"El avión esta tomado, ponga rumbo
uno-cero-cinco”, dijo Dardo Cabo, un joven de 25 años, al
comandante del Douglas DC-4. El piloto obedeció y desvió la
nave, con 35 pasajeros a bordo, rumbo a las Islas Malvinas. El
28 de septiembre de 1966 dieciocho muchachos peronistas
desviaron un avión de pasajeros en pleno vuelo, aterrizaron en
Malvinas e hicieron flamear la bandera argentina en el
territorio usurpado.
Antecedente
: El vuelo de Miguel Fitzgerald en 1964
Memorias de un aviador
solitario y su aventura en las islas Malvinas
Miguel Fitzgerald fue el primer argentino en volar a las islas y plantar
la bandera nacional. Lo hizo en 1964, piloteando un Cessna, el día de su
cumpleaños. Dejó una proclama y regresó.
Miguel Fitzgerald había
hecho dos años antes otra hazaña, un vuelo a Nueva York sin escalas.
Por Sandra Russo, septiembre 2006
En la casa de Miguel Fitzgerald hay
mucho movimiento, porque le festejan sus 80 años. Y él, hijo de padre y de
madre irlandeses, acomoda su cuerpo alto y flaco en un sillón del living
para relatar la hazaña de su vida. Es su propio festejo. Quizá Miguel no lo
sabe. Al menos por la forma en que lo cuenta, pareciera que aterrizar en las
islas Malvinas en l964, difundir una proclama y plantar una bandera
argentina en ese suelo fue una ocurrencia que tuvo. Va desgranando paso a
paso esa historia tan familiarizada con él, que una primera impresión puede
hacerle a uno pensar que Miguel no le da demasiada importancia, que hizo
algo que creía que debía hacerse, y ya. Pero Miguel llevó a cabo, hace 42
años, un sueño que tuvo, y su Cessna quedó estampado en ese año que lo tuvo
por protagonista.
Ser piloto civil, dice, es una
vocación. "Ya a los seis años tenía esa chifladura", sintetiza. A los 16
voló planeadores y a los 20 aviones con motor. Trabajó en Aerolíneas, hizo
fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles. El aclara: "Menos
fumigación y contrabando, hice de todo".
Ese año, 1964, Malvinas estaba
en la agenda de la ONU. No por iniciativa del gobierno argentino, sino por
decisión de la Asamblea, se iba a tratar el tema de las colonias en América.
Y en los hangares del país, en las charlas entre pilotos, aparecía y
reaparecía un sueño: mandarse, plantar bandera.
Miguel decidió que lo haría. Un
amigo suyo trabajaba en La Razón y averiguó si al diario le interesaba la
cobertura. A Miguel a su vez le interesaba la difusión, porque podía ser
sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa. El viejo Félix
Laiño (editor del diario de los Peralta Ramos) no se interesó para nada.
Pero acababa de salir otro diario, Crónica, y a su joven director se le
subió ese viaje a la cabeza. "Me ofreció el avión, la nafta, los gastos, si
viajaba conmigo un fotógrafo del diario. Pero ese viaje era mío. Yo
solamente quería que me hicieran una nota cuando volviera, para cubrirme."
El Cessna se lo prestó finalmente Siro Comi, el presidente del Aeroclub
de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones. Fue
redactada la proclama que reivindicaba a las islas como argentinas, y Miguel
partió rumbo a Río Gallegos, hacia su hazaña personal. Era el 8 de
septiembre de 1964 y ese mismo día él cumplía 38 años.
Quince minutos
"Cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada
más que en eso. Está concentrado en lo que está haciendo. Yo soy así, muy
cerebral", dice Miguel, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al
menos un impulso fenomenal. En Río Gallegos, su pista de despegue fue la del
Aeroclub, que no tenía torre de control monitoreada por la Fuerza Aérea. Y
se mandó. Y cuando lo cuenta vuelve atrás.
[Proclama que Fitzgerald entregó en mano a un poblador de
Malvinas]
"Yo salgo de Gallegos, vuelo mar
adentro, a las tres horas y quince minutos veo el archipiélago. Desde arriba
se ve un rectángulo como de cien islas e islotes. Voy diciendo ‘operación
normal’, y en Gallegos hay gente que entiende lo que digo. Cuando sobrevuelo
el archipiélago, una capa muy densa de nubes me impide ver. No puedo
zambullirme entre las nubes, porque en alguna parte de ese rectángulo hay un
cerro de seiscientos metros de altura. Espero un claro. Lo veo. Y me lanzó
hacia debajo de la capa de nubes, identifico Puerto Stanley, busco la pista
de cuadreras, y aterrizo. Me bajo del avión, saco la bandera y la cuelgo del
enrejado de la cancha. Viene un hombre de los que se habían juntado a ver el
aterrizaje. Me pregunta si necesito combustible. No se le ocurre que soy
argentino. Le doy la proclama y le digo: ‘Tome, entréguele esto a su
gobernador’. Me subo al avión y vuelvo a Gallegos. Habré estado en Malvinas
unos quince minutos."
Cuando llegó a Río Gallegos, Héctor Ricardo
García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel. Crónica tenía la
primicia. El título en letra catástrofe fue: "Malvinas: hoy fueron
ocupadas". Ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa. La
Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia. Su
competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico. Cuenta la
leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los
canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares que
ese antecedente después modificó el negocio y la relación entre los dueños
de los diarios y los repartidores.
Al volver a Buenos Aires, en
Aeroparque, los muchachos de Tacuara esperaban a Miguel. Lo subieron a un
jeep y lo llevaron a dar vueltas por la ciudad, como a un héroe. Ese
recibimiento y el festejo popular impidieron a la Fuerza Aérea suspender la
matrícula de piloto de Miguel: fue solamente apercibido.
Miguel busca
la tapa de Crónica, y no la encuentra. No es de extrañar en un hombre que
hizo lo que hizo y ni por un momento se lamentó de no tener una foto que
hubiese registrado la hazaña. Miguel es un piloto solitario que ya dos años
antes había hecho el primer vuelo sin escalas desde Nueva York a Buenos
Aires. Ayer, cumplió ochenta años, y parecía satisfecho de la vida que ha
vivido.
Fuente: Página/12, 09/09/06
Cortometraje sobre Dardo Cabo. Junto con
diecisiete jóvenes en 1966, llevaron a cabo el Operativo Cóndor: desviaron
un avión de línea y aterrizaron en las Islas Malvinas para desplegar siete
banderas argentinas. Realizado con ilustraciones y técnica de animación 2D.
Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.
Cristina
reivindicó el reclamo de soberanía sobre Malvinas en un homenaje al Gaucho
Rivero
24 de agosto 2012. La
Presidenta homenajeó a Antonio "El Gaucho" Rivero, quien enarbolara el
pabellón nacional el 26 de agosto de 1833 en Malvinas, a quien
"desaparecieron y luego difamaron" en la historia oficial.
Cristina Fernández de Kirchner reivindicó el reclamo de soberanía sobre
las Islas Malvinas, afirmó que "vamos bien diplomáticamente" y exhortó al
"mundo civilizado" a lograr una "hazaña" para "devolverle a los argentinos
lo que es de los argentinos".
Así lo afirmó en un acto en Casa de
Gobierno en el que rindió un homenaje a Antonio "El Gaucho" Rivero, un peón
de campo rioplatense que lideró en 1833 un alzamiento contra la ocupación
británica de las islas y que, tras arriar la bandera británica, enarboló una
improvisada enseña argentina.
"Quiero homenajear en el `Gaucho`
Rivero a todos los que vinieron después de él e hicieron su hazaña de
distintas maneras. Pero hoy la hazaña la tenemos que hacer los 40 millones
de argentinos y el mundo civilizado, para definitivamente devolverle a los
argentinos lo que es de los argentinos, nuestras Islas Malvinas", expresó la
mandataria.
En su discurso, la jefa de Estado recordó la figura de
Rivero, quien llegó a Malvinas con 20 años junto al gobernador Luis Vernet
para ejercer el oficio de peón y tras una difícil situación social y
económica, encabezó una rebelión el 26 de agosto de 1833, seis meses después
de que los ingleses ocuparan por la fuerza las Malvinas, hecho del que se
cumplen 179 años este domingo.
Cristina recordó asimismo en su
mensaje el operativo Cóndor, ocurrido en septiembre de 1966, cuando un grupo
de jóvenes estudiantes, obreros y sindicalistas, desvió un avión de
Aerolíneas Argentinas y aterrizó en Malvinas, donde hicieron flamear la
bandera argentina durante 36 horas.
"Que a ninguno se le ocurra hoy
desviar un avión. Hoy tenemos los foros internacionales y vamos bien
diplomáticamente", dijo la mandataria y recordó que le pidió a los atletas
argentinos que participaron de los Juegos Olímpicos en Londres que "tuvieran
una conducta ejemplar", ya que los británicos "están esperando que hagamos
cosas que no están bien para aferrarse al último tablón, como náufragos en
el mar".
Recortes
de prensa de la época recopilados por Gregorio Selser. Clic para
descargar.
La mandataria remarcó además que
todas esas "hazañas" fueron realizadas por jóvenes y puso de relieve que las
"grandes transformaciones de la historia fueron movilizadas por los
jóvenes", en tanto que elogió a la juventud militante de hoy que, dijo,
"pinta banderas, escuelas y trabaja en los barrios".
"La historia la
escriben hoy miles de jóvenes todos los días, pese a los 0800 que les
quieren poner", señaló la mandataria, al volver a cuestionar la línea que
habilitó el gobierno de Mauricio Macri para denunciar actividad política en
las escuelas porteñas.
Al recordar al "Gaucho" Rivero, Cristina dijo
que "lo anonimaron, lo desaparecieron de la historia y luego lo difamaron
diciendo que era un bandolero", y agregó que estas historias "tienen que
tener su lugar en la historia", al asegurar que su gestión va a ir
"mostrando y explicando para darle a cada uno el lugar que tuvo en la
historia".
"Nadie pretende negarle el lugar a nadie, pero que surjan
los que protagonizaron la verdadera historia por la emancipación y la
libertad. Todos fueron muy jóvenes y muy humildes", reseñó Cristina, al
evocar las figuras de Rivero, de aquellos que protagonizaron el Operativo
Cóndor y de los combatientes de la guerra que enfrentó a la Argentina con
Gran Bretaña en 1982.
En otro tramo de su mensaje, la Presidenta
destacó la figura de María Cristina Verrier, esposa de Dardo Cabo, la única
mujer del operativo Cóndor, a quien recibió días atrás en Olivos, y le
entregó "en custodia" las banderas que se enarbolaron en las islas, que en
total fueron siete.
A pedido de la mujer, una de las banderas -"la
más embarrada"- ya se colocó en el mausoleo que guarda los restos del ex
presidente Néstor Kirchner en Río Gallegos y otra se trasladará al santuario
de la Virgen de Itatí en la provincia de Corrientes.
Las restantes se
colocarán en el Museo de las Malvinas -que se inaugurará el año próximo en
el predio de la ex ESMA-, en el Museo del Bicentenario, en el patio Malvinas
Argentinas de la Casa de Gobierno, en el Congreso Nacional y en la Basílica
de Luján.
"Me siento muy orgullosa de haber sido merecedora de esta
custodia. No soy propietaria, son de todo el pueblo argentino. Ya no la
tendremos las mujeres sino otra mujer que se llama Patria, siempre
acompañada por la buena historia", concluyó Cristina su discurso.
24/08/12 Télam
Las
siete banderas argentinas del Operativo Cóndor
María Cristina Verrier, tercera al mando de la Operación Cóndor que
intentó la recuperación de las Islas Malvinas en 1966, señaló a la
Presidenta su esperanza de que todas las políticas y acciones llevadas a
cabo por el gobierno desde 2003 den sus frutos y que en el futuro los
jóvenes ingleses "van a querer venir al continente en crecimiento".
"Sólo tenía que esperar, la historia los traería a ustedes, Cristina y
Néstor", dijo Verrier en la carta que dirigió a la Presidenta y que fue
leída hoy durante un acto que la mandataria encabezó en Casa de Gobierno en
homenaje a Antonio "El Gaucho" Rivero, un peón de campo que lideró el 26 de
agosto de 1833 un alzamiento contra la ocupación británica de las islas.
Al entregarle a la Presidenta las siete banderas que durante 36 horas
flamearon en Malvinas en 1966, Verrier le dijo en la misiva que hasta ahora
era ella la que las custodiaba y que creía que había llegado el momento que
fuera Cristina quien siguiera su custodia como "símbolo que une la voluntad
de todo el pueblo".
