La
Patagonia rebelde o la Patagonia trágica es un evento protagonizado
por los habitantes y sindicalistas en rebelión de la provincia
de Santa Cruz, en la Patagonia Argentina y que fueron reprimidos
por el Ejército Argentino en el año 1922. Alrededor de 1500
obreros y huelguistas resultaron muertos.
Justo en 1974 todos aquellos que
hicimos La Patagonia Rebelde nos ocupábamos todo el día en hacer posible
su exhibición. El film estaba listo pero no podía estrenarse por cuestiones
de censura. Juan Domingo Perón era el presidente y todo se había ido corriendo
hacia la derecha desde los tiempos de Cámpora. Antes, en el Ente (censura)
estaba Octavio Getino y él aprobó el guión sin ningún problema, igual que
Mario Sofficci, el talentoso y bonachón director de cine, que presidía el
Instituto Nacional de Cinematografía y que no encontró ningún inconveniente
en entregar el préstamo a este film histórico. Al contrario, lo hizo con
alegría. Pero, ese paraíso de la cultura que fue el gobierno de Cámpora
apenas duró cuarenta y dos días y fue reemplazado por el yerno de López
Rega, Raúl Lastiri, por orden de Perón.
Yo lo conocía bien a Lastiri. En mis tiempos de estudiante me ganaba la
vida como bañero en la piscina del Club de Comunicaciones, en Núnez, en
las vacaciones de verano. Y todas las tardes, sin falta, entraba al club
este caballero vestido de impecable traje azul marino, camisa de cuello
duro y llamativa corbata; se dirigía hacia la piscina y me hacía siempre
la misma pregunta: "Y pibe, ¿cómo están las minas?". Ese señor, que me parecía
un tanto ridículo con su atuendo poco deportivo, llegó a ser presidente
de la Nación. Lastiri, en aquel tiempo -a fines de los '40-, era secretario
privado del presidente del club. Un empleo tal vez inventado para darle
sostén a este personaje que tenía un no sé qué de cafiolo porteño. Pero
mi mente adolescente, a pesar de sueños y fantasías, no imaginó nunca, que
este señor de diaria pregunta lasciva iba a regir "los destinos del país",
y también el mío, en 1973.
Porque este señor Lastiri -ya
presidente- aprobó un decreto por el cual se prohibía mi primer libro, Severino
Di Giovanni, el idealista de la violencia (y por supuesto no sólo el mío,
sino una larga lista). Empezaba mal el gobierno peronista. Recuerdo mi sentimiento
de impotencia ante el acto degradante para la cultura de un palurdo así
que había irrumpido en el escenario político levantado por el dedo del General.
Un año después, ya con el General en el poder, nuevamente esa sensación
de impotencia. Esta vez todo fue más refinado, lo que pasó con el film La
Patagonia Rebelde. Se anunció con grandes avisos en los diarios del país
para estrenarla el 2 de abril de 1974. Pero el Ente no es que la haya prohibido,
sino que no la calificó, y sin calificación no se podía dar. El representante
del Ministerio de Defensa se había mostrado en contra de la exhibición.
De manera que el film se encontró en una situación ambigua: ni estaba permitido
ni estaba prohibido.
Pero los problemas habían comenzado
antes. durante la filmación, en la Patagonia, las noticias que se recibían
eran inquietantes. El 22 de enero, cuando estábamos filmando en Puerto Deseado,
supimos que Perón había destituido al gobernador de Buenos Aires -Oscar
Bidegain, de la izquierda de su partido- y lo había reemplazado por Victorio
Calabró, un integrante de la derecha y de la burocracia sindical. Y el 8
de febrero se había producido un episodio, tal vez pequeño en el ámbito
político, pero muy significativo, ya que mostraba a Perón decidido a todo
en su lucha contra la izquierda. En una conferencia de prensa realizada
en Olivos, la periodista Ana Guzzetti, de El Mundo, le pregunta a Perón:
"Señor Presidente, cuando usted tuvo la primera conferencia de prensa le
pregunté qué medidas iba a tomar el gobierno para parar la escalada de atentados
fascistas que sufrían los militantes populares. En el término de dos semanas
hubo exactamente veinticinco unidades básicas voladas, que no pertenecen
precisamente a la ultraizquierda; hubo doce militantes muertos y ayer se
descubrió el asesinato de un fotógrafo. Evidentemente todo está hecho por
grupos parapoliciales de ultraderecha". Perón, fuera de sí, le respondió:
"¿Usted se hace responsable de lo que dice? Eso de parapoliciales lo tiene
que probar". Y se dirigió al edecán aeronáutico y le indicó: "Tome los datos
necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie la causa contra esta
señorita". La joven le informó a Perón: "Le aclaro que soy militante del
movimiento peronista desde hace trece años". Perón le contestó: "Hombre,
lo disimula muy bien".
Nos imaginamos lo que le habría
ocurrido a otro presidente que hubiera hecho tal gesto de amedrentamiento
contra el periodismo. Pero Perón podía permitirse una cosa así. Este episodio
nos hizo ver que todo el escenario represivo aumentaba y paulatinamente
se iba trasladando, como siempre sucede, a la cultura, y hasta a la vida
íntima del pueblo. Por ejemplo, el decreto de Perón de fines de febrero
que controlaba la comercialización de anticonceptivos. Se establecía que
sólo podían ser vendidos con receta y éstas debían estar en triplicado.
Una medida que se explicaba solamente por la injerencia de la Iglesia. Era
un intento de represión de la vida sexual, sin ninguna duda, a pesar de
que se explicaba que "una disposición tendiente a aumentar la natalidad
como forma de alcanzar la meta de 50 milloones de habitantes para el año
dos mil". Si no se permitían condones menos se iba a permitir un film que
denunciara una escondida masacre patagónica ocurrida hace medio siglo.
Cuando terminamos de filmar
exteriores y vinimos a Buenos Aires para interiores, se produjo algo tan
insólito que cuesta creerlo. El "navarrazo". Se levantó el jefe de policía
de Córdoba Antonio Navarro y con una docena de milicos volteó al gobernador
Ricardo Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López; éste un gremialista
combativo. Los dos pertenecían a la izquierda del peronismo. Perón dejó
de hacer maniobra e intervino la provincia en vez de defender al legítimo
gobernador. El ritmo de la filmación fue acelerado mucho más con todo el
apoyo de los actores y de todo el personal técnico, aunque algunos de nosotros
ya no creíamos en un buen final, pero por eso mismo aumentaba la porfía.
Ya la primera advertencia que debíamos darnos prisa nos la había hecho el
gobernador de Santa Cruz, don Jorge Cepernic. A él yo lo había conocido
años antes durante la investigación de las huelgas del '21. Era hijo de
un trabajador rural que había participado en la huelga y mucho me ayudó
a encontrar testigos de la época y en situar tumbas masivas. En aquel tiempo
-estoy hablando del '69/'70-, él era uno de los pocos justicialistas que
hacía fe de su ideología partidaria abiertamente. Ese riesgo y ese jugarse
le abrió camino para posteriormente ser el candidato a gobernador indiscutible
de ese partido en 1973. Y por supuesto, fue electo gobernador. Cuando supo
de nuestros planes de llevar al film aquella investigación histórica, desde
la gobernación nos dio pleno apoyo y ayuda. Por eso él se sentía muy responsable
y preveía dificultades dado el enrarecimiento político de aquellas últimas
semanas. Y en ese enero de 1974, se vino desde Río Gallegos hasta una estancia
-a cuarenta kilómetros- donde estábamos filmando la escena del fusilamiento
del líder obrero Outerello (que hizo ese gran actor que se llamó Osvaldo
Terranova). Desde una loma vimos venir al gobernador, que se había bajado
del auto y se aproximaba subiendo el desnivel. Me llevó a un aparte y me
dijo: "Acabo de recibir un telegrama del Ministerio del Interior inquiriéndome
quien dio el permiso para filmar en Santa Cruz La Patagonia rebelde. Se
ve que en el gobierno hay fuerzas que se oponen. Voy a hacer como que no
he recibido nada. Lo único que le pido es que traten de acelerar la filmación
todo lo posible. Deseo fervientemente que la película pueda terminarse".
Por Rossana Nofal. Universidad Nacional de Tucumán
Es importante reconocer como escritura testimonial al texto
La Patagonia
rebelde de Osvaldo Bayer, libro a veces olvidado en la lista de clásicos
del género en la Argentina. El proyecto escriturario del autor es el de
construir una historia general y no oficial de los hechos. Apela al testimonio
y a la historia oral; en su escritura conviven en tensión las evidencias
documentales y sus interpretaciones sobre los acontecimientos.
La escritura testimonial nunca es apócrifa; está autorizada por el "prestigio"
de instituciones letradas que lo incluyen en sus corpus de trabajo y por
una "traducción técnica" de la voz del otro. El transcriptor construye un
efecto de oralidad que facilita la transmisión del documento. Busca recuperar
la experiencia colectiva de los hechos históricos, documentando la verdad
no oficial con documentos oficiales.
El testimonio, como género,
se incluye en una tradición que deja de lado la creencia de que es posible
el testimonio objetivo y que éste puede garantizar la verdad en la medida
en que es auténtico. La escritura testimonial, como gesto, ocupa el espacio
de la memoria que ha sido vedada por la historia oficial. Emplea el testimonio
de los testigos, para borrar de la escritura la huella de la mentira y se
erige contra el saber absoluto acerca de los acontecimientos. La escritura
testimonial es un espacio tenso en el que narradores y narrados, desde posiciones
desiguales, negocian un relato. Contrapone distintas voces en una escritura;
esto implica una transformación radical de la idea de verdad, y es aquí
donde se encuentran los elementos que constituyen la identidad del género.
El libro de Osvaldo Bayer, La
Patagonia rebelde, Tomo III: Humillados y ofendidos,1 se inaugura con una
advertencia del editor que califica a la obra como "historia de nunca acabar"
La investigación histórica del autor se define como un proceso continuo.
La palabra fin nunca puede ser escrita en el texto. La voz de los testigos
sigue en las cintas grabadas; los relatos de los sobrevivientes no pueden
concluir porque la verdad no puede callarse. El autor intenta una poética
de la presencia, un espacio textual que sea capaz de seguir cada una de
las huellas del relato de la muerte.
La
tensión entre buenos y malos articula el relato. Héroes y villanos protagonizan
la historia. Bayer focaliza cada uno de los personajes y los presenta como
actores de un drama. Pero la masacre ha concluído; hay zonas del relato
de la historia que han sido clausuradas por el autor. Comienza una época
distinta en Santa Cruz. Se inaugura el tiempo de la revisión de las consecuencias
de la represión. Se han terminado los enfrentamientos, las huelgas, las
asambleas, los volantes y las banderas rojas.
El libro estará centrado en la interpretación de las acciones de Varela,
en la evaluación de sus actuaciones militares y en la justificación de la
venganza de los anarquistas. La campaña de Varela ha clausurado la violencia
de la agitación obrera y ha "pacificado" el territorio a fuerza "de máuser
y sangre". Bayer evalúa los resultados de los tres grupos que había presentado
como actores de la tragedia patagónica. Sólo quedan dos; los obreros han
sido totalmente eliminados.
Los hombres fusilados han sido las víctimas propiciatorias de la pacificación
del territorio. En atroz simetría se presentan en el texto de Bayer los
militares y los radicales, son dobles antitéticos en lo ideológico pero
similares por su actitud frente al grupo social de los obreros. Bayer condena
la actitud ambigua de los radicales frente a la orden de la represión. Los
condena por esa ambivalencia de entre la cercanía y el alejamiento. Frente
a la violencia el autor justificará la necesidad de una venganza. Los crímenes
posteriores se determinan por la necesidad de venganza de los anarquistas.
La escritura de Bayer es también una venganza. Sus palabras de denuncia
de la muerte son similares a las armas anarquistas. Los cuerpos ausentes
de los obreros, "borrados del mapa" por los militares, se hacen presentes
en una escritura que busca cambiar la ausencia de la muerte por la presencia
de las voces de los cuerpos.
Por eso, los insólitos acontecimientos
que se habían desarrollado entre tres partidos: los poderosos, los obreros,
y los radicales yrigoyenistas haciendo equilibrio, quedaban reducidos de
pronto a dos sectores: los radicales y los hombres de la Sociedad Rural.
El proletariado organizado, con sus entidades anarquistas, había sido borrado
del mapa. (La patagonia..., 11)
La ley y las instituciones se
ausentan del escenario histórico. Bayer cuestiona no sólo la explicación
del presidente sino el papel del radicalismo. La hipótesis es que Yrigoyen
no quería mezclar el poder político con la represión y por eso deja todas
las decisiones en manos de Varela. Hay una figura y un orden ausente que
se completa con la violencia de las armas. El autor cuestiona esta explicación
de los hechos en la que la falta de las órdenes explícitas desencadena los
hechos sangrientos.
Es interesante revisar los documentos de la historia militar acerca de la
responsabilidad de Varela en los fusilamientos. Al respecto, el coronel
Orlando Mario Punzi en su texto La tragedia patagónica. Historia de un ensayo
anarquista,2 señala,
¿Cuál es su objetivo, fundamental sin duda, puesto que cumple órdenes directas
del Presidente de la Nación, Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas,
sin intervención de sus superiores inmediatos: de la brigada, de la división
o del ministro del ramo?. Todo lo que Varela trae en tal sentido le viene
de labios del primer mandatario, que en trece palabras le sintetiza la misión:
"Vaya Teniente Coronel; vea bien lo que ocurre, y cumpla con su deber."
Y nada más.3
La ausencia de órdenes legitima
las acciones de Varela; la ambigüedad de la frase autoriza las acciones
iniciadas en el sur. Bayer analiza la falta de la figura de Yrigoyen en
la denuncia sobre la represión. El propósito central de su argumentación
es trazar un paralelismo entre dos momentos históricos y entre dos presidentes:
Yrigoyen y Alfonsín. El momento histórico de la tragedia representada en
el texto (1921) y el momento de la circulación del mismo (1983) se unen
con la intención de buscar las claves que expliquen la violencia fundacional
de la modernidad de la patria. Los gobiernos radicales son los personajes
antagónicos del discurso de Bayer; es contra ellos que se inscribe el relato.
En tanto enunciación política, la escritura como denuncia de Bayer es una
réplica a la vez que supone o anticipa una polémica. Como lo señala Eliseo
Verón, el discurso político está habitado por un otro negativo.4 El campo
discursivo de lo político implica enfrentamiento, relación con un enemigo,
lucha entre enunciadores. Verón ha trabajado en este sentido, la dimensión
polémica del discurso político. La enunciación política es, desde su punto
de vista, la construcción de un adversario. El adversario está excluído
del "nosotros" y su discurso se define por la inversión de las creencias
del "nosotros".
El gobierno radical es, por
lo tanto, el contradestinatario5 y el adversario político del discurso del
Bayer. Este colectivo es el antagonista de su discurso y de su construcción
como la voz que enuncia "la verdad" de la historia. Los radicales están
exluídos del "nosotros" que se define como: obreros patagónicos, intelectuales
solidarios con su causa y anarquistas. "Nosotros" es la voz y la escritura
de la verdad que se defiende del silencio con el cuerpo.
Es en la segunda guerra donde todo se trastoca, donde se cae la estantería
al gobierno radical. Ante la nueva huelga —indudablemente más pacífica que
la primera y mejor organizada, más general— se ordena la represión. Pero
no el fusilamiento de los estancieros que no cumplían el convenio, sino
de los obreros que exigían el cumplimiento de ese convenio. Claro que para
ser neutrales desde el punto de vista histórico no podemos esperar que el
gobierno radical fuera a ordenar que se fusilaran estancieros. Porque no
era un gobierno obrero. Desde el punto de vista histórico los únicos equivocados
fueron los obreros por haber iniciado la segunda huelga sin apoyo ni solidaridad
de las centrales obreras de Buenos Aires y no haber negociado antes con
el gobierno radical la probable salida de un movimiento de esa envergadura.
Los obreros patagónicos se levantaron solamente porque tienen razón. Es
la típica reacción anarquista. Desconocen lo más elemental de la política
burguesa. Para triunfar no sólo hay que tener razón. (La Patagonia..., 21)
Para triunfar se necesita la
violencia de las armas. La verdad de los militares se enfrenta con los cuerpos
y con la sangre de los obreros de la Patagonia. Los discursos contrapuestos
no pueden dialogar, no pueden escucharse; el Uno debe aniquilar al otro;
los extranjeros deben silenciar su grito y su denuncia. La voz del autor
cuestiona a los obreros que confiaron en el ejército y en los radicales.
La barbarie de la represión desconoce la razón de las palabras.
Para el narrador del drama patagónico, los personajes más coherentes con
sus propósitos son los estancieros. A partir de estrategias e intereses
claros manejan los cuerpos y las palabras de los otros a su conveniencia.
A diferencia de los obreros, la Liga Patriótica Argentina contaba con los
contactos y el apoyo de Buenos Aires para defender sus intereses. Otra tensión
que atraviesa el texto es la distancia entre Buenos Aires y el sur. El centro
del país y sus instituciones aparecen de espaldas a la Patagonia. Bayer
también acusa a las centrales obreras de la capital su silenciamiento frente
a los movimientos en el sur.
El
relato histórico desmitifica la diferencia entre los actores antagonistas
de la tragedia. La oposición entre razón gubernamental y la barbarie de
los militares que reprimen no existe en el texto de Bayer. Varela, de alguna
manera "el doble monstruoso" de Yrigoyen, es uno de los represores y todos
a la vez. La acción violenta del 10 de Caballería es la máscara inseparable
del gobierno irigoyenista.
Bayer demuestra que el juego
de la violencia en el país no se detiene en la década del veinte. La escritura
de la tragedia demuestra que la muerte sobre "los revoltosos" sólo retrocede
en algunos momentos históricos. Nunca se detiene en la cultura argentina
la voluntad de excluir a "lo diferente", a lo vario, a lo distinto. Esta
actitud se enmascara nuevamente a lo largo de la historia en otras represalias,
en otros castigos y en otras venganzas. El pasado revela las claves para
comprender el presente. Los culpables de los fusilamientos de la Patagonia
apelan por primera vez al Artículo 34 del Código Penal para justificar sus
acciones.
Fíjese el lector que varias
décadas antes, el asesino Valenciano recurrió al subterfugio de ‘obediencia
debida’, lo mismo al que recurrió el presidente Alfonsín para librar de
culpa y cargo a los autores materiales de las torturas, secuestros y asesinatos
de la dictadura militar de 1976 a 1983. Obediencia debida se convirtió en
ley por el voto de las bancadas radicales de diputados y senadores. (La
Patagonia..., 227)
El autor revisa las distintas hipótesis acerca de los fusilamientos. Todos
aquellos que tratan de justificar a Varela —principalmente en los ambientes
militares— hablan de las órdenes que cumplió. En Buenos Aires, los estancieros
hacen circular la leyenda que fundan en el imaginario6 la creencia de que
los obreros degüellan a niños y violan ancianas. Ante semejante anuncio,
Yrigoyen determina que hay que terminar con los movimientos huelgísticos
anárquicos en la Patagonia. Le da a Varela la orden de reprimir a hombres
que no merecen ser considerados ciudadanos.
"Extranjeros", "anarquistas", "forajidos", "bandoleros", "insurrectos" son
los calificativos que señalan a los huelguistas como sujetos sin patria.
Dentro de las fronteras territoriales, los obreros son despojados del espacio
que ocupan. Los individuos que se pliegan a la huelga y al movimiento contra
los intereses de los estancieros, "mueren" primeros como ciudadanos. Pocos
días antes, en Buenos Aires, había sido vetada la ley de pena de muerte.
En el sur, lejos del lugar de la ley para los ciudadanos, Varela tiene la
facultad y el poder para decidir la muerte de los obreros huelguistas.
Bayer construye un contradiscurso a la tesis de José María Borrero. El autor
de La Patagonia trágica,7 fantasma textual en el texto de Bayer, niega toda
responsabilidad en las muertes al teniente coronel Varela y al presidente
Yrigoyen. Asegura Borrero que el verdadero autor de la matanza es el gerente
de la Sociedad Rural, Edelmiro Correa Falcón, gobernador de Río Gallegos
y enemigo personal del escritor.
"La
Patagonia rebelde", en DVD: una reedición incluye declaraciones
de Néstor Kirchner y Osvaldo Bayer
La nueva edición de la película
(2007), realizada por Héctor Olivera en 1973, contiene escenas
que antes fueron censuradas. Además de la palabra del Presidente,
que actuó como extra en el filme, y del autor del libro en el
que se basa la obra, se suman los testimonios de sus protagonistas:
Pepe Soriano y Luis Brandoni.
"La Patagonia rebelde", clásico del cine argentino dirigido
por Héctor Olivera, será reeditado en DVD con la inclusión de
escenas censuradas. Además, se sumarán las declaraciones del
presidente Néstor Kirchner, que actuó como extra en el rodaje
del filme que se realizó en 1973 en Santa Cruz, y de Osvaldo
Bayer, autor del libro en que se basó el filme.
Las frases del primer mandatario incorporadas en el DVD corresponden
a declaraciones acerca de su participación en la película. Fueron
recogidas en el acto de homenaje realizado el 13 de junio de
2004, cuando se cumplieron 30 años del estreno.
"Entre los agregados -comentó Olivera- hay un reportaje al ex
gobernador Jorge Cepernic, al que sus captores en tiempos de
la dictadura militar le dijeron que su detención obedecía a
haber apoyado la filmación de la película". También se incluirán
declaraciones de Pepe Soriano y Luis Brandoni, dos los principales
intérpretes de la obra.
Otra novedad que contendrá la edición será la incorporación
de documentos vinculados a la temática histórica del largometraje,
que estuvo en cartel sólo algunas semanas, hasta comienzos de
julio del 74. Luego fue levantado, pese al éxito de taquilla,
y recién pudo ser reestrenada una década después, con el regreso
de la institucionalidad democrática.
La noticia de la reedición de la película comenzó a circular
la última semana, cuando Olivera estuvo en la Patagonia participando
en la inauguración del monumento al español José Font, más conocido
por su apodo de Facón Grande, a quien el cineasta considera
"el primer mártir entre los líderes de los gremialistas rurales".
También allí, el realizador trabajó en el avistamiento de locaciones
para "La bandolera inglesa", su nuevo filme, que contará la
historia de Elena Greenhill, la asaltante británica que asoló
el sur argentino a principios del siglo XX.
Fuente: Télam, 18/07/07
Bayer discute esta hipótesis
y se opone constantemente a aceptarla como la verdadera interpretación de
los hechos. El autor de La Patagonia rebelde introduce en su texto la lógica
de Borrero para explicar las acciones militares. A esa lógica de la incertidumbre,
el autor opone la evidencia documental acerca de los hechos; deja de lado
la interpretación de Borrero por considerarla "sin rigor histórico". Niega
cualquier espacio para la mentira; desde el prólogo, en que plantea el texto
como una investigación objetiva basada en material de entrevistas y documentos
avalados por la escritura, evita referirse como un yo escritor.
