdo a sus autorizaciones se firmó el 1° de julio de 1824, en Londres, estando allí Rivadavia, entre la casa prestamista Baring Brothers y el estado de Buenos Aires representado por John Parish Robertson y Félix Castro el contrato en virtud del cual el estado de Buenos Aires hipoteca todas sus rentas, bienes, tierras y territorios al pago de un millón de libras y sus intereses.
El empréstito, de acuerdo a instrucciones de Rivadavia, se coloca al 85% pero gira a Buenos Aires al 70%, y la diferencia se reparte entre banqueros y comisionistas, lo que representará una suculenta "coima". Tanto que Mr. Alexander Baring expresó su temor de que una operación tan irregular no fuese aprobada por el gobierno de Buenos Aires.
La intervención del entonces ministro Rivadavia, entonces ministro pero hombre del mayor poder en Buenos Aires, lo tranquilizó. Además los prestamistas por parecerles poco la garantía hipotecaria de toda la Provincia retienen como garantía adicional dos años de intereses (6%), o sea 120.000 Libras y por igual concepto otras 10.000 Libras por amortización adelantada; 7.000 por comisión reconocida y otras 3.000 que figuran como gastos. La provincia, en definitiva, solo recibe 560.000 Libras del millón a que se obligaba.
Emisión de títulos por 1.000.000 Libras al tipo 70%: 700.000
Participación en la "coima" de la Casa Baring: 20.000
Participación en la "coima" de los comisionistas: 120.000
Saldo neto a recibir por el Gobierno de Buenos Aires: 560.000
Obligación hipotecaria del gobierno de Buenos Aires: 1.000.000
Ya en 1828 el diputado federal Nicolás Anchorena se quejaría de la falta de metálico en plaza, diciendo: "¿Qué tenemos, pues, que agradecer a las administraciones anteriores que no tuvieron ni aún el sentido de hacer traer en metálico las setecientas mil libras que podían haberse recibido del millón que estaba pagando la Provincia? ¿Qué elogios podrán merecer?"
También Las Heras cuando fue gobernador reclamó el envío del empréstito en lingotes de oro. Pero la banca inglesa se negará "por prudencia" y sólo gira 64.041 libras y establece que el resto quedará depositado pagando un interés de solo el 3%, "que es todo lo que podemos dar":
Corresponde acotar que, firmado el Bono General, Inglaterra se avino a reconocer con fecha 22 de febrero de 1825 nuestra independencia.
Los servicios del empréstito de 1824 estaban impagos desde 1828. Se creyó que Rosas al subir en 1829 al gobierno e inaugurar una administración "de orden" reanudaría el pago de los intereses y amortizaciones; pero las necesidades de la guerra civil lo impidieron.
Y en 1835, al inaugurar su segunda administración, eran muchos los peligros que asomaban contra la Confederación para pensar en la deuda externa. De todas maneras nunca olvidaría dedicar amables y promisorias palabras al respecto, como en el mensaje que clausuraba las sesiones de 1835:
"El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda interior del país para hacerle seguir la misma suerte, bien entendido que cualquier medida que se tome tendrá por base el honor, la buena fe y la verdad de las cosas".
No se le escapa que el empréstito, establecido como arma del imperialismo, podía ser usado astutamente como instrumento de resistencia y en las instrucciones a Manuel Moreno del 21 de noviembre de 1838, al ser éste designado embajador en Londres, se le ordenaba "no omitir medios" para ganarse el apoyo de los "boneholders" (tenedores de los bonos del empréstito), prometiéndoles que la reanudación de los pagos se haría "apenas el puerto quedase libre del bloqueo francés" y haciéndoles brillar el espejismo de una cancelación total de sus créditos "si en el gobierno de S.M. Británica habría disposición a una transacción pecuniaria para cancelar la deuda pendiente del empréstito con el reclamo respecto de la ocupación de las islas Malvinas".
La noticia de interesarse el gobierno de Buenos Aires por el pago del empréstito repercutió favorablemente en Londres como lo suponía Rosas. Se formó un "Committee of Buenos Aires boneholders" cuya intervención en la actitud pacifista que tomó el Primer Ministro lord Palmerston en 1840 al exigir el cese del bloqueo francés fue evidente.
En los mensajes de 1841, ya lograda la paz, seguirá con su cantinela de "el gobierno no olvida...", pero la situación había cambiado porque el puerto de Buenos Aires estaba libre y la entrada por derecho de aduana era cuantiosa. De común acuerdo el Committee of Boneholders y la casa Baring nombraron un representante para presionar al gobierno de Buenos Aires: Frank de Pallacieu Falconnet.
Las instrucciones a Falconnet, del 5 de Abril de 1842, le encargaban "ejecutar las garantías", consiguiendo de Rosas el derecho de intervenir la aduana hasta el pago íntegro de la deuda , una contribución que gravase las empresas agrícolas, comerciales y bancarias, la hipoteca de las tierras fiscales, un derecho a la exportación de los cueros y materias primas y un monopolio para navegar a vapor los ríos argentinos.
A mediados de 1842 Falconnet está en Buenos Aires. Por orden de Rosas, el ministro de Hacienda, Insiarte, deriva el problema a las Malvinas: lejos de ser la confederación una deudora de Inglaterra, ésta lo era de aquella por el apoderamiento de las islas sin ningún derecho. Una vez pagada la "indemnización" correspondiente por el gobierno inglés, el argentino podría transferir su importe a los "bonoleros".
Falconnet se dejó envolver en esta acción astutamente dilatoria de imposible cumplimiento pero que dejaba sentados nuestros derechos en las islas usurpadas, y aceptó que se mandasen instrucciones al cónsul argentino en Londres, Jorge Federico Dickson, para "dar los pasos convenientes" conjuntamente con el ministro Moreno.
Rosas trasladaba así la presión de los "bonoleros" sobre el gobierno de Peel, sustituto de Palmerston. Si no era posible un arreglo no sería por su culpa sino por la de quien se negaba a indemnizar a la Confederación Argentina por el atropello cometido en las Malvinas.
Como es de imaginar la Cancillería británica desconocería de plano que la Argentina tuviese legítimos derechos sobre las estratégicas islas australes y por lo tanto la negociación propuesta fallaba por la base. El sagaz gobernador bonaerense y encargado de las relaciones exteriores hacía del tema un problema entre ingleses: eran sus autoridades quienes hacían imposible el pago de los créditos de los "bonoleros" con sus absurdas pretensiones.
El empréstito fue finalmente saldado en 1904 después de haberse abonado ocho veces el importe recibido.

Capítulo 81 Aturde, humilla e indigna

La cesión del sable libertador a don Juan Manuel de Rosas despierta acerbas críticas en los enemigos de ambos:
"(San Martín) ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y serviles, contra el extranjero, copiando el estilo y fraseología de aquél (Rosas), prevenciones tanto más inexcusables cuanto que era un hombre de discernimiento.
"Era de los que en la causa de América no ven más que la independencia del extranjero, sin importársele nada de la libertad y sus consecuencias. Emitió opiniones dogmáticas sobre guerras muy diversas de las que él conocía tan bien, y de las que no puede hablarse sin estar al cabo del estado político y social, de la actualidad de estos países; de nada de eso estaba él al cabo, el hombre que menos conocía a la provincia de Buenos Aires, era él; puede decirse que estuvo en ella sólo de paso y eso en tiempos remotos; emitió pronósticos fundados en creencias desmentidas por hechos multiplicados.
"Nos ha dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con sus opiniones y con su nombre; y todavía lega a un Rosas, tan luego, su, espada. Esto aturde, humilla e indigna y... Pero mejor es no hablar de esto".
(Carta de Valentín Alsina a Félix Frías, 9 de noviembre de 1850).

Capítulo 82 Los avatares del destino

Londres, mayo de 1844.
Los cancilleres ingleses y franceses, lord Aberdeen y Monsieur Guizot, respectivamente, se han reunido para dialogar sobre temas de política internacional que interesan a ambas naciones. El ambiente es refinadamente europeo, también los modales y vestimentas de los hombres. Beben té y licores).
Guizot: No deberíamos demorar nuestra intervención en el Río de la plata, milord.
Aberdeen: Desearía, estimado monsieur, tener claras las motivaciones de Francia para emprender esta...(vacila, no sabe qué nombre darle) acción ejemplarizadora.
Guizot: Usted lo acaba de decir, milord, motivos humanitarios fundamentalmente.+
Aberdeen: ¿Desea más té? ¿Quizás algo de licor? Este proviene de nuestras colonias en África, es verdaderamente curioso el sistema empleado para su preparación... pero no nos desviemos del asunto que nos ha reunido... (no recuerda o hace que no recuerda) ¿dónde estábamos?.
Guizot: En los motivos humanitarios.
Aberdeen: Claro, claro mi amigo, en eso estamos completamente de acuerdo... pero Francia seguramente tiene también otras razones para emprender un viaje tan largo y tan costoso.
Guizot: Nuestra colonia, Montevideo, está seriamente amenazada por un tal general Oribe, quien responde a indicaciones de Rosas.
Aberdeen: Rosas, Rosas... últimamente sólo oigo hablar de ese hombre... a propósito, no sabía que Montevideo fuese colonia de Francia.
Guizot: No lo es en lo formal, pero tenga en cuenta que por esos avatares del destino hay en Montevideo dieciocho mil vascos franceses que constituyen, hoy, más del cincuenta por ciento de su población... y Francia, claro, se siente obligada a proteger las vidas y los intereses de sus súbditos en cualquier lugar del mundo en que se encuentren.
Aberdeen: (sarcástico) "Avatares del destino"... interesante manera la vuestra de resolver el problema vasco en territorio francés... ¡todos al Río de la Plata!
Guizot: Estoy seguro, milord, que también la corona Inglesa alienta otras razones para la intervención, pero no dudo de que, igual que Francia, dichas razones empalidecen ante la más importante: despejar aquella zona del accionar brutal y despótico de Rosas, a lo que nos sentimos convocados por nuestra condición de potencias europeas y como tales, de defensoras del mundo civilizado.
Aberdeen: (alza su copa para brindar) ¡De acuerdo, monsieur Guizot, completamente de acuerdo! Mal que nos pese, es un deber para Francia e Inglaterra imponer el orden y cordura en aquellos pueblos ignorantes y salvajes.
Otros eran los motivos secretos de la planeada intervención anglofrancesa en el Plata. Una de las razones que movía a Francia era que su Rey, Luis Felipe, aún sabiendo que no era su nación la que sacaría la tajada mayor en la empresa, estaba acuciado por el poderoso movimiento chauvinista liderado por Thiers, quien reclamaba a la corona acciones que devolvieran a Francia su algo alicaído prestigio. Por otra parte la fracasada intervención de 1838 aún esperaba revancha.
J.M. Rosa, en base a documentación del Foreign Office, reconstruye otra reunión en lo de Mons. Guizot a la que han sido invitados expertos en el tema del Plata.
Al servirse el coñac, Mackau, quien firmara la capitulación de Francia ante Rosas y que ahora es ministro de Marina, toma la palabra. Ha tratado a Rosas y hace su elogio. No considera prudente una lucha abierta contra Buenos Aires, pero ya que está decidida la intervención a la que, conocedor del paño, siempre se opuso, cree que una poderosa demostración naval conjunta quizás bastaría para levantar el sitio de Montevideo.
El almirante Cowley dice terminantemente que "Inglaterra no empleará otros medios que los marítimos, visto que dos veces (en 1806 y 1807) había fracasado en Buenos Aires con fuerzas de desembarco. Guizot acota por lo bajo que a Francia le había ocurrido "solamente una vez".
De Lurde no cree conveniente "que se obligue a Rosas a abandonar Buenos Aires pues ésta caería en la anarquía, con peligro para las vidas y haciendas de los extranjeros"; a su juicio no era prudente irritarlo, todo se arreglaría cuando no gobernasen en Montevideo sus enemigos, entonces podría tratarse con Oribe y el jefe argentino una definitiva paz en el Río de la Plata.
Es el turno del vizconde de Abrantes, canciller brasilero: da excusas por lo limitado de sus instrucciones que no lo facultaban a convenir medios guerreros. No cree en un arreglo amigable con Rosas ni que éste se amedrentase sólo por una demostración naval. Para imponérsele había que estar dispuesto a todo y "emplearse medios eficaces"; en caso "de ñao se podessem empregar meios efficaces" mejor era dejar las cosas como estaban y no exponerse a su irritación.
También el almirante inglés Ouseley muestra poca confianza en la demostración naval. Cree necesaria una guerra como la de 1838: buscar auxiliares y armarlos para que levantasen ejércitos revolucionarios, mientras las naciones marítimas bloquearían el Plata impidiendo las comunicaciones de Buenos Aires con Entre Ríos, Corrientes, Paraguay y la República Oriental. El ejército brasileño cooperaría a oriente del Paraná. "Brasil no, pues complicaría la cuestión", interrumpe Mackau.
Insiste Ouseley: mientras los "auxiliares" hicieran la guerra terrestre, los europeos con sus medios navales mantendrán y garantizarán la independencia de la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y Paraguay, permitiendo la navegación libre de los ríos "que eran los objetos de la intervención". Rosas quedaría reducido a la impotencia en la parte occidental del Paraná, en caso de poder mantenerse allí.
Atisbando el provecho comercial, Abrantes, habla nuevamente para decir que en ese caso Montevideo podría convertirse en "un porto franco ou grande factoria de nagoes comerciantes". Parece haber abandonado su pesimismo y haberse convencido de que a Rosas se lo dejaría impotente más allá del Paraná.
Resume Guizot las opiniones: el empleo de medios terrestres "directos" era contraproducente con un hombre como Rosas, con tanto predicamento entre su gente, pero la ocupación de los ríos y el estímulo "a auxiliares" permitiría desmembrar la Confederación Argentina y garantizar la independencia de la República Oriental, Corrientes, Entre Ríos y Paraguay, que juntos constituirían una nueva y dócil nación. Los ríos serían internacionalizados "en beneficio de las naciones comerciantes", que tendrían el control de los pequeños estados de la cuenca del Plata, convirtiendo a Montevideo en una factoría.
Se levanta la sobremesa.

Capítulo 83 Don Juan Manuel visto por su sobrino

(Rosas era de estatura algo superior a lo normal de aquella época. De contextura recia, su cuerpo fortalecido desde su adolescencia por las rudas tareas del campo y por las competencias con los gauchos, mulatos e indios en los confines de la civilización.
Su cabello era rubio oscuro y sus ojos celestes podían tener el filo del acero. Escribiría en 1864 un Alberdi convertido al reconocimiento del Restaurador: " Lord Byron hubiese envidiado la fascinación irresistible de su mirada". El gesto habitualmente adusto, severo, casi amenazante. Uno de sus bufones diría: "Lo peor era cuando sonreía".
Lucio V. Mansilla escribirá: "Minucioso y pertinaz, resistente y observador, sano y ágil, con poco temperamento para ser libertino y suficientes aspiraciones para anhelar ser independiente; (... ) habiendo aprendido a montar sin espuelas un potro enfilado, siendo sobrio en el comer y en el beber, y no teniendo ninguno de los otros vicios de la plebe, como el jugar; en otros términos: distinguiéndose por sus cualidades y ocultando el arcano de su alma, que era dominar, no tardó en ser un prestigio en muchas leguas a la redonda.
" Dueño de estancia al fin, señor de hacienda propia, con buena letra y alguna lectura y el arte difícil de hablarle a cada cual en su lengua. Tiene el instinto de los hombres como el perro el olfato de la presa. El roce con el elemento popular se lo aguza".
Es capaz de demostrar refinamiento: "Decían que sólo tenía talento natural y que era poco culto; no es cierto. Es un hombre instruidísimo y me lo probó con las citas que hacía en su conversación. Conoce muy bien nuestra literatura y sabe de memoria muchos versos de los poetas clásicos españoles" (Carta del poeta hispánico Ventura de la Vega relatando a su esposa el encuentro con el Restaurador).
Sin embargo su inquina contra la aristocracia entreguista, europeizante y antipopular de Buenos Aires lo lleva a adoptar conductas diferentes, desafiantes. Por ejemplo suele utilizar palabras "indecentes" y le complace contar y escuchar chistes procaces. Además suele gastar bromas pesadas como la que sufrió un pusilánime representante diplomático extranjero a quien , mientras dormía echado bajo un árbol, colocó una víbora muerta sobre su vientre y luego lo pinchó dolorosamente para convencerlo de que había sido mortalmente mordido.
"(...)No es perversa, árida y fría su alma; es intermitente, ondulante, pudiendo llegar a no enternecerse jamás. No es caprichoso; tiene desarrollada la protuberancia de la continuidad y su frente amplia, lisa, cuadrada, parece hecha para resistir a todo lo que intente inducirlo en otro sentido de lo que es la lógica de su voluntad persistente.
"Distingue perfectamente los medios, los instrumentos, conoce su fuerza, su eficacia, sabe qué quiere, sabe que va a un fin; más no discierne claramente ese fin, excepto cuando se sale, por decirlo así, de las abstracciones. Su fuerza es pura potencialidad (L.V. Mansilla).
Es muy trabajador. Despacha personalmente todos los asuntos de la administración, aún los detalles más pequeños. Redacta los borradores de su abundantísima epistolaridad. Permanece despierto en su despacho hasta muy altas horas y se ha acostumbrado a dormir poco. Ello tiene que ver con su natural desconfianza, exacerbada por las muy difíciles circunstancias que le han tocado vivir: "Durante mi ausencia no cree empleo o grado alguno, ni confiera los ya creados a ninguna persona, en propiedad ni provisoriamente, sin mi previo consentimiento y aprobación" instruirá uno de sus ministros cuando debe ausentarse.
"(...)Saltará sobre un bagual en pelo al pasar, convencido, persuadido, sabiendo que lo dominará; pero dónde se detendrá no le importará, como si gozara con las fruiciones de un peligro remoto al través de obstáculos imaginarios. Y no porque sea fantástico, sino porque es diestro. Diríase un navegante que ama las tormentas, no por el espectáculo sino por la extraña satisfacción de llevar su bajel a un puerto cualquiera, fuera del derrotero indicado por el sentido común" (L. V. Mansilla).
Su intimidad es compartida con Manuelita y con Eugenia Castro. Su hija es la mediadora del Restaurador con el mundo externo ya que a medida que pasan los años aumenta su tendencia a la reclusión. Es ella la que aboga por la vida de algún condenado a muerte o quien lleva a su padre la propuesta del representante de alguna nación en guerra con la Argentina, lo que le confiere una aureola de depositaria y emisaria de las buenas nuevas. Rosas acepta , por estrategia, que sea ella la heroína y él el villano.
Su padre, el coronel Castro de la fuerzas rosistas, antes de morir entregó a su hija Eugenia para que don Juan Manuel la apadrinara y protegiera. Cumple en Palermo un rol a medio camino entre amante del amo y ama de llaves. La relación de Rosas con ella , de la que nacerán cinco hijos, será considerada por algunos como "higiénica" mientras que sus enemigos harán escándalo de ella.
La no covencionalidad del gobernador de Buenos Aires y virtual presidente argentino lo llevó a tener dos bufones, Eusebio de la Santa Federación y Biguá, con cuyas tropelías se divertía y a quienes a veces utilizaba apara incomodar a sus visitantes
Sin duda era capaz de crueldades, sobre todo contra lo que él consideraba traición a la Causa. Es decir a él mismo. Al yanqui Mac Cann le dirá que "veinte gotas de sangre, derramadas a tiempo, evitan el derramamiento de veinte mil". En su campaña al Desierto instruirá al coronel Ramos, refiriéndose a los indios que fueran hechos prisioneros: "Como no hay dónde tenerlos seguros, mejor que mueran".
Se entera de que un sujeto lleva la barba en U y su imaginación, mecánicamente, lo convierte en un hombre peligroso. Lo ve conspirando, arrastrando a otros, ensangrentando al país. Se exalta interiormente, se enfurece. Y convencido de que la justicia lo impulsa, de que va a salvar a la patria, toma la pluma y escribe: "Fusílese". Todo unitario, salvo que tenga una conducta muy clara y viva aislado de sus congéneres, es para él un delincuente en potencia.
La obra política de Rosas es típicamente antiliberal, pero no antidemocrática. Rosas gobierna para el pueblo, hace obra para el pueblo. Tiene algo de patriarcal. Rosas es el Tata de todos, la providencia del pobre. Su administración es antioligárquica, vale decir, lo contrario de las administraciones que le sucederán. Es erróneo pensar que el gobierno de Rosas resucita el régimen colonial. ¿Cuándo se vio en la Colonia moverse a las masas y mandar a los plebeyos? Es cierto que él sigue gobernando con las viejas leyes españolas; pero lo mismo han hecho sus antecesores. Las leyes votadas desde 1810 no fueron suprimidas de golpe, salvo las antirreligiosas. Como gobernante, Rosas no tiene sistema alguno. Es un gobernante esencialmente empírico, que base su obra en nuestras realidades.

