La
masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973 cierra un ciclo de la historia
argentina y prefigura los años por venir. Este libro de Horacio Verbitsky
penetra en el mayor tabú politico de una época, con un importante aporte.
Horacio Verbitsky nació en Buenos Aires en 1942. En su larga e intensa
carrera periodística trabajó en los diarios Noticias Gráficas (1960), El
Siglo (1963), El Mundo (1964), La Opinión (1971), Clarín (1972), Noticias
(1973) y Página/12 (desde 1987); y en las revistas Tiempo de Cine (1962),
Rebelión (1964), Confirmado (1965), Semanario CGT (1968), Cuadernos del
Tercer Mundo (1973), Paz y Justicia (1982), Humor (1983), El Periodista
(1984) y Entre Todos (1985). En los últimos años sus notas dominicales en
Página/12 se han convertido en el material informativo más candente de la
semana política. Ha publicado entre otros libros: Prensa y poder en el Perú
(1974), La última batalla de la Tercera Guerra Mundial (1984), Ezeiza
(1985), La posguerra sucia (1985), Rodolfo Walsh y la prensa clandestina
(1986), Civiles y Militares (1987), Medio siglo de proclamas militares
(1987), La educación presidencial (1990).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la
Argentina - I.S.B.N.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 5 PRIMERA PARTE LOS PREPARATIVOS 8 La
botella de champagne 8 López & Martínez 11 El plan policial 14 Un
torturador 15 El brigadier discreto 18 José 20 El ministerio del
pueblo 22 Un general golpista 25 Los fierros 28 Ciro y Norma 34
El Automóvil Club 37 Los
comparsas 39 SEGUNDA PARTE LOS HECHOS 42 El Hogar Escuela 42 El
Palco 44 Iñíguez se va a la guerra 48 El agresor agredido 51 Alto
el fuego 53 El micrófono 54 ¿Peronistas o hijos de puta? 57 La
pista segura 60 Muertos y heridos 63 Osinde vs. Righi 65 Bunge &
Born lo sabía 71 EPÍLOGO PERÓN 74 TERCERA PARTE LOS DOCUMENTOS 76
A la memoria de Pirí Lugones, quien me suministró las cintas grabadas de
las comunicaciones del COR, CIPEC, la SIDE y el Comando Radio-eléctrico de
la Policía Federal, del 20 de junio de 1973. Fue secuestrada el 21 de
diciembre de 1977 de su departamento en Buenos Aires y vista por otros
cautivos en un campo clandestino de concentración. Quienes la conocieron
allí cuentan que enfrentó a sus captores con altivez e ironía a pesar de las
torturas y los golpes. Fue asesinada en un traslado masivo, el 17 de febrero
de 1978.
INTRODUCCIÓN La masacre de Ezeiza cierra un ciclo de la
historia argentina y prefigura los años por venir. Es la gran representación
del peronismo, el estallido de sus contradicciones de treinta años. Es
también uno de los momentos estelares de una tentativa inteligente y osada
para aislar a las organizaciones revolucionarias del conjunto del pueblo,
pulverizar al peronismo por medio de la confusión ideológica y el terror, y
destruir toda forma de organización política de la clase obrera. Ezeiza
contiene en germen el gobierno de Isabel y López Rega, la AAA, el genocidio
ejercido a partir del nuevo golpe militar de 1976, el eje militar-sindical
en que el gran capital confía para el control de la Argentina. El
proyecto instaurado en 1955 mediante la penetración de los monopolios
extranjeros que se apoderaron de los recursos económicos del país,
desnacionalizaron industrias, compraron bancos, asfixiaron regiones enteras,
no pudo consolidarse nunca en un régimen estable.
La clase trabajadora no podía
plegarse, y no se plegó, a ese modelo que suponía la superexplotación, pese
a las intervenciones y las cárceles del 55, los fusilamientos del 56, la
integración del 58, la opción del 63, la dictadura del 66, el GAN del 71. En
su máxima consigna, el regreso de Perón, resumía su decisión de que con él
regresara una política antioligárquica y antiimperialista, mientras los
demás sectores del frente roto en 1955 se alejaban en busca de otras
alternativas políticas.
Esa negativa de los trabajadores es lo que
convirtió al peronismo en el hecho maldito, la porción de nacionalidad
irreductible a la dominación, el soporte de los planes de lucha gremial, las
jornadas insurreccionales, y la guerrilla. Esas instancias desembocaron en
el regreso de Perón en 1972 y el triunfo electoral del 11 de marzo de 1973.
Las fuerzas derrotadas en esos días históricos no estaban sin embargo
destruidas, las clases dominantes no se habían suicidado. Antes que se
extinguieran los ecos de los aplausos y las manifestaciones estaban poniendo
en práctica el más lúcido de sus planes: integrar no ya un peronismo
perseguido con su jefe exiliado y proscripto, sino al peronismo en el
gobierno. Durante quince años Estados Unidos había dedicado recursos y
esfuerzos a la captación de los dirigentes sindicales peronistas, con los
cursos y las becas del Instituto para el Desarrollo del Sindicalismo Libre,
dirigido por la AFL-CIO y financiado por la AID con fondos de la CÍA. Y uno
de sus hombres inició en España la relación directa de la Central de
Inteligencia estadounidense con el entorno peronista, que luego continuaría
en la Argentina. La derecha peronista debía encargarse de impugnar los
designios revolucionarios desde las apariencias de un nuevo frente nacional.
La masacre de Ezeiza es también un escalón fundamental en la aplicación de
crecientes cuotas de terror contra la movilización popular, que desbordaba
todos los esquemas y rompía todas las tentativas de sometimiento. Tres
pronunciamientos históricos guiaron a la clase trabajadora: los de La Falda
en 1957 y de Huerta Grande en 1962, emitidos por plenarios conjuntos de la
CGT y de las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas, y el programa de la CGT
de los Argentinos de 1968. En ellos se expresaron las reivindicaciones de la
base obrera antes que las clases medias volvieran al peronismo, desde la
izquierda revolucionaria, el nacionalismo católico o la mayoría silenciosa.
Incluían la planificación de la economía, la eliminación de los monopolios
mercantiles, el control del comercio internacional y la ampliación y
diversificación de sus mercados. La nacionalización del sistema bancario, el
repudio a la deuda financiera contraída a espaldas del pueblo, la reforma
agraria para que la tierra sea de quien la trabaja, formaban parte de esos
programas que el peronismo enarboló en los años de la adversidad y detrás de
los cuales se encolumnó para conquistar el futuro. Contemplaban la
protección arancelaria de la industria nacional, la consolidación de una
industria pesada, la integración de las economías regionales, la
nacionalización de los sectores básicos de la economía (siderurgia,
petróleo, electricidad, frigoríficos), una política exterior independiente y
de solidaridad con los pueblos oprimidos.
Ezeiza - Escenas
previas a los disturbios
El 11 de marzo de 1973 el Frente
Justicialista de Liberación sólo había llevado al triunfo un programa mínimo
que no podía dejar de expresar sin embargo los objetivos básicos del
peronismo, las aspiraciones populares que trascendían la formalidad de un
acto electoral y que sólo podían ser satisfechas en el ejercicio real del
poder. Esto implicaba un sueldo digno y un trabajo estable para todos, casa
para los que no tenían casa, hospitales para los enfermos, justicia para los
que nacieron o envejecieron bajo la injusticia. Su instrumento necesario
debía ser un Estado Popular donde participara la clase trabajadora
decisivamente a partir de las estructuras que se había dado, y no de
aquellas otras que la dictadura instrumentó para esterilizar sus luchas.
Aparatos burocráticos, logias reaccionarias, asociados con banqueros y
generales no podían estructurar ese Estado, porque sus intereses se oponían
a los del pueblo. Las más claras exigencias históricas del peronismo se
daban en la relación del Estado Popular con las Fuerzas Armadas, porque de
tales relaciones dependía la existencia misma de semejante Estado. Un
Ejército que hasta el 25 de mayo había combatido en el frente interno contra
su pueblo, una Marina que nueve meses antes había ejecutado y justificado
una masacre imperdonable, sólo hubiera podido ser una apoyatura real del
gobierno peronista si se hubiera producido una profunda renovación en sus
cuadros y su doctrina y el acceso generalizado a posiciones de mando de
oficiales identificados con los objetivos de la Nación y subordinados a la
voluntad del pueblo. No eran suficientes Carcagno y Cesio, aislados en la
punta de una pirámide hostil. Estas eran las expectativas populares, pero
había muchos equívocos que en Ezeiza se disiparían brutalmente. Dentro de la
concepción de Comunidad Organizada, que Perón expuso por primera vez en un
congreso de filosofía en la década del 40, la clase trabajadora necesita
organización gremial pero no política, para actuar como factor de presión
dentro de un sistema donde la decisión reside en el Estado arbitro. Por lo
tanto no hay lugar en ella para la organización de la clase obrera como un
poder en sí, que a través del control del Estado conquiste el poder total y
lo ejerza, como se deducía de la práctica de los sectores más dinámicos del
Movimiento, el sindicalismo combativo, la CGTA, la Juventud, y de la
teorización de las organizaciones armadas peronistas. De estos sectores
provinieron a partir de 1968 las acciones que forzaron a la dictadura a
concebir una salida electoral que incluyera por primera vez al peronismo
como una opción aceptable. Lo sucedido en Ezeiza el 20 de junio se resume
así en una frase del discurso pronunciado por Perón la noche del 21: "Somos
lo que dicen las 20 Verdades Justicialistas y nada más que eso". En ellas no
cabía el programa socializante que el peronismo se dio en la oposición,
cuando la soledad de la derrota lo redujo a poco más que su componente
obrero. La proximidad del poder a partir del derrumbe de Onganía en 1970
volvió a ampliar el espectro representativo y generó contradicciones
internas que deflagraron a partir del 25 de mayo con el regreso al gobierno,
y dispersaron a las fuerzas contenidas, a partir del 20 de junio. El
hombre viejo y enfermo que descendió en la base militar de Morón no podía
salvar ese abismo, conciliar las tendencias antagónicas que se mataban en su
nombre. Intentó repetir su experiencia anterior sin advertir que el frente
de 1946 había respondido a una coyuntura que no existía en 1973, y avaló a
la derecha del Movimiento, lanzada en son de guerra contra quienes pedían
coherencia desde el gobierno con los objetivos de transformación social
profunda por los que se había peleado. La izquierda peronista cometió
errores que la condujeron indefensa al desfiladero del 20 de junio. Ignoraba
que eran tan peronistas las posiciones de sus adversarios internos como las
propias y planteó la pugna en términos de lealtad a un hombre cuyas ideas no
conocía a fondo. No se detuvo a consolidar los avances conseguidos entre
1968 y 1973 ni a estudiar las reglas del juego de la nueva etapa. Imaginó
que su mayor capacidad de movilización y organización de masas bastaría para
inclinar la balanza en su favor frente a la dirigencia sindical burocrática.
Creyó que sería posible compartir la conducción con Perón en cuanto éste
reparara en su poder. Se acostumbró a interpretar la realidad política en
términos de estrategia militar, pero no previo que se recurriría a las armas
para frenar su marcha impetuosa. Fue a un tiempo prepotente e ingenua.
Masacre de Ezeiza - Informe TV de época
Los militares del Gran Acuerdo
Nacional exhibieron mayor sabiduría política. No participaron directamente
en la masacre, pero crearon las condiciones para su producción, apañaron sus
preparativos y encubrieron a los responsables, para que les desbrozaran el
terreno de los obstáculos que ellos no podían remover. En torno de la
masacre de Ezeiza y de sus consecuencias comenzó a manifestarse la alianza
entre la derecha peronista y la derecha no peronista, que tan clara se hizo
durante el gobierno militar 1976-1983 y en los comienzos de la restauración
constitucional. El Rucci que en 1973 reúne y arma a todos esos sectores
es precursor del Herminio Iglesias de la década siguiente. El mismo Julio
Antún que en 1974 acompañó al coronel Navarro en el botonazo, recibirá la
adhesión del general Camps en un acto peronista de 1985. El C de O y la CNU
que Osinde puso sobre el palco de Ezeiza dieron sus hombres a los servicios
militares de informaciones para el control de campos de concentración en la
segunda mitad de la década del setenta, y para la intervención en
Centroamérica decidida por la dictadura al empezar la del ochenta. Al
peronista-reaccionario Osinde corresponde con simetría el
reaccionario-peronista Acdel Vilas. Por eso su estudio nos habla tanto del
pasado como del presente, en el que el C de O sigue idolatrando al comisario
Villar y los diputados del minibloque peronista exaltan a Galtieri. A
pesar de los años transcurridos no se ha publicado ninguna investigación
sobre la masacre de Ezeiza, que ha llegado a convertirse en nuestro mayor
tabú político. La interpretación que en forma difusa se ha ido imponiendo es
la de dos extremos irracionales que se masacran mutuamente, ante un pueblo
ajeno a ambos que sólo quería asistir a una fiesta. La investigación que
empecé la misma noche del 20 de junio, interrumpida y reiniciada varias
veces en esta década, consultando documentos oficiales, recogiendo
testimonios de los dos bandos, cotejándolos con fuentes públicas y con los
materiales de los servicios de informaciones a los que pude acceder, no
demuestra esa hipótesis. En este libro me propongo establecer: • que
la masacre fue premeditada para desplazar a Cámpora y copar el poder. •
que mientras unos montaron un operativo de guerra con miles de armas largas
y automáticas, los otros marcharon con los palos de sus carteles, algunas
cadenas, unos pocos revólveres y una sola ametralladora que no utilizaron.
• que el grueso de las víctimas se originó en este segundo grupo. • que
el número de muertos fue muy inferior al de las leyendas que aún circulan.
• que los tiroteos más prolongados se entablaron por error entre grupos del
mismo bando, ubicados en el palco y el Hogar Escuela, y que tomaron a la
columna agredida entre dos fuegos. • que los tiradores ubicados sobre
tarimas en los árboles también respondían a la seguridad del acto. • que
no hubo combate sino suplicio de indefensos. • es decir, que los
masacradores lograron su propósito.
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PRIMERA PARTE
LOS PREPARATIVOS La botella
de champagne
El 25 de mayo más de un millón
de personas despidieron a gritos al último presidente del gobierno militar.
Los carteles de los sindicatos, que las grúas municipales colgaron en la
Plaza de Mayo, quedaron en minoría ante las banderas y estandartes del otro
sector que le disputaba el predominio: la Juventud Peronista, y las
guerrillas que ese día anunciaron la fusión de FAR con Montoneros. La
multitud impidió que el Secretario de Estado norteamericano William Rogers,
y el presidente del Uruguay Juan María Bordaberry pudieran llegar a la Casa
de Gobierno, donde prestaba juramento Héctor Cámpora: pintó con aerosol los
uniformes militares, ocupó el sitio en el que debían desfilar, y amenazó con
un descontrol proporcional al rígido orden que el gobierno saliente había
procurado imponer hasta su último día.
Masacre de Ezeiza
(20 de junio de 1973)
Cinco mil activistas de la JP
provistos con brazaletes de tela tomaron la situación a su cargo,
establecieron pautas para la circulación y áreas que debían ser respetadas.
La jornada transcurrió con agitación pero sin incidentes graves. Fue el
primero de una serie de días vertiginosos, en los que centenares de miles de
personas se echaron a las calles. Rodeando la cárcel hasta que Cámpora
firmara el indulto para los presos políticos, o en columnas de a miles, con
sus banderas al aire, aparecían en una esquina cualquiera, daban sus vivas y
continuaban hacia un destino impreciso. Se estaba incubando un
cataclismo. Descolocado en la campaña electoral y en los albores del
nuevo gobierno, el sector sindical lanzó su contraofensiva una semana
después, con un par de solicitadas contra el "trotskysmo" y la "patria
socialista", como eligió caracterizar a sus oponentes desde entonces.
Centenares de reparticiones públicas fueron ocupadas a partir de allí por
los dos bandos. La Juventud Peronista había promovido esa especie de
revolución cultural para expulsar de sus cargos a funcionarios comprometidos
con los gobiernos militares. La rama sindical replicó con las ocupaciones
preventivas, "antes que lleguen los trotskystas". El 9 de junio, al
cumplirse 17 años de los fusilamientos de 1956, las dos facciones se
encontraron. La muerte de un dirigente gremial añadió fatalidad y encono a
la contienda. Ante la marea de ocupaciones que fue paralizando al país,
el gobierno de Cámpora no supo qué hacer, y nadie escuchó al Secretario
General peronista Juan M. Abal Medina cuando exhortó a detenerlas, ya
demasiado tarde. El ministro del Interior declaró que cuando se acumula
presión en una botella de champagne durante años, es suficiente quitar el
corcho para que se derrame la espuma. Esteban Righi no disponía de buena
información sobre el origen y el propósito de cada una de las ocupaciones, a
las que se refería en conjunto e indiscriminadamente. En uno de sus
primeros actos de gobierno, Righi había pronunciado un acre mensaje ante la
plana mayor de la Policía Federal, a la que compadeció por el rol de brazo
armado de un régimen injusto que había desempeñado en los últimos años. En
su bien inspirado discurso vibraban los mejores sentimientos de libertad,
justicia y dignidad humana con los cuales el peronismo había enfrentado a
las dictaduras militares y a los gobiernos civiles ilegítimos durante casi
dos décadas. Righi fustigó a los policías torturadores y anunció que ningún
abuso sería consentido. Pasadas 48 horas sin que se iniciaran las
esperadas medidas de depuración, los policías señalados pasaron de la
desolación a la resistencia. Pocos días después de su discurso, Righi se
veía envuelto en una polémica con organismos fantasmas de oficiales de las
policías Federal y provincial de Buenos Aires, que lo atacaban con
comunicados en los diarios y voceaban supuestos malestares en la tropa.
Privado de la colaboración de la única fuerza armada que dependía de su
ministerio, Righi vivió casi a ciegas el proceso que en un mes condujo a las
crisis y declinación del gobierno que integraba. La espuma de champagne se
convirtió en lava de un volcán.
Ni yanquis ni marxistas
Revista El
Descamisado Nº 5, 19 de junio 1973. Clic para descargar
Revista El
Descamisado Nº 6, 26 de juno 1973, Clic para descargar.
El 2 de junio La Nación
editorializó sobre la "crisis inevitable entre el terrorismo de izquierda y
las estructuras clásicas del peronismo". El mismo día, las 62 Organizaciones
declararon que se planteaba "en términos dramáticos la crisis del peronismo
clásico con las organizaciones subversivas". Casi las mismas palabras. El
3, durante un asado servido en un campo de recreo del SMATA en Cañuelas, el
delegado cubano al congreso de la CGT, Agapito Figueroa, pidió algo muy
común en su tierra: un brindis por el Che Guevara. Fue interrumpido por
gritos hostiles de "ni yanquis ni marxistas", que medían el clima de
confrontación imperante, y Rucci dijo que "estamos en lucha con los
imperialismos de derecha y de izquierda". El diario de las empresas
extranjeras señaló que el gobierno contaba con "información interna
proveniente de los años transcurridos en la oculta oposición al gobierno
anterior, que hará que no sea difícil infiltrarse en las organizaciones
terroristas que continúan operando"1. El diario de los sindicatos afirmó que
"quienes no somos ni liberales ni marxistas sostenemos una vez más que el
peronismo es nacional y no debe tolerar extorsiones de quienes son sin duda
sus enemigos"2. Las tomas impulsadas por la derecha peronista procuraban
mejorar sus posiciones en cargos públicos frente al otro sector. Pero junto
con los cementerios, las dependencias administrativas, los colegios, las
fábricas, las universidades, las cooperativas, las colonias turísticas, los
organismos científicos, los clubes, un reducido número de ocupaciones
obedecía al propósito de asegurarse el control de todo tipo de
comunicaciones. En el Ministerio de Obras y Servicios Públicos fue
expulsado a empujones el subsecretario Horacio Zubiri, y los ocupantes
ofrecieron como reemplazante a Belisario Canino, compañero del capitán
Chavarri en la Agrupación 20 de noviembre. Los representantes de los
sindicatos AATRA y FOECYT que tomaron la Secretaría de Comunicaciones
notificaron que los respaldaba el secretario general de la CGT José Rucci,
de lo cual dio fe el diputado nacional Carlos Gallo, un ex dirigente
telefónico separado de su gremio y convertido en asesor político de la UOM.
Las radios fueron uno de los objetivos predilectos. En Córdoba la Juventud
Sindical y el Centro de Acción y Adoctrinamiento adujeron la "infiltración
marxista" para tomar LV3 y LW1. La Alianza Libertadora ocupó el canal 8 y
las 62 Organizaciones LRA 7 y el edificio central de Correos, siempre contra
"los infiltrados". En la Capital Federal una agrupación creada por el
fotógrafo Manuel Damiano, quien había dirigido el Sindicato de Prensa antes
de 1955, tomó LS6, LR2 y LR3, con diez filiales en el interior. En Rosario
la UOM, la UOCRA y la Alianza Restauradora se apoderaron de LT2, LT3 y LT6 y
prohibieron la difusión de discos de Horacio Guarany, Osvaldo Pugliese y
Mercedes Sosa. En Olavarría, las 62 Organizaciones controlaron LU32. En
Bahía Blanca, LU7. Los ocupantes del canal 7 de televisión, en la Capital
Federal, ordenaron en nombre del teniente coronel Jorge Osinde y de Rucci
que sólo debían verse en la transmisión los carteles de los sindicatos y que
no se realizarían encuadres del presidente Cámpora. Entre quienes probaron
sobre el responsable de la emisora, Rene Aure, la persuasión de un caño
empavonado estaba el comandante de Gendarmería Corres, padre de uno de los
asesinos en 1971 de la estudiante marplatense Silvia Filler. Leonardo Favio
recibió instrucciones de no nombrar a otra mujer que Isabel Perón.
1.
The Buenos Aires Herald, 6 de junio de 1973. 2. Mayoría, 9 de junio de
1973 El Comandante Corres y la Alianza Libertadora habían establecido su
cuartel en el Teatro Municipal San Martín, que dependía del intendente
interino Leopoldo Frenkel, amigo de Osinde y fundador del Comando de
Planificación. En el mismo teatro realizó su congreso la hasta entonces
desconocida Agrupación de Trabajadores de Prensa de Manuel Damiano. Su
invitado de honor fue alguien cuya vinculación con la prensa se limitaba a
la lectura del diario, y de quien nos ocuparemos más adelante: el general
Miguel Ángel Iñíguez. Y un denominado Comando Militar de esa agrupación
de supuestos periodistas se apoderó de Ferrocarriles Argentinos con ayuda
del agente de la Inteligencia ferroviaria Fernando Francisco Manes.
Integraban el comando los hermanos Juan Domingo, Raúl y Vicente López, José
Arturo Sangiao, Eugenio Sarrabayrouse y Edmundo Orieta, los mismos que
habían copado las tres radios en la Capital Federal. Luego de ocupar los
ferrocarriles echaron al director designado por el gobierno y propusieron en
su reemplazo al general Raúl Tanco, viejo amigo de Iñíguez. La agencia
oficial de noticias Telam no hizo falta ocuparla, porque sus directivos eran
Jorge Napp y el teniente coronel Jorge Obón, dos integrantes del COR del
general Iñíguez. Lo único que faltaba era una central de comunicaciones
moderna con puestos móviles. La proveerá el Automóvil Club, como ya veremos.
Obras Públicas, Comunicaciones, radios y televisoras, unidades rodantes con
central radial, ferrocarriles. Todo marcha como debe.
López &
Martínez
El
mejor de todos
Por
Diego Martínez
Trabajé para Horacio casi diez años. Pese a su nula vocación
pedagógica, fue la mejor escuela de periodismo que conocí. Me
han preguntado con tono de misterio por sus métodos y “equipos”.
Cafetera express, sí. Mate y termo de vez en cuando. Asistente
para tareas menores, trabajos de hormiga, filtro de pesados.
Buenos amigos, por supuesto.
El método puede ser
frustrante. Trabajar hasta el cansancio. Leer todo. Desmenuzar
la letra chica. Procesar la información. Barrer la hojarasca.
Guardar la esencia, el color mínimo. Fichar datos duros.
Alimentar el archivo cada día. No depender de buscadores.
Profundizar con los mejores (nulo trato con periodistas).
Estudiar a fondo. Publicar la punta del iceberg. Pulir el texto
en patas, con Coltrane o Ellington. Mechar guiños para mostrar
que lo arduo no quita lo placentero.
Maestro de selección
de blancos, sabe estar siempre en el lugar indicado. ANCLA y el
primer informe de la ESMA durante el terrorismo de Estado.
Ezeiza para recordar cómo empezó todo. Las crónicas del juicio a
los ex comandantes (joya que nunca se editó como libro) para
hacer oír a las víctimas. Civiles y Militares para entender la
degradación de Alfonsín. Robo para la Corona y Hacer la Corte
para desnudar al menenemato. Pernías, Rolón y los vuelos del
capitán Scilingo para quebrar la impunidad. Las miserias del
cardenal para ahorrarnos la desgracia de un papa argentino. Y
cuando el kirchnerismo permitió algo de relajamiento, cayó en
desgracia la santa madre: procesó los archivos de la Conferencia
Episcopal y dejó una obra de consulta obligada por el resto de
los días.
Perro raro, con sesenta largos escribe cada año
más que el anterior. Impone agenda. Fabrica trincheras. Ladra,
muerde y no larga a los salvajes, gruñe y muestra los dientes
para disuadir a enemigos menores. Cierra la puerta, sonríe y
guiña el ojo. Sin dudas, el mejor de todos.
28/12/10
Página|12
En 1955 él cantaba boleros. Ella
tocaba el piano y bailaba. José López tenía 39 años, María Martínez 24. Se
verían por primera vez sólo once años más tarde. Juan D. Perón, de 59,
comenzaba su largo exilio. Pasó unos meses en Paraguay y siguió hasta
Panamá. Allí conoció a Martínez, quien abandonó su compañía en gira y se
quedó con él como secretaria. Después se casaron, en España. Antes de ese
encuentro sólo hay anodinos recuerdos de provincia: su nacimiento en La
Rioja, hija de un alto funcionario de un banco oficial, sus buenas
calificaciones en la escuela primaria, sus estudios de música, teatro y
danzas. Perón recién recurrió a ella para una misión política al cabo de
diez años, porque Augusto Vandor le discutía la conducción del peronismo y
no confiaba en nadie para enfrentarlo. En 1966 la envió a la Argentina para
representarlo en la campaña electoral por la gobernación de Mendoza. Con
una carpeta de recortes y una vieja fotografía que lo mostraba de uniforme
trepado al auto descubierto de Perón, López se ofreció para integrar la
custodia de Martínez. Su biografía no era menos desvaída. Hijo de un
inmigrante español, jugó al fútbol, cantó en los bailes de un club del
barrio de Saavedra, trabajó como peón en una fábrica textil, fue cabo de la
policía, militó en un comité radical, se casó, tuvo una hija. Los dos
habían seguido parecidas líneas de fuga hacia regiones fantásticas, ella en
un templo espiritista de Mataderos, él por medio de la magia blanca de
Umbanda y la logia Anael. Cuando Martínez concluyó su misión en Mendoza y
Buenos Aires, López la siguió a España, donde las afinidades ocultistas le
franquearon el acceso a la residencia de los Perón. A fines de 1966 ya
trabajaba como asistente en Puerta de Hierro. Perón había tenido un
contacto previo con el jefe de la logia Anael, el brasileño Menotti
Carnicelli, y con su representante argentino el martillero Héctor Caviglia,
quienes en 1950 le recabaron su apoyo para reponer en el gobierno a Getulio
Vargas. Según Anael, Perón y Vargas debían realizar "la unión de las
repúblicas de América para el dominio del mundo civilizado". Hitler y
Mussolini habían venido a la tierra para "abrir camino a Perón y Getulio".
Cuando Estados Unidos se desmoronara, la alianza de la Argentina y Brasil
afirmaría en el tercer milenio una nueva humanidad. La logia identificaba
sus esquemas racistas con la emergencia política del Tercer Mundo. Asia,
África y América eran los continentes sobre los que se fundaría el nuevo
orden mundial. Formaban un triángulo y una sigla, de valor cabalístico: AAA.
Washington no se desplomó, Vargas se pegó un tiro en el palacio Catete en
1954, y Perón se desentendió de la logia esotérica que quería crear una
iglesia nacional argentina, independiente de Roma3.
El sótano
milenario
Al llegar a Madrid en 1966, López se ofreció a prolongar la vida de
Perón. En una carta enviada a sus compañeros de Anael el 15 de julio
escribió que "estamos en los albores de un nuevo ciclo de la humanidad, se
está produciendo el balance final, y el barco carga aquello que está pronto
a zarpar. Hubo 2.000 años para prepararse. Yo veo a la distancia y tengo la
enorme responsabilidad de controlar la pureza del embarque. "Isabelita ha
demostrado una vez más ser una gran mujer. Ha hablado tanto de nosotros al
general y a los periodistas, que soy una especie de bicho raro.
3.
Cartas de Caviglia y Anael a Perón se reproducen en la sección documental de
este libro. "Hablé con el general de las publicaciones que pensamos
editar para hacer la biblioteca peronista y me apoya plenamente. La señora
percibirá el 50 % de las ganancias como socia nuestra. Como podrán notar
tenemos la exclusividad de todo a través de Isabelita, quien con ese dinero
no tendrá que depender de nadie. "Las jerarquías del sótano milenario y
las momias faraónicas están en plena actividad, luchando contra este pobre
vigilante, contra esa niña flaca y rubia. La batalla es definitiva, y así se
lo manifesté claramente al jefe. Le dije, entre otras cosas, que mi viaje no
fue para acompañar a Isabel ni para descansar en su mansión. Vengo en busca
de una "definición y no me iré sin ella. Me pidió tiempo de vida para dejar
el movimiento en manos institucionalizadas y retirarse como filósofo
patriarca de América4 ". López fue primero custodio de Martínez, después
su consejero, astrólogo y confesor, finalmente su exclusivo guía espiritual.
Por la mañana trabajaba en una oficina de la Gran Vía en sus libros de
astrología. Por la tarde en la quinta 17 de octubre, supervisando el
funcionamiento de la casa, las compras, las reparaciones. En su
"Astrología esotérica", de 1970, escribió que a Perón le correspondía el
acorde musical La, Si, Mi 2, que su destino obedecía a los perfumes
zodiacales de la rosa y el clavel salmón, a cinco partes de color celeste y
cinco partes de gris, a las alteraciones de la vejiga, a los uréteres, el
sistema vasomotor y la piel. Al año siguiente ya llevaba el archivo de Perón
y pasaba en limpio su correspondencia. Comenzó a tutear a los visitantes e
inmiscuirse en las conversaciones de Perón con los jefes políticos y
sindicales que lo visitaban. A su alrededor fue creciendo un discreto polo
de poder en el peronismo, vía ideal para llegar con informes o dinero a la
Puerta de Hierro para quienes no estaban en buenos tratos con los conductos
formales. "Yo soy el pararrayos que detiene todos los males enviados contra
esta casa. Cada vez soy menos López Rega y cada vez soy más la salud del
general" dijo un día de l9725. Los comerciantes argentinos Héctor
Villalón y Jorge Antonio, quienes durante una década habían constituido la
corte de Perón en Madrid, se quejaban ante cada visitante de los crecientes
poderes de la sociedad López & Martínez, que les había clausurado la entrada
a la residencia y filtraban las cartas y entrevistas de Perón. Villalón
sabía que el único medio de comunicarse con Perón era el télex de la Puerta
de Hierro, porque el ex presidente controlaba diariamente que no hubiera
cortes en el rollo de la copia carbónica que quedaba en la máquina, atendida
por el asistente de López Rega, José Miguel Vanni. Había nacido el entorno.
