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Cristianismo
y Revolución salió a la calle entre 1968 y 1971 y fue una de
las publicaciones emblemáticas de la izquierda argentina. La revista
fue dirigida en sus primeros 22 números por el ex seminarista Juan
García Elorrio (1938-1970), Jorge Luis Bernetti actuaba como secretario
de redacción. Algunos de sus principales columnistas fueron Eduardo
Galeano, John William Cooke, Raimundo Ongaro,
Rubén Dri y Miguel Ramondetti. Después que García Elorrio muriera en un confuso accidente de tránsito, asume la dirección su compañera Casiana Ahumada. La publicación, de carácter mensual, se inspiraba en las interpretaciones del Concilio Vaticano II y en corrientes de pensamiento afines a lo que más tarde se definiría como Teología de la liberación. Los contenidos progonaban una explícita simpatía hacia el socialismo latinoamericano, encarnado en la por entonces joven revolución cubana. La revista funcionó como medio de expresión del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y de numerosas organizaciones sociales como también de agrupaciones políticas que en la década de 1970 se irían consolidando como organizaciones armadas. La descripción detallada de los contenidos número por número en este documento. |
LECTURA RECOMENDADA
María
Laura Lenci - Peronismo, cristianismo y revolución |
Rogelio Demarchi - A la izquierda de Dios Padre
Moira Cristiá
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Revolución |
Gustavo Morello - Cristianismo y Revolución
Claudio Piñeiro Iñíguez - Los libros, las luchas y el vértigo de la historia
L. Codesido y D. Dawyd - "Liberación" en Cristianismo
y Revolución y en la CGT de los Argentinos
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[Fragmento de Nuestra
Santa Madre. Historia pública y privada de la Iglesia católica argentina]
La revista Cristianismo y Revolución apareció por primera vez en septiembre
de 1966. La evolución de las ideas políticas de Juan García Elorrío,
quien ejerció una gran influencia sobre los pre Montoneros, se plasmaron
en cada una de sus notas y editoriales.
También los jóvenes de la Juventud Peronista (JP), fuesen o no católicos,
se la devoraban.
Su lectura era obligatoria para poder estar a la page, tal como en los
anos cincuenta lo era leer a Proust y en los sesenta a Sartre.
–Yo particularmente no fui un militante cristiano. Vengo de una familia
donde se preocuparon porque tomara la primera comunión, pero después
no tuve una formación religiosa más amplia.
-Sin embargo, como cualquier joven militante de los setenta me devoraba
la revista Cristianismo y Revolución. No se podía actuar, relacionarse
ni intercambiar ideas sin leer esa revista – reconoció Dante Gullo,
ex militante de la JP.
Hijo de un matrimonio de clase media alta, con panteón familiar en el
Cementerio de la Recoleta y el corazón en la derecha católica, Juan
García Elorrio no pudo menos que ingresar al Seminario de San Isidro
para ser cura.
No tardó mucho en darse cuenta de que su destino no sería el sacerdocio:
a los veintiún anos abandonó aquella vieja casa rodeada de árboles,
cercana a la Catedral, y tomó como lema de vida las máximas de
Camilo Torres y el Che Guevara: -El deber
de todo católico es el de ser revolucionario. El deber de todo revolucionario
es el de hacer la revolución.
Antes de que muriera sospechosamente atropellado por un auto en 1970,
Juan García Elorrio tuvo tiempo para reconciliar a los católicos con
la violencia.
-Camilo Torres, silenciado y retaceado por sus propios hermanos cristianos,
nos senala el carisma evangélico en la lucha por la liberación de nuestros
pueblos y su nombre es bandera del movimiento revolucionario latinoamericano,
decía el primer editorial de Cristianismo y Revolución.
En la revista publicaban sus comunicados el ERP,
los Montoneros, y las
Fuerzas Armadas Peronistas.
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A propósito de Juan García Elorrio, aunque
influyó poderosamente en los jóvenes católicos que ingresaban en manada
a la guerrilla, todos los testimonios aseguran que a pesar de su gran
carisma, no fue muy querido por sus compañeros. Y menos aún por las
mujeres, debido a su autoritarismo y misoginia.
