El maldito de nuestra historia oficial
Mario “Pacho” O'Donnell
Capítulo
26 Los apostólicos no descansan
Los partidarios del "Héroe del desierto" no descansaban en la movilización
popular. Era permanente la fijación de bandos:
"¡Paisanos!: los de chaqueta y poncho, que juntos y bajo las órdenes
de don Juan Manuel arrostrasteis tantos sacrificios y peligros por
la Restauración de las leyes, hasta la final conclusión de los tiranos,
ya es tiempo que viváis prevenidos y alerta. Se ha formado una Logia
con el objeto de acabar con vuestro General Rosas. A su logro os
procuran engañar y os tienden redes. Alerta y prepararse, pues ya
está visto que mientras no colguéis dos docenas de esos caporales
logistas, en el país se reproducirán nuevas escenas de horrores
y de sangre".
También se aprovecharían con astucia todas las oportunidades para
provocar escándalo: un periódico "apostólico" titulado "El Restaurador",
en el que se hacía agresiva campaña antigubernamental, fue confiscado
y se anunció en un bando que sería juzgado. En la mañana del 11
de octubre de 1833 la ciudad apareció empapelada con grandes carteles
que anunciaban en gruesas letras rojas que a las 10 de ese día se
procesaría al "Restaurador de las Leyes".
Como reguero de pólvora corrió la noticia y azuzados por los "apostólicos"
una muchedumbre de gauchos y orilleros amenazantes se hicieron presentes
frente al juzgado profiriendo vivas al ausente jefe federal y reclamando
la renuncia de Balcarce.
El general Pinedo, destacado para sofocar el alboroto, se suma con
sus tropas al reclamo. También lo imitará el general Izquierdo con
su división. El juicio no se realiza y la ciudad queda sitiada hasta
que la Legislatura acepta la exigencia de la turba y exonera a Balcarce
nombrando en su lugar a un federal de prestigio, el general Viamonte.
Capítulo 27 Los intelectuales y el héroe romántico
El retorno desde París de Esteban Echeverría en 1830 marca un punto
de inflexión en el mundo de la juventud intelectual porteña. A poco
de llegar, se convertirá en el oráculo de aquellos qué están a la
búsqueda de nuevos horizontes culturales e ideológicos.
De Europa arriban las obras de autores que avivan la esperanza de
cambio y renuevan los fundamentos filosóficos, históricos, políticos,
artísticos y literarios: Quizot, Cusin, Collard, Saint-Simón, Tocqueville,
Lamenais, Mazzini, Chateubriand, Byron, Hugo, Dumas. La sensibilidad
romántica cala hondo en la juventud porteña con ínfulas intelectuales
porque alimenta su inconformismo y su antihispanismo.
El Romanticismo significaba una ruptura contra la tradición clásica
y trascendiendo lo literario se complica en muchos seguidores europeos,
y no faltarán los rioplatenses que los imiten, con el radicalismo
ideológico.
Los anima un espíritu de rebelión contra el orden, la síntesis y
la administración regulada del sentir, pensar y actuar. Se levantarán
contra las reglas y las imposiciones, tomarán partido por el progreso
y harán propias las ideas de cambio. Pero "progreso" y "cambio"
mas retóricos que reales, más declamatorios que efectivos, como
corresponderá, sobretodo en el río de la Plata, a la elite social
que lo encarnará. Que expresará bellos conceptos sobre el "pueblo"
pero que despreciará a gauchos y orilleros.
No casualmente el clasicismo sería contemporáneo del absolutismo
prerrevolucionario mientras que lord Byron con su martirologio fue
el símbolo pionero de la comunión entre romanticismo literario y
romanticismo político que se expresaba en concepciones supranacionales,
con categorías europeizantes que Echeverría, Gutiérrez y los demás
pretendían válidos para la Argentina.
Los grupos se organizan para leer, estudiar y analizar las nuevas
doctrinas. En 1833 nace la "Asociación de Estudios Históricos y
Sociales", que se disuelve dos años más tarde tras la asunción de
Rosas. En 1837 se crea el "Salón Literario", del librero Marcos
Sastre, que contiene en sus filas a universitarios, siendo sus animadores
Juan María Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi.
En un principio mirarán con simpatía a ese gaucho de perfiles nítidamente
nacionales que lo aproximan a un héroe romántico. "por los rasgos
paradójicos de su espíritu y el subjetivismo que imprime a los actos
de su gobierno; por la contradicción de libertad y tiranía que comporta
el populacho federal librado a sus instintos; por su sentido de
la naturaleza, prefiriendo convenientemente la vida de la estancia
y los oficios primarios a la riqueza industrial; por su condición
de hijo de la Pampa con linajuda e hidalga ascendencia hispana"
(H. Castagnino).
Y lo harán públicamente en la pluma de Alberdi:
"(...) El Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota
que duerme sobre bayonetas mercenarias. En un representante que
descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo
no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente,
sino también, la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe".
Sin embargo el vínculo positivo no prosperará. El gobierno resolverá
el cierre del Salón en 1838 pues considera que sus miembros adscriben
al unitarismo liberal, ateo y extranjerizante. Autócrata y tradicionalista,
don Juan Manuel no puede tolerar que esta juventud reformadora -que
además se identifica con Francia, con la que la Argentina de entonces
sostendrá dos conflictos armados que pondrán en riesgo la soberanía
nacional y su integridad territorial-propaguen ideas contrarias
a la Causa.
Lo mismo sucederá cuando el periódico "La Moda", expresión del grupo,
no se pronuncia a favor ni en contra del bloqueo, lo que los hará
sospechosos de "quintacolumnismo".
Echeverría se lamentará en 1850 de la "oportunidad perdida": "Hombre
afortunado como ninguno (Rosas) todo se le brindaba para acometer
con éxito esa empresa. Su popularidad era indisputable; la juventud,
la clase pudiente y hasta sus enemigos más acérrimos lo deseaban,
lo esperaban, cuando empuñó la suma del poder; y se habrían reconciliado
con él y ayudándole, viendo en su mano una bandera de fraternidad,
de igualdad y de libertad.
"Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda del verdadero progreso:
habría sido venerado en él y fuera de él como el primer estadista
de la América del Sud, y habría igualmente paralizado sin sangre
ni desastres, toda tentativa de restauración unitaria. No lo hizo;
fue un imbécil y un malvado. Ha preferido ser el minotauro de su
país, la ignominia de América y el escándalo del mundo".
Alberdi relata en su "Autobiografía" que la derrota del rosista
Oribe por las fuerzas del unitario Rivera en "El Palmar" provocó
muestras de alborozo en el baile que daban las linajudas señoritas
Matheu, "una noche primaveral de 1838". José M. Rosa ironizará que
lo de "primaveral" era porque Alberdi vivía espiritualmente en Francia,
donde junio es primavera
El 23 de junio de 1838 Echeverría invita a sus congéneres a establecer
una entidad definitivamente política con la finalidad de actuar
e influir en la vida nacional: la "Asociación de la Joven Generación
Argentina". "Mayo, progreso y democracia, son el camino a emprender",
proclaman. A sus ojos, Rosas representa a "España, decadencia y
tiranía".
No son esas ideas para ser pregonadas en el Buenos Aires del Restaurador.
Echeverría, Alberdi y Mitre, entre otros, continuarán la prédica
de la "Asociación" desde Montevideo, donde se publicará por primera
vez el "Dogma Socialista", texto liminar de la generación, y donde
harán propaganda a favor de la intervención extranjera y de la exacción
territorial por sentirse "aliados naturales de Francia o de cualquier
otro pueblo que quisiese unirse a ellos para combatir el despotismo
bárbaro".
Para ellos la patria era Mayo y Mayo era la Revolución Francesa.
"Desde la Revolución somos hijos de Francia" (Alberdi), quien llegará
a proponer que el francés sustituya al español como lengua argentina.
En el exilio tampoco serán bien mirados por los unitarios puros
como Florencio Varela o Andrés Lamas quienes los consideran idealistas
utópicos, poco eficaces para sus conspiraciones. Unos "románticos"
en la acepción descalificatoria.
Capítulo 28 De rubia chala vestida
Durante la ausencia de su jefe, empeñado en la Campaña del Desierto,
los "apostólicos" (rosistas puros) no estuvieron inactivos. Y doña
Encarnación tampoco. Se dirá que de no haber sido por ella su esposo
no hubiese accedido a su segunda y definitiva gobernación.
"Tuvieron muy buen efecto los balazos que hice hacer el 29 del mes
pasado -escribe a su esposo en abril de 1834, refiriéndose a los
atentados contra los generales Tomás de Iriarte y Félix de Olazábal—,
como te lo anticipé en la mía del 28, pues a eso se ha debido que
se vaya a su tierra el facineroso canónigo Vidal".
Doña Encarnación Ezcurra de Rosas fue una mujer de carácter. Estando
don Juan Manuel lejos de Buenos Aires ella le informa: "Las masas
están cada vez más dispuestas y lo estarían mejor si tu círculo
no fuera tan callado, pues hay quien tiene miedo. ¡Qué vergüenza!".
Ella exige a los rosistas su misma fanática lealtad: "Pero yo les
hago frente a todos y lo mismo me peleo con los cismáticos (federales
no rosistas) que con los apostólicos (... ) Aquí en mi casa sólo
pisan los decididos"...
Las elecciones se avecinan: "No las hemos de perder, pues en caso
de debilidad de los nuestros en alguna parroquia, armaremos bochinches
y se los llevará el diablo a los cismáticos. Lo mismo me peleo con
los apostólicos débiles, pues los que me gustan son los de hacha
y tiza" (Carta del 13 de abril de 1834).
Tampoco se salvan los parientes: "A tu hermano Prudencio le ha entrado
una defensa particular por Viamonte, como si fuera su mejor amigo
(...). ¡Cuánto me alegraría que le echaras una raspa!". Prudencio
Rosas sería años más tarde uno más de los expatriados en Montevideo.
En otra correspondencia le adjunta ejemplares de "El Defensor" y
"El Látigo", publicaciones opositoras: "Verás cómo anda la reputación
de tu mujer y la de tus mejores amigos. A mí nada me intimida, yo
me sabré hacer superior a estos malvados y ellos pagarán caros sus
crímenes (...) Todo esto se lo lleva el diablo. Ya no hay paciencia
para sufrir a estos malvados y estamos esperando cuando se maten
a puñaladas los hombres por la calle".
C. Ibarguren testimoniará: "Su casa parecía un comité de arrabal,
negros y mulatos, gauchos y orilleros, matones de avería, entraban
y salían mezclados con militares y señores de casaca, a quienes
se los señalaba como "federales de categoría". En los amplios patios
la clientela plebeya, que aguardaba su turno, recibía órdenes y
se desparramaba por la ciudad".
Doña Encarnación, a quien sus enemigos ridiculizaban apodándola
"la mulata Toribia" por su fealdad, fue la creadora de la temible
"Mazorca" que la historia oficial identifica como un grupo parapolicial
que practicaba el terrorismo de Estado. Su objetivo sería el de
acabar, por muerte o por intimidación, con la oposición a su esposo.
Siempre se aceptó que sus integrantes eran fascinerosos y delincuentes
de baja extracción social. Sin embargo entre sus miembros también
se contaron Martín de Iraola, Francisco Sáenz valiente, Roque Sáenz
Peña, Andrés Seguí, Fernando García del Molino, Saturnino Unzué,
Juan R. Oromí y otros de la clase "distinguida".
Máximo Terrero escribirá que la Mazorca "nació a la caída del gobierno
de don Juan Ramón Balcarce y se compuso de elementos de opinión
en que figuraban jóvenes exaltados a la vez que hombres serios de
importancia política y social". Quedaba así confirmada la vigorosa
alianza social que sostendría la dictadura rosista: el estanciero
+ el gaucho.
En cuanto al nombre algunos, magnánima o ingenuamente, suponen que
representaba de manera simbólica al campo argentino. Otros, más
sofisticados, suponen un lúgubre juego de palabras: "más - horca".
Sin embargo, su verdadera razón era que una de las torturas preferidas
por los "mazorqueros" era introducir un choclo en el ano de sus
víctimas.
"Aqueste marlo que miras
de rubia chala vestida
en las entrañas se ha hundido
de la unitaria facción".
(Rivera Indarte, en su época rosista).
"El azote se aplicaba hasta dejar los hombres inutilizados por muchos
días; las calas consistían en unas velas de sebo de muy buen tamaño,
que les introducían por el ano; las jeringas eran la aplicación
de unas lavativas de ají, pimientas y otras materias irritantes;
ignoro si se hizo uso del fuelle, más no sería extraño" (José M.
Paz, "Memorias").
Entre lo novedoso que el rosismo aportó a la política argentina
fue el aprovechamiento de la cultura popular con fines propagandísticos.
Eran frecuentes los bandos verseados que también servían para ser
cantados o payados en las tenidas populares. Una de sus víctimas
fue Juan José Viamonte quien no mostraba la docilidad que doña Encarnación
y sus "apostólicos" y mazorqueros deseaban:
"¡Oh, señor gobernador!
¿Pues qué piensa Vuestra Excelencia
que hemos de tener paciencia
para sufrir a un traidor?
No por cierto, no señor,
y así debe de advertir
que ya no hemos de sufrir
que mande un pícaro y un tonto.
O renuncia pronto, pronto,
O prepárese a morir".
La acción de los "apostólicos" se dirigía no sólo contra los unitarios
sino también contra los "lomos negros" (rosistas moderados, no orgánicos).
El distanciamiento entre dichas facciones se deberá a que éstos,
mayoritariamente de la clase alta, comienzan a vislumbrar el germen
de preocupante transformación social que hay en la base popular
del rosismo.
Capítulo 29 Las yermas y vastas pampas
"¡Soldados de la patria! Hace doce meses que perdisteis de vista
vuestros hogares para internaros por las yermas y vastas pampas
del Sur. Habéis operado activamente sin cesar, todo el invierno,
y terminado los trabajos de la campaña en un año como os lo anuncié
al tiempo de nuestra primera marcha.
"Vuestras lanzas han despoblado de fieras el desierto, han castigado
los crímenes y vengado los agravios de dos siglos. Las bellas regiones
que se extienden hasta la cordillera de Los Andes y las costas que
se desenvuelven hasta el afamado Magallanes quedan abiertas para
nuestros hijos. Habéis excedido las esperanzas de la Patria, pero,
entre tanto, ella ha estado envuelta en desgracias por la furia
sañosa de la anarquía.
"¡Cuál sería hoy vuestro dolor si cuando divisáis ya en el horizonte
los árboles queridos que marcan el asilo doméstico, alcanzaseis
a ver las funestas humaredas de la guerra fratricida! (...) Compañeros:
juro aquí, delante del Eterno, que grabaremos siempre en nuestros
pechos la lección que se ha dignado darnos, tantas veces, de que
sólo la sumisión perfecta a las leyes y la subordinación respetuosa
a las autoridades que por El nos gobiernan, pueden asegurarnos la
paz, libertad y justicia a nuestra tierra.
"Compatriotas: os gloriáis con el título de Restauradores de las
Leyes; aceptad el honroso empeño de ser firmes columnas y constantes
defensores" (Proclama de don Juan Manuel de Rosas al licenciar el
Ejército Expedicionario al Desierto, marzo de 1834).
Capitulo 30 El verdadero estado de la tierra
La inestabilidad política que sobrevino durante los débiles y breves
gobiernos de Balcarce y, otra vez, de Viamonte, fomentada por los
activos "apostólicos" (rosistas orgánicos) apoyados por el violento
rosismo de campesinos y orilleros, hicieron que don Juan Manuel
volviera a ser convocado para imponer el orden que permitiera el
desarrollo de los negocios de comerciantes y hacendados, aunque
hubo oposición a investirlo otra vez "con la suma del poder público",
es decir las facultades ejecutivas, legislativas y judiciales concentradas
en su persona.
Para obtener tal prerrogativa que él consideraba esencial para que
no le sucediese lo mismo que a sus fracasados antecesores, se negó
cuatro veces y hasta renunció a la comandancia de Milicias.
El argumento que puso fin a las discusiones sobre si debía o no
concedérsele el poder absoluto para su segunda gobernación se derrumbó
cuando llegaron las noticias del asesinato de Facundo Quiroga.
Como todos los días, el 3 de marzo de 1835, Rosas destinaba parte
de la mañana a dictar notas y comunicaciones referentes a hechos
cotidianos. Incansable, se ocupaba de todos los aspectos de sus
estancias como también lo hará durante su gobierno, aun de los más
mínimos.
"Mi querido don Juan José", escribía. Era uno de sus mayordomos.
"Esta sólo tiene por objetivo prevenirle que a Pascual me le entregue
veinte bueyes aparentes y como para las carretas. Deseo que le haya
ido bien en su viaje". Allí se interrumpió porque en ese instante
le transmitieron la noticia. Con la letra cambiada por su alteración
anímica, seguiría:
"El general Quiroga fue degollado en su tránsito de regreso para
ésta el 16 del pasado último febrero, 18 leguas antes de llegar
a Córdoba. Esta misma suerte corrió el coronel José Santos Ortiz
y toda la comitiva en número de 126, escapando sólo el correo que
venía y un ordenanza, que fugaron entre la espesura del monte.
"¡Qué tal! ¿He conocido o no el verdadero estado de la tierra? Pero
ni esto ha de ser bastante para los hombres de las luces y los principios.
¡Miserables! ¡Y yo, insensato, que me metí con semejantes botarates!".
Entonces, la ira: "Ya lo verán ahora. El sacudimiento será espantoso
y la sangre argentina correrá en porciones".
Antes le había enviado una carta, que se conocerá como "de la hacienda
de Figueroa", que un chasqui le alcanzó al riojano en pleno viaje
con reflexiones sobre la organización política y sus reparos al
dictado de una constitución:
"Usted y yo deferimos a que los pueblos se ocupasen de sus constituciones
particulares para que después de promulgadas entrásemos a trabajar
los cimientos de la Gran Carta nacional" Los unitarios fracasaron
en ello por dictar una constitución sin tener en cuenta ni el estado
ni la opinión de las provincias: "Las atribuciones que la
Constitución asigne al gobierno general deben dejar a salvo la soberanía
e independencia de los estados federales". A continuación Rosas
hará mención a la discordia introducida por los unitarios en todos
los rincones de la Patria: "Después de todo eso ¿habrá quien crea
que el remedio es precipitar la constitución del Estado? ¿Quién
duda que ésta debe ser el resultado feliz de todos los medios proporcionados
a su ejecución? ¿Quién aspira a un término marchando en contraria
dirección? ¿Quién para formar un todo ordenado y compacto, no arregla
y solicita primeramente, bajo una forma regular y permanente las
partes que deben componerlos?".
La historia oficial, abierta o encubiertamente, adjudica la muerte
del "Tigre de los llanos" al Restaurador. Los argumentos más fuertes
son:
1) Rosas es el gran beneficiado por el asesinato, no sólo porque
queda afuera un serio competidor por la jefatura del campo federal
sino también porque Facundo comenzaba a ser visto como el probable
eje de una concertación nacional entre unitarios y "lomos negros"
que desembocaría en la sanción de una constitución, algo a lo que
el Restaurador se oponía encarnizadamente.
2) Pocos instantes antes de morir, ya en el cadalso, el confeso
asesino Santos Pérez gritará: "¡Rosas es el asesino de Quiroga!".
3) Si bien hubo juicio, en el que también fueron ajusticiados los
hermanos Reinafé, contratantes de Santos Pérez, fue sumario y no
se dio a los acusados posibilidades de defensa. Sin embargo el doctor
Marcelo Gamboa lo intenta. Impugna el juicio por la falta de una
Constitución escrita y cuestiona a Rosas por considerar que ha prejuzgado
la culpabilidad de sus defendidos en las comunicaciones cursadas
a las provincias.
No es ese lenguaje para dirigirse a alguien que detentaría "la suma
del poder público". Don Juan Manuel se irrita: "Solo un atrevido,
insolente, pícaro, impío, logista y unitario" ha podido presentarle,
bajo la apariencia de ejercer el derecho de defensa, un pedido de
publicar "un escrito de propaganda política". Lo condenaba a corregir
"uno a uno, todos los renglones de su atrevida representación",
no salir a más distancia de veinte cuadras de la plaza de la Victoria,
no ejercer su profesión de abogado y "no cargar la divisa federal,
no ponerse ni usar en público los colores federales". Si no cumpliese,
sería "paseado por las calles de Buenos Aires en un burro celeste",
o fusilado si tratase de escapar.
Los argumentos en contra se basan en que para muchos el principal
sospechoso es el gobernador de Santa Fe, Estanislao López. Su relación
con el difunto ha sido muy mala, entre otros motivos porque Rosas,
sibilinamente, se ha ocupado de sembrar sistemática cizaña entre
ellos para impedir una eventual alianza que pudiese dejarlo en situación
de debilidad.
Quiroga tenía un motivo fundamental para odiar a López: Lamadrid
se había apoderado en La Rioja del caballo de Facundo, el famoso
"Moro" al que su dueño le adjudicaba poderes sobrenaturales. Una
representación luciferina a la que consultaba y cuyos consejos seguía
al pie de la letra.
Luego de la batalla de "El Tío", el tan mentado equino cae en manos
de López. Cuando Quiroga se lo reclama, don Estanislao se niega
a devolvérselo. El general Paz, en sus "Memorias", se ocupa de la
importancia que el "Moro" tenía para su dueño. Recuerda una sobremesa
de oficiales en la que todos se mofaban del caballo "confidente,
consejero y adivino del general Quiroga". Picado, un antiguo oficial
de éste cuenta:
"Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje,
pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso
terriblemente con su amo el día de la acción de "La Tablada" porque
no siguió el consejo que le dio de evitar la batalla ese día. Soy
testigo ocular de que habiendo querido el general montarlo no permitió
que lo enfrenase por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo uno
de los que procurara hacerlo, y todo para manifestar su irritación
por el desprecio que el general hizo de sus avisos".
A pedido de Facundo, Rosas interviene sin éxito ante el caudillo
santafesino para resolver el pleito. "Puedo asegurarles compañeros
que dobles mejores se compran a cuatro pesos donde quiera", responde
López provocativamente, "no puede ser el decantado caballo del general
Quiroga porque éste es infame en todas sus partes". Pero no lo devolvió.
Siguiendo instrucciones del Restaurador, Tomás de Anchorena escribe
al exasperado caudillo riojano rogándole que no haga del tema del
caballo un asunto de Estado que podría perturbar la marcha de la
República y le ofrece una indemnización económica.
En la respuesta de Quiroga del 12 de enero de 1832 se evidencia
su furor: "Estoy seguro de que pasarán muchos siglos de años para
que salga en la República otro caballo igual, y también le protesto
a usted de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese
caballo el valor que contiene la República Argentina (... ) Me hallo
disgustado más allá de lo posible". El santafesino nunca devolvió
el "Moro".
En su "Facundo" Sarmiento pone en boca del enfurecido "Tigre de
los Llanos": "¡Gaucho ladrón de vacas!, ¡caro te va a costar el
placer de montar en bueno!".
Lo cierto fue que en Santa Fe fue universal el regocijo por lo de
"Barranca Yaco" y poco faltó para que se celebrase públicamente:
Quiroga era el hombre a quien más temía López, y de quien sabía
que era enemigo declarado. Caben pocas dudas de que tuvo conocimiento
anticipado, y acaso participación en su muerte. Sus relaciones con
los Reinafé eran íntimas. Francisco Reinafé lo había visitado un
mes antes, habitado en su misma casa y empleado "muchos días en
conferencias misteriosas", según José M. Paz...
Nunca se esclarecerá un hecho de tanta trascendencia histórica,
pero es funcional para la demonización del Restaurador que la culpa
recaiga sobre él. Acusación que no compartirían el hijo de Quiroga,
jefe de los voluntarios en la batalla de Obligado, donde le cupo
destacada actuación, y tampoco la esposa del "Tigre de los llanos"
quien dirigirá una airada carta al gobernador riojano Brizuela,
quien fuese estrecho colaborador del difunto, cuando defecciona
del campo federal para pasarse al de los enemigos de don Juan Manuel.
Capitulo 31 La suma del poder público
La agitación en Buenos Aires a raíz de lo de "Barranca Yaco" es
grande. La Sala de Representantes, antes reticente, se apresura
a sancionar: "Se deposita toda la suma de poder público de esta
Provincia en la persona del Brigadier General D. Juan Manuel de
Rosas, sin más restricciones que las siguientes:
1. Que deberá conservar, defender y proteger la religión Católica
Apostólica Romana.
2. Qué deberá defender y sostener la causa nacional de la Federación
que han proclamado todos los pueblos de la República.
3. El ejercicio de este poder extraordinario durará todo el tiempo
que a juicio del Gobernador electo fuese necesario".
Antes de aceptar, en una actitud ejemplarmente democrática, don
Juan Manuel solicitó la realización de un plebiscito para conocer
si contaba con el apoyo de la gente. El mismo se llevó a cabo del
26 al 28 de marzo de 1835. En un hecho excepcional se convocó a
votar por "sí" o por "no" a "todos los ciudadanos habitantes de
la ciudad, todo hombre libre, natural del país o avecindado en él,
desde la edad de 20 años o antes si fuese emancipado".
El resultado fue 9.316 sufragios a favor de la proclamación de Rosas
con poderes ilimitados y solo 4 en contra. Con un padrón de 20.000
ciudadanos aptos para votar aunque desacostumbrados a hacerlo el
resultado fue que el 50% se pronunció en apoyo del Restaurador en
forma prácticamente unánime.
La ley de las plenas facultades para Rosas fue sancionada el 1°
de abril y el nuevo gobernador juró el 4 en la Sala de Representantes,
adonde se presentó acompañado de los generales Mansilla y Pinedo
en un carro arrastrado por la "chusma" enfervorizada. Los festejos
en las mansiones de la clase adinerada y en las barracas de los
barrios populares continuaron durante varios días.