El guitarrista malo de Gardel
Dos semanas antes que López escribiera su carta a la logia, el general Juan
C. Onganía había iniciado su Revolución Argentina. Intervino sindicatos,
anuló leyes laborales, desnacionalizó bancos e industrias, intentó sin éxito
extraer recursos del agro para modernizar el aparato productivo, reorganizó
el Ejército que se volcó sobre el frente interno según la Doctrina de la
Seguridad Nacional, y le subordinó las fuerzas policiales para controlar las
fronteras ideológicas. Onganía y sus dos sucesores castrenses, Roberto
Levingston y Alejandro Lanusse, enfrentaron huelgas, movilizaciones,
ocupaciones de fábricas, insurrecciones urbanas que llegaron a paralizar
capitales provinciales, como el cordobazo de 1969 o el rosariazo de 1970, el
surgimiento de las guerrillas rurales y urbanas, peronistas y marxistas, un
proceso electoral en 1971 y 1972, y por último los comicios de marzo de
1973.
4. Revista Somos, octubre de 1976. 5. La Opinión, 22 de
julio de 1975. Artículo de Tomas Eloy Martínez. En 1972 al salir de una
reunión con Perón dos dirigentes de la Juventud Peronista fueron invitados
por López a tomar un trago en el Hotel Monte Real, a pocas cuadras de la
residencia. "Gardel tenía dos guitarristas, uno muy bueno y el otro muy
malo", comenzó, para asombro de sus interlocutores. "El bueno se separó
de Gardel y se dedicó a dar conciertos. No le fue mal, pero pronto lo
olvidaron. El malo, en cambio, se quedó con Gardel hasta el final,
sobrevivió al accidente y también se dedicó a dar conciertos. Recorrió todo
el país presentándose como el último guitarrista que tuvo Gardel, y los
teatros se llenaban aunque tocara mal", siguió. Sus acompañantes se
acomodaron en la barra y cambiaron una fugaz mirada. López prosiguió: "Lo
mismo pasa con el general. En el peronismo hay muchos guitarristas buenos,
pero nadie se acuerda de ellos. En cambio, la señora y yo somos el
guitarrista malo de Gardel". Insinuación o advertencia, la parábola fue
festejada con un brindis, y pronto olvidada.6 Otra vez, a instancias de
Perón, López expuso una de sus teorías. Debido a las culpas de la
oligarquía, un río de sangre seca circulaba bajo el subsuelo de la
Argentina. Luego, a solas con los visitantes, añadió que después de tomar el
gobierno el peronismo necesitaría una milicia armada para reprimir a sus
enemigos, e insistió en el importante futuro reservado a la esposa de
Perón.7 Por entonces nadie los tomaba en serio. Cuando López hablaba,
Perón sonreía.
El hombre de la Compañía
El embajador
estadounidense en España escuchó con mayor atención al mayordomo
escatológico. Robert Hill era accionista de la United Fruit y funcionario de
la Central de Inteligencia de su país, y en 1954 había estado relacionado
con la invasión a Guatemala y el derrocamiento del coronel Jacobo Arbenz.
Fue el nombre designado por la CÍA para penetrar la intimidad de Perón.
Además de López, Hill tenía contacto con Milosz Bogetic, un ex coronel
croata ustachi, prófugo al terminar la Segunda Guerra Mundial, refugiado
primero en la Argentina y luego colaborador del dictador dominicano Rafael
Trujillo. En 1973, cuando López se instaló cerca del poder en Buenos
Aires, el Departamento de Estado trasladó a Hill de España a la Argentina
para continuar la relación. Una de sus primeras actividades fue la firma de
un convenio con López para la represión del tráfico de drogas, cobertura que
la CÍA comenzaba a utilizar por entonces. López reveló ante la prensa lo
que debería haber guardado en reserva. En su discurso dijo que el combate
contra las drogas formaba parte de un plan político, de lucha contra la
subversión. Hill asintió en incómodo silencio. Con asistencia técnica y
financiera de Estados Unidos comenzaba a organizarse la AAA, reedición del
Plan Phoenix, aplicado en Vietnam para suprimir a 10.000 opositores. Su
ensayo general se había escenificado pocos meses antes, el 20 de junio, en
Ezeiza.
6. Testimonio de uno de los protagonistas, recogido por el
autor en Lima en 1975. 7. ídem.
El plan policial
Al
anunciarse el regreso de Perón la Policía Federal elaboró un detallado plan
con cuatro objetivos: ordenar el tránsito de personas en el acto de
recepción, asegurar la circulación y estacionamiento de vehículos, brindar
seguridad al público y prevenir incendios o emergencias sanitarias. Esta
sensata programación, contenida en un expediente de 21 carillas, incluía
relevamientos planimétricos y aerofotogramétricos, y contemplaba
alternativas por si el acto debía suspenderse debido a condiciones
meteorológicas o imprevistos que pusieran en peligro a la concurrencia o a
las autoridades. Las medidas de prevención y las áreas de responsabilidad
sugeridas por la Policía Federal a lo largo de la Avenida General Paz, el
Camino de Cintura y la autopista Ricchieri; la disposición de efectivos de
Tránsito, Policía Montada, Guardia de Infantería, Bomberos, Orden Urbano,
Seguridad Metropolitana, Seguridad Federal, Comunicaciones, Investigaciones
Criminales y Personal Técnico; las previsiones para alojar a eventuales
detenidos y heridos; las formas de colaboración con Gendarmería,
Municipalidad de Buenos Aires, Policía de la provincia de Buenos Aires y
Fuerza Aérea, eran minuciosas y razonables. Carece de interés
transcribirlas, por su carácter técnico, y porque no fueron esas las
providencias desoidas que permitieron el desastre. En cambio resultan
esenciales las sugerencias que la Policía Federal formuló para el palco y
que debían coordinarse con el Comité de Recepción. El informe proponía
utilizar las columnas de iluminación que bordean el puente para cerrar el
contorno del palco con un vallado hexagonal de 50 metros de radio. En su
lado norte habría una sola abertura móvil, sobre camino asfáltico, para el
descenso del helicóptero presidencial, a sólo 30 metros del estrado. La
parte interna del vallado sería controlada por 1.200 policías
especializados. Los técnicos policiales vaticinaban que el público
presionaría sobre la primera línea delante y detrás del palco y aconsejaban
construir otro vallado externo al primero, siguiendo las cuatro hojas
circulares que en forma de trébol circundan al puente. Entre ambos vallados
quedaría un corredor libre de unos 50 metros, por el que podrían desplazarse
periodistas, fotógrafos y camarógrafos. El punto más significativo del
proyecto policial recomendaba que este vallado externo, que estaría en
contacto directo con el público, fuera controlado por personas identificadas
con brazaletes y designadas por el Comité de Recepción. De este modo, los
planificadores policiales preveían las aglomeraciones a ambos lados del
palco, y sin empecinarse en una imposible prohibición de acercarse desde el
aeropuerto, adoptaban precauciones para impedir desbordes. Estos recaudos
debían estar a cargo de militantes políticos en la primera línea, y de
personal policial en la segunda. Sin armas los primeros, cuya tarea era la
persuasión. Preparados para actuar sólo en caso de extrema necesidad los
segundos. Este sencillo esquema no se compadecía con las atribuciones
políticas que el comité encargado de los aspectos técnicos de la seguridad
pretendía arrogarse. Así, el acceso por detrás del palco fue prohibido a los
manifestantes, y los policías profesionales suplantados por militares
retirados y activistas sindicales armados. Su misión no era garantizar la
seguridad del acto, sino el predominio en las posiciones de avanzada de los
contingentes de sus organizaciones. Si no lo lograban, correría bala.
Un torturador
"Luego de manifestarle que tuviera entendido que
desde ese momento la vida del dicente no tenía ningún valor, le aplicó un
golpe sobre el lado izquierdo de la cara, fracturándole el segundo premolar
del maxilar superior, luego lo empujó obligándolo a sentar en un sillón y
colocándole la punta del pie derecho bajo el cuerpo, le indicó que
declarara"8. En 1946 había terminado su curso de Inteligencia, y fue
designado jefe de Contraespionaje del Servicio Secreto del Comando en Jefe
del Ejército. Se desvelaba por estafadores rumanos, agentes soviéticos y
norteamericanos, redes alemanas de información. Pronto se ocuparía
también de argentinos. Primero organizó la Dirección de Coordinación de la
Policía Federal y luego extendió su poder a los demás aparatos de
informaciones del país. Desde Control de Estado manejaba simultáneamente los
servicios militares y policiales. En 1951 arrestó a un coronel y dos
capitanes sublevados con el general Benjamín Menéndez: Rodolfo Larcher,
Julio Alsogaray y Alejandro Lanusse, tres futuros comandantes en jefe.
Democráticamente brindó a los tres militares el mismo tratamiento que el
civil Rafael Douek describe en el comienzo de este capítulo.
Bombas
en la Plaza
El 1o de mayo de 1953 estallaron varias bombas entre la
gente reunida frente a la Casa de Gobierno para escuchar a Perón. Cuando fue
designado al mando de la investigación ya era teniente coronel y tenía 40
años. Los doce detenidos se acusaron unos a otros desde la primera sesión de
picana, pero los castigos prosiguieron durante días. Su objeto no era
arrancarles la confesión sino hacérselas memorizar. En aquella época en que
los derechos individuales estaban mejor protegidos, la declaración
"espontánea" ante la policía carecía de valor legal. Era preciso
compaginar con las doce palinodias un solo cuento, que cada uno debía
repetir en forma convincente ante Su Señoría. El tenía su sistema
mnemotécnico. A Douek lo colocó bajo una lámpara de luz roja frente a una
red, conectada a cuatro conductores eléctricos. Si dos sectores de la red
se rozaban, echaban chispas. "Detrás del dicente, dos personas comentaron
entre sí y con el indudable propósito de intimidar al deponente, que sería
desnudado y se le arrojaría la red encima9. Cuando Alberto González
Dogliotti contestó insatisfactoriamente una de sus preguntas, lo acometió "a
golpes de puño en los oídos" mientras un comisario lo inmovilizaba,
"circunstancia que le produjo una fuerte sordera10. Al ingeniero Roque
Carranza, futuro ministro de los presidentes Illia y Alfonsín, le dijo que
le convenía "confesarse autor de los hechos, a fin de evitar consecuencias
para el declarante, que podría alcanzar a sus familiares, cuya detención iba
a ordenar en ese momento11. Carranza se negó. Lo vendaron, lo desnudaron,
lo sentaron en una silla, le ataron una toalla húmeda al tobillo y lo
picanearon. Después el jefe de los torturadores lo instó a "hacer una
confesión completa. El deponente manifestó entonces que firmaría lo que le
pusieran delante con tal que terminaran los procedimientos y se liberara a
sus familiares". El peronismo pagó por estas aberraciones, cuyo relato
recorrió el mundo realimentando el mito de la dictadura fascista que durante
la gestión del ex embajador Spruille Braden había difundido el Departamento
de Estado de Washington.
8. Declaración judicial de Rafael Douek, el
7 de agosto de 1953. En Nudelman, Santiago: Por la moral y la decencia
administrativa, Buenos Aires, 1956. 9. 10. 11. Declaraciones judiciales
de Douek, González Dogliotti y Carranza, en Nudelman, op. cit. Su sádica
violencia era innecesaria para defender a un gobierno cuya fuerza emanaba
del respaldo popular. La de sus camaradas de armas después de 1955 no fue
menos cobarde, pero llenó con pragmatismo de clase una función racional,
como único sustento posible de un poder ilegítimo.
La llovizna y la
tempestad
Después de 1955 se benefició de la indiscriminada persecución contra el
peronismo. Preso en un buque-cárcel pasó a ser uno más entre los miles de
humillados, y cuando Frondizi lo amnistió en 1958, nadie le pidió cuentas
por sus delitos. Comparativamente parecían hechos menores, contradicciones
secundarias, como una llovizna para quien ha padecido una tempestad. En
1964 asumió como delegado militar durante los preparativos del primer
retorno. Para construir algo también puede usarse bosta, decía Perón, y
parecía sabio. Compañero de promoción de los generales Onganía y Rauch,
reconciliado con Lanusse y Alsogaray, socio del secuestrador del cadáver de
Eva Perón, Moori Koenig, importador de mosaicos y mayólicas de lujo junto
con Ciro Ahumada, fue uno de los candidatos de la derecha peronista a la
sucesión de Jorge Paladino como delegado de Perón y candidato presidencial.
Cuando regresó de Madrid a fines de 1971 ungido una vez más como delegado
militar lo esperaban en Ezeiza Norma López Rega de Lastiri, el capitán
Horacio Farmache y Manuel de Anchorena. El hacendado del Movimiento Federal
lo agasajó en la terraza de su piso en Buenos Aires, y brindó por él, "que
será el sucesor de Perón"12. A mediados de 1972 viajó a Madrid con el
encargo de Lanusse de convencer a Perón que aceptara su proscripción como
candidato para las elecciones de 1973. Al mismo tiempo el embajador Rojas
Silveyra le prometió pagarle sus sueldos atrasados, restituirle sus bienes y
asignarle tres mil dólares mensuales. "Me llamó la atención porque la
limosna era grande, y le pregunté qué querían a cambio", cuenta Perón.
–Su participación en el Gran Acuerdo Nacional, explicó el embajador. –Ah
no, conmigo no cuenten. Yo estoy amortizado. Vivo los últimos años de mi
vida, sin necesidades ni vanidades. Soy insobornable. Lo que ustedes tienen
que hacer es dar una solución para el pobre pueblo argentino, con su millón
y medio de desocupados. En ese caso yo me anoto hasta de peón13, dice que
dijo Perón. En octubre pretendió negociar por su cuenta con el gobierno
el plan de diez puntos para la Reconstrucción Nacional presentado por Perón.
En noviembre junto con el brigadier Arturo Pons Bedoya dio seguridades a
Lanusse de que Perón no volvería a la Argentina. Cuando el avión en que
volvió estaba en el aire, intentó desviarlo hacia el Uruguay. Como jefe
de seguridad de la residencia de Perón en Vicente López recurrió al Ejército
para desalojar de las calles vecinas a quienes venían a saludar al ex
presidente, e instalar un dispositivo intimidatorio con cañones antiaéreos,
como si la casa de la calle Gaspar Campos fuera blanco apetecido de alguna
Fuerza Aérea enemiga. Se opuso a la realización de las elecciones del 11
de marzo y luego buscó un empleo en el gobierno surgido de ellas. Aspiraba a
dirigir una vez más los servicios de seguridad, pero López Rega sólo pudo
conseguirle en el Ministerio de Bienestar Social la Secretaría de Deportes y
Turismo, cargo bien excéntrico para un teniente coronel de Inteligencia.
12. Clarín, 18 de diciembre de 1971. 13. Declaraciones al autor. En
Clarín, 29 de diciembre de 1972. Desde allí, en estrecho contacto con
José Rucci, el teniente coronel Jorge Manuel Osinde organizó la custodia de
López Rega y el operativo del 20 de junio.
El brigadier discreto
De 1970 a 1973 el brigadier Héctor Luis Fautario fue jefe de Estado Mayor de
la Fuerza Aérea, y luego hasta diciembre de 1975 su Comandante en Jefe. En
1974, a la muerte de Perón, definió públicamente la misión del gobierno de
López & Martínez como una tarea de seguridad y desarrollo con inversiones
extranjeras. Si el brigadier Jesús Capellini no hubiera sublevado el alcázar
de Morón para denunciar sus "indecencias administrativas" hubiera figurado
sin rubor entre los firmantes de las actas moralizadoras del 24 de marzo,
convirtiéndose en el único personaje de primer nivel que participara del
ciclo completo iniciado en 1971 con el lanzamiento del Gran Acuerdo Nacional
de Lanusse y concluido en marzo de 1976 con el golpe de Videla, Massera y
Agosti. Sólo le faltaron 90 días. Como edecán del ex presidente Cámpora,
el vicecomodoro Tomás Eduardo Medina asistió a las reuniones de
planificación del acto del 20 de junio de 1973, en las que Fautario tuvo un
áspero choque con Osinde. El mismo Medina cuenta que por opinión unánime de
los concurrentes las deliberaciones no fueron grabadas, lo cual dobla el
valor de su testimonio, que se reproduce en la sección documental de este
libro. Al estilo de un diario personal, el vicecomodoro Medina relata las
discusiones habidas entre el viernes 15 y el lunes 18 de junio. Cámpora
había viajado a Madrid para acompañar el regreso de Perón, y el
vicepresidente en ejercicio Vicente Solano Lima convocó para una reunión en
la Casa Rosada el sábado 16, en la cual se analizarían las medidas de
seguridad para el aeropuerto de Ezeiza. El jefe conservador, a quien la
izquierda peronista siguió considerando uno de los suyos hasta el día de su
muerte, dijo saber que la Juventud Peronista intentaría tomar las
instalaciones aéreas. El sábado por la mañana, Lima habló a solas con
Fautario y le amplió la información. – Estoy muy preocupado, le comentó
luego el comandante en jefe al edecán aeronáutico. El vicecomodoro Medina
escuchó a su jefe anunciar: –En la reunión de esta tarde voy a exigir que
se definan claramente las responsabilidades por la parte de acto que se
desarrolla en el aeropuerto. La reunión se inició a las 19.30 en la Sala
de Situación de la Presidencia. Lima contó que según su información la JP
ocuparía el aeropuerto porque no confiaba en su jefe, el comodoro Salas, y
pidió su opinión a los presentes: los ministros del Interior, Trabajo y
Defensa; el jefe de la Policía Federal; el jefe de la Casa Militar de la
Presidencia; el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea; el Comandante de
Regiones Aéreas; el subjefe de Inteligencia de la Fuerza Aérea y el
encargado supremo de la seguridad, Jorge Osinde. –Cerca del palco voy a
disponer un grupo de militantes de la Juventud sindical que me responden,
que se van a encargar de contener cualquier exceso, explicó Osinde.
También habló el jefe de la Policía Federal, general Heraclio Ferrazzano, y
luego de un cambio de impresiones, Fautario hizo conocer sus temores:
–Aquí no se ha tenido en cuenta la protección integral del aeropuerto. No
hay prevista vigilancia ni al norte ni al suroeste del aeropuerto, que es la
zona más vulnerable. Hizo notar que a 300 metros del palco había un
instituto militar de la Fuerza Aérea que podría ser atacado y solicitó
protección. –Tiene que ser protección policial, porque el personal
militar no va a intervenir, agregó. –¿No va a intervenir? –No, salvo
que se desborden los limites y penetren dentro del establecimiento. A
raíz de estas observaciones de Fautario se acordó formar un grupo de trabajo
que subsanara el déficit de seguridad. Esa comisión se reunió el domingo 17,
y el lunes 18 formuló sus recomendaciones ante una nueva plenaria de la cual
participaron además de los anteriores el jefe de la policía de la provincia
de Buenos Aires, el Secretario de Informaciones del Estado, el jefe de la
gendarmería Nacional, el Prefecto Nacional Marítimo y el Secretario General
de la Presidencia. El jefe de la Casa Militar explicó de qué modo se
protegería el perímetro del aeropuerto y las instalaciones que preocupaban a
Fautario. Este no pareció convencido. Estaba inquieto por el transformador
general del aeropuerto y formuló una pregunta clave, a los jefes de policía
y al de la Gendarmería. –¿Qué hará cada fuerza de seguridad si el público
avanza sobre el aeropuerto? La Policía Federal contestó que procuraría
encauzarlo hacia lugares que no comprometieran la seguridad del acto y del
aeropuerto, mediante pelotones móviles y agentes de a caballo. La
Gendarmería respondió que trataría de contener desbordes sin usar sus armas,
porque con los escasos efectivos que se reunirían en torno del aeropuerto
tal vez no fuera posible impedir la infiltración desde sur, norte y oeste.
–Si la gente intenta acercarse al avión de Perón, la policía de la provincia
de Buenos Aires no tomará ninguna actitud contraria a los deseos de la
mayoría, declaró su representante. Fautario había reservado para Osinde
su última pregunta: –¿ Qué medidas piensa adoptar si el público rebasa el
palco? –Esa es responsabilidad exclusivamente mía, y ya se han arbitrado
todos los medios para que no ocurra, contestó Osinde con fastidio.
Fautario admitió que el subsecretario de Deportes y Turismo lo excluyera con
frase tan tajante de la discusión para la cual había sido convocado por el
vicepresidente Lima. Pero dejó constancia de su desacuerdo: –A mi juicio
no están dadas las condiciones que garanticen la normalidad del acto,
puntualizó. Después de la masacre, cuando una comisión investigadora
comenzó a reunir antecedentes para deslindar responsabilidades, Osinde se
defendió arguyendo que nadie había objetado las medidas adoptadas. Era
falso, pero pocas voces se alzaron para desmentirlo, y entre ellas no estuvo
la del brigadier general Fautario. Como técnico interesado en la
preservación del aeropuerto y de las instalaciones a su cargo, Fautario
percibió desde el comienzo la ineficiencia del plan de Osinde. Pero un
comandante en jefe era, antes que técnico, un político. Como tal, el
brigadier Fautario fue muy discreto. No refutó los descargos de Osinde y
aprobó la maniobra que debía culminar con el alejamiento de Cámpora. Los
militares que 25 días antes habían entregado el gobierno comprendieron que
la masacre no les venía mal.
José
Se crió en un hogar de
italianos pobres de Alcorta, en la provincia de Santa Fe. Durante el
gobierno de Irigoyen, poco antes de su nacimiento, los chacareros del pueblo
se habían rebelado. Se fue antes de cumplir 20 años, porque la economía
agraria tradicional estaba agotada y no había tierra ni trabajo ni porvenir
para los jóvenes que crecieron en la Década Infame. En Rosario se ganó la
vida en la principal industria de la época. Limpiaba tripas en el
frigorífico inglés y cuando no había trabajo vendía chocolates en los cines.
Esa ciudad grande pero tan desoladora como Alcorta, apenas sede comercial y
puerto de los productores rurales, tampoco era para él. En 1943,
temblando de frío, llegó a Buenos Aires en un camión de reparto del diario
El Mundo a compartir un cuarto de pensión con otros muchachos provincianos.
Lavó copas en una confitería, ascendió a mozo de mostrador, fue ayudante de
cajero. Hasta que aprendió, a manejar el torno y se hizo obrero
industrial. Fue uno de los descamisados de los pequeños talleres y las
fábricas medianas sobre las que Perón asentó su primer gobierno nacionalista
y popular, con buenos sueldos para los trabajadores, crédito barato para las
empresas, alto consumo y producción en aumento14. Entre 1947 y 1954
trabajó en tres fábricas metalúrgicas que ya no existen: la Hispano
Argentina, donde se producía la pistola Ballester Molina, Ubertini y Catita.
Al producirse el golpe de 1955 era delegado en Catita, y estuvo preso unos
meses en la cárcel de Santa Rosa. Cuando los jefes sindicales del peronismo
desertaron, fue uno de los jóvenes delegados con los que John William Cooke
organizó la resistencia detrás del Perón vuelve. En 1956 participó en el
Congreso normalizador de la CGT que frustró el deseo del interventor naval
Alberto Patrón Laplacette de contar con una central adicta, y en la
fundación de las 62 Organizaciones. Además fue elegido secretario de prensa
del sindicato metalúrgico de la Capital, cuyo secretario general era Augusto
Vandor. Tres años después volvió a la cárcel, cuando los metalúrgicos se
solidarizaron con los obreros del frigorífico Lisandro de la Torre que el
gobierno de Frondizi ordenó desalojar por el Ejército.
La única
barrera
Cooke lo incluyó en una delegación obrera que se reunió con
el Episcopado, en procura de recomponer las relaciones del peronismo con la
Iglesia. En su informe posterior a Perón, Cooke narró que José había
impresionado al cardenal Caggiano y a los obispos al advertirles que el
peronismo era la única barrera contra la conversión de los trabajadores al
comunismol5. Reelecto varias veces como secretario de prensa de la UOM
Capital, fue adscripto de Vandor en el Secretariado Nacional, interventor en
la importante seccional de San Nicolás, y en 1970 Secretario General de la
CGT, el primer metalúrgico en ese cargo. "¿La campera? Me costó 25 lucas.
Un lujo de Secretario General" dirá a la revista Primera Plana. Cambia su
viejo auto por un Chevy último modelo y se jacta de manejar a 140 km por
hora. Declara que sus hijos estudian en colegios privados y que el mayor
será abogado. Algunos fines de semana va a cabalgar al campo La Carona del
hacendado Manuel de Anchorena, un nacionalista de derecha que penetra
entonces en el permeable movimiento peronista. El Comité Central
Confederal de la CGT le encomienda reclamar al gobierno la libertad de
Raimundo Ongaro y Agustín Tosco.
14. La participación de los
salarios en el ingreso no llegaba al 40% en 1943, y superó el 50% en 1955.
15. Perón-Cooke, Correspondencia, Buenos Aires, 1971. Su interpretación
de ese mandato es elástica: se queja ante el ministro del Interior porque el
gobierno "fabrica mártires". Con él se instala el macartismo como práctica
diaria y decisiva en la conducción sindical. Ongaro y Tosco le parecen
"provocadores" o "bolches", Rodolfo J. Walsh "un sucio marxista".
Vanidoso y desenfadado, no carece de perspicacia política. Fue de los
primeros en percibir que después de 15 años de rechazo frontal el Ejército
había revisado su política frente al peronismo y probaba una nueva
estrategia. Los militares conducidos por Lanusse ofrecían el gobierno a
quienquiera que acatara las grandes leyes del sistema: subordinación de los
trabajadores, conservación de la propiedad agraria y el gran capital
financiero e industrial, respeto a las jerarquías castrenses, alineamiento
internacional con Occidente. Ese juego no requería enfrentar a Perón,
como había hecho Vandor, sino competir por el control de la clase
trabajadora con la izquierda peronista y ganar el apoyo del ex presidente.
El fraude en las elecciones internas, la intimidación a los opositores, la
acción de grupos armados para simplificar cualquier debate no eran prácticas
desconocidas, pero José les dio otra escala y una nueva dinámica. La derecha
peronista pasó a alinearse con la derecha a secas. Se rodeó de militantes
fascistas y empleados menores de los servicios militares de información e
hizo construir un polígono de tiro en la CGT para que practicaran. Organizó
grupos de choque y se atrajo a los preexistentes, de los que luego se sirvió
Osinde para la masacre: el Movimiento Federal, la Confederación Nacional
Universitaria, la Agrupación 20 de Noviembre del partido de San Martín, la
Alianza Libertadora, los Halcones. En Mar del Plata se fotografió
sonriente con Juan Carlos Gómez, asesino de la estudiante Silvia Filler con
un arma de la Marina. Del Paraguay repatrió al antiguo jefe de la Alianza,
el nazi Juan Queraltó, quién dirigía un night club en Asunción por donde
pasaba el tráfico de drogas. En desacuerdo con la distribución de cargos en
el nuevo Consejo Superior, sus guardaespaldas colocaron una pistola 45 en la
cabeza de Cámpora. Esta federación de bandas se completará con la
Juventud Sindical, creada por José el 23 de febrero de 1973, dos semanas
antes de las elecciones, que se presentó con una declaración de guerra
contra "los ritos e ideologías foráneas que deforman el ser nacional". Un
lenguaje que se haría familiar en los años siguientes. La explicación de
sus objetivos fue difundida por una de sus tribunas de doctrina. Dijo el
diario La Nación: "Algunos observadores creen advertir en la formación de
los grupos que se aprestan a ingresar en el escenario sindical una especie
de antídoto o anticuerpo contra uno de los fenómenos típicos de esta época
en el peronismo: la infiltración de formaciones de jóvenes fuertemente
radicalizados en las distintas ramas que componen el Movimiento
Justicialista". Las derechas comparten un método y un discurso. Tres años
después el vicealmirante César Guzzeti recaerá en la metáfora de los
anticuerpos para justificar el terror clandestino paraestatal.16
Dieciséis sindicatos integraron el secretariado de la Juventud Sindical,
cuya creación fue aprobada por Perón en Madrid. Ocho, su Mesa Directiva.
Entre las secretarías figuraba una de Movilización y Seguridad. Comenzaba a
gestarse la masacre del 20 de junio, el derrocamiento del futuro presidente
Cámpora, los copamientos de gobiernos provinciales, la AAA. Con cien
activistas de cien sindicatos, concibió poner en pie de guerra e
institucionalizar una policía interna del Movimiento Peronista. Había
apostado a que la contradictoria unidad peronista se rompería violentamente.
Cuando se produjo la masacre la justificó con osadía. "Si había armas era
para usarlas", dijo José Ignacio Rucci.
16. La Opinión, 3 de octubre
de 1976. El ministerio del pueblo
Cinco personas asumieron la responsabilidad de organizar la movilización
del movimiento peronista hacia Ezeiza el 20 de junio: José Rucci, Lorenzo
Miguel, Juan Manuel Abal Medina, Norma Kennedy y Jorge Manuel Osinde. En una
cartilla con directivas generales, que distribuyeron días antes de la
concentración, establecieron que las ramas sindical, femenina, política y
juvenil se organizarían cada una a si misma sin injerencia de las demás.
De este modo reconocían la crisis interna peronista, de antemano renunciaban
a la tarea de coordinación de sectores que les correspondía, y la sustituían
por una vaga exhortación a la paz y la concordia, sin discriminaciones y
superando lo que llamaban "ocasionales diferencias". Para ello recomendaron
evitar leyendas o estribillos agresivos capaces de provocar reacciones
sectoriales, y advirtieron contra la posible presencia de "agentes
provocadores que concurran y que a la sombra de nuestro entusiasmo y
nuestros cánticos pretendan producir desórdenes".
