Son muchos los testimonios gráficos
de la guerra del Paraguay, donde se utilizaron métodos bélicos modernos. La
incipiente fotografía de la época posibilitó documentar las miserias de toda
guerra y la crueldad de los invasores. El Paraguay
perdió no solo gran parte de su territorio sino también la mayoría
de su población adulta masculina. Necesitado de tropas, en febrero de 1869
Solano López firma un decreto declarando mayor de edad y apto para el combate a
todo varón mayor de doce años. Las fotografías muestran al Tambor del Regimiento
1 de Infantería argentino y dos chicos paraguayos (como las tomas fotográficas
de entonces requerían exposición prolongada se sujetaba a los chicos a un
trípode para que no se movieran). También Panchito -hijo del mariscal
Francisco Solano López- era casi un niño, tenía 15 años
y su padre lo nombró coronel del ejército paraguayo. Murió gritando "un coronel paraguayo no se rinde".
"En nombre de la libertad, la
libertad de comercio, Paraguay fue aniquilado en 1870. Al cabo de una guerra de
cinco años, este país, el único país de las Américas que no debía un centavo a
nadie, inauguró su deuda externa. A sus ruinas humeantes llegó, desde Londres,
el primer préstamo. Fue destinado a pagar una enorme indemnización a Brasil,
Argentina y Uruguay. El país asesinado pagó a los países asesinos, por el
trabajo que se habían tomado asesinándolo." Eduardo Galeano,
"Espejos" (2008)
Pintor argentino nació
en Buenos Aires el 29 de Agosto de 1840 y murió en Baradero, provincia
de Buenos Aires, el 31 de Diciembre de 1902.
Cursó estudios artísticos en Buenos Aires con Carlos Descalzo y
con los maestros italianos Baldasarre Verrazzi e Ignacio Manzoni,
ambos destacados retratistas.
En 1858 compuso un Autorretrato de muy buena factura. En ese mismo
año, con motivo de la inauguración del Asilo de Mendigos de Buenos
Aires, donó a esa institución el óleo: La Caridad. Juzgando que
ya había aprendido lo suficiente como para ganarse la vida con su
arte, se alejó de Buenos Aires al interior del país, dedicándose
al retrato.
En 1858 pintó un San Jerónimo en la iglesia de San Luis Gonzaga
de Mercedes. En 1859 viajó a Mercedes, Chivilcoy, Bragado, Luján,
Carmen de Areco y Baradero realizando numerosos daguerrotipos, arte
que practicó con su maestro Carlos Descalzo, pintor y fotográfo.
Que pensaba Sarmiento sobre la guerra
del Paraguay
Varias familias de Chivilcoy conservaban daguerrotipos hechos por
Cándido López asociado con Juan M. Soulá un fotógrafo francés de
Mercedes, en mayo de 1861.
En su Libro de Gastos y en su Diario de Viaje hay detalles de estas
actividades. En noviembre de 1862 hizo el Retrato del general Mitre,
de gran tamaño, en Mercedes.
La declaración de la
guerra con el Paraguay lo sorprendió en 1865 en San Nicolás de los
Arroyos y allí mismo se incorporó, con el grado de teniente segundo,
al batallón de Guardias Nacionales que, bajo las órdenes del comandante
Juan Carlos Boerr, integró el Primer Cuerpo de Ejército al mando
del general Paunero.
Partió para la guerra.
El patriota y el artista vibraron al unísono. Fiel a su vocación,
llevó en sus bártulos lo necesario para tomar apuntes y realizar
bocetos de las escenas bélicas en las que participó. Intervino en
las principales acciones y entretanto documentó lo que veía. El
retratista se transformó en paisajista; en sus pequeños bocetos
encerró vastas perspectivas panorámicas que mostraron a las tropas
argentinas, brasileñas y uruguayas en operaciones contra los paraguayos.
El paso del río Corrientes; el embarque en Paso de los Libres; el
campamento de Uruguayana; la escuadra en Paso de la Patria; las
grandes acciones de Yatay, Estero Bellaco, Tuyutí, Boquerón y Curupaytí.
En el asalto de Curupaytí
el 22 de septiembre de 1866, una granada le destrozó la mano derecha
y el médico militar, doctor del Castillo, se vio obligado a amputarle
el brazo. No se intimidó ante esta desgracia, reeducó su mano izquierda
y a los pocos meses envió a ese médico un cuadro como prueba de
que su invalidez no había frustrado su afición pictórica. A raíz
de este episodio guerrero López es conocido como "el manco de Curupaytí".
Guerra Guasú, una serie documental de
cuatro capítulos de una hora de duración,
realizada por la TV Pública de Argentina.
Después de la guerra
de dedicó a pintar escenas de la campaña. Vinculado con el artista
italiano Ignacio Manzoni, copió de este algunas escenas de batallas,
asimilando la soltura del dibujo del fecundo pintor itálico. Con
Manzoni afinó asimismo su paleta, logrando mayor riqueza tonal.
Su plan fue realizar alrededor de noventa óleos, consagrándose a
esa tarea con la pasión de un misionero. Dedicó su vida a rememorar
esa campaña, deseando dejar estampada en imágenes las distintas
acciones de la misma para las generaciones futuras.
Hizo cincuenta y dos
cuadros, de los cuales nueve están dedicados al asalto en Curupaytí.
En 1885 expuso en Buenos Aires una serie de veintinueve cuadros,
los que fueron adquiridos por el Congreso Nacional, hoy en el Museo
Histórico Nacional.
Alternó esta labor con algunas naturalezas
muertas que pintó para parientes y amigos. No alcanzó a componer
las noventa obras proyectadas sobre la guerra del Paraguay y algunas
de las últimas que pintó han quedado inconclusas. Documentar esa
campaña fue su fundamental pasión y denota en sus trabajos calidades
pictóricas innegables. Para una justa apreciación de sus cuadros
es indispensable estudiar su pintura como arte ingenuo, espontáneo
y natural, sin ataduras de escuela.
Fue auténtico "naïf", a mediados del siglo XIX, cuando la crítica
no apreciaba aún el valor estético de dicho arte, que más tarde,
ante el caso del "aduanero Rousseau" y otros, valorarían las escuelas
de vanguardia como la expresión más auténtica de antiacademicismo.
Este primitivo ocupa un lugar importante en la historia de la pintura
argentina, con relieves muy particulares. Reflejó en sus cuadros
el paisaje autóctono con gran veracidad, amplias visiones panorámicas
del río y de la selva, lujo de detalles, ajustadas matizaciones
tonales y claroscuros ricamente valorados. Se halla representado
en los museos Nacional de Bellas Artes, Histórico Nacional y Colonial
e Histórico de Luján.
Sus cuadros de la guerra del Paraguay poseen un gran valor artístico
y documental. El paisaje se presenta en todo su esplendor en cada
obra suya. Las escenas de campamento y la marcha del ejército con
sus bandas musicales aparecen con todo detalle en forma minuciosa
y prolija y con gran delicadeza.
En 1973 se publicó en Río de Janeiro un álbum de gran formato con
el título: A Campanha do Paraguai. De Corrientes a Curupaiti. Vista
pelo teniente Cándido López, con 48 láminas en colores.
En 1976 se publicó en Parma por Francesco María Ricci, Immagini
della guerra del Paraguay, con 156 láminas en colores que reproducen
cuadros de Cándido López.
Abra del otro lado del río Santa Lucía.
Marcha del Ejército Argentino a tomar posición para el ataque a
Curupaytí el 22 de septiembre de 1866.
Llegada del ejército aliado a la fortaleza de Itapirú
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Manuscrito de Cándido López
Campamento del 29 cuerpo del ejército brasilero en Guiuzú, 20
de septiembre de 1866
"El Vizconde Porto Alegre, jefe del
29 Cuerpo del Ejército Brasileño, tuvo la gloria de conquistar esta
posesión el día 3 de septiembre de 1866, donde derramaron copiosa
sangre sus valientes batallones de Voluntarios de la Patria. Inmediatamente
se ocupó de hacer abrir un foso a trescientos metros (al norte)
apoyando su costado izquierdo en el bosque de la barranca del río,
y su flanco derecho en la laguna; colocó en posición su artillería
y parte de la tomada al enemigo y quedó de este modo resguardado
de algún ataque que pudieran traerle los paraguayos por el lado
de Curupaytí.
Dentro de este recinto
acampó su ejército y en un grupo de ranchos que abandonaron los
paraguayos en su fuga rodeado de altos curupayes, estableció su
Estado Mayor. Aún se conservaba en uno de estos altos árboles una
tosca y frágil escalera donde el enemigo colocaba un vigía para
que observase la escuadra cuando esta evolucionaba del otro lado
de la isla. Al pie de la muralla que da frente al río estaban sepultados
los oficiales que sucumbieron gloriosamente en la lucha. Unas humildes
cruces señalaban este enterratorio que era mirado con veneración
y respeto por sus camaradas cuidando de no profanarlas con sus plantas.
Un grupo de soldados vestidos de zuavos llamaban la atención con
sus vistosos uniformes, únicos en el ejército.
El río no podía presentar, a la vez un aspecto más animado y pintoresco;
gran cantidad de buques se movían en distintas direcciones, allí
estaba la numerosa Escuadra brasileña, también los pocos buques
argentinos y sus transportes fletados.
A esto se agregaba la gran cantidad de embarcaciones de comercio,
de variadas dimensiones y formas. Del otro lado de la isla de Curuzú
se vela una línea interminable de mástiles con banderas de distintas
naciones, siendo las más italianas.
El patriota almirante
don José Muratore que me honraba con su amistad y cariño, fue el
que me proporcionó los útiles para hacer estos bocetos, y este fue
el último que trazó mi mano derecha dos días antes de ser destrozada
por la metralla enemiga y dio la casualidad que a este paraje llegué
cuando me retiré herido del combate, donde me encontré con el Dr.
Lucilo del Castillo quien con toda solicitud puso hilas y vendas
a mi herida.
En el asalto de Curuzú las fuerzas brasileñas tuvieron 11 oficiales
muertos y 40 heridos.
Eran dos compañías de negros Bazanos que servían a bordo. Dicen
que era la guardia del almirante de la escuadra. Muy raras veces
se veían en tierra. Un capitán de estas compañías de nombre Marcelino
Díaz, tomó participación en el ataque de Curuzú agregado al batallón
8 de Voluntarios de la Patria de Río de Janeiro y tuvo la gloria
de arrear la bandera paraguaya que allí flameaba.
La batalla de Acosta Ñú, El día más triste en la historia de Paraguay
Por Jaime Galeano y Hugo Montero (Conozcamos la Historia).
Muchos años han pasado desde el final de la guerra del Paraguay;
el genocidio organizado por los británicos y ejecutado por argentinos,
brasileños y uruguayos, que tuvo en una batalla su síntesis más
sangrienta.
El viento que cruzaba entonces el Cerro Gloria jugaba con el pelo
de los niños, sucio de sangre y de tierra, cuerpos esparcidos por
la pradera, desgarrados por el fuego de las balas y las cargas de
soldados profesionales y mercenarios bien entrenados bajo la bandera
de la Alianza. Los derrotados en la batalla de Acosta Ñú ese 16
de agosto de 1869 eran chicos, pibes paraguayos de entre nueve y
quince años de edad, y sobre ellos el viento del cerro pasaba rasante,
silencioso. A lo lejos, soldados brasileños comenzaban a cumplir
las últimas órdenes del Conde D’Eu y azuzaban el fuego entre las
matas para no dejar rastros de la masacre, para evitar cargar con
los heridos, para apagar definitivamente la luz de un genocidio
inédito en la historia de América del Sur. Y ese fuego escondió
la sangre para siempre.
La batalla de Acosta
Ñú, donde fueron asesinados cerca de tres mil quinientos niños paraguayos,
no sólo representó el símbolo máximo de un genocidio que devastó
a un floreciente país sudamericano, sino que continúa siendo hoy
uno de los hechos más vergonzosos en la historia de los países responsables
y cómplices de la guerra de la Triple Alianza, Argentina entre ellos.
Una historia que suele omitirse en los manuales escolares que leen
los niños de esos mismos países.
Chicos paraguayos enviados al frente a una muerte
segura
"Si queremos salvar
nuestras libertades y nuestro porvenir tenemos el deber de ayudar
a salvar al Paraguay, obligando a sus mandatarios a entrar en la
senda de la civilización", exhortaba Domingo Sarmiento, meses antes
del comienzo de la guerra. La conclusión de esa entrada en la senda
de la civilización que representaban entonces civilizados países
como Argentina, Brasil y Uruguay, significó para el Paraguay el
aniquilamiento del noventa y nueve por ciento de su población masculina
mayor a los quince años y del setenta y seis por ciento del total
de sus habitantes durante la etapa 1865-70. La guerra redujo la
población del Paraguay de un millón trescientos mil habitantes a
doscientos mil y a un ejército de cien mil hombres a apenas cuatrocientos
soldados sobrevivientes. También representó, claro, la pérdida de
ciento sesenta mil kilómetros cuadrados de su territorio a manos
de los vencedores, la aceptación del tratado de libre navegación
en sus ríos (principal motivo de la guerra), el pago de mil quinientos
millones de pesos en concepto de indemnizaciones, la privatización
de sus tierras, fábricas y servicios a precios de remate y el comienzo
de un endeudamiento crónico producto de un préstamo otorgado por
la misma banca que costeó los gastos de guerra de Brasil: la británica
Baring Brothers. Esta compañía fue, en realidad, la única ganadora
del conflicto: el préstamo de tres mil libras esterlinas a un Paraguay
en ruinas se transformó tres década después en una deuda de siete
millones y medio de libras, por ejemplo.
"¿Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas, cuántos elementos
y recursos necesitaremos para terminar esta guerra, para convertir
en humo y polvo a toda la población paraguaya, para matar hasta
el feto en el vientre de cada mujer?", se preguntaba el Marqués
de Caxias, mariscal del ejército brasileño, en una carta dirigida
al emperador Pedro II, antes de resignar su cargo a manos del asesino
Conde D’Eu. Pero para zanjar la crisis interna de Pedro II en Brasil
y también del presidente argentino Bartolomé Mitre, la guerra debía
prolongarse hasta el final, y el final era la masacre.
Por eso la mañana del
16 de agosto el mariscal Francisco Solano López ordenó organizar
una resistencia en Acosta Ñú para permitir su retirada hacia Cerro
Corá, cuando las derrotas paraguayas se sucedían una tras otra.