Verrier expresó en este marco su deseo de que se
realice una "campaña con las banderas, con reclamo ante los organismos
internacionales", pero, sobre todo, "con fe, porque los jóvenes ingleses
pronto van a querer venir a este continente en crecimiento y luz, y no
escucharán los encorsetados mensajes de los viejos ingleses que no quieren
ver que la Gran Bretaña se viene abajo".
En el texto, Verrier dice
también que fueron la Presidenta y Néstor los que "dieron a conocer al
mundo" los derechos argentinos sobre las Malvinas, los que "hicieron conocer
a Ushuaia como un bellísimo lugar, con hoteles y turismo, y, por encima de
todo", su reclamo "en vivo", y no con "cartas oficiales que iban y venían".
Con la presencia
familiares de los integrantes de la Operación Cóndor, el 1 de
marzo de 2013 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner
inauguró en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional
una vitrina con una de las siete banderas argentinas que
flamearon en Malvinas en septiembre de 1966.
Verrier expresó su voluntad de
que sus banderas, que -dijo- "están vivas" recorran "de punta a punta la
Argentina, para mostrarlas al pueblo", pero también para que dos de ellas
queden depositadas, una en la Virgen de Itatí, a la que considera la
protectora del operativo Cóndor, y otra "en el mausoleo de Néstor Kirchner,
tu compañero".
Respecto a su voluntad de que una de las banderas esté
en el mausoleo de Néstor Kirchner, Verrier recordó que "no sólo se inmoló
por sus ideales, sino que puso a la mujer en igualdad con el hombre, hombro
a hombro, algo nada fácil en un país machista, acostumbrado a tomar para su
beneficio las capacidades de la mujer que tienen al lado".
"Este es
mi deseo, campaña con las banderas, reclamo ante los organismos
internacionales y fe, porque los jóvenes ingleses pronto van a querer venir
a este continente en crecimiento y luz, y no escucharán los encorsetados
mensajes de los viejos ingleses que no quieren ver que la Gran Bretaña se
viene abajo", advirtió en su texto.
Dijo también que "las monarquías
desaparecerán" y que "lo único azul será el color que se vende en la
pinturería" y lanzó desde la Argentina "un profundo grito de Viva la Patria,
al gaucho Rivero que en su tiempo defendió las islas a caballo y a degüello,
y murió a su ley en la Vuelta de Obligado".
En su post data, Verrier
le pidió a la Presidenta que "la releve" como custodia de estas banderas que
el 28 de septiembre de 1966 flamearan en las islas usurpadas.
Cristina detalló que, como
Verrier se lo pidió en una carta y personalmente durante una reunión que
mantuvieron en la residencia de Olivos, una de las banderas "ya está con
él", en el mausoleo que guarda los restos del ex presidente Néstor Kirchner
en Río Gallegos.
En tanto, la Presidenta señaló que otra de las banderas "irá a la Virgen
de Itatí, en Corrientes como me pidió María Cristina".
"El resto de
las banderas van a ir una al Museo de las Malvinas que vamos a inaugurar el
año que viene; otra al Museo del Bicentenario; otra para el Patio Malvinas
Argentinas que está aquí (en la Casa de Gobierno) y otra tiene que estar en
el Congreso Nacional", precisó.
Una de las siete
banderas fue llevada por la Presidenta a la Basílica de Itatí,
Corrientes, tal como fuera solicitado por María Cristina
Verrier.
Agregó que "la séptima, por
pedido mío, irá a la Catedral de Luján, consagrada a la Virgen de Luján que
es la patrona de todos los argentinos".
El miércoles 28 de
septiembre de 1966 un grupo de 18 jóvenes tomaron el control del vuelo 648
de Aerolíneas Argentinas, que había despegado del aeroparque Jorge Newberry
hacia Río Gallegos, en lo que fue el inicio del Operativo Cóndor.
Dardo Cabo, en ese momento de 25 años, quien diez años después, durante
la dictadura militar, fue asesinado, fue el jefe del comando.
Lo
secundaron Alejandro Giovenco, María Cristina Verrier, Ricardo Ahe, Norberto
Karasiewicz, Aldo Omar Ramírez, Juan Carlos Bovo, Pedro Tursi, Ramón
Sánchez, Juan Carlos Rodríguez, Luis Caprara, Edelmiro Jesús Ramón Navarro,
Fernando José Aguirre, Fernando Lisardo, Pedro Bernardini, Edgardo Salcedo,
Víctor Chazarreta y el director del diario Crónica, Héctor Ricardo García.
En Puerto Rivero -después sería Puerto Argentino- Dardo Cabo firma el
siguiente comunicado: "Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y
equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero, Islas Malvinas, autoridades
inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e Infantería tomados como
rehenes por nosotros hasta tanto gobernador ingles anule detención y
reconozca que estamos en territorio argentino".
Los jóvenes
descendieron del avión y desplegaron siete banderas argentinas: cinco en los
alambrados, una en el avión y otra en un mástil.
La nave fue rodeada
por varias camionetas y más de cien isleños, entre soldados y milicianos de
la Fuerza de Defensa.
El 30 de septiembre, tras permanecer en el
avión y luego de muchas negociaciones, los jóvenes abandonaron la nave
siempre y cuando fueran acogidos por las autoridades de la Iglesia Católica
de las islas, y así fue.
El viaje desde las Malvinas hasta Tierra
del Fuego se extendió desde las 19:30 del 1 de octubre hasta las 3 de la
mañana del 3 de octubre, cuando llegaron a Ushuaia. Luego vino un proceso
judicial por parte del gobierno de facto de Juan Carlos Ongania.
Quince de ellos fueron dejados en libertad luego de nueve meses de prisión,
en tanto Cabo, Giovenco y Rodríguez permanecieron tres años en prisión
debido a sus antecedentes políticos como militantes de la Juventud
Peronista.
Dardo Cado -
"Carta desde la cárcel" dirigida a los compañeros del gremio de
prensa. Noviembre de 1962. Clic para agrandar
El 28
de septiembre de 1966, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, un
comando de estudiantes, obreros y sindicalistas peronistas desvió un avión
hacia las islas Malvinas, donde hizo flamear banderas argentinas. La CGT los
calificó de héroes; el dictador, de facciosos. En la década siguiente, los
miembros del Operativo Cóndor tomaron caminos distintos: unos fueron
víctimas de la dictadura, otros como Alejandro Giovenco se integraron a la
ultraderecha. A 44 años de aquella reivindicación de la soberanía y a casi
tres años desde que la Legislatura bonaerense aprobó una ley para otorgarles
una pensión y acceso a una obra social, el gobernador Daniel Scioli firmó el
decreto que concretará el beneficio.
El núcleo duro pertenecía al
Movimiento Nueva Argentina, que se había desprendido de Tacuara en 1961. El
jefe era Dardo Cabo, hijo de un legendario dirigente gremial. Cabo militó
luego en Montoneros. Fue arrancado de la U9 de La Plata y ejecutado en 1977.
El segundo era Giovenco, que después se integró a la CNU, participó como
custodio de la UOM en la masacre de Ezeiza y murió desangrado por la
explosión de una bomba que llevaba en su portafolios. La tercera, única
mujer, fue Cristina Verrier, periodista y dramaturga que en la cárcel se
casó con Cabo.
Según una investigación de Roberto Bardini, el Cóndor
fue planificado durante tres años. A las seis del 28 de septiembre, Cabo y
Giovenco le ordenaron al comandante del vuelo con destino a Río Gallegos
desviar el Douglas DC-4 hacia Malvinas. Un radioaficionado registró el
aterrizaje a las 8.42. Habían pasado 133 años desde la última presencia
oficial argentina en las islas. El objetivo de tomar la residencia del
gobernador y difundir una proclama no fue posible. El avión se enterró en la
pista y fue rodeado por un centenar de isleños armados. El sacerdote Rodolfo
Roel intercedió y a pedido de Cabo dio misa en el avión. A la mañana se
formaron frente a un mástil con la bandera argentina, entonaron el Himno y
entregaron las armas al comandante, única autoridad que reconocieron. Un
buque los trajo de retorno. “Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía”,
repitieron ante el juez. Quince fueron liberados nueve meses después. Cabo,
Giovenco y Juan Carlos Rodríguez estuvieron tres años presos.
No sólo
Cabo y Giovenco tuvieron un final violento. Miguel Angel Castrofini fue
ultimado por un comando del ERP-22 de Agosto. Rodríguez y Jorge Money fueron
asesinados por la Triple A. Pedro Cursi y Edgardo Jesús Salcedo están
desaparecidos. Andrés Castillo estuvo secuestrado en la ESMA y desde que
volvió del exilio milita en el gremio bancario. La ley provincial 13.808 de
noviembre de 2006 los calificó como “ejemplo de entrega, compromiso y
patriotismo para las nuevas generaciones, siempre ansiosas y necesitadas de
encontrar referentes de desinteresado amor a la Patria”.
Página|12,
22/07/09
Operativo Cóndor 1966 -
TV Pública 26-03-12
A
45 años del Operativo Cóndor los sobrevivientes reeditan la hazaña
Fue el primer secuestro
aerocomercial en la Argentina
Eran 18 jóvenes militantes peronistas
que desviaron un avión en pleno vuelo y lo hicieron aterrizar en las
Malvinas. Allí lograron hacer flamear la bandera celeste y blanca durante
36 horas. Para Onganía fue un acto de piratería .
Por Fernando
Pittaro
Pocos lo saben, pero el primer secuestro aéreo del país tuvo
un fin noble y patriótico: reclamar la soberanía nacional sobre las Islas
Malvinas. Y por 36 horas lo lograron, al hacer flamear allí siete banderas
argentinas.
“Muchachos, aunque nos cueste la vida. Lo de menos es que
nos lleven presos a Inglaterra. Lo más glorioso, que caigamos en el
intento”, les dijo Dardo Cabo, jefe del autodenominado Operativo Cóndor, a
los 18 militantes peronistas que decidieron desviar en pleno vuelo el
Douglas DC4 de Aerolíneas Argentinas que se dirigía a Río Gallegos. Fue el
28 de septiembre de 1966 cuando hacía sólo tres meses el dictador Juan
Carlos Onganía había tomado el poder.
Hoy, cuatro sobrevivientes de
aquella gesta heroica se reunieron por primera vez para contarle a Tiempo
Argentino qué pasó hace 45 años y por qué su reclamo hoy tiene más vigencia
que nunca.
Norberto Karasiewicz y Juan Carlos Bovo coinciden en que
las negociaciones por la soberanía en las islas que inició el gobierno
nacional “son correctas, no hay otra forma que la paz y el derecho. La
guerra ya nos costó mucha sangre, la única salida es la diplomacia”,
aseguran. Ricardo Ahe, en tanto, agrega que eso solo no alcanza. “Hay que
sudamericanizar la Antártida para cerrar la penetración británica y comenzar
a pensar estratégicamente cómo poblamos la Patagonia. Porque hay que estar
atentos, a ellos le interesan los recursos naturales de toda la zona.”
Fernando Aguirre se reserva una crítica para los intelectuales argentinos
(Beatriz Sarlo, José Luis Sebrelli, Luis Alberto Romero, entre otros) que
hace pocos días escribieron una solicitada pidiendo tener en cuenta a los
kelpers para una futura negociación. “Es una vergüenza lo que plantean, no
dejan de ser alternativas pusilánimes”, dice.
Ellos,
que se reunieron ayer en la Plaza San Martín de Ituzaingó donde un cóndor
hecho monumento les rinde homenaje, fueron los primeros en reafirmar la
soberanía argentina sobre las Islas Malvinas después de 133 años, cuando
formaron parte de los 18 jóvenes que durante casi diez meses planearon en
absoluta reserva el operativo. Todos ellos estuvieron concentrados en un
retiro espiritual durante tres días en un camping de la UTA en Ituzaingó.
Totalmente aislados y sin comunicación con el exterior para que no se
filtrara ninguna información que pudiera hacer peligrar el operativo. La
fecha original de partida estaba prevista para octubre, pero la visita al
país del príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel de
Inglaterra, precipitó las cosas. El príncipe venía en representación de la
Federación Ecuestre Internacional y por esos días iba a estar jugando al
polo con el dictador Juan Carlos Onganía. El momento político, según
confiesan, era inmejorable.
