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Los negros y las políticas de negación, por Luz Mateo |
Lo que el Censo ayuda a visibilizar
| El racismo que acabó
con nuestros negros
El sargento Cabral
era negro y no era sargento | Los negros, por Alberto Morlachetti
| Espejos blancos para caras
negras, por Eduardo Galeano
El negro en el Río de la
Plata |
Los negros-africanos
en la historia argentina |
Lucas Fernández, precursor del socialismo
Córdoba negó
y ocultó a sus abuelos negros |
El negro Falucho: ¿Existió o fue una invención de Bartolomé Mitre?
“En la
Argentina el discurso de la nacionalidad siempre se basó en el mito de nación
blanca”
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sur negro", crónicas de un tema silenciado, por Jorge Boccanera
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"Se piensa que acá la esclavitud fue benevolente", entrevista por Diego
Sasturain
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argentinos ignoran el aporte afro que han tenido a lo largo de la historia", por
Francilene Martins
El discurso racista de
invisibilización de los afroargentinos, por Enrique Carpintero
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“La desaparición afro en la Argentina es un
mito” (2017) |
Grupo de Estudios
Afrolatinoamericanos
Revista
Quilombo, arte y cultura afro |
Afroamericanas,
blog de Alejandro Frigerio
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La ruta del esclavo. Publicación del Archivo
General de la Nación |
UNESCO - Patrimonio cultural inmaterial de los
afrodescendientes en Argentina
Maffia Marta M y Lechini Gladys -
Afroargentinos Hoy - Invisibilizacion Identidad Y Movilizacion Social |
Afrodescendientes y Derechos Humanos
UNESCO-La ruta del esclavo en el Río de la
Plata | UNESCO-Sitios de
Memoria de los afrodescendientes |
Daniel
Schávelzon-Buenos Aires Negra, Cap2
Negros,
por Pedro Orgambide, Revista Entre Todos Nº 38, 1987 |
Racista es
el otro |
Alejandro Frigerio
- Negros y blancos en Bs. As.
Transculturación y Sincretismo
en los afroporteños |
Pasado y
presente de los negros en Bs. As., Juan Carlos Coria |
La trata de esclavos en
el Caribe
La emergencia de una
identidad diaspórica entre los caboverdeanos de Argentina
|
Afrodescendientes desde la resistencia
Gol,
pero todavía falta el tiempo suplementario |
Reunión con
Representantes de Organizaciones de afro-descendientes
Las raíces del genocidio, Alejandro
Andreassi Cieri | Entrevista
a Pablo Cirio: "El argentno no está preparado para ver negros"
Guillermo Daniel Ñáñez
- Los negros en la campaña bonaerense |
Eric Williams - Capitalismo y esclavitud
| Lea Geler - Negros, pobres y
argentinos

¿Qué
pasó con los negros?
Por Felipe Pigna
Para una sociedad, como la argentina, que se considera a sí misma “amplia” y
“para nada racista”, basta una palabra para poner en claro los límites de
esa noción: negro.
El uso peyorativo del término, que viene de la colonia y continúa en las
clases “medias” y “altas”, es una prueba más que suficiente. Pero, además,
el tratamiento histórico de la población de origen africano y sus
descendientes (a pesar de lo mucho que se ha investigado y publicado en las
últimas décadas) sigue mostrando una de las formas del racismo: la negación
o desvalorización de su presencia y del papel que jugaba en la sociedad, el
ocultamiento de la explotación, la negación de la dignidad más elemental a
la que se veía sometida, y desde ya, el esconder bajo la alfombra los datos
sobre las riquezas que se acumularon a costa de la esclavitud de los seres
humanos de origen africano. Se trata de hacer desaparecer toda una historia,
silenciarla, volverla invisible o, como dice el arqueólogo urbano Daniel
Shávelzon, “transparente”. 1
Ya el primer paso en este ninguneo histórico se dio durante los orígenes
mismos del tráfico de esclavos, cuando para someterlos se les negó toda
particularidad humana que no fuese el color de piel. Así como los
conquistadores convirtieron en indios a los pueblos originarios de América,
la gran diversidad nacional, idiomática, cultural y política de los
habitantes del África subsahariana fue suprimida de un plumazo para
convertirlos en negros, “infieles” a los que las bulas papales autorizaban a
esclavizar y emplear a modo de “animales de trabajo”. Una pregunta
recurrente es cómo, de una sociedad que a comienzos del siglo XIX tenía
entre el 30 y casi el 60 por ciento de población descendiente de africanos,
según las regiones, pasamos a fines de ese mismo siglo e inicios del
siguiente a la “desaparición de los negros”, que ya por entonces señalaban
tanto quienes se alegraban de ella como quienes la lamentaban. Se estima que
a comienzos del siglo XX, apenas entre el 2 y el 3 por ciento de la
población argentina reconocía su ascendencia africana.
Tradicionalmente se dan como principales causas su exterminio, como “carne
de cañón”, en las guerras de la Independencia, las civiles que vinieron
luego y, en particular, la del Paraguay (1865-1871), a lo que se sumaron las
epidemias de cólera (1861) y de fiebre amarilla (1871) que provocaron gran
mortandad entre los más pobres, incluidos los afroargentinos.

CEPAL - Afrodescendientes y la matriz
de la desigualdad social en América Latina - Descargar PDF. |
Aunque ambas causas tuvieron un papel importante, hay otras de las que suele
hablarse bastante menos y que ocultan la herencia racista de la Argentina.
En esa sociedad donde, supuestamente, “los esclavos eran bien tratados por
sus amos”, hay dos datos que llaman poderosamente la atención de los
investigadores: la baja tasa de natalidad entre la población de origen
africano, tanto esclava como liberta, y su altísima tasa de mortalidad, no
solo como producto de guerras o brotes epidémicos, sino en situaciones
“normales”. 2 Las razones tienen que ver con el grado de explotación a que
se veían sometidos, las restricciones a su libertad (incluso en el caso de
los libertos) y, en consecuencia, las pésimas condiciones de vida. Para
tener una idea, más de quince años después de la “libertad de vientres”, la
mortalidad de los recién nacidos entre la población de origen africano casi
duplicaba la de los “blancos”, alcanzando en 1828 la pavorosa cifra del
44,24 por mil. Pero, además, la natalidad era muy baja, incluso en
comparación con otras sociedades latinoamericanas. Los amos evitaban a toda
costa el casamiento de un esclavo, al igual que el embarazo de una esclava,
con el argumento de que esto le impedía “prestar todos los servicios para
que fue comprada”, además del riesgo de morir en “un mal parto”. 3 En esa
sociedad racista, a los amos les resultaba más “económico” reemplazar con
nuevas importaciones de seres humanos la escasez de nacimientos y la alta
proporción de muertes. Una prueba de ello es que el padrón levantado por
orden del director Alvear en 1815 mostraba que más del 70 por ciento de los
negros que habitaban entonces en la campaña bonaerense eran nacidos en
África, es decir, esclavos traídos recientemente. Hasta comienzos del siglo
XIX, cuando los Álzaga, Sarratea o Martínez de Hoz podían seguir trayendo
“piezas de Indias” desde África y Brasil, su proporción en la población
rioplatense se mantuvo alta.
Pero a partir de 1807 los ingleses tomaron medidas para impedir el tráfico
internacional de esclavos. Sus motivos no eran para nada humanitarios. La
política británica de cortar el tráfico negrero, para generalizar la
explotación más “racional” del trabajo mediante el salario, y desde 1813 el
fin de la trata (implícitamente incluido en el decreto de la Asamblea
General Constituyente) llevaron a que en las décadas siguientes la presencia
africana empezara a mermar aceleradamente en las para entonces Provincias
Unidas.
Sobre esa realidad actuaron las
guerras que casi acabaron con la población africana masculina, las grandes
epidemias de la segunda mitad del siglo XIX y, por falta de hombres de la
propia comunidad, un mayor “mestizaje”. En una sociedad que mantenía sus
rasgos racistas, donde los negros tenían más que limitado su acceso a la
educación, a los cargos administrativos y políticos y, en general, a toda
forma de “sociabilidad” que no fuese la de sus propias instituciones de
ayuda mutua, como las “naciones” organizadas por descendientes de africanos,
que tuvieron un gran desarrollo en Buenos Aires entre fines del período
rivadaviano y la caída de Rosas, fueron las primeras asociaciones de
“socorros mutuos” de nuestro país. Además de reunir fondos para comprar la
libertad de esclavos, ayudar a viudas, huérfanos y enfermos, estas
sociedades mantuvieron el acervo cultural afroamericano, en sus “tangos” y
“candombes”. Muchos de sus descendientes se fueron “acriollando”, en la
mayoría de los casos negando u olvidando su herencia africana.
Y aunque muchos argentinos lo olvidemos a diario, zamba, milonga y tango
(por no hablar de malambo, kilombo o candombe) son voces afroamericanas,
como el origen de esas músicas, tan argentinas como nuestra morocha.
Referencias:
1 Daniel Shávelzon, Buenos Aires negra. Arqueología de una ciudad
silenciada, Buenos Aires, Emecé, 2003.
2 Véanse, por ejemplo, los artículos de Marta Goldberg, “Mujer negra
rioplatense”, en Lidia Knecher y Marta Panaia, La mitad del país. La mujer
en la sociedad argentina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,
1994, y en coautoría con Silvia C. Mallo, “La población africana en Buenos
Aires y su campaña. Formas de vida y subsistencia. 1750-1850”, Temas de Asia
y de África, vol. 2, Buenos Aires, 1994.
3 Silvia Mallo, “La libertad en el discurso del Estado, de amos y esclavos”,
Revista de Historia de América, vol. 112, México, 1991.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

En
la línea de fuego: Los negros y las políticas de negación
Por Luz Marina Mateo
Departamento África del Instituto de Relaciones Internacionales de la
UNLP
Los negros constituyeron un porcentaje muy importante de las milicias
que defendieron la ciudad de Bs. As. ante los ingleses y de los ejércitos
que sostuvieron las luchas de la independencia. Sin embargo, fueron
las víctimas de la primera gran masacre de nuestra historia
Los negros comenzaron a llegar a Latinoamérica en los siglos XV y XVI
con la esclavitud, que ha sido el instrumento por excelencia para servir
a las necesidades de mano de obra de los colonos europeos, en este caso
de las coronas española y portuguesa. Fueron la fuerza de trabajo en
los albores del capitalismo. En nuestro país fueron afectados a tareas
rurales, venta ambulante y servicio doméstico.
Según un censo de 1778, en Santiago del Estero el 54 % de la población
era negra, en Catamarca el 52 %, en Salta el 46%, en Córdoba el 44%,
en Tucumán el 42%, en Buenos Aires el 30%. Los africanos y los afro-argentinos
participaron activamente en la lucha independentista argentina. Durante
la vigencia de la esclavitud, la Ley de Rescate obligaba a cada propietario
de esclavos a dar 2 de cada 5 para el servicio de armas. Y por otro
lado se les prometía la libertad a los que estaban 5 años en el servicio
militar.
El problema era que nunca alcanzaban a cumplir ese plazo, los mataban
antes. En 1801 ya había formaciones milicianas -las compañías de pardos
y morenos- que durante las invasiones inglesas tuvieron activa participación
en la defensa de Bs. As. Cuando San Martín viene de España y se hace
cargo del ejército del norte, de los 1200 hombres con que contaba, 800
eran negros libertos. Todas las milicias tenían hombres afro-argentinos
-incluyendo al heroico Sargento Cabral- y hubo cantidad de coroneles
negros. Por eso, la militarización y el estado de belicosidad permanente
del país, y la guerra del Paraguay en particular, hizo que gran cantidad
de negros y de afro-argentinos desparecieran por estar en la primera
línea de fuego. Una de las naciones del Buenos Aires del siglo XIX-
la nación Mayombé- quedó sin hombres porque todos murieron sirviendo
en el ejército de Rosas.
La abolición de la esclavitud llega con la libertad de vientres en 1813
y, posteriormente, con la Constitución de 1853. Tuvo sus contrarios
antes de ser sancionada: los propietarios y la mayoría de las familias
ilustres de Bs. As. conformaban lo que se conocía como el partido esclavista,
que incluía apellidos como Martínez de Hoz. Acasusso, Warnes, Lavallol
y Necochea. La abolición, si bien fue muy importante, quedó en una libertad
formal; como a los que habían sido favorecidos por esa medida no se
les dio las herramientas necesarias para poder iniciar una vida autónoma,
la mayoría terminó volviendo a su vida anterior, sometidos al poder
y dinero de sus patrones, o mendigando en las calles.
En Buenos Aires, la epidemia de fiebre amarilla de 1871 tuvo efectos
devastadores. Por entonces los negros vivían en las zonas del sur de
la ciudad en condiciones paupérrimas. El ejército valló esos barrios
para que no pasaran a los barrios de los blancos que era donde estaba
la capacidad de atención médica de la fiebre amarilla. Esto contribuyó
muy fuertemente a la disminución importantísima de los negros del Buenos
Aires del siglo XIX.
Los negros fueron las víctimas de la primera de las cuatro grandes masacres
de nuestra historia (la segunda fue la de los originarios en la Conquista
del Desierto, la tercera fue la de los obreros de la Patagonia en 1921
y la cuarta corresponde a la dictadura militar de 1976).
Argentina decidió desde sus albores ser la Europa de América y, por
lo tanto, blanca.
Sarmiento, por ejemplo, planteaba: “Llego feliz a esta Cámara de Diputados
donde no hay gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente,
es decir patriotas”. Estas políticas de blanqueamiento y de negación
de la presencia negra se mantienen hasta el día de hoy. En 1994, el
entonces presidente Menem decía: “En Argentina no hay discriminación
porque no hay negros. Ese ´problema´, sí lo tiene Brasil”.
Decir que en la Argentina de hoy no hay negros es una falacia. Hay descendientes
de aquellos que vinieron como esclavos, hay descendientes de los que
vinieron con las oleadas inmigratorias europeas de fines del siglo XIX
hasta bien entrado el siglo XX (es decir, los caboverdianos) y están
los inmigrantes que han venido desde los estados colapsados o fallidos
del África, a partir de la caída del muro del Berlín.
Las políticas de negación intentan ocultar esta presencia y las importantes
contribuciones de los negros y afro-argentinos no sólo en las guerras
de la independencia, sino también en la vida económica y en la cultura
de este país.

"Las esclavas de
Bues. Ays. [Buenos Aires] demuestran ser libre y Gratas a su Noble Libertador".
La obra pertenece a D. de Plot, pintor activo durante la época
de Rosas, quien la firma en el ángulo inferior derecho, consignando
además el año, 1841. Se trata de un óleo sobre género y pertenece
a la colección del Museo Histórico Nacional. Dimensiones: 149
x73 cm. |
LOS
NUEVOS DATOS, SOBRE LAS POBLACIONES INDIGENA Y AFRODESCENDIENTE
Y LAS FAMILIAS HOMOPARENTALES
Lo que el Censo ayuda a visibilizar
Según las cifras difundidas ayer, en el país hay un millón de personas
que se reconocen como indígenas. En más de 60 mil hogares hay al menos
una persona que se asume afrodescendiente. Y hay unas 25 mil familias
formadas por parejas del mismo sexo.
El 92 por ciento de la población afrodescendiente nació en la Argentina
y un 8 por ciento, en el extranjero.
Imagen: Télam
Por Pedro Lipcovich
Cerca de un millón de personas se reconocen como indígenas en la Argentina.
En más de 60.000 hogares hay personas que se reconocen como afrodescendientes.
Y casi 25.000 hogares están formados por parejas del mismo sexo. Así
lo dio a conocer el Indec, a partir del Censo Nacional de Población
2010. Por primera vez, un censo preguntó sobre estas cuestiones. Se
admite que todavía existe subregistro, ya que, por prejuicios personales
y sociales, muchas personas no se autorreconocen en estas categorías,
cuya visualización, de todos modos, va en aumento: en 2004, una encuesta
sobre pueblos indígenas señaló sólo 650.000 personas que se reconocían
como tales. La mayor parte de los que se autorreconocen como indígenas
pertenecen a los pueblos mapuche y colla y residen en las provincias
de Chubut, Neuquén y Jujuy. En cuanto a las parejas del mismo sexo,
la mayor proporción vive en la Ciudad de Buenos Aires. Y la mayor parte
de los afrodescendientes viven en la provincia de Buenos Aires, especialmente
en el conurbano.
Según el informe del Indec, “la cantidad de personas descendientes de
pueblos originarios que se declararon en el Censo 2010 es de 955.032
personas y conforman 368.893 hogares. Es decir, el 2,38 por ciento del
total de la población argentina y el 3,03 por ciento del total de hogares”.
En el 63,34 de estos casos, la persona es propietaria de la vivienda
en que vive; este porcentaje es cercano a la media nacional, del 67,7
por ciento. Pero, advierte el informe, “las categorías conceptuales
utilizadas por el censo no reflejan la cosmovisión indígena en su relación
con la tierra”, que prioriza la propiedad comunitaria.
El 96,3 por ciento de la población indígena está alfabetizada, algo
por debajo de la media nacional, que llega al 98,1 por ciento. De los
mayores de 65 años, el 90 por ciento percibe jubilación o pensión, lo
cual se aproxima al 93 por ciento de la media nacional.
Rubén Nigita, director nacional de Estadísticas Sociales y de Población
del Indec, explicó que el ítem sobre población indígena “inquiere sobre
si la persona se reconoce como perteneciente o descendiente de un pueblo
indígena. En 2004, en la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas,
la cantidad de argentinos que se reconocían como indígenas era de unos
650.000, lo cual muestra cómo ha venido aumentando la proporción de
quienes se autorreconocen en los últimos años”, comentó Nigita.
La mayor parte de la población indígena se concentra en las provincias
de Chubut, Neuquén y Jujuy; pertenecen a los pueblos mapuche y colla.
En Chubut, el 8,5 por ciento de la población total se reconoce como
indígena; en Neuquén, el 7,9 por ciento; en Jujuy, el 7,8 por ciento;
en Río Negro, el 7,1 por ciento; en Salta, el 6,5 por ciento; en Formosa,
el 6,1 por ciento y en La Pampa, el 4,5 por ciento.
Afrodescendientes
En la Argentina existen
62.642 hogares con al menos una persona que se reconoce como afrodescendiente.
En estos hogares hay 149.493 personas. Un 51 por ciento de los afrodescendientes
son varones y un 49 por ciento son mujeres. En cambio, en el total de
la población, hay un 48,7 por ciento de hombres y un 51,3 por ciento
de mujeres: que entre los descendientes haya más varones “se debe, en
parte, a que la afrodescendiente es una población menos envejecida que
la del total del país, y el envejecimiento es predominantemente femenino
–explica el informe–: mientras que la proporción de personas de 65 y
más en la Argentina es de 10,2 por ciento, para la población afrodescendiente
no supera 7,4 por ciento”.
El 92 por ciento de esta población nació en la Argentina y un 8 por
ciento en el extranjero. De éstos, el 84,9 por ciento proviene de América,
principalmente de Uruguay (20,8 por ciento), de Paraguay (16,1 por ciento),
de Brasil (14,2 por ciento) y de Perú (12,5 por ciento).
El 34,4 por ciento de los afrodescendientes se halla en la provincia
de Buenos Aires: la mayor parte, el 22,4 por ciento, en el Gran Buenos
Aires, y el 12 por ciento en el interior de la provincia. En la Ciudad
Autónoma vive el 11,3 por ciento; en Entre Ríos, el 6,8; en Santa Fe,
el 6 por ciento; en Córdoba, el 5,5 por ciento; en Mendoza, el 2,5 por
ciento; en Chubut, el 2,3 por ciento, y en Salta el 2 por ciento.
Federico Pita –titular de la entidad Diáspora Africana, que nuclea a
afrodescendientes– contó que “previo al censo, participamos en una campaña
de sensibilización en distintas provincias. No hace más de 20 años que
se utiliza el término ‘afrodescendiente’, y en nuestra recorrida procuramos
instalarlo. Se optó por utilizar este término políticamente correcto,
que empleamos los activistas y que tiene un alcance político muy fuerte:
designa a personas de ascendencia africana, lo cual en la inmensa mayoría
de los casos se originó en la esclavitud”.
Del mismo sexo
“En la Argentina hay 24.228 hogares con parejas del mismo sexo”, precisa
el informe; “el 58,3 por ciento son de mujeres y el 41,7 por ciento
de varones”. Esteban Paulón –titular de la Federación Argentina de Lesbianas,
Gays, Bisexuales y Trans– señaló que “en cambio, si se consideran los
matrimonios –a partir de la ley de matrimonio igualitario, de 2010–,
que son unos 5000, hay un 60 por ciento de varones y un 40 por ciento
de mujeres; parecería que las parejas de varones son más propensas al
matrimonio, mientras que las mujeres optan por la convivencia”.
En todas las jurisdicciones del país existe mayor proporción de parejas
de mujeres por sobre las de hombres. “La única excepción es la Ciudad
de Buenos Aires, donde el 52,3 por ciento son varones y el 47,7 por
ciento son mujeres”, dice el informe, y señala también que “el 21 por
ciento de las parejas del mismo sexo tienen hijos a cargo” y que, de
éstas, el 97,5 por ciento son de mujeres.
La mayor proporción de parejas del mismo sexo se registra en la Ciudad
Autónoma, donde llegan al 0,72 por ciento, con respecto al total de
parejas hétero y homo. Sigue Tierra del Fuego, con el 0,38 por ciento.
En el Gran Buenos Aires, la proporción es del 0,34 por ciento; en Santa
Fe, Santa Cruz y Neuquén, del 0,33; en el resto de la provincia de Buenos
Aires y en Córdoba, llega al 0,32. En Chaco, 0,31. En el interior de
la provincia de Buenos Aires, las parejas del mismo sexo son el 0,29
por ciento del total; 0,28 en Chubut, Tucumán, Corrientes, Entre Ríos
y Formosa; en Santiago del Estero, Río Negro y La Rioja llegan el 0,27
por ciento; en Catamarca, el 0,26; en Jujuy, el 0,25; en San Luis, el
0,24; y cierran Misiones, La Pampa y Mendoza con el 0,22 por ciento.
“Sabemos que los datos sobre parejas del mismo sexo están subregistrados
–comentó Paulón–. Muchas veces estas parejas no se visualizan, y hay
provincias donde las condiciones para hacerse visibles realmente no
son óptimas. Además, en lugares chicos muchas veces hay conocimiento
personal o familiar entre el censista y los censados, lo cual aumenta
las dificultades con relación a la visibilidad.”
30/06/12 Página|12

El
racismo que acabó con nuestros negros
Por Felipe Pigna
Para una sociedad como la argentina, que se considera a si misma "amplia" y
"para nada racista", basta una palabra para poner en claro los limites de esa
noción: Negro.
El uso peyorativo del termino, que viene de la colonia y continua en las clases
medias y altas, es una prueba mas que suficiente. Pero, además, el tratamiento
histórico de la población de origen africano y sus descendientes( a pesar de lo
mucho que se ha investigado y publicado en las ultimas décadas), sigue mostrando
una de las formas del racismo: la negación o desvalorización de su presencia y
del papel que jugaba en la sociedad, el ocultamiento de la explotación, la
negación de la dignidad mas elemental a la que se veía sometida, y desde ya, el
esconder bajo la alfombra los datos sobre las riquezas que se acumularon a costa
de la esclavitud de seres humanos de origen africano. Se trata de hacer
desaparecer toda una historia, silenciarla, volverla invisible, o como dice el
arqueólogo urbano Daniel Schavelzon, "transparente".
El primer paso en este ninguneo histórico se dio durante los orígenes mismos del
trafico de esclavos, cuando para someterlos se les negó toda particularidad
humana que no fuese el color de piel. Así como los conquistadores convirtieron
en indios a los pueblos originarios de América, la gran diversidad nacional,
idiomática,, cultural y política de los habitantes del Africa subsahariana fue
suprimida de un plumazo para convertirlos en negros "infieles" a los que las
bulas papales autorizaban a esclavizar y emplear a modo de "animales de
trabajo". Una pregunta recurrente es como, de una sociedad que a comienzos del
siglo XIX tenia entre el 30% y el 60% de población descendiente de africanos,
según las regiones, pasó a fines de ese mismo siglo a la "desaparición de los
negros". Se estima que a comienzos del siglo XX, apenas entre el 2% y el 3% de
la población argentina reconocía su ascendencia africana. Tradicionalmente se
dan como principales causas su exterminio, como "carne de cañón", en las guerras
de la independencia, las civiles y, en particular, la de Paraguay (1865-1871),
las epidemias de cólera (1861) que provocaron gran mortandad entre los mas
pobres, incluidos los afroargentinos.