El general Bernardino Caballero fue el encargado de armar y vestir
a un batallón de tres mil quinientos niños y apostarlos, junto con
quinientos veteranos, en el paraje de Ñú Guassú, frente a un ejército
brasileño de veinte mil hombres, alineados con mercenarios provenientes
del Uruguay. Pese a las cargas reiteradas de los brasileños desde
los cuatro flancos y a la debilidad lógica de la heroica resistencia
paraguaya, la batalla de Acosta Ñú demoró toda una tarde en resolverse.
Allí fue cuando las madres de los niños comenzaron a bajar del monte
para sumarse a la batalla con las armas de sus hijos caídos. Con
los últimos vestigios de sol, el Conde D’Eu no titubeó al ordenar
el incendio de la pradera, con heridos y prisioneros incluidos,
antes de continuar la marcha.
Con la muerte de Solano López en Cerro Corá, la guerra había terminado
y la batalla de Acosta Ñú pasó a formar parte de la historia olvidada
del continente. Sin embargo, el vergonzoso papel de los gobiernos
de Argentina, Brasil y Uruguay en defensa de los intereses comerciales
británicos tardaría mucho en apagarse. Al igual que el fuego que
consumía de a poco los restos de la masacre en el Cerro Gloria.
[La nota siguiente es una síntesis de la conferencia pronunciada
el miércoles 10 de junio de 1964 por el Dr.
José María Rosa con el
patrocinio del Instituto Juan Manuel de Rosas]
"¡Heroica Paysandú! Yo te saludo
hermana de la tierra en que nací,
tus triunfos y tus glorias esplendentes
se cantan en mi patria como aquí".
Cantaba el negro payador
Gabino Ezeiza y sus estrofas han llegado hasta nosotros, aunque
pocos saben su significado. ¿Para quién, que no sea alguien versado
en historia dicen algo los nombres de Leandro Gómez, Lucas Piriz,
Federico Aberastury, y tantos héroes de la "heroica" que se sacrificaron
por el pueblo contra el imperialismo? ¿ Quién recuerda las estrofas
de Olegario Andrade que hace cien años repiten todos, grandes y
chicos...?
"¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velan los despojos de la gloria.
Urna de las reliquias del martirio
¡Espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! Lecho de muerte
donde la libertad cayó violada
¡Altar de los supremos sacrificios!
Yo te voy a evocar..."
TRATADO
DE LA TRIPLE ALIANZA CONTRA PARAGUAY (1° de mayo de
1865)
Art. 1. La República Oriental del Uruguay, Su Majestad
el Emperador del Brasil, y la República Argentina contraen
alianza ofensiva y defensiva en la guerra provocada
por el gobierno del Paraguay.
Art. 2. Los aliados concurrirán con todos los medios
de que puedan disponer, por tierra o por los ríos, según
fuese necesario.
Art. 3. Debiendo las hostilidades comenzar en el territorio
de la República Argentina o en la parte colindante del
territorio paraguayo, el mando en jefe y la dirección
de los ejércitos aliados quedan a cargo del presidente
de la República Argentina y general en jefe de su ejército,
brigadier don Bartolomé Mitre. Las fuerzas navales de
los aliados estarán a las inmediatas órdenes del Vice
Almirante Visconde de Tamandaré, comandante en jefe
de la escuadra de S.M. el Emperador del Brasil. Las
fuerzas terrestres de S.M. el Emperador del Brasil formarán
un ejército a las órdenes de su general en jefe, el
brigadier don Manuel Luis Osorio. A pesar de que las
altas partes contratantes están conformes en no cambiar
el teatro de las operaciones de guerra, con todo, a
fin de conservar los derechos soberanos de las tres
naciones, ellas convienen desde ahora en observar el
principio de la reciprocidad respecto al mando en jefe,
para el caso de que esas operaciones tuviesen que pasar
al territorio oriental o brasileño.
Art. 4. El orden interior y la economía de las tropas
quedan a cargo exclusivamente de sus jefes respectivos.
El sueldo, provisiones, municiones de guerra, armas,
vestuarios, equipo y medios de transporte de las tropas
aliadas serán por cuenta de los respectivos Estados.
Art. 5. Las altas partes contratantes se facilitarán
mutuamente los auxilios que tengan y los que necesiten,
en la forma que se acuerde.
Art. 6. Los aliados se obligan solemnemente a no deponer
las armas sino de común acuerdo, y mientras no hayan
derrocado al actual gobierno del Paraguay, así como
a no tratar separadamente, ni firmar ningún tratado
de paz, tregua, armisticio, cualquiera que ponga fin
o suspenda la guerra, sino por perfecta conformidad
de todos.
Art. 7. No siendo la guerra contra el pueblo paraguayo
sino contra su gobierno, los aliados podrán admitir
en una legión paraguaya a todos los ciudadanos de esa
nación que quisieran concurrir al derrocamiento de dicho
gobierno, y les proporcionarán los elementos que necesiten,
en la forma y condiciones que se convenga.
Art. 8. Los Aliados se obligan a respetar la independencia,
soberanía e integridad territorial de la República del
Paraguay. En consecuencia el pueblo paraguayo podrá
elegir el gobierno y las instituciones que le convengan,
no incorporándose ni pidiendo el protectorado de ninguno
de los aliados, como resultado de la guerra.
Art. 9. La independencia, soberanía e integridad territorial
de la República , serán garantizadas colectivamente,
de conformidad con el artículo precedente, por las altas
partes contratantes, por el término de cinco años.
Art. 10. Queda convenido entre las altas partes contratantes
que las exenciones, privilegios o concesiones que obtengan
del gobierno del Paraguay serán comunes a todas ellas,
gratuitamente si fuesen gratuitas, y con la misma compensación
si fuesen condicionales.
Art. 11. Derrocado que sea el gobierno del Paraguay,
los aliados procederán a hacer los arreglos necesarios
con las autoridades constituidas, para asegurar la libre
navegación de los ríos Paraná y Paraguay, de manera
que los reglamentos o leyes de aquella República no
obsten, impidan o graven el tránsito y navegación directa
de los buques mercantes o de guerra de los Estados Aliados,
que se dirijan a sus respectivos territorios o dominios
que no pertenezcan al Paraguay, y tomarán las garantías
convenientes para la efectividad de dichos arreglos,
bajo la base de que esos reglamentos de política fluvial,
bien sean para los dichos dos ríos o también para el
Uruguay, se dictarán de común acuerdo entre los aliados
y cualesquiera otros estados ribereños que, dentro del
término que se convenga por los aliados, acepten la
invitación que se les haga.
Art. 12. Los aliados se reservan concertar las medidas
más convenientes a fin de garantizar la paz con la República
del Paraguay después del derrocamiento del actual gobierno.
Art. 13. Los aliados nombrarán oportunamente los plenipotenciarios
que han de celebrar los arreglos, convenciones o tratados
a que hubiese lugar, con el gobierno que se establezca
en el Paraguay.
Art. 14. Los aliados exigirán de aquel gobierno el pago
de los gastos de la guerra que se han visto obligados
a aceptar, así como la reparación e indemnización de
los daños y perjuicios causados a sus propiedades públicas
y particulares y a las personas de sus ciudadanos, sin
expresa declaración de guerra, y por los daños y perjuicios
causados subsiguientemente en violación de los principios
que gobiernan las leyes de la guerra. La República Oriental
del Uruguay exigirá también una indemnización proporcionada
a los daños y perjuicios que le ha causado el gobierno
del Paraguay por la guerra a que la ha forzado a entrar,
en defensa de su seguridad amenazada por aquel gobierno.
Art. 15. En una convención especial se determinará el
modo y forma para la liquidación y pago de la deuda
procedente de las causas antedichas.
Art. l6. A fin de evitar discusiones y guerras que las
cuestiones de límites envuelven, queda establecido que
los aliados exigirán del gobierno del Paraguay que celebre
tratados definitivos de límites con los respectivos
gobiernos bajo las siguientes bases: La República Argentina
quedará dividida de la República del Paraguay, por los
ríos Paraná y Paraguay, hasta encontrar los límites
del Imperio del Brasil, siendo éstos, en la ribera derecha
del Río Paraguay, la Bahía Negra. El Imperio del Brasil
quedará dividido de la República del Paraguay, en la
parte del Paraná, por el primer río después del Salto
de las Siete Caídas que, según el reciente mapa de Mouchez,
es el Igurey, y desde la boca del Igurey y su curso
superior hasta llegar a su nacimiento. En la parte de
la ribera izquierda del Paraguay, por el Río Apa, desde
su embocadura hasta su nacimiento. En el interior, desde
la cumbre de la sierra de Mbaracayú, las vertientes
del Este perteneciendo al Brasil y las del Oeste al
Paraguay, y tirando líneas, tan rectas como se pueda,
de dicha sierra al nacimiento del Apa y del Igurey.
Art. 17. Los aliados se garanten recíprocamente el fiel
cumplimiento de los acuerdos, arreglos y tratados que
hayan de celebrarse con el gobierno que se establecerá
en el Paraguay, en virtud de lo convenido en este tratado
de alianza, el que permanecerá siempre en plena fuerza
y vigor, al efecto de que estas estipulaciones serán
respetadas por la República del Paraguay. A fin de obtener
este resultado, ellas convienen en que, en caso de que
una de las altas partes contratantes no pudiese obtener
del gobierno del Paraguay el cumplimiento de lo acordado,
o de que este gobierno intentase anular las estipulaciones
ajustadas con los aliados, las otras emplearán activamente
sus esfuerzos para que sean respetadas. Si esos esfuerzos
fuesen inútiles, los aliados concurrirán con todos sus
medios, a fin de hacer efectiva la ejecución de lo estipulado.
Art. 18. Este tratado quedará secreto hasta que el objeto
principal de la alianza se haya obtenido.
Art. 19. Las estipulaciones de este tratado que no requieran
autorización legislativa para su ratificación, empezarán
a tener efecto tan pronto como sean aprobadas por los
gobiernos respectivos, y las otras desde el cambio de
las ratificaciones, que tendrá lugar dentro del término
de cuarenta días desde la fecha de dicho tratado, o
antes si fuese posible.
En testimonio de lo cual los abajo firmados, plenipotenciarios
de S.E. el Presidente de la República Argentina , de
S.M. el Emperador del Brasil y de S.E. el Gobernador
Provisorio de la República Oriental , en virtud de nuestros
plenos poderes, firmamos este tratado y le hacemos poner
nuestros sellos en la Ciudad de Buenos Aires, el 1º
de Mayo del año de Nuestro Señor de 1865.
Carlos de Castro – F. Octaviano de Almeida Rosa – Rufino
de Elizalde.
¿Quién sabe hoy, después
de un siglo de historia falsificada y enseñanza colonialista en
nuestras escuelas, que en Paysandú, tierra oriental, empezaría esa
grande, esa tremenda epopeya de la guerra del Paraguay, donde todo
un pueblo hermano fue sacrificado por defender al pueblo argentino
y oriental de la prepotencia de los imperialistas? ¿Quién no supone
que Bartolomé Mitre que tiene estatuas, avenidas, pueblos con su
nombre, fue un gran presidente, precisamente porque la historia
oficial ha borrado de sus capítulos a Paysandú y a la guerra del
Paraguay?.
La defensa del pueblo
Voy a explicar en las pocas palabras de esta nota lo que pasó en
Paysandú hace casi cien años: en la noche del año nuevo entre 1864
y 1865. Para que se recuerde el año nuevo de 1964-65 ya que -a no
ser que ocurra el milagro del restablecimiento de un gobierno popular-
no habrá recuerdos oficiales de la inmolación de Paysandú.
La misma lucha que tenemos hoy, la tenían nuestros abuelos hace
una centuria. Por una parte estaba un pueblo que quería ser libre
y ser dueño de sus destinos, por la otra una oligarquía empeñada
en mantenerlo en condición deprimente. Aquél estaba defendido por
sus caudillos –que en esos tiempos eran el "sindicato" de los gauchos
y artesanos-; éstos se apoyaban en las fuerzas extranjeras, o que
engañaban a los suyos.
Eso pasaba en la Argentina de hace cien años. Juan Manuel de Rosas,
gran jefe popular idolatrado por su pueblo, y que supo resistir
con gallardía los embates de Inglaterra y Francia aliados a la oligarquía
de los unitarios argentinos, había caído derrotado en Caseros volteado
por el propio ejército argentino sublevado por su jefe, Justo José
de Urquiza, pasado al imperio de Brasil –con quien estábamos en
guerra –y de quien recibió dinero, armas y soldados. Contra ellos
se estrelló el pueblo en Caseros el 3 de febrero de 1852.
Pero un orden tan firme como el federal no se derrumba de la noche
a la mañana. El pueblo tenía conciencia de su posición y si había
cedido a las bayonetas nacionales y extranjeras, costaba hacerle
perder sus privilegios.
No era posible un gobierno sin apoyo del pueblo, por lo menos sin
engañar al pueblo. Y aquí viene el papel de Urquiza, que al día
siguiente de Caseros se declara caudillo, calificó a los oligarcas
de salvajes unitarios e impuso la divisa roja del federalismo, el
color del pueblo en la Confederación Argentina desde los tiempos
de Artigas, Facundo Quiroga y Rosas. Urquiza, traidorzuelo sin grandeza,
lleno de apetencias y sediento de dinero se dijo jefe del pueblo,
habló del partido federal y usó la divisa colorada, y desgraciadamente
fue creído. Todo era una comedia arreglada con los oligarcas para
poder dominar de manera definitiva. Mientras clamaba contra los
salvajes unitarios y hablaba del pueblo y sus derechos, se los fue
quitando uno a uno. E impidió que otros grandes y prestigiosos caudillos
federales resurgieran, como Nazario Benavídez, el valiente sanjuanino,
asesinado en la prisión de su ciudad natal.
Pavón
Finalmente un día, cuando Urquiza creyó segura la cosa, se dejó
vencer por Mitre. ¡Por Mitre, que jamás había ganado una batalla
en su vida! Fue el vencedor aparente en la batalla de Pavón el 17
de setiembre de 1861, ya que Urquiza se retiró sin combatir dejando
que a los federales los degollasen los mitristas.
Esto parece enorme, pero los documentos cantan. Urquiza se había
arreglado con los mitristas por agentes norteamericanos y masones
(está probado), comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A
cambio de eso le dejarían el gobierno de Entre Ríos, gozar de su
inmensa fortuna y acrecentarla con nuevos negociados; pero debería
entregar a los pobres criollos que clamaban ¡viva Urquiza! creyéndolo
un caudillo auténtico de los quilates de Rosas o Facundo cantaban
la Refalosa partidaria y llevaban al pecho la roja divisa federal.