Fernando Aguirre, que con 21
años militaba en el Comando Revolucionario de la Juventud Peronista de
Merlo, relata a Tiempo que “la idea original era comprar todos los boletos
del vuelo AR 648 para evitar problemas con los pasajeros. Pero el dinero
para el operativo, no alcanzó”. Aguirre fue uno de los que esa noche llevaba
en su bolso armas y explosivos, que fueron cuidadosamente guardados en las
bodegas que daban a los asientos delanteros. Ese trabajo de inteligencia
previo fue delegado casi en su totalidad a María Cristina Verrier, la pareja
de Dardo Cabo, una joven periodista de la revista Panorama que ya había
viajado varias veces a las Islas Malvinas y tenía estudiado todos los
detalles de la nave, desde los pasajeros habituales hasta la autonomía de
vuelo.
A las 0:30 el Douglas DC4
despegó con 48 pasajeros a bordo. Todo parecía normal hasta que apenas
pasadas las 6 de la mañana, el operativo comenzó a desplegarse en pleno
vuelo.
Dardo Cabo y Alejandro Giovenco
ingresaron a punta de pistola a la cabina y ordenaron al piloto Ernesto
Fernández García y al copiloto Silvio Sosa Laprida cambiar el rumbo.
–No se muevan ni toquen la radio. El avión está tomado –ordenaron–.
–Muchachos, no jodan. Vuelvan a sus asientos. –Obedezcan mis órdenes y
nadie saldrá herido. Somos el Comando Cóndor. Usted, coloque el rumbo
uno-cero-cinco. Nos dirigimos a Malvinas.
Ahí empezó la odisea. El
piloto, con el revólver apuntándole en la cabeza, cambió la dirección, ahora
hacia Puerto San Julián, y de a poco, el avión comenzó a girar a la
izquierda para abrirse del continente.
En tanto, Carlos Rodríguez y
Pedro Tursi, que ya habían encerrado en el baño al comisario de a bordo Raúl
Ferrari, fueron hasta el asiento del gobernador de facto de Tierra del
Fuego, el contraalmirante Guzmán, que casualmente formaba parte del pasaje y
le dijeron: “Contraalmirante, el avión ha sido tomado. Vamos a Puerto San
Julián rumbo a Malvinas.” El militar no le creyó y su edecán sacó un arma,
pero los cóndores se la arrebataron. Guzmán quedó mudo hasta pisar tierra.
Eso ocurrió finalmente a las 9:57, luego de sobrevolar tres veces la zona y
cambiar el lugar del descenso por las malas condiciones climáticas. Tuvieron
que hacerlo en una improvisada pista hípica, bastante lejos de la residencia
del gobernador, alterado el plan original.
Una vez en tierra firme, se
dispusieron en forma de abanico para izar las siete banderas que traían y
entonaron el himno nacional. El gobernador de facto de Tierra del Fuego se
negó a cantar y les dio la espalda. Mientras tanto, de pie y frente a la
atenta mirada de todos, Dardo Cabo proclamó: “Ponemos hoy nuestros pies en
las Islas Malvinas argentinas para reafirmar con nuestra presencia la
soberanía nacional y quedar como celosos custodios de la azul y blanca (...)
O concretamos nuestro futuro o moriremos con el pasado.” Luego, rebautizó al
lugar como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho Antonio Rivero que en 1833
se levantó contra los ingleses y gobernó las islas por unos meses.
Portada de La
Razón, 4 de octubre de 1966, clic para agrandar (gentileza
Mariano Maza)
En ese mismo acto se tomó como
rehenes a pobladores civiles de la isla y a jefes de las milicias locales
“hasta tanto el gobernador inglés reconozca que estamos en territorio
argentino”. Pero eso jamás ocurrió y tuvo que intervenir Rodolfo Roel, un
cura católico holandés, para calmar la situación. El párroco dio una misa en
el interior del avión y luego intercedió para que los pasajeros se alojaran
en viviendas cercanas a la pista, mientras los integrantes del operativo
esperaban afuera bajo una fuerte llovizna. Ya habían pasado 40 horas y el
hambre y el frío se hacían notar.
Al rato, se vieron rodeados por
unos 30 civiles y militares belgas e ingleses que exigían la rendición. No
hubo ningún disparo y 48 horas después la resistencia terminó. “No nos
entregamos ni nos rendimos, ‘depusimos’ la actitud -aclara Karasiewicz-. El
reclamo de soberanía se había hecho y no tuvimos el apoyo de las tropas
argentinas. Entonces, ante el comandante (Fernández García), la única
autoridad que reconocimos, depusimos las armas.”
Para Ricardo Ahe,
esa actitud fue clave. “Al tomarnos presos el comandante, significa que por
intermedio suyo el Estado nacional ejerció el poder de policía y ese es un
acto pleno de soberanía. Además, esto se complementó con el accionar del
Poder Judicial, que nos juzgó reconociendo su competencia y jurisdicción, lo
cual reafirma la pertenencia de las islas al territorio nacional de Tierra
del Fuego.”
Los 18 jóvenes peronistas, que permanecieron detenidos en
la iglesia del puerto durante una semana, embarcaron rumbo a Ushuaia, junto
al resto de los pasajeros, en el buque de bandera argentina Bahía Buen
Suceso.
Allí estuvieron detenidos en el penal de Ushuaia nueve meses
hasta que el 26 de junio de 1967, fueron condenados por privación ilegítima
de la libertad, portación de arma de guerra, asociación ilícita, piratería y
robo en descampado. Por no existir jurisprudencia nacional en la materia, no
pudieron ser condenados por el delito de secuestro aéreo. A Dardo Cabo,
Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez les dieron tres años de prisión;
para el resto, nueve meses.
La idea era reclamar la soberanía sobre
el territorio y esperar que un sector del Ejército argentino aprovechara esa
situación y desembarcara en las islas para recuperarlas. Pero eso nunca
sucedió, sino todo lo contrario ya que el gobierno de facto de Onganía
emitió un comunicado en el que expresó que “la recuperación de Malvinas debe
ser resuelta por la vía diplomática y no por un acto de piratería”. Para las
bases sindicales y estudiantiles, en cambio, fueron “héroes”.
Hoy,
los cuatro integrantes de aquella gesta histórica que volvió a instalar en
la agenda pública el olvidado reclamo sobre la soberanía de Malvinas le
piden a los jóvenes no olvidar a los caídos en combate y jamás renunciar a
lo que nos corresponde como argentinos. Quizás ellos no lo vean, pero están
convencidos de que algún día las islas volverán a ser argentinas. Por eso
volaron hacia allá hace 45 años. Y por esa misma causa lo volverían a hacer.
Dardo Manuel Cabo, 25 años,
periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco, 21, estudiante; Juan
Carlos Rodríguez, 31, empleado; Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar
Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo
Sánchez; María Cristina Verrier, 27, periodista y autora teatral; Edelmiro
Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés Ramón Castillo, 23, empleado; Juan
Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico; Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico;
Pedro Bernardini, 28, metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20, empleado;
Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis Francisco Caprara, 20, estudiante de
ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20 estudiante y empleado y Norberto Eduardo
Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico.
Fotografía: Dardo Cabo y María
Cristina Verrier
Antecedentes históricos
Las Islas Malvinas fueron descubiertas por navegantes españoles a
principios del Siglo XVI. Durante los dos siglos siguientes España ejerció
actos de dominio en el archipiélago y mares vecinos.
Entre esos actos
de dominio merece destacarse el nombramiento de gobernadores de las Islas
Malvinas. Desde 1766, año en que fue nombrado el primer gobernador, hasta
1810 se sucedieron en forma ininterrumpida 32 gobernadores que residían
permanentemente en Puerto Soledad y dependían directamente de las
autoridades residentes en Buenos Aires.
Secuestraron
un avión para pisar Malvinas
Al proclamar su independencia en
1816 y en virtud del principio de sucesión de estados, las Provincias Unidas
del Río de la Plata delimitaron sus territorios sobre la base de las antigua
división administrativa colonial y se declararon herederas únicas y
excluyentes de todos los títulos y derechos soberanos de España en los
territorios del ex-Virreinato del Río de la Plata. De esta manera, las
Provincias Unidas continuaron en el ejercicio de la titularidad de las Islas
Malvinas.
En noviembre de 1820, el Coronel
de Marina David Jewett tomó posesión públicamente de las Islas en nombre de
las Provincias Unidas, en presencia de ciudadanos de los Estados Unidos y de
súbditos británicos, no registrándose al momento protesta británica por
estos actos.
En 1825, con la firma del "Tratado de Amistad, Comercio
y Navegación" el Reino Unido reconoció la independencia de Argentina y no
efectuó reservas de soberanía con respecto a las Islas Malvinas.
Durante toda la década de 1820 y hasta 1833 la Argentina realizó actos
concretos y demostrativos de la ocupación efectiva de las Islas Malvinas. El
nombramiento de gobernadores y comandantes políticos y militares, el
otorgamiento de concesiones territoriales y la legislación para la
protección de los recursos naturales de esos territorios y sus aguas
circundantes, fueron indicadores de ello.
El 3 de enero de 1833, los
británicos tomaron por la fuerza Puerto Soledad y al año siguiente ocuparon
el resto del archipiélago.
La protesta argentina fue inmediata: el 16
de enero de 1833, el Ministro de Relaciones Exteriores pidió explicaciones
al encargado de negocios británico en Buenos Aires. La protesta fue
reiterada en Buenos Aires el 22 de enero y el 17 de junio del mismo año en
Londres por parte del Ministro Plenipotenciario de las Provincias Unidas
ante Gran Bretaña. Desde entonces y hasta el presente, Argentina ha venido
reivindicando de manera permanente su justo reclamo a nivel bilateral y en
los foros internacionales competentes, entre ellos las Naciones Unidas y la
Organización de los Estados Americanos.
En el marco del programa de
descolonización de las Naciones Unidas y luego de la adopción de la
Resolución 2065 (XX) del 16 de diciembre de 1965, que invitaba a la
Argentina y al Reino Unido a proceder a negociaciones a fin de encontrar una
solución pacífica al problema de las Islas Malvinas, se inició un proceso de
negociaciones bilaterales que duró hasta 1982. Durante ese período, ambos
países analizaron diferentes hipótesis de solución de la disputa, no
pudiendo arribar a un acuerdo.
En 1982 tuvo lugar el conflicto armado
entre la Argentina y el Reino Unido y la consecuente ruptura de relaciones
diplomáticas.
...esas olvidadas islitas del sur, en
una fría mañana del Onganiato,
se incendiaron al paso de aquellos nacionales. [Jorge Falcone,
Un dardo clavado en el sur]
Un día de primavera, 38 años atrás, dieciocho muchachos peronistas
desviaron un avión de pasajeros en pleno vuelo, aterrizaron en las Islas
Malvinas e hicieron flamear banderas argentinas en el lejano territorio
usurpado. Fue uno de los primeros secuestros aéreos del siglo XX. La
excluyente y selectiva historia oficial argentina -liberal antes, neoliberal
hoy, conservadora siempre- continúa ignorando esa pequeña gran gesta
patriótica.
El 28 de septiembre de 1966 cayó miércoles. En Buenos
Aires fue un día soleado. Hacía tres meses que el general Juan Carlos
Onganía, alias La Morsa, estaba el poder en nombre de una autodenominada
revolución argentina. Noventa días antes, un pelotón de la Guardia de
Infantería de la Policía Federal había desalojado de la Casa Rosada al
presidente Arturo Umberto Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo
(UCRP), quien había llegado al gobierno con poco más del 20 por ciento de
los votos y con el peronismo proscrito.
Illia era un apacible médico
originario de Cruz del Eje (Córdoba), con hábitos provincianos. Acostumbraba
a dormir la siesta después de comer y cruzaba a la Plaza de Mayo sin
custodia para darle de comer a las palomas o sentarse en un banco a leer el
diario. La gran prensa de la época -tan antipopular como la de ahora- lo
ridiculizaba constantemente. La revista Tía Vicenta, dirigida por el
dibujante Juan Carlos Colombres (Landrú) lo caricaturizaba como La tortuga.