Ya no bastaría la simple adhesión, de allí en más la adhesión debía
ser total. Para ello le habían rogado una y mil veces que volviera
al gobierno. Sólo en el confiaban, en su honestidad, en su patriotismo,
en su popularidad. También en su crueldad, indispensable para imponer
el orden en una sociedad desquiciada. A nadie debió sorprender su
dureza en el poder, su inflexibilidad, su desconfianza, su odio
hacia los extranjerizantes y volterianos, su enemistad con los masones
y librepensadores.
Don Juan Manuel podría decirnos: "No fui yo quién decidió ser un
dictador. Fueron todos los demás los que me lo exigieron. Es absurdo
que después se me reprochase, con hipócrita indignación, haber cumplido
rigurosamente con lo que se me pidió".
Capítulo 32 El mejor remedio
"Mi querido compañero, Señor Don Juan Facundo Quiroga (...) Un griego
que tiene fonda en San Isidro, muy hombre de bien me ha referido
que siendo él joven cuando Napoleón fue al Egipto, su padre fue
salvado con este remedio.
"Tomó una porción de ajos, los peló y colocó sobre un pedazo de
lienzo de camisa de hilo usada; enseguida pulverizó aquellos ajos
con polvos de mercurio dulce en una dosis como de dos narigadas
de rapé, y doblando el lienzo lo cosió en forma de bolsa o saco
cerrado por todos lados.
"Después tomó una olla de dos orejas en que cabrían como cinco o
seis botellas de agua y colocó en ella la bolsa pendiente por unos
hilos de las dos orejas de modo que estando dentro de la olla se
mantuviese al aire como en una maroma.
"Acto continuo echó agua fría en la olla, pero cosa que la bolsa
no tocase el agua; la tapó con un plato y engrudó por las orillas
para que quedase herméticamente cerrada la olla; puso un peso sobre
el plato para que no se moviese, y colocó la olla así tapada y cerrada
en fuego de carbón fuerte en donde la tuvo hirviendo como hora y
media, cuidando mucho de reponer y pegar el engrudo donde se desprendía
para que no saliere ningún vapor de la olla.
"Después de esta operación separó la olla del fuego y cuando había
aflojado el calor la destapó, sacó la bolsa, y cerrada y caliente
cuanto podía sufrirse en las manos, la exprimió sobre una fuente
haciéndole echar una especie de aceite que acomodó después en un
frasco o botella. Con la brosa de los ajos exprimidos le frotó los
miembros enfermos para aprovechar el jugo o aceite que tenían, dejando
en ellos las brosas que se quedaban pegadas; y las envolvió después
con unos lienzos usados.
"Concluida la primera cura lo despidió entregándole el frasco del
exprimido aceite para que se diese con él a mano caliente dos frotaciones
al día, una al acostarse a la noche y otra al levantarse por la
mañana, y le previno que cuanto se acabase volviese por más. Observó
exactamente la instrucción y a los tres días ya movía los miembros
que se le habían adormecido del todo, a los nueve días caminó por
sus pies sin muleta, y sanó del todo hasta el presente, sin necesidad
de repetir la confección del medicamento (...)"
La carta está fechada el 25 de febrero. El asesinato de Barranca
Yaco impidió que su destinatario se anoticiara del remedio para
sus torturantes hemorroides que le recomendaba Rosas.
Capítulo 33 El noble título de su libertador
Uno de los más importantes apoyos que tuvo don Juan Manuel fue el
del Libertador General San Martín, sobre todo en la acción exterior,
contrarrestando la ominosa campaña de descrédito del gobierno de
la Confederación en que muchos argentinos y extranjeros estaban
empeñados.
La lectura de la fascinante correspondencia mantenida con su gran
amigo Tomás Guido, embajador de Rosas en Brasil, recopilada por
Patricia Pasquali, permite hallar inteligentes fundamentaciones
de lo que fue y sigue siendo el rosismo. Material que nuestra historia
oficial elude con una manifiesta ausencia de rigor científico y
ético.
Así, cuando la Legislatura duda en entregar las facultades supremas
a Rosas, San Martín escribe el 1° de enero de 1834 sus reflexiones
sobre libertad y dictadura:
"Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos. ¿Qué me importa
que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de Libertad,
si por el contrario se me oprime? ¡Libertad! désela Ud. a un niño
de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche
de navajas de afeitar, y Ud. me contará los resultados. ¡Libertad!
para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa licenciosa,
sin que haya leyes que lo protejan. ¡Libertad! para que si me dedico
a cualquier género de industria, venga una revolución que me destruya
el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan
a mis hijos. ¡Libertad! Para que se me cargue de contribuciones
a fin de pagar los inmensos gastos originados, porque a cuatro ambiciosos
se les antoja, por vía de especulación, hacer una revolución y quedar
impunes. ¡Libertad! para que el dolo y la mala fe encuentren una
completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras...
Maldita sea la tal libertad, ni será el hijo de mi madre el que
vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona, hasta que no
vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano, y me
proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal
vez dirá Ud. que esta carta está escrita de un humor bien soldadesco.
Usted tendrá razón, pero convenga Ud. que a los 53 años no puede
uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por liebre...
Dejemos este asunto y concluyo diciendo que el hombre que establezca
el orden en nuestra Patria, sean cuales sean los medios que para
ello emplee, es el solo que merecería el notable título de su libertador."
Capitulo 34 Las circunstancias extraordinarias
J. Irazusta niega la calificación de "tirano" para Rosas porque
"la suma del poder no corresponde a ninguna de las dos condiciones
fundamentales que desde la antigüedad clásica hasta las "Partidas"
define a la tiranía: la usurpación o la ilegitimidad del origen
y el egoísmo en el ejercicio del poder".
El primer supuesto estaría salvado pues su primer período fue legitimado
por la Asamblea y el segundo por un plebiscito popular. Lo del egoísmo
también pues nadie, ni aún sus enemigos, puede negar que Rosas entró
rico al gobierno y salió pobre. "Un hombre honrado no puede ser
un hombre perverso", argumentará I. Fotheringham,
Los objetivos políticos y económicos que llevaría adelante son sencillos
y claros: orden administrativo, control del gasto, eficacia en la
recaudación impositiva, exaltación del partido gobernante, control
de la oposición. Así podrá satisfacer por igual los intereses de
los hacendados y los de las clases populares, sectores sobre los
que apoya su peso político.
Una de sus primeras medidas fue "limpiar" la administración de unitarios,
sospechosos y tibios reemplazándolos por adeptos y personas de confianza.
Consideró necesaria "la depuración de todo lo que no sea conforme
al voto general de la República. Nada dudoso, nada equívoco, nada
sospechoso debe haber en la causa de la Federación" (Circular a
los gobernadores federales, 20 de abril de 1835). Su decisión de
enfrentar una profunda transformación social, económica y política
requería contar con un instrumento administrativo que fuera capaz
de responder con lealtad a tales requerimientos.
No fue la única purga: el 5 de mayo dispuso el pase a retiro de
ciento sesenta y siete jefes y oficiales del ejército, entre los
que se contaban los coroneles Olazábal, Videla, Rojas y el marino
Coe, yerno de Juan A. Balcarce; cuarenta y ocho funcionarios de
la administración, incluyendo a los camaristas Gregorio Tagle, Pedro
J. Agrelo y el diplomático Mariano Balcarce, reincorporado a pedido
de su suegro, el general San Martín; y seis miembros del clero,
entre ellos Julián Segundo de Agüero. Pero en una muestra de notable
magnanimidad, como si quisiera dejar claro que sus decisiones están
dictadas por razones de estado y no por arrebatos emocionales, jubila
al padre de Lavalle con su sueldo íntegro, circunstancia excepcional,
y al hermano lo asciende designándolo en la importante función de
Tesorero de la Aduana.
Rosas, en uso de las facultades extraordinarias, y considerando
"lo indispensable que es la unión entre los pueblos de la República"
ordenó la suspensión del "Nuevo Tribuno" y de "El Cometa". La censura
decreta que nadie podía "establecer imprenta ni ser administrador
de ella ni publicarse impreso periódico alguno sin expreso previo
permiso del gobierno, que deberá solicitarse y expedirse por la
escribanía mayor de gobierno". Durante todo su gobierno la oposición
no tendrá derecho a expresarse y sólo lo hará desde Montevideo por
la acción de los exiliados en periódicos de circulación clandestina
en Buenos Aires y en las provincias.
Desprecia a los intelectuales, en su inmensa mayoría unitarios o
cismáticos, y llega al reprochable extremo de que nadie podrá obtener
su título universitario sin la constancia "de haber sido y ser notoriamente
adicto a la causa nacional de la Federación". No le habían concedido
la suma del poder público para andarse con medias tintas...
Ya anciano, cargando sobre sus espaldas muchos años de exilio, don
Juan Manuel escribiría: "Durante el tiempo que presidí el gobierno
de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación
Argentina con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia.
Soy el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos
como malos, de mis errores y de mis aciertos".
También se fusila a numerosos ciudadanos, en muchas provincias,
generalmente luego de juicios sumarísimos. Por ejemplo al coronel
Rojas, al teniente coronel Miranda y al sargento Gatica bajo la
acusación, livianamente fundamentada, de planear un atentado contra
la vida del Restaurador.
Pero ¿acaso Moreno y Belgrano no han sido autores del despiadado
"Plano de Operaciones" en el que se ordenaba pasar por las armas
a quienes estuviesen en contra de Mayo? ¿Acaso Castelli y Monteagudo
no fusilaron a Liniers y los otros y pocas semanas más tarde a las
autoridades civiles y militares de Potosí? ¿Acaso la patria no volvía
estar en grave peligro, ya no amenazada por los godos sino por "los
que se han puesto en guerra abierta con la religión, la honestidad
y la buena fe"? ¿Quién que no sea un asqueroso unitario o un depravado
cismático puede temer que se proceda "con la misma decisión y desembozo
que en la causa de la Independencia, porque aquella es tan nacional
como ésta", como escribirá a Estanislao López?
Y luego una frase siempre enarbolada por los defensores de quien
tuvo que enfrentar siete guerras al frente de nuestra patria anarquizada,
manteniéndola invicta y sin pérdidas territoriales: "Las circunstancias
durante los años de mi administración fueron siempre extraordinarias,
y no es justo que durante ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos
y serenos".
Capítulo 35 Los primos ingratos
La conquista y distribución de tierras de pastoreo y cultivo durante
los gobiernos rosistas provocaron una significativa concentración
de la riqueza.
Nicolás Anchorena, quien no respondería a los insistentes pedidos
de ayuda económica de Rosas durante su exilio de pobreza, en 1852
había acumulado 306 leguas cuadradas de campo fértil, es decir casi
800.000 hectáreas.
Don Juan Manuel, en cambio, llegó a tener 70 leguas cuadradas (175.000
hectáreas), compradas en su inmensa mayoría antes de llegar al gobierno
y que compartía con sus socios Terrero, Dorrego y otros, también
con los Anchorena, que le fueron confiscadas y jamás devueltas por
los vencedores de Caseros. En su testamento redactado en 1862, en
su cláusula 24, reclamaría a sus ingratos primos $ 78.544 en concepto
de la administración de sus campos entre 1818 y 1830.
"Las vacas dirigen la política argentina. ¿Qué son Rosas, Quiroga
y Urquiza? Apacentadores de vacas, nada más" (D. F. Sarmiento, "Campaña
en el Ejército Grande").
Capítulo 36 La clase de muertos
Entre otros motivos la fama de terroristas será mayor en los federales
porque su base popular hizo que algunas de sus víctimas formaran
parte de la clase acomodada. En cambio los unitarios mataban gauchos.
No repercutirá igualmente en la capital y en sus periódicos la ejecución
de un Maza o una O'Gorman que el asesinato de centenares de humildes
soldados después del combate de "La Tablada" por orden del unitario
Paz.
Pero no puede negarse una clara tendencia a la violencia y a la
crueldad en el Restaurador, cuajada en la dureza de su educación
y en el peligro de su trabajo como estanciero en la frontera con
los indios.
Su primera represalia ensangrentada tuvo como víctima a Juan de
Dios Montero, chileno de gran predicamento entre la indiada. Casado
con la hija de un cacique boroga, había peleado con mérito en "Cancha
Rayada" y ya en territorio argentino se distinguió, a las órdenes
de Estomba, en la defensa de Bahía Blanca atacada por las huestes
de los tristemente célebres hermanos Pincheira.
Se lo apresó acusado de conspirar para sublevar a la indiada en
contra del gobierno de Buenos Aires. Corren los últimos días de
1829 cuando Montero es llevado en presencia de Rosas, quien luego
de los saludos de práctica le entrega un sobre lacrado que debe
ser entregado a su hermano Prudencio, comandante de las fuerzas
acantonadas en Retiro.
El texto era breve y contundente: "Al recibir ésta, en el acto y
sin pérdida de un minuto, hará usted fusilar al portador que es
el sargento mayor Montero". Prudencio no vaciló en dar cumplimiento
a la orden.
¿Por qué don Juan Manuel descargó en él tamaña responsabilidad?
Sin duda para poner a prueba su lealtad, de la que Encarnación había
dudado durante las acciones de los "apostólicos" durante su ausencia
en el sur de la provincia, aconsejándole "echar una raspa".
¿Cuál fue la justificación de una medida tan bárbara, que dio pretexto
a los federales "lomo negros" para diferenciarse de Rosas? Según
E. Celesia se trató de una venganza por la defección de Montero
del bando federal. Sin embargo las razones fueron de mayor peso,
como lo explica el mismo Restaurador en carta a Vicente González,
el "Carancho del Monte", del 10 de agosto de 1831: "Montero no fue
fusilado sino por ser un famoso criminal., facineroso, con la calidad
de ser además muy capaz, con la ulterioridad de los tiempos, de
enlutar la provincia, y mucho más si yo moría". Nadie como él sabía
el inmenso riesgo que significaba una extendida sublevación india.
Capítulo 37 Los esclavos del Restaurador
Nunca se demostró que Rosas tuviese esclavos africanos en sus haciendas,
como divulgaran sus detractores que entonces y ahora se esfuerzan
por caracterizarlo como un depravado sangriento sin tener en cuenta
los condicionantes personales, políticos y socioeconómicos de su
vida y de su gobierno.
Llama la atención que en este pecado hayan caído historiadores de
fuste como John Lynch que no han podido sustraerse al apasionamiento
a favor o en contra que siempre provoca don Juan Manuel, como si
hiciese vibrar una cuerda muy sensible del inconsciente colectivo,
quizás relacionada con el conflicto infantil y universal entre el
orden que amenaza con la parálisis y la libertad que asusta con
el caos.
Rosas tenía muchos negros empleados en su administración pública
y también en la privada y los valorizaba muy especialmente. Los
respetaba y una negra, Gregoria, había sido distinguida, hecho excepcional
en una sociedad pacata y discriminadora, como madrina de uno de
sus hijos legítimos, fallecido al poco tiempo de nacer.
Tenían activa participación en los desfiles rosistas y respondían
con prontitud a sus llamadas, tanto para los festejos como para
las guerras. El gobernador regularmente asistía a sus "candombes"
y no era infrecuente verlo bailar con alguna negra.
Fomentó que se agruparan en sociedades características de reminiscencias
africanas como la "Nación Banguela" o la "Sociedad Conga", a las
que proveía de subsidios y de sedes. El general Iriarte, que no
puede identificarse como partidario, lo atestiguará en sus "Memorias":
"Los negros encontraron en el caudillo de la pampa una decidida
protección: les hizo concesiones y proporcionó fondos para que se
estableciesen asociaciones con la denominación de las respectivas
tribus africanas a que debían su origen. Así es que toda esa gente
estaba alzada y más entonada que nunca; sabido es cuánto lisonjea
a los negros las farsas y representaciones de sus extravagantes
costumbres, usos, bailes y alusiones a su país natal".
Las tropas regulares contaban con muchos negros y mulatos pues el
alistamiento era una de las formas de ganar la libertad. No era
infrecuente que el gobierno obligase a sus amos a desprenderse de
ellos para engrosar el regimiento de negros libertos "Defensores
de Buenos Aires" o el batallón de infantería "Los libertos de Buenos
Aires". Más tarde Rosas, que manifestaba un elevado concepto de
sus virtudes en el combate cuerpo a cuerpo, constituyó un cuerpo
de negros elegidos, el "Cuarto Batallón de Milicia Activa".
No pocos de estos soldados provenían del esclavista Brasil ya que
en cuanto cruzaban la frontera eran considerados formalmente libres
y era frecuente que tomasen las armas pues así se aseguraban una
paga y protección. Esta situación fue uno de los factores de las
conflictivas relaciones de la Argentina rosista con el país vecino.
La lealtad de los mulatos que desfilaban en Carnaval gritando "vivas"
al Restaurador y no ahorraban "mueras" a los unitarios llegó al
extremo de que los sirvientes de las casas conformaron una temible
red de delación de las conspiraciones antirrosistas o del federalismo
tibio de sus amos, lo que inevitablemente se transformó en algunos
casos en venganzas por maltratos inferidos en épocas en las que
la crueldad de los patrones gozaba de la más absoluta impunidad.
Capítulo 38 El líder necesario
En 1921 Sigmund Freud escribe uno de sus textos fundamentales, "Psicología
de las masas y análisis del yo", en la que describe una instancia
psíquica a la que bautiza como "ideal del yo" que permite explicar
la fascinación amorosa, la dependencia ante el hipnotizador y la
sumisión al líder. En todos estos casos alguien es colocado por
el sujeto en el lugar de su "ideal del yo", en él se proyecta el
perdido narcisismo de su primera infancia.
En el caso del liderazgo, como fue el caso de Rosas, son muchas
las personas que lo colocaron en el lugar de su "ideal del yo",
invistiéndolo de aspectos idealizados que los reaseguraban de que
gracias a él sus propias angustias se resolverían. Además a consecuencia
de compartir tal expectativa los miembros de un grupo se identifican
entre sí sintiéndose parte de un todo, la masa, lo que da aún más
consistencia a la asociación.
¿Cuál fue el origen del liderazgo rosista, que es lo que llevó a
tantos a idealizarlo? Los historiadores coinciden en que existía
en la sociedad un hartazgo de tanta anarquía. Pero ésta no es más
que una abstracción si no se comprende que lo que asustaba era la
violencia y la anomia que provocaba.
La seguridad personal había desparecido pues se podía ser víctima,
sin mayores motivos, de uno u otro bando. Tampoco se respetaba la
propiedad privada ya que los bienes eran confiscados sin mayor trámite
y sin mayor justificación que la financiación de la guerra o las
apetencias personales de quienes disponían del poder de las armas.
Eran frecuentes los asaltos, las requisas, los saqueos y toda forma
de violación de la privacidad personal.
Por último nadie era dueño de su destino pues las levas forzadas
hacían que se pasase de ser agricultor a encontrase alistado en
un ejército que a lo mejor combatía contra sus propias ideas.
¿Por qué fue Rosas el elegido? Los sectores populares porque lo
respetaban, porque a su vez conocían el respeto del Restaurador
por ellos, porque lo consideraban uno de los suyos, porque era valiente
y honesto y porque cumplía con los acuerdos.
Un importante sector de la clase pudiente confió en él porque don
Juan Manuel era, por nacimiento, de los suyos, y porque valoraban
su capacidad de contener y aplacar a los sectores populares evitando
así una sublevación generalizada. Esto es manifiesto en las expresiones
del cacique "Catriel": "Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio
y gigante y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba
con los indios y que nos regaló vacas y yeguas y caña y prendas
de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones
invadimos por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando
los cristianos lo echaron y lo desterraron invadimos todos juntos"
(Julio A. Costa).
En 1829, al iniciar su primer período, se ofrece como un "ideal
del yo" protector, y como "un padre que cuida": "Aquí estoy para
sostener vuestros derechos, para proveer a vuestras necesidades,
para velar por vuestra tranquilidad. Una autoridad paternal, que
erigida por la ley, gobierne de acuerdo con la voluntad del pueblo,
éste ha sido ciudadanos el objeto de vuestros fervorosos votos.
Ya tenéis constituida esa autoridad y ha recaído en mí".
En "El yo y el ello", publicado años más tarde, Freud habla por
primera vez del "super yo" el que no es fácil diferenciar del ideal
y cuya función es la de censurar al yo. Es así que el líder amado
"por lo que permite" puede transformarse fácilmente en odiado "por
lo que prohíbe", ya que en ambos casos se trata de un sometimiento
del yo, en aquel caso por amor y en éste por miedo.
Se puede así pasar de ser, para muchos, el admirable Restaurador
de las Leyes a ser el tiránico violador de las mismas.
"La sociedad se encontraba disuelta enteramente, perdido el influjo
de los hombres que en todo el país son destinados a dar la dirección;
el espíritu de insubordinación había cundido y echado multiplicadas
raíces, cada uno conocía su impotencia y la de los otros, y no se
resignaba ni a mandar ni a obedecer.
"(...) Efectivamente había llegado aquel tiempo fatal en que se
hace necesario el influjo personal sobre las masas, para restablecer
el orden, las garantías y las mismas leyes desobedecidas; y cualquiera
que fuese el que tenía respecto a ellas el Gobernador actual (Viamonte),
fue muy grande su conflicto porque conoció la falta absoluta de
medios de gobierno para reorganizar la sociedad" (Juan M. De Rosas
en "Mensaje a los gobernadores", 31 de diciembre de 1835).
El se sintió llamado, quizás sin alegría, a protagonizar "ese tiempo
fatal" y lo hizo con la pasión y la convicción con que siempre abordó
las contingencias de su vida.
Al asumir por segunda vez el 13 de abril deja claras sus intenciones:
"Persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida
y sobre todo al pérfido o traidor que tenga la osadía de burlarse
de nuestra fe. Que de estas razas de monstruos no quede uno entre
nosotros y que su persecución sea tan tenaz y despiadada como la
vorágine. El Todopoderoso dirigirá nuestros pasos".
Ya no era el conciliador de la primera vez.
Capítulo 39 La enajenación territorial
Avanzado el siglo XIX las potencias se habían lanzado al mundo con
el objetivo de cumplir con sus ambiciones imperiales. Así fue que
se echaron como fieras salvajes sobre África, Asia y América.
Sus propósitos eran colonizar pero también dividir esas naciones
para que se debilitasen y no tuvieran posibilidades de autonomía
y competencia.
Dicho plan se cumplió plenamente. Tanto fue así que en 1820 la América
que había sido española se dividía en seis regiones: México, Centroamérica,
Colombia, Perú, el Río de la Pata y Chile. Luego fueron subdividiéndose
en más de veinte frágiles repúblicas:
a) La Gran Colombia se desmembró en Venezuela, Colombia, Ecuador
y Panamá.
b) El Río de la Plata en Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay.
c) Centroamérica en cinco: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua
y Costa Rica.
d) Además Perú, Chile, México, Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico
y las tres Guayanas originarias
Nuestro territorio, el de las originarias Provincias Unidas del
Río de la Plata, sufrió en primera instancia el desgajamiento del
Paraguay como consecuencia de la política expansionista del Brasil,
que no sólo mantuvo su enorme territorio sino que lo amplió, principalmente
por el hecho de que por muchos años la Corona portuguesa residió
en su colonia americana, la que, de esa manera, funcionó como metrópoli
imperial. Cabe destacar que Rosas nunca reconoció su independencia,
lo que sí se acordó luego de Caseros como precio de la participación
paraguaya en el ejército vencedor.
También se perdería el Alto Perú, hoy Bolivia, pues al negarse los
unitarios a prestar ayuda a la campaña de San Martín en el Perú
debió ceder el protagonismo a Bolívar y fue su subalterno, el mariscal
Sucre, quien ocupó tales tierras forzando su independencia.
En cuanto al Uruguay en una reprobable decisión de Rivadavia y su
ministro García ceden a las presiones inglesas y aceptan que Brasil
incorpore "su provincia Cisplatina", como la llamaban en Río de
Janeiro. Finalmente, y gracias al coraje de Dorrego, por lo menos
se logrará que la Banda Oriental sea independiente, pero no pudiendo
evitar que el Río de la Plata se transformase en un río de navegación
libre por no ser interior.
Juan Manuel tuvo un hondo sentido nacional cuando éste aún era raro
entre sus coterráneos, sobre todo en porteñas y porteños que se
habían empeñado en la revolución de Mayo con su interés y su esperanza
vuelta hacia el exterior. El Restaurador concibió al estado también
como una expresión de lo territorial y por ello fusionó éste con
el concepto de soberanía.
Es hora ya de reconocerle que fue gracias a sus esfuerzos que nuestra
patria no sufrió otras fragmentaciones como las que propugnaban
sus adversarios, los que argumentaban, como lo hiciese Salvador
del Carril, que "era conveniente el achicamiento de nuestro territorio
para explotarlo mejor con las posibilidades que tenemos".
El enajenamiento del territorio nacional que buscaron las grandes
potencias en los países periféricos se realizó, siempre, con la
complicidad de aliados internos que creían de buena fe que de esa
manera accedían al progreso y ganaban un lugar entre las naciones
civilizadas quienes los premiarían por el sacrificio.
Es el mismo criterio de hoy en que compatriotas que ocupan lugares
de responsabilidad doblan su testuz ante los organismos financieros
y las grandes potencias, aceptando endeudarnos y transfiriendo nuestras
empresas públicas y privadas, en la convicción de que "haciendo
buena letra" nos irá mejor. A quienes les va mejor, es claro, es
a los negociadores que son premiados con comisiones y funciones
de relevancia.
Como veremos en el capítulo 76, Sarmiento, en su rabioso antirrosismo
hizo todo lo que estuvo a su alcance para que Chile, cuya nacionalidad
había asumido, se apoderase de la Patagonia. La decidida acción
del gobierno rosista a través de su canciller Felipe Arana hizo
que sólo asentaran sus reales en el estrecho de Magallanes.
También la Comisión Argentina con sede en Chile, presidida por Gregorio
de Las Heras, héroe de la Independencia, avaló el reclamo chileno
por las provincias de Cuyo.