Eso fue Pavón el 17 de setiembre de 1861.
Y ocurrió entonces que otro gran oligarca y degollador de gauchos
– que en la historia oficial pasa por un viejito muy bueno, muy
demócrata y muy amante del pueblo –, un tal Domingo Faustino Sarmiento,
que pertenecía al partido unitario, aconsejó a Mitre el 20 de setiembre
de 1861: "No ahorre sangre de gauchos, es un abono" que debemos
hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos.".
Y el ejército vencedor en Pavón se lanzó a degollar gauchos, siempre
claro está que los ganchos no se hicieran mitristas. ¿Cuántos degollaron?
El número lo ha ocultado cuidadosamente la historia oficial, pero
los revisionistas lo sabemos: fueron más de 20.000 en dos años.
Una cifra que espanta si tenemos en cuenta que la argentina de entonces
apenas pasaba de un millón de habitantes. Un uruguayo a las órdenes
de Mitre – el general Venancio Flores - se paso a degüello casi
todo el resto del ejército federal, en Cañada de Gómez 'el 22 de
diciembre; los uruguayos. Sandes; Iseas, Arredondó, Paunero y el
chileno Irrazaval degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses
y catamarqueños. Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza,
el llamado el Chacho, que quería defender a los suyos. Chacho era
un ingenuo que creía que Urquiza lo iba a ayudar a combatir a los
mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho solamente, porque
todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día Urquiza
volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra
los oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto
– a Mitre y a Sarmiento. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron
y Sarmiento mandó colgar su cabeza en lo alto de un palo. "No hay
que ahorrar sangre de gauchos..." Y Urquiza que aparentaba alentar
al Chacho lo alentó a Sarmiento.
En el Uruguay
Después de pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar
al Uruguay. Había allí un gobierno blanco, tradicionalmente amigo
de los federales argentinos. No estaba a su frente un caudillo sino
un abogado, don Prudencio Berro, buena persona que protegía a los
criollos de su tierra. Por eso había que sacarlo; por eso y porque
no les hacía mucho caso a los brasileños e ingleses que pretendían
manejar al Uruguay. Como Mitre era aliado de los brasileños mandó
al Uruguay al general uruguayo, pero que estaba a sus órdenes, Venancio
Flores (el degollador de Cañada de Gómez) para que lo sacase al
presidente Berro, se hiciera presidente él, y entregase el país
a los brasileños e ingleses.
La "Cruzada Libertadora"
Claro es que para invadir el Uruguay, Mitre y Flores inventaron
un pretexto. El presidente Berro andaba en conflicto con un canónigo
de la Catedral de Montevideo expulsado de su cargo por meterse en
política. ¡Ya estaba el pretexto! Aunque Mitre y Flores eran masones,
levantaron en sus banderas una cruz y llamaron a su aventura "cruzada
libertadora". Y así se lanzó Flores el 19 de abril de 1863 a libertar
y los brasileños le mandaron plata. Y los católicos (no hablo de
los buenos católicos, sino de los zonzos) lo apoyaron... Pero los
orientales se defendieron. Nada podían los soldados mitristas y
el oro brasileño contra el coraje criollo. Y no eran solamente los
orientales blancos, porque muchos argentinos federales cruzaron
el río al comprender que en la otra Banda se libraba la batalla
por la libertad y por el pueblo.
El emperador del Brasil, que se llamaba Pedro II, quería acabar
cuanto antes con la "cruzada libertadora". ¿Cómo era posible que
un puñado de orientales resistiese a los batallones mitristas disfrazados
de floristas y al dinero que se le mandaba desde Río de Janeiro?
Y quiso intervenir en la guerra buscando un pretexto cualquiera:
que la guerra civil era larga y molestaba a los brasileños con estancias
en el Uruguay. Mitre dijo otro tanto. De la mano, Mitre y el emperador
acabarían con los blancos uruguayos y pondrían a Venancio Flores
en la presidencia de la República.
Paraguay
Pero entonces se oyó una voz desde el norte: el Paraguay. Gobernaba
Paraguay un gran patriota que se llamaba Francisco Solano López,
hombre de temple como se da pocas veces en la historia. La nuestra
lo trata mal por haber hecho lo que hizo. No importa: mañana, cuando
la Argentina sea de los argentinos, lo tratará muy bien; le levantaremos
estatuas y borraremos la iniquidad de la guerra del Paraguay. López
dejó oír su voz de alerta desde Asunción, cuando Mitre y Pedro II
se disponían a comerse el Uruguay. "¡Cuidado!... ¡Manos afuera de
la República Oriental, porque habría quien la protegiera! Al primer
soldado brasileño o mitrista que atravesase sus fronteras, irían
los paraguayos a protegerla." Y no era un chiste. Paraguay entonces
no era lo que es ahora, después de la guerra donde lo aniquilaron.
Era un gran país, con ferrocarriles, telégrafos, hornos de fundición
y gran riqueza. Todo eso lo ofrendaría Solano López en beneficio
de sus hermanos orientales y argentinos que gemían bajo Brasil,
Inglaterra y el mitrismo. Vendría a libertar el Río de la Plata
el bravo y corajudo guaraní, ya que su defensor, que debió ser Urquiza,
se estaba tranquilamente en su palacio San José.
Paysandú
El ministro inglés en
Buenos Aires, Mr. Thornton quería destruir al Paraguay, que era
un país libre de ellos, que se permitía tener fundiciones de propiedad
del Estado y no comprarle géneros de Manchester o Birmingham. Fue
Mr. Thornton quien anudó la alianza mitrista-brasileña para invadir
el Uruguay y acabar con los blancos, asegurando que Paraguay no
se metería.
Y aquí viene lo de Paysandú. El ejército brasileño cruzó la frontera
en el invierno de 1864 y se fue contra la ciudad de Paysandú, defendida
por el general Leandro Gómez con un puñado de hombres; la escuadra
brasileña, después de ser abastecida de bombas por Mitre en Buenos
Aires, remontó el río Uruguay y bloqueó Paysandú. La ciudad, defendida
por ochocientos o mil voluntarios, estaba sitiada por un ejército
de 20,000 brasileños y floristas (afortunadamente para el honor
argentino no llegaron a tiempo los mitristas) y una escuadra poderosa
de quince buques, entre ellos algunos acorazados, con los cañones
más potente s de la época.
Historieta sobre la Guerra del
Paraguay. Texto: Gabriel Solano López. Dibujos: Francisco Solano
López. Clic para descargar
El 6 de diciembre empezó el sitio, el épico sitio de Paysandú. De
Buenos Aires, de Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de
voluntarios argentinos fueron a pelear y morir si fuese necesario
junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los dejó pasar; hasta último
momento se esperó que el caudillo argentino, a quien todavía se
tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara Paysandú.
Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual
se podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba
a prometer que iría. ¿Iría?. Ya lo habían comprado los brasileños
– muy en secreto, pero los documentos han sido encontrados porque
nada queda ajeno a la historia – por casi dos millones de francos.
Le compraron a un precio altísimo todos los caballos entrerrianos,
y eso significó un negocio para Urquiza, que embolsó una diferencia
de 390.000 patacones de plata (más o menos dos millones de francos
oro, algo así como trescientos millones de pesos de nuestra moneda).
La condición era que se quedara quieto, pero prometiéndole a los
suyos que iría a liberar a Paysandú. Porque si Urquiza no hubiese
dado esta promesa y hubiese renunciado a la jefatura del partido
federal, los argentinos solos hubieran liberado la ciudad.
Paysandú resistió 30 días el fuego de los cañones brasileños y la
metralla de los regimientos floristas.
Con su guarnición reducida
a poco más de doscientos hombres, sin municiones, sin velas siquiera
para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre
las ruinas de la ciudad. El general brasileño – Propicio Menna Barreto
– había prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía
en lo alto de Paysandú la noche de año nuevo; y ésta se acercaba
y todavía estaba allí la oriental, iluminada por las granadas mitristas
disparadas por los cañones brasileños. El último ataque, la noche
de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental seguía allí.
Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se
defendían a cascotazos, fueron masacrados. A Leandro López se le
fusiló como a casi todos los suyos. Entre los pocos que se escaparon
por haberse escondido entre las ruinas, estaba un joven argentino
llamado Rafael Hernández, cuyo hermano José (futuro autor de Martín
Fierro) no pudo pasar desde Entre Ríos porque Urquiza no lo dejó.
También quedaron Carlos Guido Spano, Olegario Andrade y lo más granado
de la juventud federal argentina mordiéndose los puños de rabia
por no haber podido pelear y morir en Paysandú. Mitre felicitó al
almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Menna Barreto
por su "hazaña". Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco
Solano López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para
librar al Plata de la oligarquía. Y si no podían, para morir como
mueren los patriotas.
Así empezó la guerra del Paraguay hace casi cien años.
Si la guerra moderna es hecha contra el gobierno del país y no contra
el pueblo de ese país, ¿por qué no admitir también que la guerra
es hecha por el gobierno y no por el pueblo del país en cuyo nombre
se lleva la guerra a otro país?
La verdad es que la guerra moderna tiene lugar entre un Estado y
un Estado, no entre los individuos de ambos Estados. Pero, como
los Estados no obran en la guerra ni en la paz sino por el órgano
de sus gobiernos, se puede decir que la guerra tiene lugar entre
gobierno y gobierno, entre poder y poder, entre soberano y soberano:
es la lucha armada de dos gobiernos obrando cada uno en nombre de
su Estado respectivo.
Pero, si los gobiernos hallan cómodo el hacerse representar en la
pelea por los ejércitos, justo es que admitan el derecho de los
Estados de hacerse representar en los hechos de la guerra por sus
gobiernos respectivos.
Colocar la guerra en ese terreno, es reducir el círculo y alcance
de sus efectos desastrosos.
Los pueblos democráticos, es decir, soberanos y dueños de sí mismos,
deberían hacer lo que hacían los reyes soberanos del pasado: los
reyes hacían pelear a sus pueblos, quedando ellos en la paz de sus
palacios. Los pueblos -reyes o soberanos-, deberían hacer pelear
a sus gobiernos delegados, sin salir ellos de su actitud de amigos.
Como se fabrica una guerra. Producción:
José Ignacio y María López Vigil, Ecuador, 1992, radioteatro
24 minutos
Es lo que hacían los
galos primitivos, cuyo ejemplo de libertad, citado por Grocio, vale
la pena de señalarse a la civilización de este siglo democrático.
"Si por azar sobreviene alguna diferencia entre sus reyes, todos
ellos (los antiguos francos) se ponen en campaña, es verdad, en
actitud de combatir y resolver la querella por las armas. Pero desde
que los ejércitos se encuentran en presencia uno de otro, vuelven
a la concordia, depositando sus armas; y persuaden a sus reyes de
resolver la diferencia por las vías de la justicia; o, si no lo
quieren, de combatir ellos mismos entre sí en combate singular y
de terminar el negocio a sus propios riesgos y peligros; no juzgando
que sea equitativo y bien hecho, o que convenga a las instituciones
de la patria, el conmover o trastornar la prosperidad pública a
causa de sus resentimientos particulares" (Grocio, Libro II, cap.XXIII)
El texto pertenece a EL CRIMEN DE LA GUERRA, J. B. Alberdi (Capítulo
II, Párrafo XIV, pags.46 y 47 / Colección Claridad, Buenos Aires)
LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA CONTRA EL PARAGUAY ANIQUILÓ LA ÚNICA
EXPERIENCIA EXITOSA DE DESARROLLO INDEPENDIENTE
El hombre viajaba a
mi lado, silencioso. Su perfil, nariz afilada, altos pómulos, se
recortaba contra la fuerte luz del mediodía. Ibamos rumbo a Asunción,
desde la frontera del sur, en un ómnibus para veinte personas que
contenía, no sé cómo, cincuenta. Al cabo de unos horas, hicimos
un alto. Nos sentamos en un patio abierto, a e un árbol de hojas
carnosas. A nuestros ojos, se abría el brillo enceguecedor de la
vasta, despoblada, intacta tierra roja: de horizonte a horizonte,
nada perturba la transparencia del aire en Paraguay. Fumamos. Mi
compañero, campesino de habla guaraní, enhebró algunas palabras
tristes en castellano. "Los paraguayos somos pobres y pocos", me
dijo. Me explicó que había bajado a Encarnación a buscar trabajo
pero no había encontrado. Apenas si había podido reunir unos pesos
para el pasaje de vuelta. Años atrás, de muchacho, había tentado
fortuna en Buenos Aires y en el sur de Brasil. Ahora venía la cosecha
del algodón y muchos braceros paraguayos marchaban, como todos los
años, rumbo a tierras argentinas. "Pero yo ya tengo sesenta y tres
años. Mi corazón ya no soporta las demasiadas gentes."
Durante la guerra se imprimieron
especialmente para distribuir entre las tropas paraguayas distintos
"periódicos de trinchera", lo que da la pauta del grado de
alfabetización que había logrado Paraguay.
Ver
documento
Suman medio millón los
paraguayos que han abandonado la patria, definitivamente, en los
últimos veinte años. La miseria empuja al éxodo a los habitantes
del país que era, hasta hace un siglo, el más avamzado de América
del Sur. Paraguay tiene ahora una población que apenas duplica a
la que por entonces tenía y es, con Bolivia, uno de los dos países
sudamericanos más pobres y atrasados. Los paraguayos sufren la herencia
de una guerra de exterminio que se incorporó a la historia de América
Latina como su capítulo más infame. Se llamó la Guerra de la Triple
Alianza. Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo el genocidio.
No dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros.
Aunque Inglaterra no participó directamente en la horrorosa hazaña,
fueron sus mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes
resultaron beneficiados con el crimen de Paraguay. La invasión fue
financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa
Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con, intereses
leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores".
Hasta su destrucción, Paraguay se erguía como una excepción en América
Latina: la única nación que el capital extranjero no había deformado.