Un príncipe en la corte del general de ganadería
Onganía, a quien sus compañeros
de promocióny apodaban El Caño -recto y duro por fuera, hueco por
dentro- no dormía siesta y detestaba a las palomas. Era un mediocre führer
autóctono que aspiraba a un( módico Reich de alrededor de 20 años, tiempo
suficiente para acabar con el incorregible peronismo. Con esa brillantez
teórica propia de algunos oficiales de caballería -a quienes, según el
periodista Rogelio García Lupo, se debería denominar generales de ganadería-
el militar había proclamado sin ruborizarse que la Revolución Argentina
tiene objetivos pero no tiene plazos. Dos periodistas habían aportado su
intelecto para desplazar a Illia e instaurar a Onganía: Jacobo Timmerman,
desde la revista Confirmado, y Mariano Grondona, en Primera Plana. El
primero hoy está considerado casi como un héroe del cuarto poder; el
segundo, es un lamentable neodemócrata que da lástima por televisión.
Como ocurre casi siempre que los
hombres de uniforme suplantan a los ciudadanos de civil, se anunció que un
Estatuto de la Revolución Argentina -aprobado por los tres comandantes en
jefe del ejército, la marina y la fuerza aérea- reemplazaría a la
Constitución Nacional. Para servir mejor a la patria, se prohibieron los
partidos políticos y la actividad sindical, se impuso una estricta censura
de prensa y se persiguió a estudiantes, intelectuales y artistas.
El
29 de julio de 1966, Onganía decretó la intervención de las universidades
nacionales. El jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca, ordenó a
la Guardia de Infantería expulsar violentamente de los recintos
universitarios a estudiantes y profesores. Sáquenlos a tiros si es
necesario, exhortó a sus huestes. La destrucción alcanzó a los laboratorios
y bibliotecas de las casas de estudio y la adquisición más reciente y
novedosa para la época: una computadora. Ese recio aporte castrense a la
cultura se conoce hasta hoy como La noche de los bastones largos. Muchos
profesores e investigadores partieron al exilio y fueron contratados por
universidades de América Latina, Estados Unidos, Canadá y Europa.
Esa mañana del 28 de septiembre de 1966 una de las mayores preocupaciones
del general Juan Carlos Onganía era la preparación del partido de polo que
jugaría con Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte inglés, quien se
hallaba de visita en Buenos Aires.
Los kelpers
Ese mismo
miércoles amaneció nublado en Puerto Stanley, capital de las Islas Malvinas.
El día anterior había llovido. En esa época habitaban las islas poco más de
mil personas, a los que ya se denominaba kelpers. Kelp es un alga marrón que
se reproduce las frías aguas del Atlántico sur. Kelper quiere decir
recolector de algas. La mayoría de ellos vivía en Puerto Stanley y un
centenar en Puerto Darwin. El resto estaba distribuido en el campo, en
grupos de 20 o 30 personas. Trabajaban en los settlements, establecimientos
rurales dedicados a la cría de ovejas. Un explorador inglés visitó las
Malvinas en 1914 y describió a Puerto Stanley como -una calle que costea la
bahía, con un matadero a un extremo y un cementerio al otro.
El
poblado conoció el pavimento recién en 1920. El archipiélago tiene una
superficie de alrededor de 12 mil kilómetros cuadrados, lo que equivale a la
mitad de la provincia de Tucumán. El conjunto de las islas es más grandes
que Hawai, Puerto Rico y Jamaica.
Ese día de septiembre, hace 38
años, había 554 mujeres y 520 hombres en el archipiélago. Asistían a la
escuela 321 alumnos (146 varones y 175 chicas) y desconocían el origen de
los actuales pobladores de la isla. Los malvinenses carecían de enseñanza
superior y dependían de becas para enviar a los muchachos a estudiar a Gran
Bretaña. Accedían a estas becas los ocho mejores promedios.
El grupo de los cóndores en Malvinas.
Fotografía Revista Extra, octubre 1966
Un 10 por ciento de las tierras
correspondía a la Corona Británica y un 20 por ciento a propietarios
independientes. El 70 por ciento restante pertenecía a la Falkland Islands
Company (FIC), la única empresa del archipiélago, que poseía 630 mil ovejas.
La compañía, además, era dueña del muelle, los almacenes y los depósitos.
Existía una sola máquina expendedora de golosinas en toda la isla, que por
seis chelines en la ranura surtía a los niños de caramelos y chocolates
ingleses. La máquina también era de la FIC.
La avenida costanera de
Puerto Stanley, llamada Road Ross, tenía aproximadamente 12 cuadras. Iba
desde el muelle -que era, por supuesto, de La Compañía- hasta el Battle
Memorial. Este monumento se levantó en homenaje a un combate naval durante
la Primera Guerra Mundial (1914-18) entre alemanes y británicos en las
inmediaciones de las islas.
Una pequeña emisora de radio, instalada
en 1942, transmitía entre cinco y siete horas diarias, y divulgaba programas
de la BBC de Londres. También existían muchos radioaficionados que se
comunicaban con los settlements, otras islas y el exterior. Cumplían una
labor importante durante las emergencias.
Tedio, alcohol y sexo
Entonces, como hoy, anochecía
temprano, y los malvinenses tenían dos opciones: ir a dormir a la casa o a
beber a los pubs. Había cinco cantinas: Rose, Globe, Pictroly, Ship y la de
los militares. En todas se escuchaba música y se organizaban torneos de
dardos. En alguna, se aceptaba la presencia femenina.
Los puritanos del lugar
aseguraban que esa apertura convertía a Puerto Stanley en la capital de la
infidelidad. No andaban muy errados. Los habitantes se entretenían
practicando equitación, tiro al blanco, pesca deportiva y rugby. Pero había
otra forma de esparcimiento que no figuraba en las estadísticas oficiales:
las relaciones extramatrimoniales. Las Malvinas poseían el más alto índice
de divorcios en el mundo.
Las islas también tenían el récord mundial
de consumo de alcohol per capita. En 1963 se habían vendido 80 mil litros de
whisky, gin y cerveza. El horario de los pubs se cumplía rigurosamente, al
estilo británico: de 8 a 12 y de 17 a 22. A las 10 de la noche, la radio
transmitía el Himno Real y cesaban las actividades. Los domingos, las
cantinas sólo abrían una hora, después del oficio religioso.
El Darwin era el único barco que una vez al mes vinculaba al
archipiélago con el continente, desde Montevideo. Tras cinco días de
navegación, el buque descargaba ropa, víveres, combustible, vehículos,
materiales de construcción, muebles y artefactos electrodomésticos. El local
comercial que ostentaba mayor surtido de mercaderías pertenecía, por
supuesto, a la Falkland Islands Company. El Darwin también traía
correspondencia, algunas revistas de Buenos Aires y el Times, de Londres.
Desde Argentina -el tercer importador de productos- llegaban alimentos,
especialmente manzanas. Hacia Gran Bretaña salía medio millón de kilos en
lanas y cueros.
Un jefe de policía, un inspector, un sargento y
cuatro aburridos agentes mantenían la ley y el orden. La delincuencia casi
no existía y los uniformados actuaban generalmente en riñas de ebrios. Ni
siquiera se generaban problemas de tránsito: había 77 camiones, 159
automóviles, 239 jeeps Land Rover y ocho motonetas, pero la mayoría de los
vehículos estaba en el campo.
No
había ministerio de Trabajo y existía un solo sindicato: el Falkland Islands
General Employee Union. Richard Goss era el secretario general. Goss también
ostentaba el grado de capitán de la Fuerza de Defensores Voluntarios, una
milicia de reservistas. Seis ex comandos ingleses que participaron de la
Segunda Guerra Mundial entrenaban una o dos veces por año a los voluntarios.
En el arsenal local, cada uno de los habitantes que integraba la milicia
poseía su fusil, la provisión de municiones y el equipo militar; algunos,
incluso, guardaban el arma en la propia casa.
Veinte soldados
constituían la fuerza militar del Reino Unido. Se cree que muchos de ellos
eran mercenarios belgas que combatieron el ex Congo en los primeros años de
la década del 60.
La primicia de un radioaficionado
En septiembre de 1966 residían sólo cuatro argentinos en las islas. Uno
de ellos, Cecil Bertrand, había llegado en 1928 a la búsqueda de aventuras.
Se dedicó a la pesca de ballenas y en 1963 le compró a un irlandés las islas
Carcass en 10 mil libras esterlinas. En ese momento poseía una estancia. -Si
alguna vez las Malvinas son argentinas, espero que no nos toque la misma
suerte que a los tucumanos ni que estas islas sean poblados por chilenos
como la Patagonia, declaró a enviados de la revista Panorama, de Buenos
Aires.
Sir Cosmo Dugal Patrick Thomas Haskard era el gobernador de
la isla, pero ese 28 de septiembre de 1966 no se encontraba en el
archipiélago. Lo suplantaba el vicegobernador Albert Clifton; apodado
Pinocho a causa de su prominente nariz, era uno de los personajes más
populares de la isla. Había estudiado administración de empresas en
Argentina. Como no consiguió trabajo en las islas, compró 30 vacas y se
convirtió en lechero. Envasaba la leche en botellas de whisky vacías;
gracias a los hábitos locales, no le costaba mucho trabajo conseguirlas.
Clifton fue uno de los primeros malvinenses que aquel nublado miércoles 28
de septiembre de 1966 divisó un avión de Aerolíneas Argentinas que daba
vueltas, sobrevolando el poblado. Pensó que la nave tenía un desperfecto
mecánico.
Puerto Stanley carecía de pista de aterrizaje. Aquel día,
el radioaficionado Anthony Hardy fue el primero en divulgar una noticia que
conmovió a millones de argentinos: a las 9:57 de la mañana, informó que un
avión Douglas DC-4 había descendido a las 8:42 en la embarrada pista de
carreras cuadreras, de 800 metros. Su emisión se captó en Trelew, Punta
Arenas y Río Gallegos. Y de esas ciudades se retransmitió a Buenos Aires.
Habían transcurrido 133 años desde la última presencia oficial argentina en
las Islas Malvinas.
Rumbo Uno-cero-cinco
En el Museo Marítimo de Ushuaia
(Tierra del Fuego) se exhiben nueve armas cortas y largas. Hay tres
revólveres: un Colt 45, un Tanque 38 y un Smith & Wesson 38. También se
muestran tres pistolas: una Destroyer 7.65 y dos Mauser con culatín de
madera desmontable. Completan la colección un rifle Winchester 44 y una
carabina Pietro Beretta calibre 9 mm. Esas piezas -y algunas otras que no
figuran en la exhibición- fueron parte del heterogéneo armamento utilizado
en las Malvinas hace 37 años por un grupo comando de 18 jóvenes argentinos,
entre los que había una mujer. Las armas permanecieron tres días en el
territorio usurpado por Gran Bretaña en 1833. Una pistola Lüger se quedó de
recuerdo en Puerto Stanley. Ninguna de ellas causó víctimas, porque no
fueron disparadas.
Alrededor de las seis de la mañana de aquel miércoles 28 de
septiembre, los muchachos tomaron el control del vuelo 648 que había
despegado del aeroparque Jorge Newberry hacia Río Gallegos. Fue el inicio de
una pequeña gran gesta patriótica, conocida como Operativo Cóndor.
-Rumbo uno cero cinco- ordenó Dardo Cabo, alias Lito, un joven alto y
delgado de 25 años, periodista y afiliado a la Unión Obrera Metalúrgica,
jefe del comando juvenil. Lo secundaba Alejandro Giovenco, de 21 años, de
baja estatura pero fornido, apodado El chicato a causa del grueso aumento de
sus lentes. El comandante Ernesto Fernández García obedeció la orden y
enfiló la nave, con 35 pasajeros a bordo, rumbo a las Malvinas.
Querido
Dardo Cabo: Te escribo porque los
compañeros han decidido acordarse en público de vos. Todos nos
hemos venido acordando de vos íntimamente desde hace años. Pero,
que te voy a explicar, no siempre se dan las condiciones
políticas como para acordarse en público de los buenos
compañeros que, como vos, tuvieron un amor tan grande por la
Patria y por el Pueblo que se ahogaron en un mar de altruismo.
Además, hace 30 años ya que tenemos que recordarte.
Los
que creen que la política es un camino para "llegar" (a los
puestos donde se obtienen privilegios personales) pensarán que
te ahogaste porque no supiste nadar en el océano de los "vivos".
Los que creemos que la política es un camino de la historia para
la realización de proyectos de transformación social, sabemos
que moriste para que la Patria viva.
Te diré que los
pibes jóvenes no saben qué es la política. Ellos se criaron en
una Argentina en la que el doble discurso se fue convirtiendo en
"lo normal". En la perversión del discurso, ser militante se
convirtió en sinónimo de "vivir del curro de la política". Hacer
una alianza ya no fue negociar un acuerdo programático o un plan
de acción; empezaron a llamarle alianza política al verticalismo
con el que reparte "los recursos".