Las distintas
comunidades de afrodescendientes luchan por hacer socialmente
visible su existencia y preservar su identidad. |
Aunque ambas causas tuvieron un papel importante, hay otras de las que suele
hablarse menos y que ocultan la herencia racista de la Argentina. En esa
sociedad donde, supuestamente, "los esclavos eran bien tratados por los amos",
hay dos datos que llaman poderosamente la atención de los investigadores: La
baja tasa de natalidad entre la población de origen africano, tanto esclava como
liberta, y su altísima tasa de mortalidad, no solo como productos de guerras o
brotes epidémicos, sino en situaciones "normales". Las razones tienen que ver
con el grado de explotación a que eran sometidos, las restricciones a su
libertad (incluso en caso de los libertos) y, en consecuencia, sus pésimas
condiciones de vida. Para tener una idea, mas de quince años después de la
"libertad de vientres", la mortalidad de los recién nacidos entre la población
de origen africano casi duplicaba la de los "blancos", alcanzando en 1828 la
pavorosa cifra de 44,24 por mil. Pero, además, la natalidad era muy baja, los
amos evitaban a toda costa el casamiento de un esclavo, al igual que el embarazo
de una esclava, ¿el argumento?, le impedían "prestar todos los servicios",
además de el riesgo de morir en "un mal parto". A los amos les resultaba mas
"económico" reemplazar esos faltantes con nuevas importaciones. Prueba de ello
es el padrón levantado por el director Alvear en 1815, mostraba que mas del 70%
de los negros que habitaban en la campaña bonaerense eran africanos, esclavos
traídos recientemente. Hasta inicios del siglo XIX, cuando los Alzaga, Sarratea
o Martínez de Hoz, podían seguir trayendo "piezas de indias" desde Africa y
Brasil, su proporción en la población fue alta.
Pero a partir de 1807 los ingleses impidieron el trafico internacional de
esclavos, sus motivos no eran humanitarios. La política británica de cortar el
trafico negrero, para generalizar la explotación mas "racional" del trabajo
mediante el salario, y desde 1813 el de la trata (implícitamente incluido en el
decreto de la Asamblea General Constituyente) llevaron a que en las décadas
siguientes la presencia africana mermara aceleradamente en las Provincias
Unidas.
Sobre esa realidad actuaron las guerras, las grandes epidemias y, por falta de
hombres de la propia comunidad, un mayor "mestizaje". En una sociedad donde los
negros tenían mas que limitado su acceso a la educación, a los cargos
administrativos y políticos, y en general a toda forma de "sociabilidad" que no
fuese la de sus propias instituciones de ayuda mutua. Así fue como las
"naciones", organizadas por descendientes de africanos, tuvieron un gran
desarrollo en Buenos Aires entre fines del periodo rivadaviano y la caída de
Rosas, y se convirtieron en las primeras asociaciones de "socorros mutuos" del
país. Además de reunir fondos comprar la libertad de esclavos, ayudar a viudas,
huérfanos y enfermos, estas sociedades mantuvieron acervo cultural afroamericano,
en sus "tangos" y "candombes", muchos de sus descendientes se fueron
"acriollando" y, en mayoría, negando u olvidando su herencia Africana.
Aunque muchos argentinos lo olvidemos a diario, zamba, milonga y tango (por no
decir hablar de malambo, kilombo o candombe), son voces afroamericanas, como el
origen de esas músicas, tan argentinas como nuestra morocha.
Revista Viva, 19/09/10

El
sargento Cabral era negro y no era sargento
En su discurso del 25 de mayo de 2012, la presidenta Cristina Fernández afirmó
que el sargento Juan Bautista Cabral era negro. Y posiblemente, originario de
Angola. Como el comentario provocó algunas sonrisas escépticas, hemos buceado en
la biblioteca, cuenta Rolando Hanglin en su columna del diario La Nación.
Una buena fuente es "Combate de San Lorenzo", por el R.P. Herminio Gaitán.
Primeras conclusiones: parece improbable que Cabral, en trance de muerte, haya
pronunciado la frase: "Muero contento, hemos batido al enemigo".
Casi todo el mundo muere completamente a disgusto, sobre todo en medio de una
batalla. Pero según las "Tradiciones" de Pastor Obligado, dijo algo parecido, si
bien menos solemne: "Déjenme compañeros. ¿Qué importa la vida de Cabral?. Vayan
ustedes a pelear, que somos pocos".
Para ser más exactos, lo habría dicho en guaraní, con las siguientes palabras: "Avyá
amanó ramo yepé, ña jhundi jhegere umí tytaguá". El valiente soldado rechazaba
así la ayuda de sus amigos, que se acercaban para atenderlo en medio de la
batalla, que duró sólo 15 minutos.
Juan Bautista Cabral sería hijo natural de don José Jacinto Cabral y Soto, y de
la morena Carmen Robledo.
Ella, luego, se casó con el moreno Francisco, que llevaba también el apellido
Cabral, por ser igualmente esclavo de esa antigua familia. Quizás por esta
razón, algunas fuentes lo dan como hijo de la esclava Carmen y del esclavo
Francisco, y esclavo él también, pues su nacimiento es anterior a la ley de
libertad de vientres, y de raza negra.
Estos datos se confirman en una carta de don Luis Cabral, su amo, del 4 de
diciembre de 1812, donde se refiere a la situación de "nuestro negro Juan
Bautista, que en su carta me pide le escriba a San Martín para que lo baje a la
infantería, porque en la caballería corre peligro".
Los negros integraban, habitualmente, la infantería, por ser malos jinetes, de
modo que el pobre Cabral tendría -a pie- más chances de sobrevivir.
Cabral había nacido en Saladas, provincia de Corrientes. No contrajo matrimonio
y, en su condición de esclavo, desempeñaba funciones de peón.
Seguramente, se integró al cuerpo de granaderos a poco de constituirse, y desde
Buenos Aires le pidió al amo que intercediera ante San Martín, como surge del
párrafo reproducido.
Tenía sólo 20 años. Su patrimonio declarado: un caballo rosillo con la marca de
don Luis Cabral, y una sortija de oro, que estaba en poder de doña Tomasa, su
patrona.
Finalmente: Cabral no era sargento. Según Gaitán, era "simplemente, un granadero
sin rango". Palabra del mismo San Martín. Tampoco hay constancias de un ascenso
post-mortem. San Martín mandó colocar, sobre las puertas del cuartel del Retiro,
un tablero de forma oval donde se leía: "Al soldado Juan Bautista Cabral. Murió
en la acción de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813".
No parece probable que el Libertador haya registrado aquellas palabras en
guaraní, para traducirlas después, dado que don José había dejado Yapeyú a los 4
años de edad, para no volver a oír jamás la bellísima lengua india de su
infancia.
En resumidas cuentas: Cabral era negro, sí, y esclavo. Ni siquiera sus
posesiones (un caballo y un anillo) le pertenecían realmente, pues él mismo era
propiedad de don Luis Cabral, según las leyes de la época.
Efectivamente, los esclavos africanos comercializados en la Argentina provenían
de Angola y el Congo, identificándose varias "naciones", como los "benguelas" y
los "congos". Todos ellos hablaban distintos dialectos de la gran familia bantú.
De su hablar han quedado, en nuestro argot cotidiano, palabras como tango,
tongo, conga, batuque (barullo) y milonga, entre muchas otras.
La población negra en las provincias del Río de la Plata ascendía, en 1810, al
50 por ciento de algunos territorios como Tucumán, y constituía una colectividad
bien nutrida en tiempos de Rosas, es decir hacia 1852.
Tras la batalla de Caseros y la Conquista del Desierto (1879-1883) las inmensas
oleadas de inmigrantes italianos, españoles, irlandeses, sirios, libaneses,
polacos, croatas, etc., diluyó el color moreno y la mota en el pelo, que hoy son
rasgos poco habituales en nuestro pueblo.
Algo de su forma rítmica permanece, sin duda, en el candombe y la chacarera
santiagueña con el sonido del bombo, así como en la piel tostada de nuestro
pueblo, donde siempre hay una gota (y algo más) de negro y de indio.
Un detalle menos simpático: muchos esclavos negros fueron "donados" por sus amos
a los ejércitos patriotas, como se podía donar una mula o una escopeta. Este
fue, tal vez, el caso del pobre Cabral.
Dicen que, al cabo de la batalla de Chacabuco, San Martín recorrió el campo
sembrado de cadáveres y exclamó, compungido: "¡Mis pobres negros!" De ese color
era la mayoría de nuestros soldados, por aquel entonces. Aun torturados por el
frío y poco habituados a montar a caballo, se batieron heroicamente. Sólo por
eso merecen mucho más que la Marcha de San Lorenzo.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1479080-el-sargento-cabral-era-negro

Los
Negros
Por Alberto Morlachetti
¿Quién que ha visto azotar
a un negro no se considera
para siempre su deudor? Yo lo ví, yo lo ví cuando era
niño y todavía no se me ha apagado en las mejillas la
vergüenza... Yo lo ví y me juré desde entonces su defensa.
José Martí
-I-
Antigüedad
(APE).- Podemos encontrar esclavitud en todos los pueblos antiguos,
para ello basta echar una mirada a la historia de Caldea, Babilonia,
Persia, de Egipto o del pueblo Hebreo. De las desventuras y miserias
de los ilotas en Esparta, de los Clarotes en Creta o de las tristezas
de los Sudras y de los Parias en la India.
Sociedades que basaban sus economías sobre hombres, mujeres y niños
esclavos. Sus vidas eran la fuerza de trabajo que recibía lo mínimo
necesario para reproducirse como herramientas y a quienes se les negó
identidad humana.
Podríamos decir que la historia deparó infortunios para aquellos que
abrieron los surcos y echaron las simientes, recogieron las mieses,
al que cuidó de los ganados, al que remó sobre las amarguras del mar,
el que levantó las moradas del amo y las obras majestuosas del orgullo
y del ingenio humano: las termas imperiales, las murallas de Roma y
el coliseo Flavio, la soberbia majestad de las pirámides y de la esfinge,
los incomparables templos de Luxor y de Karnak, los restos de Nínive
en Mosul y Korsabad, en las murallas de Babilonia y los jardines colgantes
de Semírabis o el Partenón de Atenas.
Quizás en las grietas de
estas grandes obras, en los ecos dormidos de las piedras se encuentren
los lamentos y las nostalgias de los esclavos: el lugar donde palpita
el pensamiento y el corazón de los hacedores de las grandes civilizaciones.
Los hombres considerados sabios y humanos como Hammurabi (1792-1750
A.C.) y Moisés (Siglo XIII A.C.) no la condenaron, se limitaron a regularla
para el interés y buen orden del país.
Aristóteles -uno de los mayores pensadores de la antigüedad (384-322
A.C.)- dejó huellas profundas en los imaginarios. Pensaba en la esclavitud
como un hecho natural donde algunos hombres -propiedad de un amo- han
nacido para servir percibiéndoles como herramienta viva y sin alma,
ligeramente parecidos a los humanos no podían recibir ni la amistad
ni la perturbadora justicia porque los esclavos eran cosas como los
bueyes no susceptibles de emociones ni derechos.
Tampoco el cristianismo favoreció su abolición a pesar del Nazareno.
Ya en la antigüedad el mismo Apóstol San Pablo -en Carta a los Efesios-
pedía sumisión y obediencia a los amos sirviéndolos “con temor y respeto”.
San Pedro -en la primera epístola- aconsejaba a los siervos obediencia
a los amos “no tan solo a los buenos y apacibles” sino también a los
de “recia condición”. San Agustín (354-430) encuentra el origen o la
“primera causa” de la esclavitud en el pecado: la considera un castigo
de Dios según las culpas de los pecadores. Si se trastorna la ley que
manda que se conserve el orden natural se debe reprimir con la servidumbre
penal. San Agustín percibe la esclavitud como un medio de purificación
y de elevación. Para el maestro y filósofo Orígenes (Siglo III) el esclavo
cristiano es libre “porque su cuerpo quedará bajo la dependencia del
amo, mientras que su alma no dependerá sino de Dios”.
-II-
En épocas más cercanas la
libertad era para los pensadores del Iluminismo el más alto y universal
de los valores políticos. Sin embargo, esta metáfora política comenzó
a arraigarse en una época en que la práctica económica de la esclavitud
-la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de pueblos
no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando
cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto
que a mediados de siglo todo el sistema económico de Occidente estaba
basado en ella, facilitando paradójicamente la difusión global de los
ideales iluministas con los que se hallaban en franca contradicción
dice Susan Back-Morss.
Thomas Jefferson (1743-1826)
autor principal del proyecto de Declaración de Independencia de los
EE.UU. incluía un párrafo especial donde manifestaba que la posesión
de esclavos es algo "contrario a la naturaleza humana". Tomás Paine
(1737-1809), el más prestigioso de los intelectuales de EE.UU. y co-redactor
de la Declaración de Independencia, dice que todos los “hombres nacen
iguales y poseen derechos naturales iguales e inalienables”. Sus contemporáneos
-no obstante- seguían a pie juntillas aquellos conceptos de Aristóteles:
no puede haber injusticia, ni tampoco es posible la amistad con los
esclavos "pues la amistad y la justicia no son posibles con respecto
a objetos inanimados”.
Intelectuales ilustres como Montesquieu (1689-1785) -uno de los padres
de la democracia actual- manifestaba que era impensable que Dios haya
puesto un alma en un cuerpo negro. Hume en Inglaterra (1711-1776) pensaba
que el negro puede desarrollar algunas cualidades, como el loro puede
hablar algunas palabras. José Ingenieros calificó en 1905 a los negros
como “oprobiosa escoria”, y que merecían la esclavitud por motivos “de
realidad puramente biológica”. Contemporáneos como Jorge Luis Borges
o Arnold Toynbee les resultaba “evidente la esterilidad cultural de
los negros”.
Entre las más altas expresiones de dignidad humana no podemos dejar
de nombrar -entre muchos- algunas vidas luminosas que se rebelaron contra
la humillante esclavitud: Espartaco, Zumbi, Toussaint de Louverture,
Malcom X, Martin Luther King. La memoria de esos nombres y la forma
apasionada de hacer la vida.
-III-
Ya el Papa Nicolás V había autorizado la esclavitud en 1454, al otorgar
a Alfonso V -Rey de Portugal- autorización para reducir a servitud perpetua
a sarracenos y paganos. A partir de la Conquista de América la esclavitud
toma nuevos bríos y ciertas características -como el color de la piel-
pasaron a convertirse en símbolos de esclavitud. La inferioridad social
empezó a verse como natural. El hombre negro se convirtió en el paradigma
del salvajismo. El mismo Renacimiento europeo lo consideraba como una
contradicción humana, como algo raro y al mismo tiempo imperfecto.
Para justificar la trata de esclavos, referida como "rescate”, muchos
autores vieron en la práctica una forma de apostolado evangelizador.
África no era tierra de misión, sino almacén natural de esclavos.
Es decir, el negro era pagano porque era negro, del mismo modo que el
blanco era cristiano por ser blanco. De esta forma, los europeos no
pensaban en seres humanos como lo eran ellos, sino en seres de otra
categoría. Es lo que Frantz Fanon define como la invención del hombre
negro por el hombre blanco. Una vez inventado este "negro" pagano y
salvaje lo mejor que se podía hacer por él era sacarle de su tierra
-llena de miserias espirituales- y la esclavitud en otras geografías
se la “percibía” como un beneficio espiritual.
-IV-
Cerca del lugar del embarque, en tierra africana, se los marcaba con
hierro candente para demostrar la pertenencia al negrero o a la compañía.
Este procedimiento similar al del ganado se llamaba “carimbar” y causaba
terror entre los africanos, que a veces preferían la muerte antes que
someterse. La marca podía estar en la espalda, en el caso de los hombres,
y en las nalgas, en las mujeres. Embarcados en condiciones infrahumanas,
300 o 400 esclavos, amontonados y encadenados en bodegas (un espacio
mínimo de horror donde algunos sobrevivían porque otros morían) o por
el banzo (tristeza que mata de no comer), llegaban a Puerto donde según
la práctica, eran palmeados, medidos, para determinar valor y destino
final. “Pieza de india” era un hombre o una mujer de contextura robusta,
cuya edad oscilaba entre los 15 y 30 años, sin defecto alguno y con
todos sus dientes. Los que no alcanzaban esas condiciones se llamaban
“cuarto”. Los recién llegados recibían el mote de “negro bozal” mientras
que a los que ya tenían un año de esclavitud se los conocía como “negros
ladinos”. Para los que eran muy altos se reservaba el nombre de “negro
de asta”.
A los niños africanos, en el Virreinato del Río de La Plata, se los
llamaba “mulequillo”, (los niños esclavos hasta 7 años), ”muleque” (los
niños-esclavos que tenían entre 7 y 12 años) o ”mulecón” (hasta los
16 años).
-V-
Basta recordar que, entre el inicio del tráfico a fines del siglo XV
y su abolición a mediados del siglo diecinueve (con un despegue masivo
después de 1690-1750), de 12 a 20 millones de africanos encadenados
atravesaron el Atlántico. A esta pérdida deben sumarse los millones
de seres -quizás un 40 por ciento del total- abatidos por la enfermedad,
el hambre o la tortura mientras viajaban desde el lugar de captura hasta
la costa donde abordaban los buques “negreros”. A esto se añaden 4 millones
de almas que debieron cruzar el Sahara a pie para ser vendidas en los
mercados de esclavos del Cairo, Damasco y Estambul. Para el África occidental
y central occidental, la cantidad total de personas perdidas suma entre
24 y 37 millones, tomando como referencia las cifras más bajas. Algunos
historiadores sitúan la pérdida africana entre 70 y 80 millones de hombres,
mujeres y niños.
Darcy Ribeiro manifiesta que los esclavos fueron quemados por millones
en América como si fueran carbón humano, en los hornos de los ingenios
y en las plantaciones de caña, minas y cafetales. Tanto era así, que
la vida media de un esclavo negro no pasaba de cinco a siete años, luego
de su captura, conforme a la región y a la intensidad de producción
de cada período. Tiempo suficiente para que rindiese mucho dinero.
En el siglo XVII, en la
ciudad de Mariana, en Minas Gerais, en Brasil, todo expósito recogido
de las calles o de los portales debería ser declarado a la Cámara Municipal,
recibiría una matrícula y aquel que lo recogiera, tres octavas de oro
por mes, para la crianza. Entre los años 1753 a 1759, fueron encontradas
algunas de estas matrículas, donde la Cámara expresaba el propósito
de no criar mestizos, mulatos, negros o criollos, exigiendo que además
del certificado de bautismo, fuese presentado también una certificación
de “blancura”, firmada por un médico.
Nunca antes había sido tan empobrecido y degradado el género humano.
En ciertos momentos, parecía que todos los rostros bellos de nuestra
especie serían apagados para sólo dejar florecer blancos y europeos.
-VI-
John Locke en 1690 afirma que “La esclavitud es un Estado del Hombre
tan vil y miserable, tan directamente opuesto al generoso temple y coraje
de nuestra Nación que apenas puede concebirse que un inglés, mucho menos
un Gentleman, pueda estar a favor de ella”.
Pero la indignación de Locke contra las “Cadenas de la Humanidad” no
fue una protesta contra la esclavitud de los negros africanos en las
plantaciones del Nuevo Mundo, y mucho menos en las colonias británicas.
La esclavitud fue más bien una metáfora para la tiranía legal, tal como
generalmente se la utilizaba en los debates parlamentarios británicos
sobre teoría constitucional. Accionista en la Compañía Real Africana,
involucrado en la política colonial americana en Carolina, Locke “consideró
claramente la esclavitud de hombres negros como una institución justificable”.
En la concepción de Locke, el origen de la esclavitud, como el origen
de la propiedad y la libertad, quedaban completamente fuera del contrato
social. Nacían “perfectas” en el estado de naturaleza. Siguiendo el
razonamiento de Alessandro Baratta la exclusión de hecho o de derecho
de la mayoría de nuestra población radica en la teoría y praxis del
pacto social propio de la modernidad. Se puede considerar como un pacto
de exclusión, ya que en realidad, a pesar de que el potencial declarado
de sus principios es universal, fue un pacto entre individuos adultos,
blancos y propietarios para excluir del ejercicio de la ciudadanía en
el nuevo Estado que nacía con el pacto, a hombres, mujeres y niños humildes,
y entre ellos -especialmente- los esclavos negros que no tienen calidad
de sujetos y que “jamás serán un rostro y un nombre” ni podrán “devenir
en espíritu de humanidad”. Nunca podrán discernir ni dar consentimiento
al contrato para que los incluya: están fuera del mundo humano.
La Reina Isabel I de Inglaterra hizo noble a John Hawkins que, entre
1562 y 1569, trayendo esclavos de Guinea, había llegado a ser el hombre
más rico de Inglaterra.
-VII-
Argentina y los negros
Las
autoridades de Migraciones en el Aeropuerto de Ezeiza cuando vieron
el pasaporte de María Magdalena Lamadrid, de 57 años, argentina, de
quinta generación, descendiente de una pareja negra de esclavos de la
época del Virreinato, parada frente a la ventanilla con su pasaporte
en mano para viajar a Panamá le dijeron que no podía ser que fuera "argentina
y negra". El pasaporte para ellos era falso. La Policía Aeronáutica
la detuvo por 6 horas. Ocurrió el 22 de agosto del año 2002 (Diario
Clarín 24-08-02).
Aquello de lo que no se habla, los negros, “lo que no tiene dolientes,
palabras ni monumentos, se pierde”. A veces la historia silencia. Argentina
es quizás el país donde se intentó con mayor énfasis descontaminar nuestra
identidad de cualquier negritud. La población negra ha sido borrada
de la memoria colectiva. Sin embargo la tensión en cuyo interior conviven
la memoria y el olvido “parece haber tonificado la construcción de la
experiencia humana desde los inicios del tiempo social”.
En el Virreinato del Río de la Plata el acceso a la educación era profundamente
desigual. Los negros, mulatos, zambos, cuarterones estuvieron excluidos
de todos los institutos de enseñanza. La orden era “solamente doctrina
cristiana” y tenerlos separados “para que no se junten”. “Testimonio
del fuerte arraigo del prejuicio racista es la historia del mulato Ambrosio
Millicay, de quien consta en los libros capitulares de Catamarca que
fue azotado en la plaza pública “por haberse descubierto que sabía leer
y escribir”. Pena que se aplicaba “para escarmiento de indios y mulatos
tinterillos, metidos a españoles”. El mulato había perseguido las palabras,
y se abrazó a ellas, recorriendo la historia página por página. Quizás
supo que la palabra y el dolor no conocen el olvido.
“Para graduarse en artes y teología en la Universidad de Córdoba, quedaba
excluido -según las constituciones del padre Rada, dictadas en 1664-
el que tenga contra sí la nota de mulato, o alguna otra de aquellas
que tienen contraída alguna infamia”.
-VIII-
El censo de población de 1778 nos informa que la ciudad de Buenos Aires
tenía 24.363 habitantes, de los cuales 7256 eran negros y mulatos. En
el noroeste argentino -la zona de mayor densidad poblacional en aquellos
días- sobre un total de 126.000 habitantes, 55.700 eran negros, zambos
y mulatos. En Tucumán representaban el 64 por ciento de la población.
En Santiago del Estero, 54%; en Catamarca, 52%; en Salta, 46%. En Córdoba
sobre 44.052 pobladores el 60 por ciento eran negros, mulatos o mestizos.
Para 1810 diversos estudios consideraban que la población de negros
y mulatos constituía el 40 por ciento de la población total del virreinato,
mientras que a fines de la década de 1880 la proporción se redujo a
menos del 2 por ciento.
No obstante Bartolomé Mitre -según Daniel Schávelzon- escribió sobre
los esclavos negros que “entraban a formar parte de la familia con la
que se identificaban, siendo tratados con suavidad y soportando un trabajo
fácil, no más penoso que el de sus amos, en medio de una abundancia
relativa que hacía grata la vida”. Paul Groussac contestó duramente
en 1897 al escribir que “Los negros y mulatos urbanos (...) pertenecían
a la casa del amo o patrón, no ‘como miembros de la familia’ (...) sino
como parte de su fortuna”.
La notable y planificada
reducción de la población negra dio sustento a los pensamientos de José
Ingenieros en 1910: “La civilización superior corresponde a la raza
blanca, fácil es inferir que la negra debe descontarse como elemento
de progreso”. Tal es el caso “de Argentina, libre ya o poco menos de
razas inferiores”.
Es decir de aquellos de cuya existencia no se quiere saber -escribe
Picotti- de la otredad que no se quiere asimilar, y que sin embargo
forma parte de nuestra comunidad histórica “y cuyo no reconocimiento
le impedirá ser una comunidad real, la condenará a ser ficticia, a un
siempre-no ser-todavía”.
El silencio ha tenido consecuencias desmesuradas, extrañas y paradojales.
A los nativos de estas tierras no se les concedió la razón de pueblo
fundante, con el propósito de legitimar el despojo posterior y es rara
la historia argentina que comience mucho antes del período de la Independencia
de España.
-IX-