Capítulo 84 El ultimátum anglo-francés

Rosas no se resigna a la separación de la Banda Oriental urdida por Gran Bretaña y Brasil en complicidad con los logistas y los rivadavianos que componían en 1820 el protounitarismo. Ordena a Oribe, aprovechando las circunstancias favorables del triunfo de "Arroyo Grande" y la renuncia francesa al bloqueo, que ponga nuevamente sitio a Montevideo.
Así como su amigo San Martín hablaba de la "Patria Grande" el Restaurador, envanecido por sus triunfos sobre las grandes potencias, concibe una "Argentina Grande". Puede decirse que si el Libertador, que entrase en el Perú bajo la bandera chilena, es un héroe sudamericano, Rosas lo sería con características estrictamente nacionales. No conocerá otro país que el suyo, salvo la Inglaterra de su exilio.
En sus planes está, caído el gobierno de Montevideo y una vez instalado Oribe en el mismo, proponer su incorporación al "Pacto Federal"; en caso de que esto no fuese posible se consumaría una "Federación del Plata" de previsible enjundia por las luchas hasta entonces sostenidas mancomunadamente.
Consolidada la unión de ambas repúblicas no se demoraría una acción decidida para la recuperación del Paraguay, con lo que se frenarían las permanentes intenciones expansivas del Imperio portugués radicado en el Brasil.
Ante esa nueva situación podía descontarse las simpatías del americanista presidente de Bolivia, el liberal Manuel Belzú, caudillo popular de excelente relación con don Juan Manuel.
Este esquema, de posible ejecución, alarma a Brasil y a las potencias europeas, siempre atentas a debilitar a la Argentina del "tirano sangriento" que ha consolidado el apoyo de su pueblo. Ante la evidencia de que Oribe va a cruzar el Uruguay, el embajador Mandeville, siguiendo instrucciones de su gobierno, presenta al Canciller Arana una verdadera intimación, apoyado en el poderío de la escuadra anglo-francesa que navega hacia el Plata, convencido de amedrentar a don Juan Manuel. Se adhiere el representante de Francia, monsieur De Lurde, cuyas instrucciones le ordenaban seguir en todo a Mandeville.
La intimación, del 16 de diciembre de 1842, era fuerte:
"Siendo la intención de los gobiernos de Gran Bretaña y de la Francia adoptar las medidas que consideren necesarias para impedir que continúen las hostilidades entre las Repúblicas de Buenos Aires y Montevideo, el abajo firmado tiene el honor, de conformidad con su gobierno, de hacer saber que la guerra sangrienta debe cesar por interés de la humanidad y de los súbditos británicos, franceses y otros extranjeros(...) y para esto reclama:
"1°) La cesación inmediata de las hostilidades...
"2°) Que las tropas de la República Argentina (bien entendido que las de la República del Uruguay adoptarán la misma conducta) volverán a entrar en su territorio en el caso de haber pasado las fronteras.
"El abajo firmado pide a S.E. una respuesta lo más pronto posible(...) J. H: Mandeville".
Rosas dio, desdeñosamente, la callada por respuesta. El ejército de Oribe siguió su marcha y cruzó el Uruguay.
Para apresurar la caída de Montevideo se dio orden el 19 de marzo de 1843 que el almirante Brown bloquease el puerto. La medida sería efectiva desde el 1° de abril para "todo buque que conduzca artículos de guerra, carnes frescas o saladas y cualquier clase de consumos". Para no estirar demasiado la cuerda y ante la protesta de los comerciantes ingleses el 28 del mismo mes se aclaró que "no comprendía a los buques que viniesen de ultramar".
Ello no impidió que el comodoro inglés John Brett Purvis se opusiera al bloqueo aduciendo altaneramente "no reconocer el gobierno de Su Majestad .Británica. a los nuevos pueblos de Sudamérica como potencias marítimas autorizadas para el ejercicio de tan alto e importante derecho como el bloqueo". El marino, valiéndose de la fuerza, negaba la soberanía argentina.
La prensa unitaria de Montevideo lo glorificará como a un héroe de la civilización y Purvis, envanecido por los elogios de Florencio Varela, Rivera Indarte, del Carril y los otros no se limitó a impedir el bloqueo de Brown sino
que adoptó acciones beligerantes en contra de la débil escuadrilla argentina, obligándola a evacuar la isla de "Ratas" donde almacenaba la escasa pólvora de que disponía.
Pero el acuerdo entre Inglaterra y Francia no se desarrollaba con fluidez. Las idas y vueltas de eran constantes. El protectorado francés de Tahití fue finalmente aceptado por el primer ministro británico Lord Aberdeen a cambio de que Francia dejaría "manos libres" a su país en el resto de Oceanía y no objetaría las misiones protestantes y las empresas comerciales en el reino de la reina Pomaré.
También se llegó a un acuerdo en el discutido asunto de los "matrimonios españoles". Aberdeen y su par francés Guizot convinieron en retirar mutuamente las candidaturas de Leopoldo de Sajonia-Coburgo y del duque de Montpensier a la mano de Isabel II. La casarían con el infante Carlos, primogénito del pretendiente carlista, terminando de paso la guerra civil latente desde el "Convenio de Vergara" de 1837.
Algo más salió de ese "entendimiento": una escuadra francesa zarpó para Méjico a exigir explicaciones al presidente Bustamante por el "agravio al honor", ya que su gobierno se negaba a indemnizar a un confitero francés a quien algunos soldados le habían comido unos pasteles sin pagarle. El almirante Baudin, al frente de la fuerza, no se limitó a bloquear el puerto de Veracruz y cañoneó y destruyó el fuerte que guarnecía la plaza. El nuevo presidente mejicano, Santa Ana, quien combatiendo en Ulúa había perdido una pierna, bajó el testuz llegándose a un arreglo: Méjico indemnizaría a Francia con 600.000 francos que recibiría el diplomático barón Deffaudis, quien poco después sería designado para también someter al gobierno de Buenos Aires; Inglaterra, por su parte, sacó un excelente tratado de esclavatura y comercio.
En abril de 1843 todo estaba listo para la agresión contra la Argentina. A la ya poderosísima alianza se agregaría la brasileña, siempre atenta a toda posibilidad de expandirse hacia el río de la Plata y facilitada por el matrimonio del príncipe de Joinville, tercer hijo de Luis Felipe de Francia, con la princesa portuguesa Francisca de Braganza, hermana del emperador Pedro II, efectuado en Río de Janeiro en mayo de 1843. A partir de allí el gabinete de Brasil instruyó a sus embajadores Cansando de Saninbú y a Duarte de Ponte Ribeiro, en Montevideo y en Buenos Aires respectivamente, de hostilizar a la confederación.

Capítulo 85 Era una delicia

José Hernández, que ha conocido los últimos años del gobierno de Rosas, hace que su Martín Fierro evoque con nostalgia aquel tiempo dichoso para los gauchos:
"(...)Yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía,
y su ranchito tenía y sus hijos y su mujer... Era una delicia el ver cómo pasaba los días
Entonces...cuando el lucero brillaba en el cielo santo y los gallos con su canto nos decían que el día llegaba,
a la cocina rumbiaba el gaucho...que era un encanto
Y sentao junto al jogón a esperar que venga el día
al cimarrón le prendía hasta ponerse rechoncho mientras su china dormía tapadita con su poncho.
Y apenas el horizonte empezaba a coloriar, los pájaros a cantar, y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse cada cual a trabajar(...)"
Luego vendría el infortunio.

Capítulo 86 Daremos a la América el ejemplo

Ousley y Deffaudis serán los nuevos embajadores de Inglaterra y de Francia ante Rosas para preparar y ejecutar la "intervención".
El primero era un pariente del general Whitelocke. "Parecía que el destino hereditario de esa familia fuera presidir los desastres británicos en el Río de la Plata"(...)Pertenecía a esa numerosa escuela de "expertos" que hablan libremente de los políticos sudamericanos como si en Sud América hubiese una indiferenciada clase de salvajes sin personalidad, moralidad y objetivos razonables en su actuación. Un hombre con semejantes condiciones era lo menos indicado para luchar con alguien del calibre y la sutileza del general Rosas" (L. Ferns)
El ministro Guizot había nombrado al barón Deffaudis como concesión al chauvinista Thiers. La elección resultó desacertada pues era un "halcón" que no distinguía matices y obró en el Río de la Plata con la misma testaruda prepotencia, que él llamaba "energía", desplegada en Méjico en 1838 cuando terminó cañoneando la fortaleza de San Juan de Ullúa.
Deffaudis soñaba con hacer de Montevideo un centro de irradiación francesa. En 1847, al regreso de su fracasada misión, escribe en París que si se lo hubiera dejado proceder habría 100.000 franceses en dicha ciudad, lo que hubiese obligado a los "indígenas" de ambas bandas del Plata a cederles su el lugar ."¡Qué fuente de prosperidad no habría sido aquello para Europa! He aquí en la sola República Oriental lugar y fortuna para la más vasta emigración. Y todos los territorios vecinos, tan despoblados y tan fecundos, ¿se cree que no habrían sido pacífica y fructuosamente invadidos a su vez?".
Ahora se entiende mejor la necesidad de las potencias europeas de mantener la independencia oriental.
Rosas saluda a los nuevos embajadores, cuyas intenciones no desconoce, haciendo publicar el 30 de abril de 1847 en la "Gaceta Mercantil":
"¿Qué es la intervención sino la conquista? ¿Y qué perspectivas ofrece la conquista sino la seguridad de quedar arrasados los intereses británicos y franceses en estos países?
"Mirada la intervención en su influencia sobre las repúblicas del Río de la Plata ofrece la seguridad de una resistencia formidable, favorecida por una situación ventajosa que todo el poder combinado de los interventores no alcanzaría a dominar.
"¿Qué harán las escuadras interventoras? ¿Bloquearán desde Buenos Aires a la Patagonia o franquearán la navegación a cañonazos? En el primer lugar bloquearán su propio comercio, en el segundo ¿dónde hallarían mercados y expendio para su comercio?...
"(...)No encontrarán sino enemigos implacables que los recibirán en las puntas de sus lanzas o entregarán a las llamas sus importaciones detestables por su origen".
También en el "Teatro de la Victoria" se organiza una gran fiesta cívica. El actor Manuel Lacasa recita una "Oda Patriótica" compuesta para la ocasión por el autor del "Himno Nacional", Vicente López y Planes, otro de los que con el tiempo traicionarían a don Juan Manuel, jurando como el primer gobernador de Buenos Aires designado por Urquiza después de Caseros:
"Se interpone ambicioso el extranjero, su ley pretende al argentino dar, y abusa de sus naves superiores para hollar nuestra patria y su bandera,
y fuerzas sobre fuerzas aglomera que avisan la intención de conquistar".
"¡Morir antes! Heroicos argentinos ¡Que de la libertad caiga este templo! ¡Daremos a la América el ejemplo que enseñe a defender la libertad! Un gobierno prudente, sabio, fuerte, nuestros destinos en su mano tiene. Y si él halla la guerra inevitable ¡a batalla intrépidos volemos!".

Capítulo 87 Por el bien parecer

Por causa de las guerras casi no hay familia, sobre todo en la clase media e inferior, que no tenga algún muerto. La ciudad presenta un aspecto lúgubre con tanta gente de negro deambulando por sus calles.
Rosas, que en su decreto no puede invocar este motivo, se refiere a costos: "Por el bien parecer y para evitar el desagrado de los parientes, se ocasionan gastos exorbitantes".

Capítulo 88 Los bonoleros

Manuelita: Tatita, los gringos esperan hace ya un rato largo
Rosas: (DANDO UN RESPINGO) Cierto, me había olvidado, hágalos pasar. ¿Recuerda lo que le dije?
Manuelita: ¿Sobre Biguá y Eusebio? Claro que me acuerdo...
Rosas: Cuando escuche mi tos me los manda a esos para adentro.
(MANUELITA SALE. A LOS POCOS SEGUNDOS REGRESA PRECEDIENDO A UN GRUPO DE INGLESES CON ASPECTO DE RICOS).
Rosas: ¡Adelante, adelante! (MUY AMABLE) Tomen asiento por favor, son bienvenidos a esta casa. (LUEGO DE SALUDARLO, LOS INGLESES SE SIENTAN, ATENTOS Y ESPERANZADOS) Vamos a ir al grano, directamente. Los he citado en su carácter de representantes en el Río de la Plata de los tenedores de bonos correspondientes al empréstito británico, es decir de los "bonoleros".
Un representante (FATUO, CORRIGIENDOLO): "Boneholders" (FONETICA: "BOUNJOULDERS"), señor Gobernador ...
Rosas: (HACIENDO CASO OMISO) De aquí en más la Confederación Argentina, cuya jefatura ejerzo con la aprobación de todas las provincias que la componen, comenzará a pagar a todo bonolero sus intereses correspondientes y que por distintos motivos no habían podido cobrar hasta la fecha (MURMULLO DE APROBACIÓN Y SORPRESA).
Otro representante: (CONTENTO) Nos alegramos enormemente por la decisión y se lo agradecemos, señor Gobernador.
Rosas: ¿Agradecer? Por favor, caballeros, soy yo quien en nombre del gobierno argentino debo pediros disculpas por la demora en dar satisfacción a reclamos tan justos como los vuestros, pero ya lo dice el refrán: "más vale tarde que nunca" (RISAS OBSECUENTES DE LOS "BONOLEROS". ROSAS TOSE. LA PUERTA SE ABRE Y ENTRAN LOS DOS BUFONES).
ROSAS: (FINGE DISGUSTO Y SORPRESA) Pero... ¿quién les ha dado permiso para entrar en mi despacho? (BIGUA CORRE A EUSEBIO ESGRIMIENDO UN TOSCO REVOLVER DE MADERA) Les ruego disculpen esta intromisión.
Biguá (HABLA CON TONO EXTRANJERO, IMITANDO A UN GRINGO): ¡Dame todos los patacones que llevás encima, gaucho atorrante!
Eusebio (FINGIENDO ESTAR MUY ASUSTADO): Sí, mister, tome, esto es lo único que tengo (LE ENTREGA ALGUNAS PIEDRITAS QUE SIMULAN SER MONEDAS).
Bigua (LUEGO DE CONTAR AVIDAMENTE LAS MONEDAS) : No me alcanzan, necesito más (VUELVE A AMENAZAR A EUSEBIO CON SU ARMA) ¡Arriba las manos y entrégueme todos sus patacones, gaucho apestoso!.
Eusebio: Pero, míster, si usted me acaba de robar, no tengo nada para darle...
Biguá (HACIENDOSE EL CONFUNDIDO): Y, entonces ¿cómo hacemos? (AMBOS BUFONES FINGEN PENSAR).
Eusebio: Ya sé, tengo una idea, déme su revolver (BIGUA SE LO ENTREGA) Yo robo a otro así usted me puede robar a mí ¿de acuerdo? (EUSEBIO SE DIRIGE A UNO DE LOS "BONOLEROS" Y LE APUNTA CON SU "ARMA") Arriba las manos, míster, entrégueme todas sus monedas.
Rosas (RIE EXCESIVAMENTE, FESTEJANDO A SUS BUFONES MIENTRAS LOS ECHA CON UN ADEMÁN. LOS "BONOLEROS", EN CAMBIO, SE MANTIENEN SERIOS) Sepan disculpar a estos entrometidos .
Un representante: ¡Y desde cuando comenzará a aplicarse esa medida?
Rosas: Desde hoy mismo, de manera que ya mañana podrán pasar por la Tesorería Nacional a cobrar los intereses de sus representados.
Otro representante (EUFÓRICO): Hoy, sin tardanza, escribiremos a Londres comunicando la buena nueva.
Rosas (DESPIDIENDOLOS): Muy bien, señores, asuntos de estado reclaman mi atención, de manera que me veo obligado a despedirme de ustedes. Si lo desean, mi hija Manuelita tendrá mucho gusto en enseñarles los jardines de esta casa. (LOS "BONOLEROS" SE DESPIDEN, CONTENTOS Y OBSEQUIOSOS. CUANDO ESTAN A PUNTO DE SALIR ROSAS LOS DETIENE) Ah, caballeros, olvidaba decirles algo: que nuestra voluntad de pagar dichos intereses es tan férrea que sólo podrá alterarse por causas de fuerza mayor.
Representante (PREOCUPADO): ¿Qué causas, por ejemplo?
Rosas: No tienen por qué preocuparse pues deberían producirse circunstancias altamente improbables, por ejemplo una intervención extranjera en contra de nuestro país.
(LOS BONOLEROS SE MIRAN ENTRE SÍ)

Capítulo 89 Cuántos auxilios estén en su poder

Muchos unitarios no sintieron escrúpulos en asociarse a la invasión anglofrancesa contra su propia patria como ya lo habían hecho años antes con el bloqueo francés. Su pretexto sería la lucha contra la tiranía.
Florencio Varela fue comisionado para recorrer las cortes europeas alentando la intervención en el Plata. Los fines de su misión fueron cuatro:
1) Apurar la intervención armada inglesa, o anglo-francesa si así lo quisiere el gabinete británico, salvando con el apoyo de una facción argentina el problema de cómo presentar al mundo una agresión contra una nación soberana, ya que entonces podía disimulársela como un "humanitario apoyo a los luchadores contra la tiranía".
2) Separar Entre Ríos y Corrientes de la Confederación Argentina constituyéndolas en un nuevo estado bajo la protección inglesa.
Ya hemos señalado que es Rosas quien instala en nuestra historia el concepto de soberanía territorial en oposición a su adversarios que en su internacionalismo europeizante no vacilan en "obsequiar" provincias con tal de recuperar sus privilegios.
En sus "Memorias" póstumas dirá el general Paz que Varela antes de emprender el viaje " tuvo conmigo una conferencia en que me preguntó si aprobaba el pensamiento de la separación de Entre Ríos y Corrientes para que formasen un estado independiente. Mi contestación fue terminante y negativa(...) el señor Varela desempeñó su misión, y por lo que después hemos visto me persuado de que hizo uso de la idea de establecer un Estado independiente entre los ríos Paraná y Uruguay, lo que se creía que halagaría mucho a los gobiernos europeos, particularmente al inglés".
Olvida o miente Paz pues él también, durante la excursión invasora, fomentará la idea de la "República de la Mesopotamia" de la que hubiese sido "presidente". El 4 de octubre de 1845 , desde Villanueva, escribirá al griego Jorge Cardassi, jefe de la escuadrilla correntina:
"Todo induce a creer que dentro de muy poco aparecerán en el río velas enemigas del tirano del Plata y dispuestas a darnos la mano (...) En ese caso, dispensando las mayores consideraciones a tan distinguidos huéspedes, se previene a V. que ofrezca las costas de estas provincias para que puedan refrescar víveres y les suministre cuantos auxilios esté en su poder(...) Está V. autorizado para cooperar con ellos en cualquier operación que tenga por objeto hostilizar al enemigo".
Independizar la "República de la Mesopotamia", anhelo del imperialismo fragmentador, llegó a ser una obsesión para todos los enemigos de Rosas, también años más tarde para Urquiza, aunque afortunadamente después de Caseros abandonó el proyecto que estuvo ostensiblemente en los planes de los uruguayos complicados en la alianza del caudillo entrerriano con el Imperio del Brasil y con Francia:
"El gobierno del Imperio ya cree inevitable la guerra con Rosas; cree de su interés contener las ambiciones de Rosas sobre el Paraguay y el Uruguay, pues que la posesión de estos dos países le daría recursos inmensos de hombres especialmente; que la cooperación de la Francia es conveniente(...) y después se dé la solución definitiva a la cuestión creando otra república intermedia compuesta del Entre Ríos y Corrientes bajo la dirección de Urquiza que lo desea. Ahí está tu idea y la mía. Si luego tenemos la fortuna de ligarnos los tres y el Brasil por buenos tratados, nuestro porvenir está asegurado" (Carta de J. Ellauri, embajador uruguayo ante Francia a su canciller, M. Herrera y Obes, octubre 3 de 1850).
3) Establecer la libre navegación del Plata y sus afluentes, o dicho en otros términos renunciar a la soberanía argentina sobre los ríos interiores, es decir justificar por parte de argentinos uno de los propósitos ostensibles de la intervención anglofrancesa de 1845. Los adelantos de la navegación a vapor hacían codiciar a Inglaterra el derecho a navegar el Paraná y el Uruguay.
Las instrucciones a Varela mencionaban también no presentar objeciones al posible monopolio fluvial de una casa inglesa.
4) Garantizar definitivamente la paz con la intervención permanente de Inglaterra en los Estados del Plata. El 19 de junio de 1844, antes de partir en su misión "patriótica", Varela escribe a Magariños de Mello, jefe de la diplomacia brasilera, contándole sin pudor que se propone "gestionar arreglos permanentes de estos negocios del Río de la Plata".
La respuesta del hábil Magariños de Mello no se hace esperar: si Varela "creía necesario, en primer lugar, la intervención armada para imponer la paz, ocupar Buenos Aires y derrocar al tirano, debe ser suficientemente subrayado que lo fundamental era obtener una garantía británica permanente que afianzara la paz y las instituciones y permitiera el progreso de estos países acabando para siempre con la anarquía y la guerra. Esa garantía permanente equivale, dejando a un lado eufemismos, a un protectorado sobre estos países (...)". No tendrá inconvenientes en aconsejarle que " proclame sin ambajes el derecho de intervención tanto como su necesidad".
Bien sabía Pedro II lo fácil que le era entenderse con Gran Bretaña, con cuya corona estaría ahora emparentado, y sin olvidar que ambas naciones habían sido aliadas mucho tiempo para enfrentar a Napoleón. Y tampoco desconocía lo útil que era esa extraña complicidad de destacadas personalidades del río de la Plata que se comprometían activamente en la planificación y en la ejecución de una invasión a su propia patria.
Las razones de esto las expresaría el lúcido y sincero Juan B. Alberdi en 1847: "Pensaron los jóvenes que mientras prevalezca el ascendiente numérico de la multitud ignorante y proletaria, revestida por la revolución de la soberanía popular, sería siempre reemplazada la libertad por el régimen del despotismo de un solo hombre, y no había más medio de asegurar la preponderancia de las minorías ilustradas que dándoles ensanchamiento por conexiones y vínculos con influencias civilizadas traídas de afuera (...) Absurdo o sabio éste era el pensamiento de los que entonces apoyaban la liga con las fuerzas extranjeras para someter el partido se la multitud plebeya capitaneado y organizado militarmente por el general Rosas".
Más claro, agua. El problema con Rosas era, y sigue siendo, su liderazgo de "la multitud plebeya" a la que capitaneaba y daba una sólida organización militar, con lo que amenazaba "la preponderancia de la minoría ilustrada" que hasta entonces y desde entonces prevalecería en nuestra patria, inevitablemente enemiga por sus privilegios y sus intereses de "la revolución de la soberanía popular" encarnada por el Restaurador. Cualquier recurso era bueno para "someter" a esa expresión de los sectores populares. Inclusive la traición a la patria.
No era la libertad lo que estaba en juego, sino la revolución social. Rosas no era indeseable por ser un tirano sino por ser el líder de la plebe que buscaba su lugar en la sociedad y en la Historia.
Todo estaba armado para terminar con él. Pero con lo que Inglaterra, Francia, Brasil y los unitarios no contaban era con la obstinación del gobernador de Buenos Aires, "esa terquedad llamada Patria" que lo había hecho famoso en todo el mundo, como también lo reconocería Alberdi, capaz de sinceridades que lo malquistarían con los "libertadores", en su artículo "La República Argentina 37 años después de la Revolución de Mayo":
"Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires. El nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido que el de Rosas. Los Estados Unidos a pesar de su celebridad, no tienen un hombre público más conocido que Rosas. Se habla de él popularmente, de un cabo al otro de América, sin haber hecho tanto como Cristóbal Colón. Se lo conoce en el interior de Europa, no hay lugar en el mundo donde no sea conocido su nombre porque no hay uno donde no llegue la prensa que hace diez años repite su nombre.
"¿Qué orador, qué escritor célebre del siglo XIX no lo ha nombrado, no ha hablado de él muchas veces?(...) Dentro de poco será un héroe de romance(...) La República Argentina ha avanzado en celebridad y nombradía(...) El "Times" de Londres, primer papel del mundo, se ha ocupado quinientas veces de Rosas no importa en qué sentido. La "Revista de los Dos Mundos", "El Constitucional", "La Prensa", "El Diario de Debates" y todos los periódicos de París se ocupan del Plata hace ocho años con tanta frecuencia como de un estado europeo.
"El oro argentino es el primero que se halla empleado para comprar escritores extranjeros, en Europa y este continente, con el fin de que se ocupe de Rosas. No hay prensa más conocida en toda la América del Sud que la de Buenos Aires. Rosas ha dado tanta atención a su prensa como a sus ejércitos".

Capítulo 90 Tablas de sangre

Las potencias europeas necesitaban buenos pretextos para la "intervención" rioplatense. Por ejemplo algún documento que reforzara la imagen sanguinaria que Juan Manuel de Rosas se había ganado con sus excesos, hábilmente exagerados y propagandizados por sus enemigos de Montevideo. Florencio Varela encargó su confección al escriba José Rivera Indarte.
Nadie mejor indicado. Su odio a Rosas era mayúsculo: había sido federal, miembro de la sociedad Popular Restauradora y a su pluma pertenecía el "Himno a Rosas" ("¡Oh, Gran Rosas, tu pueblo quisiera / mil laureles poner a tus pies...!").
Según los unitarios cruzó el río, como tantos otros, asqueado por las tropelías del rosismo. Según los federales debió escapar de Buenos Aires procesado por estafa y falsificación de documentos y no perdonaba que Rosas no hubiese hecho nada por salvarlo.
En 1843 se le encargan las "Tablas de sangre", inventario de las atrocidades atribuibles al Restaurador. Los partidarios de don Juan Manuel, citando el "Atlas" de Londres del 1° de marzo de 1845, en articulo reproducido por Emile Girardin en "La Presse" de París, afirman que la casa "Lafone & Co.", concesionaria de la aduana de Montevideo, habría pagado la macabra nómina a un penique el cadáver.
Juntó 480 muertes y le atribuyó a Rosas todos los crímenes posibles: el de Quiroga y su comitiva, Heredia, Villafañe, etc., enunció nombres repetidos y otros individualizados por las iniciales N.N. Los métodos variaban: fusilamientos, degüellos, envenenamientos (uno con masitas en una confitería), etcétera. De ser ciertas las imputaciones del rosismo, los 480 cadáveres habrían reportado dos suculentas libras esterlinas para Rivera Indarte...
Pero la lista no terminaba allí ya que las "Tablas" agregaban 22.560 caídos y posibles caídos en todas las batallas y combates habidos en la Argentina desde 1829 en adelante.
El informe que Varela llevó consigo inventariaba otros actos bárbaros que justificarían la intervención extranjera por motivos de "humanidad": las "costosas festividades" que celebraban los aniversarios de la suba al poder de Rosas mientras las rentas de la Universidad eran desviadas al ejército en 1838 "para defender su tiranía". Los procedimientos para matar eran escalofriantes: "las cabezas de las víctimas son puestas en el mercado público adornadas con cintas celestes", los degüellos se hacían "con sierras de carpintero desafiladas".
Rivera Indarte agregó como apéndice su opúsculo: "Es acción santa matar a Rosas". En él se revela que "su hija ha presentado en un plato a sus convidados, como manjar delicioso, las orejas saladas de un prisionero". También Rosas "ha acusado calumniosamente a su respetable madre de adulterio (...) ha ido hasta el lecho en que yacía moribundo su padre a insultarlo". Y como si todo esto no fuera suficiente: "Es culpable de torpe y escandaloso incesto con su hija Manuelita a quien ha corrompido".
La casa "Lafone & Co.", financista de las "Tablas de sangre", era materialmente dueña de Montevideo: en 1843 había comprado las rentas de la Aduana hasta 1848, lo que le significaría una gran ganancia si el puerto de Buenos Aires fuese bloqueado por potencias extranjeras decididas a imponer "orden y civilización". Era también propietaria de la "Punta del Este" y de la isla "Gorriti", y se le había concedido en exclusividad la caza de lobos marinos en la isla "de Lobos" por trece años.