El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez
de Francia (1814–1840) había incubado, en la matriz del aislamiento,
un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado, omnipotente,
paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no
existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos
y su destino. Francia se había apoyado en las masas campesinas para
aplastar la oligarquía paraguaya y había, conquistado la paz interior
tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los restantes países
del antiguo virreinato del Río de la Plata. Las expropiaciones,
los destierros, las prisiones, las persecuciones y las multas no
habían servido de instrumentos para la consolidación del dominio
interno de los terratenientes y los comerciantes sino que, por el
contrario, habían sido utilizados para su destrucción. No existían,
ni nacerían más tarde, las libertades políticas y el derecho de
oposición, pero en aquella etapa histórica sólo los nostálgicos
de los privilegios perdidos sufrían la falta de democracia. No había
grandes fortunas privadas cuando Francia murió, y Paraguay era el
único país de América Latina que no tenía mendigos, hambrientos
ni ladrones; los viajeros de la época encontraban allí un oasis
de tranquilidad en medio de las demás comarcas convulsionadas por
las guerras continuas. El agente norteamericano Hopkins informaba
en 1845 a su gobierno que en Paraguay "no hay niño que no sepa leer
y escribir..." Era también el único país que no vivía con la mirada
clavada al otro lado del mar. El comercio exterior no constituía
el eje de la vida nacional; la doctrina liberal, expresión ideológica
de la articulación mundial de los mercados, carecía de respuestas
para los desafíos que Paraguay, obligado a crecer hacia dentro por
su aislamiento mediterráneo, se estaba planteando desde principios
de siglo. El exterminio de la oligarquía hizo posible la concentración
de los resortes económicos fundamentales en manos del Estado, para
llevar adelante esta política autárquica de desarrollo dentro de
fronteras.
Los posteriores gobiernos
de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano continuaron y
vitalizaron la tarea. La economía estaba en pleno crecimiento. Cuando
los invasores aparecieron en el horizonte, en 1865, Paraguay contaba
con una línea de telégrafos, un ferrocarril y una buena cantidad
de fábricas de materiales de construcción, tejidos, lienzos, ponchos,
papel y tinta, loza y pólvora. Doscientos técnicos extranjeros,
muy bien pagados por el Estado, prestaban su colaboración decisiva.
Desde 1850, la fundición de Ibycuí fabricaba cañones, morteros y
balas de todos los calibres; en el arsenal de Asunción se producían
cañones de bronce, obuses y balas. La siderurgia nacional, como
todas las demás actividades económicas esenciales, estaba en manos
del Estado. El país contaba con una flota mercante nacional, y habían
sido construidos en el astillero de Asunción varios de los buques
que ostentaban el pabellón paraguayo a lo largo del Paraná o a través
del Atlántico y el Mediterráneo. El Estado virtualmente monopolizaba
el comercio exterior: la yerba y el tabaco abastecían el consumo
del sur del continente; las maderas valiosas se exportaban a Europa.
La balanza comercial arrojaba un fuerte superávit. Paraguay tenía
una moneda fuerte y estable, y disponía de suficiente riqueza para
realizar enormes inversiones públicas sin recurrir al capital extranjero.
El país no debía ni un centavo al exterior, pese a lo cual estaba
en condiciones de mantener el mejor ejército de América del Sur,
contratar técnicos ingleses que se ponían al servicio del país en
lugar de poner al país a su servicio, y enviar a Europa a unos cuantos
jóvenes universitarios paraguayos para perfeccionar sus estudios.
El excedente económico generado por la producción agrícola no se
derrochaba en el lujo estéril de una oligarquía inexistente, ni
iba a parar a los bolsillos de los intermediarios, ni a las manos
brujas de los prestamistas, ni al rubro ganancias que el Imperio
británico nutría con los servicios de fletes y seguros. La esponja
imperialista no absorbía la riqueza que el país producía. El 98
por ciento del territorio paraguayo era de propiedad pública: el
Estado cedía a los campesinos la explotación de las parcelas a cambio
de la obligación de poblarlas y cultivarlas en forma permanente
y sin el derecho de venderlas. Había, además, sesenta y cuatro estancias
de la patria, haciendas que el Estado administraba directamente.
Las obras de riego, represas y canales, y los nuevos puentes y caminos
contribuían en grado importante a la elevación de la productividad
agrícola. Se rescató la tradición indígena de las dos cosechas anuales,
que había sido abandonada por los conquistadores. El aliento vivo
de las tradiciones jesuitas facilitaba, sin duda, todo este proceso
creador.
El
Estado paraguayo practicaba un celoso proteccionismo, muy reforzado
en 1864, sobre la industria nacional y el mercado interno; los ríos
interiores no estaban abiertos a las naves británicas que bombardeaban
con manufacturas de Manchester y de Liverpool a todo el resto de
América Latina. El comercio inglés no disimulaba su inquietud, no
sólo porque resultaba invulnerable aquel último foco de resistencia
nacional en el corazón del continente, sino también, y sobre todo,
por la fuerza de ejemplo que la experiencia paraguaya irradiaba
peligrosamente hacia los vecinos. El país más progresista de América
Latina construía su futuro sin inversiones extranjeras, sin empréstitos
de la banca inglesa y sin las bendiciones del comercio libre.
Pero a medida que Paraguay iba avanzando en este proceso, se hacía
más aguda su necesidad de romper la reclusión. El desarrollo industrial
requería contactos más intensos y directos con el mercado internacional
y las fuentes de la técnica avanzada. Paraguay estaba objetivamente
bloqueado entre Argentina y Brasil, y ambos países podían negar
el oxígeno a sus pulmones cerrándole, como lo hicieron Rivadavia
y Rosas, las bocas de los ríos, o fijando impuestos arbitrarios
al tránsito de sus mercancías. Para sus vecinos, por otra parte,
era una imprescindible condición, a los fines de la consolidación
del estado olígárquico, terminar con el escándalo de aquel país
que se bastaba a sí mismo y no quería arrodillarse ante los mercaderes
británicos.
Mariscal Francisco Solano López,
obra de Ana Scavonne, expuesta en el Salón de Patriotas Latinoamericanos
de la Casa Rosada (Casa de Gobierno), Buenos Aires,
2010.
El ministro inglés en
Buenos Aires, Edward Thornton; participó considerablemente en los
preparativos de la guerra. En vísperas del estallido, tomaba parte,
como asesor del gobierno, en las reuniones del gabinete argentino,
sentándose al lado del presidente Bartolomé Mitre. Ante su atenta
mirada se urdió la trama de provocaciones y de engaños que culminó
con el acuerdo argentino–brasileño y selló la suerte de Paraguay.
Venancio Flores invadió Uruguay, en ancas de la intervención de
los dos grandes vecinos, y estableció en Montevideo, después de
la matanza de Paysandú, su gobierno adicto a Río de Janeiro y Buenos
Aires. La Triple Alianza estaba en funcionamiento. El presidente
paraguayo Solano López había amenazado con la guerra si asaltaban
Uruguay: sabía que así se estaba cerrando la tenaza de hierro en
torno a la garganta de su país acorralado por la geografía y los
enemigos. El historiador liberal Efraím Cardozo no tiene inconveniente
en sostener, sin embargo, que López se plantó frente a Brasil simplemente
porque estaba ofendido: el emperador le había negado la mano de
una de sus hijas. La guerra había nacido. Pero era obra de Mercurio,
no de Cupido
La prensa de Buenos Aires llamaba
"Atila de América" al presidente paraguayo López: "Hay que matarlo
como a un reptil", clamaban los editoriales. En septiembre de 1864,
Thornton envió a Londres un extenso informe confidencial, fechado
en Asunción. Describía a Paraguay como Dante al infierno, pero ponía
el acento donde correspondía: "Los derechos de importación sobre
casi todos los artículos son del 20 o 25 por ciento ad valorem;
pero como este valor se calcula sobre el precio corriente de los
artículos, el derecho que se paga alcanza frecuentemente del 40
al 45 por ciento del precio de factura. Los derechos de exportación
son del 10 al 20 por ciento sobre el valor..." En abril de 1865,
el Standard, diario inglés de Buenos Aires, celebraba ya la declaración
de guerra de Argentina contra Paraguay, cuyo presidente "ha infringido
todos los usos de las naciones civilizadas", y anunciaba que la
espada del presidente argentino Mitre "llevará en su victoriosa
carrera, además del peso de glorias pasadas, el impulso irresistible
de la opinión pública en una causa justa". El tratado con Brasil
y Uruguay se firmó el 10 de mayo de 1865; sus términos draconianos
fueron dados a la publicidad un año más tarde, en el diario británico The Times, que lo obtuvo de los banqueros acreedores de Argentina
y Brasil. Los futuros vencedores se repartían anticipadamente, en
el tratado, los despojos del vencido. Argentina se aseguraba todo
el territorio de Misiones y el inmenso Chaco; Brasil devoraba una
extensión inmensa hacia el oeste de sus fronteras. A Uruguay, gobernado
por un títere de ambas potencias, no le tocaba nada. Mitre anunció
que tomaría Asunción en tres meses. Pero la guerra duró cinco años.
Fue una carnicería, ejecutada todo a lo largo de los fortines que
defendían, tramo a tramo, el río Paraguay. El "oprobioso tirano"
Francisco Solano López encarnó heroicamente la voluntad nacional
de sobrevivir; el pueblo paraguayo, que no sufría la guerra desde
hacía medio siglo, se inmoló a su lado. Hombres, mujeres, niños
y viejos: todos se batieron como leones. Los prisioneros heridos
se arrancaban las vendas para que no los obligaran a pelear contra
sus hermanos. En 1870, López, a la cabeza de un ejército de espectros,
ancianos y niños que se ponían barbas postizas para impresionar
desde lejos, se internó en la selva. Las tropas invasoras asaltaron
los escombros de Asunción con el cuchillo entre los dientes. Cuando
finalmente el presidente paraguayo fue asesinado a bala y a lanza
en la espesura del cerro Corá, alcanzó a decir: "¡Muero con mi patria!",
y era verdad. Paraguay moría con él. Antes, López había hecho fusilar
a su hermano y a un obispo, que con él marchaban en aquella caravana
de la muerte. Los invasores venían para redimir al pueblo paraguayo:
lo exterminaron.
Paraguay
tenía, al comienzo de la guerra, poco menos población que Argentina.
Sólo doscientos cincuenta mil paraguayos, menos de la sexta parte,
sobrevivían en 1870. Era el triunfo de la civilización. Los vencedores,
arruinados por el altísimo costo del crimen, quedaban en manos de
los banqueros ingleses que habían financiado la aventura. El imperio
esclavista de Pedro II, cuyas tropas se nutrían de esclavos y presos,
ganó, no obstante, territorios, más de sesenta mil kilómetros cuadrados,
y también mano de obra, porque muchos prisioneros paraguayos marcharon
a trabajar en los cafetales paulistas con la marca de hierro de
la esclavitud. La Argentina del presidente Mitre, que había aplastado
a sus propios caudillos federales, se quedó con noventa y cuatro
mil kilómetros cuadrados de tierra paraguaya y otros frutos del
botín, según el propio Mitre había anunciado cuando escribió: "Los
prisioneros y demás artículos de guerra nos los dividiremos en la
forma convenida". Uruguay, donde ya los herederos de Artigas habían
sido muertos o derrotados y la oligarquía mandaba, participó de
la guerra como socio menor y sin recompensas. Algunos de los soldados
uruguayos enviados a la campaña del Paraguay habían subido a los
buques con las manos atadas. Los tres países sufrieron una bancarrota
financiera que agudizó su dependencia frente a Inglaterra. La matanza
de Paraguay los signó para siempre.
Brasil había cumplido con la función que el Imperio británico le
había adjudicado desde los tiempos en que los ingleses trasladaron
el trono portugués a Río de Janeiro. A principios del siglo XIX,
habían sido claras las instrucciones de Canníng al embajador, Lord
Strangford: "Hacer del Brasil un emporio para las manufacturas británicas
destinadas al consumo de toda la América del Sur". Poco antes de
lanzarse a la guerra, el presidente de Argentina había inaugurado
una nueva línea de ferrocarriles británicos en su país, y había
pronunciado un inflamado discurso: "¿Cuál es la fuerza que impulsa
este progreso? Señores: ¡es el capital inglés!". Del Paraguay derrotado
no sólo desapareció la población: también las tarifas aduaneras.
los hornos de fundición, los ríos clausurados al libre comercio,
la independencia económica v vastas zonas de su territorio. Los
vencedores implantaron, dentro de las fronteras reducidas por el
despojo, el librecambio y el latifundio. Todo fue saqueado y todo
fue vendido: las tierras y los bosques, las minas, los yerbales,
los edificios de las escuelas. Sucesivos gobiernos títeres serían
instalados, en Asunción, por las fuerzas extranjeras de ocupación.
No bien terminó la guerra, sobre las ruinas todavía humeantes de
Paraguay cayó el primer empréstito extranjero de su historia. Era
británico, por supuesto. Su valor nominal alcanzaba el millón de
libras esterlinas, pero a Paraguay llegó bastante menos de la mitad;
en los años siguientes, las refinanciaciones elevaron la deuda a
más de tres millones. La Guerra del Opio había terminado, en 1842,
cuando se firmó en Nanking el tratado de libre comercio que aseguró
a los comerciantes británicos el derecho de introducir libremente
la droga en el territorio chino. También la libertad de comercio
fue garantizada por Paraguay después de la derrota. Se abandonaron
los cultivos de algodón, y Manchester arruinó la producción textil;
la industria nacional no resucitó nunca.
Julio
Fernández Baraibar. Una presentación del libro del autor
brasileño Julio José Chiavenatto, sobre la llamada Guera
de la Triple Alianza.
El Partido Colorado, que hoy gobierna
a Paraguay, especula alegremente con la memoria de los héroes, pero
ostenta al pie de su acta de fundación la firma de veintidós traidores
al mariscal Solano López, "legionarios" al servicio de las tropas
brasileñas de ocupación. El dictador Alfredo Stroessner, que ha
convertido al Paraguay en un gran campo de concentración desde hace
quince años, hizo su especialización militar en Brasil, y los generales
brasileños lo devolvieron a su país con altas calificaciones y encendidos
elogios: "Es digno de gran futuro..." Durante su reinado, Stroessner
desplazó a los intereses anglo–argentinos dominantes en Paraguay
durante las últimas décadas, en beneficio de Brasil y sus dueños
norteamericanos. Desde 1870, Brasil y Argentina, que liberaron a
Paraguay para comérselo a dos bocas, se alternan en el usufructo
de los despojos del país derrotado, pero sufren, a su vez, el imperialismo
de la gran potencia de turno. Paraguay padece, al mismo tiempo,
el imperialismo y el subimperialismo. Antes el Imperio británico
constituía el eslabón mayor de la cadena de las dependencias sucesivas.