Vos, Dardo, te
formaste en un hogar obrero peronista militante, con la guía de
un viejo sindicalista luchador. Te formaste en un peronismo en
el que ser nacionalista y reformador social eran sinónimos; en
un peronismo en el que hablar de un "proyecto" era hablar del
Segundo Plan Quinquenal y la América Latina del año 2000 cuando
faltaban 50 años.
No es extraño que hayas osado
desembarcar "de prepo" en las Islas Malvinas con un puñado de
militantes para reclamar la soberanía nacional ante el Imperio
Británico. Navegando con esos vientos, no es extraño que te
hayas convertido en militante montonero jugándote la vida hasta
morir como un patriota. ¡Pensar que vos te jugabas la vida
escribiendo los editoriales de El Descamisado y hoy más de uno
no se anima a opinar para no perder los favores del
verticalismo! Pero en aquel tiempo no te dejaban afuera de un
reparto sino que te mataban.
Tu vida es una historia de
política en serio. Viviste en serio, fuiste militante político
en serio, te encarcelaron en serio y te asesinaron en serio. Por
eso hoy te homenajeamos en serio.
Querido Dardo, seguro
que a veces sentís vergüenza ajena por las inconductas de
algunos ex montoneros. También por eso venimos a homenajearte
hoy, para desagraviar en tu persona a todos los compañeros que
murieron luchando de frente o asesinados por la espalda, como
vos, o desaparecidos. Tu muerte no fue una parodia irrespetuosa
de no sé qué manejos electoralistas. Tu muerte fue en serio.
Nunca hemos jugado con el dolor y menos con la muerte. Te
prometo que seguiremos honrando el sacrificio militante con la
dignidad que se merece.
Mario Eduardo Firmenich, 7
de enero de 2007
Fuente: www.uniondeargentinosencatalunya.com
La periodista y dramaturga María
Cristina Verrier, de 27 años, era la tercera al mando del grupo. Su padre,
César Verrier, había sido juez de la Suprema Corte de Justicia y funcionario
del gobierno de Arturo Frondizi (1958-1961). Un tío, Roberto Verrier, fue
ministro de Economía durante tres meses de 1957, en tiempos de la revolución
libertadora.
Los otros integrantes del Comando Cóndor eran Ricardo
Ahe, de 20 años de edad, empleado; Norberto Karasiewicz, 20 años,
metalúrgico; Andres Castillo, 23 años, bancario (*); Aldo Omar Ramírez, 18
años, estudiante; Juan Carlos Bovo, 21 años, metalúrgico; Pedro Tursi, 29
años, empleado; Ramón Sánchez, 20 años, obrero; Juan Carlos Rodríguez, 31
años, empleado; Luis Caprara, 20 años, estudiante; Edelmiro Jesús Ramón
Navarro, 27 años, empleado; Fernando José Aguirre, 20 años, empleado;
Fernando Lisardo, 20 años, empleado; Pedro Bernardini, 28 años, metalúrgico;
Edgardo Salcedo, 24 años, estudiante; y Víctor Chazarreta, 32 años,
metalúrgico. La edad promedio del grupo era de 22 años. Todos eran
peronistas.
-Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía.
Cuando el
DC-4 logró aterrizar, los muchachos descendieron y desplegaron siete
banderas argentinas. El Operativo Cóndor tenía previsto tomar la residencia
del gobernador británico y ocupar el arsenal de la isla, mientras se
divulgaba una proclama radial que debería ser escuchada en Argentina. El
objetivo no se pudo cumplir porque el avión, de 35 mil kilos, se enterró en
la pista de carreras y quedó muy alejado de la casa de sir Cosmo Haskard. La
nave, además, fue rodeada por varias camionetas y más de cien isleños, entre
soldados, milicianos de la Fuerza de Defensa y nativos armados.
Bajo
la persistente lluvia y encandilados por potentes reflectores, los comandos
bautizaron el lugar como Aeropuerto Antonio Rivero. El sacerdote católico de
la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los restantes pasajeros -entre
los que se encontraba Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y
de la revista Así- se alojaran en casas de kelpers, mientras los cóndores
permanecían en el avión. Al anochecer, Dardo Cabo le solicitó al padre Roel
que celebrara una misa en la nave y después los 18 jóvenes cantaron el Himno
Nacional. Al día siguiente, luego de formarse frente a un mástil con una
bandera argentina y entonar nuevamente el himno, el grupo entregó las armas
al comandante aviador Fernández García, única autoridad que reconocieron.
Los muchachos fueron detenidos bajo una fuerte custodia inglesa durante 48
horas en la parroquia católica.
El sábado a mediodía, el buque
argentino Bahía Buen Suceso embarcó a los 18 comandos, la tripulación del
avión y los pasajeros rumbo al sur argentino, adonde llegaron el lunes de
madrugada. Los jóvenes peronistas fueron detenidos en las jefaturas de la
Policía Federal de Ushuaia y Río Grande, en el territorio nacional de Tierra
del Fuego. Interrogados por un juez, se limitaron a responder: -Fui a
Malvinas a reafirmar nuestra soberanía. Quince de ellos fueron dejados en
libertad luego de nueve meses de prisión. Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y
Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus
antecedentes político-policiales como militantes de la Juventud Peronista.
La casi aristocrática María Cristina Verrier, hija de un juez, y el
medio plebeyo Dardo Cabo, hijo de un legendario dirigente gremial, se
casaron en la cárcel. El resultado de esa unión en cautiverio fue una niña
llamada María.
El 22 de noviembre de 1966, los integrantes del comando fueron
enjuiciados en Bahía Blanca. Como el secuestro de aviones aún no estaba
penalizado en Argentina, los cargos de la fiscalía fueron privación de la
libertad, tenencia de armas de guerra, delitos que comprometen la paz y la
dignidad de la Nación, asociación ilícita, intimidación pública, robo
calificado en despoblado y piratería. Así trató la dictadura militar del
general Onganía al grupo de jóvenes patriotas, a quienes definió como
facciosos. Y casi cuatro décadas después, ningún libro de historia o manual
escolar recuerda la gesta.
La encrucijada de los años de plomo
La vorágine de los años 70, efímera y feroz, provocó que los
miembros del grupo comando tomaran diversos rumbos políticos. Cuatro después
del Operativo Cóndor, unos lucharon por la patria socialista y otros por la
patria peronista.
El 20 de junio de 1973, cuando el general Juan
Domingo Perón regresó definitivamente a Argentina y lo que debió ser una
histórica fiesta popular se transformó en una orgía de pólvora y sangre, una
parte de ellos estuvo arriba del palco de Ezeiza y el resto permaneció
abajo, cuerpo a tierra.
Aquellos jóvenes idealistas que en la
primavera de 1966 se convirtieron en hombres de acción y se jugaron la vida
en las Islas Malvinas unidos por el amor a esa porción de patria
desmembrada, fueron desunidos por recíprocas acusaciones de infiltrados.
Unos terminaron como guardaespaldas en sindicatos del peronismo ortodoxo;
otros, ingresaron a organizaciones guerrilleras. En cierta ocasión el
escritor Osvaldo Soriano resumió este desencuentro con pocas palabras :
¡Viva Perón!, gritaba el que disparaba su arma de fuego. ¡Viva Perón!,
exclamaba el que moría.
Hoy sobreviven 11 cóndores. De los siete que
ya no están, sólo dos fallecieron de muerte natural o enfermedad. Los cinco
restantes, de un lado y de otro, murieron en forma violenta. Hoy, a la
distancia, quizá sea cierto lo que escribió el brasileño Jorge Amado en Los
viejos marineros: -Cuando un hombre muere, se reintegra a su respetabilidad
más auténtica, aunque se haya pasado la vida haciendo locuras: la muerte
apaga, con mano de ausencia, las manchas del pasado, y la memoria del muerto
fulge como un diamante.
Misiones silenciosas
El 18 de febrero de1974 Alejandro Giovenco, dirigente del
grupo de derecha peronista CNU (Concentración Nacionalista
Universitaria), quien participara de la Operación Cóndor en
Malvinas, muere al estallarle una bomba que llevaba y que muy
probablemente estaba destinada, como era costumbre, a un local
de la izquierda peronista. Giovenco, de 28 años, también había
participado activamente en la
masacre de Ezeiza, el 20 de junio de
1973. Nota en El Descamisado Nº 41 del 26 de febrero de 1974,
cuyo director era Dardo Cabo. Clic en la imagen para descargar
la revista completa en pdf.
A fines de 1996, un periodista
amigo me propuso que escribiéramos un libro sobre el Operativo Cóndor, y en
eso estamos. En mi caso, deseo que los nombres de aquellos 18 muchachos
figuren con letras destacadas en la historia argentina del siglo XX, sin
importar los senderos por los que se bifurcaron sus vidas. Entre febrero de
1997 y marzo de 2000 entrevistamos a los sobrevivientes, a familiares y
amigos de los muertos, a militantes de la época, a periodistas. El resultado
se titulará Vuelo de cóndores. Y llevará un subtítulo: El día que los
muchachos peronistas hicieron flamear banderas argentinas en las Islas
Malvinas. En esos tres años de investigación nos enteramos que hubo otros
jóvenes nacionalistas tras bambalinas que suministraron apoyo desde Buenos
Aires al operativo en Puerto Stanley. En este momento quiero mencionar sólo
a tres: Américo Rial, Emilio Abras y Rodolfo Pfaffendorf.
Los
periodistas Rial y Abras, militantes del Movimiento Nueva Argentina (MNA),
trabajaban en Crónica. Junto con Dardo Cabo, entonces también miembro del
MNA, convencieron antes del Operativo Cóndor a Héctor Ricardo García,
director del diario, de viajar en el DC-4 de Aerolíneas Argentinas. Después,
aprovecharon su ausencia para convertir al periódico en el principal medio
propagandístico de la hazaña.
En la quinta edición de la tarde de
aquel 28 de septiembre Crónica tituló a ocho columnas: Secuestran un avión
en vuelo y ocupan las islas Malvinas.Y abajo se lee: -Reeditando la hazaña
del gaucho Rivero (...) un puñado de jóvenes argentinos, tras una audaz
operación de comando (la denominaron Cóndor) cumplida a bordo de un DC-4 de
Aerolíneas Argentinas en viaje a Río Gallegos, hicieron desviar la máquina
hacia Puerto Stanley (desde ahora Puerto Rivero), ocuparon la isla,
emitieron un comunicado y dieron a conocer una proclama. La noticia causó
sensación en todo el ámbito nacional y a nivel mundial.
Los
compañeros de los cóndores en Buenos Aires querían publicar también en La
Razón, un importante diario de la tarde. En la noche del 27 de septiembre,
Rial hizo una gestión para que Félix Laíño, el famoso editor del vespertino,
recibiera a Pfaffendorf, otro militante del MNA. Pfaffendorf le llevó una
carpeta con comunicados, fotos de los 18 integrantes del comando y sus datos
biográficos. Laíño dudó en publicar algo sobre un hecho que aún no había
sucedido.
-Dijo que no podía jugar el diario en algo que no estaba
seguro, me relató Pfaffendorf una tarde en 1997. -¡Y yo le di mi cédula de
identidad como garantía! Me creyó. Nuestros comunicados salieron en la tapa
de la quinta edición de La Razón. Para no comprometerme, Laíño me describe
como un joven de 27 años, padre de dos hijos.
-Si en medio del
combate cayeras, compañero
Acto de la derecha
peronista, con la presencia de José Rucci
El 28 de septiembre de 1966 me
faltaban un mes y 10 días para cumplir 18 años. Al atardecer de aquella
jornada, enterado de las noticias, salí espontáneamente a la calle. En el
centro de la ciudad me uní a otros jóvenes que no conocía. Llegamos a la
Plaza San Martín, donde está la sede de la cancillería argentina, gritando
consignas nacionalistas. A la noche, cinco o seis muchachos terminamos
presos en una comisaría del elegante Barrio Norte. Todos éramos menores y
los policías nos trataron bien. O mejor dicho: no nos trataron mal. Tomaron
nuestros datos y nos permitieron salir. Creo que hasta los canas estaban un
poco eufóricos aquella noche. Mientras caminaba hacia mi casa, yo no podía
imaginar que más de 30 años más tarde me convertiría en amigo de Américo
Rial y Rudy Pfaffendorf.
