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Verbitsky
por Verbitsky
El escritor, periodista y presidente del Centro de Estudios Legales
y Sociales (CELS) brindó una charla en el décimo aniversario de la
creación de ese espacio, ubicado en el mismo lugar donde funcionó el
centro clandestino de detención Mansión Seré. El intendente Lucas
Ghi y el ex intendente de Morón, fundador de la Casa y diputado
nacional Martín Sabbatella charlaron con Verbitsky y le entregaron
la distinción de visitante ilustre.
Este año cumplo 50 años como periodista. Hace 50 años, cuando
terminé el colegio, no tenía muy claro que quería hacer. Por seguir
a un compañero, me inscribí en la Facultad de Medicina y tenía que
estudiar los cuatro tomos de la Anatomía de Testut. Un día fui a
visitar a mi viejo que trabajaba en el diario Noticias Gráficas, que
quedaba a pocas cuadras de mi colegio, y no lo encontré. Me atendió
un amigo y compañero de él, Orlando Daniello, escritor también, y me
preguntó qué quería. Le dije que venía a pedirle plata a mi papá
para comprar esos libros. Me dice: “No le da vergüenza tan grande y
pedirle plata a su papá?” Yo puse cara de adolescente. “¿Por qué no
trabaja?”, me dijo. “¿De qué?”, le contesté. “Venga mañana a las
tres.” Y así fue como empecé. Fue tan simple y absurdo como eso.
Primero, llamaba por teléfono al Servicio Meteorológico para pedir
el pronóstico del tiempo. En esa época no había Internet. Sólo había
televisión, pero sin el desarrollo equiparable al de ahora, y en los
diarios un servicio importante que prestaban era el pronóstico del
tiempo. Había que llamar por teléfono a la Entel y pedir el
pronóstico. Yo anotaba eso. Durante seis meses me tuvieron haciendo
nada más que eso y poniéndome a prueba. Hablamos del año 1960. Un
día voy al baño del diario y hay dos viejos periodistas que me
miran, me examinan y me preguntan: “¿Usted qué edad tiene?” “18”,
les digo. Y uno de ellos, uruguayo, dice: “Sólo a un botija se le
puede ocurrir.” Otra prueba fue un llamado telefónico urgente que
recibí en la redacción, donde me informaban que había caído una
piedra enorme que estaba interrumpiendo el tránsito en Paseo Colón,
a la altura de la Facultad de Ingeniería, y que había que ir urgente
a cubrirlo. Colgué el teléfono, levanté la vista y vi 16 pares de
ojos, de 16 hijos de puta, que esperaban a ver cómo el boludo salía
corriendo para ir a ver el Monumento al Trabajo. La orden venía con
detalles: “La gente está empujando, tratando de sacar la piedra.” No
caí. Todos los días vencía a la Entel y al Servicio Meteorológico y
el diario salía con el pronóstico. Resistí esas pruebas de los
veteranos, hasta que a los seis meses me mandaron a hacer una nota
de verdad. Era un desalojo en un hotel subal-quilado. Esa fue la
primer nota que hice en el barrio de Flores, y escribí una crónica
sobre el tema. Era muy conmovedor, sobre familias que se quedan en
la calle. Era impactante, shockeante.
En esa época tenía una militancia en el peronismo no orgánica, pero
participaba en actos, en movilizaciones, como parte de la forma de
inserción en la vida del país. Decía antes que iba al colegio cerca
del diario donde trabajaba mi papá: el diario quedaba en Avenida de
Mayo al 600, y yo iba al colegio en Bolívar al 200. Entonces,
llegaba en el subte A, a la estación Perú, cruzaba el patio del
Cabildo y tomaba Bolívar para ir al colegio, por la tarde. Un día,
salgo del subterráneo tipo 12:30 y cuando subo la escalera, lo que
veo son aviones bombardeando. Nunca había visto nada así, ni
siquiera entendía lo que estaba viendo. En vez de retroceder,
avancé, hasta la Plaza de Mayo, hasta que un adulto sensato, me
agarró de la mano y me hizo salir por la Diagonal Norte para
alejarme de ahí. Y me salvó la vida. El primer peronismo marca a
todo el país y también mi infancia. Eran los años de los únicos
privilegiados. Y el episodio del 16 de junio de 1955 marca a mi
generación. Me marca a mí y a toda la política argentina de ahí en
adelante. Nada se entiende sin ese episodio central de la vida
política, cultural y moral de la Argentina. Ahí está prefigurado
todo lo que va a venir después. A partir de ahí, la militancia en el
peronismo es el camino más seguro para cualquier rebelión
adolescente en la Argentina de esos años.