Actualmente, los Estados
Unidos, que no ignoran la importancia geopolítica de este país enclavado
en el centro de América del Sur, mantienen en suelo paraguayo asesores
innumerables que adiestran y orientan a las fuerzas armadas, cocinan
los planes económicos, reestructuran la universidad a su antojo,
inventan un nuevo esquema político democrático para el país y retribuyen
con préstamos onerosos los buenos servicios del régimen. Pero Paraguay
es también colonia de colonias. Utilizando la reforma agraria como
pretexto, el gobierno de Stroessner derogó, haciéndose el distraído,
la disposición legal que prohibía la venta a extranjeros de tierras
en zonas de frontera seca, y hoy hasta los territorios fiscales
han caído en manos de los latifundistas brasileños del café. La
onda invasora atraviesa el río Paraná con la complicidad del presidente,
asociado a los terratenientes que hablan portugués. Llegué a la
movediza frontera del nordeste de Paraguay con billetes que tenían
estampado el rostro del vencido mariscal Solano López, pero allí
encontré que sólo tienen valor los que lucen la efigie del victorioso
emperador Pedro II. El resultado de la Guerra de la Triple Alianza
cobra, transcurrido un siglo, ardiente actualidad. Los guardas brasileños
exigen pasaporte a los ciudadanos paraguayos para circular por su
propio país; son brasileñas las banderas y las iglesias. La piratería
de tierra abarca también los saltos del Guayrá, la mayor fuente
potencial de energía en toda América Latina, que hoy se llaman,
en portugués, Sete Quedas, y la zona del Itaipú, donde Brasil construirá
la mayor central hidroeléctrica del mundo.
Marcelo Valko opina
sobre la Guerra del Paraguay
El subimperialismo o
imperialismo de segundo grado, se expresa de mil maneras. Cuando
el presidente Johnson decidió sumergir en sangre a los dominicanos,
en 1965, Stroessner envió soldados paraguayos a Santo Domingo, para
que colaboraran en la faena. El batallón se llamó, broma siniestra,
"Mariscal Solano López". Los paraguayos actuaron a las órdenes de
un general brasileño, porque fue Brasil quien recibió los honores
de la traición: el general Panasco Alvim encabezó las tropas latinoamericanas
cómplices en la matanza. De la misma manera, podrían citarse otros
ejemplos. Paraguay otorgó a Brasil una concesión petrolera en su
territorio, pero el negocio de la distribución de combustibles y
la petroquímica están, en Brasil, en manos norteamericanas. La Misión
Cultural Brasileña es dueña de la Facultad de Filosofía y Pedagogía
de la universidad paraguaya, pero los norteamericanos manejan ahora
a las universidades de Brasil. El estado mayor del ejército paragyo
no sólo recibe la asesoría de los técnicos del Pentágono, sino también
de generales brasileños que a su vez responden al Pentágono como
el eco a la voz. Por la vía abierta del contrabando, los productos
industriales de Brasil invaden el mercado paraguayo, pero muchas
de las fábricas que los producen en Sáo Paulo son, desde la avalancha
desnacionalizadora de estos últimos años, propiedad de las corporaciones
multinacionales.
La
infamia de los vencedores. Para cobrarse los gastos de guerra Argentina obligó
al Paraguay a emitir bonos por valores millonarios.
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Stroessner se considera
heredero de los López. El Paraguay de hace un siglo ¿puede ser impunemente
cotejado con el Paraguay de ahora, emporio del contrabando en la
cuenca del Plata y reino de la corrupción institucionalizada? En
un acto político donde el partido de gobierno reivindicaba a la
vez, entre vítores y aplausos, a uno y otro Paraguay, un muchachito
vendía, bandeja al pecho, cigarrillos de contrabando: la fervorosa
concurrencia pitaba nerviosamente Kent, Marlboro, Camel y Benson
& Hedges. En Asunción, la escasa clase media bebe whisky Ballantine's
en vez de tomar caña paraguaya. Uno descubre los últimos modelos
de los más lujosos automóviles fabricados en Estados Unidos o Europa,
traídos al país de contrabando o previo pago de menguados impuestos,
al mismo tiempo que se ven por las calles, carros tirados por bueyes
que acarrean lentamente los frutos al mercado: la tierra se trabaja
con arados de madera y los taxímetros son Impalas 70. Stroessner
dice que el contrabando es "el precio de la paz": los generales
se lenan los bolsillos y no conspiran. La industria, por supuesto,
agoniza antes de crecer. El Estado ni siquiera cumple con el decreto
que manda preferir los productos de las fábricas nacionales en las
adquisiciones públicas. Los únicos triunfos que el gobierno exhibe,
orgulloso, en la materia, son las plantas de Coca Cola, Crush y
Pepsi Cola, instaladas desde fines de 1966 como contribución norteamericana
al progreso del pueblo paraguayo.
El Estado manifiesta
que solo intervendrá directamente en la creación de empresas "cuando
el sector privado no demuestre interés", y el Banco Central comunica
al Fondo Monetario Internacional que "ha decidido implantar un régimen
de mercado libre de cambios y abolir las restricciones al comercio
y a las transacciones en divisas"; un folleto editado por el Ministerio
de Industria y Comercio advierte a los inversores que el país otorga
"concesiones especiales para el capital extranjero". Se exime a
las empresas extranjeras del pago de impuestos y de derechos aduaneros,
"para crear un clima propicio para las inversiones". Un año después
de instalarse en Asunción, el National City Bank de Nueva York recupera
íntegramente el capital invertido. La banca extranjera, dueña del
ahorro interno, proporciona a Paraguay créditos externos que acentúan
su deformación económica e hipotecan aún más su soberanía. En el
campo, el uno y medio por ciento de los propietarios dispone del
noventa por ciento de las tierras explotadas, y se cultiva menos
del dos por ciento de la superficie total del país. El plan oficial
de colonización en el triángulo de Caaguazú ofrece a los campesinos
hambrientos más tumbas que prosperidades.
La Triple Alianza sigue
siendo todo un éxito.
Los hornos de la fundición de Ibycuí, donde se forjaron los cañones
que defendieron a la patria invadida, se erguían en un paraje que
ahora se llama "Mina–cué" –que en guaraní significa "Fue mina".
Allí, entre pantanos y mosquitos, junto a los restos de un muro
derruido, yace todavía la base de la chimenea que los invasores
volaron, hace un siglo, con dinamita, y pueden verse los pedazos
de hierro podrido de las instalaciones deshechas. Viven, en la zona,
unos pocos campesinos en harapos, que ni siquiera saben cuál fue
la guerra que destruyó todo eso. Sin embargo, ellos dicen que en
ciertas noches se escuchan, allí, voces de máquinas y truenos de
martillos, estampidos de cañones y alaridos de soldados.
Imágenes: 1) Prisioneros
paraguayos en manos argentinas; 2) Ruinas de Humaitá después de
la batalla, 3) Mariscal Francisco Solano López; 4) Ilustración de
época sobre uniformes argentinos; 4) Pérdidas del territorio paraguayo.
Solano López consolidó su poder
después de la muerte de su padre en 1862 imponiendo silencio a varios
críticos y aspirantes a reformador a través de la cárcel. Otro congreso
paraguayo lo eligió presidente unánimemente. Solano López hubiera
hecho bien en considerar las últimas palabras de su padre que le
aconsejaba evitar actos agresivos en los asuntos extranjeros sobre
todo con el Brasil. La política exterior de Solano López subvaloró
inmensamente a los vecinos de Paraguay y otorgó excesivo valor al
potencial de Paraguay como una potencia militar.
Los observadores discreparon grandemente sobre Solano López. George
Thompson, un ingeniero inglés que trabajó para el joven López (el
británico se distinguió como oficial paraguayo durante la Guerra
de la Triple Alianza y después escribió un libro sobre su experiencia)
tenía palabras ásperas para su ex-patrón y comandante y lo llamaba
"un monstruo sin igual". La conducta de Solano López ponía en evidencia
tales cargos. En primer lugar, los cálculos erróneos y ambiciones
de Solano López zambulleron al Paraguay en una guerra con la Argentina,
el Brasil y el Uruguay. Esa guerra produjo la muerte de la mitad
de la población paraguaya y casi eliminó al país de la faz de la
Tierra. Durante la guerra, Solano López decretó las ejecuciones
de sus propios hermanos y mandó a torturar a su madre y hermanas
cuando sospechó de ellos como opositores. Miles de personas, inclusive
los mejores soldados y generales también sufrieron la muerte delante
de pelotones de fusilamiento o ser descuartizados por órdenes de
Solano López. Otros vieron en Solano López como un paranoico megalómano,
un hombre que quiso ser el "Napoleón de Sudamérica" solo para reducir
su país en la ruina y convertir a sus compatriotas en mendigos en
su vana búsqueda de gloria.
Sin embargo los nacionalistas paraguayos simpatizantes de ese militar
y los historiadores revisionistas extranjeros han retratado a Solano
López como un patriota que, pese a sus defectos de conducta, se
resistió hasta el último hálito los planes argentinos y brasileños
en Paraguay dando así su propia vida en la última batalla. Para
ellos el mariscal era una figura trágica atrapada en un tejido de
duplicidad argentina y brasileña y que movilizó la nación para expulsar
a sus enemigos y los rechazaba heroicamente durante cinco sangrientos
años llenos de horror hasta que Paraguay fue totalmente invadido
y postrado. Durante los años de Stroessner, los paraguayos consideraban
a Solano López como el máximo héroe de la nación. Esa glorificación
stronista de un mariscal vanidoso y derrotado fue considerada para
mucha gente como una maniobra para tapar la memoria brillante y
fresca de un mariscal decente y vencedor en la posterior Guerra
del Chaco pero que comulgaba ideas liberales que era José Félix
Estigarribia.
El fracaso principal
de Solano López fue que no captó los cambios que se habían producido
en la región desde los tiempos de Francia. Bajo el mandato de su
padre, las prolongadas, sangrientas y confusas señas de nacimiento
y crecimiento de los estados rioplatenses, las políticas belicosas
del Brasil y las políticas neutrales de Francia funcionaron preservando
la independencia paraguaya. Pero el caso se afeó cuando la Argentina
y el Brasil afirmaron finalmente sus identidades y se mostraron
más unidos en su interior. Por ejemplo, Argentina empezó a tratar
sus asuntos exteriores como una nación y no como parte de la región
como esperaban los paraguayos. El esfuerzo de Solano López de equiparar
al Paraguay como un poder regional a la par de la Argentina y del
Brasil solo acarrearía funestas consecuencias.
El estallido de la Matanza de América
Solano López interpretó la intervención brasileña en Uruguay en
septiembre de 1864 como un desaire a los países menos fuertes de
la región. Estuvo correcto el presidente paraguayo en la idea de
que ni Brasil tampoco Argentina prestaron alguna atención a los
intereses de Paraguay cuando formularon sus políticas. Pero concluyó
incorrectamente que el poder conservar la independencia uruguaya
era crucial para el futuro de Paraguay como nación. Siguió con sus
planes para crear al Paraguay como una "tercera fuerza" entre Argentina
y Brasil, Solano López comprometió a la nación en la ayuda al Uruguay.
Como Argentina no reaccionó a la invasión del Brasil al Uruguay,
Solano López capturó un
buque de guerra brasileño en noviembre de
1864. Luego prosiguió con una invasión al Matto Grosso, Brasil,
en marzo de 1865, una acción que demostró ser uno de los pocos éxitos
paraguayos durante la guerra. Solano López decidió golpear a la
fuerza principal de su enemigo en la propia tierra uruguaya. Pero
no se percató de que la Argentina había aprobado tibiamente a la
política de Brasil sobre el Uruguay y no apoyaría al Paraguay contra
el Brasil. Cuando el ya autonombrado mariscal Solano López pidió
permiso para cruzar territorio argentino para su ejército para poder
atacar la provincia brasileña del Río Grande do Sul, Argentina se
negó no muy claramente a ese pedido. Decidido igualmente el mariscal
envió sus fuerzas a través de la provincia argentina de Corrientes
que se interponía entre Paraguay y la ya citada provincia brasileña
y esperó encontrar ahí apoyo local fuerte que tenía memoria confederada,
empleaba misma lengua guaraní y odio hacia el dominante porteño,
lo cual lo halló pero a medias. En cambio, esa acción decidió a
Argentina, al Brasil y al Uruguay (ahora reducido como estado títere)
para firmar el Tratado de la Triple Alianza en el mayor de los secretos
en mayo de 1865. Bajo el tratado estas naciones se juramentaron
destruir al gobierno de Francisco Solano López y repartir el país
entre las mayores potencias.
Paraguay
no estaba para nada preparado para una guerra de escala mayor, pero
el mariscal igual decidió hacerla. En términos de cantidad, el ejército
paraguayo con 30.000 hombres era el más poderoso en América Latina.
Pero la fuerza del ejército era una mera ilusión ya que le faltaba
una dirección especializada, una provisión fiable de armas y material
y reservas adecuadas. Desde los días del Supremo, los cuerpos de
oficiales habían sido abandonados por razones políticas. El ejército
padeció una escasez crítica de personal capacitado y de rango y
muchas de sus unidades combatientes estaban mal entrenadas. Al Paraguay
le faltó la base industrial para reemplazar las armas perdidas en
batalla y la alianza argentino-brasileña bloqueó la recepción paraguaya
de armamento enviado desde el extranjero. La población de Paraguay
sólo llegaba a aproximadamente 450.000 en 1865, un número más bajo
que la cantidad de efectivos de la Guardia Nacional brasileña, y
era equivalente a la vigésima parte de la población aliada combinada
que sumaba once millones de almas. Solano López llegó a reclutar
hasta niños de diez años y forzar a las mujeres a realizar tareas
no militares pero aún así, jamás pudo desplegar en el campo de batalla
un ejército más grande que el de sus rivales.
Aparte de algunas victorias paraguayas en el frente norteño, la
guerra fue un desastre para el mariscal López. El grueso del ejército
paraguayo entró en Corrientes en abril de 1865. Para julio del mismo
año más de la mitad de la fuerza de 30.000 hombres fue exterminado
o capturado junto con las mejores armas y artillería. La
guerra tórnose en un desesperado forcejeo para la supervivencia de la nación.
Era salir a matar o morir. En mayo de 1866, los paraguayos libraron
la batalla de Tuyutí, que fue una espantosa derrota.
Los periodistas ingleses publicaron el tratado secreto de la Triple
Alianza. Eso provocó innumerables reacciones a favor del Paraguay.