-Graciela no tenía un buen recuerdo de García Elorrio, pero la noticia
de su muerte la conmovió por algún momento. Después, mientras seguía
hablando por teléfono, se acordó de cuando él la echó del Camilo y,
enseguida, de cuando una vez que estaban caminando por la calle Córdoba
y Pueyrredón y Juan estaba con bronca con una militante.
–Son todas iguales. A las mujeres la política les entra por la vagina,
y así les va –recuerdan sobre una anécdota de Graciela Daleo, Caparros
y Anguita en La Voluntad.
A finales de los sesenta la Argentina era una hoguera. En abril de 1964,
sobre una colina ubicada encima del río Las Piedras, en Oran, Salta,
un grupo de guerrilleros –el Ejército Guerrillero
del Pueblo– hambrientos y desahuciados, fueron apresados por el
Ejército.
Entre ellos –era su jefe– se encontraba Jorge Ricardo Massetti, un militante
nacionalista ultracatólico, periodista obsesivo, amigo de
Rodolfo Walsh, que había estado con el Che
en Sierra Maestra y luego de la revolución, en 1959, fue el mítico jefe
de la agencia de noticias Prensa Latina. Ésta fue la segunda experiencia
de guerrilla rural en la Argentina. La primera fue
Uturuncos, en 1960.
En septiembre de 1968, se descubría en Taco Ralo, a 120 kilómetros de
Tucumán, un campamento guerrillero rural, integrado por Néstor Verdinelli,
Envar el Kadre, Amanda Peralta de Dieguez, Samuel
Slutzky, Dionisio Pérez y el seminarista español Arturo Ferrer Gadea,
quienes se definieron como -argentinos, revolucionarios y peronistas.
El mayor Alberte, secretario del Partido
Justicialista (asesinado en 1976) los reconoció como tales y la
CGT de Ongaro les mandó un abogado. Luego
fueron parte de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) en el seno de la
cual estaban además, Carlos Caride y los seminaristas Arturo Ferré Gadea
y Gerardo Ferrari, vinculados íntimamente a Cristianismo y Revolución.
Pero también eran reporteados en el mensuario curas del Tercer Mundo,
como el padre Hernán Benítez. En septiembre de 1970, a poco del secuestro
del general Pedro Eugenio Aramburu, se le preguntaba al cura lo siguiente:
–zNo cree usted, padre Benítez, que los curas del Tercer Mundo, con
su prédica de la violencia, son un poco responsables en el fondo del
asesinato de Aramburu?
–En el fondo, del asesinato de Aramburu, más responsables que los curas
del Tercer Mundo, es usted, soy yo, es el cardenal Caggiano y el propio
Aramburu –respondió Benítez.
Y continuó:
-Porque observe usted, los jóvenes señalados por la policía como ejecutores
del hecho, no son de extracción peronista. No son gente del pueblo.
No son hijos o parientes de los veintinueve argentinos, unos asesinados,
otros ejecutados, en junio del '56. Huelen a Barrio Norte. Católicos
de comunión y misa regular. Algunos, hijos de militantes de los comandos
civiles. Al caer el peronismo contaban con cinco o diez anos.
-Nacieron y crecieron oyendo vomitar pestes contra el peronismo. ¿Qué
los lleva a reaccionar violentamente contra el medio social en que se
acunaron? A mi entender, dos causas: primera, la convicción de que sólo
la violencia barrerá con la injusticia social. Por las buenas jamás
los privilegiados han cedido uno sólo de sus privilegios.
Estos jóvenes sienten con una fuerza que no sentimos los viejos, la
monstruosidad de que un quince por ciento posea más bienes que el ochenta
y cinco por ciento restante. Viven en estado de indignación y de irritación
del que apenas podemos formarnos idea (...)".
Juan Manuel Abal Medina, hermano de Fernando, uno de los fundadores
de Montoneros asesinado en William Morris, él también dirigente peronista,
luego exiliado en México, decía sobre su hermano:
-Saliendo del Buenos Aires, Fernando ingresó en la Facultad de Ciencias
Económicas –quería estudiar economía política–.
