Textos sobre el Terrorismo de Estado en Argentina
NOTAS EN ESTA SECCION
La
primavera de los pueblos |
Jóvenes, dictaduras
y democracias restringidas |
El cordobazo |
Breve cronología 1930-1983
La generación del 60
|
La
militancia política y social |
La figura de Perón
| El Plan Gelbard |
Debates durante el tercer gobierno peronista
Hechos y
protagonistas de los '60 y '70 |
La primavera camporista |
El avance de las
fuerzas represivas | Un golpe
esperado
El sistema represivo ilegal |
Terror y resistencia |
Epílogo
NOTA RELACIONADA
Memoria fértil
ENLACE RELACIONADO
Memoria Abierta
LECTURA RECOMENDADA
Diccionario de los 70
La primavera de los pueblos. Los sesenta y setenta en
el mundo
Signo de los tiempos: La imposibilidad de la "vía pacífica". Humor en la mítica revista
chilena de izquierda Punto Final,
año 1969
Los años que van desde mediados de la década del ’50 a mediados de la del ’70,
aproximadamente, fueron años muy convulsionados en el mundo entero. Durante ese
período se registraron cambios y movimientos revolucionarios en distintas
dimensiones de la experiencia social: en la política, en el arte, en la cultura,
en las relaciones internacionales, etcétera. Más allá de sus particularidades o
características específicas, estos movimientos tenían en común su rebeldía
frente al autoritarismo y al poder (político, económico, social), su
cuestionamiento ante lo establecido. La palabra “liberación” parece ser una
clave, un común denominador de lo que estaba pasando en distintas partes del
planeta: muchos países dependientes enarbolaban las banderas de la “liberación
nacional”; grupos de mujeres levantaban la de la “liberación femenina”; en gran
parte de Occidente nuevas camadas de jóvenes proponían y practicaban la
“liberación sexual”; surgían y se consolidaban movimientos políticos de
izquierda que, cuestionando las diferencias de clases en la sociedad,
sostendrían proyectos políticos de “liberación social”. Este clima de ideas
estaba acompañado por acontecimientos de orden internacional que marcaron la
época.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), Asia y África fueron escenario
de un proceso acelerado de construcción de nuevas naciones. En efecto, en uno y
otro continente un gran número de colonias logró –tras largas y cruentas luchas-
su emancipación de las grandes potencias europeas (Argelia, Ghana, Congo,
Camerún, República Centroafricana, entre otras en África; India, Indonesia,
Filipinas, Camboya y Vietnam, entre otras en Asia).
El caso de Vietnam resulta sumamente significativo: tras derrotar a las tropas
francesas en la guerra de independencia (1946-1954), el país había quedado
dividido en Norte (independiente) y Sur (sucesión de dictadores alineados con
Francia primero y EE.UU. después). A partir de 1957, apoyadas por el Estado
vietnamita del Norte, las fuerzas guerrilleras del sur –llamadas Vietcong–
comenzaron una nueva lucha por la liberación del sur y la unificación con el
norte. El éxito de las acciones del Vietcong fue la razón de la intervención
masiva de los EE.UU. en la región a partir de 1963.
La guerra de Vietnam duraría más de diez años (culminaría definitivamente en
1975 con la derrota del eje Sur-EE.UU., el retiro de las tropas norteamericanas
y la unificación de Vietnam) y tendría importantes repercusiones. Por un lado,
generó fuertes rechazos y oposiciones en el mundo entero a la política exterior
de los EE.UU., incluso dentro mismo de ese país; por otro lado, la experiencia
vietnamita constituyó, para los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo
–que habían seguido la gesta de Vietnam con suma atención-, un “ejemplo”, una
lección: tras derrotar a la fuerza bélica más poderosa del planeta, el pueblo
vietnamita demostraba que ningún poder es invencible. Más importante aún: el
poder norteamericano –“el imperialismo”, en clave de época– no era invencible.
En Europa Oriental, varios países del llamado bloque socialista (Hungría,
Yugoslavia, Checoslovaquia) se rebelaban de alguna manera –ya fuera a través de
cambios en las políticas de gobierno, o por medio de rebeliones nacionales y
populares– contra el poder que ejercía la URSS sobre ellos y en oposición al
modelo político-económico que desde Moscú se les imponía imitar. El ejemplo más
emblemático de estos movimientos fue la llamada Primavera de Praga, en 1968.
Otro proceso orientado hacia la construcción de un modelo socialista de
características distintas a la del soviético ocurría en China, con la llamada
“Revolución Cultural” liderada por Mao Tse Tung, dirigente máximo del Partido
Comunista Chino.
Los textos de esta sección pertenecen a
"De Memoria, testimonios, textos y otras fuentes sobre el
Terrorismo de Estado en Argentina" (3 cd's),
publicación de la Secretaría de Educación del Gob. de la ciudad
de Buenos Aires y la asociación civil Memoria Abierta, Buenos
Aires 2004. Descargar texto en pdf -
Descargar en
doc |
Estos nuevos socialismos, estos nuevos proyectos que, sin abandonar la idea de
la socialización de las riquezas, ensayaban sus propias modalidades (distintas a
la del modelo soviético -cuestionado por aquellos años- y más atentas a las
particularidades socio- económicas y culturales de cada país), constituyeron
ejemplos atractivos para gran parte de los movimientos revolucionarios de todo
el mundo.
En el caso de América Latina, estos movimientos reconocían diversas tradiciones
políticas e ideológicas; encontraban, sin embargo, un común denominador: su
postura “antiimperialista”, es decir, su oposición al poder que sobre la región
ejercían los Estados Unidos. Muchos de estos movimientos planteaban, además, un
cambio radical del sistema socio-económico. Y esto porque el capitalismo
dependiente que caracterizaba a la mayoría de los países latinoamericanos había
demostrado ser fuente de desigualdades económicas, injusticias sociales y escaso
y desigual desarrollo productivo. En oposición, el socialismo aparecía, en este
contexto, como un modelo justo, equitativo, atento a las dignidades humanas.
Es indudable que la Revolución Cubana (1959) constituyó un impulso de
envergadura para estos movimientos. En la pequeña isla, tras algunos años de
guerrilla rural, las tropas lideradas por los jóvenes comandantes Fidel Castro y
Ernesto Che Guevara, entre otros, habían logrado derrotar al ejército de la
dictadura de Batista, tomar el poder y, al poco tiempo, declarar el carácter
socialista de esa revolución. Todo esto a escasos kilómetros del “imperio”.
Pronto, Cuba se convertiría en el centro de las miradas de los jóvenes
revolucionarios latinoamericanos que veían en el socialismo un orden social
justo, anhelado y, a partir de entonces, posible en estas latitudes.
Mientras tanto, en el resto de Latinoamérica los recurrentes golpes de Estado y
las diversas prácticas autoritarias y represivas de las clases dominantes venían
a confirmar que éstas no estaban dispuestas a ceder sus privilegios económicos y
políticos. De ahí que la “lucha armada” se erigiera, también siguiendo el
ejemplo cubano, como un camino no sólo viable para la toma del poder sino,
también, necesario.
En este contexto, la muerte del Che Guevara en Bolivia, en octubre de 1967, dio
origen al símbolo más fuerte de quienes luchaban de alguna u otra manera por “la
liberación”. Su imagen representaba, para millones de jóvenes en distintas
partes del planeta, los valores que parecían sintetizar a esa generación que
intentaba cambiar el mundo: el compromiso revolucionario, el sacrificio, la
entrega por un ideal, el heroísmo, la solidaridad, la lucha contra el
individualismo. Éstos y otros eran, en definitiva, los atributos que tendría “el
hombre nuevo”, ese ser humano al cual el Che se refería, que se iría
construyendo a la par de los avances revolucionarios. El “hombre nuevo” sería,
entonces, el hombre del futuro; porque los revolucionarios de las décadas del
’60 y del ’70 no dudaban en confiar que la historia se encaminaba, veloz e
indefectiblemente, hacia una sociedad igualitaria, justa, socialista. Como
alentaba la mítica oratoria del líder de la Revolución Cubana: “las ruedas de la
historia han echado a andar y ya nada podrá detenerlas”. Esta historia sólo
necesitaba de la acción de los hombres para acelerar su paso.
Si tuviéramos que sintetizar estos años diríamos que fueron tiempos
irreverentes, rebeldes; tiempos que proponían lo nuevo, que festejaban el
cambio. Tiempos de revoluciones, de compromisos y protagonismos. Tiempos en los
que, desde diversos espacios y prácticas, se impugnaba gran parte de los valores
sobre los que durante mucho tiempo se había erigido Occidente. Fueron tiempos de
jóvenes y de urgencias, tiempos en lo que todo parecía posible, tiempos de
utopías.
Jóvenes, dictaduras y
democracias restringidas
El derrocamiento de gobiernos constitucionales y la consecuente instalación de
dictaduras fue una de las características distintivas de gran parte de la
historia política argentina del siglo XX. Entre 1930 y 1976, las Fuerzas Armadas
encabezaron seis golpes de Estado y sólo dos gobiernos constitucionales lograron
culminar su mandato: el del Gral. Agustín P. Justo (1932-1938), de origen
fraudulento, y el primer gobierno del Gral. Juan D. Perón (1946-1952).
Los golpes de Estado no fueron, sin embargo, la única fuente de autoritarismo y
los gobiernos dictatoriales no fueron los únicos regímenes que suprimieron o
avasallaron derechos que la Constitución garantizaba.
Durante la década de 1930, el fraude electoral fue una práctica corriente y
sistemática de las elites políticas; los dos primeros gobiernos peronistas
sostuvieron modalidades autoritarias y prácticas represivas para con sus
opositores; los gobiernos que sucedieron al derrocamiento del Gral. Juan D.
Perón en 1955 asumieron el poder o bien por medio de las armas o bien a través
de actos electorales en los que la identidad política mayoritaria de la
población -el peronismo- estaba proscripta. Es en este último caso que suele
hablarse de democracias restringidas.
Además, la anulación formal del Estado de derecho, la represión de huelgas y
movilizaciones, la prepotencia y el abuso de la autoridad, la tortura a
prisioneros, etc., fueron prácticas tristemente comunes en la historia
argentina. De modo que el ejercicio de la violencia material y la actividad
política estuvieron estrecha y manifiestamente vinculadas en la historia de
nuestro país, desde mucho tiempo antes de la consolidación del Estado nacional a
fines del siglo XIX.
En esta tradición, las restricciones y actividades represivas y la alternancia
entre democracias restringidas y dictaduras militares contribuyeron a consolidar
una cultura política a lo largo del siglo XX caracterizada, entre otras cosas,
por el descrédito, el escepticismo y hasta el desprecio hacia las instituciones
y los principios de la democracia parlamentaria. En este contexto, no es
extraño, entonces, que los jóvenes que se incorporaron a la vida pública entre
mediados de la década del '50 y mediados de la del '70 hayan conocido y
aprendido una versión de la política signada por la violencia institucional, la
intolerancia y la lógica amigo-enemigo, en la que la conflictividad política era
pensada en términos de un enfrentamiento violento, con escaso espacio para la
negociación.
De los innumerables avatares de la historia política argentina del siglo XX, nos
interesa destacar aquí dos acontecimientos que habrían de tener una incidencia
fundamental en las características y modalidades de la movilización de masas de
fines de la década del '60 y comienzos de la del '70: el derrocamiento del Gral.
Juan D. Perón en 1955 por un lado, y el golpe de Estado encabezado por el Gral.
Juan C. Onganía en 1966, por otro.
Si bien la vida política argentina estuvo atravesada por la conflictividad con
relación al peronismo, desde la propia constitución de este movimiento en 1945,
el derrocamiento del segundo gobierno peronista y la ferocidad de las
actividades represivas que lo acompañaron (los bombardeos a Plaza de Mayo en
1955, los fusilamientos de José León Suárez en 1956, las vejaciones al cadáver
de Evita, la proscripción política del Partido Peronista) provocaron un profundo
malestar social que con el tiempo no haría más que agravarse. Efectivamente, la
proscripción del movimiento y el exilio del líder dejaron sin posibilidad de
representación institucional y pública a la identidad política más extendida del
país. De ahí que tanto los gobiernos impuestos por la fuerza como los electos
que sucedieron al derrocamiento del Gral. Juan D. Perón carecieran de consenso y
hayan sido considerados como ilegítimos por importantes sectores de la
población.
El golpe de Estado encabezado por el Gral. Juan C. Onganía marca, en este mismo
contexto, otro punto de inflexión importante en la atmósfera política de fines
de los años ’60. La creciente actividad represiva de la nueva dictadura (la
intervención a las universidades y sindicatos, la violenta represión en
movilizaciones y huelgas, la disolución de los partidos políticos y la
confiscación de sus bienes; es decir, el cierre de los canales institucionales
de actividad política, expresión, protesta, etc.) venía a confirmar, a los
diversos grupos de jóvenes que por entonces observaban con atención y admiración
el proceso revolucionario cubano, que la apelación a la “lucha armada” se volvía
cada vez más necesaria y urgente a la hora de cambiar un orden, que hacía de la
violencia estatal y de la represión herramientas privilegiadas de dominación.
Más aún cuando el nuevo gobierno no había establecido plazos temporales para el
retorno a las elecciones y había puesto en marcha un plan económico que tenía al
desarrollo y a la modernización del gran capital industrial como eje y norte de
su política. Este plan implicaba, por su lógica de acumulación, una distribución
del ingreso regresiva -es decir, adversa a los sectores populares y favorable a
los grupos con altos niveles de concentración económica-.
El descontento popular frente a este orden de cosas fue creciendo a la par de la
capacidad de organización y movilización de los distintos sectores de la
sociedad civil: obreros industriales, trabajadores y estudiantes. Esta
movilización social encontró su punto culminante en el Cordobazo (1969), cuando
una huelga general convocada por los sindicatos locales y a la que se sumaron
los estudiantes universitarios terminó en un gran estallido popular,
violentamente reprimido, que forzó la renuncia del entonces ministro de Economía
y Trabajo (Krieger Vasena) y debilitó notablemente la figura del Gral. Juan C.
Onganía. El Cordobazo marcó el inicio de un período de intensificación de la
conflictividad política y la movilización de masas, período que encontraría un
nuevo punto de inflexión con el retorno al orden constitucional en 1973.
Fue en aquel escenario cuando, al calor de la movilización popular y como parte
de ella, surgió en el país un conjunto de organizaciones políticas
revolucionarias –algunas de ellas guerrilleras-, de tradiciones políticas
diversas, que en términos más generales se planteaban la toma del poder para la
construcción de un orden económico-social distinto y, en el corto plazo, el
derrocamiento de la dictadura de los generales Onganía, Levingston, Lanusse.
Fueron los jóvenes las figuras protagónicas de estas organizaciones.
El “Cordobazo” y la protesta social
La historia del Cordobazo es la historia de un alzamiento popular en la ciudad
de Córdoba, en 1969. Allí, la clase trabajadora, los estudiantes y las clases
medias confluyeron en una enorme movilización insurreccional que estuvo
precedida por una serie de movilizaciones en distintos puntos del país y que
fueron expresiones de la resistencia creciente que opusieron importantes
sectores sociales a la política global de la dictadura instaurada por el general
Onganía en 1966.
“La política económica de Krieger Vasena perjudicó a muchos sectores. Los
comerciantes pequeños y medianos, los empresarios regionales, los propietarios
rurales y los asalariados urbanos formaron parte de un vasto espectro social que
vio deteriorarse sus posiciones [...]
A la insatisfacción de esos grupos económicos se sumó en 1969 una oposición
civil generalizada al autoritarismo del régimen de Onganía [...] Los ideólogos
de la “Revolución Argentina” habían previsto la insatisfacción causada por el
plan económico y por la dislocación de las instituciones sociales y políticas
tradicionales. En consecuencia, prometieron que una vez reconstruida con éxito,
aunque no sin sacrificio, la economía durante el período que llamaron “el tiempo
económico”, esos sectores sociales y políticos tendrían mayor participación
[...] Esos calmos pronósticos [...] se harían trizas en mayo de 1969, al
combinarse el descontento gremial y las tensiones de la sociedad civil en una
ola de desobediencia social generalizada. Esta erupción tuvo por escenarios las
principales ciudades del interior, particularmente Córdoba [...]
Las dos CGT proclamaron para el 30 de mayo una huelga general de 24 horas en
protesta contra la represión oficial y la política económica. Fue, en más de dos
años, el primer signo de movilización sindical organizada a escala nacional.
En Córdoba estos hechos provocaron un eco particularmente intenso. A la
inquietud estudiantil, de indudable importancia [...], se agregaron la presencia
de un gobernador particularmente impopular impuesto por el gobierno nacional y
un movimiento sindical local ya movilizado por específicas razones propias.
Desde principios de 1969 el gremialismo de Córdoba estaba en campaña por la
abolición de los “descuentos zonales”, que permitía a los empleadores cordobeses
pagar salarios inferiores en un 11 por ciento a los pagados en Buenos Aires por
el mismo trabajo. En mayo las autoridades nacionales abolieron también el sábado
inglés, práctica por la cual los obreros trabajaban el sábado medio día que
cobraban como día entero [...] Movilizadas las bases y en vista del creciente
descontento popular contra las autoridades locales, los sindicatos cordobeses
proclamaron una huelga general de 48 horas que debía iniciarse el 29 de mayo, es
decir la víspera de la proyectada huelga nacional.
En la mañana del 29 se produjeron choques entre los estudiantes y la policía
[...] Al intervenir en las refriegas los obreros en huelga [...] los choques se
propagaron en toda la zona céntrica y empezaron a surgir barricadas. A mediodía
una columna de más de 4000 obreros [...] llegaron al centro, aislaron a la
fuerza policial y la obligaron a retirarse. A las 13 los obreros y estudiantes
ya controlaban un área de 150 manzanas en el centro de la ciudad. Por la tarde,
el ejército inició la operación en esa zona y al caer la noche los manifestantes
se habían retirado a los suburbios, donde atacaron comisarías [...] El
“Cordobazo” terminó el sábado 31, con un saldo de unas 300 personas detenidas
por los militares, tal vez alrededor de 30 muertos y no menos de 500 heridos.
En términos generales, el Cordobazo significó el principio del final de la
“Revolución Argentina”. Ante todo, y más inmediatamente, destrozó la imagen de
invencibilidad del régimen y puso fin a la desmoralizadora apatía y a la
sensación de impotencia cívica inculcadas por tres años de “paz” impuesta por
los militares [...]. Los altos oficiales de las fuerzas armadas empezaron a
considerar cada vez más excesivo el costo social que se pagaba, en términos de
oposición engendrada, por llevar a la práctica las políticas de Onganía. Krieger
Vasena y todo el gabinete renunciaron casi al instante de los acontecimientos.
El Cordobazo demostró también la desavenencia que separaba a grandes sectores de
la sociedad argentina y un Estado cada vez más aislado, arrogante y carente de
legitimidad [...]
Para las fuerzas armadas lo más inquietante tal vez fueron la impredictibilidad,
la ferocidad y la índole descontrolada de la conmoción. Si bien los hechos
ocurrieron formalmente en el marco de los llamamientos lanzados por los
sindicalistas y los partidos políticos opositores, la movilización misma
desbordó los canales normales de la protesta y la oposición. La experiencia de
los años siguientes demostraría con más contundencia aún las dificultades que
suponía canalizar e institucionalizar esa protesta”.
Fuente: Daniel James, Resistencia e Integración. El peronismo y la clase
trabajadora argentina 1946-1976, Buenos Aires, Sudamericana, 1990, pp. 294-296.
Breve cronología de gobiernos militares y civiles entre 1930 y 1983
1930-1932: El 6 de septiembre de 1930, el Gral. José Félix Uriburu encabezó un
golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen,
histórico líder del radicalismo. En 1931 se realizaron elecciones en la
provincia de Buenos Aires. En ellas, los radicales yrigoyenistas triunfaron. El
gobierno anuló las elecciones y proscribió al radicalismo. En adelante, para
evitar un nuevo triunfo del yrigoyenismo, los conservadores y sus aliados
impusieron la práctica sistemática del fraude electoral –al que denominaron
“fraude patriótico”- que caracterizaría a toda la década.
1932-1938: El fraudulento triunfo electoral recayó sobre el Gral. Agustín P.
Justo, candidato de la Concordancia (alianza entre conservadores, radicales
antipersonalistas y el partido socialista independiente), quien asumió la
presidencia el 2 de febrero de 1932. Seis años más tarde, el Gral. Agustín P.
Justo culminó su mandato y se realizaron nuevas elecciones, también sustentadas
en el fraude.
1938-1943: Luego de las elecciones asumió la presidencia Roberto Ortiz,
candidato de la Concordancia. Roberto Ortiz provenía del radicalismo
antipersonalista y su compañero de fórmula, Ramón Castillo, era un representante
de los grupos conservadores más tradicionales. En 1940, Ortiz enfermó y asumió
la presidencia Castillo. Entretanto, la recurrencia del fraude electoral generó
fuertes disidencias en importantes sectores de la población. También
participaban de ella sectores de las Fuerzas Armadas que proponían, además, un
cambio de la política económica y en el rol estratégico del Estado. El 4 de
junio de 1943, un grupo de oficiales y coroneles del Ejército, denominado “GOU”
(Grupo de Oficiales Unidos), de manifiestas simpatías por el fascismo, lideró un
nuevo golpe de Estado que desalojó a Castillo del poder.
1943-1946: El presidente designado por los militares, Arturo Rawson, se vio
obligado a renunciar por conflictos internos del grupo golpista y el 6 de junio
asumió como presidente del gobierno provisional el Gral. Pedro Ramírez. Los
conflictos político-ideológicos dentro de las Fuerzas Armadas fueron
agudizándose, desencadenando, en febrero de 1944, la destitución del Gral. Pedro
Ramírez. Asumió la presidencia, entonces, el Gral. Edelmiro Farrell. Entretanto,
el coronel Juan D. Perón había sido designado director del Departamento Nacional
de Trabajo. Desde allí estableció fuertes vínculos con el sindicalismo y el
movimiento obrero, ocupando un lugar cada vez más relevante en el gobierno. El 8
de octubre de 1945, los militares opuestos a Perón forzaron su renuncia a todos
sus cargos, el 12 de octubre quedó detenido, y el 17, una movilización masiva de
trabajadores exigió su libertad. Para ese entonces, presionado por la oposición,
el Gral. E. Farell había convocado a “elecciones completamente libres”. Éstas se
realizaron a comienzos de 1946.
1946-1955: El 24 de febrero de 1946, la fórmula Perón-Quijano, del recién
conformado Partido Laborista, triunfó con un 52% de los votos y Perón asumió por
primera vez la Presidencia de la Nación. Seis años más tarde, al culminar su
mandato, se realizaron nuevas elecciones en las que las mujeres votaron por
primera vez y el Gral. Juan D. Perón fue reelecto. El segundo gobierno peronista
estuvo signado por la crisis económica y la polarización político-social entre
el peronismo y el antiperonismo. El 16 de septiembre de 1955, las Fuerzas
Armadas lideraron un nuevo golpe de Estado autodenominado “Revolución
Libertadora".
1955-1958: El Gral. Eduardo Lonardi fue designado presidente y el Alte. Isaac
Rojas, vicepresidente. El Gral. Lonardi era partidario de sostener acuerdos con
algunos sectores del gobierno depuesto. En noviembre de 1955 fue forzado a
renunciar y reemplazado por el Gral. Pedro Aramburu. El peronismo fue proscripto
y esto significó, principalmente, la exclusión del Partido Peronista de futuras
elecciones, la prohibición de nombrar públicamente a Perón y a Evita, de
esgrimir símbolos peronistas, etcétera. Las elecciones generales fueron
convocadas para 1958, pero la proscripción del peronismo habría de durar hasta
1972.
1958-1962: Las elecciones de 1958 le dieron el triunfo a Arturo Frondizi,
candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente, proclive a las negociaciones
con el peronismo. Si bien al comienzo de su mandato Arturo Frondizi contaba con
el respaldo del movimiento proscripto, de los gremios y de importantes sectores
de la izquierda, pronto, ante las consecuencias de la política económica
implementada, lo fue perdiendo. La protesta social resultó violentamente
reprimida por el Plan CONINTES. En las elecciones legislativas de marzo de 1960
el “voto en blanco peronista” representó el 25% de los sufragios, mientras que
el partido de Frondizi, la UCRI, obtuvo el 20%. En las elecciones provinciales
de marzo de 1962, Frondizi permitió la presentación de candidatos peronistas. El
triunfo de éstos en varias provincias –especialmente en la de Buenos Aires–
provocó un hondo malestar en las Fuerzas Armadas y Frondizi decretó la
intervención de esta provincia (y la de otras donde también había triunfado el
peronismo) y la anulación de los comicios. No obstante, preocupadas por el
pasado “acuerdista” del gobierno y por su postura abstencionista ante el “caso
cubano” (postura que asumió la Argentina en la reunión de Cancilleres de la
Organización de Estados Americanos realizada en 1962, en la que se decidió la
exclusión de Cuba del sistema interamericano), el 29 de marzo las Fuerzas
Armadas anunciaron que el gobierno había sido depuesto.
1962-1963: Tras el golpe militar, en tanto el vicepresidente, Alejandro Gómez,
había renunciado, asumió la presidencia provisional de la Nación -hasta las
elecciones del año siguiente- José María Guido, presidente del Senado. El
gobierno de Guido estuvo totalmente subordinado al poder de las Fuerzas Armadas.
1963-1966: Las elecciones nacionales del 7 de julio de 1963 le dieron el triunfo
a Arturo Humberto Illia, candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo. En esa
oportunidad, el peronismo llamó a votar en blanco. Así, el candidato ganador
obtuvo el 25% de los votos emitidos, en tanto el voto en blanco (19%) constituyó
la segunda fuerza. Esto significaba que el nuevo gobierno iniciaba su gestión
con una importante falta de representatividad. Las fuertes oposiciones que la
política económica llevada adelante por Illia provocó en los sectores vinculados
al capital extranjero y el “plan de lucha” que, en un contexto de alza de
precios y despidos, llevó adelante la CGT, profundizaron la gravedad de los
conflictos político-económicos y el delicado equilibrio institucional comenzó a
resquebrajarse. Finalmente, el 28 de junio de 1966, las Fuerzas Armadas,
apoyadas por importantes sectores –entre los que se encontraban tanto el
sindicalismo, como el capital extranjero y una gran cantidad de medios de
comunicación–, derrocaron al gobierno constitucional de Arturo Illia.
1966-1973: La dictadura instaurada el 28 de junio de 1966 se autodenominó
"Revolución Argentina". Ese mismo día, el Gral. Juan C. Onganía asumió la
presidencia de la Nación. La política económica llevada adelante por la nueva
dictadura favorecía, fundamentalmente, al capital extranjero y a los sectores a
él asociados. El gran malestar que esta política generaba en los sectores medios
y populares y la fuerte oposición ante su creciente autoritarismo provocaron una
movilización política y social sin precedentes que culminaría expulsando a los
militares del poder –y cuyo acontecimiento más emblemático fue “el Cordobazo”-.
Un año después de este estallido popular, el Gral. Onganía fue reemplazado por
el Gral. Roberto M. Levingston, quien a su vez fue reemplazado, en marzo de
1971, por el Gral. Alejandro A. Lanusse. La persistencia de la movilización
social obligó a este último dictador a pensar una salida institucional que
incluyera al peronismo. En noviembre de 1972 se suprimió la proscripción del
peronismo y se convocó a elecciones para marzo del año siguiente. La única
limitación de la convocatoria electoral fue “la cláusula de residencia”, que
establecía que no podían ser candidatos quienes no estuvieran residiendo en el
país con anterioridad a noviembre de 1972, o sea, el Gral. Juan D. Perón, quien
desde 1955 estaba exiliado.
1973-1976: Las elecciones del 11 de marzo de 1973 le dieron el triunfo a la
fórmula del peronismo Cámpora-Solano Lima. El 25 de mayo, Héctor Cámpora asumió
la presidencia. El 13 de julio de ese mismo año, tras los conflictos desatados
en el interior del peronismo con el regreso de Perón a la Argentina, que con el
tiempo no harían más que agravarse, Cámpora y su vicepresidente renunciaron.
Asumió interinamente la presidencia Raúl Lastiri, titular de la Cámara de
Diputados. Entretanto, se suprimió la “cláusula de residencia” y se convocó a
nuevas elecciones para septiembre. En éstas, la fórmula Perón- Perón triunfó con
un 62%. El Gral. Juan D. Perón iniciaba su tercera presidencia. El 1º de julio
de 1974, Perón falleció y lo sucedió su esposa y vicepresidenta María Estela
Martínez de Perón, “Isabel”. En un contexto de profunda crisis económica y
política, el 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno de
Isabel Perón e instauraron la última y más sangrienta dictadura militar de la
historia argentina.