Bayer es el historiador y el
investigador de los hechos, no es un simple redactor de imágenes y anécdotas.
En la escritura construye una polémica oculta en la que cada una de sus
palabras reacciona contra la palabra de los "radicales" que están "allá",
en Buenos Aires, lejos de la "tierra maldita"8 de la Patagonia. Borrero apenas menciona la matanza. Simula una historia periodística,
un informe objetivo y lineal de los sucesos y sus antecedentes; expone su
tesis escuetamente sin ninguna documentación; reproduce informaciones y
fotos periodísticas, fechando los hechos como lo haría un diario. El suspenso
sobre la historia que está por escribirse organiza y sostiene el texto que
se demora en el espacio de los personajes de la tragedia y no en la tragedia
misma.
En breve aparecerá la segunda obra titulada: ORGIA DE SANGRE en la que tras
una descripción detallada de los movimientos obreros ocurridos en la Patagonia
y terminados con las horrorosas matanzas de 1921, se deslindarán responsabilidades,
señalando con pruebas indubitables a los verdaderos autores morales y materiales
de tales matanzas, quienes con fines inconfesables ponen todo su empeño
en arrojar sombras siniestras sobre un inminente y austero ex mandatario
de la nación y sobre la memoria de un pundonoroso militar argentino, primera
víctima propiciatoria de los sucesos de Santa Cruz, cuya memoria se hace
de todo punto preciso reivindicar, cumpliendo el deber fundamental de establecer
la verdad histórica.9
En La Patagonia rebelde toda la historia se vuelve a narrar. El autor se
propone un proyecto distinto y lleva a la escena histórica a todos los personajes
de la tragedia; enfrenta y entrecruza sus voces. El texto se escribe con
la verdad de los datos documentales; el rigor histórico aparece totalmente
alejado de la ficción. Al comentar el final de la escritura de Borrero,
Bayer anota:
De más está decir que el ‘inminente y austero ex mandatario de la Nación’
es Hipólito Yrigoyen, y el ‘pundoroso militar argentino’ es el teniente
coronel Varela. Téngase en cuenta que La Patagonia trágica apareció durante
la presidencia de Alvear (pocos meses antes de las elecciones en las que
iba a ser consagrado Yrigoyen por segunda vez) y cuando ya Varela había
sido muerto por el alemán Kurt Wilckens frente a los cuarteles de Palermo.
(La Patagonia..., 15)
Bayer edifica un sentido diferente para contestar a los argumentos de su
contrincante. Parte de un material histórico ya conocido y crea un orden
nuevo para esos datos. El material de archivos no dice nada nuevo; es el
mismo que usaron los antiguos cronistas de los hechos, la diferencia está
en la interpretación de los sucesos. Es interesante revisar los distintos
lugares desde los que Borrero y Bayer enuncian su relato sobre los hechos.
Borrero, autor del libro deshilvanado, sombrío, agresivo e inverosímil,
que se titula La Patagonia trágica,10 se define a si mismo como "el cronista"
de los hechos.
He aquí la situación, que al cronista se le plantea en el momento de terminar
el relato y comprobación del más estupendo caso de piratería terrestre,
que registran los anales de la historia argentina. (La Patagonia trágica,
165 Las negritas me pertenecen)
El autor de la escritura simula una identidad falsa e inventa un personaje
que pueda apropiarse de su voz y disimular su identidad. El autor del relato
es "un periodista anónimo de Buenos Aires" que recorrió de incógnito en
territorio de Santa Cruz durante 1924 recogiendo relatos parciales y episódicos
sobre "los crímenes atroces, que en esos lugares se decían cometidos".11
Para no incurrir en repeticiones, dejamos la palabra al periodista anónimo,
a quien tantas veces hemos nombrado. Todo lo que él dice, todo lo que él
habla, es la fiel expresión de la verdad, es la realidad misma, que aún
cabe comprobarse en conjunto y en detalle, pudiendo hacerse la sola aclaración
de que cuanto él aplica a la firma ‘Menéndez Behety’ debe extenderse a todos
los latifundistas de la región. (La Patagonia trágica, 204)
Las
únicas dignas
"... Cumplida la carnicería, el paternal
Varela consideró pertinente, para solaz y esparcimiento de sus
subordinados, enviarlos de visita a los prostíbulos de la zona.
Paulina Rovira, encargada de la casa de tolerancia "La Catalana"
en San Julián recibe el aviso. Pero, las cinco pupilas del establecimiento
se le rebelan. Llegada la tropa, las mujeres esgrimen palos
y escobas y al grito de: "¡Asesinos. Cabrones. No nos acostamos
con asesinos!" rechazan a los soldados. Van presas. Son las
únicas voces de repudio en medio del silencio de la sociedad
cómplice. Temiendo que el episodio se difundiera se las deja
en libertad... total ... era la opinión de cinco pobres mujeres..."
Sus nombres: Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez,
María Juliache y Maud Foster.
(De "La Patagonia Rebelde" de Osvaldo Bayer)
La crónica se remonta al siglo
pasado tratando de buscar las claves que expliquen el asesinato de 1500
obreros en la estancia Santa Anita. Borrero señala como un hecho anterior
a la matanza de los obreros, el exterminio indígena del siglo XIX. Documenta
con fotografías la caza del indio y denuncia el hecho calificándolo como
"uno de los genocidios más espeluznantes que se conocen".12 Los responsables
del hecho son los latifundistas, "verdaderos señores de horca y cuchillo".13
Necesitaban apropiarse de las tierras fiscales para el contrabando de ganado.
Los indios y los obreros son víctimas de los mismos intereses. Borrero dedica
el libro "A los poderes públicos argentinos":
En demanda de justicia por los crímenes de lesa humanidad, que se han cometido
y siguen todavía cometiéndose en los territorios del Sur, donde el sentimiento
de la nacionalidad y el concepto de Patria, son considerados como un verdadero
mito por parte de los latifundistas detentadores de la tierra pública, plutócratas
patagónicos, que han amasado sus fabulosas fortunas con sangre de indios
y cristianos y con lágrimas de huérfanos y viudas. (La Patagonia trágica,
18)
Borrero contruye su libro con estrategias similares a las que Bayer empleará
para su escritura de la historia. La estrategia de ambos es la de volver
atrás en el tiempo para buscar las claves que expliquen la violencia del
presente. Al igual que Bayer, Borrero documenta su texto con citas de los
diarios de la época y con material fotográfico de los actores principales
de la tragedia. Incluye fotos de los tehuelches y los onas, víctimas de
los latifundistas, fotos de cazadores de indios, y una foto de Correa Falcón,
principal acusado en la matanza de los obreros.
En la producción testimonial, Bayer apela al uso de los medios de reproducción
y a las técnica periodísticas. Incluye reportajes, fotografías, transcripción
de documentos y una organización del material que siempre elude mostrar
su carácter de construcción. La escritura y el montaje de elementos disímiles
borra la evidencia de que los relatos son, en todos los casos, una versión
de los hechos que llega al lector reconstruida por la experiencia de los
protagonistas y por una particular focalización del comentador del material.
Bayer incluye colecciones de fotos en cada uno de los tomos sobre la tragedia
patagónica. En la escritura hay una imperiosa necesidad de volver a nombrar
a las víctimas en listas interminables; y pensarlos en las fotos como seres
vivos. La inscripción de la imagen es la individualización y la encarnación
de la identidad en una copia iconográfica del cuerpo, del rostro, y de la
expresión. Juega con la mezcla de categorías. Lo público y lo privado se
fusionan en un espacio no diferenciado donde se unen la imagen y el silencio
de los que no tienen nombre con la verdad de los hablan sobre los hechos.
Las fotos de escenas familiares alternan con las fotos de las fábricas,
de las cárceles, de los soldados, de los muertos.
Las
fotos de los militares que participaron en la lucha contrasta con la foto
de una cruz en la tumba de los peones huelguistas fusilados en la Estancia
San José. Bayer transcribe la dramática inscripción de la cruz "A los caídos
por la livertá, 1921". La imagen trata de mostrar al obrero muerto como
a un ciudadano común. La figura ausente deja de ser anónima al incluir su
nombre en un libro que contesta a la historia oficial; el obrero deja de
ser una persona anónima, al encarnar su rostro en esas imágenes fotográficas.
Borrero y Bayer apelan a la cita de artículos periodísticos, aunque el manejo
discursivo del material es distinto en cada caso. Bayer traspone los recortes
para alejar su presencia de la escritura y simular un espacio para el díalogo
entre distintas versiones de los hechos; generalmente discute con las versiones
oficiales de los diarios y acerca su enunciado al de los periódicos anarquistas.
El autor actúa como mediador entre los hombres privados del derecho a usar
su voz y la escritura. Las citas son un espacio de encuentro entre el diario
oficial y los panfletos obreros, las hojas volantes de la prensa anarquista,
las hojas sueltas y arrancadas de alguna libreta de almacén.
Borrero es el autor de los recortes que incorpora a su relato. La historia
le permite compilar la incesante masa de cosas escritas en los diarios patagónicos.
El autor sólo organiza el material periodístico. Se cita, se oculta; el
narrador se pretende "objetivo" y "distanciado" de los hechos que narra.
A pesar del alejamiento, el centro autorial no borra su marca, nunca se
oculta. El montaje y la selección de sus textos no articula espacios de
diferencia con respecto a su voz. La escritura revela una peculiar fusión
entre narrador textual y autor real de las citas. Su voz y su perspectiva
sobre los hechos implican siempre la construcción del monologismo que caracteriza
a su relato. Sobre la inclusión del material periodístico afirma Borrero:
Buscando
huellas en la ruta patagónica
Con 80 años recién cumplidos Osvaldo Bayer
volvió a los sitios de los fusilamientos del ’21.
El escritor recorrió Comodoro Rivadavia, Jaramillo, Piedra Buena,
Río Gallegos, Calafate y San Julián.
Por Mariano Blejman
"A los caídos por la liverta", decía la única cruz que quedaba
en una fosa común patagónica donde se enterró a un centenar
de obreros patagónicos fusilados en 1921, durante el gobierno
de Hipólito Yrigoyen por el teniente coronel Varela, con la
anuencia de los estancieros británicos. El escritor y periodista
Osvaldo Bayer encontró esa cruz hace ya tres décadas, pero sigue
recordando la frase cada vez que puede como esas marcas indelebles
de la historia que, al fin y al cabo, terminaría convirtiéndose
en su propia cruz (mal que le pese a este hombre agnóstico).
Es una frase que le gusta repetir: cruz, justamente ésta, la
que se llevaron de recordatorio a Jaramillo, cuenta Bayer, otro
de los pueblos del sur argentino que vivieron en carne propia
las huelgas patagónicas que dieron pie a la sólida obra de Bayer
sobre la Patagonia Trágica. Y ahora vuelve al lugar, con 80
años recién cumplidos, como protagonista del documental La vuelta
de Osvaldo Bayer (que emitirá Canal 7 hoy a las 22 como parte
del ciclo Ficciones de lo real) y propone dejar una réplica
de esa cruz en uno de los lugares del hecho.
Pero lo de la cruz y su recuerdo es apenas una anécdota. Los
datos fríos hablan de 1500 peones rurales fusilados por las
fuerzas del gobierno de Yrigoyen y el estímulo de los estancieros
ingleses (acostumbrados al fin y al cabo a tratar como esclavos
a sus empleados) para aplicar la ley marcial contra los
insubordinados, mayoritariamente anarquistas. Y la presencia
de un hombre capaz de cambiar la historia convierte el viaje
en una potente cuatro por cuatro en una postal de la coherencia
y la perseverancia. La propuesta fue realizar junto a Bayer
un recorrido profundo por aquellos lugares que él había comenzado
a recorrer en 1968, cuando todavía vivían varios testigos de
la matanza de obreros patagónicos que luchaban por mejores condiciones
laborales.
En noviembre de 2006, Bayer recorrió Comodoro Rivadavia, Jaramillo,
Piedra Buena, Río Gallegos, Calafate y San Julián; y visitó
–junto al doctor Suárez Samper, médico y estanciero, que ayudó
a Bayer con su investigación– los archivos gráficos, sonoros
y de imagen, tanto públicos como privados, relatando para la
cámara su versión en los escenarios donde sucedieron los hechos.
Además de los antecedentes históricos, Bayer cuenta en la filmación
anécdotas de la investigación y también del rodaje de la película
La Patagonia rebelde, filmada en el ’73 y el ’74 por Héctor
Olivera y estrenada en 1974, mientras Perón todavía ejercía
su tercera presidencia. Entrevista también al ex gobernador
de la provincia Jorge Cepernic, que ayudó a la filmación de
la película, a pesar de recibir presiones de las Fuerzas Armadas
para que no se siguiera rodando, y que luego estaría preso ocho
años, la mayoría durante la última dictadura militar. Como es
sabido, Bayer tuvo que exiliarse en Alemania.
La tenacidad del escritor ha dado sus frutos. Como producto
de la investigación de Bayer hay un monumento a José Font y
un colegio agropecuario con su nombre, en Río Gallegos hay una
calle que lleva el nombre de Antonio "El Gallego" Soto (Bayer
entrevista también a su hija Isabel, quien supo gracias al escritor
de la existencia de otra familia de Soto), y también una calle
con el nombre de Facón Grande, que luchó contra las fuerzas
militares. En la tumba masiva de La Anita se hizo una escultura
y en Jaramillo la vieja estación de trenes, escenario de enfrentamientos,
será próximamente el Museo Facón Grande.
Además de las entrevistas históricas al nieto del soldado Gabino
Pérez, Sebastián Cifuentes; la nieta del vasco Zurutuza, compañero
de Soto, Liliana Zurutuza; la hija del capitán Viñas Ibarra,
Elvira Viñas Ibarra; hay acaso, tantos años después, dos momentos
de interesante tensión en el documental: uno sucede cuando Bayer
encuentra al historiador Osvaldo Topcic y le pregunta sobre
el destino de los archivos oficiales, fuente de Bayer para sus
investigaciones. Topcic cuenta que fue un juez federal de Río
Gallegos quien se los dio y los pone a disposición de Bayer
"para cuando los necesite". Acto seguido, Bayer visita el archivo
de Río Gallegos y pide que restituyan a su lugar de origen los
archivos que cambiaron de "dueño" durante la dictadura. Pero
Bayer no se agota en la denuncia y ya mismo propone (ésa ha
sido la metodología del impaciente historiador: denunciar y
proponer) que sean excavadas las tumbas masivas de la Estancia
La Anita en el Calafate.
Y entonces aprovecha la ocasión para entrevistar a Federico
Braun, descendiente de la familia Braun Menéndez, actual dueño
de La Anónima Exportadora e Importadora del Sur y de Estancia
la Anita, cuyos antecesores fueron responsables –o al menos
instigadores– de tantas muertes. Dentro del marco de la corrección
política, la conversación entre Federico Braun y Bayer no tiene
desperdicio. Braun asegura que en su familia jamás fue un tema
presente, que él compró la estancia a una parte de su familia
hace unos años, y que por lo tanto no tiene por qué tener culpa
alguna sobre lo sucedido. Bayer le pregunta si estaría dispuesto
a organizar a los trabajadores, a lo que Braun se niega y Bayer
le sugiere que hay que "trabajar y repartir". Braun le dice,
justamente, que el año pasado pagaron 100 millones de pesos
en impuestos, y que ésa es una forma de contribuir a la distribución
de la riqueza. "Bueno... –le responde Bayer, al gentil hombre
de traje–, hay formas y formas".
Fuente: Página/12, 20/02/07
Observarán nuestros lectores
que gran parte de este libro está compuesto de crónicas y artículos periodísticos
tomados de ‘El Radical’ y ‘La Verdad’ que se editaron en Río Gallegos durante
la época precisamente, en que se desarrollaban casi todos los acontecimientos,
que nos ocupan. Estos artículos escritos sobre el terreno y en la fecha
misma de los sucesos o muy próximos a ellos, son la mejor fuente de información,
que pudiera desearse y además tiene el carácter de verdaderos documentos
históricos, que alejan toda sospecha de falsedad por los abundantes datos
y elementos de prueba, que en ellos se aportan. Y como por otra parte han
sido escritos por el autor de este libro, huelga declarar que la honradez
profesional queda a salvo, ganando en veracidad la obra, todo lo que pueda
perder de amenidad con relatos novelescos, que sería fácil hacer. (La Patagonia
trágica, 102)
A diferencia de Borrero, Bayer se ubica en el lugar del historiador. Borrero
es, en su obra, uno de los actores de la tragedia patagónica. La escritura
de Bayer se propone superar las equivocaciones de la primera crónica de
los hechos. También apela a la cita de notas periodísticas, pero todas ellas
contrastan con los panfletos y las publicaciones anarquistas. Como historiador
encuentra, identifica y revela los distintos tipos de "relatos" que yacen
ocultos en la crónica de Borrero. Bayer ordena los datos de la crónica en
una jerarquía de significación, asignando diferentes funciones a los datos
de Borrero. Bayer invierte los primeros postulados para buscar la verdad;
crea los dobles necesarios para probar la mentira que esconden las palabras
"verdaderas" de Borrero.
Sin temor a equivocarnos (...) definiremos a José María Borrero como un
resentido, un fracasado, un chapucero, un chambón, un frangollón, un charlatán.
Pero todos estos adjetivos no nos ayudan a ser estrictos. Por eso tenemos
que agregar esto: era brillante, seguro de sí mismo (el comisario Guadarrama
nos lo definió como ‘simpático, muy amable, atrayente’ (...) Y así es su
libro, La Patagonia trágica: brillante, valiente, arrollador, pero antihistórico,
mentiroso, falso. Es la gran denuncia, pero luego quiere regatearnos la
verdad y llevar agua a su molino, al salvar de culpa y cargo a Varela y
a Yrigoyen y hacer responsables de todo a sus enemigos personales. (La Patagonia...,
135-136)
Una vez tramados los recuerdos desordenados de Borrero como un relato histórico,
Bayer revela la coherencia de todo el conjunto de los acontecimientos. Los
considera un proceso completo con un principio y un fin claramente determinados.
La obra inconclusa de Borrero silencia la sangre y la muerte de los cuerpos,
no concluye su crónica a pesar de haber anunciado el título de esta escritura.
Ambos autores explican la historia como una "tragedia". Como lo señala Hayden
White,
Las reconciliaciones que ocurren al final de la tragedia son mucho más sombrías;
son más de la índole de las resignaciones de los hombres a las condiciones
en que deben trabajar en el mundo. De esas condiciones, a su vez, se afirma
que son inalterables y eternas, con la implicación de que el hombre no puede
cambiarlas sino que debe trabajar dentro de ellas.14
En la historia tramada como tragedia se percibe una estructura de relaciones
determinada por el eterno retorno de lo mismo en lo diferente. Para Bayer
y para Borrero las condiciones de la violencia son inevitables y no se pueden
superar. Ambos coinciden en señalar el poder de los inversores ingleses
en la Patagonia y la repetición constante de hechos sangrientos a través
del tiempo. Lo que Bayer cuestiona en Borrero es, fundamentalmente, su militancia
radical.
Los dos autores tratan de convencer y emocionar a sus lectores. Para ello
apelan al aparato lógico del campo de las pruebas. Ejercen la violencia
de la escritura al apelar al razonaniento de su lector. Con elementos documentales
y con testimonios de los protagonistas, justifican la validez histórica
de las pruebas que emplean para acusar a los culpables. A partir de allí
comienzan a interpelar el ánimo del lector que acepta como verdadero el
relato; lo llevan a pensar el mensaje probatorio no sólo como elementos
con fuerza propia, sino como una prueba subjetiva y moral sobre los acontecimientos.
Bayer ordena los hechos ocurridos en las fronteras y completa la información
de la memoria de los protagonistas, superando los errores de la relación
anterior. Me parece importante citar in extenso la crítica del autor a la
obra de Borrero.
Son débiles los argumentos de Borrero al querer echarle todo el fardo de
los fusilamientos a la Sociedad Rural y salvar de culpa y cargo a los gobernantes
y al teniente coronel Varela. La clave de cómo se dieron las cosas, de quién
es o deja de ser el culpable, la da el artículo de fondo del diario de la
Sociedad Rural de Gallegos, del 29 de marzo de 1922, titulado ‘La Sociedad
Rural fue la única fuerza que hizo abortar los planes de los sediciosos
al conseguir del gobierno de la nación el envío del 10 de caballería’. Y
bajo el subtítulo ‘Fuerza que se impone’, señala lo siguiente: ‘Fue necesaria
la intensa obra de la Sociedad Rural para obtener ya con los diarios más
importantes del país, ya con las influencias en las altas esferas políticas
o ya directamente, tratando de potencia a potencia, con los secretarios
de Estado en las esferas gubernativas, el envío de las fuerzas del Ejército
de la Nación (...)’. No cabe la menor duda: si los estancieros no se hubieran
movido en Buenos Aires, la matanza no habría ocurrido. Pero decir que los
culpables fueron solamente los latifundistas que confundieron al gobierno
y al Ejército es sostener una incongruencia como si manifestáramos que la
culpa de la matanza de los judíos en el Tercer Reich la tuvieron Krupp y
los grandes industriales alemanes, y lavaríamos de responsabilidad a Hitler
y a toda la organización represiva nazi. (La Patagonia..., 21)
El historiador tratará de prestar su voz y su escritura a las víctimas para
que puedan hablar por sí mismas. Luego de investigar y de revisar todas
las pruebas documentales, es capaz de oír y de entender palabras que nunca
se han dicho, palabras que quedaron silenciadas en los abismos del olvido.
La tarea del historiador es "hacer hablar los silencios de la historia,
esas terribles notas de órgano que nunca volverán a sonar, y que son exactamente
sus tonos más trágicos".15 Las voces de la escritura son las voces de los
muertos y sus silencios. Bayer busca apropiarse de otro nombre propio para
legitimar su denuncia. Es el nuevo José Hernández hablando de otro Martín
Fierro.
¡Pobre paisano Liano! Todo le robaron. (...) ¿Y a quién ir a protestar?
