La guerra que no tuvo héroes

Por Marcos Taire. Periodista
sociedad@miradasalsur.com

Videla entrega una condecoración a la viuda del sargento Alberto Lai, muerto por una bomba colocada por la inteligencia militar / Albano Harguindeguy descubre un busto del capitán Héctor Cáceres en la inauguración del pueblo que lleva su nombre.

Los responsables de la Operación Independencia inventaron medio centenar de víctimas en acciones de combate que nunca existieron. Uno a uno, todos los casos desenmascarados.

A partir del 9 de febrero de 1975, los militares argentinos –Ejército fundamentalmente– ejecutaron en Tucumán la Operación Independencia. Ocuparon la más pequeña de las provincias argentinas y comenzaron a ensayar la doctrina de la seguridad nacional, con sus secuelas de crímenes, torturas y desapariciones que hoy juzgan los tribunales de la Nación.

Crearon los primeros campos de concentración y diezmaron a los movimientos obrero y estudiantil y a las organizaciones sociales. Para llevar a cabo su propósito inventaron una guerra que nunca existió, con el pretexto de combatir un foco insurgente del ERP en las estribaciones montañosas del suroeste tucumano.

Aun hoy, esos militares y quienes reivindican la Operación Independencia homenajean a los muertos en Tucumán. Libros, folletos, placas de bronce y de mármol afirman que medio centenar de militares, gendarmes y policías murieron combatiendo al “extremismo” en Tucumán.

El Ejército dijo que durante la Operación cayeron 45 de sus efectivos, entre oficiales, suboficiales y soldados. Todo es una patraña: la mayoría de esos muertos no murieron en enfrentamientos con los guerrilleros y una gran cantidad falleció antes del 9 de febrero.

De los 45 de la lista del Ejército, 22 eran oficiales, el resto suboficiales y soldados. De esos 22 oficiales, 16 murieron en accidentes aéreos. Fueron víctimas de caídas de aviones y helicópteros por impericia de sus pilotos o fallas técnicas de las máquinas. Más aún: 12 de esos 16 fallecieron el 5 de enero de 1975, un mes y cuatro días antes de comenzar la Operación, al estrellarse contra una montaña el avión con el que realizaban un reconocimiento. Entre los 6 restantes de esos 22 figura el capitán Viola, ajusticiado por un comando guerrillero el 1 de diciembre de 1974, más de dos meses antes del inicio de la Operación. También engrosa esa lista un soldado conscripto que figura como subteniente cuando en realidad era un médico recién recibido, incorporado ese año en virtud de haber hecho uso de la prórroga que regía para estudiantes universitarios.

Dos subtenientes (Berdina y Barceló) figuran como caídos en combate. Hay evidencias y pruebas de que ambos murieron víctimas de disparos de sus camaradas, en choques producidos en la espesura del monte. Otro oficial (Mundani) declarado héroe murió al estallarle en sus manos un explosivo que se encontraba manipulando. El quinto de esos seis (García) murió en confusas circunstancias, supuestamente en un control de ruta en una zona alejada del teatro de operaciones.

Sólo queda el sexto y último oficial, muerto en lo que pomposamente llamaron “Combate de Pueblo Viejo”. Se trata del teniente primero de comandos Héctor Cáceres, ascendido post mortem a capitán. Varios años después de ocurrido el episodio, un oficial jefe de comandos, instructor de Cáceres, realizó una crítica que permite suponer que fue baleado por sus propios camaradas.

Dos oficiales (Cáceres y Berdina), un suboficial (Moya) y un soldado (Maldonado) fueron inmortalizados por Bussi, que bautizó con sus nombres los cuatro pueblos que inventó, en aplicación de sus conocimientos sobre aldeas estratégicas que aprendió en Vietnam.

Los muertos antes de la Operación. El 1 de diciembre de 1974, un comando del ERP mató al capitán Humberto Viola. La organización guerrillera lo acusó de ser uno de los jefes de los grupos clandestinos que desde mediados de ese año habían sembrado el terror en Tucumán con atentados explosivos, secuestros y asesinatos. Viola integraba el Destacamento 142 de Inteligencia, nervio motor de la represión antes, durante y después de la Operación Independencia.

El 5 de enero de 1975 llegó al aeropuerto Benjamín Matienzo de la capital tucumana un avión Tween Oter del Ejército. En él viajaban los máximos jefes del Tercer Cuerpo de Ejército, encabezados por su titular, general Enrique Salgado. En la estación aérea se sumaron al pasaje los jefes de la Quinta Brigada de Infantería, con su titular, general Ricardo Muñoz a la cabeza. El avión fue reaprovisionado y de inmediato decoló. Los pilotos ignoraron presentar el plan de vuelo, obligatorio para todas las aeronaves. Eran militares de alta graduación y en el aeropuerto civil nadie se animó a pedirlo.