1976-1983: Entre marzo de 1976 y diciembre de 1983, el país estuvo gobernado por
las Fuerzas Armadas. Éstas implementaron una política represiva sin precedentes,
sustentada en el ejercicio del terrorismo estatal. La anulación de los derechos
y garantías constitucionales, la desaparición masiva y sistemática de personas,
el funcionamiento de cientos de centros clandestinos de detención, tortura y
exterminio, la apropiación de bebés nacidos en cautiverio o secuestrados junto a
sus padres, los miles de presos políticos y exiliados; y una política económica
sustentada en la desindustrialización del país y la especulación financiera,
fueron, quizás, los rasgos más notorios del último régimen militar. Los
dictadores que se sucedieron en este período fueron los generales: Jorge Rafael
Videla (1976-1981); Roberto Viola (1981); Leopoldo Fortunato Galtieri
(1981-1982) y Reynaldo Bignone
(1982-1983). Tras la derrota en la Guerra de Malvinas (junio de 1982), la
dictadura militar atravesó un proceso de acelerado desprestigio. La presión del
movimiento de derechos humanos, tanto nacional como internacional, los efectos
de la política económica implementada y las exigencias de la sociedad civil,
obligaron a los militares a retirarse del poder. Las elecciones fueron
convocadas para el 30 de octubre de 1983. Ese día el triunfo recayó en el
candidato de la Unión Cívica Radical. Raúl Alfonsín gobernó el país hasta el 8
de julio de 1989.
Renovación cultural: la
generación del '60
Los años ’60 fueron escenario de importantes cambios en la cultura occidental.
Estos cambios, protagonizados por los jóvenes, se tradujeron fundamentalmente en
nuevas prácticas culturales en diversas dimensiones de la experiencia social: en
la familia, en el arte, en la política, etc., y evidenciaban la irrupción y
condensación de nuevos valores.
La expansión del rock and roll, la minifalda, el pelo largo en los varones, la
llamada “liberación femenina”, la aparición de las pastillas anticonceptivas y
las libertades sexuales que éstas permitieron, la extensión en el uso de drogas,
el hippismo, entre otros fenómenos, representan muy bien un clima de época
caracterizado por el rechazo o el cuestionamiento –fundamentalmente por parte de
los jóvenes de los sectores medios- de los modelos socioculturales heredados. Es
en este sentido que podemos hablar del surgimiento de una generación: los
jóvenes de la década del ’60 construyeron y compartieron una cultura
diferenciada y hasta en fuerte oposición a la de sus padres y abuelos.
Esta nueva cultura no fue compacta ni monolítica; por el contrario, reconocía
manifestaciones diversas, expresiones múltiples y una variedad de símbolos que
dan cuenta de una convivencia de sentidos dispares. Esta heterogeneidad podría
representarse, tan sólo a modo de ejemplo, a través de tres iconos de época: el
joven hippie pacifista oponiéndose a los modelos de consumo de la sociedad
norteamericana; el joven guerrillero combatiendo las estructuras económicas y
políticas en los países latinoamericanos; el joven intelectual bohemio de las
ciudades europeas descartando el pensamiento “tradicional y anquilosado”
impartido en los claustros universitarios. Es necesario aclarar que aquellas
imágenes no correspondían a experiencias claramente diferenciadas. Lo más
probable es que los valores, la estética y las prácticas encarnados en cada uno
de esos “iconos” hayan coexistido y se hayan conjugado de manera particular en
cada uno de los sujetos. Es probable, también, que las contradicciones y los
contrasentidos hayan habitado muchas de estas conjugaciones.
Todas estas manifestaciones tuvieron, sin embargo, elementos comunes que
caracterizaron la época: la rebeldía, la búsqueda de lo nuevo y lo creativo, el
cuestionamiento de los poderes instituidos, el rechazo a la “forma de vida y la
moral burguesas”, la lucha contra los autoritarismos, los convencionalismos y
toda forma de opresión, la certeza de que las utopías eran posibles. Se
caracterizaron, en definitiva, por un espíritu contestatario, libertario y
vanguardista. De ahí que las ideas de “liberación” y de “vanguardia” inundaran,
de alguna manera, el lenguaje de la política, del arte, de las costumbres.
Las tradiciones ideológico-políticas también recibieron el embate de esa
exigencia de renovación. En este último caso, podría decirse que el marxismo
clásico y el “socialismo real” -representado por el modelo soviético-
constituyeron uno de los blancos privilegiados de las críticas, dejando al
descubierto que las premisas ideológicas y las prácticas políticas, de lo que ya
comenzaba a nombrarse como “vieja izquierda” o “izquierda tradicional”, ya no
podían representar ni contener las ansias revolucionarias de la hora; y esto
porque, entre otras cosas, también aquellas izquierdas habían dado lugar a los
autoritarismos y dogmatismos tan cuestionados.
Rebeliones juveniles
El episodio más emblemático de este impulso cultural de los años ’60 fue, sin
duda, el Mayo Francés: la revuelta estudiantil universitaria (a la que se
sumaron los sindicatos) que mantuvo en vilo a París y puso en jaque al gobierno
del general Charles De Gaulle en mayo de 1968. Fue una revuelta política, pero
también cultural. Entre tomas de facultades, barricadas, asambleas públicas,
gases lacrimógenos y detenciones, los estudiantes, y en menor medida los
obreros, se rebelaron frente a las distintas formas de opresión política y
cultural. Los creativos graffitis que tiñeron las paredes parisinas y que la
memoria colectiva inmortalizó y mitificó ejemplifican el tono, la amplitud, la
novedad y la radicalidad político-cultural de la revuelta. Se protestó contra el
autoritarismo en las universidades y en las instituciones públicas, contra la
obsolescencia y vacuidad de la enseñanza impartida, contra la guerra de Vietnam
y el gobierno de De Gaulle, contra la explotación del hombre por el hombre,
contra las pautas culturales “burguesas”, contra la desigualdad entre los
géneros, contra la intelectualidad “no comprometida” con las urgencias sociales.
Y, al mismo tiempo, se impugnó la legitimidad de quien hasta ese momento se
había erigido como referente de los movimientos contestatarios: la izquierda
tradicional.
Puede decirse que el Mayo Francés representó, en términos generales, la rebelión
de una generación contra los poderes concretos de la disciplina social de un
sistema y sus efectos sobre los hombres.
No fue ésta la única rebelión estudiantil de la época: Berkeley y Kent en EE.UU,
Tlatelolco en México, Filosofía y Letras en Buenos Aires o el Barrio Clínicas en
Córdoba, son tan sólo ejemplos de una juventud que, en distintas partes del
planeta, irrumpió, protagónica, en la escena pública. Porque lo que nos interesa
destacar aquí en todo caso -y de ahí la importancia del Mayo Francés como
emblema de una década- es el surgimiento de la juventud en tanto actor político
y social. Es la juventud constituyéndose en el sujeto colectivo que motorizaba
los cambios, que hacía de la rebeldía su estandarte, que encarnaba los nuevos
aires de la época y anunciaba, desafiante y segura, el advenimiento inminente de
lo nuevo.
El
compromiso: la militancia política y social en los '60 y '70
Hacia finales de la década de 1960, en un contexto internacional convulsionado
por los avances de distintos procesos revolucionarios y al calor del descontento
popular frente a la dictadura instaurada por el Gral. Juan C. Onganía en 1966
tomó cuerpo en la Argentina un proceso de movilización de masas sin precedentes,
cuyos protagonistas indiscutidos fueron el movimiento obrero y la juventud.
Este proceso contestatario expresaba, en lo inmediato, la lucha contra la
dictadura y la puja por una distribución más equitativa del ingreso, es decir,
más favorable a los sectores populares y las capas medias de la población. En
términos generales, evidenciaba una voluntad colectiva de alterar un orden
económico-social -el capitalismo dependiente-, señalado como fuente de
desigualdades económicas e injusticias sociales, signado por la explotación del
hombre y la dependencia del país.
El surgimiento y/o consolidación de una importante cantidad de grupos gremiales,
políticos y sociales que encauzaron la militancia de un número cada vez mayor de
jóvenes de distintas clases sociales fue expresión de este clima político.
Algunos de ellos optaron por una militancia exclusivamente gremial: se
incorporaron a las actividades de los gremios o centros de estudiantes sin
ingresar a ninguna organización política. Otros tuvieron una militancia que
podríamos llamar “social”: desplegaron diversas actividades de solidaridad y
ayuda en villas y barrios pobres. Este tipo de militancia estuvo encauzada, en
importante medida, por grupos cristianos inspirados en la “teología de la
liberación”.
Podemos decir, sin embargo, que, con el tiempo, fue el ingreso a las nuevas
organizaciones políticas que surgieron en este período –fuera o dentro de las
estructuras partidarias tradicionales- la opción más atractiva para quienes
ansiaban “luchar contra la dictadura”, “luchar contra el imperialismo” y
“transformar el mundo”.
El mapa que esas organizaciones conformaban resulta bastante complejo. Aunque
coincidieran en la “lucha antiimperialista” y en la voluntad de construir un
orden económico-social justo e igualitario (y es en este sentido que podemos
hablar de su tenor revolucionario), las organizaciones encarnaban y conjugaban
tradiciones ideológicas y políticas distintas: nacionalismo, peronismo,
marxismo, cristianismo, etcétera.
Varios fueron los debates que atravesaron y definieron los posicionamientos
políticos, tanto colectivos como individuales. Nos interesa destacar aquí tan
sólo tres: 1) la relación con el peronismo y la figura del Gral. Juan D. Perón;
2) el orden económico y social a construir; 3) la lucha armada como camino para
lograr el cambio social.
La relación con el peronismo y la figura de Perón
Para quienes adherían a una ideología marxista, el peronismo representaba un
problema. En tanto resultaba claro a sus ojos que ese movimiento (que incluía
personalidades y posturas tanto de izquierda como de derecha) no proponía un
cambio revolucionario orientado hacia el socialismo, al mismo tiempo, era a
todas luces evidente que la clase obrera (principal protagonista y destinataria
del cambio social) era peronista y no había demasiados signos que permitieran
pensar que revocaría esa identidad. Es por esta última razón que muchos jóvenes
provenientes de familias no peronistas –y hasta tradicionalmente “gorilas”- se
incorporaron a las filas del peronismo. A su vez, dentro mismo del peronismo de
izquierda, la figura del Gral. Juan D. Perón representaba un problema: se lo
consideraba el líder indiscutido del movimiento, pero, al mismo tiempo, se
sospechaba de su filiación ideológica (marcada por demasiados gestos de simpatía
con la derecha) y, por tanto, de su voluntad política de asumir la dirección de
un cambio revolucionario. Las tensiones entre el peronismo de izquierda y Perón
adquirirían su punto más ríspido durante su tercera presidencia (1973-1974).
El orden económico y social a construir
El conjunto de la militancia política adscribía a la voluntad de un cambio
social orientado hacia la construcción de un orden “más justo”. Una sociedad más
igualitaria, que garantizara para todos el acceso a la salud, a la educación, al
trabajo, a la vivienda, a un “salario digno”, parecía ser un objetivo acordado.
Ahora bien: ¿cuál era el modelo económico-social capaz de asegurar lo anterior
y, a la vez, viable?
En principio, resultaba claro que una condición necesaria era la liberación
nacional; esto es, que la Argentina pusiera fin a su dependencia económica del
capital extranjero. La consigna Liberación o dependencia y aquellos puntos
programáticos referidos a la Nacionalización de la banca y el comercio exterior,
por ejemplo, se orientaban en esa dirección.
Resultaba más discutible, en cambio, cuál era el sistema económico apropiado.
Fuera del peronismo, las agrupaciones marxistas adherían a la idea del
socialismo. No era, sin embargo, el modelo socialista soviético el que se
buscaba imitar, por el contrario, las particularidades de los “nuevos
socialismos” ensayados en Europa del Este, en Cuba, China o Vietnam constituían
las experiencias más atractivas.
Dentro del peronismo de izquierda hubo quienes, siguiendo el ejemplo cubano, se
orientaron también hacia el socialismo. Otros consideraron que la opción más
adecuada era el capitalismo nacional: un capitalismo independiente del capital
extranjero, dirigido por un Estado propietario de los principales medios de
producción y comercialización. Éstos últimos entendían que existía en el país
una burguesía nacional cuyos intereses económicos y políticos eran compatibles
con los de los trabajadores y “el pueblo”. Esta visión se diferenciaba de
aquella sostenida por quienes impulsaban la construcción de un orden socialista.
Estos actores veían en la burguesía nacional tan sólo un aliado en la “lucha
antiimperialista”, y consideraban que sus intereses económicos entrarían en
conflicto con los intereses de la clase obrera a la hora de construir un nuevo
orden.
La lucha armada como camino para lograr el cambio social
Otro debate que atravesó este período de movilización giró en torno a cuál era
el camino para acceder a la toma del poder político e impulsar el cambio social.
Más precisamente, la cuestión era si se debía recurrir a la acción armada (esto
es, a la actividad guerrillera) o si, siguiendo el ejemplo de la Unidad Popular
en Chile, era posible lograrlo por “vía pacífica” (es decir, por vía electoral).
Algunas de las organizaciones de izquierda, tanto peronistas como no peronistas,
incluyeron la actividad armada como parte de su accionar político, de ahí que
reciban el nombre de organizaciones político-militares. Esta opción estuvo
claramente determinada por el contexto internacional (en especial el escenario
latinoamericano, convulsionado por distintos procesos y movimientos
revolucionarios) y nacional en el que surgieron. (Ver capítulo 1 “Jóvenes,
dictaduras y democracias restringidas”)
Otras organizaciones aceptaban la lucha armada tan sólo como estrategia
potencial: reconocían la necesidad de recurrir a ella, pero consideraban que aún
“no estaban dadas las condiciones”.
Un debate de quizás menor envergadura se planteó acerca de las modalidades
específicas que debía asumir la lucha armada: si debía concentrarse en las
ciudades o en las áreas rurales, si implicaba la formación de milicias populares
o ejércitos regulares, en qué momentos de la movilización de masas debía
intensificarse, etcétera. Nuevamente, las experiencias revolucionarias de otras
latitudes ofrecían variados y múltiples modelos.
Con el acceso del peronismo al poder en 1973, el debate en torno a la lucha
armada adquiriría una nueva importancia y un dramatismo mayor.
Las organizaciones político-militares de mayor relevancia por su capacidad de
movilización y/o por su incidencia en el desarrollo de los acontecimientos
fueron: Montoneros, peronista, y PRT-ERP (Partido Revolucionario de los
Trabajadores y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo), de
tradición marxista.
Ser miembro de Montoneros o del PRT-ERP no implicaba, ni necesaria ni
exclusivamente, ingresar a la actividad guerrillera. Ambas organizaciones
desarrollaron una intensa actividad política y por ende la militancia en ellas,
como en otras organizaciones, ofrecía y requería actividades distintas que
variaban a lo largo del tiempo y que podían desplegarse en espacios o “ámbitos”
diversos: colegios, universidades, fábricas, sindicatos, villas, etcétera.
Algunos militantes podían tener asignadas, por ejemplo, tareas de prensa y
difusión, otros, tareas más bien gremiales (tanto en centros de estudiantes como
en sindicatos). Lo importante a destacar en todo caso es que estas
organizaciones eran actores clave de la movilización política y social y eso
implicaba un conjunto muy amplio y variado de actividades, que iban desde la
propaganda hasta la acción armada. Al igual que en otras experiencias
revolucionarias de otras partes del mundo, las acciones armadas en Argentina
podían incluir actos muy dispares. Las más comunes fueron: la toma de fábricas,
el reparto en villas y barrios pobres de alimentos “expropiados”, la autodefensa
en caso de represión policial o enfrentamientos en manifestaciones, el desarme
de policías y el secuestro extorsivo de empresarios -que, junto con la
“expropiación” de autos o el asalto a bancos, permitía recaudar dinero “para la
causa”-. En menor medida, estas organizaciones dieron muerte a los considerados
“enemigos políticos” y realizaron asaltos a cuarteles y guarniciones militares
(asaltos que, entre 1973 y 1976, sumaron un total de siete).
La cultura de la militancia
En barrios, fábricas o universidades, en organizaciones políticas, grupos
religiosos, gremios o centros de estudiantes, lo cierto es que durante este
período un número cada vez mayor de jóvenes se fue incorporando al amplio mundo
de la militancia político-social. Se fue conformando así, dispersa en diversas
agrupaciones y espacios, de signos político-ideológicos también diversos, una
suerte de “cultura de la militancia”. Ésta se caracterizó por ciertos tópicos o
figuras claves.
Uno de ellos fue la idea del compromiso. Se trataba, en un sentido amplio, de
“comprometerse con la realidad”. Esto significaba básicamente “hacer algo” -para
combatir, en definitiva, la injusticia del mundo- y su traducción más inmediata
era tener algún tipo de participación o actividad social, gremial o política.
Ya dentro de los códigos más específicos de los grupos de militantes se hablaba
de: “el compromiso con los pobres”, “el compromiso con los compañeros”, “el
compromiso con la causa (la revolución)”, etcétera.
La opción por las armas estuvo, en muchos casos, ligada a esta idea. Asumir la
lucha armada representaba para muchos una prueba de su “nivel de compromiso”.
Decidirse por una militancia que se sabía claramente riesgosa era la expresión
más acabada de lo que para muchos significaba comprometerse. Hablar y pensar en
“asumir el compromiso hasta las últimas consecuencias” -y esto significaba, en
definitiva, la posibilidad de morir- fue común en el mundo de la militancia. Más
tarde, al recrudecerse las actividades represivas, esta última convicción se
traducirá en la negativa de muchos militantes de abandonar la militancia o irse
del país ante la inminencia del peligro.
La idea del compromiso habitó, en fin, diversas prácticas y experiencias de esa
generación. Como marca o herencia de lo anterior, hasta hoy, al referirnos a los
jóvenes de los ’70, es común hablar de una “generación comprometida”.
Otra figura importante que caracterizó a esta cultura de la militancia, y
emparentada con la anterior, es la del “hombre nuevo”. Encarnado para muchos en
la mítica imagen del Che Guevara –y referenciado en San Pablo en la tradición
cristiana- “el hombre nuevo” reunía los valores éticos que todo revolucionario
debía tener: el sacrificio, la entrega por un ideal, el heroísmo, la
solidaridad, la lucha contra el individualismo, la humildad. Si bien el “hombre
nuevo”, se decía, iría surgiendo a la par de los avances revolucionarios -y esto
porque sólo una sociedad igualitaria podía garantizarlo- resultaba necesario
construirlo emulando aquellos valores en la práctica militante de todos los
días.
Un último tópico que nos interesa destacar aquí es la certeza en el triunfo de
“la revolución”. Los jóvenes militantes de las décadas del ’60 y del ’70 no
dudaban en confiar que la historia se encaminaba, veloz e indefectiblemente,
hacia una sociedad justa, donde la antiquísima promesa de igualdad y libertad se
hiciera realidad. Los procesos emancipatorios y revolucionarios que
convulsionaban otras partes del mundo ofrecían señales de confirmación de que
“el momento había llegado”. La historia sólo necesitaba ahora de la acción de
los hombres para acelerar su paso.
Esto parecía también cierto en la Argentina donde, hacia 1973, la movilización
política y social había logrado jaquear al poder dictatorial y reabrir las
puertas de la voluntad popular.
Los cambios en la izquierda
La mayoría de las agrupaciones marxistas que surgió en este período se
constituyó en oposición a la “vieja izquierda”, representada fundamentalmente
por el Partido Comunista, el Partido Socialista tradicional y los intelectuales
cercanos a ellos. Históricamente, estos partidos habían nucleado a quienes
bregaban por el socialismo. Al igual que en otras partes del mundo, esas
estructuras partidarias recibieron el embate de la crítica y la ruptura
generacional. En términos generales, podríamos decir que, a los ojos de las
nuevas camadas de jóvenes revolucionarios, su dogmatismo, sus propuestas y sus
discursos políticos resultaban cada vez más ajenos a la realidad local y a la
urgencia de los tiempos.
Es en estos años que comienza a conformarse, entonces, un espacio político y
cultural amplio de fronteras difusas que recibió el nombre de Nueva Izquierda.
En principio, esta nueva izquierda se hizo eco –y fue, a su vez, parte– de los
cuestionamientos que el modelo soviético y la política exterior de la URSS
recibían en otras partes del mundo. Esto significó, además, cierta apertura o
reconfiguración ideológica en la que un mayor diálogo con otras tradiciones,
tanto culturales como políticas, resultó crucial. Dentro del marxismo, asumieron
un mayor protagonismo los pensadores, ideólogos y líderes de procesos
emancipatorios y/o revolucionarios del Tercer Mundo. Al mismo tiempo, se
registró un acercamiento importante a tradiciones hasta entonces poco valoradas
por el marxismo tradicional como, por ejemplo, el nacionalismo y el
cristianismo. Otro aspecto crucial de la Nueva Izquierda en la Argentina fue la
llamada “relectura del peronismo”. En efecto, la “vieja izquierda” había asumido
una posición sumamente crítica frente al Gral. Juan D. Perón y el peronismo.
Desde los mismos momentos de constitución de este movimiento –en el contexto
internacional de posguerra-, aquella izquierda lo había caracterizado como
“fascista”, “neo nazi”, o, en el mejor de los casos, “contrario a los verdaderos
intereses de la clase obrera”. En las elecciones de 1946 -que llevaron a Perón
por primera vez a la presidencia-, tanto el Partido Comunista como el Socialista
formaron parte de una coalición de fuerzas, de la que participaron también
radicales, liberales y diversas fuerzas conservadoras, llamada Unión Democrática
e impulsada por el entonces embajador norteamericano en la Argentina, Spruille
Braden. La actitud opositora que comunistas y socialistas sostuvieron frente al
peronismo en el poder, y las prácticas autoritarias y represivas que, a su vez,
el gobierno peronista mantuvo para con sus opositores, contribuyeron a un
distanciamiento cada vez mayor entre izquierda y peronismo. De ahí que, al
promediar los años sesenta, la izquierda en su conjunto haya atravesado intensos
debates en torno a la naturaleza ideológica del peronismo y la postura política
que ante él se debía adoptar. Dejando un poco al margen la figura de Perón,
aquello que años atrás había sido catalogado por la “vieja izquierda” como la
consecuencia de una manipulación absoluta de las masas era ahora concebido como
una identidad política sólida, única capaz de movilizar al movimiento obrero y a
los sectores populares; y, finalmente, era posible ahora pensar al peronismo
como un movimiento potencialmente revolucionario. Era, en definitiva, el
movimiento ineludible a la hora de pensar en los actores que protagonizarían la
transformación social. Esta “relectura” del peronismo se vio favorecida, además,
por la creciente importancia que dentro de ese movimiento comenzaron a adquirir
intelectuales, nuevos dirigentes gremiales, grupos juveniles, etc., cuyos
discursos y prácticas eran claramente solidarios con las ideas revolucionarias.
Finalmente, a diferencia del Partido Comunista o el Socialista, algunas
expresiones de la Nueva Izquierda se mostraron más proclives a considerar la
pertinencia y oportunidad de “la lucha armada como estrategia para la toma del
poder”.
La teología de la liberación y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo
También en la Iglesia Católica soplaban los vientos de esta primavera. Como
expresión de un movimiento sacerdotal que en distintas partes del mundo cobraba
fuerte impulso, “en 1967, los obispos del Tercer Mundo (...) proclamaron su
preocupación prioritaria por los pobres (...) así como la necesidad de
comprometerse activamente en la reforma social y asumir las consecuencias de ese
compromiso. Esta línea quedó parcialmente legitimada cuando en 1968 se reunió en
Medellín, con la presencia del Papa, la Conferencia Episcopal Latinoamericana.
Una 'teología de la liberación' adecuó el tradicional mensaje de la Iglesia a
los conflictos de la hora, y la afirmación de que la violencia 'de abajo' era
consecuencia de la violencia 'de arriba' autorizó a franquear el límite, cada
vez más estrecho, entre la denuncia y la acción (...). Esta tendencia tuvo
rápidamente expresión en la Argentina. Desde 1968, los sacerdotes que se
reunieron en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, y los laicos que
los acompañaban, militaron en las zonas más pobres, particularmente las villas
de emergencia. (...) Su lenguaje evangélico fue haciéndose rápidamente
político”.
Fuente: Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina,
Buenos Aires, FCE, 1994, pp. 245-246.
El Plan Gelbard
Desde comienzos de la década del ’60, la economía argentina y principalmente el
sector industrial registraban un crecimiento sostenido. Hacia 1973, sin embargo,
esa expansión comenzaba a acercarse a los límites de la capacidad instalada, que
por falta de una importante inversión privada no había crecido sustancialmente.
El 25 de mayo de 1973, José Gelbard, presidente de la Confederación General
Económica (CGE, organización corporativa del empresariado nacional), asumió como
titular del Ministerio de Economía. Su designación confirmaba un eje central del
programa económico del nuevo gobierno peronista: el incentivo a los capitales
nacionales privados.
En términos generales, puede decirse que el llamado “Plan Gelbard” se proponía
sostener el crecimiento de la economía apoyándose tanto en una expansión del
mercado interno cuanto en un crecimiento de las exportaciones. Esto último
resultaba indispensable para la obtención de divisas, tan necesarias para el
sostenimiento de la industria que requería de la importación de insumos básicos.
Las exportaciones, tanto las tradicionales –agropecuarias- como las
industriales, tenían muy buenas perspectivas. En el primer caso, se contaba con
excelentes precios internacionales y la posibilidad de acceder a nuevos
mercados, como el de la Unión Soviética. En cuanto a las exportaciones
industriales, se trataba de expandirlas a través de convenios especiales, como
el realizado con Cuba para vender camiones y automóviles. La nacionalización del
comercio exterior –otro de los puntos programáticos del Plan Gelbard- tenía como
objetivo garantizar la transferencia de recursos de la actividad agropecuaria a
la industrial. Esta última también se vería favorecida por líneas especiales de
crédito e importantes subvenciones estatales. Una nueva ley, que endurecía el
tratamiento para con las inversiones extranjeras, y otra que se proponía una
importante reforma agraria –que contenía algunas disposiciones audaces como la
expropiación de unidades improductivas- completaban el cuadro de esta política
económica.
Todas estas medidas –aunque no alcanzaran a implementarse completamente – y el
clima político en el que se anunciaban le conferían al camporismo una tónica de
“amenaza” que iba mucho más allá del alcance concreto del programa.
En efecto, las empresas transnacionales conservaron su superioridad frente a las
empresas locales (en tecnología, en capacidad de negociación en el campo
internacional, en acceso a fuentes de financiamiento, etc.) y, aunque
restringido en su capacidad de enviar dividendos al exterior y en su decisión de
inversiones, el capital transnacional pudo sobrevivir y evadir los controles.
Por otro lado, aunque la ley de reforma agraria desencadenó un fuerte conflicto,
nunca pudo llevarse a la práctica; y en tanto los terratenientes continuaban
siendo los generadores de divisas, el gobierno procuró preservar cierto nivel de
su ingreso con el fin de estimular la productividad del sector rural.
De cualquier manera, a comienzos de 1973, el único nubarrón que podía oscurecer
el horizonte parecía ser el clima de agitación política. De ahí que la clave del
Plan Gelbard radicara, en principio, en el Pacto Social, una concertación
económica y social con la cual se procuraba solucionar el problema de la
economía argentina que la política aún no lograba resolver: la capacidad de los
distintos sectores empeñados en la puja distributiva para frenarse mutuamente.
Conflictos
y debates. problemas políticos y económicosa durante el tercer gobierno
peronista
Luego de la renuncia de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima en julio de 1973,
asumió interinamente la presidencia el titular de la Cámara de Diputados, Raúl
Lastiri, yerno de José López Rega, ex secretario privado del Gral. Juan D. Perón
y ministro de Bienestar Social desde la asunción de Héctor Cámpora, quien habría
de tener una tenebrosa participación en los sucesivos episodios de violencia que
se precipitarían a partir de 1974.
En septiembre de 1973 se realizaron nuevas elecciones. Esta vez, la candidatura
del peronismo estuvo encabezada por el Gral. Juan D. Perón, quien compartió la
fórmula con su esposa, María Estela Martínez -"Isabelita"-. Alcanzando un récord
histórico, la fórmula Perón-Perón ganó las elecciones con más del 62% de los
votos. Comenzaba más claramente, entonces, una lucha decisiva por el poder y la
conducción real del movimiento.