¿Quién le podría hacer justicia? Sólo algún nuevo José Hernández podría
interpretar a estos Martín Fierro patagónicos, que salían derrotados, apaleados,
vejados, cagados, burlados, escarnecidos, sin un cobre, sin sus pilchas,
solos, hasta sin perros. Humillados y ofendidos. Por gente uniformada venida
de Buenos Aires que ni siquiera conocían la Patagonia. Por uniformados cuya
única razón había sido el máuser, el látigo, los gritos. Que se llenaban
la boca con la bandera azul y blanca pero que concurrían a banquetes de
estancieros a escuchar cantitos extranjeros. (La Patagonia..., 100)
El relato maestro16 sobre el que se inscribe la interpretación de la escritura
de Bayer es el Martín Fierro de José Hernández. El texto primitivo de la
gauchesca se entiende como una experiencia de la cultura argentina; la escritura
de Bayer está presa en el intersticio entre el texto primero y su interpretación.
Bayer habla a partir de una escritura que forma parte del mundo, es un comentario17
sobre la parte enigmática, murmurada, que se esconde. Se propone restituir
una verdad perdida, tapada. "Esta es la verdad: el robo, la servicia, el
asesinato de auténticos trabajadores de campo".18
En La ida de Martín Fierro, las autobiografías de Fierro y Cruz son relatos
violentamente antijurídicos. Hernández escribe contra la ley de levas que
se aplicaba en el campo a los propietarios y no en la ciudad. Como lo señala
Josefina Ludmer es "ley que desmentía la igualdad ante la ley y que también
quitaba mano de obra a los hacendados".19 La escritura de Hernández es antimilitar:
es el pasaje por el ejército el que despoja a Martín Fierro y lo transforma
en gaucho malo; es el comandante del ejército el que le quita a Cruz la
mujer.
La escritura de Bayer comparte con la de Hernández el antimilitarismo y
la denuncia de la desigualdad ante la ley. Al tomar su voz, Bayer busca
rastrear las huellas de un relato oculto e ininterrumpido sobre la violencia.
Necesita desenterrar esa historia fundamental y todas sus modulaciones para
dar cuenta de la historia actual. Necesita escribir la historia verdadera
y no-oficial sobre las huelgas patagónicas y deconstruir todas las leyendas
acerca de la "barbarie" de los huelguistas.
Construye, con testimonios, una historia alternativa a la historia oficial;
para legitimar su escritura apela siempre a documentos oficiales. Ataca
las leyendas sobre la tragedia patagónica y acusa claramente al presidente.
Un doble discurso caracteriza a la escritura; por un lado el estilo de Bayer
se vincula profundamente con el discurso periodístico, determinante de muchos
rasgos; por otro lado hay en el texto un simultáneo distanciamiento de ese
tipo discursivo.
El autor apuesta a una antigua función que tiene la escritura de la literatura
como épica: la de rescatar e impedir el olvido de los hechos que deben perdurar
como inolvidables. Bayer explica los orígenes de la violencia que funda
la historia de la Argentina moderna; la lucha de los unos con los otros
develan las claves del enigma de la cultura. Soto y los anarquistas son
castigados por la ley y las armas; Varela es condenado por el silencio.
Con
testimonios heterogéneos, relatados por voces que luchan desde lugares diferentes
y aún desde la muerte, Bayer busca posicionarse en la memoria colectiva
de la comunidad, en un intento por resolver imaginariamente aquello que
acontece como un obstáculo real: el olvido. El autor de la historia alternativa
y contestataria es el otro que destruye los argumentos oficiales, un otro
que desconoce a su contraparte y trata de inscribir la historia "verdadera"
de la matanza de mil quinientos obreros. Concibe a la historia como el eterno
retorno de la uno en lo mismo; retorna al presente desde el pasado y escribe
desde otro lugar lo que ya estaba escrito: la historia de la muerte que
se clausura con la venganza.
NOTAS
1. (Buenos Aires: Planeta, 1995). Todas las citas corresponden a esa edición.
2. (Buenos Aires: Círculo Militar, 1991).
3. Punzi, op. cit. 49.
4. "La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política",
El discurso político. Lenguajes y acontecimientos, Ed. VVAA (Buenos Aires:
Hachette, 1987). 16-17.
5. Verón, op. cit. 17.
6. Ver Cornélius Castoriadis, "La institución imaginaria de la sociedad",
El imaginario social, Comp. Eduardo Colombo, (Buenos Aires: Tupac, 1989).
42. "Recordemos ahí el sentido corrriente del término imaginario, que por
el momento nos bastará: hablamos de imaginario cuando queremos referirnos
a algo "inventado" —ya se trate de una invención "absoluta" ("una historia
imaginada de cabo a rabo"), o de un deslizamiento, de un desplazamiento
de sentido, en el que se les atribuye a unos símbolos ya disponibles otras
significaciones que las suyas "normales" o "canónicas"(...) En ambos casos
se da por supuesto que lo imaginario se separa de lo real, ya sea que se
pretenda ponerse en su lugar (una mentira), o no lo pretenda (una novela).
7. (Buenos Aires: Americana, 1967). La primera edición es de 1928. Todas
las citas corresponden a esta edición.
8. Charles Robert Darwin, que en 1833 cubriera a caballo el camino Carmen
de Patagones-Buenos Aires valido de postas y de la escolta de jinetes facilitados
por Rosas —a la sazón empeñado en su Conquista del desierto-, bautizó a
la Patagonia como "tierra maldita", sólo por la simple observación de una
estrecha lonja de terreno. Ver: Punzi, op. cit. 9.
9. Borrero, op. cit. 234.
10. Borrero, op. cit. 25.
11. Borrero, op. cit. 29.
12. Borrero, op. cit. 6.
13. Borrero, op. cit. 6.
14. (Metahistoria, México: Fondo de Cultura Económica, 1992). 20.
15. White, op. cit. p. 156.
16. Ver Frederic Jameson, Documentos de cultura, documentos de barbarie.
La narrativa como acto socialmente simbólico, (Madrid: Visor, 1989) 24.
"La forma más plena de lo que Althusser llama ‘causalidad expresiva’ y de
lo que él llama historicismo se reescribe en términos de un relato maestro
profundo, subyecente y más ‘fundamental’, de un relato maestro oculto que
es la clave maestra alegórica o el contenido figural de la primera secuencia
de materiales empíricos".
17. Sigo la definición de comentario que hace Michael Foucault en: Las palabras
y las cosas (México: Siglo XXI, 1986) 48. "Saber consiste en referir el
lenguaje al lenguaje, en restituir la gran planicie uniforme de las palabras
y las cosas. Hacer hablar a todo; hacer nacer por encima de todo, las marcas
del discurso segundo del comentario. Lo propio del saber no es ver ni demostrar
sino interpretar. Comentarios de la escritura, comentarios de los antiguos,
comentario de lo que relatan los viajeros, comentario de leyendas y de fábulas.
(...) Por definición la tarea del comentario no puede acabar nunca. Y sin
embargo, el comentario se vuelve por completo hacia la parte enigmática,
murmurada, que se esconde en el lenguaje comentado: hacer nacer, bajo el
discurso existente, otro discurso más fundamental, más primero que se propone
restituir".
18. Bayer, op. cit., 101.
19. Josefina Ludmer, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. (Buenos
Aires: Sudamericana, 1988) 231.
Imágenes: Obreros detenidos por los fusiladores / Entierro de unos de los
fusilados / Cartel publicitario de "La Patagonia Rebelde"Soldados / El asesino
Varela.
Por Verónica Johana Farjat
vero_farji@yahoo.com
nahir9@hotmail.com
1. Prólogo
La siguiente monografía, titulada "La Patagonia Rebelde"; está constituida
por tres secciones: una introducción; un desarrollo (Los Sucesos de la Patagonia);
y una conclusión de dicho tema.
a.- En la introducción puede observarse una síntesis de los acontecimientos
de la historia de nuestro país hasta la fecha. Asimismo, se aborda brevemente
el tema de nuestra monografía; puntualizando los hechos más importantes
sin entrar en detalle, como lo haremos en el desarrollo de la misma.
b.- En el desarrollo de esta monografía, que se titula "Los Sucesos de la
Patagonia"; se tratará amplia y detenidamente el tema en cuestión, haciendo
hincapié en las actitudes del gobierno y de los represores frente a los
reclamos de los huelguistas, y, a su vez, la actitud de los latifundistas
y las grandes empresas sureñas frente a la problemática que acarreó la posguerra
en relación a los costos de las manufacturas que ellos producían.
c.- En la conclusión se expresarán nuestras opiniones acerca de la actitud
de los represores, así como también la de los huelguistas, frente a los
sucesos de la época; enfatizando en la acción de Kurt Wilckens.
Asimismo, la monografía posee notas al pie de las páginas; para aclarar
algún hecho, así como también para comentar la fuente de dicha idea o frase.
Consideramos menester aclarar que no existe abundante información referida
al tema de esta monografía; pues los sucesos que tuvieron lugar en la Patagonia
entre los años 1920 y 1922 no han quedado debidamente documentados, ya que
a la clase oligarca de la época no le favorecía en lo absoluto la difusión
de los mismos.
2. Introducción
Los enemigos de la revolución en la Argentina son una minoría pero controlan
las palancas fundamentales del Estado, lo que los hace extremadamente fuertes.
Controlan el aparato económico y jurídico y tienen a su servicio las fuerzas
armadas y represivas, como instrumento principal que les garantiza la explotación
al pueblo y el control del poder.
Como enseña nuestra historia, los terratenientes, primero para organizar
el Estado que les asegurase el poder y luego para perpetuarse en el control
de éste, apoyándose y/o subordinándose al imperialismo de turno, inglés,
ruso o estadounidense, asesinaron y reprimieron a mansalva. Junto con ésto
crearon las leyes y el aparato jurídico que avalara la barbarie. Así, tras
más de 60 años de guerras civiles (de 1815 a 1880), fue con las armas que
la oligarquía impuso la llamada Organización Nacional y masacró a los pueblos
indígenas para apoderarse de sus tierras. Y en este siglo, aplastaron a
sangre y fuego los levantamientos obreros, campesinos, estudiantiles y populares,
cada vez que pusieron en peligro los privilegios de esa minoría que controla
el poder. Ahí están de testigos las masacres del 1º de mayo de 1904, de
la semana de mayo de 1909, la Semana Trágica de enero de 1919, la Patagonia
sangrienta de 1921, La Forestal, el golpe de 1955 y la dictadura violovidelista
de 1976. Al igual que la represión de la insurrección radical de 1905, la
huelga de la construcción de 1935, la huelga azucarera de 1949, las luchas
de los ferroviarios y metalúrgicos de 1954, las huelgas de 1959, las puebladas
del 60-70, etc., etc. Antes, como ahora, modernizaron y utilizaron el aparato
represivo para frenar las heroicas luchas que jalonaron nuestra historia.
"Marchas y Canciones de las luchas de los
obreros anarquistas argentinos (1904-1936)". Producción
por Virgilio Expósito en las postrimerías de la dictadura
de Lanusse, voz: Hector Alterio, guión: Osvaldo Bayer.
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Audio completo de
ambas caras del disco Lado A: 15' - Lado B: 17'
La burguesía nacional, por su
dualidad, cuando estuvo en el gobierno, por un lado forcejeó con los enemigos
y por el otro, muchas veces terminó siendo cómplice, avalando la represión
o reprimiendo. Esta política posibilitó los golpes de Estado en 1930, 1955,
1966 y 1976; que sirvieron a las clases dominantes para recuperar el gobierno
e imponer por la fuerza de las armas su política proterrateniente y proimperialista.
Resultó así equivocada la idea expresada reiteradamente por el general Perón
de que era necesario tiempo para ahorrar sangre. Esta opción es falsa. Ha
corrido mucha sangre de la clase obrera y el pueblo, y se ha perdido mucho
tiempo.
No es conciliando con los enemigos como se ahorra sufrimientos a la clase
obrera y el pueblo y se defienden los intereses nacionales. Para enfrentar
a los enemigos de la revolución debemos prepararnos para una lucha que es
encarnizada y que será larga y no pacífica. Sólo si el pueblo toma en sus
manos las armas será posible derrotar al enemigo y asaltar el poder.
A lo largo de nuestra historia, el problema de en manos de quién estaba
el poder, en particular las armas, ha sido y es una de las cuestiones claves
para extraer enseñanzas y prepararnos para que el accionar revolucionario
de las masas desemboque en la destrucción del Estado oligárquico-imperialista
y la conquista del poder. Sólo cuando el pueblo se levantó en armas pudo
triunfar. Así fue frente a las invasiones inglesas en 1806 y 1807, y así
fue contra el colonialismo español de 1810 a 1824.
La organización de la autodefensa armada de masas en los períodos de auge
más avanzados ha dejado grandes enseñanzas. Pero tuvieron un techo propio
del carácter defensivo de su objetivo. Carecieron de, o era incipiente,
una dirección revolucionaria que apuntara a construir las milicias y otras
formas de organización armada propias de un plan de ofensiva revolucionaria
con objetivos claros. Esta falta de dirección, línea, organización y preparación
para que el proletariado defina a su favor, mediante la lucha armada de
masas, una crisis revolucionaria; se manifestó en cada uno de los momentos
en que la lucha de clases llegó a su máxima confrontación y se debía pasar
a la ofensiva, al asalto al poder.
En lo que se refiere a los diversos inconvenientes que acarreó la Primera
Guerra Mundial, podemos destacar la escasez de insumos, carestías y salarios
bajos. Hubo grandes huelgas, y la situación social estalló en enero de 1919,
dejando un saldo trágico de muertos y heridos. En la Patagonia se desató
un conflicto en 1920, que culminó con fusilamientos de huelguistas dispuestos
por el coronel Varela, enviado a poner orden en la zona. La economía se
fue normalizando en la posguerra. En las Universidades, estudiantes y profesores
reformistas fueron ocupando posiciones toleradas por el gobierno, pero que
concitaron el odio de los desplazados y de los sectores a que éstos pertenecían.
No obstante todos estos problemas, la politiquería, el personalismo y las
vacilaciones, la conducción de Yrigoyen se esforzó siempre por afirmar la
democracia y la conciliación social.
3. El Drama Patagónico
Desde 1917, con grandes huelgas como la de los obreros ferroviarios, de
la carne, azucareros tucumanos, etc., un nuevo período de auge sacude a
la Argentina. Esta oleada de luchas obreras alcanza su pico más alto en
la segunda semana de enero de 1919. La lucha por salario, condiciones y
tiempo de trabajo de los 800 obreros de los Talleres Vasena es reprimida
violentamente por la policía, dejando un saldo de 4 muertos y 30 heridos.
Esta represión pone en pie a los trabajadores y el pueblo de Buenos Aires
y Avellaneda.
El gobierno de Yrigoyen reprime sangrientamente la sublevación popular.
El ejército entra en la ciudad; se arman grupos civiles de la oligarquía
que asaltan locales e imprentas obreras y realizan verdaderas "razzias"
en los barrios obreros con un saldo de entre 800 y 1.500 muertos -según
las fuentes diplomáticas de la época- y más de 4.000 heridos, incluyendo
mujeres, ancianos y niños. Genocidio sólo comparable a los de Rosas y Roca
contra los indios, que pasará a la historia oficial con el nombre de Semana
Trágica.
Pese a la masacre, los ecos del levantamiento obrero y popular de la Semana
de Enero de 1919 llegarán hasta los más apartados rincones, conmoviendo
a los explotados y a los explotadores de esos verdaderos imperios latifundistas
del norte y del sur argentinos. Ejemplos de esto serán las históricas huelgas
de los hacheros alzados contra La Forestal y la rebelión de los obreros
rurales y campesinos pobres en la Patagonia, en 1920 y 1921.
En 1920 hubo una nueva y prolongada huelga de marítimos, que fracasó. Pero
ya para entonces se sentían los primeros indicios de malestar en el sur
de la Patagonia, que en 1921 y 1922 tendrían un trágico desenlace. Osvaldo
Bayer, investigador de estos hechos, destaca que los grandes stocks de lana,
acumulados al terminar la guerra por falta de compradores, fueron el desencadenante
de los sucesos de la Patagonia. Una gran crisis se abatió sobre los estancieros,
los comerciantes y, sobre todo, los peones, que vivían y trabajaban en condiciones
inhumanas.
Activados por dirigentes anarquistas de Río Gallegos, los peones rurales
empezaron a manifestarse en el invierno de 1920. A fines de ese año, y comienzos
de 1921 se generalizó la huelga en el territorio de Santa Cruz, y algunos
grupos ocuparon estancias y tomaron rehenes, aunque sin cometer hechos irreparables.
Las denuncias de la Sociedad Rural local y las exageradas informaciones
publicadas por la prensa de Buenos Aires movieron a Yrigoyen a enviar al
coronel Héctor B. Varela con efectivos del 10° de Caballería a poner orden
en la zona. El coronel Varela logró que las partes en conflicto llegaran
a un avenimiento, que reconocía la mayor parte de los pedidos de los huelguistas.
Comenzaron las huelgas, y con ellas el consiguiente apedreo amarillista
de la prensa oligarca en Buenos Aires, denunciando situaciones gravísimas
en donde exigían al gobierno nacional evitar los avances de "forajidos y
delincuentes, con feroces anarquistas a la cabeza, 600 de ellos armados,
envalentonados por la pasividad oficial", según La Prensa.
El 29 de enero llega a Río Gallegos el gobernador titular Izza, quien había
sido designado por los estancieros como árbitro del conflicto. Varela desembarca
en Santa Cruz junto a sus soldados tres días después, el 1° de febrero.
Luego de realizar algunas inspecciones personales, Varela comprobó que los
grandes diarios habían deformado los hechos. Se dirigió a Río Gallegos para
entrevistarse con Iza, manifestándole sus intenciones de solucionar el pleito
pacíficamente.
Al llegar el verano de 1921 el conflicto volvió a estallar, pero ahora con
mayor encono. Grupos de delincuentes infiltrados entre los huelguistas cometieron
desmanes que se atribuyeron a los trabajadores; éstos, convencidos de que
los patrones no cumplirían nunca lo prometido, dieron a su protesta una
mayor virulencia. El coronel Varela, a su vez, creyendo haber sido traicionado
por los huelguistas y sospechando que el gobierno chileno estaba detrás
del movimiento, se atribuyó poderes que nadie le había otorgado y se lanzó
a una represión indiscriminada. Decenas de huelguistas fueron fusilados,
muchos fueron reintegrados por la fuerza a las estancias y algunos debieron
escapar rumbo a Chile.
En Buenos Aires los sucesos
de la Patagonia tuvieron repercusión en el Congreso pero no se investigaron
a fondo. El gobierno no tenía interés en destapar un asunto en el que podía
enjuiciarse su responsabilidad y la del ejército; los socialistas cumplieron
formalmente con un pedido de informes. Sólo los anarquistas clamaron por
los masacrados de la Patagonia y juraron venganza contra Varela, quien más
tarde fue asesinado por un joven alemán, muerto, a su vez, por un miembro
de la Liga Patriótica mientras estaba en Villa Devoto esperando su condena.
El 15 de febrero se convoca a una reunión entre partes donde se plantea
la necesidad de que los obreros entreguen las armas y los rehenes tomados,
y que sometieran a la justicia los hechos ilegales. Sólo después de esta
instancia se discutirían los reclamos de los obreros.
Se organizó una asamblea que decidió, por 350 votos contra 200, entregarse
al ejercito. En el grupo minoritario se encontraban quienes habían realizado
actos vandálicos, comandados por El Toscano y El 68, los cuales decidieron
huir hacia la zona cordillerana.
Los
héroes y la carroña
Por Osvaldo Bayer desde Puerto
Santa Cruz
Sí, fue todo realidad. Una semana, desde Puerto Santa Cruz hasta
Jaramillo en plena Patagonia. Una a una fuimos marcando definitivamente
las tumbas masivas de los peones rurales fusilados por el Ejército
Argentino en aquel l921 de sangre. En una democracia, gobernaba
Yrigoyen. Lo hicimos 87 años después. Tumba por tumba. Con una
placa en la que, en todas, figuraba la frase “A los muertos
por la livertá”. Sí, justo la frase que leí en la cruz que se
hallaba en la tumba masiva de la estancia San José. Livertá,
así, con v corta y acento, sin d. Escrita por un peón libertario,
aquellos que creían que alguna vez iban a tocar el cielo con
las manos para conseguir la igualdad en libertad.
El viaje lo hicimos con representantes del Gobierno y de los
Concejos Deliberantes, titulares de organismos culturales, docentes
y luchadores por los derechos humanos: todo por iniciativa de
Uatre, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores.
Comenzó la histórica y emocionada marcha en Puerto Santa Cruz
con la inauguración del monumento a Ramón Outerello, obra de
la escultora Ruth Viegener. Ramón Outerello, gallego y anarquista,
fue el dirigente que servía de nexo entre las columnas huelguistas:
con Antonio Soto, al sur; Albino Argüelles, al centro y don
José Font, el gaucho entrerriano, al norte. Outerello fue traído
engañado por el Ejército y muerto a tiros en la estancia Bella
Vista, en Gobernador Gregores, nombre de la ciudad que antes
se denominaba Cañadón León. De Puerto Santa Cruz, en una larga
hilera de vehículos, partimos a recorrer las distintas estancias
donde están situadas las tumbas masivas que hablan de la injusticia,
el terrorismo estatal y la impudicia y perversidad con que fueron
fusiladas todas aquellas peonadas que se atrevieron a decir
basta a la explotación humillante a que eran sometidos por los
dueños de la tierra.
El momento culminante de nuestro viaje hacia la reivindicación
histórica de una atrocidad por la cual nunca hubo ninguna autocrítica
de los gobiernos radicales ni del comité nacional de ese partido,
fue cuando el doctor Dafinotti depositó las cenizas de su abuela
y de su madre en la tumba masiva donde yace Albino Argüelles,
dirigente obrero de San Julián fusilado por el capitán Elbio
Carlos Anaya. Allí, cerca de la estancia María Esther, en la
tapera de Casterán, perdieron la vida Argüelles y sus compañeros
por el delito de pedir más dignidad. Justo en ese lugar de nuestro
viaje se detuvo su nieto, el doctor Dafinotti, médico porteño,
y puso las cenizas de quien había sido la compañera de vida
de Argüelles y de la hija de ambos. Argüelles, ese luchador
social, no llegó a conocer a su hijita porque ella nació en
Buenos Aires pocos días antes de su fusilamiento en la Patagonia.
Ante la tumba de ese luchador, limpio y valiente, leímos la
poesía que él le escribió a su compañera de vida, días antes
de ser fusilado.
En esta poesía, Argüelles saludaba la noticia que le había dado
su compañera en una carta donde le decía que había nacido la
hija de ambos. Argüelles le dice así a su amada compañera:
A ti te queda el consuelo
de nuestro fruto adorado
en cuyo rostro esmaltado
se emitían tus desvelos
teniendo siempre presente
a nuestra hijita en la memoria
que de tus besos la gloria
la cubre constantemente.
Sí, los huelguistas patagónicos fusilados como perros también
sabían escribir versos.