En el capitulo 89 nos hemos ocuparemos de las antipatrióticas maniobras
de Florencio Varela antes y de José María Paz luego para independizar
las provincias del litoral ("República de la Mesopotamia") con la
complicidad
de potencias extranjeras que de esa manera se garantizaban la libre
navegación de importantes ríos interiores que se deslizaban entre
países débiles y fácilmente dominables.
La invasión de la Confederación Peruano-Boliviana con el propósito
de anexar las provincias de Salta y Jujuy contó con el guiño de
los gobernadores unitarios, como lo hemos expresado en el capítulo
42.
Solo el triunfo de Caseros permitió a los enemigos de Rosas, y como
pago convenido por su participación en el Ejército Grande, la entrega
al Brasil del rico e histórico territorio de las Misiones Orientales.
Capítulo 40 Los pueblos hidrópicos de cólera
El Restaurador tenía un talento natural para la propaganda. Unos
pocos y sencillos slogans expresaban la ideología de la Causa y
eran implacablemente inculcados al público. Puede ser considerado
el pionero de la propaganda política y ésta tenía por objetivo promover
la unión de la población bajo la bandera de la Federación en contra
de un enemigo temible y deshumanizado, los "salvajes unitarios",
los que también eran apostrofados de "inmundos", "asquerosos" ,etc.
Un decreto de 22 de mayo de 1835 reforzó otro del 3 de noviembre
de 1832 por el que se ordenaba que todas las notas oficiales debían
empezar con el encabezamiento "¡Viva la Federación!" y emplear el
sistema federal de fechado. Así un documento de 1835 debía consignar,
además del día, del mes y del año, "Año 26 de la Libertad, 20 de
la Independencia y 6 de la Confederación Argentina".
Aunque el decreto se refería solamente a los documentos oficiales
también, por obsecuencia o por temor, usaron el lema y las fechas
los periódicos y fue también de uso habitual en las cartas privadas.
Otro decreto del 27 de mayo de aquel año revivió el del 11 de marzo
de 1831 según el cual debía usarse el distintivo colorado punzó
como "señal de fidelidad a la causa del orden, de la tranquilidad
y del bienestar de los hijos de esta tierra bajo el sistema federal,
y un testimonio y confesión pública del triunfo de esta Sagrada
Causa en toda la extensión de la República, y un signo de confraternidad
entre los argentinos".
Según E. Rosasco el rojo punzó del federalismo fue el color predilecto
del Restaurador porque de ese color era el uniforme de los "Migueletes",
cuerpo en el que, adolescente, se había batido durante la Invasión
inglesa.
"Entre las diez y once del día arribamos a dicho puerto (Montevideo),
y me causó una impresión indescriptible el ver muchas señoras que
parecían se habían convenido en traer vestidos celestes. Como en
Buenos Aires era un color proscrito, que podía llevar al insulto
y hasta la muerte al que se hubiese atrevido a vestirlo, nuestra
vista, acostumbrada sólo al punzó, no pudo precaver de una sorpresa
principalmente en aquellos momentos en que ni aun podíamos darnos
cuenta de la multitud de sensaciones que experimentábamos.
"Apenas nos habíamos separado diez leguas de Buenos Aires y parecíamos
hallarnos transportados a otra región remota. Que digan los que
han salido en esos tiempos de Buenos Aires, donde se hablaba en
secreto, donde tenía uno que prevenirse de sus domésticos hasta
para conversar cosas indiferentes; donde era un gran delito usar
ése o el otro color; llevar el pelo y la barba de ésta o la otra
manera; donde podía tomarse una terrible cuenta de una sonrisa,
de una mirada o un gesto; que digan lo que sentían cuanto pisaban
las playas de la opuesta ribera del Plata" (J.B. Alberdi).
Hasta había una fisonomía federal. El rostro de un verdadero rosista
estaba adornado con un exuberante bigote y largas patillas, que
daban un aspecto de fiereza y servían para identificar a los compañeros
de Causa.
Los informes de la policía podrían condenar a un hombre por su aspecto:
"No usa bigote, es unitario salvaje". En los desfiles federales,
aquellos que no tenían el tipo físico correcto se apresuraban a
ponerse bigotes postizos. Toda la población estaba presionada para
integrar las filas federales, fuera de las cuales sólo había unos
pocos excéntricos disidentes.
El rojo era el color, y todo era rojo. Los soldados usaban chiripás
rojos, gorras y chaquetillas también rojas y sus caballos estaban
engalanados en rojo. Los civiles también adoptaron lo que parecía
un uniforme reglamentario: chalecos rojos, cintas rojas en los sombreros
y divisas de seda roja en el ojal con la inscripción "¡Viva la Confederación
Argentina! ¡Mueran los Salvajes Unitarios!".
Las mujeres debían adornar sus cabellos con cintas rojas. Los niños
iban a la escuela con uniformes federales. Los frentes de las casas
y sus puertas estaban también pintados de rojo y en el interior,
los muebles y decoraciones eran rojos. A tanto se llegó que el viajero
español Benito Hortelano cuenta que en las funciones teatrales,
antes de comenzar la función, los artistas trajeados para la obra
salían a escena para proclamar de viva voz su adhesión federal y
su repudio unitario con los vivas y mueras de reglamento. Anota
lo ridículo que aparecían un Nabucodonosor, un Carlos V o un Hamlet
con la divisa punzó prendida en su pecho.
Rosas había perdido, y sus enemigos lo aprovecharán hasta hoy, aquella
lucidez del principio de su gobierno cuando rechaza un obsecuente
homenaje de la Junta de Representantes aduciendo que "no es la primera
vez en la historia que la prodigalidad de los honores ha empujado
a los hombres públicos hasta el asiento de los tiranos".
Un agudo observador británico hizo notar que "los colores verde
y celeste han desaparecido del mundo de Buenos Aires hasta donde
lo permiten las manifestaciones de la naturaleza". Sarmiento, no
sin ingenio, argumentaría que Rosas hacía con las personas lo mismo
que con sus animales en las estancias: los "marcaba".
El celeste, en cambio, sería el color unitario y su uso podía acarrear
serias consecuencias que, de acuerdo a las circunstancias y a los
protagonistas, podía ir desde el arresto hasta el degüello. Ello,
como es de imaginar, obligó a modificar los colores de la bandera
nacional: al cumplirse el primer aniversario de su reasunción como
gobernador le fue obsequiada a Rosas una en la que el azul-celeste
había sido remplazado por un azul —turquesa, casi índigo. De allí
en más ésa sería la bandera oficial.
El gobierno imponía las consignas y los seguidores fanáticos las
aceptaban y las repetían con obsesivas referencias a la traición
y a los degüellos. En las reuniones federales se hacían inflamados
brindis incitando a los leales a una violencia que superara la violencia
del enemigo.
El comandante Martín Santa Coloma bebió por la muerte de todos los
enemigos del Ilustre Restaurador: "Yo pido al Todopoderoso que no
se nos dé una muerte natural sino degollando franceses unitarios".
En algo le haría caso el destino pues luego de Caseros sería degollado
por expresa instrucción de Urquiza con la complacencia de Sarmiento,
quien se lo había "señalado" ("Acto del que gusté", confesará).
Los serenos nocturnos recorrían las calles desiertas, cuando el
acoso del enemigo se hacía peligroso como sucedió con los avances
de Lavalle y de Paz, cantando "¡Mueran los salvajes unitarios!"
antes de anunciar la hora, cada treinta minutos, para amedrentar
a los opositores.
En esos momentos de tensión parecía desatarse una competencia en
hallar calificativos aún más violentos, como podía leerse en un
decreto conjunto de la justicia y el clero: "Los pueblos hidrópicos
de cólera os buscarán por las calles, en vuestras casas y en los
campos, y segando vuestros cuellos formarán una honda balsa de vuestra
sangre donde se bañarían los patriotas para refrescar su devorante
ira".
Capítulo 41 El bautismo de Argentina
Nuestra historia oficial no deja de recordar a aquel mediocre vate
de la Conquista española, del Barco Centenera, el primero que versificó
la palabra "argentina" para designar los territorios del virreynato
del Río de la Plata, pero aún falta al reconocimiento de que fue
don Juan Manuel, consecuente con su pasión por la organización nacional,
quien ordenó la utilización formal de los términos "Confederación
Argentina" en el encabezamiento de los textos oficiales. Fue ese
el formal bautismo de nuestra patria.
Capítulo 42 La entrega unitaria
Podrá criticársele a don Juan Manuel su ferocidad siempre y cuando
se tenga la hidalguía de aceptar su fervorosa defensa de nuestra
soberanía y nuestra integridad territorial constantemente amenazadas,
no sólo por los de afuera sino también por los de adentro.
Uno de esos casos se gestó cuando se creó en Montevideo la "Logia
de los Caballeros Liberales" a imitación de una entidad secreta
que con ese nombre funcionaba en Buenos Aires y cuyo "venerable"
era Carlos de Alvear, el obstinado enemigo de San Martín. El titular
de la sociedad secreta de emigrados sería Rivadavia, residente en
Colonia, pero su activo gestor en Montevideo fue Valentín Alsina.
Se admitía a todos los antirrosistas, aún a los federales "lomo
negros" y "cismáticos" pero el control lo tendrían los unitarios.
Los exiliados estaban distribuidos en todo el territorio oriental.
En Colonia vivían Rivadavia, Alvarez Thomas, Lavalle, Daniel Torres;
en Mercedes, Salvador María del Carril y Luis José de la Peña; en
Montevideo, Julián Segundo de Agüero, el canónigo Vidal, los tres
hermanos Varela (Juan Cruz, Rufino y Florencio), Francisco Pico,
Valencia, Cavia, Valentín Alsina y Tomás de Iriarte; en Durazno,
junto a Rivera, José Luis Bustamante; en Carmelo los generales Espinosa
y Olazábal; en Paysandú, Lamadrid y Chilavert.
Alsina redactó las "Instrucciones" para la formación de las logias
filiales a abrir en todos los puntos donde hubiese exiliados. El
manejo de cada una lo tendrían cinco a ocho unitarios cerrados.
El "venerable" era designado por la Logia Central de Montevideo,
y el de ésta por la de Buenos Aires.
El jefe de los conspiradores se carteaba con el mariscal Santa Cruz,
presidente de Bolivia y aparentemente autor de un "Gran Plan" para
acabar con Rosas. Una carta privadísima fechada en Colombia el 20
de agosto de 1835 fue incautada al apresarse el buque arequipeño
"Yanacocha".
Ella contestaba una comunicación de Santa Cruz ("aceptando, general,
vuestra generosa protección, y si es necesario la imploro"). Respondiendo
a una pregunta del mandatario boliviano el anónimo complotado decía
que "los pueblos de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca" podían separarse
de la Argentina e incorporarse a la Confederación peruano-boliviana
a condición de quedar "en paz con los argentinos"; se debían agregar
también "los pueblos de Cuyo porque es necesario que los Aldao salgan
o desaparezcan de Mendoza".
Daba su versión sobre el estado político de Buenos Aires: "El odio
contra los federales bastardos y su atroz caudillo se ha convertido
en frenesí, su detestable corte corre desenfrenada en la carrera
de los crímenes, los primeros puestos del gobierno son ocupados
por los primeros malhechores, la más inaudita tiranía se ejerce
en todos los actos de aquel desgraciado suelo; allí se persigue
con encarnizamiento al propietario, al hombre industrioso y al padre
de familia, el saber es un delito (... ) Rosas es un monstruo que
no tiene semejanza en la historia de los más famosos criminales".
Termina: "Observad, general, que por la primera vez se dirige un
general argentino con esta misión de duelo. General: repito, vuestra
voluntad será la nuestra; Vos representáis, general, el tribunal
de las naciones americanas; pronunciad vuestra sentencia y sabremos
si hemos de ser de vida o de muerte. El amigo".
Como al parecer se trataba de un general y residente en Colonia,
Rosas creyó que se trataba de Lavalle. Pero el estilo de éste no
era "de frases sublimes y lenguaje exótico", y al informar más tarde
a los gobernadores del interior don Juan Manuel se rectificaba:
"La carta no es del general que se supone, o se cree, sino de don
Bernardino Rivadavia".
Luego se sabrá que quien ofrecía "generosamente" a la Confederación
peruano-boliviana las provincias norteñas y cuyanas era Carlos de
Alvear, quien luego viraría al rosismo al ser designado embajador
en los Estados Unidos en una evidente maniobra de don Juan Manuel
para alejar de Buenos Aires a tan peligroso adversario, apoyado
por la aristocracia porteña e internacional y por las sociedades
secretas, lo que le había permitido sobrevivir a penosas contingencias
como su conflicto con San Martín, una de las principales causas
del largo y sufrido exilio del Libertador; su traición a Artigas,
tomando Montevideo en su lugar en violación de lo acordado; su ominosa
caída del Directorio, luego de intentar convencer a la Corona Británica
de hacerse cargo de las Provincias Unidas del Plata; su alianza
con Estanislao López a quien también traicionaría cuando dejó de
serle útil para sus intereses personales.
Nada de ello ha sido inconveniente para que don Carlos de Alvear
y Balbastro, reivindicado por los vencedores de Caseros, goce del
más bello monumento ecuestre en la capital argentina, obra del genial
escultor francés Bourdelle.
Para nuestra historia oficial es más grave defender los intereses
de los sectores populares que la intención de enajenar una parte
de nuestro territorio. ¿Acaso no hemos honrado a Manuel García,
el nefasto "entegador" de la Banda Oriental con una calle, que la
ciudad de Buenos Aires ha negado al patriótico caudillo santafesino
Estanislao López?
Capítulo 43 El autócrata paternal
"Para mí el ideal de gobierno feliz sería el autócrata paternal,
inteligente, desinteresado e infatigable (...) He admirado siempre
a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores
de su pueblo", les explicaría a Vicente y a Ernesto Quesada cuando
en 1873, veintidós años después de Caseros, visitaron a Rosas en
Southampton. Sin duda se estaba retratando a sí mismo pues nadie
podía dudar de su autoritarismo, ni de su inteligencia, ni de su
honestidad, ni de su vitalidad. La "falla" de ese programa de gobierno
es que no había lugar para la disidencia.
Lo que no puede discutírsele a Rosas es que él fue el formador del
estado argentino. Tanto fue así que es durante su gobierno que comienza
a hablarse de "República Argentina". Y estos procesos históricos,
a nivel mundial, han sido inevitablemente violentos y crueles.
Para crear estado ("state-making") siempre y en todas partes fue
necesario arrasar con la autonomía de entidades feudales, de ciudades,
de órdenes religiosas o, simplemente, de otras organizaciones políticas
de base territorial que perdieron guerras con los "centros" que
acabaron por imponer su dominio integrador en unidades mayores.
"Ganar" quería decir formar una unidad territorial sujeta al mando
económico, legal y militar de un centro.
Estos procesos hasta la formación de lo que podrá llamarse un estado
nacional inevitablemente tiene avances y retrocesos, y no pocas
veces duraron siglos. El estado italiano, por ejemplo, se constituirá
tardíamente.
Gran Bretaña comenzará con los Tudor y culminará con Cronwell, aunque
no logrará subordinar por completo a Gales, Escocia y, mucho menos,
a Irlanda. Francia empezando con los Borbones, especialmente Louis
XIV y coronando con la Revolución Francesa y luego Napoleón. Los
Estados Unidos de Norteamérica solo logrará su constitución como
estado luego de la sangrienta Guerra Civil. Todos ellos procesos
violentos pues la subordinación territorial, económica, cultural
y a veces también religiosa de gente y de regiones siempre requirió
de la fuerza.
Rosas fue el primer intento de constitución de un estado, de una
unidad política. Al fin de su mandato la Argentina había nacido
definitivamente, era una gran estancia en la que muchos de sus habitantes
habían desarrollado, a ejemplo de su gobernante, suficiente sentimiento
nacional como para enfrentar a grandes potencias mundiales en defensa
de una palabra novedosa que hicieron propia los sectores populares
mucho antes que la clase alta: soberanía.
Quizás pueda decirse que Rosas fue el primer patriota nacional,
mientras San Martín lo fue como sudamericano. No es banal recordar
que el Libertador desembarca en Perú portando una bandera chilena
y que nunca perderá su objetivo de Patria Grande.
El Restaurador, en cambio, se obstinó en definir apasionadamente
su "nación", concepto en cambio liviano para un Sarmiento indiferente
a la pérdida de la Patagonia, de un Paz y un Florencia Varela asociados
con los "gringos" para constituir una república independiente con
las provincias del Litoral, de un Alberdi y sus colegas intelectuales
que argumentarían que su patria era la democracia y que por ello
reconocían más a la tricolor francesa que a la bandera argentina,
de los "Caballeros Liberales" acaudillados por Alvear y Rivadavia
que entregaban a Bolivia nuestros provincias norteñas como precio
de su apoyo para derrocar a Rosas.
Sarmiento, lúcido, no tendrá otra alternativa que reconocerlo, aunque
sesgadamente: "Queríamos la unidad en la civilización y en la libertad,
y se nos ha dado en la barbarie y en la esclavitud". Aquí "unidad"
quiere decir estado y nación.
A ello se referirá T. Halperín Donghi: "Es la solución lentamente
preparada por la crisis de la década que comienza en 1820, lentamente
madurada en la década siguiente gracias a la tenacidad de Juan Manuel
de Rosas. Con ella, en efecto, surge finalmente el orden político
que la revolución, la guerra, la ruptura del orden económico virreinal
(y la crisis de las elites prerrevolucionarias que es consecuencia
de estos tres procesos) han venido preparando.
"Tal como entrevió Sarmiento la Argentina rosista con sus brutales
simplificaciones políticas, reflejo de la brutal simplificación
que independencia, guerra y apertura al mercado mundial habían impuesto
a la sociedad rioplatense, era la hija legítima de la revolución
de 1810".
Rosas tuvo una serie de limitaciones internas y externas que no
le permitieron avanzar mas allá en un proceso de construcción del
estado que completaron, paradojalmente, quienes lo derrotaron y,
más aún, quienes lo execraron como los brillantes Mitre y Roca.
Tampoco en ello nuestro país es diferente a otros pues los que "empiezan"
y los que "terminan" suelen ser muy diferentes, incluso mortales
enemigos.
Alguien que nunca se caracterizó por sus simpatías por don Juan
Manuel reconocerá que es absurdo reclamarle democracia cuando "había
sistemas liberal-representativos en muy pocos países, ni aún en
los paradigmáticos: los Estados Unidos con sufragio masculino universal
pero con absoluta exclusión de los esclavos; Inglaterra con franquicias
que implicaban que menos del 10% podía votar; Francia fluctuaba
entre períodos de sufragio masculino universal con otros de limitaciones
similares a las británicas, en una sociedad en la que autonomías,
culturas y lenguajes habían sido brutalmente suprimidas por los
Borbones, por la Revolución y por Napoleón"(G. O'Donnell).
Desde el momento de su acceso al poder, según Lynch, Rosas "retuvo
los clásicos derechos de soberanía en toda su pureza "hobbesiana",
el derecho a inmunidad contra el derrocamiento, disenso, crítica
y castigo, el poder de vida y muerte, el derecho a usar todos los
medios para preservar la paz y la seguridad para todos, el poder
de emitir leyes referidas a los derechos de las personas y de la
propiedad, el derecho de judicatura, el derecho de hacer la paz
y la guerra con otras naciones, el derecho de establecer impuestos,
el derecho a elegir sus propios ministros, magistrados y funcionarios,
el poder de recompensarlos, castigarlos y otorgarles honores. Todos
estos derechos eran inseparables y no había división de poderes".
Los mismo derechos que invistieron a Otto von Bismarck, el "Canciller
de Hierro", que logró la unidad de Alemania y su parto como nación.
Para ello libró en 1866 una sangrienta guerra contra Austria, haciendo
que Viena cediera a Berlín el papel rector del mundo germano. Mas
tarde provocó otro victorioso conflicto armado contra Francia y
sus aliados. En lo interior condujo una política de "mano dura"
sin espacio para la oposición, aunque dictó medidas populares que
le granjearon el apoyo de las clases bajas.
Las similitudes entre Rosas y Bismarck son grandes, sin embargo
éste es un héroe nacional mientras que aquel es execrado por nuestra
historia oficial, y no deja de reprochársele una dureza que en el
alemán es considerada su principal virtud, necesaria para el objetivo
logrado. Jamás se le perdonaría al denostado argentino una frase
como del ensalzado teutón: "No se deciden las grandes cuestiones
por leyes ni discursos, sino por hierro y sangre".
El pueblo alemán acompañó al "Canciller de Hierro" en su patriótico
propósito de consolidación y expansión territorial, mientras que
sectores decisivos de nuestra población, sobretodo los "decentes",
no vacilaron en aliarse al enemigo extranjero, en una trágica demostración
de falta de conciencia nacional, mereciendo los terribles juicios,
dramáticamente actuales, del representante estadounidense en el
Río de la Plata, Francis Baylies, llegado en 1832: "Los argentinos
no poseen el sentimiento de lo que llamamos amor a la Patria; la
labor de gobierno es un conchabo, y sus funciones y cargos son considerados
empleos para ganar dinero, una especie de patente para obtener coimas"
Rosas fue conservador en su visión de la realidad y aborrecía a
los liberales que reivindicaban el humanismo y el progreso, los
consideraba "cajetillas intelectuales" que caían dentro de su desconfianza
por las ideas importadas de Europa e inaplicables en suelo argentino.
Quizás porque a un estanciero argentino ningún inglés ni francés
tenía nada para enseñar acerca de la cría de ganado y el cultivo
de cereales en una pampa interminable.
Se consideraba un verdadero demócrata por el espacio y la jerarquía
que había dado a las clases populares, a quienes no les concedería
el voto ni tampoco reconocibles ventajas materiales, pero estaba
seguro de haberlos respetado y representado en sus intereses.
Su base de poder fue la estancia, foco de recursos económicos y
sistema de control social. El Restaurador tuvo un proyecto económico
que nos introdujo en el capitalismo: transformar a la Argentina
en una inmensa estancia, organización y funcionalidad que perdura
hasta nuestros días.
No imaginó gobernar sin el poder absoluto como no es posible administrar
una hacienda si el patrón no puede imponer su autoridad. Le pareció
lógico proceder a tomar la posesión total del aparato estatal: la
burocracia, la política, el ejército de línea. Con los principales
medios de coerción en sus manos gobernó para estancieros y gauchos,
que constituían el federalismo, y en contra, con excesiva violencia,
de los comerciantes especuladores, de los intelectuales afrancesados
y de los irrespetuosos a la religión, a la patria y a las tradiciones.
Al final de su gobierno, malo para muchos o bueno para otros, la
Argentina existía. Como estado y como nación. Sin pérdidas territoriales.
Y con algunos orgullos. Sólo restaba darle una constitución, pero
había alcanzado la organización necesaria para ello.
Capítulo 44 Guerra contra Bolivia y Perú
El 19 de mayo de 1837 la Argentina de Rosas entra en guerra contra
la Bolivia de Santa Cruz, quien sorprendentemente había logrado
convencer de ser "su hombre en América" al nuevo rey de Francia,
Luis Felipe de Orleáns, el mismo que años atrás hubo de ser el "soberano"
de las Provincias Unidas del Río de la Plata de haber prosperado
las gestiones del entonces Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón
en acuerdo con los congresales que pocos meses antes había decretado
nuestra independencia en Tucumán.
El encargado de tales negociaciones secretísimas, el canónigo masón
Valentín Gómez, fracasó por el poco entusiasmo de Gran Bretaña en
que Francia pusiese el pie en Sudamérica y también por la oposición
de los sectores populares de Buenos Aires y de los caudillos provinciales
que se enfurecieron al trascender los planes de entrega a otra potencia
europea.
No fue el único intento de conjurar la anarquía coronando un príncipe
europeo, es decir retornando a la situación de colonia. Es claro
que Rosas significó el rechazo, sobretodo del pueblo, a tal "solución"
y lo que se plebiscitó fue la búsqueda de una salida nacional.
En Francia son tiempos de chauvinismo, es decir de sobreactuaciones
patrioteras, causa y consecuencia del ascenso a primer ministro
de Louis Adolphe Thiers, un apasionado restaurador del "honor francés".
Este había sido mancillado en América cuando los Estados Unidos,
en 1834, embargaron las propiedades de los franceses para cobrarse
una opinable deuda que se arrastraba desde los tiempos de Napoleón.
La opinión pública gala se enardeció por la falta de respuesta ante
tamaña afrenta y el rey y su primer ministro comprendieron que se
imponía una retaliación. Para ello elegirían un rival mucho más
débil que la económica y militarmente poderosa Norteamérica.
El mariscal Andrés de Santa Cruz, que durante las guerras de la
independencia había militado del lado español hasta que su derrota
fue evidente, ahora presidía una Confederación peruano-boliviana
llamada "Estados del Perú". Su pragmática actitud hacia las potencias
extranjeras era tan dócil como la de los unitarios argentinos, en
contraste con el altivo nacionalismo de Rosas y de Diego Portales
en Chile. Eso lo hacía un socio ideal para las ambiciones de la
corona francesa, que acordó apoyar al boliviano en sus pretensiones
de expansión territorial a cambio de la penetración en los mercados
a conquistar por las armas.
Los unitarios, algunos exiliados en la misma Bolivia, no dejaron
pasar la oportunidad que se les presentaba y conspiraron a favor
del nuevo enemigo del régimen rosista, aceptando la posibilidad
de enajenar las provincias del norte. Todo era posible con tal de
derribar a Rosas y su "chusma", a favor de una debilitada conciencia
nacional, entreguista, que no pestañeaba ante la descomposición
territorial.
Santacruz, confiado en el armamento que le ha facilitado su aliado
europeo y sostenido por su apoyo económico, comete el error de abrir
hostilidades simultáneamente con Chile y con Argentina, quienes
se ponen de acuerdo para encarar una acción coordinada. Portales
declara la guerra el 11 de noviembre de 1836 y Rosas lo hace más
tarde para dar tiempo a su preparación, el 19 de mayo de 1837.