La heterogeneidad del peronismo dio lugar a un cuadro complejo de actores. Por
un lado, el núcleo más cercano al Gral. Juan D. Perón se conformaba en gran
medida por miembros de la ultra derecha. Por otro, el sector constituido por el
sindicalismo y los políticos más tradicionales del peronismo -sector bastante
heterogéneo que abarcaba desde matones y burócratas sindicales hasta figuras que
recuperando las banderas clásicas del peronismo buscaban recrear las de 1945- se
presentaba, en principio, "leal" al General y a sus designios. Finalmente, y
ocupando un lugar clave por su dinamismo y capacidad de movilización, se
encontraba la izquierda peronista -representada por Montoneros, que en términos
concretos comenzaba a hegemonizar la Tendencia-, que pugnaba por un mayor
protagonismo en las posiciones y lineamientos generales del movimiento y del
gobierno. Hacia qué sector se inclinaría el Gral. Juan D. Perón era algo que en
1973 sólo pocos podían prever. Lo más probable es que él -y muchos otros- hayan
confiado en su capacidad de conducción para mantener unido al peronismo bajo su
autoridad, contener la puja distributiva de los distintos sectores sociales
garantizando así, mediante un Pacto Social, el crecimiento económico. Con el
tiempo, todas estas expectativas se vieron frustradas.
Las luchas internas del peronismo
Las razones más profundas de los conflictos internos del peronismo -expresados
en principio en una lucha entre los distintos sectores del movimiento y más
tarde en un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del movimiento- no
resultan fáciles de dilucidar. Existen varias lecturas posibles. Por un lado,
podría decirse que detrás de estas disputas existían proyectos
político-económicos o modelos de país distintos. Estas diferencias podían verse
en las "peleas de consignas" que protagonizaron los diferentes sectores
peronistas en manifestaciones, pintadas y volantes: Perón, Evita la Patria
Socialista (esgrimida por Montoneros y la Juventud Peronista) vs. Perón Evita,
la Patria Peronista (esgrimida por gran parte del sindicalismo y los grupos más
tradicionales del movimiento).
Otra lectura advierte que, en realidad, esta lucha de consignas podría tratarse
de una disputa por la impronta ideológica del movimiento, en tanto los proyectos
político-económicos a los que distintos sectores del peronismo adscribían no
eran tan dispares entre sí. En todo caso, ambos sectores parecían estar de
acuerdo, en principio, en un modelo impulsado por un Estado interventor y
distribucionista, poseedor y/o rector de las principales llaves de las finanzas
y el comercio exterior, adverso al capital extranjero e impulsor de la industria
nacional, que garantizara el crecimiento del mercado interno. Es probable
también que la diferencia de origen y tradición ideológica de quienes engrosaban
las filas de la izquierda peronista, principalmente de Montoneros, diera lugar a
la convivencia de proyectos distintos y malentendidos dentro mismo de sus filas.
Esta última mirada ve los conflictos como simples disputas por el poder. Es
evidente, en todo caso, que el enfrentamiento que poco a poco se iría
exacerbando, principalmente entre Perón y Montoneros, expresaba la voluntad de
éstos de ganar para su causa al propio Perón, presionado entonces a ratificar la
imagen que de él habían construido y que él mismo había alentado mediante
correspondencia y encuentros durante su exilio en Madrid. Esta imagen
-construida durante los años de proscripción del peronismo por jóvenes que
habían crecido escuchando hablar de los tiempos del '45, cuando Perón y Evita,
"abanderada de los pobres", habían hecho de la bandera de Justicia Social una
"realidad efectiva"- posicionaba al líder mucho más a la izquierda de lo que
ahora éste parecía estar. Paralelamente, resultaba claro el intento de Perón de
disciplinar a estas “formaciones especiales” (como él mismo las denominó en uno
de sus clásicos guiños de complicidad), que habían crecido un poco en forma
autónoma de su dirección y que ahora había que “encuadrar”.
Se ponía de manifiesto, entonces, un efecto poco previsto de los años de
ausencia del líder: la construcción y consolidación de poderes propios dentro
del peronismo.
Hacia comienzos de 1974, la puja entre las distintas expresiones del peronismo
parecía comenzar a resolverse hacia la derecha. Indicio de esto último fue que
la Tendencia comenzó a perder, una a una, las posiciones alcanzadas durante el
gobierno de Héctor Cámpora -y lo seguiría haciendo en los meses sucesivos-. En
esta "derechización" del gobierno peronista –que no hacía más que exacerbar la
posición de Montoneros–, las figuras de Isabel Perón, y más específicamente la
de José López Rega, jugaron un rol fundamental. De ahí que, fruto de la
decepción o de la sorpresa por este Perón que retornaba a la Argentina, haya
surgido, dentro de las filas del peronismo de izquierda, la llamada teoría del
cerco, según la cual, producto quizás de su vejez o de su delicada salud que
empeoraba notoriamente, el líder se había visto rodeado, casi sin percibirlo,
por siniestros personajes que manipulaban su accionar y torcían sus designios.
Un momento culminante -o al menos emblemático- del conflicto entre Montoneros y
Perón fue el 1° de mayo de 1974. Ese día, en la concentración masiva en Plaza de
Mayo, convocada para la conmemoración del Día Internacional del Trabajador, la
columna liderada por Montoneros –en fuerte tensión con las del sindicalismo
“burocrático” o “leal”-, frente a la presencia de José López Rega, Isabel Perón
y otros representantes de la derecha peronista en el balcón de la Casa Rosada,
coreó: “Qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”; y
también, en un claro rechazo a Isabelita: “No rompan más las bolas, Evita hay
una sola”. La respuesta del líder fue inmediata: “a través de estos veinte años,
las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que
algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte
años”. Perón dejaba así en claro que no soportaría cuestionamiento ni desafío
alguno a su autoridad. Al mismo tiempo, el hecho ponía de manifiesto hacia qué
lado comenzaba a inclinarse definitivamente la balanza. Ya fuera porque quienes
engrosaban la columna de Montoneros se sintieron echados, decepcionados o
simplemente confundidos, lo cierto es que la enorme columna se retiró de la
Plaza. También se retiraron muchos otros, motivados por el desconcierto, la
desilusión o el enojo de un peronismo dividido, incapaz ya de ocultar las
fuerzas centrífugas que culminarían imponiéndose.
Tan sólo dos meses después, el 1° de julio de 1974, el histórico líder falleció.
El gobierno quedó formalmente a cargo de Isabel Perón y, en términos más reales,
en manos de la ultraderecha encabezada por José López Rega, fundador y líder de
la Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A).
Y mientras el peronismo enfrentaba cada vez más violentamente sus luchas
intestinas, fuera de él el panorama no resultaba mucho más alentador.
La guerrilla durante el tercer gobierno peronista
El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) -fundado en 1970 por el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT)- había crecido, al igual que otras
organizaciones político-militares, al calor de la oleada contestataria que
terminó expulsando del poder a la dictadura militar del período 1966-1973.
Siguiendo las experiencias revolucionarias de otros países -principalmente de
Cuba y Vietnam- y entendiendo que la Argentina atravesaba un proceso
revolucionario que ponía al capitalismo dependiente en una crisis terminal,
había asumido la lucha armada como parte de la estrategia para la toma del poder
y la construcción del socialismo.
Desde su fundación, el ERP se había ganado la simpatía de importantes sectores
de la nueva izquierda, de intelectuales y estudiantes poco convencidos de la
vocación revolucionaria del peronismo, de dirigentes gremiales y obreros
industriales y rurales opositores a las burocratizadas estructuras del
sindicalismo histórico (o al menos poco representados por éstas). Hacia 1973
había logrado congregar a un número nada desdeñable de militantes y
simpatizantes, constituyéndose en el principal grupo armado de izquierda fuera
del peronismo.
Al igual que otros grupos marxistas, el PRT-ERP no creía en las bondades de la
democracia parlamentaria. Para esta organización, como para importantes
corrientes del marxismo, sólo una estrategia política que incluyera la acción
armada podía garantizar el acceso al poder, el cambio radical de las estructuras
económico-sociales y, así, una democracia real o verdadera. La experiencia local
y las extranjeras habían demostrado a lo largo de la historia que las clases
dominantes -que en estas latitudes contaban con el incondicional apoyo del poder
norteamericano- no estarían dispuestas a ceder sus privilegios sin mayores
resistencias. De ahí, que consideraran a la democracia formal como un camino
poco viable para la construcción del socialismo.
Esto último no era totalmente compartido por algunos otros sectores de izquierda
que veían en la experiencia chilena un ejemplo alentador. Allí, el socialista
Salvador Allende había llegado al gobierno mediante el sufragio; y, aunque la
"vía chilena al socialismo" -también denominada "vía pacífica"- constituía un
caso excepcional, permitía pensar, sencillamente, que un cambio revolucionario
era posible sin el asalto violento al poder.
En las elecciones de marzo de 1973, el PRT-ERP -y otros grupos de la izquierda
no tradicional- llamó a votar en blanco. Y en los mismos comienzos del gobierno
camporista hizo pública una proclama, “Por qué el ERP no dejará de combatir”, en
la que explicaba su decisión de no abandonar las acciones armadas. Es cierto que
esta decisión encontraba parte de su fundamentación en la tradicional visión que
importantes corrientes del marxismo tenían de la democracia parlamentaria, pero
la decisión del PRT-ERP se asentaba, fundamentalmente, sobre la convicción de
que la llegada del peronismo al poder -y la consecuente lucha interna que esto
desencadenaría en el movimiento- culminaría indefectiblemente en lo que esta
organización llamó la facistización del peronismo.
A partir de la masacre de Ezeiza y la renuncia de Héctor Cámpora, no resultó
difícil para esta organización encontrar en el desarrollo de los acontecimientos
signos de confirmación de su propio pronóstico. En la misma dirección podía
leerse el fracaso de la experiencia chilena: luego de un largo período de
boicot, las Fuerzas Armadas, encabezadas por Augusto Pinochet, derrocaban, en
septiembre de 1973, el gobierno de Salvador Allende mediante un sangriento golpe
de Estado que contó con el activo apoyo del gobierno de los EE.UU. Se derrumbaba
así, para muchos, la viabilidad de "la vía pacífica al socialismo".
Mientras tanto, pocos días antes de las elecciones que le dieran el triunfo
abrumador a la fórmula Perón-Perón, el ERP asaltó sin éxito el Comando de
Sanidad del Ejército en Capital Federal. Cuatro meses después, en enero del año
siguiente, atacó la guarnición militar de Azul, en la provincia de Buenos Aires.
Este acontecimiento trajo severas repercusiones para el ya precario equilibrio
político-institucional: superponiéndose a los conflictos que asolaban al
peronismo, reforzó las presiones de la derecha y del propio Gral. Juan D. Perón,
precipitando la renuncia del entonces gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Oscar Bidegain, figura clave dentro de la Tendencia, y la del bloque de
ocho diputados nacionales por la JP.
Mientras la izquierda peronista perdía vertiginosamente las posiciones
alcanzadas, el ERP se adentraba en un pensamiento y en una lógica de acción
donde lo militar comenzaba a primar por sobre lo político. Por este proceso de
militarización se encaminaría también Montoneros, más claramente cuando, tras la
muerte del Gral. Juan D. Perón, el gobierno quedó a merced de la ultraderecha.
Triple A y represión
Fue en este contexto de rápido avance de la ultraderecha que surgió la Alianza
Anticomunista Argentina (Triple A), fundada y liderada por José López Rega,
ministro de Bienestar Social y miembro de la Policía Federal que, durante este
período, fue ascendido por decreto de cabo a comisario general.
La Triple A era una banda parapolicial que hizo del asesinato político, las
amenazas de muerte, la colocación de bombas y las listas negras su modus
operandi. Su carta de presentación pública fue a comienzos de 1974 con un
atentado a un reconocido abogado defensor de presos políticos, Hipólito Solari
Yrigoyen. En el transcurso de ese año, asesinó a centenares de personas y la
cifra crecería en forma vertiginosa el año siguiente. El asesinato, en mayo de
1974, del Padre Carlos Mugica (referente del Movimiento de Sacerdotes para el
Tercer Mundo), en julio de ese mismo año, el de Rodolfo Ortega Peña (histórico
defensor de presos políticos y referente de la Tendencia) y, en septiembre, el
de Silvio Frondizi (intelectual y político de izquierda), fueron los crímenes
más emblemáticos de la Triple A. En efecto, sus blancos predilectos estuvieron
conformados por dirigentes gremiales opositores a la “burocracia sindical”,
abogados defensores de presos políticos, militantes de renombre o de base de
distintas organizaciones, periodistas de activa participación en el debate
político, activistas estudiantiles y curas tercermundistas. Y esto porque los
sectores que ellos representaban, sus reivindicaciones y puntos programáticos,
contaban con una gran capacidad de movilización. El accionar de la Triple A
venía no sólo a desterrar del escenario político a los opositores de la derecha
sino, y fundamentalmente, a sembrar el terror en el conjunto de la sociedad a
través de “castigos ejemplificadores”. Es por ello, y por el uso de recursos
estatales, que muchos consideran este período como el momento inicial del
terrorismo de Estado.
La represión ilegal ejercida desde el poder da cuenta, entonces, de la
permanencia de un clima de contestación popular que se pretendía acallar. En
efecto, a pesar de estos entrecruzamientos de conflictos entre distintos grupos
y tendencias políticas, 1973 y 1974 son años de un importante crecimiento de las
agrupaciones de izquierda en su conjunto. Son también años de intensa
movilización social. Es esta movilización parte inseparable de aquellos
conflictos y expresión clara de la puja distributiva.
Pacto Social y movilización
Muchos de los que apoyaron y votaron al Gral. Juan D. Perón en 1973 esperaban
que éste fuera capaz de controlar la movilización social y, a la vez, de
disciplinar a quienes apelaban a su capacidad de presión en la disputa por la
distribución del ingreso.
Con el regreso de Perón se penetraba nuevamente en el terreno de la política
real, con todas sus grandezas y mezquindades. En las expectativas de variados
sectores, Perón volvía a poner orden a una sociedad atravesada por las luchas
sociales. Los enfrentamientos debían ser encuadrados en el espacio institucional
y atenerse a las reglas de lo posible. Una mayor regulación de las relaciones
entre capital y trabajo sería la función primordial del Estado. Hacia ese
objetivo se orientó el Pacto Social, un programa de concertación sectorial
firmado por la Confederación General Económica (CGE), en representación del
empresariado nacional, y la Confederación General del Trabajo (CGT), en
representación de los asalariados. La concertación intersectorial era condición
indispensable para llevar a buen término la política y los objetivos económicos
del Plan Gelbard. El Pacto Social, firmado en junio de 1973, estableció un
congelamiento de precios de los productos de consumo masivo, un aumento salarial
fijo del 20%, seguido por un congelamiento de salarios y supresión de paritarias
por dos años.
Los primeros signos positivos no se hicieron esperar: se detuvo la inflación
desatada en 1972, el éxito en las exportaciones se tradujo en un superávit
fiscal permitiendo un importante aumento del gasto del Estado que permitió, a su
vez, un incremento nada desdeñable de la actividad interna.
Sin embargo, a comienzos de 1974, el ciclo de bonanza comenzó a revertirse. La
expansión del consumo provocó la reaparición de la inflación y el espectacular
aumento del precio del petróleo en el mundo encareció la importación de los
insumos para la industria, provocando un incremento de los costos en este
sector. El Pacto Social debía justamente servir para repartir "equitativamente"
los costos que la situación imponía, pero el Estado -a pesar de los esfuerzos
del propio Gral. Juan D. Perón, que ya había cambiado el viejo lema Para un
peronista no hay nada mejor que otro peronista por Para un argentino no hay nada
mejor que otro argentino- no logró hacer valer su autoridad y pronto la lucha
sectorial ocupó nuevamente el centro de la escena.
Los actores que habían firmado el Pacto Social se vieron incapaces de cumplirlo.
Ni la CGE ni la CGT contaban con la credibilidad necesaria para imponer a sus
seguidores el cumplimiento de ese Pacto. La CGE representaba poco y mal al
empresariado nacional, que encontró variadas formas de violar lo acordado:
desabastecimientos de productos, mercado negro, sobreprecios; más aún cuando,
ante la crisis petrolera, reaccionó tratando de trasladar el aumento de los
costos a los precios. La CGT, cuyo poder de negociación había crecido durante
los años de proscripción del peronismo, estaba demasiado acostumbrada a moverse
con pragmatismo y autonomía de decisión. No le resultaba ahora tan sencillo
mantener la tantas veces proclamada "lealtad" al líder, sobre todo porque su
autoridad y legitimidad se veían claramente impugnadas por la movilización
social.
En efecto, la llegada del peronismo al poder había reavivado las expectativas
sociales que el Pacto no parecía satisfacer. Mientras crecían notablemente las
filas de las organizaciones políticas contestatarias en universidades, barrios,
escuelas y gremios, en las fábricas los trabajadores protagonizaron un
incremento de sus postergadas reivindicaciones. Éstas no apuntaban
exclusivamente al aumento salarial: exigían, entre otras cosas, mejores
condiciones laborales, paritarias, reincorporación de los obreros cesanteados y,
claramente, mayor democracia en los sindicatos. Las manifestaciones, las huelgas
y las tomas de plantas fueron parte de una movilización que muy pronto, hacia
comienzos de 1974, rebasaría las propias estructuras del poder sindical. Un
claro ejemplo de lo anterior fue la toma de la planta de Acindar (una empresa
metalúrgica) en Villa Constitución, provincia de Santa Fe, en marzo de 1974.
En este contexto, el gobierno se vio obligado una y otra vez a conceder aumentos
salariales -que poco satisfacían las demandas de los trabajadores-, sin ser
capaz, a su vez, de contener la espiral inflacionaria. El Pacto se fue
desgastando así, ante la impotencia de las autoridades y la profundización de la
crisis económica. Hacia 1975, ésta había llegado a un punto culminante y
terminaría de liquidar al nunca exitoso Pacto Social. Las divisas escaseaban, la
inflación estaba desatada y la ya a esta altura descontrolada puja distributiva
parecía no dar tregua. Por lo demás, la bochornosa y evidente incapacidad del
gobierno de Isabel Perón para imponer algún tipo de autoridad sobre los sectores
de una sociedad que la observaban con espanto, desconfianza o, en el mejor de
los casos, sencillamente la ignoraban, no haría más que agudizar y precipitar
una crisis política, social e institucional sin precedentes.
La figura de Perón
Hacia 1973, el Gral. Juan D. Perón había sido identificado, por varios sectores
de la población, como "el salvador de la Nación". Al respecto, el historiador
Luis A. Romero escribe: Este fenómeno, sin duda singular, de ser tantas cosas
para tantos, tenía que ver con la heterogeneidad del movimiento peronista y con
la decisión y habilidad de Perón para no desprenderse de ninguna de sus partes
(...). Para todos, Perón expresaba un sentimiento general de tipo nacionalista y
popular, de reacción contra la reciente experiencia de desnacionalización y
privilegio. Para algunos -peronistas de siempre, sindicalistas y políticos- esto
se encarnaba en el líder histórico, que, como en 1945, traería la antigua
bonanza, distribuida por el Estado protector y municiente. Para otros -los
activistas de todos los pelajes- Perón era el líder revolucionario del Tercer
Mundo, que eliminaría a los traidores de su propio movimiento y conduciría a la
liberación, nacional o social, potenciando las posibilidades de su pueblo.
Inversamente otros, encarnando el ancestral anticomunismo del movimiento, veían
en Perón a quien descabezaría con toda la energía necesaria la hidra de la
subversión social, más peligrosa y digna de exterminio en tanto usurpaba las
tradicionales banderas peronistas. Para otros muchos -sectores de las clases
medias o altas, quizá los más recientes descubridores de sus virtudes- Perón era
el pacificador, el líder descarnado de ambiciones, el "león herbívoro" que
anteponía el "argentino" al "peronista", capaz de encauzar los conflictos de la
sociedad, realizar la reconstrucción y encaminar al país por la vía del
crecimiento, hacia la "Argentina potencia".
Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires,
FCE, 1994, pp. 260-261.
Hechos y protagonistas de los
'60 y '70. Un glosario imprescindible
1º de mayo de 1974. Fecha de la ruptura política entre Montoneros y Juan D.
Perón, en el marco del acto oficial por el Día del Trabajador en la Plaza de
Mayo. Fue en su discurso de ese día cuando Juan D. Perón, ante las consignas
cantadas por Montoneros y la Juventud Peronista, se refirió a ellos como
“estúpidos” e “imberbes”.
17 de noviembre de 1972. Primer regreso de Juan D. Perón a la Argentina desde su
exilio en 1955.
17 de octubre de 1945. Día en que miles de trabajadores se movilizaron a Plaza
de Mayo reclamando la libertad de Juan D. Perón, por entonces coronel y
secretario de Trabajo y Previsión Social. Posteriormente, el 17 de octubre fue
considerado como Día de la Lealtad en el movimiento peronista.
20 de junio de 1973. Día en que se esperaba, en el aeropuerto internacional de
Ezeiza, el regreso definitivo de Juan D. Perón a la Argentina, luego de su
exilio en España. Millones de personas se movilizaron para recibirlo, pero el
evento se vio frustrado por el ataque mortífero de fuerzas parapoliciales y de
la derecha peronista contra las columnas de manifestantes de la izquierda de
peronista.
25 de mayo de 1973. Fecha en que, tras diecisiete años de proscripción del
peronismo y siete de dictadura militar bajo el mando de los generales Juan C.
Onganía, Roberto M. Levingston y Alejandro A. Lanusse, asumió el nuevo
presidente electo, el justicialista Héctor J. Cámpora. El acto se realizó en el
marco de una movilización popular con gran participación de la juventud; y
culminó en una marcha a la cárcel de Villa Devoto, donde se obtuvo la liberación
de los presos políticos.
AAA o Triple A. Alianza Anticomunista Argentina. Organización parapolicial de
ultraderecha, fundada y liderada por José López Rega, ministro de Bienestar
Social durante el tercer gobierno peronista. La triple A hizo del asesinato
político, las amenazas de muerte, la colocación de bombas y las listas negras su
modus operandis. Su primera aparición pública fue a comienzos de 1974 con un
atentado a un reconocido abogado defensor de presos políticos. En el transcurso
de ese año, asesinó a centenares de personas y la cifra crecería en forma
vertiginosa el año siguiente. El padre Carlos Mugica, referente del Movimiento
de Sacerdotes del Tercer Mundo y Rodolfo Ortega Peña, histórico defensor de
presos políticos y referente de la izquierda peronista fueron, quizás, sus
víctimas más emblemáticas.
Abal Medina, Juan Manuel. Dirigente de la Juventud Peronista en la década de
1970 y figura clave en las negociaciones que permitieron el regreso definitivo
del general Juan D. Perón en 1973. Su hermano Fernando fue uno de los fundadores
de Montoneros y murió en un combate con la policía en septiembre de 1970, en la
localidad de William Morris.
Acción Católica. Institución pastoral ligada a la Iglesia Católica creada en
1931, cuya importancia fue creciendo a lo largo del siglo, formando asociaciones
de hombres, mujeres, estudiantes y obreros católicos.
ACINDAR. Una de las mayores empresas siderúrgicas del país.
Acto espontáneo/ relámpago. Acto político breve e impactante, realizado en
espacios públicos con el doble objetivo de llamar la atención y evitar la
captura de sus organizadores.
Adoctrinamiento. Enseñanza de una doctrina política (principios, reglas y
objetivos) necesaria para todo aspirante a ingresar a una organización política.
Agrupaciones de superficie. Las agrupaciones políticas y sociales no armadas,
legales, que respondían a la política de la agrupación Montoneros mientras ésta
última fue ilegal.
Alfonsín, Raúl. Político radical. Líder de las corrientes “renovadoras” del
radicalismo durante la década de 1970. Primer presidente constitucional
(1983-1989) tras la última dictadura militar (1976-1983). Incorporó a su campaña
electoral las demandas de los organismos de derechos humanos. Impulsó el Juicio
a las Juntas Militares que se realizó en 1985. Ante la presión militar y las
rebeliones de los “carapintadas”, su gobierno propició y sancionó las leyes de
Punto Final y Obediencia Debida (1986-1987), que otorgaron impunidad de los
represores. Por la creciente debilidad de las instituciones bajo su mando,
entregó el poder a Carlos S. Menem antes de concluir su mandato.
Alianza Popular Revolucionaria (APR). Frente de centro izquierda que obtuvo el
cuarto puesto en las elecciones del 11 de marzo de 1973. Estaba liderada por el
político Oscar Alende, proveniente del radicalismo intransigente y más tarde
fundador del Partido Intransigente.
Allende, Salvador. Político chileno. Uno de los fundadores del Partido
Socialista de su país, en el que ocupó el cargo de secretario general desde 1943
hasta 1970, cuando fue electo presidente como candidato de una alianza integrada
por socialistas y comunistas. Su gobierno constituyó el primer caso de la “vía
pacífica al socialismo” en América Latina, impulsó políticas de nacionalización
de empresas y de la producción y estimuló el consumo a través del aumento
salarial y el congelamiento de precios. El 11 de septiembre de 1973 fue
derrocado y murió resistiendo el golpe militar del general Augusto Pinochet, que
contó con el apoyo de los Estados Unidos.
Angelelli, Enrique. Obispo de La Rioja. Aunque no formó parte del Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo, fue uno de los referentes del compromiso social
de la Iglesia Católica durante los años sesenta y setenta. Amenazado por la
Triple A, continuó con su labor evangélica. El 4 de agosto de 1976, durante el
gobierno militar, fue asesinado en un accidente automovilístico simulado.
Antiimperialismo. Ideología que recorrió el entero siglo XX en América Latina y
en la Argentina. Denunciaba la influencia británica y luego norteamericana sobre
otros países en términos de dominación imperial.
Antiperonismo. Oposición al peronismo, sin importar desde cuál orientación
ideológica.
Aramburu, Pedro Eugenio. General del ejército. Segundo presidente tras el golpe
militar del 16 de septiembre de 1955, autodenominado “Revolución Libertadora”
(1955-1958). Su gestión se caracterizó por la represión al peronismo en lo
político; y por la libre empresa en lo económico. Intervino a la
Confederación General del Trabajo (CGT), dispuso la disolución del Partido
Peronista, prohibió paros y movilizaciones. En 1970 fue secuestrado por la
organización armada Montoneros, que el 1º de junio anunció públicamente que lo
había "ejecutado".
Argelia. País del norte de África colonizado por Francia. Entre 1954 y 1962
libró una guerra de liberación que adquirió dimensiones cruentas por la
ferocidad de la represión francesa. Las fuerzas emancipadoras argelinas fueron
lideradas por el Frente de Liberación Nacional, que articulaba diversas formas
de lucha, entre ellas, acciones armadas, de sabotaje, etcétera. Con el objetivo
de desarticular este movimiento, las tropas francesas desarrollaron allí métodos
de secuestro, tortura y deportación que más tarde serían imitados en otros
países para reprimir a los movimientos revolucionarios. En 1962, Argelia logró
la independencia y, tras las elecciones celebradas ese año, en las que triunfó
el Frente de Liberación Nacional, se proclamó la República Democrática Popular
de Argelia.
Artículo 21 de la Constitución. “Todo ciudadano argentino está obligado a
armarse en defensa de la Patria y de esta Constitución, conforme a las leyes que
al efecto dicte el Congreso y a los decretos del Ejecutivo Nacional (...)”.
Asociación Gremial de Abogados. Agrupación corporativa fundada a comienzos de
1971 por los abogados defensores de presos políticos provenientes del peronismo
combativo, de la nueva izquierda y del radicalismo progresista. Su fundación
estuvo impulsada por las condiciones represivas del momento, por la cantidad
creciente de presos políticos que demandaban sus esfuerzos y, tal vez, por la
voluntad de constituirse en un actor colectivo con peso propio en el escenario
político de la época. Rodolfo Ortega Peña fue uno de sus referentes más
destacados.
ASTARSA. Astilleros navales ASTARSA, ubicados en el norte del conurbano
bonaerense, zona de gran activismo sindical y blanco de la represión ilegal
debido al desarrollo de esa actividad.
Astiz, Alfredo. Oficial de la Armada, miembro del Grupo de Tareas 3.3.2, de la
ESMA. Figura emblemática de la represión ilegal. Participó de los secuestros de
un grupo de familiares de detenidos-desaparecidos que se reunían en la Iglesia
de la Santa Cruz, en el que se infiltró, en el de las monjas francesas Leonie
Duquet y Alice Domon, y en el de la ciudadana sueca Dagmar Hagelin, entre otros.