Desde 2013, la Argentina conmemora el 8 de noviembre como el
"Día Nacional de las/los Afroargentinas/os y de la Cultura Afro"
a través de la sanción de la Ley N° 26.852.
Se eligió esta fecha en honor a María Remedios del Valle,
afroargentina, llamada por las huestes como "Madre de la Patria"
a quien el General Manuel Belgrano le confirió el grado de
Capitana por su arrojo y valor en el campo de batalla.
|
Durante la colonización española, Buenos Aires fue uno de los puertos
principales para la introducción de esclavos. Ya en América niños y
adultos eran conducidos al asiento de negros, vueltos a carimbar -al
lado del estigma de fuego anterior- donde la compañía ponía sello y
propiedad. Una cuarentena les curaba las heridas del viaje, los alimentaban
y cuidaban para ser vendidos a buen precio en un mercado a cielo abierto
donde desnudaban a hombres, mujeres y niños para que los compradores
echaran la mirada y palpasen sus cuerpos y según la edad y fortaleza
pagaban en monedas de oro el valor de sus personas. La humanidad misma
se había convertido en una mercancía.
En 1708 se le concedió a la Compañía de Guinea (importadora francesa
de negros) tener en nuestras costas un “asiento de esclavos”. En los
tiempos en que la trata era ejercida por la Compañía Francesa, ésta
adquirió un terreno ubicado al pie de las barrancas, al sur de la ciudad
(aproximadamente Parque Lezama). En 1715 se instaló la South Sea Company
(Compañía inglesa de los Mares del Sur) que construiría un depósito
de esclavos en Retiro, cerca de la actual Plaza San Martín. En 1731
se trasladó cerca del actual Parque Lezama, entre Defensa y Bolívar.
La compañía propietaria de los esclavos los enviaba al norte, donde
eran requeridos, especialmente en las minas del Potosí o a Lima o al
Tucumán donde se los hacía trabajar en los cañaverales azucareros. También
los compraban algunos artesanos locales con cierto poder adquisitivo
para que vendieran por las calles lo que su amo fabricaba. A veces el
Cabildo adquiría esclavos para distintas tareas, como la de pregonero
o verdugo. Incluso las órdenes religiosas los buscaban para aligerar
la tarea de los indios reducidos o de sus propios miembros.
Alejandro Malaspina escribía en 1770 (citado por el Abad de Santillán
en su Historia Argentina), sobre la poca inclinación de los blancos
por el trabajo manual y señalaba que en Buenos Aires había muchos esclavos
negros. "Muchos de ellos se emplean en vender agua por las calles, subidos
en sus altos caballos como timbaleros, otros, en peones de albañil,
y en otros varios oficios mecánicos; por lo cual las más molestas de
tales artes no encuentran sino muy pocos profesores blancos, y sale
bastante cara cualquier mano de obra y sin honor".
Los blancos españoles consideraban las tareas manuales como una degradación
de su estirpe. Los indios eran, para lo europeos, “escasos, remisos
y poco dóciles”. Entonces, los negros fueron la fuente principal de
los trabajos manuales: el laboreo de la tierra, la cría de ganado, la
zafra, el servicio doméstico. Algunos se destinaban para entretener
a los blancos: “Desde Oruro, a fines del siglo XVIII, don Manuel Villegas
encarga a don Diego de Agüero, vecino de Buenos Aires, ‘cuatro negritas
de edad, y tan lindas como la Cenonia’, pues las necesitaba con urgencia
‘para salir de encargo’. Y con machacona claridad colonial le detalla
que ‘sean negras atezadas, rollizas y sanas, de 10 a 12 años’ (“Comercio
y comerciantes coloniales”, por Lucas Ayarragaray, en La Nación del
12 de setiembre de 1926)".
La esclavitud estuvo en nuestro suelo durante varias centurias y, hasta
el fin del siglo XIX, subsistió de alguna manera. La liberación de vientres
en 1813 y la abolición de la esclavitud en 1853 no fueron tan categóricos
como las solemnes declaraciones que los proclamaron y "el Código Civil
sancionado en 1869 conserva vestigios de aquella repugnante institución
cuando legisla sobre el trabajo de los criados de servicio", como bien
lo expresa Arzac.
Ciertas formas de la esclavitud persistieron explícitas o encubiertas
hasta fines del siglo XIX. Basta echarle una mirada a las publicaciones
de la época.
-X-
La batalla de Maipú -quizás el mayor triunfo del Ejército de los Andes-
se llevó innumerables vidas de los batallones negros de la infantería
patriota. El mayor tributo a la liberación definitiva de Chile. La reconquista
de Buenos Aires en 1806 y 1807, la campaña de San Martín quien reconocerá
el valor de sus tropas negras, pero estos batallones no se unieron con
los blancos. Los esclavos morirían en la lucha por la Independencia
solos -negro con negro- en riguroso “apartheid”, en los valientes batallones
séptimo y octavo de la independencia, en las batallas de Chacabuco,
Maipú, Cancha Rayada, en la Campaña del Alto Perú. En las guerras civiles
y la de la Triple Alianza que destruyó al Paraguay y que signara “el
destino colonial de América Latina”.
Los negros habitaban los barrios de mayor pobreza, que deben trasmitir
“como legado”, “incluso como acto de fe”. Cuando la fiebre amarilla
azotó Buenos Aires en 1871 -en medio del horror generalizado por la
epidemia- el ejército rodeó los arrabales y no les permitió la migración
hacia la zona que los blancos establecieron en el Barrio Norte para
escapar de “la peste”. Los negros tributaron miles de muertos, acorralados
por la epidemia y los fusiles.
En el Diario "El Nacional”, del 5 de enero de 1863, se puede leer: “Los
negros viven y mueren entre nosotros poco menos como los irracionales
y no nos recordamos de ellos sino para arrancarles a sus hijos y llevarlos
de carnada a la guerra civil. Ellos olvidan la ingratitud de los blancos
con la chicha y el tango”. Esa música conmovedora, nacida de la negritud,
donde adquiere belleza “la capacidad que tiene el arte para devolver
la dignidad a la vida”.
-XI-
El Semanario “El Proletario”, dirigido por Lucas Fernández, comenzó
a publicarse el 18 de abril de 1858 con el objetivo de servir a los
intereses de su gente. Su director reclamaba “democracia y libertad
para los morenos de Buenos Aires”.
En el mismo sentido, la publicación gráfica “La Juventud”, destinada
a ciudadanos negros, que aparecía cada diez días en la década de 1870,
dirigida entre otros, por Gabino Ezeiza, en varias ediciones afirmaba
luchar por “la libertad política y social”... “hasta el último instante
en que tengamos vida... y podamos tener aseguradas nuestras libertades
públicas y los sagrados derechos que se derivan de la naturaleza del
hombre”.
En el periódico quincenal “La Broma”, en un artículo publicado el 11
de septiembre de 1879, se llama a los negros a no participar en las
elecciones que se aproximaban: “Hermanos: La Broma no vende su conciencia
(...) Se acuerdan de nosotros en los momentos supremos de la batalla,
cuando podemos servir de carne de cañón”.
Ribeiro dice que las masas de millones de africanos, llevados a América
como esclavos, o los indios destribalizados y reclutados en los ingenios
y las minas, fueron utilizados en la condición de mera fuerza energética.
Los negros habían perdido sus características étnicas originales, “porque
además jamás pudieron volver a producir lo que consumían, ni a vivir
comunitariamente para ellos mismos; convertidos en fuerza de trabajo
o arrendada, vivían el destino de las mercancías humanas desculturizadas.
Sus descendientes eran aquellos que no sabían el nombre de la tierra
que pisaban, de los árboles que veían, de los pájaros que los asustaban”.
-XII-
Cuando los europeos llegaron
a África llevándose de raíz sus mejores hombres y mujeres marcándolos
como una propiedad y sembraban el hambre y la sed y los cantos de los
esclavos -como un músculo bajo la piel del alma- lanzaban al mundo su
música milenaria, percusión y plegaria. Sí, el grito del mundo.
Pero eso era entonces. Cuando había que ir a cazarlos y la carimba encendía
su piel. Ahora por su hambre y su sed lanzan barcos de papel -se llaman
pateras- que conocen el mar. Demasiadas veces han cruzado ese tramo
que divide el primer mundo de esa tierra de secretos de luna. Demasiadas
veces habían esquivado con éxito los arrecifes que elevaban las olas
hasta los pájaros de la noche.
El mar devoró de un solo bocado a dieciséis en la isla de Fuerteventura,
en el archipiélago de las Canarias. Intentaron noches tibias. Se atrevieron
a subirse al sol de las espigas. Y creyeron que esta vez, por una vez,
los monstruos del océano mirarían hacia otro lado. Pero ellos, como
los define el diario El Mundo (17-04-04), no son más que “sin papeles”.
Una carencia. Esa misma que los empujó al mar. Esa misma que los arrolló
en la más injusta de las olas.
-XIII-
Epílogo
Los hemos convertido -por lo menos en nuestro país- en seres invisibles,
innominados de la historia. Dina Picotti manifiesta que este egoísmo
de clase y de cultura redujo al ser humano de los trabajadores importados
africanos a un fantasioso “ser inferior” de negros y al de los propietarios
europeos y descendientes a un no menos extravagante “ser superior” de
blancos.
En 1891 Martí -cerca de las constelaciones mayores- se opondría a considerar
que la piel blanca constituya un valor agregado que otorga derechos
sobre otras personas “Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas,
enhebran y recalientan las razas de librería (...) El alma emana, igual
y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”. Para agregar:
El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza
o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro,
por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por
redundante el blanco que dice: "Mi raza"; peca por redundante el negro
que dice: "Mi raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica,
aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad.”
Fuentes consultadas:
· Abad de Santillán, Diego; “Historia Argentina”, Tipográfica Editora
Argentina, Buenos Aires, 1981.
· Bobbio, Norberto y Bovero, Michelangelo; “Sociedad y Estado en la
Filosofía Moderna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano”,
FCE, México, 1996.
· Buck-Morss, Susan; “Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una
interpretación revolucionaria”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires,
2005.
· De la Cerda Donoso de Moreschi, Jeanette C. y Villarroel, Luis J.;
“Los negros esclavos de Alta Gracia. Caso testigo de población de origen
africano en la Argentina y América”, Ediciones del Copista, Córdoba,
1999.
· Díaz-González, J. Joaquín; “¡Tú eres esclavo! La esclavitud en la
antigüedad”, Casa Editorial Araluce, Barcelona, 1932.
· Fanon, Frantz; “Los Condenados de la Tierra”, Ediciones Fondo de Cultura
Económica, México, 1977.
· González Arzac, Alberto; “La Esclavitud en la Argentina”, Editorial
Polémica, Buenos Aires, 1974.
· Ingenieros, José; “Sociología Argentina”, Editorial Losada, Buenos
Aires, 1946.
· Kechekian, S. F. y Fedkin, G. I.; “Historia de las ideas políticas.
Desde la antigüedad hasta nuestros días”, Editorial Cartago, Buenos
Aires, 1958.
· Martí, José; “Obras Completas”, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1991.
· Pereyra, Osvaldo Víctor; “40 Glosas”, Buenos Aires, 2002.
· Picotti, Dina V.; “La presencia africana en nuestra sociedad”; Ediciones
del Sol; Buenos Aires; 1998.
· Schavlezon, Daniel; “Buenos Aires Negra”, Emecé Editores, Buenos Aires,
1999.
Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar, 21/06/06
El
desprecio racista se realizaba plenamente cuando se convertía en el
autodesprecio.
Espejos
blancos para caras negras
Por Eduardo Galeano
Uno de los remedios contra el cabello africano se llama, African Pride
(Orgullo Africano) y, según promete, "plancha y suaviza como ninguno".
1. La heroica virtud
Al vertiginoso ritmo de la industria del fin de siglo, el Vaticano está
produciendo santos.
En los últimos veinte años, el papa Juan Pablo II beatificó a más de
novecientos virtuosos y canonizó a casi trescientos.
A la cabeza de la lista de espera, favorito entre los candidatos a la
santidad, figura el esclavo negro Pierre Toussaint.
Se asegura que el Papa no demorará en colocarle la aureola, "por mérito
de su heroica virtud".
Pierre Toussaint se llamaba igual que Toussaint Louverture, su contemporáneo,
que también fue negro, esclavo y haitiano.
Pero ésta es una imagen invertida en el espejo: mientras Toussaint Louverture
encabezaba la guerra por la libertad de los esclavos de Haití, contra
el ejército de Napoleón Bonaparte, el bueno de Pierre Toussaint practicaba
la abnegación de la servidumbre.
Lamiendo hasta el fin de sus días los pies de su propietaria blanca,
él ejerció "la heroica virtud" de la sumisión: para ejemplo de todos
los negros del mundo, nació esclavo y esclavo murió, en olor de santidad,
feliz de haber hecho el bien sin mirar a quién.
Además de la obediencia perpetua y de los numerosos sacrificios que
hizo por el bienestar de su ama, se le atribuyen otros milagros.
2. El santo de la escoba, San Martín de Porres fue el primer cristiano
de piel oscura admitido en el blanquísimo santoral de la Iglesia Católica.
Murió en la ciudad de Lima, hace tres siglos y medio, con una piedra
por almohada y una calavera al lado.
Había sido donado al convento de los frailes dominicos. Por ser hijo
de negra esclava, nunca llegó a sacerdote, pero se destacó en las tareas
de limpieza.
Abrazando con amor la escoba, barría todo; después, afeitaba a los curas
y atendía a los enfermos; y pasaba las noches arrodillado en oración.
Aunque estaba especializado en el sector servicios, San Martín de Porres
también sabía hacer milagros, y tantos hacían que el obispo tuvo que
prohibírselos.
En sus raros momentos libres, aprovechaba para azotarse la espalda,
y mientras se arrancaba sangre se gritaba a sí mismo: "¡Perro vil!".
Pasó toda la vida pidiendo perdón por su sangre impura.
La santidad lo recompensó en la muerte.
3. La piel mala
A principios del siglo dieciséis, en los primeros años de la conquista
europea, el racismo se impuso en las islas del mar Caribe. Coartada
y salvoconducto de la aventura colonial, el desprecio racista se realizaba
plenamente cuando se convertía en el autodesprecio de los despreciados.
Muchos indígenas se revelaron y muchos se suicidaron, por negarse al
trabajo esclavo, ahorcándose o bebiendo veneno; pero otros se resignaron
a otra forma de suicidio, el suicidio del alma, y aceptaron en mirarse
a sí mismos con los ojos del amo.
Para convertirse en blancas damas de Castilla, algunas mujeres indias
y negras se untaban el cuerpo entero con un ungüento hecho de raíces
de un arbusto llamado guao.
La pasta de guao quemaba la piel y la limpiaba, según se decía, del
color malo. Un sacrificio en vano: al cabo de los alaridos de dolor
y
de las llagas y las ampollas, las indias y las negras seguían siendo
indias y negras.
Siglos después, en nuestros días, la industria de los cosméticos ofrece
mejores productos.
En la ciudad de Freetown, en la costa occidental del Africa, un periodista
explica: "Aclarándose la piel, las mujeres tienen mejores
posibilidades de pescar un marido rico".
Freetown es la capital de Sierra Leona; según los datos oficiales, del
Sierra Leone Pharmaceutical Board, el país importa legalmente veintiséis
variedades de cremas blanqueadoras. Otras ciento cincuenta entran de
contrabando.
4. El pelo malo
La revista norteamericana Ebony, de lujosa impresión y amplia circulación,
se propone celebrar los triunfos de la raza negra en los negocios, la
política, la carrera militar, los espectáculos, la moda y los deportes.
Según palabras de su fundador, Ebony "quiere promover los símbolos del
éxito en la comunidad negra de los Estados Unidos, con el lema: Yo también
puedo triunfar".
La revista publica pocas fotos de hombres. En cambio, hay numerosas
fotografías de mujeres: leyendo la edición de abril de este año, conté
182. De esas 182 mujeres negras, sólo doce tenían rizos africanos y
170 lucían pelo lacio.
La derrota del pelo crespo -"el pelo malo", como tantas veces he escuchado
decir- era obra de la peluquería o milagro de las pócimas. Los productos
alisadores del pelo ocupaban la mayor parte del espacio de publicidad
en esa edición.
Había avisos a toda página de cremas o líquidos ofrecidos por Optimum
Care, Soft and Beautiful, Dark and Lovely, Alternatives, Frizz Free,
TCB Health-Sense, New Age Beauty, Isoplus, CPR Motions y Raveen.
Me impresionó advertir que uno de los remedios contra el cabello africano
se llama, precisamente, African Pride (Orgullo Africano) y, según promete,
"plancha y suaviza como ninguno".
5. Una herencia pesada
"Parece negro" o "parece indio, son insultos frecuentes en América latina;
y "parece blanco" es un frecuente homenaje.
La mezcla con sangre negra o india "atrasa la raza"; la mezcla con sangre
blanca "mejora la especie".
La llamada democracia racial se reduce, en los hechos, a una pirámide
social: la cúspide es blanca, o se cree blanca; y la base tiene color
oscuro.
Desde la revolución en adelante, Cuba es el país latinoamericano que
más ha hecho contra el racismo.
Hasta sus enemigos lo reconocen; y a veces lo reconocen lamentándolo.
Han quedado definitivamente atrás los tiempos en que los negros no podían
bañarse en las playas privadas ("porque tiñen el agua").
Pero todavía los negros cubanos abundan en las cárceles y brillan por
su ausencia en las telenovelas, como no sea para representar papeles
de esclavos o criados.
Una encuesta, publicada en diciembre del '98 por la revista colombiana
América Negra, revela que los prejuicios racistas sobreviven en la sociedad
cubana, a pesar de estos cuarenta años de cambio y progreso, y los prejuicios
sobreviven sobre todo entre sus propias víctimas:
En Santa Clara, tres de cada diez negros jóvenes consideran que los
negros son menos inteligentes que los blancos; y en La Habana, cuatro
de cada diez negros de todas las edades creen que ellos son intelectualmente
inferiores.
"Los negros han sido siempre poco dados al estudio", dice un negro.
Tres siglos y medio de esclavitud son una herencia pesada y porfiada.
Fuente: Nac&Pop