En ese momento trabajaba en una revista que se llamaba Confirmado.
Era una revista golpista. Por suerte, no trabajaba en la sección
Política, sino en sección Vida Cotidiana y Cultura. Jacobo Timerman
era director y trabajaban Juan Gelman y Luis Bonnini. Era una
revista francamente golpista. Había un columnista que era Mariano
Montemayor, que en marzo de 1966 escribió: “De regreso de las
vacaciones, es oportuno preguntarle a las Fuerzas Armadas qué
esperan para desalojar del gobierno al doctor Illia.” Toda una
insinuación, digamos. Y ese mismo año publicó la columna de un
periodista llamado Rodolfo Pandolfi, que hacía un anticipo de
política ficción describiendo cómo iba a ser el golpe (se equivocó
por tres días). Fue el 28 de junio y él decía el 25 o el 1 de julio.
No tenía un arte de adivinación. Él sabía lo que iba a ocurrir
porque la revista tenía ese objetivo. Después vino el golpe y
Timerman aprendió su primera lección acerca de que un golpe militar,
un gobierno confesional, no era el mejor ambiente para desarrollar
sus artes intelectuales. Un intelectual judío en la Argentina de esa
época no había entendido muy bien las cosas que tenían que ver con
su propia inserción en esa realidad. Tenía un discurso
desarrollista, cuestionaba al gobierno de Illia desde esa óptica
desarrollista, pero no había entendido algunas cosas esenciales, y
lo primero que hicieron fue echarlo de la revista, obligarlo a
vender, a irse del país. A mí me despidieron. Paralelamente,
trabajaba en publicaciones políticas del peronismo. Es decir, la
revista de Timerman era mi trabajo profesional, en blanco, con un
salario, y me daba la posibilidad de hacer con la escritura un
aporte militante, que fue una división entre lo que era la
militancia por un lado y la profesión por otro, que yo y otros
muchos colegas sentimos mucho durante muchos años, porque no había
la posibilidad de unir ambas cosas en una sola práctica, como
pudimos hacer en Página/12 o en Noticias, en 1973.
En 1968, llegó CGT de los Argentinos, el periódico que acompañó la
normalización de la CGT que estaba intervenida por la dictadura de
Onganía. Se organiza un congreso, y como parte del proyecto
normalizador de la CGT, un dirigente sindical de los obreros
gráficos, Raimundo Ongaro, que había hablado con Perón en Madrid
sobre la reorganización de la CGT, y que se había encontrado en la
casa de Perón con Rodolfo Walsh, concibe como parte del proyecto de
recuperación de la CGT y la edición de un periódico. Y le pide a
Walsh que se haga cargo de concebir y dirigir el periódico y este
acepta. Llama a dos amigos periodistas (uno era Rogelio García Lupo,
con el cual él había estado en Cuba en la Operación Verdad y en la
Fundación Prensa Latina, y el otro era yo, con quien no había
trabajado antes, pero sí teníamos una amistad desde hacia varios
años cada vez más íntima, más próxima. Esa es una experiencia muy
importante. Un antecedente de muchas cosas que se hicieron luego en
el periodismo argentino, porque es una publicación militante pero de
buen nivel, de calidad profesional y periodística. Porque había dos
opciones: el periodismo comercial, en el cual todos los periodistas
habíamos trabajado hasta ese momento o los pasquines políticamente
bienintencionados, pero hechos con los pies, sin sacarse siquiera el
zapato. Ese Semanario CGT de los Argentinos, fue una posibilidad de
trabajo ad honorem. Por cierto, nadie cobraba, pero era de muy buen
nivel profesional, a tal punto que hoy ese semanario se estudia en
escuelas de comunicación. Hay colecciones en algunas universidades y
es un hito reconocido en el periodismo político argentino. Por
ejemplo, ahí publicó García Lupo una serie de notas sobre la
desnacionalización de la economía argentina, que después reunió en
su libro Mercenarios y Monopolios. Y ahí publicó Rodolfo Walsh, en
entregas como folletín, la investigación sobre el asesinato del
dirigente sindical Rosendo García en la pizzería La Real, de
Avellaneda, que después reunió en el libro ¿Quién mató a Rosendo? Yo
hacía la parte técnica. Era el secretario de redacción. Me encargaba
de que saliera. Escribía cosas que no tenían mayor lucimiento, las
que tenían que estar, y ellos escribían las notas de fondo. Rodolfo
tenía 15 años más que yo y era un periodista maravilloso. Escribió
esa serie, y era emocionante cómo lo iba entregando por semana. Era
una investigación que se iba haciendo a medida que se publicaba. No
investigó y después entregó. Lo iba investigando y después
publicaba. A menudo, en cada entrega avanzaba pistas, hipótesis,
desafiaba a los involucrados a que contestaran, a que vinieran, iba