Azul. Localidad de la provincia de Buenos Aires, sede de un Regimiento de
Caballería Blindada del Ejército que fue atacado por el Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP) en enero de 1974.
Balbín, Ricardo. Político radical. Fue electo diputado y senador en varias
oportunidades. En 1956 lideró la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP),
favorable al golpe que derrocó al general Juan D. Perón. Como jefe del
radicalismo, encabezó las negociaciones posteriores al retorno del líder
justicialista al país (1972-1974). Poco antes de morir, en 1981, fue uno de los
impulsores de la Multipartidaria.
Bandas sindicales. Grupos de hombres armados que bajo órdenes de líderes
sindicales intimidan físicamente a los opositores.
Bases. En la cultura política argentina, las “bases” son los militantes comunes
de una organización política o sindical, el sector de menor rango en la escala
jerárquica.
Beckerman, Eduardo "Roña". Líder de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES)
asesinado por la Triple A en 1974.
Bettanin, Leonardo. Militante de Montoneros y diputado nacional por la Juventud
Peronista en 1973-1974. Fue asesinado en un operativo de las fuerzas represivas
en la ciudad de Rosario, el 2 de enero de 1977.
Bombardeos a Plaza de Mayo. Refiere fundamentalmente a los bombardeos que
dirigió la Marina el 16 de junio de 1955, cuando intentó derrocar al segundo
gobierno peronista. Estos bombardeos dejaron centenares de civiles muertos y
miles de heridos. El 16 de septiembre de 1955, el gobierno de Juan D. Perón fue
finalmente derrocado. Ver Golpe de 1955.
Burocracia sindical. Expresión peyorativa para designar a la dirigencia sindical
tradicional de la Confederación General del Trabajo (CGT). Se popularizó hacia
finales de la década del 60, a causa de su actitud negociadora y moderada frente
a los gobiernos no peronistas.
"Caer" / "Caída": expresión que significaba, en la jerga de los militantes, ser
detenido o encarcelado, legal o ilegalmente. Provenía a su vez de la jerga
popular marginal.
“Camarón”: apodo que recibió, por parte de los abogados defensores de presos
políticos y sociales, la Cámara Federal en lo Penal de la Nación, creada en
1970, por la ley Nº 19.053. En momentos de creciente actividad de las
organizaciones político-militares, esta Cámara se constituyó como tribunal
especial para el juzgamiento de los llamados delitos subversivos. El artículo 2
de la ley establecía: "La cámara tendrá competencia en todo el territorio de la
Nación y su asiento en la Capital Federal (...) Podrá constituirse en cualquier
lugar del país cuando lo considere conveniente para su mejor desempeño”.
Cámpora, Héctor. Político justicialista, diputado durante los dos primeros
gobiernos peronistas. Preso tras el golpe de 1955, huyó a Chile y luego a
Venezuela. En 1971, Juan D. Perón lo nombró su delegado personal. El 11 de marzo
de 1973 fue electo presidente por el Frente Justicialista de Liberación
(FREJULI). Asumió el 25 de mayo de ese año, y renunció el 13 de julio. Vinculado
a la Tendencia Revolucionaria del peronismo, al producirse el golpe militar se
asiló en la embajada mexicana en la Argentina. Más tarde se exilió en México y
murió en ese país en 1980.
Capilla Cristo Obrero. Nombre de la capilla donde daba misa Carlos Mugica en
Villa 31, Retiro.
Capitalismo de Estado. Concepto que designa las experiencias de países en los
que la modernización económica y la creación de capital fueron conducidas por el
Estado y no por empresas privadas.
Capitalismo dependiente. Se refiere a aquellos países del Tercer Mundo de
estructura económica capitalista y dependientes de los países desarrollados,
industrializados o centrales. Esta relación de dependencia se considera tanto
desde el punto de vista económico como en cuanto a la capacidad política de
tomar decisiones que afecten al sistema productivo. La expresión se acuñó en el
marco de los debates académicos que atravesaron el mundo de la economía en los
tempranos años ’60. Fue entonces cuando algunos miembros de la Comisión
Económica para América Latina (CEPAL), de la Organización de las Naciones
Unidas, elaboraron la llamada teoría de la dependencia. Ésta afirmaba que el
desarrollo y el subdesarrollo eran las dos caras de la misma moneda en el nivel
internacional: el desarrollo de algunos países se sustentaba sobre el
subdesarrollo de otros. En el marco del capitalismo, las sociedades
latinoamericanas no tenían, según esta visión, otra salida que el subdesarrollo.
“Carta a Cámpora”. Proclama del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en la
cual éste explica su posición frente al gobierno de Héctor Cámpora y su decisión
de continuar las acciones armadas. La proclama se tituló: “Por qué el ERP no
dejará de combatir. Carta abierta al presidente Cámpora”.
Castro, Fidel. Líder de la Revolución Cubana. Tras la toma del poder (1º de
enero de 1959), estableció un Estado socialista al que gobernó como primer
ministro entre 1959 y 1976, y como presidente desde entonces.
Cátedras nacionales. Suerte de “universidad alternativa” durante la dictadura de
1966-1973, en la que se intentaba unificar el saber universitario con la
práctica política. Organizadas por intelectuales-militantes peronistas, fueron
un foco de difusión de los autores del nacionalismo de izquierda en la
universidad.
Célula. Unidad operativa de las organizaciones políticas y/o militares
clandestinas.
CENAP. Corriente Estudiantil Nacional y Popular. Agrupación estudiantil
vinculada con el peronismo.
Centralismo democrático. Dentro de la tradición marxista-leninista, es la forma
de organizar el proceso de toma de decisiones en el partido u organización de
que se trate. En teoría, los temas se discuten democráticamente en los distintos
espacios que agrupan a las “bases”; éstas luego “elevan” las decisiones tomadas
por la mayoría a la instancia inmediatamente superior en la jerarquía
partidaria, hasta confluir en el “centro” de la estructura, que es la jefatura
del partido o la organización. Muchos militantes han cuestionado el
funcionamiento real de este modelo, aludiendo a que en la práctica gran parte de
las decisiones eran tomadas por las jefaturas y “bajadas” a las bases.
CGT. Confederación Central del Trabajo. Agrupó a los distintos sindicatos
argentinos por rama o actividad; fue la base del poder del peronismo durante el
período 1946-1955 y durante la “Resistencia” a las dictaduras militares que se
sucedieron hasta 1973.
CGT de los Argentinos. Surgió en marzo de 1968 a raíz de divergencias en las
posiciones gremiales tras el golpe militar de 1966. La CGT se dividió en CGT
Azopardo, participacionista, conducida por Augusto T. Vandor; y CGT de los
Argentinos, combativa y clasista, encabezada por Raimundo Ongaro. Ésta asumió
una postura frontal contra la dictadura, una lectura socialista de la realidad,
y la necesidad de enlazar la acción gremial con la acción política para cambiar
la sociedad. Fomentó las organizaciones sindicales de base, denunció la
desnacionalización económica y la penetración de los monopolios extranjeros. Fue
duramente reprimida por la dictadura militar.
Che. Ernesto “Che” Guevara, médico argentino, uno de los líderes de la
Revolución Cubana (1959), y figura emblemática para millares de militantes de
América Latina y el mundo por haber impulsado la lucha armada contra el
imperialismo norteamericano. Murió asesinado por el ejército boliviano el 8 de
octubre de 1967, al fracasar su intento de instalar un foco guerrillero en ese
país.
Chicana: en la jerga de la militancia, burla política.
Coexistencia pacífica. Doctrina impulsada por la Unión Soviética en 1955,para
distender las relaciones con los Estados Unidos luego de la “Guerra Fría” y del
“equilibrio del terror” nuclear que caracterizaron las relaciones entre las dos
potencias después de la II Guerra Mundial.
Columnas. Expresión militar para designar a un sector de un ejército. Las
guerrillas utilizaban nombres geográficos -“columna norte”-, o de un combatiente
muerto en combate –“columna Sabino Navarro”-.
Comisiones internas. Es la forma de organización más básica de los trabajadores
de un establecimiento productivo, mediante la cual discuten sus problemas y
eligen un delegado que los representa ante las autoridades del establecimiento
(capataces, gerentes, patrones) y en el sindicato.
Comité. Local de un partido político que agrupa a los militantes de una
jurisdicción.
Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria (CNRR). Escisión del Partido
Comunista (PC) que tuvo lugar en 1967. Los motivos de la ruptura fueron variados
y se concentraron en las críticas hacia la burocratización del PC, el
alineamiento indiscutido con la URSS, la posición frente al peronismo, entre
otros. Muchos militantes del CNRR fundarían o se incorporarían más tarde al
Partido Comunista Revolucionario de tradición maoísta. Ver.
Comunismo chino. Durante la década de 1960, los comunistas chinos en el poder
(“maoístas”, seguidores del líder revolucionario Mao Tsé Tung) buscaron
diferenciarse del modelo soviético en tres importantes temas: la crítica a la
burocratización, la crítica a la hegemonía internacional de la URSS, y el
otorgamiento de un papel más importante al campesinado como actor
revolucionario.
"Conducción Política". Libro escrito en 1951 por Juan D. Perón, utilizado para
la formación de líderes y funcionarios sindicales y estatales durante el primer
gobierno peronista (1946-1955). En él, el líder del movimiento peronista
transmite pautas de organización y liderazgo para sus seguidores.
Conferencia de Bandung. Conferencia celebrada en 1955 en la antigua capital de
Indonesia, en la que, en pleno proceso de descolonización, representantes de
numerosos países de África y Asia debatieron una política común frente a las
potencias del mundo desarrollado y condenaron todas las formas del colonialismo.
Conferencia de Medellín. Conferencia de obispos católicos latinoamericanos
celebrada en Medellín, Colombia, en agosto de 1968, en la cual se buscó renovar
la Iglesia de América Latina bajo los principios del Concilio Vaticano II. Los
obispos declararon su voluntad de defender los derechos del hombre, mediante la
“opción por los pobres”, la toma de conciencia de los oprimidos respecto del
orden social y una teología basada en el concepto de la “liberación” del hombre.
Cooke, John William. Teórico de la izquierda peronista y referente de la
”Resistencia”. Ideólogo del peronismo revolucionario, impulsó un acercamiento
entre el peronismo y el marxismo. Muy próximo a la Revolución Cubana, promovió
la conformación de un movimiento revolucionario con estrategias
insurreccionales.
Cordobazo. Rebelión popular ocurrida el 29 de mayo de 1969 en la ciudad de
Córdoba, tras la convocatoria por parte de los “gremios combativos” a un paro
general, al cual se sumaron los estudiantes universitarios. La policía no pudo
controlar la situación y se dio intervención al ejército, que fue enfrentado en
las calles por obreros y estudiantes. Este hecho precipitó la renuncia del
Ministro de Economía A. Krieger Vasena. El Cordobazo es considerado como un
símbolo del grado de desarrollo de las luchas populares y de la alianza entre
distintos sectores sociales argentinos.
Cristianismo y Revolución. Revista inspirada en la corriente cristiana que
recibió el nombre de teología de la liberación.
Crítica-autocrítica-desviación. En las organizaciones revolucionarias, los
militantes debían revisar las propias actitudes personales, ideológicas y
políticas que entrasen en conflicto con los principios de la organización,
mediante la “crítica” y “autocrítica” oral y/o escrita, para evitar las
“desviaciones”, es decir, las ideas y actitudes que se apartaban de la norma.
Cuartel Moncada. Cuartel de las fuerzas armadas de Cuba, cuyo intento de asalto
por parte de un grupo de revolucionarios capitaneados por Fidel Castro, el 26 de
julio de 1953, constituyó el antecedente más importante de la Revolución Cubana
de 1959.
Cuba. Isla del Caribe, último país latinoamericano en alcanzar la Independencia
de España (1898). Su historia se vio dominada por la influencia norteamericana
hasta 1959, cuando una revolución la orientó rápidamente hacia la órbita
soviética. Desde entonces, constituyó el modelo más cercano para los
revolucionarios latinoamericanos.
“D”. Así se denominó, en la jerga de los militantes políticos, a la agrupación
Descamisados. (Ver)
Derecha peronista. Sector del movimiento peronista nucleado en torno al
anticomunismo, que resistió los intentos de dotar al peronismo de un carácter
revolucionario.
Descamisados. Organización armada peronista que en 1972 se incorporó a
Montoneros.
Descolonización. Proceso de independización de las colonias de África y Asia
respecto de las potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Holanda, Alemania),
conocido también como “guerras de liberación nacional”, que tuvo lugar luego del
fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Desviación militarista: también llamada militarización. Expresión que utilizaban
los militantes de una organización guerrillera para criticar una estrategia de
toma del poder que subordinaba las acciones políticas a las militares.
DIPBA. Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
DORTICÓS, Osvaldo. Abogado y político cubano. Tras el triunfo de la revolución
liderada por Fidel Castro, fue ministro de Leyes y Presidente de la República
entre 1958 y 1976. Luego fue vicepresidente del Consejo de Ministros (1976) y
ministro de Justicia (1980-1983).
EGP. Ejército Guerrillero del Pueblo. Una de las primeras organizaciones
guerrilleras argentinas, organizada por el periodista Jorge Masetti, inspirada
en el foquismo del “Che” Guevara. Operó en la provincia de Salta a principios
del gobierno de Arturo Illia y fue sofocada rápidamente.
“El Brujo”. Apodo con que se conocía a José López Rega, asistente de Juan D.
Perón durante su exilio en España y ministro de Bienestar Social durante los
gobiernos de Héctor Cámpora, Juan D. Perón, e Isabel Perón. Este apodo se debía
a su inclinación por el esoterismo y la “magia negra”. Fundador y líder de la
Alianza Anticomunista Argentina (o Triple A). Abandonó el país en 1975. Fue
juzgado y condenado durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Murió en la cárcel en
1989.
El Kadri, Envar “Cacho”. Fundador de la Juventud Peronista y de las Fuerzas
Armadas Peronistas (FAP).
Embute. En la jerga de los militantes, “escondite” donde se pueden guardar
armas, materiales, volantes, prensa, etcétera..
“Engorde”. Nombre con que se denominó al ingreso masivo de jóvenes militantes a
Montoneros durante el gobierno de Héctor Cámpora.
ERP 22. Escisión del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), caracterizada por
una posición de acercamiento al peronismo revolucionario. Tomó su nombre de la
fecha de la Masacre de Trelew. (Ver)
Escritores malditos. Aquellos escritores que no reconocen ninguna escuela
literaria establecida y que fueron ignorados o criticados por el público debido
a su carácter revulsivo.
Espartaco. Líder de una rebelión de esclavos en la antigua Roma. Su nombre fue
recordado por revolucionarios de los siglos XIX y XX como símbolo de la lucha
contra la opresión.
Estado de sitio. Estado de excepción en el que se suspenden temporariamente las
garantías constitucionales. Los alcances de esta medida están descriptos en el
art. 23 de la Constitución Nacional.
EUDEBA. La Editorial Universitaria de Buenos Aires fue fundada en 1958 por la
Universidad de Buenos Aires (UBA) con el objetivo de difundir masivamente y a
bajo precio libros de primer nivel científico y literario.
“Evita”. Nombre coloquial para referirse a Eva Perón (1919-1952), actriz de
origen humilde que, como Primera Dama bajo el gobierno de Juan D. Perón, se
convirtió en un símbolo popular. Su papel en la legitimación del gobierno
peronista fue decisivo, mediante sus encendidas críticas a los opositores y sus
acciones de ayuda y protección a los pobres.
“Evita Montonera”. Figura simbólica creada por la organización Montoneros para
vincular los elementos clasistas y antiimperialistas del discurso político de
Eva Perón en los años 40 con el discurso político de Montoneros en los años 70.
También “Evita Montonera” fue el nombre de una revista editada por Montoneros
desde fines de 1974.
Existencialismo. Corriente filosófica de origen alemán, popularizada
mundialmente en la década de 1960 en su versión francesa, particularmente a
través de la obra de Jean Paul Sartre (1905-1980). Contra las ideas
esencialistas y metafísicas acerca del ser humano (que sostienen que habría una
“esencia” determinando toda existencia), plantea que es la existencia concreta
la que determina la vida de los individuos, y que por lo tanto éstos son capaces
de tomar en sus manos la libertad de “crearse a sí mismos”.
Ezeiza. Ver “20 de junio de 1973”.
FAL. Fuerzas Argentinas de Liberación. Fundadas en abril de 1969, se formaron a
partir de grupos marxistas disidentes del Partido Comunista (PC) y del Partido
Comunista Revolucionario (PCR). También recibieron antiguos militantes del
MALENA. Se estructuraron como columnas guerrilleras.
Fanon, Franz (1925-1961). Escritor mundialmente famoso por su crítica del
colonialismo y su teorización acerca de la violencia de los pueblos colonizados
contra sus opresores. Nació en Martinica y tras estudiar psiquiatría en Francia,
se trasladó al norte de África en 1953 y allí se comprometió con las luchas de
liberación de Argelia y del Tercer Mundo en general.
FAP. Fuerzas Armadas Peronistas. Grupo insurreccional peronista surgido en 1967,
cuyo eje fue el trabajo de base en el área barrial y fabril como sustento de sus
acciones armadas. Ese año miembros de su conducción fueron detenidos en Taco
Ralo (Tucumán), cuando intentaban establecer un foco guerrillero.
FAR. Fuerzas Armadas Revolucionarias. Agrupación guerrillera de origen marxista,
hizo su aparición pública a comienzos de 1970. A fines de 1973 se fusionó con
Montoneros.
Fast, Howard (1914-2003). Novelista norteamericano célebre por sus temáticas
políticas, fue miembro del Partido Comunista de su país y perseguido por el
Comité de Actividades Antinorteamericanas presidido por el senador Joseph
MacCarthy en los años 50. Una de sus novelas más famosas, llevada al cine, fue
Espartaco. (Ver)
FEN. Federación de Estudiantes Nacionales, corriente universitaria peronista de
intensa actividad opositora durante el gobierno del general Alejandro A.
Lanusse.
FJC, Federación Juvenil Comunista. También llamada “Juventud Comunista” o
“FEDE”. Rama juvenil del Partido Comunista (PC). Durante las décadas de 1950 y
1960 fue un referente muy importante para los jóvenes de izquierda,
especialmente en espacios universitarios.
Ferla, Salvador. Historiador, autor del libro Mártires y Verdugos, en el que
narra la historia del fusilamiento de militares peronistas ordenado por la
“Revolución Libertadora” en 1956.
“Fierros”. En la jerga marginal, policial y política, nombre que se les da a las
armas de fuego.
Filtro. En la jerga de la militancia, “infiltrado”, generalmente de los
servicios de inteligencia.
Firmenich, Mario Eduardo (“el Pepe”). Uno de los fundadores de Montoneros y
miembro de su conducción Nacional. Condenado a prisión en 1985, fue beneficiado,
en 1991, con el indulto presidencial otorgado por Carlos Saúl Menem.
Foquismo. Estrategia política que convocaba a las masas a la lucha contra los
sectores dominantes y el imperialismo, a partir de un núcleo (foco) de
combatientes revolucionarios que desarrollaba la lucha armada. Esta forma de
guerrilla fue exitosa durante la Revolución Cubana y luego fue propagada por el
“Che” Guevara.
FORJA. Frente de Orientación Radical para la Joven Argentina. Agrupación que
surgió a comienzos de la década de 1930, que reunía a jóvenes provenientes del
radicalismo, de tradición nacionalista popular. Arturo Jauretche fue uno de sus
fundadores. (Ver)
Formaciones especiales. Expresión acuñada por Juan D. Perón para referirse a las
organizaciones armadas del movimiento peronista. Con el tiempo, esta expresión
fue identificándose cada vez más con Montoneros.
F.O.T.I.A. Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera. Agrupaba
sindicalmente a los trabajadores del azúcar.
Framini, Andrés y elecciones. Destacado dirigente peronista, fue una figura
destacada de la “resistencia peronista” en el ámbito sindical, triunfó en las
elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1962, las que fueron
anuladas por el gobierno de Arturo Frondizi. Más tarde fue miembro del Partido
Peronista Auténtico.
Franja Morada. Agrupación que nuclea a los jóvenes radicales (UCR-Unión Cívica
Radical) en la universidad, surgida bajo el gobierno de Arturo Illia
(1963-1966).
Freire, Paulo (1921-1997). Maestro y pedagogo brasileño. Su obra teórica sobre
la “pedagogía del oprimido”, sus campañas de alfabetización de adultos y sus
concepciones revolucionarias sobre la enseñanza fueron influyentes en América
Latina y en el mundo.
Frente barrial. Conjunto de organizaciones barriales legales que formaban parte
de la estrategia conjunta de Montoneros. Es posible que en algunos testimonios,
al referirse a la militancia en el “frente barrial”, se expresen en términos de
“trabajo territorial”.
Frente militar. Secciones armadas de Montoneros.
Frente universitario. Agrupaciones de la política universitaria que respondían a
la estrategia de Montoneros, fundamentalmente la Juventud Universitaria
Peronista (JUP)
Frigoríficos SWIFT. Una de las mayores empresas frigoríficas radicadas en el
país, de origen estadounidense.
Frondizi, Arturo. Líder político de la Unión Cívica Radical Intransigente
(UCRI). Presidente de la Nación entre 1958 y 1962, durante su gestión impulsó
una política económica denominada “desarrollismo”. Fue derrocado por las FFAA el
29 de marzo de 1962. Tras el golpe militar, José M. Guido, presidente del
Senado, asumió la presidencia provisional de la Nación hasta las elecciones del
año siguiente. Su gobierno estuvo totalmente subordinado al poder de las Fuerzas
Armadas.
Fusilamientos de 1956. Fusilamiento de militantes peronistas, ordenado por la
llamada “Revolución Libertadora” en junio de 1956. Este acontecimiento fue
reconstruido por el escritor y periodista Rodolfo Walsh en su obra Operación
Masacre.
Fusión (FAR y Montoneros). Proceso de integración, en 1973, de las
organizaciones guerrilleras Montoneros y Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Galimberti, Rodolfo. Fundador de la Juventud Argentina por la Emancipación
Nacional (JAEN), delegado de Juan D: Perón para la Juventud Peronista hasta
1973. Importante líder de la organización Montoneros. Es cuestionado por muchos
militantes de esa organización por sus prácticas “militaristas”. Condenado a
prisión en 1985, fue beneficiado, en 1991, con el indulto presidencial otorgado
por Carlos S. Menem.
Gaspar Campos. Calle de la zona norte del Conurbano donde estaba ubicada la casa
en la que residió Juan D. Perón durante su primer retorno a la Argentina (1972).
Allí se realizaron numerosas concentraciones.
Getino, Octavio. Cineasta argentino, del grupo Cine y Liberación, co director,
junto a Pino Solanas, de “La Hora de los Hornos” y “Actualización política y
doctrinaria”.
Gleizer, Raimundo. Cineasta, militante del PRT-ERP y líder del grupo Cine de
Base afín a esa agrupación. Fue detenido-desaparecido el 17 de mayo de 1976.
Golpe de 1955. Golpe de Estado que el 16 de septiembre de 1955 derrocó al
segundo gobierno de Juan D. Perón. Se autodenominó “Revolución Libertadora”.
Tras el golpe asumió la presidencia el general Eduardo Lonardi, quien en
noviembre del mismo año fue obligado a renunciar y reemplazado por el general
Pedro E. Aramburu. La “Revolución Libertadora” proscribió al peronismo. Durante
el gobierno de Pedro. E. Aramburu, el cadáver de Eva Perón fue secuestrado de la
sede de la Confederación General del Trabajo (CGT).
Gorila. Denominación popular de los antiperonistas. Por extensión, persona
autoritaria, reaccionaria y contraria al “pueblo”.
Gorriarán Merlo, Enrique Haroldo. Uno de los principales líderes del Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), responsable del área militar. Permaneció en el
exterior durante la dictadura integrando distintas organizaciones
revolucionarias. Lideró el Movimiento Todos por la Patria (MTP) que realizó el
sangriento ataque a La Tablada en 1989. Capturado en México en la década del 90,
permaneció preso hasta el indulto presidencial de Eduardo Duhalde (2003).
Grabaciones de Madrid. Durante su proscripción y exilio, Juan D. Perón adoptó el
método de enviar sus mensajes e instrucciones mediante cintas y grabaciones, que
daban gran legitimidad a quien las traía y difundía.
Grondona, Mariano. Abogado y periodista de gran participación en la vida
política argentina desde la década de 1960, vinculado a los grupos civiles que
apoyaron y fundamentaron ideológicamente los distintos golpes de Estado.
Grupo Cine Liberación. Grupo de cineastas conformado en 1968 con el fin de crear
un cine militante que vinculase el arte, las luchas sociales y la política
revolucionaria.
Grupo Octubre. Agrupación teatral fundada en 1970 por Norman Briski, cuyo
objetivo era acercar el teatro a los sectores obreros y marginados y potenciar a
través de él su participación artística y política.
Guerra popular prolongada. Modalidad insurgente adoptada por algunas
organizaciones guerrilleras según el modelo exitoso del Vietcong. En ella, las
formaciones irregulares en combinación con las características topográficas
contribuyen a una larga guerra de desgaste del adversario.
Heidegger, Martin (1889-1976). Filósofo alemán de profunda influencia en el
pensamiento del siglo XX, especialmente su obra existencialista Ser y Tiempo, de
1927.
Hernández Arregui, Juan José (1913-1974). Escritor y ensayista, figura clave de
las vinculaciones entre la izquierda y el peronismo, el marxismo y el
nacionalismo, reflexionó sobre las relaciones entre la intelectualidad y el
pueblo y la identidad nacional, en libros como: ¿Qué es el ser nacional?, de
1972.
H.I.J.O.S. Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.
Agrupación de derechos humanos que apareció públicamente en 1996, formada por
jóvenes que reivindican su condición de hijos de desaparecidos, asesinados,
exiliados y presos políticos. Difundieron la práctica del escrache a represores
como una forma de esclarecimiento social y denuncia.
Hippismo. Corriente juvenil contracultural surgida en las grandes ciudades
norteamericanas durante la década de 1960, que proponía abandonar el consumismo
y el utilitarismo y adoptar una vida natural y auténtica. El pacifismo, la vida
en comunidad, el amor libre, la búsqueda espiritual a través de las drogas, y el
rock and roll fueron algunos de sus elementos más notorios.
Ho Chi Minh. Líder de la guerra de independencia librada por Indochina. Tras la
derrota de las tropas francesas, Ho Chi Minh, líder comunista, proclama la
República Democrática de Vietnam (Norte) que recibe el apoyo del bloque
socialista. Desde entonces y hasta el retiro de las tropas norteamericanas de la
región luchó conjuntamente con las fuerzas revolucionarias del Sur por la
independencia de este último país, y la unificación de Vietnam bajo el signo
socialista. La unificación de Vietnam tuvo lugar, finalmente, en 1975, tras la
derrota norteamericana.
Hombre Nuevo. En la década de 1960, el “Hombre Nuevo” era el hombre que buscaban
construir los diferentes movimientos políticos, religiosos y culturales de
renovación social. Sus valores eran el sacrificio, la entrega por un ideal, la
solidaridad, la humildad y la lucha contra el individualismo.
Illia, Arturo. Político radical. Presidente por la Unión Cívica Radical del
Pueblo (UCRP), durante el período 1963-1966. Fue destituido por un golpe militar
(la “Revolución Argentina”) y reemplazado por el general Juan C. Onganía.
Ingenio azucarero. Establecimiento dedicado al cultivo y explotación de la caña
de azúcar. En la Argentina, la mayoría se encuentra en el noroeste. Se
caracterizaron por precarias condiciones laborales en una zona de gran
desigualdad social. Fueron centro de conflictos obreros durante las décadas de
1960 y 1970.
Ingenio Ledesma. Ingenio azucarero cuya sede central se encuentra en Ledesma,
provincia de Jujuy. Durante la dictadura militar (1976-1983), las autoridades
del Ingenio prestaron colaboración de diverso tipo (información,
infraestructura, etc.) para el secuestro, detención y desaparición de personas
en esa localidad.
Instituto Di Tella. Centro cultural ubicado en la ciudad de Buenos Aires, de
fuerte protagonismo en el mundo cultural de los años sesenta.
Irazusta, hermanos. Rodolfo y Julio Irazusta fueron dos historiadores vinculados
al nacionalismo y notorios exponentes de la corriente del revisionismo
histórico, de amplia difusión en las décadas de 1960 y 1970 debido a su crítica
a la “visión liberal” de la historia argentina.
Isabel. María Estela Martínez de Perón, también llamada “Isabelita”. Segunda
esposa de Juan D. Perón. Regresó con él a la Argentina en junio de 1973.