El
negro en el Río de la Plata
Por Ricardo Rodríguez Molas
El texto se publica con autorización del autor. Apareció originalmente
en Historia Integral Argentina, Tomo V, “De la Independencia a la Anarquía”,
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970.
Con frecuencia se califica de idílica la situación de los esclavos en
el actual territorio argentino, afirmándose también que la esclavitud
desaparece debido a las medidas adoptadas por la Asamblea General de
1813.
Nada más inexacto. Tampoco el asociar el tema del negro con danzas y
candombes realizados durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, rodeándolo
de un falso pintoresquismo, refleja la realidad de las relaciones de
carácter racial que imperan desde la colonia y hasta la desaparición
de aquel grupo humano.
Aspecto jurídico de la esclavitud
Según la legislación aplicada en las colonias, se puede definir al esclavo
como una cosa dependiente de otro, el amo, y sujeta a normas jurídicas.
Esta cosa u objeto (pieza de Indias en los documentos de la trata) está
regida por una legislación general dictada en la Península y por reglamentaciones
locales acordes con la estructura socioeconómica de cada región.
Todo sistema feudal –y lo establecido por España en América– necesita
para subsistir de una rígida estratificación social. Estratificación
impuesta en las colonias por las denominadas “Leyes de Indias” y la
determinación de la clase que se autodenomina superior. En el Río de
la Plata como en el resto de las posesiones españolas, ser blanco o
descendiente de éstos, y en algunos casos sólo participar –por nacimiento
o por educación– del ambiente en el que se desempeña la clase social
dominante (a pesar de cierto porcentaje de sangre indígena o negra)
significa para un indiano la apertura de las puertas de la administración
colonial, del comercio, de los colegios, seminarios y universidades,
sectores vedados por regla general a los negros, mulatos y zambos. Para
ellos todo deseo de integración constituye un deseo inalcanzable. Los
documentos coloniales, desde el siglo XVI y hasta el XIX, denominan
personas de mala raza a quienes poseen entre sus antecesores sangre
africana, mora o judía, impidiéndoles el casamiento con los pobladores
considerados blancos.
De acuerdo con el concepto imperante, la esclavitud constituye un estigma
jurídico exclusivo del negro (aludimos en este caso al siglo XVIII).
Esclavitud que se hereda por línea materna en todos los casos, es esclavo
aunque su padre sea blanco, si bien éste tiene derecho a comprarlo si
lo ofrecen en venta y con preferencia a cualquier otra persona. Para
el indio no tiene vigencia lo estipulado y mucho menos para el progenitor
negro.
Comercio legal y contrabando de negros
Desde los primeros momentos de la ocupación del continente, España importa
mano de obra servil, encargándose del tráfico comerciantes y sociedades
de Portugal, Francia e Inglaterra. Recién en las últimas décadas del
siglo XVIII, comerciantes españoles y criollos se interesan en la práctica
del comercio infame.
Las zonas de aprovisionamiento de esclavos en la costa de África varían
de acuerdo con la época, las compañías y países que en distintos momentos
ejercen el monopolio del tráfico. Las áreas de mayor importancia situadas
en la costa occidental fueron el Sudán Occidental, la costa de Guinea
y el Congo. Asimismo se importaron africanos de Madagascar y de las
factorías emplazadas en el extremo sur del continente, con mayor intensidad
en los últimos años del siglo XVIII. La legislación española y los contratos
con las fuentes de abastecimiento prohibían el ingreso de los moros
y negros mahometanos debido al temor que inspiraban y a su índole más
levantisca. Pero si bien la letra lo estipulaba así, el contrabando
primero y luego la exportación directa del Brasil señalan la presencia
de africanos con influencias árabes. Durante la primera mitad del siglo
XVII se exportan a Buenos Aires negros provenientes de la revuelta de
Los Palmares (Brasil).
Disminuida la población indígena útil para el trabajo en las haciendas,
minas e ingenios, la introducción de negros será el recurso que mantendrá
la economía colonial en funcionamiento, por cierto a un costo de vidas
muy alto.
La Corona pondrá en manos de comerciantes (los llamados asentistas)
la tarea de abastecer a sus dominios ultramarinos de mano de obra esclava.
Luego las concesiones serán acordadas en calidad de monopolios, con
Francia e Inglaterra en un proceso complejo que no podemos resumir en
pocas líneas.
El cruce del Atlántico desde las factorías africanas se realiza en veleros
que los portugueses denominan tumbeiros (de tumbas), sombría calificación
que alude a una trágica realidad: durante el siglo XVIII y considerando
las mejores condiciones posibles de sanidad y navegación, sólo sobreviven
al viaje entre un sesenta y setenta por ciento de los hombres embarcados.1
En casos extremos, documentados fehacientemente, no arriba con vida
ni un solo negro, como ocurre en el primer viaje que realiza una nave
de la Compañía de Guinea a Buenos Aires en 1702.
Llegado el velero a puerto, los oficiales reales controlan la carga
humana, cobran los derechos correspondientes y en señal de conformidad
aplican sobre la piel del africano una marca de plata puesta al rojo
que deja la marca imborrable (carimbo). Lo hacen sobre ciertas partes
del cuerpo: cabeza, brazos, pecho y espalda. Los dibujos son variados
y similares a las marcas de ganado: cruces, círculos, iniciales, etc.
Recién en 1784 se deja sin efecto esta bárbara costumbre que se extendió
en América durante más de tres siglos.
Junto al tráfico legal y desde fines del siglo XVI el contrabando de
esclavos constituye una actividad muy productiva. Entre las varias vías
empleadas para ingresar la mercadería de contrabando en el siglo XVIII,
la más común era pasar a los negros por la extensa y despoblada frontera
entre Brasil y la Banda Oriental o por intermedio de la Colonia del
Sacramento cuando la ocupan los portugueses; también emplean pequeñas
sumacas (embarcaciones) que con facilidad arriban a la costa del Plata,7
y no pocas veces operan abiertamente y con la complicidad de gobernadores
y autoridades locales.
La Colonia del Sacramento, ciudad emplazada por los portugueses frente
a la ciudad de Buenos Aires en 1680, constituye, como Jamaica en las
Antillas, el centro del contrabando rioplatense.
Los comerciantes porteños, más que al peligro de una posible invasión,
temen la competencia de éstos en el intercambio de manufacturas y esclavos
por cueros, realizado con las naves inglesas que rondan nuestras costas.
El gobernador García Ros se queja amargamente en 1715 ante la imposibilidad
de controlar el comercio ilícito, debido a la escasa cantidad de soldados
y la extensión de fronteras y del litoral; pero como buen funcionario
colonial no duda en recibir de los navegantes ingleses buenas sumas
de dinero en pago de sus servicios.
No será el único: la Compañía del Mar del Sur a pesar de ser abastecedora
legal de esclavos en los dominios del rey de España, no se libra de
entregar con frecuencia abultadas cantidades para evitarse problemas
con los funcionarios; estos gastos extras, escrupulosamente asentados
en las cuentas de los comerciantes, nos documentan hoy sobre el concepto
de honradez administrativa de la época. Algunos ejemplos: en 1744 el
capitán del navío Royal George entrega a los oficiales reales, en calidad
de presente, ciento dieciocho mil pesos en piezas de ocho reales; el
1º de agosto de 1722, seis mil pesos al gobernador de Panamá, mil quinientos
al fiscal y dos mil a los oficiales reales del puerto. Entre 1716 y
1717, el capitán del Kingston vende en forma ilícita mercaderías y esclavos
en Buenos Aires, mediante la entrega del 25% de los beneficios al gobernador.
Y mientras en la pacata Buenos Aires desembarcan la carga humana, en
Londres los miembros de la Compañía sobornan al representante de S.
M. Católica para que permita cientos de fraudes y lo hacen a cambio
de la entrega de mil libras esterlinas y una pensión anual de ochocientas.
Así lo señala V. L. Brown basándose en testimonios de la época. En determinado
momento, los miembros de la Compañía del Mar del Sur, dedicada a las
actividades del comercio humano y de la que es socio el mismo monarca
español, utilizan el chantaje para lograr sus propósitos. (Documentos
publicados en “The South Sea Company and Contraband Trade”, en American
Historical Review, vol. 31, nº 4, julio de 1926.)
Son tan frecuentes aquellos tratos para eludir las prohibiciones y el
monopolio que en muchos casos los comerciantes desconocen la existencia
de las actividades lícitas. En 1750 queda sin efecto el monopolio que
poseyó Inglaterra para realizar el comercio de esclavos, previa indemnización
de cien mil libras esterlinas. La indemnización corresponde a las comisiones
que dejaría de cobrar el monarca por la solución de los negocios.
Posteriormente serán armadores de la península los que participen en
el comercio infame. El proceso de transformación del sistema de monopolios
hacia la liberación total es lento y complejo. Durante varias décadas
y mediante reales órdenes se autoriza a las personas relacionadas con
la Corte a introducir esclavos. Ajenos al conocimiento del tráfico,
éstos venden los permisos a armadores prácticos y dispuestos a emprender
aquellas actividades, que adquieren la mercancía en las posesiones de
Portugal en América y en las factorías del litoral africano. Recién
en 1778 se permite el comercio libre, pero con la condición de efectuarlo
en veleros con bandera española (en ese momento España está en guerra
con Inglaterra). Al año siguiente la autorización se extenderá a las
naves de países neutrales y Francia se benefició con ello. En 1783,
al finalizar la guerra entre España e Inglaterra (Tratado de Versailles),
se acordará mayor libertad al comercio marítimo e internacional. Paralelamente
al interés de las colonias de importar mano de obra servil, los ingleses,
en franca expansión industrial, inician una fragorosa campaña para abolir
el comercio de esclavos. Su interés y el interés de la burguesía, sin
descontar lógicas razones humanitarias, radica en la necesidad que tiene
el sistema de mano de obra libre y asalariada capaz de consumir lo que
produce. La tesis había sido expuesta con claridad por Adam Smith en
La riqueza de las naciones (Libro III, cap. II). Muchos años antes,
en 1633, el promotor de la Compañía de las Indias Occidentales, el inquieto
Guillermo Usselink sostenía: “Por lo mismo que en las Indias se ejecutaba
la mayor parte del trabajo por medio de esclavos y cuestan mucho, trabajan
de mala gana y mueren pronto a causa de los malos tratos de sus amos,
estamos seguros de que ha de sernos mucho más provechoso el uso de un
pueblo libre; además el esclavo no deja otro provecho que su trabajo,
porque yendo desnudo nada adquiere ni necesita de las industrias”. La
amplia libertad acordada por Carlos IV en 1789 para realizar el tráfico,
extendida dos años después al puerto de Buenos Aires, es la respuesta
a las tentativas abolicionistas inglesas y al temor de perder las fuentes
de abastecimiento en la costa de África. De acuerdo con lo resuelto,
en adelante podrán emprender el comercio esclavista todos los vasallos
españoles y también los extranjeros. Pero a pesar de las medidas expuestas,
y a la sombra del comercio legal, prosigue el contrabando con la misma
intensidad de siempre.
Las ganancias producidas por este comercio son apreciables. Un negro
bozal2 recién llegado de África (aproximadamente en 1780) se vende en
la costa del Brasil a un precio que oscila entre 90 y 120 pesos y en
Buenos Aires a 250, cifra que puede duplicarse y triplicarse en el Perú
de acuerdo con la oferta y la demanda del momento. Recuerda un cronista
colonial y testigo de aquel momento rioplatense (Lastarria) que un velero
que arriba al puerto de Montevideo con trescientos esclavos deja a su
propietario no menos de setenta y cinco mil pesos de ganancia (el sueldo
de un peón de campo oscila entre los cinco y ocho pesos mensuales).
Vendida la carga humana, entre Buenos Aires y Montevideo, adquiere veinticinco
mil pesos de cueros, cantidad con la cual colma la capacidad de su nave.
La diferencia, cincuenta mil pesos, si lo desea, puede enviarla en metálico
o invertirla en nuevas exportaciones de cueros.
La autorización para comerciar libremente no exime sin embargo a los
interesados de la necesidad de un permiso oficial para hacerlo. Muchas
órdenes reales beneficiarán a los españoles y criollos instalados en
Buenos Aires; uno de ellos, Tomás Antonio Romero, se contará entre los
más favorecidos. Espíritu emprendedor dentro de la monotonía porteña
sólo interesada en comprar a dos y vender a cuatro, dueño de un respetable
capital, adquiere veleros apropiados y los fleta a la costa de África.
Sus informes a las autoridades virreinales y otros que remite a España
alude a los viajes, los éxitos y los fracasos. Y el virrey Arredondo
se regocija ante el espíritu progresista del español (había nacido en
Maguer). Ni una palabra de condolencia ante la situación de esos hombres
arrancados por la fuerza de sus hogares. La insensibilidad, en momento
de intensa campaña abolicionista, puede compararse con la de ciertos
historiadores contemporáneos enamorados de los gráficos y las series
estadísticas e inmunes al dolor humano. Los comerciantes criollos y
españoles que trafican con cueros y con seres humanos utilizan el sistema
de los británicos. De Buenos Aires y de la Banda Oriental remiten cueros
secos de vacunos a España y con el dinero que les remite su venta compran
manufacturas. Enfilan luego las proas de sus naves hacia la costa de
África donde, mediante operaciones de trueque, adquieren mano de obra
servil. Otros, imposibilitados por razones económicas de emprender tan
largos viajes, deben conformarse con los envíos de la costa del Brasil
(Pernambuco, Bahía y Río de Janeiro) desembolsando, como es natural,
precios más elevados por unidad de mercancía.
Los permisos otorgados por la Corona para la importación de mano de
obra esclava están directamente asociados a la influencia que el interesado
posea en España. Con posterioridad a la Revolución Francesa, emigrados
franceses buscan refugio en la Península y solicitan la ayuda de sus
pares. Ello ocurre mientras la Asamblea Nacional de Francia decreta
la abolición de la esclavitud. En Buenos Aires el conde de Liniers,
socio de comerciantes ingleses, será autorizado por una Real Orden del
3 de enero de 1793 para introducir 200 negros y transportar hacia Buenos
Aires y otros puertos “gomas, marfil, especias, ébano, sagor y cristal
de roca...”. Debido a los abusos cometidos, el 20 de abril de 1799 se
prohíbe el comercio de naves extranjeras, competidoras de las españolas,
tanto en las actividades lícitas como en las ilícitas. Durante la guerra
entre España e Inglaterra, y para mayor seguridad, parte del comercio
marítimo será realizado por comerciantes neutrales. Para cumplir con
la disposición que sólo autoriza a los veleros españoles, los propietarios
de las naves las españolizan.3 Cumplido el trámite, vendida su carga,
adquirida otra y alejados de la ciudad, cambian nuevamente de bandera
y navegan sin mayores problemas.
Decadencia
de la trata de esclavos
Los acontecimientos militares anteriores a 1810, la situación internacional
y otros factores de carácter interno interrumpirán prácticamente el
comercio infame en el Río de la Plata. Los precursores de los sucesos
de Mayo y los ideólogos de la Revolución no plantean en sus escritos,
o lo hacen tangencialmente, aquella temática. Tengamos en cuenta de
que recién el 9 de abril de 1812 la Junta de Gobierno de Buenos Aires
prohíbe el ingreso de las naves negreras al Río de la Plata, y tampoco
olvidemos que, debido a la segregación del Virreinato y a la ocupación
española del Alto Perú, se interrumpe el envío de mano de obra servil
a Chile, Potosí y Lima, centros principales de la actividad negrera.
Por otra parte, Buenos Aires, suficientemente abastecida durante los
últimos veinte años, sin manufacturas importantes, sin industrias, sin
plantaciones, no tiene en aquel momento mayor interés en la importación
de negros.
Las ideas abolicionistas y las de la Revolución Francesa tendrán su
expresión más clara en las determinaciones de la Asamblea de 1813. En
la sesión del 4 de febrero se decide “Que todos los esclavos que de
cualquier modo se introduzcan desde ese día, de países extranjeros,
queden libres por el solo hecho de pisar el territorio de las Provincias
Unidas”. Pero la determinación tiene escasa vigencia. Un vecino poderoso,
el Imperio del Brasil, con aproximadamente un millón y medio de esclavos
y una producción agrícola sustentada en la mano de obra servil, no ve
con buenos ojos aquella intromisión en la propiedad de sus súbditos.
La monarquía teme que la legislación abolicionista del Río de la Plata
perjudique a los colonos fronterizos y que los esclavos, alentados por
la medida, huyan hacia las Provincias Unidas. Y en Buenos Aires, el
29 de diciembre dejan sin efecto lo obrado por la Asamblea a pedido,
según lo señalan, de Su Alteza el Príncipe Regente de Portugal, y establecen
que “todo esclavo perteneciente a los Estados del Brasil que hubiese
fugado o fugase en adelante sea devuelto escrupulosamente a sus amos...”.
Días más tarde (21 de enero de 1814) permiten que cualquier viajero
que llegue al Río de la Plata introduzca libremente los esclavos que
conduce en calidad de sirvientes.
La participación de los esclavos en los ejércitos libertadores de Chile
y del Perú, como posteriormente en la guerra que sostendrá el país contra
las pretensiones expansionistas del Imperio del Brasil, contribuye,
junto con otros factores, a la disminución de la población negra tanto
en Buenos Aires como en el interior. El alejamiento de los hombres permite
asimismo el mestizaje y detiene el crecimiento vegetativo de los elementos
racialmente considerados africanos puros. En determinado momento, aproximadamente
en 1817, los hechos señalados crearán una fuerte escasez de mano de
obra servil, oportunidad de inmediato aprovechada por viajeros arribados
del interior para obtener buenas ganancias con la venta de esclavos
introducidos en calidad de sirvientes. Sin llegar a los extremos anteriores
a 1810, el interés por el lucro fácil origina abusos de toda índole:
contrabandos, falsificación de documentos y otros fraudes similares
son tan frecuentes que el 3 de setiembre de 1824 se prohíbe la venta
de los esclavos que introducen los viajeros (“Constando al gobierno
los abusos que comienzan a hacerse”). El 15 de octubre de 1831 el gobernador
Juan Manuel de Rosas permite nuevamente la enajenación de los esclavos
que introducen los viajeros y deroga el decreto de 1824 (Archivo General
de la Nación, Buenos Aires, Policía, 1831-33, libros 62-64). Dos años
más tarde, debido a la crítica periodística, se anula la medida (27
de diciembre de 1833). En el ínterin se venden en Buenos Aires gran
cantidad de negros bozales que transportan las naves extranjeras que
arriban a la ciudad. La ley sancionada en 1833 establece que los esclavos
decomisados queden en poder de aquellos que denunciaron su ingreso y
puedan usufructuar el trabajo de éstos teniéndolos en custodia (patronato).
Asimismo es conveniente aclarar que el derecho de patronato es transferible
mediante venta.
El 24 de mayo de 1839, el ministro de relaciones exteriores firma un
tratado con Gran Bretaña por el cual el país se compromete a cooperar
en la campaña emprendida contra el tráfico infame. Cooperación que determina
la ayuda que deben prestar las naves de guerra argentinas en la captura
de mercantes negreros.
Discriminación y prejuicio racial
Algunos hispanistas como Richard Konetzke sostienen la preeminencia
del pensamiento estamental de la Edad Media en las posesiones del Nuevo
Mundo. En las colonias de España los blancos desprecian los trabajos
manuales que, sostienen, sólo competen a las poblaciones sometidas.
Para los peninsulares y sus descendientes, ser indiano significa, en
relación con los mestizos, negros e indios, tener calidad de noble.
Influye en ello la motivación que impulsó a cientos de miles de inmigrantes
a trasladarse al Nuevo Mundo y que puede resumirse en una sola frase:
adquisición de riquezas con el menor trabajo posible. A muchos la realidad
de la geografía del Río de la Plata, la inmensidad de su llanura y la
rebeldía del indio, los pondrá en contacto con un mundo muy distinto
del que se habían imaginado.
En Buenos Aires, la pampa y las distancias que la separan de los centros
poblados del interior, estrecha a sus vecinos en el siglo XVII y gran
parte del siguiente, en miserables ranchos de paja y barro; la llanura
es uno, y no el menor, de los obstáculos que se deben vencer para alcanzar
Córdoba, Chile o el Alto Perú. Y más allá, la cordillera y las travesías
interminables. Ni siquiera un río que facilite la comunicación con aquellos
centros.
La mayor parte de los inmigrantes españoles pertenecen a los estratos
más bajos de la Península. Miguel Herre, miembro de la Compañía de Jesús,
retrata con la mayor justeza la realidad porteña a comienzos del siglo
XVIII: “En esta parte del Nuevo Mundo –escribe– son tenidos como nobles
todos los que vienen de España, o sea todos los blancos; se los distingue
de las demás gentes en el lenguaje, en e! vestido, pero no en la manutención
y habitación, que es la de mendigos; no por eso dejan su ufanía y su
soberbia; desprecian todas las artes; el que algo entiende y trabaja
con gusto, es despreciado como esclavo; por el contrario, el que nada
sabe y vive ociosamente, es un caballero, un noble”. Y con posterioridad
a 1810 encontramos opiniones semejantes en los testimonios de los viajeros
que visitan el interior. Los hermanos Robertson, comerciantes ingleses
afincados en el litoral en las primeras décadas del siglo XIX, describen
detenidamente las condiciones imperantes en la ciudad de Corrientes
y califican a la autodeterminada “gente decente” como a miembros de
una sociedad atrasada y supersticiosa, cerrada a cualquier influencia
renovadora a pesar de hallarse en la mayor barbarie.
Para el español, tanto el peninsular como el indiano, nobles son quienes
no tienen entre sus descendientes a moros, judíos o negros. Para la
obtención de cargos públicos presentarán testigos y árboles genealógicos
que demuestren su nobleza y la ausencia de mala raza entre sus antecesores
de tres generaciones. Esta preocupación racista se asocia con prejuicios
religiosos heredados por los descendientes de la clase social dominante.
El historiador contemporáneo Julio Caro Baroja (miembro de la Real Academia
de la Historia de España) sostiene: la existencia de un germen y, más
de un germen, de una preocupación típicamente racista y concretamente
antisemita insertada dentro de la noción de “limpieza de sangre”. Concepto
este último que tampoco significa, y de manera especial para el español
americano, absoluta pureza de sangre blanca.
La estructura social en el Río de la Plata presenta características
similares a las de otros ámbitos de Hispanoamérica. Una estructura asociada
íntimamente con los prejuicios raciales que sitúa al blanco en la cima
de la escala y al negro en último lugar. Para el negro la movilidad
social por medio del matrimonio era prácticamente imposible y menos
por línea materna. En algunos casos –como lo señalan testamentos del
siglo XVIII– el blanco toma a su cargo al hijo habido con una mulata
o una negra. Pero el mestizaje será más frecuente en la campaña, donde
la barraganía es un hecho común.
A partir de la segunda mitad del siglo xVIII la población de la campaña
aumenta considerablemente; mestizos del norte y centro del actual territorio
del país migran hacia la llanura de Buenos Aires, las cuchillas de la
Banda Oriental y las estancias de Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Muchos
descienden de los primeros pobladores españoles y racialmente abarcan
el amplio espectro que separa a los mestizos de los españoles. Estos
blancos marginados trabajan periódicamente en faenas rurales y forman
parte de una población con características especiales.
Como decíamos, el mestizaje se produce fuera de la ley. Y el hecho será
total durante el siglo XVIII al hacerse más estricto el concepto de
superioridad racial. En 1762, en un documento eclesiástico de Buenos
Aires se decía: “No sólo son muchos los extravíos que hace el pueblo
echando los párvulos y dándolos a algún confidente en las iglesias...
en los patios y puertas de las casas cometen muchas culpas de pensamientos,
palabras y acciones, sino a veces también en los cementerios y puertas
de las iglesias, mientras están haciendo los entierros” (citado por
Carlos Correa Luna en Don Baltazar de Arandía. Buenos Aires, 1918, pág.
29).
En Córdoba plantean en varias ocasiones a las autoridades los excesos
sexuales que se cometen durante las procesiones nocturnas de Semana
Santa y solicitan la prohibición de las mismas. Aluden a las relaciones
entre personas de diferentes condiciones sociales. Y en Buenos Aires
una “Satirilla festiva” les recuerda entre otras cosas a los porteños
de 1802: “Que en esta tierra muy pocos se quieren matrimoniar y en la
Cuna, diariamente vayan niños a botar”.
Carlos III establece por una pragmática que los parientes de una pareja
de novios pueden oponerse al matrimonio de éstos si por considerar dudosos
los antecedentes de cualquiera de los cónyuges crean que la unión sería
perjudicial para el honor de la familia.
Se legisla en aquel momento algo que está íntimamente unido a las ideas
de la clase dominante. Muchos años más tarde seguirá considerándose
como infame a quien posea antecesores africanos en la familia. Esta
concepción racista tendrá plena vigencia tanto en la sociedad tradicional
como en las clases desposeídas.
Todos aquellos con caracteres físicos que acusen rasgos africanos son
considerados personas viles.
Un falso rumor cuestionando el origen español de una familia bastaba
para difamarla. Los términos empleados para señalar a los “hombres de
color” y a sus descendientes delatan asimismo el desprecio racista.
Solórzano Pereyra (jurista del siglo XVII) al sostener la necesidad
que tienen las Indias de mano de obra esclava, aconseja que se valgan
de negros, mestizos y mulatos libres de los cuales –escribe– “hay tanta
canalla ociosa en estas provincias” (Política Indiana libro II, cap.
III, nº 11). Los mulatos, opina luego, “toman este (nombre) en particular,
cuando son hijos de negra y de hombre blanco o al revés, por tenerse
esta mezcla por más fea y extraordinaria y dar a entender con tal nombre,
que le comparan a la naturaleza del mulo”.
Aunque libres, los negros están regidos por rígidas normas legales.
“Tienen la obligación de permanecer bajo las órdenes de un amo; de convivir
bajo la tutela de personas conocidas; no pueden andar libremente de
noche; les está prohibido llevar armas; las mujeres no pueden adornarse
con joyas ni vestido de seda.4 El sistema de castas determina asimismo
diferencia en las penas ante un mismo delito. Los castigos corporales
tendrán exclusiva vigencia entre los pobladores socialmente menos considerados
y con mayor intensidad para negros y mulatos. Al consultarse en 1785
si era permitido azotar a los culpables de delitos leves, responde cierto
asesor jurídico que sí podría corregírselo mediante azotes en un sitio
público siempre que el acusado fuera persona de “baxa suerte”. En 1758
el gobernador de Córdoba establece la aplicación de una marca de hierro
candente sobre el cuerpo de quienes, por ser vagos, jugadores y enviciados
considera como rebeldes, pero siempre que los inculpados sean indios,
negros o mulatos “... doscientos azotes y sean marcados con una erre
de a geme”,5 escribe. (Citado por Ernesto Quesada, La vida colonial
argentina, Buenos Aires, 1917, p. 35)
En
muchos casos los castigos (treinta, cincuenta, doscientos o más azotes
se aplican sin la confección del correspondiente sumario, pues no era
necesaria la actuación de jueces ni la exposición de testigos. El Cabildo
de Córdoba recuerda en 1789 que a los ladrones, siendo mulatos o negros,
siempre se los azotó “sin más figura de juicio ni perder tiempo en procesarlos”.6
Los bandos de los gobernadores y virreyes en todos los casos ordenan
la flagelación de los reos considerados de “color baxo” como denominan
a negros y mulatos.
La Real cédula de 1789 sobre el tratamiento que debe aplicarse a los
esclavos, considerada por los historiadores como un paso positivo en
las relaciones entre amos y esclavos, insiste en la necesidad de castigar
con azotes a los negros ante el incumplimiento de sus deberes. Establece
en su capítulo VIII que “podrá y deberá ser castigado correccionalmente
por los excesos que cometa, ya por el dueño de la hacienda, o ya por
su mayordomo, según la cualidad del defecto, o exceso, con prisión,
grillete, cadena, maza, cepo, con que no sea poniéndolo en éste de cabeza
o con azotes, que no pueden pasar de veinticinco, y con instrumento
suave, que no les cause contusión grave, o efusión de sangre”. Las penas
por delitos que sus amos creyeran conveniente castigar con mayor severidad
debían ser aplicadas por la justicia.
Por esa causa muchos entregan sus esclavos a las autoridades civiles.
Enviados a la cárcel pública por determinado tiempo, los abandonan sin
alimentarlos, sistema que seguirá empleándose con posterioridad a 1810
sin diferencia alguna. Asimismo las penas corporales continúan siendo
privativas de las clases consideradas inferiores. El movimiento de 1810
no se preocupó directamente por mejorar las relaciones entre amos y
esclavos, aunque es justo señalar que la aparición de nuevos factores
económicos, sociales y militares, vinculados con el proceso revolucionario,
irán determinando cambios favorables a la condición del negro.
A pesar del espíritu de la legislación de la Asamblea de 1813, los castigos
corporales continúan aplicándose y siempre a los componentes de las
antiguas castas. Tanto en Buenos Aires como en el interior, la costumbre
perdura hasta fines del siglo pasado.7
Los hombres de color, libres o esclavos, mulatos o negros “atezados”8
también están totalmente excluidos de la enseñanza de las primeras letras,
por expresa disposición de las autoridades. Sobre el particular ordenan
los cabildantes de Buenos Aires, el 8 de mayo de 1723, al maestro Alonso
Pacheco que no debe enseñarles a leer, escribir o contar. Sólo está
autorizado, pero “teniéndolos separados”, a darles nociones de religión.
Y agrega que “no los saque a los actos públicos sino apartados de los
españoles para que no se junten”. En términos generales, esta disposición
perdura hasta algunos años después de 1810, y sólo se atenúa lentamente.
En 1823, la Sociedad de Beneficencia dispone la creación de una escuela
para niños de color, apartados hasta aquel momento de la enseñanza de
las primeras letras. En 1833 esa y otras escuelas funcionan en distintos
barrios de Buenos Aires, y conocemos la existencia de otra instalada
en 1855 en la Catedral del Norte. Informes posteriores señalan que por
falta de fondos debieron ser clausuradas. En 1877, los morenos de Buenos
Aires –calculamos su población en aproximadamente seis mil almas– solicitan
la creación de escuelas para los descendientes de los antiguos africanos.
Pero si bien la enseñanza de las primeras letras les está vedada en
la época colonial, muchos amos y especialmente congregaciones religiosas
enseñan a los esclavos a ejecutar algún instrumento.
Las limitaciones continúan: Cabello y Mesa a comienzos del siglo XIX
prohíbe formar parte de la sociedad literaria que piensa establecer
en Buenos Aires a quienes define como personas de “mala raza”, es decir
que no sean cristianos viejos, sin tacha de negro, mulato, chino, zambo,
cuarterón o mestizo. Y como sostiene en El Telégrafo Mercantil (abril
de 1801) “se ha de procurar que esta Sociedad Argentina se componga
de hombres de honrados nacimientos”. Posteriormente, la segregación
tendrá diversas manifestaciones más o menos ostensibles. Tal vez la
más notable sea la inmediata separación de los naturales (indios) de
los pardos y morenos pertenecientes al ejército, situación que se prolonga
bajo diversas formas de prejuicio racial hasta la segunda mitad del
siglo pasado.
Vida cotidiana
En Buenos Aires, como en el interior del virreinato, el trabajo doméstico
estuvo a cargo de esclavos. En la ciudad viven con sus amos en la misma
casa, ocupando el tercer patio, lejos de las habitaciones principales.
Allí crecen los muleques9 en compañía de los hijos de sus amos. Las
negras acompañan a las amas a misa, cocinan, lavan la ropa, realizan
costuras y otros trabajos similares. En algunos casos, cuando la familia
no dispone de suficientes entradas, salen a vender pasteles y confituras
para solventar los gastos de sus dueños. Acompañan a los niños en sus
juegos y los cuidan hasta los cinco o seis años.
Dadas las escasas condiciones de higiene, la falta de cuidados en el
parto y el abandono en que los sumen sus amos, la mortalidad infantil
era elevada.10
A partir del siglo XVII, quienes disponen de cierto capital invierten
con frecuencia dinero en la adquisición de mano de obra esclava para
alquilarla, recibiendo de esta manera una renta, que es mayor si el
negro tiene algún oficio; de allí el interés por enseñárselo. Los beneficios
derivados de este alquiler debieron ser sustanciales porque a fines
del siglo XVIII los contratos de trabajo aumentan en forma importante.
Comerciantes, funcionarios y hacendados constituyen los principales
propietarios de esclavos entre la población civil y quienes se dedican
con mayor frecuencia a alquilar sus sirvientes. Por lo expuesto, resulta
difícil estipular, tomando por ejemplo las cifras del padrón de 1778,
qué porcentaje de esclavos se dedica a tareas domésticas o a trabajos
fuera de la casa de sus amos. El sistema debió extenderse en exceso
pues durante el transcurso de las dos últimas décadas del siglo XVIII,
informes oficiales, reales cédulas y comentarios periodísticos determinan
la presencia de un movimiento de opinión que desea el alejamiento de
los esclavos y personas de color en general, de las actividades artesanales,
tareas a las que están dedicados muchos negros. Sostienen que los españoles
(criollos o peninsulares) no realizan trabajos manuales debido a la
infamia que constituye para ellos el contacto con las castas consideradas
inferiores. “El deseo de mantener en pie y sin trabajar –escriben en
1806– un pequeño capital, ha sugerido la idea de emplearlo con preferencia
en comprar esclavos y destinarlos a los oficios, para que con su trabajo
recuperen algo más que el interés del fondo invertido en esta especulación;
por semejante medio se han colmado de estas gentes mercenarias todas
las tiendas públicas, y han retraído por consiguiente los justos deseos
de los ciudadanos pobres de aplicar a sus hijos a este género de industria.”
Ya hemos señalado que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII aumenta
el número de pobladores marginados que sin ser negros, indígenas o mulatos
no poseen medios de subsistencia ni están en condiciones de obtener
cargos públicos. Estos “blancos de orillas” constituyen un problema
para las autoridades y más aun dentro de un ámbito donde existe un fuerte
prejuicio frente a los trabajos manuales. Prejuicio que debemos sumar
al racial. “Los blancos prefieren la miseria y la holgazanería antes
de ir al trabajo al lado de negros y mulatos.” Escribe Manuel Belgrano
en una de sus memorias al Real Consulado.
En diversas disposiciones de aquel momento se aconsejaba a los amos
que dedicaran a sus esclavos a trabajos agrícolas y domésticos, evitando
las actividades sedentarias poco convenientes para éstos. “La primera
y principal ocupación de los esclavos debe ser la agricultura y demás
labores del campo, y no los oficios de vida sedentaria”, ordena la real
cédula expedida en Aranjuez el 31 de mayo de 1789.
En otros casos los amos estipulan con sus esclavos y ante escribano
público la entrega de una suma fija mensual, otorgándoles plena libertad
de elegir el trabajo que más le conviniera. De allí que muchas esclavas,
ante la imposibilidad de reunir el dinero necesario e impulsadas por
sus amos, prostituyen sus cuerpos. Así lo señala una real cédula en
1672.
Y en 1797 uno de los alcaldes de la ciudad solicita prohíban que las
negras y mulatas vendan “empanaditas, pasteles y otras golosinas” en
la Plaza de Amarita, también denominada Plaza Nueva, pues se quedan
hasta muy tarde por la noche haciendo compañía a peones santiagueños
y a mal entretenidos. En gran parte del trabajo estable que se realiza
en las estancias también aparece el negro esclavo. Sólo en las tareas
periódicas (yerras y apartes) intervienen contratados para tal fin criollos
y mestizos que, por lo general, son pobladores (los denominan agregados)
de la misma estancia.
Antes de su expulsión, los jesuitas emplean en todas sus estancias mano
de obra africana. En Córdoba poseen en 1686 trescientos esclavos, 11.000
ovejas, 5.000 caballos, 3.000 vacunos y 1.000 mulas. “En 1767, en la
estancia de Alta Gracia –una entre las varias de la Compañía– la peonada
para atenderla accedía a 140 negros y 170 negras... cantidad al parecer
excesiva para atender no más de quince mil cabezas de ganado.” (Joaquín
Cracia, Los jesuitas en Córdoba. Buenos Aires, 1940, pág. 371). En Buenos
Aires a mediados del siglo XVIII las estancias de Magdalena y la de
Areco ocupan en total más de ciento veinte esclavos. Sus conexiones
con los asentistas ingleses son estrechas y están ligadas a ellos por
múltiples transacciones comerciales. La expulsión de los jesuitas no
introduce cambios en las estancias, administradas por las Temporalidades.
El campo de la Hermandad de la Caridad de Buenos Aires ocupa mano de
obra africana en su totalidad: capataces, peones y puesteros. Paradójicamente
el producto del establecimiento mantiene en Buenos Aires un colegio
de huérfanas donde no se permite la internación de personas de color.
Sólo abren sus puertas a “huérfanas de sangre limpia” como estipulan
sus reglamentos. Hasta el personal de servicio debe ser europeo, pues
aquellos que denominan gentuza y personas de bajo origen no puede tener
contacto con las niñas del Colegio. Temen que si ocurriera “las señoras
de la ciudad no pongan a sus hijas de colegialas por el justo temor
de que se las confunda con las esclavas”. Cabría preguntarse si la piel
de las porteñas era tan oscura como para que temiesen que se las confundiera
con muñequillas mulatas.
Esclavos y negros libres desempeñan trabajos artesanales de carpintería,
zapatería, sastrería, herrería, peluquería, albañilería, etc., calculándose
que más de un sesenta por ciento de aquellas actividades están ocupadas
por ellos. Con frecuencia los propietarios de los locales son europeos
que dejan en manos de sus esclavos los trabajos manuales, pese a que,
como ya señalamos en varias oportunidades, se trató de impedir que desempeñasen
aquellas tareas.
Las ordenanzas del gremio de zapateros de Buenos Aires excluyen de entre
sus miembros a los hombres de color (1791). Éstos, como lo señala el
historiador Enrique Barba, ante la segregación que les imponen, se ven
en la necesidad, a pesar de ser mayoría, de constituir otro gremio,
señalando con tal motivo que las ordenanzas que los excluyen “enerva
los derechos de los hombres, aumenta la miseria de los pobres, pone
trabas a la industria, es contraria a la población...”. Cuestionan el
derecho que se atribuyen los europeos de autorizar sólo a quienes ellos
crean conveniente para ejercer el oficio y de reservarse la venta de
los zapatos que fabrican los negros, en una típica actitud monopolista.
Cornelio Saavedra, en aquel momento Procurador General, condena al monopolio
pero aconseja en cambio no se permita la división del gremio de zapateros
y cree lógico que los negros no ocupen en él cargos directivos “por
ser personas que el derecho inhabilita para los actos civiles”.
La escasa industria manufacturera familiar basada exclusivamente en
el trabajo del algodón y la lana no empleó esclavos. Salvo algunos telares
propiedad de los jesuitas (en Córdoba y en otras regiones) y cuya producción
se destinaba al consumo interno en su gran mayoría pues los saldos eran
mínimos, el resto fue manejado por sus propios dueños. Por lo general
el trabajo artesanal cubre escasamente las necesidades de la zona y
el resto se envía a los centros poblados. La producción era escasa y
siempre a nivel familiar. Para tener una idea del monto que representa
la manufactura textil y que un autor denomina “pujante y poderosa” comparándola
con la minería y las derivadas de la ganadería, tengamos en cuenta que
la producción de Chuquisaca, una de las más importantes del Virreinato,
en sus mejores momentos no superó los cuarenta mil pesos. Cantidad ínfima
si la comparamos con los setenta y cinco mil pesos que produce la venta
de un cargamento de esclavos de un solo barco negrero.
Gregorio Funes bajo el seudónimo de Patricio Saliano escribe en El Telégrafo
Mercantil (1802) que la industria textil de Córdoba está en manos de
mujeres, explotadas por los comerciantes que adquieren sus productos
(“...vienen a quedar las mujeres únicas fabricantes de los tejidos,
perpetuamente sujetas a una esclavitud mercantil”). Tal la estructura
de lo que se ha denominado la principal industria del país. Lo mismo
ocurre con la industria sombrerera, también artesanal, que ocupa muy
pocos esclavos y, en cuanto a la producción de caña de azúcar, es muy
limitada (Salta) y trabajan en ella exclusivamente indios de la zona.
Crisis
del sistema esclavista
Aludimos ya al aumento de población que puede considerarse blanca y
que vive marginada. Están radicados tanto en la ciudad como en el campo,
muchas veces sin ocupación fija. En Buenos Aires y las ciudades del
interior ocupan míseros ranchos emplazados en las orillas. En la campaña
algunos propietarios latifundistas les permiten poblar un rincón de
sus campos. Son frecuentes las quejas durante la segunda mitad del siglo
pasado debido a robos de haciendas, vagabundaje, juegos prohibidos,
ocupación indebida de tierras. En cierto momento les prohiben tener
hacienda a menos que dispongan de una gran extensión de tierra.
Poco antes de 1810, y como lo señalamos en nuestro estudio sobre la
situación social del gaucho, comienzan las medidas represivas que tendrán
su expresión más cruda a mediados del siglo pasado. Sin profundizar
en el tema y comparando la situación del Río de la Plata con la de otros
ámbitos de América (los llanos de Venezuela, por ejemplo)11 observamos
la existencia de una gran masa de población disponible para el trabajo.
Los propietarios criollos buscan entonces la salida del régimen esclavista
hacia otro con formas feudales y empleando la amplia legislación existente.
Se obliga a los desposeídos a trabajar, a enrolarse en el ejército,
se les impide trasladarse de un sitio a otro. La solución más adecuada
a los problemas que representan la dará la Guerra de la Independencia
y la necesidad de soldados para los cuerpos de caballería.
La primera medida que aparentemente determina una crisis en el sistema
esclavista data como es sabido de 1813. El 2 de febrero de aquel año
la Asamblea General Constituyente establece la “ley de vientres” acordando
la libertad a todos los niños nacidos con posterioridad a ese año. El
6 de marzo se reglamenta la ley disponiéndose su cumplimiento en varias
etapas, con lo que se desvirtúa el espíritu libertario que había inspirado
la medida. (“Ese bárbaro derecho –habían dicho– del más fuerte que ha
tenido en consternación a la naturaleza, desde que el hombre declaró
la guerra a su misma especie, desaparecerá en lo sucesivo de nuestro
hemisferio; y sin ofender el derecho de propiedad, si es que éste resulta
de una convención forzada, se extinguirá sucesivamente hasta que regenerada
esa miserable raza iguale a todas las clases del estado y haga ver que
la naturaleza nunca ha formado esclavos sino hombres, pero que la educación
ha dividido la tierra en opresores y oprimidos.”)
La reglamentación de las medidas solicitadas por la Asamblea establece
que los negros nacidos con posterioridad a 1813 permanecerán hasta los
veinte años de edad bajo la protección de sus amos, quienes han de disponer
de ellos sin abonarles salario alguno por su trabajo. Esta protección
denominada derecho de patronato puede enajenarse mediante la entrega
de una suma de dinero. Los avisos de los periódicos editados entre 1813
y 1852 anuncian con frecuencia la venta de derechos de patronato. Aluden
asimismo a la huida de niños de color nacidos con posterioridad al año
1813 y a la gratificación que ofrecen sus amos a quien los devuelva.
Los libertos mayores de dos años (artículo 5º) pueden quedar en poder
del dueño de la esclava en caso de que éste venda a la madre, situación
que no presenta modificación alguna con respecto a la observada en los
peores momentos anteriores a 1810. Si bien nadie plantea la diferencia
entre esclavitud y patronato, los porteños saben que son sinónimos.
Advirtamos que en aquel momento los esclavos constituyen la totalidad
del servicio doméstico y por lo general no están dedicados a tareas
productivas. Su posesión determina la situación económica del amo y
otorga cierto status social.
Recién en 1852 la Asamblea Constituyente dispondrá la libertad total
de los escasos esclavos que todavía existen en el territorio argentino.
En los cinco años anteriores a esa fecha los periódicos porteños no
ofrecen ninguno en venta. Quienes fueron introducidos desde África antes
de 1812 y que aún sobreviven, en su mayoría son ancianos. Sólo quedan
algunos vendidos posteriormente por viajeros que llegan al país amparados
en la legislación que ya mencionamos. Por otra parte el trabajo doméstico
es realizado por inmigrantes europeos y criollos mestizos. La ley, en
realidad, alude a un hecho ya consumado. (“En la Confederación Argentina
–dijeron en alguna ocasión– no hay esclavos: los pocos que hoy existen
quedarían libres desde la jura de esta Constitución...”)
Carne de cañón
Los sucesos posteriores a 1810 determinan la urgente necesidad de establecer
una fuerza armada capaz de defender el nuevo sistema político. De allí
las frecuentes levas de paisanos –ya denominados gauchos– y el enrolamiento
de esclavos. El sistema y el método utilizado no era nuevo pero sí lo
era su intensidad y crea normas jurídicas distintas en las relaciones
entre la clase dominante en aquel momento y los desposeídos. La primera
medida data del 29 de mayo de 1810 y resquebraja el sistema de autoridad.
De acuerdo con lo establecido ese día por la Junta, el ejército debía
constituirse sobre la base de todos “los vagos y hombres sin ocupación
conocida, desde la edad de los diez y ocho hasta la de cuarenta años”
sumándoseles los cuerpos ya existentes. La leva de paisanos denominados
“vagos” adquiere grados tan extremos que días más tarde los propietarios
de las tropas de carretas que viajan al Norte deben detenerse pues las
partidas militares les han secuestrado todos sus peones. El sistema
expuesto seguirá en vigencia, con pocas variantes, hasta la aplicación
del servicio militar obligatorio.
También en 1810 (8 de junio) la Junta, para desagraviar a los indios,
pues considera una ofensa que éstos formen parte de las compañías de
pardos y morenos, ordena la separación total de los mismos. Señalemos
que el indio desde un primer momento, y al menos en teoría, es objeto
de las inquietudes sociales de los ideólogos de la Revolución.
Frente a la movilización de las tropas, los esclavos tomarán conciencia
de los sucesos políticos. El hecho preocupa a los propietarios y lo
advertimos, por ejemplo, en ciertas opiniones vertidas en la biografía
oficial de Juan Manuel de Rosas editada en 1830: “la revolución –se
dice– que estalló el año siguiente (1810), agitó profundamente al país,
e hizo que los esclavos fuesen menos dóciles a la voz de sus amos. Muchos
propietarios y don León Rosas entre ellos (padre de Juan Manuel de Rosas),
no hallaron más remedio contra un mal cuyos progresos amagaban sus fortunas,
que ir a establecerse a sus estancias”.
El 31 de mayo de 1813 se ordena el establecimiento de un batallón de
esclavos, considerándolo indispensable “para la salvación de Buenos
Aires”. Y siempre que Buenos Aires –lo mismo ocurre en las ciudades
del interior– afronte un serio peligro, ha de recurrirse a los soldados
de color. La infantería negra constituye en determinados momentos más
de una cuarta parte de las tropas regulares sin tener en cuenta a aquellos
que forman la reserva. Brackenridge recuerda que poco después de 1810
un porcentaje similar revista en el ejército de Buenos Aires y opina,
“no son inferiores a ninguna tropa del mundo”.
Los esclavos cubren los claros que deja el entusiasmo, al parecer no
muy fervoroso, de los ciudadanos. Así ocurre mientras San Martín prepara
en la ciudad de Mendoza el ejército con el cual ha de cruzar la cordillera.
Los vecinos del puerto emplazado sobre el Río de la Plata, a pesar de
no permanecer en su totalidad indiferentes, no concurren con su ayuda
enrolándose en calidad de voluntarios. Sus donativos en la mayor parte
de los casos son forzados y sujetos a una posible indemnización.12 A
los esclavos los compra el Gobierno; las armas y bagajes indispensables
se adquieren con dinero de la Tesorería, según se desprende de las cartas
intercambiadas entre el Director Pueyrredón y San Martín.
El bando del 15 de enero de 1815, que dispone el embargo de los esclavos
en poder de los españoles europeos sin carta de ciudadanía, esparce
un clamor general en la ciudad. Cientos de solicitudes llegan al gobierno
rogando se revea la medida. Y muchos llevarán sus esclavos al exterior
(Montevideo), burlando las medidas oficiales. Otras leyes posteriores
continúan estableciendo distintos embargos y los extienden a los americanos,
pero siempre con la condición de abonárselos. Gran parte del Ejército
de los Andes está formado por esclavos, reunidos en su mayor parte en
los batallones (regimientos) 7 y 8 de infantería, que suman más de mil
quinientos hombres. Luchan en Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y luego
emprenden el camino hacia el Alto Perú y Lima. Muchos mueren congelados
al cruzar la Cordillera. Otros corroídos por la gangrena. Y cientos
de ellos en los campos de batalla despedazados por el fuego de la artillería
realista. San Martín nunca dejó de reconocer el valor de sus pardos
y morenos, y su espíritu amplio deseó reunirlos desde un primer momento
con las tropas formadas por criollos descendientes de españoles. Pero
el espíritu racista fuertemente arraigado en la población se lo impidió,
como él mismo lo reconoce en una carta al Secretario de Guerra: “En
efecto el deseo que se anima de organizar las tropas con la brevedad
y bajo del mejor orden posible, no me dejó ver por entonces que esta
reunión [de negros y blancos] sobre impolítica era impracticable. La
diferencia de clases se ha consagrado en la educación y costumbres de
casi todos los siglos y naciones; y sería quimera creer que por un trastorno
inconcebible se allanase el amo a presentarse en una misma línea con
el esclavo” (Mendoza, 11 de febrero de 1816).
Apesadumbrado por la falta de comprensión y patriotismo de los porteños,
Pueyrredón le escribe a San Martín (16 de diciembre de 1816) que ha
debido revocar el decreto de embargo de esclavos por el clamor de sus
compatriotas: “nació el disgusto general”, afirma. Por lo tanto se ve
obligado a renunciar a todo intento de envío de tropas. Pero si bien
los porteños no permiten el embargo de sus negros, aceptan entregarlos
ciertos días de la semana para que les enseñen el manejo de las armas,
los organicen en compañías y les inculquen principios de disciplina
militar. Además de realizar trabajos domésticos, ellos velan por la
tranquilidad del sueño de sus amos. En la guerra contra el indio en
la frontera de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba también aparecen
tropas de color. En compañía de los gauchos, enrolados como ellos, por
la fuerza, los libertos emprenden la defensa de los intereses ganaderos
y conquistan nuevas tierras para que las usufructúen otros. Rosas, Urquiza,
Mitre, gobernadores y caudillos del interior disponen y abusan de la
tropa de color. Las listas de soldados, las crónicas y partes militares
aluden a la actuación que les cupo en distintos hechos de armas. Los
últimos descendientes de los africanos constituyen la infantería en
las tropas de línea. En los esteros del Paraguay luchan por última vez.
Luego, diezmados, regresan a Buenos Aires. Ya en aquellos años, sobreviven
muy pocos de sus hermanos de raza. Algunos los calculan en no más de
seis mil almas. Finalmente, en 1871, la fiebre amarilla, que hace estragos
entre los pobladores hacinados en los conventillos de los barrios del
sur de la ciudad de Buenos Aires, cobra gran número de vidas entre ellos,
terminando de hecho con la mayor parte de los hombres de color.
Un orgulloso país de blancos
En nuestro país, muchos vieron y, por qué no decirlo, muchos ven la
desaparición de la población de color como un hecho positivo. Hace varios
años, un conocido diplomático e internacionalista argentino sostenía
esa tesis en una conferencia que pronunciara en la Universidad de Harvard
en Estados Unidos. Expresó entonces que “es digna de recordar la circunstancia
favorable que las razas inferiores, indios y negros, casi se extinguieron
durante el primer siglo (de la independencia). Las guerras de límites,
las enfermedades y el alcohol, han reducido a las aguerridas tribus
indígenas a pequeños grupos de menos de diez mil almas, diseminadas
en diferentes regiones del país. La abolición de la esclavitud –agregaba–,
proclamada por el Congreso argentino de 1813, originó un movimiento
de gratitud (sic) en la población negra y como consecuencia, todos los
hombres capaces de usar armas se unieron voluntariamente en los ejércitos
patriotas y en la guerra contra la dominación española. Además los negros
tomaron una parte activa en la república. La homogeneidad de la población
blanca es una de las razones que, unida al carácter de las instituciones
y a los dones de la naturaleza, explican la extraordinaria transformación,
cultura, y prosperidad de la República Argentina...”.13 Tan entusiasta
profesión de fe en la superioridad del blanco, frente a las “razas inferiores”,
nos exime de todo comentario.
Referencias
1 La cantidad se desprende de un estudio que realizamos sobre aproximadamente
cien viajes entre África y puertos de América durante las últimas tres
décadas del siglo XVIII.
2 Negro bozal: denominación con que se conocía al esclavo recién llegado
a Indias y que no conoce las costumbres ni el idioma.
3 Izan la bandera española.
4 Recopilación de leyes de los Reynos de Indias (libro IV, título V,
leyes IV, VII, XV, XXVIII).
5 Geme por gema, piedra preciosa, joya. Alude con ello al tamaño de
la marca.
6 Cf. Ricardo Rodríguez Molas. Historia social del gaucho. Buenos Aires,
1958, p. 344.
7 El 17 de abril de 1833, la policía de Buenos Aires anuncia en el periódico
El Lucero “que establece la condena de veinticinco azotes a todo negro
que encuentre jugando” y agrega “que si se tratase de un hijo de familia,
a veinticuatro horas de prisión”.
8 Nombre para designar a los esclavos negros sin influencias árabes
y que no son mestizos.
9 Negro entre siete y diez años.
10 Disponemos de escasos informes posteriores a 1810 y suponemos que
el porcentaje sería similar a los que se desprenden de las series estadísticas
posteriores. Entre 1813 y 1815, de 2003 nacimientos de niños cuyas madres
son esclavas, sobrevivirán al parto sólo 1253 (37% de muertes). Y dentro
del límite de las posibilidades, teniendo en cuenta la mencionada cifra,
podemos sostener que las muertes al año de vida alcanzarían a un 50%.
11 Miguel Acosta Saignes. Vida de los esclavos negros en Venezuela.
Caracas, 1967.
12 En el Archivo General de la Nación pueden consultarse los miles de
expedientes de la Comisión liquidadora de las deudas de las guerras
de la Independencia y la emprendida posteriormente contra el Imperio
del Brasil. Hasta el último centímetro cuadrado de las telas para los
uniformes fue meticulosamente abonado a los comerciantes porteños y
a los importadores. Los esclavos, en la mayor parte de los casos, pagados
en el momento. Por otra parte todos, o casi todos, los descendientes
de los oficiales, y aun aquellos que en su vida tomaron un fusil, recibieron
pensiones graciables del Congreso... Mientras tanto los soldados negros
sobrevivientes arrastraban sus muñones y sus miserias por las calles
de Buenos Aires, Mendoza y otras ciudades.
13 Estanislao S. Zeballos. Las conferencias de Williamstonn. Buenos
Aires, 1927, página 81.
Bibliografía:
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1967.
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1948.
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de Investigaciones Históricas, 1958.