La cartilla
La cartilla imaginaba así el desarrollo del acto: "El general Perón, su
esposa señora Isabel de Perón, el compañero presidente Héctor J. Cámpora y
el secretario privado y ministro de Bienestar Social, señor José López Rega,
llegarán al lugar en helicóptero y ocuparán el palco de honor". "Al
divisarse el helicóptero el general Perón será recibido con el flamear de
banderas argentinas y agitar de pañuelos". "El acto se iniciará con el
Himno Nacional y suelta de palomas. Posteriormente se entonará la marcha
peronista". "El pueblo concentrado para dar la bienvenida al general
Perón expresará su adhesión con el grito unánime: la vida por Perón, la
patria de Perón". "Se guardará un minuto de silencio en homenaje a la
Jefa Espiritual de la Nación, la compañera Evita, y por los mártires caídos
en la lucha por la liberación de la Patria. En esta oportunidad serán
arriadas las banderas y estandartes de todas las agrupaciones, para
posibilitar la visual de todos los compañeros encolumnados". "El general
Perón pronunciará su mensaje al pueblo". El resto de la cartilla
explicaba detalles organizativos de la concentración: rutas de acceso,
estacionamiento de vehículos, conservación del orden, embanderamiento, red
de altoparlantes, comunicaciones, puestos hospitalarios, de primeros
auxilios y ambulancias, alimentación, instalación de mil fogatas para que
las caravanas del interior pasaran la noche, ubicación de baños de
emergencia, ornamentación del palco, desfile y desconcentración. El 19 de
junio, en su comunicado número 5, la Comisión se pronunció dando por
resuelto otro tema que era motivo de discusión en el peronismo: decidió que
las Fuerzas Armadas ya estaban "integradas al proceso de liberación y
reconstrucción nacional" y anunció que rendirían honores durante el acto.
Formada por cuatro representantes de un sector y sólo uno del otro, la
Comisión creyó posible resolver por vía administrativa contradicciones
profundas, reclamando sumisión política disfrazada de disposiciones
técnicas. Pero además de las ingenuas recomendaciones de la cartilla,
consiguió centralizar la organización y marginar al gobierno. Una comisión
oficial, nombrada por el decreto 210, debía coordinar su labor con la de los
cinco. La integraban el Presidente y el Vice, todos los ministros, el
Secretario de Prensa y Difusión y el presidente de la Cámara de Diputados.
Osinde logró que no pasara de cumplir funciones protocolares, lo mismo que
el comité de recepción que debía dar la bienvenida a Perón en suelo
argentino, compuesto por los vicepresidentes de la Nación, del Senado, de
Diputados y los ministros del Interior, Cultura y Educación, Hacienda y
Finanzas, Trabajo, Defensa, y Justicia. Desde el primer momento Osinde
despejó las dudas acerca de quien mandaba. Inicialmente la concentración
debía realizarse en el Autódromo de Buenos Aires, pero el Secretario de
Deportes lo objetó y dispuso que los preparativos se trasladaran al puente
El Trébol, a tres kilómetros del aeropuerto internacional de Ezeiza. Cámpora
propuso luego que Perón se trasladara de Ezeiza a la Casa Rosada y de allí a
la Residencia Presidencial de Olivos. Osinde y Norma Kennedy se opusieron,
invocaron órdenes de Madrid y decidieron que Perón se desplazaría de Ezeiza
a su casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López. Esas indicaciones de
Madrid, según Osinde y Kennedy, llegaron por una línea directa de télex
instalada en el Ministerio de Bienestar Social. Desde entonces, sólo se
acataron las indicaciones impartidas por la comisión que Osinde integraba
con Kennedy, Miguel, Rucci y Abal. Para ello todavía fue necesario
subrogar a otro organismo, una "coordinadora para la Movilización para el
retorno del General Perón", a la que la Comisión Nacional encabezada por
Cámpora había encomendado disponer de los recursos físicos y humanos del
ministerio en las áreas de salud, movilidad y prensa17. Según las
previsiones, el área de Salud instalaría 117 puestos fijos y móviles y 7
hospitales de campaña, y coordinaría los servicios de todos los hospitales
del área metropolitana y los de emergencia, además de ofrecer viandas a los
manifestantes que llegaran del interior. El área de Movilidad dispondría de
vehículos para trasladar manifestantes desde barrios y villas. El área
Prensa prepararía una cartilla sanitaria, con recomendaciones a los
asistentes y organizadores: evitar aglomeraciones, portar documentos, llevar
ponchos y frazadas, no ingerir alcohol ni alimentos pesados, cuidar
especialmente de niños y ancianos18. Ninguno de estos planes se cumplió.
El 7 de junio la Comisión Nacional que presidía Cámpora fue substituida a
todos los efectos prácticos por la que encabezaba Osinde, quien creó en
Bienestar Social una Subcomisión de Seguridad, asignó la de Movilidad al
diputado nacional Alberto Brito Lima y reservó la de Salud a la
Coordinadora. Tampoco en el aspecto sanitario la Coordinadora fue tomada
en cuenta. Norma Kennedy le exigió que abandonara el operativo previsto para
Perón e Isabel, aduciendo que era superfluo y que "daba lugar a falsas
interpretaciones sobre la salud del general"19. La Subcomisión de
Movilidad se apropió de los vehículos disponibles sin rendir cuentas sobre
su uso. La Coordinadora había relevado la existencia de 72 ambulancias para
la cobertura sanitaria, pero el 15 de junio se le informó que sólo podría
contar con 17, y en la madrugada del 20 recibió los vehículos sin nafta ni
aceite. En una ambulancia llegaron a viajar 16 médicos y enfermeras20. Del
total hipotético de 68, el 10 de junio sólo aparecieron 20. La disputa
por las ambulancias y los vehículos culminó un día antes de la
concentración, cuando 15 hombres exhibieron una orden firmada por Osinde,
Kennedy y Leonardo Favio para que se les entregara todo el material rodante
de la playa de estacionamiento del ministerio. Además del papel recurrieron
a otros argumentos menos burocráticos. Los quince estaban armados y no les
interesaba disimularlo21. También fue asaltado el depósito de alimentos
de la calle Brandsen 2665 por personas que se identificaron como integrantes
de la Agrupación 17 de Octubre, del MBS. De las oficinas de la Coordinadora
fueron substraídos 150 brazaletes que se habían impreso para facilitar la
tarea de sus miembros y colaboradores.
17. La Razón, 13 de junio de
1973. Conferencia de prensa de Jorge Llampart. 18. ídem 19. 20.
Informe sobre lo sucedido entre el Io y el 20 de junio, presentado por
integrantes de la coordinadora a la Juventud Peronista. 21. ídem La
misma Agrupación 17 de Octubre ocupó a última hora del día 19 las piletas
Olímpicas de Ezeiza, donde se alojaban personas llegadas del interior. Allí
llegó durante la madrugada otro grupo con brazaletes del C de O, en busca de
colchones, frazadas y comida. No tuvieron mejor suerte los funcionarios
de la Coordinadora destacados en el Autódromo. Todas sus disposiciones
fueron desatendidas y revocadas por personas con armas largas y brazaletes
del Comando de Organización y la Juventud Sindical, que efectuaron tareas de
identificación en la puerta del Autódromo, y por otras de la Unión Obrera de
la Construcción, el Sindicato de Obreros y Empleados Municipales y la
Agrupación 17 de Octubre del MBS. Dijeron que eran custodios del palco
designados por el teniente coronel Osinde22. El Hogar Escuela y el
Policlínico de Ezeiza, que según lo acordado con el doctor Abate debía
funcionar como retaguardia hospitalaria del operativo sanitario, había sido
ocupado varios días antes por el C de O, como ya veremos. El 20 de junio los
ocupantes del Policlínico ni siquiera entregaron los medicamentos que la
Coordinadora les requirió. El operativo sanitario estaba dirigido desde
una central radioeléctrica operada por la Coordinadora, pero a partir de las
15 del 20 de junio, ya comenzados los tiroteos, los móviles quedaron fuera
de banda y los subordinados de Osinde tomaron las comunicaciones hasta las
19, con lo cual la red sanitaria quedó desarticulada, en los momentos en que
más se precisaba de una conducción racional23.
22. 23. ídem
Un
general golpista
De origen vasco navarro, hijo de un terrateniente y militar salteño,
hizo de su vida una conspiración. En 1951 junto con otros militares
católicos estuvo vinculado a la primera conjura del general Eduardo Lonardi
contra la candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia, que promovía la
CGT. Uno de los dirigentes de la Revolución Libertadora se refiere a él con
simpatía. "Oficial apenas peronista", lo llama24. El movimiento no
estalló, Lonardi pidió el retiro y él se replegó, convencido de la
invulnerabilidad de Perón, menos interesado que nunca en la política. Se
concentró en su carrera y llegó a general en 1954, el más joven de la época.
En 1955 fue uno de los pocos oficiales superiores que pelearon contra la
rebelión de setiembre, aunque en cuanto las hostilidades progresaron pactó
con los insurrectos el abandono de sus posiciones en Alta Córdoba. Hostigado
por los comandos civiles, recibió a un emisario a quien le expresó su "gran
consideración y respeto" por Lonardi. Ofreció retirarse del teatro de
operaciones siempre que no lo atacaran"25. Su gesto fue retribuido con
la conservación del grado y el uso del uniforme después que una junta de
generales negociara con Lonardi y Rojas el alejamiento de Perón. Integraba
la junta su amigo Raúl Tanco. Jefe de Estado Mayor del alzamiento
peronista del general Juan José Valle, fue delatado y aprehendido antes del
9 de junio de 1956 y pasó seis meses arrestado. Al recuperar la libertad se
unió a Lonardi, el general Justo León Bengoa, el padre Hernán Benítez, Raúl
Damonte Taborda, los hermanos Bruno y Tulio Jacobella, el pequeño grupo de
nacionalistas que había conspirado contra Perón y que una vez desplazado por
el golpe liberal de Aramburu, buscaba contactos y votos peronistas.
Jacobella lanzó a fines de 1957 en la revista "Mayoría" su candidatura
presidencial acompañado por Andrés Framini. Framini la desmintió de
inmediato, porque los peronistas tenían un solo candidato. El no. Vinculado
con el general Eduardo Señorans, con Jorge Daniel Paladino, estaba dispuesto
al juego electoral con una boleta neoperonista, porque no había reunido
fuerzas suficientes para golpear contra Aramburu. A fines de 1958 se
acercó al general Sánchez Toranzo, designado por Perón, y abdicó de su
período lonardista. En 1959 dirigía la Central de Operaciones de la
Resistencia, el COR, junto con el comodoro Luis La Puente y el almirante
Guillermo Brown. Desde allí participó en las acciones contra el gobierno de
Frondizi y el plan Conintes, en contacto con una generación de sindicalistas
jóvenes, como Rucci, que aún no habían descubierto el encanto de las
libretas de cheques.
Resistencia y guerrillas
Su concepción era verticalista, jerárquica. En el COR había células de
oficiales y células de suboficiales separadas, y un elevado porcentaje de
agentes por lo menos dobles. Desde setiembre de 1959 Manuel Enrique Mena,
El Uturunco, analizaba con él una ofensiva general, que combinara la
resistencia obrera en las ciudades con la sublevación de algunas unidades
militares y el surgimiento de las primeras guerrillas peronistas en el
norte. Pero ante sus dilaciones, Mena comenzó las operaciones en Tucumán sin
su apoyo. Por una carta a Frondizi en defensa de Perón, perdió el uso del
grado y del uniforme, y el último día de noviembre de 1960 dirigió el asalto
al Regimiento XI de Infantería de Rosario, en
24. Bonifacio del
Carril: Crónica de la Revolución Libertadora, Buenos Aires, 1956. 25.
Luis Ernesto Lonardi: Dios es Justo. Buenos Aires, 1958. una operación
coordinada con grupos de civiles que en Buenos Aires y Salta debían cortar
cables, volar centrales, interrumpir las comunicaciones del gobierno. Cuando
la acción fracasó, huyó al Paraguay junto con el capitán Antonio Campos. En
Salta el golpe fue comandado por el teniente coronel Augusto Eduardo Escudé
y consistió en el copamiento de la radio de YPF, la policía, el aeródromo,
la estación ferroviaria. La técnica clásica del golpe de estado, que
procura asegurar el control absoluto de las comunicaciones, para servirse de
ellas y privárselas al enemigo, lo apasionaba más que el objetivo político.
Los militantes obreros que cayeron presos luego de su fuga recuerdan que
existían dos planes para el golpe de 1960. Uno consistía en copar el
regimiento y esperar pronunciamientos militares del resto del país. El otro
añadía al esquema castrense la toma del arsenal San Lorenzo, en Puerto
Borghi, para entregar sus armas al pueblo. A último momento decidió que los
cuatro tanquistas encargados de tomar el arsenal marcharan a Tartagal,
Salta, donde no había tanques ni arsenales para saquear. Su visión
estrecha de lo militar, el temor a un desborde del pueblo, perjudicó la
lucha del conjunto. En 1964 el gobierno radical de Arturo Illia lo acusó
por actos de terrorismo. Luego de una conferencia de prensa acompañado por
Julio Antún, se presentó a la justicia. Pero no a la civil, que lo
reclamaba, sino a la militar. Confiaba en sus camaradas de armas. El 9 de
junio de 1966 denunció en una conferencia el peligro de divisiones en las
Fuerzas Armadas, y entre éstas y el clero, e instó al derrocamiento de
Illia, que se produjo efectivamente días después. En 1969 volvió a
conspirar con los generales Rauch, Labanca y Uriburu y con algún apoyo
sindical. El proyecto abortó porque la CGT de los Argentinos exigió que se
reconociera el liderazgo de Perón y se entregaran armas a sus activistas.
Los militares se negaron. En diciembre de 1970, con sus socios Pedro
Michelini y Osvaldo Dighero, emitió una proclama contra La Hora del Pueblo
que Perón acababa de crear, y en noviembre de 1971, apoyado por Jorge
Antonio, se ofreció para reemplazar como delegado personal de Perón al
cesante Jorge Paladino. Cuando Perón prefirió a Héctor Cámpora, no se
resignó. En mayo de 1972 acompañó el intento del general Labanca en Tucumán,
donde uno de los detenidos fue su compañero de 1960, el teniente coronel
Escudé.
¿Milicias populares?
Inmune a la experiencia de la Revolución Argentina que había contribuido
a instaurar, sostuvo en una revista de Jorge Antonio que las Fuerzas Armadas
debían jugar un papel moderador para no ser reemplazadas por milicias
populares, su obsesión26. En Madrid analizó con el embajador argentino,
brigadier Rojas Silveyra, la cuestión de la guerrilla, que según el diario
Clarín, quitaba el sueño a los dos militares. En una circular a los
generales, Lanusse reveló que le había sugerido que se perpetuara en el
gobierno. Negó la versión de Lanusse, pero no sus entrevistas con él27.
En cambio, cuando a menos de un mes de las elecciones presidenciales Clarín
sugirió que él podría reemplazar al candidato Héctor Cámpora, no produjo
ninguna rectificación. La versión la habían lanzado sus amigos.
26. Primera Plana, 13 de junio de 1972. 27. Las Bases, enero de 1973.
Públicos fueron sus encuentros no desmentidos con Onganía, Levingston,
Lanusse, Sánchez de Bustamante, Pomar, Della Crocce. Azules o colorados,
peronistas o antiperonistas, católicos o liberales, simpatizaba con todos
los militares. En enero de 1973 un vocero de Servicio de Informaciones
Navales reveló un nuevo complot suyo, esta vez en sociedad con Osinde. La
técnica era la de siempre: ocupar radios, centrales eléctricas, interrumpir
la provisión de agua, gas, energía. Según el vocero el plan se aplicaría si
el gobierno interrumpía el proceso electoral antes de los comicios del 11 de
marzo28. Las elecciones se realizaron normalmente, pero no impidieron el
golpe anunciado por la fuente naval, pese a la victoria peronista. El COR
invitó a Cámpora y Lima a una comida por la victoria. Ni fueron, ni avisaron
que no irían, ni acusaron recibo de la invitación. A raíz del desaire el
COR amenazó con represalias si no se le otorgaban los servicios de
informaciones a sus candidatos.
El discurso del método
En junio de 1973 tenía 64 años. Nadie podía negar que había luchado.
Sintió que sus desvelos no eran recompensados en la hora de la victoria y
volvió a la acción, con el único método que conocía. El 23 de junio La
Nación afirmó que sería designado ministro del Interior. El 25 lo repitió
Mayoría, el diario de su amigo Jacobella. Ese fue uno de los botines que
apetecían los autores de la masacre, pero no el único ni el principal.
Golpista en 1951 contra Perón, en 1957 contra Aramburu, en 1960 contra
Frondizi, en 1964 contra Illia, en 1969 contra Onganía, en 1972 contra
Lanusse. Estamos hablando de un técnico enamorado de su oficio, el general
Miguel Ángel Iñíguez Aybar. El 19 de junio emitió la proclama, desde el
Sindicato del Seguro. Denunció la infiltración izquierdista en el peronismo
y añoró los buenos tiempos de la alianza entre las Fuerzas Armadas, la
jerarquía eclesiástica y la dirigencia sindical. El COR había cambiado de
nombre. Ya no era Central de Operaciones de la Resistencia, sino Comando de
Orientación Revolucionaria. Pero su discurso no se había modificado. El
20 de junio actuó como cuerpo especial de seguridad29, dirigido por Iñíguez,
quien centralizó la información desde un organismo cercano a la Plaza de
Mayo30, y sus miembros se comunicaban por radio con un número y la sigla
COR31. Su misión fue detectar a las columnas que avanzaban y advertir
radialmente su composición para que las ametrallaran desde el palco oficial.
Después marcharon a ocupar la Casa de Gobierno.
28. Prensa
Confidencial, enero de 1973. 29. La Opinión, 21 de junio de 1973. 30.
Clarín, 21 de junio de 1973. 31. La Opinión, 22 de junio de 1973.
Los fierros
Una de las incógnitas que persistieron después de la
masacre fue quienes eran los guardias verdes de Osinde y de dónde provenían
las armas que emplearon. Al descartar a los 1.200 hombres de civil de la
Policía Federal para la custodia del palco, Osinde decidió reemplazarlos con
una cantidad muy superior de activistas sindicales. Para el primer
vallado de contención solicitó a la CGT que dispusiera de medio millón de
hombres. No se los consiguieron. Se acordó entonces reducir la cifra a
300.000 hombres. La CGT tampoco pudo cumplir ese segundo compromiso a pesar
de los reclamos de Osinde. Convinieron que serían 200.000, y así lo informó
Osinde en una de las reuniones de la comisión organizadora con el
vicepresidente en ejercicio Lima. Por último fueron diez veces menos, y en
esa penuria de los sindicalistas para movilizar a sus afiliados debe
buscarse una de las causas de la masacre. En la segunda línea, rodeando
el palco de honor reservado a Perón, Osinde ubicó a 3.000 hombres de
confianza, "personal de seguridad", según comunicó a la comisión
investigadora32. Semejante aparato no puede reclutarse, adiestrarse y
pertrecharse en un día. La tarea de Osinde había comenzado varios meses
atrás, por indicación de López & Martínez, con la colaboración de Norma
Kennedy, Alberto Brito Lima y Manuel Damiano. Osinde conversó con las
distintas líneas peronistas derrotadas en las elecciones internas, garantizó
al gobierno militar saliente que el peronismo no seguiría un rumbo
revolucionario, inventarió los diversos grupos de choque de la derecha,
comprometió a guardaespaldas y pistoleros, extendió el reclutamiento a los
servicios de informaciones y los círculos de suboficiales. El 25 de mayo
Osinde juró como secretario de Deportes y Turismo. En los primeros días de
junio el ministerio de Bienestar Social del que dependía, fue ocupado a
punta de pistola por la banda de los expolicías Juan Ramón Morales y Rodolfo
Eduardo Almirón. Este fue uno de los grupos que actuó el 20 de junio, con
armas propias.
La Triple A
El subcomisario Morales y el
subinspector Almirón habían sido dados de baja deshonrosamente de la Policía
Federal, procesados y encarcelados por ladrones, mexicanos, coimeros,
contrabandistas, traficantes de drogas y tratantes de blancas. A
comienzos de la década del sesenta, Morales era jefe de la Brigada de
Delitos Federales de la Policía Federal, y su banda asociada con la de
Miguel Prieto, alias El loco, cubría todas las especialidades. Descubiertos
merced a la infidencia de uno de sus subordinados y a la detención en
flagrante delito del suboficial Edwin Farquarsohn, Morales y Almirón
sellaron los labios de sus cómplices con un sistema que en la década
siguiente aplicaron a la lucha política. Adolfo Caviglia y su mujer Julia
Fernández, Luis Bayo, Morucci, Emilio Abud, Alfonso Guido, Fleytas, Máximo
Ocampo, son algunos de los antiguos socios de Morales y Almirón que
aparecieron en basurales y baldíos con centenares de perforaciones de bala y
las manos atadas y quemadas. Al Loco Prieto lo suicidaron en la cárcel de
Devoto tirándole un calentador en llamas para quemarlo vivo. Dados de
baja de la Federal, procesados ante el juez González Bonorino, encarcelados
y luego excarcelados, la absolución no probó que fueran inocentes de los
delitos que como policías debían combatir, sino la eficacia del método
utilizado para imponer silencio a los testigos y suprimir las pruebas. En
1968 Morales volvió a caer y fue procesado por robo y contrabando de
automóviles. 32. Osinde, Jorge, informe del 22 de junio a la Comisión
Investigadora, ver sección documental. Almirón tiene además un
antecedente notable: su intervención en el asesinato del teniente de la
Armada estadounidense Earl Davis, el 9 de junio de 1964, en una boite de
Olivos. ¿Qué hacía junto al oficial de la US Navy, cual fue la causa del
litigio? Davis no puede decirlo, y Almirón no quiere. Junto con Morales y
Almirón, López Rega y Osinde llevaron al ministerio de Bienestar Social al
comisario Alberto Villar, un experto que durante los gobiernos de los
generales Juan Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse organizó las
brigadas antiguerrilleras de la Policía Federal.
La lección de
anatomía
En 1971 Villar fue enviado con sus tropas a Córdoba para reprimir
huelgas y movilizaciones. Sus hombres detuvieron frente a la delegación de
la Policía Federal a un ciudadano cordobés que no vio a tiempo las vallas
que desviaban el tránsito. Lo subieron a un carro de asalto, le propinaron
una lección de anatomía y lo instruyeron en la utilidad de las herramientas
básicas del oficio policial. Antes de devolverlo a la circulación le
demostraron por qué conviene que sólo el extremo apagado del cigarrillo tome
contacto con el fumador, y redujeron sus documentos de identidad a un montón
de papelitos. El ciudadano hizo la denuncia a la policía provincial. Con
las sirenas de las motocicletas y carros de asalto conectadas Villar y su
tropa rodearon la comisaría de la policía cordobesa donde el discípulo
involuntario había impugnado la concepción pedagógica de los federales.
Entraron en tropel, con escopetas y ametralladoras en mano. –¿Dónde está
el expediente?, apremió Villar. –Ya fue remitido al juez, contestó su
colega provinciano. –Yo te voy a dar juez, cabrón. Villar abofeteó al
comisario cordobés y le arrancó las insignias del uniforme, mientras sus
hombres golpeaban a los policías provinciales, rompían muebles,
embolsillaban elementos prácticos como sellos y hojas con membrete, y
cargaban sus vehículos con equipos de comunicaciones. Esto demoro el
conocimiento de lo sucedido, pero no lo impidió. La noticia corrió de
comisaría en comisaría y la policía cordobesa buscó desquite. Los federales
se atrincheraron en un parque y con sus vehículos formaron un círculo como
los que John Wayne y Gary Cooper tendían diestramente con carretas en el
cine. Los cordobeses los rodearon, al estilo de los indios de celuloide, y
los dos bandos se apuntaron con sus armas de guerra hasta que el Cuerpo III
de Ejército interrumpió la película y ordenó replegarse a los sitiadores.
Un juez federal de Córdoba procesó a Villar y su plana mayor, hasta que el
sumario se deslizó hacia el limbo de la justicia militar, cuando el
precursor general Alcides López Aufranc argumentó que Córdoba era en ese
momento zona de emergencia bajo jurisdicción castrense y que el incidente
había ocurrido mientras los federales estaban en acto de servicio a órdenes
de su Comando. El jefe de la Policía Federal, general Jorge Cáceres
Monié, presentó sus excusas al de la policía de Córdoba, teniente coronel
Rodolfo Latella Frías, y suspendió los actos celebratorios del
sesquicentenario de la PF afirmando en una declaración oficial que la
actuación de Villar había enlodado los 150 años de su historia. Pero ni
López Aufranc ni Cáceres Monié estaban realmente dispuestos a castigar a
Villar, quien pasó a disponibilidad. Reapareció públicamente en agosto de
1972, ya premiado con un ascenso, al frente de las tanquetas Shortland que
derribaron la puerta de la sede del Partido Justicialista para secuestrar
los cadáveres de los fusilados en Trelew que eran velados allí, e impedir
que la autopsia ratificara que habían sido ejecutados a quemarropa.
Cámpora lo pasó a retiro en mayo de 1973, pero López Rega y Osinde le
consiguieron nuevo empleo en junio. Así nació la AAA.
Los topos
Dos funcionarios del gobierno de Lanusse habían apoyado a Villar,
Morales y Almirón en la ocupación del ministerio de Bienestar Social: Jaime
Lemos y Oscar Sostaita, fundadores de una apresurada Agrupación 17 de
Octubre. Ambos habían colaborado con Manrique en la oficina política del
ministerio, y cuando Antonio Cafiero fue designado en la Caja Nacional de
Ahorro y Seguro, Sostaita fue su mano derecha. Entre los tiradores
identificados en fotos periodísticas de Ezeiza figura también Javier Mora
Ibarreche de Vasconcellos, empleado de la secretaría privada de Manrique y
de López Rega. En la Policía Federal, Osinde tenía otra cadena de
contactos, con el coronel (R) Fernando González, ex interventor
justicialista en la provincia de Buenos Aires, y con el comisario Esteban
Pidal. En 1972 Pidal había sido denunciado por el periodista y militante del
ERP Andrés Alsina como el hombre que lo torturó con picana eléctrica. Por
esa vía llegó a Osinde una copia de los archivos de la Dirección de
Investigaciones Políticas Antidemocráticas, DIPA, cuando el ministro del
Interior ordenó su destrucción. Otro sector convocado por Osinde al palco
del 20 de junio fue el de los oficiales y suboficiales retirados de las
Fuerzas Armadas, entre ellos los militares Chavarri, Ahumada, Schapapietra y
Corvalán, los gendarmes Golpes, Menta, Colkes, Pallier, Gondra y Corres. El
Comandante de Gendarmería Pedro Antonio Menta es el hombre calvo y de
anteojos oscuros que exhibe orgulloso una carabina desde el palco en la más
célebre fotografía de la masacre. Los policías, los militares y los
gendarmes llevaron su propio armamento y proveyeron parte del arsenal que se
descargó en Ezeiza. Veremos de dónde salió el resto. Leopoldo Frenkel, de
26 años, inspirador del Comando de Planificación creado para competir con
los Equipos Político-Técnicos de la JP, asumió como delegado personal del
presidente Cámpora en la Municipalidad de Buenos Aires, ya que no reunía los
requisito constitucionales de la edad mínima para ser Intendente pleno.
El Comando de Planificación había funcionado en las oficinas comerciales de
Osinde. Frenkel retribuyó esa hospitalidad, colocando la Intendencia a su
servicio, y se rodeó de una numerosa custodia civil fuertemente armada. La
dirigía un hijo del coronel Julio Fossa (el candidato de la autodenominada
Resistencia Argentina a jefe de la SIDE) a quién secundaba un
ex-presidiario, de apellido Miño. Frenkel tenía a su vez un delegado
personal ante la Comisión Organizadora del retorno, el director de
ceremonial del municipio, Alberto De Morras, quien junto con el Secretario
de Cultura Ricardo Fabriz y el Secretario General Horacio Bustos,
facilitaron a Osinde el manejo de la infraestructura de comunicaciones y
transporte de la Intendencia. Por eso el Centro de Información para
Emergencias y Catástrofes, CIPEC, no coordinó el 20 de junio la tarea de las
ambulancias municipales. Por esa red un colaborador de Alberto de Morras
se quejó al secretario de gobierno de la Municipalidad, Berazay, porque los
caminos estaban bloqueados por la multitud. –Hay que buscar una ruta
alternativa para la camioneta de los grupos de la Juventud Sindical, informó
muy preocupado Jorge Lagos. Ese fue uno de los vehículos en los que se
transportaron armas. Los autos y ambulancias de la Municipalidad
estacionados detrás del palco se usaron para conducir detenidos al Hotel
Internacional, donde fueron torturados. De Morras, hermano de un coronel del
Ejército, se jactó luego por el ahorcamiento en Ezeiza de "dos o tres
zurdos33. Desde la Municipalidad se apoyaron también las ocupaciones del
Teatro Municipal General San Martín, la Radio Municipal y la Dirección de
Vialidad Nacional, a cargo de la Alianza Libertadora y de grupos de choque
del dirigente de la Unión de Obreros y Empleados Municipales Patricio
Datarmine. Algunos de ellos también trabajaban para los servicios de
informaciones militares.
Treinta Halcones
La oposición de tres
de los Secretarios de la Municipalidad privó a Osinde de otras treinta
metralletas. Una circular del Banco Central había ordenado a todos los
bancos organizar custodias con metralletas para guardar sus tesoros. Esas
armas debían ser provistas por el Ejército, pero como a juicio de los
directivos del Banco Municipal la entrega se demoraba excesivamente,
decidieron adquirirlas a la fábrica Halcón en forma directa. Las
metralletas estaban embaladas y sin uso en un depósito cuando Osinde las
pidió. Frenkel acordó entregárselas pero los Secretarios de Economía Eduardo
Setti, de Obras Públicas Jorge Domínguez, y de Servicios Públicos Alejandro
Tagliabúe, se opusieron. El 23 de junio, en desacuerdo con el rol de la
Municipalidad en Ezeiza renunciaron, aunque no pertenecían al camporismo, y
el 25 los comisarios de la Policía Federal Arturo Cavani y Eleazar Carcagno,
se hicieron cargo de las 30 pistolas ametralladoras Halcón modelo ML 63-9mm,
numeradas del 9104 al 9125, del 9242 al 9247, y del 9239 al 9240, de 4.690
proyectiles calibre 9 mm, de 30 cartucheras de cuero portacargadores, de 30
fundas de lana y cuero y de 30 correas de cuero34. "El material
detallado", dice el acta notarial, "se encuentra en perfecto estado, sin
uso, tal como ha sido recibido de fábrica. Las ametralladoras se encuentran
dentro de cinco cajones de madera y los proyectiles en dos cajones de
madera".