Ese mismo año fue su compañera de fórmula y, tras el triunfo electoral, asumió
como vicepresidenta en octubre de 1973. Tras la muerte de Juan D. Perón, asumió
la presidencia de la Nación hasta que, el 24 de marzo de 1976, fue derrocada por
el golpe militar encabezado por Jorge R. Videla. Desde su llegada al país en
1973, Isabel fue muy cuestionada por los sectores de izquierda peronistas y no
peronistas por sus fuertes vínculos con la ultraderecha en general y con José
López Rega, ministro de Bienestar Social y fundador de la Triple A, en
particular. Su gobierno se caracterizó por una fuerte represión y por el
descalabro económico.
Jáuregui, Emilio. Militante del gremio de prensa vinculado a Vanguardia
Comunista, asesinado durante una manifestación el 27 de agosto de 1969, bajo el
gobierno de Juan C. Onganía.
Jauretche, Arturo. Pensador y escritor argentino, fundador de FORJA (Frente de
Orientación Radical para la Joven Argentina, agrupación que surgió a comienzos
de la década de 1930 y que reunía a jóvenes provenientes del radicalismo, de
tradición nacionalista popular). En las décadas de 1960 y 1970 fue uno de los
referentes más importantes de la izquierda nacional.Juventud maravillosa.
Expresión acuñada por Juan D. Perón en los mensajes que enviaba desde su exilio
en España para referirse a la Juventud Peronista, que por entonces se estaba
reorganizando y adquiría un protagonismo cada vez mayor en la lucha contra la
dictadura del período 1966-1973 y por el fin de la proscripción del peronismo.
La expresión fue retomada por Héctor Cámpora en su discurso de asunción
presidencial, el 25 de mayo de 1973.
JP, Juventud Peronista. Rama juvenil del peronismo de gran protagonismo en la
década de 1970. Debe distinguirse a la primera JP organizada en 1958, de
aquellas agrupaciones que con la misma sigla adscribieron a Montoneros,
constituyendo el eje central de las grandes movilizaciones de los años
1972-1975.
JTP, Juventud Trabajadora Peronista. Agrupación sindical vinculada a Montoneros,
que se planteó como una alternativa frente al sindicalismo vinculado con la
Confederación General del Trabajo (CGT). Aunque no pudo hacer pie en los
sindicatos más importantes, alcanzó una gran difusión en diversas comisiones
internas y establecimientos.
JUP, Juventud Universitaria Peronista. Rama universitaria de la JP.
Krieger Vasena, Adalberto. Ministro de Economía y Trabajo designado por Juan C.
Onganía en junio de 1966. Llevó adelante una política económica que, si bien
tendía al desarrollo y la modernización del gran capital industrial, implicaba,
por su lógica de acumulación, una distribución del ingreso regresiva -es decir,
adversa a los sectores populares y favorable a altos niveles de concentración
económica-. El estallido popular del 29 de mayo de 1969, conocido como el
“Cordobazo”, lo obligó a renunciar.
La Calera. Localidad cordobesa conocida por su copamiento por los Montoneros en
1970.
"La guerra de guerrillas". Manual escrito en 1961 por Ernesto “Che” Guevara, en
el que describe minuciosamente todos los aspectos de la organización de la lucha
guerrillera, tomando como modelo la exitosa experiencia de la Revolución Cubana.
"La Hora de los Hornos". Film documental y político realizado en 1968 por
Fernando Solanas y Octavio Getino, en el que mediante procedimientos
cinematográficos innovadores se retratan las injusticias sociales del país y se
apela a su transformación política. Prohibida su proyección por el gobierno
militar, tuvo un impacto muy fuerte al ser difundida clandestinamente entre
militantes políticos.
Lanusse, Alejandro Agustín. General del Ejército. Último presidente de facto de
la dictadura instaurada tras el golpe militar encabezado por Juan C. Onganía en
1966. Alejandro A. Lanusse gobernó entre marzo de 1971 y mayo de 1973.
"La razón de mi vida". Libro escrito por Eva Perón en 1951, de lectura
obligatoria en las escuelas, en el que la Primera Dama explica las razones de su
devoción por Juan D. Perón, su propio papel en el gobierno y la organización de
los obreros y las mujeres peronistas.
"Las venas abiertas de América Latina". Obra de Eduardo Galeano que desarrolla
la historia del continente a partir de una postura antiimperialista y de
denuncia de la explotación por parte del viejo mundo y los Estados Unidos. Fue
uno de los textos más leídos en el clima de renovación cultural y política de
los sesenta y setenta.
Lenin, Vladimir Ilich Ulianov (1870-1924). Máximo líder de la Revolución
Soviética en 1917, permaneció en el poder hasta su muerte en 1924. Su práctica
política y sus reflexiones teóricas fueron una referencia ineludible para los
revolucionarios de todo el planeta, en especial su concepción de Estado como
instrumento de dominación de una clase sobre otra y la idea de partido de
vanguardia. (Ver “vanguardia política”). La corriente de pensamiento que dentro
del marxismo adhirió a las ideas de Lenin recibió el nombre de “leninismo”.
Leninismo. Ver Lenin, Vladimir Ilich Ulianov.
Levantamiento del general Valle. Rebelión militar liderada por el general Juan
J. Valle, peronista, el 9 de junio de 1956. Valle fue fusilado por orden del
gobierno de la “Revolución Libertadora” que presidía Pedro E. Aramburu.
Ley marcial. Ordenamiento normativo que otorga a las fuerzas armadas el control
total del territorio nacional en situaciones excepcionales o de emergencia, con
el fin de asegurar el orden público. Las atribuciones militares pueden incluir:
el dictado de órdenes de detención para investigar actos perturbadores; la
incomunicación de los detenidos por un término prudencial; el compeler a mudarse
de residencia a las personas; la suspensión de las transmisiones radiales,
televisadas, impresas o escritas; la incautación, suspensión o censura de las
publicaciones por el tiempo que se juzgue oportuno; el allanamiento del
domicilio; la ocupación para fines militares de la propiedad raíz y la propiedad
mueble de cualquier persona; la disolución de los grupos sediciosos, empleando
para ello la fuerza hasta reducirlos a la obediencia; la facultad de los
tribunales militares de ocuparse de los delitos contra la seguridad interior y
exterior del Estado y contra el orden público; la presunción de culpabilidad de
toda persona que se encuentre en los lugares donde se producen actos
considerados como perturbadores del orden público; y la aplicación de la pena de
muerte.
Lonardi, Eduardo. General del Ejército. Asumió la presidencia tras el golpe de
estado del 16 de septiembre de 1955. En noviembre del mismo año fue reemplazado
por Pedro E. Aramburu.
Lucha de masas. Concepto de lucha política en la que el protagonismo de las
acciones lo tienen amplios grupos humanos concientizados y transversales a
distintas clases y actores sociales, en oposición a la idea de vanguardia
política, que remite a un grupo reducido que “esclarece” y “conduce” a las
mayorías.
Luche y vuelve. Consigna de la campaña protagonizada por la Juventud Peronista
en 1972 con el objetivo de posibilitar el regreso de Juan D. Perón a la
Argentina, tras 17 años de exilio.
Lumumba, Patrice (1925-1961). Dirigente sindical y uno de los líderes del
movimiento independentista del Congo belga conocido como Movimiento Nacional
Congoleño, y primer ministro electo del nuevo estado independiente en 1960. Un
movimiento secesionista en la región de Katanga, impulsado por empresarios
belgas, precipitó una crisis en el gobierno del Congo que concluyó con la toma
del poder por parte del presidente Mobutu. Lumumba fue encarcelado y murió
asesinado en prisión.
Luz y Fuerza, Sindicato de Luz y Fuerza. Gremio de los trabajadores de la
electricidad en Córdoba liderado por Agustín Tosco, uno de los emblemas del
sindicalismo clasista y combativo.
“M”, la. Así se denominó en la jerga de los militantes políticos a la
organización Montoneros. (Ver)
MALENA. Nombre con el que se conocía al Movimiento de Liberación Nacional (MLN),
agrupación política surgida a comienzos de la década de 1960 en espacios
universitarios. Ideológicamente conjugaba marxismo con nacionalismo popular y se
mostraba menos adverso al peronismo que otros grupos de izquierda. El MALENA se
disolvió hacia finales de la misma década. Muchos de sus militantes ingresaron a
las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL).
Maoísmo. Ver Mao Tsé Tung.
Mao Tsé Tung (1893-1976). Estadista chino, presidente del Partido Comunista
Chino, fundador de la República Popular China y principal dirigente de ese país
desde 1949. Hijo de campesinos, colaboró en la creación del Partido Comunista
Chino. Participó en los enfrentamientos internos de la década de 1930 en ese
país. Durante la Segunda Guerra Mundial, encabezó el Ejército Rojo contra los
invasores japoneses tras pactar una tregua con los nacionalistas de Chiang Kai
Shek. Finalizado el conflicto, estalló una guerra civil que culminó con la
victoria de los comunistas en 1949. En el poder, Mao siguió el modelo soviético
de modernización económica y redistribución, pero su política constituyó una
alternativa a la influencia rusa, sobre todo a partir del “Gran Salto Adelante”,
un intento por combatir la burocratización del Estado, adecuarse a la realidad
nacional y otorgar un rol protagónico al campesinado. La circulación de sus
textos (algunos de ellos popularizados como el “Libro Rojo”) lo transformó en un
teórico de gran influencia. La corriente ideológica que dentro del marxismo
adhirió a las ideas de Mao Tsé Tung se denominó “maoísmo”.
Maquiavelo, Nicolás (1469-1527). Político y escritor italiano. Su obra El
Príncipe, publicada en 1513, es una argumentación acerca de lo que considera
formas ideales de gobierno, las características que deben tener los gobernantes
y las estrategias para llevar adelante las tareas propias del arte de gobernar.
Marcha de la bronca: Ver Pedro y Pablo.
Martínez de Hoz, José Alfredo. Ministro de Economía de la dictadura militar
instalada el 24 de marzo de 1976. Encabezó la reestructuración económica
facilitada por el terrorismo de Estado. Gozó de un amplio apoyo internacional
para la implementación de una economía neoliberal que consolidó la dependencia
externa.
Martins y Centeno. Néstor Martins era militante de izquierda y abogado defensor
de presos políticos. Fue secuestrado, junto con su cliente Nildo Centeno, por
fuerzas parapoliciales el 6 de enero de 1971. Ambos continúan desaparecidos.
Marxismo. Vasta corriente de pensamiento derivada de la obra de Karl Marx
(1818-1883). En diversas obras, entre ellas El Capital (1867), Marx sentó las
bases del análisis y la crítica del sistema capitalista, y luchó durante su vida
por la organización de los trabajadores del mundo para acabar con él. A lo largo
del siglo XX, numerosos partidos políticos, movimientos reformistas y
organizaciones revolucionarias de todo el mundo se identificaron como marxistas,
y las diferentes experiencias comunistas y socialistas (la Unión Soviética,
China, Cuba y diversos países de Europa Oriental, África y Asia) interpretaron
su pensamiento -cada una a su manera- como doctrina oficial.
Masacre de Trelew. El 15 de agosto de 1972, bajo la presidencia de facto de
Alejandro A. Lanusse, se produjo una fuga del Penal de Rawson de 25 presos
políticos, todos ellos reconocidos militantes o dirigentes de las principales
organizaciones guerrilleras. Como consecuencia del fracaso del plan de fuga,
sólo seis lograron escapar hacia Chile, el resto fue fusilado el 22 de agosto en
la base naval Almirante Zar de Trelew, por los marinos que los habían
recapturado en el aeropuerto de esa localidad. La masacre fue conocida por los
testimonios de tres sobrevivientes.
Materialismo dialéctico- histórico. Corriente de la filosofía inspirada en el
pensamiento marxista que aplica al estudio de la historia los conceptos propios
de la dialéctica y del materialismo, según el cual las condiciones materiales de
existencia determinan la conciencia del hombre.
Mayo francés. Con este nombre se conoce la serie de movimientos que, iniciados
como una protesta estudiantil universitaria en Francia a comienzos de 1968, se
extendieron a amplios sectores obreros, transformándose en un rechazo al sistema
social que hizo tambalear al gobierno de Charles De Gaulle.
Militante. Miembro de una organización política, social o sindical. Puede
desplegar su militancia en universidades, barrios, fábricas, sindicatos,
etcétera. (Ver “Frentes”)
Monte Chingolo. El 23 de diciembre de 1975, el ERP (Ejército Revolucionario del
Pueblo) intentó tomar el Batallón de Arsenales 601 “Domingo Viejo Bueno”, de
Monte Chingolo, en el sur del conurbano. El intento terminó en una matanza, ya
que el Ejército estaba alertado sobre la operación por un infiltrado.
Montoneros. Organización guerrillera surgida en 1970 del integrismo
católico-nacionalista y autodefinida como peronista. Su acta oficial de
nacimiento a la vida pública fue el secuestro y posterior asesinato de Pedro E.
Aramburu, responsable del golpe que derrocó al presidente Juan D. Perón en 1955.
Concentró las simpatías de amplios sectores del peronismo y de la juventud. En
1973 se fusionó con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Mor Roig, Arturo. Político radical. Presidió la Cámara de Diputados durante el
gobierno de Arturo Illia (1964-1966). Fue ministro del Interior del gobierno de
Alejandro A. Lanusse (1971-1973) y diseñó la estrategia de transición para el
restablecimiento de la democracia. Fue asesinado por los montoneros en 1974.
"Moral y proletarización". Pequeña obra redactada por un militante del Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP) en el Penal de Rawson en 1972, en la que
desarrolla su concepción sobre la “moral revolucionaria”, estableciendo los
códigos de conducta ética que deben guiar la vida del militante revolucionario
(la entrega, el sacrificio, la solidaridad, etc.). Aborda temas como las
relaciones entre el hombre y la mujer, la crianza de los hijos, la conducta
frente “al enemigo” y otros.
Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Movimiento de sacerdotes que, en el
marco de la teología de la liberación, impulsaban la opción por los pobres y el
compromiso con los proyectos de transformación social. Esta nueva interpretación
del mensaje evangélico quedó materializado en los documentos del Concilio
Vaticano II y los documentos del Encuentro de Obispos de Medellín (1968).
Movimientos de liberación. Denominación genérica de distintos movimientos y
procesos políticos que en Asia, África y América se caracterizaron por intentar
poner fin a la situación de dominación colonial y dependencia económica.
Mugica, Carlos (1930-1974). Miembro del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer
Mundo, movimiento que, en el marco de la teología de la liberación, impulsaba la
opción por los pobres y la necesidad de comprometerse activamente con los
proyectos de transformación social. Carlos Mugica se convirtió en el referente
más importante de este movimiento en la Argentina. El 11 de mayo de 1974 fue
asesinado por la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A).
Música progresiva. Sinónimo de “rock sinfónico”, es la mezcla, en la década de
1970, del rock and roll y las influencias folclóricas y clásicas de grupos como
Jethro Tull, Génesis, Emerson Lake & Palmer y otros.
Nacionalismo. Ideología que proclama la unidad política de una población
heterogénea a partir de algún criterio común (la lengua, la religión, el
territorio, la historia, etc.) y esgrime su diferenciación frente a otras
naciones. Para ello construye una identidad imaginaria (por ejemplo, “los
argentinos”) basada en símbolos nacionales (banderas, escudos, himnos, relatos
heroicos, etc.).
Nasser, Gamal Abder (1918-1970). Militar y político egipcio. En 1952 dio un
golpe de Estado contra el rey Faruk junto a un grupo de oficiales y, en 1954, se
transformó en primer ministro de Egipto. Mediante un acuerdo con Gran Bretaña se
logró el final de la ocupación por parte de ese país en 1956 y Nasser se
transformó en presidente, promoviendo una política de nacionalización de bancos,
tierras y empresas. La nacionalización del Canal de Suez provocó un conflicto
internacional de proporciones. Nasser fracasó en su intento de crear una
Repúblicas Árabe Unida, y en los sucesivos conflictos bélicos con Israel. La
derrota en la guerra de los Seis Días (1967) lo obligó a presentar su dimisión.
Navarro, José Sabino. Uno de los fundadores de Montoneros, de origen obrero y
vinculado a la Juventud Obrera Católica. Murió en 1970, luego de la toma de La
Calera.
Nehru, Jawaharlal (1889-1964). Líder nacionalista indio, fue el primer
gobernante de la India (1947-1964) luego de la independencia de Inglaterra y uno
de los promotores del “Movimiento de Países No Alienados”, que planteaba la
neutralidad del Tercer Mundo frente a los Estados Unidos y la URSS.
“Noche de los bastones largos”. El 29 de julio de 1966, el gobierno de Juan C.
Onganía suprimió la autonomía de la Universidad de Buenos Aires, subordinándola
al Ministerio de Educación. Por la noche, docentes y estudiantes ocuparon las
facultades, y fueron desalojados por la policía y el ejército con gran
violencia, a golpes de palos o bastones. Por ello se la recuerda como “la noche
de los bastones largos”.
Oligarquía. Minoría privilegiada que detenta el poder político y económico. En
la Argentina se la identificó primero con las clases terratenientes y más tarde
con las más pudientes en general.
OLP. Organización para la Liberación de Palestina, movimiento independentista
árabe que busca el reconocimiento del Estado palestino y la devolución de
territorios por parte de Israel.
Onganía, Juan Carlos. General del Ejército. Encabezó el golpe militar conocido
como “Revolución Argentina” que derrocó al presidente Arturo IIlia (1963-1966).
Asumió la presidencia el 28 de junio de 1966 e implementó políticas que
produjeron gran malestar social. En este período comenzó a gestarse la
guerrilla. En junio de 1970, la Junta de Comandantes lo reemplazó por Roberto M.
Levingston, quien, a su vez, fue reemplazado, en marzo de 1971, por Alejandro A.
Lanusse.
Ongaro, Raimundo. Ver CGT de los Argentinos.
Operación Cóndor. Acción armada realizada en 1966 por un grupo de militantes
nacionalistas peronistas, que secuestró un avión de línea, aterrizó en Puerto
Stanley, capital de las Malvinas, e izó la bandera argentina como gesto de
soberanía en las islas.
"Orga". Abreviación de “organización” para referirse a la estructura de
Montoneros.
Organizaciones armadas. Con este nombre se designa genéricamente a los grupos
políticos que durante las décadas de 1960 y 1970 optaron por los métodos
violentos para la toma del poder y desarrollaron estrategias y prácticas
militares con ese fin. Fueron también llamadas “organizaciones
político-militares” u “organizaciones guerrilleras”.
Osatinsky, Marcos. Uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
(FAR) y uno de los seis dirigentes políticos que logró fugarse del Penal de
Rawson. Posteriormente líder de Montoneros, fue desaparecido durante la
dictadura militar.
Osinde, Jorge. Militar argentino. Como capitán, fue uno de los creadores de
Coordinación Federal en 1945. Con el grado de coronel, fue uno de los
organizadores de la matanza de Ezeiza, el 20 de junio de 1973 y, junto a José
López Rega, de la Triple A.
Partido Comunista Revolucionario (PCR). La escisión más importante del Partido
Comunista. Tuvo lugar en 1968. Dentro de las corrientes marxistas adscribió al
maoísmo y mantuvo buenas relaciones con el peronismo.
Partido Socialista Argentino de Vanguardia. Fundado en 1961 a partir de un
desprendimiento del Partido Socialista Argentino dirigido por Alfredo Palacios.
Uno de los temas controversiales que provocó la escisión fue la postura de
fuerte oposición y rechazo que mantenía el Partido Socialista frente al
movimiento peronista.
Pase a la clandestinidad. En septiembre de 1974, los Montoneros, que con la
asunción de Héctor Cámpora habían abandonado formalmente la lucha clandestina y
la práctica armada, clandestinizaron a sus cuadros intermedios para retomar la
lucha armada, como respuesta al creciente enfrentamiento con la derecha
peronista.
Patria Peronista. Dentro del peronismo, es la fórmula que se acuñó para oponer a
la “patria socialista”. Reivindicaba su lealtad a Juan D. Perón y al modelo de
sus dos primeros gobiernos, para marcar su distancia de “ideologías foráneas”
como el socialismo.
Patria Socialista. Esta fórmula sintetizaba las aspiraciones de la “tendencia
revolucionaria” del peronismo, en tanto unía los ideales nacionalistas de ese
movimiento con la voluntad de implantar el socialismo en la Argentina..
Pedro y Pablo. Grupo de rock formado en 1969, uno de los más populares del rock
nacional a partir de temas como “Catalina Bahía” y “Marcha de la Bronca”. Fueron
censurados en numerosas ocasiones y se separaron en 1972, aunque esporádicamente
volvieron a reunirse.
Pelotones. Forma organizativa de las milicias montoneras a partir de 1975.
Periférico. Militante de bajo nivel de compromiso, “periférico” a los miembros
de las organizaciones de mayor “responsabilidad”.
Perón, Juan Domingo. Una de las personalidades políticas más importantes del
siglo XX, creador y líder del Movimiento Peronista y del Partido Justicialista.
Presidente argentino durante tres períodos: dos consecutivos, desde 1946 hasta
1955 (cuando fue derrocado por la llamada “Revolución Libertadora”) y el tercero
desde el 12 de octubre de 1973 hasta su muerte, ocurrida el 1 de julio de 1974.
Peronismo. Movimiento político nacido en torno de la figura de Juan D. Perón en
1945; desde entonces es la principal fuerza electoral del país. En 1945 Perón
selló una alianza con las organizaciones obreras para las elecciones de febrero
de 1946, que pusieron fin al gobierno militar –del que Perón formaba parte
Peronismo Auténtico. Agrupación política del peronismo de izquierda afín a
Montoneros, organizada en 1975 con el objetivo de competir electoralmente con el
peronismo oficial.
Pinza. Dispositivo de control en la vía pública, destinado a cortar el tránsito
para proceder a la verificación de documentos y registro de vehículos.
Plan CONINTES. Con el objetivo de reprimir la ola de movilización sindical de
1959, el gobierno de Arturo Frondizi puso en vigencia el Plan de Conmoción
Interna del Estado (CONINTES). Éste permitía declarar zonas militarizadas a los
principales distritos industriales y autorizaba allanamientos y detenciones. Al
mismo tiempo, una gran cantidad de gremios y sindicatos fueron intervenidos.
Planificación Socialista. Organización de la economía en los países comunistas,
basada no en el mercado sino en la planificación estatal centralizada de las
inversiones, la producción, y la distribución de bienes.
Primer retorno de Perón. Regreso de Perón a la Argentina el 17 de noviembre de
1972. Es uno de los hitos en la memoria de esos años debido a la gran
movilización popular que generó a pesar de la represión por parte del gobierno
militar.
Propaganda armada- Acción armada que busca difundir los objetivos de una
organización y concitar la adhesión de la población.
PRT-ERP. El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) surgió en 1970 como brazo
armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), partido trotskista,
fundado en 1965, que propiciaba la lucha armada para la toma del poder. Liderado
por Mario R. Santucho, el PRT-ERP impulsó un foco guerrillero en Tucumán,
eliminado por el Ejército. En diciembre de 1975, su capacidad operativa se vio
fuertemente disminuida tras el fracaso en el asalto al cuartel de Monte
Chingolo. A partir de julio de 1976, sus principales referentes fueron muertos,
encarcelados o partieron al exilio.
Proscripción del peronismo. Luego del golpe de septiembre de 1955, el gobierno
militar proscribió al peronismo y prohibió el uso de sus emblemas partidarios,
así como la simple mención de los nombres de Perón y Evita. Este estado de cosas
se prolongó hasta 1972.
Pujadas, Mariano. Militante de Montoneros, uno de los fusilados en la masacre de
Trelew, tras la fuga del Penal de Rawson, en 1972.
Puritanismo. Doctrina religiosa surgida en Inglaterra en el siglo XVI, que se
propuso purificar el cristianismo de sus adherencias católicas. Sus principales
características son la austeridad y el apego estricto a los preceptos
religiosos.
"¿Qué hacer?". Libro escrito en 1902 por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin, quien en
1917 sería líder de la Revolución Soviética en Rusia) acerca de las
posibilidades revolucionarias en su país. Fue leído por militantes
revolucionarios de todo el mundo durante todo el siglo XX, pues contiene
reflexiones sobre el papel de los intelectuales, los sindicatos, las “masas” y
la organización de un partido revolucionario.
Quieto, Roberto. Fundador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y
posteriormente dirigente integrante de la Conducción Nacional de
Montoneros. Detenido y desaparecido el 28 de diciembre de 1975.
Radicalismo- Movimiento surgido a finales del siglo XIX, de presencia constante
en la política hasta el presente. Policlasista y laica, la Unión Cívica Radical
gobernó el país en varios períodos, mediante diferentes facciones (radicales
personalistas o yrigoyenistas, antipersonalistas, intransigentes, del Pueblo),
diversas alianzas (con los conservadores en los años 30, con la centroizquierda
en 1999). Fue víctima de varios golpes militares (en 1930, 1962 y 1966) al
tiempo que apoyó el de 1955. Junto con el peronismo constituyen los dos
movimientos populares más importantes de la historia argentina.
Ramos, Jorge Abelardo. Pensador y escritor argentino. De tradición marxista se
erigió como uno de los referentes más importantes de la izquierda nacional.
Ramus, Gustavo. Uno de los fundadores de Montoneros, muerto en un enfrentamiento
con la policía en William Morris, en septiembre de 1970.
Regreso de Perón. Ver 17 de noviembre de 1972 y 20 de junio de 1973.
Resistencia peronista. Con este nombre se conoce a la resistencia barrial,
sindical y de la juventud (1955-1973), que se organizó tras el derrocamiento del
gobierno de Juan D. Perón, en 1955, y cuyo objetivo fundamental fue lograr el
regreso de su líder. Llevó a cabo una política de enfrentamiento y resistencia a
la proscripción del peronismo.
Responsable. En la jerga de las organizaciones políticas, “responsable” era el
militante que tenía a cargo un grupo de miembros de su organización de
pertenencia, y/o una tarea específica.
Revisionismo Histórico. Corriente historiográfica surgida durante la década de
1930. Se constituyó en oposición a la historiografía liberal. Se caracterizó por
un fuerte nacionalismo y la reivindicación histórica de los caudillos federales.
Hacia la década de 1960, el revisionismo recibe el aporte de varios pensadores
marxistas que comenzaban a acercarse, a su vez, al nacionalismo y al peronismo
(por ejemplo: Juan José Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo
Puiggrós). La versión de la historia ofrecida por el revisionismo histórico
alcanzó gran popularidad en los años ‘70.
Revolución Cubana. Proceso revolucionario que en enero de 1959 depuso a la
dictadura de Fulgencio Batista, que gobernaba ese país. Bajo el liderazgo de
Fidel Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos, entre otros, fue el primer
caso exitoso en América Latina de toma del poder mediante las armas. Por eso se
constituyó como modelo para los movimientos revolucionarios de distintas partes
del mundo. A comienzos de la década de 1960, Fidel Castro anunció el “carácter
socialista” de la revolución. En el contexto de la Guerra Fría, la
implementación de un régimen socialista en Cuba generó un profundo debate en la
izquierda y la transformó en el principal antagonista continental de los Estados
Unidos.
Revolución de octubre o Revolución Bolchevique. Revolución que tuvo lugar en
Rusia en 1917. Tras la toma del Palacio de Invierno (residencia de los zares),
los bolcheviques -partido mayoritario, de identidad marxista y liderado por
Lenin- se abocaron, en nombre de obreros y campesinos, a la organización del
primer Estado socialista de la historia (la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas). La Revolución Bolchevique se erigió como emblema y ejemplo de los
movimientos revolucionarios del mundo.
Robin Hood. Personaje del folklore medieval inglés que, al frente de una banda
de arqueros, robaba a los ricos para darles a los pobres y frenaba los abusos de
los señores feudales en defensa de los campesinos.
Rock de protesta. Vertiente de la música rock de los años 60, 70 y 80 que, bajo
gobiernos represivos, planteaba poéticamente una crítica de la realidad,
ideológica, social, económica o política.
Rodrigazo. Shock económico provocado por el paquete de medidas liberales
aplicadas por Celestino Rodrigo, ministro de Economía de Isabel Perón en 1975.
El “rodrigazo” provocó una oleada de alzamientos populares en todo el país que
forzaron la renuncia del Ministro.
Rojas, Isaac. Almirante argentino, uno de los conductores del golpe militar que
derrocó al gobierno de Juan D. Perón en 1955.
Rosa, José María (1906-1991). Historiador argentino, vinculado al revisionismo
histórico, autor de Historia Argentina, de gran circulación popular.
