La
Noche de los Lápices: Entre las verdades de la democracia y las conquista de las
luchas
El 16 de septiembre se cumplen 40 años del
operativo militar que se llevó a cabo en la ciudad de La Plata entre el 9 y el
21 de septiembre de 1976, conocido como “La noche de los lápices” por el
secuestro y desaparición de estudiantes secundarios militantes de distintas
organizaciones políticas. Emilce Moler es una de los cuatro estudiantes que
sobrevivieron al asesinato perpetrado por el Terrorismo de Estado. Desde hace
años viene realizando la tarea de esclarecer lo ocurrido y sembrar conciencia en
aquellos que no vivieron la dictadura cívico-militar. Moler afirma en esta nota
escrita para La Tecl@ Eñe que desde hace años “sentí la necesidad de mantener el
recuerdo de mis compañeros de militancia desaparecidos, informar sobre lo
ocurrido aquel trágico septiembre y contribuir a comprender por qué ocurrieron
estos trágicos episodios para que el deseo del “nunca más” sea una realidad.”
Por Emilce Moler*
Cada 16 de septiembre es una oportunidad para escribir nuevos relatos, recrear
experiencias, evocar imágenes, tejer tramas de la memoria y, sobre todo,
proyectar nuevos horizontes.
A lo largo de estos años nos encontramos con avances y retrocesos en el
ejercicio de poder pensar nuestro pasado reciente en base a las memorias que se
despliegan, como parte de las piezas de un rompecabezas que seguimos armando
hoy, en el presente. El pasado no vive en fechas estancas que nos trae el
calendario, el pasado vuelve todos los días, cuando tomamos decisiones,
elegimos, legislamos. Cada nieto recuperado es el más claro ejemplo que este
pasado no quedó atrás. Los juicios que se han desarrollado y aún bregamos por su
continuidad, son en el hoy: con abogados de hoy, con jueces de hoy, con gran
parte de una sociedad civil que acompaña, como se vio recientemente en la ciudad
de Córdoba, en el ejemplar juicio del centro clandestino La Perla.
Llevamos 40 años de democracia. Una democracia que fue fortaleciéndose a pesar
de muchos obstáculos, pero mucho de lo que pudimos andar fue en parte gracias al
compromiso y la lucha de los ex detenidos, quienes junto a todos los militantes
de derechos humanos, Madres, Abuelas, Hijos, desde los primeros momentos,
decidimos hablar. Salir a contar lo que nos pasó, además de remover historias
muy dolorosas para muchos, nos liberó de ese lugar en el que los mismos
represores habían decidido ponernos. En la clandestinidad, en la ilegalidad, ahí
donde nada parecía verdadero.
Después de muchos años de lucha, de contar nuestras historias; las voces de los
sobrevivientes se convirtieron en testimonios, los cuerpos de los desaparecidos
permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio se hizo discurso, la
memoria, la verdad y la justicia, política pública. Estas conquistas no han sido
fáciles, fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con gran parte una
sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir. Sin embargo hoy y
con el gran impulso de las políticas implementadas a partir del 2003, fuimos
venciendo de a poco el silencio y el miedo que ellos implantaron como
herramienta fundamental para la instauración de un modelo socio-económico
excluyente, apelando al adormecimiento de una sociedad y eliminando los canales
de participación política en un Estado democrático.
Quienes asumimos el compromiso de abrazar la lucha por los derechos humanos, nos
hemos planteado en forma permanente un sinfín de preguntas: ¿Cómo transmitir a
las futuras generaciones la historia del horror? ¿Qué queremos trasmitir? ¿Cómo
lo hacemos? Y pese a que durante este tiempo fuimos encontrando respuestas -de
acuerdo a las diferentes coyunturas políticas que atravesamos-, estos
interrogantes siguen emergiendo y planteándonos nuevos desafíos para avanzar en
el camino de la verdad y la justicia.
En lo personal, durante todos estos años compartí cientos de charlas,
entrevistas y encuentros con jóvenes que me ayudaron a comprender las demandas
de cada momento, así como también los diferentes obstáculos a vencer.
“¿Señora, es cierto que torturaban?” Esta es la pregunta que contesté cientos de
veces durante los primeros años de la democracia. Fue el período que los
esfuerzos se centraban en “intentar que me crean”. Tuve que describir los
horrores perpetrados por la dictadura, contando una y mil veces lo sucedido
porque debía vencer el “acá no pasó nada”, vencer el silencio.
A medida que nos iban creyendo comenzaban a surgir las preguntas que ponían en
evidencia la impunidad: “¿Señora, y dónde están los militares que hicieron todo
eso?” Y ante esta reflexión tenía que contestar: caminando libremente por las
calles. Y describía las distintas estrategias que fuimos encontrando para que
los hechos no quedaran impunes, producto de las leyes de Obediencia Debida,
Punto Final e Indulto. Y pese a todos los logros -juicios en España, Juicios por
la Verdad, juicios penales- sabíamos que aún faltaba mucho y que, además, era
una carrera contra el tiempo.