La guerra de Corea
La participación sindical fue
extensa y múltiple, y dentro de ella descollaron las conducciones de algunos
gremios, como metalúrgicos y mecánicos. El Negro Corea, jefe de la
custodia de José Rucci, fue quien dirigió las torturas en el Hotel
Internacional de Ezeiza. Aníbal Martínez, de la UOM Capital, tuvo a su mando
las fuerzas de la Juventud Sindical. Los intendentes de Quilmes y
Avellaneda, Rivela y Herminio Iglesias, suministraron abundante material y
personal. Como diputado, Brito Lima obtuvo la libertad de presos comunes que
le guardaron gratitud. Una ametralladora UZI portaba Hugo Duchart,
custodio de la UOM y colaborador de la Brigada de Avellaneda de la policía
de Buenos Aires. Dos PAM empuñaban Carlos Poggio, empleado del hospital
Fiorito, y Julio Arrón, a bordo de ambulancias de Bienestar Social y
Abastecimiento de la Municipalidad de Avellaneda. Una ametralladora Halcón
relucía en las manos del Secretario de Cultura de Avellaneda, Leonardo
Torrillas.
33. La Prensa, 22 de junio de 1973. 34. Inventario
levantado el 25 de junio de 1973 por el escribano León Hirsch. Cisneros,
director del Asilo de Wilde, Mario Firmaino, Cevallos, Miguel Di Maio,
Ameal, Jorge Vallejos, son otros de los colaboradores de Iglesias englobados
por Brito Lima en la primera persona del plural al vanagloriarse un año
después de que "en Ezeiza paramos a los montoneros", así como los
colaboradores del intendente de Quilmes, Mango de Hacha Lépora y Juan Carlos
Caballo Loco Nieco. El contingente de SMATA, que tuvo participación
principal en los tiroteos, estaba ubicado a la izquierda del palco. El 21 de
junio la conducción del SMATA envió una solicitada a todos los diarios con
su posición sobre la masacre. A última hora de la tarde un dirigente leyó el
texto ya despachado y reparó en un párrafo que podría traer problemas. Era
una felicitación a los mecánicos por haber logrado "un puesto de avanzada" y
por su "valentía ante la agresión"35. –¿Quién escribió esto? ¿Quieren
que nos metan en cufa?, protestó. De inmediato se enviaron emisarios para
corregir el texto en todas las redacciones, pero un diario carente de taller
propio, que se imprimía más temprano que los restantes, no hizo a tiempo y
publicó la declaración completa35. Jefe de las fuerzas de SMATA en Ezeiza
fue Adalberto Orbiso, quien al año siguiente fue designado interventor de la
filial de los mecánicos en Córdoba y presidente del Banco Social, después
del motín del coronel Domingo Antonio Navarro. Las armas largas del SMATA
llegaron a Ezeiza en un ómnibus en el que viajaba la diputada nacional
Rosaura Islas, de Lomas de Zamora. Empuñaban sus armas desde el palco
Bevilacqua, Fernández y Juan Quiróz, del Comando de Organización; Alfredo
Dagua, Luciano Guazzaroni, José Luis Tiki Barbieri y Emilio Tucho Barbieri,
de la Liga Nacional Socialista de Junín.
El inmortal Discépolo
Otra fuente para la provisión de armas fueron los ferrocarriles. El 13 de
junio, su Administración General fue copada por un Comando Militar Conjunto,
que anunció que el ERP planeaba apoderarse de los trenes. Los ocupantes
removieron al administrador designado por el gobierno, ingeniero J.J.
Buthet, e impusieron su ley. La policía ferroviaria, el Comando Militar
de la Agrupación de Trabajadores de Prensa de Manuel Damiano y el jefe de la
tercera sección de la gerencia de Inteligencia y Seguridad de los
Ferrocarriles, Fernando Francisco Manes, se atribuyeron el copamiento en una
declaración firmada el 14 de junio en papel con membrete de FA. Luego de
la masacre, los hermanos Raúl, Vicente y Juan Domingo López, José Arturo
Sangiao, Eugenio Sarrabayrouse y Edmundo Orieta dirigieron una Carta Abierta
a Perón alegando que habían actuado debido a los "antecedentes
antinacionales" del ingeniero Buthet, a quien deseaban reemplazar por el
general Raúl Tanco. Reconocieron que habían empleado armas de fuego en
tres escaramuzas, capturado con perros de la Policía ferroviaria lo que
llaman "banderas comunistas" y reprimido a "terroristas" para que no
quemaran vagones. Su audaz relato evidencia la pasividad del gobierno
mientras se preparaba la masacre del 20 de junio. Los aliancistas dicen que
mantuvieron informados durante la ocupación a diputados y senadores
justicialistas, al ministro de Trabajo Ricardo Otero, al vicepresidente en
ejercicio Lima quien designó como veedor al doctor Humberto Saiegh, al
Secretario de Obras y Servicios Públicos general Delfor Otero, a
funcionarios de la SIDE, la Policía Federal, el ministro de Economía y
asesores del teniente coronel Osinde. Sólo el subsecretario del Interior,
Domingo Alfredo Mercante, se negó a dialogar al saber que había sido
desplazado el interventor Buthet. Pero recién el 22 de junio se ordenó sacar
de allí a los intrusos. "Los cobardes, los borrachos, los contrabandistas
de drogas, los protectores de los ladrones de chatarra ferroviaria, los
asesinos frustrados, alentados por los comandos comunistas emboscados en las
sombras, juntos bolches y gorilas como en 1955, mi teniente general, como en
un cambalache digno de ser cantado por el inmortal Discépolo, retornan a las
posiciones que otros defendieron, y amparándose en la Policía Federal
Argentina, institución a la que ellos siempre han despreciado, reasumen
aparentemente sus funciones como si nada hubiera pasado", dice la Carta
Abierta a Perón al describir el desalojo. El asesor de la intervención en
Ferrocarriles, Carlos Mario Pastoriza, entregó el 29 de junio un informe
algo menos literario. Dice: "Asunto. Detalle del armamento extraviado
durante los hechos ocurridos entre el 13 y el 22 de junio de 1973:
"Pistolas Ballester Molina, calibre 11,25, números 84705, 84711, 84728,
110111, 110116, 110972, 110996, 110998, 84736, 110969, 84704, 38807, 110110,
28771, 39301, 39306, con un cargador cada una; números
101955,33413,102008,33402,101730 y 39305, con tres cargadores cada una.
Resumen: Pistolas Ballester Molina calibre 11,25: 23. Cargadores para idem:
35". "Pistolas Colt calibre 11,25, números 80270,80253, 27840, 31826,
39868, 68993, 156854, 157183, 173427, con un cargador cada una; números
55285 55574, 36366, 31005, 31003 y 67081, con dos cargadores cada una;
números 80299,80242,80309,80312, 67181, 67183, y 67178, con tres cargadores
cada una; y número 80294, con cinco cargadores. Resumen: Pistolas Colt
calibre 11,25: 23. Cargadores para idem: 47". "Una pistola ametralladora
Halcón, calibre 9, número 3142, con dos cargadores". "Pistolas
ametralladoras PAM, calibre 9, números 27222, con un cargador; y números
27249, 31003, y 31005, con dos cargadores cada una. Resumen: Pistolas
ametralladoras PAM calibre 9: 4. Cargadores para ídem: 7. El viernes 22
de junio la Policía Federal visitó las instalaciones ocupadas. En la
jefatura de la Policía de Seguridad de la Región Sudoeste, los federales
fueron atendidos por el empleado de investigaciones Ramón Edgardo Martínez,
jefe interino, quien presentó al resto de los policías ferroviarios que,
según dijo le habían solicitado que se hiciera cargo de la región. Eran
ellos Walter Alfredo De Giusti, Oscar Esteban Vallejos, Martín Torres, Juan
Carlos Molina, Juan Ángel Galvaniz, Alejandro Tucci, Carlos Antonio Bachini,
Juan Antonio Mascovetro, Alejandro Esteban Me Intyre y Héctor Fernández.
En el Departamento de Inteligencia Central de la Gerencia de Seguridad,
Fernando Francisco Manes introdujo ante los comisarios Ramón Domingo Vidal y
Vicente Rubén Rosetti, al personal de la policía ferroviaria que lo había
acompañado durante la ocupación. Eran ellos Juan Carlos Ramón Martínez,
de la oficina de Inteligencia y Seguridad; Claudio Isaac Ortíz, policía
auxiliar de segunda; Juan Robiano, auxiliar primero de la sección sumarios;
Mario Medina, Juan Carlos Scarpia, auxiliar de tercera de la sección
informaciones; Oscar Reinaldo Ponce, auxiliar de tercera de la policía
privada del ferrocarril; Juan Alberto Andreu, ayudante segundo del jefe de
la estación Retiro, sección pasajeros; Alberto Germán Mazzei, auxiliar de
tercera de la policía ferroviaria igual que Pedro Celestino López Carballo,
Rodolfo Mario González Arrascaeta; Elbio Antonio Farías, auxiliar de
segunda; Juan José Velasco, de la división informaciones; Carlos Degli
Quadri, empleado de la Secretaría general; Stella Maris Cieri, a cargo de
teletipo y teléfono; Ricardo Zumpano, policía ferroviario, y Miguel Ángel
Vidueira, dependiente de tercera de la sección tráfico. También todos ellos
con sus armas.
Ciro y Norma
En 1955 el teniente Io Ciro
Ahumada fue uno de los oficiales del Grupo 4 de Artillería de Campo de los
Andes, en Mendoza, que no se plegaron al golpe contra Perón, lo cual le
valió una detención de 30 días. Cumplida la pena fue reincorporado, pero a
diferencia de la mayoría que fue a parar a guarniciones distantes, él pasó a
trabajar en una de las Comisiones Especiales Investigadoras, con el general
Juan Constantino Quaranta, amo de la SIDE. En marzo de 1956 fue arrestado
con dos centenares de civiles y militares comprometidos con el movimiento en
ciernes del general Valle, que debía estallar tres meses después. Recluido
en el penal militar de Magdalena, fue el primer oficial en su historia que
consiguió fugarse, y se refugió en el Brasil. Hacia 1959 reapareció en
San Juan, en la mina Castaño Viejo, como empleado de National Lead, la
compañía minera internacional representada por Adalbert Krieger Vasena. En
San Juan organizó un comando para la zona de Cuyo, que inicialmente estuvo
relacionado con la Central de Operaciones de la Resistencia del general
Iñíguez, del que más adelante se separó. En febrero de 1956 condujo un
asalto a la mina Huemul, en el sur de Mendoza, en el que se apoderaron de
detonantes eléctricos y 5.000 kilos de gelinita. En marzo, el gobierno de
Frondizi declaró el Estado de Conmoción Interna, luego que la resistencia
volara la casa del mayor del Ejército Cabrera, y se descubriera un plan
insurreccional que fracasó cuando las 62 no declararon el paro general que
debía preceder al asalto de cuarteles. Alejado del COR, organizó una
serie de atentados que dejaron un tendal de presos, pero ni él ni su
lugarteniente Hermán Herst, un admirador de Hitler que usaba una svástica
como gemelo de camisa y alfiler de corbata, fueron condenados. El 25 de
mayo ordenó colocar explosivos en la casa del general Labayru, en la de su
asistente el capitán Rubilliers, y en la compañía petrolera mendocina de la
Banca Loeb, y partió hacia el Uruguay. Trescientos integrantes de su red,
sin vías de escape ni escondites previstos, fueron perseguidos y
acorralados, hasta que ninguno quedó en libertad, ni su esposa Margarita
Magüita Ahrensen. Ahumada le mandó a ella y a sus hijas, bellas postales,
desde París, Madrid, Capri, Santo Domingo, Cuba. En el sumario militar a
Herst, consta la reducción de su pena por colaborar con la investigación.
Perón lo creía vinculado con los servicios argentinos de informaciones y con
la CÍA, y lo alejó de Santo Domingo. El gobierno cubano no explicó en cambio
sus razones cuando solicitó a los grupos peronistas de la Resistencia que se
lo llevaran de allí, a él y a la ex-militante comunista de Entre Ríos Norma
Brunilda Kennedy. Ella había viajado a La Habana junto con Augusto Vandor, y
al volver explicó que había chocado con el castrismo por plantear
reivindicaciones feministas en una sociedad machista. En 1954 Norma
Kennedy había sido detenida junto con otras activistas estudiantiles en
Concordia, y el diputado radical Santiago Nudelman presentó un pedido de
informes al Poder Ejecutivo interesándose por su destino. Se iniciaba la
clásica parábola del fanatismo que suelen recorrer los conversos. La joven
comunista defendida por un político radical llegó a ser cabeza del
macartismo más obstinado dentro del peronismo. Su tránsito de la
izquierda a la ultraderecha fue lento. En 1956 ya había dejado el PC y se
acercó al Comando Nacional que dirigía el ex suboficial César Marcos, un
peronista estudioso de Marx en torno de quien se reunían muchos jóvenes
marxistas ansiosos por abrazarse, con el pueblo, que sin dudas era
peronista. Junto con José María Aponte comenzó a intervenir en
operaciones económicas cuyo fruto debía financiar la Resistencia Peronista.
Un porcentaje que sus compañeros de entonces no coinciden en evaluar, pero
que no desciende del 50 %, se destinaba a los gastos personales de la
pareja. Cuando viajaban a Montevideo, donde actuaban diversos comandos de la
Resistencia, se alojaban en el Hotel Victoria Plaza, el más lujoso del
Uruguay. Fue la primera mujer que empuñó una ametralladora en un
operativo político en este país, durante el asalto a la Panificación
Argentina. Apresada, fue defendida por el abogado de la UOM, y luego de la
CGT, Fernando Torres, y salvada por su hermano Patricio Kennedy. El día en
que los testigos debían reconocer en rueda a los asaltantes, Patricio tuvo
la gentileza de trasladar personalmente en su auto a los directivos de la
Panificación Argentina a los tribunales. Ninguno reconoció a Norma. La
audacia y originalidad de Patricio son muy conocidas. Para robar un banco
cavó un boquete desde el entubamiento del Arroyo Maldonado, debajo de la
Avenida Juan B. Justo, y luego huyó por las veredas subterráneas con una
bicicleta. Norma se separó de Aponte y se fue a vivir con Alberto Rearte.
En 1962, Aponte aguardaba a un compañero en un taller mecánico de la calle
Gascón al 200, que fue copado por la Policía de la Provincia de Buenos
Aires, que invadió sin aviso la jurisdicción de la Policía Federal. Se
llevaron a Aponte y montaron una ratonera con dos sargentos, en espera de
quien llegara a la cita. Rene Bertelli llamó por teléfono antes de ir, se
dio cuenta que el sargento que lo atendió no era Aponte, entró por los
fondos de la casa, tomó por sorpresa a los dos policías y los mandó al otro
mundo. – ¿A quién esperabas, hijo de puta?, le preguntaban en la Brigada de
San Martín al detenido Aponte, con una curiosidad que la muerte de los dos
sargentos tornó imperiosa. Al preso se le ocurrió que podía matar dos
pájaros de un tiro: impedir que siguieran castigándolo y vengarse del hombre
que se había ido con su mujer. Terminó por confesar que esperaba a Alberto
Rearte. La policía lo buscó, pero no lo encontró. Aponte los ayudó a
ubicarlo. –Su íntimo amigo se llama Felipe Vallese, les sugirió. Asido
a un árbol de la calle Canalejas en Caballito, Vallese resistió el intento
de secuestro hasta que los culatazos en la cabeza le hicieron abrir la mano.
Nunca reapareció. Norma y Rearte crearon en su homenaje la Agrupación 22
de agosto. El joven tesorero de la UOM recibía sin placer sus pedidos de
socorro económico. Les daba para imprimir 20.000 afiches y hacían 500. Con
el resto sobrevivían. No eran fuerza de choque de nadie. "Son dos picaros",
explicaba el tesorero, un ex boxeador de Villa Lugano: Lorenzo Miguel.
Patricio invitó a Norma a acompañarlo en varios de sus operativos. El botín
preferido eran los automóviles. La tercera hermana, Celia, casada con un
honorable carnicero, se encargaba de blanquear el dinero obtenido, y cuidaba
habitualmente de Felipe Rearte, el hijo de Alberto y Norma. Celia Kennedy
fue secuestrada después del golpe de 1976, por un comando que quería saberlo
todo acerca de los fondos de Norma. Nunca reapareció. Hacia 1964 Ahumada
y Rene Bertelli montaron una oficina de exportación e importación, con la
denominación AR BRAS, en la que atendían negocios de Jorge Antonio con
Brasil. Bertelli tenía pedido de captura por el episodio de la calle Gascón,
pero circulaba libremente mientras su socio Ahumada discutía contratos con
YPF para las empresas paraguayas que representaban. Norma, Patricio, Aponte,
también frecuentaban esas oficinas, en la calle Corrientes. Patricio comandó
por entonces un operativo en el que fue preso un militante de su grupo y
murió otro, Sosa. El, sin embargo, recuperó la libertad. Habían cruzado una
frontera que garantiza cierta impunidad. Todos ellos lograron vincularse
con el grupo que preparaba la instalación del destacamento de las Fuerzas
Armadas Peronistas en Tucumán. Ahumada les hizo llegar documentos y manuales
de instrucción militar. Bertelli fue gestor para la adquisición del terreno
de Taco Ralo donde se efectuarían las prácticas militares, y que fue copado
antes que la guerrilla disparara su primer tiro. El gobierno militar
devolvió el campo a quien se lo había vendido a las FAP: Juan Bertelli,
hermano del socio de Ciro.
35. Mayoría, 22 de junio de 1973.
A partir de 1971 Ahumada se
asoció con Osinde en una empresa de importación de azulejos y mayólicas. El
17 de noviembre de 1972 atendía a quienes buscaban orientaciones en la sede
justicialista de Avenida La Plata y les aconsejaba irse a casa, mientras
Perón estaba retenido en Ezeiza. Después de las elecciones del 11 de
marzo de 1973, se reunió con Osinde y con el mayor Fernando Del Campo, para
cambiar ideas sobre la estabilidad del inminente gobierno de Cámpora. "A ese
viejo de mierda hay que marcarle el camino o sacarlo a patadas", era en esos
días su expresión favorita. Mientras, Norma Kennedy paseaba por Madrid
con López & Martínez, sus amigos.
El Automóvil Club
Con
600.000 socios, 621 unidades móviles, 296 estaciones de servicio, 48
hoteles, servicio de aviación y la red de comunicaciones más completa del
país, el Automóvil Club era en 1973 una fuerza económica y política de
interesantes vínculos internacionales. Había firmado convenios
multimillonarios con la Ford y fabricaba neumáticos en conjunto con la
Goodyear. Su presidente era el latifundista César Carman, afiliado a la
Unión Cívica Radical, quien se opuso a la creación de La Hora del Pueblo y
repudió las entrevistas de Ricardo Balbín con Juan D. Perón. Todos los años,
hasta su muerte, Carman participó en los actos de homenaje al golpe militar
de 1955. Más sugestivo aún era el vicepresidente del Automóvil Club en
junio de 1973. Se trata del señor Roberto Lobos, presidente de la empresa
Coca-Cola, vinculado con el hotel Sheraton y su propietaria, la
International Telephon & Telegraph, ITT, que en esos días actuaba como
cobertura de la CÍA en Chile para el derrocamiento de Salvador Allende,
según estableció una comisión investigadora del Congreso de los Estados
Unidos. Entre las autoridades del ACÁ figuraban nombres de la burguesía
agraria, representantes de empresas transnacionales y altos jefes de las
Fuerzas Armadas. Marcelo Gowland Acosta, Belisario Moreno Hueyo, José Nazar
Anchorena, Víctor Zemborain, Mauricio Braun Menéndez, Ernesto Aberg Cobo,
Antonio M. Delfino, Pedro Dellepiane, Adolfo Lanús, Carlos Menéndez Behety,
Adalberto Reynal O'Connor, Rodolfo Zuberbühler, Alberto De Ridder, Egidio
Ianella, Ernesto Pérez Tornquist, Ramón Santamarina, el ingeniero Mario
Negri (de la Cámara de Industriales Metalúrgicos), integraban la directiva
del Automóvil Club, junto con el capitán de navío Luis Giannelli, el
comodoro Ernesto Baca, el brigadier Mario Romanelli, el capitán de corbeta
Luis Ballesi y los generales Gualterio Ahrens y José Embrioni. Uno de los
delegados titulares del ACÁ era el señor Adolfo Rawzi, hombre de contacto
con la embajada de los Estados Unidos y con el diputado Rodolfo Arce.
Nuestros muchachos
Desde la primera semana de junio, jefes del
Sindicato de Trabajadores del Automóvil Club, SUTACA, y personas armadas que
se reclamaban de la Juventud Sindical Peronista recorrían las instalaciones
intimidando al personal. También allí se trataba de prevenir el asalto
trotskysta, que nunca se produjo. En un boletín extraordinario impreso el
21 de junio, el Secretario General del SUTACA, Roberto Saavedra, felicitó a
los tripulantes de auxilios mecánicos, que habían actuado en Ezeiza como
radioenlaces para el apoyo logístico. Allí consignó que el ACÁ había
cedido sus vehículos a pedido de la CGT y sostuvo que durante el tiroteo
"nuestros muchachos asumieron plenamente su rol de patriotas y peronistas y
lo hicieron protagónico". El personal que actuó el 20 de junio fue
seleccionado por el subjefe de Comunicaciones del Automóvil Club, el
suboficial Porreca, de la Armada. Las quince grúas, dos automóviles y tres
camiones que el COR usó en Ezeiza le fueron entregados por el Gerente de
Estaciones del ACÁ, Carlos Iribarnegaray, comando civil en 1955 y luego
interventor en la UOM de Avellaneda. Un camión estacionado en Cabildo y
Monroe sirvió de enlace a los vehículos instalados en el Hotel de Ezeiza, en
las rutas de acceso, en el Hogar Escuela ocupado por el Comando de
Organización, en el Autódromo, cerca de la residencia de Perón en Vicente
López, en el bosque próximo al palco, en Plaza de Mayo. Los vehículos
tripulados por dirigentes del SUTACA y personal del COR y de la Juventud
Sindical al mando del metalúrgico Aníbal Martínez, fueron retirados del
auxilio mecánico de Jaramillo al 1900. El grupo de militantes del COR que
intervino se concentró en el Sindicato de Sanidad, en Once, para coordinar
el plan. Estos son algunos de los muchachos patriotas y peronistas
felicitados por Roberto Saavedra: Osvaldo Bujalis, tesorero del SUTACA y
habitual acompañante de Osinde; Frías, jefe de Comunicaciones del ACÁ;
Olmos, dirigente del SUTACA; Pepe Montoya, Sanguineti; Roldan, promotor de
la Juventud Sindical en el SUTACA; Víctor Lasara, Pablo Esquete, Jorge
Viola; Gaeta, quien estuvo junto con Martínez en el Hogar Escuela durante el
tiroteo; Moyano, Rufrano, Cuaresma, Villordo y Mensela. Los condujeron el
general Iñíguez, el teniente coronel Osinde y el industrial Osvaldo Dighero.
Los comparsas
Los golpistas del 20 de junio formaban una sociedad de
hecho. No todos se conocían, disputaban entre ellos por parcelas de poder,
más de una vez se combatieron. Tenían en común su derrota en las pugnas
internas peronistas previas a la elección presidencial y sus contactos con
sectores del gobierno militar. Jugaron sus cartas y perdieron entre
noviembre de 1971, cuando Perón designó delegado personal a Héctor J.
Cámpora, y el 25 de mayo de 1973. Contragolpearán en Ezeiza. Iñíguez y
Osinde les darán coherencia, con un plan de acción para la toma del poder.
En noviembre de 1971 un tiroteo en la sede del Consejo Justicialista, en
Chile al 1.400, saludó la cesantía de Jorge Paladino como representante de
Perón. Norma Kennedy y Alberto Brito Lima dirigieron el asalto. Un
guardaespaldas de Lorenzo Miguel, Alejandro Giovenco, la defensa. Norma
Kennedy sobrevivió con un tiro en el pulmón, pero Enrique Castro, también
del C de O, murió al fin de una larga agonía. Con Giovenco estaban José
Sangiao y Vicente López, quien dos meses después intervino con sus hermanos
Raúl y Juan Domingo, en la muerte de un dirigente antipaladinista de Lomas
de Zamora. Elegido delegado Cámpora, y organizada la rama juvenil sin la
inclusión del Comando de Organización, Kennedy y Brito Lima se unieron a sus
adversarios de ayer. Un año y medio después de aquel enfrentamiento unos y
otros militaban en el mismo bando, olvidados de las promesas de venganza.
Los López y Sangiao, junto con el paladinista Eugenio Sarrabayrouse,
ocuparon en nombre del Comando militar de la Agrupación de Manuel Damiano
los Ferrocarriles, como vimos en la página 61. Norma Kennedy integró la
Comisión Organizadora que convirtió el palco en un arsenal. Giovenco y el
Comando de Organización de Brito Lima utilizaron esas armas contra la
multitud. Los dirigentes sindicales tampoco aprobaron a Cámpora y se
negaron a aceptar las tres vocalías que les asignó en el Consejo Superior,
porque pretendían seis y la Secretaría General. Aunque tanto Rucci como
Cámpora hayan preferido olvidarlo luego, en el Congreso partidario del Hotel
Savoy, Brito Lima y los guardaespaldas de la CGT apuntaron a la cabeza del
delegado personal una pistola 45. Y aún restaba la batalla por la
candidatura presidencial.
La federación de perdedores
Como
vimos, en 1971 el Movimiento Federal, que había prosperado bajo el amparo de
Rucci y Paladino, confiaba en consagrar a Osinde sucesor de Perón. Fue el
primer candidato desilusionado, socio fundador de la federación de
perdedores. Lo siguió el director del ingenio Ledesma Antonio Cafiero,
asesor económico tanto de la CGE como de la CGT, colaborador del brigadier
Ezequiel Martínez en la Secretaría de Planeamiento y Acción de Gobierno de
Lanusse. Era el hombre del Gran Acuerdo Nacional, bien visto fuera del país,
sobre todo una vez que le explicó a David Rockefeller que el peronismo no
pensaba nacionalizar los bancos. Al partir de Buenos Aires hacia Asunción el
14 de diciembre de 1972, Perón lo defraudó al indicar, una vez más, a Héctor
Cámpora. Rogelio Coria preparó una moción para que el Congreso que
recibió con estupor esa nominación, enviara delegados hasta el Paraguay que
persuadieran a Perón que cometía un error. El Sindicato de Mecánicos la
presentó, y de inmediato adhirieron los congresales Norma Kennedy, Manuel de
Anchorena y el dirigente rosarino de la carne Luis Rubeo. En la puerta del
Hotel Crillón, Nicanor De Elía entregaba volantes del Movimiento Federal
contra Cámpora36.
36. Panorama, 21 de diciembre de 1972.
El
Congreso sólo aceptó enviar un telegrama sugiriendo cautelosamente el
cambio, y Coria abandonó la sala contrariado. Lorenzo Miguel admitió en
silencio que esa oportunidad ya se había perdido. La misma batalla se dio
en varias provincias por las candidaturas a las gobernaciones. En
Avellaneda un grupo de congresales sin quórum llegó a proclamar a Manuel de
Anchorena y el metalúrgico Luis Serafín Guerrero y corrió a tiros al
Secretario general Abal Medina. Perón intervino desde Lima calificando a
Anchorena de "excrecencia y traidorzuelo"37, y tanto Osinde como Lorenzo
Miguel abandonaron al estanciero conservador que fue expulsado del
peronismo. La UOM se limitó a sustituir a Guerrero por otro de los suyos,
Victorio Calabró, para acompañar al candidato Oscar Bidegain. En Córdoba,
el jefe vandorista Alejo Simó desertó el mismo día previsto para la
autoproclamación como candidato de Julio Antún, el amigo de Jorge Antonio y
del general Iñíguez, quien había perdido las internas por escaso margen ante
Ricardo Obregón Cano. Antún y el coronel Antonio Domingo Navarro sublevarán
a la policía cordobesa para deponer a Obregón Cano y al vicegobernador
Atilio López, abandonados por el gobierno nacional, en 1974. Siete meses
después, la AAA fusilará con 136 balazos al ex-vicegobernador obrero López.
Ezeiza había sentado doctrina. En Mendoza, pese a un gran tumulto donde
no faltaron lágrimas, Carlos Fiorentini y Decio Naranjo no pudieron impedir
la elección de Alberto Martínez Baca. Lo apartaron de la gobernación en
irregular juicio político en 1974. En Santa Fe, los rebeldes llegaron a
la ruptura antes de los comicios. Otro amigo de Iñíguez, el capitán Antonio
Campos, quien en 1960 lo había secundado en la toma del regimiento XI de
Infantería de Rosario, fue el candidato paralelo a la gobernación, Rubeo su
vice. En Santiago del Estero encabezó la disidencia Carlos Juárez,
dirigente neoperonista que junto con un sobrino de Iñíguez había acompañado
a Juan Lucco en la operación de Levingston para seducir al peronismo desde
el ministerio de Trabajo en 1970. En la Capital Federal, Osinde envió un
telegrama de solidaridad a Julio Cala y Lala García Marín, quienes junto con
una veintena de convencionales habían sido expulsados por oponerse a las
candidaturas decididas. El 20 de junio Lala García Marín estará en Plaza de
Mayo junto con los activistas del COR de Iñíguez para tomar la Casa de
Gobierno, y el 21 Cala será uno de los invitantes al sepelio del capitán
Chavarri, lugarteniente de Osinde caído en Ezeiza. Las movilizaciones de
la juventud en todo el país, la dureza del enfrentamiento con el gobierno
militar, la participación en los actos de Cámpora y la JP de los
guerrilleros que prometían a cada adversario interno la suerte de Vandor,
sembraron la duda en el poder sindical y en sus satélites de la rama
política. Algunos se preguntaban si con ese clima habría elecciones, otros
se contestaban que sí y temían perder su carácter de interlocutores
privilegiados de los militares y ser precipitados a un futuro incierto.
Dos semanas antes del 11 de marzo, no todos los esfuerzos se volcaban hacia
los comicios. El 23 de febrero se creó la Juventud Sindical, un sedante para
los nervios de los sindicalistas. Con o sin elecciones, responderían al
fuego con el fuego. No eran los únicos previsores. El 18 de mayo, apenas
una semana antes del traspaso presidencial, el grupo que se presentó como
Resistencia Argentina exigió que quedaran en su poder "determinados cargos
del gobierno y los organismos de seguridad", y anunció juicios y sentencias
para "los traidores y los mercaderes" en caso de ser contrariados. Para la
SIDE propusieron al coronel Julio Fossa (a uno de cuyos hijos ya hemos visto
como jefe de la custodia del intendente Leopoldo Frenkel, que participó en
la operación Ezeiza); para la Policía Federal al coronel Mario Franco
(asociado al ex jefe de policía de Onganía, general Mario Fonseca); para
Gendarmería al capitán Morganti, quien después del 20 de junio se mudó a un
amplio edificio de Bermúdez y Nogoyá, en el barrio de Devoto.
37.
Clarín, 21 de diciembre de 1972.