Capítulo 91 El chacal mercenario

Las jóvenes corrían despavoridas por las calles de "Colonia del Sacramento", aullando de terror con sus ropas desgarradas. Los saqueadores arrasaban con todo lo que encontraban. El cielo parecía cobrar vida con el relumbre de los incendios.
El jefe de los vándalos, nacido en Niza pero criado en Italia, echó las culpas a la "difícil tarea de mantener la disciplina que impidiera cualquier atropello, y los soldados anglofranceses, a pesar de las órdenes severas de los almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas y en las calles. Los nuestros, al regresar, siguieron en parte el mismo ejemplo aun cuando nuestros oficiales hicieron lo posible por evitarlo. La represión del desorden resultó difícil, considerando que la colonia era pueblo abundante en provisiones y especialmente en líquidos espirituosos que aumentaban los apetitos de lo virtuosos saqueadores". Ni siquiera la iglesia se libró de los desmanes, ya que en ella se celebró la victoria con orgías y borracheras.
Días después, la escuadra de mercenarios italianos, con sus talegos rebosantes de oro y plata, leva anclas y se interna en Uruguay.
Al llegar a Gualeguaychú repite el saqueo. El pueblo estaba desguarnecido y fue presa fácil de quienes estaban a las órdenes de la escuadra anglofrancesa que invadía las Provincias Unidas del Río de la Plata, y desarrollaron sin inconvenientes su cruel codicia y lujuria. "Durante dos días los legionarios saquearon las casas de familia y principalmente las de comercio", dice Saldías apoyándose en las protestas de los comerciantes (sardos, españoles, portugueses y franceses) que la "Gaceta Mercantil" publicó el 23 de octubre.
El jefe de los saqueadores, a quien los diarios de Buenos Aires apostrofaban como "el chacal de los tigres anglofranceses", se disculpará en sus "Memorias": "El pueblo de Gualeguaychú nos alentaba a la conquista por ser un verdadero emporio de riqueza, capaz de revestir a nuestros harapientos soldados y proveernos de arneses (... ) Adquirimos en Gualeguaychú muchos y muy buenos caballos, la ropa necesaria para vestir a toda la gente, los arneses de la caballería y algún dinero que se repartió entre nuestros pobres soldados y marineros que tanto tiempo llevaban de miseria y privaciones".
No tendrá la misma suerte en Paysandú el 30 de setiembre de 1845, cuyo asalto intentó con el apoyo de la escuadra de Inglefield y Lainé pero es rechazado por la briosa defensa del coronel Antonio Díaz; hace entonces un intento contra Concordia siendo también heroicamente rechazado.
Después de reparar sus pérdidas en el "Hervidero", bajo la protección de los cañones anglofranceses, caerá a fines de octubre en la inerme Salto que saquea salvajemente desquitándose de las anteriores frustraciones y participando personalmente en la operación.
El jefe mercenario de esta horda salteadora era Guiseppe Garibaldi, que años más tarde se constituiría en el héroe de la unidad italiana y prócer nacional de Italia.

Capítulo 92 Las tres cadenas

Una gesta heroica en que las armas argentinas lucharon contra las dos escuadras más poderosas del mando y que hizo escribir al general San Martín, textualmente, que "esta contienda en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación" fue ocultado, desdibujado y disminuido en los textos oficiales de historia, por el principal motivo de que su protagonista fue don Juan Manuel de Rosas.
La poderosa expedición naval de máximas potencias europeas aliadas por los ríos interiores de nuestra patria fue motivada por la negativa del gobierno del Restaurador de conceder su libre navegación , frente a las altaneras exigencias de los representantes de Francia e Inglaterra quienes amparaban con tales pretensiones intereses comerciales de vender sus productos en el seno de la América del Sur en mercados como el boliviano, el paraguayo, las provincias argentinas del Litoral y el sur del Brasil, sólo alcanzables remontando el Paraná y el Uruguay.
En aquellos días se trataba de enriquecerse a toda costa según el novísimo orden liberal reinante, a fuerza de buscar mercados vírgenes para su comercio y con ello edificar fortunas rápidas, de ser preciso mediante cañonazos. Con entrenada astucia se presentaban los europeos bajo caretas de civilizadores humanitarios, de largas miras progresistas, y directa o indirectamente mezclábanse en los complicados y apasionados líos de la política interna local, para sacar provecho de unos y otros.
Para Inglaterra, la gran nación marinera mundial por excelencia, los nuevos países de venta se descubrieron primero en el Lejano Oriente: la India, la China y el Japón. Francia también se lanzó en busca de colonias, aunque encontró dificultades: la conquista de Argel y de su "hinterland", después de enconadas luchas y complejas alternativas, terminó recién en 1854, nueve años después de "Obligado".
La Confederación Argentina había evitado, por el extraordinario patriotismo de sus habitantes que se sobrepuso a la defección de las tropas regulares españolas, la anexión definitiva a Gran Bretaña en las heroicas jornadas de 1806 y 1807, y también en 1838 derrotó a las aspiraciones coloniales de Francia. Pero ello no escaldaría a los europeos que codiciaban sus excelentes perspectivas para un rentable mercado comercial.
Era notorio entonces que los ministros francés e inglés, Deffaudis y Ouseley, así como otros representantes aliados, se beneficiaban de las rentas que cobraba la Aduana de Montevideo, además de otros emprendimientos comerciales, principalmente el contrabando que burlaba su propio bloqueo, al que no sería ajeno, según se cuchicheaba, el gobernador de Entre Ríos y jefe del Ejército de la Confederación, Justo José de Urquiza.
Ello explica la intención manifiesta de ambos representantes diplomáticos de las potencias europeas de extender sus relaciones comerciales hacia las ciudades del litoral, ejerciendo franca hegemonía en ese sentido, y procurar que el conflicto durase lo más posible.
Bien lo sabían los aliados y no podían echar en olvido, aquellos párrafos tan significativos de la carta que sir Home Popham dirigiera a su amigo londinense Mr. Evan Napean , el 29 de Julio de 1806, durante su fugaz victoria rioplatense:
"Este es el mejor país que yo he conocido, necesitado de las manufacturas británicas y con sus almacenes repletos de productos del país, listos para ser enviados de retorno. No hay duda de que un afianzamiento de la situación de los aliados en el río de la Plata los colocaría en condiciones de desarrollar sin inconvenientes una amplia acción por los ríos interiores, una vez establecida su libre navegación, con prerrogativas especiales para Francia e Inglaterra, a modo de monopolio, asegurando así los valores en juego".
En Montevideo, el gobierno proeuropeo y prounitariode Rivera había concedido al comercio inglés el privilegio de navegación por el río Uruguay, de acuerdo con el tratado de 1842, pretendiendo los europeos ahora igual derecho en el Paraná. Las consecuencias que podrían derivar de tal concesión las destacaba bien a las claras el ministro argentino en Londres, Manuel Moreno, en nota a Rosas del 2 de julio de 1845: "El Imperio Británico en la India empezó por el pequeño "Fuerte de San Jorge". Ese inmenso dominio ha sido obra de una compañía de comerciantes".
En las instrucciones entregadas al ministro inglés por su gobierno se lo autorizaba al empleo de la fuerza para exigir del almirante Brown el levantamiento del bloqueo, en caso de no acceder Rosas a la petición amistosa de los mediadores, o bien para tomar posesión de la isla de Martín García o de cualquier otro punto necesario para el desarrollo del programa trazado. Similares eran las instrucciones del embajado francés Deffaudis.
Capturados los buques de guerra argentinos en el mismo puerto de Montevideo y ante las sangrientas incursiones a los pueblos ribereños del río Uruguay por parte del mercenario italiano Giuseppe Garibaldi y su flotilla, al gobierno de Rosas no le quedó otra alternativa que prepararse para repeler la invasión en el Paraná.
Los europeos pretendían, además, establecer un contacto con los unitarios de Corrientes a las órdenes de
Paz.
Comprendió el Restaurador la gravedad de la situación y el 13 de agosto de 1845 dirigió a su cuñado, el general Lucio N. Mansilla, una nota participándole que el coronel Francisco Crespo se le incorporaría con los buques de guerra y demás elementos bajo sus órdenes y aconsejándole contemplar la necesidad de "constituir cuanto antes en la costa firme del Paraná una batería en el punto más aparente para ofrecer una resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga no pueda pasar más adelante". Esta decisión provocaría el celoso encono de Urquiza, ya que su rango y su importancia era mayor que la de Mansilla, pero el Restaurador, que desconfiaba de sus conversaciones con los sitiadores y con los brasileños, creyó tranquilizarlo argumentando que lo necesitaba para impedir la invasión de las fuerzas de Rivera, acantonadas en la frontera de la Banda Oriental.
Mansilla, consiente de su gravísima responsabilidad, después de algunas vacilaciones resolvió fortificar con todos los elementos disponibles el sitio llamado "Vuelta de Obligado", por su extraordinaria posición estratégica, como consigna en su parte a Rosas: "(...)por la vuelta que hace el río en una punta saliente y difícil de remontarse con el viento, a quien viene navegando, debido al cambio que hace de rumbo el canal principal".
En dicho sitio, además, el curso del Paraná se estrecha pronunciadamente dejando un paso de sólo 900 ms. de ancho. En la ribera izquierda se extiende la costa pantanosa de Entre Ríos pero en la ribera de enfrente, bonaerense, se eleva una amplia barranca cuya plataforma, que avanza bastante sobre la llanura, domina el río casi a pico.
Allí fueron emplazadas cuatro baterías armadas con cañones de grueso calibre: la primera en un ángulo de la barranca, otras dos de tiro rasante en la parte baja del plano inclinado, y la cuarta, que dominaba todo, situada sobre la cresta de la plataforma.
El río estaba cerrado por una barrera formada por 24 barcos atados entre sí con tres gruesas cadenas de hierro. En uno de los extremos y sobre la ribera derecha colocáronse diez brulotes, prontos a ser encendidos y dirigidos contra los barcos enemigos, y en el otro extremo, mas allá de la barrera de barcos acoplados, anclado a modo de batería flotante, un bergantín grande y bien armado.
El total del armamento de las citadas baterías alcanzaban una veintena de cañones y las tropas defensoras, unos dos mil quinientos hombres, entre soldados y paisanos. Todo eso era poco y nada ante el poderío de las escuadras invasoras:
La inglesa: Vapor Gorgón (insignia) de 6 cañones. Vapor Firebraud de 6 cañones. Corbeta Cadmus de 18. Bergantín Philomel de 10. Bergantín Dolphin de 3.
Bergantín de 1. Además de las dotaciones de cada buque, iban 600 infantes de marina para desembarcos.
La francesa: Vapor Fulton de 2 cañones de 80. Fragata San Martín (insignia) de 18 cañones. Corbeta Expeditive de 16. Bergantín Pandour de 10. Goleta Procida de 3. Con 200 infantes de marina.
Además de los once buques de combate, iban barcas carboneras para servicio de los vapores, artilladas con un cañón cada una.
El armamento era el más moderno: los cañones ingleses Peysar eran los primeros rayados que se empleaban en la guerra; los buques franceses estaban dotados del modernísimo cañón-obús Paixhans, que disparaba balas de 80 libras; los cohetes a la Congreve, ingleses, si bien no eran de reciente invención no habían sido usados aún en América y se esperaba que fuesen de mortífero efecto contra las baterías costeras.
Don Juan Manuel de Rosas hacía suyas las palabras del duque de Wellington, el vencedor de Napoleón: "Un gran país no puede tener una guerra pequeña".

Capítulo 93 Sabemos rehacer la historia

"Necesito y espero de su bondad me procure una colección de tratados argentinos, hecha en tiempos de Rosas, en que están los tratados federales, que los unitarios han suprimido después con aquella habilidad con que sabemos rehacer la historia", escribe Sarmiento a Nicolás Avellaneda, desde Nueva York, en carta fechada 16 de diciembre de 1865.

Capítulo 94 La Argentina no es China

Cuando una emperatriz china, que sin duda amaba a su pueblo, prohibió bajo pena de muerte el consumo de opio e hizo destruir el que los negociantes ingleses importaban de la India, la Armada de Su Graciosa Majestad, fiel al principio de que el pabellón cubre la mercancía, bombardeó los puertos sobre el Mar Amarillo y obligó al entonces "gigante dormido" a indemnizar hasta el último gramo del estupefaciente comisado.
Se apropió , como al pasar, de Hong Kong y para castigar con mayor ejemplaridad la pretensión china de ejercer poder de policía en su propia jurisdicción, impuso en el "tratado" de Nankín una cláusula por la cual China aceptó la entrada del opio como si se tratara del espárrago o la arveja.
Entonces, la "economía social de mercado" no se predicaba con puntero, pizarrón, premios y becas como ahora, se aplicaba con la brutal franqueza del business are business a cañonazo limpio.
Pero en la Argentina de Rosas las prepotentes intrusas comprenderían que sus habitantes no eran "empanadas que se comen de un bocado", como escribiría San Martín. El 20 de noviembre, por la mañana, cuando se levantó la niebla comenzó el combate que fue violento y encarnizado.
Las baterías argentinas sufrieron el rigor de un cañoneo demoledor. Tres buques ingleses lograron ponerse en posición de ataque frente a ellas pero recibieron un fuego intenso que les ocasionó graves pérdidas.
El capturado "San Martín", enarbolando la insignia del comandante francés Trehouart, logró tomar posición pero, al recibir el vigoroso fuego de la batería "Manuelita" su situación se volvió insostenible por cuanto fue alcanzado por más de 100 cañonazos y perdió la mitad de su tripulación . Acudió en su ayuda la fragata "Fulton" que por dos veces intentó vanamente cortar las cadenas. Tuvo que retirarse aguas abajo. Trehouart entonces se embarcó en el "Expeditive" para seguir la lucha.
Finalmente, a costa de muchos destrozos en las naves y de muchas bajas en sus soldados y tripulantes, los invasores logran sortear los obstáculos y continuar Paraná arriba. Los defensores se resienten por la falta de municiones, lo que no les impide continuar la defensa con heroico ardor. A las 5 de la tarde el capitán Thorne hace su último disparo y cae herido por una granada de cuyas resultas quedó sordo para todo el resto de su vida. Al incorporarse dirá "No ha sido nada".
Los argentinos tendrán 650 bajas, la tercera parte de sus combatientes, lo que da una idea del heroísmo con que se luchó y también de la dureza de la batalla, que sería reconocida en el parte enemigo: "Siento vivamente que esta gallarda proeza se ha logrado a costa de tal pérdida de vidas (inglesas y francesas), pero considerando la fuerte posición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que no haya sido mayor"
Hubo comportamientos admirables como el del oficial Brown, digno hijo del ilustre almirante; Palacios, bravísimo teniente que dirigía la batería "General Mansilla"; el ayudante de marina Álvaro de Alzogaray, en su batería "Restaurador"; la valiente Petrona Simonino quien con un grupo de abnegadas mujeres atendían a los heridos y animaban a los combatientes.
Las tropas de Mansilla, quien resultó herido al ponerse al frente de la defensa terrestre que hizo fracasar el intento de desembarco de los europeos, aprovecharon la reparadora tregua que impuso la llegada de la noche para reponerse y quedar en condiciones de seguir acosando la marcha de los aliados palmo a palmo, con la tenacidad y la energía de quienes defienden su suelo amenazado por una invasión extranjera.
Los buques invasores, ya de vuelta de su insatisfactoria excursión al Litoral y a Paraguay, son atacados en todo punto favorable que ofrezca el Paraná: en el "Tonelero", en "San Lorenzo" y por fin el 7 de junio de 1846 serán seriamente dañados en el "Quebracho", destrozados por los certeros disparos de cañoncitos usados en las guerras de nuestra Independencia, tan antiguos que los invasores se llevaron varios para exhibir en los museos de sus respectivos países.
La admirativa impresión que el "Quebracho" y la derrota anglo-francesa produjo en Europa fue enorme. La minúscula pero férrea Confederación Argentina demostró que merecía su lugar entre las naciones soberanas y desde Grand Bourg el general San Martín escribe a Tomás Guido:
"Tentado estuve de mandarle a Rosas la espada que contribuyó a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza en el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, pocos o muchos , sin contar con elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia". Como es sabido, el Libertador cumpliría mas tarde tal deseo en su testamento.
El triunfo de Rosas, que se había propuesto hacer fracasar la expedición comercial, fue indudable ya que lejos de quedar abierto el río, como pretendieron los invasores, su navegación se demostró harto peligrosa por lo que el envío del convoy no volvió a repetirse.
Gran Bretaña volvía a quedar militarmente mal parada en el río de la Plata. En la sesión de la Cámara de los Comunes del 23 de marzo de 1846, Lord Parlmerston provocó una interpelación sobre "si las operaciones de carácter hostil en las márgenes del río Paraná habían tenido la sanción previa del gobierno". Contestó el Primer Ministro de la Corona, Sir Robert Peel, "que no se habían dado instrucciones al representante del gobierno ni al comandante de las fuerzas navales, fuera de las ya comunicadas a la Cámara, debiendo declarar que la tal operación no estaba prevista en las instrucciones anteriores dadas por el Gobierno y que no contenían la sanción previa de semejante expedición".

Capítulo 95 Tremola en el Paraná

"¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes de verlo bajar de dónde flamea!" (Arenga a sus tropas del general Lucio N. Mansilla antes del combate de "Obligado", 20 de noviembre de 1845)
Herido en la acción, el general Mansilla fue atendido por su sobrino carnal, mi bisabuelo Sabino O'Donnell, uno de los primeros médicos de la Argentina.
Escribirá un exaltado relato de lo vivido:
"Hoy he visto lo que es un valiente. Empezó el fuego a las 9 y % y duró hasta las 5 y % del la tarde en las baterías, y continúa hasta ahora entre el monte de Obligado el fuego de fusil (son las 11 de la noche).
"Mi tío ha permanecido entre los merlones de las baterías y entre las lluvias de la bala y la metralla de 120 cañones enemigos. Desmontada ya nuestra artillería, apagados completamente sus fuegos, el enemigo hizo señal de desembarcar; entonces mi tío se puso personalmente al frente de la infantería y marchaba a impedir el desembarco cuando cayó herido por el golpe de metralla; sin embargo se disputó el terreno con honor, y se salvó toda la artillería votante.
"Nuestra pérdida puede aproximarse a trescientos valientes entre muertos, heridos y contusos; la del enemigo puede decirse que es doblemente mayor; han echado al agua montones de cadáveres(... ) Esta es una batalla muy gloriosa para nuestro país. Nos hemos defendido con bizarría y heroicidad".
Al día siguiente de la batalla O'Donnell sostendrá una junta médica con el Dr. Mariano Marenco y el profesor Cornelio Romero.
El informe será el siguiente: "El doctor D. Sabino O'Donnell que había asistido al Sr. General desde los primeros momentos nos hizo la historia de los accidentes que había sufrido y los medios que había empleado para evitar perniciosas consecuencias. El Sr. General Mansilla recibió en la tarde del 20 un golpe a metralla (la que hemos visto y pesa más de una libra) en el lado izquierdo del estómago, sobre las distintas costillas y, según hemos reconocido, ha sido fracturada una de éstas. Cayó sin sentido, sufrió por muchas horas desmayos, vómitos, y otros molestos accidentes que fueron calmando gradualmente, se le ha aplicado un vendaje apropiado para remediar la fractura de la costilla, y se emplean los medios que aconseja el arte".
Lucio N. Mansilla podría haber hecho suyas las palabras del general tebano Epaminondas luego de derrotar a las fuerzas espartanas en el año 371 a.C.: "No me ha de faltar posteridad, pues dejo por heredera a mi hija, la batalla de Leuctra".
Una semana antes de Obligado había muerto la indómita Agustina, cuyo carácter había heredado su hijo.

Capítulo 96 Honestidad, patriotismo, dignidad

¿Cómo sería hoy nuestra patria si los negociadores de su atroz endeudamiento actual ante las grandes potencias, bancos supranacionales u organismos financieros hubieran tenido la honestidad, el patriotismo y la dignidad de Dorrego, Mansilla, San Martín o Rosas?