En la ciudad de Gobernador Gregores se detuvo nuestra columna
en el conocido lugar denominado por la población “El cañadón
de los muertos”, ya que allí, en un lugar bien marcado, se encuentran
los restos de los peones fusilados. Al regreso, uno de los momentos
más significativos. Dimos una clase de Historia en el colegio
secundario que hoy, con orgullo, lleva el nombre de José Font,
el gaucho que dio su vida para dignificar a sus amigos, los
humildes peones de campo. Luego, marcha a Jaramillo, al monumento
a ese gaucho pura nobleza y coraje para recordarlo con palabras
de elogio y profundo respeto. Y luego, en el viaje de regreso
a Gobernador Gregores, una sorpresa: el bautismo de una calle
que conduce a una isla cercana con el nombre del autor de la
investigación histórica La Patagonia Rebelde, medida tomada
por una iniciativa de un edil del Partido Radical, hombre que
fue capaz así de ser el primero de proceder a la autocrítica
de haber sido un gobierno de ese partido el que ordenó el fusilamiento
de trabajadores rurales. Al agradecer el homenaje el autor de
La Patagonia Rebelde, señaló: “Agradezco la distinción pero
más me hubiera gustado que en vez de mi nombre esta calle llevara
el nombre del peón más joven fusilado en las heroicas huelgas
del ’21.
Y a los homenajes de ahora se adhirió el arte. En Puerto Santa
Cruz y en Pico Truncado se dio Patagonia de Fuego, la cantata
de Sergio Castro sobre las huelgas rurales patagónicas. El arte
ha sabido ser reflejo de las injusticias y la denuncia con la
misma fuerza con que aquellas peonadas cantaban “Hijos del pueblo”
antes de morir, y con la frase gaucha de José Font “Facón Grande”
que gritó ante sus fusiladores de uniforme: “Así no se mata
a un criollo”.
La gira histórica terminó con un acto final en el Monumento
al Peón Rural en Pico Truncado. Maestros, ediles, el intendente,
representantes de la Federación Argentina de Trabajadores Rurales
y Estibadores y Analía Pérez, la anciana hija de Maximiliano
Pérez, fusilado en Las Heras en enero de l922.
Una vez más, en la historia triunfa finalmente la ética. Esas
tierras sureñas tienen ya sus héroes: los que murieron por la
dignidad. Y a sus represores no los recuerda ni una placa ni
siquiera en un cuartel. Pasaron para siempre al capítulo de
la carroña de la historia.
Imágen: La cruz, que recuerda
a los peones huelguistas fusilados en la estancia San José por
el Ejército Argentino, lleva la inscripción: “A los caídos por
la livertá, 1921”.Foto: Leandro Manso. Fuente: Página/12, 25/10/08
El 24 de febrero se formalizaron
las entregas, y en reunión posterior entre los estancieros y la Federación
Obrera Regional se aprobó el "laudo Izza"; que enmarcaba como reales las
circunstancias planteadas por el pliego obrero. Varela decidió sumariar
a los policías que habían cooperado en el apaleamiento de huelguistas. Los
trabajadores de Santa Cruz habían triunfado.
Pero la solución pacifica del conflicto dejo insatisfechos a grupos como
la Sociedad Rural, los estancieros y los ganaderos, quienes creían irrisorio
que no se hubiese castigado a los obreros por haber realizado la huelga,
y que además se les otorgara una compensación por los días no trabajados
durante el paro. Mientras los obreros pensaban nuevas reivindicaciones,
los grandes diarios de Buenos Aires seguían denunciando hechos de vandalismo,
sin hacer distinción entre éstos y los auténticos reclamos obreros.
La oligarquía aplastó sangrientamente estas luchas. Pero ese río de sangre
dividió las aguas de la lucha de clases en la Argentina, creando nuevas
condiciones para la maduración de la conciencia revolucionaria.
Cuando los ecos de la represión de Santa Cruz llegaban a Buenos Aires, las
manifestaciones de malestar social estaban remitiendo notablemente. Las
causas: los sustanciales aumentos salariales obtenidos por muchos sectores
y, sobre todo, la normalización de la economía producida por la posguerra.
Además, los sindicatos anarquistas habían quedado debilitados. Se había
producido, a lo largo de los años de Yrigoyen, una significativa nacionalización
de las fuerzas del trabajo. Aún con errores y culpas en el manejo de las
cuestiones laborales, el gobierno radical había evidenciado que era sincera
su preocupación por el mejoramiento de la situación de los trabajadores.
Un colaborador de Yrigoyen, el Dr. Víctor Guillot, sintetizaba así, por
esos años, la concepción del presidente: "Arrancar al Estado de su posición
indiferente u hostil frente a las colisiones entre capital y trabajo, y
practicar un intervencionismo orgánico y sistemático conducido por elevadas
inspiraciones de humana equidad". En los años siguientes, el número de huelguistas
llegó a ser sólo la décima parte del que había alcanzado en la época de
Yrigoyen, y no se registró ningún movimiento de signo violento: era el fruto
de la conciliación social iniciada por el primer presidente radical.
4. Los Sucesos de la Patagonia
Uno de los capítulos de la primera presidencia de Yrigoyen que no se puede
pasar por alto, fueron los sucesos de la Patagonia, cuya explicación plena
no fue ni es fácil a causa de los intereses que estuvieron en juego y que
presionaron desde la gran prensa y en las esferas del gobierno quizá sin
conciencia de sus consecuencias finales.
En 1920, en plena postguerra, el precio de la lana argentina, como la de
todo el mundo, comenzó a caer en grandes proporciones, de $9,74 a $3,08,
ubicándose en los niveles normales de tiempos no bélicos. Este proceso,
producto de la caída de la demanda mundial, provocó grandes crisis para
los estancieros latifundistas que usufructuaban el suelo patagónico a través
de la cría de ganado lanar.
Esos mismos estancieros de elite, quienes anotaban a sus hijos en Chile,
por la cercanía, o utilizaban el idioma ingles en sus estancias, e inclusive
izaban la bandera británica; pidieron ayuda a Don Hipólito Yrigoyen porque
sus negocios no se mantenían en los niveles de antes.
Y pese a sus grandes aunque mermadas ganancias, obligaban a los peones a
trabajar con 18° bajo cero arriando majadas. Los esquiladores terminaban
jornadas de 16 horas con los brazos agarrotados, mientras que los obreros
trabajaban 12 horas por día 27 días al mes.
Esta insostenible e inhumana situación culminó en una serie de actos de
tendencia anarquista, prohibidos por el gobernador interino de Santa Cruz;
un comisario inspector de nombre Falcón.
La situación de los arrieros, ovejeros, peones de las estancias patagónicas
era penosa y ajena a todo amparo; se trabajaban de 12 a 15 horas diarias
y los salarios eran ínfimos, y muchas veces pagados en documentos o en moneda
extranjera con fuerte deterioro al hacerlos efectivos. Los obreros exigían
a través de un pliego condiciones como que en habitaciones de 16 m² no durmiesen
más de tres hombres; que los patrones entregaran un paquete de velas por
obrero mensualmente (la noche se extiende por 14 horas, y los obreros debían
pagar 80 centavos en las estancias paquetes de velas que valían sólo 5 centavos);
que el día sábado no fuese laborable; que la comida fuese digna; y que los
botiquines para curar sus sarnas y erupciones tuvieran instrucciones en
castellano, pues la mayoría se encontraba en inglés, entre otras cosas.
El pliego fue rechazado por la Sociedad Rural, inclusive uno posterior con
menores condiciones.
Las autoridades locales respondían a las órdenes y deseos de los grandes
latifundistas y dependían de ellos más que del gobierno nacional mismo.
Había que acudir a la autodefensa y así lo hicieron los trabajadores de
aquellos territorios. En Río Gallegos se fundó hacia 1918 una Sociedad obrera
de oficios varios, que logró instalar una pequeña imprenta y una escuela
y publicó el periódico 1° de Mayo. Desde Río Gallegos fueron enviados delegados
al campo, las estancias y se comenzó a difundir literatura laboral para
alentar la organización del trabajo. Más de una vez fue clausurada la Sociedad
y encarcelados sus miembros y dirigentes. En septiembre de 1920 la Sociedad
proyectó un mitin para el 1° de octubre a fin de recordar la vida y la obra
de Francisco Ferrer, ejecutado en Barcelona en 1909, apasionado propulsor
de la educación. La policía prohibió el acto cuando ya estaban hechos los
preparativos y, entonces, como acto de protesta, se declaró una huelga general
por 48 horas; fue detenido el secretario de la Sociedad y clausurado el
local de la misma, hasta que el juez letrado revocó la decisión y dio autorización
para celebrar los actos proyectados, con lo cual se dio por terminada la
huelga el 2 de octubre.
Para contrarrestar la influencia creciente de la Sociedad obrera de Río
Gallegos, se formó una Liga de grandes comerciantes y latifundistas, la
cual, con la Sociedad rural, inició una ofensiva contra la organización
obrera; fue boicoteado el periódico La Gaceta del Sur por haber aplaudido
la actitud de los trabajadores en la huelga de protesta de septiembre contra
los excesos de las autoridades policiales; por su parte la Sociedad obrera
declaró el boicot contra tres comerciantes de la Liga en represalia por
el boicot contra el mencionado periódico. Se quiso entonces reunir en la
comisaría a los obreros y a los comerciantes afectados para imponer un de
algún modo un arreglo. Los obreros se rehusaron a acudir espontáneamente
a la citación del comisario y fueron detenidos y alojados en la cárcel y
puestos a disposición del gobernador interino para su deportación. La Sociedad
obrera se dirigió entonces a los trabajadores del campo: "La policía de
ésta ha detenido a un grupo de obreros a quienes se niega a poner en libertad
a pesar de haberlo ordenado el señor juez letrado doctor Ismael P. Viñas.
Tal arbitrariedad nos ha obligado a decretar y continuar el paro general
por cuya razón os incitamos a dejar el trabajo y a venir a esta capital
como acto de solidaridad, y hasta que nuestros compañeros recobren la libertad".
El manifiesto está fechado el 21 de octubre de 1920. El 30 de dicho mes
fueron libertados ocho de los detenidos, pero aún quedaban dos más, que
habían sido maltratados, y mientras no recuperasen la libertad la huelga
continuaría. La Sociedad obrera recomendaba: "Prosigamos como hasta aquí
respetando a todo el mundo, chicos y grandes, y particularmente a las personas
que se hallan investidas de autoridad. La hora de exigir responsabilidades
se acerca y cuando ella suene sabremos cumplir con nuestro deber".
Comenzaron a llegar a Río Gallegos obreros de las estancias respondiendo
al pedido de solidaridad de la Sociedad obrera. Y en oportunidad de hallarse
reunidos en buen número se confeccionó un pliego de condiciones para reanudar
el trabajo, y fue presentado a los estancieros de la zona. Se atravesaba
una grave crisis en la comercialización de la lana y los dueños de los latifundios
rehusaron la admisión de las condiciones reclamadas por sus peones. Las
reivindicaciones eran mínimas, de higiene, de comida de descanso, etc. Se
pedía un sueldo mínimo de cien pesos por mes y comida, doce pesos por día
para los peones mensuales que tuvieran que conducir arreos fuera del establecimiento;
y los arreadores no mensuales cobrarían veinte pesos por día si utilizaban
caballos propios. Los estancieros se obligarían a poner en cada puesto un
ovejero o más, según la importancia del mismo, dándose preferencia para
estos cargos a los que tuviesen familia, a los cuales se les darían ciertas
ventajas según el número de hijos, "creyendo en esta forma fomentar el aumento
de la población y el engrandecimiento del país". Los estancieros reconocerían
también a la Sociedad obrera de Río Gallegos como única entidad representativa
de los obreros, y aceptarían la designación de un delegado que serviría
de intermediario en las relaciones entre las partes y estaría autorizado
para resolver con carácter provisional las cuestiones de urgencia que afectasen
tanto a los derechos de los obreros como de los patrones.
No eran reclamos susceptibles de quebrantar el orden y la economía del país.
Reacios los estancieros a escuchar esas peticiones, la huelga se hizo general
en toda Santa Cruz y en Chubut.
Un sentimiento de solidaridad animó a los olvidados trabajadores de la Patagonia.
Que en este vasto movimiento algunos individuos hayan abusado de la fuerza
que les daba la unión y que se produjesen algunos excesos de hostilidad
patronal, sobre todo cuando el ejemplo de la violencia sin freno era dado
por los que tenían la misión de actuar como guardianes del orden y de la
legalidad. Pero la prédica de la Sociedad obrera fue siempre responsable
y no se exhortó jamás a responder a la fuerza con la fuerza.
Atemorizados los obreros de la zona del Lago Argentino por los agravios
policiales, resolvieron agruparse y ponerse en marcha para buscar amparo
en Río Gallegos. En el paraje denominado El Cerrito fueron tomados entre
dos fuegos por la policía que les seguía desde Lago Argentino y la que salió
a su encuentro desde Río Gallegos; los que tenían armas respondieron a la
agresión y hubo muertos y heridos por ambas partes. Hechos de esa naturaleza
alentaron la campaña que se venía haciendo desde hacía meses por la gran
prensa del país que llenaba páginas diariamente sobre los " bandoleros del
sur", el mote con que se quiso encubrir las reclamaciones de los obreros
patagónicos. La Sociedad obrera lanzó un manifiesto en el que se decía:
"Llamamos nuevamente la atención a los hombres públicos del país para que,
hiriendo con la saeta envenenada a los que, investidos de autoridad, atropellan
a los trabajadores, procedan al castigo de los gobernantes del territorio,
únicos culpables de los luctuosos sucesos ocurridos". La prensa que acogía
todas las diatribas y calumnias contra la huelga, no consideró acto de justicia
escuchar esas voces. Los huelguistas comprendieron que no tenían más defensa
que la que pudiesen articular ellos mismos. Se armaron como pudieron, se
apoderaron de empleados policiales y los retuvieron como rehenes hasta la
solución del conflicto.
Fue entonces cuando el presidente Yrigoyen resolvió enviar al coronel Héctor
Benigno Varela en enero de 1921 a la Patagonia con fuerzas de caballería
y marinería.
La Sociedad obrera de Río Gallegos publicó manifiestos que muestran la confianza
con que eran recibidas las tropas nacionales; el 16 de enero decía en un
manifiesto al pueblo y a los trabajadores: "La llegada de fuerzas del ejército
y de la armada nos devuelve la tranquilidad y las garantías que los atropellos
de la policía nos habían quitado. Hoy estamos seguros de que nuestros derechos
de ciudadanos han de ser respetados por la presencia de estas fuerzas, y
por consiguiente hemos de mantener el paro decretado con más energía que
hasta la fecha. No importa que algunos patrones, confiados equivocadamente
esta vez en que el ejército nacional se ha de poner incondicionalmente al
servicio del capitalismo, hayan resuelto, coincidiendo con la llegada de
éste, despedir a sus empleados y obreros; estos patrones sufren un gran
error, porque la presencia de los elementos militares que hacen un culto
del honor y de la verdad, serán el mejor contralor de la conciencia y educación
de los obreros de Río Gallegos y del respeto que siempre han guardado a
la Constitución y las Leyes". . .
Denunciaba también cómo el gobernador interino de Santa Cruz, Edelmiro A.
Correa Falcón, secretario gerente de la Sociedad rural de Río Gallegos,
mientras que por un lado prohibió toda reunión pública y el tránsito por
las calles después de las nueve de la noche, convocaba a los estancieros
del territorio a una reunión para concertar la acción futura.
El 3 de diciembre de 1920 Yrigoyen nombró a Oscar Schweizer jefe de policía
del territorio de Santa Cruz y a mediados de febrero del mismo año llegó
el nuevo gobernador, Ignacio A. Izza, capitán de ingenieros retirado. Desembarcó
la tropa del Teniente Coronel Varela del transporte "Guardia Nacional" en
Puerto Santa Cruz, pero al advertir que el eje del movimiento era Río Gallegos,
se trasladó a esa ciudad. El nuevo gobernador comunicó a Varela que la solución
debía ser pacífica y que debía tener presente tanto los derechos de los
patrones como los de los huelguistas. El jefe militar propuso entonces a
los huelguistas una entrevista en la estancia El Tero, a igual distancia
de El Campamento, donde estaban concentrados los huelguistas, y de La Vanguardia,
donde acampaba sin medios de movilidad el destacamento del capitán Laprida.
Varela e Izza llegaron a El Tero sin escolta alguna y la entrevista se realizó
el 15 de febrero. Se impuso a los obreros estas condiciones: deposición
de las armas, entrega de los rehenes, la justicia entendería en las responsabilidades
por los hechos de sangre ocurridos.
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Diario del Bicentenario
Año 1922
Aceptadas esas condiciones se
entró a discutir la forma en que se haría la reanudación del trabajo. Los
delegados de El Campamento fueron a dar cuenta a sus compañeros de las proposiciones
ofrecidas. La gran mayoría, unos 550 huelguistas, votaron a favor, y una
minoría, con cierta desconfianza, optó por alejarse hacia la cordillera.
En la segunda entrevista, de regreso los delegados de El Campamento, fue
acatada la rendición incondicional, la entrega de los rehenes y heridos
y luego las armas. No hubo, pues, la represión sangrienta que esperaba la
Sociedad rural. El gobernador Izza discutió con los obreros el pliego de
condiciones y denunció que los peones habían sido pagados con vales, en
moneda chilena o con cheques a plazo y señaló la importancia que tenía para
los hombres que vivían exclusivamente de su salario que se les pagase en
moneda nacional y de inmediato; también habló de los galpones en donde se
alojaban las peonadas como "pocilgas inmundas".
Entre los huelguistas cundió la alegría por el reconocimiento que habían
logrado después de tantos afanes, pero entre algunos oficiales de las tropas
hubo descontento por la inacción, pues habrían preferido una operación brutal
e indiscriminada. En esa tesitura se hallaban el entonces teniente Elbio
Carlos Anaya y el teniente primero Sabino Adalid, que hizo declaraciones
públicas contra el Teniente Coronel Varela por la solución pacífica que
había logrado.
Antes de que las tropas retornasen a Buenos Aires, tuvo lugar una asamblea
que reunió a todos los hacendados, con la presencia del flamante gobernador
Izza. Allí los estancieros aprueban un nuevo pliego de condiciones y eligen
por unanimidad árbitro del conflicto al mismo gobernador. En el mismo, los
hacendados hacían nuevas concesiones. He aquí la redacción del pliego:
5. Convenio propuesto por los estancieros a sus obreros
"Primero: Los suscriptos se obligan dentro de términos prudenciales que
las circunstancias locales y regionales impongan, a las siguientes condiciones
de mejoramiento económico y de higiene:
"a.- Las habitaciones de los obreros serán amplias y ventiladas reuniendo
las mayores condiciones de higiene posibles; en cuanto a las cabinas, se
entiende que éstas serán de madera con colchones de lana;
"b.- La luz de la sala común será por cuenta del patrón y también el fuego
durante los meses de invierno;
"c.- Además del domingo, los obreros tendrán libre medio día en la semana;
"d.- La comida será sana, abundante y variada;
"e.- Cada estancia tendrá un botiquín de auxilio con sus instrucciones en
idioma nacional;
"f.- Los patrones devolverán al punto donde los tomó, a los obreros que
despida o no necesite;
"Segundo:
"a.- Los patrones se obligan a pagar a sus obreros un sueldo mínimo de cien
pesos moneda nacional, alojamiento y comida, no rebajando ninguno de los
sueldos que excedan actualmente esa suma;
"b.- Cuando el número de los obreros sea de 15 a 25, se pondrá un ayudante
de cocina, y dos cuando el número de obreros sea de 25 a 40; excediendo
de 40 obreros se pondrá un panadero;
"c.- Los ovejeros mensuales que tengan que conducir arreos de hacienda fuera
de las respectivas estancias cobrarán 12 pesos moneda nacional diarios independientemente
de sus sueldos y mientras conduzca el arreo;
"d.- Los campañistas mensuales percibirán 20 pesos moneda nacional por cada
potro de amanse, fuera del sueldo que tuvieran asignado los carreteros percibirán
la misma cantidad por cada novillo en las mismas condiciones.
"Tercero:
"Los patrones se obligan a poner en cada puesto un ovejero o dos, según
sea su importancia; estableciendo una visita semanal por conducto de sus
capataces. Los cargos de puesteros dentro de lo posible serán llenados por
obreros casados acordándoles a éstos ciertas ventajas y en proporción al
número de hijos que tuvieran.
"Cuarto:
"Los patrones se obligan y de hecho reconocen a las sociedades obreras legalmente
constituidas: entiéndase que deberán gozar de personería jurídica. Los obreros
podrán o no pertenecer a esas asociaciones pues sólo se tendrá en cuenta
la buena conducta a idoneidad de cada uno.
"Quinto:
"Los obreros se obligan por su parte a levantar el paro actual de campo,
volviendo al trabajo en sus respectivas faenas inmediatamente después de
firmar este convenio.
"Río Gallegos, 30 de enero de 1921" .
Este pliego fue firmado por todos los poderoso latifundistas del sur de
Santa Cruz. La lectura de este pliego presentado por los estancieros dice
de por sí el triunfo de la lucha de los obreros de campo. En ningún lugar
del país se había logrado un convenio así. Esto había sido mérito de un
par de extranjeros y argentinos con confusas con confusas ideas anarcosindicalisatas.
Pero las circunstancias iban a dejar en la nada todo esto, y este pliego
de condiciones se iba a transformar meses después en escrita sentencia de
muerte para los que habían osado levantarse.
Las tropas regresaron a Buenos Aires en mayo de 1921.
Apenas abandonaron las tropas el sur patagónico, fortalecido el movimiento
obrero por los acontecimientos y su desenlace, comenzó la reacción patronal
en los puertos del sur y en las estancias del interior. La policía fue reforzada
por "guardias blancos" armados, surgidos al calor de la prédica de Manuel
Carlés desde la Liga Patriótica, que obraba con perfecta autonomía de las
autoridades nacionales. Una manifestación obrera en Río Gallegos fue atacada
de improviso dejando un muerto y cuatro heridos como saldo. Los puertos
de Deseado, Santa Cruz, San Julián y Río Gallegos quedaron paralizados en
agosto por una huelga general. En conocimiento de esos hechos, algunos peones
de las estancias propiciaron una huelga revolucionaria en todo el territorio.
La represión en los puertos, las deportaciones de obreros a Buenos Aires,
el encarcelamiento de militantes crearon un clima de intranquilidad y de
protesta y al fin se planeó una huelga general. Se inició el paro en las
estancias, se tomaron rehenes, cundió el pánico en el territorio y se reclamó
ayuda al gobierno para hacer frente al peligro que representaban las nuevas
tácticas empleadas por los obreros. Los embajadores de Gran Bretaña y Estados
Unidos presionaron al gobierno para que tomase medidas en defensa de los
intereses de sus connacionales en el sur.