Una solicitada que publicó la UOM en
los diarios del 20 de junio delata sus preocupaciones del momento. El cartel
de Montoneros que el 25 de Mayo se desplegó frente a la Casa de Gobierno,
como lo muestran las fotos de la época que luego los militares usaron para
demostrar la escalada subversiva sobre el poder, fue retocado para que se
leyera Unión Obrera Metalúrgica38. Unos se desvivían por ubicar el letrero
más grande en el lugar más visible. Los otros estaban dispuestos a todo por
impedirlo, con el pincel del retocador o por medios más consistentes. Los
sindicalistas y el gobierno militar sentían la necesidad de actuar rápido,
para sofocar esa presencia expansiva y amenazante. ¿Pero cómo? Un indicio lo
brindó el contralmirante Horacio Mayorga, rico propietario de fábricas de
artículos de cuero. Al despedirse de la Aviación Naval que comandaba, reveló
los planes que conocía, muy pocos días antes de la masacre. "Se están
preparando bandas armadas clandestinas" dijo en su último discurso
oficial39. Ezeiza sería su presentación en público.
38. Clarín, 20 de junio de 1973. Suplemento especial del retorno. 39.
La Nación, 16 de junio de 1973.
SEGUNDA PARTE
LOS HECHOS
El Hogar Escuela
En
todos los relatos sobre los tiroteos de Ezeiza se menciona como un lugar
clave el Hogar Escuela. También se refieren a él sin saberlo los testimonios
sobre disparos efectuados desde el bosquecito próximo al palco, es decir la
arboleda lindera con el Hogar Escuela. El Hogar Escuela Santa Teresa
tiene tres cuerpos de edificación y está ubicado a unos 500 metros del
palco, al sur de la autopista Ricchieri, cerca de las Piletas Olímpicas y
rodeado por una zona boscosa. Cruzando la ruta 205 se ingresa al barrio
Esteban Echeverría. El Hogar Escuela forma un triángulo agudo con el puente
El Trébol y el Hospital de Ezeiza, que está en el centro del barrio Esteban
Echeverría. Para controlar la zona donde se desarrollaría el acto, el Hogar
Escuela era un sitio estratégico. La Policía Federal pensó en instalar
allí un puesto para la remisión de detenidos, con un subcomisario, tres
oficiales, veintiocho agentes masculinos y cinco femeninos de la
Superintendencia de Investigaciones Criminales. Como el resto del servicio
policial, debía implantarse a las 18 horas del martes 19. Determinar
quien controló el Hogar Escuela durante los enfrentamientos es fundamental
para comprender qué ocurrió el 20 de junio.
La Falange
El 24 de mayo en Monte Grande se preparaban las columnas que marcharían
hacia la Capital para el acto de asunción de Cámpora, cuando llegaron el
concejal Rubén Dominico y sus compañeros del C de O y con palos y cadenas
intentaron dispersar a los manifestantes. El 25 desfilaron uniformados al
estilo de la Falange ante el intendente de Esteban Echeverría, Oscar Blanco,
su protector. Asalariado de la UOCRA, procesado por el juez Omar Ozafrain
por robo a un sindicato del que era chofer, por juego ilegal y por
corrupción, Dominico y treinta acompañantes armados ocuparon el 8 de junio
el Hogar Escuela, la Escuela de Enfermeras vecina y el policlínico de
Ezeiza. "Perón, Evita, la Patria Peronista", gritaban. El Hospital de
Ezeiza tenía una capacidad normal de 120 camas, y para el 20 de junio se
habían previsto habilitar otras 100. Funcionaban en él servicios de cirugía,
traumatología, hemoterapia, neurocirugía, clínica médica, radiología,
otorrinolaringología, pediatría, cardiología, ginecología, laboratorio,
drogas y medicamentos. Contaba con tres ambulancias, una de ellas con
radiollamado, dos vehículos utilitarios y una camioneta. Una guardia
permanente de 70 médicos, 78 enfermeras y auxiliares y el apoyo de 50
alumnas de la Escuela de Enfermeras debían atender cualquier emergencia.
El diario local La Voz del Pueblo informó que el 8 de junio, a raíz de la
ocupación del C de O, el personal docente del Hogar Escuela fue enviado a
sus casas y los niños evacuados. Con un comunicado que reprodujo el mismo
periódico, el C de O rechazó las exhortaciones de Abal Medina y de la
interventora en el Hogar Escuela, Esther Abelleira de Franchi, para que
cesara la ocupación. Entre quienes ocuparon el Hogar Escuela estaban los
militantes del C de O Carlos Alberto Vergara, Martín Magallán, Ernesto
Berón, Mario Azategui, Juan Carlos Journet y su hermano, Guillermo Salao,
Daniel Sanguinetti y su padre, Alberto Mellián, Víctor Diack, Carlos Alberto
Nicolao y su padre, Rubén Rodríguez, Gabriel Nana y Maido. A través de
ellos, hasta un juez podría reconstruir la lista completa. Una vez
ocupado el Hogar Escuela Dominico organizó la logística. El intendente
Blanco le dio dinero para comida y cigarrillos, y el frigorífico Monte
Grande 200 kilos de asado, previa consulta con el comisario Guido Beltramone
y el intendente Blanco, quienes avalaron a los ocupantes. Desde el
principio, Osinde pensó utilizar el Hogar Escuela como puesto de comando y
vivac de sus tropas y así lo planteó durante las reuniones preparatorias del
acto en un memorándum que tituló Se requiere únicamente. Sin embargo,
después de la masacre dijo a la comisión investigadora que al enterarse de
que el Hogar Escuela había caído en manos de desconocidos, solicitó a la
policía de Buenos Aires que los sacara de sus instalaciones el 19 de
junio40. La policía de Buenos Aires no respaldó esta versión de Osinde.
Por el contrario, comunicó que cuando desalojó a 300 personas armadas, del
Comando de Organización que ocupaban el Hogar Escuela, el Hospital y la
Escuela de Enfermeras, el concejal Dominico alegó que respondían a las
ordenes de Osinde41.
Martín y Martínez
El informe policial
dice que antes del desalojo Osinde se había interesado por los ocupantes, y
que luego se presentó para indagar por qué habían sido desplazados y declaró
que obedecían al gobierno a través suyo. Además señala que en la noche del
19 de junio los ocupantes trajeron refuerzos y a punta de pistola volvieron
a apoderarse del Hogar Escuela, a ordenes de dos personas que se hacían
llamar Martín y Martínez. Coincide con ese dato un parte redactado por la
Policía de Buenos Aires cuando aún el olor a pólvora no se había disipado en
Ezeiza, que identifica al jefe de los dos mil jóvenes en armas que coparon
el Hogar Escuela como Martínez, un hombre de frente ancha, cabellos canosos
y sueltos hacia atrás, bigote fino, cara redonda y 1,70 ms de estatura42.
Ordenemos y completemos la información. El 20 de junio tres grupos
ocuparon el Hogar Escuela de Ezeiza. El primero y más numeroso estaba
constituido por los dos mil adolescentes reclutados por el C de O, que
retomaron el edificio luego de la primera desocupación, dirigidos esta vez
por Reinaldo Rodríguez. En un pabellón del tercer piso se instaló Gaeta,
del Automóvil Club, a cargo de uno de los puestos de comunicaciones del COR
del general Iñíguez. Otros tres móviles del COR operaron desde el Hogar
Escuela y sus inmediaciones. El tercer grupo pertenecía a la CGT y
obedecía a Aníbal Martínez, de la UOM, y uno de los tres líderes de la
Juventud Sindical. Lo que no hubo nunca fueron comunistas ni montoneros.
40. Osinde, Jorge Manuel: Informe sintético, en la sección documental.
41. Troxler, Julio: informe del subjefe de la Policía de la Provincia de
Buenos Aires, en la sección documental. 42. Informe de la policía de la
provincia de Buenos Aires, en sección documental.
El Palco
El
19 de junio mil civiles armados hasta los dientes ocuparon posiciones cerca
del palco, por indicación del teniente coronel Osinde. Su consigna era
impedir que se acercaran columnas con carteles de la Juventud Peronista, la
Juventud Universitaria Peronista, la Juventud Trabajadora Peronista, las
FAR, Montoneros y otras agrupaciones menores43. Detrás del vallado se
identificaban con brazaletes verdes y un escudo negro los guardias de la
Juventud Sindical. Los custodios del estrado empuñaban carabinas, escopetas
de caño recortado, ametralladoras y pistolas44. El miércoles 20 los
periodistas apreciaron el arsenal acopiado en el palco del Puente 12, que
incluía fusiles con miras telescópicas, pero no se les permitió
fotografiarlo. Las armas estaban a cargo de hombres de la Concentración
Nacional Universitaria y de la Alianza Libertadora Nacionalista, y rodeando
el palco había integrantes de la Juventud Sindical y del Comando de
Organización45. Desde el primer momento impusieron su autoridad en base a
un uso desmedido de la fuerza y a la continua ostentación de armas largas y
cortas, adujo un informe oficial46. Osinde no refutó esas aseveraciones.
Por el contrario, dijo que había dispuesto 200.000 hombres de las
organizaciones sindicales para el cordón de contención frente al puente, y
3.000 hombres de custodia personal rodeando la zona del palco de honor y el
área de aterrizaje47. Añadió que la presencia de esos custodios armados allí
era conocida y había sido aprobada por la Comisión designada por el Poder
Ejecutivo, en un tardío intento de diluir su responsabilidad48.
Giovenco y Queraltó
La policía de la provincia de Buenos Aires informó que el puente estaba
en poder de compactos grupos del SMATA, y que personal del COR y de la CGT
ocupaban el palco de honor, a ordenes de Osinde y ostentando armas de gran
potencia. Entre los ocupantes identificó al custodio de la UOM Alejandro
Giovenco49 Los técnicos apolíticos de la Policía Federal ratificaron que
la seguridad del palco se había encomendado a civiles con armas largas y
aportaron fotografías probatorias. El informe federal describe amenazas de
golpear al público que se acercaba a los cordones de seguridad que
circundaban el palco, y señala que se realizaron en las horas previas al
tiroteo varios simulacros de lo que luego sucedió, en los que se obligaba al
público a arrojarse al suelo. La Policía Federal señaló entre los custodios
del palco a miembros de la Alianza Libertadora de Juan Queraltó50. En el
palco también estaban el jefe de la custodia presidencial Rogelio González
(hermano del chofer de Perón, Isabel y López Rega durante el retorno de
1972), sus subordinados Ángel Pablo Bordón y Rodolfo Monalli, el oficial
subinspector Omar Horacio Fitanco, y los sargentos Humberto Zelada (chapa
12.312) y Eduardo Jorge Dimeo (chapa 13.372), todos de la Policía Federal.
43. Clarín, 21 de junio de 1973. 44. La Nación, 21 de junio de 1973.
45. La Opinión, 22 de junio de 1973.. 46. Informe del Servicio de
Informaciones de la Provincia de Bs As. a la SIDE, 22 de junio de 1973.
47. Osinde, informe a la Comisión investigadora del 21 de junio de 1973, en
la sección documental. 48. Osinde, informe complementario del 22 de
junio, en sección documental. 49. Informe de la policía de Buenos Aires,
27 de junio de 1973, en sección documental. 50. Informe del subjefe de la
Policía Federal, comisario general Ricardo Vittani. Ellos constataron que
los civiles con armas largas que ocupaban el palco sólo acataban las ordenes
de Osinde, y fueron testigos de uno de los ensayos practicados desde el
palco antes de los tiroteos reales. Al aproximarse una caravana de
manifestantes los guardias verdes de Osinde se arrojaron cuerpo a tierra en
actitud de combate, con sus armas prestas a disparar. Quienes se acercaban
se dispersaron lo más rápido posible, y de los empellones y desórdenes
resultantes, quedaron varias personas heridas y contusas51" Este breve
texto que incrimina al Subsecretario de Turismo y Deportes del MBS fue
dirigido con candor al superior jerárquico de Osinde y jefe de la banda,
José López Rega. González era un profesional que citaba el testimonio de
otros profesionales, y carecía de animosidad hacia Osinde, a cuyas ordenes
llevaba trabajando sin conflictos por lo menos ocho meses. Los
principales diarios de Buenos Aires, que miraban con desconfianza a todo
peronista; la policía de Buenos Aires, cuyo Subjefe Julio Troxler
simpatizaba con la Juventud Peronista; la Policía Federal, que actuó con
estricta imparcialidad y no tenía compromisos con ninguno de los bandos; y
la custodia presidencial que respondía a López Rega y Osinde, es decir
peronistas de derecha y de izquierda, antiperonistas y neutrales, coinciden
así en forma completa al relatar el dispositivo montado en el palco desde el
día anterior y los aprestos para su empleo en las horas previas al arribo de
Juan D. Perón.
El pastor y la enfermera
Un pastor protestante y su esposa, auxiliar de enfermería, fueron
remitidos por el Ministerio de Bienestar Social al puesto sanitario
instalado en Ricchieri y Sargento Mayor Luche. Llegaron al caer la tarde del
martes 19 pero no encontraron el puesto, en el que debían presentarse como
voluntarios. Se dirigieron a una posta sanitaria que el SMATA había
montado a la derecha del palco, con una ambulancia pero sin elementos de
atención. El enfermero Gentile los condujo al jefe del operativo sindical, y
Cardozo aceptó la colaboración del pastor y la enfermera. No había tiempo
que perder. En cuanto se instalaron atendieron a un herido en un pie, con el
botiquín personal que portaban. Después fueron conociendo a los demás
miembros del grupo. Cables y alambres cercaban el predio, dentro del que se
habían dispuesto carteles de SMATA, la UOM y el sindicato de la Carne, que
eran los únicos autorizados a permanecer allí. –Estamos armados, para
defendernos e impedir la infiltración, les confió uno de los dirigentes52
–¿Y esos emponchados que cercan el acceso al puente?, preguntaron algo
inquietos. –También son nuestros. Debajo del poncho tienen las metras.
–¿Para qué las metras? –Para recibir a los zurdos que gritan por la
Patria Socialista. Sintieron que ese no era el sitio más apropiado para
un pastor y una enfermera y se despidieron. Debajo del palco conocieron al
encargado de una ambulancia de la Unión de Obreros y Empleados Municipales,
que protestaba contra la gente del interior que había llegado para la
manifestación. El problema es que después no quieren irse y hay que
despacharlos a la fuerza en vagones jaula para ganado, rumió. Siguieron
caminando en procura de mejores compañeros.
51. Rogelio González, jefe de la custodia presidencial: informe al
ministro de Bienestar Social, José López Rega, en la sección documental.
52. Testimonio del pastor Horacio Gualdieri y su esposa María del Carmen
Bigorella, ante la JP. Ya eran las diez de una fría noche cuando fueron
acogidos con simpatía por médicos y enfermeras del MBS que atendían las
obras sociales de los sindicatos de la Alimentación y la UOCRA. El doctor
Avalos los inscribió en su registro y pasaron la noche colaborando con
ellos. Más o menos a esa hora se pidió por radio la presencia de Osinde o
Norma Kennedy, pero en lugar de ellos llegó alguien que los médicos conocían
como el secretario de Osinde, el señor Iglesias. Era el responsable de la
seguridad del palco53. Se dirigió a la lomada de la derecha del palco y
conversó con los emponchados. Poco después la guardia fue reforzada con más
hombres en armas. A la izquierda del puente se ubicaron los que se hacían
llamar Halcones. Llevaban escopetas de doble caño recortadas, su jefe se
apelaba Cacho y describían su misión como preventiva para que nadie pudiera
colocar explosivos en el palco. La madrugada no fue tranquila. En torno
del palco había una multitud de entre 40 y 100.000 personas. Presionaron por
acercarse a las líneas de contención y desde el puente El Trébol los
efectivos de la Comisión Organizadora abrieron fuego a las 2.10. Cuando
concluyó el desbande, una ambulancia se abrió paso y retiró el cuerpo de un
hombre joven caído54. Tenía dos balazos en la espalda y la cabeza
destrozada. También se atendieron en el palco a otros heridos de bala,
mientras se producía una avalancha sobre el cordón de seguridad del puesto
sanitario55. A las 3 otro de los Halcones ubicados en la torre de los
altoparlantes disparó su escopeta. La multitud respondió a gritos y comenzó
a arrojar piedras contra el puesto sanitario, al que desde entonces
identificó como la Juventud Sindical, cuyo estandarte flameaba dentro de su
perímetro. –Vázquez dice que no hay que palpar de armas a la gente con
brazalete verde porque es la que colabora, escucharon el pastor y la
enfermera. Vázquez vestía guardapolvo de médico, pero daba ordenes a la
gente armada: –Hay que identificar a todos los que no tengan el brazalete
verde y controlar a los que se acerquen diciendo que necesitan atención
médica. Escaramuzas, con heridos de bala y contusos, se repitieron
durante toda la noche y arreciaron al llegar los ómnibus que traían al
Frente de Lisiados Peronistas. Con las primeras horas del día aumentó la
cantidad de jóvenes y adolescentes ebrios. Muchos necesitaron la atención
del puesto sanitario. –Vinimos a defender al general de los enemigos. Los
vamos a matar, explicaban. Cacho condujo hacia el puesto sanitario a
medio centenar de adolescentes de Quilmes, que relevaron de la custodia a
los Halcones. A la luz del miércoles 20, el pastor y la enfermera vieron que
los accesos laterales al puente estaban controlados y sólo se permitía el
acceso a quien bajara a la rotonda de la ruta 205. La guardia armada en el
sector del puente seguía las ordenes de Juan, que disponía relevos cada dos
o tres horas, en tandas que sumaban centenares de hombres. Todos estaban
tensos y fatigados. Poco después de mediodía se escenificó otro cuadro
premonitorio. Un helicóptero H 16 de la VII Brigada Aérea levantó nubes de
hojas y tierra al practicar el descenso a un costado del puente El Trébol.
Cuando la curiosidad del público lo acercó a la máquina, centenares de
custodios lo impidieron, tomándose de las manos alrededor del helicóptero, y
unos cuarenta jóvenes vestidos de sport hincaron rodilla en tierra y
apuntaron a la gente con pistolas automáticas, carabinas de caño recortado y
metralletas56.
Faltaba menos de una hora para la tragedia.
53. Informe de Osinde
a la Comisión Ministerial Investigadora, en la sección documental. 54.
Clarín, 21 de junio de 1973. 55. Gualdieri-Bigorella, testimonio citado.
56. Así, 22 de junio de 1973.
Iñíguez se va a la guerra
Con 15 grúas, tres camiones y dos
coches del Automóvil Club, el general Miguel Ángel Iñíguez coordinó las
comunicaciones del aparato de seguridad dirigido por el teniente coronel
Osinde. La red del Automóvil Club era técnicamente de las mejores del
país, pero los activistas del COR no eran expertos en su manejo y provocaron
una fenomenal confusión. La sustitución de los eficientes operadores del
Comando Radioeléctrico de la Policía Federal por aficionados civiles no
respondió a un error de Osinde sino a una decisión política. La organización
profesional de la Policía y la neutralidad de sus jefes en la pugna
peronista obstaculizaban la consigna facciosa de copar el acto o disolverlo
a balazos. Osinde había pedido un núcleo de suboficiales del COR para
sumarlos a la custodia del palco pero Iñíguez se negó afirmando que su
organización iba completa o no iba. Al fin acordaron que Osinde conduciría
el operativo e Iñíguez dirigiría las comunicaciones. Al caer la noche del
19 de junio sesenta hombres del COR comenzaron a llegar al Sindicato de
Sanidad de la Capital Federal, donde los recibía con una palmada en la
espalda y sin palabras un oficial retirado del Ejército. Muchos eran
activistas de la zona Oeste, vinculados con Manuel de Anchorena. Se habían
reunido por última vez en abril en una quinta de Moreno, propiedad del
coronel Mariano Cartago Smith, lugarteniente de Iñíguez. Yarza y Manuel
Arcadini, de General Rodríguez; Acre, de Merlo; Aldo Casareto, de Moreno,
dieron cuenta de empanadas y chorizos mientras Smith exponía sus planes para
contener a la Juventud Peronista.
La red del COR
El dispositivo de Osinde reunía grupos distintos: la Juventud Sindical,
la CGT, los ocupantes del Hogar Escuela, los custodios del palco, los
ocupantes de Ferrocarriles en la estación Retiro, los que controlaban LR2
Radio Argentina, los ocho móviles de la agencia noticiosa Telam a cargo del
teniente coronel Jorge Obón. Los operadores del COR tenían que organizarlos
en una red única de comunicaciones. Poco después de la medianoche del 20 de
junio tuvieron listo su esquema de transmisiones, que fue puesto a prueba a
las 4 de la madrugada del miércoles 20. En un tren que había partido de
Córdoba se suponía que llegaban grupos del ERP y se ordenó detenerlo antes
que entrara a Retiro. El COR también organizó mediante su red radial el
desplazamiento hacia Ezeiza de 300 hombres propios, llegados desde Rosario
con el Comandante Puma II, quien días antes había ocupado el sindicato
rosarino de Sanidad con el beneplácito policial. Por alguna razón los
uniformados consideraban a Puma II como uno de los suyos. A las 11 el COR
envió su móvil 6 a Radio Argentina, ocupada por la seudo agrupación de
prensa de Damiano, y a esa misma hora se produjeron los primeros disturbios
frente al Hogar Escuela, suscitados por sus ocupantes de la Juventud
Sindical y el Comando de Organización. –Se han detenido varios vehículos
con la sigla FAP y FAR, informó a las 13.40 el móvil del COR estacionado
frente al Hotel Internacional. Comenzó así un acoso sistemático que sólo
terminaría con el último disparo. –Son cuatro vehículos con cinco
personas en cada vehículo, precisó a las 13.55. Llegaron tocando un clarín,
añadió. Diez minutos después otro parte radial: –Grupos de FAR se
aproximan por parte trasera del palco. –¿Grado de combatividad del Grupo?
le inquirieron desde la Central de Comunicaciones en el Automóvil Club.
–El grupo es de 1.500 a 2.000 personas. Todavía no se ha podido apreciar el
grado de combatividad, contestó el móvil. (Es decir que su actitud no era
beligerante) Desde la Central de Comunicaciones insistieron: Informe si el
grupo se identifica por sus cartelones o si es un grupo combatiente o
militante que se identifica por sus uniformes o sus insignias. –No, es
un grupo con carteles. (No era una fuerza militarizada) –El grupo ya ha
sido empujado por la Juventud Sindical y ha retrocedido, describió el móvil
del COR. (Fueron rechazados desde el primer momento) –Hay otra columna
de 3.000 personas conducidas por FAR y Montoneros, advirtió la radio del
COR. –¿Cómo se identifican?, quiso saber la Central. –Hasta ahora sólo
con carteles. (Sólo carteles. Ni portaban armas ni disimulaban su
identidad) A las 14.20 el general Iñíguez se presentó por segunda vez en
el día en la sala de transmisión del Automóvil Club, y a las 14.25 uno de
sus móviles alertó a las fuerzas que aguardaban en el palco que había
divisado a otro grupo: –Son mil montoneros, identificados por el cartel.
(Igual que los anteriores, con carteles y sin armas). A las 14.29 esa
columna con carteles de FAR y Montoneros, no militarizada ni en actitud
beligerante, se acercaba al palco y fue recibida por sus guardianes con
ráfagas de metralla. Los hombres de Iñíguez dieron la señal, los de Osinde
oprimieron el gatillo. Los que estaban ubicados en el estrado dispararon
sus carabinas, escopetas, ametralladoras y pistolas y los sindicalistas
armados se lanzaron a perseguir a los atacados que se desbandaban. –Lo
recibo muy entrecortado. Entendí grupos a la carrera, dijo COR Cabecera a
COR Madre, a las 14.40, es decir minutos después de abierto el fuego desde
el palco. COR Cabecera era el general Iñíguez. COR Madre el metalúrgico
Aníbal Martínez, de la Juventud Sindical, que transmitía desde el Hogar
Escuela. –Grupos a la carrera se aproximan al palco, interpretó y
retransmitió Iñíguez. –Vienen para el Hogar Escuela, grupos vienen
corriendo para el Hogar Escuela, lo corrigió Martínez, quien desde su
posición no podía saber lo que sucedía en el palco. (Son los
manifestantes que se dispersaron después del primer tiroteo y buscaron
refugio lejos del palco. A sus espaldas, los custodios seguían
persiguiéndolos y haciéndoles fuego) –Detrás del bosque hay personas
tirando a granel. Sigue yendo gente para el Hogar Escuela, insistió Martínez
a las 14.45. (Un plano del lugar aclara lo que ocurría. Detrás del
bosque, en línea recta hacia el Hogar Escuela, lo único que había era el
palco. De allí tiraban. El enfrentamiento continuó cerca de veinte minutos
entre fuerzas del mismo bando, pero Iñíguez hizo creer a unos y otros que
los asediaban los montoneros). –La situación se tranquiliza y se pone
brava por momentos. Hay un equipo trabajando en medio del bosque, parece ser
la gente de COR y CGT, comentó Martínez desde el Hogar Escuela a las 15.
(El primer combate del Hogar Escuela ha concluído. El COR y la CGT están
capturando prisioneros, que luego serán maltratados en el Hotel
Internacional) Martínez salió entonces del Hogar Escuela con su móvil,
recorrió hasta formarse una impresión de lo que estaba sucediendo, y a las
15,35 ya tenía elementos para comunicar a COR Cabecera del error cometido.
–Palco en poder de la gente del teniente coronel Osinde. Cabecera
retransmitió el mensaje a Gaeta, quien con otro transmisor aun permanecía en
el tercer pabellón del Hogar Escuela: –Compañeros del Hogar Escuela,
palco en poder de gente del teniente coronel Osinde. Ya fuera del Hogar
Escuela, Martínez actuó como observador del terreno y sus informes fueron
difundidos por COR Cabecera a los demás puestos del dispositivo. A las
16.15, Martínez transmitió a Cabecera un mensaje que de inmediato se
retransmitió al palco: –¿Se aproxima columna con carteles Patria
Socialista? (Este fue el aviso que desencadenó el segundo gran tiroteo, en
el que se repitió la confusión de dos horas antes) A las 16.45, luego de
un cuarto de hora de fuego incesante, Iñíguez formuló una tímida pregunta:
–Quisiera saber si el palco sigue en poder de nuestras fuerzas o de FAR y
Montoneros. –Hogar Escuela y palco están en poder de propia fuerza, le
contestaron, cuando Perón ya había aterrizado en la base aérea de Morón.
A las 16.50, pese a la aclaración, que tal vez no había escuchado, Iñíguez
entendió alarmado que FAR y Montoneros rodeaban el Hogar Escuela, y a las
17.10 sentenció: –Indudablemente el palco ya no está en manos de fuerzas
leales, está cargado de francotiradores, no se puede pasar en las
proximidades. Tiran a mansalva, inclusive sobre ambulancias y coches
particulares. (Esta fantástica ocupación del palco, que los hombres de
Osinde nunca abandonaron y que nadie les disputó, sólo transcurrió en la
mente nublada del general golpista. Ni siquiera cuatro horas después de la
primera escaramuza el fósil advertía que quienes seguían haciendo fuego
desde el palco eran los suyos, que como él dijo, disparaban a mansalva).
Su premio fue modesto: la jefatura de Policía, donde no duró mucho porque el
plan que debía seguirse necesitaba gente más lista que él.
El agresor
agredido
En 1971 obtuvo el carnet número 5 al abrirse la reafiliación al Partido
Justicialista, y en junio de 1973 decidió pasar en Buenos Aires su licencia
anual. Quería ver de cerca a Perón. El agente Raúl Alberto Bartolomé,
chapa 2798, de la sección canes Tomás Godoy Cruz de la policía mendocina,
llegó a La Plata con su Colt 11.25 reglamentaria y una fumadora de 8 mm, el
19 de junio. En la Unidad Básica Número 10, de la calle 60 entre 134 y 135,
convino que iría a Ezeiza en un ómnibus de la empresa Río de la Plata, junto
con militantes de la Concentración Nacional Universitaria, CNU57. Al
mediodía del miércoles 20 arribaron a Ezeiza. Se ubicaron a 200 metros del
palco, sobre su izquierda si se mira hacia el aeropuerto. Allí lo sorprendió
el primer choque, que duró un cuarto de hora. Bartolomé y sus acompañantes
de la CNU pedían calma a la gente que corría aterrorizada por los disparos,
hasta que comenzaron a llegar ambulancias y cesó el fuego. Logró ascender
al palco con su fumadora. Estaba haciendo sus primeras tomas de la multitud
cuando escuchó que por los altavoces se ordenaba que descendieran a tierra
quienes estaban trepados a los árboles y abandonaran el palco quienes
tuvieran cámaras fotográficas o cinematográficas. No tuvo tiempo de
cumplir la directiva cuando volvieron a sonar disparos. Se echó cuerpo a
tierra y observó que abrían fuego desde unos árboles situados a unos cien
metros. –Son los provocadores comunistas, oyó decir. Bartolomé guardó la
fumadora y empuñó su pistola para repeler la agresión comunista. Mientras
los custodios contestaban el fuego contra los árboles y se descolgaban del
palco en busca de los atacantes, un hombre con un brazalete azul y blanco,
que en letras negras decía Comisión Organizadora, le ordenó cubrir el sector
que daba hacia el aeropuerto. –Los comunistas quieren tomar el palco por
ese lado, o distraernos para coparlo por otra parte, le indicó. Cuando
los que habían abandonado el palco regresaron de perseguir a los comunistas,
Bartolomé descendió por la parte trasera y se alejó por un bosquecito de
pocos árboles. En ese momento volvieron a recibirse disparos contra el
palco y la custodia a contestarlos. Bartolomé quedó entre dos fuegos y con
su arma a la cintura se tendió en el suelo mientras duró la refriega.
"Los hombres de seguridad comenzaron a avanzar y los comunistas a retroceder
y tomaron un colegio que había enfrente y comenzaron a disparar desde ese
sitio, desde ventanas, contra los hombres de seguridad", creía Bartolomé.
Luego de 15 minutos los hombres de seguridad retrocedieron y uno se parapetó
detrás del mismo árbol que cubría a Bartolomé. –¿Qué ocurre?, preguntó el
policía mendocino. –Se nos están acabando las municiones. Los comunistas
se dieron cuenta y están saliendo del colegio para atacarnos, le replicó su
compañero de árbol, también convencido de que el Hogar Escuela había caído
en poder del enemigo. Bartolomé tenía su pistola reglamentaria y dos
cargadores. Se ofreció para ayudar: –Yo cubro la retirada. Ustedes corran
hasta el palco. Cuando regresaron reaprovisionados a sus posiciones,
Bartolomé había agotado sus proyectiles. Uno de los hombres con brazalete
ordenó: –Tiren todos que hay uno que regresa al palco. Arrastrándose
Bartolomé salió del bosque hasta quedar fuera de la línea de tiro y corrió
hasta el palco en procura de municiones. –¿Personal de seguridad?, le
inquirieron al llegar. –Soy afiliado pero no pertenezco a ninguna
organización. Sólo estoy colaborando, explicó.