Pedro
Figari, Candombe, 81 x 60 cm, óleo sobre lienzo. |
Los
negros-africanos en la historia argentina
La negritud, su pasado y su palpitante presente
La presencia negro-africana en la República Argentina es y ha sido,
históricamente, un dato insoslayable de la realidad nacional, desde
sus orígenes como Nación e incluso varios siglos antes. Aquí se transcribe
un original trabajo sobre el que, como afirma la autora, “no es legítimo
hablar de 'desaparición de los negros' como lo vienen haciendo las clases
dirigentes y la sociedad argentina en general desde fines del siglo
pasado y durante el presente”.
El mecanismo a través del cual la población africana ingresó en masa
en Latinoamérica fue el infamante tráfico de esclavos en las rutas del
océano Atlántico. No obstante vale aclarar que hay pruebas suficientes
de la presencia africana en el hemisferio occidental varias centurias
antes de la llegada de Cristóbal Colón: así lo prueban los hallazgos
arqueológicos y otros artefactos culturales en las regiones de Tuscla
y Veracruz, en México, que datan del período Olmeca; en la región de
la actual ciudad de La Plata, en la Argentina; el Darien, al norte de
Brasil; en Venezuela y en Florida.
Sin embargo, la dispersión a escala masiva de poblaciones africanas
enteras en las tres Américas se produjo, de manera inusitada hasta ese
momento, durante el comercio de esclavos entre los siglos XV y XIX.
La razón de esta vergonzante y forzada migración fue servir a las necesidades
de mano de obra de los colonos europeos: hasta el siglo XIX la plantación
agrícola y la minería constituyeron las bases de la economía iberoamericana
y, a través de éstas, el sustento para las coronas española y portuguesa.
Trabajar con sus propias manos era la última posibilidad prevista por
los colonizadores para sí mismos. Éstos se volcaron a los africanos
por su experiencia milenaria tanto en la minería y el trabajo artesanal
con metales como en la plantación agrícola. Por otro lado, a diferencia
de los amerindios, los africanos ya habían estado expuestos a las “zonas”
epidemiológicas del “Viejo Mundo”, adquiriendo inmunidad a enfermedades
tropicales tales como la fiebre amarilla y la malaria, y a enfermedades
comunes en Europa, como la viruela.
Además, al no estar protegidos por las tradiciones legales comunes a
los europeos –que se consideraban a sí mismos seres humanos pero no
al resto– los africanos podían ser reducidos sin apelación moral a una
disciplina brutal y sanguinaria.
La América hispánica y portuguesa arrebató y esclavizó seres humanos
principalmente de África Occidental, constituyendo las Islas de Cabo
Verde el entrepuesto de tráfico más importante de aquellos siglos. Los
individuos provenientes de Guinea Septentrional y Meridional eran mayoría
en el Caribe y América Central; los Yoruba y los Ewe (Nigeria y Togo)
en Brasil. Los angoleños y congoleños (pertenecientes a la familia étnica
y lingüística Bantú) eran los grupos mayoritarios en Chile, Perú, Uruguay
y Argentina.
En síntesis, alrededor de 12.000.000 de africanos desembarcaron en Latinoamérica.
Buenos Aires y Montevideo se constituyeron en los puertos más importantes
del Atlántico Sur y surtieron todo el interior de Sudamérica mediante
puertos de transferencia en Valparaíso y Río de Janeiro. Si efectuamos
el cálculo de que por cada africano que llegaba vivo a estas costas
cinco perecían por inanición, diarreas,
deshidratación, suicidios o castigos diversos, hallamos que el tráfico
de esclavos le provocó a África, una sangría de más de 60.000.000 de
personas y a Europa su extraordinaria expansión industrial y económica.
En el caso de la República Argentina los esclavos negros fueron utilizados
en las tareas rurales, la ganadería, las labores artesanales, el trabajo
doméstico. Las familias propietarias de esclavos los hacían trabajar
como talabarteros, plateros, pasteleros, lavanderas, peones o maestros
de música, fuera de la casa y con lo que éstos percibían se mantenía
el tren de vida de la oligarquía.
Durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas pareció verificarse un
cierto auge de la comunidad negra de Buenos Aires, alcanzando alrededor
de un 30 por ciento de la población total. El Gobernador asistía regularmente
con su familia a los candombes negros. Ésta era una de las escasas formas
culturales que les era permitido manifestar a los afro-argentinos lo
que revestía al mismo tiempo una manera de control, mediante la folklorización.
Por otro lado, servía para soslayar la condición de esclavos, mientras
que los actos de resistencia eran cruelmente castigados.
Censo en la época colonial
Datos del período colonial revelan lo siguiente: en el censo de 1778
se consigna que en el noroeste argentino, en la zona de Tucumán, el
42 % de la población era negra; en Santiago del Estero la proporción
era del 54 %; en Catamarca, para esa misma época el porcentaje de la
población negra era del 52 %; en Salta, el 46 %; en Córdoba, el 44 %;
en Mendoza, el 24 %; en La Rioja, el 20 %; en San Juan, el 16 %; en
Jujuy, el 13 %; en San Luis, el 9 %.
A lo largo del siglo XIX se verifica un decrecimiento sostenido de los
africanos, hasta que hacia fines de ese mismo siglo, el ingreso masivo
de la inmigración blanca europea hará bajar drásticamente, en términos
relativos, la proporción de población negra e india en todo el país.
Así, en los documentos oficiales la gama de la población anteriormente
denominada negra, parda, morena, “de color”, pasó a determinarse como
“trigueña”, vocablo ambiguo que puede aplicarse a diferentes grupos
étnicos o a ninguno.
El período que va de 1838 a 1887 es crucial en este proceso que nosotros
definimos como de “desaparición artificial”, ya que para fines de 1887
el porcentaje oficial de negros es de 1,8 %. A partir de ese período
ya no se informa sobre este dato en los censos.
Es sumamente importante señalar que, si bien la disminución de la población
negra es un hecho real y obedece a múltiples causas, no es legítimo
hablar de “desaparición de los negros” como lo vienen haciendo las clases
dirigentes y la sociedad argentina en general desde fines del siglo
pasado y durante el presente. Ya en 1845, en su libro “Conflictos y
armonías de las razas en América”, Domingo F. Sarmiento se apresuraba
a festejar el “bajísimo” número de miembros de este grupo en la Argentina.
Esta tendencia se patentiza y se asume como misión de Estado con la
Generación del 80 (integrada por Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, entre
otros): la idea era la de “blanquear” a la población como requisito
para el desarrollo y el progreso del territorio, recurriendo al fomento,
desde la Constitución, de la población blanca y europea, a la restricción
de la inmigración africana o asiática y además a la negación de la propia
realidad negra dentro del país.
Contribuciones de los descendientes de africanos
El hombre negro participó en todas las acciones bélicas de la Argentina:
llegó a ellas ya sea compulsivamente por la “Ley de rescate”, ya sea
por la promesa de la libertad si prestaba cinco años de servicio militar.
Su incorporación fue paulatina, en tropas regulares o irregulares, pero
siempre ocupando los puestos más peligrosos en el campo de batalla,
desempeñando las tareas más desagradables en el mantenimiento y sufriendo
a menudo la humillación y el escarnio por su condición de esclavizado.
En 1801 se reglamentan las formaciones milicianas con negros, a las
que se denomina Compañías de Granaderos de Pardos y Morenos. Cuando
en 1806 se produce la primera Invasión Inglesa a Buenos Aires encontramos
la participación del negro en la defensa de la ciudad.
Cuando San Martín regresó de España para servir a su patria, en 1812,
su primera misión fue la organización del Regimiento de Granaderos a
Caballo.
A fines de ese año, se hizo cargo del Ejército del Norte: sus tropas
se componían de 1.200 hombres, de los cuales 800 eran negros libertos,
es decir, esclavos rescatados por el Estado para el servicio de las
armas.