dando datos y tirando para conseguir otro. Recuerdo dos anécdotas:
cuando terminamos de hacer el número uno, el 1 de mayo de 1968,
salió publicado el programa de la CGT de los Argentinos. Era un día
de otoño caluroso y habíamos previsto todo menos la distribución del
diario. Salíamos de la imprenta y nos miramos con Rodolfo. Íbamos
corriendo, trotando por la calle Florida, cubriéndonos con diarios
por la lluvia hasta Lavalle porque García Lupo nos había dicho que
ahí tenía su parada el distribuidor del diario uruguayo Marcha, y
que ese podía ser un tipo confiable. Había que conseguir a alguien
confiable para la distribución del diario: alguien que no lo
quemara, que no lo tirara, no se lo entregara a la policía. Una
parte importante de la tirada circulaba a través de los mecanismos
de la CGT pero, dada la calidad de la publicación, necesitábamos
llegar a otra gente. Otra cosa que recuerdo: se hacía en las viejas
rotativas de una imprenta que se llamaba Costal, en la calle
Rivadavia, y cuando se entintaba la rotativa, se la hacía circular
lentamente, y los primeros ejemplares que salían, los empleados
gráficos los sacaban de las rotativas, los desplegaban sobre una
gran mesa y observaban si había que ajustar la presión de una placa,
agregar tinta, reducir tinta o modificar tensión del papel. Un día,
estábamos los tres esperando ahí los primeros ejemplares, y uno de
los obreros saca los primeros y empieza a mirar el entintado. Cuando
llega al capítulo de Quién mató a Rosendo, en vez de controlar el
entintado, se queda leyendo la nota de Rodolfo. García Lupo, que es
un jodón, me dice, fuerte para que escuche Rodolfo: “Ah… el folletín
de la clase obrera.”
En lo político, del ’69 al ’71 me encuentra muy unido a mis
compañeros. Son años en que la CGT, en el ’69 ,después del Cordobazo,
del asesinato de Vandor, es clausurada. Ongaro es detenido, Tosco es
detenido en Córdoba. El diario sale clandestinamente, unos pocos
ejemplares más, pero ya no tiene sentido. Era el órgano de expresión
de una organización legal, y se deja de publicar. Ahí, cada uno va
encontrando su nueva ubicación militante, en una etapa nueva,
distinta. Tanto Rodolfo como yo, y otros compañeros, ingresamos en
una organización llamada FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). Al poco
tiempo, ingresó en un período de discusión que se llamó Proceso de
Homogeneización Política Compulsiva (PHPC), cosa que nos fastidiaba,
porque nosotros queríamos entrar en un proceso revolucionario, no de
discusión ideológica. Esa organización se fue marginando de la vida
política y fue refluyendo sobre un ombliguismo ideológico. Con el
pasar de los años, ese proceso tan fastidioso respondía a cosas
bastantes profundas que en el momento no lo parecían. En el año
1972, cuando regresa Perón, el PHPC estaba en pleno. Por la vía del
ideologismo, se produjo una negación de los hechos. Nosotros lo
sabíamos. En esa época, trabajaba en la redacción del diario Clarín,
tenía buena información y además estaba trabajando con Héctor
Cámpora, que era delegado de Perón. Tenía información de que el
regreso esta vez venía en serio, porque en 1964, había participado
en todas las movilizaciones para la vuelta, pero no había estado
organizado en serio. De parte de Perón venía en serio. Él había
puesto el cuerpo, se había subido al avión, llegó hasta el Brasil y
desde ahí lo mandaron de vuelta. Pero en el país no había una
organización que previera y deseara el regreso de Perón. La
conducción de esa época tenía otros planes. Ahí nace la idea del
vandorismo, la idea de un peronismo sin Perón. En 1972, sabía que
Perón volvía, pero mi organización decía públicamente que Perón no
iba a volver. ¿Por qué? Porque Perón es de los trabajadores, no de
los traidores, y como la conducción es de los traidores, Perón no
iba a volver. Cuando se acercaba la fecha del regreso de Perón la
situación de participación en organizaciones como la nuestra, sobre
todo para los que veníamos del peronismo, se volvió difícil, menos
para otros compañeros, como Rodolfo, que tenían recelo hacia el
peronismo. Cuando en el 17 de noviembre de 1972 vuelve Perón, me
pasé a Montoneros, que era la organización creciente que había
participado en todas las movilizaciones a favor del regreso de
Perón, y que había hecho una lectura política correcta de lo que
estaba pasando en el país. Todas las discusiones de las FAP, las
recupero a posteriori, porque me parece que poner en duda la
simultánea adopción del militarismo y del peronismo vertical de
Perón, era razonable. Si uno lo analiza, no desde la lógica de aquel
día, sino con la lógica posterior, tenía sentido poner eso en duda.