Inglaterra ha firmado un tratado de cooperación con Francia y por
lo tanto también apoyará a la Confederación peruano-boliviana, aunque
sólo diplomáticamente, haciendo la vista gorda cuando su socia bloquea
Valparaíso y otros puertos chilenos. Asimismo el cónsul francés
en Buenos Aires, Aimé Roger, recibirá órdenes de proceder en el
mismo sentido si Rosas no depone su belicismo.
Las acciones militares iniciales favorecen claramente a las fuerzas
bolivianas cuyos agentes logran provocar una fugaz sublevación en
el ejército chileno que culmina el 3 de junio con el fusilamiento
de Portales, perdiendo Chile a su gran conductor.
El Restaurador encomienda a su fiel coronel Alejandro Heredia que
con su oficialidad predominantemente unitaria y con sus soldadesca
inexperta y desanimada defienda nuestra frontera norte que ha sido
franqueada por dos columnas. Una ingresa por La Quiaca y la otra
por Santa Victoria e Iruya. Una muestra de las dificultades que
encontraba la acción defensiva argentina fue que el destacamento
de esta última localidad, al mando del coronel unitario Manuel Sevilla,
se pasó al enemigo.
El 11 de septiembre, sin haber encontrado mayor resistencia en un
Heredia que se afanaba en constituir algo parecido a un ejército,
las dos columnas invasoras confluyen en Humahuaca, quedando incorporadas
formalmente a territorio boliviano las tierras conquistadas.
Las cosas tampoco mejoraban en el frente chileno, donde el almirante
Blanco Encalada, héroe de la independencia transandina, se rendía
ignominiosamente en Paucarpata ante Santa Cruz...
Para colmo de males el cónsul Roger ordena al comandante de la flota
francesa recalada en Río de Janeiro que navegue hasta Buenos Aires
para dar fuerza al reclamo que presenta el mismo día en que la nave
insignia, la corbeta "Sapho", hace su entrada en el río de la Plata.
Se exigía la inmediata libertad del litógrafo francés Hipólito Bacle,
preso por haber vendido información cartográfica a Bolivia; también
la del cantinero Pedro Lavié, nacionalizado francés, condenado por
haber robado en el regimiento al mando del coronel Antonio Ramírez
con asiento en Dolores. Asimismo se agregaba en el memorial presentado
el 30 de noviembre en carácter de "ultimátum" la eximición del servicio
militar para dos franceses. Por fin, y esto era lo más anhelado
por la Cancillería y el Ministerio de Guerra de Luis Felipe, que
en lo sucesivo se diese a Francia el mismo tratamiento que Rivadavia
acordase con Inglaterra en 1825: el de "nación más favorecida",
que implicaba algunas concesiones de tipo comercial y que sus ciudadanos
fuesen exceptuados de la incorporación al ejército argentino.
Como podrá advertirse las reclamaciones no eran difíciles de satisfacer.
Pero el Restaurador estaba convencido de que estas eran sólo el
pequeño agujero en el dique que a la larga se derrumbaría. De ceder
luego sería imposible ponerse firmes ante las imposiciones que sobrevendrían
después y que pondrían en riesgo la soberanía nacional. Así habían
actuado las imperiales Francia e Inglaterra en otros lugares del
mundo.
El cónsul Roger estaba convencido, y así lo había comunicado a su
gobierno, que don Juan Manuel cedería prestamente en consideración
a la difícil situación que le creaba la exitosa invasión boliviana
sumada a la vigorizada oposición unitaria, a lo que se había agregado
la imponente demostración de fuerza de la escuadra francesa con
la amenaza de un bloqueo que amenazaba con arruinar la economía
de los argentinos.
Pero eso era desconocer el temple de quien había sido capaz de rebelarse
ante el autoritarismo de doña Agustina, y que vivía el planteo de
los "gringos" como una afrenta intolerable contra la patria, sin
especular acerca de debilidades o fortalezas. Lo que estaba en juego
era la dignidad del gaucho, capaz de perder su vida con tal de lavar
una mancha en su honor aunque tuviese todas las de perder en el
lance.
Rosas recién contestará el 8 de enero de 1838, haciendo guerra de
nervios, que Roger, siendo sólo cónsul, carecía de rango diplomático
para hacer reclamaciones en nombre de su gobierno. Mucho menos en
tono descomedido. El gobierno argentino manifestaba su mejor predisposición
a recibir a un ministro plenipotenciario para conversar sobre acuerdos
entre ambas naciones.
Capítulo 45 El bloqueo francés
El bloqueo estaba en plena acción. Había sido declarado formalmente
por el almirante francés Leblanc el 28 de marzo de 1838. El cónsul
Roger informará a París, el 4 de abril, que la intención era "infligir
a la invencible Buenos Aires un castigo ejemplar que será una lección
saludable para todos los demás estados americanos (...) La partida
está empeñada y toda la América abre los ojos; corresponde a Francia
hacerse conocer si quiere que se la respete".
Como sucederá en otras oportunidades durante el gobierno rosista
sus adversarios cometerán el error de suponer que "todos" estaban
en su contra y que aprovecharían la primera oportunidad para sublevarse
en masa contra "el tirano sangriento". Esa visión, que tendrá aceptación
en Europa, es la de la clase pudiente, mayoritariamente contraria
al Restaurador, que se negaba a aceptar que la inmensa mayoría del
pueblo le daba su apoyo. Mucho más en circunstancias en las que
estaba en juego el honor de una patria invadida simultáneamente
por dos países extranjeros y sus estrechos asociados: Francia e
Inglaterra, Bolivia y Perú.
Tal como preveían Luis Felipe y Thiers la incursión americana encendió
el chauvinismo francés. En la "Revue des deux Mondes" podía leerse
sobre "el alto deber que incumbe a Francia de ejercer su influencia
disciplinaria y civilizadora sobre los degenerados hijos de los
héroes de la conquista española".
Pero don Juan Manuel sabía que uno de los puntos débiles de la "gesta
disciplinaria y civilizadora" era la incomodidad que los comerciantes
ingleses en el río de la Plata creaban a su gobierno con las airadas
protestas por el perjuicio que el bloqueo producía en sus negocios.
Rosas había designado embajador en Gran Bretaña al brillante hermano
de Mariano Moreno, Manuel, quien acosó sin descanso al Foreign Office
señalándole su error en apoyar la aventura francesa.
Los efectos del bloqueo fueron devastadores sobre todo para la clase
alta que no pudo seguir abasteciéndose de productos extranjeros
o debió comprarlos a los altísimos precios del contrabando que las
mismas naves bloqueadoras favorecían a cambio de pingües beneficios.
Don Juan Manuel y los suyos siempre reprocharán a Urquiza haber
sido uno de los beneficiarios usando para ello las despejadas costas
del litoral entrerriano.
En cambio la base del rosismo, los gauchos, los mulatos, los orilleros,
los indios, no sufrieron mayormente ya que su alimentación básica
era provista por la naturaleza: carne, frutas, verduras, trigo.
Lógicamente también disminuyó la recaudación aduanera a su cuarta
parte. Rosas cargó la compensación sobre la clase "decente": redujo
los sueldos de la administración hasta "la congrua" suficiente;
suprimió también los subsidios a la educación, cerrando escuelas
y universidades donde anidaban opositores, lo que fue aprovechado
por la oposición para acusarlo de "amigo de la ignorancia"; en cuanto
al presupuesto de guerra se mantuvo inevitablemente alto y sólo
se hicieron recortes en los sueldos de jefes y oficiales.
Sabido es que toda circunstancia por más negativa que sea siempre
mostrará algunos aspectos favorables. En el caso del bloqueo francés,
al no llegar mercadería extranjera, promovió un vigoroso empuje
de las industrias locales, más eficaz que las medidas proteccionistas
de 1835, las que quedaron transitoriamente derogadas.
El conflicto suscitó reacciones diferentes en unitarios y en federales
cismáticos. En algunos de éstos privó un sentimiento de patria al
ver a la Argentina agredida desde el exterior. Fue así que los generales
Soler, Lamadrid y Espinosa regresaron de su exilio en Montevideo
para ofrecer sus servicios a quien hasta entonces habían combatido.
Otros, en cambio, sólo vieron en los sucesos la posibilidad de la
caída de Rosas. No vacilaron en prestar su apoyo a los invasores.
A ellos se referirá San Martín, desde Francia, en su carta a Rosas
del 10 de julio de 1839: "Lo que no puedo concebir es que haya americanos
que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para
humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que
sufriríamos en tiempos de la dominación española. Una tal felonía,
ni el sepulcro la puede hacer desaparecer".
Este apoyo del Libertador, que Rosas ni lerdo ni perezoso haría
reproducir en la prensa adicta fue respondida sin firma en "El Nacional"
de Montevideo el 13 de noviembre de 1839:
"San Martín: Envanecido con gloria que debió a la suerte y a los
esfuerzos de otros, quiso hacer en Lima lo que Bolívar intentó en
Colombia con mayor caudal de poder, de riquezas, de recursos y de
prestigio. Conoció su error y en la disyuntiva de mandar como absoluto
o reducirse a la nulidad, elige este segundo partido; abandona la
tierra, se va a disfrutar lo que la buena suerte le dio en doce
años de afanes; dejó a sus compañeros corriendo los azares de las
conflagraciones políticas. Vive contento de no haber marchado hasta
el pináculo de la gloria cuyo término dudoso, o no era para su corazón
o no supo continuar".
Pero a Francia, a Bolivia, a los unitarios, a todos quienes estaban
directa o indirectamente comprometidos en la operación se les presentaba
un problema insoluble: Rosas no manifestaba la mínima intención
de rendirse y por el contrario había logrado algunos éxitos contra
las fuerzas invasoras del mariscal Santa Cruz.
Además algunas provincias que en un principio se habían mostrado
remisas a hacerlo por considerar que el conflicto era esencialmente
porteño y que debería haberse solucionado con diplomacia, finalmente,
por presión de sus enfervorizadas ciudadanas y ciudadanos terminaron
apoyándolo.
Capítulo 46 La máquina infernal
—Ábrala usted, m'hija.
—Gracias, tatita.
Manuelita tomó la caja que hacía ya días que estaba sobre una cómoda
del despacho de su padre.
— La trajo el Almirante Dupotet por encargo del cónsul de Portugal,
desde Montevideo.
Eran los tiempos del bloqueo francés y que hubiera sido un francés
quien lo trajese hizo, probablemente, que el Restaurador se olvidara
del paquete.
—Gracias, tatita -repitió su hija caminando hacia su dormitorio,
alegremente expectante porque los envoltorios de seda y cachemira
con ribetes de hilos dorados preanunciaban un regalo importante.
—Creo que son monedas -le había advertido Rosas sin levantar su
vista de una comunicación de Guido, su embajador en Brasil. Mentalmente,
en silencio, completó la frase: "...de la Sociedad de Anticuarios
de... no me acuerdo dónde... Copenhague, me parece".
Manuelita se dejó caer sobre su mullida cama y dejó al descubierto
una bella caja labrada, de finas maderas. Al introducir la llave
la tapa saltó repentinamente. No pudo reprimir un grito de susto
que atrajo corriendo a su padre.
En el interior de la caja una hilera de pequeños tubos amenazantes
los apuntaban. Durante algunos segundos Rosas observó el extraño
artefacto hasta que en su mente se hizo la luz.
Al día siguiente, 20 de marzo de 1841, las Provincias Unidas del
Río de la Plata se conmovieron cuando el Gobernador anunció públicamente
que habían intentado asesinarlo con una "máquina infernal" y que
si seguía con vida era porque Dios había impedido que el mecanismo
funcionase.
Una enfurecida muchedumbre con distintivos color punzó recorrerá
las calles de Buenos Aires gritando "¡mueran los salvajes unitarios!"
y "¡viva la Santa Confederación!".
A raíz del fracaso del atentado de "la máquina infernal" el Obispo
de Buenos Aires, monseñor Medrano, entrega a Rosas, "el elegido",
una nota firmada por gran parte del clero:
"¿Quiere V.E. conocer más claramente que Dios lo tiene escogido
para presidir los destinos del país que lo vio nacer? ¿No se apercibirá
de que es disposición del Eterno que continúe sus sacrificios, y
que el único propósito que domine a V.E. sea el de llevarlo hasta
donde lo exigen los intereses de la República? Esta necesidad ya
se la ha hecho sentir a V.E. repetidas veces la voz del pueblo;
ahora se la hace entender más enérgicamente la voz del cielo, la
voz del milagro".
Capítulo 47 No somos hijos de la tierra
Vivían fuera de su país, algunos en malas condiciones económicas.
Buenos Aires les era ahora hostil, cuando siempre habían sido la
elite mimada por la aristocracia y la burguesía comercial porteña.
Eran los jóvenes "de las luces", que deseaban que su patria progresase
en la senda que marcaban los países europeos. Dejando atrás el atraso
que para ellos representaba la herencia hispánica, el catolicismo
cerval, la brutalidad de los gauchos y los orilleros, la ignorante
bonhomía provinciana.
Se habían atosigado con lecturas de Rousseau, de los enciclopedistas,
de Saint Simón, y competían por conocer y adueñarse de la última
novedad surgida en los cenáculos parisinos.
Sin embargo ahora Buenos Aires estaba en guerra nada menos que contra
"su" Francia y las calles porteñas ya no eran testigo de sus paseos
y de sus apasionadas discusiones sino que ahora las transitaban
los plebeyos, los bárbaros mal entrazados, de apellidos sin relieve
ni historia, de barbas desprolijas y vestimentas no "a la page",
a quienes ellos jamás habían tenido en cuenta, ni siquiera cuando
hablaban de ese "pueblo" retórico por cuyo progreso, estaban convencidos,
daban sus mejores esfuerzos. Era la hora de la "chusma", de gauchos
de la campaña y de orilleros de los suburbios que se habían adueñado
de un Buenos Aires al que hasta no hacía mucho sentían ajeno, una
ciudad para el disfrute de otros que los miraban con desprecio pero
también con miedo. Y habían tenido razón en temerles porque ahora,
con esas insignias coloradas que iban expandiéndose en sus vestimentas
y en sus sombreros, vociferaban "mueras" en su contra y los calificaban
de "salvajes".
No dejando dudas de su fervoroso e incondicional apoyo a quien había
traicionado a su clase, un Ortiz de Rosas que enfrentaba a los admirables
franceses y que lograba que los periódicos del mundo cada vez se
ocupasen más de su coraje, de su patriótica obstinación.
Los exiliados parecían convencidos, de buena o mala fe, de las generosas
intenciones democratizantes y civilizadoras de Francia, como si
no se tratase de la misma temible potencia que ,antes o después
del fracasado bloqueo, se apoderaría de Argelia, Costa de Marfil,
Guinea, Camboya, Somalía, Cochinchina, Túnez, Sudán, Congo, Madagascar,
Marruecos, Siria y Líbano.
Pero representaba para ellos lo deseable en cultura y distinción,
tan contrastante con la barbarie de los gauchos que despreciaban,
motivados por su pasión por lo extranjero que superaba a un sentimiento
nacional del que carecían.
Unitarios y "cismáticos" llevaron su oposición a Rosas hasta extremos
inconcebibles: "Los que cometieron aquel delito de leso americanismo"
-confesará años después, con su habitual franqueza, Domingo Sarmiento—,
"los que se echaron en brazos de la Francia para salvar la civilización
europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata
fueron los jóvenes; en una palabra, ¡fuimos nosotros!". Está claro:
de lo que se trataba era de salvar, en Argentina, "la civilización
europea" y no la soberanía nacional. Por otra parte también es evidente
que los mentados "jóvenes" eran los de holgada posición económica
y social, los de la chusma, los plebeyos, rosistas hasta el tuétano,
no merecían ese calificativo.
En Montevideo, los exiliados no ignoraban cuál sería su principal
aporte. No en vano se vanagloriaban de sus títulos universitarios
que no les servían para empuñar las armas contra el dictador sino
para construir la justificación ideológica de la intervención francesa
y así contrarrestar la oleada de indignación patriótica que azuzaba
a las masas y confundía a los extraños.
De eso se ocuparía quien era probablemente el más brillante de ellos,
Juan Bautista Alberdi. En cinco artículos publicados en "El Nacional"
de Montevideo entre el 27 de noviembre y el 7 de diciembre de 1838
argumentaría en estos términos:
"Nosotros traicionamos al tirano, si es que se puede ser traidor
con un tirano, para ser fieles a la patria que ese tirano despedaza(...)
Nos uniremos a todos los amigos de nuestras glorias y de nuestra
dignidad para destruir al único enemigo de nuestras glorias y de
nuestros colores: el tirano de Buenos Aires(...) Si el tirano de
Buenos Aires que con tanta jactancia invoca el nombre de la patria,
la amase como nosotros, la infeliz patria no estaría hoy en las
condiciones que se ve".
"¿Estará el deshonor, entonces, en ligarse al extranjero para batir
al enemigo? Sofisma miserable. Todo extranjero es hombre y todo
hombre es nuestro hermano. La doctrina contraria es impía y bárbara.
No es nuestro hermano un hombre porque ha nacido en la misma tierra
que nosotros. Nosotros no somos hijos de la tierra sino de la humanidad.
De lo contrario las bestias que han nacido en nuestra tierra serían
nuestras hermanas".
Algo menos de diez años más tarde, el 25 de mayo de 1847, Alberdi
desandaría este camino aclarando que escribe desde el extranjero,
Valparaíso, "no como proscripto" pues había salido de su patria
"por franca y libre elección". José P. Feinmann reflexiona sobre
la relación entre ambos:
".Crearlo todo de nuevo, proponía Rosas. Crearlo todo, era la tarea
de Alberdi. Y en eso de nuevo que exige el caudillo y omite el escritor,
está la secreta causa que los llevó a enfrentarse. Porque crearlo
todo de nuevo no es crearlo todo sino restaurarlo todo (...) El
fracaso del unitarismo había terminado por aclararle las cosas a
Rosas. Los "doctores", dedujo, no entendían nada. Obtenida esta
certeza su aplicada lectura de los hechos le hizo concebir la idea
de fortalecer las estructuras tradicionales del país (...) Aún estaba
fuerte el recuerdo de Rivadavia. El laicismo impuesto por las exigencias
inglesas, la constitución antipopular, los empréstitos y el liberalismo
ruinoso para las provincias. Para acabar con eso y, más aún, para
erigir al país como una entidad autónoma, era necesario reconquistar
una nacionalidad amenazada por un doble frente externo e interno.
Y nada de proponerse buscar esa nacionalidad en Mayo, pues no era
allí donde estaba, sino en las profundas y lejanas creaciones del
pueblo: en sus instituciones jurídicas, en sus modalidades idiomáticas,
artísticas y técnicas. No se trataba aquí de algo surgido apenas
veintisiete años atrás, sino de una pretérita cultura de siglo.
El españolismo de Rosas, que muchos liberales de izquierda y derecha
han entendido como restauración de la colonia, feudalismo o meramente
barbarie, significa la clara percepción de un problema político:
desligar a un pueblo de su pasado en debilitarlo como nación. Había,
pues, que fortalecer las estructuras propias y buscarlas allí donde
estaban: en las costumbres y usos de los pueblos. La restauración
se convertía en expresión. Y esta fuerte y cerrada cultura nacional
acababa convirtiéndose en una cultura de resistencia".
Capítulo 48 Los ejércitos auxiliares
La situación de los franceses se había complicado. Rosas ni siquiera
contestaba sus notas, además su situación militar había mejorado
al frenarse el empuje del avance de Santa Cruz, en parte por disidencias
en su compleja asociación con los peruanos y en parte porque tanto
en Argentina como en Chile la reacción popular contra la invasión
extranjera había ido creciendo y organizándose.
Por otra parte los ingleses, aguijoneados por el embajador Moreno
y por sus connacionales comerciantes en el Plata, se impacientaban
ante la demora de su socia europea en resolver un asunto presuntamente
fácil que ambas naciones habían acordado que no llevaría más de
un año.
La misma impaciencia crecía en la ciudadanía francesa que ya empezaba
a desconfiar de que el orgullo nacional quedase bien parado luego
de esa expedición contra una nación débil y conducida por un tirano
que, riveristas y unitarios los habían convencido de ello, sería
derribado por los mismos argentinos en cuanto las naves bloqueadoras
asomasen en el horizonte.
Nada de eso había sucedido y el cónsul Roger, preocupado por su
responsabilidad en el asunto, obtuvo el acuerdo del almirante Leblanc
y del canciller Molé para organizar una fuerza "auxiliar" que completara
el bloqueo con acciones militares por tierra. Esto no podía ser
implementado por las tropas francesas acantonadas en los suburbios
de Montevideo, a pesar de los airados reclamos de los unitarios,
debido a que Inglaterra no lo toleraría. Una cosa era derribar a
Rosas y así garantizar la navegación de los ríos interiores de Argentina
para que Francia e Inglaterra comerciaran con los países sudamericanos,
y otra permitir que otro país europeo, hoy aliado pero hasta hacía
poco enemigo, ampliara su espacio de dominación militar y política.
Habría dos ejércitos "auxiliares", uno a cargo de Domingo Cullen,
ministro del gobernador santafesino Estanislao López quien, enfermo,
le ha cedido el mando de los asuntos políticos. Aquel ha logrado
casi convencer a los gobernadores de Entre Ríos, Corrientes y Córdoba
que el conflicto es exclusivo de Buenos Aires y que Rosas ha logrado
nacionalizarlo perjudicando seriamente a sus provincias.
Audaz, sobrevalorándose, el 5 de junio de 1838 Cullen propone a
los invasores separar a dichas provincias y a Santa Fe constituyendo
una república aparte, europeísta, con la condición de que el bloqueo
les fuese levantado. Se hubiese cumplido así el viejo sueño de no
pocos provincianos de quitar puerto y aduana a Buenos Aires.
La otra fuerza "auxiliar" se reclutaría y entrenaría en la Banda
Oriental de manera de completar una operación de pinzas sobre Rosas.
Para ello era indispensable defenestrar al federal gobernador Oribe
y poner en su lugar al dócil y unitario Rivera.
Oribe no era Rosas y entonces un bombardeo sobre Montevideo y un
"ultimátum" bastaron para cambiar de gobierno, no sin que antes
de huir hacia Buenos Aires el derrocado protestase contra "la infamia,
alevosía y perfidia del contralmirante francés y demás agentes de
Francia", aduciendo además que su "renuncia era nula por arrancada
a la fuerza". Este texto repercutió en todo el mundo, quizás divulgado
por Gran Bretaña que ya buscaba la forma de que el asunto del río
de la Plata terminase de una vez por todas.
Los franceses se abocaron a la tarea de convencer a Rivera de que
era él quien debía conducir las fuerzas que tomarían Buenos Aires,
en combinación con las de Cullen, mientras la flota francesa intensificaría
el bloqueo ocupando además los ríos Paraná y Uruguay para impedir
los movimientos y el aprovisionamiento de las fuerzas que respondían
a Rosas.
Rivera, desentendido de las razones de la alta política europea
que impedían que la beligerancia francesa se mostrase abiertamente,
exigió que la nación bloqueante formalizase una declaración de guerra
contra la Argentina y recién entonces acordar una conveniente alianza
franco-oriental.
Aunque no obtuvo resultados en ello, lo que sí consiguió es que
los franceses desembolsaran una importante suma de dinero para armar
y reclutar su ejército. Entonces el flamante gobernador de Montevideo,
quien de allí en más aprendería a lucrar con la desesperación de
los europeos sin inquietar a su respetado Rosas, aceptó.
Contará el general Paz, años después, que el científico Bompland,
quien había tratado muy de cerca al general Rivera, le decía asombrado:
"El general Rivera me ha referido hechos de su mocedad que no le
hacen honor, como si no se apercibiera que, tan lejos de ser una
virtud, debieran causarle eterna vergüenza. Me refería un día que,
de acuerdo con otro pillo, hicieron una expedición a un pueblo de
su país llevando secretamente una partida de barajas o naipes compuestos,
con los que desplumaron inhumanamente a todos los aficionados. Otra
vez hizo otra excursión a correr carreras donde, corrompiendo a
los corredores de profesión, hizo que sus caballos, que no eran
mejores, llevasen el vencimiento de todas las carreras. Lo más singular
es -continuaba-que lo decía con un aire de satisfacción que probaba
estar lleno de ella dentro de sí mismo".
Como parte de la ofensiva que confiaban sería la final, la escuadra
francesa atacó la isla de "Martín García" defendida por una pequeña
guarnición de poco más de cien hombres al mando del teniente coronel
Jerónimo Costa y una pequeña batería a cargo del capitán Juan Thorne,
que años más tarde también se desempeñaría con heroísmo durante
la batalla de la "Vuelta de Obligado".
La resistencia fue recia, cobrando vidas de ambos bandos, pero finalmente
los defensores debieron rendirse ante la superioridad numérica y
armamentista de los atacantes conducidos por el contralmirante Daguenet
quien, en muestra de respeto por su coraje, devolvió a Costa la
espada que le había entregado al rendirse y puso a su disposición
y de los patriotas sobrevivientes un lanchón para regresarlos a
Buenos Aires donde un pueblo enfervorizado los recibió en triunfo
el 14 de octubre de 1838.
La clase pudiente de Buenos Aires, en cambio, asiste con creciente
alarma y temor a la evolución de los acontecimientos pues es muy
ostensible la impotencia de los bloqueadores mientras en la chusma
aumenta el entusiasmo patriótico. Es que algunos acontecimientos
favorables van descomprimiendo la situación federal. Cullen, quien
ha remplazado a Estanislao López en el gobierno de Santa Fe a su
muerte, el 13 de septiembre es desplazado por el hermano de aquél,
"Mascarilla" López, al frente de fuerzas federales y huye a Córdoba
en primera instancia pero con Rosas decidido a no tener clemencia
con él sigue hacia Santiago del Estero para cobijarse en su gobernador,
Felipe Ibarra.
Finalmente el Restaurador logra que el santiagueño deje de lado
sus remilgos, ya no tan convencido de la definitiva derrota de Rosas,
y le aconseje a su huésped que "se pusiera unas medias de lana porque
iba a remacharle dos barras de grillos". El coronel Pedro Ramos
se encargará de fusilarlo apenas traspuesto el límite de la provincia.