57. Declaración ante
la policía de Mendoza, el 25 de junio de 1973. –Dame tu arma y la
fumadora, le ordenaron. Los entregó confiado, esperando que al regreso de
sus compañeros de tiroteo se aclararía la situación. Lo condujeron hasta
la cabina blindada del palco. El que todos llamaban comisario tenía 48 o 49
años, medía 1,70 y vestía sobretodo claro. Era calvo, y peinaba con gomina
sus sienes. –Sentáte en el suelo, le ordenó. –Señor, yo... –Sentáte
en el suelo, te dije. Así pasó media hora. –Aquel es uno, oyó que decía
un recién llegado. Otros dos lo levantaron en vilo y le cerraron la boca a
golpes cada vez que intentó contar su historia. Lo transportaron por el aire
hasta una de las barandas que rodeaban el palco, lo colocaron de espaldas y
de un puñetazo lo hicieron volar por encima de la cerca. Entre dos lo
metieron en un auto y lo bajaron en el Hotel Internacional con el caño de
una pistola en la cabeza. Así lo llevaron hasta el descanso de una escalera
del primer piso, lo sentaron a trompadas y culatazos en una silla, le
quitaron primero las botas y después la campera, de cuyos bolsillos vio
salir con callada nostalgia su reloj, los documentos, dinero y un mapa de la
ciudad de Mendoza en el que estaban señaladas las jurisdicciones policiales.
Le colocaron la campera como capucha en la cabeza y lo siguieron golpeando.
–¿Dónde están los otros comunistas?, le preguntaban entre tunda y tunda.
Cansados de sus balbuceos le quitaron la campera de la cabeza. Sintió el
metal frío en la frente. –Canta o te mato. Otra voz se superpuso a la
primera, más segura: –¿Quién es el mejor adiestrador de la compañía de
canes de Mendoza? Antes de matarlo Ciro Ahumada dudó y le hizo una
pregunta que sólo otro mendocino, policía y de la sección canes, pudiera
contestar. Bartolomé dio al instante el nombre de un suboficial de la
provincia. –Me parece que nos equivocamos, comentó la segunda vos, y el
caos volvió a ser mundo. Lo condujeron a una habitación del hotel, lo
acostaron, lo revisó una médica, le inyectaron calmantes, dejó de temblar y
cerró los ojos, ensangrentado y dolorido. –Flaco, nos equivocamos. Ahora
tenemos confianza en vos y te dejamos solo, le dijo un hombre con brazalete
de la Juventud Sindical. –Me llamo Oscar Valiño, queremos pedirle
disculpas, se presentó otra voz, cuando había transcurrido un lapso, que
Bartolomé no supo medir. Coma algo, aquí tiene, se va a poner mejor. –No
gracias, no puedo probar nada, desechó Bartolomé. Más tarde se lavó la
sangre seca, descansó otro rato en la Planta Baja del Hotel, hasta que
Valiño lo llevó a su casa, en la calle Veracruz 826, de Lanús Oeste, donde
pasó la noche. El jueves 21 lo acompañó a La Plata. Llamaron en la puerta
con el número 2184 de la calle 60. Néstor Cibert los condujo a la Capital
Federal, donde intentaron entrevistar en vano a Osinde o Ciro Ahumada, para
reclamar el arma, la fumadora, los documentos, el dinero. Después de dos
días de gestiones inútiles compró su pasaje en el tren El Zonda. Llegó a
Mendoza a las 16.05 del domingo 24. A primera hora del lunes se presentó a
su jefe y a media voz y con un ojo semicerrado le confió su triste historia.
Alto el fuego
Tomás Enrique Chegin tenía 25 años. No era ideólogo ni
general sino operario metalúrgico. Por eso no incurrió en ninguna de las
confusiones del senil Iñíguez, y arriesgó la vida para aclarar una de ellas.
Después de las 14.30 escuchó disparos detrás del palco. Puso a su mujer a
cubierto debajo de un camión y se encaminó a la zona de donde provenían. Vio
a los encargados de la seguridad del acto repeler la agresión. Al
reiniciarse el tiroteo divisó a un grupo que disparaba hacia donde él
estaba. Se parapetaban "en un Hogar Escuela que da al frente de la ruta 205,
saliendo de la autopista hacia la izquierda"58. Chegin no vaciló. Se
trepó a un muro, se quitó la camisa e hizo señas con ella hasta que
consiguió un alto el fuego, "reconociéndose entonces dichos grupos
antagónicos como pertenecientes a una misma fracción"59.
Dentro del Hogar Escuela vio un grupo armado, con brazaletes de la Comisión
Organizadora, y varias mesas con armas. Su intervención para impedir que los
gendarmes de Osinde y los jóvenes del C de O se masacraran entre ellos no le
valió de mucho. Como otros manifestantes aislados que se desbandaron al oír
los disparos, fue capturado entre los árboles y golpeado en una casilla en
el palco oficial. Tampoco tuvo mejor suerte José Almada, agente de la
seccional 30 del Cuerpo de Policía de Tránsito de la Policía Federal. Llegó
a Ezeiza al mediodía del martes 19 y planeaba aprovechar al aire libre los
feriados del 20 y el 21. Los primeros estampidos que oyó, poco después de
las 14.30, se originaban detrás del escenario. Observó gente agazapada
debajo del palco y a medida que se aproximaba distinguió un enfrentamiento
entre un sector del escenario y un grupo de cien personas ubicadas detrás
del palco. Al interrumpirse ese tiroteo se produjo una avalancha sobre
las vallas que bloqueaban el acceso al palco. Almada fue arrastrado por
la masa humana, y cuando superaron las vallas abrieron fuego sobre ellos
desde atrás del palco. El grupo que desbordó las cercas no disparaba, ni
portaba armas, sólo mástiles de estandartes y cartelones, recordó Almada.
"En consecuencia por su acción no hubo bajas en el grupo que los tiroteaba,
entendiendo que debe haberlas habido entre quienes integraban el que
avanzaba"60. Los que habían disparado desde atrás recuperaron sus
posiciones frente al palco, y el grupo que integraba Almada volvió a
progresar. Un hombre tiró con una pistola hasta quedar sin municiones. La
arrojó al suelo, abrió una navaja sevillana y la colocó sobre el cuello de
un chico de diez años. Almada ayudó a desarmarlo y liberar al rehén. También
participó en la captura de otro hombre que les hacía fuego con una pistola
Ballester Molina 22. Los dos fueron entregados a un comisario inspector en
un puesto próximo de la policía de Buenos Aires. En cambio trasladaron al
palco a otro hombre, que salió del Hogar Escuela y atacó la zona del palco
con granadas. El policía de tránsito Almada, como el metalúrgico Chegin y el
agente mendocino de la sección canes Bartolomé confirman que uno de los
combates más encarnizados sucedió por error entre los ocupantes del Hogar
Escuela y los custodios del palco. Por eso el agresor con granadas,
capturado y entregado al palco, fue puesto en libertad por sus compañeros,
que ni lo maltrataron en el Hotel como hicieron con Almada ni lo pusieron en
manos de la policía.
Ningún granadero figuró detenido el 20 de junio.
58. 59. Chegin,
Tomás Enrique, declaración indagatoria ante la Policía Federal, el 21 de
junio de 1973. 60. Almada, José: declaración indagatoria ante la Policía
Federal, el 21 de junio de 1973.
El micrófono
"Los
drogadictos, homosexuales y guerrilleros no pudieron triunfar, no tomaron el
micrófono para difundir sus mentiras, no coparon el palco de Perón y Evita",
sostuvo al cumplirse un mes del tiroteo una declaración que Osinde hizo
publicar con la sigla de la Juventud Peronista61. Dos grabaciones de tres
horas, entre las 15 y las 18 aproximadamente, tomadas desde el público y en
el palco, nos ayudarán a analizar qué uso dieron sus poseedores a ese
micrófono por el cual según afirman combatieron. En ese lapso se
distinguen en el palco dos voces, la del locutor oficial Leonardo Favio y la
del mayor Ciro Ahumada. En segundo plano se escuchan frases cortadas de
anónimos guardias del palco. "Mátenlo, a ese que agarraron mátenlo", ordena
uno de ellos. Otro informa: "Le voy a revisar la máquina al que filma esto".
"Ahí lo tiraron a la cabina, viejo", describe un tercero. La cinta
grabada desde el público comienza a las 15, después del primer tiroteo. Como
fondo suenan bombos y sirenas de ambulancias. Por los parlantes se irradia
la marcha peronista y Favio sostiene que ha triunfado la serenidad.
–Vamos a escuchar un par de disquitos. Esta fiesta es hermosa y nada la
puede empañar, pretende el locutor. Pero sin transición ruega que se abra
paso a las ambulancias y se entonen cánticos de alegría. Estas
incoherencias se repitieron durante tres horas, con menciones indirectas a
la tragedia que se desarrollaba, angustiosas para los manifestantes, que no
escucharon los tiros ni supieron más que por Favio que algo anormal sucedía.
Osinde había almorzado con el vicepresidente Lima en el restaurante El
Mangrullo luego de sobrevolar la concentración en un helicóptero, a las
12.45, y no a las 15 como sostuvo en un descargo posterior. Después volvió
al palco, del que se retiró minutos antes del primer tiroteo, a las 14.30.
Delegó las comunicaciones en el teniente coronel Schapapietra y con su joven
chofer de rubio pelo enrulado y su guardaespaldas alto y canoso, ambos
armados con ametralladoras, se dirigió al Comando de la Fuerza Aérea en la
base de Ezeiza, donde le avisaron que se había producido el primer
enfrentamiento. Salió hacia el Hotel Internacional, donde tenía un puesto
de comunicaciones. Tres hombres armados guardaban la puerta de su
habitación. Allí se reunió con Norma Kennedy y Guillermo Hermida, presidente
del Congreso Metropolitano del Partido Justicialista y vinculado a la UOM,
que había integrado la seguridad de Perón en el regreso de noviembre de
1972. Estaban escribiendo a máquina cuando recibieron detalles sobre la
magnitud del tiroteo. Se sumaron a la reunión el Secretario de
Informaciones del Estado, brigadier Horacio Apicella; el Secretario General
de la Presidencia, Héctor Cámpora (h); el Secretario General peronista Abal
Medina; el ministro del Interior, Esteban Righi; el dirigente de la JP Juan
Carlos Dante Güllo; el encargado de la televisación del acto, Emilio Alfaro;
y más tarde el vicepresidente Lima, quien había prolongado su sobremesa en
El Mangrullo. Güllo propuso que Lima y Abal Medina subieran al palco y
hablaran por el micrófono para serenar a la multitud, pero la profusión de
balas no se juzgó saludable para quien ejercía interinamente la presidencia.
–De todos modos es necesario dar una respuesta política y no represiva,
insistió Güllo. –Nadie de la Juventud Peronista va a tocar ese micrófono,
le replicó en un alarido Norma Kennedy. Cuando se resolvió que la máquina
descendiera en la base de la Fuerza Aérea en Morón, se planteó la necesidad
de establecer un puente de comunicaciones para que Perón o Cámpora hablaran
desde allí al público reunido en Ezeiza. Alfaro informó que había equipos
previstos en la casa de la calle Gaspar Campos, en el Aeroparque y en la
Casa Rosada, pero no en Morón.
61. La Opinión, 20 de julio de 1973.
Del trabajo a casa
Un móvil de la radio privada Rivadavia que montaba guardia en Gaspar
Campos se desplazó hasta Morón para que Cámpora pudiera pronunciar un breve
mensaje en el que acusó a "elementos en contra del país" por haber
"distorsionado el acto" y recordó la consigna de Perón "de casa al trabajo y
del trabajo a casa". Favio, sin más directivas que no ceder el micrófono,
seguía en el palco, enfrentando un pandemonio que lo excedía. Minutos antes
de las 16 se dirigió a personas trepadas en los árboles. –Por favor,
tienen que bajar en cinco minutos para tener un control más estricto, les
pidió en tono sereno. ¿Sabía Favio que se trataba de personal de la
custodia? La fotografía del diario Clarín que se reproduce en la sección
documental de este libro lo demuestra. Se trata de una tarima de madera, con
gruesos brazos de hierro, asegurados a las ramas de un árbol con remaches de
acero, una obra complicada que nadie pudo instalar en el radio de seguridad
del palco sin autorización de quienes desde días atrás controlaban el
terreno. El público también parece tranquilo y corea: El que no baja es
un gorilón, y Que se bajen, que se bajen. El jolgorio se explica porque sólo
se trataba de verificar la ubicación de la propia gente después de la
confusión inicial. A las 16.20 Favio anunció que era inminente el arribo
de Perón, y cambió de tono: –Si en el término de medio minuto no ha
descendido hasta el último elemento que se encuentra en los árboles, los
compañeros de seguridad comenzarán a actuar. Le deben haber obedecido,
porque pidió un aplauso para "los compañeros que van descendiendo", los
elementos volvían a ser compañeros. Pero un poco más tarde, insistió:
–Los compañeros que estén sobre los árboles, eviten un incidente que puede
llegar a tener características trágicas. Desciendan inmediatamente. Es el
último aviso de los compañeros encargados de la seguridad del acto. Les van
a informar en términos técnicos de qué modo van a ser desalojados. El
técnico que tomó el micrófono fue Ciro Ahumada. Con voz aguda informó que
"las fuerzas de seguridad los están observando con miras ópticas" y los
intimó a "descender de inmediato", porque de lo contrario "se impartirá la
orden para bajarlos". En forma cada vez más imperativa, el militar gritó:
De inmediato, bajar. No puede quedar uno solo arriba de los árboles. Y
finalmente: –¡Bajen de inmediato, o bájenlos! Era la orden de fuego.
Favio completó el doble mensaje esquizofrénico: –En este día maravilloso
de reencuentro del pueblo con su líder los invito a que cantemos en paz, en
armonía. Vamos a prepararnos para recibir a nuestro líder, dijo con una
entonación deliberadamente infantil. Las consecuencias de la decisión de
Ahumada hicieron estragos en este zoológico de cristal. La voz de Favio se
escuchó alterada cuando recuperó el micrófono: "Les ruego por favor que
piensen en los niños y las mujeres. Desde los árboles nos están disparando.
Mantengan el control, mantengan la serenidad. Hacia la derecha, hacia la
derecha del palco se encuentra parte de nuestros enemigos". Ahumada
había ordenado que desde el palco se iniciara el fuego, y alguien lo estaba
contestando. La multitud no veía ni entendía los sucesos, y por el micrófono
no se le transmitieron una idea política ni una explicación comprensible de
lo que estaba pasando. Sólo palabras inconexas: "El pueblo peronista es un
pueblo valeroso y obediente. Sabemos donde se encuentra cada uno. Este es un
ejemplo maravilloso de serenidad e inteligencia. Piensen en los niños.
Manténganse en su lugar y no sean pasto de la confusión. Compañeros,
vivemos a Perón: Viva Perón, Viva Perón, Viva Perón". Favio no informaba
al público lo que ocurría pero le solicitaba que se conservara "alerta y
observando cada uno de los acontecimientos" que nadie podía apreciar si
estaba a más de 50 metros. Mientras volvían a escucharse sirenas, Favio
anunció que los enemigos ya habían sido visualizados, sin referir quienes
eran y qué se proponían. Continuaban los disparos, y Favio pronunció las
palabras mágicas: –Viva Perón, Viva el general Perón. Viva Isabel Perón.
Larga vida al general Perón. Luego sugirió cantar el Himno Nacional, que
en la cinta grabada desde el palco se mezcla con órdenes y reclamos: "Oíd
mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad... pero viene del
lado de atrás... ya su trono dignísimo abrieron... Perón, Perón... y los
libres del mundo responden... Machuca para ese lado, Machuca para ese lado,
que tenemos armas allí... oh juremos con gloria morir... no tiren
compañeros... no tiren... oh juremos con gloria morir... lateral
compañeros... oh juremos con gloria morir. Tirado en el piso de la cabina
a prueba de balas Favio se ofreció como modelo de serenidad. "El elemental
resguardo de seguridad me hace permanecer en esta posición, pero estoy
totalmente tranquilo, porque estoy contagiado del valor de ustedes, el
pueblo peronista del general Perón. Paz, armonía, tranquilidad y ejemplo. El
mundo nos contempla". El mundo tal vez no, pero sí algunos de sus
acompañantes en el palco. La voz de uno de ellos surge nítida: –Callate,
che salame. Para un poco, che, ahí arriba. Con estas atinadas palabras
concluye la grabación desde el palco. La registrada entre el público
prosigue con fondo de cantos y bombos. Un improvisado orador se hace oír con
dificultad. "El general Perón" –dice– "ha regresado a la Patria después de
18 años... a cada uno de nosotros lo que nos tenga que costar... que no nos
aísle nadie nuevamente al general Perón de todos nosotros... de la
revolución peronista". La presunta batalla por el micrófono se reduce a
esta comprobación. Ya sabemos qué dijeron, y qué temían oír.
¿Peronistas o hijos de puta?
FAR y Montoneros creían que la concentración de Ezeiza desequilibraría
ante los ojos de Perón la pugna que los enfrentaba con la rama política
tradicional y los sindicatos. Cuando el ex-presidente observara la capacidad
de movilización de la Juventud Peronista y las formaciones especiales, que
habían forzado al régimen castrense a conceder elecciones, se pronunciaría
en su favor y le haría un lugar a su lado en la conducción. Sólo debían
repetir el 20 de junio el acto del 25 de mayo. El obstáculo principal que
consideraban era la dirigencia sindical y su grupo de choque, el Comando de
Organización, que tratarían de evitar la llegada de las masas organizadas
por la izquierda peronista a las proximidades del palco. Confiaban en
sortear la dificultad con su capacidad organizativa y mediante un
dispositivo modesto y simple para romper eventuales cordones. Ambos bandos
tenían experiencia en ello porque los encontronazos eran frecuentes. Brito
Lima, por ejemplo, basaba su poder en la pericia de un grupo de cadeneros de
Mataderos que lo reconocían como su jefe. La columna que venía del sur
agrupaba gente de Bahía Blanca, Mar del Plata, La Plata, Berisso, Ensenada,
Lanús, Avellaneda, Quilmes, Monte Grande, Lomas de Zamora, Almirante Brown,
Esteban Echeverría, Valentín Alsina. Su conducción se desplazaba en un jeep,
cuyos ocupantes tenían armas cortas y una ametralladora, la única arma larga
que ese bando llevó a Ezeiza. La mayoría de las cortas eran 22 y 32, y
algunos responsables tenían 38. Siempre revólveres, casi no había pistolas
automáticas. Preveían algunos forcejeos, pero no un tiroteo serio. En la
columna marchaban muchas mujeres y niños, hombres mayores, chicos y chicas
de 18 a 22 años, a pie y en ómnibus de las intendencias de Lomas, Lanús,
Quilmes y Avellaneda. Los del sur del Gran Buenos Aires se reunieron en
Monte Grande con los de La Plata y el sur de la provincia. Las directivas
eran las aprendidas de la vasta experiencia en movilizaciones de 1971 y
1972: encolumnarse por zonas, no dispersarse, ir tomados de las manos,
impedir el ingreso de desconocidos, evitar provocaciones. En el jeep con
altoparlantes se desplazaban dos montoneros. Horacio Simona sólo tenía 20
años y escasa práctica política. José Luis Nell Tacci, de 35, era una pieza
viva de la historia del peronismo posterior a 1955. Militante del grupo
nacionalista Tacuara, participó en 1964 en el asalto al Policlínico
Bancario, que dio comienzo a la guerrilla urbana peronista. Preso y
condenado, huyó de los Tribunales, y en Uruguay se puso en contacto con los
Tupamaros. Con ellos adquirió una formación teórica que antes no le había
interesado. Participó en operativos audaces, expropiaciones, secuestros,
hostigamientos. Cayó preso, fue torturado, organizó la espectacular fuga del
penal de Punta Carretas y volvió a la Argentina, donde intervino en la
organización de la Juventud Peronista. Los distintos grupos conformaron
la columna definitiva en la ruta 205 y avenida Jorge Newbery, de acceso al
aeropuerto. De allí siguieron, preocupados por la prohibición de acceder por
detrás del palco. Habían decidido desoírla, porque la consideraban parte
de una maniobra para suprimir de la concentración a la gente del sur u
obligarla a llegar la noche anterior o a primera hora de la mañana. Los
organizadores de la JP no dormían desde el día anterior, para recorrer los
barrios de cada partido, conversar casa por casa con la gente, conseguir
medios de transporte y coordinar los lugares y horas de cita con los grupos
de las otras zonas. Los manifestantes de los barrios populares de Villa
Albertina, Ingeniero Budge, San Francisco Solano, Berisso, Ensenada, habían
dejado el lecho en mitad de la penúltima y fría noche del otoño. Así y todo
llegaron a la zona del acto pasado el mediodía. Para ingresar por la avenida
Ricchieri, de frente al palco como pretendían los organizadores, todo
hubiera debido adelantarse seis o doce horas. Los vecinos de los barrios no
hubieran descansado ni unas horas en la noche del 19 al 20. Daban por
supuesto que el propósito de la comisión que fijaba esos criterios
arbitrarios era entorpecer el arribo de columnas organizadas, desalentar con
la suma de obstáculos a los manifestantes menos decididos o resistentes,
instigar a la asistencia de individuos aislados o, a lo sumo, de pequeños
grupos, por barrio y no por zona. Al saber que cordones del C de O se
disponían a cortar el paso de la columna, su conducción se detuvo a un
kilómetro del palco para deliberar cómo aproximarse. Decidieron avanzar por
el Este, rodeando la parte trasera del palco, para pasar al otro lado y
ubicar al grueso de la columna frente al estrado central. Un centenar de
militantes de Berisso abriría el vallado del Comando de Organización, a
cadenazos, como era habitual por uno y otro bando en esos años turbulentos.
Detrás de los cadeneros, pero antes de la columna, marchaban los portadores
de las únicas armas cortas, con la consigna de intervenir sólo si eran
atacados a tiros. "Se siente, se siente, Berisso está presente" cantaban
los manifestantes, aplaudidos por la multitud. Hubo gritos, insultos, unos
pocos forcejeos, y el cordón del C de O cedió paso a la cabeza de la
columna. Simona fue el primero en pasar. Eran las 14.30 y en el palco
todas las armas estaban listas para disparar. Roto el cordón, sólo los
primeros 300 manifestantes llegaron hasta el palco de invitados especiales,
detrás de los responsables. El resto fue detenido por la densidad de la
manifestación. Desde el palco un hombre con el brazalete verde de la
Juventud Sindical enrojeció gritando: –La Patria Socialista se la meten
en el culo. Simona retrocedió, buscando dónde ubicar a tantos miles de
personas. Al frente de la columna habían quedado la Juventud Peronista de
Quilmes y de Avellaneda. Como no pudieron pasar volvieron hacia la parte
posterior del palco, seguidos por las columnas de La Plata y de la Unión de
Estudiantes Secundarios. Leonardo Favio les pidió que no siguieran.
"Sabía que les podían tirar. Venían cantando y traían carteles. Yo no vi
armas, aunque no puedo decir que no las tuvieran", recordó después62. En
ese momento se inició el tiroteo y la columna se desbandó en varias
direcciones. Los pocos hombres armados con cortas se arrojaron al suelo y
contestaron al fuego. Del palco seguían tirando con armas largas y
automáticas. Las columnas se reagruparon, atendieron a sus heridos,
evacuaron a quienes no podían seguir. Nell recorrió el terreno observando el
dispositivo de Osinde. Vio un Peugeot quemado y otros dos autos
semivolcados. Del Peugeot salió un hombre con un portafolios. Con su jeep
embanderado Nell trepó por la loma lateral y estacionó a 100 metros del
palco. Habían pasado dos horas del primer tiroteo. Simona con un par de
acompañantes trepó la loma y se echó a dormir dentro del jeep. Eran las
16.20. La columna de la Unión de Estudiantes Secundarios acampó detrás del
palco. Algunos muchachos colocaron sus estandartes en la estructura tubular
de uno de los palcos laterales y la mayoría se acostó a descansar en el
pasto. Por el micrófono se intimó a quienes estaban subidos a los árboles
y Ciro Ahumada dispuso su desalojo. Siete hombres con fusiles, carabinas
recortadas y ametralladoras, saltaron la valla de la pista de helicópteros y
se dirigieron hacia la zona boscosa, encabezados por el capitán Chavarri.
En el camino se cruzaron con el jeep, donde Nell y Simona reposaban,
desprevenidos y alejados de su columna, en compañía sólo de cuatro
compañeros. Chavarri, que ya los había dejado atrás, regresó a la zona
boscosa con un grupo de acompañantes, se detuvo frente al jeep e increpó a
Nell: –¿Qué quieren ustedes, quienes son? –Peronistas somos. ¿Y
ustedes? –Peronistas no. Ustedes son unos hijos de puta.
62. Leonardo Favio, conferencia de prensa en su casa, 25 de junio, 1973.
Nell estaba de pie al lado del vehículo. La ametralladora seguía dentro de
un bolso cerrado, en el jeep. Chavarri le apuntó su pistola 11,25 a la
cabeza. Los dos hombres se miraron a los ojos. Chavarri ni Nell habían
reparado en Simona, que vio a su compañero indefenso y tiró primero. El
militar cayó muerto y sus acompañantes corrieron hasta el palco desde donde
se abrió fuego con armas largas contra el jeep. Simona y Nell escaparon
hacia los árboles. En el camino se encontraron con el grupo que Chavarri
había enviado hacia allí, que al recibir fuego del lado del palco lo
respondió. Los acribillaron desde menos de diez metros. Nell cayó de
frente, con la cabeza dentro del bolso, del que aun no había salido la
ametralladora. Simona yacía de cara al cielo. Se tocó el cuerpo y trató de
desvestirse, buscando la herida. Un compañero intentó arrastrarlo de una
mano hasta un árbol, pero desde los otros árboles seguían tirando. Simona y
Nell quedaron abandonados. Volvieron por ellos cuando el tiroteo
decreció. Simona estaba muerto, rematado a cadenazos y con un disparo en la
cara. Nell inmóvil, en la misma posición en que cayó herido, pero sin el
bolso con la metra, que quienes remataron a Simona se llevaron, creyéndolo
muerto. Desde el Hogar Escuela, a espaldas de la loma donde se produjeron
estos enfrentamientos, disparaban con FAL y carabinas, produciendo la
confusión ya descrita en capítulos anteriores. De allí provino tal vez el
disparo que abatió al adolescente Hugo Oscar Lanvers, de la UES, uno de los
que huyeron hacia el bosquecito, tomados entre dos fuegos, cuando los
custodios del palco, avanzando por debajo de las gradas, comenzaron a
balearlos. Tiraban desde arriba y desde abajo del palco, sobre los muchachos
de la UES y hacia el bosquecito. Dentro del jeep quedaron los documentos
y las camperas de varios de sus ocupantes, que luego de concluido ese
combate se dispusieron a recuperarlo. Se despojaron de sus brazaletes
identificatorios y treparon la loma. Eran tres hombres, y sólo dos armados.
Uno con dos municiones, el otro con tres. Encontraron al jeep rodeado de
gente desconocida. –Osinde mandó buscar el jeep. ¿Qué hacen aquí?,
mintieron. Nadie contestó pero se alejaron y les permitieron llevarse el
jeep. Cuando lo pusieron en marcha, sin la llave de contacto que había
desaparecido, y tomaron hacia la ruta, alcanzaron a oír una voz: –Ma que
Osinde. Ustedes se lo van a afanar al jeep. Pero ya era tarde, y nadie los
detuvo.
La pista segura
Cuando se reincorporó, Favio miró
alrededor. Calculó que estaba frente a tres millones de personas tan
desorientadas como él y por primera vez en ese día no supo qué decirles. Las
imágenes de los linchamientos que había visto en el palco lo deprimían.
Buscó a alguien que le indicara qué debía hacer porque se sentía anonadado.
No encontró a ninguno de los responsables de la organización. Dejó el
palco y se dirigió hacia el Hotel Internacional. Tampoco allí estaban los
organizadores. Agotado, entró en su habitación y se acostó. Golpearon a su
puerta cuando aún no se había serenado. –Están torturando a los
detenidos, le dijo alguien. –¿Qué detenidos? –Los muchachos que
llevaron al palco. Los están golpeando. Los van a matar 63. Corrió 15
metros por el pasillo, hacia la izquierda de los ascensores. Frente a una
habitación había varias personas que trataron de cerrarle el paso. –Mira
loco, yo soy Leonardo Favio. Abajo está todo el periodismo del mundo. A mí
ustedes no me paran. Lo dejaron pasar. Golpeó la puerta. –Abran,
gritaba. –Favio, quédate tranquilo, entra solo, le contestaron desde
adentro. Cuando la puerta se entornó Favio la empujó con el hombro y
quedó dentro de la habitación. En las paredes había sangre. Seis hombres
jóvenes estaban parados contra la pared, con las manos en la nuca, y otros
dos tendidos en la cama, boca abajo. Mientras un custodio les apuntaba con
un arma, otros les pegaban con manoplas, culatas de pistolas, trozos de
mangueras y caños de hierro. Favio creyó que uno estaba agonizando.
Imperativo, exigió que parara el castigo. –Ustedes la cortan aquí y yo me
olvido de todo. –¿Cómo haces? –Digo que los golpeó la multitud
enardecida. Pero no los maten. Consiguió convencerlos. Estaba mareado y
tenía náuseas, pero atinó a pedir los nombres de los ocho. Así les salvó la
vida. –¿ Vos cómo te llamas?
–Víctor Daniel Mendoza. Quiso anotar Víctor Daniel Mendoza en un
papelito, pero no podía escribir. Alguien lo hizo por él. Cada uno dio su
nombre: Luis Ernesto Pellizzón, José Britos, Juan Carlos Duarte, Alberto
Formigo, Dardo José González, Juan José Pedrazza, José Almada64. –A estos
hijos de puta hay que reventarlos, amenazó uno de los torturadores. No se la
van a llevar de arriba. Estaba descontrolado. Las rodillas de Favio se
quebraban. Volvía la angustia. –O los atienden ya mismo o yo me mato,
alcanzó a decir, ahora lloroso. –¿ Vos te matas? preguntó azorado un
hombre con una cadena en la mano. –Esto no me lo olvido más. Quiero mirar
de frente a mis hijos y si esto no se acaba ya mismo no voy a poder. Tal
vez por el desconcierto, los apaciguó. Dejó plata para que les sirvieran
café y cognac a los presos y salió de la habitación para buscar un médico.
No había ninguno pero pudo tomar un cognac y escribir varias copias de la
lista de nombres. Las fue repartiendo en la Planta Baja del hotel, una a
cada rostro que le inspiró confianza.