Capítulo 97 La capitulación de las potencias

Thomas Hood conocía Buenos Aires pues había representado a la Casa Baring en infructuosas negociaciones para lograr el pago de la deuda. A la Corona inglesa le pareció pertinente designarlo para lograr un acuerdo lo más digno posible con Rosas y así retirarse de esa campaña tan desafortunada.
El 2 de julio de 1846 el barco que lo conducía, el "Devastation", atracó en el puerto. Al día siguiente mister Hood presentará al canciller argentino, Felipe Arana, las condiciones de su gobierno:
1) Rosas suspenderá las hostilidades en la Banda Oriental.
2) Se desarmarán en Montevideo las legiones extranjeras.
3) Se retirarán las divisiones argentinas del sitio.
4) Efectuado esto se levantaría el bloqueo, devolviéndose Martín García y los buques secuestrados "en lo posible en el estado en que estaban".
5) Se reconocería que la navegación del Paraná era exclusivamente argentina en tanto que la República continuase ocupando las dos riberas de dicho río.
6) Se diría para satisfacer a "la soberanía" de Rosas, que "los principios bajo los cuales (Inglaterra y Francia) han obrado, en iguales circunstancias le habrían sido aplicables a ellas".
7) Habría amnistía general en Montevideo, debiendo excluirse a "los emigrados de Buenos Aires cuya residencia en Montevideo pudiese dar justas causas de queja".
7) Sería desagraviado el pabellón argentino con 21 cañonazos.
8) Si Montevideo se rehusase se "le retiraría su apoyo" sin más condición que una amnistía de Oribe a los sitiados con garantía de seguridad para los extranjeros y sus propiedades.
Desde un cierto punto de vista era una claudicación británica, lisa y llana. Poco y nada quedaban de los presuntuosos ultimátums y declaraciones de meses atrás.
Recién el 10 el Restaurador acepta recibir a Hood. El día anterior, celebración de la Independencia, una amable Manuelita lo invitaría al "Teatro Argentino" para asistir a una representación cuyo título, modificado, era "Heroica lucha contra el poder extranjero".
Rosas aceptó de buen grado que en vez de indemnizar a la Argentina con dinero las potencias intrusas desagraviasen su bandera con 21 cañonazos, pero exigió que el bloqueo se levantarse sin esperar el desarme de las legiones extranjeras y el consiguiente retiro de la división argentina. Entendía además que la frase "en tanto la República continuase ocupando las dos riberas de dicho río" encerraba la posibilidad de una inaceptable independencia entrerriana y sólo podía aceptarse condicionándola a una aclaración. Por otra parte el retiro de las tropas argentinas que sitiaban Montevideo estaría sujeto a la expresa voluntad de Oribe, de quien eran "auxiliares"; asimismo los puntos sobre desarme de las legiones extranjeras, amnistía a darse en Montevideo y respeto a extranjeros en la ciudad sólo podría disponerlos el presidente oriental.
El delegado británico se vio envuelto por el magnetismo con que don Juan Manuel exponía los argumentos, y por la lógica indestructible de los mismos, hasta que el 18 de julio Rosas y Hood llegaron a un nuevo acuerdo sobre bases que ahora recogían puntualmente las objeciones del gobernador de Buenos Aires.
Francia no estaba en condiciones de aceptar una rendición como la acordada por el delegado británico, acosada por reproches de los chauvinistas del Parlamento que no aceptaban la humillación sufrida.
Pero ambas potencias estaban decididas a salirse del embrollo del río de la Plata. Exasperadas por la dureza negociadora de Rosas decidieron probar con sus mejores diplomáticos: Londres eligió a una gran personalidad, John Hobart Caradoc, barón de Howden, miembro distinguidísimo de la Cámara de los Pares; por Francia iría nada menos que Alejandro Florian Colonna, conde de Walewski, hijo de Napoleón el Grande, que acababa de llenarse de gloria al solucionar el problema de Egipto.
Arribados a principios de mayo de 1847 anuncian a Arana que han viajado para poner en vigencia las bases de Hood modificadas por Rosas, ya aprobadas por sus gobiernos. Solamente que no han sido redactadas con las formalidades de estilo y debe dárseles el tono preciso, pues si no los protocolos deslucirían en las cortes europeas. Arana, a quien Rosas ha enseñado a desconfiar, acepta "si como debía esperarlo, al reducirse a convención, las cláusulas no eran alteradas".
El 14, por notas separadas ya que será claro que habrá posiciones distintas en ambos comisionados, Howden y Walewski presentan "la nueva forma": la paz sería conjunta de ellos, Rosas, Oribe y Joaquín Suárez, Oribe titulándose "Presidente de la República Oriental" y Suárez, "presidente provisorio de la República Oriental". Su objeto, según el preámbulo, era "poner término a las hostilidades y confirmar a la República Oriental en el goce de la independencia". En ocho artículos se disponía el desarme de la legión extranjera por los jefes navales, la navegación del Paraná y del Uruguay quedaría "sujeta a las leyes territoriales de las naciones aplicables a las aguas interiores" y nada decían del saludo a la bandera.
Arana llevó la nueva convención a Rosas y éste reaccionó acorde a su estilo: "Los proyectos dirigidos por SS.EE. los señores ministros diplomáticos están tan alejados, son tan diferentes de las bases Hood ,como el cielo lo es del infierno". Habría más: "Después de las notas que esos señores han presentado a nuestro gobierno hay que tener coraje para presentar semejante proyecto".
El protagonismo de los emisarios lo había asumido el barón Howden. Se propuso causar una buena impresión en los porteños por su informalidad y franqueza, organiza cabalgatas a Santos Lugares acompañando a Manuelita y se viste como paisano con poncho y sombrero de ala corta. Dice preferir montar caballos con la marca de Rosas que ensilla con recado y apero criollos.
Estaba acompañado por el comodoro Herbert quien, no obstante ser el comandante de la flota bloqueadora, se paseaba sin ser molestado por las calles de Buenos Aires y hasta recibió de Rosas un ofrecimiento sin duda cargado de ironía:
"El general Rosas —informaría el enviado a su chancillería —me ha ofrecido abastecer diariamente al escuadrón con carne vacuna, pan y hortalizas, todo fresco. Por más ineficiente que sea el bloqueo me pareció que había en el ofrecimiento algo demasiado absurdo como para permitirme aceptarlo".
Manuelita había ya desempeñado tareas de seducción en beneficio de estrategias de su padre. Así lo había hecho antes con el embajador Mandeville y lo haría ahora con el barón. La pasión de Howden por Manuelita fue un auténtico "flechazo" y no tardó en manifestarse, convirtiéndose en el cotilleo de Buenos Aires. El 24 de mayo de 1847, cuando ella cumplió treinta años, le dirigió una ardiente nota: "Este día jamás se irá de mi memoria ni de mi corazón". Los exiliados en Montevideo y los opositores en tierra argentina seguían con comprensible inquietud los avatares del romance entre la "princesa federal", como se la llamaba a Manuelita, y el barón inglés.
Sus emociones alcanzarían su punto más alto durante una excursión criolla a Santos Lugares, oportunidad en que, vestido de gaucho, Howden galopó por el campo y, entre otras diversiones rurales, encontró tiempo para estrechar las manos de un grupo de caciques y jefes indios. Mientras regresaban, solos, propuso matrimonio a Manuelita quien le respondió con firmeza que sólo lo veía como a un hermano.
Las negociaciones no avanzaban porque detrás de la falacia del "lenguaje diplomático" surge que Inglaterra y Francia no son garantes de la independencia del Uruguay, lo que para el acertadamente suspicaz Restaurador significa que muy pronto se reanudarían los intentas de anexión por parte de Brasil.
Tampoco aceptaba suprimir el desagravio al pabellón argentino, "estipulación esencial porque a ese saludo circunscribía el gobierno argentino las satisfacciones debidas al honor y soberanía de la Confederación ultrajada por una intervención armada que capturó en plena paz la escuadra argentina, se posesionó por la fuerza de sus ríos, invadió el territorio y destruyó vidas y propiedades en una serie de agresiones injustas".
Además debería decirse claramente, como se leía en su acuerdo con Hood, que la navegación del Paraná era exclusivamente argentina, sujeta a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del Uruguay en común con la República Oriental.
Otro punto clave: que se mencionara expresamente el rechazo a la posibilidad de una independencia de la Mesopotamia sin escaparse con la frase "ley territorial de las naciones". Howden y Walewski adujeron que la fórmula propuesta por ellos "había sido objeto de largas correspondencias entre los gobiernos de Inglaterra y Francia" y que se "consultaron varios jurisconsultos".
Era hábito de las grandes potencias en su trato con los países "inferiores" el ablandamiento de sus gobernantes con la práctica exitosa del soborno.. Es de imaginar que se lo haya intentado infructuosamente con don Juan Manuel. Y si no se lo intentó fue por la seguridad de que sería contraproducente.
El 28 de junio Rosas dio por terminadas las negociaciones por tratarse de temas gravísimos donde no podía andarse con "medias tintas". El Restaurador estaba lejos de acordar con Cicerón, el sabio romano que un siglo antes de Jesucristo afirmara que "siempre la mala paz es preferible a la mejor guerra".
Mientras tanto el romántico ardor de Lord Howden se fue calmando poco a poco y cuando, fracasada su misión pacifista, abandonó Buenos Aires el 18 de julio escribió a Manuelita desde el "Raleigh" una cariñosa carta de despedida, en la que la nombraba como "mi vida, mi buena y querida y apreciada hermana, amiga y dama".

Capítulo 98 La opinión socialista

Laurent de L'Ardeche, socialista, pedirá la palabra en el Parlamento francés para contestar a quienes no se resignan a la inesperada derrota contra un país débil y lejano y exigen una guerra de aniquilación:
"¿Somos nosotros, republicanos demócratas enrolados bajo el estandarte de las reformas sociales que deben mejorar pacíficamente la condición moral, intelectual y física de la clase más numerosa y más pobre; somos nosotros los que nos asustaremos que la república democrática abrazando al Nuevo Mundo, amenace arrojar de allí las tendencias monárquicas y los medios aristocráticos del partido europeo?
"No olvidemos que la guerra de los gauchos del Plata contra los unitarios del Uruguay representa en el fondo la lucha del trabajo indígena contra el capital y el monopolio extranjero, y de éste modo encierra para los federales una doble cuestión: de nacionalidad y de socialismo.
"Los unitarios y sus amigos lo saben bien. Así, ved lo que dicen de Rosas. A sus ojos el jefe del federalismo es un vecino peligroso para Brasil a título de propagandista y libertador de los esclavos; a sus ojos, si hay algo en las orillas del Plata que ofrezca analogía con las doctrinas de los revolucionarios y factores de barricadas, son las doctrinas y los actos del general Rosas
"(...) A sus ojos el general Rosas realiza en el Plata lo que se habría realizado en Francia, dicen ellos, si por desgracia la sociedad no hubiese salido victoriosa de las malas pasiones que han atacado tantas veces.
"Lo que hay de cierto es que si el poder de Rosas se apoya en efecto sobre el elemento democrático, que si Rosas mejora la condición social de las clases inferiores, y que si hace marchar a las masas populares hacia la civilización dando al progreso las formas que permiten las necesidades locales (...) lo que hay de cierto es que él hace todo esto sin necesitar hacer revoluciones y barricadas, puesto que la soberanía nacional es la única que lo ha elevado al poder donde lo mantienen invariablemente la confianza, la gratitud y el entusiasmo de sus conciudadanos"(Publicado en "La Republique" de Paris, el 5 de enero de 1850).

Capítulo 99 La insolencia inaudita

Inglaterra, ansiosa ya por terminar con el bochorno internacional envía al prestigioso diplomático Henry Southern. Rosas, escaldado y deseoso de fijar sin rodeos las condiciones de lo que es indisimulablemente una capitulación enemiga, se niega a recibirlo hasta tener claras sus intenciones.
El primer ministro Lord Aberdeeen se indignará el 22 de febrero de 1850 ante el Parlamento británico:
"Hay límites para aguantar las insolencias y esta insolencia de Rosas es lo más inaudito que ha sucedido hasta ahora a un ministro inglés. ¿Hasta cuándo hay que estar sentado en la antesala de este jefe gaucho?¿Habrá que esperar a que encuentre conveniente recibir a nuestro enviado? Es una insolencia inaudita".
Como si don Juan Manuel hubiera leído a Clemenceau: "Hay que hacer la guerra hasta el fin, el verdadero fin del fin". Finalmente mister Southern y el Restaurador firmarán el acuerdo que aceptaba todas las exigencias argentinas.
El convenio establece la devolución de Martín García y de los buques de guerra; la entrega de los buques mercantes a sus dueños; el reconocimiento de que la navegación del Paraná es interior y sólo está sujeta a las leyes y reglamentos de la Confederación Argentina, y que la del Uruguay es común y está sujeta a las leyes y reglamentos de las dos repúblicas; y la aceptación de Oribe para la conclusión del arreglo.
Rosas se obliga a retirar sus tropas del Uruguay cuando el gobierno francés haya desarmado a la legión extranjera, evacue el territorio de las dos repúblicas, abandone su posición hostil y celebre un tratado de paz.
Pero todavía hay más. Se restablece la amistad entre los dos países e Inglaterra se obliga a saludar al pabellón de la Confederación Argentina con veintiún cañonazos.
Algunos meses más tarde también se rendirá Francia, a pesar de que muchos querían continuar la guerra, pero serán finalmente desanimados por la patriótica acción de don José de San Martín que empeñará su prestigio para convencer a los europeos de que "todos (los argentinos) se unirán y tomarán una parte activa en la lucha", por lo que la invasión se prolongaría "hasta el infinito".

Capítulo 100

Aberrantes costumbres
Uno de los acontecimientos más resonantes de este período, cuyo elevado tono épico y romántico daría pie a folletines, libros, obras teatrales y películas de la más dispar calidad, fue sin duda el fusilamiento de Camila O'Gorman, joven perteneciente a la alta sociedad porteña, y de su enamorado seductor, el sacerdote Uladislao Gutiérrez.
El episodio se produjo en 1848, cuando Buenos Aires iba recobrando su fisonomía normal, liberada del bloqueo y de los rigores de una constante vela de armas. Los emigrados, desde hacía mas de un año, regresaban masivamente. Abel Chaneton, en su "Historia de Vélez Sarsfield", escribirá:
"La vida se remansa y Buenos Aires, no ya sometida, sino adicta, es un pueblo casi feliz. Llegan tiempos prósperos; renace el comercio(...) toda resistencia armada a la dictadura desaparece en el interior y exterior. Sólo la prensa "unitaria" sigue bombardeando a un Rosas cuyo prestigio se acrecienta y se representa inconmovible".
Los jóvenes enamorados, él tiene 30 años, ella 19, huyen en pos de su amor contrariado socialmente. No tarda en correr el rumor del escándalo, lo que es aprovechado y magnificado por la prensa adversa de Montevideo que no vacila en señalar la inmoralidad que reinaría en la sociedad rosista. El hecho es considerado típico, según los unitarios, de las "aberrantes costumbres" que rodean al dictador, a quien se achacan las más graves inmoralidades, que llegarían hasta el incesto.
Los emigrados en Chile, a su vez, no trepidan en estampar en "El Mercurio": "Ha llegado a tal extremo la horrible corrupción de las costumbres del "Calígula del Plata" que, los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra estas monstruosidades" (27 de marzo de 1848).
Entretanto los prófugos, que han adoptado los nombres supuestos de Máximo Brandier y Valentina San, se establecen en Goya y regentean una escuelita. Pasan sin problemas cuatro meses en pleno idilio, alejados de censuras y convenciones, hasta que son reconocidos por el cura irlandés Michael Gammon, quien, con intención o sin ella, descubre y revela sus verdaderas identidades. Camila y Uladislao son detenidos y remitidos a Buenos Aires.
La grita opositora arrecia: en "El Comercio del Plata" Valentín Alsina exige ejemplar justicia para "terminar con la corrupción reinante". Agregará: "¿Hay en la tierra castigo bastante severo para el hombre que así procede con una mujer cuya deshonra no puede reparar casándose con ella?".
La cuñada de Rosas, María Josefa Escurra, quien tendría un hijo ilegítimo de Manuel Belgrano, comprensiva, lo insta a recluirla en la "Casa de Ejercicios". Debió aceptarlo en un principio porque se conoce la boleta de compra del moblaje destinado a su celda, efectuado directamente por Manuelita.
Pero por un lado el clero y por el otro los más destacados juristas presionan por la aplicación de la drástica legislación vigente a los culpables. Entre estos últimos se encuentran Vélez Sarsfield y Lorenzo Torres, quienes dieron forma legal al asesinato justificando la convicción de Rosas con citas de cánones y leyes.
¿Cuáles fueron los motivos de Rosas? Tres hechos endurecen la actitud del gobernador: 1°) la opinión de los juristas, acordes en la aplicación de la pena máxima; 2°) el petitorio escrito del clero, de subido tono que exige justicia ejemplar; 3°) la propaganda demoledora de sus adversarios, que hasta han denunciado que el ex cura, además de corruptor de adolescentes de la clase alta, debe ser condenado por haber robado las joyas de su templo.
Debe descartarse toda razón de índole política en la condena ya que los O'Gorman eran federales y el sacerdote era nada menos que sobrino carnal del gobernador de Tucumán, general Celedonio Gutiérrez, adepto rosista.
Es indudable que Rosas, convencido de que su misión es reprimir un crimen que lesiona a la sociedad, opta, finalmente, por la pena capital para ambos reos. Las ejecuciones se cumplirían en el campamento de Santos Lugares.
Años más tarde, ya en Southampton, Rosas explicará su conducta, en carta a Federico Terrero:"Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O'Gorman; ni persona alguna me habló ni me escribió en su favor. Por lo contrario todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad ordené la ejecución. Durante el tiempo en que presidí el gobierno de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos, como de los malos, de mis errores y de mis aciertos" (6 de marzo de 1877).
Esta carta, quizás la última, fue escrita once días antes de su muerte, lo que muestra que la muerte de Camila O'Gorman lo perturbó hasta el fin de sus días.

Capítulo 101 Reconstruir el virreinato

En 1848 Rosas estaba en la cumbre del éxito como gobernante y gozaba de un extendido prestigio en todo el planeta por su heroica defensa contra el desplante de las potencias europeas.
El orgullo nacional cementaba a los sufridos habitantes del territorio que habían aprendido esa novedosas experiencia de sentirse parte de una nación con algunos rasgos propios y distintivos.
Quienes apoyaban al Restaurador no podían quejarse de su elección y el rosismo ganaba nuevos adeptos, alejados ya los fatídicos períodos del terror de 1840 y de 1842.
Los estancieros, levantado el bloqueo, tenían sus corrales llenos de ganado que no habían podido comercializar y que ahora exportaban a buen precio en los barcos que en gran cantidad entraban y salían del puerto.
Amansados los caudillos provinciales, por la fuerza o por convicción, parecía aceptarse la hegemonía porteña como un precio tolerable para la organización nacional. Por otra parte se aceptaba que las deudas provocadas por los bloqueos eran el obligado destino de la mayor parte de los ingresos aduaneros.
Eran tiempos de paz y ello alentaba el trabajo, la inversión y la llegada de inmigrantes que ayudaban a resolver uno de los grandes costos de la guerra: la falta de mano de obra.
Los exiliados políticos alentados por la disminución de la violencia y por algunas declaraciones y actitudes contemporizadoras de don Juan Manuel se animaban a regresar y pinchaban el distintivo punzó en sus pechos a cambio de reclamar, a veces con éxito, la devolución de sus bienes y de sus propiedades.
Rosas tenía en aquel momento una preocupación y una obsesión:. el imperio del Brasil, que siempre había demostrado su afán expansionista y por cuya hostilidad habíamos perdido el Paraguay y el Uruguay.
Tampoco olvidaba su colaboración con los invasores, que fuera enfatizada por el primer ministro británico Peel cuando confesó que "en 1844 el gobierno brasilero pidió un esfuerzo por parte de Inglaetrra y de Francia para intervenir".
Don Juan Manuel esperaba el momento oportuno para hacer valer los derechos argentinos sobre los territorios perdidos, y no dudaría si fuese necesario en utilizar la fuerza en contra del Brasil, sostenido en el apoyo de su pueblo que reaccionaba vivamente cuando la soberanía nacional se veía afectada.
Los críticos de Rosas sostendrán que era su personalidad la que lo impulsaba a sostener un estado de beligerancia permanente. También que la invención de enemigos externos le permitía mantener el control de la situación interna, justificando las acciones represivas.
Salvador María del Carril escribe con preocupación a Florencio Varela (ambos habían hecho de su odio al Restaurador el "leit motif" de sus vidas) el 19 de diciembre de 1845: "Rosas va a un objeto: la reconstrucción del virreynato del río de la Plata o la inauguración de un imperio argentino".
He aquí una diferencia sustancial entre federales y unitarios: los primeros tenderán a defender el territorio y habrá en don Juan Manuel una imposible resignación a aceptar la pérdida de la Banda Oriental, por ello el apoyo a su fiel Oribe, y del Paraguay, cuya independencia jamás reconoció. Los unitarios, en cambio, urdirán incesantes operaciones que no le hacen asco a la cesión de importantes territorios de nuestro país.
"Los males del Plata arrancan de la dislocación por manos foráneas del antiguo virreinato. Su unión como la de los estados norteamericanos o su concentración en un solo imperio como el Brasil, tal es el fin del Presidente Rosas", editorializará con acierto el "Courrier de L'Havre" a mediados de 1845.
Pero la Confederación tenía otro problema.: Urquiza, el jefe del Ejército de Operaciones, la fuerza federal más poderosa y mejor pertrechada. El 15 de agosto de 1846 firma con Joaquín Madariaga, gobernador de Corrientes el "Tratado de Alcaraz" que en lo formal se ocupaba de simples declaraciones de amistad, pero que en sus cláusulas secretas se proponía la independencia de ambas provincias integrando la "República de la Mesopotamia", insistente proyecto de los enemigos de Rosas, convencidos de que así lo debilitarían, y de las potencias extranjeras, que de esa manera se asegurarían la libre navegabilidad de los ríos interiores para sus vapores sin necesidad de intervenires militares. Se proponían también reconocer la independencia del Paraguay y así asegurarse su apoyo para el caso de desencadenarse un conflicto con Rosas.
Manuel Herrera y Obes, ministro de Relaciones Exteriores de Montevideo escribirá a Andrés Lamas, representante uruguayo en el Brasil, el 29 de febrero de 1848:
"Si V. calcula que el Imperio se prestará a la planificación de nuestros proyectos, recomiendo a V. mucho la insistencia en que el Paraná sea el límite de la República Argentina, y que, para obtenerlo, asuma el Brasil la iniciativa del pensamiento en los próximos arreglos. Urquiza, téngalo usted por cierto, acepta desde luego la proposición. Este arreglo era la base del convenio de Alcaraz. Yo se lo garanto a usted. Desgraciadamente la conducta de los interventores infundió creencias en Urquiza que trajeron discordia entre él y los Madariaga".
El acuerdo, claramente preanunciador de Caseros, fracasará porque luego de "Tonelero" será evidente que la flota anglo-francesa no volverá a arriesgarse río arriba. También porque trasciende la llegada de míster Thomas Hood para negociar el fin de las hostilidades con Gran Bretaña.
El eficiente servicio secreto del Restaurador lo mantendrá al tanto de las conspiraciones entre ambos gobernadores: "Nada recele de la intervención. Al contrario, sus miras nos son favorables en cuanto al deseo de abrir nuestros canales al libre comercio que Buenos Aires ha monopolizado por tantos años. Considere Ud. a qué altura pueden llegar Entre Ríos y Corrientes gozando de esa franquicia en media docena de años de paz y de unión" (Carta de J. Madariaga a J.J. de Urquiza, 16 de junio de 1846).
El "Tratado de Alcaraz" constituyó el primer síntoma serio de que el gobernador de Entre Ríos abrigaba planes de mayor alcance en sus relaciones con Rosas, quien rechazó el acuerdo en términos severos. Pero Urquiza no escarmienta y da un nuevo y más grave paso: ha propuesto a los contendores uruguayos su mediación, reconociendo al gobierno de Montevideo en flagrante oposición a la actitud de don Juan Manuel y ordenando, por su cuenta, la suspensión de las hostilidades.
El entrerriano se había sentido despreciado por don Juan Manuel cuando éste no lo eligió para conducir la defensa contra las escuadras invasoras y no desconocía que su piso era firme: poseedor de una gran fortuna personal de oscuro origen, reconocido como líder por el pueblo de su provincia, buen estratega militar, con una personalidad gaucha que en mucho lo asemejaba al gobernador de Buenos Aires.
La mediación merece la más enérgica reprobación de Rosas quien en marzo de 1847 enrostra a Urquiza haber violado el "Pacto Federal" de °1830 por el que toda provincia firmante se ha obligado a no concertar tratados con naciones extranjeras sin anuencia de las otras. Al uruguayo Oribe, el principal perjudicado, el 5 de enero le escribe denostando "los pasos indecorosos y la deshonrosa contramarcha de principios" del entrerriano. En privado, Rosas califica de "ignominiosa" su conducta, según Antonino Reyes.
Justo José de Urquiza provenía de una vieja familia de la costa oriental de la provincia, donde desarrolló su actuación política y militar hasta alcanzar una influencia dominante. Rival de Echagüe, la derrota de éste en "Caaguazú" le permitió reemplazarlo y asumir el gobierno provincial, lo que no fue muy del agrado de Rosas que siempre sospechó de su independencia de juicio.
Ante la vigorosa reacción de éste Urquiza comprende que no había llegado el tiempo de un rompimiento abierto e invitó a Madariaga a modificar el Tratado sobre las bases impuestas por Rosas. Las negociaciones se demoraron porque el correntino se siente traicionado por su cómplice, ajeno a tejes y manejes politiqueros, y Rosas ordena perentoriamente la invasión de Corrientes para terminar con Madariaga, poniendo a Urquiza en una encrucijada.
Se produce entonces la curiosa situación de que quienes van a enfrentarse se envían comunicaciones de manifiesta cordialidad. "La amistad particular que le profeso no sufrirá jamás la menor alteración por más extremas que sean las medidas a que la política me impulse" , escribirá Urquiza y el gobernador correntino lo disculpará por su seguro triunfo, ya que obrará "arrastrado por un fatal deber".
Finalmente los antiguos aliados se enfrentan el 27 de noviembre de 1847 en Vences, siendo arrollados los Madariaga por los 7.000 hombres del entrerriano apoyados por una excelente artillería. Tanta cordialidad previa no evitará la crueldad contra los vencidos, siendo fusilados los coroneles Paz y Saavedra, los teniente coroneles Montenegro y Castor de León, además de numerosos soldados, como si Urquiza hubiese querido dar sangrientas pruebas de su lealtad al Restaurador.
Vale recordar en esta batalla a una de las bajas, el mayor Gregorio Haedo, correntino descendiente de esclavos, quien arengaría a las tropas al morir el comandante de su unidad: "¡Soldados! ¡La desgracia de nuestro jefe nos ofrece la oportunidad de demostrar que la vergüenza no está en el color de la piel!"
Benjamín Virasoro, correntino urquicista, tomó el gobierno de la provincia con ampulosas declaraciones a favor de la Confederación y de Rosas. Urquiza había logrado el total dominio político, económico y militar total de la Mesopotamia y sabía que en el futuro ya no tendría que agachar nuevamente la cabeza.