El afamado jurista argentino Alberdi de tendencia confederada desde
Europa se convirtió en el campeón de la causa paraguaya y los países
americanos con costa en el Pacífico clamaron por un cese inmediato
de hostilidades y protestaron agriamente por los términos del tratado.
El presidente de Bolivia,
general Melgarejo, hasta ofreció un ejército
de 12.000 hombres a favor del mariscal López. Desde el momento en
que el territorio argentino quedó libre de invasores, la opinión
de las provincias argentinas e importantes hombres públicos porteños
juzgaron que no había más razón de guerra, pidieron un cese de fuego
inmediato y abogaron por el Paraguay. Esa misma gente impidió que
Argentina hiciera efectiva su parte del tratado secreto (que era
repartir el Paraguay con el Brasil) después de la guerra aunque
aceptó la anexación de territorios paraguayos a su país.
Mientras
tanto en medio de esa polémica mundial, los aliados sufrieron una
estrepitosa derrota en Curupaity el 22 de septiembre de 1866 a manos
del valiente coronel José Eduvigis Díaz y sus pocos hombres en la
cumbre del cerro del mismo nombre. Del lado aliado, hubo decenas
de miles de muertos mientras los guaraníes solo perdieron menos
de cien. Fue algo muy chocante sobre todo para la moral argentina,
que hasta consideró retirar su ejército de la Alianza.
Los soldados paraguayos desplegaron una inusitada valentía suicida,
sobre todo considerando que Solano López mandó a fusilar o torturar
a varios de ellos hasta por nimias ofensas. Las unidades de la caballería
operaron de a pie por falta de caballos. Batallones de infantería
navales armados sólo con machetes atacaron acorazados brasileños.
Los ataques suicidas produjeron verdaderos campos de cadáveres.
Pero el cólera también se cobró su cuota. A través de 1867 Paraguay
había perdido 60.000 hombres por acciones bélicas, enfermedades
varias o capturas y otros 60.000 soldados fueron llamados bajo bandera.
Solano López inclusive alistó esclavos y las unidades de infantería
reclutaron hasta a niños. Se obligaron a las mujeres a que realizaran
trabajo de apoyo detrás de la línea de fuego. La escasez de material
era tan severa que las tropas paraguayas entraron semidesnudos al
combate e incluso hasta coroneles fueron descalzos al campo de acción,
según un observador. El carácter defensivo de la guerra, combinado
con la tenacidad paraguaya y la ingenuidad y la dificultad que ocasionó
la mutua cooperación que tenían los brasileños y argentinos, dio
al conflicto un carácter de guerra friccionada. Al Paraguay le faltaron
los recursos para poder continuar la guerra contra los gigantes
de Sudamérica.
Cuando
la guerra se acercó a su inevitable desenlace, Solano López se imaginó
rodeado por una inmensa conspiración, entonces ordenó miles de ejecuciones
en el ejército además de dos hermanos y dos cuñados, ministros,
oficiales militares y cerca de 500 extranjeros, incluyendo varios
diplomáticos. Era el famoso "proceso de San Fernando", un capítulo
negro y vergonzoso de la historia guaraní. Ordenó matar a sus víctimas
con lanzas para poder ahorrar municiones. Los cuerpos fueron enterrados
en una fosa común. Su cruel tratamiento para con los prisioneros
era proverbial. El mariscal López condenó a sus propios soldados
a la muerte si ellos no cumplían hasta el más mínimo detalle sus
órdenes. "Conquistar o morirse" era el lema diario.
La rendición tras largo sitio del fuerte de Humaitá ante fuerzas
argentinas el 24 de julio de 1868 fue decisivo para el curso de
la guerra porque ese fuerte era la llave de entrada al Paraguay.
Tan heroica fue la resistencia paraguaya que cuando salieron los
hombres semidesnutridos y casi desnudos, sin municiones, fueron
acogidos con altos honores de parte del enemigo en reconocimiento
a su valor en combate. En Ytororó y Abay, el general Bernardino
Caballero ofreció gallarda resistencia hasta el último hombre contra
los avances brasileños para que el mariscal pudiera organizar una
batalla decisiva en las Lomas Valentinas donde en 17 de diciembre
de 1868 fue atacado igualmente por fuerzas enemigas muy grandes.
López pudo salir en retirada después de siete días de combates pero
no sin haber fusilado antes a su hermano Benigno López, al obispo
Palacios y su canciller José Berges.
Las tropas aliadas entraron en Asunción en enero de 1869, pero Solano
López tuvo suerte porque el marqués brasileño Caxias consideró que
ocupando la capital en vez de prenderlo daba por terminada la guerra.
López logró rejuntar un ejército de 12.000 almas que en realidad
eran viejos, niños y mujeres entre Azcurra y Caacupé. Al Brasil
le irritó esa cuasi milagrosa supervivencia del tirano paraguayo
y decidió continuar la guerra ya sin cuartel. Los argentinos y uruguayos
consideraron que ocupando Asunción la guerra se acabó para ellos,
dejaron unos regimientos en el lugar y se marcharon de regreso a
sus países.
Los brasileños hicieron salvajadas. El 12 de agosto de 1869 ganaron
la dramática batalla de Piribebuy y no conformes con eso, incendiaron
el hospital repleto de heridos y degollaron al comandante del lugar
el mayor Pedro Pablo Caballero. El 16 de agosto de 1869, López dispuso
un ejército integrado enteramente por niños para enfrentar a las
hordas brasileñas en el fatídico combate de Acosta Ñú… ninguno de
los infantes sobrevivió. Hoy en la actualidad en esa fecha se celebra
el Día del Niño en todo el territorio paraguayo con una sensibilidad
especial.
López debió de huir aún más dentro del país hasta que encontró la
muerte lanceado por un soldado brasileño a orillas del arroyo Aquidabán
en Cerro Corá. Fue el día 1° de marzo de 1870. Con las palabras
postreras "muero con mi patria" en los labios del cruel tirano se
acabó la guerra más sangrienta que jamás ha visto América.
El
año 1870 marcó el punto más bajo en la historia paraguaya. Cientos
de miles de paraguayos habían muerto. Degradado y prácticamente
destruido, el Paraguay tuvo que soportar una larga ocupación por
tropas extranjeras y ceder enormes extensiones de territorio soberano
al Brasil y a la Argentina.
A pesar de varias versiones de los historiadores de lo que pasó
entre 1865 y 1870, el mariscal Francisco Solano López no era totalmente
responsable de la guerra. Sus causas eran muy complejas e incluían
el enojo porteño por la añeja intromisión de Carlos Antonio López
en Corrientes. El viejo López también había enfurecido a los brasileños
por no haber ayudado a derrocar al tirano porteño Rosas en 1852
y por haber forzado a tropas brasileñas fuera de territorio reclamado
por Paraguay en 1850 y 1855 en vez de intentar un trato muy flexible
con ellos. Carlos A. López se resintió por haber concedido derechos
de navegación libre al Brasil sobre el Río Paraguay en 1858. Argentina
le disputó la propiedad del territorio de Misiones que estaba entre
el Río Paraná y Río Uruguay y Brasil tenía sus propias ideas sobre
el límite brasileño paraguayo. A estos problemas se le agregó el
vórtice uruguayo que tocó el ego de Solano López. Carlos Antonio
López había sobrevivido principalmente gracias a una buena dosis
de cautela y un poco de suerte. Lo que precisamente le faltó a su
díscolo hijo.
En términos generales la investigación histórica sobre la guerra
de la Triple Alianza, y la versión oficial y escolar sobre la misma
que imperó por mucho tiempo, están terminadas. La revisión empezó
como algo contemporáneo a los hechos, con Carlos Guido y Spano,
Juan Bautista Alberdi, Miguel Navarro Viola, José Mármol, Juan Carlos
Gómez y otros, finalizó en los últimos tiempos con estudios documentales
que patentizan los intereses económicos, los factores geopolíticos
y las líneas ideológicas que se conjugaron para gestar la guerra
de 1865-70.
En un sentido más estricto quedan algunos puntos poco abordados,
o recién empezados a analizar. Diríamos que hay tres aspectos sobre
los que todavía podemos volver, sin repetir lo conocido:
1°) La trama de intereses económico-financieros que condiciona la
política de Buenos Aires frente al Paraguay que, además, paraliza
al general Urquíza.
2°) Las relaciones de Urquiza con el mariscal López, dentro de un
cuadro de opciones y alternativas posibles.
3°) El conocimiento de la declaración de guerra paraguaya, en Buenos
Aires, tradicionalmente negado por la historia mitrista.
Esos tres aspectos han sido tratados por diversos autores, en las
últimas décadas, pero hay en sus entrañas mucho por iluminar. Y
no nos debe sorprender que así sea.
El cuadro histórico de la pre-guerra es complejo y fluido. Lo único
simple está representado por la acción de los intereses británicos,
coherentes y efectivos en todas partes, en una hora en que la crisis
del mercado algodonero norteamericano hizo trabajar la inteligencia
y la voluntad de Gran Bretaña.
La década de 1860 enmarca, llamativamente, en distintos centros
productivos y en mercados de consumo del mundo la decidida presencia
inglesa, no sólo diplomática, sino también bélica, sea en forma
directa, sea por medio de instrumentos nativos.
El principio de la pluralidad de causas en la historia nos explica
la mayoría de los hechos políticos y socio-económicos. Y en la pluralidad
de causas de este proceso que nos ocupa -la guerra de la Triple
Alianza- vamos a fijar nuestra atención sobre la guerra de Secesión
norteamericana.
Hacia 1840 las tierras de los Estados del Sur empiezan a perder
fertilidad. El algodón agota pronto el suelo. Para conservarlo es
necesario rotar los cultivos. Pero la mano de obra que allá lo trabaja
es ignorante y los dueños de las plantaciones no ven mucho más allá
que sus esclavos.
Falta de algodón
Gran
Bretaña y los Estados del Sur tienden estrechos lazos de colaboración.
Aquélla brinda millones de libras para ayudar a los Estados algodoneros
de Norteamérica. A partir de 1850 la guerra de secesión parece inevitable.
Cuando en 1860 Lincoln asume el poder y la emprende contra la esclavitud
se abren las hostilidades. Inglaterra cuenta con la victoria de
las tropas del Sur. Sus centros industriales quieren ver las plantaciones
en manos amigas, como si fuera en sus propias manos. Los Estados
algodoneros obtienen 165 millones de dólares de adelanto sobre el
algodón. Pero las cosas no caminaron, pese a tanto dinero.
En 1860 las plantaciones norteamericanas de algodón rendían 3.841.416
fardos (cada fardo equivalente a 226 kilogramos). De ese total se
exportaban a Europa 3.536.373 fardos. Pero la guerra de Secesión
será desastrosa para los algodoneros. En 1861 en Norteamérica se
recogieron 4 millones y medio de fardos. Y en 1864 -retengamos la
fecha- la producción descendió a 300.000 fardos. En 1861 los Estados
del Sur podían enviar 615.000 fardos a Lancaster -centro de los
telares ingleses-; en 1864, solamente 23.000 fardos. La guerra comportó
la ruina también para los distritos industriales ingleses. Consignemos
que 250.000 obreros entraron en huelga, y otros 165.000 trabajaban
sólo 4 horas por día.
Hacia 1862 graves perturbaciones estallan en Europa: hay miseria
en los centros algodoneros y las pérdidas en la bolsa resultan catastróficas.
A Gran Bretaña sólo llegan 300.000 fardos de algodón, cuando Lancaster
necesitaba 2 millones y medio; y Francia otro millón. Entonces Gran
Bretaña entró a buscar mercados productores de algodón en cualquier
parte del mundo. Desde luego, también en América del Sur.
Lo que no fue
En ese crítico año de 1862 Inglaterra envió a la Confederación Argentina
al Dr. Thomas J. Hutchinson, médico y geógrafo que debe hacerse
cargo del consulado británico en Rosario. Pero no es éste, en verdad,
el cargo fundamental: Hutchinson venía con la misión de buscar algodón
salvaje en Santiago del Estero, y a canalizar el río Salado si fuera
necesario, y plantar algodoneros en dicha región argentina.
Efectivamente, el cónsul armó una expedición, con el apoyo del Banco
Mauá de Rosario, instalado cinco años antes. El geógrafo británico
estudió las posibilidades y redactó un informe. En él señalaba que
la mano de obra resultaría barata; además los ingleses contarían
con el entusiasta apoyo del caudillo y gobernador santiagueño, liberal,
Antonino Taboada.
Una de las últimas fotos
conocidas de Francisco Solano López (1870).
Decía el informante: "Un novillo, zapallo, maíz y sandías, es mantención
bastante para 50 hombres durante cinco días, y un animal vacuno
no cuesta más que 10 pesos bolivianos, o sea 30 chelines", y esto
otro: "El costo de los peones, como también los gastos y lentitud
del transporte por carretas de bueyes, será por un largo tiempo
un doble impedimento para que esta provincia sea una localidad algodonera".
Se llegó a inaugurar el trabajo de la canalización del Salado, con
la presencia de Taboada. Pero después, con el estudio de factibilidad,
el proyecto se detuvo. El costo de la
mano de obra santiagueña era muy alto comparado con los salarios
de un obrero en Inglaterra.
El fracaso del proyecto santiagueño no desanimó al funcionario inglés.
Los ingenieros británicos enviados para trabajar en la canalización
no llegaron a ocuparse. Pero el Paraguay estaba cerca y ligado a
la Confederación Argentina por los mismos ríos. Y ese país, por
clima, suelo y áreas disponibles era una región óptima para el cultivo
algodonero.
Entonces, en 1863, los ojos de Inglaterra miraron al Paraguay. Claro
que había una valla: el país hermano y vecino, gobernado a la sazón
por el mariscal Francisco Solano López, no habla abierto aún las
puertas al liberalismo económico.
Este último estaba triunfante tanto en la Buenos Aires portuaria
como en las provincias que respondían a Urquiza. El estanciero de
San José y saladero de la costa uruguaya ya estaba enredado en la
trama de los intereses comerciales y financieros, que iban del Barón
de Mauá a la burguesía mercantil del Puerto, encabezada por José
Gregorio Lezama, los Lezica, los Carranza, los Lanús, y los ricos
caballeros británicos William Leslie y Tomás Armstrong.