Estos últimos sucesos ocurrieron porque el precio de la lana bajó verticalmente
a fines de 1921, y las empresas se encontraron con un gran stock almacenado
y la siguiente esquila casi encima. Para evitarla, provocaron ellas mismas
un alzamiento obrero, haciendo detener a algunos dirigentes sindicales y
enviando agentes que consiguieron levantar nuevamente las armas a los trabajadores
previa formación de sus "guardias blancas". Los obreros organizaron un verdadero
ejército y ocuparon varias estancias con la misma moderación que en la anterior
oportunidad: se hacían firmar recibos por las reses que consumían y por
los productos de almacén que tomaban. Un establecimiento incendiado, se
supo posteriormente que lo había sido por su dueño, un inglés llamado Paterson,
para cobrar un gran seguro.
Muchos pequeños propietarios se adhirieron a la huelga por considerarla
justa. Pero, agitando el fantasma de la insurrección social, las empresas
obtuvieron –se ignora por qué medios– que se enviara a Varela para reprimir
la huelga.
Resolvió Yrigoyen, entonces, el envío de tropas de caballería al sur, toda
una expedición militar dividida en dos cuerpos; uno con el Teniente Coronel
Varela, jefe de la expedición, con los capitanes Pedro Viñas Ibarra y Pedro
E. Campos, y la otra a las órdenes del capitán Elbio C. Anaya. Fue agregada
a esa tropa un cuerpo de gendarmería. Las fuerzas embarcaron el 4 de noviembre
de 1921. Un informe militar de Anaya define así la diferencia entre la primera
y la segunda expedición de Varela: "Los acontecimientos de principios de
1921 pueden titularse campaña pacífica de la Patagonia en contraposición
con la de fines de 1921-22 que llamaré campaña militar sangrienta".
En el transcurso del viaje de las tropas se produjeron hechos de sangre
en la estancia Bremen, cerca de Cifre, cuyo dueño era alemán. Cuando se
acercaba un grupo de diez peones a pedir víveres, éstos fueron recibido
a tiros por el dueño y sus parientes, quedando como saldo dos muertos y
cuatro heridos. Los huelguistas tomaron rehenes como protección y los estancieros
huyeron hacia los puertos de la costa e hicieron relatos espeluznantes sobre
las fechorías de los peones. El Teniente Coronel Varela escuchó esos relatos
y consideró que la huelga era una insurrección armada y que en ese caso
era aplicable el Código Militar, la Ley Marcial. Dio a sus hombres un bando
dirigido a los obreros con instrucciones precisas:
"Si ustedes aceptan someterse incondicionalmente en este momento haciéndome
entrega de los prisioneros, de todas las caballadas que tengan en su poder
presentándoseme con sus armas, les daré toda clase de garantías para ustedes
y sus familias, comprometiéndome a hacerles justicia en las reclamaciones
que tuvieran que hacer contra las autoridades como asimismo a arreglar la
situación de vida para en delante de todos los trabajadores en general.
Si dentro de 24 horas de recibida por ustedes la presente comunicación no
recibo contestación de que ustedes aceptan el rendimiento incondicional
de todos los huelguistas levantados en armas en el territorio de Santa Cruz,
procederé:
"Primero: A someterlos por la fuerza ordenando a los oficiales del ejército
que mandan las tropas a mis órdenes que los consideren como enemigos del
país en que viven;
"Segundo: Hacerlos responsables de la vida de cada una de las personas que
en este momento mantienen ustedes por la fuerza, en forma de prisioneros,
así como también de las desgracias que pudieran ocurrir en la población
que ustedes ocupan y las que ocuparen en lo sucesivo;
"Tercero: Toda persona que se encuentre con armas en la mano y no cuente
con una autorización escrita, firmada por el suscripto, será castigada severamente;
"Cuarto: El que dispare un tiro contra las tropas será fusilado donde se
lo encuentre;
"Quinto: Si para someterlos se hace necesario el empleo de las armas por
parte de las tropas, prevéngoles que de una vez iniciado el combate no habrá
parlamento ni suspención de hostilidades."
Varela dictó ese bando por su cuenta y lo firmó, poniendo al territorio
de Santa Cruz en pie de guerra. De parte de Yrigoyen, del ministro del interior
y del ministro de la guerra no recibió instrucciones precisas; solamente
debía cumplir con su deber, pacificar los territorios del sur, confiando
en su condición de activo radical, uno de los comprometidos en la revolución
de 1905.
Se aplicó el bando con todo rigor; pero hay que consignar que en la campaña
contra los "bandoleros del sur" no hubo muertos ni heridos de las tropas,
y eso que se trataba de una pequeña minoría frente a los millares de obreros
en huelga. Hubo un primer encuentro en Punta Alta, y allí se rescataron
14 rehenes.
Uno de los centenares de casos ocurridos es el de Santiago González, que
llegó a Santa Cruz el 12 de noviembre de 1921, contratado para trabajar
como albañil en el Banco de la Nación. Fue detenido en el hotel donde se
hospedaba por un soldado del 10° de caballería el 10 de diciembre; entre
sus efectos se encontró un folleto titulado Carta Gaucha, escrito por Juan
Crusao, y un escrito titulado La Voz de mi Conciencia, de Simón Radowitzky,
que circulaban ampliamente por todo el país sin ninguna traba; el 28 del
mismo mes fue ejecutado. De la misma magnitud, es el caso de Albino Argüelles;
secretario general de la Sociedad Obrera de San Julián, herrero de oficio
y afiliado al Partido Socialista. Este hombre fue quien organizó las columnas
de peones rurales patagónicos en la huelga de 1921, en la cual se pedían
mínimas mejoras en las condiciones de trabajo. Cuando llegó la tropa represora
del capitán Elbio O. Anaya, les pidió parlamento a los dirigentes huelguistas,
los apresó y luego de hacerlos castigar duramente ordenó su fusilamiento.
Su muerte fue un asesinato vil y disfrazado por el capitán Anaya en su parte
militar como "muerto mientras trataba de huir". La acostumbrada ley de fugas
que en tiempos más actuales se convirtió en "desaparición" de personas.
El 22 de noviembre hizo imprimir Varela un nuevo bando, en el que dice que:
"Se pasará por las armas a quienes no se entregaren a la primera intimación
de las fuerzas militares o fueren sorprendidos por éstas con armas en la
mano en actitud de resistir".
Quedaron en la memoria los sucesos de Paso Ibáñez, hoy Comandante Piedrabuena,
a donde llegó una columna de 900 huelguistas, que ocupó el pueblo. Querían
conferenciar con Varela y enviaron emisarios con ese propósito; se les respondió
que debían rendirse incondicionalmente en el término de tres horas so pena
de ser sometidos por la fuerza y pasados por las armas los que desacataren
las órdenes impartidas. Sin garantías, los huelguistas entregaron los rehenes
y huyeron hacia Río Chico y hacia la Estancia Bella Vista. Uno de los dirigentes,
Avendaño, se entregó, probablemente con miras a negociar la rendición, y
fue fusilado en Río Chico; luego se persiguió a los que se dirigían a Cañada
León y fueron tomados 480 huelguistas, 4.000 caballos y 298 armas largas
de todo tipo y calibre, 49 revólveres. Más de la mitad de los que se habían
entregado sin combatir fueron ejecutados. Después de Cañada León, donde
se halla la Estancia Bella Vista, Varela se dirigió hacia el Lago Argentino,
donde tomó la estancia La Anita, de Menéndez Behety, en la que 500 hombres
se rindieron sin combatir, siendo liberados 80 estancieros, mayordomos de
estancia, gerentes, administradores y policías. Se procedió a fusilar sin
freno alguno a los rendidos por las fuerzas que mandaba Viñas Ibarra. En
conocimiento de los hechos ocurridos y de los métodos de la represión militar,
hubo un intento de resistencia en estación Tehuelches, donde fueron heridos
dos soldados y cayeron varios dirigentes de la huelga, José Font entre otros;
pero en Tehuelches y Jaramillo el grupo de los huelguistas fue totalmente
aniquilado.
Cientos de obreros fueron detenidos, apaleados y recluidos en dantescos
depósitos, sin la menor forma de proceso. De ellos se escogía a quienes
señalaban los representantes de las empresas, y se los llevaba al campo
para fusilarlos. A algunos se les hacía cavar su propia fosa y luego se
incineraban los cadáveres. En el Cerrito, en el Cañadón de la Yegua Quemada,
actualmente Cañadón de los Muertos, y en otros puntos, fueron exhumados
más tarde cientos de cadáveres.
Las publicaciones que vieron la luz sobre los hechos sangrientos de la Patagonia,
en el curso de los mismos y después, son copiosas y pueden adolecer de parcialidad
en favor de los huelguistas, que fueron víctimas, pero la verdad es que
la segunda campaña del Teniente Coronel Varela dejó en aquellas regiones
lejanas cerca de un millar de muertos, en su mayoría chilenos y españoles.
Muchos que no aprobaron aquellos métodos para resolver conflictos laborales
callaron, guardaron silencio, pero eso no impidió que en todo el país cundiese
una sentencia condenatoria, también en los círculos radicales, y en las
esferas gubernativas.
Varela regresó a Buenos Aires, dejando 200 hombres al mando de Anaya y Viñas
Ibarra; el ministro de la guerra lo recibió fríamente y el Congreso se levantaron
voces acusadoras, una de ellas la de Antonio Di Tomaso:
"En el primer momento creyeron muchos de los obreros que la intervención
de la tropa, si se producía como en el año 20, podría servir como un factor
amigable, ya que se trataba de un elemento extraño al lugar, que tenía el
prestigio de las armas de la Nación y que carecía de interés en el conflicto.
En cambio, señores diputados, lo que se ha producido lo sabe todo el mundo.
Se ha hecho una masacre y, para ocultarla se ha fraguado la leyenda del
combate, se ha intentado dar la impresión de que allí ha habido batallas
campales, de que un ejército perfectamente equipado y municionado atacaba
a las tropas de la Nación. Todo eso es inexacto. Desde luego hay un dato
que todos los diarios recogen, que nadie se ha atrevido a tergiversar porque
habría sido imposible hacerlo: ¡No se han producido bajas en las tropas!
Es extraño que un ejército de bandoleros bien armados, con buenos tiradores,
que pelean en batallas campales, no causen una sola baja a las tropas nacionales,
mientras mueren decenas de ellos".
Fue una requisitoria aplastante. Se pidió el nombramiento de una comisión
investigadora, pero la mayoría radical impidió que prosperase la iniciativa.
Félix Luna expresó en su biografía del jefe del radicalismo que Yrigoyen
no supo con certeza lo que pasó en Santa Cruz.
El ministro de relaciones exteriores, para contribuir por su parte a la
solución de las tensiones sociales, inició negociaciones con Uruguay, Chile,
Brasil y Paraguay a fin de concretar un tratado que permitiese seleccionar
la inmigración tendiente a evitar de ese modo la entrada de elementos perturbadores
e indeseables, a los que se atribuían todos los conflictos de trabajo. El
tratado auspiciado quedó olvidado por falta de apoyo en los países que habría
debido firmarlo; no obstante, el gobierno nacional adoptó medidas para evitar
la entrada de los llamados "extranjeros peligrosos".
6. El Fin de una Interminable Batalla
Las empresas, que dirigieron todo, aprovecharon para liquidar de esta suerte
a peones y pequeños propietarios a quienes debían dinero o cuyos campos
ambicionaban. Además, abultaban los recibos firmados por los obreros para
hacerse pagar por la Nación los supuestos daños causados por la huelga.
Fue, en todo sentido, un episodio digno de "conquista y pacificación" de
la Patagonia realizadas por las grandes empresas explotadoras a fuerza de
látigo, y que dio a este pedazo de tierra argentina la triste denominación
de "Patagonia Trágica".
Todo tuvo un desenlace sombrío como el episodio es sí. Dos años después
de los sucesos, el Teniente Coronel Varela fue muerto por el hermano de
uno de los fusilados en el Cañadón de la Yegua Quemada, Kurt Gustav Wilckens,
que declaró haberlo hecho para vengar a sus compañeros asesinados. Estando
bajo proceso, el centinela de vista que le adjudicaron una noche, lo despierta,
le encañona el revólver por la mirilla del calabozo y lo mata a sangre fría;
este oficial resultó ser un enfermo mental que, siendo policía, había sufrido
heridas en uno de los encuentros sostenidos en Santa Cruz contra los huelguistas.
El asesino del hombre que había matado al Teniente Coronel Varela fue recluido
en un manicomio, y allí, a su vez, fue muerto por un antiguo huelguista
patagónico que se hizo pasar por demente para ser internado en el instituto
y llevar hasta allí la roja cadena de revanchas.
Yrigoyen nunca supo con certeza lo que pasó en Santa Cruz. Cuando el Dr.
Viñas lo entrevistó para relatarle los horrores cometidos y pedirle que
se procesara a los responsables, Yrigoyen no quiso hacerlo; dijo que una
medida semejante acarrearía el desprestigio de las fuerzas armadas, y que
la fe del pueblo en las instituciones debía salvarse aun a costa de la impunidad
de algunos culpables. Sería injusto pensar que no castigó a los responsables
porque le fueron indiferentes los desmanes cometidos: muchas veces demostró
el valor supremo que le asignaba a la vida humana. Lo único cierto es que
él no autorizó las barbaridades que se perpetraron; pero tampoco hizo nada
para castigar a los culpables.
7. Conclusión
Fue durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen que se masacraron obreros en
la llamada Patagonia Rebelde, en alusión a las huelgas desatadas por los
grandes stocks de lana acumulados al terminar la Primera Guerra Mundial
por falta de compradores. La violencia de clase fue la respuesta empleada
durante la gestión de éste contra la movilización obrera. Los pedidos de
esclarecimiento abortaron frente a la actitud de la bancada radical en el
Parlamento, que impuso su mayoría contra la conformación de una comisión
investigadora.
En la impresionante huelga que tuvo lugar en Santa Cruz, las masas enfrentaron
la represión de las fuerzas oligárquicas con un elevado grado de violencia,
dejando enseñanzas que aún hoy tienen vigencia. Sin embargo tanto el Partido
Socialista como el incipiente Partido Comunista le dieron la espalda a la
lucha violenta del proletariado. El Partido Socialista por oponerse, el
Partido Comunista por ignorarlas. Desde nuestro punto de vista los hechos
mostraron hasta dónde podía llegar el movimiento obrero encabezado y dirigido
por los sectores más avanzados del anarquismo. Estos, por sus concepciones
dejaron librado a la lucha espontánea de las masas la destrucción del Estado
oligárquico. Carecieron de una línea que hiciera posible el avance de la
lucha revolucionaria en la Argentina.
Sobre las huelgas de la Patagonia debe decirse que:
a.- Constituyeron el primer boceto revolucionario. Este primer boceto mostró
que el proletariado tenía fuerza y capacidad (aun en las condiciones descriptas)
para hegemonizar al conjunto del pueblo y hacer temblar las clases dominantes.
b.- Sin embargo, hubo errores que facilitaron el aislamiento del proletariado
y su represión sangrienta:
La falta de una comprensión de la cuestión nacional en un país dependiente
como el nuestro facilitó que la oligarquía y el gobierno instrumentaran
falsas banderas patrióticas para dividir al movimiento y aplastar las luchas.
Las concepciones espontaneístas del anarquismo impidieron la existencia
de un plan y de la preparación militar que posibilitara al proletariado
y las masas populares crear una situación revolucionaria directa.
El Partido Comunista, por sus insuficiencias teóricas, sus concepciones
erróneas y su profunda desconfianza en el potencial revolucionario del proletariado
argentino, no hizo autocrítica sobre sus posiciones ni extrajo enseñanzas
correctas de estas impresionantes luchas. Por lo tanto, no pudo desarrollar
una línea de hegemonía proletaria ni afirmar el camino armado para el triunfo
de la revolución en la Argentina.
Por su parte, la actitud del yrigoyenismo grafica el doble carácter de la
burguesía nacional, que por un lado forcejea y por el otro concilia con
el imperialismo y la oligarquía terrateniente. Y si bien hace concesiones
al movimiento obrero y popular, para tratar de mantenerlo bajo su protección,
temerosa del desborde, reprime violentamente las luchas que se salen de
su control.
La experiencia del yrigoyenismo en el gobierno mostró, en definitiva, el
fracaso del camino reformista para resolver las tareas agrarias y antiimperialistas.
Su conciliación, particularmente con los grandes terratenientes ganaderos,
facilitó la recuperación de posiciones por parte de la oligarquía y el imperialismo,
que pasaron a predominar abiertamente con el gobierno de Alvear.
La muerte del coronel Héctor Varela fue un atentado individual llevado a
cabo por el obrero anarquista Kurt Gustav Wilckens en 1923.
Osvaldo Bayer rescata la acción de Wilckens como justa reacción frente a
la injusticia y la impotencia. Mempo Giardinelli, por el contrario, rememora
que: "En 1922 gobernaba Hipólito Yrigoyen, no un tirano. Por lo tanto, Wilckens
no ejerció ningún derecho de matar al tirano. (...) Y sin embargo, cuando
Wilckens asesinó a Varela, no mató al tirano: sino que comenzó a matar a
nuestra imperfecta democracia" .
En el caso de Wilckens, creemos que su objetivo era derrotar al sistema,
al aparato represor del Estado. Pero de todos modos su gesto no es evaluado
por la intención con que fue realizado, sino por la concepción política
que lo puso en marcha y, también, por sus resultados concretos. Su acción
individual presuponía una determinada concepción ideológico-política. Esta
acción no puede medirse desde el lugar de la venganza planificada sino con
la identificación del momento por el que atravesaba el proceso de formación
ideológica de la clase obrera durante las primeras décadas del siglo en
Argentina. Una etapa en la cual el ideario libertario y sus distintas formas
de acción –entre ellas la directa– tras haber sido hegemónico en las direcciones
y experiencias de las masas trabajadoras, perdía vigor precisamente por
su incapacidad para constituirse en alternativa efectiva. El anarquismo
contaba entonces con fuerte inserción en las fuerzas proletarias y populares
y gran predicamento como perspectiva teórica y metodológica. Pero no es
casual que el gesto de Wilckens tuviera lugar en momentos de franca e irreversible
declinación del movimiento anarquista. Su acto, por tanto, era un gesto
desesperado, aunque estuviera afincado en la esperanza. Una dirección política
empeñada en llevar conciencia a los explotados y oprimidos y edificar una
alternativa de masas, ciertamente debiera haber tomado distancia de aquel
acto. Pero no desde el oportunismo nauseabundo de quienes buscan un lugar
en el sistema capitalista con la misma desesperación con que Wilckens trataba
de destruirlo.(*)
Fuente: Verónica Johana Farjat, "La patagonia rebelde", monografía editada
originalmente en monografias.com
Imágen: Teniente coronel Varela, segundo a la izquierda, con el "gaucho
Cuello", junto al caballo, uno de los jefes de la primera huelga obrera
que después sería sustituido por otros dirigentes anarquistas.
El segundo regreso de Antonio Soto. Aquel que dijo en la estancia “La Anita”,
en la lejana Santa Cruz, en aquel 20 de diciembre de 1921: “Yo no soy carne
para tirar a los perros, no me rindo”. Fue cuando los peones rurales decidieron
terminar con la huelga que mantenían con los terratenientes porque éstos
no habían cumplido con el convenio firmado un año antes. Antonio Soto se
negó a rendirse ante el 10 de Caballería comandado por el teniente coronel
Varela. Y tomó camino hacia la cordillera.
Y tuvo razón Soto. Apenas se rindieron los peones, el Ejército Argentino
comenzó a fusilarlos, así porque sí. Se los fusiló y se acabó. Y se los
desapareció en tumbas masivas.
Terminaba así la huelga obrera más extendida de nuestra historia. Plena
de épica. Es inexplicable cómo esos pobres peones pudieron parar las actividades
en todos los campos. Los dirigentes apenas tenían un forcito a bigotes.
Casi todo lo hicieron a caballo. Y organizaron largas columnas de protesta.
Los esperaba la muerte ante los máusers de nuestros militares.
La historia, aunque tarda, termina siempre por reivindicar a la ética. Después
que Soto fuese proclamado por la prensa oficial, la prensa terrateniente
y los historiadores radicales como un “agente chileno”, ya ha salido a la
luz la sacrificada e intachable conducta en toda su vida, hasta su muerte.
Aquí, en Buenos Aires, se acaba de inaugurar una exposición sobre su vida
y su acción a 110 años de su nacimiento, en la Federación Judicial Argentina,
y en un acto en el teatro Bambalinas se recordó su vida y su lucha, con
la presencia de su hija, Isabel Soto, venida expresamente desde Punta Arenas,
donde vive.
Para quien escribe esto fue una satisfacción plena de melancólica alegría.
Había valido la pena escribir cuatro tomos para esclarecer los crímenes
absurdos y cobardes de La Patagonia rebelde. Esos cuatro tomos y el film
La Patagonia rebelde, dirigido por Héctor Olivera, me costaron ocho años
de exilio y daños y heridas nunca cerrados. Pero valió la pena. Los humildes
héroes del campo santacruceño están reivindicados. Sus tumbas están marcadas,
no como antes, ignoradas por el silencio de todos. Ningún padre salesiano
se aproximó nunca a poner una cruz. La Iglesia se comportó con los fusilamientos
de los humildes peones de la misma manera que medio siglo después con la
desaparición de miles de jóvenes idealistas.
Pero la Etica, como siempre, supo triunfar. Hoy Santa Cruz recuerda las
huelgas rurales con monumentos, nombre de calles y de colegios. A los hombres
que pusieron el rostro y el cuerpo para sostener la palabra solidaridad
y lucharon por terminar la explotación del hombre por el hombre. Claro que
entretanto hubo muchas agachadas del poder, como la del gobernador Puricelli,
que vetó la ley de la Legislatura santacruceña por la cual se declaraba
de lectura fundamental en los colegios secundarios el libro La Patagonia
rebelde. Veto que todavía nadie fue capaz de levantar.
También la reivindicación llegó a Galicia, donde nació Antonio Soto, el
“gallego” Soto. Allí, en El Ferrol, ciudad de su nacimiento, una calle lleva
su nombre y en la humilde casa donde nació se ha puesto una placa donde
se recuerda a quien salió de esos lares para marchar a la América de los
sueños, donde encontró la realidad de la explotación de las peonadas en
los latifundios fundados por Julio Argentino Roca.