-Allí comienza una vinculación más cercana de él con grupos vinculados
al catolicismo post conciliar, por llamarlo de alguna manera: los grupos
vinculados a la teología de la liberación, en especial el de Cristianismo
y revolución, que en aquel entonces era el centro periférico de la Argentina.
-Para estas mismas épocas yo me vinculo con quien fue mi primer maestro
político: Marcelo Sánchez Sorondo; y colaboro con él como secretario
de redacción del periódico Azul y Blanco, durante ocho anos.
-Esta actividad comienza estando yo todavía en el Buenos Aires y dura
hasta que tuve 24 anos. En un determinado momento Fernando se aleja
un poco de la familia. Esto nos sorprendió a todos. Intenté conversar
con él en varias ocasiones.
-A pesar de todo lo abierto que era en sus demás cosas, en este tema
de por qué dejaba de estar en casa por semanas, era muy cerrado...
Una época tan alborotada también engendraba sus anticuerpos y la censura
se había convertido en algo cotidiano. Todo aquel que generaba la menor
sospecha de inmoralidad o comunismo era inmediatamente prohibido.
En los albores de 1968, las cincuenta comisarías de Buenos Aires habían
sido instruidas mediante una circular que debía reprimir el auge de
las camisas floreadas y los pelos largos. La prioridad era la guerra
anti hippie, aun cuando la mayoría de las comisarías no contaran con
los elementos necesarios para atender sus funciones específicas.
Como anécdotas divertidas de la época valen las siguientes: una de las
víctimas del largo de la cabellera como problema de los organismos de
seguridad fue el plástico Ernesto Deira, rapado luego que fuera víctima
de una razzia en la inauguración de un café concert que los uniformados
confundieron con un mitin -castrocomunista.
En una conferencia de prensa, el jovenzuelo Luis Ángel Dragani, vocero
de la cuasi ignota Federación Argentina de Entidades Anticomunistas,
denunciaba que gracias a la astucia de uno de sus miembros –había conseguido
un curso de detective por correspondencia– había logrado infiltrar las
filas hippies y se habían enterado de que sus lideres pretendían convertirlos
en guerrilleros al servicio de Pekín, amén de anular la voluntad juvenil
suministrándoles drogas como Dexamil Spansule 2 (cuyo único resultado
sería convertirlos en anoréxicos o fanáticos del estudio).
Baluarte creativo de la década, el Instituto Di Tella había estimulado
una forma de investigación colectiva que rompió con las pautas tradicionales
del quehacer intelectual argentino. Allí se sintetizó y procesó toda
la experiencia de vanguardia que habían hecho plásticos y músicos.
En mayo de 1968 el Instituto fue clausurado a causa de un evento en
el que se exponía un baño público creado por el artista Roberto Plate
y al que el público tenía acceso. El descubrimiento de un grafitti con
contenidos -porno-políticos (como el de cualquier baño de este tipo)
desató las iras de los censores, provocó el cierre del organismo y el
proceso de desacato a su director, el ingeniero Enrique Oteiza.
A principios de junio fueron profanadas tumbas del cementerio israelita
de Liniers. La liberación en Munich de William Harsters, jefe de la
policía de la ocupación alemana en Holanda, responsable de la muerte
de mas de ochenta mil judíos, entre ellos Ana Frank, coincidió con la
aparición de una fuerte cantidad de publicaciones antisemitas. Mientras
tanto, el sacerdote nazi Julio Menvielle, de
Tacuara, se enorgullecía, en declaraciones a la revista Panorama,
de que -el sentimiento antijudío es cada vez más fuerte en el país y
la Guardia Restauradora Nacionalista proponía colgar en Plaza de Mayo
al psicoanalista Mauricio Goldenberg.
En 1969, los militantes católicos, Emilio Maza, Carlos Capuano Martínez,
Susana Lesgart (asesinada en la cárcel de Trelew
en 1972), Ignacio Vélez y Gustavo Ramus realizan el copamiento de la
localidad de La Calera en Córdoba, que provocó primero un shock en la
población y luego una gran adhesión. Maza fue herido y un sacerdote
amigo lo escondió.
Aquí aparece vinculado por primera vez, Elbio Gringo Alberione, sacerdote
muy relacionado a la teología de la liberación, que luego abandonó los
hábitos y se convirtió en uno de los miembros de la conducción de la
organización guerrillera. Un año más tarde vendría el lanzamiento de
Montoneros, con el secuestro y asesinato de Aramburu.