Rosariazo. Movilizaciones estudiantiles y obreras que se produjeron en la ciudad
de Rosario entre el 18 y el 21 de mayo de 1969 y fueron fuertemente reprimidas,
con muertos y heridos. Hubo un “segundo rosariazo” en septiembre de ese mismo
año, con un mayor protagonismo sindical.
Rozitchner, León. Filósofo argentino, autor de una vasta reflexión sobre las
conexiones entre la filosofía, la política, los ideales revolucionarios, la
moral y la religión. Una de sus obras más influyentes fue Moral burguesa y
revolución, publicada en 1963.
Rucci, José Ignacio. Dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica y Secretario
General de la CGT. Fue uno de los sindicalistas más reconocidos por Juan D.
Perón y exponente de los llamados “peronistas leales”. Los Montoneros lo mataron
el 25 de septiembre de 1973.
Sandro. Cantante argentino de gran popularidad desde la década de 1960.
Sanidad, asalto al cuartel de. Operación militar del Ejército Revolucionario del
pueblo (ERP) en septiembre de 1973, en período democrático, que culminó con un
militar muerto y numerosos guerrilleros detenidos.
Santucho, Mario Roberto. Máximo dirigente del Partido Revolucionario de los
Trabajadores y del Ejercito Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Murió el 19 de
julio de 1976 en un enfrentamiento con el ejército, en Villa Martelli. Su cuerpo
y los de otros militantes muertos en el enfrentamiento fueron trasladados a
Campo de Mayo y ocultados.
Sartre, Jean Paul (1905-1980). Escritor y pensador francés. Es uno de los
pilares del existencialismo y defensor de la necesidad del compromiso de los
intelectuales con su época, mediante el que la libertad pasa de ser un concepto
a materializarse en la acción.
Semán, Elías. Dirigente de Vanguardia Comunista. El 16 de agosto de 1978 fue
secuestrado y continúa desaparecido. Días después de su desaparición fue visto
con vida en el centro clandestino de detención conocido como “Vesubio”.
Socialismo real: término que se utiliza en las ciencias sociales para hacer
referencia a las experiencias históricas de organización social socialista que
tuvieron lugar en Europa del este durante gran parte del siglo XX. Al conjunto
de estos tipos de socialismos –que en algunos casos se asemejaban al modelo
soviético y en otros se diferenciaban de él fundamentalmente en la forma de
planificar la producción y la comercialización de bienes
Solanas, Fernando "Pino". Cineasta argentino, miembro del Grupo Cine Liberación
y realizador, junto con Octavio Getino, de “La Hora de los hornos”. Otras
realizaciones: “Los hijos de Fierro”, “El exilio de Gardel”, “Sur”, “El viaje”,
“La nube”.
Spivacow, Boris (1916-1994). Uno de los editores más importantes de la historia
argentina, fue el director fundador de EUDEBA (ver) entre 1958 y 1966 y luego
del Centro Editor de América Latina.
Sukarno (1901-1970). Líder nacionalista y estadista indonesio. En 1945, poco
antes de la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial, proclamó la
independencia de Indonesia. Holanda intentó recuperar la colonia (que le había
sido arrebatada por los japoneses), pero tras cuatro años de lucha, en 1949,
Indonesia alcanzó plena independencia. El gobierno de Sukarno se caracterizó por
un exacerbado nacionalismo y una postura antiimperialista.
Tabicado/ tabicar. Medida de seguridad tendiente a dificultar la identificación
de domicilios u otros datos de los militantes.
Taco Ralo. Paraje de la provincia de Tucumán donde, en octubre de 1967, fue
capturado un grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).
Tacuara. Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara. Agrupación que surgió a
comienzos de la década de 1960. De tradición nacionalista, se definió como
peronista y revolucionaria.
Tendencia. Tendencia Revolucionaria del Peronismo. Nombre que recibió el
conjunto de agrupaciones de superficie y referentes políticos que respondían a
la política de Montoneros o eran sus principales aliados.
Teoría de la dependencia. Ver Capitalismo dependiente.
Tercer Mundo. Conjunto de países definidos por oposición a las dos potencias
hegemónicas (Estados Unidos y la URSS) luego de la Segunda Guerra Mundial. No
incluye a los países desarrollados de Europa y Asia, y comprende
fundamentalmente a países de América Latina, África y Asia.
Tercera posición. Concepto acuñado por Juan D. Perón, para definir un
posicionamiento de la Argentina equidistante del capitalismo y del comunismo.
Terrorismo. Forma de acción política violenta que busca intimidar a los
ciudadanos mediante la demostración de la ineficacia del Estado para evitar sus
acciones. Apela al asesinato y a hechos de resonancia pública, tales como
atentados con explosivos.
Torres, Camilo (1929-1966). Sacerdote y sociólogo colombiano. Sus posturas
políticas antiimperialistas y clasistas le generaron problemas con el gobierno y
las autoridades eclesiásticas. Vinculado a la guerrilla del Ejército de
Liberación Nacional, murió en un enfrentamiento en 1966. Su figura fue un modelo
para numerosos militantes cristianos.
TORRIJOS, Omar. Militar nacionalista panameño. Asumió la presidencia de su país,
tras un golpe militar, en 1968. Partidario de la vía armada hacia el socialismo,
estableció buenas relaciones con el gobierno cubano. En 1973 consiguió una
resolución favorable de las Naciones Unidas para la recuperación de la zona del
Canal y más tarde firmó dos tratados (1977 y 1978) con Estados Unidos para su
devolución en 1999. En 1978 abandonó la presidencia.
Tosco, Agustín. Dirigente sindical cordobés, del gremio de Luz y Fuerza, que se
alineó en la izquierda clasista. Fue uno de los líderes del Cordobazo. Enfermo
de meningitis, murió en noviembre de 1975 en la clandestinidad, perseguido por
la Triple A.
Trotskismo. Corriente político-ideológica de la tradición marxista surgida tras
la Revolución Soviética de 1917, a partir del pensamiento de León Trotsky. Esta
corriente se caracterizó por su oposición a las formas de burocratización del
stalinismo y su teoría de la “revolución permanente”.
Tucumanazo. Alzamiento popular que tuvo lugar en la provincia de Tucumán en
junio de 1970. Al igual que el “cordobazo” y el “rosariazo”, la rebelión en
Tucumán tenía su origen en la oposición de amplios sectores sociales al gobierno
militar de entonces (1966-1973), y en los reclamos económicos y políticos de
trabajadores y estudiantes.
Tupamaros. Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, grupo guerrillero
uruguayo surgido en le década de 1960. Su principal dirigente fue Raúl Sendic.
UES. Unión de Estudiantes Secundarios. Agrupación de estudiantes secundarios
vinculada a Montoneros.
Unidad Básica. Locales del Partido Justicialista que agrupan a militantes de una
jurisdicción.
UOM. Unión Obrera Metalúrgica, uno de los sindicatos más estratégicos
industrialmente y más poderosos políticamente.
URSS. Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Fue el primer país socialista
de la historia. De ahí que el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y
el Estado soviético se hayan constituido como modelos ejemplares para los
comunistas del mundo.
Uturuncos. Grupo guerrillero fundado en 1959, en Tucumán.
Vaca Narvaja, Fernando. Líder de Montoneros. Uno de los seis dirigentes
políticos que logró fugarse del Penal de Rawson en agosto de 1972. Durante la
última dictadura militar fue miembro de la Conducción Nacional de esa
organización.
Vallese, Felipe. Militante de la Juventud Peronista y trabajador metalúrgico
secuestrado en la puerta de su casa y desaparecido en agosto de 1962.
Vandor, Augusto Timoteo. Dirigente del sindicato metalúrgico durante el gobierno
de Arturo Illia (1963-1966). Principal figura de referencia de la llamada
burocracia sindical, propulsor del “peronismo sin Perón”. Fue asesinado en junio
de 1969.
Vanguardia Comunista (VC). Partido de orientación maoísta fundado a comienzos de
la década de 1960 luego de un desprendimiento del Partido Socialista Argentino
de Vanguardia.
Vanguardia política. Concepto de la teoría política revolucionaria que alude al
grupo de militantes que conduce un proceso de transformaciones en una sociedad,
y que abre el camino a grupos sociales más amplios y menos “concientizados”.
Velasco Albarado, Juan. Militar y político peruano, presidente de su país entre
1968 y 1975. En 1968 encabezó el golpe de Estado que destituyó al presidente
Fernando Belaúnde Terry (1963-1968) y presidió la Junta Militar Revolucionaria.
Durante su mandato, se promulgaron leyes de reforma agraria y educativa, se
nacionalizaron los recursos económicos básicos del país, se logró el control
directo del Estado sobre las telecomunicaciones intentando frenar la influencia
económica de Estados Unidos. Desde 1972, su gobierno hizo frente a una oleada de
huelgas y movimientos estudiantiles propiciados tanto por la derecha como por la
izquierda. En 1975 fue depuesto por un golpe de Estado. Falleció en 1977 en
Lima.
Vía pacífica al socialismo. A diferencia de las corrientes revolucionarias que
planteaban la necesidad de la lucha armada como medio para la toma del poder,
otras corrientes de izquierda sostenían la posibilidad de llegar al poder
mediante elecciones. Para estas últimas, el caso de Salvador Allende en Chile
constituía un ejemplo alentador, Por eso también se la denominó “vía chilena al
socialismo”.
Vietnam. País del sudeste asiático, antigua colonia francesa. Se independizó
luego de una larga guerra (1946-1954). Tras derrotar las tropas francesas, el
país había quedado dividido en Norte (independiente) y Sur (sucesión de
dictadores alineados con Francia primero y EE.UU. después). A partir de 1957,
apoyadas por el Estado vietnamita del Norte, las fuerzas guerrilleras del sur
–llamadas Vietcong– comenzaron una nueva lucha por la liberación del sur y la
unificación con el norte. El éxito de las acciones del Vietcong fue la razón de
la intervención masiva de los EE.UU. en la región a partir de 1963. La guerra de
Vietnam duró más de diez años y culminó con la derrota del eje Sur-EE.UU., el
retiro de las tropas norteamericanas y la unificación de Vietnam.
Viborazo. En marzo de 1971, el presidente de facto, Marcelo Levingston, designó
como interventor en Córdoba al contralmirante J. Gnozden, cuyos dichos
provocaron un alzamiento popular que recibió el nombre de “viborazo”. El
interventor había afirmado: “pido a Dios cortar la cabeza de una venenosa
serpiente (la sociedad cordobesa movilizada) de un solo tajo”.
Voto en blanco. En el sistema electoral, significa participar en una elección
sin votar a ninguno de los candidatos. Fue una de las herramientas políticas y
simbólicas del peronismo en el período en que estuvo proscripto.
Walsh, Rodolfo. Periodista, escritor y militante del Peronismo de Base y de
Montoneros. Con anterioridad formó parte de la CGT de los Argentinos y dirigió
su periódico. Autor de Operación masacre, ¿Quién mató a Rosendo? y la Carta a la
Junta Militar, entre otros textos. En 1976 creó ANCLA (Agencia Clandestina de
Noticias) y “Cadena Informativa”, instrumentos de prensa clandestina en los que
denunciaba la represión ilegal. Fue secuestrado y desaparecido por la dictadura
militar el 25 de marzo de 1977.
William Morris. Localidad de la provincia de Buenos Aires donde en 1970
murieron, en un enfrentamiento con la policía, Juan Manuel Abal Medina y Gustavo
Ramus, miembros fundadores de Montoneros.
La
primavera camporista. El peronismo, de la proscripción al poder
Desde el derrocamiento del segundo gobierno del Gral. Juan D. Perón hasta la
convocatoria a elecciones en 1972 el peronismo -identidad política mayoritaria
de la población- estuvo proscripto y su líder exiliado. Durante ese período
surgieron distintas agrupaciones peronistas que evidenciaban la vigencia de esa
identidad a pesar de los embates represivos. Con el tiempo, el fin de la
proscripción, el regreso del Gral. Juan D. Perón a la Argentina y el acceso del
peronismo al poder se fueron perfilando como los objetivos políticos inmediatos
de estas agrupaciones.
Si la dictadura del Gral. Juan Carlos Onganía, instaurada en 1966, constituyó el
telón de fondo de una ola de movilización política y social sin precedentes, el
surgimiento de Montoneros marcó un nuevo punto de inflexión. Esta organización
político-militar, que se reivindicaba peronista, hizo su primera aparición
pública en mayo de 1970 con el secuestro y fusilamiento del Gral. Eduardo
Aramburu -enemigo histórico del peronismo y principal responsable de los
fusilamientos de 1956. Este acontecimiento -recibido con inmensa simpatía por
amplios sectores de la población- forzaría la renuncia del Gral. Onganía y
desataría una crisis en el seno del poder militar. Pero más importante aún fue
la acelerada y creciente gravitación que a partir de entonces tendría Montoneros
en el escenario político. Muy pronto sería esta organización la que
capitalizaría en gran medida una movilización social que venía gestándose desde
años atrás. En efecto, incentivada por los permanentes guiños de apoyo y
complicidad que el Gral. Juan D. Perón les dedicaba desde su exilio en Madrid, y
tras volcarse a la organización de la Juventud Peronista (JP) en barrios,
universidades, villas y, en menor medida, sindicatos, Montoneros se erigió en el
principal referente de las nuevas camadas de jóvenes peronistas sensibles a la
injusticia social, para quienes los discursos y prácticas de las estructuras
tradicionales del peronismo -encarnadas en la “burocracia sindical”- resultaban
demasiado cercanas a las ideologías de derecha y manifiestamente proclives a
negociar con el poder. Pero Montoneros también se convertía en polo de atracción
de aquellos jóvenes de izquierda que, proviniendo de familias no peronistas y
aun “gorilas”, consideraban que todo movimiento u organización que se propusiera
un cambio revolucionario debía incluir -necesariamente- al peronismo.
La intensidad de la protesta política y social, cuya expresión más acabada podía
encontrarse en la recurrencia de los estallidos populares que siguieron al
Cordobazo y en el festejo con que amplios sectores sociales acompañaban las
acciones de las incipientes organizaciones guerrilleras, fue creciendo hasta
imponer un clima de notoria ingobernabilidad. Así, ante una presión popular
prácticamente insostenible -y que iba identificándose cada vez más con el
peronismo y con Perón- la dictadura se vio obligada a organizar una salida
democrática. A pesar de la voluntad de los grupos más conservadores y del propio
poder militar, resultaba evidente que aquella salida debía incluir como
condición sine qua non el fin de la proscripción del peronismo y el regreso del
Gral. Juan D. Perón al país. Así lo habían demostrado los fallidos intentos de
negociar con distintos actores políticos una propuesta institucional que
excluyera al Gral. Juan D. Perón.
Evidencia también del poder de movilización que iba adquiriendo la Juventud
Peronista fue la exitosa campaña política que ésta llevó adelante por el regreso
del Gral. Perón: el “Luche y vuelve”, que culminó con la primera visita del
histórico líder a la Argentina en noviembre de 1972, después de 17 años de
exilio. La alegría y la movilización popular que acompañaron a esta breve visita
preanunciaban el clima de fiesta que se avecinaba.
En este contexto, el Gral. Alejandro Lanusse -último dictador del período- se
vio obligado a convocar a elecciones. Quedaba, sin embargo, una última
posibilidad para impedir la llegada del Gral. Juan D. Perón al sillón
presidencial. La “cláusula de residencia”, negociada precipitadamente en la
reglamentación del acto electoral, se orientaba en esa dirección al prohibir la
candidatura de quienes no hubieran estado residiendo en la Argentina con
anterioridad a agosto de 1972. La posición del peronismo fue desafiante y, si
revelaba el carácter ficticio que los protagonistas le adjudicaban a la
representación política, ponía también en evidencia quién ocupaba y ocuparía la
centralidad del escenario político: la consigna de la campaña electoral fue
Cámpora al gobierno, Perón al poder.
Héctor Cámpora había sido recientemente designado por el líder como su delegado
personal. Contaba con el apoyo y la simpatía no sólo de la JP -que lo había
apodado cariñosamente “el Tío”- sino también de sectores más amplios del
espectro político y social que pugnaban por una transformación económica y
social atenta a las demandas de los sectores populares y del capital industrial
nacional. Finalmente, es probable que no pocos hayan pensado en el gobierno de
Cámpora tan sólo como un período transicional hacia un gobierno encabezado por
el propio Gral. Juan D. Perón.
En las elecciones del 11 de marzo de 1973, la fórmula Cámpora-Solano Lima
triunfó sin mayores sorpresas con el 50% de los votos. El 25 de mayo, Héctor
Cámpora asumió la Presidencia de la Nación en un clima de intensa algarabía
popular. Se van, se van y nunca volverán era la consigna coreada en las calles
por las multitudes que, sabiendo que la movilización popular había forzado la
salida de los militares del gobierno, festejaban el fin de la dictadura y, en su
mayoría, el retorno del peronismo al poder después de 18 años de proscripción.
Gran parte de la izquierda no peronista también se sumó a los festejos. La
llegada de Héctor Cámpora al poder parecía anunciar la inminencia de un tiempo
de transformación social que pondría fin a los privilegios económicos y a la
dependencia del capital extranjero. La hora del cambio y de la “liberación
nacional” se acercaba. La presencia del presidente chileno, Salvador Allende y
del cubano, Osvaldo Dorticós -en representación de las dos experiencias
socialistas del continente- reforzaban el clima del evento. Y, como constatación
de su inmenso poder y del carácter popular del nuevo gobierno, esa misma noche
una enorme multitud se dirigió a la cárcel de Villa Devoto imponiendo de hecho
la liberación inmediata de todos los presos políticos, en su mayoría dirigentes
sindicales y militantes de las organizaciones guerrilleras. La liberación fue
acompañada, casi simultáneamente, por la firma de un indulto presidencial (días
después, el Congreso aprobó una Ley de Amnistía). El 25 de mayo de 1973 fue, sin
lugar a dudas, una jornada histórica.
Este clima de festejo se prolongó durante todo el gobierno de Héctor Cámpora,
convirtiendo a este período en una verdadera “primavera” para importantes
sectores de la población. Las expectativas de la Juventud Peronista -actor
político clave de este proceso- se vieron satisfechas en gran medida; puesto que
el peronismo de izquierda y sus simpatizantes -nucleados alrededor de lo que se
llamó La Tendencia- ocupó espacios institucionales de importancia: varias bancas
en el Congreso, varias gobernaciones, algunas de ellas muy importantes, como
Buenos Aires, Córdoba y Mendoza; dos o tres ministerios y las universidades, que
fueron la gran base de movilización de la JP. En áreas como la salud y la
educación se impulsaron distintos proyectos que tenían a los sectores populares
como principales beneficiarios. En términos generales, se esbozó una política
económica más atenta a las demandas de los asalariados y excluidos y
caracterizada por una mayor regulación estatal de las relaciones entre capital y
trabajo.
La llamada “primavera camporista” habría de durar tan sólo 49 días. Tras el tan
ansiado regreso definitivo del Gral. Juan D. Perón a la Argentina (en junio de
1973) y el enfrentamiento entre distintos grupos del peronismo que culminó en
una masacre perpetrada desde la derecha en el aeropuerto de Ezeiza -donde una
masa multitudinaria encabezada por las distintas agrupaciones de la JP había ido
a recibir al líder-, Héctor Cámpora renunció el 13 de julio.
Aunque no todos los actores sociales y políticos pudieran vislumbrarlo así,
comenzaba el fin de esta “primavera” y el inicio de un nuevo período signado
fundamentalmente por una acelerada agudización de los conflictos entre la
izquierda y la derecha peronistas. En este delicado escenario, la persistencia
de la actividad armada de la principal organización guerrillera no peronista -el
PRT-ERP- contribuiría a la agudización de los conflictos políticos.
Hacia la noche. El
avance de las fuerza represivas
La muerte del Gral. Juan D. Perón, el 1° de julio de 1974, no podía dejar de
producir un vacío de poder que pronto agudizó sensiblemente la confrontación
política en general y las luchas intestinas del peronismo en particular,
precipitando la ruptura definitiva del ya delicado equilibrio político. La
vicepresidenta y viuda del líder, María Estela Martínez de Perón, "Isabel",
asumió la presidencia y esto se tradujo en un notable avance de la ultraderecha,
tanto en las instituciones que conformaban el Estado como en los lineamientos
generales de su política.
Dentro del peronismo, la primera ruptura con el gobierno fue protagonizada por
Montoneros. Impugnando la legitimidad de Isabel, ante la acelerada pérdida de
las posiciones alcanzadas por la Tendencia y sus aliados en el Congreso y en los
gobiernos provinciales, y ante el avance represivo de la Triple A, Montoneros
decidió "pasar a la clandestinidad" en septiembre de 1974. En términos
prácticos, esto significaba retomar las acciones armadas como parte de su lucha
por el poder. Ese mismo año, esta organización realizó uno de los secuestros más
espectaculares de la historia de las organizaciones guerrilleras: el del
empresario Jorge Born, que le reportó 60 millones de dólares. Distintos actos de
violencia también estuvieron presentes en los conflictos gremiales y laborales
con el objetivo de dirimirlos a favor de los trabajadores. Otras acciones
armadas, como los atentados que causaron la muerte de los considerados "enemigos
políticos" -fundamentalmente integrantes de la llamada “burocracia sindical” y
miembros de las Fuerzas Armadas y de seguridad - fueron volviéndose cada vez más
frecuentes. Montoneros se sumergía, así, en una lógica en la que lo militar
primaba por sobre lo político.
Similar camino recorría el Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército
Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Si ya desde la misma asunción de Héctor
Cámpora había decidido "no dejar de combatir", en los acontecimientos que
sucedieron a la muerte del Gral. Juan D. Perón no hacía más que confirmar
definitivamente sus pronósticos de antaño: la "derechización o fascistización"
del gobierno peronista. Ante ella, el asalto a cuarteles y guarniciones
militares comenzaba a ser una respuesta cada vez más recurrente. Y cuando el
Ejército, en septiembre de 1974, asesinó a un grupo de guerrilleros del ERP que
había caído prisionero en Catamarca, el PRT-ERP mató en represalia a oficiales
de alta graduación de aquélla fuerza.
El clima de movilización política y social, y especialmente el alto grado de
combatividad de los trabajadores industriales, parecía, en principio, confirmar
los diagnósticos y alentar la línea política que tanto Montoneros como el
PRT-ERP estaban llevando adelante. Más aún: una y otra organización desempeñaron
roles importantes en aquella movilización, intentando -con diversa fortuna-
capitalizar el clima de rebeldía social. En efecto, el auge de organización y
movilización era percibido como la prueba irrefutable de una etapa
prerrevolucionaria que desembocaría necesariamente en un choque directo entre
las fuerzas reaccionarias y las de la revolución.
Sin embargo, y aunque en aquel clima pocos pudieran notarlo, la lógica
"militarista" de las organizaciones político-militares comenzaba a enfriar las
tantas simpatías de quienes hasta hacía muy poco aprobaban sus acciones. Poco a
poco, estas organizaciones fueron ensimismándose en su propia lógica y
comenzaron a transitar carriles diferentes, distanciándose de aquella
movilización social de la que habían surgido pocos años antes.
Movilización, represión, crisis económica y debacle gubernamental
En 1975, la conflictividad social y política alcanzó su punto culminante. En
enero de ese mismo año, por órdenes de Isabel Perón, el Ejército tomaba en sus
manos la represión del foco guerrillero que el ERP había asentado en diciembre
de 1974 en el monte tucumano. Los objetivos del llamado "Operativo
Independencia" se centraban en el "aniquilamiento de la subversión", y quienes
estuvieron a cargo de él implementaron una escalada represiva en toda la región
que incluyó el "aniquilamiento" -literalmente entendido- de los guerrilleros, la
prisión, el asesinato, la tortura y la desaparición de cientos de activistas de
distintos signos político-ideológicos que habían protagonizado o acompañado allí
la ola de movilización social. En el transcurso de ese año, el conjunto de las
fuerzas de seguridad quedó bajo "control operacional" de las Fuerzas Armadas y
el accionar de la "guerra antisubversiva" se extendió a todo el territorio
nacional.
Y mientras la Triple A multiplicaba las cifras de sus víctimas a un ritmo
aterrador, Isabel Perón perdía el único aliado clave que aún conservaba dentro
de las estructuras tradicionales del peronismo y que constituía un factor de
poder: la “burocracia sindical”.
En efecto, tras la muerte del Gral. Juan D. Perón, dispuestos a ejercitar su
capacidad de presión para renegociar su participación en el nuevo esquema de
poder, los jefes sindicales habían mantenido su apoyo al gobierno, apoyo no del
todo incondicional, pero importante aún. Parte de aquella estrategia se orientó,
desde un comienzo, a "desterrar" del gobierno y del movimiento obrero organizado
a los peronistas de izquierda y sus aliados. Ese objetivo encontró
correspondencia en la aprobación, por parte del Congreso, de la nueva Ley de
Asociaciones Profesionales primero (sancionada antes de la muerte de Perón) y la
de Seguridad, más tarde. La primera reforzó la centralización de los sindicatos,
aumentó el poder de sus autoridades y prolongó sus mandatos; en tanto que la
segunda castigaba con prisión a quienes no acataran la autoridad gubernamental
en caso de un conflicto laboral. Se socavaba así el poder del sindicalismo
combativo y opositor, y hacia fines de 1974 la protesta obrera, que había puesto
en jaque a las propias estructuras del poder sindical, disminuyó notablemente.
Sin embargo, la agudización de la crisis económica, la persistencia del malestar
entre los asalariados y la sucesión de equívocos económicos y políticos del
gobierno de Isabel Perón, poco proclive a las negociaciones con las distintas
fuerzas, pronto obligaría a los jefes sindicales a asumir un nuevo
posicionamiento.
José Gelbard, ministro de Economía desde la asunción de Cámpora, había sido
forzado a renunciar en octubre de 1974 y su sucesor, Alfredo Gómez Morales, un
"histórico" del peronismo, tuvo un desempeño tan breve como errático. Si bien la
CGT oficial había logrado sobrevivir al embate de rebeldía y movilización de sus
propias bases, éstas comenzaban a resurgir hacia marzo de 1975 y la “burocracia
sindical” no podía, si quería conservar su capacidad de presión y negociación,
hacer oídos sordos a los reclamos de aumentos salariales y convocatoria a
comisiones paritarias. Ante esta presión, de la que empezaba a participar
también la CGT oficial, Gómez Morales cedió, convocó a paritarias y las
negociaciones dieron por resultado un aumento salarial que aceleró la espiral
inflacionaria. En junio de 1975, Morales fue reemplazado por Celestino Rodrigo,
del núcleo cercano a José López Rega. El paquete de medidas económicas de
Celestino Rodrigo respondía fielmente a la ortodoxia liberal: liberación de
precios, devaluación del peso, reducción del déficit fiscal, etcétera. En esto
no difería demasiado de su antecesor. Lo singular del nuevo ministro, hostil a
todo tipo de negociación y ajeno a la prudencia política, fue que aplicó el
paquete de medidas de golpe (100% de devaluación del peso, aumento de tarifas de
servicios públicos y combustibles de similar valor, etc.), provocando un
verdadero shock económico, conocido como "el rodrigazo", que echó por tierra las
negociaciones entre sindicatos y empresarios y desató un estallido masivo y
espontáneo que incluyó huelgas generales, ocupaciones de fábricas y
movilizaciones que duraron cerca de un mes. La CGT se sumó deliberadamente a la
oleada de movilización y convocó a un paro general de 48 horas. Era la primera
vez que la CGT convocaba a una huelga general contra un gobierno peronista.
Celestino Rodrigo y José López Rega renunciaron a sus respectivos puestos en el
gobierno. Isabel Perón intentó dar un paso atrás en la política económica, pero
a esas alturas la gravedad de la crisis dejaba poco margen de acción. De allí en
más, la confusa y vertiginosa sucesión de improvisados ministros de economía no
hizo más que empeorar la imagen de un gobierno que parecía naufragar en sus
propias impotencias. El descontrol económico, la cada vez más sangrienta
actividad represiva -cedida ya completamente a las Fuerzas Armadas- fueron tan
sólo los aspectos más visibles de una crisis política, institucional y social
sin precedentes, de la que el terror y el desconcierto también formaban parte
inseparable.
En diciembre de 1975, el PRT-ERP intentó tomar el cuartel militar Viejo Bueno,
en Monte Chingolo, provincia de Buenos Aires, en lo que sería la empresa de
mayor envergadura de la guerrilla. Advertido de la conspiración guerrillera, el
Ejército organizó una emboscada dentro del cuartel y el frustrado ataque dejó un
saldo de más de un centenar de guerrilleros muertos y desaparecidos. Y mientras
el gobierno decretaba el estado de sitio en un gesto desesperado e inútil por
demostrar una autoridad con la que no contaba, en su mensaje navideño el Gral.