Otra noticia que será celebrada con varios días de festejos, además
de un solemne "Te deum" al que asiste el Restaurador y repiques
de campanas, fue el resultado de la batalla de "Yungay", el 20 de
enero de 1829, en que las fuerzas chilenas al mando del general
Bulnes destrozarán definitivamente a las peruano-bolivianas de Santa
Cruz, quien huirá hacia Ecuador.
Ahora don Juan Manuel podría concentrase exclusivamente en contrarrestar
a la escuadra francesa y a su "auxiliar" uruguayo, el inactivo y
pedigüeño Rivera.
Capítulo 49 Sombras de Heredia y borrego
En el juicio que se le siguió al conspirador unitario Marco Avellaneda
en el consejo de guerra de Metán en 1841, negó que hubiese ordenado
la muerte de Heredia, uno de los más leales y populares gobernadores
federales y heroico defensor de nuestra soberanía ante la invasión
del mariscal Santa Cruz.
Rosas le había anunciado a Heredia que era inútil y riesgoso intentar
acuerdos con los unitarios. El 16 de julio de 1837 le escribía que
lo consideraba un buen federal pero que, "en fuerza de su noble
índole y de los sentimientos suaves y generosos que le imprimieron
en su educación", le sucede lo que a Dorrego: que "no llega a penetrar
ni a persuadirse bien a fondo de toda la perversidad y acedía de
los unitarios"; e insistía en que podía pasarle lo que al precursor
federal y a Quiroga. Un trabucazo letal se encargó de darle la razón.
En su imposible defensa Avellaneda aceptó haber prestado sus caballos
a los asesinos por no saber sus propósitos, hallarse en el lugar
del crimen de casualidad porque cabalgaba por el camino de Lules
yendo a visitar a un pariente que no identificó, que entró en Tucumán
con los asesinos gritando "¡Ha muerto el tirano!" porque que lo
obligaron a seguirlos y gritó de miedo, que reunió esa noche la
Legislatura para elegir nuevo gobernador por presión de los asesinos,
y que ni entonces ni nunca denunció ni nada hizo por perseguir a
Robles y los suyos por estar atemorizado.
Fue condenado a muerte como "instigador y principal culpable de
la muerte del general Heredia" y su cabeza colgada en una pica en
la plaza de Tucumán.
Un romance de tradición oral une la muerte de dos respetados caudillos
federales:
"Sombras de Heredia y Dorrego si es que ya en el cielo estáis, os
rogamos por la patria, que estas tierras protejáis.
No dejéis que en mil hogares se sufran negros dolores; no dejéis
que aquí la paguen los justos por pecadores".
Capítulo 50 Un profundo pesador
Un funcionario de alta jerarquía que olvidó encabezar un decreto
con el lema federal se humilló ante Rosas rogándole perdón por escrito:
"Me hallo agobiado con un profundo pesador al saber que he tenido
la enormísima desgracia de haber disgustado a V.E. Protesto ante
213 y 214 de galvez) V.E. por lo más sagrado que solo por un descuido
puramente involuntario puedo haber dejado de escribir la palabra
salvaje unitario (...) ¿Sería creíble que contradiciendo mi modo
de discurrir, me hubiera decidido a dejar de escribir la palabra
salvaje unitario, cuando a la exactitud de su aplicación se agrega
mi convencimiento íntimo de la justicia de ella?".
Capítulo 51 Si Ud. me cree de alguna utilidad
Indignado por la conducta de los franceses hacia su patria, San
Martín desde Grand Bourg, cerca de París, escribe a Rosas el 5 de
agosto de 1838. Es la primera misiva del Libertador al Restaurador,
a quien nunca había tratado pero sí elogiado en su epistolaridad
con Guido y con O' Higgins.
Después de explicarle las persecuciones sufridas de Rivadavia que
lo obligaron a expatriarse en 1817, y su deseo de no mezclarse en
la guerra civil en 1822, pasa al objeto de la carta: "He visto por
los papeles públicos de ésta el bloqueo que el gobierno francés
ha establecido contra nuestro país. Ignoro los resultados de esta
medida.
"Si son los de la guerra yo sé lo que mi deber me impone como americano;
pero en mis circunstancias y que no se fuese a creer que me supongo
un hombre necesario y por un exceso de delicadeza que usted sabrá
valorar, que si usted me cree de alguna utilidad sepa que espero
sus órdenes.
"Tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para
servir a mi patria honradamente en cualquier clase que se me destine.
Concluida la guerra me retiraré a un rincón; esto es, si mi patria
me ofrece seguridad y orden.
"De lo contrario regresaré a Europa con el sentimiento de no dejar
mis viejos huesos en la patria que
Capítulo 52 Muy dichosos nos reputaríamos
Rivera Indarte sancionará en las "Tablas de Sangre":
"(...) Nuestra opinión de que es acción santa matar a Rosas no es
antisocial sino conforme con la doctrina de los legisladores y moralistas
de todos los tiempos y edades. Muy dichosos nos reputaríamos si
este escrito moviese el corazón de algún fuerte, que hundiendo un
puñal libertador en el pecho de Rosas, restituyese al Río de la
Plata su perdida aventura y librase a la América y a la humanidad
en general del grande escándalo que la deshonra".
Es el mismo que en 1934 compusiera el "Himno de los Restauradores":
"Oh Gran Rosas tu pueblo quisiera Mil laureles poner a tus pies.
Que el Gran Rosas preside a su Pueblo, Y el destino obedece a su
voz. Del poder la gran Suma revistes Y a la Patria tú debes salvar.
Federales, a Rosas invicto Jurad siempre constancia y valor que
es temor de unitarios su brazo y del libre el apoyo mejor".
Ya en 1839 su mediocre poética servía a otro patrón: "Conjunto horrible
de malvado y loco vil asesino, usurpador, tirano: todo baldón a
definirse es poco y la lengua fatigas y la mano". ("Al tirano Juan
Manuel de Rosas")
Capítulo 53 El cáncer de nuestros ejércitos
Uno de los problemas que padecieron tanto las fuerzas federales
como las unitarias fue el de la deserción. La base de ello estaba
en los sistemas de reclutamiento pues la inmensa mayoría de los
soldados eran "enganchados" por la fuerza a través del sistema de
levas que consistía en que una partida llegaba a un pueblo y arreaba
a todos los hombres en condiciones de combatir, lo que retaceaba
gravemente brazos para las tareas productivas. También una de las
penas más frecuentes, aún para delitos menores, era quedar incorporados
por varios años.
La paga era miserable y solía atrasarse, y las condiciones de vida
eran generalmente pésimas, no solo por la alimentación y la vivienda
sino también por el maltrato de oficiales ignorantes y rudos.
Eran tantos los desertores que solían organizarse en bandadas que
compartían con indios y asolaban las pampas cuatrereando ganado
y asaltando poblados. Las patrullas salían en su caza estimuladas
por la recompensa de veinte pesos por desertor vivo o muerto.
Los ejércitos de Rosas incorporaron mazorqueros como comisarios
políticos que tenían como función la de desalentar las deserciones
por métodos compulsivos que no ahorraban la exhibición ejemplarizadora
de las cabezas de reales o supuestos escapados en el extremos de
picas.
Pero el método mas eficiente, aunque engorroso para el desplazamiento
y la logística de las tropas, fue la incorporación de mujeres, las
"chinas", que no sólo estaban para satisfacer las urgencias masculinas
sino que a veces también tomaban las armas.
El enviado norteamericano J. Mac Cann lo contaría en su libro "Two
Thousand Miles": "Es costumbre, a través de todas estas provincias,
que cada soldado sea autorizado durante toda una campaña a llevar
una mujer como compañera, la que recibe sus raciones regularmente
(...) Las autoridades aducen que dicha licencia es absolutamente
necesaria para el bienestar del ejército, los hombres muestran menos
tendencia a desertar cuando tienen una mujer compañera, que trabaja
para él cocinando y cosiendo".
El general Paz cuenta en sus "Memorias" que su colega uruguayo Fructuoso
Rivera, durante la guerra con Brasil, le contó que Artigas había
resuelto una deserción que amenazaba con ser masiva trayendo "algunos
cientos de chinas" que distribuyó entre los soldados. La opinión
del "manco" era negativa: "Las mujeres son el cáncer de nuestros
ejércitos, pero un cáncer que es difícil de cortar, principalmente
en los compuestos de paisanaje".
Capítulo 54 Enemigos de Dios y de los hombres
La jerarquía eclesiástica respaldaba sólidamente a Rosas, pidiendo
a los fieles que dieran total apoyo al "Restaurador de las leyes
y defensor de la religión", como se lo solía llamar en esos ámbitos.
El Obispo de Buenos Aires, Mariano Medrano, que lucía una ostentosa
divisa federal que, como era de práctica, reclamaba la muerte de
los unitarios, instruyó a los sacerdotes en su diócesis para que
predicaran a mujeres y jóvenes sobre la virtud de pertenecer a la
causa federal:
"Nada es más justo para el clero como conformar sus opiniones con
las del Supremo Gobierno, por cuanto cualquier divergencia en esta
parte pudiera ser ruinosa y perpetuar males a todos tan sensibles".
Mientras Rosas
condenaba personalmente a los masones, heréticos e impíos, a todos
los cuales identificaba con los unitarios, el obispo Medrano, a
su vez, alababa "la Santa Causa Federal".
Esta asociación se daba también en las provincias. El obispo de
Cuyo, monseñor Quiroga Sarmiento, felicitaría a don Juan Manuel
por el exterminio "de la horda inmunda de los unitarios, enemigos
de Dios y de los hombres", a lo que éste respondería con probable
ironía que tal congratulación "es digna de un prelado evangélico
que siente en su corazón el santo fuego de la virtud cristiana,
de la caridad positiva y del amor ardiente a la Santa Causa de la
Federación".
En las festividades el retrato de Rosas era exhibido en los altares
y a veces sacado en procesión por las calles flanqueado por sacerdotes
ornados con sobrepellizas coloradas.
La mayor parte de los miembros inferiores del clero se mostraba
con vehemencia favorable a Rosas, virtualmente otra rama de su populismo,
una especie de milicia espiritual que predicaba con violencia contra
los unitarios, a quienes acusaban por las medidas anticlericales
de Rivadavia y contra quienes instigaban ahora por venganza. Era
un clero criollo de humilde origen y por lo tanto de poca educación,
formación y disciplina pero poseídos de un vigoroso sentimiento
nacional y comprometidos con los suyos, los sectores populares.
Algunos de ellos eran de hecho caudillos menores de fuerte arraigo
entre la chusma y desde sus púlpitos predicaban la santidad del
Restaurador y pedían el exterminio de sus enemigos.
Así eran el padre Camargo, fray Florencio Rodríguez, el padre Solís
y especialmente, el padre Gaeta, que vestía las imágenes de santas
y santos con colores y divisas federales y comenzaba sus sermones
con la exhortación: "Feligreses míos, si hay entre nosotros algún
asqueroso salvaje unitario, que reviente".
Rosas era católico convencional, por nacimiento y educación. Rezaba,
creía en la Divina Providencia y consideraba sinceramente a sus
adversarios como "enemigos de Jesucristo". Exorcizó al liberalismo
anticlerical de Rivadavia, restauró iglesias, reinstaló a los dominicos
y autorizó el regreso de los jesuitas.
No ignoraba la importancia política que tenía el apoyo de la Iglesia
para garantizar el orden social y la subordinación colectiva. La
subvencionaba generosamente y así la dominaba y la manipulaba, tratando
al clero como una rama del rosismo y esperando de ellos que sirvieran
en todo a la Causa federal.
Reclamó el derecho de patronato, lo que le permitió nombrar solamente
a prelados federales en los más altos cargos eclesiásticos para
lo que mantenía fuera de la Argentina a la jurisdicción papal. Por
decreto del 27 de febrero de 1837 declaró nula toda bula papal emitida
desde 1810 y todo nombramiento eclesiástico allí contenido. Y todavía
en 1851 se rehusó a negociar con un enviado del Papa cuya misión
era resolver la disputa sobre el patronazgo, despidiéndolo con una
nota tajante, instándolo a "que se digne transferir los arreglos
con S.S. para una época más adecuada".
Con los jesuitas la situación fue distinta. Regresaron a la Argentina
en 1836, setenta años después de su expulsión por Carlos III, por
invitación de don Juan Manuel, quien les restituyó su antigua iglesia
y colegio de San Ignacio, les permitió abrir escuelas, planear misiones
a los indios y reestablecerse en Córdoba y en Buenos Aires.
Llegaron a Buenos Aires seis jesuitas españoles el 9 de agosto de
1836 a bordo del bergantín inglés "Eagle", a los que siguieron otros
con breves intervalos. Rosas favoreció a los jesuitas porque estaba
impresionado, según lo manifestase el decreto correspondiente, por
"los incalculables servicios que había rendido previamente la Compañía
a la religión y al estado". Suponía que, escaldados por sus experiencias
previas, serían un dócil refuerzo para sostener el orden y la unión,
y esperaba de ellos que, como los otros religiosos, predicaran "las
ventajas de nuestra Santa Causa Federal".
Pronto quedó decepcionado. El éxito inmediato y la popularidad de
los recién llegados despertaron su desconfianza por el posible desarrollo
de un foco rival de intereses e influencias, y más aún cuando constató
que eran neutrales en política.
No pasó mucho tiempo antes de que fueran acusados de pro-unitarios,
acosados por los activistas federales y aterrorizados por la Mazorca.
Corajudamente se resistieron a que sus escuelas e iglesias se convirtieran
en centros de propaganda federal. Se negaron además a hacer "funciones
federales", a predicar la doctrina rosista y a colocar el retrato
del Restaurador en sus altares.
Era demasiado. Hacia 1840 Rosas se había vuelto decididamente en
contra de ellos, pronto a "la execración de ese cuerpo extraño"
(Lucio V. Mansilla), alegando que sólo buscaban obtener poder y
dominación y que respondían a un gobierno extranjero, el Vaticano.
La Compañía de Jesús se había erigido en un poder independiente
dentro de otro celosamente autocrático como era el gobierno de Rosas.
Su acción se había dirigido a los jóvenes de la clase principal
y la cuota de su colegio era solamente accesible a los estudiantes
de buenos recursos. Las familias que frecuentaban al padre Berdugo,
superior del colegio, pertenecían a la oposición unitaria.
A tono con la clase social donde buscaron influencia, en sus aulas
no se pronunciaba la palabra "federación" ni se exigía la divisa
punzó. Su marcha era "gambetera", según Rosas, y Manuelita les enrostró
públicamente "que no andaban de frente". Cuando se descubrió la
conspiración de Maza sólo allí no se rezó una solemne misa cantada
con el correspondiente sermón "federal". Ni el padre Berdugo felicitó
a Rosas públicamente, como lo hizo todo el clero.
Ningún federal, diría el coronel Mariño al rehusarse a asistir a
una boda celebrada en San Ignacio, pisaba su iglesia "para no rozarse
con los salvajes inmundos unitarios". No pocas familias retiraron
a sus hijos del colegio temiendo un asalto, sobre todo porque se
repartieron amenazantes pasquines con jesuitas colgados de horcas.
Finalmente el padre Berdugo y los demás sacerdotes escapan a Montevideo.
Rosas hará saber entonces a la población que dicha huida, como si
hubiera sido tomada en pleno libre albedrío, confirmaba el compromiso
de los jesuitas "por los salvajes unitarios, además de su ingratitud
y su perfidia".
Capítulo 55 La honestidad del dictador
Eran tantos y tan poderosos sus enemigos que Rosas tuvo la premonición
de un duro exilio. Si bien durante sus gobierno favoreció a algunos
amigos y aliados nunca fue generoso consigo mismo, no solo por su
espíritu religioso sino también porque para que el pueblo avalase
su autocracia, para que no la sintiese al servicio de sus intereses
personales, debía dar pruebas de una transparente honestidad.
Seguramente, en su interior, doña Agustina lo vigilaría con gesto
adusto e imperativo.
En una única oportunidad conocida, en 1839, y por relato de su cuñado
Lucio N. Mansilla, pareció estar a punto de sucumbir a la tentación
en tiempos en que enfrentaba enormes dificultades:
—Amigo, usted es un hombre de buen gusto, hágame el favor de comprarme
unas lindas alhajas que deseo hacer un regalo a Encarnación.
El general Mansilla asiente y se retira del despacho del gobernador.
En pocos días cumple con el recado. No son muchas pero sin duda
son lo más valioso que se puede elegir en "Fabre", el continuador
de una dinastía de joyeros que ha abierto tienda en una de las esquinas
de la plaza de la Victoria.
Rosas las recibe y las sopesa sin urgencia, observándolas con la
atención de un relojero.
—Son muy bonitas - dice al fin-pero son pocas. Yo quería algo mejor.
Mansilla le explica que las puede devolver pero don Juan Manuel
responde:
— No, se comprarán después otras, porque ya sabe usted, nunca se
está seguro, y si uno de estos días me agarra la trampa, llevando
eso Encarnación entre las polleras durante algún tiempo tendremos
con qué vivir.
Nada de eso se hizo y en 1851, luego de Caseros, el representante
británico en Buenos Aires, Mr. Robert Gore, quien tendría a su cargo
el embarque clandestino de Rosas con proa a su largo exilio, informará
a su Canciller , lord Henry Temple, que "el general me aseguró que
no tenía un centavo fuera del país y que llevaba consigo una insignificancia,
alrededor de 720 onzas, en nuestra moneda 2300 libras, y que si
sus propiedades en este país fuesen confiscadas él y su familia
se arruinarían". Así fue.
Sobre la honestidad del Restaurador uno de los testimonios más conmovedores
es el del economista José María Ramos Mejía, condicionado familiarmente
a la antipatía hacia Rosas por ser hijo de Matías Ramos Mejía, uno
de los líderes del la "Revolución del Sur" que apenas se libró del
fusilamiento y que luego fue edecán del general Lavalle:
"Mis escrúpulos estrujaban el lenguaje para sacar una fórmula condenatoria
que satisficiera a la pasión política, hasta que por fin triunfó
la probidad histórica y estampé el pensamiento con franqueza: en
el manejo de los dineros públicos Rosas no tocó jamás un peso en
provecho propio, vivió sobrio y modesto, y murió en la miseria".
Capítulo 56 Objeto de mi veneración particular
Se le puede reprochar a Rosas que no evitó la adulonería.
El director del "Teatro de la Ranchería", Antonio González, dará
a conocer sus ideas en el "Diario de la Tarde": "Lo diré de una
vez: el invicto e ilustre Restaurador de las Leyes, el Padre de
la Patria, el Gran Ciudadano, Brigadier, Gobernador y Capitán General
de la Provincia, don Juan Manuel de Rosas, es el objeto de mi veneración
particular y a quien rendidamente tributo el homenaje de mi constante
adhesión
"(...) En tal supuesto he destinado para el indicado día la representación
de un hermoso drama, que aunque se ha exhibido ya en nuestro proscenio,
reformado hoy parcialmente y adaptado a las circunstancias del día,
no dudo que será recibido con placer. Es en 5 actos y su título:
"El buen gobernador" (Raúl H. Castagnino).
Capítulo 57 Signo de imbecilidad moral
Casi nada quedó por decir en contra de Rosas. Ni siquiera se libró
de tendenciosos informes morfopsicológicos como el del ya citado
Dr. José Ramos Mejía:
"(...) Hasta en la forma de su cabeza había condiciones orgánicas
que favorecían la producción de su imbecilidad moral. Su cráneo,
aunque no era visiblemente muy defectuoso y asimétrico, no parecía
tampoco artísticamente conformado. La abundancia exuberante de su
cabello encubría las señales inequívocas del desigual desarrollo
de su cerebro.
"Mientras en los hombres distinguidos la región anterior del cerebro
está más desarrollada que en los hombres vulgares, la parte posterior,
al contrario, es mucho más pequeña no sólo de una manera relativa
sino también absoluta (Broca).
"(...) Y bien, estudiemos el cráneo de Rosas, la configuración exterior
de su cabeza, y veremos como las pasiones ciegas, los instintos
del bruto, el alma occipital en una palabra, está desarrollada de
una manera exuberante en gran detrimento de los lóbulos anteriores.
"La frente, poco espaciosa, es fugitiva y deprimida, estrecha y
cerrada, signo incontestable de inferioridad moral (...) Los microcéfalos
y los idiotas poseen una frente fugitiva, las fosas frontales deprimidas
y muy bajas (...). Mirada su cabeza de frente, el ojo menos perspicaz
descubre al instante la estrechez y poca extensión del frontal:
angosto, corto y revelando toda la inferioridad de su alma.
"Los arcos superciliares prominentes, espesos y proyectándose atrevidamente
hacia fuera, la órbita profunda, ancha, elevada a expensas de las
hendiduras frontales y reduciendo los lóbulos anteriores, las cejas
abundantes, el párpado de aspecto edematoso, signo para mí de inferioridad,
y la mirada encapotada, siniestra, que brotaba de unos ojos celestes
bellísimos(...)".
Tampoco un joven escritor, en 1925, se privaría de opinar en su
"El tamaño de mi esperanza": "La Santa Federación fue el dejarse
vivir porteño hecho norma, fue un genuino organismo criollo que
el criollo Urquiza (sin darse mucha cuenta de lo que hacía) mató
en Monte Caseros...". Y agregaba: "Nuestro mayor varón sigue siendo
don Juan Manuel: gran ejemplar de individuo, gran certidumbre de
saberse vivir, pero incapaz de erigir algo espiritual, y tiranizado
al fin más que nadie por su propia tiranía y su oficinismo". Se
trataba de Jorge Luis Borges.
A su vez, John Murray Flores, encargado de negocios de los Estados
Unidos, opina sobre don Juan Manuel en comunicación con Washington,
noviembre de 1840:
"Es una persona de educación limitada pero se parece a esos farmers
de mucho carácter que abundan en nuestro país y que son considerados
con justicia la mejor garantía de nuestra libertad nacional. Sin
embargo, difiere de cualquier cosa conocida entre nosotros ya que
debe su gran popularidad entre los gauchos al hecho de haberse asimilado
casi totalmente a su manera singular de vida, su indumentaria, sus
labores y aún sus deportes. Se dice que no tiene competidor en cualquier
ejercicio físico, aún aquellos más violentos y difíciles (...)
"Es sumamente suave de maneras y tiene algo de las reflexiones y
reservas de nuestros jefes indios. No hace ostentación alguna de
saber, pero toda su conversación trasluce un excelente juicio y
conocimiento de los asuntos del país y un cordial y sincero patriotismo
(...) Sus modales exteriorizan una atrayente modestia. Vestía un
rico uniforme militar y me confesó con toda ingenuidad que era la
primera vez en su vida que usaba semejante prenda, aun cuando es
bien sabido que ha tenido el rango y la autoridad de comandante
general".
Capítulo 58 Quedó todo sosegado
El general José María Paz, envuelto en la ferocidad del odio fratricida,
no logró impedir que sus manos se mancharan con sangre. Recordemos
a Domingo Arrieta, que fuera su oficial en la "campaña de la sierra",
quien cuenta en sus "Memorias de un soldado": "Mata aquí, mata allá,
mata acullá, mata en todas partes, teníamos orden (de Paz) de no
dejar vivo a ninguno de los que pillásemos y al cabo de dos meses
quedó todo sosegado".
Sin embardo, años más tarde, el "manco" parece sufrir de amnesia
cuando en sus "Memorias" contribuye a la negra leyenda de la crueldad
federal con una vivencia seguramente auténtica de cuando estaba
preso de Rosas en Luján:
"El coronel Ramírez se hallaba entonces en el cantón de "la Barrancosa",
y repentinamente mandó a Luján, en clase de arrestado, al teniente
Montiel, joven apreciable y de interesante figura. Nadie, ni el
mismo Montiel, sabía la causa de su arresto y de su expulsión de
"la Barrancosa"; no estaba incomunicado, pero, por ciertas precauciones
que se observaban, se venía en conocimiento que estaba bien recomendado.
"Después de doce o quince días de prisión se presentó en Luján el
capitán o mayor Macaluci, con orden de conducir a Montiel a "la
Barrancosa". Yo los vi salir de la cárcel juntos y montar a caballo
una mañana, después de haber hecho un abundante almuerzo, en que
el vino no había andado muy escaso; conversaban y reían juntos y
no iba escolta alguna; me dijeron que dos o tres soldados que llevaba
Macaluci los había mandado esperar a la orilla del pueblo, para
aparentar mejor la inocencia de aquel viaje.
"Nadie, pues, sospechaba el fatal destino de Montiel, y no es sino
con estupor que se supo a los tres o cuatro días que inmediatamente
de llegado a "la Barrancosa" había sido fusilado, sin juicio, sin
defensa, sin recibirle siquiera confesión, y sin más antecedentes
que algunas declaraciones tomadas a otros en su ausencia.
"Hacía meses que Ramírez había tenido un encuentro con los indios,
sobre los que obtuvo algunas ventajas, ventajas que se exageraron,
cacarearon y celebraron del modo más ridículo; nadie había hablado,
hasta entonces, del malogro de una carga por haber hecho sonar un
trompeta el toque de alto, ni cosa parecida; mas, un día (y ahora
es que empieza la relación de Ramírez) que iba éste paseando por
el campamento, oyó, por casualidad, que un trompeta refería a otro
soldado que el teniente Montiel le había mandado tocar alto, y que
por eso no había obtenido la carga todo el resultado; entonces fue
que mandó salir a Montiel, y que reunió otras declaraciones que
comprobaban el hecho. Formalizadas éstas, dio cuenta a Rosas, quien
ordenó que se fusilase a Montiel sobre la marcha, para lo que se
le hizo regresar a Luján con Macaluci, según se ha referido".
Es interesante reproducir, de dichas "Memorias", la "ligera comparación
entre los dos caudillos bajo cuya férula tuve que sufrir ocho años
de prisión: el uno, Rosas, me mandó libros; al otro ni se le ocurrió
que podía necesitarlos.