El nombre de Soto sirve ahora a los pobladores de El Ferrol para contestar
a una pregunta que les resulta demasiado desagradable. Porque en El Ferrol
también nació el dictador Francisco Franco, el fusilador de poetas. Y es
habitual que cuando se le pregunta a un nativo de esa ciudad dónde ha nacido,
ante la respuesta de “en El Ferrol” el otro le añada: “¡Ah, donde nació
Franco!”. Ahora, entonces, los nativos de El Ferrol contestan: “Sí, pero
ahí también nació Antonio Soto. El luchador por los derechos rurales de
la Patagonia argentina”.
Sí, allá también, en España, se hace la limpieza de tanto crimen y autoritarismo
del franquismo. Está en plena discusión el proyecto de ley de memoria histórica
que declara ilegítimos todos los juicios de los tribunales de la dictadura
franquista. Y se está en el tema de retirar definitivamente los símbolos
franquistas en ciudades y pueblos españoles: monumentos, plazas, calles,
institutos.
Con estos homenajes en Buenos Aires, Antonio Soto ha regresado por segunda
vez con su presencia histórica. La primera vez lo hizo en vida, en 1933,
casi doce años después de la masacre que cometió Irigoyen y el Ejército
argentino con los peones. Soto regresó para responderles a todos aquellos
que habían sostenido que él había huido dejando solos a sus compañeros de
lucha. Llegó al centro de Río Gallegos, se subió a una silla en la vereda
de la tienda “La Favorita” y gritó: “¡Aquí estoy!”. Se abrió la camisa,
ofreciendo el pecho, reivindicó las huelgas y denunció el crimen atroz de
los fusilamientos. “Me fui aquella vez para seguir la lucha y la continuaré
hasta la muerte.” Pero no pudo seguir hablando. El gobernador de la década
infame, el militar Gregores, lo hizo apresar y lo hizo tirar al otro lado
de la frontera. Soto siguió en Chile la lucha por los trabajadores. El periodista
Callahan, que lo conoció en Puerto Natales, me lo describió así: “Antonio
Soto era un autodidacto con ideas realmente visionarias, fue siempre consejero
del Sindicato de Campos y Frigoríficos aquí, en Puerto Natales, y los viejos
gremialistas tienen el mejor recuerdo de él. Predicaba el anarcosindicalismo
como medio de lucha obrera y filosóficamente era partidario de las ideas
anarquistas”.
Cuando ocurrió el golpe de Franco en España, Soto fundó en Punta Arenas
el Centro Republicano Español, el Centro Gallego y la filial de la Cruz
Roja. En Puerto Natales, Soto organizó un cine al que le puso el nombre
“Libertad”, la palabra más amada por los socialistas libertarios.
Jamás, ninguno de los responsables hizo una autocrítica de la matanza de
peones. La democracia sigue esperando. Ni los radicales ni sus historiadores,
ni los militares ni los latifundistas. Siempre se guardó silencio. Por eso
fue una satisfacción presenciar estos actos de homenaje a uno de los protagonistas
de la justa huelga de los hijos de la tierra contra los dueños de la tierra.
Antonio Soto nació un 8 de octubre, aquí proclamado como el Día del Trabajador
Rural. Pero, claro, ese día no fue fijado así por haber nacido Soto. Pero
habrá que adoptarlo. Porque por algo la realidad tiene estas benéficas fantasías.
El viento silba recio sobre la estepa. Invisibles caballos de aire cocean
sobre las cimas de las montañas. El sol brilla indiferente. ¿O acaso no
es así? ¿O acaso quizá el sol, y el viento y el suelo patagónico, contemplan
entristecidos unas criaturas que arrojan balas asesinas sobre sus semejantes?
Soldados profusamente armados descargan sus fusiles sobre los pechos ya
indefensos de cientos de hombres sufridos, que largamente convivieron con
la necesidad, con el sudor en las manos, con la dignidad en el alma. Cerca
de 1500 obreros cayeron durante varias jornadas de criminales fusilamientos.
En nuestro lejano sur, los trabajadores recibieron la influencia
de la Revolución Rusa de octubre del 1917. Aquel movimiento revolucionario
fue un estímulo para organizarse contra las estructurales injusticias sociales
que promueve la organización capitalista de la sociedad. En 1919 estalló
en la ciudad de Buenos Aires la llamada Semana Trágica.
En la Patagonia, la caída del precio de la lana tras el fin de la Primera
Guerra generó una preocupante desocupación. En 1920, en plena posguerra,
el precio de la lana argentina, como la de otros países, cayó de $9,74 a
$3,08, regresando así al nivel normal de cotización en tiempos de paz. La
caída de la demanda mundial ocasionó un gran crisis para los estancieros
latifundistas que se beneficiaban con la explotación de la cría de ganado
lanar.
A pesar de sus grandes aunque disminuidas ganancias, los patrones obligaban
a los peones a trabajar con 18° bajo cero arriando majadas. Los esquiladores
concluían jornadas de 16 horas con los brazos agarrotados; los obreros,
por su parte, trabajaban 12 horas por día 27 días al mes.
Las inhumanas condiciones de trabajo detonaron finalmente actos de protesta
de tendencia anarquista, que fueron prohibidos por el gobernador interino
de Santa Cruz, Edelmiro Correa Falcón.
Las centrales obreras de la región, la Federación Obrera Magallánica de
Punta Arenas y la Federación Obrera Regional de Río Gallegos sostuvieron
un fluida comunicación. Y en julio de 1920, en el sur chileno, surge una
primera huelga que fue sofocada. En agosto de aquel mismo año comenzaron
huelgas en la gobernación de Santa Cruz. Así se iniciaron los movimientos
de protesta que derivaron en lo que hoy se conoce como la "Patagonia Trágica"
o la "Patagonia Rebelde".
Al propagarse la huelga, el gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) ordenó
al teniente coronel Héctor Benigno Varela utilizar a la caballería, y a
fuerzas de la marina, para ocupar los puertos de Santa Cruz. En un principio,
Varela negoció con los huelguistas, entre quienes se hallaban chilenos y
españoles. El enviado de Yrigoyen prohibió la circulación de moneda chilena
y concretó un convenio aceptado por los trabajadores. En mayo de 1921 Varela
abandonó Santa Cruz. Aparentemente se había llegado a un acuerdo. Pero los
estancieros no cumplieron lo acordado entre Varela y los huelguistas. Resurgió
así el malestar, atizado por los dirigentes anarquistas. Una nueva huelga
estalló en octubre, con mayor vigor que la anterior. Sus principales conductores
eran el español Hugo Soto y "Facón grande".
En la segunda huelga de octubre de 1921, el gobierno argentino sospechaba
de una participación chilena en la sublevación. Los huelguistas poseían
numerosas armas de fuego que sólo podrían proceder del otro lado de la cordillera.
Esta presunta intervención trasandina habría pretendido sembrar el caos
en la Patagonia argentina para facilitar una posible ocupación.
Numerosos elementos alimentaban estas presunciones de una intervención de
militares chilenos en la huelga de Santa Cruz de 1921. M.A. Scenna, en Argentina-Chile.
Una frontera caliente, destaca el ordenado desplazamiento de las masas huelguistas,
sus métodos de atrincheramiento, y las maniobras realizadas para evitar
la batalla.
El teniente coronel Varela fue nuevamente comisionado por Yrigoyen para
resolver el conflicto. Pero esta vez actuó con desaforada violencia. Según
Scenna, la dramática trasformación de Varela, el paso de la negociación
hacia la sanguinaria represión, se explica por la aparición de sólidos elementos
de sospecha en cuanto a una injerencia extranjera en la segunda huelga,
que no existieron en la primera.
En Paso Ibáñez, hoy Comandante Piedrabuena, el pueblo fue ocupado por una
columna de 900 huelguistas. Desde allí se enviaron emisarios para conferenciar
con Varela. La respuesta fue que debían rendirse incondicionalmente en el
lapso máximo de tres horas. Caso contrario, serían sometidos por la fuerza
y pasados por las armas.
Una banda de ladrones comunes aprovecharon las aguas revueltas para entregarse
al saqueo de estancias. Los estancieros usaron entonces los actos de este
grupo delictivo para adjudicárselos a los obreros sublevados a fin de tender
sobre ellos un manto de desprestigio.
Los huelguistas concentrados en Paso Ibáñez liberaron rehenes y huyeron
hacia Río Chico, hacia la Estancia Bella Vista. Avendaño, uno de los dirigentes
de la rebelión, se entregó seguramente con la intención de negociar una
rendición. Fue fusilado en Río Chico. Se persiguió entonces a los que cabalgaban
a Cañada León. Las fuerzas del ejército capturaron a 480 huelguistas, 4.000
caballos y 298 armas largas de todo tipo y calibre, y 49 revólveres. Más
de la mitad de los huelguistas que se habían rendido sin combatir fueron
ejecutados. Varela dirigió entonces su tropa hacia el Lago Argentino. Allí,
tomó la estancia La Anita, de Menéndez Behety. Unos 500 hombres se rindieron
sin ofrecer resistencia. Se liberaron 80 estancieros, mayordomos de estancia,
gerentes, administradores y policías. Después, comenzó una cruenta avalancha
de sangre y metralla. Todos los trabajadores que se habían rendido fueron
fusilados. Antes ya había sido ejecutado Facón Grande. Hugo Soto se negó
a permanecer en La Anita. Escapó y, con otros huelguistas, logró refugiarse
en Chile.
La huelga fue así reprimida. Con una asesina tormenta de balas y con una
sangrienta intolerancia. Pero la lanza criminal que Varela arrojó entre
el duro viento patagónico se volvería contra él. Uno de los fusilados en
el Cañadón de la Yegua Quemada era alemán, y tenía un hermano que lo vengaría:
Kurt Gustav Wilckens. Wilckenes esperó a Varela escondido en un pasillo,
en la ciudad de Buenos Aires, en la calle Fitz Roy, cerca del domicilio
de Varela. Cuando éste se acercó, el vengador arrojó primero una bomba,
señal de la desafiante acción de los anarquistas de entonces. Y luego acudió
a un revolver. Varela se resistió al comienzo. Intentó sacar su sable. Hasta
que finalmente cayó fulminado por una lluvia de seis balas.
Yrigoyen nunca conoció fehacientemente lo ocurrido en la Patagonia. Para
evitar el desprestigio de las fuerzas armadas no quizo juzgar la acción
criminal de Varela y sus subordinados (entre los cuales tuvieron también
gran responsabilidad los oficiales Anaya y Viñas Ibarra). No avaló íntimamente
el proceder del Teniente coronel pero tampoco movió los resortes legales
para su procesamiento.
Los
gritos de dolor que corrieron sobre el suelo patagónico tras los fusilamientos
no se apagaron. En 1928, José María Borrero publicó La Patagonina Trágica.
Español, doctor en Teología, Borrero se estableció en 1919 en Río Gallegos
donde fundó un diario. En su obra, Borrero documenta, incluso con fotografías,
el exterminio indígena, la matanza de trabajadores, el soborno y la ocupación
de tierras fiscales. Esta actitud de denuncia justiciera fue continuada
por la obra que ha alcanzado la mayor popularidad en la recreación histórica
de los trágicos hechos de la huelga obrera en la Patagonia: La Patagonia
rebelde, de Osvaldo Bayer. Bayer realizó estudios de medicina y filosofía
en la UBA (Universidad nacional de Buenos Aires) para luego estudiar Historia
en la Universidad de Hamburgo, Alemania. Fue titular de la Cátedra Libre
de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Buenos Aires. Escribió un importante estudio sobre el célebre anarquista
italiano: "Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia". En 1995
publicó, en cuatro volúmenes, la edición definitiva de su obra fundamental.
Y tal vez la tierra recuerde. Tal vez las rocas y la estepa patagónica aún
contemplan, como un vívido presente, a los hombres que son obligados a componer
una nerviosa fila.
Y Y el viento susurra. Y los fusiles suben hasta dibujar una línea recta.
Y los ojos de los ejecutores se concentran en los pechos indefensos. Quizá
ninguno de los que apuntan reparan en las jornadas de digno y extenuante
trabajo que pesan sobre aquellos hombres; quizá no ven, junto a ellos, a
sus esposas e hijos, y sus padres y madres, o las tumbas de sus padres y
madres enterrados en algún humilde cementerio. Quizá no perciben los ojos
que destilan, en un solo reflejo, confusión, miedo, un silencioso pedido
de compasión o la última decisión de morir bien erguido aunque se trate
de una muerte cruelmente injusta. Quizá los soldados ejecutores sólo ven
delante un estorbo que rápidamente deben remover para regresar después a
sus hogares.
La única realidad cierta es la de una señal, y después el fuego letal de
los fusiles. Y los hombres humildes que caen sobre la tierra. Los hombres
que se abrazan entre sí, en solitarias fosas comunes. Esos hombres para
los que ninguna cruz quedó, ninguna flor, en el lugar en la estepa donde
les arrancaron salvajemente la esperanza de caminar con dignidad por los
senderos de la vida.
Aquí, en este nuevo momento de Galerías históricas de Temakel, presentamos
evocaciones fotográficas de la trágica huelga de los obreros en la Patagonia.
Un homenaje, un acto de doloroso recuerdo de las víctimas de la injusticia
que hace que unos hombres quieran usurpar el destino de otros.
Dos obras fundamentales para
el estudio de los hechos de la huelga obrera patagónica, como se consignó
ya son:
José María Borrero, La Patagonia trágica, 1929.
Osvaldo Bayer, La Patagonia Rebelde, en cuatro volúmenes, ed. Planeta, 1995.
Bayer también publicó un artículo sobre el tema que consideramos en la excelente
y ya emblemática revista Todo es historia:
Osvaldo Bayer , "Los vengadores de la Patagonia Trágica", Todo es Historia,
Nº 14 y 15, junio-julio de 1968. De este articulo proceden varias de las
fotografías históricas presentadas en la Galería de imágenes.
Imágenes: Parte de de las fuerzas de Varela que ejecutaron a cientos de
obreros en la Estancia La Anita; funeral de un obrero muerto durante la
trágica huelga en la Patagonia.
El
noble "Facón Grande", uno de los máximos dirigentes de la rebelión
obrera. Murió fusilado cobardemente por Varela.
Hace ochenta años, por las inmensidades patagónicas se escuchaba el eco
de balazos. Se estaba fusilando a gente humilde. Los fusiladores eran soldados
de Buenos Aires. Eran tiempos de Yrigoyen. A las peonadas se las fusilaba
por huelguistas. Querían hacer cumplir un convenio firmado meses antes por
el propio militar que ahora las fusilaba.
Los huelguistas eran trabajadores de la lana. Exigían cien pesos por mes,
que las instrucciones del botiquín estuvieran en castellano y no en inglés,
que se les diera un paquete de velas por mes para iluminarse de noche, y
otras pequeñeces. El año anterior, el teniente coronel Varela había venido
y firmado el primer convenio rural de la Patagonia, aceptando el petitorio
de la gente de la tierra. Pero el convenio no fue cumplido en nada por los
patrones. Y las peonadas volvieron a dejar el trabajo y a formar emblemáticas
columnas exigiendo justicia; columnas que recorrían el interminable horizonte
de las tierras frías pobladas de animales de blanca lana. Es aquí donde
se produce el derrumbamiento de toda moral, de toda racionalidad, del más
mínimo principio de ética. Varela vuelve con su 10 de Caballería y en vez
de castigar a los estancieros que no habían cumplido, fusila concienzudamente
a las peonadas, por huelguistas. No hay escapatoria, todo huelguista sea
gaucho, chilote o anarquista europeo es castigado duramente y luego fusilado.
Sin juicio ni acta. Por orden del comandante. Santa Cruz quedará para siempre
con montículos llenos de muertos. Las llamadas tumbas masivas. Ahí permanecerán
para siempre, en el silencio del desierto y de las cobardías humanas. Nadie
hablará. Sólo en voz baja. Ni los salesianos las marcarán con una cruz de
palo ni nunca una mano de mujer colocará una flor. Los gauchos vuelven al
corazón de la tierra. Esta es tierra de obediencias debidas. De fusilamiento
y desaparición. Las ovejas son para los ingleses y para los señores de las
sociedades rurales. Y nada más. Ese es el orden establecido. A los cuales
jamás una jeta de negro vendrá a imponerles algo. La comunidad británica
de Santa Cruz despedirá al comandante con un emocionado "porque eres un
buen camarada". Hay lágrimas en esos hombres gordos y colorados. El comandante
ha cumplido con las órdenes de la Casa Rosada. ¿O no?
Porque ahora vendrá la cosa. El balurdo es demasiado grande. En Buenos Aires
se ha seguido fusilamiento por fusilamiento. La oposición pregunta con voz
tonante: ¿quién ordenó matar? Los sindicatos ocupan las calles en protesta.
Fusilar en la lejanía había sido cosa fácil. Pero ahora, a esta opinión
pública informada, ¿qué se le dice? ¿Cómo es esto que en la Argentina no
hay pena de muerte, pero para con los peones huelguistas sí, y sin juicio
previo?
Se va sabiendo que cuando se declaró la segunda huelga, el presidente Yrigoyen
estaba en una situación difícil. El gobierno británico le había enviado
un conceptuoso mensaje que si no defendía las propiedades de los súbditos
de S.M., Londres enviaría dos buques de guerra que estaban en Malvinas al
territorio de Santa Cruz para guardar el orden. Y todos saben que Gran Bretaña
no deja solos a sus súbditos en ninguna parte del mundo.
También Yrigoyen pasaba un mal momento con el partido dividido, con problemas
en Mendoza, con huelgas rurales en la pampa bonaerense, etc. Y se estaba
a corto plazo de las próximas elecciones presidenciales.
El hilo se cortó por lo más delgado. La orden presidencial al comandante
Varela fue terminar con las huelgas patagónicas, y para siempre. El comandante
cumplió con toda ferocidad el deber encomendado. Total, los muertos habían
quedado lejos, y eran nada más que pobres ovejeros, gente de campo, y algunos
anarquistas que proclamaban un paraíso futuro sobre la base de la libertad
y el antiautoritarismo. La tragedia oculta llegó al Congreso Nacional. Y
ahí quedó todo en claro. Los fusilamientos masivos. La actitud criminal
de Varela y sus oficiales Anaya, Viñas Ibarra, Campos, Schweitzer.
La oposición pidió el esclarecimiento de todo. Una comisión investigadora
que concurriera ya a las latitudes sureñas para hacer un relevamiento del
crimen. Pero la bancada radical votará en contra. No quiere saber la verdad.
Ejerce el poder de su número para tapar el crimen.
La primera víctima ha sido la democracia.
El comandante Varela justificará su conducta ante sus superiores en el ejército
elevando un escrito en el que señala: "El Excelentísimo Señor Presidente
de la Nación me ha manifestado su conformidad con el procedimiento empleado
por las tropas a mi mando en el movimiento sedicioso de la Patagonia, no
permitiendo que se efectuara investigación alguna sobre el proceder de las
tropas".
Obediencia debida y Punto Final. Y no se habló más. La Justicia se calló
la boca pese a lo público del caso. Miró para otro lado.
Los únicos que no se conformaron fueron los anarquistas. Habían esperado
que se hiciera justicia. Como todos se lavaron las manos, decidieron que
la justicia la iba a hacer el pueblo. El anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens
hizo uso del "sagrado derecho de matar al tirano". Lo esperó a Varela en
la calle, le arrojó una bomba -que expresaba la explosión de la ira del
pueblo- y le fue perforando el cuerpo con cinco balazos. Wilckens fue asesinado
en la cárcel y será el momento en que el pueblo salga a la calle a enfrentar
a la policía y a declarar el paro general. Fueron días de lucha a brazo
partido. Las publicaciones proletarias llorarán la muerte del vengador.
Poco después los anarquistas pondrán punto final a la trágica sucesión de
muertos y matarán al carcelero que había asesinado a Wilckens.
El radicalismo siempre guardó
silencio ante la tragedia de las peonadas rurales. El autor de estas líneas
se dirigió por escrito a todos los presidentes del Comité Nacional de ese
partido. Les pedía una autocrítica y, el 7 de diciembre, fecha de los fusilamientos
en la estancia "La Anita", ir personalmente a depositar una flor allí. Jamás
me contestó ningún titular del máximo cuerpo del radicalismo. Les recordé
el gesto de Willi Brandt, el primer ministro alemán quien -en su primera
acción de gobierno- se puso de rodillas ante el monumento al Holocausto
y pidió perdón en nombre del pueblo alemán. Tampoco la CGT jamás hizo un
acto recordativo porque temía enemistarse con el ejército.
Pero, desde abajo, se ha ido rompiendo el silencio. Después de décadas,
hoy, muchos lugares recuerdan a los héroes obreros. La tumba de la estancia
"La Anita" ha sido marcada con un templete; una calle de Río Gallegos se
llama Antonio Soto; la escuela secundaria de Gobernador Gregores lleva el
nombre de José Font ("Facón Grande") por el voto de los docentes, de los
alumnos y de los padres de los alumnos. En Galicia, la tierra natal de Antonio
Soto, hay una calle con su nombre en El Ferrol, y una placa recuerda su
nacimiento en esa ciudad.
Y en Jaramillo se levanta la estatua al gaucho entrerriano José Font, fusilado
por Varela en ese lugar, un hermoso monumento en medio del desierto patrocinado
por UATRE, la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores. Y, en este ochenta
aniversario, la organización rural pondrá el nombre de José Font al hotel
para sus afiliados que se encuentra en Buenos Aires.
El silencio ha sido roto. La falta de coraje civil ha sido vencida. Las
peonadas fusiladas por el miedo y la crueldad, se han levantado de sus tumbas
y han comenzado a recorrer sus queridas tierras santacruceñas. Allí donde
alguna vez soñaron vivir con dignidad y gozar de sus horizontes interminables.
(*)
Horacio Badaraco nació el 14 de marzo de 1901 en Buenos Aires, y vivía en
el barrio de Congreso dentro del seno de una familia que, de constructores
de barcos, pasaron a formar parte del status de banqueros.
Desde muy chico comenzó a interesarse por la cultura anarquista: a los 11
años sus padres siempre lo sorprendían en la librería Perlado, hojeando
los textos vinculados a la literatura anarquista.
A los 14 años, mientras espiaba a los anarquistas que se reunían en el café
Gaumont (también en el barrio Congreso), el dramaturgo Rodolfo González
Pacheco lo invitó a debatir y formar parte de aquella mesa. El mismo Pacheco
fue el que le propuso escribir en "La Obra", cuando sólo tenía 16 años.
La repercusión de sus escritos hicieron que Badaraco fuera el redactor de
aquel vocero anarquista.