Un piloto del Aeroclub tucumano intentó advertir a los del avión militar que para sobrevolar las montañas había que tomar ciertos recaudos. No fue escuchado. El Tween Oter enfiló hacia los cerros del suroeste y allí se estrelló contra la ladera del Ñuñorco Chico. Murieron todos, doce oficiales y un suboficial.

Probablemente se trate de un caso único en la historia de los ejércitos de cualquier país del mundo: las planas mayores de un cuerpo y de una brigada, a punto de iniciar una guerra, viajando todos juntos en un pequeño avión de reconocimiento. Las autoridades militares evaluaron que el “simultáneo traslado de dos estados mayores completos fue un error de conducción”. Lo cierto es que ese accidente fue fruto de la soberbia y la impericia, no de las balas de los guerrilleros.

En este accidente murieron dos generales (Salgado y Muñoz), un coronel (Eduardo Cano), tres tenientes coroneles (Oscar Bevione, Pedro Petrecca y Pompillo Schilardi), cuatro mayores (Aldo Pepa, Roberto Biscardi, Héctor Sánchez y Pedro Zelaya), un capitán (Roberto Aguilera), un teniente primero ( Carlos Correa) y un sargento primero (Aldo Linares).

Avioneta y helicóptero. El 24 de febrero de ese mismo año 1975 el teniente primero Carlos María Casagrande y el subteniente Gustavo López realizaban una misión de reconocimiento en una pequeña avioneta del Ejército. Desaparecieron en la zona montañosa al oeste de Santa Lucía. Los restos de la nave y los cadáveres fueron encontrados dos años y medio más tarde. Se habían estrellado contra la ladera de un cerro.

Cuando la Compañía de Monte languidecía, el 5 de mayo de 1976, un helicóptero del Ejército cayó en inmediaciones de Santa Mónica, también al oeste de Santa Lucía. Murieron dos oficiales y dos suboficiales. El piloto de la nave era el teniente César Ledesma, a quien acompañaban el capitán José Ramallo, el cabo primero Walter Gómez y el cabo Carlos Parra.

Berdina, un caso testigo. La muerte del subteniente Hernán Berdina fue un episodio profusamente difundido y utilizado por la acción psicológica del Ejército. Se informó oficialmente que cayó junto a un soldado conscripto (Maldonado) en un enfrentamiento con los guerrilleros en la zona de Negro Potrero. Se exaltó su valentía y el coraje del soldado que lo habría acompañado en una intrépida carrera hacia donde estaba el enemigo agazapado. Murió el soldado, que nadie recuerda y resultó gravemente herido el subteniente Berdina, quien falleció horas más tarde en el Hospital Militar Tucumán.

Vilas difundió un comunicado sobre el hecho y la carta que un oficial envió a la madre del subteniente, con una asombrosa cantidad de detalles del “enfrentamiento”. La carta llega a puntualizar que la bala que mató al oficial era de un tipo de arma que no utilizaban las fuerzas legales.

En realidad, Berdina y el soldado Maldonado fueron víctimas de las balas de integrantes de su propia patrulla militar. La primera información sobre el tema fue brindada por el médico que lo operó, quien contó que fue apremiado por el propio Vilas, quien tras rogarle que le salvara la vida, le confesó que Berdina había sido herido por un camarada. En años recientes pobladores de la zona contaron que se trató de un hecho confuso, un tiroteo entre los propios militares. Incluso deslizaron que Berdina fue baleado por un oficial con quien había tenido enfrentamientos .

Un soldado conscripto contó cómo eran esos tiroteos en los que se balearon los integrantes de dos patrullas del Ejército: “Son terribles los tiroteos en el monte. Por la vegetación no se ve prácticamente nada y uno dispara sin saber adónde”.

Un subteniente “tristemente célebre”. Otro “héroe muerto en combate” fue el subteniente Diego Barceló. La información oficial dijo que cayó, junto a dos soldados, en un combate en la zona de Las Mesadas. El comunicado fue escueto, sin detalles.

Barceló era un oficial conocido por su crueldad en la ciudad de Bella Vista, donde al frente de un pelotón sembró el terror entre los trabajadores del ingenio del lugar. Un sobreviviente contó la metodología usada por el oficial y sus camaradas en los allanamientos a las viviendas obreras, por lo que lo llamaban “el tristemente célebre teniente Barceló”.

Un conscripto contó las circunstancias en las que murieron Barceló y los soldados. Fue un choque entre dos secciones del Ejército que se tirotearon entre ellas, cuando creían estar peleando con guerrilleros: “El (tiroteo) de esa noche fue bravísimo. Habrá durado como 45 minutos (…), en ese tiroteo murieron (los soldados) Moya y Vizcarra y el subteniente Barceló, que era mi jefe. Después de un rato de tirotearnos llegó un teniente, pidió señal de reconocimiento y resulta que los del otro bando no eran subversivos, sino un grupo del Ejército que se había perdido en el monte y se había metido en nuestra jurisdicción”.