Pedro
Figari, Cambacuá, 99 x 69 cm, óleo sobre cartón. |
La frase de San Martín,
luego de recorrer el campo de batalla de Chacabuco —“¡Pobres negros!”—
da cuenta de los innumerables cadáveres de quienes habían pertenecido
al Batallón N° 8 compuesto por los libertos “rescatados” de Cuyo.
La muerte masiva de africanos y afro-americanos reclutados para el Ejército
de Los Andes fue un hecho reiterado durante la campaña de Chile, Perú
y Ecuador, entre 1816 y 1823: de los 2500 soldados negros que iniciaron
el cruce de Los Andes fueron repatriados con vida 143.
Pasada la gesta de la campaña libertadora, se continuó con la costumbre
de complementar regimientos de blancos con regimientos de negros, aunque
siempre separados de los blancos e incorporados a cuerpos de negros
ya existentes.
Los sobrevivientes de la Guerra de la Independencia –y otras tantas–
no fueron dejados libres a pesar de la promesa de libertad si cumplían
cuatro años de servicio militar.
Casi inmediatamente integraron filas en la guerra contra Brasil (1825
a 1828). Los sobrevivientes fueron absorbidos por las guerras civiles
entre unitarios y federales. El Brigadier General y Gobernador de Buenos
Aires, Don Juan Manuel de Rosas los convocó para formar el Batallón
Provincial y el Batallón Restaurador.
Años después, las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón los tuvieron enfrentados
en uno y otro bando. Con el fin de la Guerra de la Triple Alianza, contra
Paraguay (1865-1870), pareció concluir el calvario del hombre negro
en las Fuerzas Armadas.
Años después, con la Nación ya pacificada, era una situación común encontrar
en las calles de Buenos Aires o de otras ciudades del país a los negros
viejos, antiguos combatientes, pidiendo limosna para sobrevivir. Muchos
de ellos presentaban miembros mutilados, cicatrices o graves impedimentos
locomotrices.
Sus mujeres, nuestras mujeres negras, vendían mazamorra, pan casero
o pasteles; eran también lavanderas. Las nuevas corrientes migratorias,
de origen europeo, propiciadas por la Constitución y estimuladas por
el Estado, desplazaron lentamente a nuestros negros, quienes fueron
replegándose hacia áreas alejadas de los grandes centros urbanos, olvidados
por la sociedad a la que habían contribuido a formar.
Si el hecho de haber participado en las confrontaciones bélicas provocó
un gran decrecimiento de la población afro-argentina y si a principios
de este siglo se veían muy pocos integrantes de ésta en los centros
urbanos, no es lícito hablar de “desaparición de los negros en la Argentina”,
como lo hacen muchos propagadores de ideas, de manera superficial y
sin rigor científico.
A pesar de tanta adversidad, los africanos dejaron una indeleble impronta
en todos los aspectos y estamentos de la sociedad argentina. Estuvieron
en el origen de formas artísticas populares como la payada (recordar
al talentosísimo Gabino Ezeiza), el tango, la milonga y la chacarera.
Aportaron infinidad de palabras al castellano del Río de la Plata, enriqueciéndolo:
bombo, batuque, bujía, conga, cafúa (lunfardo), candombe, dengue, malambo,
mandinga, mucama, tarimba o tarima, etc.
En la época de la Colonia, actúaban frecuentemente en el teatro y en
el circo. Fueron además destacados pianistas como el maestro Navarro
y grandes compositores como Rosendo Mendizábal, autor del tango “El
entrerriano”. Horacio Mendizábal, poeta del período romántico y reivindicador
de los derechos de su comunidad. Los nombres son muchísimos.
En otros aspectos de la cultura popular como la culinaria, encontramos
la incorporación de las achuras y el mondongo a la alimentación, la
mazamorra, el locro, etc.
En la religiosidad, la veneración de San Baltasar y San Benito.
La Nación Argentina se debe a sí misma una revisión profunda y honesta
de su historia y un análisis rigurosamente crítico de los fundamentos
ideológicos que dieron forma a su idea del “país deseado”.
La Nación Argentina debe también una reparación histórica, moral, social
y económica a todos aquellos negros y a los millares de descendientes
de aquellos.
En el Archivo General de la Nación pueden consultarse los miles de expedientes
de la Comisión liquidadora de las deudas de las guerras de la Independencia
y la emprendida posteriormente contra el Imperio del Brasil.
Hasta el último centímetro cuadrado de las telas para los uniformes
fue meticulosamente abonado a los comerciantes porteños y a los importadores.
Los esclavos, en la mayor parte de los casos, pagados en el momento.
Por otra parte todos, o casi todos, los descendientes de los oficiales,
y aún aquellos que en su vida tomaron un fusil, recibieron pensiones
graciables del Congreso... Mientras tanto los soldados negros sobrevivientes
arrastraban sus muñones y sus miserias por las calles de Buenos Aires,
Mendoza y otras ciudades.
Miriam Victoria Gomes / Profesora de Literatura Latinoamericana
Integrante de la Sociedad Caboverdiana; de la Cátedra Abierta de Estudios
Americanistas (UBA) y de la Unión de Mujeres Afro descendientes de la
República Argentina. Este artículo fue publicada en Bibliopress, boletín
del Congreso Nacional.
Fuente Revista El Arca www.elarcadigital.com.ar