Siempre en las charlas surgía: “Señora: qué es militancia o militar” y entonces
había que poner en juego elementos didácticos para que puedan hacerse alguna
representación de estas actividades de participación política, que, para esos
años, década del 90, eran prácticas casi desconocidas o al menos bastante
ajenas.
Las charlas se daban en grupos reducidos, en algún aula, en alguna escuela de
adultos, en horarios alternativos. Cuando la situación no estaba trabajada
pedagógicamente antes, era un desgaste personal muy grande.
Cuando asisto a lugares donde trabajaron el tema, las preguntas son distintas,
interesantes de acuerdo al contexto político que se vive y entonces sí empieza a
tener sentido mi presencia y es altamente gratificante por los aportes de los
jóvenes.
Un nuevo momento y una nueva oportunidad se nos presentó a partir del 2003
cuando el Estado, por primera vez, empezó a acompañarnos en nuestros reclamos.
Un nuevo escenario se nos presentaba con un Gobierno que demostró en reiteradas
oportunidades la voluntad política de hacer de los derechos humanos un tema
central de su agenda.
Nos dio la oportunidad de interpretar de otro modo la década del 70, que había
sido reducida al horror de la dictadura, historias y proyectos políticos de
aquellos años invisibilizados. El giro ocurrido en la ciudadanía abrió la
oportunidad de acercamiento al pasado reciente, permitió correr el velo que nos
impedía pensar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que significó el compromiso
político para muchos jóvenes hasta que fuimos alcanzados por la brutalidad del
poder que terminó haciendo añicos ese impulso transformador. Se logra así
completar las historias de los compañeros desaparecidos con sus militancias
Y es en este punto donde volvemos a actualizar los cuestionamientos sobre cómo
seguir para afianzar lo alcanzado y que no se convierta en un punto ciego.
Durante los últimos doce años se abordaron en forma permanente estas temáticas,
tanto en las conceptualizaciones sobre la memoria, como en las tensiones en que
se inscriben y los conflictos que generan.
Hubo espacios donde se repensó cómo continuar en estas trasmisiones. Y en este
nuevo desafío los jóvenes son quienes vuelven a crear interrogantes que nos
atraviesan. Permitir y promover que surjan estos conflictos naturales, estas
contradicciones, es un paso no sólo necesario sino sumamente motivador para que
ellos puedan apropiarse de la historia. Muchas veces, algunos docentes y padres
se paralizan y se angustian frente a este tipo de dificultades; pero hay que
tener en cuenta que para los alumnos las controversias y tensiones, funcionan
como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y
colaboran en el proceso de producción del relato histórico.
Se conmemora un nuevo aniversario de La Noche de los Lápices. A lo largo de
estos años, sentí la necesidad de mantener el recuerdo de mis compañeros de
militancia desaparecidos - Claudia Falcone, Horacio Húngaro, Daniel Racero,
Francisco Lopez Muntaner y Clara Ciochini, entre tantos otros - , informar sobre
lo ocurrido aquel trágico septiembre y sobre todo, lo más importante, contribuir
a comprender por qué ocurrieron estos trágicos episodios para que el deseo del
“nunca más” sea una realidad. Estoy convencida que las políticas estatales sobre
memoria, verdad y justicia son la columna vertebral de esta trasmisión.
Y en este 2016 nos encontramos que con nueva gestión del gobierno, se
desfinanciaron programas, proyectos y políticas de pedagogía de la memoria,
programas de inclusión educativa, de acciones vinculadas a los juicios por lesa
humanidad. Se escuchan voces a favor de prisiones domiciliarias, de justicia por
mano propia, de retrocesos históricos. En síntesis, se siente una velocísima
política de desjerarquización de los logros en derechos humanos producto
precisamente de 40 años de lucha y progreso alcanzado.
Pero estas voces sin embargo no resuenan muy fuerte, son solo susurros. Son
sofocadas por la risa, el canto de los jóvenes en las plazas, en las marchas,
con sus banderas, en los miles de actos que se realizan en las escuelas a lo
largo de todo país para esta fecha. Pareciera que la verdad le ganó al oprobio,
la valentía venció al miedo, la justicia derrotó al delito.
Este 16 de septiembre las calles se llenarán nuevamente de jóvenes que sí saben
lo que pasó en la dictadura, que sí saben lo que es la militancia y que
conmemoran el día de los derechos de los estudiantes secundarios, derechos
ganados podemos afirmarlo, por la política.
Para mí, todo esto, permite confirmar que esa agenda que se construyó con la
democracia, permite dejar los incentivos más fuertes para que ellos, los nuevos
actores, sientan que los valores de nuestra lucha se mantienen más vivos que
nunca.
Buenos Aires, 15 de septiembre de 2016
*Profesora de Matemática, máster en Epistemología y doctora en Bioingeniería; se
especializa en la enseñanza de la matemática y procesamiento de imágenes médicas
y de antropología forense. Investigadora en UBA.
Fuente: La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política.
www.lateclaene.com

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