Fueron ellos quienes me contaron que
aquella misma noche tres militantes del Movimiento Nueva Argentina se
subieron a un destartalado Citröen y decidieron pasar frente al consulado
inglés. Los hoy muertos Jorge Money y Miguel Angel Castrofini, junto con un
tercero que aún vive y que estuvo fugazmente vinculado a la guerrilla de los
Uturuncos, llevaban una ametralladora PAM que había pertenecido a la
Resistencia Peronista. Al pasar frente a la delegación diplomática, vieron
luz en una ventana y dispararon una ráfaga. Al día siguiente leyeron en los
diarios que cinco balas se habían incrustado en la pared de un salón. Y que
diez minutos antes el príncipe Felipe de Edimburgo había estado parado
exactamente ahí. Seguramente charlaba sobre su partido de polo con Juan
Carlos Onganía.
Años después, se cumpliría -una vez más- el doloroso
paradigma que enfrentó a ex camaradas de una misma generación, separados por
ideología, unidos por vocación de patria y pueblo. El 8 de marzo de 1974,
Titi Castrofini fue ultimado a tiros en la puerta de su casa por un comando
del Ejército Revolucionario del Pueblo 22 de Agosto (ERP-22). El 18 de mayo
de 1975, el periodista y poeta Jorge Money fue asesinado por la Alianza
Anticomunista Argentina (Triple A). Money trabajaba en el diario La Opinión,
de Jacobo Timmerman, y era simpatizante del ERP-22.
En los años 70, el ERP imprimió algunos pequeños afiches con el
siguiente poema:
Al pie de nuestros muertos una flor crece. Nuestra mano la
recoge,
nuestro fusil la protege.
Una década antes, el MNA había hecho
suyas estas otras estrofas:
Si en medio del combate cayeras, camarada, con el azul y
blanco
tu cuerpo cubriré, y besada por luna de montes y de pampas,
en la tierra que descansas
florecerá el laurel.
Hace 40 años,
un grupo de jovenes peronistas realizoel Operativo Cóndor. El 28 de
septiembre de 1966, dieciocho jóvenes estudiantes y obreros asestaron un
golpe a la flamante dictadura de Juan Carlos Onganía: secuestraron un avión
de línea, lo aterrizaron en las Islas Malvinas y allí izaron siete banderas
argentinas que flamearon durante 36 horas. Reclamaron la soberanía sobre ese
territorio y aguardaron que un sector del Ejército aprovechara esa irrupción
y desembarcara en las islas para recuperarlas. Dos de los once militantes
que sobrevivieron a ese hecho –y a lo que vino después– relataron a
Página/12 aquel hecho con el objetivo de “ponerlo en la memoria popular, el
lugar donde siempre debió estar”.
“Lo nuestro fue más lírico que lo
de los pibes de 1982; fuimos por convicción nacional”, compara Pedro “Tito”
Bernardini, uno de los diecisiete militantes que volaron bajo el mando del
dirigente Dardo Cabo. “No se trató de un hecho delictivo, porque no delinque
quien exige lo que es suyo”, aclara Norberto Karasiewicz, otro de los
sobrevivientes.
El Operativo Cóndor, primer secuestro aéreo del país,
se gestó tres años antes de su concreción. “Hubo que trabajar bastante para
obtener medios y hacer operativos económicos. ¿Se entiende a qué me
refiero?”, confía Bernardini con un gesto de complicidad.
Veinte
fueron los elegidos para el operativo, entre militantes nacionalistas y de
la JP, algunos de los cuales se sumaron mas tarde a la combativa JP de los
‘70, en tanto que otros, como Alejandro Giovenco, militaron en la
ultraderecha . La logística se basó en tareas de inteligencia que
CristinaVerrier, tercero al mando del operativo, había hecho durante unos
viajes a Malvinas como turista. La instrucción militar había sido adquirida
junto a quienes luchaban por el retorno de Juan Domingo Perón.
Antes
de partir, el grupo estuvo “encerrado” tres días en un camping de la UTA, en
Ituzaingó: “Dos días fueron de retiro espiritual, porque sabíamos que era
una misión de la que por ahí no volvíamos; de hecho, dos compañeros
desertaron”, admite el “Flaco” Karasiewicz.
Todo bajo control
La elección del día se basó en dos hechos. Estaba en el país el esposo de la
reina de Inglaterra, Felipe de Edimburgo, en carácter de presidente de la
Federación Ecuestre Internacional. Y el contralmirante José María Guzmán
debía volar al territorio del que era gobernador, Tierra del Fuego e Islas
del Atlántico Sur.
“Teníamos todo listo, los fierros cortos encima y
la ferretería (las armas largas) en las bodegas”, resume Bernardini. Cada
uno de los dieciocho comandos tenía una misión. Ningún imprevisto podría
sorprenderlos. Pero al Flaco se le escapó uno: el día del viaje, su esposa
dio a luz su primera hija. “Me enteré y tuve la necesidad de verlas. Cuando
me despedí les dije: ‘Mañana vengo a la hora de la visita’. Y salí”,
rememora. Al otro día, no apareció. Sí lo hicieron periodistas ávidos de
conocer a Malvina, la hija del hombre que por esas horas tomaba las islas.
El Operativo
Cóndor. Entrevista a Norberto Karasiewic, miembro del comando
Cóndor
“Muchachos, aunque nos cueste la
vida. Lo de menos es que nos lleven presos a Inglaterra. Lo más glorioso,
que caigamos en el intento”, dijo Dardo Cabo antes de salir.
Partieron a la 0.30 del día 28 en un Douglas DC4 del vuelo 648 Buenos
Aires-Río Gallegos de Aerolíneas Argentinas. Iban 48 pasajeros. Durante el
vuelo, Dardo Cabo y Alejandro Giovenco, el segundo al mando, entraron
armados a la cabina y ordenaron el cambio de rumbo al comandante Ernesto
Fernández García. El piloto excusó falta de autonomía de vuelo. “Pero
nosotros sabíamos que había combustible suficiente. Se le ordenó que tomara
el rumbo 105 en Puerto San Julián y girara a la izquierda para abrirse del
continente. Y lo hizo”, cuenta Karasiewicz, a quien también llamaban
“Curumanqué”.
Carlos Rodríguez y Pedro “La Yegua” Cursi se acercaron
al gobernador Guzmán y le anunciaron: “Contralmirante, el avión ha sido
tomado. Vamos a Puerto San Julián rumbo a Malvinas”. El militar no lo creyó,
tensó una discusión y su edecán se levantó e “intentó sacar una (pistola)
357, de la que después nos apoderamos –sonríe el Flaco–. Uno de los
compañeros le dio un golpe. Guzmán quedó quietito”.
A las 8.42,
aterrizaron en Puerto Stanley, detrás de la casa del gobernador inglés sir
Cosmo Dugal Patrick Thomas Haskard (ausente ese día), sobre una pista para
carreras hípicas. Abrieron las puertas, se tiraron con sogas, desplegaron
delante del avión en forma de abanico e izaron siete banderas argentinas.
El suceso convocó a kelpers y jefes de la milicia de la isla,
inmediatamente tomados como rehenes “hasta tanto el gobernador inglés
reconozca que estamos en territorio argentino”, advirtió Dardo Cabo desde la
radio del avión. Bajo esa presión, se aprestaron a cantar el Himno Nacional.
“Quisimos entregarle la autoridad a Guzmán, pero nos dio la espalda y se
negó a cantar”, reniega Karasiewicz.
De pie y frente a la mirada de
todos, Cabo proclamó: “Ponemos hoy nuestros pies en las Islas Malvinas
argentinas para reafirmar con nuestra presencia la soberanía nacional y
quedar como celosos custodios de la azul y blanca (...) O concretamos
nuestro futuro o moriremos con el pasado”. Luego rebautizó al lugar como
Puerto Rivero, en homenaje al gaucho Antonio Rivero que en 1833 se alzó
contra los ingleses y gobernó las islas por unos meses.
Para Tito
Bernardini, “izar la bandera y cantar la Marcha de San Lorenzo, Aurora y el
Himno fueron cosas muy emotivas”.
Una hora después del aterrizaje,
Cabo avisó al continente: “Operación Cóndor, cumplida”. Los medios de
comunicación británicos y argentinos se hicieron eco del hecho, hasta el
avión de un periódico intentó llegar a las islas, pero la Fuerza Aérea lo
obligó a volver al continente. Cientos de militantes se movilizaron en
varias ciudades y el flamante dictador, sobresaltado, se preocupó en calmar
las intranquilas aguas diplomáticas, por entonces a cargo de su canciller,
Nicanor Costa Méndez, el mismo de la aventura de Malvinas de 1982.
El objetivo trunco
El reclamo de soberanía se había cumplido. De
antemano, los integrantes del grupo sabían que en algún momento debían
deponer las armas y luego morir o ser juzgados. Pero la esperanza era otra,
un segundo objetivo aún más lírico: que militares nacionalistas
desembarcaran en la isla y la tomaran.
“Ese objetivo logístico no se
cumplió porque el capitán de la nave Bahía Buen Suceso, que debía entrar a
buscarnos en Puerto Rivero, tuvo miedo y llegó hasta la milla de distancia
que permiten las normas internacionales; fue una falla de Onganía”,
interpreta Pedro. Es que cuando se conoció el operativo, el dictador
advirtió a sus camaradas que se juzgaría a quien se vinculara con el
operativo.
Por una mediación del cura de la isla, el holandés Rodolfo Roel, los
pasajeros fueron alojados en viviendas civiles mientras los militantes
resistían bajo una fuerte lluvia. Unos 30 mercenarios belgas e ingleses,
policías y civiles armados rodeaban la nave y exigían la rendición. No hubo
ningún disparo y, 48 horas después, la resistencia terminó. “No nos
entregamos ni nos rendimos, ‘depusimos’ la actitud –enfatiza Karasiewicz—-.
El reclamo de soberanía se había hecho y no tuvimos el apoyo de las tropas
argentinas. Entonces, ante el comandante (Fernández García), la única
autoridad que reconocimos, depusimos las armas.”
El grupo firmó un acuerdo en el que también intervino el cura Roel, que
antes había celebrado una misa en el avión para los miembros del comando.
Después fueron hospedados en la iglesia del puerto durante una semana hasta
que fueron trasladados al buque Bahía Buen Suceso, el ansiado buque, en una
lancha carbonera.
Una vez resuelta la tensión, el gobierno de Onganía
emitió un comunicado en el que expresó que “la recuperación de Malvinas debe
ser resuelta por la vía diplomática y no por un acto de piratería”.
Los dieciocho jóvenes de entre 18 y 32 años, a quienes la CGT calificó de
“héroes”, fueron llevados al penal de Ushuaia y luego juzgados en Tierra del
Fuego. Como ése había sido el primer secuestro aéreo y en el país no había
jurisprudencia al respecto, las figuras con que se los condenó fueron
privación ilegítima de la libertad, portación de arma de guerra, asociación
ilícita, piratería y robo en descampado. Tres años de prisión fue la condena
para abo, Giovenco y Rodríguez; para el resto, nueve meses.
Lo último
que supieron del Douglas DC4 es que fue llevado al Paraguay durante la
última dictadura militar. De la isla no se trajeron nada, “no vaya a ser
cosa que nos acusen de ladrones”, argumenta Pedro.
“En estos años de
vida que nos quedan nuestra misión es rescatar la memoria”, de los que
cayeron y los que siguen. “Muchos estamos desocupados, con hijos y nietos, y
quedamos fuera del sistema –lamenta Pedro–. A veces nos llaman para
condecorarnos y sacar réditos políticos. Lo único que pedimos es una
reparación histórica.” Lo mismo pide el Flaco Karasiewicz, que además
confiesa que a veces, en su modesta casa de Villa Martelli, se mira al
espejo y se dice: “Pensar que soy un héroe, y soy de carne y hueso”.
Las historias que siguieron
El jefe del Operativo Cóndor fue Dardo Cabo, por entonces de 25 años,
una de las figuras más renombradas de la resistencia peronista, fusilado en
1977. Tambien fueron desaparecidos durante la ultima dictadura, igual que
Pedro Cursi y Edgardo Jesús Salcedo. Juan Carlos Rodríguez fue asesinado por
la Triple A. Aldo Omar Ramírez y Ramón Adolfo Sánchez fallecieron por causas
naturales, una vez recuperada la democracia.