Por ejemplo, el día de la ejecución del general Aramburu, la FAP
hizo una declaración en un reportaje y planteaba una crítica a esa
operación, no porque Aramburu no se mereciera lo que le pasó, sino
porque no era el mejor camino para empezar un camino revolucionario.
Recuerdo que esa declaración decía que era una operación más propia
como fin de un proceso político triunfante y no para un comienzo de
dicho proceso. Sin embargo, la opción en aquel momento no podía ser
quedarse en aquella organización que se marginaba voluntariamente de
la práctica política, sino participar de la práctica política.
Encontramos que el mejor lugar para hacerlo era Montoneros. Rodolfo,
yo y varios compañeros pasamos. Y yo, simultáneamente, era redactor
del diario Clarín.
No usaría la palabra traidores (se refiere al día en que Perón echó
a la organización de la Plaza de Mayo): era más complejo el tema. El
más grave error de la militancia en ese momento era esa línea
operativa de asesinar dirigentes sindicales, y visto desde la edad y
experiencia que sí tengo hoy, no le encuentro la justificación que
sí le vi entonces.
Por primera vez pude unir las tareas profesional y militante, porque
la organización decide editar un diario, Noticias, y me convoca para
organizar la redacción. Dirigí a Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Juan
Gelman , Gregorio Levenson −que se ocupaba de la parte
administrativa del diario−, Miguel Bonasso, y también participaban
Alicia Ravoy y Silvia Rudni. Pudimos hacer un diario ya no ad
honorem ni precario, sino profesionalmente y con mejores medios. Se
planteó como un medio de comunicación con una política popular, con
la intención de llegar a abarcar a un sector más amplio de la
sociedad, que no fueran sólo los sectores que compartieran la línea
política de la Organización. Esto dio lugar a muchas tensiones,
porque una cosa era el planteo de este equipo que conducía Paco
Urondo y otra los planteos de la verticalidad organizativa que a
menudo reclamaba mayor apego, no sólo a una misión política general,
sino incluso a determinadas campañas y formas de expresar esos
conceptos. Muchos roces, muchos choques. Si bien estábamos de
acuerdo con el proyecto político, no estábamos de acuerdo como
profesionales con la forma en que había que hacerlo. Y eso implicaba
una determinada lectura política. En esa época, la organización
tenía dos medios que sería interesante cotejar: el diario Noticias y
la revista Descamisados. La revista era lo que la conducción quería:
bajada de línea para los convencidos, un medio prácticamente interno
de comunicación, escrito muy adjetivamente, y el diario intentaba
comunicarse con el conjunto del campo popular y no sólo con los
encuadrados, los disciplinados. El diario empezó a tener éxito,
mucho tiraje, al punto que nos quedó chica la imprenta Fabril
Editora, de Barracas, y salimos a buscar otra como segundo lugar
para imprimir. Llegó a superar los 100 mil ejemplares de venta,
convirtiéndose en una importante competencia para Crónica y Clarín.
Pero lamentablemente, en ese momento no llegó a materializarse
porque los vaivenes de la política argentina no lo permitieron.