Urquiza vería sus productos pecuarios en el mercado de Londres,
y estaba en esto dependiendo de los hombres del Puerto. El 2 de
enero de 1863 don Justo iba a firmar un contrato con el Banco de
Londres, Buenos Aires y Río de la Plata para la venta en mercado
británico de lanas, cueros, sebo, ceniza y huesos. Dicho Banco le
anticiparía a Urquiza, por la faena de 1863, la cantidad de 3.000
onzas de oro, equivalentes a 51.000 pesos fuertes.
Don Justo vende sus productos al mercado inglés con la intermediación
de portuarios eminentes. Don José Gregorio Lezama -futuro proveedor
de los ejércitos mitristas de la Triple Alianza- es quien le cubre
al entrerriano las letras descubiertas en el Banco de Londres. Estos
avales terminan dominándolo también políticamente en la hora de
pronunciamientos capitales.
Pobreza
suma
No podemos pasar por alto otro ingrediente histórico que es la pobreza
de la Confederación en la década del 60, luego de la experiencia
frustrada de los "derechos diferenciales". Existen en el Archivo
General de la Nación documentos inéditos sobre dichas dificultades
financieras, y que también conciernen a las relaciones de la Confederación
con el Paraguay, en la etapa anterior a la guerra.
En el mes de abril de 1860, el entonces Ministro del Interior del
gobierno de Derqui, el doctor Juan Pujol, efectuó una visita al
mariscal López. La entrevista se realizó en la casa de campo de
Humaitá, del jefe de Estado paraguayo.
La Memoria, existente en el Archivo Urquiza, redactada luego de
la reunión y de común acuerdo, consigna todos los pormenores. Tras
una detenida conversación general, Pujol le señaló al Mariscal "la
situación apremiante" de las provincias de la Confederación, como
consecuencia de la actitud segregacionista y hostil de Buenos Aires.
Habla llegado el momento de preferir "una mano amiga", en vez de
los préstamos europeos. Y concretando el propósito de la visita,
el ministro argentino solicitó al Mariscal que el gobierno paraguayo
concediese al de la Confederación Argentina un empréstito de 400
a 500 mil pesos, o por lo menos de 100 a 200 mil, reembolsable de
varias formas. En síntesis: López, luego de escuchar la propuesta,
demostró los inconvenientes que tendría su gobierno para otorgarlo,
pese a los buenos deseos de su parte.
Como e1 gobernante paraguayo hizo hincapié en las cuestiones de
límites pendientes, Pujol le manifestó que el presidente Derqui
esperaba al Mariscal en Paraná, para concluir un tratado de límites.
Pero la sustancia de las conversaciones pone de relieve la debilidad
del gobierno de Paraná en ese año critico de 1860, preámbulo de
otro más crítico cual fue el de 1861.
Dominio
del Puerto
A mediados de julio de 1860 Derqui y Urquiza visitan Buenos Aires,
invitados por Mitre. Podemos, con cierto rigor, tomar esta fecha
como la de la transferencia del poder político nacional al partido
Liberal. A partir de allí don Justo será fiel a Buenos Aires en
las opciones claves del proceso rioplatense, y pasará a integrar
el sistema financiero y mercantil que el Puerto domina. Sólo los
veteranos federales de las provincias y, en medida análoga, el mariscal
López y los "blancos" de la Banda Oriental, seguirán creyendo por
algún tiempo en la aptitud política nacional de Urquiza.
Pavón refrendará con sangre y fuego la conciliación del jefe de
la Confederación con los intereses del Puerto. Es en realidad una
batalla trasnochada y superflua, ya que su desenlace es coherente
con la nueva política del saladero entrerriano. El ha dejado de
ser el jefe de las provincias confederadas para convertirse en un
fuerte empresario entrerriano. Esta es la tesis de Juan Bautista
Alberdi que suscribimos en todo su cruel significado.
Las dudas sobre lo ocurrido en Pavón ya han sido disipadas por la
historiografía. El arreglo convenido con Mitre es anterior al 17
de septiembre de 1861, fecha de la batalla. Urquiza entrega las
situaciones provinciales, que le eran favorables, a cambio de que
los ejércitos de Buenos Aires pasen de largo por el costado de Entre
Ríos.
A partir de entonces todo es lógico y coherente: el desangre de
los montoneros del Chacho que se niegan a entregar las banderas
de la Confederación y que defienden -quizá sin saberlo- su economía
artesanal, agrícola y pastoril, que será barrida por los caminos
de fierro; la falsa neutralidad frente a la cruzada del general
Venancio Flores, ex jefe de la caballería mitrista en Pavón, que
invade el Uruguay con apoyo mitrista; la alianza de hecho de Buenos
Aires y el Brasil para aplastar la resistencia de los "blancos",
que culminará en Paysandú, último foco federal en el Litoral. Muchos
pormenores documentados están en las carpetas del Archivo Urquiza
de 1863.
Urquiza, mientras tanto, alienta esperanzas bajo cuerda y en sordina.
Hoy a los federales que, en Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, impulsan
la "conjuración del litoral" (1864), y al propio mariscal López.
Mañana hará otro tanto con los federales del Centro y del Oeste:
Emilio Castro Boedo, Felipe Varela, Juan Saá.
Uno de esos hombres del Litoral es el estanciero correntino Víctor
Silvero, quien viaja al Paraguay por cuestiones de negocio y que
es aprovechado por Urquiza como emisario. El 7 de marzo de 1863
Silvero sale de Corrientes rumbo a Asunción, a donde llega dos días
después. Y allí se entrevista con el mariscal López. En el Archivo
Urquiza obra el documento de Silvero, del 7 de abril del 63, en
que éste cuenta el resultado de su misión.
Allí leemos: "... el 10 me cupo el honor de presentar a S.E. el
Señor Presidente General López la tarjeta de V.E. y que se dignó
encomendarme la ponga en sus manos -fue ella recibida con demostraciones
de alto aprecio. En seguida hablé a S.E. el Señor General López
de lo conmovido que se encontraba el espíritu de V.E. a la presencia
de motivos que asomaban la inestabilidad -del orden y la paz pública
de la Rep. Argentina, no obstante los incesantes esfuerzos de V.E.
en la esfera de su posición, por aprestijiar y conservarlos -así
como era de su más notable interés asegurar la inalterabilidad de
la buena inteligencia, paz y amistad con S.E. el Señor Presidente
López y su buen gobierno; este Señor, con toda la moderación y el
aplomo de un alto magistrado, como la dulzura y afabilidad del caballero,
me dijo que le era muy sensible la existencia de los motivos que
impresionaban el ánimo de V.E. y que ponían en duda la tranquilidad
tan suspirada del pueblo argentino, y la que para alcanzarla cuesta
ya una larga vida llena de preciosos sacrificios. Como mi encargo
se circunscribía a estos estrechos límites, no salí de ellos, y
lo he dejado cumplido como llevo expuesto -que me seria altamente
satisfactorio si mereciera el beneplácito de V.E.".
Silvero hacía, además, algunas reflexiones sobre los progresos del
Paraguay, que contrastan -dice- con "la opresión y la muerte en
nuestros pueblos". Efectivamente, por los llanos y valles del Oeste
el Chacho se defendía con uñas y dientes de las fuerzas de línea
porteñas que, en dragonadas memorables, estaban imponiendo "los
principios triunfantes en Pavón", como se dijo.
Estos mismos principios serían pronto llevados al Paraguay, también
a sangre y fuego. Como señaló puntualmente Alberdi, la cuestión
del Paraguay no era más que un elemento de la política interior
argentina, creado por las necesidades geopolíticas del mitrismo
y de la The Anglo-Argentine Connection.
Guerra de declarada.
La
posible aproximación de Urquiza y el mariscal López, con una "triple
alianza" de Asunción, San José y los "blancos" orientales iba a
quedar en aguas de borraja antes de 1865. Hasta febrero del 65 se
evidencia una cierta candidez en el mariscal López, que le había
creído a Urquiza. Pero su carta del. 1° de febrero de 1865 a Cándido
Barreiro, su ministro en París, revela que está viendo la imposibilidad
de una alianza con Entre Ríos. Y el 26 del mismo mes le escribirá
a don Justo una misiva -existente en el Archivo Gral. de la Nación-
en que le señala su contradicción a promesas anteriores de ponerse
de su lado.
Esto mientras Entre Ríos estallaba en gritos contra el mitrismo,
y la prensa de Buenos Aires proseguía su violenta campaña contra
el mariscal López y contra la nación Paraguaya. Desde el momento
en que Paraguay declara la guerra al Brasil arreciaron los ataques
de la prensa mitrista. Fue una campaña con burlas descaradas y mofas,
en que decían que "la talabartería" paraguaya no podría ganar ninguna
guerra. Un testigo imparcial, como Jorge Thompson, ha dicho: "no
puede dudarse que esos artículos fueron la principal causa de la
declaración de guerra a la República Argentina". Los porteños se
olvidaron de golpe de los elogios tributarios, por tirios y troyanos,
al López mediador de 1859, protagonista paraguayo del Pacto de San
José de Flores, firmado el 11 de noviembre de ese año.
El 29 de marzo de 1865 fechó el ministro José Berges la declaración
de guerra del Paraguay a la Argentina, que dirigió a su colega Rufino
de Elizalde. Entre los fundamentos de la misma se destacan: a) la
política incalificable del mitrismo en los asuntos orientales; b)
la tolerancia de un comité revolucionario traidor cuya "inicua representación
no podía sino recaer sobre el actual Gobierno Argentino"; c) "la
calumnia y los insultos a la Nación y Gobierno Paraguayo" en que
abundaba la prensa porteña, utilizando "producciones soeces e insultantes
que en ningún tiempo de la desenfrenada licencia y abuso en ningún
país supo producir".
Fue encargado de portar dicha declaración de guerra el teniente
paraguayo Cipriano Ayala, quien llegó a Buenos Aires el 8 de abril
del 65, en el vapor de la carrera. Los mitristas negaron siempre
este arribo, con anterioridad al ataque a Corrientes, para dejar
así por sentado un ataque en forma alevosa. Sin embargo, hay documentación
suficiente que prueba la presencia del emisario paraguayo en la
capital bonaerense; y demuestra que Mitre ocultó deliberadamente
al público aquella noticia oficial. En nuestra biografía de Ricardo
López Jordán ofrecimos hace años los testimonios, varios de ellos
inéditos y existentes en el Archivo General de la Nación (Legajos
de Urquiza y de Del Carril).
"Estamos
por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de
razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran
por instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa
la barbarie primitiva y colonial... Son unos perros
ignorantes... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho
Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen
y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya
hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario
purgar la tierra de toda esa excrecencia humana, raza
perdida de cuyo contagio hay que librarse". (Domingo
Faustino Sarmiento en "El Nacional", 12/12/1877)
Uno de esos documentos
es una carta de Salvador María Del Carril a Benjamín Victorica,
de fecha 11 de abril del 65, en que leemos:
"Aquí nos tiene bien agitados con la noticia de que el Paraguay
ha declarado la guerra a la República Argentina. La noticia que
ya sirve de base a las operaciones de bolsa: dicen que ha sido comunicada
a los agentes de Gbno. del Paraguay por un comisionado expreso que
trajo el Esmeralda de Corrtes., que tocó en el Paraná, en el Rosario
y vino a entenderse (aquí) con Egusquiza -que éste en consecuencia
ha realizado una grande operación de bolsa, y que otros han seguido
sus aguas".
Según algunos autores paraguayos Cipriano Ayala fue secuestrado
en Goya, a su regreso. Lo cierto es que el diario El Paraná, de
la hoy capital entrerriana, de fecha 7 de agosto de 1865, publicó,
bajo el titulo de "Sentencia del Gobierno Nacional en la causa de
Egusquiza", una noticia según la cual el cónsul paraguayo en Buenos
Aires había recibido la noticia de la declaración de guerra "por
conducto de D. Cipriano Ayala" y que se ordenaba poner a disposición
de los tribunales al cónsul y al teniente Ayala, lo cual prueba
la detención de este último.
Lo que vino después del 13 de abril es conocido y Urquiza se movió
de acuerdo a su último alineamiento.
FUENTES PRINCIPALES
Ramón J. Cárcano, Guerra del Paraguay, Buenos Aires, 1941.
Fermin Chávez, Vida y muerte de López Jordán, Buenos Aires,1957
Thomas J. Hutchinson, Buenos Aires y otras provincias argentinas,
Buenos Aires, 1945.
A. Rebaudi, La declaración de guerra del Paraguay a la República
Argentina, Buenos Aires, 1924.
José Marla Rosa, La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas,
Buenos Aires, 1954.
H. Sánchez Quell, Política internacional del Paraguay, 18101870,
Asunción, 1935.
Jorge Thompson, La guerra del Paraguay, Buenos Aires, 1869.
Archivo General de la Nación (Arch. Urquiza y del Carril).
Soldados abrasados por la fiebre o por las llagas extenuadas por
el hambre, sin más prendas de los desaparecidos uniformes que el
calzón ceñido por el ysypó, y algunas veces un correaje militar
para sostener la canana o pender el sable; pocos llevan el morricón
con la placa de bronce del número del regimiento. Descalzos porque
los zapatos (y a veces el morrión y las correas) han sido comidos
después de ablandar el cuero con agua de los esteros. Mujeres de
rasgados tipoys, afiladas como agujas por la extenuación o la peste,
preparan el rancho; polvo de huesos (cuando lo hay) cocido con juego
de naranjas agrias, si se ha conseguido alguna; las más de las noches,
nada. Entonces se roe el cuero de los implementos militares.
Todos están enfermos, todos escuálidos por el hambre, todos sufren
heridas de guerra que no han cicatrizado. Pero nadie se queja. No
se sabe adónde se va, pero pero se sigue mientras haya fuerzas:
quedarse atrás sería pisar un suelo que ha dejado de ser paraguayo
y sufrir el atropello de los cambás (los brasileños). Los rezagados
también morirán de hambre en la tierra arrasada por los vencedores.
En coches destartalados van Elisa Lynch con los niños pequeños del
Mariscal; la cuida su hijo de quince años, el coronel Panchito,
improvisado jefe de estado mayor por su padre. En otro, tres fantasmas:
la madre y las hermanas de López, flageladas por su debilidad ante
la resistencia imposible; en otro, el vicepresidente Sánchez, anciano
de ochenta años cuya razón desvaría. Conduce la hueste espectral
Francisco Solano. Todavía es presidente del Paraguay y Mariscal
de la Guerra contra la Triple Alianza; si no ha podido dar el triunfo
a los suyos, ofrecerá a las generaciones futuras el ejemplo
tremendo de un heroísmo nunca igualado. No traduce en su rostro
impasible, ni en el cuidado uniforme, rastro de desesperación o
de abandono. Conduce la retirada espantosa como si fuera una parada
militar: "aparentaba la misma calma y tranquilidad de otros tiempos"
dirá un enemigo suyo en su detrimento. Aún es Jefe; y un jefe no
puede abatirse. En medio de las selvas o los desiertos, en lo alto
de las cordilleras mientras lleva a la muerte el pulcro y sereno
Leopoldo de América como lo llamara Mitre antes de la guerra.