Capítulo 102 El milagro de la casa de Brandemburgo

Valentín Alsina, al que la Capital Federal honra con dos avenidas y un monumento, ha preparado un plan de guerra "contra Rosas" que manda el 18 de noviembre de 1850 al representante uruguayo en Brasil, Andrés Lamas, para someterlo al gobierno brasileño:
"Rosas es vulnerable por el Brasil en muchos puntos y formas, si quiere éste aprovechar su gran preponderancia marítima. Uno de los modos es causar al enemigo la vergüenza y el daño de ocupar uno de sus territorios, Bahía Blanca, ocupación fácil habiendo secreto, celeridad y un buen práctico o piloto lo que abriría la posibilidad a emigrantes de ir a operar por el sud".
A pesar de la ayuda de argentinos tan confundidos, la situación del Brasil es muy comprometida. Sin Francia era imposible su triunfo y dicha alianza había fracasado. Hasta en Europa se percibe esa debilidad: el rey Francisco José de Austria manda decir a su primo Pedro II de Brasil, a través de su canciller el príncipe de Schwarzenberg, que debe hacer lo imposible para evitar la guerra. Ha hecho un estudio de las condiciones militares de Brasil y la Confederación, y según la "opinión de oficiales de la marina francesa informados "in locum" la balanza se inclinaría a favor de Rosas".
Para colmo de males una epidemia de fiebre amarilla se desencadena causando gran mortandad y hasta el emperador debe refugiarse en Petrópolis. Lamas se desespera por las malas noticias y escribe a su cancillería solicitando su retiro , porque "de Brasil no hay que esperar nada" (3 de febrero de 1851).
Pero, como acertadamente lo señala José M. Rosa, se producirá lo inesperado. Cuenta la historia de Prusia que Federico II estaba vencido al final de la guerra de los Siete Años, su ejército extenuado, la proporción con el enemigo muy desfavorable y la posición estratégica comprometida.
Inglaterra, su aliada, le aconsejaba capitular y sus generales no veían la posibilidad de segur adelante.
—¿No habría un medio de vencer?-preguntó Federico II.
—Solamente un milagro, majestad - fue la respuesta de sus colaboradores.
—Bien, esperemos el milagro de la casa de Brandeburgo.
Esa misma noche llegó a su campamento de Bukelwitz un emisario del zarevitch de Rusia con el asombroso regalo del plan de batalla del ejército ruso. Torpe de inteligencia y admirador fanático de Federico II le hacía llegar los documentos secretos de su estado mayor.
El monarca prusiano, exultante, llamó a sus generales:
— ¡He aquí el milagro de la casa de Brandemburgo! -proclamó blandiendo los planos en su mano.
Ganó la batalla perdida y los rusos, desalentados por la traición de su jefe, dieron la guerra por perdida.
A Pedro II de Brasil lo favorecería un milagro semejante. Cuando todo estaba perdido, cuando su imperio se resquebrajaba y un porvenir de repúblicas federales, igualdad humana y democracia iba a extenderse por América del Sud, llegaría el 21 de febrero de 1851, en el buque brasileño "Paquete do Sul" procedente de Montevideo, una carta confidencial del ministro Pontes informando que "a altas horas de la noche" había recibido la visita de un agente del jefe del "Ejército de Operaciones" argentino, general Urquiza, con proposiciones de pasarse a la causa del Brasil.
Aunque el hecho asombró al brasileño,"¡O general dos exércitos da Confederado Argentina!" se admirará en su carta, lo informó a su monarca preguntándose: "¿Pero obrará de buena fe?".
Pedro II podría entonces responder al austríaco Schwarzenberg que con el inaudito pase del jefe del ejército enemigo la guerra estaba ganada: "El fuego ha tomado a la casa de nuestro vecino, cuando soñaba prenderlo a la nuestra. Se encontrará embarazado como no lo esperábamos" (Soares de Souza).
El zarevitch que entregó los planos para derrotar su propia patria fue despojado del trono por el ejército y estrangulado en la fortaleza de Rocha a pesar de su retraso mental. Su memoria quedó proscripta de la historia de Rusia.
El general argentino sería más afortunado porque todo se le perdonaría a quien derrocase al Restaurador, y la historia oficial se empeñaría en la versión del "apoyo" de algún regimiento brasilero y ocultará que la deserción de Urquiza y del más poderoso ejército argentino a su mando se producirá a favor de un país que ya estaba en guerra, con las relaciones rotas, con su propia patria. ¿Todo se justificaba con tal de defenestrar a don Juan Manuel? ¿También la cesión de nuestras ricas Misiones Orientales, el precio de la participación brasilera?
Los historiadores revisionistas, simpatizantes de Rosas, rebatirán los argumentos de sus colegas liberales que sostendrán el argumento del deseo de Urquiza de quitar del medio a quien se oponía a dar la anhelada constitución a la Argentina. En cambio argumentarán que se trató de una traición provocada por razones crematísticas: durante el bloqueo francés la plaza de Montevideo era aprovisionada clandestinamente por los saladeros entrerrianos de Urquiza. Pese a la prohibición de comerciar con Montevideo, el gobernador Crespo, títere del jefe del "Ejército de Vanguardia" permitía que los buques de cabotaje trajesen productos europeos y llevasen en retorno carne argentina. No tenían escrúpulos, él y don Justo José en usufructuar "los canales de plata" que se les ofrecían para enriquecerse haciendo la vista gorda a las exigencias legales porque, como confesase Crespo en su intercambio epistolar con Urquiza, era preferible "ser medio vivo a medio zonzo".
En junio de 1848,levantado el bloqueo francés al litoral argentino, se renueva el rosista a Montevideo, manteniéndose la prohibición de introducir mercaderías en buques que hubiesen tocado la Banda Oriental. El tráfico de Urquiza continuó, ahora burlando las leyes de aduana porteñas, porque las mercaderías europeas que compraba en Montevideo y traía a Buenos Aires no pagaban derechos en ésta por ser transportadas en buques nacionales.
Nadie podía embarcar ni faenar sin autorización del gobernador. El negocio de exportar carne a Montevideo era exclusivo de los saladeros o las estancias de Urquiza, quien acabó por hacerse dueño de casi todo el comercio que pasaba por la provincia y el beneficio de ese tráfico irregular era tan elevado que alcanzaba para beneficiar las finanzas entrerrianas, incidía en el bienestar económico de los habitantes y acrecentaba la ya inmensa fortuna particular del gobernador, primer productor, comerciante y transportista de la provincia. Todo ello en perjuicio de la economía y de la estrategia de la Confederación Argentina.
Si Rosas no podía impedir que Entre Ríos comerciase con Montevideo, podía en cambio defenderse prohibiendo que los productos introducidos por Entre Ríos llegasen a Buenos Aires. Lo hizo por dos medios: no permitió en los puertos porteños el embarque o desembarque de mercaderías ultramarinas en buques de cabotaje, e impidió la exportación de oro al interior.
Esto provocó la irritación de Urquiza, que fue tan pública que despertó en los unitarios y en Brasil la esperanza de contarlo como aliado. Ni lerdos ni perezosos le hicieron llegar un mensaje a través del representante comercial del entrerriano en la Banda Oriental, el catalán Cuyás: "En caso de una guerra ¿podría contar Brasil con la abstención del ejército de Operaciones?".
El 20 de abril de 1850 su futuro aliado redacta la respuesta imbuida del esperable tono patriótico en quien es el jefe del principal ejército argentino:
"¿Cómo cree, pues, Brasil, cómo ha imaginado por un momento que permanecería frío e impasible de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas sin traicionar a mi patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa marcha todos mis antecedentes? (...) Debe el Brasil estar cierto que el general Urquiza con 14 o 16.000 entrerrianos y correntinos que tiene a sus órdenes sabrá, en el caso que ha indicado, lidiar en los campos de batalla por los derechos de la patria y sacrificar, si necesario fuera, su persona, sus intereses, fama y cuanto posee".
Como si no fuera suficiente hará publicar su respuesta el 6 de junio en "El Federal Entrerriano" agregando un elocuente editorial:
"Sepa el mundo todo que cuando un poder extraño nos provoque, ésa será la circunstancia indefectible en que se verá al inmortal general Urquiza al lado de su honorable compañero el gran Rosas, ser el primero que con su noble espada vengue a la América".

Capítulo 103 Que ahorquen al loco

El 15 de julio de 1850 se representa en el "Teatro Argentino" de Buenos Aires el drama "Juan sin Pena" de J. de la Rosa González, subtitulado oportunamente "El fin de todo traidor". Ya han llegado las noticias del acuerdo de Urquiza con el Imperio y los ánimos están caldeados.
Los concurrentes aplauden al héroe, el comunero Juan de Padilla, que defiende la confederación de comunidades castellanas contra un emperador, Carlos V, y silba estruendosamente cuando aparece el traidor Juan de Ulloa, caracterizado intencionalmente por el actor Jiménez con el aspecto de Urquiza.
—¡Que lo ahorquen al loco! ¡Que lo ahorquen al loco!-grita el público y algunos desaforados trepan al escenario y llegan a pasarle una cuerda por el cuello al actor, que a duras penas logrará mostrar la divisa federal que lleva bajo su disfraz mientras implora que él es Jiménez y no Urquiza.

Capítulo 104 La traición de Urquiza

Las negociaciones con el enemigo brasilero ya han comenzado y llegarán a buen puerto. Sus defensores, entre ellos nuestra historia oficial, argumentarán que el entrerriano hará lo que hizo para defenestrar al tirano y que ello justificaba cualquier pacto con el diablo. Sin embargo uno de sus secretarios privados, Nicanor Molinas, lo explicará años después y sin ánimo de crítica, por móviles económicos: "Al pronunciamiento se fue porque Rosas no permitía el comercio del oro por Entre Ríos".
El brasileño Duarte da Ponte Ribeiro, delegado ante la Confederación, escribe en el mismo sentido a su primer Ministro Paulino el 23 de octubre de 1850: "(Rosas) no permitió que a Entre Ríos vayan buques extranjeros ni que de ahí salgan para ultramar; Urquiza no solamente es el gobernador sino también el primer negociante de su provincia y las negativas de Rosas lo perjudicaban enormemente como negociante".
Nuevamente se plantea aquí una cuestión semejante a la de las exigencias fácilmente atendibles de Francia que al ser denegadas provocaron la intervención de su armada conjuntamente con los auxiliares unitarios. ¿Por qué Rosas no hizo la vista gorda a los negocios de don Justo José y de esa manera no se ganaba un enemigo tan temible e impedía su reacción que desembocó en la derrota de Caseros?.
El entrerriano no ahorró mensajes de advertencia. El periódico adepto "La Regeneración" expresaría su disgusto por no haberse "suprimido la declaración que el capitán de puerto toma a todos los patrones de buques que van de esta provincia como si fuera considerada enemiga de los principios de la causa nacional".
Además del carácter obstinado del Restaurador y de su orgullo rayano en lo patológico que no le permitía concesiones a lo que él consideraba correcto, que en su infancia lo había llevado a renunciar al apellido paterno y a toda herencia que pudiese corresponderle, obstinación y orgullo que además eran parte de la idiosincrasia gaucha alejada del pragmatismo de los "decentes" y que don Juan Manuel había incorporado como propia,
también jugó en él la convicción de que la traición de Urquiza era ya inevitable pues el premio que se le ofrecía era muy grande, tan grande como la ambición del entrerriano: remplazarlo en el gobierno en la seguridad de que su alianza militar con el Imperio y con Montevideo, a la que se sumaría Paraguay, sumada a la segura defección de oficiales federales y a la pérdida de su mejor ejército, hacían de la derrota de don Juan Manuel un mero trámite.
El objeto aparente del Tratado que firmaron los aliados era "mantener la independencia y pacificar el territorio oriental haciendo salir al general Manuel Oribe y las fuerzas argentinas que manda", pero el verdadero era hacer la guerra a la Confederación: "Si por causa de esta misma alianza, el gobierno de Buenos Aires declarase la guerra a los aliados , individual o colectivamente, la alianza actual se tornaría en alianza común contra dicho gobierno".
Brasil, siguiendo su política de expansión territorial, legalizaba en el artículo 17° su posesión de hecho de las Misiones Orientales, aceptando los demás firmantes sus "derechos adquiridos". La línea fronteriza correría (hasta hoy) por el Cuareim, prolongándose hasta el Yaguarón, para seguir después por la laguna Mirim y el Chuy. Sería también derecho del Imperio la navegación del Yaguarón y la Mirim. Habría más: se otorgaba en las desembocaduras del Tacuarí y el Cebollatí sendas porciones de medias leguas cuadradas para construir fortalezas avanzadas.
La navegación fluvial se declaraba "libre" (art. 18).
El Tratado no tendría vigencia hasta que se efectuase el público pronunciamiento de Urquiza, cláusula que el representante brasilero Ponte hizo incluir en los artículos 2° y 3°.
Inesperadamente Pedro II se niega a firmar junto a Urquiza la alianza tan laboriosamente conseguida. "No quiso mezclar la púrpura imperial", explicará "O Monarchista" del 12 de junio de 1850, "en un asunto tan turbio".
El 17 de junio Paulino indica a Pontes que debe redactarse una nueva versión del tratado sin los artículos 2° y 3° para que no sea tan evidente "que Urquiza obró por instigación nuestra y que su declaración fue una condición que le impusimos. Aunque así sea, que no aparezca en el tratado(...) V.E. hizo muy bien en poner eso en el proyecto para asegurarse, pero hecho el edificio se tiran los andamios".
El pronunciamiento de Urquiza en contra del gobierno de Rosas se produjo en un acto solemne cumplido el 1° de mayo en la plaza general Ramírez de Concepción de Uruguay, leyéndose dos decretos: por el uno asumía Urquiza el manejo de las relaciones exteriores de Entre Ríos, por el otro cambiaba la consigna "mueran los salvajes unitarios" por "mueran los enemigos de la organización nacional".
En los fogones de la pampa bonaerense se cantaría:
"¡Al arma, argentinos, cartucho al cañón!
Que el Brasil regenta la negra traición. Por la callejuela, Por el callejón, que a Urquiza compraron por un patacón.
¡El sable a la mano al brazo el fusil, sangre quiere Urquiza, balas el Brasil".
Capítulo 105 La lealtad a toda prueba
Los vítores rompen la calma del campamento militar de Santos Lugares. Son las vísperas de Caseros. Quinientos soldados, gauchos en su mayoría, que han servido fielmente a Rosas durante más de quince años en las campañas contra los indios, en la represión de la revolución del sur, en las luchas contra Lavalle y en el asedio de Montevideo, regresan vivando a don Juan Manuel.
Se trata de la fuerza veterana de Oribe que, como consecuencia de la capitulación de su jefe, pasaron por la fuerza a formar parte del ejército de Urquiza. El coronel unitario Pedro León Aquino, compañero y amigo de Sarmiento y Mitre, es nombrado a su mando.
Al llegar a la provincia de Santa Fe, en el avance hacia Buenos Aires, se rebela la tropa y en la noche dan muerte a Aquino y a todos los oficiales unitarios.
De ahí que los leales rosistas sean recibidos por sus pares en Santos Lugares con delirio y admiración. Ropas gastadas, rostros envejecidos y cuerpos heridos y mutilados son pruebas testimoniales de la lealtad de quienes hace una década que no ven a sus familias pero que están dispuestos a batirse otra vez a las órdenes de quien idolatran.
Antonino Reyes, secretario de Rosas, les sugiere acampar y descansar hasta el día siguiente, pero insisten en ver al Caudillo para ponerse a sus órdenes y aguardan contestación sin desmontar, afirmados en el cabo de sus lanzas.
Rosas , que ha debido abandonar una reunión con su Estado Mayor, entrará al galope por el centro de esa formación y aquellos hombres curtidos por la pelea y por la añoranza lo rodean vivándolo y se le acercan respetuosamente a besar sus manos y a abrazarlo.
De ellos opinó Sarmiento: "Estos soldados y oficiales carecieron diez años de abrigo, de techo y nunca murmuraron. Comieron sólo carne asada en escaso fuego y nunca murmuraron. Tenían por él, por Rosas, una afección profunda, una veneración que disimulaban apenas... ¿Qué era Rosas, pues, para estos hombres? ¿O son hombres esos seres?".
Los vencedores de Caseros se ensañarán cruelmente con los que llamaban "la división de Aquino" y los sobrevivientes que no pudieron escapar fueron colgados de los árboles de Palermo, ofreciendo un espectáculo macabro y hediondo que horrorizó a Honorio, el negociador del Imperio brasilero cuando el 9 de febrero concurre a visitar al general vencedor. "A la vista de tales hechos", escribirá a su gobierno, "sólo hablé para cumplimentar al general Urquiza y felicitarlo por la victoria de las fuerzas aliadas".
Recién al día siguiente, repuesto de su desagradable impresión, volverá para exigir el cumplimiento de lo acordado.