Estábamos en el momento de la clausura del diario (al mes siguiente
de la muerte de Perón), en tratativas con una tercera imprenta, y
López Rega había dispuesto la clausura del diario Última Hora, de
Crónica, y tenía horas de taller libre y estábamos en eso. Un día
llamó Héctor Ricardo García (dueño de Crónica) y nos dijo:
“Muchachos, no va más. Me cagué.” Sinceridad que agradecimos porque
no nos hizo perder tiempo, y al poco tiempo nuestra propia clausura.
Luego, estuve un año fuera del país, antes del golpe. Viajé al Perú,
donde había un gobierno revolucionario que había expropiado todos
los diarios y los entregó a los obreros, a organizaciones sociales,
a campesinos. Había viajado por el diario Noticias y escrito un
suplemento. Tenía varios amigos que trabajaban en ese gobierno, que
había creado un organismo que se llamaba Sistema Nacional de
Movilización Social, que estimulaba la participación social y ahí
fue cuando se expropiaron empresas en manos extranjeras, se recuperó
la explotación petrolera, las grandes haciendas azucareras y otras
cuestiones muy parecidas al primer peronismo, pero ya con
componentes propios de otra época. Eran militares del ejército, con
el general Alvarado, los mismos que había masacrado a la guerrilla
en la década del sesenta en el Perú, instruidos por los
norteamericanos en la Escuela de las Américas y por los franceses.
Esos militares, en el combate contra la guerrilla, habían
reflexionado sobre el país y encabezaron este proceso nacionalista
revolucionario. Cuando cierra el diario Noticias, mis amigos de Perú
me invitan a ir para escribir un libro sobre el proceso de los
diarios. Estuve un año. Volví en diciembre de 1975. Desde el Perú,
la información de la Argentina me llegaba por vías de la
organización, de los compañeros, y en 14 meses llegué a tener una
visión absolutamente distorsionada de lo que pasaba en la Argentina.
Cuando llegué fue un shock, un baño de realidad. Creía, desde Perú,
que había un avance de la lucha de la organización que conducía la
rebelión de la clase obrera contra la burocracia sindical y el
lopezreguismo. Se usaba una definición en ese momento: “el
brujovandorismo”, definición totalmente equivocada, porque entre el
sindicalismo burocrático y el vandorismo había muchas
contradicciones. De hecho, la gran movilización obrera de 1975, que
pone en jaque a López Rega y al proyecto de Celestino Rodrigo, desde
Perú, creía que la conducía la Organización, y cuando llegué al país
entendí que no era así, era el sindicalismo. Llego y a los pocos
días, se produce el ataque del ERP al regimiento de Monte Chingolo.
Percibí que toda la información que recibí en Perú no era real. Un
cambio muy grande. Me fui antes del pase de Montoneros a la
clandestinidad, y recién llegado percibí una política de
confrontación de las organizaciones armadas que no tenía el
acompañamiento popular, que sí había tenido la movilización para el
regreso de Perón, ni en el ’70, ’71, o antes, en el Cordobazo. Todo
ese proceso que conduce al regreso de Perón en 1973. A principios de
1976, la situación era otra.
Había una polarización bastante grande, una opinión generalizada de
clase media que fue el sustento político para el golpe militar, de
rechazo tanto al gobierno de Isabel, catalogado como incompetente y
corrupto, y de rechazo a la genéricamente denominada violencia. Por
otro lado, los niveles de adhesión, aun sabiendo que ese gobierno
era corrupto, de los sectores obreros. Recuerdo muy poco después del
golpe, haber ido a ver fútbol a la cancha de San Lorenzo de Almagro,
al viejo Gasómetro, y el canto de la hinchada de San Lorenzo que me
impactó.