La caravana va hacia el Norte para eludir la maniobra envolvente
de los brasileños que los obligaría a entregarse sin combatir. A
veces llega a una aldea, erigida solemnemente en "capital provisional
de la República": Caraguatay, a los pocos días- el 28 de agosto-
luego San Estanislao. Después el desierto, pues debe caminarse lejos
del río dominado por los cañones imperiales. Una huella blanca, formada
por las huestes de los caídos, señala a los brasileños la ruta de
los fugitivos. Ya no se entierra porque no hay tiempo ni energía
para hacerlo; se camina hasta el agotamiento, y cuando se cae, un
compañero o compañera toma el arma y sigue. Los bueyes que tiraban
de las carretas del parque y los cañones han debido sacrificarse,
pero algunas mujeres fuertes y bravías se uncen a los yugos y arrastran
los convoyes. Solamente quedan caballos para quienes se reservan
los mejores alimentos: pertenecen a los escuadrones y son sagrados:
apoderarse de ellos sería un sacrilegio, como inutilizar una carabina
o abandonar un cañón.
Siete meses, doscientas jornadas de ardiente sol tropical transcurren
en esta marcha única en la historia. Hasta el 14 de febrero de 1870
la caravana trágica llega a Cerro Corá ("escondido entre cerros",
en guaraní), campo de buena gramilla, regularmente protegido, a
poco distancia del Aquidabán-niguí, afluente del Aquidabán. Diez
mil muertos jalonan la ruta macabra desde la sierra de Azcurra,
los que han podido llegar son poco más de cuatrocientos. López da
la orden de detenerse en Cerro-Corá, hay alimento para los caballos,
alguna pesca y venados y guasunchos cruzan por los cerros. Allí
se podría descansar y también morir.
Los
colores de España
Llama el Mariscal a
consejos de jefes y oficiales. Sentado en la sola silla del campamento
(hay que guardar las formas) preside a los suyos que deben hacerlo
en el suelo. Habla Francisco Solano: se está en el último rincón
de la patria, después viene el Matto Grosso brasileño. Atravesándolo
se ganaría asilo en suelo extranjero. Más allá de los cerros está
la salvación, pero ya no sería suelo paraguayo. ¿Podría darse fin
a la epopeya escapando a la muerte, dejando a Paraguay en poder
de los brasileños? Para quitar solemnidad al momento desliza algunas
bromas sobre los cambás. ¿Podrían ellos desde el extranjero asistir
impasible al apoderamiento de la patria?
Nenia
Llora, llora urutaú
En idioma guaraní,
una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya
cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:
¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú
¡llora, llora urutaú!
¡En el dulce Lambaré
feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña
no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!
¡Padre, madre, hermanos! ¡ay!
todo en el mundo he perdido;
en mi corazón partido
sólo amargas penas hay
¡padre, madre, hermanos! ¡ay!
De un verde ubirapitá
mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó,
al pie sepultado está
¡de un verde ubirapitá!
Rasgado el blanco tipoy
tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo
de rodillas siempre estoy,
rasgado en blando tipoy.
Lo mataron los cambá
no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir
de Curuzú y Humaitá
¡lo mataron los cambá!
¡Por qué, cielos, no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaití!
¡Por qué, cielos, no morí!…
¡Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú.
¡Llora, llora, urutaú!
Carlos Guido y Spano (1827-1918)
"Siguió un silencio -dice el coronel Aveiro- y viendo que nadie
hacía uso de la palabra, yo entonces dije al Mariscal que él era
el Jefe de Estado y de nuestro Ejército; nuestro deber era someterse
a lo que él resolviera. Y entonces el Mariscal dijo: "Bien, entonces
peleemos aquí hasta morir". No se habló más del asunto. El Presidente
lo descartó como cosa resuelta. A continuación hizo leer por el
Ministro de Guerra, Caminos, un decreto otorgando la medalla de
Amanbay a los sobrevivientes de esa acción. No había medallas y
con trozos de metal grabado a cuchillo se suple la falta; tampoco
se encontraron cintas con los colores patrios, pero en una carreta
se halló un trozo rojo y gualda de alguna tienda española. Con esas
medallas y esas cintas improvisadas, Elisa Lynch había confeccionado
las condecoraciones, que el mariscal fue colgando en las rotas guerreras
(cuando las tenía), o en el tahalí que cruzaba el pecho de loas
agraciados. Es la última ceremonia solemne del viejo Paraguay.
Los colores españoles
sirvieron para premiar, en el campo elegido para morir, a estos
nietos de conquistadores dispuesto a mantener enhiesta la virtud
de la raza.
El ejército de Cerro-Corá
Después de repartirles
"como recuerdo" algunas prendas suyas, el mariscal pasó revista
al ejército, cuyos datos anotó minuciosamente el coronel Panchito
como jefe de su Estado Mayor. Por este papel recogido en la faltriquera
del niño-héroe pocos días después, pueden conocerse los efectivos
de López el día del desastre final.
Cuatrocientos nueve, exactamente 409 combatientes de todas las edades,
quedaban de los cien mil hombres llamados bajo bandera en los cinco
años de guerra: cuatrocientos nueve sobrevivientes del gran ejército
lanzado en 1864 contra el Imperio para defender la libre determinación
de las repúblicas hispanoamericanas. De sus doscientos regimientos
originales todavía existían -por lo menos en la numeración- dieciséis
cuerpos: algunos (el 25 de infantería) reducidos a once plazas entre
jefes, oficiales, suboficiales y tropa; el más numeroso (el de maestranza)
tenía cincuenta y dos. Estaba aún el famoso 4 de infantería organizado
por Eduvigis Díaz con los jóvenes de la mejor sociedad asunceña,
aunque reducidos a 39 hombres en total. Su abanderado llevaba atado
el brazo (pues debió abandonar el asta) un jirón del paño tricolor
salvado de la metralleta.
El 1 de marzo de 1870
Catorce días esperan en Cerro Corá el desenlace. Mientras tanto
no descuidan las cosas cotidianas; el general Caballero va con unos
cuantos jinetes a la caza de venados (esa ausencia le permitiría
salvar su vida), el Mariscal y sus hijos tienen espineles en el
Aquidabán. Sentado en una palmera caída a orillas del Niguí, López
cuenta chascarrillos como si nada ocurriera; diríase un padre de
familia en excursión dominical con los suyos. Está tranquilo, muy
tranquilo, e infunde confianza a todos. Ha tomado las precauciones
militares para recibir a los brasileños como es debido: los cañones
custodian la picada de Villa Concepción por donde seguramente llegarán;
los caballos están dispuestos y las armas en pabellón para el momento
oportuno. Solo resta esperar.
Por las noches -ardientes y húmedas del verano tropical- se oyen
las arpas paraguayas, y algún cantor entona en guaraní las melodías
populares. Como si lo que ha ocurrido y está por ocurrir, fuese
la cosa más natural del mundo. Algunos indios caygús traen alimentos
a los paraguayos: el 28 de febrero advierten a López la proximidad
de los brasileños; le ofrecen esconderlo en sus tolderías, en el
fondo de los bosques, donde jamás podrían encontrarlos: Yahjá caraí,
ndé, topá i chene rephé los cambá ore apytepe ("Vamos, señor; no
darán con usted los negros adonde pensamos llevarle"). López agradeció
y declinó el ofrecimiento. Su resolución estaba tomada: moriría
con su patria.
A la mañana siguiente - 1 de marzo-, algunas mujeres escapadas de
los puestos avanzados, llegaron con la noticia de que los brasileños,
conducidos por un traidor se habían apoderado, sin combatir, de
los cañones. El general Roa, jefe de la retaguardia, acaba de ser
degollado con los suyos. No hubo combate, solamente una sorpresa
y la matanza. Como a fieras.
Con toda calma, López ordenó ensillar y disponerse en guerrilla.
A eso del mediodía, irrumpieron los jinetes del general Cámara.
Son muchos, veinte veces más que los paraguayos, y tienen armas
de precisión y caballos excelentes. Pero la presencia de los paraguayos
dispuestos a la lucha los hace detener. Estos, sin mayores armas
de fuego, avanzan en sus escuálidos jamelgos en una carga que debe
hacerse al paso; los imperiales eluden a fin de mantener la superioridad
que les dan sus carabinas. No se llega al entrevero y la caballería
guaraní es diezmada.
Después, será el tumulto. Sobre López, atraídos por el uniforme
del mariscal, se lanzan el coronel brasileño Silva Tabares y su
guardia: Francisco Solano alcanza a ordenar a Panchito que proteja
a su madre y a sus hermanos, y hace frente a los imperiales con
la sola arma de su espadín de oro -regalos de la patricias paraguayas,
en cuya hoja se lee Independencia o Muerte-; el ayudante de Silva
Tabares, un apodado Chico Diavo, consigue asirlo de la cintura,
al tiempo que que otro soldado le descarga un golpe de sable en
la cabeza. López tira una estocada a Chico Diavio, que el brasileño
contesta con un lanzazo en el vientre.
"¡Muero con mi Patria!"
En ese momento, algunos paraguayos -el coronel Aveiro, el médico
Ibarra, el capitán Arguello- corrieron en auxilio del jefe. Pese
a sus heridas, López se mantiene sobre el caballo- "un bayo flacón"-
y les grita: "¡Matemos a esos macacos!" Los imperiales, en orden,
pero contenidos por el refuerzo que ha llegado a salvar a López,
ponen alguna distancia. Aveiro se acerca a López: "Sígame señor".
Lo conduce por una picada que se interna en el bosque, mientras
Ibarra y los demás contienen a los invasores. Los brasileños lo
sigue: "E o López, é o López" (Es López, es López), y la soldadesca
se aprieta en su persecución porque la cabeza del Presiente está
premiada con cien libras esterlinas, y todos quieren ganarlas. También
el general Cámara endereza su caballo tras el Mariscal; no busca
el premio en metálico, pero quiere cobrar la pieza, grande, dar
el jaque mate definitivo.
Infante paraguayo de la batalla de
Tuyutí
Abriendo sendas por la picada, los paraguayos llegan hasta el arroyo,
el Aquidabán-niguí. López, agotado y desangrado, cae de su cabalgadura.
Apenas puede tenerse en pie, y Aveiro e Ibarra lo ayuda a cruzar
la zanja; quiere subirlo por la barranca opuesta pero el peso del
Presidente se lo impide: "Déjenme", les dice López en guaraní; pero
no quieren abandonarlo. Les pide que busquen una subida menos escarpada,
dejándolo mientras tanto junto al tronco de una palmera. Llegan
los brasileños: un soldado persigue al cirujano Estigarribia por
el arroyo, y lo atraviesa de un lanzazo. López trata de enderezarse,
pero se desploma cayendo al agua; consigue sentarse y saca su espadín
de oro con la mano derecha tomando la punta con la izquierda. Cámara
se le acerca y le formula la propuesta de rigor: "Ríndase, Mariscal,
le garantizo la vida", López lo mira con ojos serenos y responde
con una frase que entra en la historia: "¡Muero con mi Patria!"
al tiempo de amargarle con el espadín. "Desarmen a ese hombre",
ordena Cámara desde respetable distancia. Ocurre una escena tremenda:
un trompudo servidor de la libertad se arroja sobre el moribundo
eludiendo las estocadas del espadín para soltarle la mano de la
empuñadura; el mariscal, anegada en sangre el agua que los circunda,
medio ahogado, entre los estertores de la muerte, ofrece todavía
resistencia; el cambá lo ase del pelo y lo saca del agua. Ante esa
resistencia, Cámara cambia la orden: "Maten a ese hombre". Un tiro
de Mannlicher atraviesa el corazón del mariscal que queda muerto
de espaldas, con ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura
del espadín. "¡Oh! ¡diavo do López!" ("¡Oh! diablo de López!"),
comenta el soldado dando con el pie en el cadáver.
El
exterminio de los últimos paraguayos es atroz. El general Roa, sorprendido
en el arroyo Tacuaras, había sido intimado. "¡Rendite, paraguayo
danado!" (¡Rendite, paraguayo condenado!); "¡Jamás!", y se deja
degollar. El vicepresidente Sánchez, moribundo en su coche, es amenazado.
"¡Ríndase, fio da put...!" ("¡Ríndase, hijo de ...!"); el viejo
octogenario abre los ojos asombrado; "¿Rendirme yo, yo?", y descarga
su débil bastón sobre el insolente: un tiro de pistola lo deja muerto.
Panchito acompaña a su madre y sus hermanos pequeños que han conseguido
refugiarse en su coche; hace guardia junto a la puerta. Llegan los
brasileños y preguntan si esa mujer es "la querida de López, y esos
niños, "sus bastardos"; Panchito arremete contra los canallas, que
sujetan al niño: "¡Ríndete!" "¡Un coronel paraguayo no se rinde!".
Lo matan.
Elisa Lynch cubre el cuerpo de su hijo. Algún desmandado quiere
propasarse, y la mujer le impone. "¡Cuidado, soy inglesa!" La deja
en libertad. Elisa buscará esa noche el cuerpo de Francisco López
Solano para enterrarlo junto al de Panchito en una tumba cavada
por sus propias manas. El cadáver del mariscal está desnudo, porque
la soldadesca lo ha despojado (el reloj de oro que llevaba esa tarde
fue mandado como trofeo a la Argentina). Elisa encuentra una sabana
de algodón y amortaja los cuerpos queridos.
Entre el estrépito de triunfo de los vencedores que festejaban su
definitiva victoria, Elisa reza su sencilla oración despidiendo
a su compañero y su hijo. La noche se ha puesto sobre las tremendas
escenas de la tarde, y un farol mortecino, llevado por un niño de
nueve años, es la única luz que alumbra el sepelio del gran Mariscal.
La guerra del Paraguay ha terminado.
Fuente: José María Rosa, "Cerro-Corá", en La guerra del Paraguay
y las montoneras argentinas, Biblioteca argentina de historia y
política, Hispamérica, 1985, pp.257-263.