Capítulo 106 El capítulo final

"La provincia de Entre Ríos, que ha trabajado tanto, a la par de sus hermanas, las del interior y del litoral, por el restablecimiento de la paz, en la dulce esperanza de ver en ella constituida a la República, se ha desengañado al fin, y convencida plenamente que lejos de ser necesaria la persona de Don Juan Manuel de Rosas a la Confederación Argentina, es él por el contrario, el único obstáculo a su tranquilidad."
Rosas había insinuado que no aceptaría otra reelección cuando terminara su período en marzo de 1850. Durante el año 1849 lo reiteró varias veces y cuando llegó diciembre lo anunció una vez más.
Como en 1832 y 1835 puede presumirse que Rosas procuraba mejorar su situación política antes de emprender una guerra que lo convertiría en árbitro de Sud América. Da respaldo a esta presunción el proyecto entonces presentado en la Legislatura porteña de ser consagrado Jefe Supremo de la Confederación, con plenos poderes nacionales, con lo que don Juan Manuel dejaba de ser el Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores para convertirse en Jefe del Estado argentino.
Once provincias adhirieron al proyecto. Entre Ríos y Corrientes se abstuvieron y el 1° de mayo de 1851 Urquiza aceptó la renuncia presentada por Rosas, separó a Entre Ríos de la Confederación y la declaró en aptitud de entenderse con todos las potencias hasta que las provincias reunidas en asamblea determinaran el futuro gobernante. Su satélite Corrientes imitó esta actitud.
El objetivo manifiesto recogía una extendida demanda de muchos de sus connacionales, especialmente de los sectores de mejor posición económica y social, inclusive estancieros beneficiados durante el gobierno rosista pero que miraban ya hacia nuevos horizontes, fatigados ya de tantos años de llevar prendida en su solapa la divisa punzó.
Meses más tarde, Urquiza confirmaría a Sarmiento, su pensamiento íntimo: "La base de la Revolución que he promovido, sus tendencias, toda mi aspiración, y por lo que estoy dispuesto a sacrificarme, son hacer cumplir lo mismo que se sancionó el 1 de enero de 1831, esto es que se reúna el Congreso General Federalista, que dé la carta Constitucional sobre la base que dicho Tratado establece".
Los enemigos de don Juan Manuel, luego del sostenido fracaso en derrocarlo de intelectuales, potencias extranjeras y probados jefes de nuestra independencia, sentían sus corazones latir con esperanza pues había llegado el momento en que quien confrontaría con el invicto dictador era alguien de su misma hechura: un recio caudillo federal, de gran carisma entre la chusma y con mayor talento y experiencia en el campo de batalla. A sus fuerzas se incorporarían un revoltoso boletinero, Domingo Sarmiento, y un joven artillero y promisorio poeta, Bartolomé Mitre.
En la Banda Oriental acampaba el segundo mejor ejército de Rosas, quien se había ocupado de suministrarle el mejor armamento posible para sus cinco mil aguerridos soldados, veteranos de muchas campañas. Contaba también con una excelente caballada y varias piezas de artillería de buen poder de fuego dejadas atrás por ingleses y franceses. Pero a pesar de sus virtudes no tenía envergadura suficiente para resistir una acometida de las tropas al mando de Urquiza. Mucho menos si a éstas se le sumaban las de su nuevo aliado, el Imperio del Brasil.
El entrerriano invade el Uruguay el 18 de julio de 1851. El 4 de septiembre lo imita un ejército brasileño de dieciséis mil hombres a cuyo frente va el militar más prestigioso de su país, el marqués de Caxias. Además con una fuerte suma en la faltriquera para sobornar políticos uruguayos y jefes del ejército de Oribe.
Esto, sumado a una inteligente política de "ni vencedores ni vencidos" prometiendo el perdón y la reincorporación a la "fuerzas vencedoras" provocó una importante deserción de oficiales y soldados federales.
Oribe, quien sostuvo una secreta y prolongada entrevista con Urquiza, no ofreció resistencia capitulando el 8 de octubre de 1851, "desacreditado pero no deshonrado" como él mismo escribirá, sobre la base de una amnistía política y de la independencia del Uruguay. Después de tantos años de una recíproca lealtad que había sobrellevado tantas contingencias extremas, traicionaba a Rosas, para muchos sospechosamente, al aceptar la derrota sin presentar batalla y sin consultar al Restaurador. No sería la única traición.
Su hocicada debilitó aún mas la ya comprometida posición del Restaurador puesto perdía el otro de sus dos ejércitos con el irreponible parque de armas y municiones valoradas en un millón y medio de pesos, que así cayeron en poder del enemigo que además incorporó por la fuerza a los cinco mil veteranos de la División Argentina.
La etapa siguiente de la campaña aliada era el ataque a Buenos Aires. El tratado del 21 de noviembre de 1851, entre Brasil, Uruguay y los "estados de Entre Ríos y Corrientes", estableció que el aporte humano correría por cuenta de las provincias del Litoral. Brasil facilitaría los abultados 100.000 patacones mensuales exigidos por Urquiza para afrontar "gastos bélicos"; también 2.000 espadas de guerra y todas las municiones y armas de guerra que fuesen necesarias; además una división de infantería, un regimiento de caballería, dos baterías de artillería de seis cañones cada una, los que sumarían 4.000 hombres bajo el mando del prestigioso general Manuel Márquez de Souza; en cuanto al apoyo fluvial, en lo que la Confederación rosista era muy débil, la escuadra imperial ocuparía el Paraná y el Uruguay facilitando los desplazamientos del bien llamado "ejército grande" y obstruyendo los del enemigo; por fin, otro ejército de 12.000 soldados brasileros, llamado "de reserva", se desplegaría en las costas del río de la Plata y del Uruguay para traspasarlos en cuanto fuese necesario.
Los 100.000 pesos fuertes exigidas por el jefe entrerriano le parecen al marqués de Caxias una contribución excesiva porque no ignora que el abastecimiento de carne proviene de los propias haciendas de Urquiza y porque, como es costumbre, la provisión de otros insumos y de animales se hace por confiscación forzosa en los establecimientos privados de la zona. Le cuesta confiar en quien ya ha traicionado, pero sabe que su persona y sus fuerzas son indispensables para lograr la caída de un vecino tan incómodo. Entonces el 20 de diciembre escribirá con realismo a su gobierno aconsejando una respuesta positiva: "Cualquier negativa nuestra lo irritaría siendo, como V.E. sabe, alguien a quien poco falta para mudar de opinión de la noche a la mañana (...) No le sería difícil arreglarse con Rosas y volverse contra nosotros". También influía la recompensa, acordada y firmada con
sus socios beligerantes, de la incorporación de las riquísimas Misiones Orientales, de elevada significación estratégica por su ubicación geográfica que se irradiaba hacia Brasil, Paraguay, Argentina y .sobre todo, Uruguay.
La guerra será declarada formalmente: "Los estados aliados declaran solemnemente que no pretenden hacer la guerra a la Confederación Argentina(... ) El objeto único a que los Estados Aliados se dirigen es liberar al Pueblo Argentino de la opresión que sufre bajo la dominación tiránica del Gobernador Don Juan Manuel de Rosas".
Desactivado Oribe, el ejército de Urquiza se embarca en Montevideo hacia fines de octubre de 1851 en tres barcos brasileños que lo transportan a Entre Ríos. Desde allí comenzará su marcha sobre Buenos Aires cruzando el Paraná sin hallar oposición debido a que el general Pascual Echagüe, gobernador de Santa Fe, recibe orden de retroceder hasta juntarse con Rosas en Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires, donde se concentrarán las pocas fuerzas disponibles para la defensa. Es que el imponente ejército imperial que acecha del otro lado del río amenaza con invadir la ciudad en cuanto se la desguarnezca.
En su marcha por la campiña bonaerense Urquiza no encuentra las esperadas adhesiones a pesar de que en muchos hay un deseo de paz que les permita atender sus asuntos privados, descuidados durante mucho tiempo por causa de las guerras sucesivas. También se teme que en caso de triunfar el Restaurador la guerra se prolongaría "ad infinitum" pues, una vez vencido Urquiza, era evidente que no se tardaría en ir a la guerra con Paraguay y con el Brasil.
Pero a los habitantes de las pampas les resultaba inadmisible la alianza con el enemigo brasilero y resistieron pasivamente a los "libertadores", como dieron en llamarse a sí mismos, negándoles información, contactos y provisiones, y manteniéndose fieles al gobernador de Buenos Aires. Según el general César Díaz, comandante de las fuerzas uruguayas, "evitaban nuestro contacto como si les fuera odioso, las casas de campo estaban abandonadas y sus moradores se habían retirado huyendo de nosotros como de una irrupción de vándalos". Agregará en sus "Memorias": "El espíritu de los habitantes de la campaña de Buenos Aires era completamente favorable a Rosas".
Hasta Urquiza estaba asombrado y preocupado al ver "que el país tan maltratado por la tiranía de ese bárbaro se haya reunido en masa para sostenerlo". Díaz anotará una sorprendente confesión del jefe entrerriano: "Si no hubiera sido el interés que tengo en promover la organización de la República, yo hubiera debido conservarme aliado a Rosas porque estoy persuadido de que es un hombre muy popular en este país".
Las mejores unidades que le quedaban a Rosas eran la artillería y el regimiento de reserva cuyo comando, en un gesto de hidalga confianza , ofreció a dos oficiales unitarios que habían regresado a Buenos Aires para luchar de su lado y en contra de los invasores extranjeros;: Mariano Chilavert ,uno de los jefes de artillería de Lavalle en la campaña de 1840, y Pedro José Díaz, capturado en "Quebracho Herrado" y bajo palabra desde entonces. Ambos aceptaron y, en la última batalla, lucharon vigorosamente por Rosas.
Nombró a Ángel Pacheco comandante de la vanguardia y luego comandante en jefe del centro y norte de Buenos Aires. Pero todo evidencia que, sobornado o realistamente convencido de la inutilidad de resistir, no tomó iniciativa contra el enemigo ni permitió que lo hicieran sus subordinados. Ante el disgustado reclamo de don Juan Manuel ofreció su renuncia, que no fue aceptada .Pero el 30 de enero ese jefe militar a quien el Restaurador había permitido enriquecerse hasta lo inimaginable haciendo del verbo "pachequear" un sinónimo de cuatrerear, dejó su puesto sin consultarlo y se marchó a su estancia "El Talar de López" sobre el río "las Conchas". Allí presentó nuevamente su renuncia y mientras se estaba librando la batalla final para el régimen, el general Pacheco, en quien Rosas había depositado su confianza a lo largo de muchos años, y su fuerza de caballería de quinientos hombres descansaban en su estancia.
Para colmo de males también perdió el aporte del héroe de Obligado, general Mansilla, quien cayó misteriosamente enfermo el 26 de diciembre luego de advertirle a su cuñado que no lo consideraba con capacidad militar para conducir un ejército de 20.000 hombres.
Capítulo 107 Los siete platos de arroz con leche
Urquiza y los brasileros avanzan inconteniblemente sobre Buenos Aires. Rosas parece resignado. Pocas semanas antes de la batalla final pierde varias horas con su sobrino de catorce años.
Lucio V. Mansilla, hijo del héroe de Obligado y futuro gran escritor, regresa de Europa en diciembre de 1851 y al día siguiente va a caballo hasta Palermo para visitar a su tío. Basándose en dicha anécdota escribirá uno de sus mejores cuentos que aquí sintetizaremos:
"(...)Llegar, verme Manuelita y abrazarme, fue todo uno". Pide ver a su tío. Su prima sale para volver al rato. «Ahora te recibirá».
Luego de una larga espera:
"Así que mi tío entró yo hice lo que habría hecho en mi primera edad: crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre hasta que pasó a mejor vida:
"-La bendición, mi tío.
"Y él me contestó:
"-¡Dios lo haga bueno, sobrino!
"(...)Hubo un momento de pausa, que él interrumpió, diciéndome:
"-Sobrino, estoy muy contento de usted...
"Es de advertir que era buen signo que Rozas tratara de usted; porque cuando de tú trataba quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo.
"-Sí, pues —agregó—, estoy muy contento de usted porque me han dicho —y yo había llegado recién el día antes. ¡Qué buena no sería su policía! —que usted no ha vuelto "agringado".
"Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos que era cosa de taparse las orejas.
"-¿Y cuánto tiempo ha estado usted ausente? —agregó él. Lo sabía perfectamente. Había estado resentido; no, mejor es la palabra «enojado», porque diz que me habían mandado a viajar sin consultarlo. Comedia.
El niño había querido despedirse pero el Restaurador no había encontrado la oportunidad para recibirlo.
"Sí, el hombre se había enojado; porque, algunos días después, con motivo de un empeño o consulta que tuvo que hacerle mi madre, él le arguyó:
"-Y yo, ¿qué tengo que hacer con eso? ¿Para qué me meten a mí en sus cosas? ¿No lo han mandado al muchacho a viajar, sin decirme nada?
"A lo cual mi madre observó:
"-Pero, tatita (era la hermana menor y lo trataba así), si ha venido veinte días seguidos a pedirte la bendición, y no lo has recibido —replicando él:
"-Hubiera venido veintiuno.
"Lo repito: él sabía perfectamente que iban a hacer dos años que yo me había marchado, porque su memoria era excelente. Pero, entre sus muchas manías, tenía la de hacerse el zonzo y la de querer hacer zonzos a los demás. El miedo, la adulación, la ignorancia, el cansancio, la costumbre, todo conspiraba en favor suyo, y él en contra de sí mismo.
"(...)Me miró y me dijo:
"-¿Has visto mi Mensaje?
"-¿Su Mensaje? —dije yo para mis adentros ¿Y qué será esto? No puedo decir que no, ni puedo decir que sí, ni puedo decir qué es. . . —y me quedé suspenso.
"(...)-¡Pero, mi tío, si recién he llegado ayer!
"-¡Ah!, es cierto; pues no has leído una cosa muy interesante; ahora vas a ver —y esto diciendo, se levantó, salió y me dejó solo.
"(...)Volvió el hombre que, en vísperas de perder su poderío, así perdía el tiempo con un muchacho insubstancial, trayendo en la mano un mamotreto enorme.
"Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie, y empezó a leer desde la carátula, que rezaba así:
—"¡Viva la Confederación Argentina!¡Mueran los Salvajes Unitarios!.¡Muera el loco traidor, Salvaje Unitario Urquiza!".
"Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la zeta, la ve y be, todas las letras, con la afectación de un purista.
"(...)-Y aquí, ¿por qué habré puesto punto y coma, o dos puntos, o punto final?
Por ese tenor iban las preguntas, cuando, interrumpiendo la lectura, preguntóme:
"-¿Tiene hambre?
"(...)-Sí —contesté resueltamente.
"-Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche
"El arroz con leche era famoso en Palermo, y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa.
"(...)La lectura siguió.
"Un momento después Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lo puso por delante y se fue.
"Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con preguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otros, hasta que yo dije:
"-Ya, para mí, es suficiente.
"Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como caja de guerra templada; pero hubo más, siguieron los platos y yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad...
"La lectura continuaba.
"Si se busca el Mensaje ése, por algún lector incrédulo o curioso, se hallará en él el período que comienza de esta manera: «El Brasil, en tan punzante situación». Aquí fui interrogado, preguntándoseme:
"-¿Y por qué habré puesto punzante?
"(...) Me expliqué. No aceptaron mi explicación. Y con una retórica gauchesca mi tío me rectificó, demostrándome cómo el Brasil lo había estado picaneando, hasta que él había perdido la paciencia, rehusándose a firmar un tratado que había hecho el general Guido. . . Ya yo tenía la cabeza como un bombo; y lo otro tan duro, que no sé cómo aguantaba.
Por fin Rosas lo despide.
"-Bueno, sobrino, vaya nomás y acabe de leer eso en su casa —agregando en voz más alta: Manuelita, Lucio se va".
"Manuelita se presentó, me miró con una cara que decía afectuosamente "Dios nos dé paciencia" y me acompañó hasta el corredor, que quedaba del lado del palenque, donde estaba mi caballo.
"Eran las tres de la mañana.
"En mi casa estaban inquietos, me habían mandado buscar con un ordenanza.
"Llegué sin saber cómo no reventé en el camino.
"Mis padres no se habían recogido.
"Mi madre me reprochó mi tardanza con ternura. Me excusé diciendo que había estado ocupado con mi tío.
"Mi padre, que, mientras yo hablaba con mi madre, se paseaba meditabundo viendo el mamotreto que tenía debajo del brazo, me dijo:
"-¿Qué libro es ése?
"-Es el Mensaje que me ha estado leyendo mi tío...
"-¿Leyéndotelo?. . . —Y esto diciendo, se encaró con mi madre y prorrumpió con visible desesperación-: "¡No te digo que está loco tu hermano!"
"Mi madre se echó a llorar".
Es claro que don Juan Manuel sabe que su suerte está echada, por eso no le preocupa malgastar su tiempo Será imposible vencer a la unión de sus dos mejores ejércitos sumados al brasilero, al paraguayo y al uruguayo. Además puede descontarse que su ánimo ya no es el de antes, harto ya de guerrear, como le sucediera a Napoleón durante la campaña de Italia: "Termino esta carta" - para su amada Josefina -"enviándote un millón de besos. Nunca me he aburrido tanto como en esta maldita guerra".
El relato de Lucio V. puede completarse con una anécdota que el autor de "causeries" incluye en sus apasionantes "Memorias". Ya con Rosas en el exilio, el general Mansilla y su hijo, de paso hacia Francia, visitan a su pariente en Southampton.
Un día, mientras el general y Manuelita están de sobremesa, el joven Lucio V. va a sentarse junto a Rosas. Ambos callan, observándose muy al disimulo.
"-¿En qué piensa, sobrino?
"-En nada, señor.
"-No, no es cierto; estaba pensando en algo.
"-No, señor. ¡Si no pensaba en nada!
"-Bueno, si no pensaba en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.
"-¡Si no pensaba en nada, mi tío!
"-Si adivino, ¿me va a decir la verdad?
"Me fascinaba esa mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté:
"-Sí.
"-Bueno —repuso él—, ¿a que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche que le hice comer en Palermo, pocos días antes de que el «loco» (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires?
"Y no me dio tiempo para contestarle, porque prosiguió:
"-¿A que cuando llegó a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a Agustinita: ¿no te digo que tu hermano está loco?
"No pude negar, queriendo; estaba bajo la influencia del magnetismo de la verdad y contesté, sonriéndome:
"-Es cierto.
"Mi tío se echó a reír burlescamente.

Capítulo 108 Más animal que intelectual

Los dos ejércitos se encontraron el martes 3 de febrero de 1852 en Morón, a unos treinta kilómetros al oeste de Buenos Aires.
El de Urquiza contaba con veinticuatro mil hombres experimentados, de los cuales tres mil quinientos eran brasileños seleccionados, mil quinientos uruguayos y el resto argentinos, reforzados con cincuenta piezas de artillería.
Las fuerzas de Rosas estaban constituidas por veintitrés mil hombres, la mayoría bisoños, con cincuenta y seis piezas de artillería, la mayoría de calibre insuficiente y poca pólvora y pocas balas pues el grueso del parque había sido destinado a sus ejércitos principales al mando del entrerriano y de Oribe.
La batalla comenzó a las 7 de la mañana, con fuego de artillería de ambos lados. Urquiza, mejor militar que Rosas, atacó primero el flanco izquierdo enemigo con su caballería y dispersó a la federal. Luego desplegó su infantería y artillería contra el flanco derecho de las tropas porteñas obligándolas a replegarse y a atrincherarse en la casa de Caseros, de donde tomó su nombre la batalla. Allí la resistencia fue corajuda pero desorganizada y de corta duración..
Finalmente las tropas rosistas huyeron en desorden, derrotadas por su falta de disciplina, por su inferior armamento y por la inexperta conducción de Rosas. Solamente la artillería de Chilavert y el regimiento de Díaz presentaron una tenaz y heroica oposición, pero también ellos fueron superados. Hacia mediodía, la victoria de los aliados era total y había insumido menos tiempo y menos empeño de lo imaginable, tanto que las bajas en conjunto no sumaban más de doscientas.
El escritor francés Anatole France parecía referirse a Caseros cuando escribió: "El arte de la guerra consiste en ordenar las tropas de manera que no puedan huir". Nada de eso pudo hacerse. Miles de soldados y no pocos de sus oficiales, con artillería, fusiles y municiones, abastecimientos, animales y equipos, cayeron en manos de los victoriosos aliados, quienes a las 3 de la tarde estaban ya en Santos Lugares que hasta pocas horas antes había sido el cuartel general militar de un poderoso régimen.

Capítulo 109 Nunca hubo hombre tan traicionado

Los que habían luchado contra el "tirano sangriento" no tardaron en mostrar su hilacha violenta: en los días siguientes a Caseros más de doscientas personas fueron fusiladas por orden de Urquiza, incluyendo muchos civiles.
También fueron ajusticiados varios oficiales federales, algunos por su pasado terrorista, otros con justificaciones menos obvias. El coronel Martín Santa Coloma, un rosista de la línea dura, fue degollado y su cuerpo, según cundió el rumor, despedazado por su secretario Seguí quien tenía una cuenta a cobrar por un asunto de faldas.
También Martiniano Chilavert, héroe de las luchas por la independencia, fue asesinado. Enterarse de que su patria sería invadida por tropas brasileñas en alianza con compatriotas al mando de Urquiza, hizo arder su sangre. Abandonó su exilio montevideano y cruzó el río para ponerse a las órdenes del Restaurador, quien, sabiendo de sus quilates de militar valiente y avezado, puso la artillería a su mando.
En batalla disparó hasta el último proyectil, haciendo blanco sobre el ejército imperial que ocupaba el centro del dispositivo enemigo. Cuando ya no le quedaron balas hizo cargar con piedras sus cañones.
Luego, derrotado el ejército de la Confederación, recostado displicentemente sobre uno de los hirvientes cañones, pitando un cigarrillo, esperó a que vinieran a hacerlo prisionero.
No se estaba rindiendo. Sólo aceptaba el resultado de la contienda.
—Si me toca, señor oficial, le levanto la tapa de los sesos-advirtió a un osado, mientras le apuntaba con su pistola—. Lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas.
Enterado, Urquiza ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.
Puede reconstruirse lo que entonces sucedió. El vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirrosista. Don Martiniano le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar su patria.
Urquiza habrá considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que lo miraba con desprecio de que todo recurso era válido para ahorrarle a su patria la continuidad de una sangrienta tiranía. Pero algo más habrá dicho don Martiniano. Quizás referido a la fortuna de don Justo, de la que tanto se murmuraba. El entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen de inmediato.
— Por la espalda-aullará. El castigo de los traidores. El sargento Modesto Rolón tuvo a su cargo conducir al reo hasta donde habría de fusilársele. Relataría que Chilavert, sereno, le pidió: "Está bien; permítame reconciliarme con Dios".
Luego de rezar unos minutos le anunció: "Estoy listo, señor oficial".Apenas tuvo tiempo de encargar a su fiel asistente Aguilar que le entregara a su hijo Rafael su reloj de bolsillo. A los soldados que formaban el pelotón les advierte que en su tirador encontrarían tabaco y algún dinero.
El coronel se dispone a morir. Pero cuando un oficial, cumpliendo con las instrucciones de Urquiza, intenta ponerlo de espaldas, recibe un puñetazo que lo arroja al piso.
Ofendido, altivo, golpeándose el pecho y echando atrás la cabeza, Chilavert grita a sus verdugos: "¡Tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!". El oficial, con su nariz sangrante, secundado por varios subordinados, se abalanza sobre él para reducirlo. En el tumulto suena un tiro que roza el rostro de Chilavert, y casi le hace perder el conocimiento. Sin embargo, entre insultos, sigue gritando: "¡Al pecho, tirad al pecho!", igual a aquel "¡Soldados, apuntad del corazón!" del mariscal Ney ante el pelotón de su fusilamiento.
Finalmente fue ultimado a bayoneta, sable y culatazos. De frente.
También todos los sobrevivientes del regimiento de Aquino fueron ahorcados sin juicio previo en los árboles de la quinta de Palermo, a la vista de don Justo José mientras la gente aplaudía a medida que se cumplía con las bárbaras sentencias.
Urquiza, a quien el corresponsal de "The Times" en Buenos Aires describió como "más animal que intelectual", era en cierta forma tan gaucho como Rosas y se reconocía federal, lo cual provocó no poca confusión entre los enemigos del Restaurador al instalar su corte en Palermo, ordenar el uso del uniforme federal con los emblemas punzó y gritar "¡mueran los salvajes unitarios!" causando el disgusto de Sarmiento que no tardó en identificarlo como otro Rosas.
Quienes hasta entonces habían sido conspicuos rosistas como Tomás Anchorena, Vicente López y Planes y otros se incorporaron al circulo de amistades de Urquiza.
También recuerda Benito Hortelano un episodio cuando se ha producido ya el alzamiento de Urquiza. Relata un acto patriótico organizado en repudio del Imperio y sus aliados: "Don Lorenzo y Enrique Torres, el doctor Gondra y otros muchos patriotas federales pronunciaron discursos entusiásticos, pidiendo sangre, exterminio y pulverización de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, del Imperio del Brasil y de todos los salvajes, inmundos, asquerosos unitarios. A la salida del teatro Manuelita Rosas, hija del Jefe Supremo, que presidía todas las ovaciones a nombre de su padre, fue conducida en su coche, quitados los caballos, tirando de él los patriotas federales. Entre los que vi tirar del coche, recuerdo a Santiago Calzadilla, al hijo, al doctor Emilio Agrelo (que más tarde sería el fiscal del juicio público contra el dictador), a don Rufino de Elizalde (figura de conspicua actuación posterior), a don Rosendo Labardén; yo también empujé de la rueda derecha al partir el carruaje. No recuerdo los nombres de otros muchos federales que tiraron, porque no los conocía entonces y hoy son muy unitarios".
Gore, el diplomático británico a quien le tocara presenciar el desmoronamiento del edificio rosista, referirá a lord Palmerston, primer ministro británico, ya producido Caseros: "Los jefes en quienes Rosas confió se encuentran ahora al servicio de Urquiza. Son las mismas personas a quienes a menudo escuché jurar devoción a la causa y persona del General Rosas. Nunca hubo hombre tan traicionado" (9 de febrero de 1852).

Capítulo 110 Nación, territorio, estancia, pueblo

Al terminar su gobierno don Juan Manuel dejaba:
1) Un país con sentido de nación y de soberanía que hasta ha recibido su bautismo: República Argentina.
2) Un territorio sin exacciones y que de allí en adelante sólo sufrirá pérdidas menores, como la cesión de las "Misiones Orientales" por parte de Urquiza
3) Un proyecto económico que nos proyectará en el capitalismo y nos dará un lugar y una función en la organización del mercado mundial: la estancia y su producción agropecuaria
4) Una clase baja, la plebe, que ya ha experimentado su protagonismo social y que nunca se resignará a perderlo, dando origen en el futuro a movimientos políticos y sindicales de envergadura

Capítulo 111 Una revolución que no les pertenece

El marqués de Caxias, jefe de las tropas brasileñas en Caseros, informa al ministro de guerra Souza e Mello:
"La 1° División, formando parte del Ejército aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las arma brasileñas perdido el 27 de febrero de 1827". Es decir en la batalla de Ituzaingó, victoriosa para las tropas argentinas.
No es de extrañar entonces que, a pesar de que la derrota de Rosas fue el 3 de febrero, el ingreso triunfal de las tropas de la alianza argentino-brasileña se haya producido recién el 20. Sin duda se trató de una imposición de los brasileños que Urquiza acató.
El jefe argentino pareció arrepentirse e inconsultamente decide que el desfile será el 19 pero su par brasileño se mantiene firme: "A victoria desta campaha e urna vitoria de Brasil, e a Divisáo Imperial entrará em Buenos Aires com todas as honras que lhe sao devidas quer V. Excia ache conveniente ou nao".
Urquiza se niega a devolver las banderas de Ituzaingó que estaban en la Catedral e intenta una última estratagema para evitar el desdoro ante sus compatriotas de desfilar al frente de tropas extranjeros. Informa erróneamente la hora del desfile.
Inicia la marcha con un malhumor que sostendrá durante toda la ceremonia, montado en un caballo con la marca de Rosas, al que Sarmiento califica de "magnífico". Para consternación de los unitarios luce un ancho cintillo punzó en la solapa, reivindicándose como federal. Ni siquiera irá al estrado de la Catedral donde era esperado por autoridades, diplomáticos y notables, quizás para que la ceremonia terminase lo antes pñosible, antes de que las tropas imperiales iniciaran su desfile triunfal.
Algunos días antes se había producido un hecho significativo: Honorio, el representante del Emperador del Brasil, concurre a Palermo el día 9 para entrevistarse con el vencedor de Caseros. Pero siente tanta repugnancia por los cadáveres que cuelgan por doquier, pudriéndose entre el follaje de los árboles, que decide regresar al día siguiente. Entonces se produce un áspero diálogo cuando el brasileño le recuerda las concesiones territoriales que Argentina debía hacer por el apoyo recibido.
Urquiza, rabioso, responde que es Brasil el que le debe a él, pues "Rosas hubiera terminado con el Emperador y hasta con la unidad brasileña si no fuera por mí". También: "Si yo hubiera quedado junto a Rosas, no habría a estas horas Emperador".
Honorio se retira ofendido. Pero días más tarde recibirá la visita de Diógenes Urquiza, hijo de don Justo José, quien en nombre de su padre le pide 100.000 patacones y además "el compromiso de contar con esa subvención en adelante", según informa Honorio a su gobierno. Y agregará: "Atendiendo a la conveniencia de darle en las circunstancias actuales una prueba de generosidad y de deseo de cultivar la alianza, entendí que no podía rehusarle el favor pedido"
Berutti escribiría: "El señor Urquiza entró como libertador y se ha hecho conquistador". ¿Tendría razón Rosas cuando insistía ante los "constitucionalistas" que él era la única garantía contra el caos y la anarquía?.
Vicente López, de reconocido prestigio y que había sido funcionario de Rosas, es nombrado gobernador provisorio de Buenos Aires. Diez días después de Caseros, cuando todavía no habían desfilado triunfalmente los brasileros, da a conocer su gabinete d con Valentín Alsina en Gobierno y Guerra, José Benjamín Gorostiaga en Hacienda y Luis José de la Peña en Relaciones Exteriores.
El primer acto de Alsina fue abolir el uso obligatorio de la divisa federal, declarando "libre el uso o no uso del cintillo punzó" . Fue en protesta contra tal medida que Urquiza desfiló el 20 con el cintillo punzó en la galera de pelo. Y el 21 hizo pública una proclama hostil hacia los unitarios, "los díscolos que se pusieron en choque con el poder de la opinión pública y sucumbieron sin honor en la demanda. Hoy asoman la cabeza y después de tantos desengaños, de tanta sangre, se empeñan en hacerse acreedores al renombre odioso de salvajes unitarios, y con inaudita impasividad reclaman la herencia de una revolución que no les pertenece, de una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron a su ambición".
Restablecía el uso del cintillo punzó "que no debía su origen al dictador Rosas sino a la espontánea adopción de los pueblos de la República".
"El efecto que produjo en la opinión - escribe Sarmiento-aquel desahogo innoble, fue como si en una tertulia de damas se introdujese un ebrio, profiriendo blasfémias y asquerosidades. El anciano López gemía, Alsina se encerró en su casa".