Luego, en enero de 1976, Isabel anunció que las elecciones se
adelantan para septiembre de ese año y que ella no iba a ser
candidata, con lo que pensaba quitar argumentos al golpismo. Pero
desde el golpismo había una decisión tomada: remodelación quirúrgica
de la sociedad argentina, quebrar el espinazo de la clase
trabajadora, pero también de las clases medias, de las
universitarias, trabajadoras, del empresariado pequeño y mediano
nacional, para aplicar un proyecto económico distinto que sólo se
podía sustentar en la represión. No estaban muy interesados en
evitar el golpe, y la condición que los militares ponían para
evitarlo, era que Isabel fuera remplazada por Ítalo Luder, y Luder
no lo aceptó porque evaluó que eso sería una traición y que tampoco
era garantía de evitar el golpe. Se produjo en marzo del ’76, y
nosotros lamentablemente fuimos muy funcionales a la creación del
clima que se necesitaba para dar el golpe. Hicimos algún aporte en
esa dirección con la violencia: esa sensación de muertes todos los
días, la violencia, el descontrol y todo lo demás. A pesar de que a
partir de la muerte de Perón , el peso fundamental de todo esto
estuvo en la operatoria de la AAA, federación rápidamente captada
por las fuerzas armadas, y que fue parte de la preparación del
golpe. Se creó una sensación de desasosiego que originó la acción
psicológica militar de que el golpe iba a ser un alivio, y que iba a
traer el fin de la violencia, cuando en realidad la violencia previa
es incomparable con la que vino después. Sólo que dejaron de tirar
los cadáveres en las calles, y empezaron a tirarlos al río, a
enterrarlos clandestinamente, quemarlos, con la técnica de la
desaparición forzada.
Hoy el país ha cambiado mucho. Ese golpe tuvo éxito. Ese golpe logró
el objetivo de la remodelación quirúrgica de la sociedad argentina.
Hoy hay menos obreros industriales que en el momento del golpe. Han
pasado 34 años y no se ha recuperado la cantidad de empleos
industriales de entonces. Hay cerca de un millón menos, con una
población que ha crecido. Ha habido un proceso de pauperización de
las clases medias, de destrucción de la educación pública, de remate
del capital social acumulado por generaciones de argentinos
concretado en las empresas públicas. La dictadura no pudo
liquidarlas porque temían la reacción popular. El equipo de Alemann
y Martínez de Hoz querían hacerlo, pero los militares no se
animaron. Pero se produjo una transformación profunda del esquema
económico, del modo de acumulación del capital. Con el golpe, y un
poco antes, con el Rodrigazo de 1975, termina el modelo de
sustitución de importaciones, y con el golpe de 1976 comienza la
valorización financiera del capital. La economía argentina empieza a
girar sobre la especulación financiera y los servicios. La
producción industrial retrocede en forma vertiginosa y los grupos
económicos se dedican a producir y exportar commodities industriales
a granel, no para el mercado interno, y a fugar el dinero que
reciben por eso fuera del país y empiezan a valorizarlo
financieramente. Quienes tienen acceso al mercado internacional de
capitales pueden obtener recursos más baratos que dentro del país y
los prestan a tasa diferencial dentro. La renta financiera pasa a
ser el eje de ese proceso económico: hay menos empleos, de peor
calidad, una composición industrial que cambia, recuperación de la
significación del sector agropecuario que está entre los que
propician el golpe de 1976, y comienza a ser agrofinanciero y no
solo agropecuario. Las colocaciones financiera provienen de este
sector de la vieja oligarquía.
Esa transformación que se produce a lo largo de la dictadura no
logra ser revertida por la política de Alfonsín. Me parece que
Alfonsín no entendió todo lo que había cambiado el país: la
emergencia de nuevos sectores económicos, la cantidad de grupos que
habían surgido en esos años, ni el poder que tenían en el exterior.
Creyó que la economía y la sociedad eran más parecidas a las
anteriores, y el intento de una política progresista que hizo con su
primer ministro de economía –Grinspun– se frustró y comenzó con la
de ajuste (el Plan Austral) y fue una lucha contra el chantaje de la
hiperinflación y el endeudamiento exterior, y lo perdió.
Carlos Menem entendió. Mi libro La educación presidencial tiene una
tesis central que dice que la hiperinflación de 1989, la forma
apocalíptica en que termina Alfonsín su gobierno, es en realidad un
mensaje para Menem: esto es lo que te va a pasar a vos si insistís
con políticas de independencia nacional, de participación popular,
si te creés tu propio discurso del salariazo y la revolución
productiva. Y Menem no intentó ni el salariazo ni la revolución
productiva. La política del menemismo es el perfeccionamiento de lo
que no pudieron terminar de hacer los militares del ’76. Se
perfecciona con el remate a precio vil de las empresas públicas, la
tercerización de la economía, completar la desindustrialización,
basados en el espejismo de la paridad cambiaria que sólo se podía
sostener sobre la base del endeudamiento externo, que en algún
momento tenía que explotar y explotó.