"Aquél me hace conocer francamente sus intenciones; Estanislao López,
taimado y taciturno, quiere que le adivine, y se irrita porque cree
que no puedo comprenderlo, pues para esto hubiera sido preciso bajarse
hasta donde me era imposible llegar.
"Ambos, gauchos; ambos tiranos; ambos, indiferentes por las desgracias
de la humanidad; pero el uno obra en grandes proporciones; el otro,
limitado a una estera tan reducida como su educación y sus aspiraciones.
"Rosas marcha derecho; López por rodeos y callejuelas, Rosas fusila
ochenta indígenas en Buenos Aires y en un solo día; López los hace
degollar en detalle de noche y en un lugar excusado.
"Rosas pretende que se le tenga por hombre culto, pero haciendo
ver que no son para él una traba las formas de la civilización;
López se rebela contra la sociedad siempre que le da a entender
que ha dejado de pertenecer al salvajismo.
"Rosas quiere el progreso a su modo, un progreso (permítaseme la
expresión) haciéndonos retroceder en muchos sentidos; López nada
quiere, sino el quietismo y un estado perfectamente estacionario.
"Rosas escribe mucho y da grande valor al trabajo de gabinete; López
aparenta el mayor desprecio por todo lo que es papeles, imprenta
y elocuencia.
"Por el contrario, López ha sido feliz en los campos de batalla,
y tenía cifrada su vanidad en eso; Rosas no ha aspirado a la gloria
militar, sea por sistema, sea por otro motivo que no haga tanto
honor a su valor personal".
Capitulo 59 La novela negra
Nuestra historia oficial ha hecho de Rosas y sus circunstancias
una novela negra.
Capítulo 60 La muerte de Encarnación
En las cartas que Encarnación le escribió a Vicente González, en
octubre de 1833, mientras Rosas se hallaba en la Campaña del Desierto
y en Buenos Aires se conspiraba contra Balcarce, le decía:
"(...) Ya le he escrito a Juan Manuel que si se descuida conmigo,
a él mismo le he de hacer una revolución, tales son los recursos
y opiniones que he merecido de mis amigos.".
Ese era el temple de esa mujer que moriría en 1838, prematuramente,
cuarenta años antes que su esposo
"A nadie quizás amó tanto Rosas como a su mujer, ni nadie creyó
tanto en él como ella; de modo que llegó a ser su brazo derecho,
con esa impunidad, habilidad, perspicacia y doble vista que es peculiar
a la organización femenil. Sin ella quizá no vuelve al poder.
"No era ella la que en ciertos momentos mandaba; pero inducía, sugestionaba
y una inteligencia perfecta reinaba en aquel hogar, desde el tálamo
hasta más allá; hasta donde las opiniones, los gustos, las predilecciones,
las simpatías, las antipatías y los intereses comunes debían concordar.
"(...) Rosas en los primeros tiempos de su gobierno no vivía aislado.
Su aislamiento vino después de la muerte de su mujer. Salía, circulaba,
hasta de noche era fácil hallarlo sólo por barrios apartados; él
mismo parece que hacía su policía tomándole el pulso a la ciudad"
(Lucio V. Mansilla).
Al general Pacheco el desconsolado viudo, "traspasado de un dolor
intenso", le confía: "Esa santa era la esencia de la virtud sublime
y del valor sin ejemplo".
Le hace funerales imponentes que cuestan cerca de treinta mil pesos.
Ciento ochenta misas. Durante su vida entera le hace decir misas,
en Buenos Aires o en Southampton. Y levanta un templo en su honor,
el de Nuestra Señora de Balvanera.
Quiere que todos la lloren y lleven luto por ella. Viste de negro
a sus criados y bufones. El ejército se enluta con un velillo negro
alrededor del morrión o del quepí. El ataúd es llevado a pulso a
San Francisco, donde será enterrado luego de pasar en medio de una
calle humana formada por tropas a la izquierda y por eminentes federales
a la derecha. Y lo acompaña una multitud de veinticinco mil personas,
cifra inmensa en aquella pequeña ciudad de no más de sesenta mil
habitantes, muchos de los cuales asisten espontáneamente mientras
que otros lo hacen temiendo ser identificados como "asquerosos"
opositores.
En la noche siguiente, en casa del Restaurador, y sin que él intervenga,
nace el cintillo federal. Para demostrar adhesión y congoja ya no
basta con la divisa punzó que se lleva en la solapa, los oficiales
deciden agregar, sobre el luto del sombrero, una angosta cinta roja.
Los unitarios, empeñados en sembrar injurias, difundirán que Rosas
no amó a su mujer, que le negó un confesor en sus últimos momentos,
que no la hizo atender por un médico. Sin embardo el Restaurador
escribirá a su médico, el doctor Lepper:
"Si algo es capaz de templar de algún modo el acerbo dolor que ocasiona
la muerte de la que más se quiere, es el recuerdo de no haberse
separado V. E. de su lado noche y día y haber sido constantemente
su más cuidadoso enfermero, hasta presenciar el doloroso lance de
verla cerrar sus ojos en sus brazos".
La calumnia inventa que Rosas, no queriendo que ella se confesara
para no revelar sus crímenes, llamó al sacerdote cuando ya estaba
muerta y en complicidad con éste, para simular la confesión a los
ojos de parientes y amigos, pasó su brazo debajo de la cabeza de
Encarnación y la movía. Esto lo habría contado nada menos que Juanita
Ezcurra, hermana de la finada, pero años después de la muerte de
Rosas, interrogada sobre el tema declaró ser absolutamente falso
cuanto dijeron los enemigos de Rosas.
Don Juan Manuel ha quedado solo. Encarnación fue la única persona
que lo comprendió de veras. Amó con pasión a su "compañero" y su
"amigo", calmó su fiereza y puso un poco de ternura en su vida.
Nunca la sustituirá y ya no habrá mujer en la vida de Rosas, pues
la jovencísima Eugenia Castro no pasará de ser quien satisfaga,
de entrecasa, necesidades fisiológicas del gaucho viril.
En cuanto a Manuelita, a quien su padre adora, se constituirá en
su gran colaboradora, pero por su juventud y sujeción, si bien a
veces tendrá una influencia afectiva sobre las decisiones, nunca
será persona de consejo para don Juan Manuel quien, con Encarnación,
ha perdido sentimental y políticamente, un insustituible tesoro.
En los años trágicos que sobrevendrán quizás ella hubiera aquietado
y humanizado la implacable justicia del dictador.
Capítulo 61 Se engañarían los bárbaros
Nuestra historia oficial es clasista. Reserva un lugar muy poco
jerarquizado a quienes se apoyaron en el favor de los sectores populares
y que los representaron y defendieron.
Tal el caso de Cornelio Saavedra, quien "desaparece" de sus páginas
cuando el 8 de abril es el motivo de una masiva y sorprendente pueblada
que conmueve a la clase alta porteña, tanto a los que defienden
a España como a los independistas. Gauchos, mulatos, indios y orilleros
invaden la plaza de la Victoria, acaudillados por otro gran censurado
(no "olvidado"), Joaquín Campana, para apoyar a Saavedra amenazado
por los morenistas probritánicos que quieren copar la revolución.
Como lo harían seis meses después cuando el movimiento popular fue
derrotado y sus jefes, entre ellos don Cornelio, castigados con
severidad.
Otro ejemplo es el de Manuel Dorrego, gran patriota, cuya oprobiosa
muerte tiene menos "rating" que la de su verdugo, Juan Lavalle,
cantada épicamente por Ernesto Sábato a pesar de haber combatido
contra su patria como jefe de las fuerzas terrestres del bloqueo
francés, lo que nunca le será reprochado porque se trataba de destruir,
fuese como fuese, al invicto Restaurador.
También por ello se olvidará que a su dictado se debe una proclama
contra Estanislao López que nuestra historia oficial hubiese deseado
adjudicar a Rosas: "¡La hora de la venganza ha sonado! ¡Vamos a
humillar el orgullo de esos cobardes asesinos! Se engañarían los
bárbaros si en su desesperación imploran nuestra clemencia. Es preciso
degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de esos monstruos.
¡Muerte, muerte sin piedad!".
De Dorrego ha tenido mayor difusión la banal anécdota de su burla
a la voz aflautada de Belgrano que sus denuncias contra el ominoso
empréstito Baring que comprometía no sólo a Rivadavia, precursor
del capitalismo entreguista, sino también a distinguidos miembros
de la elite porteña...
Nos han enseñado que el fusilamiento en los campos de Navarro fue
un "error" de Lavalle. Es lo mismo decir que las muertes del "Che"
Guevara, de Gaitán o de Lumumba han sido "errores". Fueron eliminados
por ser auténticos revolucionarios con apoyo popular que amenazaban
seriamente un "statu quo" que favorecía al sector económica, política
y culturalmente dominante. Basta con releer la arenga de Dorrego
en la Sala de Representantes contra la constitución unitaria y antipopular
de 1829
(Capítulo nnn).
¿Puede considerarse casualidad que la plaza que lleva el nombre
y la estatua de Lavalle ocupe el lugar donde se erigía el solar
de los Dorrego?
La historia oficial, liberal y aristocratizante, nos ha hecho creer
que los caudillos provinciales, cuya fuerza no residía en los ingresos
de la aduana ni en los beneficios del comercio portuario sino en
la lealtad de las plebes, eran personajes ignorantes, mal entrazados
y crueles. Un ejemplo paradigmático del "bárbaro" sería Facundo
Quiroga, ocultándose que su cabello no era renegrido, casi simiesco,
sino castaño, que pertenecía a una de las familias mas aristocráticas
de la Rioja, que nada tenía de inculto, para los parámetros de su
época, pues era capaz de recitar de memoria largas tiradas de la
Biblia.
En cambio será "civilizado" Paz, quien luego de su victoria sobre
Quiroga en "La Tablada" dio orden a su jefe de Estado Mayor, coronel
Deheza, de "quintar" a los prisioneros, es decir de fusilar a uno
de cada cinco, los que sumaron más de cien.
Bernardino Rivadavia, abanderado del libre comercio y de la fascinación
por la extranjería y por lo tanto uno de los favoritos de los textos
escolares, durante su primer año en el Triunvirato hizo ejecutar
a más de 60 reos en la plaza de la Victoria, cantidad equivalente
a las victimas del terror de Rosas en 1840. Sin embargo ya sabemos
quién de los dos será considerado un tirano sangriento.
La estadística, por su parte, demuestra que en 1840 no ha habido
las matanzas en masa y unilaterales de las que hablan los historiadores
unitarios. El número de defunciones en ese año es de mil quinientos
cincuenta y siete, inferior en doscientos diez al de 1838, en ciento
diecinueve al de 1839, en setecientos catorce al de 1841 y en quinientos
setenta y nueve al de 1842.
Y hay una opinión imparcial: la del librero español Benito Hortelano.
En unas memorias editadas en España, adonde ha vuelto después de
enriquecerse en Buenos Aires, declara que como oyera hablar a mucha
gente sobre los crímenes colectivos achacables a Rosas de los años
1840 y 1842, propúsose averiguar su número. Preguntando aquí y allá
en la todavía abarcable ciudad llega a la conclusión de que en total,
en ambos años, el número de asesinados no ha llegado a ochenta.
Don Juan Manuel heredará de Dorrego el liderazgo federal y también
el odio de los poderosos, que lo perseguirán hasta mucho después
de su muerte, haciendo que recién en 1990 el presidente justicialista
Carlos Menem repatriase sus restos a pesar de la indignación de
muchos ¡un siglo y medio después de su derrocamiento! Cabe también
decir en elogio del civilizado pluralismo de nuestro pueblo que
se aceptó sin disturbios que la recia efigie del Restaurador ilustrase
los billetes de veinte pesos y que en el cruce de las avenidas Libertador
y Sarmiento se erigiese su monumento ecuestre, a pocos metros de
donde se emplazara su residencia de San Benito de Palermo.
Pero no se le perdonará haber tenido de enemiga a la clase alta
ligada al comercio y a la cultura europea. Provocará mucho más horror
en no pocos de nuestros historiadores más conspicuos la muerte luego
de juicio con las formalidades de la época de una O' Gorman o de
un Avellaneda que las matanzas de gauchos sobre quienes Sarmiento
expresase con terrible sinceridad: "No trate de economizar sangre
de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil. La sangre
de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda es lo único que
tiene de seres humanos" ("El Nacional", 3 de febrero de 1857).
Las posiciones antipopulares no disgustan a nuestra historia oficial
quien ensalzará justificadamente al sanjuanino por su genial visión
sobre la importancia de la educación en nuestro destino como país,
pasando por alto sus inclementes manifestaciones sobre pobres y
marginados:
"Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin
poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos
a quien mandaría a colgar ahora mismo si reapareciesen (...) Incapaces
de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande.
Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que
tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado" ("El Progreso",
27 de septiembre de 1844).
Sarmiento será, para la posteridad, la "civilización", en tanto
que el Restaurador que se ocupó de redactar de su puño y letra un
"Diccionario de términos pampas" para facilitar la comunicación
con los indios, será la "barbarie".
Nadie expresará mejor lo aquí sostenido que Juan B. Alberdi en sus
"Escritos póstumos": "En nombre de la libertad y con pretensiones
de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento y Cía., han establecido
un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en
la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución
de Mayo, sobre la guerra de la Independencia, sobre sus batallas,
sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar,
creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie
y caudillaje".
Capítulo 62 El celador de calzones celestes
Rosas, en el convulsionado 1840, encerrado en su despacho, lee atentamente
las clasificaciones personales de la población que la policía le
remite.
"Pastor Albarracín: No ha prestado servicios a la causa de la Federación.
No usa bigote, es unitario salvaje. Fue preso por hablatín contra
el Superior gobierno".
"Juan Navarro: Es paquete de frac unitario. Fue preso el 25 de junio
por tener reuniones de unitarios salvajes en su casa".
"Manuel Jordán: Hablatín contra el Superior Gobierno. Es salvaje
unitario y se ha quitado el bigote.
"Juan Araujo: Se reunía con los salvajes unitarios a criticar las
providencias del gobierno, en casa del reo Tiola que fue ejecutado.
"José María Bustillos: es paquete, salvaje unitario y está de oficial
escribiente en la administración de correos".
Rosas interrumpe la lectura y escribe rápidamente: "Queda depuesto
del empleo por salvaje unitario". Y continúa leyendo:
"Martín Quintana: es paquete de frac. No usa divisa. Fue preso del
coronel Cuitiño por salvaje unitario.
"José Julián Jaunes: es uno de los que patearon la divisa con el
retrato de Su Excelencia.
Y siguen por millares las fichas que el dictador lee, anota y clasifica.
A veces suspende la tarea porque la lectura de alguna le ha sugerido
una resolución y dicta:
"Prevéngase al comisario Isidro López que el celador que está con
él tiene calzones celestes y que él usa capote verde; que sino tienen
cómo vestirse uno y otro, con exclusión de tales colores unitarios,
es menos malo que cesen en su empleo que causar semejante escándalo
un funcionario público de su clase. Por lo que se dispone se le
dé baja en el Departamento".
Es el mismo patrón de estancia que ordenaba a sus mayordomos: "Todas
las noches debe un peón, una noche uno y otras otro, recorrer la
quinta y dar dos vueltas, una por dentro y otra por fuera; para
esto debe llevar los perros y el que no lo siga lo llevará con una
guasca. El perro que no siga a pesar de poner los medios para ello,
se matará. El capataz debe de cuando en cuando espiar al que da
la vuelta(...) En cuanto al administrador cuidará escrupulosamente
de no fiarse de lo que le digan ni de lo que oiga a los capataces,
pues él, en persona, debe verlo todo con sus ojos y desengañarse
a su completa y entera satisfacción."
Capitulo 63 La Comisión Argentina y los auxiliares
Lo de Rivera y su reticencia a cruzar el Paraná y lanzarse contra
Rosas de acuerdo a lo convenido y pagado se hace ya intolerable.
Sobretodo porque el tiempo juega a favor del Restaurador debido
a la impaciencia que crece en el gobierno inglés y en la ciudadanía
francesa.
El almirante Leblanc escribirá en su "Diario" que el gobernador
de Montevideo "pasa los días en jugar, en el libertinaje y lleva
la vida de un indolente gaucho". Es que don Frutos sabe que ir contra
Buenos Aires y la oleada patriótica a favor de su gobernador pondrá
en riesgo su puesto de privilegio. Además los franceses pretenden
que sean él y sus hombres los que se jueguen la vida mientras ellos
se limitan a soltar un dinero que siempre le parecerá insuficiente.
Por otra parte los rioplatenses conocen lo que el rencor de don
Juan Manuel es capaz... Cullen, desde el otro mundo, podría contarlo...
Ajeno a estos razonamientos Leblanc redacta su indignación: "Mientras
sus aliados combaten y mueren por la causa común, él permanece inactivo
en su campamento de Durazno de dónde no se ha movido desde que llegó.
Es así como sostiene a sus aliados... ¡Qué conducta! ¡Qué hombre!".
Francia estaba decidida a luchar hasta el último criollo, sin arriesgar
ni uno solo de sus hombres y el astuto Rivera no se prestaba al
juego. No en vano Rosas lo había bautizado el "pardejón", que es
la mula macho imposible de domesticar, que a veces simula estar
amansado y espera la oportunidad para cocear a su jinete.
En su fuero íntimo don Frutos se burlaría de la inocencia de los
invasores para quienes el asunto era muy fácil, según se lo expresase
de Martigny, designado ministro plenipotenciario en Buenos Aires
aunque jamás llegó a presentar sus cartas credenciales: se trataba
de ir con 600 hombres sobre Entre Ríos que se levantaría en masa
contra el tirano y por la libertad; en los días siguientes la fuerza
ya contaría con 6.000 combatientes que caerían sobre Santa Fe, duplicarían
su número y su armamento y luego "con la rapidez del relámpago"
atacarían Buenos Aires cuya población se sumaría con entusiasmo
a la imbatible expedición punitiva que contaría con el apoyo de
la escuadra.
Ante las "inexplicables" postergaciones de el "pardejón" la Comisión
Argentina recibe el encargo de buscar una solución
Un militar de fuste, el general Juan Lavalle, expatriado en la Banda
Oriental, se indigna con quien años más tarde será el autor de nuestra
constitución nacional. Llama "madama" a quien Sarmiento también
llamará "eunuco" y señala:
"Estos hombres conducidos por un interés propio muy mal entendido
quieren trastornar las leyes eternas del patriotismo, el honor y
el buen sentido. Confío en que toda la emigración preferirá que
se la llame estúpida a que su patria la maldiga mañana con el dictado
de vil traidora". Sigue: "El gobierno de Rosas es nacional y yo
tengo la ambición de regresar a mi país con honor".
En Montevideo, a mediados de diciembre de 1838, se había formado
la "Comisión Argentina", compuesta por emigrados unitarios adherentes
a la complicidad con el país galo: Martín Rodríguez, Florencio Varela,
Salvador del Carril, Valentín Alsina... Los mismos que habían convencido
a Lavalle de ajusticiar a Dorrego. Dicha comisión financiaría sus
actividades con los aportes franceses y con el producido del contrabando
con la sitiada Buenos Aires.
La Comisión envía tres mil quinientos pesos a Lavalle, pero éste,
desde su estancia "El Vichadero", cerca de Mercedes (Uruguay), devuelve
indignado el dinero. Los doctores unitarios no cejan en su intento
y le envían un emisario, Francisco Pico, quien el 9 de febrero de
1839 escuchará de labios del prestigioso oficial de San Martín:
"¡Díos nos libre de suscitar contra nosotros el espíritu nacional!
Desde entonces no sería nuestro enemigo Rosas, sino la nación entera.
Nuestro destierro sería eterno, y lo que es peor, merecido".
La presión continuará. Alberdi, para borrar el mal efecto que su
artículo había producido en Lavalle y dejando pasar lo de "madama",
le escribe: "Soy uno de los muchos jóvenes que hemos aprendido a
venerar al hombre de Lavalle (...) una de las glorias americanas
más puras y más bellas (...) se trata de que usted acepte la gloria
que le espera y una gran misión que le llama en esta segunda faz
de la Revolución de Mayo". La "gloria que le espera" a Lavalle era,
claro, aceptar la conducción de las tropas terrestres de la invasión
francesa a nuestra patria.
Una vez más Lavalle cede a los cantos de sirena de los doctores
porteños, ahora exiliados en Montevideo. No son pocos los que sostienen
que lo que lo convenció fue una importante suma de dinero. Sin embargo,
el héroe de Riobamba demostró a lo largo de toda su trayectoria
una honestidad y una integridad a toda prueba. Era su inteligencia
la que quedaba muy rezagada ante esas virtudes. Lavalle fue convencido
de que era su deber de patriota derrocar a Rosas, sea como fuese.
El secretario privado de Rivera, don José Luis Bustamante, dará
años más tarde una versión distinta: se le habría ofrecido a Lavalle
la gobernación de Buenos Aires y una futura presidencia de la República.
El 2 de abril de 1839 se reúne con la Comisión Argentina. Su única
condición es no aceptar compartir la jefatura con Rivera. De mala
gana acepta que el mando formal sea del uruguayo con el compromiso
de ser él quien en la realidad comandase la fuerza invasora. El
"pardejón" se hará el distraído pues no tenía interés en pelear
contra Rosas, y menos después de haber sabido sobre la caída de
Santa Cruz en Yungay. Los franceses ya le habían dado la presidencia
de la República Oriental, y le mezquinaban el dinero para gastos
de guerra. El bloqueo, que le había sido una buena fuente de ganancias
en un principio, no lo era tanto ahora por las medidas de Leblanc
para establecerlo seriamente.
Rosas en cambio podía darle la paz, la estabilidad y el dinero.
Capítulo 64 Muchas lágrimas en casa
El primer ministro inglés, lord Palmerston, asiste con inquietud
a la intensificación de las críticas por los acontecimientos del
Plata. En el Parlamento, durante la sesión del 19 de marzo de 1839,
el conservador lord Sandon cuestiona a Francia "que atacaba a Buenos
Aires sólo porque se había negado a firmar un tratado", y que ha
derrocado "al gobierno de Montevideo con el que estaba en paz".
En la misma sesión un diputado de la bancada liberal, Mr. Lushington,
afirmará que las pretensiones francesas "son totalmente injustificables
y jamás se hubieran hecho valer contra un país que tuviese los medios
de defenderse".
La férrea obstinación de Rosas, sumada a la inteligente acción del
embajador Moreno en Londres, parece dar resultados. Además aumenta
la solidaridad de Latinoamérica a favor de una de sus naciones atacadas
por potencias extranjeras, incluso por parte de aquellas, como Brasil
o Paraguay, que en un principio habían visto los hechos con simpatía
o con indiferencia.
Rosas deberá enfrentar otra amenaza, y de las peores: la acción
"quintacolumnista", es decir de los conspiradores en su propio territorio.
"Imposible, absolutamente imposible, vencer al enemigo extranjero",
predicaría el ateniense Demóstenes en el siglo III a.C., "si antes
no puede eliminarse al enemigo interior, su fiel servidor. Sin ello,
luchando solamente contra uno de esos escollos, seréis sobrepasados
por el otro invenciblemente".
Esto provocará uno de los hechos más cuestionados de su gobierno
y es el desencadenamiento de una represión no exenta de brutalidad
con la que dominó el peligro.
Lavalle, a diferencia de Rivera, estaba decidido a cruzar el Paraná
y abalanzarse sobre Buenos Aires. Para ello era necesario contar
con apoyo local. Los franceses y los exiliados unitarios se movilizaron
y comprometieron a varios jóvenes civiles, algunos de ellos ex miembros
de la "Asociación de Mayo" de Echeverría sinceramente decididos
a arriesgar sus vidas para terminar con el gobierno rosista. Entre
ellos se contaban apellidos de "lustre" como Frías, Balcarce, Tejedor,
Albarracín, Rodríguez Peña, todos ellos hijos de federales reconocidos.
También uno de los secretarios privados de don Juan Manuel, Enrique
Lafuente, quien pasará información muy valiosa a sus enemigos.
Donde no hay éxito es en el reclutamiento de militares, a pesar
de las recomendaciones de Lavalle de ofrecer sobornos aunque sea
"preciso limitarse a los gastos que llamaré por menor, reservando
las grandes cantidades para ser entregadas después del suceso, dando
desde ahora garantías indudables".
Por fin se incorpora, por idealista y no por prebendario, el coronel
Ramón Maza, hijo del presidente de la Junta y de la Corte de Justicia
e íntimo amigo del Restaurador, Manuel Vicente Maza.
El eficiente servicio secreto de Rosas, constituido esencialmente
por los sirvientes de las familias "decentes", lo ponen al tanto
de la conspiración a favor de la poca discreción de esos jóvenes,
en un error típico de su clase que se repetirá en otras circunstancias
de nuestra historia, convencidos de que toda la sociedad compartía
su inquina contra el gobernador. Las grandes manifestaciones de
apoyo a Rosas se explicarán por el miedo a la mazorca o por el pago
para asistir a ellas.
Maza se mueve con eficiencia y logra otros apoyos armados. Solo
resta esperar el prometido desembarco de Lavalle, transportado por
los barcos franceses, en Recoleta. Como pasaba el tiempo sin novedades
del "ejército libertador" Maza y Balcarce idearon otro proyecto
que en su optimismo creyeron factible: Maza sublevaría la División
del Sur con asiento en Tapalqué, al mando de su amigo el coronel
Nicolás Granada, apoyándose en los peones reclutados por Castelli
y otros estancieros sureños; mientras los grupos de la ciudad matarían
a Rosas y tratarían de pronunciar los regimientos urbanos. Manuel
Vicente Maza, padre de Ramón, tomaría el gobierno como presidente
de la junta. Entonces Lavalle desembarcaría en San Nicolás para
asegurar y recoger la victoria.
El gobernador estaba al tanto del complot. Quiso salvar al doctor
Maza, suponiendo que la amorosa debilidad con su hijo lo había arrastrado.
Escribe el 16 de junio a su socio y amigo Juan Nepomuceno Terrero
una reservadísima: "Vuelvo a repetirte lo que ya te he manifestado,
que es absolutamente necesario que el doctor Maza salga del país.