Capítulo 112 Un refugiado distinguido

Perdida la batalla, Rosas, herido por un casco de metralla en una mano. prueba de que no le ha rehuido a la lucha como pretende la propaganda unitaria incansable en difamarlo, emprende el camino hacia Buenos Aires, sólo. Desmonta para escribir su renuncia al gobierno a lápiz, cumpliendo con la formalidad en lo que es la actual plaza Garay.
Podría haber redactado lo mismo que Carlos V de España al abdicar de su trono: "He tenido que soportar los azares de muchas guerras y puedo atestiguar que todas contra mi voluntad; nunca las he emprendido más que a la fuerza y con dolor; incluso hoy que al partir no os pueda dejar tranquilos y en paz".
Luego se dirige a la legación británica donde es rápidamente embarcado con sus hijos Juan y Manuelita en el "Centaur", a las once de la noche del mismo día 3 de febrero, permaneciendo hasta el 9 en el puerto, por lo que pudo contemplar las demostraciones de alegría que provocaba su caída en la clase "decente" de Buenos Aires. Los sectores populares, según un testigo presencial, don Benito Hortelano, "no dio este pueblo la más mínima muestra de regocijo".
Una vez zarpados los pasajeros fueron trasbordados, el 10, al vapor de guerra "Conflict" para estar mejor protegidos durante la travesía.
El viaje fue lento pues se reventó una de las calderas, ocasionando la muerte a cuatro individuos de la tripulación. El 23 de abril arribaron a Devonport, donde Rosas fue recibido oficialmente con una salva de honor por el comodoro superintendente, sir Michael Seymour.
Don Juan Manuel no llevó consigo dinero ni oro, sino que sólo había preparado cajones de documentación, en la seguridad de que la principal tarea en su futuro sería la de defenderse de graves acusaciones.
Con motivo de este recibimiento oficial, como nunca se había honrado antes a soberanos destronados u otros personajes de nota que se refugiaron en tierra inglesa, se suscitó un largo y acalorado debate en la Cámara de los Lores en su sesión del 29 de abril. Es que algunos parlamentarios no olvidaban ni perdonaban las ofensas ni la derrota sufrida a manos de ese veterano gaucho de lejanas pampas.
En dicha sesión el conde Granville interpeló al gobierno sobre el tema. El conde de Malmesbury contestó no haberse dado orden alguna por parte del ministerio de Relaciones Exteriores ni haberse enviado persona alguna con el objeto de tributar honores oficiales al general Rosas Que lo único que se había recibido de él era una carta escrita con sencillez en la que pedía permiso para residir en los dominios de S. M. B. tan tranquilamente como fuese posible, asignándosele una persona que viviera con él hasta dominar satisfactoriamente el idioma inglés.
Que, en consecuencia, no encontraba otra explicación a la recepción dada por las autoridades de Plymouth que, por un sentimiento natural, haber querido acoger, con hospitalidad y respeto, a un refugiado distinguido de un país extranjero; que, por otra parte, Rosas no era un refugiado común sino uno que había manifestado gran distinción y generosidad para con los comerciantes ingleses que traficaban con su país; y uno, en fin, con quien el anterior gobierno había concluido negociaciones de carácter importante y aún firmado un tratado en 1849.
¿Por qué Gran Bretaña acoge a Rosas? Porque lo respetan, ha sido un adversario valiente y honesto. Hace honor al "fair play" británico.
También porque el inteligente Foreign Office conoce de primera mano, la ha sufrido en carne propia, la inmensa popularidad de ese huésped en los sectores populares , en las mayorías de su país. La experiencia le ha enseñado a esa gran potencia que a tales personajes es mejor tenerlos bajo control, no solo por su potencial peligrosidad para sus intereses sino también por si alguna eventualidad los hiciera útiles para su estrategia.
Por ejemplo, en caso de que la anarquía sangrienta volviese a reinar en nuestro territorio, como lo había pronosticado el Restaurador. Los sucesos pos Caseros parecían darle la razón.
Urquiza quería que reunidos los gobernadores, hombres de Rosas casi todos, acordasen las bases de la futura organización nacional. Los convocó en San Nicolás de los Arroyos, y allí, el 31 de mayo, se firmó el Acuerdo, que significó la realización del federalismo, el reconocimiento de lo existente, de lo creado por Rosas, sobre todo su Pacto del Litoral, al que el Acuerdo llamaba "ley fundamental de la República, su centro vital y motor". Urquiza quedó nombrado Director Provisorio de la república y juró ante los gobernadores.
En Buenos Aires el Acuerdo provocó indignación y la Legislatura lo rechazó. El gobernador López renunció el 23 de junio y al otro día Urquiza disolvió la Legislatura y cerró los diarios. Luego nombró un Consejo de Estado, formado en buena parte por rosistas como Arana, Lahitte, Baldomero García, Nicolás Anchorena y el general Guido.
Sus enemigos fundaron la logia "Juan-Juan" con el fin de asesinarlo, pero la tentativa fracasó. El 11 de septiembre, aprovechando su viaje a Santa Fe para inaugurar la Convención Contituyente, le hicieron una revolución y lo derrocaron.
Buenos Aires ya no necesitaba al gaucho federal que les había servido para derribar a otro gaucho federal. De allí en más sería su enemigo y librarían batallas en su contra, y celebrarían cuando fue asesinado.

Capítulo 113 La purga histórica

El odio de los vencedores hacia los derrotados no sólo se cobró muchas vidas sino que hasta hoy se verifica lo que podríamos llamar una "purga histórica".
En la capital argentina ninguna de sus calles lleva el nombre de Juan Manuel de Rosas ni tampoco de caudillos federales como Francisco Ramírez, Juan Felipe Ibarra, Juan Bautista Birtos, Angel Vicente Peñaloza, Felipe Varela, varios de ellos con destacada actuación en las guerras de la Independencia.
El caso más absurdo es el de Estanislao López, cuyo nombre está ausente en el catastro callejero de la ciudad, pero una calle lleva el de su hermano Juan Pablo, "Mascarilla", de mucha menor importancia y valía, pero a quien se premia por su deserción del campo federal y su paso al unitario.
La revancha tuvo también manifestaciones edilicias: el 3 de febrero de 1899, aniversario de Caseros, ¡46 años después!, se llevó a cabo el derribo de la casa de Rosas en Palermo, instalándose en ese lugar la estatua de su archienemigo Sarmiento, cuyo nombre, para ahondar la provocación, también lleva la avenida que pasaba por la puerta de la residencia, entonces llamada "de las Palmeras".De esa manera no sólo se agravia al Restaurador sino al "cuyano alborotador", según la definición de J. I. Gracía Hamilton, quien ha hecho méritos en su vida mucho más significativos que su oposición a Rosas y a sus gauchos.
¿Acaso su monumento no obliga a Urquiza a mirar altaneramente en esa dirección cuando el entrerriano, luego de Caseros jamás expresó agravios en contra del Restaurador? Incluso fue el único que se compadeció de su miserable exilio y levantó la confiscación de sus bienes que volvió a ser efectivo luego de su caída. Ahora se le ha contrapuesto la mirada de Rosas desde su reciente monumento.
Son numerosas las calles que llevan nombres de batallas en que unitarios derrotaron a federales, como "Angaco", "Yeruá", "Caaguazú" y otras. En cambio no merecen ese homenaje las de resultado inverso como "Quebracho Herrado" o "Puente de Márquez".
Personalmente me inclino por el criterio sostenido en otros países: ninguna calle debe festejar victoria obtenida contra hermanos pues, como escribía el general francés Bonchamp: "La guerra civil no da gloria". No debería darla.

Capítulo 114

Generosamente, de preferencia
La cláusula 24 del testamento de Rosas tiene por objeto fundamentar un reclamo judicial contra las sucesiones de don Juan José y don Nicolás Anchorena, cuyas estancias administró durante más de 12 años, desde 1818 hasta 1830.
Estima su sueldo, nunca percibido, en 200 pesos fuertes mensuales, lo que en 12 años importa 28.800 pesos y, con el interés simple del 6 % anual, asciende en 23 años a 68.544 pesos . Al monto de los sueldos incobrados deben sumarse 10.000 pesos de gastos invertidos "en conducciones de ganados y en comisiones y empresas patrióticas" por cuenta de los señores Anchorena, quienes resultan, así, deudores suyos por la suma total de 78.544 pesos fuertes.
En carta a su yerno, Manuel Terrero, don Juan Manuel pondrá sus razones en claro, movido por el rencor hacia tan ingratos parientes quienes tras haberse beneficiado grandemente con sus favores, luego de Caseros parecieron olvidarse de él y en cambio entablaron una productiva relación con el nuevo poder, Urquiza. Dando la razón al escritor finlandés Mika Waltari, quien muchos años después escribiría: "Los ricos siempre sacan ventajas de las guerras, y las sacarán aunque las pierdan".
Rosas considérase obligado a puntualizar los favores y privilegios de toda clase que les concedió desde el poder.
"1) Que por ellos, entré, y seguí en la vida pública.
"2) Que durante mi administración, y bajo la sombra de ella y de mi protección, aumentaron su fortuna inmensamente.
"3) Que no pocas veces combatí por seguir sus consejos y por salvar y asegurar sus haciendas, librándolos por los riesgos, por los indios, por la anarquía, y por las demandas de reses, caballos, por la ocupación de sus peones en los servicios de los ejércitos, ya como soldados, ya como conductores de reses, cuidado de invernadas y de cualquiera de otros servicios del Estado. Distinción y privilegio que era en esos tiempos de muchísimo valor para ellos, en sus estancias y en todos sus negocios, en el campo y en la ciudad, porque daba a conocer la estimación sin par y los respetos que yo les dedicaba, sin acordarlos a otras personas, por más servicios que verdaderamente tuvieran.
"4) Que no pocas cosas, en tierras, ganados, y otras que por muy baratas pude haber comprado para la sociedad, o para mí, pasé a ellos, siempre generosamente, de preferencia.
"5) Que si es verdad, no me entregaron el dinero, fue porque no quise o no pude entonces recibirlo, ellos lo han girado los muchos años de mi tiempo en el destierro, en el descuento de letras, al uno y medio y al uno, y que así el seis que me pagaran les dejaría, cuando menos, otro 6 de ganancia. ¿A cuánto subiría ésta, capitalizando cada seis meses, o cada año, el interés? Sí, y esa consideración sube en valor cuando se agrega que el señor Don Nicolás, habiéndose pasado a mis enemigos, después de mi caída el 2 de febrero del 52, seguía así aumentando su dinero" (L. Franco).
No serán los Anchorena los únicos desleales. También lo serán Rufino de Elizalde, frecuentador de las tertulias palermitanas y coautor de una ferviente adhesión de abogados al Restaurador en 1851. En el juicio que se le seguirá a Rosas luego de Caseros afirmará que el Restaurador asesinó personalmente a Maza, que es culpable directo de los asesinatos de 1840 y 1842 y que "se entendió privadamente con los asesinos".Algo similar podrá decirse de Juan Bautista Peña , de Lorenzo Torres y de Dalmacio Velez Sarsfield.

Capítulo 115 Palermo según Sarmiento

El contrate entre el europeísmo de Sarmiento y el nacionalismo de Rosas es ostensible en el desprecio con que el sanjuanino describe la vivienda del derrocado Restaurador:
"(... ) Palermo es un gran monumento de nuestra barbarie y de la tiranía del tirano, tirano consigo mismo, tirano con la naturaleza, tirano con sus semejantes. ¡Y ojalá que el tirano hubiera sido el hijo de una sociedad culta como Luis XIV, habría realizado grandes cosas! Rosas realizó cosas pequeñas, derrochando tiempo, energía, trabajo y rentas, en adquirir las nociones más sencillas de la vida, de que carecía.
"(...) Sólo medraban sauces llorones, e hizo alamedas del árbol consagrado a los cementerios (Sarmiento denigra a un bello árbol autóctono. Durante su presidencia no sólo se importarán maestras sino también especies vegetales europeas que perturbarán el equilibrio ecológico, como sigue siendo el caso del eucaliptus) . Quiso cubrir de cascajo fino las avenidas y gustáronle las muestras de conchilla que le trajeron del río. La presión de los carros molió la conchilla, y sus moléculas, como todos saben, son de cal viva, de manera que inventó polvo de cal para cubrir los vestidos, el pelo y la barba de los que visitaban a Palermo, y una lluvia diaria de cal sobre los naranjos a tanta costa conservados, por lo que fue necesario tener mil quinientos hombres limpiando diariamente, una a una, las hojas de cada árbol (una evidente falacia).
"(...)La casa es del mismo género. Cuando se habla de la habitación del soberbio representante de la independencia americana, del jefe del Estado durante veinte años, se supone que algo de monumental o de confortable ha debido crearse para su morada. En punto de arquitectura el aprendiz omnipotente era aún más negado que en jardinería y ornamentación.
"La casa de Palermo tiene sobre la azotea muchas columnitas, simulando chimeneas (burlona descripción del interesante estilo colonial argentino). En lugar de tener exposición al frente por medio de un prado inglés con sotillos de árboles está entre dos callejuelas, como la esquina del pulpero de Buenos Aires; la cocina, que es un ramadón, está a la parte de la entrada principal, para que las reminiscencias de la estancia estuviesen más frescas. No sabiendo qué hacerse, sobre habitaciones estrechas, en torno de un patio añadió en las esquinas unos galpones de obra como el edificio, hechos sobre arcos que reposan en columnas sin base, ni friso, si no es aquel bigotito de ladrillo salido que ponen los albañiles en los arcos de los zaguanes (ídem al anterior).
"Así, pues, toda la novedad, toda la ciencia política de Rosas estaba en Palermo visible en muchas chimeneítas ficticias, muchos arquitos, muchos naranjitos, muchos sauces llorones.
"(...)Manuelita no tenía una pieza donde durmiese una criada cerca de ella, los escribientes y los médicos pasaban los días y las noches sentados en aquellos zaguanes o galpones, y la desnudez de las murallas, la falta de colgaduras, cuadros, jarrones, bronces y cosa que lo valga, acusaban a cada hora la rusticidad de aquel huésped, por cuyas manos han pasado, suyo, ajeno o del Estado, cien millones de pesos en veinte años (¿reprochaba Sarmiento al Restaurador no haber sido corrupto? ¿practicar la austeridad y la sencillez?).
"Cuando Rosas haya llegado a Inglaterra y visto a cada arrendador de campaña, farmer, rodeado de jardines y bosquecillos, habitando cottages elegantes amueblados con lujo, aseo y confort, sentirá toda la vergüenza de no haberle dado para más su caletre que para construir Palermo (es decir: para preferir la arquitectura y la decoración criollas).
"¡Oh! ¡Cómo va a sufrir Rosas en Europa de sentirse tan bruto y tan orgulloso!" (D. F. Sarmiento, "Campaña en el Ejército Grande").

Capítulo 116 Tu maldita ingratitud

"Southampton, junio 5 de 1855.
"Mi querida Eugenia:
"No es por falta de los mejores deseos que he retardado hasta hoy la contestación a tus muy apreciables datadas a 4 de diciembre de 1852, marzo 13 del 53, mayo 7 del 54 y febrero 15 del presente". Rosas ha dejado pasar casi tres años antes de contestarle.
«Si hay en la vida algunos deberes sociales que, cuando más se retardan en su cumplimiento es cuando más verdaderamente se anhelan, hay también circunstancias en que algunos hombres son obligados, por su situación, a demorar el recibo a unas personas cuando por virtud de su vida retirada tiene que hacer lo mismo con otras.
«He mandado a Don Juan Nepomuceno Terrero el testimonio, por el que se encontrará en la escribanía de su referencia la disposición de don Juan Gregorio Castro, dejándote a vos y a Vicente por sus herederos, y facultándome para testar. Es todo lo que tengo, con lo que hay bastante, para que no te quiten la casa ni los terrenos.
«No puedo, en mis circunstancias, hacer más en tu favor, pues lo muy poco que tengo sólo me alcanza para vivir muy pocos años en una moderada decencia...
«Si cuando quise traerte conmigo, según te lo propuse con tanto interés en dos muy expresivas tiernas cartas, hubieras venido, no habrías sido desgraciada.
"Así, cuando hoy lo sois, debes culpar solamente a tu maldita ingratitud. Si, como debo esperarlo de la justicia del gobierno, me son devueltos mis bienes, entonces podría disponer tu venida, con tus hijos, y la de Juanita Sosa, si no se ha casado, ni piensa en eso... »
A continuación un reclamo que evidencia la humildad de la vida de don Juan Manuel y también su invariable apego a lo criollo que lo ha llevado a negarse a la prestigiosa silla de montar inglesa:
"Nada me has dicho, hasta hoy, de mi apero, con todo lo que le corresponde, que sacaste de mi casa poco después del 3 de febrero de 1852. Ese apero me hace en ésta mucha falta. Entrégalo al señor Don Juan N. Terrero para que me lo mande.
"El recado y la cincha que me ha remitido, y que tanto agradezco, no son aparentes, porque el recado es muy corto y me lastima. El mío referido y que vos tienes, es una cuarta más largo que los comunes, de una cabezada a la otra. Es ése un recado muy bueno, difícil de encontrarse, ni de que se haga otro igual...
"Te bendigo, como a tus queridos hijos. Bendigo también, a Antuca y te deseo todo bien, como tu afectísimo paisano, Juan Manuel de Rosas".
Saluda a "tus" hijos, no a "mis" o a "nuestros", y se despide distantemente como "paisano".
Sin embargo, embarcado en el "Centaur" durante los traumáticos días que siguieron a Caseros, se ocupará de rendir cuentas de la administración de los bienes de Eugenia y de los de su hermano. Resulta, según ellas, que al morir el padre de ambos, les deja, por toda herencia, una casa, pequeña y ruinosa, situada en el barrio sur de Buenos Aires, próxima a la iglesia de la Concepción, casi en el campo.
Nombrado Rosas por el padre de los menores su tutor hace reparar el edificio y ensancha su terreno, anexándole uno contiguo, comprado con su propio peculio, para obsequiarlo a Eugenia. A fin de librar a ésta del condominio adquiere más tarde la parte de Vicente, con dinero que dona a Eugenia.
El 8 de febrero de 1852, día anterior al de su partida, deja en manos de su apoderado, don Juan Nepumoceno Terrero, las escrituras de la casa y terrenos de los Castro, y deposita en poder del mismo $ 41.970 con 5 1/2 reales pertenecientes a Eugenia, y $ 20.985 con 20 1/2 reales a su hermano que les corresponden «por herencia y réditos, mientras yo la manejé".