Once son los
sobrevivientes: la compañera de Cabo, María Cristina Verrier, que hoy tiene
67 años; Fernando José Aguirre (60), Edelmiro Ramón Navarro (67), Andrés
Ramón Castillo (63), Juan Carlos Bovo (61), Víctor Chazarreta (72), Luis
Francisco Caprara (60), Ricardo Alfredo Ahe (60) años, Fernando Lizardo
(60), Norberto Eduardo Karasiewicz (61) y Pedro Bernardini (69).
Hace pocas semanas publiqué en RODELU un artículo de casi 4 mil palabras
titulado "El vuelo de los cóndores". Fue un homenaje a aquellos 18 jóvenes
–una mujer y 17 varones– que el 28 de septiembre de 1966, durante la
dictadura del general Juan Carlos Onganía, desviaron un avión en pleno
vuelo, aterrizaron en las Islas Malvinas y durante 36 horas hicieron ondear
al viento banderas argentinas.
Bueno, el asunto es que después de
corregir ese artículo me "comí" un párrafo de cinco líneas. Y en ese párrafo
figuraba el nombre de uno de los muchachos, que no apareció mencionado. No
fue un olvido, sino un involuntario error técnico: en el apuro, uno aprieta
la tecla DELETE cuando debe apretar SAVE, o algo así. Una de esas fallas más
o menos habituales en esta era tecnológica que si llegan a ocurrir durante
un concierto de rock o la transmisión de un partido de fútbol a uno lo
linchan.
Por suerte, en este caso uno puede enmendar el error con una
aclaración, una posdata o una fe de erratas. Yo lo haré con un
artículo-presentación. Permítanme, entonces, que les hable del joven que
desapareció de mi trabajo: se llama Andrés Castillo y en la época del
Operativo Cóndor tenía 23 años. Fue el último en unirse al grupo comando y
el primero en descender en suelo malvinense.
Como muchos adolescentes argentinos de la década del 60, Castillo
–nacido el 2 de noviembre de 1942– había pasado por el movimiento Tacuara:
"En el barrio no me acuerdo quién de nosotros se conecta con grupos
nacionalistas y tenemos contacto con Tacuara", relató en Historia de la
Juventud Peronista 1955-1988 (Oscar Anzorena, Ediciones del Cordón, Buenos
Aires, 1989). "Casi todos los chicos del barrio entran a Tacuara (...), que
levantaba la violencia como elemento de militancia y para nosotros era una
cosa buenísima, algo en lo que creíamos. A partir de esto cae entre nosotros
una serie de bibliografía, incluso fascista; leemos a José Antonio Primo de
Rivera y tenemos una corrida hacia la derecha sin saber qué era la derecha,
ni qué era el peronismo, ni la izquierda, ni qué era nada. (...) Nos
integramos por el tema del nacionalismo, de la violencia, de la verdad de
los puños y las pistolas por encima de lo racional, que prendía en
nosotros".
En 1961 se produjo un desprendimiento en Tacuara,
encabezado por dos militantes de sus Brigadas Sindicales: Dardo Cabo y
Edmundo Calabró fundaron el Movimiento Nueva Argentina (MNA), que se definía
como peronista. El lanzamiento oficial del nuevo grupo fue el 9 de junio de
aquel año, en conmemoración del levantamiento dirigido en 1956 por el
general Juan José Valle contra la "revolución libertadora".
El MNA
nació en el Café "Matheu", en el popular barrio de Once, con siete miembros
iniciales. Además de Cabo y Calabró, los primeros en llenar las fichas de
afiliación fueron Andrés Castillo, Américo Rial, Rodolfo Pfaffendorf, López
Vargas y Antonio Arroyo. El MNA se transformó en uno de los grupos más
numerosos y activos de la Juventud Peronista.
Al atardecer del 27 de
septiembre de 1966, Castillo salió de su trabajo en la Caja de Ahorro y se
encontró para tomar un café con Pfaffendorf cerca del Luna Park. Allí se
enteró que el Operativo Cóndor estaba en marcha. "Yo quiero participar",
dijo y se fue hasta el aeroparque en taxi. Como era primavera, vestía un
delgado traje Príncipe de Gales y mocasines. Tras una breve conversación con
Dardo Cabo, jefe del comando, logró subir al avión Douglas DC-4 y fue el
primero en bajar de la aeronave en Puerto Stanley, capital de las Malvinas.
Luego del operativo, los integrantes del grupo permanecieron presos nueve
meses en el sur argentino. Castillo se casó en la cárcel.
A
comienzos de la década del 70, el ex militante del MNA fue uno de los
fundadores de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), vinculada a
Montoneros. Fue dirigente bancario y luego del golpe militar del 24 de marzo
de 1976 permaneció desaparecido en la Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA).
A las cuatro de la tarde del 19 de mayo de 1977, Castillo
fue secuestrado por un grupo de hombres vestidos de civil e introducido a
golpes en una ambulancia. En el vehículo le colocaron una capucha en la
cabeza y le ataron los brazos y las piernas con grilletes de acero. Lo
llevaron a la ESMA, donde fue torturado durante cinco días, en sesiones que
duraban entre diez y doce horas. Uno de sus interrogadores fue el capitán de
corbeta Jorge Eduardo Acosta, alias El tigre. Posteriormente vivió exiliado
en Venezuela y España.
Hoy, con 60 años de edad, Andrés Castillo
continúa haciendo política con la misma pasión que en su juventud. En el
peronismo, muchos lo consideran un "histórico". Como ven, no es justo que un
personaje de este calibre desaparezca dos veces: una, en la ESMA; otra, en
un artículo de homenaje. Honor a quien honor merece.
Un tresarroyense dirigió, el 28 de setiembre de 1966, el primer
secuestro aéreo de la historia nacional. Dardo Cabo, al frente de un grupo
de 17 hombres, tomó un avión de Aerolíneas Argentina y lo desvió de su ruta
regular entre Buenos Aires y Río Gallegos, rumbo a las Islas Malvinas. En el
archipiélago, en poder de Inglaterra, plantaron banderas argentinas y
reclamaron simbólicamente la soberanía. A 37 años de aquel episodio,
conocido como Operativo Cóndor, "El Periodista" reconstruye los pasos del
vecino que, diez años más tarde, fue asesinado por la dictadura militar
Por Lucas Martínez y Marcelo Rivas
La noticia conmocionó a la opinión publica e incomodó al gobierno de
facto presidido por Juan Carlos Onganía, quien había derrocado al Presidente
Arturo Illia. El miércoles 28 de septiembre de 1966 dieciocho jóvenes
obreros y estudiantes, pasajeros del vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas que
unía Buenos Aires-Río Gallegos, desviaron la aeronave hacia las Islas
Malvinas con el fin de recuperar simbólicamente la soberanía y generar
contradicciones en el flamante gobierno. Se consumaba así el "Operativo
Cóndor". Ni bien se conoció el episodio, los diarios nacionales
informaron que entre los tripulantes se encontraba "el dirigente de la
Juventud Peronista, Eduardo Cabo". No era Eduardo, sino el tresarroyense
Dardo Manuel Cabo, quien efectivamente comandaba el operativo. Sus
integrantes, autodenominados "cóndores", tenían entre 18 y 32 años y
militaban en diferentes agrupaciones nacionalistas y peronistas. También
había sido invitado el periodista del diario "Crónica" y director de la
Revista "Así", Héctor García y entre los pasajeros se encontraba el
Contralmirante José María Guzmán, gobernador del, por ese entonces,
Territorio Nacional de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, quien por
fin se encontraba en parte del suelo argentino que supuestamente gobernaba y
nunca había imaginado pisar. "Les informamos que nos quedamos a vivir en
tierra Argentina e invitamos al gobernador a plegarse bajo nuestra bandera",
fueron las palabras que Cabo escribió en la proclama que entregaron al
gobernador inglés.
Puerto Rivero
Dardo Cabo nació en Tres Arroyos el 1 de enero de 1941, era hijo de
Armando Cabo, trabajador de la fábrica Istilart, Secretario General de la
C.G.T regional y uno de los principales colaboradores de Eva Duarte de
Perón. A los pocos años sus padres se separaron y se radicó en Buenos Aires
junto a su madre, María Campano. En la capital fue pupilo en el Colegio San
José de Calasanz, ubicado en pleno barrio de Once. Antes de abandonar la
niñez ya conocía muy bien lo que era la persecución política y
frecuentemente "desensillaba", aconsejado por Armando, y viajaba a Tres
Arroyos para disfrutar de la protección de sus tíos y la tranquilidad del
pueblo natal. A
las 8:42 del miércoles 28 de septiembre, el avión DC4, con bandera
Argentina, aterrizó en una despareja pista para carreras hípicas, ubicada
detrás de la casa del gobernador. Inmediatamente los habitantes de las islas
se acercaron a observar aquel extraño suceso, mientras que dos vehículos se
ubicaron en los extremos del avión para impedir que retome vuelo. Ante la
mirada de todos, los "cóndores" bajaron armados y colocaron -en diferentes
lugares de la pista-, siete banderas argentinas que flamearon por más de 24
horas en Puerto Stanley. Rebautizaron el lugar como Puerto Rivero, en
homenaje al gaucho entrerriano que gobernó las Islas Malvinas durante varios
meses entre 1833 y 1834 luego de rebelarse, boleadoras y facón en mano,
junto a ocho compañeros, contra los invasores ingleses que los mantenían
trabajando en condiciones infrahumanas. La aventura de los jóvenes
incomodaba al gobierno de la "Revolución Argentina" que se definía como
nacionalista y sin embargo estrechaba sus vínculos con Inglaterra y Estados
Unidos. Se cumplían tres meses de la asunción al poder de Onganía y el
canciller Costa Méndez reclamaba formalmente por las Islas en la reunión
anual de las Naciones Unidas. También en ese momento se encontraba en el
país el príncipe Felipe, esposo de la reina de Inglaterra, en una visita no
oficial, como presidente de la Federación Ecuestre Internacional, con motivo
del Campeonato Mundial de Hipismo que se iba a realizar en Argentina.
Ante la aprobación popular por el "Operativo Cóndor", el gobierno emitió el
29 de septiembre un comunicado donde destacaba que "la recuperación de las
Islas Malvinas no puede ser una excusa para facciosos". Igualmente las
adhesiones no tardaron en aparecer. Las ciudades de Buenos Aires, La Plata y
Córdoba, entre otras, fueron escenarios de numerosas manifestaciones
populares donde se festejaba la osadía de los jóvenes.
Regreso con
"pena"
Cabo inició su militancia política a muy temprana edad,
padeciendo la cárcel durante la Revolución Libertadora en 1955 que depuso al
General Juan Domingo Perón y fue nuevamente detenido durante el gobierno de
Arturo Frondizi. A comienzos de la década del '60 fundó el "Movimiento Nueva
Argentina", de clara tendencia nacionalista y peronista, y años después se
alineó con "Descamisados" donde creó el periódico de la agrupación, que
llegó a ser el más influyente de la resistencia peronista. Iniciados los
años setenta pasó a formar parte de Montoneros y logró el tan esperado
retorno del General Perón. Casi 48 horas después del aterrizaje en las
islas, los integrantes del plan Cóndor depusieron su actitud, entregaron sus
armas y fueron alojados en la Iglesia de Puerto Rivero, bajo la protección
del sacerdote del lugar, Rodolfo Roel ,quién incluso les dio una misa en
castellano en el avión. El barco de la Armada Argentina, Bahía Buen Suceso,
fue el encargado de hacerlos volver al continente donde no los esperaban las
condecoraciones sino las frías cárceles patagónicas. El Juez Federal de
Tierra del Fuego, Miguel Angel Lima, procesó a los integrantes del Operativo
en atención a los delitos de privación de la libertad personal calificada y
tenencia de armas de guerra, por los que finalmente fueron condenados a
distintas penas el 26 de Junio de 1967. Esta sentencia fue confirmada por la
Cámara Federal de Bahía Blanca, el 13 de octubre de ese mismo año. Sobre el
tresarroyense recayó la pena más extensa, no sólo por ser el jefe de la
operación, sino también por contar con antecedentes policiales. Se casó
estando en la cárcel, con María Cristina Verrier, la única mujer que
protagonizó el Operativo Cóndor, y tuvieron una hija a la que llamaron
María, igual que la abuela paterna. Cabo murió 10 años después de pisar
Malvinas, el 5 de enero de 1977, cuando acababa de cumplir 36 años y padecía
su cuarto período en prisión. Fue cobardemente fusilado por la dictadura
militar en un "traslado" desde la penitenciaría Nº 9 de la ciudad de La
Plata. Oficialmente se informó que había resultado abatido en un intento de
fuga. Cuando en 1982 el gobierno militar tomó la decisión de recuperar
las Islas, dispuso por decreto que Puerto Stanley pasara a llamarse Puerto
Argentino, a pesar de que en la sociedad estaba instalada la denominación de
Puerto Rivero.