Tremendos cargos pesan sobre él y el gobierno no puede salvarlo.
Este es mi consejo y quizá muy pronto sea tarde".
Uno de los militares apalabrados, Martínez Fontes, federal convencido,
denuncia públicamente la conspiración. La conmoción es grande. Era
tal el compromiso de figuras relacionadas con el gobierno que quien
apresa a Ramón Maza es el padre de uno de los complotados, Rafael
Corvalán, y quien queda encargado de su custodia es el padre de
otro conspirador, Carlos Tejedor.
El pueblo, al saber del complot, se lanza a la calle y exige castigo
a los culpables. Ramón Maza será fusilado, muriendo con dignidad
y negándose a revelar el nombre de sus cómplices. Los ruegos de
Manuelita serían inútiles y el dolor de Rosas indudable, ya que
Ramón era muy apreciado en su casa. "Hubieron muchas lágrimas en
casa-confesará años más tarde —pero si veinte veces se presentara
el mismo caso, lo haría. No me arrepiento".
Su padre, quien desoyera el consejo de su traicionado amigo don
Juan Manuel, será degollado en su despacho por los mazorqueros Manuel
Gaitán y José Custodio Moreira, padre del famoso Juan Moreira, más
tarde ejecutados por orden del Restaurador.
Contrariando a quienes se ofuscan en presentar un Rosas sediento
de sangre que habría desencadenado el terror, no hubo otros castigos
para los responsables de una conspiración que tuvo francos visos
de seriedad. Ni siquiera para Lafuente, quien al cabo de los años
se suicidaría teatralmente en el cementerio de Copiapó, Chile.
Se los dejó en libertad y la mayoría decidió abandonar el país.
La magnanimidad se debió quizás a que eran demasiados los familiares
de notorios federales comprometidos en la asonada y de castigarlos
se afectaría la solidez del frente interno en momentos tan críticos.
Los delatores, Martínez Fontes padre e hijo, fueron recompensados
con 15.000 pesos cada uno y destacados por haber servido a "la Causa
de la Libertad y del Honor Americano".
Capítulo 65 Nuestros puñales están listos
La euforia federal por la derrota de la conspiración es exaltada.
Felicitan al Restaurador, individual o colectivamente, los jueces,
los jefes militares, los altos empleados, los miembros del clero,
los jueces de paz, los comisarios, los curas de campaña.
Once generales publican su celebración. Manifestaciones similares
ocupan las páginas de los periódicos en permanente exaltación de
Rosas y expresión del odio a los enemigos durante meses. El comandante
del Fuerte Azul, Ventura Miñana, expresa: "Nuestros puñales están
listos, y muy pronto empezaríamos a degüello si V.E. falleciese",
insistiendo en que sólo desea "ardientemente que se le mande derramar
su sangre". Vicente González, "el Carancho", comandante de la Guardia
del Monte, ordena amarrar y dar quinientos "azotes de muerte" al
que pronuncie una palabra ofensiva a la Federación; y agrega que
si no hubiera sido por "la indulgencia y misericordia" de Rosas,
que ha contenido a sus partidarios, "ya hubiera corrido la inmunda
sangre de esos chanchos a los filos del puñal de los federales".
El general Corvalán, edecán de Rosas, le escribe a un comandante
que los federales "andan ardiendo y desesperados por degollar a
todos los unitarios que estaban comprendidos en la logia y son bien
conocidos y señalados". No sería de extrañar que dicho texto hubiera
sido dictado por el mismo Restaurador, también de una carta que
firmará Corvalán y dirigida al coronel Aguilera: "Es tal la irritación
en los federales, que si S.E. no estuviera de por medio, habría
amanecido, y aun amanecerían hoy mil de aquellos, degollados. Es
preciso verlo y tocarlo para conocer bien el valor de esta verdad".
Las funciones de obsecuente homenaje se suceden sin descanso. M.
Gálvez describirá una que tiene por escenario el barrio porteño
de Monserrat:
Once de la mañana: sale la comitiva que va a la casa del gobernador,
en busca de un retrato. Allí la esperan Manuelita, damas de la familia
y muchos jefes y ciudadanos. Discurso saludando a la hija de Rosas,
y otro más al recibir el retrato, seguidos de los interminables
"¡vivas!" y "¡mueras!". Se canta el himno "Sepa el mundo que existe
un gran Rosas", publicado el año anterior. Frente a su ventana,
repítense los gritos y el himno, y se arrojan cohetes. Camino a
la iglesia, salen los dueños de algunas casas dando los mismos gritos
y arrojando cohetes y buscapiés. Cuadra de la iglesia. Está adornada
con olivo y banderas. Al llegar la comitiva, los vecinos toman las
banderas, las inclinan ante el retrato e hincan una rodilla. Repique
de campanas, cohetes. Comienza la función en el templo. El retrato,
recibido solemnemente, es colocado en una mesita, junto al altar
mayor. Dos señores, que son relevados, custodian el retrato. Al
terminar la función, en el atrio, se renuevan los gritos y los discursos.
Luego, a una casa, a tomar un refresco. Allí también va el retrato
para recibir los brindis, que son verdaderas arengas. A las cuatro
y media, almuerzo en la casa del juez de paz. Se baila después la
media caña, "la más federal y republicana danza". A las siete, se
retira el retrato, lo adornan con banderas, y una manifestación
lo conduce de regreso. En cada esquina cántase el mismo himno y
estallan los mismos gritos. En la casa del Restaurador, donde es
muy difícil entrar por el gentío, esperan las damas, los jefes y
los funcionarios. El retrato es devuelto. Resuenan los "¡vivas!"
y "¡mueras!" El, Rosas, no aparece para nada."
Capítulo 66 Lo que no se ve
Andrés Rivera, en su novela "El Farmer", imaginará una consigna
de Rosas a la población: "Lo que no se ve está fuera de la ley".
Capítulo 67 A cubierto de la adversidad
La campaña periodística de "El Nacional" y los trabajos particulares
de los agentes franceses habían dado sus frutos en convencer a muchos
argentinos antirrosistas de apoyar el bloqueo. Después de la queja
de Juan Cruz Varela por los artículos de Alberdi no volvió a hablarse
de "cooperar" con los invasores. La propaganda antiamericana y antipatriótica
seguía en la prensa, pero en vez de ser el embajador Martigny quien
convocase a los argentinos, para hacerlo más digerible, sería el
uruguayo Rivera.
A principios de diciembre de 1838 éste se puso en comunicación con
del Carril, que vivía en Mercedes, encomendándole formar una comisión
que reuniese a los emigrados de la primera y segunda oleada (unitarios
y "lomos negros"), con exclusión de los comprometedores jóvenes
intelectuales de la "tercera emigración", en quienes no confiaban.
Del Carril fue a Montevideo y citó a una reunión en casa de Alsina,
que finalmente se haría en lo del general Rodríguez el 20 de diciembre.
De allí salió la "Comisión Argentina" compuesta por Rodríguez como
presidente, Florencio Varela secretario, y vocales del Carril y
Alsina por los unitarios, y Félix Olazábal e Iriarte por los "lomos
negros".
Los miembros de la "Comisión" no serían subvencionados por Rivera,
pero el mismo Iriarte cuenta una estratagema para obtener beneficios
que los pusieran "a cubierto de la adversidad". Debiendo mandar
un agente a Buenos Aires para comunicarse con los conspiradores
que actuaban en la ciudad fue comisionado un tal Buter que irá en
una embarcación con el correspondiente salvoconducto de Leblanc.
Se aprovechó la licencia "cargándola hasta el tope de efectos de
ultramar caros y escasos en el mercado de Buenos Aires" que dio
"una ganancia de nueve mil pesos plata a Agüero, Florencio Varela,
Juan Nepomuceno Madero (cuñado y socio de Varela) y no sé qué otro".
Capítulo 68 La sinceridad imperial
El ministro Charles Guizot tuvo activa y decisiva participación
en las dos agresiones francesas contra la Argentina de Rosas. Era
un chauvinista que sostenía la idea de una Francia beligerante desplazándose
por el mundo en busca de mercados conquistados a cañonazos que también
lavaban el honor francés por anteriores afrentas.
El 8 de febrero de 1841, en el Parlamento, emitió juicio sobre la
situación en el río de la Plata, evidenciando talento para el diagnóstico
político:
"Hay en los estados de la América del Sur dos grandes partidos,
el partido europeo y el partido americano; el primero, el menos
numeroso, comprende los hombres más esclarecidos, los más familiarizados
con las ideas de la civilización europea; el otro partido, más apegado
al suelo, impregnado de ideas puramente americanas, es el de los
campos.
Este partido ha deseado que la sociedad se desarrollara por sí misma,
a su modo, sin préstamos, sin relaciones con Europa. Este partido
puramente nacional está ahora en el poder (... ) El general Rosas
es el jefe del partido de los campos y el enemigo del partido europeo".
Capítulo 69 Un gobierno que resiste el bloqueo
El fracaso de Maza no arredró al terrateniente Pedro Castelli, hijo
del prócer de Mayo, ni al 2° jefe del 5° Regimiento de Campaña,
coronel Manuel Rico, quienes con energía y coraje movilizaron a
los estancieros y enfiteutas, en general descontentos con Rosas;
aquellos por el bloqueo que perjudicaba sus negocios; éstos porque
Rosas ordenó que el contrato de enfiteusis no se renovaría y los
titulares estaban obligados a comprar las tierras o abandonarlas.
"El levantamiento en el sur sólo debe atribuirse al bloqueo. El
grito de los rebeldes que claman por libertad y para terminar con
la tiranía del general Rosas fue el grito de guerra para derrocar
a un gobierno que resiste el bloqueo y les impide vender sus cueros
y sebo y otros productos de la tierra; y hasta que no obtengan esa
libertad mediante la suspensión del bloqueo las causas del último
estallido están aumentando diariamente y pronto habrán de generalizarse
en las provincias de la República" (Informe del embajador inglés
Mandeville al Primer Ministro lord Palmerston, 12 de diciembre de
1839).
Entre los comprometidos se contaban el general Díaz Vélez, Crámer,
los Ramos Mexía, Sáenz Valiente, Alzaga, Iraola, hasta el mismo
hermano de Rosas, Gervasio, heredero del "Rincón de López" en la
boca del Salado.
La demora de Lavalle, quien se limitó a estimularlos a que continuaran
"con sus trabajos que pronto vendría", fue fatal para la conspiración.
Rosas supo de la misma por un mensaje interceptado en Dolores y
rápidamente ordenó al coronel Granada el 2 de octubre de 1839 que
"tomase disposiciones enérgicas" y dispuso por circular del 10 a
los jueces de paz la detención de Castelli y sus cómplices Lacasa
y Ezeiza.
Las estancias fueron recorridas por los complotados juntando peones
y armamentos, concentrándolos en Chascomús y Dolores. El pronunciamiento
se produjo el 29 de octubre con la destrucción de un retrato de
Rosas y rompiendo las divisas federales. Para movilizar a los peones
se los engañó diciéndoles que el Restaurador había sido asesinado
y que irían a Buenos Aires a vengarlo. Al cacique Catriel se le
dijo lo mismo. Ello da una idea de lo difícil que era promover una
rebelión popular contra el gobernador.
Prudencio Rosas encontró las fuerzas de Castelli y los suyos en
las cercanías de la laguna Chascomús el 7 de noviembre. No fue una
batalla: la mayor parte de los "revolucionarios" eran peones que
creían combatir a favor de Rosas y al encontrarse con el hermano
del Restaurador comprendieron el engaño y se negaron a luchar. Además
Castelli no tenía conocimientos militares y Crámer, el único que
los tenía, quedó muerto al empezar la lucha.
Los revoltosos tuvieron 100 hombres fuera de combate y 400 prisioneros
que don Prudencio dejó en libertad después de decirles que "el gobernador
sabía que los habían llevado engañados". El hacendado Rico pudo
escabullirse hacia el Tuyú con 500 sobrevivientes, y Castelli fue
muerto en la persecución. Su cabeza quedó exhibida "para escarmiento"
en la plaza de Dolores.
(Veintidós años más tarde, ya en épocas "civilizadas", el caudillo
riojano Chacho Peñaloza también será decapitado por el unitarismo
a cuyo frente está Sarmiento y su cabeza colgada de un farol en
la plaza de Olta. De otra manera "las chusmas no se habrían convencido
de su muerte" argumentará el sanjuanino).
A Juan Manuel la insurrección del sur lo sorprende y aflige: son
sus amigos, los estancieros, los que han querido derribarlo. El
se conduce muy generosamente. Excepto Castelli, nadie es ejecutado.
El secretario de la Junta Revolucionaria, Antonio Pillado, sería
puesto en libertado el 8 de diciembre, y Martín de la Serna el 31,
con la ciudad por cárcel; a Barragán lo indultará después de dos
años de prisión; y Ezequiel Ramos Mejía se acogerá a la amnistía
del año 1848, lo mismo que Pedro Lacasa, el cual escribirá versos
en su honor.
Mientras Prudencio Rosas combatía en nombre de Juan Manuel, su hermano
Gervasio facilitaba la fuga del coronel Rico y los suyos ordenando
a las baterías del Tuyú y de la boca del Salado no disparar contra
las lanchas francesas que recogían a los prófugos. En una de ellas
escapó a Montevideo.
El Restaurador dio una enérgica proclama contra su hermano llamándole
"hombre desnaturalizado". En el momento de embarcarse Gervasio hizo
saber a su madre "que él no combatía contra sus hermanos", pero
encontrándose complicado en la revolución debía escapar. Allí estuvo
un año, hasta que Juan Manuel, obedeciendo al ruego materno lo perdonó
y dejó volver. No intervendría más en política.
Los leales militares federales que no se plegaron a la rebelión
y a los que colaboraron en sofocarla fueron recompensados: a los
generales se les dio 6 leguas de tierra, a los coroneles 5, y así
proporcionalmente hasta los cabos y soldados que recibieron un cuarto
de legua. En total se repartieron nada menos que 787 leguas, aproximadamente
2.125.000 hectáreas en manos de quienes no eran estancieros tradicionales.
Capitulo 70 La hora de la venganza
Cuando Rosas supo que Lavalle tenía todo listo para invadir Buenos
Aires, en una magistral estrategia ordena a su fiel Echagüe, secundado
por el uruguayo Lavalleja, a cruzar el Paraná e invadir la Banda
Oriental.
La alarma de Martigny, Leblanc y los demás franceses es mayúscula
pues lo único que les faltaba para que "el paseo del Plata" desbarrancara
en una catástrofe era que Montevideo cayese en manos de don Juan
Manuel. Los planes "libertadores" se alteran: Rivera retrocede para
proteger a Montevideo desguarneciendo la retaguardia de Lavalle,
y éste, para no perder contacto con el "pardejón" y con la escuadra
francesa, invadirá territorio argentino a la altura de Entre Ríos.
Apenas desembarcado lanza una proclama incitando a que "los hombres
sin distinción de color o partido político" se incorporen a la gesta
antirrosista. El fracaso es total y en cambio va encontrando una
vigorosa resistencia que lo lleva a cambiar el tono de sus manifestaciones.
En su desvío hacia Corrientes, para unir sus fuerzas a las del gobernador
Ferré, amenazará: "Se engañarán los bárbaros si en su desesperación
imploran nuestra clemencia. Es preciso degollarlos a todos. ¡Muerte,
muerte, sin piedad!".
Un fuerte ejército federal a cuyo frente van "Mascarilla" López
y Oribe le sale al paso. El jefe unitario insistirá en sus amenazas:
"¡La hora de la venganza ha sonado! ¡Vamos a humillar el orgullo
de esos cobardes asesinos!". En otra del 20 de noviembre: "Derramad
a torrentes la inhumana sangre para que esta raza maldita de Dios
y de los hombres no tenga sucesión".
Se disculpaba Lavalle ante su esposa que le recriminó la ferocidad
del documento: "La proclama que di a los correntinos cuando entró
Oribe y López, la escribió Frías. Yo estaba muy ocupado y le dije
que escribiese una proclama de sangre y que dijese expresamente
que habíamos de degollar todo el ejército enemigo. Tú no puedes
hacerte de esto un juicio exacto porque estás muy lejos de aquí,
no yo puedo dejar de someter mis acciones a la justicia. La proclama
me dio 2.000 hombres y llenó de terror al enemigo. Ese ejército
fue venido con palabras y apariencias" (1° de febrero de 1839).
Una vez más se iniciaba una contienda en la que los ganadores no
hacían prisioneros, pasando por las armas o degollando a los derrotados.
Es que de tanto guerrear, la violencia llega a hacerse lo habitual,
como le sucediera al almirante español Enríquez de Cabrera quien
en 1638 escribiese a su amada: "Como no sabes de guerra sólo te
diré que el campo enemigo se dividió en cuatro partes: una huyó,
otra matamos, otra prendimos y la otra se ahogó. Quédate con Dios
que yo me voy a cenar a Fuenterrabia".
El general Lavalle había decidido adoptar los hábitos, el aspecto
y las táctica de los caudillos, vencer a sus contrarios por los
mismos medios con que había sido por ellos vencido. "Cuánto mejor
hubiera sido que, sin tocar los extremos, hubiese tratado de conciliar
ambos sistemas, tomando de la táctica lo que es adaptable a nuestro
estado y costumbres, conservando al mismo tiempo el entusiasmo y
la decisión individual, tan convenientes para la victoria."(José
M. Paz).
La exasperación de Lavalle es también la de sus aliados europeos:
Martigny, quien había escrito el 12 de agosto de 1839 al nuevo jefe
de gobierno, Soult, solicitando el refuerzo de 2.000 hombres y una
importante suma de dinero, volverá a hacerlo días después, entusiasmado
con el activismo de Lavalle, aduciendo que para "terminar la cuestión
conforme al honor de Francia" sería imprescindible duplicar el aporte
económico y subir a 6.000 el aporte de nuevos infantes de marina.
París responderá a los ruegos del representante plenipotenciario
y librará letras por una exorbitante suma para financiar la campaña
"libertadora". Sin embargo sus instrucciones al contralmirante Dupotet,
que remplazó a Leblanc en el mando de la escuadra bloqueadora, será
que "el gobierno francés había perdido toda esperanza de obligar
a Rosas por medio del bloqueo" y por lo tanto debía llegarse a "una
paz honorable" en cuyas negociaciones debía darse cordial participación
al embajador inglés Mandeville.
Las condiciones significaban, lisa y llanamente, una capitulación:
debía obtenerse la condición de "nación más favorecida" y una pequeña
indemnización a fijarse por arbitraje. Sin embargo los franceses
nunca estuvieron más cerca de la victoria, quizás por no haberse
dado cuenta del vigor casi frenético que Lavalle ponía en su accionar.
Todo se complicaría para Rosas a raíz de la derrota de López ante
Ferré y luego la de Echagüe en "Cagancha" contra las reforzadas
tropas de Rivera. El "ejército libertador" tenía entonces el camino
expedito hasta Buenos Aires.
Lavalle avanza incontenible. Rosas escribe: "El hombre se nos viene
y lo peor es que se nos viene sin que podamos detenerlo". A lo que
sí atinó es a desarticular el "quintacolumnismo" a través del terror
con algunos degüellos y atentados planificados.
Pero al poco tiempo Lavalle escribía a su esposa, desde Yeruá: "Aquí
estoy solo con mis brazos desnudos, sin cartuchos y sin un real
¡Esto es el "Ejército Libertador"!". Es que en su avance no había
encontrado el apoyo que los doctores de Montevideo le aseguraron.
Los pobladores no parecían entusiasmados en sumarse a esa gesta
"contra la tiranía". Además, varios prestigiosos civiles y militares
antirrosistas abandonaron su exilio para sumarse a la defensa de
su patria amenazada por Francia: Cavia, Espinosa, los generales
Soler y Lamadrid, etcétera.
Los fondos no llegan. Es que los francos son enviados desde ultramar
a Rivera y a la Comisión y, aunque cuantiosos, pocos llegan a Lavalle.
Este se dirige el 28 de diciembre al almirante francés Le Blanc
exigiendo "un millón de francos para los gastos de guerra que entrarán
en la caja del ejército". Sólo le llegan 25.000 junto con una nota
de la Comisión en la que se le ordena tratar con más prudencia y
respeto a los aliados franceses...
Lo que el jefe de coalición franco-argentina no sabe es que la protesta
inglesa contra la intervención francesa en el Plata, que considera
lesiva para sus intereses comerciales, ha ido haciendo efecto y
el rey galo ha iniciado ya tratativas con el Restaurador con vista
a una retirada decorosa de la escuadra francesa.
Las torres de Buenos Aires están ya a la vista de Lavalle, pero
su ánimo ha ido minándose por la falta de apoyo y por las crecientes
deserciones en sus filas. En la ciudad sus habitantes se preparan
para una defensa desesperada aunque todo indica que su caída será
inevitable. Rosas, infatigable, va de un punto al otro organizando
las barricadas y redoblando el terror.
Ni sitiados ni sitiadores comprenderán lo que sucede: Lavalle ha
ordenado el repliegue de sus tropas. "No podré tomar Buenos Aires
¡por falta de veinte días de víveres!", había escrito a su esposa
el día anterior. Además estaba enterado de la llegada del almirante
Dupotet para relevar a los halcones Leblanc y de Martigny y para
concluir de la mejor manera posible el conflicto del río de la Plata.
La retirada de ese ejército aún inmenso será desordenada, anárquica,
plagada de actos vandálicos, saqueos, latrocinios, matanzas.
Capitulo 71 La destitución del santo
En la metrópoli española, en tiempos de la colonia, la elección
de los santos patronos era decisión de responsabilidad, acompañada
a veces de ceremonias a las que no les faltaba boato. Pero cuando
las ciudades por patronizar no eran de importancia, como la lejana
Buenos Aires, un puerto de contrabandistas enclavado en tierras
inhóspitas y deshabitadas, bastaba con introducir los nombres de
todos los santos en una bolsa de terciopelo negro para que fuera
el azar quien decidiese.
Tres veces seguidas, inauditamente, salió el papelito de un santo
sin mayor renombre, San Martín de Tours.
Buenos Aires tuvo entonces su santo patrono. Nadie podía prever
que lo que la negra bolsa de paño brilloso había anticipado era
el nombre del general libertador de aquellas tierras australes.
Muchos años más tarde, el bloqueo francés al puerto de Buenos Aires
enardecía los espíritus patrióticos. El odio contra el invasor crecía
en la población. Alguien recordó entonces que Tours era ciudad de
Francia.
No tardó mucho para que alguien presentase un proyecto den la Legislatura:
"¡Viva la Santa Confederación Argentina, mueran los salvajes unitarios!
"Buenos Aires, 31 de julio de 1839, año 30 de la Libertad, 24 de
la Independencia y 15 de la Confederación.
"El gobierno, considerando que esta ciudad fue puesta desde su fundación
bajo la protección de un francés, San Martín, natural de Tours,
quien no ha sabido hasta la fecha librar a esta ciudad de las fiebres
periódicas, escarlatinas, ni de las secas y epidemias continuas
que en diferentes épocas han arruinado nuestra campaña, nuestras
cosechas y nuestros ganados, ni de las extraordinarias crecientes
de nuestro río que destruyen casi anualmente una cantidad de obras
y monumentos de la ciudad que se encuentran sobre la costa.
"En fin, que la viruela acaba de desaparecer a causa del descubrimiento
de la vacuna, sin que el patrono por su parte haya jamás hecho el
menor esfuerzo para librarnos de esa terrible calamidad.
"Que para combatir las invasiones de los indios en la frontera,,
para sostener las guerras civiles y extranjeras que nos han sobrevenido,
hemos tenido que recurrir en el primer caso a la Santa Virgen de
Luján, en el segundo a la Virgen del Rosario y la Merced y también
a Santa Clara Virgen, con cuyo único consuelo hemos podido triunfar,
mientras que nuestro patrono, el francés, permanecía indiferente
en el cielo, sin ayudarnos en lo más mínimo como era su deber.
"En vista de los motivo, expuestos venimos en decretar y decretamos:
• "Artículo 1°) El francés unitario San Martín de Tours, que ha
sido hasta hoy el patrón de esta ciudad, habiendo perdido la confianza
del pueblo y del gobierno, abandonado por sus compatriotas, aliado
del traidor Rivera y demás salvajes Unitarios, es destituido para
siempre del empleo de patrono de Buenos Aires".
Los demás artículos eran de forma.
Capítulo 72 El mejor remedio
Resultado de la indignación por los desmanes cometidos por el "ejército
libertador" en su campaña sobre Buenos Aires y que se multiplicaban
durante su vandálica retirada fue un espíritu vindicativo que, entre
otras consecuencias, motivó el decreto que expropiaba los bienes
de los unitarios para "reparación de los quebrantos causados en
las fortunas de los fieles federales por las hordas del desnaturalizado
traidor Juan Lavalle, y las erogaciones extraordinarias a que se
ha visto obligado el tesoro público para hacer frente a la bárbara
invasión de este execrable asesino, y a los premios que el gobierno
ha acordado a favor del ejército de línea y milicia, y demás valientes
defensores de la libertad y dignidad de nuestra Confederación y
de la América".
El decreto hacía mención de la "moderación y clemencia" exhibidos
al juzgar a los complotados con Maza y a los revolucionarios del
sur, que habían sido indultados en su casi totalidad lo que no impidió
que "se vuelvan a repetir aquellas mismas execrables escenas", aumentadas
con "la infame invasión del desertor inmundo de la Causa Santa de
la América, salvaje unitario asesino Juan Lavalle".
Ese octubre de 1840 y el abril de 1842 serán recordados como las
sangrientas orgías de terror rosista y fueron explotadas hasta el
hartazgo por la propaganda enemiga. La policía allanó domicilios
de conocidos unitarios buscando correspondencia con Montevideo o
con Lavalle. La entrada de los vigilantes de uniformes rojos, gorros
de manga, pesados sables de caballería, grandes bigotes federales,
producía la comprensible conmoción en las familias. No se habían
conocido, hasta entonces, allanamientos de domicilios por causas
políticas, ni tampoco revisaciones ni secuestros de correspondencia.