63. Leonardo Favio, declaración
indagatoria ante la Policía Federal. 64. Declaraciones de los ocho
detenidos ante la Policía Federal, el 21 de junio de 1973. Los cadenazos
recomenzaron en cuanto Favio cerró la puerta. Mientras lo golpeaban en la
cabeza y la espalda sus captores exigían que Formigo firmara que era
comunista y que había sido sorprendido portando una ametralladora, datos
visiblemente contradictorios. De González pretendían que se declarara
miembro del ERP. A Pedrazza le decían: "Tosco te mandó a vos". Con Mendoza
fueron menos sutiles. Lo acusaron a golpes de manopla de militar en el ERP y
en el Partido Comunista. –Ahora los llevamos al bosque y los regamos de
plomo, le anunciaron a Almada. La plata del cognac y el café corrió la
misma suerte que la pistola Tala 22, los 100 pesos y el pañuelo que le
quitaron a Pedrazza; el reloj y los anteojos de Pellizzón; los 4.800 pesos y
el encendedor de Almada; los 175.000 pesos que llevaba encima Britos y los
documentos de todos. –Si les preguntan, ustedes dicen que el café estaba
calentito y que gracias por el cognac, los instruyeron. Favio buscó el
auxilio de algún policía en el hotel, pero en el territorio de Osinde no
encontró un solo uniformado. Al volver a la habitación sospechó que el
reparto de golpes había continuado. Exigió que los presos pudieran sentarse
y bajar los brazos, aguardó la llegada de una médica y recién entonces se
fue a la Casa de Gobierno, donde lo esperaban Cámpora (h) y el ministro
Righi, con quienes había hablado por teléfono. Llegó a Buenos Aires cerca
de las once de la noche y les narró lo que había visto. A la una y media
de la madrugada del 21 de junio, el invierno comenzó en la delegación Ezeiza
de la Policía Federal con una llamada telefónica fuera de lo común, al
620-0119. –Aquí el coronel Farías, del ministerio del Interior.
Comuníqueme con el oficial a cargo 65. El comisario Domingo Tesone acudió
al teléfono: –Le hablo por indicación del ministro del Interior.
Escúcheme bien... –Perdón coronel, pero antes debo verificar la
autenticidad del llamado. ¿Dónde está usted? –Le habla el coronel Farías,
número 38- 9027. Tengo órdenes urgentes del señor ministro. Colgaron.
Tesone disco. –Ahora sí señor, lo escucho. –Debe constituirse de
inmediato en el Hotel Internacional de Ezeiza. Con todas las garantías del
caso trasladar a los detenidos a la Jefatura de la Policía Federal.
¿Comprendido? –Afirmativo señor. Tesone indagó primero al encargado
del hotel, Jesús Parrado. –Las habitaciones del primer piso fueron
reservadas por el Movimiento Nacional Justicialista, a nombre del teniente
coronel Osinde, informó Parrado. En la habitación 115 había ocho
personas, cuatro sobre una cama de dos plazas, dos sentadas en el suelo
contra un placard y dos al pie de una ventana, inmóviles y doloridas. Le
dijeron que no habían sido golpeados allí sino en las habitaciones
contiguas. Tesone las revisó. La 116 y la 117 estaban revueltas pero
limpias. Las paredes y las camas de la 118 seguían salpicadas de sangre. Los
médicos Jorge Mafoni, Alicia Cacopardo y Alicia Bali, de las ambulancias 3,
63 y 70 del Centro de Información para Emergencias y Catástrofes de la
Municipalidad de Buenos Aires, les hicieron una primera curación. Los que
estaban en mejores condiciones fueron trasladados a la sub jefatura de la
Policía Federal, los demás a los hospitales Fernández y Ramos Mejía, donde
contestaron las preguntas de los instructores policiales. Cuando López
Rega tuvo en sus manos el preciso informe policial exigió una respuesta de
Osinde. –Hay que contestar esto, trinó su voz aguda. Osinde redactó un
primer descargo. No fue personal a mis órdenes el que llevó a los
provocadores al hotel, y cuando me enteré solicité que los identificaran y
los evacuaran a un hospital, mintió.
65. Informe del comisario
Domingo Tesone. Ciro Ahumada adornó la fábula de su jefe. Se quejó por la
"inconsciencia estúpida" de quienes trasladaron a los presos al hotel.
"Podrían haberlo hecho en cualquier otro lugar, pero eligieron justamente
ese, y con la mala fe de aprovechar las circunstancias de que no se
encontrase ninguna persona que pudiese evitarlo puesto que cada uno estaba
en sus puestos de responsabilidad". Ni se molestó en explicar como tuvieron
acceso al sector reservado del hotel si no formaban parte de la comisión
organizadora66. "¿Quienes fueron?", concluyó. "No será difícil
localizarlos. Se tiene la pista segura". Ni el coronel Osinde ni el capitán
Ahumada la siguieron, porque sabían adonde llevaba.
66. Ciro Ahumada,
memorándum a Osinde, en la sección documental.
Muertos y heridos
De los 13 muertos identificados en Ezeiza, tres
pertenecían a Montoneros o a sus agrupaciones juveniles: Horacio Simona,
Antonio Quispe y Hugo Oscar Lanvers. Uno, el capitán del Ejército Roberto
Máximo Chavarri, integraba la custodia del palco organizada por Osinde.
Ignoramos quienes eran los nueve restantes, aunque sabemos sus nombres:
Antonio Aquino, Claudio Elido Arévalo, Manuel Segundo Cabrera, Rogelio
Cuesta, Carlos Domínguez, Raúl Horacio Obregozo, Pedro Lorenzo López
González, Natalio Ruiz y Hugo Sergio Larramendia. No hubo informes
oficiales sobre las víctimas de la masacre y ninguna de las partes subsanó
esa falta. Osinde, porque intentó ocultar las evidencias que expondremos en
este capítulo. Righi porque estaba atareado defendiéndose de las acusaciones
de los asesinos y no tenía tiempo ni personal para estudiar las listas que
poseía y de las que hubiera podido extraer elementos de juicio en favor de
la causa que defendía. El COR y los sindicatos porque la publicación de esas
listas no hubiera contribuido a sostener la versión de un ataque contra el
palco. El juez Peralta Calvo, porque todavía no era evidente quien ganaría
la partida. Las nóminas de heridos son incompletas, anárquicas. Las
confeccionaron distintas reparticiones federales, provinciales y municipales
con datos recogidos en hospitales y comisarías, donde anotaron los nombres
de los internados pero no controlaron sus documentos de identidad y sólo en
algunos casos consignaron sus domicilios. Cuando estas listas manuscritas
fueron mecanografiadas a los errores de la recolección de datos se sumaron
los de su transcripción. Hay nombres registrados de dos, tres, cuatro y
hasta cinco maneras según las distintas nóminas, como el del peruano de La
Plata Antonio Quispe, quien también figura como Cristi, Crispi, Crispo y
Gisper. Muchos internados fueron dados de alta sin que quedaran constancias
de su paso por los hospitales. Otros se repitieron en la misma lista con
diferentes grafías, como el herido Abate, Abati o Lavati, o no se
incorporaron a lista alguna, como José Luis Nell. Los heridos fueron
curados en el Policlínico de Ezeiza, el hospital San José de Monte Grande,
el Aráoz Alfaro de Lanús, el Gandulfo de Lomas de Zamora, el Fiorito de
Avellaneda, el de cirugía de Haedo, los de la Capital Federal Salaberry,
Penna, Alvarez, Pinero, Argerich y Ferroviario, en el Centro Gallego y en
clínicas privadas. Reconstruir la cifra exacta es imposible, pero sobran
elementos para formular una estimación mínima confiable. El Servicio de
Inteligencia de la policía de la provincia de Buenos Aires, SIPBA, recopiló
una serie de 102 heridos identificados, el 22 de junio. El 21, el Comando de
Operaciones de la Dirección General de Seguridad, con la firma del comisario
inspector Julio Méndez, había presentado un informe con la misma cantidad,
aunque añadía que en el Policlínico de Ezeiza habían otros 205 sin
identificar. Con ese último dato coincide un informe de la Dirección de
Asuntos Policiales e Información del ministerio del Interior. Esos 205
heridos no reaparecen en ningún parte posterior, lo cual hace presumir que
eran los de menor gravedad, que ninguno de ellos murió y que pronto se
retiraron a sus casas. Además, la subsecretaría de Salud Pública del
ministerio de Bienestar Social de la provincia de Buenos Aires computó otros
17 heridos en el hospital de cirugía de Haedo. Finalmente otra nómina, en
papel sin membrete y sin firma, enumera los nombres y apellidos de 133
heridos, de los cuales dice que 43 fueron informados por la policía de
Buenos Aires. Si cotejamos las distintas fuentes llegamos a esta
síntesis: Heridos de bala identificados 133
Heridos de bala sin identificar 222 Total 365 ¿Cuantos más fueron
atendidos en otros hospitales, clínicas privadas, consultorios o domicilios
sin dejar rastros, como en el caso de Nell? ¿Cuántos de los 365 murieron en
los días siguientes? Es imposible saberlo, aunque la cifra de 13 muertos y
365 heridos ya expone la gravedad de lo sucedido. Las versiones que desde
entonces han circulado sobre centenares de muertos son indemostrables y a la
luz de estas cifras, inverosímiles. De los 133 heridos identificados
cerca de la mitad se retiraron de los hospitales sin declarar su domicilio,
pero el análisis de los restantes es concluyente. La lista del ministerio
del Interior recoge los domicilios de 73 heridos identificados, es decir 54
% de todos los heridos identificados y 20 % del conjunto de heridos de los
que quedó algún registro. Como además está formada por internados en todos
los hospitales a donde se derivaron heridos, esta muestra es
estadísticamente representativa, de modo que sus conclusiones pueden
proyectarse al total con un pequeño margen de error. De esos 73 heridos
identificados, 34, es decir el 46 % llegaron desde los barrios y partidos
que engrosaron la columna sur agredida: 5 vivían en La Plata, 4 en Monte
Grande, 3 en Lanús, 2 en Wilde, Florencio Várela, Sarandí, Valentín Alsina,
Ingeniero Budge y Berazategui, y uno en Ensenada, Ringuelet, San Francisco
Solano, Villa Fiorito, Berisso, Quilmes, Lomas de Zamora, Ezeiza, Villa
Albertina y Almirante Brown. Este porcentaje crece en las otras nóminas
disponibles: es del 51 % en el informe del Servicio de Inteligencia de la
provincia de Buenos Aires (40 sobre 77); del 53 % en el de la Dirección
General de Seguridad (38 sobre 71); del 61 % en una nómina de autor
desconocido, que recopila datos de distintas fuentes (32 sobre 52). Es
decir que entre el 46 y el 61 % de los heridos eran miembros de la columna
sur atacada por los fuegos cruzados del palco y el Hogar Escuela. Tan
importante como esto es la imposibilidad de agrupar en forma significativa
al resto de los heridos. Se trata de porcentajes mínimos de una infinidad de
lugares: distintos barrios de la Capital Federal, todos los partidos del
Gran Buenos Aires, muchas provincias. Fueron sin lugar a dudas grupos
aislados o persona solas, que no formaban parte de ningún bando interno
peronista.
Osinde vs. Righi
Osinde quiso hablar con López Rega
la noche del miércoles 20, pero el secretario de Perón tenía otra idea. Le
ordenó que preparara un informe escrito y se lo entregara al mediodía del
jueves 21 en la residencia de Gaspar Campos 1065. Sabía que una
investigación a fondo pondría en peligro sus planes y quería llegar bien
preparado a la primera reunión de gabinete. Durante más de tres horas,
Cámpora analizó toda la información en la Presidencia, junto con el
vicepresidente Lima, los ministros del Interior Righi, de Justicia Benítez,
de Educación Taiana, de Bienestar Social López Rega, el presidente
provisional del Senado Díaz Bialet, el presidente del bloque de diputados
justicialistas Ferdinando Pedrini, los secretarios generales de la CGT José
Rucci y de las 62 Lorenzo Miguel, el secretario general del Movimiento Abal
Medina, los jefes de las policías Federal general Ferrazzano y de Buenos
Aires coronel Ademar Bidegain, el director de la agencia noticiosa estatal
Telam Jorge Napp, el brigadier Arturo Pons Bedoya, Norma Kennedy, Jorge
Llampart, Osinde, Leonardo Favio, el músico Rodolfo Sciammarella y el
Secretario General de la Presidencia Héctor Cámpora (h). Dos bandos, dos
descripciones de los hechos, dos interpretaciones acerca de sus causas
quedaron definidas desde entonces y se volvieron a confrontar en nuevas
reuniones los días siguientes. Cabeza de un bando era Osinde, del otro
Righi. El militar torturador y el abogado que reclamaba de la policía
métodos humanos. El técnico encargado de organizar escuadrones secretos para
contener la movilización incontrolable por el aparato sindical, y el
inspirador de la derogación de las leyes represivas. El veterano jefe de los
servicios de informaciones, arquetipo de la derecha peronista, y el joven
ministro que ordenó quemar sus archivos, ala izquierda del gabinete de
Cámpora, síntesis de las virtudes y de las limitaciones que marcaron sus 49
días de gobierno. Osinde presentó seis documentos de dispar interés: la
cartilla que reseñamos en el capítulo El ministerio del pueblo, un "Informe
sintético", una "Síntesis cronológica", una "Síntesis de las impresiones
recogidas en la reunión del día 21", un papel de "Síntesis" y un "Memorándum
del señor Ciro Ahumada"67.
La Conspiración Marxista
En el
"Informe sintético" Osinde consigna su primer discrepancia con Righi
mientras se "organizaba el acto. Recuerda haber pedido que las fuerzas de
seguridad reprimieran con severidad todo intento de perturbación y la
respuesta del ministro, quien "objetó el término reprimir por intervenir".
Según Osinde, Righi adujo que era posible actuar frente a grupos de 20 o 30
personas, pero no ante "columnas mayores que eran expresión del pueblo".
Este es el informe en el que Osinde finge ignorancia sobre las ocupaciones
en el barrio Esteban Echeverría, como ya vimos desmentido por la policía de
Buenos Aires y el periodismo local, afirma sin apego a los hechos que no era
personal a sus ordenes el que torturó a los detenidos en el hotel, y se
atribuye haber solicitado su identificación y evacuación a un hospital. Para
diluir su responsabilidad, Osinde destaca que además de los activistas
sindicales y el personal de seguridad reclutado por él, también participaron
del operativo la Policía Federal, la de Buenos Aires, la Gendarmería y la
Prefectura, pero omite que había exigido y logrado que esas fuerzas sólo
respondieran a su mando. Dice que al observar que la columna que
identifica como de FAL, 22 de Agosto, FAR, ERP y Montoneros, y que cantaba
Perón, Evita, la Patria Socialista, se dividía y rodeaba el palco por
detrás, dispuso que acudiera el destacamento de la Policía Federal que
estaba al Oeste del palco, pero que esas fuerzas se habían replegado por
orden de Righi.
67. Ver sección documental.
Según Osinde, "la tragedia de las vidas perdidas y la frustración de los
millones que no pudieron rendir homenaje a Perón", pudo evitarse con la
acción preventiva de las fuerzas de seguridad ausentes por culpa del
ministro del Interior. En la "Síntesis cronológica" perfeccionó la
versión. La columna que llegó por la ruta 205 con el propósito de rodear el
palco era precedida por un hombre delgado y alto que empuñaba un sable y
dirigía al conjunto con un megáfono desde un jeep. De acuerdo con el
relato de Osinde, la barrera del C de O los contuvo pacíficamente hasta que
el hombre que dirigía la columna levantó su megáfono. A esa señal, tiradores
ubicados en los árboles y grupos móviles que salieron de los montes y se
desplazaron a los costados del trébol, abrieron fuego contra el palco.
Entonces los custodios reprimieron a los francotiradores apostados en los
árboles. Repasemos la versión de Osinde: Quien divisó la columna que
se acercaba e informó al palco fue el general Iñíguez a través de la red del
COR, y como ya vimos, en ningún momento de la transmisión mencionó consignas
o leyendas del ERP, FAL, o 22 de Agosto. Sólo de FAR y Montoneros. El
añadido de Osinde obedece al propósito premeditado de presentar los hechos
como una conspiración marxista. También vimos que fueron los custodios
del palco quienes abrieron el fuego sobre una columna que no portaba armas
automáticas. Al equipo de Osinde pertenecían además los francotiradores
apostados en los árboles. Y los disparos desde las zonas boscosas provenían
del Hogar Escuela ocupado por la Juventud Sindical, el COR y el Comando de
Organización. Por otra parte, el fuego desde el palco sobre los
francotiradores no ocurrió simultáneamente con el ataque contra la columna
sur sino más tarde. En abierta contradicción con el "Informe sintético",
la "Síntesis cronológica" admite que el Hogar Escuela estaba en manos de
gente de Osinde. En compensación describe un imaginario intento de coparlo
por grupos no identificados. Osinde sostuvo que al oír detonaciones
detrás del palco hacia el Este, el jefe de seguridad E. Iglesias comprobó
que veinte hombres armados que ocupaban el bosque aledaño intentaban rodear
al Hogar Escuela, apoyados por mil hombres que con sus gritos hostigaban "a
los compañeros que estaban dentro del Hogar Escuela". Sus afirmaciones no
las refutó Righi, sino el memorándum de Ciro Ahumada, que el propio Osinde
presentó al gabinete. Ahumada manifestó que los primeros disparos vinieron
del sudoeste del palco, donde altos pinos bordean la ruta 205. Dijo que
"pareció un tiro de prueba y reglaje" que fue "repelido espontáneamente por
grupos armados que se encontraban en proximidad al lugar". Desaparece así
el fantástico hombre del sable y el megáfono, su señal de fuego, el intento
de copar el palco. En la versión de Ahumada sólo hay tiros de puntería
efectuados desde lejos. A diferencia de Osinde, Ciro distingue el primer
enfrentamiento del segundo. Sostiene que el fuego se reabrió al darse la
orden de descender de los árboles y que se enviaron "efectivos propios a
efectuar tareas de limpieza, rastrillaje, observación del cumplimiento de la
orden, observación para la localización de los grupos provocadores,
neutralización de los mismos, toma de prisioneros, etc". Sólo faltaría
agregar a esta confesión que fue Ciro quien ordenó a los "presuntos
compañeros" que bajaran de los árboles, y al personal que les apuntaba con
"miras ópticas" abrir el fuego. Ciro concluye denunciando un plan
malvado, que no enuncia, y el apoyo del ministro del Interior, "un imberbe
al que tal vez le falta el conocimiento de 18 años de lucha dura y en todos
los campos y no la lectura superficial de textos académicos muy bien
encuadernados". Esta fue la versión a la que Osinde se atuvo en todas las
discusiones posteriores y que el capitán de la Fuerza Aérea Corvalán hizo
filtrar a los medios adictos de difusión. La Razón atribuyó su artículo a
los servicios y organismos oficiales de seguridad y siguió textualmente el
"Informe sintético" y la "Síntesis cronológica" de Osinde, con el hombre del
sable y el megáfono, el movimiento de pinzas para copar el palco, los
carteles del ERP y los francotiradores en los árboles68. –¡Los troscos
nos han rodeado, no tenemos salvación! claman los custodios del palco en el
dramático relato de La Razón, que también acusa al ministro del Interior de
haber ordenado que las fuerzas policiales no intervinieran. La versión
incluye un aderezo sabroso: los detenidos portaban chalecos, coraza y rifles
con mira telescópica para atentar contra Perón, en sus bolsillos tenían
"ravioles de cocaína y otras drogas estimulantes" y la mayoría admitió
"pertenecer al ERP de Santucho y al FAR69". El Economista difundió la
misma historia y la atribuyó a un miembro de la seguridad de Osinde, que
dotado de prismáticos estuvo en el palco hasta las 19.30 y en el Hotel
Internacional hasta la mañana siguiente. Según el semanario patronal "la
historia reconocerá algún día los méritos" del personal dirigido por Osinde
que impidió un atentado contra Perón y su esposa70. Con ligeras
variaciones repitieron esta narración Clarín y Prensa Confidencial. De este
modo Osinde consiguió colocar a Righi a la defensiva.
El presidente
vicario
¿Qué contestó el ministro del Interior? Después de la masacre
comprendió en un minuto lo que no había percibido en un mes: la política
sectaria de la comisión organizadora, el sentido de las ocupaciones, la red
de complicidades que condujo al 20 de junio. Advirtió que su sillón era la
primera presa codiciada, desmintió el trascendido periodístico sobre su
relevo por el general Iñíguez y mientras preparaba su defensa política
encargó a la Policía Federal y a la de Buenos Aires que avanzaran las
investigaciones sobre lo sucedido en Ezeiza. Ante la comisión
investigadora expuso que debían buscarse las causas en la situación del
gobierno y del peronismo. Alegó que Cámpora era un presidente vicario debido
a la proscripción contra Perón y destacó las dificultades de comunicación
entre Buenos Aires y Madrid. Righi era consciente de la debilidad del
gobierno que integraba, pero sólo insinuó el aval de Perón con que había
contado la Comisión Organizadora. También se refirió a la falta de una
autoridad fuerte en la conducción peronista y a la pugna de sectores que aún
antes del 20 de junio había conducido a enfrentamientos armados. "En ese
clima, siguió, la Comisión prepara la recepción al teniente general Perón.
Lo hace con neto sentido sectorial, marginando a los grupos adversos y
armando a los propios. Los adversos toman cuenta del tono de los
preparativos y se organizan también bélicamente. Es decir, la Comisión, en
vez de sintetizar las diferencias que no podían ignorar, acentúa la
sectorización exacerbando las rivalidades de tal manera que sucedió lo que
sucedió, como muchos previeron. Las pugnas entre los sectores juveniles
desplazados y los sectores adictos a la Comisión por ocupar posiciones cerca
del palco, concluyó en los hechos conocidos". La equiparación del arsenal
de guerra montado en el palco con las pocas armas de uso civil de la columna
sur es una equilibrada versión centrista que no. refleja con fidelidad lo
sucedido. Righi añadió que la presencia de Perón en el país impediría la
reiteración de episodios similares y sugirió que el ex presidente convocara
a los sectores a pactar en su presencia reglas claras del juego.
68.
69. La Razón, 22 de junio de 1973. 70. El Economista, 22 de junio de
1973.
Junto con las primeras investigaciones policiales el subsecretario del
Interior Leopoldo Schiffrin elevó a Righi algunas observaciones. "Me
indigna" –dijo–" que se discutan cuestiones sin ninguna importancia, cuando
el problema reside en que Osinde asumió el control y la seguridad del palco
excluyendo totalmente a la policía, a la que tenía a su exclusiva
disposición, y quiera achacar a la falta de actuación policial el suceso
ocasionado por haber otorgado el control del palco a uno de los sectores en
conflicto. Me parece que aquí hace falta golpear y duro. Osinde es el que
tiene que justificarse ante los ministros. No éstos ante él. No cometas el
error de hacerte perdonar la vida"71. Schiffrin también suministró a
Righi los elementos para desmentir la acusación más grave de Osinde. Le
informó que los efectivos policiales habían permanecido en sus lugares
esperando la orden de actuar que nunca llegó, porque Osinde abandonó el
palco antes de los enfrentamientos, y mencionó a los responsables de esta
afirmación, los comisarios González y Pinto, quien dos años después fue
designado por Isabel Jefe de la Policía Federal. También explicó que las
fuerzas policiales que según Osinde se habían replegado no eran más que el
pequeño destacamento que controla el tránsito cerca de El Mangrullo. "Me
reitera el comisario González que en las reuniones con Osinde se había
convenido en que sólo éste debía dar la orden de fuego", agregó Schiffrin.
El jefe de la Policía Federal argumentó en el mismo sentido. El general
Heraclio Ferrazzano ratificó que Osinde había rechazado la planificación
policial y sólo había requerido fuerzas de uniforme "en lugar alejado de la
vista del público y con posibilidades de desplazamiento por interiores del
terreno"72, servicio de bomberos, brigada de explosivos, técnicos en
comunicaciones, dos salas para detenidos alejadas del palco y apresto de
fuerzas en la Capital Federal "para el supuesto de actuación en Plaza de
Mayo". Ferrazzano certificó que Osinde había asumido en forma exclusiva
la seguridad del palco "que efectuaría con integrantes de la Juventud y
suboficiales retirados del Ejército Argentino, en el primer cerco de
protección, complementado por otros cercos a cargo de entidades gremiales",
y reiteró que las fuerzas policiales acantonadas a 1.500 metros del lugar no
tenían posibilidad de actuación inmediata, ni debían intervenir sin orden de
Osinde. También participó en la discusión el Secretario General de la
Presidencia, Héctor Cámpora (h). Narró que a las 14 del 20 de junio el
suboficial Ángel Bordón le había advertido que el personal a órdenes de
Osinde impedía el acceso de la custodia presidencial al palco, donde había
demasiada gente armada. Según Cámpora, Bordón le refirió que los guardias
del palco habían obligado varias veces a los manifestantes a echarse al
suelo, apuntándoles con sus armas rodilla en tierra, y le dijo que "si
seguía así iba a terminar mal". El Secretario General de la Presidencia
verificó la denuncia de Bordón. Juntos intentaron subir al palco y fueron
rechazados. El Secretario General del Movimiento Peronista, Abal Medina,
argumentó que la Comisión Organizadora había procedido con sectarismo,
marginado a la Juventud Peronista y puesto el palco a disposición "de un
grupo de criminales con armas de guerra". Righi atacó desde tres puntos
las posiciones de Osinde: –El teniente coronel Osinde sostiene que yo
ordené el repliegue policial. –Efectivamente. –Eso es falso, de modo
que le exijo que pruebe su afirmación. Osinde sólo repitió que alguien
que no podía identificar le había dado esa información. –yo quiero
recordar que como responsable absoluto de la seguridad, bajo un comando
unificado, al teniente coronel Osinde le correspondía impartir tanto la
orden de actuar como la
71. Schiffrin, Leopoldo, carta a Righi, en
la sección documental, 72. Informe del jefe de la Policía Federal, en
sección documetnal. de replegarse, siguió Righi. –¿Entonces por qué
usted intervino para ordenar el repliegue? insistió Osinde. –Usted está
repitiendo ese disparate que no puede probar. Jamás di tal orden. Usted
asumió todas las responsabilidades, no puede ahora deslindar ninguna.
Según Righi lo ocurrido culminó "una serie de imprevisiones y una política
facciosa por parte de los responsables, que arruinan el encuentro del
general Perón y su pueblo. Ante la imposibilidad de control para grupos
adictos desencadena la represión. El plan fracasó porque se rebasa el
esquema de organización y porque la custodia reprime. Sus tiroteos
desencadenan tiroteos generalizados y el general Perón no puede llegar al
palco por falta de seguridad". Fallido el plan de la comisión, siguió
Righi, la intervención policial hubiera agravado el derramamiento de sangre.
–¿Intervención contra quien?, se preguntó. Quienes disparaban eran gente
controlada por Osinde, contra columnas juveniles de la zona sur que
intentaban acercarse. ¿Reprimir contra los represores, es decir contra la
gente de Osinde, o contra la gente que intentaba acercarse? Righi negó
que hubieran actuado provocadores comunistas, citó los relatos periodísticos
que describían el conflicto como lucha entre bandos internos peronistas, y
acusó a Osinde por las torturas en el Hotel.
¿Gases contra fusiles?
Osinde enjuició a Righi por su pasividad ante las ocupaciones y por la
quema de los archivos policiales. "Ahora hasta es difícil identificar a los
elementos antinacionales", dijo, y consideró "sugestiva la identidad de
definiciones entre Righi, Abal Medina y Cámpora (h)". A Abal Medina le
recordó que él había integrado la Comisión que ahora calificaba de sectaria,
y rechazó la calificación de criminales para sus hombres. Ya había
agotado sus argumentos, y en las dos últimas reuniones se limitó a
repetirlos. Además intentó ganarse a Ferrazzano, con un elogio a la
actuación policial. "Si el destacamento al oeste del palco se retiró, fue
por orden del señor ministro", volvió a acusar. Según Osinde la policía
hubiera podido evitar males mayores si hubiera reprimido y desalojado con
gases lacrimógenos a los francotiradores que actuaron desde los árboles y
vehículos. ¿Gases contra francotiradores que usan fusiles? Como militar,
Osinde es un buen político. Su argumento sólo se explica porque sabía que en
los árboles no había francotiradores enemigos. Ferrazzano no se dejó
confundir. A esa altura tenía claro que el debate era sobre quien cargaría
con la cuenta de los muertos, y suministró a Righi información precisa para
rebatir los cargos. "El destacamento 20 de Ezeiza" –pudo explicar el
ministro– "es una dependencia de la Policía Federal del Aeropuerto y estaba
al mando del comisario Raffaele, a cargo de esa misión. A fin de controlar
el tránsito por la autopista desde el palco al aeropuerto y viceversa, se
habían apostado allí tres oficiales con 30 hombres al mando del capitán
Castelli. El personal del puesto oyó los primeros disparos a las 14.30 y
después de veinte minutos se replegó hacia El Mangrullo, en cuyas
proximidades se encontraba la fuerza policial destinada a la custodia del
CIPRA de la Fuerza Aérea". "El destacamento queda a gran distancia del
palco y el personal no tenía medios represivos, de modo que su presencia en
el destacamento o frente a CIPRA de nada podía influir en la situación",
agregó. En un debate de pruebas y razones, Righi llevaba las de ganar.
Pero no se trataba de eso. Righi sospechaba fundadamente que López Rega,
Isabel, y a través de ellos también Perón, se inclinarían en favor de
Osinde. Para impedirlo, debería haber producido una sucesión de hechos
consumados mediante procedimientos de la Policía Federal, detenido a los
conspiradores en sus lugares de reunión, secuestrado las armas, probado su
vinculación con Osinde, encarcelado y procesado al Secretario de Deportes y
Turismo, a Norma Kennedy y Brito Lima. Cuando un grupo de asesores se lo
propuso, sonrió con escepticismo. Perón se había pronunciado el 21 de junio
en favor de los agresores lo cual selló con su decisivo peso político la
suerte del gobierno de Cámpora. Se había perdido un tiempo precioso y ya
no quedaba mucho por hacer. Las pocas comisiones policiales, a las que tarde
y sin convicción se les ordenó practicar unos pocos allanamientos, no
encontraron nada. Las armas desaparecieron poco antes de que llegara la
policía a sindicatos y reparticiones públicas. Osinde había ganado la
partida.
Bunge & Born lo sabía
La enfermedad de Perón, los reacomodamientos internos, las negociaciones
con otras fuerzas políticas, insumieron tres semanas después de la masacre.