Lucas
Fernández, precursor del socialismo en el Río de la Plata
El genocidio negro en Argentina
El primer genocidio en la Argentina y porqué desapareció la nación de
color. En el siglo XIX, entre 1850 y 1870, hubo una cultura de la negritud.
El socialismo llegó al Río de la Plata mucho antes que la corriente
inmigratoria de origen europeo. Fue la comunidad negra de Buenos Aires,
la de los ex esclavos liberados recién con la Constitución Nacional
de 1853 (en la Asamblea del Año XIII sólo se les concedió la liberación
a los por nacer) quienes trajeron las primeras ideas y doctrinas del
socialismo utópico, en 1858, seis años antes de la fundación en Europa
de la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional)
que Marx, Engels y el anarquista Miguel Bakunin impulsaron en 1864.
Un intelectual negro, Lucas
Fernández, creó y dirigió el semanario El Proletario, que vio la luz
el 18 de abril de 1858, el cual expresó servir los "intereses de clase",
los de la "clase de color". El movimiento se llamó Democracia Negra
y se frustró porque se produjo el exterminio de la comunidad negra durante
los aciagos días de la epidemia de fiebre amarilla.
La izquierda argentina está en deuda con esos pioneros negros, borrados
de la historia y de la memoria. Salvo un trabajo del escritor Dardo
Cúneo (El Primer Periodismo Obrero y Socialista en la Argentina, Editorial
La Vanguardia, Buenos Aires, 1945) no se ha tenido en cuenta aquel movimiento
precursor, mucho más vigoroso y expresión de las clases oprimidas de
la época, que las referencias saintsimonianas de Esteban Echeverría
y Sarmiento, estudiadas por José Ingenieros en la Evolución de las ideas
argentinas.
Esa experiencia y su interrupción
abrupta está ligada a uno de los hechos trágicos de la historia argentina:
el aniquilamiento de la raza negra, el primero de los genocidios producidos
en la Argentina. El segundo fue el de los indios, en la ya famosa Conquista
del Desierto, que fue una conquista porque en realidad no era un desierto.
A los aborígenes, especialmente los del Sur, se les aplicó la guerra
bacteriológica mediante el envío de comerciantes a las tolderías que
les entregaban mantas que habían estado en contacto con enfermos de
viruela. Así fueron diezmados y luego asesinados -hombres, mujeres,
niños y ancianos- por el ejército de línea.
De todas maneras no fuimos los creadores de esa anticipación vernácula
del nazismo. Los norteamericanos utilizaron ese método para la conquista
del Oeste y el exterminio indígena. Por mucho tiempo se creyó que había
sido el célebre general Custer su inventor, pero nuevas investigaciones
realizadas por historiadores de los Estados Unidos, según estudió David
Viñas, han comprobado que ese método ya se empleaba desde fines del
siglo XVIII.
El tercer genocidio fue
el de los obreros -en la Patagonia de 1921- donde el Ejército reprimió
las huelgas obreras y fueron fusilados cerca de mil quinientos trabajadores.
El cuarto genocidio o masacre -que apuntó especialmente a la juventud-
lo hemos vivido en los años del llamado Proceso militar. Pero el menos
conocido sigue siendo el de los hombres y mujeres de color y con ellos
aquella experiencia liberadora, destruida de cuajo, del primer socialismo
en Buenos Aires.
El esclavismo en el Río
de la Plata
La cuestión negra, es decir la del sistema de la esclavitud, estaba
ligada a los comerciantes porteños, particularmente desde mediados del
siglo XVIII hasta la Revolución de Mayo.
El partido esclavista era muy fuerte durante el sistema colonial español,
y tuvo todavía, en los primeros años de la Independencia, una presencia
política importante. Los apellidos de los esclavistas permiten advertir
su continuidad con el sistema oligárquico. Algunos de esos apellidos
fueron Pedro Duval, Tomás Antonio Romero, José de María, Martínez de
Hoz, Narciso Irauzaga, Manuel Aguirre, Rafael Guardia, Agustín García,
Martín de Alzaga, Andrés Lista, José de la Oyuela, Casimiro Necochea,
Francisco del Llano, Cornet, Molino Torres, Manuel Pacheco, Ventura
Marcó del Pont, Francisco Antonio Beláustegui, Jaime Llavallol, Francisco
Ignacio Ugarte, Diego de Agüero, González Cazón, Juan E. Terrada, Martín
de Sarratea, Tomás O'Gorman, Mateo Magariños, Antonio Soler, Domingo
Belgrano Pérez, Nicolás del Acha, Miguel de Riglos, Pedro de Warnes,
Domingo de Acassuso, Lezica y Torrezuri, Manuel José de Borda.
Teniendo en cuenta que en
1816, el general José de San Martín tuvo en su poder un censo de esclavos
negros posibles de reclutar militarmente, y que ascendía a 400.000,
la pregunta es qué pasó con esos seres humanos en estas tierras.
La esclavitud no fue totalmente
abolida hasta la consagración de la Constitución Nacional de 1853, es
decir, cuarenta y tres años después de haberse iniciado el proceso emancipador.
Esta demora se produjo por dos razones, una, porque los negros esclavos
fueron utilizados, en esa calidad, como fuerza de los ejércitos criollos;
en segundo lugar, porque el partido esclavista era muy poderoso entre
los comerciantes porteños.
De todas maneras, la esclavitud
era incompatible con la ideología del liberalismo burgués (aunque no
en la práctica de ese liberalismo). El liberalismo revolucionario nutría
a las corrientes más progresistas de la Revolución de Mayo de 1810.
Por eso, en la Asamblea Constituyente de 1813 se otorgó la "libertad
de vientres", es decir que quedaron libres los niños negros por nacer,
pero los otros, toda la masa humana en poder de los amos, continuaron
bajo el régimen de la esclavitud o en distintas formas de servidumbre.
Fueron esos negros los que
nutrieron con su sangre y sacrificio a los ejércitos libertadores y
San Martín reconocerá el valor de sus tropas negras y también el ambiente
racista de la época ya que no logró unir los batallones negros con los
de los mulatos y blancos. Los negros esclavos morirían en la lucha por
la Independencia, "por separado", es decir, en riguroso "apartheid".
Sarmiento, en su obra de la vejez, Conflicto y armonía de las razas
en América, recordará la epopeya negra en nuestra tierra. Esos valerosos
negros murieron luchando durante el Cruce de los Andes, en la campaña
sanmartiniana, en los famosos batallones (regimientos) 7º y 8º, en las
batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada, en la Campaña del Alto
Perú.
El genocidio negro
El comercio de esclavos estaba relacionado principalmente con los
comerciantes porteños, es decir, con el partido unitario. El partido
saladeril bonaerense, el de Rosas, Anchorena, Roxas y Patrón, Ezcurra,
Terrero, carecía de ideas abolicionistas. Los negros también poblaban
la campaña bonaerense. Eran utilizados en el trabajo como siervos, especialmente
por hacendados y representantes eclesiásticos. Pero los saladeriles
no estaban vinculados específicamente con el tráfico de esclavos aunque
los utilizaban como mano de obra servil.
Cuando Juan Manuel de Rosas
asumió el poder -tampoco dio la libertad a los esclavos-, mantuvo, sin
embargo, un mejor trato con los hombres y mujeres de color. Rosas mantenía
estrecha relación con las capas populares y en relación con los negros,
solía participar con miembros de su familia, de las fiestas en el barrio
del Tambor, en Monserrat, en San Telmo y en la Recoleta (el viejo Buenos
Aires). Eran los famosos candombes y marimbas.
Cuando volvieron los antirrosistas
al gobierno, después de 1851, no olvidaron a esos negros que habían
motivado sus fantasías de terror. La venganza llegaría años después,
durante la tragedia de la fiebre amarilla y la Guerra del Paraguay,
a fines de los años sesenta.
"El
Proletario"
Desde luego que no se puede
hablar de obreros o de proletarios en el Buenos Aires de mitad del siglo
XIX. La Primera Revolución Industrial todavía no había llegado a la
producción. Pero en aquella Argentina decimonónica había capas o clases
oprimidas. Junto a los criollos, el gauchaje y los indios, estaban los
negros que realizaban las tareas más humildes de la ciudad o tenían
los oficios más duros en el campo.
Un intelectual negro, que
avizoró claramente las contradicciones políticas de su época y previó,
tal vez no en la magnitud que alcanzó finalmente, la animadversión y
odio de los blancos hacia sus connacionales de color, trató de impulsar
una corriente de opinión ampliamente democratizadora para su época.
Y lo hizo enarbolando las concepciones más progresivas de su tiempo,
el utopismo social, el humanitarismo liberal, el socialismo.
Tales doctrinas, adaptadas
a nuestro medio, fueron expuestas a través del periódico El Proletario
que apareció el 18 de abril de 1858 para concluir su vida dos meses
después, en el mes de junio. Esa corta vida permite, sin embargo, conocer
qué pensaba un núcleo de negros, cuáles eran sus ideas, sus reclamos,
su visión de los acontecimientos y de la cultura general.
La publicación tenía como subtítulo "Periódico Semanal, Político, Literario
y de Variedades". Estaba dirigido por Lucas Fernández y su lema era
"Por una sociedad de la clase de color".
En su primer editorial,
titulado La clase de color, sostenía:
"Esta importante y preciosa
porción de la sociedad porteña a que nos honramos de pertenecer, no
tiene un órgano que alivie las necesidades inherentes a toda clase desvalida
y pobre de un país cualquier, y que vigile por sus intereses tan importantes
y valiosos como los de las clases más acomodadas y felices; y si lo
tuvo, él no pudo llenar sus fines y objetivos primordiales; pero aún
cuando así lo hubiera de hecho no existe ya.
"En la situación actual
de nuestra clase, en la precocidad de inteligencia que se nota en la
generación que se levanta, ávida de ideas y saber, y sobre todo, en
el estado de progreso moral en que se halla el Estado de Buenos Aires,
se hace indispensable ese órgano que la estimule y fomente, ya con el
ejemplo, ya propendiendo a que se la ensanche por el camino de la educación
y de la ciencia, un poco estrecho hasta aquí, y no como debe ser; ayudándola
a vencer los obstáculos que le oponen las rancias preocupaciones de
unos, y la malevolencia de otros; preocupaciones poderosas por lo mismo
que son generales y sancionadas por los siglos; a través de los cuales
se han ido transmitiendo con ultraje de la justicia, de una a otra generación,
hasta llegar a nosotros, y que ponen una positiva valla a la práctica
de ciertas leyes que nos amparan, haciendo que no se cumplan, porque
hieren, no los intereses, sino el orgullo vano y malhabido de las clases
elevadas".
El movimiento Democracia
Negra
El movimiento progresista
de la negritud estaba dirigido, en primer lugar, a formar conciencia
entre los negros bonaerenses, particularmente a los sectores alfabetos.
Pero tenía, indudablemente, un mensaje hacia los blancos, de todas las
clases sociales, previendo los prejuicios y el racismo latentes, salía
a identificarse con formas más evolucionadas de la organización social.
Defendía en su primer manifiesto los "intereses" de las "clases desvalidas"
y apuntaba a fortalecer "la inteligencia que se nota en la generación
que se levanta, ávida de ideas y saber", es decir en las nuevas generaciones.
Quería que los hombres y mujeres de color se integraran a la sociedad
de Buenos Aires desde sus propias raíces pero cultivando las nuevas
ideas de redención social.
Es indudable que Lucas Fernández, de quien se tienen escasas referencias,
no se sabe si murió durante la fiebre amarilla o cuándo ocurrió ese
hecho, intentó oponerse al racismo imperante. Denunciaba la "malevolencia"
y el "ultraje de la justicia" de la discriminación racial y social.
Reclamaba la igualdad ante las leyes para los hombres y mujeres de color
y planteaba la necesidad de la educación y el conocimiento de las ciencias
como forma de liberación.
La tragedia
Resulta sorprendente cómo
los historiadores han tratado el tema de la negritud. Lo ignoran, o
construyen teorías imaginarias sobre el destino de la enorme masa humana
que componía ese sector de la sociedad porteña y bonaerense. Lo cierto
es que los negros de la etapa colonial y de las cinco primeras décadas
posteriores a la Revolución de Mayo parecen haberse esfumado. Sin embargo
hay hechos que desmienten muchas teorías incongruentes. Si se cruza
el Río de la Plata, aún hoy, a principios del siglo XXI, se encontrarán
barrios montevideanos habitados por personas de color. A lo largo del
siglo XX, especialmente en la primera mitad, aparecieron revistas, periódicos,
diarios, movimientos, como Nuestra Raza, que difundió la cultura de
la negritud. A fines de los años cuarenta recibieron la visita del poeta
e intelectual cubano Nicolás Guillén que fue agasajado con actos y fiestas.
El movimiento negro en Montevideo estaba dirigido por Valentini Guerra.
¿Por qué en la Argentina
no ocurrió lo mismo? ¿Qué pasó con los negros anteriores a los años
setenta del siglo XIX? Porque si hay entre nosotros negros, muchos de
ellos pertenecen a las oleadas inmigratorias posteriores, especialmente
caboverdiana, que datan de fines del siglo XIX. ¿Qué ocurrió con las
generaciones anteriores?
Hay una explicación. Cruenta
como trágica. Fueron suprimidos de manera cínica, brutal. Durante la
fiebre amarilla de 1871 (en realidad la epidemia reunió variadas enfermedades
contagiosas), los barrios más castigados por el flagelo fueron los que
habitaban los negros. Eran barrios desprovistos de higiene en una Vieja
Aldea que carecía de toda organización sanitaria. Eran los barrios más
pobres y en donde la vida era más dura. Allí se desató la tragedia alentada
por el hacinamiento, la promiscuidad, la miseria, la suciedad. No eran
mejores las condiciones sanitarias y de vida en los barrios blancos,
pero en los que habitaban los negros, era peor por la miseria reinante.
Había llegado la hora de
la venganza y en medio del horror generalizado por la epidemia que no
perdonaba ni discriminaba por el color de la piel, el ejército rodeó
a los barrios negros y no les permitió la emigración hacia la zona que
los blancos constituyeron el Barrio Norte como producto del escape de
la epidemia. Los negros quedaron en sus barrios, contra su voluntad,
allí murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes. Algunos
historiadores consideran que una de las zonas donde existirían esas
fosas es en la Plazoleta Dorrego, en pleno San Telmo. Es necesario investigar
todavía en los informes médicos y de las organizaciones solidarias que
socorrieron a las víctimas, tragedia inmortalizada por el cuadro La
fiebre amarilla del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, donde el artista
presenta al jefe del socorro a las víctimas, José Roque Pérez, fundador
de la masonería argentina, junto al doctor Cosme Argerich, entrando
en una casona en donde encuentran a una mujer muerta en el suelo y un
niñito negro a su lado. Todavía, algunos otros negros, especialmente
procedentes de la campaña, adonde el flagelo no había llegado, fueron
reclutados compulsivamente, junto al irredento gauchaje criollo, y llevados
a la guerra contra el Paraguay. Murieron luchando en los esteros guaraníes
durante la Guerra de la Triple Alianza.
En este principio del siglo
XXI los argentinos deberíamos meditar sobre esta etapa olvidada de nuestra
historia. Los historiadores, especialmente los que han dedicado su esfuerzo
a la historia del movimiento obrero y social argentino, están en deuda
con Lucas Fernández y el movimiento Democracia Negra, una página memorable
de la lucha social en la Argentina.
Bibliografía:
"El negro en el Río de la Plata", por Ricardo Rodríguez Molas. En: Historia
Integral Argentina. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, tomo
1, págs. 38-56.
"Itinerario de los negros en el Río de la Plata", por Ricardo Rodríguez
Molas. En: Todo es Historia, Buenos Aires, Nº 162, noviembre de 1980,
tomo 29. Número especial dedicado a la cuestión de la negritud. Director:
Félix Luna; Jefe de Redacción: Emilio J. Corbière.
La trata de negros. Datos para un estudio en el Río de la Plata, por
Diego Luis Molinari. México, Fondo de Cultura Económica, 1944.
El primer genocidio, por Emilio J. Corbière, en "Nuestro Tiempo", en
diario Tiempo Argentino.
Un testimonio sobre la esclavitud en Montevideo. La memoria de Lino
Suárez Peña, por Jorge Emilio Gallardo, Idea viva, Colección El Barro
y las Ideas, 1987.
El primer periodismo obrero y socialista en la Argentina, por Dardo
Cúneo, Editorial La Vanguardia, Buenos Aires, 1945.
Bibliografía afroargentina, por Jorge Emilio Gallardo, Idea viva, Colección
El Barro y las Ideas, 1987.
La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII, Buenos
Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones
Históricas, 1958.
Fuente: La Fogata