Jorge Rafael Videla, Comandante en Jefe del Ejército, le enviaba un ultimátum:
el gobierno debía purificarse de la inmoralidad, la corrupción, la especulación
política y económica, o sería desplazado. El gobierno de Isabel Perón tenía los
días contados.
Un
golpe esperado
La agudización de la crisis y las diferentes expectativas ante el avance militar
La crisis que sufría el país en el verano de 1976 no era una más de las tantas
que varias generaciones de argentinos habían experimentado. Es cierto que eran
habituales las crisis económicas y las periódicas crisis de legitimidad de los
gobiernos. No era tampoco la primera vez que la violencia política ponía en
suspenso el juego democrático proclamado en la Constitución, ni era inédita la
disputa entre proyectos muy diferentes por parte de distintos sectores de la
población. La peculiaridad del verano de 1976 es que en él se combinaron todas
las crisis posibles: el descalabro económico se volvió incontrolable, la
legitimidad del gobierno de Isabel Perón era prácticamente nula, la democracia
como sistema político no era demasiado valorada por los principales actores y,
lo que era especialmente grave, la violencia se había convertido en la norma
predominante para dirimir conflictos.
Una “guerra civil larvada”
Durante 1975 llegó a su clímax lo que el historiador Tulio Halperín Donghi
denominó la “guerra civil larvada” de la Argentina. La expresión alude a la
creciente violencia política que sucedió al golpe militar de 1955. Desde ese
momento, las Fuerzas Armadas y diversos grupos nacionalistas armados o
directamente parapoliciales, utilizaron la violencia como instrumento para
dirimir conflictos políticos y sindicales. Las persecuciones, la cárcel, los
tormentos y los asesinatos se volvieron cada vez más corrientes. Esta situación
hizo que se volviese natural pensar que la violencia ilegítima desde el Estado
debía enfrentarse, entre otras formas, con la violencia popular o “desde abajo”,
sobre todo entre las bases sindicales peronistas y luego también desde grupos
políticos revolucionarios peronistas y de izquierda.
La represión llevada a cabo por la Alianza Anticomunista Argentina contra la
“infiltración marxista”, que según ellos carcomía al peronismo y al país,
aceleró el debilitamiento de las organizaciones populares. Frente a esta
ofensiva, las guerrillas revolucionarias primero se replegaron ante el peligro
y, luego, diseñaron una estrategia de acción basada en la preeminencia de las
acciones militares sobre las políticas, línea que el Partido Revolucionario de
los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) ya había tomado a
finales de 1974 con la creación de un “foco revolucionario” en Tucumán. Pero esa
estrategia tampoco fue exitosa y las organizaciones político-militares perdieron
poco a poco su prestigio frente a una opinión pública anhelante de orden y
seguridad.
La actitud de la opinión pública se debía, por un lado, a la sensación de caos
cotidiano que venía provocando la acción de los grupos revolucionarios y, por el
otro, al progresivo dominio que el periodismo conservador tenía sobre ella,
debido a la persecución sufrida por los sectores del periodismo y de la cultura
más cercanos a las posiciones de izquierda. Esto significaba un cambio profundo,
pues buena parte de la opinión pública, algunos años antes, había justificado o
apoyado la movilización social y política y a las organizaciones revolucionarias
armadas que se enmarcaban en ella.
La represión se cernía sobre las organizaciones político-militares pero
alcanzaba, al mismo tiempo, a un inmenso y variado conjunto de militantes
políticos y sociales: intelectuales, artistas, activistas gremiales,
estudiantiles, barriales y villeros. Predominaron poco a poco en la opinión
pública las voces que reclamaban una intervención militar que pusiera orden en
la sociedad, debido a la ideología militarista, al temor, al oportunismo o a la
ausencia de alternativas claras.
Primer ensayo planificado del terrorismo de Estado: el Operativo Independencia
En ese marco, tuvo lugar el primer ensayo de la represión estatal que se
desataría más tarde en todo el país luego del golpe de Estado. El decreto
presidencial N° 261 del 5 de febrero de 1975 (aprobado y refrendado por el
gabinete de gobierno y por el Congreso respectivamente), daba lugar al
“Operativo Independencia” mediante el cual el Ejército pasaba a ocupar buena
parte de la provincia de Tucumán con el objetivo de “aniquilar” al foco
guerrillero instalado allí desde finales de 1974 por el ERP. “Aniquilar” al
enemigo significa, en términos bélicos, eliminar su poder de fuego e impedir su
capacidad operativa pero no eliminar físicamente al enemigo mismo. Cinco mil
hombres (conscriptos, oficiales y suboficiales del Ejército y, más tarde,
también de la Marina, la Fuerza Aérea y la Policía) participaron en la primera
“batalla” de la “guerra antisubversiva” contra un contingente de poco más de un
centenar de guerrilleros. La represión en Tucumán fue un modelo de la que más
tarde se aplicó a escala nacional, no solamente por esta desproporción entre
militares y guerrilleros, sino también por su metodología, compartida por las
tres ramas de las Fuerzas Armadas y por las de seguridad (policía, prefectura y
gendarmería, subordinadas a ellas), consistente en la utilización de centros
clandestinos de detención. En ellos se concentraba a los guerrilleros y a
aquellos considerados “subversivos” (todo tipo de militante o activista que
profesase ideas o acciones contrarias a “la Nación”) capturados en la provincia.
La represión militar de la guerrilla de acuerdo con los mecanismos legales se
transformó, en el monte tucumano, en la puesta en práctica de una política que
ha sido denominada “genocida” por parte de algunos investigadores, juristas y
organizaciones de derechos humanos.
En la “Escuelita de Famaillá” y en la Jefatura de Policía de Tucumán funcionaban
ya desde finales de 1974 sendos campos de concentración y para el verano de 1976
la cifra ascendió a 14 campos en diferentes lugares de la provincia. En ellos se
selló el pacto de sangre y silencio de los uniformados de las tres fuerzas que
participaron del trato dado a los detenidos o lo presenciaron. Paralelamente,
miles de personas fueron convertidas en prisioneros “a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional”, asesinadas o desaparecidas (vivas o muertas, nunca más se
supo de ellas y hasta hoy se siguen encontrando restos humanos en fosas
clandestinas). En todos los casos, tras su captura eran privadas de derechos
jurídicos, de visión y de movimientos, para ser atormentadas salvajemente
durante días, semanas o meses, hasta que las autoridades militares disponían
burocráticamente alguno de los destinos señalados.
Mientras tanto, esos sectores “duros” escalaban posiciones estratégicas en la
jerarquía de las Fuerzas Armadas, desplazando a quienes daban señales de no
estar dispuestos a continuar esa línea represiva.
Al mismo tiempo, la represión clandestina se había convertido ya en Paraguay,
Brasil, Chile y Uruguay en el mecanismo principal de sometimiento político, en
todos los casos alimentada por el nacionalismo anticomunista de unas Fuerzas
Armadas apoyadas por la Secretaría de Defensa y el Departamento de Estado
norteamericanos. También en todos esos casos, como ahora comenzaba a suceder en
Argentina, los sectores económicamente dominantes habían brindado su apoyo a un
programa criminal que prometía terminar con los conflictos políticos y laborales
que entorpecían sus planes de acumulación económica.
En octubre de 1975 las Fuerzas Armadas avanzaron todavía más dentro del gobierno
mediante un Consejo de Defensa Nacional y otro de Seguridad Interior, desde los
cuales se procedió a la instrumentación legal de la represión a escala nacional,
extendiendo vía decretos presidenciales el “Operativo Independencia” a todo el
país. El decreto N° 2722 del Poder Ejecutivo del 6 de octubre de 1975, dispuso
textualmente “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean
necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en
todo el territorio del país”. Esto significó la absorción de hecho de la Triple
A en las estructuras de la represión militar, monopolizadas ahora exclusivamente
por las Fuerzas Armadas. El 28 de octubre de ese año se distribuyó entre las
jerarquías militares un documento secreto, la “Directiva del Comandante General
del Ejército N° 404/75” sobre la “lucha contra la subversión”, en la que se
estipulaban claramente los procedimientos a seguir. Los decretos del Poder
Ejecutivo brindaban a las Fuerzas Armadas la cobertura legal para llevar
adelante la represión con métodos que no eran legales ni constitucionales, sino
clandestinos y violatorios de los derechos humanos.
Mientras tanto, la caótica situación económica era otra fuente de la crisis
institucional. La época de las grandes concertaciones parecía haber muerto con
Perón. Tras el “shock” económico de mediados de 1975, conocido como “Rodrigazo”,
el gobierno no solamente perdió el apoyo de la poderosa CGT –pues el efecto del
plan económico en los asalariados fue catastrófico-, sino que tampoco logró
controlar la inflación. El empresariado prefería continuar la puja distributiva
aumentando los precios –en marzo la inflación fue del 56%- antes que concertar
con las autoridades económicas del gobierno un plan de estabilidad. La lucha por
la distribución del ingreso entre los diferentes sectores de la sociedad no
lograba ser regulada por el gobierno, con lo cual éste se volvía ilegítimo a
ojos tanto de los perdedores como de los vencedores de esa lucha económica. Así,
los llamados al orden económico convergieron con los rumores golpistas para
terminar de desestabilizar al gobierno.
Los partidos políticos no fueron capaces de canalizar las demandas de la
sociedad civil y se debatían entre diversas opciones, desde intentos de
concertación para una salida electoral anticipada hasta propuestas de renuncia
de la presidente y terminación de su mandato a cargo de un jefe militar –tal
como había sucedido en el vecino Uruguay-. Pero ni los principales dirigentes
peronistas aceptaban entregar su gobierno a los militares, ni éstos querían
cargar con los costos de un gobierno en bancarrota. El descrédito de la política
y de los políticos era enorme: éstos eran vistos por algunos como responsables
del “avance subversivo”, por otros como símbolo de la vieja política destinada a
perecer con la aceleración revolucionaria y, en general, eran considerados
incapaces de articular los consensos y las soluciones necesarias para salir de
la grave crisis económica e institucional. Debieron resignarse al papel, según
el caso, de espectadores, colaboradores o víctimas del avance de las Fuerzas
Armadas sobre el poder estatal. Éstas contaban con el aval de los principales
grupos económicos.
A principios de 1976, los jefes militares tomaron la decisión de dar el golpe
cuando el desgaste del gobierno constitucional fuese irrecuperable. Mientras
tanto, comenzaron a planificar minuciosamente la organización y ejecución del
“Proceso de Reorganización Nacional” que se inició en la madrugada del 24 de
marzo de 1976, cuando las Fuerzas Armadas tomaron el poder.
¿Qué cambiaría mediante un golpe de Estado? Cuando el gobierno constitucional
declaró el Estado de Sitio en diciembre de 1975, la represión a las guerrillas
se encontraba ya plenamente a cargo de las Fuerzas Armadas. El ERP estaba
prácticamente derrotado y la capacidad militar de Montoneros, si bien le
permitía emprender espectaculares acciones de propaganda y atentados puntuales
contra las Fuerzas Armadas y de seguridad, era insignificante frente a un
aparato estatal integrado por los 80 mil hombres del Ejército, los 30 mil de la
Armada y los 18 mil de la Fuerza Aérea. Acosadas por los servicios de
inteligencia, asesinados muchos de sus principales líderes, detenidos y/o
desaparecidos buena parte de sus integrantes, perseguidos y mal entrenados sus
hombres de relevo, la amenaza de la guerrillas al Estado podría haber sido
controlada mediante el trabajo habitual de las fuerzas policiales.
El objetivo de los militares consistía en atacar el “caldo de cultivo” de la
“subversión”, es decir, los apoyos sociales, sindicales y territoriales, las
centenares de organizaciones populares que a los ojos de las Fuerzas Armadas
proporcionaban ideas, refugio y militantes a las organizaciones revolucionarias.
La represión a este vasto conjunto duraría años y alcanzaría proporciones que
entonces nadie imaginaba. Incluso el Secretario de Estado norteamericano, Henry
Kissinger, había garantizado el apoyo de su gobierno a una represión que violase
los derechos humanos, pero intentando que ésta fuese efectiva en un corto plazo,
pues una futura administración demócrata en aquel país no podría tolerar
públicamente durante años la existencia de campos de concentración y crecientes
listas de desaparecidos.
Los apoyos sociales al golpe de Estado
Los comandantes mantuvieron durante ese verano reuniones con diversos
representantes de la sociedad. Entre ellos, los más importantes para sus planes
eran algunos sectores del empresariado, necesarios para consensuar el rumbo
económico que se tomaría luego del golpe, y la jerarquía de la Iglesia católica,
cuyo apoyo era vital como fuente de legitimidad moral para un golpe que carecía
de legitimidad constitucional.
Estos grupos de poder se habían sentido amenazados en los años previos:
- los militares, en su retirada de 1973, a merced de su enemigo más odiado, el
peronismo;
- la jerarquía eclesiástica, por la adhesión de muchos de sus miembros a la
causa de los pobres, en muchos casos vinculados a los sectores revolucionarios
del peronismo;
- y los empresarios, por la posibilidad de que la concertación de clases
impulsada por Perón cediese ante la presión popular y el fortalecimiento de las
organizaciones obreras, cuyas acciones escapaban a menudo de la dirección
negociadora de la “burocracia” sindical.
Esta sensación de amenaza se extendía hacia grupos más amplios de la sociedad,
que veían en la juventud radicalizada un desafío generalizado a la autoridad
tradicional. Esa juventud hablaba de valores tradicionales como el “pueblo” y la
“patria”, pero les daba un nuevo significado. Su desafío al orden era
intolerable para quienes consideraban necesaria y natural la obediencia del
trabajador en la fábrica, del vecino en la ciudad, del estudiante en la escuela
o en la universidad, del hijo frente a sus padres, de la comunidad de creyentes
a la autoridad de la Iglesia. Esas múltiples formas de autoridad social se veían
amenazadas, y probablemente en esa percepción haya anidado el consentimiento
generalizado hacia unas Fuerzas Armadas que pretendían restaurar el “orden” y la
“normalidad”.
El éxito de la represión ilegal en los años previos al golpe hizo ver a las
jerarquías políticas, económicas, militares y eclesiásticas, que el peligro
mayor probablemente había pasado, y sobre todo que era una oportunidad de
recuperar la iniciativa y aplicar lo que los militares denominaban una “cirugía”
sobre el “cuerpo social”. El diagnóstico publicitado por los militares y sus
ideólogos acerca del peligro de “desintegración” del país buscaba justificar el
golpe de Estado. Todavía está en discusión cuán peligrosos para el Estado eran,
en aquella coyuntura, los grupos armados revolucionarios. En todo caso, lo que
se ponía en juego en ese momento para los sectores dominantes, mediante el apoyo
al golpe militar, era la “estabilización” definitiva del país. Y en particular
para los sectores más reaccionarios, se trataba de aplicar por fin una lección
sangrienta y memorable a la sociedad.
El
sistema represivo ilegal
Planificación y ejecución del terrorismo de Estado
El golpe implantó un sistema planificado y masivo de secuestro, tortura,
asesinato y desaparición de personas. El terrorismo de Estado es una modalidad
de dominación política que abarca al conjunto de la sociedad y que hace del
terror una herramienta para disciplinarla. Esta experiencia quedó grabada en la
memoria colectiva de los argentinos y se convirtió en un símbolo terrible de
nuestra cultura política ante el mundo. Un fenómeno tan grave resulta muy
difícil de explicar y requiere el análisis de facetas muy profundas de la
experiencia histórica del país.
El sistema represivo fue global, en el sentido de que abarcaba prácticamente
todas las esferas de la vida del país: las oficinas, los diarios y revistas, la
calle, los hogares, las escuelas, cuarteles y universidades, las fábricas y
dependencias estatales; estaba presente entre religiosos y comerciantes,
intelectuales y futbolistas, en las peluquerías y clubes de barrio, en la radio
y la televisión. El discurso oficial sobre la “Guerra contra la Subversión”
exigía la adhesión, o al menos el silencio, de toda la población, y penalizaba
mediante el terror cualquier disconformidad o disenso. El gobierno sostenía que
se estaba “refundando el país”, luego de un cuadro de crisis “terminal” y, por
lo tanto, todos los sacrificios eran válidos para ello –libertades, derechos y
garantías constitucionales incluidas-. La disciplina de las Fuerzas Armadas, que
se consideraban a sí mismas “custodio de la Nación”, debía extenderse a toda la
sociedad, particularmente sobre los “subversivos”, considerados culpables del
desorden y el extravío de la “grandeza argentina”, a quienes se reservaba un
tratamiento particularmente cruel.
Los “subversivos” eran, en principio, los militantes que habían desafiado el
poder armado del Estado. Pero como el objetivo militar era eliminar
definitivamente a las guerrillas atacando sus “bases de apoyo”, la definición de
“subversivos” se extendió poco a poco a toda persona cuyos actos o ideas,
presentes o pasadas, tuviesen algún tipo de afinidad con la amenaza a los
valores cristianos, occidentales y capitalistas que definían al “ser argentino”.
La represión se abatió sobre el conjunto de ciudadanos que en los años previos
habían participado en actividades sociales, políticas, culturales y/o armadas en
fábricas, ingenios, universidades, escuelas, barrios y villas; es decir, sobre
miles de trabajadores, estudiantes, docentes, políticos, abogados defensores de
presos políticos, intelectuales, sacerdotes, artistas y, en muchos casos, sobre
los familiares y amigos de todos ellos. De esta manera, el sistema represivo
terminó aplicándose de manera generalizada sobre toda la sociedad.
La represión se extendió más allá de las fronteras del país. Existió una
coordinación regional de la represión mediante el “Plan Cóndor”, un acuerdo
operativo entre los servicios de inteligencia del Cono Sur sellado en Santiago
de Chile en 1975. El golpe militar en Argentina fue el último en una cadena que
había golpeado sucesivamente a Paraguay (1954), Brasil (1964), Bolivia (1970),
Uruguay y Chile (1973). Estos países se encontraban gobernados también por
dictaduras militares que basaban su política en diversos grados de terrorismo
estatal. Los recelos nacionalistas entre las Fuerzas Armadas de estos países no
entorpecieron la colaboración de sus servicios de inteligencia, que desde hacía
años compartían información sobre opositores políticos que habían cruzado alguna
de las fronteras de la región. Entre 1976 y 1978 esta colaboración se consolidó
a través del secuestro de decenas de ciudadanos exilados en estos países por
parte de fuerzas locales, o mediante la intervención de grupos de tareas de los
países vecinos y el traslado de prisioneros de un país a otro. Numerosos
ciudadanos argentinos fueron secuestrados en Uruguay, Brasil y Paraguay, entre
otros países. Y en las listas de desaparecidos en Argentina figuran ciudadanos
de todos los países de América del Sur, sobre todo chilenos, bolivianos,
paraguayos y uruguayos.
Un destino posible de las personas detenidas era el encarcelamiento. Durante los
años de la dictadura militar, alrededor de 11 mil personas estuvieron detenidas
como “presos políticos”, es decir, acusados de delitos políticos, y en su
mayoría puestos “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional” (PEN). Buena parte
de los presos políticos habían sido detenidos antes del golpe, bajo el Estado de
Sitio. Cuando las Fuerzas Armadas tomaron el control operacional de las cárceles
en noviembre de 1975 las condiciones de detención de los presos políticos se
endurecieron considerablemente, pero alcanzaron extremos concentracionarios a
partir del golpe, cuando el aislamiento, las torturas y asesinatos de presos se
volvieron habituales. Los detenidos eran ubicados en las cárceles de Villa
Devoto y más tarde Caseros (ambas en Capital Federal), los penales de La Plata y
Sierra Chica (provincia de Buenos Aires), Resistencia (Chaco), Coronda (Santa
Fe) y Rawson (Chubut), en condiciones especiales que los separaban de los presos
comunes. Los “delincuentes subversivos” eran trasladados a ciegas de una a otra
cárcel para evitar las estrategias grupales de resistencia e impedir las visitas
de los familiares, quienes a menudo no recibían ninguna información sobre su
paradero. Hubo decenas de casos de desaparición de presos políticos y asesinatos
en los “pabellones de la muerte” (como los de las cárceles de La Plata y
Córdoba) y en “traslados”, como la tristemente célebre “Masacre de Margarita
Belén” del 13 de diciembre de 1976, en la que alrededor de una veintena de
prisioneros retirados de distintos centros clandestinos y del penal de
Resistencia fueron ejecutados a la vera de la ruta 11, cerca de Margarita Belén,
por un grupo de represores de la Policía del Chaco, el Ejército, colaboradores
civiles y miembros del Poder Judicial. En numerosas ocasiones los prisioneros
fueron considerados rehenes por parte de las Fuerzas Armadas. Esto significaba
que podían ser ejecutados como represalia a ataques guerrilleros. Las comisiones
de familiares de detenidos sufrieron también la persecución y en muchos casos la
desaparición por sus actividades de denuncia y ayuda a los prisioneros.
La Constitución prevé el “derecho de opción”, por el cual todo detenido que no
esté procesado y esté a disposición del Poder Ejecutivo puede optar por salir
del país. Este derecho fue aplicado mucho después del golpe, y de manera
arbitraria, cuando comenzaron a aflojarse los resortes del sistema represivo. La
cárcel podía ser también el destino de algunos secuestrados que fueron
“blanqueados” (ver “legalizar o blanquear”) luego de una permanencia en un
centro clandestino de detención. En este caso, los presos podían descubrir
mediante el relato del recién llegado, el otro extremo, inimaginable, del terror
militar.
Los centros clandestinos de detención
Los centros clandestinos de detención y tortura fueron la base del sistema
represivo, constituyendo un modelo del orden y la disciplina absoluta con que
los militares, desde el Estado, intentaban moldear a la sociedad. La secuencia
operativa de estos centros era la planificación, el secuestro, la tortura, la
detención (días, meses o años) y la eliminación (el denominado “traslado”). Los
opositores eran secuestrados por los “Grupos de Tareas” o “Patotas”, integradas
por militares de las tres fuerzas, miembros de la policía, prefectura y
gendarmería, además de oficiales retirados y civiles, en proporción variable.
Los grupos de secuestradores se organizaban de acuerdo con la distribución en
Zonas y Subzonas Militares, correspondientes a cada Cuerpo del Ejército, en que
la Junta dividió operativamente el territorio nacional.
Los centros eran clandestinos porque no poseían una existencia formal y pública,
aunque funcionasen en muchos casos en espacios estatales como comisarías,
escuelas navales, cuarteles militares, edificios policiales, escuelas y
hospitales, por lo general en sótanos, altillos, o áreas y pisos enteros. Lo
paradójico es que se trataba de actividades clandestinas en edificios públicos.
En otros casos se trataba de casas de barrio o quintas suburbanas. Pero en todos
los centros el espacio se adaptaba siguiendo un mismo patrón, consistente en
salas de confinamiento, salas de tortura, salas de inteligencia, salas de
guardia y otras dependencias. La mayoría de los centros se hallaba en zonas
densamente pobladas de los centros urbanos y, por lo tanto, eran numerosas las
señales de su existencia para los vecinos y transeúntes. Esto representaba una
angustia mayor para los detenidos –concientes de que a veces sólo una pared y
unos pocos metros lo separaban de la vida normal-, y una amenaza para quienes
desde afuera percibían rumores, extraños movimientos nocturnos y gritos
desgarradores. El poder multiplicador de este terror se difundió por todos los
canales de la vida social del país, mientras el silencio oficial volvía más
siniestras esas señales.
¿Cuántos centros clandestinos funcionaron durante la dictadura militar? ¿Cuántas
personas fueron detenidas y eliminadas en ellos? Son preguntas muy difíciles de
responder, por tres motivos: el carácter ilegal de la represión, la política
militar de esconder los cuidadosos registros del sistema y la impunidad de la
mayoría de los responsables. Esto obligó a las organizaciones de Derechos
Humanos y al Estado a reconstruir pacientemente lo sucedido.
Los centros clandestinos de detención habrían sido al menos 365 en todo el país,
localizados especialmente en los grandes centros urbanos. La cifra crece
constantemente con nuevas denuncias y descubrimientos. El número de detenidos en
cada uno de ellos fue variable: se estima que la Escuela de Mecánica de la
Armada (ESMA) y Club Atlético en Capital, Campo de Mayo en el Gran Buenos Aires
y La Perla en Córdoba habrían alojado cada uno a miles de detenidos, mientras
otros a centenas o decenas. Algunos funcionaron sólo unos pocos meses, y otros
durante todo el período de la dictadura. El período de mayor cantidad de centros
clandestinos en actividad fue de 1976 a 1978.
La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) creada en 1984
por el gobierno constitucional que siguió a la retirada militar, recabó ese año
más de 8.000 denuncias de personas desaparecidas, en su mayor parte secuestradas
entre 1976 y 1978. Durante esos dos primeros años de la dictadura un funcionario
de la embajada norteamericana recopiló alrededor de 13.500 denuncias. Las
organizaciones de Derechos Humanos calcularon que los desaparecidos habrían
llegado a ser unos 30.000, en una estimación realizada en una localidad de la
provincia de Buenos Aires a partir de la relación entre la cantidad de personas
desaparecidas allí y la población total. Con respecto a las cifras de la
CONADEP, esas organizaciones estimaron que podría haber otros casos no
denunciados, por diferentes razones: el miedo a una represalia de los militares,
la posibilidad de un nuevo golpe de Estado, la necesidad de olvidar, la
parálisis, el trauma, la negación, la total pérdida de confianza en las
instituciones judiciales, la disconformidad con la CONADEP, la falta de medios
económicos o la ignorancia de la posibilidad de emprender acciones judiciales.
Los archivos de la CONADEP se han ampliado con nuevas denuncias presentadas por
familiares desde la entrega del Informe hasta la actualidad (2005).
El libro Nunca Más, que es el informe de la CONADEP, explica el funcionamiento
del sistema represivo y la diversidad de modalidades de tormento. El grupo de
tareas estaba integrado por alrededor de diez personas, por lo general vestidas
de civil pero presentándose como miembros de las fuerzas de seguridad. Se
secuestraba a una persona en su hogar, en su lugar de trabajo o estudio o en la
calle, en la mayoría de los casos delante de testigos, se la vendaba o
encapuchaba, y se la introducía por lo general en el piso o en el baúl de
automóviles sin patente para conducirla a un centro clandestino. Allí la persona
detenida era desnudada y atormentada, a veces inmediatamente o después de varias
horas de incierta espera, dependiendo de cuán valiosa fuera la información que
los represores esperaban extraerle. El método principal de tortura consistía en
aplicarle descargas eléctricas en las zonas más sensibles del cuerpo con una
“picana”, estando el detenido por lo general atado a una “parrilla” de metal del
tamaño de una cama que facilitaba la circulación de la corriente eléctrica por
el cuerpo.
Rodeado por sus torturadores –y a menudo también por otros detenidos-, privada
de visión y movimientos, presa de un dolor inimaginable, se le exigía a la
persona recién secuestrada que diese nombres de otros “subversivos”. Hubo casos
de complicidad de sacerdotes en centros clandestinos en el intento de obtener
datos. El objetivo de la tortura era triple: quebrar la personalidad del
torturado, conseguir más nombres y direcciones para alimentar la maquinaria del
campo y desmantelar las organizaciones acusadas de engendrar la “subversión”. En
muchos casos los detenidos no soportaban el dolor y mencionaban a otras
personas, que inmediatamente después eran buscadas por el grupo de
secuestradores –que podían o no ser las mismas personas que se encargaban de las
torturas-. Capturadas las nuevas víctimas, la información que se les extraía
bajo tortura era contrastada con la extraída a las víctimas anteriores que las
habían “cantado” (ver “cantar”). Si no coincidían, se practicaban nuevas
sesiones de tortura a las anteriores, o sesiones conjuntas. Si la víctima
resistía el dolor sin dar información, podía ser torturada durante horas y días
enteros, o morir en la “parrilla”. En muchos casos se les intentaba sonsacar
información amenazando a familiares o amigos, o secuestrándolos y torturándolos
en su presencia. Luego de los interrogatorios iniciales, la víctima era arrojada
en una celda, camastro o colchoneta individual, de reducidas dimensiones,
encapuchada o vendada, maniatada o engrillada, y obligada a guardar silencio y
quietud absolutas hasta la decisión final acerca de su caso. La decisión podía
demorar días, semanas o meses, y en ese lapso el detenido podía ser nuevamente
torturado cuando se precisaba chequear nueva información, o vejado de diversas
maneras de acuerdo con la arbitrariedad de sus captores.