Cuando Martín inauguraba esta casa, en el año 2000, el estallido era
previsible. Es en ese momento, comienza la posibilidad de
construcción de una cosa distinta. Era difícil ver la posibilidad de
algo distinto. En el tema de los Derechos Humanos, por ejemplo
después de la ley de Obediencia Debida y Punto Final de 1986 y 1987,
todavía habia 400 militares detenidos que fueron liberados con los
indultos de 1989 y 1990. Y como Menem había entendido el mensaje que
le dejó Alfonsín, y adoptó esas decisiones políticas, hubo varios
años donde se alivió el proceso inflacionario y esto más la fantasía
del uno a uno, trajo varios años donde las clases medias celebraron
la posibilidad de un nivel de consumo, de turismo internacional. Un
disparate: era más barato un mes alquilar auto en Europa y pasear
por Italia que unos días en Pinamar. No podía durar pero, mientras
duró, el tema de los Derechos Humanos se desvió, parecía haber
terminado con el tema de los indultos. Sin embargo, los organismos
siguieron con sus reclamos. Parecía que el deme dos tapaba todo,
pero mucha gente seguía militando, también contra los efectos a
largo plazo de la política económica, con los miles de casos de
retiro voluntario, donde la gente agarraba unos pesitos y se iba,
creyendo que con eso se salvaban, y se mataron luego con la
competencia para superpoblar de kiosquitos, de taxis que nadie
tomaba. Incluso a las mismas víctimas de este proceso, les costaba
verlo. Pero hubo gente que sí se dio cuenta, y luchó contra todo
eso.
Me acuerdo de cuando fundamos la CTA. Participamos conjuntamente con
el MTA de Hugo Moyano y "Bocha" Palacios en la lucha contra el
proyecto económico neoliberal.
En 1994, Menem mandó al Congreso el pedido de ascenso de dos
capitanes torturadores de la ESMA −Rolón y Pernías− y publiqué en
Página/12 la historia de ambos. Al mismo tiempo, Menem mandó un
proyecto de ley mordaza contra el periodismo, creando figuras
represivas por calumnias e injurias a personas jurídicas, lo que es
una barbaridad. Con eso, se reprime directamente cualquier crítica
política. Si cuestiono la actuación del Indec, zas, calumnias e
injurias.
Cuando publico la nota en Página/12, Menem (que tenía la palabra
bastante más rápida que el pensamiento) dice eso es calumnias e
injurias. Eso no es cierto: nunca he mandado esos ascensos. Al día
siguiente, publiqué los documentos, "El decreto", donde él lo pedía.
Y así se armó un debate muy fuerte. El Senado les negó el ascenso
tras un largo año. Tengo la suerte de que Menem dice que él tiene
autoridad moral para ascenderlos porque había sido torturado.
Entonces investigué y publiqué que jamás había sido torturado, con
declaraciones de Lorenzo Miguel que dijo que había llorado como un
maricón. Me creyó a mí. Y en ese juicio, con altísima visibilidad,
fui absuelto. Simultáneamente, me absuelven y el Senado le niega los
ascensos a los militares. En diciembre de 1994, un tipo en el
subterráneo me dice: "Yo estuve en la ESMA. Soy compañero de Rolón y
Pernías. Y es injusto que le hayan negado el ascenso, porque todos
hacíamos lo mismo." Tuvimos muchos encuentros, empecé a grabarlos y
este hombre −Scilingo− confiesa lo de los vuelos con los Hércules,
en los que se llevaban a la gente para matarla. En el juicio de
1985, varios sobrevivientes lo contaron, porque había prisioneros
que fueron hasta el avión y lo trajeron de vuelta. Pero la conmoción
fue el relato en primera persona, y hasta el día de hoy, es el
único. A partir de ahí, dejó de haber dos relatos. Habían pasado 20
años del golpe y había una nueva generación que se asomaba al
conocimiento de la realidad del país. Esta confesión en primera
persona trajo como un alivio para los familiares de detenidos y
desaparecidos, para sus hijos, que se habían escondido, tenían
vergüenza de contar su historia, de sentirse marginados, ocultaban
su historia. A partir de ahí, se juntaron, se manifiestan y surge
HIJOS, de descendientes de las víctimas, todo un cambio
generacional.
Tiempo Argentino, 25/07/10
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