Córdoba
negó y ocultó a sus abuelos negros
Por Fernando Agüero | Corresponsalía
faguero@lavozdelinterior.com.ar
La semana pasada, la detención en Brasil del futbolista de Quilmes Leandro
Desábato, por un supuesto insulto racista proferido a un jugador del
San Pablo de raza negra, despertó una polémica recurrente en nuestro
país. ¿Somos un país racista? Fue la pregunta que se hicieron los medios
cuando la noticia deportiva pasó a un segundo plano para darle lugar
a la cuestión social.
Las respuestas a favor y en contra de esa aseveración no se hicieron
esperar. Sin embargo, se sigue dejando de lado otra nebulosa que cubre
de cabo a rabo nuestra concepción de lo nacional y que tiene que ver
con la idea muy instaurada de que en Argentina no hay negros.
La misma idea toma fuerza en Córdoba, donde la presencia africana representó
el 60 por ciento de la población en la época virreinal. ¿Qué pasó con
ellos? ¿Dónde están?
Miriam Gómez es integrante de la Sociedad Caboverdiana de Buenos Aires
y asesora al Indec y a la Universidad Nacional de Tres de Febrero en
temas de africanía y negritud. Por estos días, las tres organizaciones,
junto a la entidad África Vive, están realizando un censo en Buenos
Aires y Santa Fe para tratar de establecer cuántos afrodescendientes
viven en la actualidad en ambas provincias.
Gómez, hija de un matrimonio de inmigrantes de Cabo Verde, aseguró a
La Voz del Interior que el “caso Desábato” le produjo sensaciones diversas.
“En primer lugar, sentí una negación total de la parte argentina, desde
donde se dijo que no podía haber pasado”, explicó.
“Si el hecho discriminatorio ocurrió, tiene que ser sancionado”, indicó.
Gómez admitió que en Argentina es habitual utilizar insultos con el
componente negro. “Es muy común insultar a otro diciéndole negro de
mierda o mono. Lo escucho todos los días”.
Córdoba negra
No los mató ninguna peste o guerra. No se extinguieron por ninguna razón.
No se esfumaron. Los argentinos de raza negra o afrodescendientes, como
prefieren que se los nombre, pertenecen a una de las corrientes migratorias
que recibió el país desde la época de la colonia, cuando llegaban como
esclavos al puerto de Buenos Aires para ser destinados a distintos puntos
del Virreinato del Río de la Plata.
Córdoba fue, en ese marco, un nudo de distribución; pero también fue
un centro de ubicación de los africanos esclavos que, en su mayoría,
trabajaron en los conventos.
Hoy sus descendientes están insertos en nuestra sociedad. El mestizaje
y las nuevas corrientes migratorias que persisten hasta nuestros días,
conforman la población de afroamericanos en Argentina. Sin embargo,
muchos descendientes, víctimas de una discriminación siempre latente,
no aceptan sus orígenes. Esa negación es atribuible a un proyecto de
país en el que los negros no tenían cabida.
En este contexto, se hizo famosa la frase del ex presidente Carlos Menem
cuando, sin temor a equivocarse, dijo: “En Argentina no existen los
negros; ese problema lo tiene Brasil”.
La historia oficial dice que los negros desaparecieron del país víctimas
de las pestes y al ser utilizados como carne de cañón en las guerras
del siglo XIX. Sin embargo, aún están entre nosotros o en nuestra propia
sangre y se calcula que entre un seis y un 10 por ciento de argentinos
proviene de aquellos esclavos.
En la Córdoba virreinal, los negros llegaron a ser la población más
numerosa entre las demás etnias. En 1840, la población de la capital
provincial estaba integrada por un 61 por ciento de africanos o mestizos.
Diego Buffa es, junto a María José Becerra, coordinador del Programa
de Estudios Africanos en el Centro de Estudios Avanzados de la UNC.
Buffa se embarcó en el intento de dilucidar qué había pasado con la
gran población negra que habitó la Córdoba colonial. El primer escollo
que encontró fue que, de repente, los censos no discriminaron más por
raza. “Nos resultaba muy extraño que a principios del Siglo XX no existieran
más afrodescendientes”, contó.
A pesar de tener conciencia de que muchos esclavos murieron en las guerras
de la independencia o en los conflictos internos del país, los investigadores
del CEA no se conformaban con la idea de que habían desaparecido.
Y llegaron a la conclusión de que no todos habían muerto y de que los
que quedaron sufrieron el estigma de ser esclavos o de tener descendencia
africana.
“Hasta la Reforma de 1918 en la Universidad de Córdoba todavía se exigía
para ingresar la limpieza de sangre, que no era otra cosa que no tener
algún ancestro negro”, explicó Buffa.
Por eso, cuando pasaron los años, el ancestro negro comenzó a ser negado.
“Nadie admitía ser negro en los censos que se realizaban en la campaña,
que eran más flexibles”, aseveró.
En conclusión, los negros no desaparecieron sino que se ocultaron tras
de velo del mestizaje.

El
negro Falucho: ¿Existió o fue una invención de Bartolomé Mitre?
¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor!
Por Martín A. Cagliani
La noche del 4 al 5 de febrero de 1824, se sublevó la guarnición patriota
del Callao, a la cual componían los restos del Ejército de los Andes,
que eran el regimiento Río de la Plata, los batallones 2º y 5º de Buenos
Aires, y los artilleros de Chile, a los que se les unieron dos escuadrones
amotinados del regimiento de Granaderos a Caballo. Estos pobres soldados
se sublevaban porque les debían cinco meses de paga, a lo que se agregó
que el día anterior se habían abonado los sueldos de los jefes y oficiales,
el deseo de regresar a la patria, ya sea Buenos Aires o Chile, y la
repugnancia de tener que embarcarse hacia el norte para engrosar el
ejército de Bolívar. Nunca tuvieron la intención de traicionar a la
patria.
El motín fue encabezado por Dámaso Moyano y Francisco Oliva, ambos sargentos
del Regimiento Río de la Plata. La tropa se entrego a los excesos. Al
ver la indisciplina reinante, el mulato Moyano, acepta la sugerencia
de Oliva de consultar al coronel realista José María Casariego, que
estaba prisionero y alojado allí. Este vio el partido que podía sacar
de la situación, aconsejo reemplazar a los jefes patriotas por los españoles.
Mientras tanto los peruanos no se decidían a pagar los sueldos atrasados.
Casariego los convence de que se unan a las filas realistas donde serian
recompensados, mientras que en las patriotas recibirían castigo.
En medio de este desorden se desenlaza la admirable historia de Falucho.
En esto vamos a seguir al relato de Mitre que la publicó por primera
vez el 14 de mayo de 1857 en el periódico Los Debates.
La noche del 6 de febrero hacia guardia en el torreón del Rey Felipe
el negro Falucho, que pertenecía al regimiento del Río de la Plata.
Falucho, este su nombre de guerra era muy conocido por su valentía y
por su patriotismo, era porteño y amaba a su ciudad. Como muchos en
caso igual había sido envuelto en la sublevación, que hasta aquel entonces
no tenia más carácter que un motín de cuartel. "Mientras que aquel oscuro
-cuenta Mitre- centinela velaba en el alto torreón del castillo, donde
se elevaba el asta-bandera, en que hacía pocas horas flameaba el pabellón
argentino, Casariego decidía a los sublevados a enarbolar el estandarte
español en la obscuridad de la noche, antes de que se arrepintiesen
de su resolución". En ese momento se presentan ante el negro Falucho
los soldados con el estandarte español, contra el que combatía desde
hace 14 años. Falucho no lo podía creer, y sintiéndose totalmente humillado
se arroja al suelo y llora amargamente. Los soldados con ordenes de
subir el pabellón español, ordenaron a Falucho que presentase el arma
al pabellón del rey que se iba a enarbolar. Falucho contesta "Yo no
puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado siempre",
con melancolía, recogiendo el fusil que había dejado caer. A esto le
gritan "¡Revolucionario! ¡Revolucionario!". Según Mitre, Falucho les
contesta "¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor! (...)
y tomando su fusil por el cañón, lo hizo pedazos contra el asta-bandera,
entregándose nuevamente al más acerbo dolor. Los ejecutores de la traición,
apoderándose inmediatamente de Falucho, le intimaron a que iba a morir
y haciéndole arrodillarse en la muralla que daba frente al mar, cuatro
tiradores le abocaron a quemarropa sus armas al pecho y a la cabeza
(...). Aquel momento brilló el fuego de cuatro fusiles, se oyó su detonación;
resonó un grito de ¡Viva Buenos Aires!, y luego, entre una nube de humo,
se oyó el ruido sordo de un cuerpo que caía al suelo. Según Mitre Falucho
había nacido en Buenos Aires y su verdadero nombre era Antonio Ruiz.

Monumento dedicado al Soldado
Ruiz, apodado "Negro Falucho" quien es muerto por defender
la bandera nacional al intentar ser arriada por personal
propio pasado al enemigo. Ruiz, que se encontraba de guardia
en el puerto peruano del Callao prefiere morir antes que
cumplir la orden de arriar los colores patrios y presentar
armas al estandarte español. Muere apostrofando a los traidores
con:"Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor.
¡Viva Buenos Aires!" |
La historia de Falucho fue
publicada nuevamente por Mitre en La Nación del 6, 7, 8 y 9 de abril
de 1875. Años después aparece la obra "Historia de San Martín y de la
emancipación americana". Con respecto a Falucho, Mitre escribió lo siguiente:
"La bandera española fue enarbolada en el torreón Independencia, con
una salva general de los castillos (7 de febrero). Un negro, soldado
del regimiento Río de la Plata, nacido en Buenos Aires, llamado Antonio
Ruiz (por sobrenombre Falucho), que se resistió a hacerle honores, fue
fusilado al pie de la bandera española. Murió gritando: ¡Viva Buenos
Aires!".
Bartolomé Mitre tomó como base de la historia de Falucho testimonios
verbales del general Enrique Martínez, jefe de la División de los Andes;
el testimonio de los coroneles Pedro José Díaz (a cuyo cuerpo pertenecía
Falucho) y Pedro Luna; y el testimonio escrito del coronel Juan Espinosa.
Mitre diría a continuación que hubo dos negros apodados Falucho, aduciendo
que este seria un apodo genérico que se daba a los héroes desconocidos
de raza negra.
Desde la primera publicación de Mitre se levantaron críticos y detractores.
En 1899, Manuel J. Mantilla escribió en su libro "Los Negros Argentinos"
que se decía que hubo dos Faluchos, el fusilado, del que dan testimonio
Martínez, Díaz y Espinosa, y otro más que vivía en Lima en 1830, según
carta del general Miller a San Martín del 20 de agosto de ese año. Miller
lo nombraba diciendo que "el morenito Falucho, que era de la compañía
de cazadores del número 8 y tomó una bandera en Maypu", le mandaba saludos
a San Martín. Lo que indica que Falucho había uno solo, y era muy bien
conocido, pertenecía al batallón numero 8. Los atestiguan, además de
Miller, el general Tomás Guido. Según el historiador Mantilla en una
lista de fines de 1819, había un cabo segundo Antonio Ruiz en la compañía
del capitán Manuel Díaz. Mientras que en la de Pedro José Díaz no había
ningún Antonio Ruiz.
Muchos autores afirman que la muerte heroica de Falucho fue un invento
de Mitre. A la luz de todos los testimonio existentes, lo único que
se sabe con seguridad es que, ciertamente murió, en El Callao, heroicamente
un soldado negro que no quiso rendir homenaje a la bandera realista.
Pero ciertamente este soldado no era Falucho. Falucho fue un soldado
negro en el batallón 8º del Ejercito de los Andes que posiblemente fuera
el cabo segundo Antonio Ruiz. Este soldado era bien conocido por San
Martín y Guido, y vivía en Lima en 1830.
No importa que el heroico negro que se hizo fusilar por nuestra bandera
no se apodara Falucho, ya que la tradición lo seguirá inmortalizando
con ese nombre.

“En
la Argentina el discurso de la nacionalidad siempre se basó en el mito de nación
blanca”
Por María Alicia Alvado
¿Quién no escuchó aquello de que “los argentinos venimos de los barcos”? ¿Quién
no hizo suya esta apreciación, aunque sea con nostalgioso pesar? Hasta Lito
Nebbia hizo de esta frase el título de una canción allá por 1982.
Para el argentino Oscar Chamosa, doctor en Historia y profesor de Historia
Latinoamericana enla Universidadde Georgia, este tipo de sentencias dan cuenta
de la persistencia en nuestro país del “mito de la nación blanca”, una creencia
según la cual somos un país racialmente homogéneo (blanco), cuya más auténtica
fibra nacional está definida por la herencia europea. La vigencia de este mito
conlleva la invisibilización de la presencia y los aportes de otros grupos
poblacionales como los afrodescendientes y los pueblos originarios.
Aprovechando su presencia en el país, donde lo trajo una investigación en curso
y el lanzamiento de su nuevo libro “Breve historia del folclore argentino”,
Télam conversó con él sobre éste y otros temas.
-Usted afirma que una de las características de la historia argentina hasta
fines del siglo XX ha sido la invisibilización e indecibilidad de los elementos
afro e indígenas de nuestra cultura…
- Como todas las sociedades de este hemisferio hay una población de raza blanca
descendientes de los conquistadores e inmigrantes, y otra población de
descendientes de africanos o de indígenas, mezclados. En todos los países de
América Latina esas diferencias son parte del discurso de la nacionalidad. En
Argentina no, en la Argentina el discurso de la nacionalidad está basado en la
idea de que somos todos descendientes de europeos, salimos de los barcos o somos
un crisol de razas, pero crisol de razas dicho puramente en un sentido europeo.
Si bien ha habido personas que explicitaron aquí y allá la existencia de una
población mestiza en la Argentina, la tónica general a lo largo del siglo XX fue
la de negarlo, la de olvidarlo o a no decirlo, sin negarlo abiertamente. De ahí
la indecibilidad como sinónimo de invisibilidad.
-Y esa invisibilización está asociada a un sistema colonial de dominación que es
socioeconómico pero también racial…
-En la estructura social argentina hay un sistema racial de dominación que está
superpuesto al de clase. Algunos descendientes de europeos son de clase
trabajadora y por lo tanto sufren las consecuencias de estar en esa posición
social, pero por otro lado hay un sistema de razas que es paralelo y en virtud
del cual dentro de la clase trabajadora se produce esta subdivisión entre los
trabajadores descendientes de europeos y mestizos, donde los descendientes de
europeos se posicionan un escalón más arriba frente a sus vecinos mestizos,
aunque tengan iguales ingresos.
Se autoperciben diferentes y existe un lenguaje especialmente diseñado para
marginar, que nunca se dice explícitamente en la cara, excepto en condiciones
críticas, pero sí se usa mucho dentro de las casas: “no te juntes con ese
negro”, “si vas a la casa no comas esto, no toques aquello”.
Esas tensiones se dan -o se dieron- a nivel de barrio o lugar de trabajo. Hoy en
día es difícil hacer públicas expresiones racistas, por eso se siguen dando
fundamentalmente puertas adentro, pero además hay excepciones…
-¿Cuáles por ejemplo?
-Por ejemplo los foros de discusión de Internet, especialmente el del diarioLa
Nacióno Clarín donde cualquier ocasión sirve para decir que la culpa es de los
negros y hay que matarlos a todos. Y después en los estadios de fútbol:
determinadas hinchadas se ven a sí mismas como blancas -como por ejemplo River-
y le cargan a la de Boca la negritud, que a su vez está ahora cada vez más
tipificada en términos de pertenencia latinoamericana. En esas circunstancias
liminales, que están en un margen donde se permite hablar, ese racismo
naturalizado emerge, pero en el discurso público autorizado no aparece.
-La invisibilización de algunos grupos es la contrapartida de la vigencia del
mito de la nación blanca ¿cómo surge este mito?
-De alguna manera preexiste al estado nacional, en los textos prefundacionales,
en los textos de Sarmiento, de Alberdi, se distingue que el mal de la
Argentinano es sólo la extensión sino tener una población no europea y la única
solución es europeizarla a través de la inmigración. En los considerandos de los
censos de 1895 y 1914, se dice explícitamente que en Argentina la población es
en su mayoría blanca. Los sociólogos iniciales, si se refieren a la población
mestiza hablan del gaucho y lo tratan como un personaje en extinción.
-¿Por qué era importante autorrepresentarnos como una “nación blanca” en los
albores del estado nacional?
-La formación de la nación se da en un contexto de expansión europea colonial.
Los territorios de América Latina para ser independientes tienen que demostrar
que son europeos, y por lo tanto tienen derecho a dominar y reclamar
independencia. Es después, de 1910 en adelante, cuando los países
latinoamericanos introducen a los otros pueblos en su discurso de nacionalidad,
ya sea el mesticismo o el indigenismo.
El mesticismo era una forma diferente de racializar la población: celebraba la
mezcla pero no lo afro o la indigenidad, a los que colocaba en un lugar
subordinado dentro de la nación. Pero en Argentina, Uruguay y Chile estos
pueblos colonizados no fueron incorporados al discurso de la nacionalidad y por
eso se concebían a sí mismas como nación blanca.
-¿Y el criollismo? ¿Y el folclore?
-El criollismo fue uno de los sucedáneos del mesticismo adoptado por otros
países latinoamericanos, pero nunca tuvo sentido emancipador porque veía con
nostalgia al gaucho como un personaje que se iba perdiendo pero no propone una
política para cambiarlo. Para el criollismo el gaucho es un tipo social y
cultural más que una raza.
El folclore a lo largo del siglo XX es el caso más extraño porque si bien asume
como lo más auténticamente nacional la cultura de la población criollo-mestizo
del interior, no llegan nunca a contrarrestar el mito de la nación blanca. Es
contradictorio, pero es la forma en que funcionó.
-Junto al “mito de la nación blanca”, en el siglo XX se dio el mito de la
“excepcionalidad argentina”…
-Este otro mito se dio tanto en Chile como enla Argentina, en parte por ser
culturalmente blancos, pero también porque en las distintas crisis europeas
estos países se consideran a sí mismos como mejores que los europeos. Ese mito
se reforzó mucho con la dictadura, cuando estos países se posicionaron respecto
a Europa como una reserva moral donde todavía la “familia cristiana” existía y
se había tenido éxito en la “destrucción del comunismo”.
Esa excepcionalidad conspiró contra la posibilidad de que se empezara a
resquebrajar el mito de la nación blanca. Ambos mitos están íntimamente
relacionados y uno se mantiene junto con el otro. Los discursos que podían
llegar a contrarrestarlos estaban relacionados con el movimiento revolucionario
de izquierda, (y en el folclore) con el movimiento del Nuevo Cancionero pero
éste es un discurso que el poder militar reprimió por muchos años.
-¿El mito de la nación blanca comienza a resquebrajarse con la llegada de la
democracia?
-La vuelta de la democracia llevó a una combinación de varias cosas, una de
ellas es el retorno del Nuevo Cancionero con bastante más fuerza, que se
transformó en un vehículo para hablar de las distintas culturas argentinas. Esto
se da en un contexto en que a nivel mundial se promueve la multiculturalidad,
con las organizaciones multilaterales de crédito como mayores promotores. Hay un
proceso a dos manos: los grupos étnicos en distintos países latinoamericanos
están encontrando formas de expresarse política y culturalmente en forma
autónoma y emancipatoria, pero al mismo tiempo hay un contexto internacional
nuevo que permite que esas formas se conjuguen en un nuevo discurso de la
nacionalidad, que es el multiculturalismo.
-El censo 2010 por primera vez en 200 años incluyó una pregunta sobre
afrodescendientes, ¿qué opina de esto?
-Siempre se criticó la poca utilidad del censo para determinar otras cosas que
no sean datos demográficos muy básicos que no dicen mucho sobre la complejidad
de una sociedad. La etnicidad nunca fue parte de los censos argentinos, hasta
los últimos dos. Pero siempre el censo va a ser una invención de la real, como
lo es un mapa también, aunque hay distintas formas de construir esa realidad y
algunas puede ser que se parezcan más a la “realidad real”. No obstante, es
sintomático que se hagan esas preguntas ahora, que se conciba que la nación
pueda tener diversidad étnica, cuando antes tenía que ser homogénea.
05/08/12
Télam
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