En esa marcada adolescencia, Badaraco no sólo se limitó a escribir para
los anarquistas, sino que comenzaron sus tiempos de acción: los ecos de
la Revolución Rusa habían dividido al movimiento anarquista en dos partes:
"los que seguimos firmes en nuestra utopía de revolución en libertad", y
el bloque de "anarcobolcheviques" (que eran los que expresaban su apoyo
a Lenín). El contexto local estaba teñido por la sangrienta represión, impulsada
por el gobierno radical, del movimiento obrero (y por el sector parapolicial,
la Liga Patriótica Argentina)
Un hecho que marcó a Badaraco fue la represión militar que encargó Yrigoyen
contra los obreros huelguistas de la Patagonia. El hombre fue uno de los
que "más agitó para que se ayudara a los trabajadores que habían sido abandonados
a su propio destino." Cuando llegó el momento de hacer el servicio militar
(hecho que muchos anarquistas, por principio, no hacían: O desertaban hacia
el Uruguay, o se cambiaban de nombre) Badaraco decidió que lo cumpliría
para agitar desde adentro y hacer propaganda revolucionaria en el seno mismo
del militarismo reaccionario argentino.
A finales de 1923, frente al cuartel de Palermo, donde Badaraco era recluta,
un anarquista alemán, Kurt Wilckens, mata con una bomba y siete disparos
al coronel Varela, represor en la Patagonia. Badaraco reparte volantes en
el cuartel recordando las matanzas de los obreros patagónicos.
Badaraco fue acusado de señalarle a Wilckens quién era Varela: fue salvajemente
torturado y encerrado ocho meses en prisión. Desde allí escribe artículos,
que son sacados por distintas vías, para el periódico anarquista "La Antorcha",
y será el defensor de los presos del vergonzoso régimen carcelario en la
época radical.
Al salir de la cárcel, contrajo matrimonio con la española Ana Romero, quien
era obrera del vidrio. Renunció a toda la herencia familiar, y comenzó a
trabajar como lavador de coches. En su tiempo libre escribía para " La Antorcha."
De la muerte de Wilckens, asesinado poco después por un miembro de la Liga
Patriótica Argentina, dijo: "Murió a consecuencia de su ideal".
Badaraco continúa trabajando en tres temas en los que hace hincapié: el
antimilitarismo, la defensa de la mujer y la educación antiautoritaria y
racionalista. Repudia los asesinatos, en nombre de la civilización, de los
indios ("los salvajes civilizados") de Chaco y Formosa.
A mediados de la década del veinte, mientras los nombres de Sacco y Vanzetti
recorren el mundo, los obreros argentinos harán una serie de paros generales
con actividad en las calles: se produce un atentado en la Embajada de Estados
Unidos, y en una manifestación en la plaza Congreso una bandera estadounidense
es quemada. Badaraco y Alberto Bianchi, dos miembros de "La Antorcha", son
acusados y llevados a prisión. Horacio comienza su huelga de hambre, que,
a las dos semanas de haberla comenzado, se unen a ella todos los presos
del Departamento Central de policía. Los jueces ordenan la libertad de los
dos anarquistas.
Seis meses después, Badaraco es encarcelado nuevamente, esta vez acusado
de hacer apología del crimen, por un artículo que había escrito sobre Wilckens,
en donde justifica la actitud del vengador. En la cárcel inició la campaña
de liberación de Simón Radowitzky.
La división de las izquierdas fue un punto preocupante para Badaraco. Cuando
se instauró el golpe militar de Uriburu, en 1930, el movimiento obrero estaba
dividido, y se preocupaban más en acusar al hermano de ideas que luchar
contra el enemigo común. La represión de la primera dictadura militar en
Argentina, recayó, por supuesto, en los verdaderos revolucionarios: no hay
que aclarar que hubo fusilamientos, censuras, clausura de periódicos y sindicatos,
la expulsión del país para los extranjeros y el penal de Ushuaia para los
argentinos: es en ese lugar a donde llevan al revolucionario, que estaba
luchando para sacar volantes de resistencia y seguir con "La Antorcha".
Lo llevan en el "Chaco", un transporte con capacidad para 150 personas.
Iban en él 850. Van juntos presos comunes y políticos, y allí conoce, además
de sus compañeros anarquistas, a un sector del trotskismo, del socialismo
y del comunismo. Cuando llegan al penal de Tierra del Fuego los reciben
con brutales palizas: un año y medio pasará en esas condiciones, sin poder
recibir ni enviar carta a sus familiares.
Al salir de la cárcel, y después de haber conocido a compañeros de diferentes
ideologías, empieza a simpatizar con el espartaquismo alemán, cuya ideóloga
había sido Rosa Luxemburgo: admiraba ese radicalismo utópico que transmitía
la alemana asesinada. Junto a sus compañeros anarquistas Domingo Varone
y Antonio Cabrera funda "Spartacus Alianza Obrera y Campesina", cuya consigna
era: "obreros, campesinos y soldados a luchar por el socialismo"
La gran victoria de Spartacus se verá en la gran huelga de la construcción
en 1935-36: aunque el Sindicato de Albañiles estaba dirigido por los comunistas,
la clave del triunfo de aquellas movilizaciones tuvieron que ver con la
unión de toda la unidad de los trabajadores. Aunque muy pronto comenzaron
otra vez las divisiones y las peleas.
En 1936 Badaraco se va a España a luchar contra Franco. Colaborará en las
columnas anarquistas y en los periódicos "Solidaridad Obrera" y "Juventud
Libertaria". Regresó más convencido aún que la falta de unión lleva inexorablemente
a la derrota segura.
Cuando regresó, y después de haber sufrido su primer infarto, sigue plasmando
en Spartacus su ideo de unión obrera. Mientras trabajaba en los talleres
gráficos Standard, se solidarizó con los trabajadores que estaban en huelga.
Por eso es secuestrado y golpeado ferozmente. En 1939, en plena lucha contra
la guerra, comenzó su contacto con los estudiantes universitarios.
En medio de esa lucha por la unidad del movimiento obrero, el 17 de octubre
de 1945 irrumpe el peronismo. Una parte de los viejos socialistas le dicen
a Badaraco que esos no son obreros. "Esta es la clase obrera que ustedes
no conocen", responde.
Diez meses después, muere en el Hospital Salaberry, a los 45 años.
En una especie de testamento político (una carta que le dejó a un amigo)
se refiere extensamente al peronismo:
"En los últimos meses ya no hay indiferencia política. Casualmente el peronismo
y el triunfo del peronismo es el castigo por nuestras insuficiencias en
materia y en vida política.(...) La falta de respuesta política a millares
de argentinos, y especialmente, de jóvenes, abrió el juego de la política
fascista, o mejor dicho, profascista. Los obreros atrasados, los olvidados
por nuestra burguesía nacional y la oligarquía reaccionaria, movidos por
los apremios de sus insoluciones y castigados por el resentimiento fomentado
por una expoliación sin límites, votaron a Perón. Aquí radica la experiencia
de estos días: ahora iremos más fortificados a las luchas próximas y los
obreros peronistas realizarán la experiencia mientras tanto la experiencia
Perón. La experiencia Perón los traerá de nuestro lado o no, si aún somos
débiles para ganarlos. Perón tendrá todavía carne de cañón para la guerra
de los imperialistas."
ANTONIO "GALLEGO" SOTO (Osvaldo Bayer Página/12, 23/10/93 y folleto)
Antonio Gonzalo Soto Canalejo nació el 8 de octubre de 1897 en la ciudad
de Ferrol, y su padre murió al poco tiempo de nacer, en la guerra de Cuba.
Tres años después su madre se vuelva a casar y viajan a Argentina. Como
Soto no se llevaba bien con su padrastro, su madre lo envía nuevamente a
Galicia.
A los 17 años regresa a Buenos Aires, en la época en que la capital del
país estaba en medio de manifestaciones y diarios anarquistas que incitaban
a la lucha. Luego de la Revolución Rusa de 1917, Soto se alinea al sector
bolchevique.
A los 22 años se incorpora a la Campaña de Teatro Serrano Mendoza, que recorría
todos lo puertos patagónicos. En medio del clima de lucha que envolvía a
Río Gallegos, Soto conoce al periodista vasco José María Borrero, quien
le propone que abandone el teatro y se suma a las tareas directivas de la
Sociedad Obrera, sindicato al cual pertenecía el periodista.
El 24 de mayo en una asamblea general, el gallego es elegido secretario
general: las primeras medidas como el titular de la central sindical fue
declarar huelga general, ya que los peones rurales bregaban por mejores
condiciones salariales. Como la represión policial y militar no se hizo
esperar, Soto pudo escaparse y esconderse en la casa de una compatriota
suya, Doña Máxima Lista (maximalista, por supuesto). Mientras tanto, el
28 de enero de 1921 llega a Puerto Gallegos el 10 Regimiento, al mando del
Teniente Coronel Varela, y el 29 de enero llega, después de haber sido nombrado
varios meses atrás el gobernador Yza, quien permite una política de acercamiento
entre estancieros y peones, y que pondrá en libertad a varios los presos
sindicales. Las promesas del cumplimiento del pedido de los trabajadores
permiten el levantamiento de la huelga, aunque las condiciones pactadas
no se cumplían totalmente: al contador Eloy del Val, miembro de la Sociedad
Anónima Mercantil de la Patagonia, le descargan diez balazos por haber despedido
a obreros, aunque el contador sale milagrosamente ileso. Al presidente de
la liga patriótica de Santa Cruz, Dr. Sicardi, miembros de la Sociedad Obrera
lo paran en la calle y le quitan el arma que portaba, mientras que en el
campo siete estancias son tomadas por los peones.
El 9 de julio, en el Hotel Español, se celebraba un banquete para recordar
la fecha patria. Al cocinero, el gallego Antonio Paris, perteneciente a
la Asociación Obrera, le comunican que entre los comensales se encontraba
Manuel Fernández (de la firma Varela Fernández) una empresa boicoteada por
Soto. Paris reúne a los mozos, también gallegos, y en nombre de la Sociedad
Obrera prohibe que le sirvan la cena: los que esperaban la cena consideran
una ofensa a la patria la actitud del personal, quienes deben servirse ellos
mismos la comida. Luego de este hecho, meses después la policía encierra
a Paris y clausura el local sindical. El 24 de octubre de 1921 se declara
la huelga general. En Buenos Aires, el presidente Yrigoyen le pide a su
amigo, el Teniente Coronel Varela, que se haga cargo de la represión en
la Patagonia: en menos de una semana más de 300 hombres sublevan la región
del sudeste de Santa Cruz.
La primera de los alzamientos, que es dirigida por Soto, es totalmente pacífica:
se busca la libertad de los presos de Río Gallegos.
El 6 y 7 de diciembre, los militares se encuentran en la puerta de la estancia
"La Anita". Los trabajadores se reúnen en una asamblea, en la que el chileno
Juan Farina propone terminar con la huelga y negociar con los militares.
La otra postura la da el alemán Pablo Schultz, quien dice que la única forma
de ganar es pelar. Soto propone que se envíen dos hombres con bandera blanca
hasta donde están las tropas y que pidan condiciones (la libertad de los
compañeros de Río Gallegos y el cumplimiento de las cláusulas del convenio
del pasado año) al jefe militar: dos chilenos son los designados quienes
al llegar al lugar son automáticamente fusilados. Los militares envían a
tres soldados con bandera blanca que les comunican a los rebeldes que lo
único que les ofrece el Ejército es la rendición incondicional a cambio
de que se los respetara y se los tratara bien. Nuevamente hay dos posiciones:
la de Farina, que quiere aceptar la propuesta militar, y la de Schultz,
más que nunca dispuesto a pelar. "Os fusilarán a todos, nadie va a quedar
con vida, huyamos compañeros, sigamos la huelga indefinidamente hasta que
triunfemos. No confiéis en los militares, son cobardes por excelencia, son
resentidos porque están obligados a vestir el uniforme y a obedecer toda
su vida. No saben lo que es el trabajo, odian a todo aquel con libertad
de pensamiento (...) No os entreguéis", son las enérgicas palabras de Soto.
Se vota en la asamblea y gana la posición de Farina. Shultz dice que no
coincide con la decisión, pero que la acata. Soto se niega y responde: "No
soy carne para tirar a los perros. Si es para pelear me quedo, pero los
compañeros no quieren pelear." A Soto lo siguen doce huelguistas más, y
huyen a caballo hacia la cordillera. Los huelguistas rendidos (entre 500
y 600) fueron humillados, torturados y fusilados.
Soto y su grupo se van hacia Chile, perseguidos por el Ejército argentino
y por los carabineros chilenos, que intentaban que no entren al país. Los
compañeros de la Federación obrera, sabiendo el peligro que corría en la
ciudad a la que había llegado (Puerto Natales) deciden enviarlo en barco
a Puna Arenas, lugar que tendrá que dejar para irse a Valparaíso. En ese
lugar conoce a la hija de los propietarios del lugar en donde vivía, y a
los pocos meses se casa. Con Amanda Souper se traslada al norte de Chile,
en donde tiene a sus seis hijos.
Ya en Santiago continúa con su actividad política en forma clandestina,
aunque las persecuciones policiales lo hacen cambiar de rumbo constantemente.
(cuando se traslada nuevamente a Puerto Natale, instala un cine al que llama
"Libertad")
En 1936, año en que se declara la Guerra Civil Española, Soto intenta pelear
por la República, pero su salud no se lo permite.
El 5 de marzo de 1938 se vuelve a casar con la chilota Dorotea Cárdenas,
con la que tiene una hija.
Después de haber trabajado como peón rural, obrero en la fundición, puestero
de frutas, chofer de camión, y la fundación de un restaurante en honor a
su padre, Soto muere el 11 de mayo de 1963 a los 65 años.
JOSÉ FONT, "FACÓN GRANDE"(Osvaldo Bayer, Página/12, 9/10/93)
José Font era un hombre de buen pasar económico: era el dueño de una tropa
de carros laneros que transportaban los fardos de lana de las estancias
desde la precordillera a puerto Deseado y a San Julián. Sin embargo, su
único lujo era un facón que llevaba cruzado en la espalda.
Cuando algunos peones rurales se presentaron frente a Facón Grande para
que los representara sindicalmente, el gaucho no dudó un minuto en hacerlo:
en ese momento, Yrigoyen ya había mandado a l Teniente Coronel Varela a
reprimir a los revolucionarios patagónicos, y Gran Bretaña también había
amenazado con enviar buques desde las Islas Malvinas para defender las propiedades
de los estancieros.
Varela había recibido la información de que la columna de Facón Grande acampaba
en Tehuelches, y allí le ordena a sus soldados una descarga cerrada contra
ellos, aunque el gaucho los enfrenta y hace que las tropas se retiren rápidamente
hacia Jaramillo. En esa hecho mueren tres huelguistas y un soldado.
Varela, entonces, hace atraer a Facón grande hacia Jaramillo con la propuesta
de negociar las condiciones de la huelga. Cuando se encuentra, el militar
ordena su detención. Facón Grande siempre le reprochó a Varela su falta
de hombría por la forma en que lo detuvieron.
Tiempo después, en 1921, Facón Grande es llevado junto a un grupo de compañeros
a un cañadón de la estancia de Cimadevilla, y allí sin fusilados. Ese lugar
es recordado con el nombre "cañadón de la muerte." Por su parte, Varela
envía un comunicado diciendo que Facón Grande fue muerto en combate, y sus
pertenencias fueron dadas en administración al Estado, aunque a algunos
administradores, "se les pierden" algunas cosas.
Años después, dos chatas de Facón quedaron abandonadas en el camino y sirvieron
para la orientación de viajeros. Junto a ellas, el herrero Kuney levantó
una herrería, y ese lugar será el pueblo de "Cañadón León", aunque oficialmente
lleva el nombre de un militar de la Década Infame: Gobernador Gregores
Cuando al dramaturgo Rodolfo González Pacheco, en la Sociedad de Actores,
le preguntaron cómo se había hecho anarquista, respondió sonriente: "La
culpa de unos agitadores que disfrazados de marineros y vendedores de casimires
de contrabando llegaron una tarde a la estancia de mis padres, en los primeros
años de este siglo. Yo era un hijo de papá, un aprendiz de gaucho, mujeriego
en los bailes de rancho y pendenciero en las reuniones de pulpería. Respetado
por los gauchos que veían en mí más que al mozo guapo a un protegido de
los milicos porque era hijo de estanciero. Aquellos falsos contrabandistas
pidieron permiso para pernoctar, y de acuerdo con la costumbre hospitalaria
de nuestra pampa, se le dio carne asada y catres para pasar la noche. Al
día siguiente, cuando se fueron, uno de los peones me trajo una colección
de folletos que los forasteros se habían olvidado en el galpón, repartidos
estratégicamente para que se pudieran hallar después de irse... eran pensamientos
de Bakunin, de Kropotkin, de Pietro Gori, de Malatesta. Al leerlos, fue
la primera vez que advertí que en el mundo había algo más que las ginebras,
guitarras y carreras cuadreras. Había gente que se preocupaba por sus congéneres.
Y que mi vida era canallesca comparada con la nobleza y los sentimientos
de esa gente..."
González Pacheco fue un aclamado hombre del teatro: conmovió a los sectores
populares con sus obras "Hermano lobo", "Las víboras", "La inundación",
"Hijos del pueblo". Aunque durante mucho tiempo esas obras se estrenaron
en las salas céntricas, el las escribía especialmente para que se presentasen
en los "cuadros filodramáticos"(teatros con los que contaban todas las sociedades
de resistencia), creadas por socialistas y anarquistas.
"Fue un nato sembrador de ideas. Un orados político por excelencia. Estuvo
en todo el país para hablar. Habló en todas las campañas: la de Radowitzky,
la de Sacco y Vanzetti, la de los mensúes, la de los mineros. Pero ante
todo fue el creador de "los Carteles": eran recuadros que se publicaban
en los periódicos anarquistas y donde se tomaba posición ante los acontecimientos
públicos que se conocían." (Osvaldo Bayer)
Fundó el semanario "La Mentira", que fundó junto al policía Federico Gutiérrez.
Participó escribiendo en Germinal, en Campana Nueva, en La Batalla.
Por estar en contra de la Ley Social y la Ley de Residencia, junto a otros
luchadores fue preso a Ushuaia. Pero no se amilanó, y apenas regresado a
Buenos Aires fundó "Libre Palabra" y "El Manifiesto". Poco tiempo después
creará "La obra", aunque durante la Semana Trágica de Yrigoyen hizo que
esa obra fuera clausurados, junto con la protesta.
Aun con las amenazas de cárcel, Pacheco creó "Tribuna proletaria": durante
el gobierno de alvear lo condenan a seis meses de prisión por los elogios
hacia el alemán Kurt Wilckens.
En 1936 irá a defender al pueblo español contra Franco. Y en 1943 ya no
pasarán sus obras en los sindicatos.
La huelga fue llevada a cabo por la Federación de Obreros de Construcciones
Navales. Debajo del nombre tenía en letras grandes, la palabra autónoma,
para que no hubieran dudas. Tenían su sede en Pedro de Mendoza 1915, en
el corazón de la Boca. Después de trece meses de huelga, cayeron vencidos.
Pero, como lo dijo el último boletín repartido en los muelles, en los diques
y en las calles de Barracas y La Boca: "Sin arriar bandera." El motivo de
la huelga de 1956 fue por mejor calidad de vida: horario de seis horas en
lugar de ocho, para poder dedicar más tiempo a la cultura y a la familia,
para gozar de la naturaleza. Fueron vencidos por los militares Aramburu
y Rojas. Los marinos de guerra fueron los más insistentes en eliminar del
puerto toda semilla de innovación social. El almirante Sado Bonet y el capitán
de navío Patrón Laplacette , ministro de obras públicas e interventor de
la CGT, fueron los artífices de la derrota obrera.
MUJERES ANARQUISTAS (Mabel Belucci, La Cautiva)
Virginia Bolten
Nacida en el Uruguay, Virginia viene a Argentina y se instala en Rosario,
a fines del año pasado. En medio del clima de lucha que envolvía a la ciudad,
Bolten encabeza una ancha columna de hombres y mujeres en la manifestación
popular del 1° de mayo de 1890 en la plaza López. Su encendido discurso
hace que sea encarcelada por atentar contra el orden social. Los rumores
de la historia dicen que fue la primera mujer que habló en un mitin obrero
Ese mismo año se traslada a Buenos Aires: por sus continuos discursos que
infunden el anarquismo, sufre la continua persecución militar. Forma parte
del Comité de Huelga Femenino, que movilizaba a los trabajadores del Mercado
de Frutos porteño.
En 1907, ya como miembro del Centro Femenino Anarquista, activa la huelga
de inquilinos. Por esto es deportada a su país natal. Su lugar de residencia
será Montevideo.
Juana Rouco Buela
Llegó a la Argentina en 1900 desde España y se instaló en Buenos Aires.
A los quince años ingresa al movimiento 8el 1° de mayo de 1904 fue su primera
participación en un acto obrero)
Tiempo después representa a lasa mujeres de la "Refinería Argentina", de
Rosario, en el Congreso de la FORA. En 1907 organiza el centro Femenino
Anarquista, y participa de la huelga de los inquilinos. Para esa fecha es
deportada y Juana decide volver a España. A su regreso, como no puede hacerlo
en el país, se instala en Montevideo, y desde allí inicia una fuerte actividad
propagandística junto a Bolten y María Collazo.
Ingresa de forma clandestina al país, y en 1910 es detenida, extraditada
a Montevideo y encarcelada durante un año. En 1914 viaja clandestinamente
a París, y cuando es descubierta desembarca en Brasil. Regresa nuevamente
a la Argentina, e interviene en los hechos de la Semana Trágica.
Recorre el país con el apoyo de los rurales y los industriales. En 1921
funda en Necochea el Centro de Estudios Sociales Femeninos, y crea el periódico
feminista Nuestra Tribuna. En 1928 participa en el Tercer Congreso Internacional
Femenino.
Muere a los 80 años, en 1969.
Rosa Dubovsky
Nacida en Rusia y perseguida por el régimen zarista, huye junto a su marido
Adolfo hacia Turquía. Adolfo se alista en Ejército mientras hace el Servicio
Militar, y allí entrega un arsenal de armas a los revolucionarios. Antes
se casan en secreto: Rosa parte a Francia, y su esposo a Buenos Aires. En
1907 se reencuentran en Rosario, cuando el trabaja en los Ferrocarriles
y ella trabaja como sombrerera.
En la ciudad de Santa Fe, Adolfo milita en el campo anarco - sindicalista,
y Rosa concurre a las reuniones de mujeres anarquistas. Funda una bibilioteca,
exclusivamente para mujeres, llamada Emma Goldman.
Después del golpe del ´30, el matrimonio y sus seis hijos deben escapar
a Buenos Aires, a pesar de la poca seguridad. En 1936 muere Adolfo. Comienza
a trabar como empleada de la esterilla y tapicería, participa en la FORA
y en la Federación Libertaria Argentina, hasta 1972, el año de su muerte.