En el equipo de Cristianismo y Revolución o el Comando Camilo Torres
militaban, entre otros, Casiana Ahumada, esposa de García Elorrio, quien
después de la muerte de su marido se convertiría en la directora de
la revista, Graciela Daleo, Mario Firmenich, Carlos Ramus, Fernando
Abal Medina, José Sabino Navarro y Emilio Maza.
A mediados de 1967 eran treinta militantes que no habían cumplido los
veinticinco años, divididos en células casi militares de tres niveles
distintos de funcionamiento.
José Sabino Navarro, venía de la JOC de Córdoba, era dirigente mecánico
del Smata y tomó el mando de Montoneros cuando fue asesinado Fernando
Abal Medina, el 7 de septiembre de 1970 –anos después declarado Día
del Montonero– en la confitería La Rueda de William Morris.
Sabino Navarro, el Negro, era un correntino parco, introvertido, aguerrido,
de fuertes convicciones políticas y muy querido por sus compañeros.
El Comando Camilo Torres dirigido por Juan María Elorrio fue precélula
de Montoneros. Su nombre no hacía suponer que sus militantes debieran
ser forzosamente cristianos, aunque muchos lo eran. Una excepción fue
Norma Arrostito –mujer de Fernando Abal Medina– que sólo se convertiría
al catolicismo estando presa en la ESMA. La mayoría creía en las posiciones
de la Iglesia Tercermundista, aunque iban más allá. Consideraban que
la violencia iba a ser el método revolucionario por excelencia y se
inspiraban en la Revolución Cubana. También iniciaban un acercamiento
al peronismo, aunque desconfiaban de las dotes transformadoras de Perón.
Cristianismo y Revolución fue un gran movilizador en la radicalización
de los 400 sacerdotes argentinos y del puñado de obispos que apoyaron
el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Aunque fueron
contados los que ayudaron a los guerrilleros o justificaron sus actividades,
muchos de ellos –aun cuando trabajaran por la paz– se negaron a condenarlos
públicamente y pidieron, en vez de ello, que se cuestionara el sistema
generador de su violencia", dice el escritor inglés.
-En un país donde el 90 por ciento de la población estaba bautizada
y el 70 por ciento había recibido la primera comunión, las ideas católicas
radicales socavaron decisivamente la influencia conservadora que la
jerarquía eclesiástica ejercía sobre millares de argentinos. Especialmente
los jóvenes despertaron la preocupación por los problemas y los cambios
sociales, legitimaron la acción revolucionaria y encauzaron a muchos
hacia el Movimiento Peronista, aclara Gillespie, quizás el historiador
que mejor desmenuzó aquellos anos.
En realidad, para el puñado de católicos que constituyeron el núcleo
montonero, sus fundadores, esas ideas eran el elemento más importante
de las modificaciones en la acción.
El 18 de mayo de 1965, Carlos Mugica representó
a la opinión católica en el encuentro Diálogos entre Católicos y Marxistas.
Fue en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y estaba acompañado
por Guillermo Tedeschi. En la tribuna opuesta se encontraban Fernando
Nadra y Juan Carlos Rosales, dirigentes del PC.
Mugica dejó bien en claro las diferencias entre unos y otros: el concepto
de Dios y oración, el sentido del sexo y del arte, la concepción del
amor al prójimo y el concepto de persona, fueron puestos en blanco y
negro. Pese a ello, aquel encuentro significó el principio del fin de
la Juventud Universitaria Católica (JUC).
Los obispos no aprobaron esta reunión. Eduardo Díaz de Guijarro, presidente
de los estudiantes católicos, fue citado para dar explicaciones ante
la Comisión Permanente del Episcopado, la cual decidió en diciembre
de ese año intervenir la JUC.
En los hechos, se la empujó así a su desintegración. A la hora de juzgar,
monseñor Adolfo Tórtolo fue uno de los más duros, mientras que el cardenal
Caggiano se mantuvo con un espíritu conciliador. Unos anos después,
aquellos ex militantes de la JUC secuestraban a Aramburu.
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