Eran operaciones espectaculares, seguramente ejemplarizadoras para
atemorizar a los opositores.
Aparece asesinado el doctor Saráchaga que había sido ministro de
Paz en Córdoba, el abogado santafesino Sañudo que desarrolló tareas
de espionaje para Francia, el español Pedro Juan Varangot cuñado
y administrador del sacerdote rivadaviano Julián Segundo de Agüero,
un Aráoz de Lamadrid hermano del general entonces unitario, el coronel
Sixto Quesada de conocida militancia unitaria, el portugués Juan
Nóbrega y un tal Mones que contribuyeron pecuniariamente al complot
de Maza, y algunos más que llegan a veinte en todo el mes. No son
figuras destacadas del unitarismo y los que completan la lista no
tienen filiación política por lo que es difícil clasificarlos como
crímenes al servicio del federalismo.
El embajador Mandeville se queja de que grupos de activistas entre
"¡vivas!" y "¡mueras!" han roto vidrios y arrojado piedras contra
las casas vecinas a la legación inglesa, y por conductos particulares
se le ha advertido que su vida corre peligro si sale de noche. Pedía
garantías para que "el populacho desenfrenado" respetase a la embajada
y a su persona.
Al día siguiente Rosas le contesta : "En la época actual no debe
V.E. extrañar que un grupo de hombres desenfrenados pasen a las
casas inmediatas a las de V.E. a perseguir a sus feroces enemigos,
los salvajes unitarios. No es esto abogar por el desorden y fomentar
esos grupos: son reflexiones que me permito recordar a V.E. para
que no me crea con poder suficiente para reparar hoy esas desgracias.
"(...) El poder del gobierno en época como la presente no puede
exigirse como en el de una profunda paz, tranquilidad y sosiego".
Sutilmente el Restaurador le revelará su conocimiento de las furtivas
visitas nocturnas del embajador a una dama de la sociedad porteña.
"Y después de todo lo que le he dicho a V.E., ¿por dónde se considera
V.E. seguro de noche con un solo criado? V.E. sale solo de noche,
y aún se aleja solo a más de una legua de la ciudad. ¿Por qué hemos
de pagar nosotros ese coraje temerario de V.E.?
"No crea V.E. que entre los federales tiene un solo enemigo, pero
¿no sería difícil que al cruzar V.E. alguna calle sola le alcanzase
un grupo desordenado, y creyéndole enemigo causasen en su ilustre
persona alguna desgracia que nos diese un sentimiento eterno?"
Quienes se niegan a caracterizar al Restaurador como terrorista
aducen que las 20 muertes de 1840 más los poco menos de cuarenta
de 1842 suman considerablemente menos que los más de 200 que Urquiza
hizo fusilar en los primeros días después de Caseros.
Salvo que se pretenda adjudicarse en la cuenta de don Juan Manuel
los desmanes de los federales de provincias, como fue el caso del
coronel Mariano Maza quien en su correspondencia anunciaba antes
de la batalla: "Las fuerzas de Cubas (jefe unitario) pasan de 600
hombres y todos han sido ya condenados pues me prometí pasarlos
a cuchillo". Y cumplió rigurosamente.
Los hechos de inhumana crueldad eran habituales en ambos bandos,
tal como lo denunciara Kant, el filósofo: "La guerra es nefasta,
porque hace más hombres malos que los que mata". Así, luego de la
batalla de Cayastá, en la que los federales salieron triunfantes,
se redacta el parte dirigido al gobernador López:
"El infrascripto tiene la grata satisfacción de participar a Usted,
agitado de las más dulces emociones, que el infame caudillo Mariano
Vera, cuyo nombre pasará maldecido de generación en generación,
quedó muerto en el campo de batalla".
Quien firma es Calixto Vera, hermano de Mariano .
Capítulo 73 El precursor de las derrotas
Los cabecillas unitarios, que han seguido las alternativas desde
Montevideo o a bordo de los barcos franceses, y que ya daban por
segura la derrota de Rosas, se indignan ante la retirada de Lavalle.
"Todo estaba en su mano, y lo ha perdido. Lavalle es una espada
sin cabeza (... ) Lavalle, el precursor de las derrotas. ¡Oh Lavalle,
Lavalle! Muy chico eras para llevar sobre ti cosas tan grandes."
Esteban Echeverría
También Florencio Varela: "No hay una sola persona, una sola, general,
incluso sus hermanos de usted, y aun su pensatísima señora, que
no hayan condenado abiertamente ese funestísimo movimiento".
La retirada de aquel malón apocalíptico que fue deshilachándose
en sangre y horror continuó hasta el suicidio de Lavalle en Jujuy.
De aquel sobre quien San Martín había escrito a O'Higgins: "Lo que
Lavalle haga como valiente muy raro será el que lo imite, y el que
le exceda ninguno".
Se había dado tiempo para escribir una vez más a su mujer, con la
lucidez de los condenados: "El hecho es que los triunfos de este
ejército no hacen conquistas sino entre la gente que habla", indudable
referencia a los doctores porteños que con su labia suelta una vez
más lo habían convencido de un error fatal, "la que no habla y pelea
nos es contraria y nos hostiliza como puede".
Capítulo 74 La política de ganar aliados
Lo había dicho Rabelais en su "Gargantúa y Pantagruel" (s. XVI):
"El nervio de la guerra son las pecunias".
El Parlamento francés había aprobado una partida para que la escuadra
mantuviese el bloqueo en el Plata, pero también el gobierno destinó
sumas reservadas "para la política de ganar aliados", es decir para
sobornar funcionarios y oficiales. También para proveer de armas
y suministros a las fuerzas de Rivera y de Lavalle.
El canciller Molé había autorizado al embajador Martigny a gastar
300.000 francos imputables a "gastos varios" de la cartera de Relaciones
Exteriores, pero en tiempos de Soult llegó a librar letras por 2.340.000
francos pagados con la recomendación del 26 de febrero de 1840 de
que se "mostrara cauteloso en esa clase de gastos que suben muy
alto y exceden en mucho lo previsto en el ministerio".
Varias veces se denunció en el parlamento francés, en 1840 y en
1841, ese gasto. Lo más explícito fue la confesión de Thiers ,que
sucedió en el ministerio a Soult en marzo de 1840, al debatirse
en la cámara el 29 de mayo de 1844 la cuestión del Plata:
"Los dos millones de que ha hablado ayer Guizot imputados a mi ministerio
de 1840 y que se creía gastados para los grandes sucesos de Oriente,
esos dos millones han sido gastados en gran parte en Montevideo;
he dado esos dos millones según las órdenes del Sr. Mariscal Soult
para esa política de intervención que consistía en ganar aliados
en Montevideo".
Corroborando sus palabras, Mackau, que fuera Ministro de Marina,
dijo en la misma sesión que "además de esta simple autorización
de gastar 300.000 francos se habían sacado letras de cambio sobre
Francia por 2.340.000 para hacer la guerra, para excitar los partidos
unos contra otros".
El vicealmirante Mackau tenía información de primera mano pues fue
él quien firmó con el canciller rioplatense Arana lo que significaba
una disimulada rendición de la potencia europea. La obstinada inflexibilidad
del Restaurador, decidido a no renunciar bajo presión a ninguna
de sus convicciones, había dado su fruto. Cuatro días antes de la
llegada de Mackau, Rosas le escriba a Arana, gobernador delegado.
Le recuerda su disposición a transar honrosamente para ambas naciones.
Pero es caso de no ser posible un arreglo, debemos estar "resueltos
a defender nuestra soberanía y honor, pereciendo antes mil veces
que ser esclavos, y consintiendo primero marchar por entre los gloriosos
escombros de la más tremenda desolación y ruina, antes que pasar
por una vergonzosa, humillante esclavitud".
El marino francés sintió que era su deber comunicárselo formalmente
a Lavalle, que continuaba su desesperada huida hacia el Norte. Para
ello fue comisionado el capitán de corbeta Eduardo Halley, quien
lo alcanza en Ranchos (Córdoba), pocos días después de haber sufrido
otra derrota, de las muchas que jalonarían la espantada del desintegrado
"ejército libertador", a manos de Oribe.
Era el 4 de diciembre de 1840. Halley se enfrenta a un jefe casi
andrajoso, de ojos desaforados, que pocos días después escribirá,
en una epistolaridad incansable, a su esposa: "Estas tierras de
mierda donde no hay quien me mate gracias al terror que inspiramos".
El mismo que le espetaría al coronel Villafañe, quien intentará
alarmarlo por la anarquía de sus tropas: "¿Disciplina quiere Usted
para los soldados? ¡Déjelos que maten! ¿Quieren robar? ¡Déjelos
que roben!".
Pero ese oficial no ha perdido su dignidad de militar. Aunque su
patriotismo sea tan confuso. "Mi honor me impide aceptar", replica
indignado y echa a Halley del rancho miserable donde lo había recibido.
El emisario de Mackau acababa de transmitirle el generoso ofrecimiento
de Francia: 100.000 francos para él y una suma igual para distribuir
entre sus oficiales. Además sería transportado a Francia, donde
se lo incorporaría a su ejército con el máximo grado de Mariscal,
con los sueldos y galones correspondientes.
Capítulo 75 Un Monumento de Gloria
Entusiasmo en Buenos Aires. Homenajes a don Juan Manuel. La Legislatura
le nombra Gran Mariscal, para lo cual crea el cargo con título de
"excelencia", un sueldo de seis mil pesos anuales, una escolta de
treinta hombres y dos ayudantes y un oficial. Otros proyectos que
no fueron votados, han propuesto, entre otras cosas, que octubre
sea "el mes de Rosas"; que él y sus descendientes no paguen jamás
impuestos; que en el terreno en que está su casa se edifique un
palacio y en el frontispicio, en mármol, se grabe la ley; que se
le otorguen los títulos de Héroe del Desierto y Defensor Heroico
de la Independencia americana; y que sus hijos Manuelita y Juan
sean nombrados coroneles del ejército. Él, que el 19 de octubre
ha pedido termine el luto por Encarnación, y que jamás, fiel a sus
principios democráticos, aceptó título alguno, salvo el de Restaurador
de las Leyes, pide se le exima de los demás y no se nombre coroneles
a sus hijos. La Sala, además del mariscalato, vota un "monumento
de Gloria": un libro excepcionalmente lujoso, que contendrá todo
lo relativo a la cuestión francesa y a la guerra con Bolivia. Los
jueces de paz de la ciudad y de la campaña piden a la Sala que declare
fiesta cívica el día del nacimiento de Rosas. El ruega archivar
esas solicitudes. Y vuelve la lluvia de felicitaciones y adhesiones.
Capítulo 76 Sarmiento y la entrega de la Patagonia
Para dar carácter orgánico a su campaña contra el gobierno de Buenos
Aires los emigrados en Chile, al igual que los del Uruguay constituyeron
una "Comisión Argentina" compuesta por el general Juan Gregorio
de Las Heras como presidente, Gregorio Gómez, Domingo Faustino Sarmiento,
Martín Zapata, Domingo de Oro, José Luis Calle, y como secretario
Joaquín Godoy.
No disponiendo como el general Lavalle, Salvador María del Carril,
Julián Segundo de Agüero, Florencio Varela, etc. de la poderosa
escuadra ni del abundante oro francés, y siendo además grande la
distancia que los separaba de Buenos Aires, su campaña contra Rosas,
en la que no se disparó un solo tiro, tuvo un sesgo distinto, más
literaria que bélica, la pluma reemplazando al fusil.
Se destaca en forma especial la tenaz campaña que hizo Sarmiento
para que nuestros vecinos chilenos ocuparan la Patagonia. No resulta
comprensible, y menos aún perdonable, que personalidad tan encumbrada
por nuestra historia se haya embarcado en una operación tan antipatriótica
con el mero objetivo de perjudicar al Restaurador y sin reparar
en el daño que se hubiese infringido a la nación.
Es asombroso que tal ceguera se produjese en alguien que tan lúcidamente
interpretara la psicosociología del caudillo: "(...) quien encabeza
un gran movimiento social no es más que un espejo en el que se reflejan
en dimensiones colosales las creencias, necesidades, preocupaciones
y hábitos de una nación en una época dada de su historia" ("Facundo").
Eso fue Rosas.
La oposición al Restaurador ¿fue entonces el rechazo a lo que significó,
al surgimiento de la chusma que sólo podía darse por medio de un
gobierno autoritario que subvirtiera mecanismos de poder?.
El 11 de noviembre de 1842 se inició la campaña en "El Progreso"
y ya en ése primer número aparecía un artículo relacionado con el
Estrecho de Magallanes. A partir de entonces y casi diariamente
continuó Sarmiento publicando editoriales sobre el mismo tema. El
asombroso entusiasmo y la singular dedicación que puso en esta iniciativa
hicieron que muy pronto se vieran los resultados, avalados por la
pluma de un prestigioso argentino, como lo demuestra la carta que
el mismo sanjuanino hiciese publicar sin pudor y con jactanciosa
satisfacción:
"¿Queda duda después de todo lo que hemos dicho sobre la posibilidad
de hacer segura la navegación del Estrecho y de establecer allí
poblaciones chilenas? ¿Pero se hará para aclararlas o desvanecerlas?
¿Permanecer en la inacción meses y meses? ¿Dar por sentado lo que
la tradición, el hábito o la falta de datos establece como cierto?
¿Abandonarse a discusiones estériles, porque carece de bases sólidas
y a la opinión de éste o de aquél? ¿Aguardar que de las islas Malvinas
venga un inglés y levante una cabaña en el Estrecho y nos diga,
ya la Inglaterra está en posesión? ¿Hacer efectivo aquí como en
España el famoso adagio de Larra "vuelva Ud. mañana"?.
Las irreparables consecuencias no se harían esperar: "En cumplimiento
de las órdenes del Gobierno Supremo, el día 21 del mes de septiembre
del año 1843, el ciudadano capitán de fragata, graduado de la marina
nacional, don Juan Guillermo Williams (...) con todas las formalidades
de costumbre tomamos posesión del Estrecho de Magallanes y su territorio
en nombre de la República de Chile a quien pertenece, conforme está
declarado en el Art. 1° de su constitución política y en acto se
afirmó la bandera nacional de la República con salva general de
21 tiros de cañón".
Lo de Sarmiento no sería un sarampión pasajero: "La cuestión de
Magallanes - escribiría seis años después en "La Crónica" de fecha
29 de abril de 1849—, nos interesa bajo otro aspecto que no es puramente
personal. En 1842, llevando adelante una idea que creímos fecunda
en bienes para Chile, insistimos para que colonizase aquel punto.
Entonces, como ahora, tuvimos la convicción de que aquel territorio
era útil a Chile e inútil a la República Argentina.
"Para Buenos Aires el estrecho es una posesión inútil. Entre sus
territorios poblados median los ríos Negro y Colorado como barreras
naturales para contener los bárbaros, median las dilatadas regiones
conocidas bajo el nombre de Patagonia, país ocupado por los salvajes
y que ni la Corona de España ni Buenos Aires han intentado ocupar
hasta hoy, si no es por el establecimiento siberiano que lleva aquel
nombre y situado a centenares de leguas del Estrecho".
"Quedaría por saber aún, si el título de erección del Virreinato
de Buenos Aires expresa que las tierras del Sud de Mendoza y poseídas
aún hoy por los chilenos entraron en la demarcación del virreinato,
que a no hacerlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que
media entre Magallanes y las provincias de Cuyo".
Habrá más ,todavía : "¿Qué haría el gobierno de Buenos Aires con
el Estrecho de Magallanes, él, que lejos de poblar la inmensa extensión
del país que tiene en sus límites no disputados, no ha podido estorbar
que los salvajes lleguen ya hasta las goteras de Córdoba, San Luis
y todos los pueblos fronterizos del Sud, interrumpiendo las comunicaciones
con las provincias de Cuyo y arruinándolas hasta el punto de no
exportar a Buenos Aires sus frutos?. Dentro de diez años se habrá
borrado el camino de la Pampa y a seguir el orden actual de cosas,
dentro de veinte, en Buenos Aires ignorarán que tales provincias
existieron".
Para Sarmiento "el gobierno de Buenos Aires" es Rosas y enceguecido
por el odio está dispuesto a hacerle daño sin reparar en las consecuencias.
Así como la historia oficial no reconocerá la heroica defensa de
nuestra soberanía territorial llevada a cabo por Rosas, tampoco
le reprochará a Domingo Faustino esta actividad deleznable que en
otro país arrojaría fuera de la Historia.
La obsesión de Domingo Faustino lo llevará a tomar la nacionalidad
chilena y lo hará sin recato pregonándolo a los cuatro vientos,
confirmando el escaso sentimiento nacional que muchos le achacarán
a él y a su bando unitario:
"Los argentinos residentes en Chile, —escribirá en "El Progreso"
del 11 de enero de 1843—, proscritos de su patria pierden desde
hoy la nacionalidad que los constituía una excepción y un elemento
extraño a la sociedad en que viven.
"(...) Los que han consagrado su vida y sus vigilias al triunfo
de la libertad en América hallarán en Chile un teatro digno de sus
esfuerzos, y el país se los agradecerá siempre que con lealtad trabajen
por el interés de Chile, por la libertad de Chile y por el progreso
de Chile.
"Que no suene más el nombre de los argentinos en la prensa chilena;
que los que en nombre de aquella nacionalidad perdida ya habían
levantado la voz guarden un silencio respetuoso; que se acerquen
a los que por ligereza u otros motivos los habían provocado y les
pidan amigablemente un rincón en el hogar doméstico, de lo que en
lo sucesivo serán, no ya huéspedes, sino miembros permanentes".
El monumento a Sarmiento en la Capital Federal fue erigido, no de
casualidad, en el exacto lugar donde se levantaba la residencia
de don Juan Manuel de Rosas, en Palermo, derribada por el odio,
el 3 de febrero de 1899, ¡47° aniversario de la batalla de Caseros!.
Capítulo 77 El manco no cumple con su palabra
La separación de Francia de la lucha contra Rosas y su Confederación
no desarmó a sus aliados argentinos y uruguayos: Rivera y Ferré,
es decir la Banda Oriental y Corrientes, se coaligaron para formar
un poderosos ejército mientras Lavalle continuaba su marcha hacia
el norte en unión con Lamadrid, abandonando Córdoba.
Estos, incapaces de articular sus esfuerzos por enconos personales
y manteniendo separadas sus fuerzas, urdieron un plan que consistía
en que Lavalle se internaría en La Rioja atrayendo sobre sí al ejército
federal, entreteniéndolo hasta que Lamadrid hubiera podido levantar
un nuevo ejército en Tucumán.
Mientras, en Corrientes, se producía la llegada del general Paz
quien había escapado de Buenos Aires, traicionando el juramento
hecho a Rosas a cambio de su vida, de que no volvería a empuñar
las armas en contra de la Confederación. El antirrosismo incorporaba
así un muy hábil militar pero ello en cambio de ser una ventaja
se transformó con el tiempo en una complicación por la celosa competencia
que desató entre los jefes unitarios. Cuando Ferré lo nombró jefe
de todas las fuerzas correntinas el desplazado Rivera lo acusaría
absurdamente de ser un secreto aliado de Rosas, quien por eso lo
habría dejado escapar.
Las fuerzas federales al mano de Echagüe estaban inmovilizadas pues
podían ser tomadas entre dos fuegos por Paz y por Rivera, además
el dominio fluvial seguía siendo unitario por las naves que los
franceses habían dejado atrás, ahora al mando del yerno de Antonio
Balcarce, el norteamericano Coe. Para contrarrestar tal ventaja
el Restaurador armó una escuálida flotilla con los buques devueltos
por Francia y los puso al mando de Guillermo Brown quien, a pesar
de su menor poderío pero a favor de su coraje y de su talento vencería
en "La Barra de Santa Lucía" a Coe.
En la campaña riojana secundaban a Lavalle el caudillo de esa provincia
y antigua "mano derecha" de Quiroga, el comandante Brizuela, y el
capitán Peñaloza, conocido años más tarde como el "Chacho". Durante
tres meses Lavalle entretuvo a Aldao y a Oribe en los llanos riojanos.
Cuando a fin el jefe oriental logró estrechar el cerco, Lavalle
se escabulló y apareció en Tucumán el 10 de junio de 1841. Brizuela,
que se negó a abandonar su provincia, fue vencido y muerto en "Sañogasta"
unos días más tarde.
Rivera amenaza con disolver su alianza con Ferré si este se empeña
en privilegiar a Paz y al mismo tiempo gestiona una alianza con
los sublevados "farrapos" independistas de Río Grande, sus uruguayos
y los correntinos, seguramente con el apoyo de Inglaterra que de
esa manera debilitaría en una sola jugada a Argentina, a Brasil
y cumpliría con su sueño de internacionalizar las vías navegables
interiores. Que Paz le disputase el mando de las fuerzas correntinas
dificultaba el proyecto porque el "manco" se oponía a la constitución
segregacionista de la ya bautizada "Federación del Uruguay". Sin
embargo pocos años más tarde Paz daría su activo apoyo al proyecto
anglo-francés de separar a las provincias del Litoral en una "República
de la Mesopotamia".
Mientras Lavalle reponía sus hombres en Tucumán, Lamadrid con su
flamante división se lanzó sobre San Juan. Su segundo Acha, aquel
que entregase a Dorrego luego de pasarse a los unitarios, obtuvo
una brillante victoria en "Angaco" el 16 de agosto de 1841, pero
dos días después fue sorprendido por las fuerzas federales en la
"Chacrilla de San Juan" y tras cuatro días de lucha sin municiones,
se rindió, siendo inmediatamente fusilado.
Tampoco le fue mejor a su jefe Lamadrid sobre quien convergieron
Pacheco, Aldao y Benavídez deshaciéndolo en "Rodeo del Medio" el
24 de septiembre. Los sobrevivientes huyeron a Chile, pereciendo
la mayoría congelados o despeñados a pesar de la ayuda que les prestó
la "Comisión Argentina" de Las Heras y Sarmiento.
Entretanto Oribe avanzaba sobre Tucumán donde forzó a Lavalle a
dar batalla en "Famaillá" derrotándolo completamente y obligándolo
a huir hacia el norte con sólo 200 hombres, donde terminaría suicidándose
en presencia de su amante, Damasita Boedo, hermana de un federal
fusilado por "la espada sin cabeza".
La victoria de Oribe y el fusilamiento de Marco Avellaneda y otros
opositores acabaron con la oposición a Rosas en el noroeste . Pero
Corrientes seguía en pie mantenida por el entusiasta carisma de
Ferré y por la técnica militar del general Paz. Dos veces invadió
Echagüe esta provincia, sin éxito.
En su segunda tentativa se encontró con Paz sobre el río Corrientes
con fuerzas claramente favorables para los federales. Pero no en
vano el "manco" tenía fama de estratega: vadeó el río Corrientes
por el paso de "Caaguazú" provocando a Echagüe a ir tras suyo, en
el convencimiento de que huía ante la superioridad enemiga. Una
vez que las tropas federales quedaron encajonadas entre los ríos
Corrientes y Payubre, Paz repasó el río atacándolo por sorpresa.
No terminó ahí el ajedrez: durante la batalla la caballería unitaria
al mando del capitán Núñez volvió a utilizar la trampa del desbande
y el torpe Echagüe volvió a caer en ella enviando la suya en persecución,
siendo destrozada por los disparos de la artillería oculta entre
arbustos mientras la inerme infantería era envuelta en una perfecta
operación de pinzas.
Los muertos y heridos fueron 1800, los presos 800 y se tomaron 9
cañones y todo el parque. La victoria había sido total y la situación
del gobierno de Buenos Aires se había vuelto sorpresivamente comprometida.
Nuevamente Paz se transformaba en el cuco del rosismo y no era fácil
que se repitiese aquel milagro de años antes cuando una oportunas
boleadoras habían conjurado el peligro
La situación se agravó aún más cuando Juan Pablo López, a quien
llamaban "Mascarilla" por su fealdad y cuyo mayor mérito era ser
hermano de Estanislao, defeccionó de la causa rosista y suscribió
un tratado con Corrientes.
Rivera, a su vez, esperaba una victoria de Paz para actuar sobre
seguro. Cuando llegaron las noticias de "Caaguazú" cruzó el río
y se dirigió contra Urquiza, quien había cumplido con su sueño de
ser designado gobernador de Entre Ríos. Se enfrentaron en "Gualeguay"
y aquí también la victoria fue para los unitarios.
Si se hubiera aprovechado la oportunidad que esas victorias ofrecían
a Paz, quizás no hubiera habido resistencia posible pues Rosas solo
contaba con las exangües fuerzas de reserva acantonadas en Santos
Lugares. Pero el tiempo apremiaba porque el ejército de Oribe, convocado
de urgencia por Rosas, ya bajaba del norte. A fines del siglo XVI
lo había pronosticado el escritor francés Montaigne: "No hay victoria
sino sirve para poner fin a la guerra".
Pero las rencillas entre Rivera, Paz , Ferré y López jugaron a favor
de los federales: el caudillo oriental recelaba de la influencia
de Paz, cuyo prestigio había crecido después de su triunfo, y aconsejaba
que éste invadiera al oeste del Paraná, quedándose él en Entre Ríos
para asegurar su influencia allí; Ferré, a su vez, con un localismo
estrecho, pretendía lo contrario: que Paz permaneciera en Entre
Ríos por temor a que se reeditara la situación del año 40, quedando
desguarnecido ante la reacción federal; López a su vez temía que
Paz limitase su influencia pero su principal dificultad fue que
las montoneras santafesinas que había heredado de su hermano se
negaron a luchar del lado unitario y provocaron una deserción masiva
que redujo a 500 los 2.500 hombres originariamente disponibles
No fue de extrañar entonces que cuando Paz se disponía a cruzar
el Paraná, Ferré retiró el ejército correntino para proteger su
provincia y Rivera repasó el Uruguay para privarlo de apoyo. Paz
, entonces, no tuvo más remedio que renunciar a la jefatura.