Víctima e impostor involuntario. El caso del “subteniente” Toledo Pimentel es un claro ejemplo de que la inteligencia militar no tuvo escrúpulos de ningún tipo y, además de fabricar hechos inexistentes, cometió crímenes dentro de las propias filas del Ejército.

El 17 de mayo de 1976, el Ejército informó que una bomba accionada por control remoto había destruido una ambulancia en Caspinchango, “matando al subteniente Juan Angel Toledo Pimentel, al sargento Alberto Lai y al soldado Carlos Cajal, quedando gravemente herido el mayor Pedro Solórzano”.

Toledo Pimentel integra todas las listas de oficiales muertos en la Operación Independencia. En realidad no era subteniente, ni siquiera militar de carrera. Era un ciudadano recién recibido de médico, que cumplía el servicio militar obligatorio por haber hecho uso de la prórroga que por ley podía acceder quien lo solicitaba si se encontraba realizando estudios universitarios.

Muchos años después, en el curso de la investigación para este trabajo, se pudo establecer la verdad sobre lo ocurrido. Un ex compañero de Toledo Pimentel relató que pocas horas después del episodio, le informaron a la tropa que la bomba, colocada en un puente y detonada por control remoto, había estallado después del paso de la ambulancia. Les dijeron que el vehículo fue de inmediato atacado por un grupo de más de cincuenta guerrilleros que ametrallaron la ambulancia, con el resultado de tres muertos y un herido.

El mismo testigo afirmó que “había bronca con Toledo Pimentel” porque había hecho comentarios negando la versión oficial sobre la muerte de otro conscripto. Se trata del caso del soldado Carlos Alberto Fricker, muerto en confusas circunstancias en Famaillá. En un primer momento, los militares informaron a los familiares que Fricker había fallecido en un ataque guerrillero a la base, pero a las pocas horas cambiaron la versión y les dijeron que se había suicidado. Agonizando, fue trasladado en una ambulancia en la que iba Toledo Pimentel, quien en el Hospital Padilla de San Miguel de Tucumán les dijo a los familiares que Fricker no había sido víctima de la guerrilla ni se había suicidado y que había muerto por un disparo de FAL. Una autopsia ordenada en 2009 por la Justicia Federal estableció que Fricker murió de un disparo en la nuca, con orificio de salida en la frente, prácticamente entre los dos ojos .

En el juicio por violaciones de los derechos humanos en la Jefatura de Policía tucumana, otro ex conscripto contó con lujo de detalles lo que vio antes y después del episodio de la ambulancia. Domingo Gerez pasó a bordo de un camión militar por el puente de Caspinchango minutos antes de la explosión. Allí vio una cuadrilla de obreros trabajando. Un par de días después identificó a uno de esos supuestos trabajadores como un oficial de inteligencia militar con asiento en la base de Caspinchango.

Los que tuvieron acceso a los testimonios sobre el caso de la ambulancia no tienen dudas: hombres de la inteligencia militar fueron los responsables de la colocación del artefacto explosivo que hizo volar por los aires al vehículo.

Al momento de ocurrir este hecho, la Compañía de Monte del ERP estaba diezmada, al punto que pocos días después la conducción del PRT ordenó su desactivación y la salida de los pocos combatientes que quedaban en la zona. En ese marco, es imposible que medio centenar de guerrilleros hayan atacado a la ambulancia, como les contaron los militares a la tropa y a la mamá de Toledo Pimentel.

El supuesto atentado contra la ambulancia dio lugar a una feroz represión contra los pobladores de la zona, que fueron detenidos, secuestrados y torturados. Y en los campos de concentración “los militares aplicaron la ley del ojo por ojo, diente por diente”, según la mamá de Toledo Pimentel. Un sobreviviente del centro clandestino de detención conocido como El Reformatorio, afirmó que en esos días, para “vengar” a los muertos de la ambulancia, mataron a golpes y patadas a una decena de prisioneros.

Balazos y llantos. El 17 de agosto de 1976 el Ejército informó que en un “enfrentamiento entre delincuentes subversivos y efectivos de la Quinta Brigada, el oponente sufrió 6 bajas” y que las fuerzas legales “lamentaban el fallecimiento del cabo primero Dardo Juárez”.

La verdad fue otra, muy distinta. Una sección integrada por un oficial, un suboficial y una decena de soldados, salieron a un patrullaje de rutina por la zona de Las Dulces. Al llegar a un rancho, aparentemente abandonado, el oficial y el suboficial entraron a revisar, dejando a los soldados de guardia, rodeando la vivienda. Por algún motivo, el cabo Juárez salió por la parte de atrás, siendo confundido en ese momento por los conscriptos que, literalmente, lo destrozaron a balazos con sus FAL.

El regreso a la base de Santa Lucía con el cadáver de Juárez a cuestas dio lugar a una escena de llantos de los soldados que lo habían matado. Nadie fue acusado. Habían disparado todos al mismo tiempo. Más fácil y útil fue difundir el comunicado sobre un enfrentamiento inexistente e inventar un héroe que no fue.

02/06/13 Miradas al Sur