Capítulo 117 La fiera que más daño ha hecho

Ramón Guerrero y Vargas, un audaz joven chileno, decide visitar a Rosas, de quien tan mal ha oído hablar:
"A la villa de Portwood, situada a 3 millas del puerto de Southampton, me dirigí acompañado del cura católico. Después de cruzar un enlodado potrero, llegué a una pequeña casa, o más bien dicho un rancho.
"(...)Atravesamos varias piezas, y si en ellas algo llamaba la atención era la sencillez y limpieza. Llegamos al dormitorio, donde se veían armarios llenos de libros, papeles repartidos por toda la mesa, varios paquetes y maletas que contenían documentos, según supe después; una ancha cama, tres sillas, una jaula con un loro, una chimenea con un reloj encima y varios otros objetos insignificantes.
Cuando don Juan Manuel abandona su patria, la misma noche d Caseras, no lleva consigo dinero sino cajones de documentación con la que, confía, podrá defenderse del juicio de la historia liberal que , descuenta, se ensañará con quien puso en peligro su proyecto político y económico.
"Yo estaba viendo el título de algunas obras cuando sentí pasos; al instante entró un hombre, a cuya presencia temblé: era alto, robusto, ágil, muy encorvado a pesar de tener sólo 62 años, de frente espaciosa, completamente calvo, nariz algo pronunciada, labios algo echados hacia adelante, sin patillas ni bigote, y parecía que no se había afeitado en 5 o 6 días. Estaba con un poncho de lana argentino, con cinturón de gaucho de las pampas, espuelas de plata con grandes rodelas, y con zapatos muy ordinarios.
"(...)Este hombre extraordinario vive completamente aislado, jamás permite que se le vea, ni aun su hija doña Manuela Rosas, que sólo puede visitarlo una vez al año, y desconoce el idioma inglés, que no lo ha aprendido en 13 años de residencia en Inglaterra.
"Si un americano logra turbar su retiro, le comunica (como lo hizo conmigo) sus íntimos sentimientos, se engolfa en sus desgracias, echa en cara a las repúblicas sudamericanas sus ingratitudes, y recordando su dominación sobre el Plata se le comprime el corazón, las lágrimas se ven rodar por sus mejillas, y continúa hablando con voz alterada, como yo mismo lo presencié.
"Creo que las primeras palabras que me dijo fueron éstas: "Diga usted a sus paisanos los sudamericanos que ha visto a Rosas".
"(...)Al hablar de sus ocupaciones diarias se lamentó de su pobreza y añadió que trabajaba con tesón, levantándose a las siete de la mañana para montar a caballo y recorrer su pequeña hijuela, regresaba a las doce a comer, y a la una volvía a su trabajo hasta las cinco de la tarde, que fue la hora de mi visita. Después de cenar, se hace dar friegas en las piernas, y luego se pone a escribir con lápiz, que tiene una gran cantidad muy bien arreglados y cortados por su criada, a fin de no perder tiempo. Su letra es muy clara y, puede decirse, elegante. A los 62 años de edad no tiene necesidad de anteojos, y su vista es superior.
"(...) Me dijo Rosas que el único amigo que había tenido ha sido lord Palmerston (N. del A.: quien fuese Primer Ministro británico cuando en 1848 se firmó la paz entre ambos países), por cuyo órgano el gobierno inglés le ofreció una pensión, lo que rechazó por considerarse apto para trabajar, y por indigno mendigar el pan en un país extraño. Agregó: "Este acto siempre se lo agradeceré, y más teniendo presente el abandono en que me han dejado las repúblicas americanas, estas ingratas por cuya unión trabajé tanto, unión que habría impedido los actos cometidos por España, que no es sola en sus empresas, y unión que habría evitado la situación en que se encuentra el Paraguay.
"(...)Estando hojeando el testamento, yo divisé una hoja de guarismos y le pregunté a cuánto ascendían sus bienes. "¡Ay! ,exclamó, cuatro veces ha sido confiscada mi fortuna, la que no se puede tasar. Baste decir a usted que el gobierno de Buenos Aires me tomó trescientas mil cabezas de ganado para repartirlas en el ejército. Mis nietos, ingleses como son, puede ser que consigan una cuarta parte una vez que desconfisquen mis bienes".
«Dejando a un lado el testamento prosiguió: "Al abandonar la República del Plata no saqué bienes, traje conmigo estos documentos mil veces más valiosos". Y dirigiéndose a una maleta, la abrió y comienza a sacar unos paquetes, de los muchos que allí había, muy bien acondicionados, y me dijo: "Ayer solamente había concluido de arreglar estos papeles, a fin de mandarlos a Londres a una casa de seguros. No vayan por casualidad a quemarse si permanecen aquí".
"(...)En este estado de la conversación miré mi reloj y vi que mi visita había durado desde las cinco y diez minutos hasta las seis y veinte. Resolví, a mi pesar, despedirme, atendiendo a la crítica situación de mi compañero que no comprendía una palabra de español. Al ver Rosas nuestro ademán de irnos, nos dijo: "Esperen que voy a hacerles poner el carro para que los deje en la estación". Y haciendo otra vez uso del cencerro, ordenó a la sirvienta que avisase cuando estuviese listo.
"Al despedirme tomó la vela y nos alumbró la escalera, y aquí me apretó fuertemente la mano. Así dejé al hombre que más impresión ha hecho en mí; al hombre cuyos hechos pasados lo representan como la fiera que más daños ha hecho al mundo de Colón; al hombre que, según muchos de sus conciudadanos ha eclipsado los crímenes de Nerón; al que ahora yace, como él dice, abandonado de sus amigos, sin patria y sin fortuna, llamando la atención por su caridad, su constancia y por el sacrificio que se ha impuesto, que algunos atribuyen que lo hace para purgar sus delitos".
Y concluirá el joven visitante: "Aunque sea debilidad, yo no aborrezco el tan temido nombre de Rosas y simpatizo con su desgracia actual.
"Mi introductor cura me habló después muy bien de ese personaje, pintándomelo como un hombre muy católico, caritativo y generoso. Para atestiguármelo me contó que estando los bancos de la iglesia en muy mal estado los hizo cambiar, colocando unos muy cómodos, habiendo además construido una galería sumamente valiosa.
"(...)Lo último que vi de Rosas fue lo que él llama carro: era una especie de carretón sin toldo, donde sólo podía ir una persona y el tirador. En él mandaba buscar sus provisiones y en caso de necesidad lo usa para ir él mismo a la ciudad".

Capítulo 118 Muy verdaderamente pobre

Las dificultades económicas lo acosan. A una de sus hermanas Rosas escribe en 1864: "Sigo pobre, muy verdaderamente pobre, trabajando en el campo todo cuanto puedo, sin omitir esfuerzo alguno para tener algo que comer, unos pobres ranchos en qué vivir y en que tener a mi lado mis numerosos e importantísimos papeles, que son mi único consuelo en la adversidad de mis penosas circunstancias". Le aflige, según le dice el mismo año a Pepita Gómez, el haber tomado dinero en préstamo, a interés. Lo ha devuelto, pero se ha quedado "sin recursos para seguir en los trabajos de campo''.
En carta posterior a la amiga, le anuncia que dejará la casa y el campo. "No sé a dónde iré, ni cuál será mi destino. Tal es la agitación ardiente en las pasiones del mundo, que no sería extraño fuese en la guerra, o en la formación de alguna caballería según los gauchos, de lanza, bolas y lazo, que es lo que más entiendo y para lo que no me cambiaría por mozo alguno." Sin embargo, se esforzará por seguir trabajando en el campo. "El estado de nuestro país, mi salud, mis deseos de ser algún día en algo útil, y la Justicia Divina, ya fuera de misterio, que de día en día vemos realizarse; esa voz que debemos escuchar con reverencia, nos aconsejan y demandan la fe en la sagrada flor de la esperanza."
Le cuenta a la amiga que estuvo su hija Ignacia a visitarlo. Ha tratado de no contagiarle su depresión y se limitó a mostrarle la casa y apenas habló con ella. "No debí molestarla con palabras tristes." Insiste en que dejará la casa y se retirará "a vivir en reducida indigencia".
Su pobreza ha sido tan grande que debió humillarse ante Urquiza. El 7 de noviembre de 1863 le escribe: "Continuando privado de mis propiedades por tan largo tiempo, me encuentro ya precisamente obligado a salir de esta casa, a dejar todo, pagar algo de lo que debo y reducirme a vivir en la miseria. Y en tal estado, si usted puede hacer algo en mi favor, es llegado el tiempo en que yo pueda admitir la generosa oferta de V. E. para sacarme o aliviarme en tan amarga y difícil situación''.
Es de imaginar que a Rosas, tan orgulloso y altivo, ese pedido le ha de haber costado sangre. Se justifica ante su vencedor en Caseros diciendo que cree un deber a la patria "no perdonar medio alguno permitido" a un hombre de su clase "para no parecer ante el extranjero en estado de indigencia quien nada hizo para merecerlo". Urquiza le contestará el 28 de febrero de 1862 llamándole "grande y buen amigo", que su carta le ha inspirado "los sentimientos que merece la desgracia y que reclama la humanidad" y le promete mil libras esterlinas por año.
El desterrado se lo agradece vivamente. Las palabras "grande y buen amigo" le enternecen, ellas solas serían suficientes "para acreditar a V. E. su justicia y la nobleza de su alma". Recordando que Urquiza lo derrocó le hace llegar su perdón con frases "que pudiera firmarlas Dostoiewski" (M. Gálvez): "¡Errores! ¿Quién no los ha cometido? El que no los ha padecido da prueba de su imbecilidad. Los míos me los ha perdonado V. E., como yo he perdonado los de V. E. Si no nos perdonásemos los unos a los otros, estaríamos ya en el Infierno".

Capítulo 119 ¿Está usted tomando partido?

Cuando usted se refiere al pulmón verde de la Capital Federal,¿qué nombre le da, el oficial de "Parque 3 de Febrero", en conmemoración de la batalla de Caseros, o el prohibido de "Palermo", como se llamaba la vivienda del Restaurador?
¿Estará usted tomando partido?

Capítulo 120 Rosas y el asesinato de Urquiza

Don Juan Manuel recibe en Southampton la noticia de que Urquiza ha sido asesinado el 11 de abril de 1870.
Es su amiga Josefa Gómez quien se lo cuenta, agregando: "No pude menos que exclamar "la justicia de Dios se ha cumplido; los traidores y parricidas tienen que morir trágicamente". No siempre se puede jugar impunemente con la vida de los pueblos y de los hombres sin que éstos se levanten protestando contra el traidor vendido al extranjero.
Más adelante: "El gobierno nacional, Sarmiento, y los suyos, ven en López Jordán (N. del A.: quien se ha responsabilizado por el asesinato) al jefe del partido federal que quedó decapitado el año 1852; hasta cierto punto no sin razón temen la reacción pues Jordán es un verdadero federal, muy prestigioso en su provincia y fuera de ella; si fuera un hombre de ellos batirían palmas por la muerte de Urquiza como las batieron cuando don Juan Lavalle fusiló de su orden al benemérito coronel Dorrego, por cuyo crimen y asesinato de todo principio fue V. proclamado gobernador de la provincia de Bs. Aires".
¿Cómo reacciona Rosas? Acerca de su respuesta el historiador Isaac Castro dirá que "con frialdad", porque es de los que esperan de él la explosión de odio vengativo, y agrega en un insólito tono de crítica: "No se encuentra una sola palabra de protesta, ni de condenación, ni de pesar".
Ello no será entendido como ejemplar: "Es un témpano de hielo. La carta es medida, circunspecta, calculada; en momentos incierta, Rosas perece creer que habla para la historia y teme comprometer juicio".
Nada que provenga del Restaurador puede merecer elogio.
"(...)Ninguna persona que haya seguido estudiando en la práctica de la historia de las Repúblicas del Plata, ha debido extrañar el desgraciado fin de S. E. el señor capitán general don Justo José de Urquiza.
«Por el contrario, lo admirable y inaudito es su permanencia en el poder por grados, siempre bajando la virtud de sus hechos contrarios a su crédito y a sus amigos políticos, y favorables a sus enemigos. Poco después de la altura de su poder, desde cuando ordenó la devolución de mis propiedades y, muy especialmente después de la batalla de Pavón, le he escrito varias cartas dándole consejos en orden a la seguridad de su persona, su fortuna y a efecto de prevenir desgracias en su familia".
Don Juan Manuel le había escrito en varias oportunidades, reclamándole la devolución de sus bienes interdictos, a lo que el vencedor de Caseros accedió, aunque ello duró sólo hasta que debió alejarse de Buenos Aires, circunstancia en que las propiedades del desterrado volvieron a ser confiscadas. Urquiza también le hará llegar mil libras esterlinas, envío que no se repitió.
«En mi larga carta, después de esa batalla, le dije que, habiendo él mismo cometido el gravísimo error después del triunfo de pasar todo su poder a sus enemigos, con funesto perjuicio para los que seguían de buena fe su política, su vida y su fortuna no estaban seguras si permanecía en la provincia entrerriana. Que yo en su caso reduciría a dinero mis propiedades y lo pondría en el Banco de Inglaterra para vivir de su renta en el posible sosiego con mi familia". Con generosidad, don Juan Manuel le transmite su experiencia al respecto.
«Últimamente, poco antes de la triste noticia de su asesinato, le escribí, por complacerlo, dándole consejos implícitos en orden a su testamento para prevenir después de su muerte desgracias a su buena compañera y a sus hijos.
"(...)El tema «con la vara que midieres con ella serás medido" es innegable. S. S. el señor capitán general Urquiza lo ha usado con frecuencia al hablar del descenso del general Rosas. "Toda mi vida —decía-me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo como lo hice, a la caída del general Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder". Efectivamente ése era un comentario que el entrerriano hacía con frecuencia y que no pocos han acreditado.
"¿Por qué, entonces, continuaba sus errores y seguía su marcha pública por caminos tan peligrosos y extraviados? Porque así es el hombre en su casa y opulencia en la engañosa condición de su veloz carrera"(Desde "Burgess Farm",29 de junio de 1870).
También hará llegar su pésame a la Sra. de Urquiza el 28 de noviembre de 1870.
"Señora de mi estimación y respeto:
"Antes no he dirigido a Ud. esta mi dolorida carta considerando que las aflicciones de su noble corazón traspasado no le permitirían en muchos días, ocuparse, en el todo, de multitud de condolencias fúnebres. Lo hago hoy pensando no ser ya prudente demorar mas tiempo este deber de mi amistad agradecida.
«Cuando también he sufrido la angustia fatal de perder a mi buena compañera Encarnación, conozco el largo tiempo que necesita Ud. para encontrar algún calmante a su amargura, tanto más cuando ha pasado por el tormento cruel de presenciar el desgraciado fin del suyo tan querido.
"(...)Así debe ser para Ud. en sus tristes días algún calmante para atenuar en la parte posible sus dolores, la seguridad que no tenemos por qué dudar de que nuestro noble amigo el Exmo. Sr. Capitán General D. Justo José de Urquiza ha pasado a mejor vida en las delicias eternas donde ruega a Dios por Ud. y sus queridos hijos, por todos sus amigos, sus enemigos y el bien de su patria".
Al Restaurador, al villano de nuestra historia oficial, no le faltaba grandeza.

Capítulo 121 Me ha dado un pesar

El año1855, su hijo Juan Bautista va a partir para América. Le ha escrito pidiéndole autorización para ir a despedirse de él. Don Juan Manuel, que jamás ha querido despedirse de nadie, le contesta: "Hijo muy amado mío: Se acerca el día de nuestra separación. Cuando me sobra el valor para mucho, no lo tengo para un personal adiós, ni para acompañarte hasta donde otros podrían hacerlo con la entereza que me falta. Perdóname, seguro de que te hablo con la integridad de un corazón que verdaderamente te ama".
Al primogénito lo menciona en su testamento, no con el fin de declararlo heredero, sino para ajustar cuentas. Hace constar que le entregó, como perteneciente a su hijuela maternal, las estancias «Encarnación» y «San Nicolás" con veinte leguas cuadradas de tierra y 5.800 cabezas de ganado vacuno; la estancia en el "Azul", que vendió Juan a don Pedro Rosas y Belgrano, con caballos, yeguas, útiles, etcétera. ; un terreno en la ciudad de Buenos Aires de más de cien cuadras cuadradas, situado al norte del Riachuelo y al sud de la Convalescencia; 50.000 pesos fuertes para comprar la estancia en "La Matanza" y 15.000 pesos cuando estuvo en el campamento de Santos Lugares.
También atestigua que "la casa que ocupó algunos años, desde su casamiento, era mía, habiéndole recibido amueblada, y también durante los años que la ocupó gratis comió en mi casa con su esposa en la mesa de mi familia". A lo que añade aún: "La contribución por sus estancias "Encarnación" y "San Nicolás" la pagué yo por los años 1839 y 1840".
Lo que puede parecer avaricia de don Juan Manuel hay que interpretarla como el sentimiento de un anciano de vida pobre que no ha recibido ninguna ayuda de su único hijo varón legítimo, que vive sin estrecheces en Buenos Aires.
En cuanto a Manuela la declara dueña de todas las alhajas que le había comprado y regalado con anterioridad. Rosas trata mas adelante de establecer su posición como administrador de los bienes correspondientes a Manuela por su hijuela materna, a cuyo efecto describe las cinco casas que la formaron, y son: la que fue de don Diego Agüero, la de don Carlos Santa María, la comprada a doña Rafaela de Arce, la que fue del canónigo Segurola, y la adquirida a nombre de Manuela, se presume que con dinero de la misma, a don Francisco del Sar.
Algunos de estos edificios eran linderos con el de Rosas, comprado por éste a su madre y hermanos políticos (Moreno entre Perú y Bolívar).
Aprovechando esta contigüidad, buscada, seguramente, por Rosas, convencido de que su hija lo acompañaría hasta el fin de sus días, le quitó parte de su terreno para el ensanche del suyo, por lo cual no es fácil establecer qué es propio y qué es ajeno, qué tomó de su hija y cuáles otras incorporó definitivamente al propio, en virtud de un supuesto arreglo de cuentas entre ambos, verificado en fecha y circunstancias que no especifica.
Justamente la particularidad de esta relación es tema del diálogo con el joven Salustio Cobo, quien le preguntará por Manuelita:
"-Me ha faltado, me ha dado un pesar, ¡se ha casado!.
"-Siento entonces haber traído el hecho a la memoria de V. E. Se servirá excusarme.
"-No, nada de eso, estamos en la mejor armonía. "Máximo", le dije yo, "dos condiciones pongo: la primera, que yo no asistiré a los desposorios; la segunda, que Manuelita no seguirá viviendo en mi casa". Y es así que están en Londres, de donde me escriben todas las semanas.
"No sé qué le dio a Manuelita por irse a casar a los treinta y seis años, después que me había prometido no hacerlo y hasta ahora lo había estado cumpliendo tan bien, por encima de mil dificultades. ¡Me ha dejado abandonado, solo mi alma! Y lo peor es que a ella también le han confiscado sus bienes propios.
"¡Semejante rigor con una niña que no ha hecho otra cosa que labrarse el aprecio de todos y ser el encanto de los extranjeros!"

Capítulo 122 Esta clase de distracciones

Desde Southampton Rosas se cartea con uno de sus ahijados , escribiendo "haijado" con la "h" al principio y no entre la "a" y la "i" como corresponde. Un tal Ohlsen, cuyo apellido lo acondicionaría a estar atento a la ubicación de las haches, tiene la impertinencia de marcarle la falta de ortografía.
Don Juan Manuel le responde: "Frecuentemente padezco esta clase de distracciones, tomando unas letras por otras. Hoy mismo al repasar la correspondencia que envío a Buenos Aires, para corregirla advertí que escribí sonso por zonzo".
No sabemos si Ohlsen se habrá dado por aludido.

Capítulo 123 Callar es dar la razón

Su antiguo enemigo, quien argumentara a favor del apoyo a la agresión francesa, quien fuera una de las cabezas del movimiento intelectual enconadamente adverso, escribirá a don Juan Manuel el 14 de agosto de 1864 proponiéndole el plan de la "Memoria" que, por su consejo y con su ayuda, debía escribir Rosas.
Antes de entrar en tema Juan Bautista Alberdi afirma: "El ejemplo del general Rosas, de refugiado digno, resignado, laborioso, en Europa, no tiene ejemplo sino en la vieja historia de Roma". Lo compara con los otros jefes americanos desterrados: "Sólo él no ha conspirado para recuperar el poder, ni ha hecho la corte a los reyes, ni buscado espectabilidad ni ruido. Sólo él ha vivido del sudor de su trabajo de labrador, sin admitir favores de extraños. Ni el mismo San Martín llevó con más dignidad su proscripción voluntaria. Es indigno y vergonzoso atacar a un hombre semejante y en semejante situación."
La "Memoria" (nunca escrita) debe ser sin frases y exhibir la contundencia de cifras, documentos y hechos. Valor de la moneda en tiempo de Rosas y en la actualidad. La deuda de entonces y la de hoy, La ley que dio el poder a Rosas. Sus renuncias. Las aprobaciones legislativas de sus actos. Los títulos y honores recibidos. Los tratados internacionales. Las fronteras de entonces y las de hoy. La seguridad en la campaña que existía en su tiempo y la que hoy no existe. La fortuna que tuvo Rosas y la que hoy tiene. "No hay que olvidar el testamento de San Martín." Cómo vive en Europa. Atenciones de que es objeto. "Para responder al reproche de barbarie, inferido a su manera de atacar y defenderse, mostrar o señala la historia contemporánea de Estados Unidos, Rusia, Italia, Alemania..." Qué personas le acompañaron en el gobierno.
Cree que Rosas debe defenderse, hasta por patriotismo, por el decoro de su país. "Callar es dar la razón al que habla, aunque no la tenga".
Meses después de la muerte de don Juan Manuel el redactor de nuestra Constitución Nacional tendrá la grandeza de escribir: "Yo combatí su gobierno. Lo recuerdo con disgusto".

Capítulo 124 El misterio de don Juan Manuel

"Su excelencia el general Juan Manuel de Rosas, ex Gobernador y dictador de la Confederación Argentina, falleció a las 7 del miércoles en su casa quinta en Swanthling, distante alrededor de 3 millas de Southampton. Había nacido el 30 de marzo de 1793 y, por consiguiente, dentro de una quincena hubiera alcanzado los 84 años de edad. El difunto, que había residido en Southampton durante los últimos 25 años, fue atacado por una inflamación a los pulmones el sábado último después de haberse expuesto imprudentemente a la inclemencia del tiempo y no obstante la sabia y constante atención del doctor John Wiblin, quien había sido su médico y amigo confidencial durante todo el período de su residencia en este país, sucumbió al ataque a la hora mencionada (...).
"El general Rosas huyó de su país sin nada en forma de propiedad: pero poco tiempo después de su huida, el general Urquiza, uno de los generales de Rosas que se había vuelto contra él, sitió con éxito la ciudad de Buenos Aires y levantó entonces la confiscación sobre las propiedades de Rosas, lo cual permitió al exiliado obtener por la venta de una de sus fincas 16.000 a 20.000 libras esterlinas. Urquiza fue posteriormente expulsado de Buenos Aires y las propiedades del general Rosas fueron nuevamente confiscadas.
"Su mano fue, en general, extendida a todos los que estuvieron en contacto con él, y sus actos de generosidad fueron ilimitados mientras duró su dinero. En los últimos años de su vida el ex gobernador dependía enteramente de los amigos de su familia y del esposo de su hija.
"Por muchos años el general Rosas y el difunto Lord Palmerston cambiaron visitas frecuentemente con Rockstone-place, en la quinta de Swanthling en el solar de Broadlands, y la más amistosa correspondencia fue mantenida entre ellos. Por voluntad del difunto general, sus estados y propiedades en la confederación Argentina han sido dejados a su hija y su yerno, quienes son también los ejecutores de su última voluntad y testamento (Nota publicada en el "The Hampshire Advertiser", Southampton el 17 de marzo de 1877).
Rosas ha ordenado que sus exequias fueran muy simples, sin ostentación. Sobre su féretro resplandecerá una bandera argentina y encima de ésta el sol hará centellear el sable corvo de San Martín. Sus restos deberán esperar ciento veinticinco años para ser repatriados.
Entre los poquísimos que lo visitaron durante su exilio se encuentra el joven Salustio Cabo, quien tenía la peor opinión de Rosas, y escribe a su amigo Vicuña Mackenna el 14 de agosto de 1860 reflejando su impresión después de visitarlo:
"¿Qué es Rosas? ¿Convienes en lo siguiente: que para la fisiología es un loco, para la historia un tirano, y para la predestinación puede ser lo que han sido Carlota Corday, Jacobo Clemente, el clérigo Merino y tantos otros instrumentos ciegos del crimen?
"Esos nacieron para asesinar a un hombre; ¡puede que Rosas haya nacido para asesinar a un pueblo! Tal vez, ni abrigar sabe el rubor de su crimen, y quién sabe si a la hora de su muerte no dé la misma cuenta de la mazorca que de la de "San Bartolomé" dio el degollador Gaspar de Tavannes:
"El confesor había ya oído, del moribundo, la confesión general de su vida, pero ni una palabra siquiera en sus labios de la "masacre de San Bartolomé". "¡Qué! ¿Nada me decís de la "San Bartolomé?". "La miro", respondió el Mariscal, "como una acción meritoria en cuya virtud me han de ser perdonadas mis culpas".
"Rosas es un malvado, venimos repitiendo todos. ¡Quién sabe si no habrá una voz que salga diciendo: Rosas es un misterio!"
Cuando pocos días después del deceso sus familiares porteños pretenden dar una misa en memoria de don Juan Manuel el gobierno la prohíbe. Ha pasado ya un cuarto de siglo desde Caseros pero el encono no ha cedido.
Fue el 14 de marzo de 1877. Manuelita escribe a su esposo Máximo, que ha viajado a Buenos Aires, contándole los últimos momentos de su padre. El Dr.Wibblin la ha mandado llamar ante el agravamiento de su paciente. "¡Pobre Tatita! ¡Estuvo tan feliz cuando me vio llegar!"
Horas más tarde, sosteniendo su mano helada, la hija preguntará afligida: "¿Cómo te va, Tatita?". Don Juan Manuel de Rosas la mirará "con la mayor ternura" y responderá con una voz inauditamente firme: "No sé, niña". Fueron sus últimas palabras.

FIN DE LA OBRA