El 12 de julio, finalmente, una docena de colectivos semivacíos desfiló como
el ejército de Aída frente a la casa de Perón, abucheando a Cámpora. Desde
una puerta lateral, Milosz de Bogetic de traje marrón y anteojos ahumados
sonreía y saludaba. El 13, Cámpora y Lima renunciaron a la presidencia y a
la vicepresidencia, y el presidente provisional del Senado, Alejandro Díaz
Bialet, se encontró en las manos con un pasaje Buenos Aires-Argel y un
convincente deseo de buen viaje. De este modo el gobierno cayó en manos
del diputado Raúl Lastiri, a quien su suegro José López Rega había
conseguido instalar en la presidencia de la Cámara, el tercer cargo en la
línea de sucesión presidencial. En agosto, pese a las objeciones
explícitas de los médicos, el Congreso del Partido Justicialista eligió la
fórmula Perón-Perón, que se impuso con el 62 % de los votos en las
elecciones del 23 de setiembre y gobernó a partir del 12 de octubre. El Io
de julio de 1974 se produjo la prevista muerte de Juan D. Perón y ascendió a
la presidencia su viuda, Isabel Martínez. El médico personal de Perón dio
una interpretación clínica para tan acelerada sucesión de cambios
espectaculares. A juicio de Jorge Alberto Taiana, López & Martínez
utilizaban a Perón, cuya voluntad estaba quebrada. Sabían que su salud era
frágil y que las tensiones de la acción política y el cambio de clima
acortarían su vida, y aplicaron un plan elaborado después de las elecciones
del 11 de marzo de 1973. Contaron con el asentimiento de Perón, por las
razones que detallo el ex ministro Taiana y por el recelo que llegó a
inspirarle Cámpora, a quien consideraba dominado por Montoneros y la
Juventud Peronista. Su apartamiento del gobierno comenzó a gestarse en la
reunión del 29 de abril en Puerta de Hierro, en la que Perón careó al
presidente electo Cámpora con Norma Kennedy y Manuel Damiano como si fueran
pares. El 18 de junio, cuando el flamante jefe de Estado terminaba en Madrid
los preparativos para el regreso de Perón, el golpe ya estaba decidido.
Ese día el diario más conservador del país señaló que se estaba estudiando
una reforma a la ley de acefalía73, y un portavoz de la Armada explicó que
lo único que aún se discutía era "el procedimiento que se adoptaría para
llevar a Perón a la presidencia74". Veinticuatro horas después un vocero del
Ejército anunció que era inminente "el golpe de Perón75 " y dijo que Osinde
había transmitido a Balbín la preocupación de Perón por el gabinete de
Cámpora. El portavoz de la Armada sostuvo que se había considerado la
posibilidad de "un golpe de mano", con "apoyo y calor popular", pero dijo
que Perón no lo aceptaría, para no deber su designación a un grupo.
Descartada esta hipótesis, añadió que debían analizarse dos tácticas
posibles: la convocatoria a una Convención Constituyente que se declarara
soberana y lo nominara presidente, o la renuncia del presidente y el vice
"para que el presidente de la Cámara de Diputados" convocara "en 30 días a
elecciones genérales con la candidatura de Juan D. Perón76 ". La Armada no
sólo conocía el plan en sus pormenores; también se enteró del alejamiento
del presidente provisional del Senado casi un mes antes que el propio doctor
Díaz Bialet.
73. La Prensa, 18 de junio de 1973. 74. Prensa
Confidencial, 18 de junio de 1973. 75. 76 Confirmado, 19 de junio de
1973.
El portavoz naval adelantó además que con el regreso de Perón comenzaría
"una depuración sin prisa pero sin pausa de todas las infiltraciones
enquistadas en su Movimiento, ya sean imperialistas o extremistas de
cualquier signo77. La depuración y el golpe pregonados por la fuente
naval comenzaron el 20 de junio, cuando se intentó la primera de las tres
posibilidades enumeradas, el golpe de mano con apoyo popular, pese a la
presunta desautorización de Perón. Después de los tiroteos de Ezeiza, los
móviles del COR que intervinieron identificando a las columnas de la
Juventud Peronista que se acercaban al palco recibieron orden de reunirse
donde se habían concentrado la noche anterior, en el Sindicato de Sanidad,
Saavedra 159. Pero el general Iñíguez insistió varias veces que esa
directiva no incluía al móvil 5, cuya misión era permanecer en Plaza de
Mayo. Iñiguez se dirigió a Olivos para saludar a Perón, mientras una
docena de activistas del COR, de la Escuela de Conducción Política y de los
grupos paladinistas de Lala García Marín aguardaban frente a la Casa de
Gobierno. A las 20 se habían juntado en torno de ellos unas 2.000
personas. De boca en boca se afirmaba que Perón estaba prisionero, se
instigaba al público a tomar la Casa Rosada y se repetían historias
inquietantes sobre la "conspiración trostkysta", aun cuando los tripulantes
del móvil 5 del Automóvil Club-COR, sabían que Perón ya estaba con el
presidente Cámpora en la residencia de los jefes de Estado, y que hacia ella
se encaminaba el general Iñíguez. Sobre los propósitos de la masacre y de
esa extraña reunión en la Plaza de Mayo, nadie sabía más que el
monopolio-agroindustrial Bunge & Born. Un representante de la transnacional
cerealera dijo que Osinde había construido un palco blindado y apostado una
guardia armada de militares, sindicalistas y aliancistas alegando que se
preparaba un atentado contra Juan D. Perón durante el acto en la Avenida
Ricchieri78.
¿Otro 17?
Según el agente de Bunge & Born el supuesto atentado sólo había servido
como pretexto para un plan ideado por López Rega y ejecutado por Osinde.
Roto el acto, prosigue, la multitud debía ser conducida a Plaza de Mayo para
reeditar el 17 de octubre y rescatar a Perón, a quien se mencionaba como
prisionero de Cámpora. Concluyó que el objetivo de López Rega y Osinde era
forzar el acceso de la Casa Rosada, cumpliendo el slogan electoral "Cámpora
al gobierno, Perón al poder". Los conspiradores que aquel anochecer
debían dirigir la toma de la Casa de Gobierno eran el coronel Prieto, cuñado
del general Juan José Valle; Víctor Alday, ex colaborador de Ciro Ahumada,
preso en 1960; Margarita Ahrensen, la ex mujer de Ahumada; Héctor Spina, un
líder histórico de la JP, que intervino en uno de los robos del sable de San
Martín en la década del sesenta; Juan Carlos Bravo y Lasarte; Juan Carlos
Giménez, El pelado, quien en 1960 estuvo exiliado en Bolivia; Alfonso Cuomo;
José Rodríguez, como los anteriores vinculado con el sindicalista de los
albañiles Segundo Palma y con el de los Municipales Gerónimo Izzetta; el
Negro Oscar Viera, ex guardaespaldas de Palma; Ismael López Jordán; los
hermanos Gustavo y Raúl Caraballo, el mayor Flores un peronista de la rama
SIE; Lala García Marín, jefa del sector paladinista de la Capital, expulsada
meses antes del peronismo.
77. Revista El burgués, 3 de julio de
1973. 78. Confirmado, 19 de junio de 1973. Un centenar de ellos se
precipitaron sobre un móvil de la radio Rivadavia y exigieron que el
periodista Osvaldo Hansen difundiera una proclama en la que reclamaban la
presencia de Perón en los balcones de la Casa Rosada79. La proclama fue
grabada y emitida. Cuando los activistas del COR exigieron que se repitiera
su texto, desde la radio les pidieron que enviaran una delegación a los
estudios. Los tripulantes del móvil quedaron como rehenes en la Plaza y
recién fueron puestos en libertad cuando los emisarios reiteraron el pedido
a Perón. Una muchacha tomó el micrófono para hacer una patética invocación
al ex presidente, a quien tuteó. Dos de los conspiradores, Alfonso Cuomo
y José Rodríguez, llegaron a ingresar a la Casa de Gobierno80. Comprobaron
que las vallas habían sido reforzadas, se habían emplazado nidos de
ametralladoras y soldados dispuestos para protegerla. Al ver que sólo habían
atraído a las dos mil personas iniciales emprendieron la retirada. El
golpe se había frustrado y lo único que restaba era desconcentrar a la gente
antes que se produjeran detenciones e identificaciones. "Todos a Casa. Perón
ya está en Olivos y a las 9 habla por tv" anunciaron. El Secretario de
Informaciones del Estado, brigadier Horacio Apicella, quien sólo veía lo que
Osinde e Iñíguez querían mostrarle, contribuyó a la confusión informando que
el ERP avanzaba sobre la sede del gobierno. Días después el portavoz naval
que tan profundamente había conseguido penetrar la intimidad de López Rega y
Osinde repitió esa burlería. Sostuvo que ERP y Montoneros habían intentado
matar a Perón, primero en Ezeiza y luego en Plaza de Mayo, donde se
propusieron copar la Casa Rosada81. Otro servidor público menos
encumbrado que Apicella, contradijo esas fábulas. Se trata del radiooperador
del único patrullero que esa noche vigiló a los reunidos en la Plaza de
Mayo, con el rigor y la eficiencia profesionales que la Policía Federal
mostró en todos los episodios vinculados con el 20 de junio. –¿Tendencia
ideológica?, le preguntó el Comando Radioeléctrico. –Todos de derecha,
fue su concisa respuesta. Bunge & Born lo sabía.
79. Redacción, julio de 1973. 80. La Opinión, 21 de junio de 1973.
81. Prensa Confidencial, 25 de junio de 1973.
EPÍLOGO
PERÓN
La actitud de Juan D. Perón ante todos
estos episodios es el centro del tabú que rodea a la masacre de Ezeiza, el
más prohibido de los temas. El análisis racional de hechos y documentos
parece aún fuera del alcance de nuestra clase política, lo cual dobla su
necesidad. Durante la campaña electoral el justicialismo usó una consigna
principal: "Cámpora al gobierno. Perón al poder". Sobran los elementos de
juicio para afirmar que Perón siempre se propuso llevarla a la práctica.
El expresidente deseaba ser candidato de su partido, y para impedirlo el
régimen militar sancionó la cláusula proscriptiva: sólo podrían serlo
quienes estuvieran en el país antes del 25 de agosto de 1972, a la que
Lanusse agregó la bravuconada célebre de que a Perón no le daba el cuero
para regresar. Perón estuvo en la Argentina el 17 de noviembre de 1972, y
hasta el 14 de diciembre impulsó gestiones públicas y privadas para que se
levantara la inhabilitación personal. El FREJULI lo exigió en un documento y
amenazó con la abstención en caso contrario. En cambio la UCR opinó que si
el peronismo podía presentar otros candidatos los comicios serían legítimos,
y anunció que concurriría a ellos. Esta definición de Ricardo Balbín
permitió a Lanusse ratificar la cláusula del 25 de agosto. Ante el riesgo
de que se repitiera un esquema parecido al de 1963, cuando el radical Arturo
Illia fue electo presidente con el 23 % de los sufragios en ausencia de un
candidato justicialista, Perón desistió de su candidatura y nombró a
Cámpora. El sentido de esta designación fue transparente: el candidato
era Perón, a través de su delegado. El 12 de abril, en París, Mario Cámpora
se entrevistó con Perón para coordinar los detalles de su regreso al país y
su participación en los actos del 25 de mayo. – Yo no quiero quitarle el
show al doctor Cámpora. Voy a ir después y entonces el balcón va a ser para
mí, le respondió Perón. De regreso a Buenos Aires el asesor presidencial
comunicó el diálogo y su interpretación: "Héctor, el general quiere ser
presidente". Héctor Cámpora respondió: "Estamos aquí para hacer lo que el
general quiera".82 Los preparativos para el retorno el 20 de junio que se
han descrito con detalle en este libro, no hubieran sido posibles sin la
aquiescencia de Perón. Su discurso del día siguiente, que se incluye en la
sección documental, no deja dudas sobre el partido que adoptó luego de los
acontecimientos. Cámpora siempre estuvo dispuesto a renunciar, y sin
embargo se organizaron las cosas de modo de sacarlo a empellones. Creo que
las páginas anteriores demuestran por qué. Si la operación del reemplazo
presidencial hubiera sido encomendada a un político como Antonio J. Benítez,
por ejemplo, habría podido ser alambicada y ceremoniosa. López Rega la
convirtió en una carnicería. Pero en cualquier caso, la cobertura política
provenía de Perón. El 4 de julio, en la residencia de Gaspar Campos,
Cámpora reiteró su decisión de renunciar. "Yo siempre he estado a
disposición de mi pueblo", le respondió Perón83. Horas después Cámpora
anunció al gabinete su alejamiento. Aún así, le organizaron la mascarada del
desfile de colectivos frente a Gaspar Campos. No querían que se fuera, sino
echarlo. Perón murió hace once años. Este episodio ya pertenece a la
historia. Es hora de contarlo sin omisiones.
82. Diálogo del
embajador Mario Alberto Cámpora con el autor. 83. Héctor J. Cámpora: El
mandato de Perón, Buenos Aires, octubre de 1975, página 83
TERCERA PARTE
LOS DOCUMENTOS
DOCUMENTOS 1 y 2 Los primeros
contactos de Perón con la Logia Anael se produjeron en la década del
cincuenta. El martillero Héctor Caviglia, representante de Anael en la
Argentina le solicita una nueva audiencia. Anael es el brasileño Menotti
Carnicelli, quien llama Paulo a Perón y le sugiere la colocación de uno de
los hombres de la logia en la vicepresidencia en reemplazo de Quijano. Estos
antecedentes facilitaron el acceso de Lópes Rega a Puerta de Hierro, en 1966
DOCUMENTO 3 El informe sintético de Osinde a la comisión ministerial
investigadora. Señalamos por lo menos cinco falacias: Atribuye a
desconocidos la ocupación del Hogar Escuela, que él había ordenado (página
3, punto 6 de su informe). Afirma que sobrevoló la zona a las 15 cuando
hay pruebas de que lo hizo a las 12.40. Por lo tanto no es cierto que haya
observado desde el aire el avance de la columna sur de la JP (página 4,
punto 7), que fue atacada casi media hora antes de las 15. Sostiene que
la consigna La Patria de Perón superaba la polémica entre quienes cantaban
La Patria Socialista y quienes cantaban La Patria Peronista, cuando es sólo
una variante formal de la segunda (páginas 4-5, punto 7). Dice que Righi
ordenó el repliegue de las fuerzas policiales, aunque luego no podrá
precisar el origen de tal versión (página 5, punto 8). Manifiesta que los
torturadores no estaban a sus órdenes, aunque todas las habitaciones del
Hotel Internacional habían sido alquiladas por él y allí funcionaba su
comando (página 7, punto 14).
DOCUMENTO 4 Osinde presenta esta
"Síntesis cronológica" a la segunda reunión de la comisión ministerial
investigadora. Según él, ERP y Montoneros llegaron juntos y atacaron el
palco. Esta es su tesis central. Para redondear su versión de un ataque
coordinado contra el palco, que no podrá probar, confunde en uno solo los
tiroteos claramente diferenciados de las 14.30 y las 16'.30, confiando que
entre los ministros hay un esquema político de interpretación de lo
sucedido, pero no datos precisos que puedan confrontarse con su versión.
DOCUMENTO 5 En su informe "En síntesis", Osinde se queja que por culpa de
Righi no se pudieron usar gases contra los francotiradores. Este argumento
sólo se explica porque Osinde sabía que no había francotiradores, sino
personal a sus órdenes y manifestantes desprevenidos que treparon a los
árboles para ver mejor el acto. De otro modo, es impensable que un teniente
coronel pueda creer que con gases lacrimógenos es posible enfrentar a
francotiradores armados con fusiles.
DOCUMENTO 6 En su "Síntesis
de las impresiones recogidas en la reunión del día 21” Osinde niega que al
colocar en torno del palco un vallado sindical —por otra parte diez veces
menor de lo que afirma— estuviera marginando a la Juventud Peronista; y lo
atribuye a inverosímiles razones de "organización y disciplina". Cuando
le conviene, arguye con las diferencias políticas internas del peronismo,
pero sin transición las descarta y se excusa recurriendo a argumentos
técnicos, que además son falsos, ya que el 25 de mayo la JP había demostrado
un buen nivel de organización y disciplina (página 2 de su informe).
Osinde manifiesta que nadie objetó sus disposiciones antes del acto (página
1). Pero sabemos que el brigadier Fautario declaró que no había garantías
para el desarrollo normal del acto, en la reunión del lunes 18 de junio.
DOCUMENTO 7 El memorándum de Ciro Ahumada. En su apuro por atorar a la
comisión investigadora con documentos, Osinde no reparó que este memorándum
de Ciro Ahumada refutaba las afirmaciones de su "Síntesis cronológica" y de
su "Informe sintético". Ahumada distingue claramente el primer tiroteo
del segundo (aunque no dice cual fue su verdadero origen) y admite que
fueron sus hombres los que rastrillaron el bosque capturando prisioneros,
por más que luego rehuya su responsabilidad en las torturas.
DOCUMENTO 8 Memorándum manuscrito del edecán aeronáutico del presidente
de la República, vicecomodoro Tomás Eduardo Medina. Comienza a
desmoronarse la versión de Osinde. Medina relata que Fautario planteó antes
del acto su desacuerdo con los preparativos de Osinde, quien en la reunión
del 18 de junio le contestó ásperamente (página 5 del manuscrito). Pero
luego de la masacre. Fautario callará este significativo episodio previo.
Los militares apoyarán a Osinde y se valdrán de López Rega para dividir al
peronismo.
DOCUMENTO 9 El jefe de la custodia presidencial informa
a López Rega sobre la actitud agresiva del personal de seguridad del palco y
la forma en que usaron sus armas contra la multitud. Rogelio González es un
técnico que cita a otros técnicos. Es amigo de López Rega y de Osinde. Por
eso su testimonio es ilevantable.
DOCUMENTO 10 Informe del general
Ferrazzano. El jefe de la Policía Federal recuerda que Osinde rechazó el
plan policial y precisa que el cerco gremial sólo era de 20.000 personas, y
no de 200.000 como pretende Osinde. Esta orfandad política explica que para
controlar el acto se acudiera a las armas. Ferrazzano recuerda cual era la
disposición de las fuerzas de seguridad, decidida por Osinde, en lugares que
no permitían la intervención policial.
DOCUMENTO 11 El informe que costó la vida a Julio Troxler. El subjefe
de la Policía de Buenos Aires certifica que los ocupantes del Hogar Escuela
eran subordinados de Osinde, quien se interesó por ellos cuando fueron
desalojados. Troxler narra qué grupos dominaban el palco, y cuales eran sus
aprestos bélicos, la actitud pacífica de la columna sur de la JP, la
agresión desatada desde el palco y la confusión que enfrentó a dos bandos
dirigidos por Osinde, que se tirotearon entre el palco y el Hogar Escuela.
También desmiente la presencia del ERP en Ezeiza. Policía de carrera,
sobreviviente de los fusilamientos de 1956 en el basural de José León
Suarez, héroe de la resistencia peronista, Troxler fue muerto por la espalda
por la AAA en setiembre de 1974.
DOCUMENTO 12 El helicóptero de
Osmde. Este informe del Servicio de Informaciones de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires prueba que Osinde no sobrevoló la zona a las 15,
como dijo, sino a las 12.40. A las 12 anunció que lo haría media hora más
tarde (carilla 1 del informe policial) y a las 12.40 comunico desde el aire
que el panorama era normal (carilla 2). Aun cuando hubiera sobrevolado a las
15, Osinde no podría haber visto el avance de la columna sur de la Juventud
Peronista, ya que ésta llegó al palco y fue tiroteada media hora antes.
DOCUMENTO 13 Carta del subsecretario del Interior Leopoldo Schiffrin al
ministro Righi, aportándole datos y sugiriéndole como manejarse en la
reunión de la Comisión Investigadora. La policía no intervino-porque Osinde
se fue sin darle instrucciones (página 1 del manuscrito). Se había convenido
que sólo Osinde podía dar la orden de fuego (página 4). Los efectivos no se
movieron de sus lugares (página 2). Schiffrin, un jurista sin antecedentes
políticos, planteó la cuestión con mayor agudeza que nadie en el equipo
camporista. Osinde asumió toda la responsabilidad, excluyendo a la Policía y
otorgando el control del palco a un bando faccioso que provocó la masacre.
DOCUMENTO 14 Esta foto de una tarima colocada en uno de los árboles del
bosquecito próximo al palco, publicada por el diario "Clarín" tiene brazos
de acero remachados a las ramas del árbol. ¿Quién pudo colocarla allí, en un
territorio que Osinde controlaba desde varios días atrás? Los
francotiradores formaban parte del dispositivo de Osinde y en medio de la
gran confusión generada por Iñíguez, hicieron fuego contra el palco.
DOCUMENTO 15 El mensaje de Perón del 21 de junio de 1973 revela
objetivamente el partido que tomó en el enfrenta-miento interno, y del que
hubo indicios previos y posteriores. Este texto, en el estilo inconfundible
del ex presidente, hace añicos la teoría del cerco. "Deseo comenzar estas
palabras con un saludo muy afectuoso al pueblo argentino, que ayer
desgraciadamente no pude hacerlo en forma personal por las circunstancias
conocidas. Llego desde el otro extremo del mundo con el corazón abierto a
una sensibilidad patriótica que sólo la larga ausencia y la distancia pueden
avivar hasta su punto más álgido. "Por eso al hablarle a los argentinos
lo hago con el alma a flor de labios y deseo también que me escuchen con el
mismo estado de ánimo. "Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi
espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones como no sea la que animó
toda mi vida: servir lealmente a la patria, y sólo pido a los argentinos que
tengan fe en el gobierno justicialista porque ése ha de ser el punto de
partida para la larga marcha que iniciarnos. "Tal vez la iniciación de
nuestra acción pueda parecer indecisa o imprecisa. Pero hay que tener en
cuenta las circunstancias en las que la iniciamos. La situación de país es
de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no
deba participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas
veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por
eso deseo hacer un llamado a todos al fin y al cabo hermanos, para que
comencemos a ponernos de acuerdo. "Una deuda externa que pasa los seis
mil millones de dólares y un déficit cercano a los tres billones de pesos
acumulados en estos años, no han de cubrirse en meses sino en años. Nadie ha
de ser unilateralmente perjudicado, pero tampoco ninguno ha de pretender
medrar con el perjuicio o la desgracia ajena. No son estos días para
enriquecerse desaprensivamente, sino para reconstruir la riqueza común,
realizando una comunidad donde cada uno tenga la posibilidad de realizarse.
"El Movimiento Justicialista, unido a todas las fuerzas políticas, sociales,
económicas y militares que quieran acompañarlo en su cruzada de
Reconstrucción y Liberación del país, jugará su destino dentro de la escala
de valores establecida: primero, la Patria; después, el Movimiento, y luego,
los hombres, en un gran movimiento nacional y popular que pueda respaldarlo.
"Tenemos una revolución que realizar, pero para que ella sea válida ha de
ser una reconstrucción pacifica y sin que cueste la vida de un solo
argentino. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un
destino preñado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que fue en
su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a
casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados.
Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus. "Reorganicemos
el país y dentro de él, al Estado, que preconcebidamente se ha pretendido
destruir, y que debemos aspirar que sea lo mejor que tengamos para
corresponder a un pueblo que ha demostrado ser maravilloso. Para ello
elijamos los mejores hombres, provengan de donde provinieren. Acopiemos la
mayor cantidad de materia gris, todos juzgados por sus genuinos valores en
plenitud y no por subalternos intereses políticos, influencias personales o
bastardas concupiscencias. Cada argentino ha de recibir una misión en el
esfuerzo de conjunto. Esa misión será sagrada para cada uno y su importancia
estará más que nada en su cumplimiento. "En situaciones como las que
vivimos todos pueden tener influencia decisiva y así como los cargos honran
al ciudadano, éste también debe ennoblecer a los cargos. "Si en las
Fuerzas Armadas de La República cada ciudadano, de general a soldado, está
dispuesto a morir en la defensa de la soberanía nacional como del orden
constitucional establecido, tarde o temprano han de integrarse al pueblo,
que ha de esperarlas con los brazos abiertos como se espera a un hermano que
retorna al hogar solidario de los argentinos. "Necesitamos la paz
constructiva, sin la cual podemos sucumbir como Nación. Que cada argentino
sepa defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno
pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan millones de
pechos y se alcen millones de brazos para sustentarlas por los medios que
sean precisos. Sólo así podremos cumplir nuestro destino. "Hay que volver
al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia.
En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el
que acepte la responsabilidad, ha de exigir la autoridad que necesita para
defenderla dignamente. Cuando el deber está de por medio los hombres no
cuentan, sino en la medida que sirven mejor a ese deber. La responsabilidad
no puede ser patrimonio de las amanuenses. "Cada argentino, piense como
piense, y sienta como sienta, tiene el inalienable derecho de vivir en
seguridad y pacíficamente. "El gobierno tiene la insoslayable obligación
de asegurarlo. "Quien altere este principio de la convivencia, sea de un
lado o de otro, será el enemigo común que debemos combatir sin tregua,
porque no ha de poderse hacer ni en la anarquía que la debilidad provoca o
la lucha que la intolerancia desata. "Conozco perfectamente lo que está
ocurriendo en el país. Los que creen lo contrario se equivocan. Estamos
viviendo las consecuencias de una postguerra civil que aunque desarrollada
embozadamente no por eso ha dejado de existir, a lo que se suman las
perversas intenciones de los factores ocultos que desde las sombras trabajan
sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede
pretender que todo esto cese de la noche a la mañana. Pero todos tenemos el
deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos si no queremos
perecer en el infortunio de nuestra desaprensión e incapacidad culposa.
"Pero el Movimiento Peronista, que tiene una trayectoria y una tradición no
permanecerá inactivo frente a tales intentos, y nadie podrá cambiarlos a
espaldas del pueblo, que las ha afirmado en fechas muy recientes y ante la
ciudadanía que comprende también cual es el camino que mejor conviene a la
Nación Argentina. Cada uno será lo que deba ser o no será nada. Así como
antes llamamos a nuestros compatriotas en la Hora del Pueblo, el Frente
Cívico de Liberación y el Frente Justicialista de Liberación para que
mancomunados nuestros ideales y nuestros esfuerzos pudiéramos pujar por una
Argentina mejor, el justicialismo, que no ha sido nunca ni sectario ni
excluyente, llama hoy a todos los argentinos, sin distinción de banderías,
para que todos solidariamente nos pongamos en la perentoria tarea de la
reconstrucción nacional, sin la cual estaremos todos perdidos. Es preciso
llegar así, y cuanto antes a una sola clase de argentinos, los que luchan
por la salvación de la Patria, gravemente comprometida en su destino por los
enemigos de afuera y de adentro. 'Los peronistas tenemos que retornar a
la conducción de nuestro Movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los
que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba. Nosotros somos
justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de
los imperialismos dominantes. No creo que haya un argentino que no sepa lo
que ello significa. No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina
y a nuestra ideología. "Somos lo, que las veinte verdades peronistas
dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, si no
manteniendo el credo por el cual luchamos. Los viejos peronistas lo sabemos.
Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan banderas revolucionarias.
"Los que pretextan lo inconfesable aunque cubran sus falsos designios con
gritos engañosos o se empeñan en peleas descabelladas no pueden engañar a
nadie. Los que no comparten nuestras premisas si se subordinan al veredicto
de las urnas tienen un camino honesto que seguir en la lucha que ha de ser
para el bien y la grandeza de la patria y no para su desgracia. Los que
ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder
que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulación o
encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar a un pueblo que ha
sufrido lo que el nuestro y que está animado por una firme voluntad de
vencer. "Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los
estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así aconsejo a
todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro
deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables. Nadie puede ya
escapar a la tremenda experiencia que los años, el dolor y el sacrificio han
grabado a fuego en nuestras almas y para siempre. "Tenemos un país que a
pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes.
Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de él dependa que pueda haber
sufrido depredaciones u olvido. Esa será la principal tarea del gobierno. El
resto lo hará el pueblo argentino, que en los años que corren ha demostrado
una madurez y una capacidad superior a toda ponderación. "En el final de
este camino está la Argentina potencia, en plena prosperidad con habitantes
que puedan gozar del más alto standard de vida, que la tenemos en germen y
que sólo debamos realizarla. Yo quiero ofrecer mis últimos años de vida a un
logro que es toda mi ambición. Sólo necesito que los argentinos lo crean y
nos ayuden a cumplirlo. "La inoperancia en los momentos que tenemos que
vivir es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el
deber de producir por lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos
ni de inoperantes. "Los científicos, los técnicos, los artesanos y los
obreros que están fuera del país deben retornar a él a fin de ayudarnos en
la reconstrucción que estamos planificando y que hemos de poner en ejecución
en el menor plazo. Finalmente deseo exhortar a todos mis compañeros
peronistas para que obrando con la mayor grandeza echen a la espalda los
malos recuerdos y se dediquen a pensar en la futura grandeza de la patria
que bien puede estar en nuestras propias manos y en nuestros propios
esfuerzos. "A los que fueron nuestros adversarios que acepten la
soberanía del pueblo, que es la verdadera soberanía. Cuando se quieran
alejar los fantasmas del vasallaje foráneo siempre más indignos y más
costosos. A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo
que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia
suelen hacer tronar el escarmiento. Dios nos ayude si somos capaces de
ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo, guay de los que carecen
de sensibilidad e imaginación para no percibirla. Un grande y cariñoso
abrazo para todos mis compañeros y un saludo afectuoso y lleno de respeto
para el resto de los argentinos".
Plano 1 La columna sur de la
Juventud Peronista ingresa por la ruta 205. Se propone bordear la parte
trasera del palco e instalarse de frente, donde ya hay ubicados grupos de la
Juventud Trabajadora Peronista. Las rayas negras indican el trayecto
efectuado. Las caladas, el que se proponían realizar. Eran las 14.30.
Plano 2 Al pasar por detrás del palco, los custodios de Osin-de abren el
fuego contra la columna sur.
Plano 3 La columna atacada se
desbanda. Una parte corre hacia el barrio Esteban Echeverría y otra hacia el
bosque detrás del cual está el Hogar Escuela. Desde el palco hacen fuego
sobre sus espaldas. Los disparos llegan al Hogar Escuela; desde donde el
Comando de Organización responde, sin advertir que provienen del palco. Casi
idéntico será el segundo tiroteo entre el palco y el Hogar Escuela, a las
16.30.
Plano 4 Un grupo de la UES se echa a descansar en el pasto,
a espaldas del palco. En la lomada próxima dormitan dentro de un jeep
Horacio Simona y José Luis Nell. Del palco sale un equipo de hombres armados
al mando del capitán Chavam, quienes se dirigen hacia la arboleda, con la
orden de desalojar a quienes ocupan los árboles. En el camino hay un
intercambio de insultos entre Nell y Chavam, y cuando el militar apunta su
pistola 11,25 a la cabeza del montonero, Simona se le adelanta y dispara
primero. Simona y Nell corren hacia los árboles y en ese trayecto son
heridos. Vuelve a entablarse un tiroteo entre el palco y el Hogar Escuela,
entre dos grupos dirigidos por Osinde, mientras en el bosque se da caza a
cualquiera, se le conduce al palco y luego al Hotel Internacional, donde
funciona la sala de torturas.