(Los Sacco y Vanzetti argentinos, por Osvaldo Bayer: a Pascual Vuotto, Reclus
de Diago y Santiago Mainini se los acusó de haber perpetrado el atentado
al conservador José Blanch, en donde mueren su cuñada y su hijita. En un
primer momento detienen a dos punteros del comité radical, Melchor Durán
y Juan Perutti, y éste último intenta suicidarse en la cárcel. Pero Germán
Parissi, comisario radical, envía un anónimo que acusa a estos tres anarquistas.
Aunque se comprueba que el anónimo es falso, la policía toma como cierto
el mensaje, libera a los radicales y comienza la caza de los anarquistas
de la zona.
Fueron torturados salvajemente: hasta el médico de la policía denuncia los
vejámenes de los presos, quienes fueron condenados a prisión perpetua. En
la cárcel, Vuotto hizo de sus celda una trinchera y pudo comprobar su inocencia
y la de sus compañeros. Así se originó el periódico "Justicia". Una gran
campaña solidaria llevada a cabo por los trabajadores pudo haberlos dejado
libres, pero ellos no querían perdón ni indulto, querían un juicio limpio:
si hasta el propio Blanch sabía que eran inocentes, pero jamás dijo nada.
Los trabajadores siguieron luchando junto a los presos, y once años después,
en 1942, el gobernador Rodolfo Moreno conmutó la pena, pero Vuotto no se
conformó y siguió pidiendo justicia.)
"Yo he sido subalterno y pariente del comandante Varela. Acabo de vengar
su muerte" – fue la declaración de Millán ante el inspector Conti.
Wilckens vivirá casi un día mas antes de morir. La noticia en tanto ya corría
por toda la ciudad. A pesar de ser sábado, los distintos gremios comienzan
a movilizarse.
"- Va a haber jaleo por el lado
de los obreros" –le indican al presidente Alvear. Así es que cuando el tema
empezado dos años atrás en Santa Cruz parecía calmarse; vuelven los dolores
de cabeza para los funcionarios nacionales. Incluso el gobierno pasa a quedar
como sospechoso de facilitar la muerte de Wilckens. En realidad es muy probable
que Millán actuara con el apoyo logístico de la Liga Patriótica de la que
era miembro.
"WILCKENS FUE COBARDEMENTE AGREDIDO
HOY EN LA PRISIÓN NACIONAL" titulaba el diario Crítica en una tirada que
superó los 500.000 ejemplares.
Notas en Caras y Caretas (1923)
sobre el atentado de Wilckens al asesino Varela y la venganza
de Ernesto Jorge Pérez Millán. Clic para descargar.
Efectivamente los gremios a
pesar de sus diferencias ideológicas (anarquistas, socialistas comunistas,
sindicalistas puros) al saber de la muerte de Wilckens comienzan a aplicar
medidas de fuerza. Incluso hay malestar ya que la justicia y la policía
no terminan de entregar el cuerpo, el cual es sacado secretamente rumbo
a una tumba desconocida (luego encontrada por un periodista en el cementerio
de la Chacarita). Mientras se siguen sumando adhesiones y paros de nuevos
gremios. Las sedes se van nutriendo de militantes a la espera de la aparición
del cuerpo del anarquista ultimado. El centro de mayor tensión es la sede
de la FORA (Federaciónn Obrera Regional Argentina) en donde se agrupan una
docena de sociedades obreras.
Es el día lunes siguiente al atentado en la cárcel. La ciudad de Buenos
Aires está paralizada. Algunos militantes fueron detenidos el día anterior
por realizar daños a tranvías al enterarse de que les habían escondido el
cuerpo de Wilckens. El paro se siente en todas las principales ciudades
del país y especialmente en los puertos. El Sr. Carlés de la Liga Patriótica
ofrece sus 43 brigadas civiles (una especie de fuerza armada privada) para
restablecer el orden.
En el Local de la Sociedad de Obreros Panaderos (zona de Plaza Once en la
ciudad de Buenos Aires) el martes se congregan miles de obreros. La Plaza
once está copada de efectivos policiales. Allí comenzará el jaleo tan temido
en las esferas del gobierno. Será difícil precisar quien comenzó, pero el
resultado de los disturbios arrojó dos muertos, 17 heridos y 163 detenidos
por parte de los obreros y un oficial muerto y tres heridos mas por parte
de la policía.
Aquí vuelven a diferenciarse las asociaciones obreras. La USA (Unión Sindical
Argentina) adhirió en principio a las medidas pero evitando manifestar públicamente.
Luego levantará su paro. Algunos gremios del sector anarquista (FORA) deberán
también aflojar en sus medidas ya que al no presentarse a trabajar son reemplazados
por cualquier desocupado de los tantos que abundaban. Así como ya es habitual
las medidas de fuerza quedan diluídas.
Volvamos a Pérez Millán. Su posición es comprometida. Si actuó respaldado
por una organización, no puede hacerlo público. Por ello comienza a argumentar
incoherencias y contradicciones ... comienza a hacerse el loco. Con ayuda
de algún poderoso tal vez consiga una condena de pocos años y en una institución
psiquiátrica:
"Pérez Millán, sometido a un examen de sus características psíquicas acusa
síntomas bien claros de hallarse bajo la acción de una ligera crisis nerviosa,
y en ciertos momentos de su interrogatorio presenta rasgos de perturbación
de su memoria pues ciertos pasajes de su vida anterior los recuerda con
alguna dificultad, no encuadrando en la preparación que demuestra tener
el reconocido" (médico forense Doctor Vailatti).
Finalmente le dan ocho años de reclusión. Será trasladado en abril de 1925
al hospicio de la calle Vieytes. Allí se cree que estará seguro y que el
tema de Santa Cruz dormirá finalmente para ya no volver.
Pero un par de nombres se agregarán a la lista de los vengadores. Hay un
"loquito bueno" de nombre Esteban Lucich, yugoslavo. Pequeño de estatura
y un poco jorobado. Lustra los zapatos, tiende las camas, barre el piso
y así se gana unas monedas ... Circula libremente por el hospicio. Como
en la mañana del 9 de noviembre de 1925.
Justamente esa mañana Pérez Millán se sentía algo abandonado. La sociedad
ya estaba preocupada por otros temas, y salvo su padre ya nadie lo visita.
Aparentemente dice a su compañero de habitación "voy a desenmascarar a mas
de uno" y comienza a escribir una carta. Almuerza algo liviano y prosigue
su escrito ... el que quedará inconcluso. Mas precisamente a la 12:30 el
"loquito bueno" pide pasar al pabellón de los enfermos pudientes. Llega
hasta la habitación de Pérez Millán, entra, saca un revólver y dice: "-
Esto te lo manda Wilckens".
Millán recibe un balazo en el pulmón izquierdo y se tira al piso evitando
que lo alcance un segundo disparo. En el posterior forcejeo recibe un nuevo
proyectil que se le aloja en el muslo. Finalmente llega un enfermero y reduce
a Lucich, al que le colocan un clásico chaleco de fuerza.
Nuevamente
despierta una historia no tan dormida. A cargo de la investigación de este
último suceso está el comisario inspector Santiago. Preguntado Lucich de
por qué lo hizo , solo contesta una frase memorizada: "el revólver lo encontré
en la mesa de Pérez Millán. Como él me atacó a puñetazos yo le disparé para
defenderme". El comisario comprende que este loquito no obró por decisión
propia sino que fue "programado" por alguien. Por eso pide enseguida una
lista de reclusos internados allí mismo en el Vieytes. Y ahí encuentra el
nombre servido de quien pudo idear este nuevo eslabón en la serie de venganzas:
el ruso Boris Wladimirovich.
¿Qué hace este anarquista ruso que ha recorrido el mundo, en este hospicio
cuando debiera estar cumpliendo una condena en el penal de Ushuaia ? ¿Qué
hace aquí casi paralítico y en las últimas, y encima logrando que Lucich
dispare contra Millán? El diario La Razón lo llamará "curiosa, siniestra,
novelesca silueta".
Justamente Pérez Millán se encontraba internado tras los disparos. Si bien
los médicos suponían que en treinta días estaría recuperado, una perforación
en algunos órganos lo debilita progresivamente hasta que fallece en plena
madrugada. El presidente de la Liga Patriótica está a su lado y días después
publica la carta que estaba escribiendo Millán en sus últimas horas. En
ella no aparecen denuncias sino el relato de cómo se involucró en el tema
de Santa Cruz. La última frase es "Tengo que decir mas respecto a mi condena
..." Allí ocurre el atentado sin que se sepa que era "eso mas".
Volviendo a Wladimirovich cabe señalar que en el penal de Ushuaia (donde
cumplía una condena por un asalto realizado con el fin de conseguir fondos
para publicar un diario anarquista) su salud comenzó a deteriorarse. Curiosidad
del destino: alguna vez se había salvado de ir a Siberia y terminaba en
Ushuaia que por entonces era realmente el fin del mundo.
Es muy probable que el ruso al ver su delicada salud y antes de morir quisiera
realizar un último acto idealista: vengar a Wilckens. Por ello comienza
a "estar loco" al saber que Millán está en El Hospital de las Mercedes (el
Vieytes). Según el médico de Ushuaia el anarquista tiene signos notorios:
canta viejas canciones rusas, no puede caminar, se arrodilla rezando (como
para tomar por loco siendo un anarquista). Ya en el penal del sur estaba
otro anarquista de los pesados: Simon Radowitsky. Dos son mucho. Wladimirovich
no parece peligroso, así es que mejor trasladarlo al manicomio donde se
derivan los condenados. Allí le queda el trabajo de adoctrinar a Lucich
y simplemente entregarle un revólver con las frases que debía decir.
El comisario Santiago lo hace traer y comparecer. El ruso de 49 años parecía
un anciano de setenta. Su estado general era lamentable y pasaba la mayor
parte del tiempo postrado. Sabe que va a ser muy difícil probarle algo en
ese estado. Wladimirovich apenas sonríe. No confiesa ni se inmuta ante los
"ablandes" típicos. Claro está acostumbrado a los ayunos anarquistas y además
viene del penal de Ushuaia. Los posibles testigos son "locos" o débiles
mentales, y los posibles colaboradores externos solo dicen que le llevaron
fruta y no armas. De todas maneras Wladimirovich no saldrá de la cárcel.
Ya paralítico, sucio y desatendido fallecerá al poco tiempo...
... Es el fin del cuarto acto del drama que comenzó en la lejana (cercana)
Santa Cruz.-
Queda por allí un hecho suelto al cual no puede comprobársele conexión con
esta serie de venganzas pero que sí vuelve a enfrentar al movimiento anarquista
contra el oficialismo. En el dia de Nochebuena del año 1929, un militante
anarquista de nombre Gualterio Marinelli de 44 años; se acercó a la carrera
hasta el coche presidencial en donde viajaba Hipólito Yrigoyen (por entonces
en su segundo mandato como presidente). Una vez cerca del vehículo vacía
la carga de su revólver. La custodia repele el ataque dando muerte a Marinelli.
Yrigoyen ileso, concurre a la comisaría a ver los restos del anarquista,
mientras se le oye decir: ¡ Y yo que nunca hice mal a nadie!"
En la noche del 9 de diciembre de 1921, doce hombres llegaban al territorio
de Magallanes, tras cruzar, de a caballo, el cerro Centinela, en plena zona
de Lago Argentino. Venían huyendo del infierno. Tenían precio sobre sus
cabezas. Un precio muy bajo, digamos, el de un guanaco. Eran los últimos
sobrevivientes de una huelga que terminaba para ellos en una derrota sin
gloria. El último núcleo de anarquistas que salía huyendo de la llanura
en donde habían querido fundar el paraíso en la tierra. Porque aquella huelga
que declararon a los cuatro vientos, no fue una huelga más, no fue sólo
por unas cuantas monedas, sino que por la revolución, por el socialismo.
Eran hombres de fe, que ahora le daban cuerda a la desesperación en su escapatoria
a los pies del cadalso. Parecía mentira. Sólo unas cuantas semanas antes,
eran los dueños de toda la provincia de Santa Cruz, Patagonia argentina.
Cruzaron la pampa fría con el credo revolucionario en la boca, buscando
hermanos para la causa. Y los hombres los siguieron. Formaban grandes grupos
de jinetes alzados. Y la palabra huelga se esparció por todo el territorio,
en cada estancia ganadera, en los galpones de esquila y en los corrales,
en cada huella de tierra, vadeando los ríos, palmo a palmo de la llanura,
en kilómetros a la redonda. Y mírenlos ahora. Era de no creerlo. De todo
el movimiento huelguístico sólo quedaba una cifra imprecisa de muertos,
el imperio acerado de una ley marcial, y centenares de sobrevivientes que
jamás volverían a rebelarse en sus vidas, tampoco lo harían sus hijos, ni
los hijos de sus hijos.
Entre los escapados iba Antonio Soto Canalejo, líder máximo de la huelga.
Español, de veinticuatro años de edad, nacido en El Ferrol*, en ese vértice
de tierra, al noroeste de la península Ibérica, que es Galicia. El hombre
más buscado de la Patagonia. El enemigo público número uno para la Liga
Patriótica, la Iglesia, los estancieros y el gobierno de la provincia. Un
anarquista de tomo y lomo, sin duda. Tras ellos, en la estancia La Anita,
a esa misma hora, se mataba que era un gusto. La gran mayoría de los ovejeros,
en la asamblea del día anterior, había decidido entregarse a las tropas
del 10 de Caballería, al mando del capitán Viñas Ibarra, con la ilusión
de que no haya fusilamientos. Soto Canalejo casi perdió la voz diciéndoles,
más bien gritándoles a todo pulmón que debían pelear, que no era posible
claudicar a esas alturas de la vida y de la muerte. Pero la suerte estaba
echada. Los ovejeros votaron por la claudicación, a mano alzada. Entonces
decidió largarse de allí, huir hacia Magallanes, hacia Chile. Le siguieron
once de sus compañeros. Los demás, la inmensa mayoría, esperaron la entrada
de los soldados. Lo hicieron en completo silencio, y en aparente calma.
Luego, sólo sabrían de insultos, arreos y culatazos. Más tarde, sabrían
de fosas abiertas por sus propias manos, tomas de distancia, ubicación en
el punto de mira, órdenes de fuego, llegada de proyectiles. Todo muy rápido.
Y todo era cierto, porque las balas de los Máuser no mienten. Aún así, permanecían
impávidos, silentes hasta la médula. No intentaron nada. Ni siquiera lloraban.
Parecía que no creyeran lo que les estaba pasando. Que sólo se trataba de
un sueño protervo. Tal como si no se dieran cuenta de que eso y no otra
cosa era la muerte.
Llegando así, como llegó Antonio Soto Canalejo a Magallanes, cumplía, sin
saberlo quizás, con una especie de ley meridional. Llegaba huyendo. Y a
estas tierras hacía ya varias décadas que los hombres llegaban huyendo o
a cumplir una condena indecible. Escapados del hambre, de la guerra, de
los estragos de la existencia, de la miseria congénita, de la mala fortuna,
de lo que sea. Qué se puede ir a buscar al fin del mundo, si no es acaso
borrar el pasado de una plumada, a golpes de viento; intentar ser otro,
inventarse una vida. No obstante aquello, el gallego Soto era el más derrotado
de los que llegaron al territorio magallánico, porque venía huyendo de una
derrota total, que lo desbordaba, que la hacía inmensurable. Era una fe
derribada. Un intento de revolución caído a pedazos, y en cuyo derrumbe
había hombres, centenares de hombres habitando esos pequeños abismos que
son las fosas, y sin embargo insondables en sus tinieblas duras, donde yacían
con sus ojos y bocas, y con sus corazones pacíficos después de todo, tapiados
por la tierra más fría del mundo, a escasa profundidad, pero para siempre.
Aunque le hubiesen dicho al gallego Soto que los anarquistas eran borrados
del mapa en todas partes; que la década de 1920 era la década destinada
para los golpes finales a los anarcosindicalistas en Estados Unidos, en
Europa, en América del Sur, esto no habría servido de consuelo para él,
no habría abrevado en aquella fuente la sed de su angustia. Era un hombre
joven, creía en la revolución. Era un anarquista, y por lo tanto, sabía
que lo posible no es digno de fe; entonces, pedía lo imposible. Se le iba
la vida en ello.
A pesar de la ceguera que provoca una fuga desesperada, Antonio Soto Canalejo
y sus compañeros creían llegar a una buena tierra para su causa. En Magallanes
no sólo salvarían el pellejo, sino que además encontrarían hermanos que
pondrían sus vidas en la misma balanza. Y esa era la pura y santa verdad,
como se dice. El territorio austral, el último en ser anexado al Estado
de Chile en el continente, tan solo sesenta y ocho años antes, y a duras
penas, vio crecer, como una planta extraña, la idea anarquista, que dio
pábulo a la Federación Obrera de Magallanes, la organización sindical más
poderosa de la que se tenga memoria en el cono sur americano. Más aguda
y más audaz en su ideario que la misma Federación Obrera de Chile, fundada
por Luis Emilio Recabarren, en el norte del país, en 1909. Fue algo estrambótico,
realmente. Hombres que se reunían y conspiraban como podían, bajo los preceptos
de la revolución social, del fin del capitalismo, del hombre nuevo. Era
una locura. Un crisol de voluntades revolucionarias, que le declaró la guerra
al Estado, a la Iglesia, a los reyezuelos de la industria ganadera, a los
santos, los profetas, los poderosos. Pero no sabían nada de táctica y estrategia.
Querían dar una guerra al Capital con unos cuantos revólveres Smith & Wesson.
Y los amos de esta tierra, que en la Europa de donde salieron no habrían
pasado de ser fundadores de una nobleza de opereta, príncipes enanos a fin
de cuentas, recogieron el guante, y dieron con ellos en la caterva, les
hicieron morder el polvo y la sangre. Se les adelantaron. Veían un poco
más. Les bastó con un par de asonadas de tropas y policías, para dar por
finalizada la época de las huelgas, los episodios de la subversión. En unas
cuantos días terminaron con esa pequeña Comuna de París que fue Puerto Natales,
en enero de 1919, y le bastaron algunas horas más de la madrugada del 27
de julio de 1920, para reducir a cenizas el local de la Federación Obrera
en Punta Arenas. Así cayeron, entre las paredes y vigas calcinadas de la
sede sindical, las intenciones de hacer de Magallanes un territorio liberado,
una república popular o algo por el estilo. Luego, las persecuciones pertinentes,
los encarcelamientos necesarios, las torturas a tiempo, los fondeos de hombres
todavía con vida en las aguas del famoso estrecho de Magallanes, la recuperación
del orden público, el imperio de la obediencia, el dictamen de las buenas
intenciones. Y entonces las personas de bien, pudieron, por fin, respirar
tranquilos en los salones, en los templos de culto, en los cuarteles.
Los fugitivos llegaban un año y medio tarde, y eso era mucho tiempo, para
una causa urgente como la anarquista. Salvaron la vida, por cierto; pero
cayeron directo a una tierra apagada para la revolución. Para el gallego
Soto, comenzó otra historia. Tuvo que permanecer oculto, luego salir de
polizón hacia el norte de Chile. Él quería regresarse cuanto antes a las
llanuras de Santa Cruz. Quería continuar la batalla, tal como aquella tarde
del 7 de diciembre fatídico, cuando le clamaba a sus compañeros que se fueran
con él a los montes, y desde allí continuar con su guerra proletaria. No
sabía bien si de guerrillas o de qué tipo, pero seguir en la contienda,
como hombre bravío que era. Se quedó sin regresar, hasta diez años después,
y eso ya eran siglos. Volvió a la provincia de Santa Cruz, que una vez fue
su suya - es un decir- fue su propio y humilde Palacio de Invierno. Pero
llegó a otra historia, a otro tiempo. No le reconocieron. Fue negado cien
veces. No había memoria entre su gente, solo había miedo en grandes cantidades.
Ahora, escribo esto a unos cuantos años de que se cumplan un siglo de ocurridos
los hechos. Un poco más de veinte años, y veinte años no es nada. Confieso
que lo hago con la displicencia que da el tiempo transcurrido. Aún así ajusto
mi sombra a este fragmento de historia de la Patagonia. Lo hago porque siento
que se trata de un episodio trunco, inacabado. Quizás como lo son todos
los episodios que protagonizan los hombres. Sólo a los dioses les son destinadas,
en las escrituras, escenas resueltas de verdad, porque se imaginan eternas.
Sin embargo, en nada cuenta que a mí los dioses me parezcan absurdos, porque
en la historia de la muerte son imbatibles. Más sigo el hilo de este breve
episodio patagónico, porque me atañe directamente. Después de todo, he nacido
aquí, en el confín de la Tierra, donde tuvieron lugar estos hechos. Le podría
dar, con cierta ayuda, un orden cronológico bastante exacto, establecer
una secuencia, pormenorizar a diestra y siniestra, pero me seguiría pareciendo
que le falta algo; no sé, tal como decía Goethe acerca de la historia de
Napoleón, y uso estas palabras sólo como referencia; sentimos como si debiera
haber en ella algo más, pero no sabemos qué. Fin de la cita. Y es tal cual
con respecto a este jirón de tiempo, al derrotero de este hombre indócil,
que vio un día arder todo el mundo a su alrededor. La historia de Antonio
Soto Canalejo se me antoja inconclusa para él y para todos los que intentaron
llegar al paraíso en la tierra, declarando la huelga general y a lomos de
caballos. Quizás faltó en la Patagonia de aquellos hombres algo de ferocidad
insurrecta, de instinto homicida, de esa transmutación cruenta que hace
a los hombres pasar de víctimas a victimarios. No sabría decirlo. Ahora
todo sería conjeturas, cálculo de probabilidades, estrategias de salón.
No pienso caer en esa impudicia. Sólo me resta afirmar, y corro el riesgo
de la aventura, que cuando Antonio Soto Canalejo y sus compañeros llegaron
al territorio de Magallanes, con toda su bravura a cuestas, en este rincón
austral, la siempre frágil llama de la rebeldía popular ya estaba apagada
por completo, ya había caído en la cuenta del miedo pánico, ya la Idea de
los anarquistas estaba sepultada bajo siete palmos de olvido puro; es decir,
tierra muerta; y que desde entonces, en Magallanes, o más preciso que eso
aún, en la Patagonia, la domesticación de los hombres, hasta nuestros días,
es un hecho objetivo. Desde entonces, salvo las excepciones de rigor, mansedumbre,
obediencia ciega, mirada ovejuna. Basta con decir que el mismo Antonio Soto
Canalejo dejó sus huesos en la ciudad de Punta Arenas, no sin antes convertirse,
con los años, en un ciudadano correcto, con nombre y domicilio conocidos,
en un padre de familia ejemplar. Nada que agregar.
*El Ferrol, la misma localidad española en la que nació, en 1892, alguien
a quien, Soto Canalejo habría conocido en sus años de infancia: Francisco
Franco.