Como hemos señalado, la tortura física no era una novedad en la Argentina.
Durante dictaduras anteriores, bajo la represión ilegal de la Triple A, e
incluso en comisarías y en el sistema penitenciario, los tormentos eran usuales,
pero eran limitados en intensidad y duración, pues había que presentar
legalmente al detenido en poco tiempo. Lo que trajo el terrorismo de Estado a
partir de 1976 fue la duración ilimitada de la tortura y la ausencia de límites
en la aplicación del dolor, pues el destino final no era el “blanqueamiento” en
breve del detenido, sino su desaparición definitiva. Casi todos los secuestrados
fueron asesinados subrepticiamente, dinamitados, arrojados al mar o ejecutados a
quemarropa y arrojados a fosas comunes, y actualmente no se tiene noticia del
paradero de sus restos.
Los sobrevivientes y testigos directos de este sistema represivo contaron que el
mecanismo de secuestro, tortura, concentración y eliminación era administrado
burocráticamente mediante fichas o legajos que contenían la información de cada
víctima obtenida mediante tortura. La decisión final era tomada por el
responsable del grupo: “traslado” o “liberación”, es decir, el asesinato, o bien
la liberación del detenido o su envío a una cárcel como preso a disposición del
Poder Ejecutivo. Las coincidencias entre los centenares de testimonios al
respecto evidencian que el sistema era el mismo en todos los campos y que, por
lo tanto, no se trataba de operaciones aisladas o autónomas, sino planificadas y
ordenadas por la jerarquía militar y ejecutadas corporativamente por las Fuerzas
Armadas en su conjunto. También formaba parte del sistema represivo la
apropiación de los hijos de los detenidos y la sustitución de su identidad por
parte de los represores o de personas vinculadas a ellos. Se estima que fueron
alrededor de 500 los niños secuestrados junto con sus padres, o nacidos en los
centros clandestinos y apropiados ilegalmente.
Terror
y Resistencia
Las opciones de una sociedad atravesada por el miedo
El primer año de gobierno militar se caracterizó por el disciplinamiento social
y el más férreo autoritarismo, contando incluso con el aval de numerosos
sectores civiles. Pero el poder absoluto es un ideal, una aspiración
totalitaria, que nunca se plasma completamente en la realidad. La propia
maquinaria del terror era imperfecta, y sus víctimas estaban lejos de someterse
totalmente a sus designios como si fuesen autómatas. Numerosas “líneas de fuga”
–resistencias subjetivas o simbólicas, contradicciones o efectos no deseados por
el poder- surgieron en esos primeros tiempos, y se profundizaron durante el
régimen militar.
La represión fue planificada de modo centralizado y jerárquico por las cúpulas
de las Fuerzas Armadas, pero su naturaleza clandestina y la necesidad de
ejecutarla mediante múltiples grupos de inteligencia y logística generó ciertos
márgenes de autonomía, arbitrariedad, desinteligencias y competencia entre los
represores. En cierto modo, el faccionalismo que las Fuerzas Armadas pretendían
destruir en la vida política argentina, acallando toda voz disidente, se
reprodujo dentro de ellas. El enfrentamiento político entre sectores militares
permitió el surgimiento de proyectos políticos particulares, como el del
Almirante Massera. En la ESMA, algunos prisioneros conservaron la vida mediante
un “Proyecto de Recuperación” y, en lugar de reinsertarse en la sociedad
“recuperados” de su condición “subversiva”, lograron divulgar al mundo los
crímenes aberrantes y masivos que cometía el Estado argentino, lo cual se
convirtió en la principal amenaza al consenso interno y externo que la Junta
pretendía consolidar. Esta no fue desde luego la nota dominante: existieron
inmensos centros clandestinos como Campo de Mayo donde prácticamente no hubo
sobrevivientes, pues la decisión era eliminar a todos los detenidos. Pero la
ESMA ilustra uno de los límites del sistema: la imposibilidad del ocultamiento
total y permanente de un exterminio masivo.
El movimiento de Derechos Humanos
Decenas de miles de argentinos partieron al exilio, debido a que sus vidas
corrían peligro o, en algunos casos, para escapar del clima opresivo que se
cernía sobre la vida cultural y social del país. En el exterior, especialmente
en los países del Mediterráneo europeo y en México y los Estados Unidos, se
organizaron grupos y foros de denuncia de la represión ilegal –denominados por
las Juntas militares como la “campaña antiargentina”. En ellos, abogados,
militantes políticos, sobrevivientes y familiares de desaparecidos consiguieron
sentar en la agenda pública internacional las violaciones a los derechos humanos
que tenían lugar en la Argentina. Entre los más importantes cabe señalar a las
comisiones de solidaridad de familiares (COSOFAM, Comisión de Solidaridad de
Familiares de Presos, Desaparecidos y Asesinados), presentes en España, Francia,
Italia, Holanda, Suecia, Suiza, Alemania, Bélgica, México, Venezuela, Estados
Unidos y Canadá. La Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU), por su
parte, logró presentar sus denuncias ante la Asamblea Nacional de Francia y las
Naciones Unidas y vincular a la campaña de denuncias a comisiones
internacionales de juristas y personalidades políticas de toda Europa, desde
pocos meses después del golpe. También organizaban denuncias los dirigentes de
Montoneros, que habían escapado en el contexto del golpe. Paralelamente,
desarrollaban una estrategia militar recomponiendo sus filas entre los
militantes exilados para continuar lo que llamaban la “guerra popular” contra el
régimen, llevada adelante por los pocos militantes que seguían activos en
Argentina. Pero ahora las urgencias eran otras, y las expectativas
revolucionarias de los años anteriores cedieron paso a la defensa de los
derechos humanos y a las críticas a la política económica como clave del
discurso opositor al régimen.
Dentro del país, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) se había
creado poco antes del golpe convocando a figuras religiosas, políticas e
intelectuales para la defensa de los derechos humanos. Se sumaron a esa tarea de
denuncia y búsqueda de desaparecidos numerosos familiares de personas
secuestradas. En septiembre de 1976, un grupo de familiares de desaparecidos y
encarcelados, formó Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones
Políticas. Ellos, al igual que numerosas madres de personas secuestradas, desde
comienzos de 1976, habían emprendido búsquedas individuales en comisarías,
cárceles, hospitales, ministerios y juzgados. Con la ayuda de los pocos abogados
que se atrevían a hacerlo, presentaban a la justicia un recurso de habeas
corpus, que obliga a la Justicia a requerir a las diferentes dependencias
estatales el paradero de una persona que dejó de ser vista en sus lugares
habituales. Los jueces tramitaban este recurso, que invariablemente resultaba
negativo: el Ministerio del Interior y otras dependencias estatales declaraban
no tener noticia de la persona buscada. Esta experiencia infructuosa llevó a las
madres a organizarse bajo una identidad primaria: su misma condición de madres.
En abril de 1977, un grupo que con el tiempo fue conocido como Madres de Plaza
de Mayo, se atrevió a reclamar por sus hijos frente a la Casa Rosada. Su primera
líder, Azucena Villaflor, fue secuestrada en diciembre de ese año junto con
otros familiares y madres de desaparecidos. Esa desaparición no frenó el impulso
de las madres, sino que agrupó en torno de ellas la resistencia contra el
régimen por parte de centenares y luego millares de personas a quienes el terror
y la desesperación no paralizaron sino que, por el contrario, tomaron el riesgo
de reclamar abiertamente al gobierno. Algunas madres que buscaban a sus nietos
secuestrados o nacidos en cautiverio se organizaron en 1977 y adoptaron más
tarde el nombre de Abuelas de Plaza de Mayo.
El Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) reunió a miembros de
diferentes confesiones religiosas que proporcionaron contención y apoyo a la
búsqueda y las denuncias de los familiares, provocando conflictos con las
máximas autoridades religiosas del país, que en virtud de una mezcla de
pragmatismo político y conservadurismo ideológico, mantuvieron un silencio
cómplice, cuando no un apoyo abierto a los crímenes de Estado -y en el caso de
muchos sacerdotes católicos mesiánicos, una participación directa en ellos-.
Otras organizaciones, como el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ) y el Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS) también coordinaron las denuncias y búsquedas
de desaparecidos, y fueron fundamentales en la difusión internacional de la
lucha contra el régimen militar y, especialmente el CELS, en la búsqueda de
estrategias jurídicas. Entre los grupos que desde el comienzo de la masacre
articularon estrategias de búsqueda y denuncia explícitamente concientes del
carácter político de la represión, se encontraba la Liga por los Derechos del
Hombre, entidad creada en una época muy anterior, en 1937. En cuanto a los
partidos políticos, prestaron un apoyo a estas tareas el Partido Intransigente y
la Democracia Cristiana, o al menos una parte de sus militantes y dirigentes,
así como las organizaciones de izquierda –por entonces clandestinas- Política
Obrera y Partido Socialista de los Trabajadores. Entre los demás partidos
tradicionales, algunos incorporaron la problemática de los derechos humanos a su
agenda mucho más tarde, cuando la crisis del régimen ya era pronunciada.
Autoritarismo en la sociedad y resistencia frente al miedo
En el plano laboral, pasados los momentos iniciales del terror y desarticuladas
las otrora poderosas redes sindicales, un movimiento molecular de organización
obrera comenzó a crecer subrepticiamente, alcanzando su pico de conflictividad
hacia 1979, consistente en centenares de pequeñas medidas de fuerza en reclamo
de mejoras salariales y de condiciones de trabajo en establecimientos fabriles
de todo el país. Junto con la paciente recopilación de denuncias y presentación
de recursos de habeas corpus por parte de familiares de desaparecidos y algunos
abogados, esta conflictividad obrera mostraba a las autoridades que el orden
sepulcral que intentaban imponer al país se volvía cada vez más vulnerable.
Paralelamente, miles de adolescentes y jóvenes comenzaron muy lentamente a
escapar a la cultura oficial mediante el crecimiento de un circuito
semiclandestino, “under”, de recitales y revistas contraculturales. Estas
múltiples resistencias crearon los gérmenes políticos, ideológicos y culturales
de la recuperación democrática que tendría lugar algunos años más tarde.
Pero entre 1976 y 1978, las perspectivas de continuidad del “Proceso de
Reorganización Nacional” eran alimentadas, en algunos casos, por la adhesión a
su proyecto de país, pero en muchos otros por una pasividad nacida del caos
anterior al golpe y del miedo a la represión. Mientras la mayoría prefería
“mirar para otro lado”, las dirigencias de la sociedad civil adhirieron con
mayor o menor entusiasmo a los objetivos de la dictadura. Para las cámaras
empresarias y de comercio, las desapariciones trajeron el orden y la paz para
los negocios, y la política económica volcó a su favor la distribución de las
rentas en cada rama de actividad. Un poderoso grupo de empresas industriales vio
incrementadas sus ganancias gracias a las políticas de promoción industrial, que
subsidiaban la producción en determinadas áreas del país, a los contratos con el
Estado y a la toma de créditos fáciles en el mercado financiero –origen de un
fuerte endeudamiento externo para el país- (ver el recuadro “Las políticas de
privatización”). Mientras tanto, las empresas más pequeñas o no favorecidas por
el Estado, sucumbieron progresivamente frente a la agresiva apertura comercial
externa (importación), iniciándose un proceso de desindustrialización que llega
hasta el presente. Para la jerarquía eclesiástica, fue una excelente oportunidad
para penetrar la estructura del Estado e intensificar su presencia política y
doctrinaria en la vida nacional. Esto fue importante en el ámbito educativo,
donde extendió su influencia, pero también para deshacerse de los sacerdotes que
habían desafiado el orden social y económico tradicional. A los políticos,
intelectuales, profesores universitarios y periodistas conservadores y de
derecha, la represión a los opositores les permitió constituirse en únicos
interlocutores del gobierno y formadores de la opinión pública, saliendo del
rincón minoritario en el que los había confinado la movilización social y
política de los años anteriores.
En un nivel “microsocial”, es decir, en los pequeños mundos de la vida
cotidiana, el clima cultural de la dictadura alimentó el autoritarismo de todos
los que se habían sentido antes amenazados por la contestación política y
cultural de un movimiento predominantemente juvenil. Así, hubo casos de
directores, profesores y preceptores que encontraron un marco propicio para
ejercer su autoritarismo en los colegios, así como “padres de familia” que
reencontraron la autoridad sobre el resto del núcleo doméstico. La policía
sistematizó la práctica de exigir documentos de identidad en la vía pública,
locales bailables, estadios de fútbol, etc. En los Entes de Calificación, los
censores prohibían o recortaban toda edición de libros y revistas, películas,
obras de teatro y programas televisivos que no se ajustasen a los ideales del
régimen, esto es, toda producción cultural en la que asomase alguna crítica
política o ideológica a las costumbres cristianas, a las Fuerzas Armadas y al
orden social capitalista, llegando incluso a censurar libros como El Principito,
de Antoine de Saint-Exupéry, o Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa
Bornemann. Este último poseía, según el responsable de su censura, “una
finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria a la tarea de captación
ideológica del accionar subversivo” (tal vez porque el relato describe una
huelga de animales).
Las ciudades en sí mismas fueron también objeto de un reordenamiento
autoritario. En el caso de Buenos Aires, en 1978 una ley descongeló los
alquileres y decenas de miles de inquilinos de bajos ingresos debieron abandonar
la ciudad. Paralelamente, la mayoría de las villas de emergencia que se habían
asentado en Buenos Aires desde los años 30 fueron arrasadas con incendios,
topadoras, tanques y soldados, y miles de familias fueron literalmente
expulsadas de la ciudad y abandonadas en terrenos baldíos suburbanos, privadas
de su hogar y de las redes de agua, electricidad y transporte. La construcción
de autopistas favoreció el desplazamiento de los habitantes poseedores de
automóviles, pero destruyó autoritariamente la historia y la organización de
barrios enteros.
Para lograr sus objetivos, el proyecto militar se basó en la práctica de la
desaparición de personas y en su efecto aterrador en la sociedad. Cada compañero
que misteriosamente no volvía al colegio, cada delegado fabril que no retornaba
a su lugar de trabajo, cada vecino cuya casa era arrasada en la noche y no
reaparecía, cada automóvil que se paseaba sin identificación, repleto de hombres
de anteojos oscuros y armas largas, indicaba cotidianamente la existencia de una
monstruosa realidad paralela, mucho más atemorizante en tanto no era asumida ni
reconocida por las autoridades. Los desaparecidos, como sostuvo el Presidente
Jorge Videla en una conferencia de prensa en 1979, “son una incógnita, no tienen
entidad, no están”. Frente a esta multiplicidad de señales del terror, la mayor
parte de la población optó por el silencio y la negación, recluyéndose en
ámbitos íntimos y privados e intentando no preguntarse ni hablar demasiado de lo
que estaba sucediendo. Y ante los cuestionamientos aislados que se filtraban en
la prensa y en las conversaciones diarias se sostenía, si alguien no aparecía,
que “por algo será” o que “algo habrá hecho”; lo grave de esta expresión es que
indicaba la aceptación de que quien no se adecuase al “orden” y a la
“normalidad” desapareciese para siempre. Durante el desarrollo y los festejos
del Mundial de fútbol de junio de 1978 este clima alcanzó su máxima expresión,
cuando el fervor nacionalista tiñó casi completamente la vida del país, para
beneficio, fundamentalmente, del gobierno.
El terror y sus resistencias libraron miles de batallas cada uno de los días que
duró el “Proceso de Reorganización Nacional”. Mientras la mayoría se adaptaba,
numerosos artistas populares intentaban disfrazar con metáforas sus críticas a
la sociedad para escapar a la censura, algunos abogados buscaban los resquicios
legales del sistema para dar con los desaparecidos, los familiares de
desaparecidos establecían contactos con aquellos periodistas, sacerdotes y
militares que pudieran brindar alguna información y que no se resignaban al
imperio del terror y de la muerte, y los estudiantes, vecinos, obreros e
intelectuales que no querían o no soportaban vivir de ese modo establecían lenta
y ocultamente lazos de solidaridad, fuentes de contra-información, discusiones
políticas, pequeños centros de investigación y señales de contención afectiva
para resguardarse tanto de la represión como del clima de sospechas e hipocresía
al que la mayoría de los argentinos se estaba acostumbrando.
El Estado y el monopolio de la violencia
Los cientistas sociales coinciden en que el Estado no existe naturalmente, sino
que es una construcción histórica. Oscar Oszlak lo plantea de este modo:
“¿Cuándo un Estado es un Estado? Primero, cuando goza del reconocimiento externo
de su soberanía –es decir, cuando otros Estados lo reconocen jurídicamente como
tal-. Segundo, cuando monopoliza el uso legítimo de la violencia física dentro
de su espacio territorial –es decir, cuando es la única entidad que posee
títulos aceptados para aplicar la fuerza dentro de sus fronteras-. Tercero,
cuando consigue controlar la sociedad a través de un aparato institucional
competente y profesionalizado –la burocracia, las fuerzas de seguridad, etc.,
con todos sus funcionarios-. Este aparato es el que asegura el ejercicio de la
potestad impositiva –los ingresos del Estado- y la aplicación de las políticas
públicas –infraestructura, políticas económicas, sociales, educativas, etc.-. Y
cuarto, cuando es capaz de una producción simbólica que refuerce los valores de
la identidad nacional y la solidaridad –a través de la educación y los símbolos
nacionales- La existencia de un Estado depende de que se cumplan estos cuatro
requisitos.”
¿Cómo surge el Estado? En la filosofía política existen distintas tradiciones
que explican el origen del Estado. Para algunas, éste se basa en el consenso: el
Estado sería el fruto del libre acuerdo o pacto entre individuos para poder
vivir en paz bajo una ley común. Según otras, por el contrario, la sociedad se
caracteriza por la existencia permanente de la violencia, la desigualdad, la
explotación y la agresión entre los individuos, y por ello el Estado surgiría
como una imposición para acotar esa violencia por medio de una violencia mayor,
unificada y legítima, que garantizaría, paradójicamente, la paz y la libertad.
El monopolio de la violencia, además de un requisito indispensable del Estado,
es tal vez su característica esencial.
Max Weber, uno de los fundadores de las ciencias sociales modernas, combinó a
comienzos del siglo XX las dos tradiciones (consenso y coerción) sosteniendo que
lo estatal es violento por naturaleza, pues siempre hace falta la amenaza de
muerte por parte de los hombres armados del Estado para limitar las múltiples
violencias que atraviesan a la sociedad; pero al mismo tiempo, la violencia que
ejerce el aparato estatal puede definirse como legítima porque ella se
autoadjudica el derecho de aplicarse en nombre del pacto social que constituye a
la sociedad misma.
Para que sea legítima, la violencia estatal no debe ser arbitraria. El ataque
físico contra los individuos no puede obedecer al capricho, al azar o a la
irracionalidad sino que debe apoyarse en alguna forma de necesidad o
razonabilidad, debe poder argumentarse. Y en el mismo sentido, la violencia
legítima debe ser pública, aplicarse a la vista de todos, porque sólo esa
visibilidad permite evitar la arbitrariedad. Por eso el monopolio de la
violencia se aplica como parte de un sistema jurídico, de un conjunto de reglas
racionales y conocidas por todos que establece una correspondencia entre las
faltas y las penas. Es decir, una violencia legal y transparente mediante la
cual el Estado garantiza la vigencia de las leyes.
El poder del Estado es mayor cuando no debe recurrir a la violencia. Según Oscar
Oszlak, “existe monopolio del ejercicio legítimo de la violencia cuando ésta
pasa a ser un recurso de última instancia”, una amenaza virtual. Cuando, por el
contrario, “otras expresiones de uso de la violencia, sostenidas en consignas
políticas que también reclaman legitimidad o encarnadas en diversas formas de
delincuencia, desatan cotidianamente la represión estatal” se debilita el
consenso social y, por eso, también el poder del Estado que basa su dominio en
la mera imposición física. Tampoco existe monopolio de la violencia cuando una
parte del territorio nacional se encuentra bajo el control de fuerzas
irregulares, como una guerrilla, el narcotráfico o un movimiento contestatario
del poder del Estado.
Sostiene Oszlak que hoy el monopolio estatal de la violencia está en duda a
causa de las políticas privatizadoras, pues las fuerzas policiales y de
seguridad han “terciarizado” el mantenimiento de la seguridad física de personas
y bienes, “con lo cual se ha producido un crecimiento inusitado de fuerzas de
seguridad privadas, sobre las cuales el estado ejerce un limitado control”. Y
además, “fuerzas irregulares (paramilitares o parapoliciales) se han hecho cargo
de aspectos especializados de la represión”. En otras palabras, el apego de la
violencia legítima al sistema jurídico - y sus características de visibilidad y
no arbitrariedad- se han debilitado con la privatización de la seguridad y la
existencia de fuerzas dentro del Estado que actúan sin un escrutinio
sistemático. Poco a poco, esto convierte a la violencia en ilegítima. Agrega
Oszlak que “en la medida en que persistan las desigualdades sociales, se ahonde
la brecha entre ricos y pobres y aumente la marginalidad y la exclusión, es
probable que tanto la seguridad pública como la privada continuarán
comprometiendo porciones crecientes del gasto destinado a esta necesidad básica
de toda sociedad”; de esta manera, la amenaza “virtual” de la violencia tiende a
disminuir frente al ejercicio cotidiano de la coacción física.
Epílogo
Pasado, presente y futuro de una historia viva
El clima político comenzó a cambiar en 1979. Hasta entonces, el régimen parecía
firmemente anclado en el consenso de buena parte de los grupos de poder, y en la
resignación de las mayorías frente a la autoridad militar, sea por
convencimiento, temor o la indiferencia nacida de ambos. El Mundial de Fútbol de
1978, organizado en la Argentina, constituyó el clímax del consenso social ante
el régimen, con los comandantes en el estadio de River festejando junto al
pueblo la primera copa obtenida por la selección argentina. Pero entre 1979 y
1981 se desarrolló por el contrario un proceso de resquebrajamiento de las bases
de poder de la junta militar.
En primer lugar, crecieron las críticas a la orientación que la gestión
económica de Martínez de Hoz le estaba dando al país, dado el fracaso en el
combate a la inflación y en el aumento del costo de la vida para la mayoría de
la población. La política económica era resistida incluso por sectores
militares, que con sus críticas abrían el campo del debate económico a otros
sectores de la sociedad hasta entonces acallados. Era el caso de los sindicatos
y los partidos políticos, que lentamente comenzaron a ganarse un lugar en los
medios de comunicación y en el debate con el gobierno a partir de la discusión
económica.
En segundo lugar, y no menos importante, el movimiento de derechos humanos, en
Argentina y en el mundo, atacaba lo que era el núcleo de consenso del régimen:
el exterminio ilegal de opositores. Sobre este tema los sindicalistas y líderes
políticos evitaban pronunciarse, porque constituía el único aspecto en el que
las Fuerzas Armadas se encontraban sólidamente unidas: para ellas, el éxito de
la “guerra antisubversiva” era tan incuestionable como los métodos empleados en
ella, y quienes la ejecutaron merecían el reconocimiento de la nación. Pero la
valentía de los denunciantes, la intensidad de sus denuncias y la condena de la
opinión pública internacional fueron socavando lentamente la confianza de los
militares en que sus crímenes contra la humanidad serían rápidamente olvidados.
La persistencia de la crisis económica y la eliminación definitiva del “enemigo
interno” llevaron a los militares a intentar justificar su papel de “salvadores
de la patria” en nuevos terrenos: en la guerra que casi desatan contra el vecino
Chile en diciembre de 1978, y en la breve ocupación de las islas Malvinas entre
abril y junio de 1982. Ambos conflictos revelaron que, con el objetivo de
despertar la adhesión nacionalista, los militares no dudaban en conducir a la
sociedad –a miles de jóvenes- a la guerra. Pero también revelaron que buena
parte de la sociedad estaba dispuesta a adherir al nacionalismo belicista del
gobierno, al que apoyó con fervor durante el conflicto de Malvinas. Pero el
fracaso estruendoso en este último significó el fin del gobierno militar. Y
cuando la vida democrática retornó a la Argentina, la condena social sobre los
culpables de crímenes masivos y atroces no hizo sino crecer hasta nuestros días.
Para describir la herencia de aquellos primeros años del autodenominado Proceso
de Reorganización Nacional es necesario considerar numerosos elementos. Además
de las decenas de miles de vidas que el Estado atacó directamente (vía
asesinato, desaparición, cárcel, exilio, apropiación de menores y sustitución de
su identidad), el terrorismo de Estado incidió negativamente en la transmisión
intergeneracional de valores y experiencias. En lugar de transmitir las
esperanzas y las luchas de una generación a otra, durante esos años se
instalaron hábitos vinculados al miedo y al egoísmo, ejemplificados en las
frases que más se escuchaban en aquellos tiempos: “No te metás” y “Por algo
será”, que se refieren a alejarse de la política y de lo público en el primer
caso, y a la justificación de la desaparición de personas, en el segundo. En los
años de la recuperación democrática, la frase más extendida era “Yo no sabía
nada”, lo cual supone haberse mantenido completamente al margen de un
aniquilamiento cotidiano que emitía permanentes y ubicuas señales de su
existencia. La negación (“yo no sabía nada”) es, desde luego, un efecto del
terror, pero conlleva una actitud de no responsabilización colectiva frente a lo
sucedido. Y las justificaciones (“por algo será” y “yo no me meto”) implican la
aceptación de que el poder no tiene límites para actuar sobre quienes lo
desafían.
En términos económicos, la mayor herencia de la dictadura es doble. Por un lado,
la deuda externa, que desde entonces no cesa de crecer, condicionando la
política económica y trasladando al exterior buena parte de la toma de
decisiones; y por el otro, la crisis de importantes sectores industriales frente
a la apertura comercial, junto con la consolidación de un grupo de empresas
dominantes que cimentaron su posición mediante negocios con el Estado y que
colaboraron en su desguace, en alianza con las empresas multinacionales y con
los acreedores de la deuda externa, durante los años 90. Las consecuencias
sociales de esta reestructuración económica son hoy más visibles que nunca: la
estructura productiva del país es más dependiente del exterior y genera menos
empleos que en el pasado. La pobreza y la desprotección de las mayorías es
consecuencia de la desarticulación de los servicios sociales que brindaba el
Estado en trabajo, salud, vivienda y educación. La formación ideológica y
práctica de las Fuerzas Armadas y de seguridad conllevó la existencia de
crímenes y torturas como modus operandi de esas fuerzas aún en democracia. El
sistema judicial se encuentra también atravesado por los intereses de grupos
poderosos (de las fuerzas de seguridad, económicos, políticos), surgidos en esos
años, que impiden la constitución de un poder Judicial independiente y
democrático. La noción misma de Justicia debe convivir con el hecho de que la
mayoría de los responsables de crímenes de lesa humanidad no han pagado sus
delitos. En este marco, la ausencia de aquella transmisión intergeneracional se
vuelve más grave, porque dificulta el acceso de la población a los conocimientos
necesarios para enfrentar mejor estos problemas.
La experiencia política revolucionaria de los años 60 y 70 fue y es recordada de
diferentes maneras. La memoria es un terreno de disputas por el sentido que le
asignan a la experiencia de aquellos años diferentes actores de la sociedad.
Muchos militantes políticos se volcaron al movimiento de derechos humanos entre
finales de los años 70 y el presente, resignificando las garantías
constitucionales y los derechos humanos como elementos clave de la lucha
política. En otros casos, la exaltación de la violencia y de la lógica
“amigo-enemigo” para pensar y actuar en la política siguieron siendo recuperadas
acríticamente, dificultando el necesario debate actual sobre esa experiencia. El
movimiento de Derechos Humanos, en sus comienzos, eludió el tema de la
militancia política de la mayoría de los desaparecidos –con la excepción de
Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas-, porque frente a
la posibilidad de encontrarlos, y frente al riesgo de la impunidad para los
criminales de Estado, era esencial dirigir su estrategia jurídica hacia la
denuncia del terrorismo estatal, conceptualizando a los desaparecidos en tanto
ciudadanos con derecho a garantías constitucionales, y no como militantes
políticos. Años más tarde, se impulsó una reflexión hacia el futuro a partir de
la elaboración de una memoria sobre los compromisos ideológicos y políticos de
la mayoría de los desaparecidos, que fueron la causa de que el Estado militar
los considerase “enemigos de la patria”. Nociones como revolución, solidaridad,
igualdad, justicia social, liberación y antiimperialismo comenzaron a ser
rescatadas y debatidas a la hora de recordar a los desaparecidos; y volvió así a
la luz pública ya no su muerte, sino su vida.
VOLVER A CUADERNOS DE LA
MEMORIA