Paradojas de la historia, dieciséis años después de la gesta de Dardo
Cabo y sus compañeros, Costa Méndez ocupaba el mismo cargo de canciller.
Tanto el gaucho entrerriano, abatido durante los heroicos combates de Vuelta
de Obligado, como el cóndor tresarroyense, asesinado por la última dictadura
militar, intentaron ser eliminados de la memoria de los argentinos. Sin
embargo, hoy forman parte de la lista de hombres imprescindibles, siguiendo
la clasificación de Bertold Brecht, que lucharon toda su vida.
Los
"cóndores"
Estas fueron las 18 personas que formaron parte del
"Operativo Cóndor", con sus edades y ocupaciones al momento del hecho: Dardo
Manuel Cabo, 25 años, periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco,
21, estudiante (subjefe del grupo); Juan Carlos Rodríguez, 31, empleado;
Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús
Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, 27,
periodista y autora teatral; Edelmiro Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés
Ramón Castillo, 23, empleado; Juan Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico;
Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico; Pedro Bernardini, 28, metalúrgico;
Fernando José Aguirre, 20, empleado; Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis
Francisco Caprara, 20, estudiante de ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20
estudiante y empleado y Norberto Eduardo Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico
CUANDO LA BANDERA ARGENTINA
FLAMEO 36 HORAS EN LAS ISLAS MALVINAS
Fue el 28 de Septiembre de
1966. Un grupo de 18 jóvenes estudiantes, obreros y sindicalistas, desvió un
avión de Aerolíneas Argentinas y aterrizó en Malvinas. Allí, hicieron
flamear la bandera argentina durante treinta y seis horas, antes de
entregarse a las autoridades católicas en las islas. La Justicia Federal los
condenó.
Contexto
Ese día, un grupo armado de 18 jóvenes
desvió un avión de Aerolíneas Argentinas hacia las Islas Malvinas, donde la
Bandera Nacional flameó por treinta y seis horas. El avión Douglas DC4 con
destino inicial a Río Gallegos, partió de aeroparque a las 00:34 horas.
Su comandante era Ernesto Fernández García, y viajaban como pasajeros, entre
otros, el gobernador del por ese entonces Territorio Nacional de Tierra del
Fuego, contralmirante José María Guzmán, Luciano Preto y su hijo Daniel
Preto (hermano del hoy senador nacional por Tierra del Fuego Ruggero Preto).
Los jóvenes que montaron el operativo, en su mayoría empleados metalúrgicos
militantes de partidos nacionalistas, fueron condenados a su regreso por la
Justicia Federal argentina. Pero a pesar de que se los consideró
delincuentes, muchos interpretan su audaz acción como una verdadera gesta
patriótica, quizá la primera que reivindicó los derechos soberanos
argentinos sobre las Malvinas.
Aunque los libros de historia y los manuales escolares casi no hagan
mención a ello.
Rumbo a Malvinas
El Operativo Cóndor fue
comandado por Dardo Manuel Cabo, periodista, metalúrgico y activo militante
nacionalista de aquellos años. Con él actuaron Fernando Aguirre, Norberto
Karasiewicz, Andrés Castillo, Luis Caprara, Victor Chazarreta, Ricardo Ahe,
Juan Bovo, Edelmiro Navarro, Ramón Sánchez, Pedro Tursi, Juan Rodríguez,
Pedro Bernardini, Alejandro Giovenco Romero, Fernando Lisardo, Edgardo
Salcedo, Aldo Ramírez y María Cristina Verrier.
El Dr. José Salomón,
abogado fueguino que patrocinó a buena parte de estos jóvenes, recordó en un
articulo reciente que según consta en el expediente aproximadamente a las
seis de la mañana, y ya sobrevolando la ciudad de Santa Cruz, el grupo tomó
el avión y previo a conversar con el comandante -que alegaba falta de
combustible- lo obligó a tomar rumbo 105 con destino a las Islas Malvinas. A
los pasajeros se les comunicó, para no atemorizarlos, que se regresaba a
Comodoro Rivadavia.
Por su parte, en la acusación del Fiscal Federal
de Tierra del Fuego, Jorge Torlasco, se sostiene que a pesar del manto de
nubes existente, el piloto logró encontrar las Islas, valiéndose de cierta
deformación en dicho manto que lo indujo a pensar que debajo debía haber
tierra firme.
Entre claros pudieron divisar tierra, localizaron la
ciudad, y luego de hacer alguno virajes de reconocimiento, aterrizaron en
una pista de carrera de caballos, evitando distintos obstáculos que allí
había. No bien se detuvo el avión descendió el grupo de jóvenes armados, y
procedió a colocar banderas argentinas en las inmediaciones.
A
las 9:57, en Puerto Rivero -después sería Puerto Argentino- Dardo Cabo firma
el siguiente comunicado: Operación Cóndor cumplida.
Pasajeros,
tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero, Islas Malvinas,
autoridades inglesas nos consideran detenidas. Jefe de Policía e Infantería
tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador ingles anule
detención y reconozca que estamos en territorio argentino...
El
comunicado fue difundido por la radio del avión. Y a las 18 horas se
complementó con otro que decía: Informa Operación Cóndor: después de
escuchar misa en castellano dentro del avión, fueron liberados los rehenes
ingleses.
El operativo según Héctor Ricardo García
Tal como lo recordó en
su libro Cien veces me quisieron matar, fue el único periodista en actividad
que viajó acompañando al Operativo Cóndor. Dice este medio que la audaz y
muy riesgosa acción conmocionó no solo a nuestro gobierno (ese mismo día el
dictador Juan Carlos Onganía cumplía tres meses de mandato) sino al mundo,
provocando comentarios en toda la prensa.
Los 18 argentinos contaban
con mucho y sofisticado armamento transportado clandestinamente en el avión,
pero el cansancio, la falta de alimentos y agua los obligaron a rendirse.
El periodista describe lo que ocurrió después de que el sacerdote Rodolfo
Roel ofició la misa en el avión:
A las seis de la tarde, una fuerte
lluvia comenzó a caer sobre la Isla. No obstante, varios pobladores y los
infantes de marina (ingleses) se daban a la tarea de colocar grandes
reflectores en las inmediaciones del avión, para poder observar sin
problemas los movimientos de los ocupantes de la máquina. Además, el cerco
armado ya estaba al máximo. En los siete jeeps ubicados detrás del avión se
habían apostado policías, infantes y pobladores armados; otro tanto en los
coches ubicados delante, mientras en lo alto del cerro tres carpas de
campaña revelaban que en su interior también había efectivos.
Se
calcula que unos cien hombres, de los 120 habitantes de la Isla, estaban en
pié de guerra, pese a la inclemencia del tiempo y la fuerte lluvia, que cayó
sin tregua durante mas de dos horas. Mientras los 18 integrantes del comando
se encerraban en el avión, como único refugio para planear sus futuras
acciones, los tripulantes y pasajeros del vuelo 648 (que habían sido
trasladados hasta el centro de la ciudad para recibir alimentos y
hospitalidad) disfrutaban de buenas comodidades que les brindaron los
habitantes.
A las 4:30 horas del 29 de Septiembre, se conoció un
mensaje del gobernador inglés de las Islas. En el mismo, el representante
real expresaba: están totalmente cercados; si intentan salir del avión, los
soldados y policías tienen ordenes de tirar. No respondemos por vuestras
vidas. Es preferible que se rindan. La respuesta del jefe del comando fue
negativa.
Poco después de las 15, el padre Roel fue a visitar a los
muchachos, como les decía con temblorosa y suave voz, mezcla de ingles y
castellano. Y allí, a título personal, como siempre hablaba, les solicitó
que entregaran sus armas y se rindieran. La respuesta fue la de siempre: no
estamos dispuestos a deponer las armas. Finalmente se llegó a un pacto: los
argentinos depondrían de su actitud, siempre y cuando fueran acogidos por la
Iglesia Católica, y quedaran exclusivamente a cargo del padre Roel.
A las 17:00, todos los cóndores con el sacerdote y el comandante formaron
junto a la bandera argentina que estaba flameando desde la mañana anterior,
y procedieron a arriarla. Luego, con ella en brazos, entonaron el Himno
Nacional Argentino, de viva voz, mientras atónitos custodios ingleses, sin
moverse de sus puestos pero siempre con las armas listas, seguían con
atención la emocionante ceremonia. Media hora mas tarde, el comandante de la
nave, Fernández García, recibía sobre su avión todas las armas.
Las
horas avanzaban y nada se sabía sobre la suerte de los integrantes del
operativo y la mía. Nadie podía precisar dónde seríamos juzgados. En
Argentina o en Inglaterra.
El 1 de octubre, los argentinos fueron
transportados en una lancha carbonera inglesa hasta el barco Bahía Buen
Suceso. En ese momento Cabo tomó las siete banderas argentinas, y tal como
lo había prometido, en vez de bajar con ellas enarbolándolas (como era la
idea) las entregó al almirante Guzmán en una bolsa, diciendo en la
oportunidad las siguientes palabras: Señor Gobernador de nuestras Islas
Malvinas, le entrego como máxima autoridad aquí de nuestra patria, estas
siete banderas. Una de ellas flameó durante 36 horas en estas Islas y bajo
su amparo se cantó por primera vez el Himno Nacional.
El viaje desde
las Malvinas hasta Tierra del Fuego se extendió desde las 19:30 horas del 1
de octubre hasta las 03:00 de la mañana del 3 de octubre, en que llegaron a
Ushuaia.
¿Delincuentes o patriotas?
El Juez Federal de Tierra
del Fuego, Miguel Angel Lima, procesó a los integrantes del Operativo Cóndor
en atención a los delitos de privación de la libertad personal calificada y
tenencias de armas de guerra, por los que finalmente fueron condenados a
distintas penas el 26 de Junio de 1967.
Esta sentencia fue
confirmada por la Cámara Federal de Bahía Blanca, el 13 de octubre de ese
mismo año, aunque algunas consideraciones de los jueces, citadas por el Dr.
Salomón, sugieren un espíritu distinto al de la condena.
Por
ejemplo, la decisión judicial ordena la devolución de las banderas a su
propietario, Dardo Manuel Cabo.
El juez Lima sostuvo que ...las
banderas argentinas, por el hecho de haber tremolado sobre una porción
irredenta de tierra de la Patria, no son ni pueden ser consideradas
instrumento de delito.
Por ello corresponde su oportuna devolución a
quien ha demostrado actuar como su propietario.
Y como el propio
Salomón y los demás abogados defensores habían pedido que las banderas sean
entregadas al Museo Histórico Nacional, el juez Lima contestó que cualquiera
fuera la opinión del infrascrito, escapa a sus funciones disponer sobre el
destino solicitado. No pretendamos anticiparnos al juicio de la Historia.
Dejemos a la posteridad lo que es de la posteridad. Solo el tiempo que
acalla las pasiones y afina las perspectivas es el capaz de dar su paso
sereno e imparcial.
Fuente: www.argenpress.info
Alejandro Giovenco (de
anteojos), Dardo Cabo y Juan Carlos Rodríguez, presos en el
penal de Ushuaia, donde cumplieron tres años de cárcel.
La Operación Cóndor fue
encabezada por Dardo Cabo y María Cristina Verrier, la única mujer del
grupo. En total participaron 18 personas en el operativo, entre las cuales
se encontraba EDELMIRO NAVARRO (en aquel momento tenía 27 años), vecino de
nuestro barrio de Villa Pueyrredón.
Así lo recuerda Edelmiro Navarro:
"Aquel 28 de septiembre de 1966 le dijimos a toda América y al mundo que
nuestras Islas ya no estaban solas y olvidadas como muchos creían.
Cuando asumí la responsabilidad de participar en "El Operativo Cóndor", no
titubeé un sólo instante. Siempre le estaré agradecido al Flaco Dardo Cabo
por haberme seleccionado para una empresa tan grande y hermosa; con él
compartí mis ideales, recuerdo aquellos días del ’55 cuando comenzaba la
"Resistencia Peronista". Todo era ganar o perder y desgraciadamente
perdimos, teníamos pocos recursos para la lucha.
Los hombres que
integramos el Comando Cóndor aquel septiembre de 1966 proveníamos, en su
mayoría, de una lucha canalizada a través del movimiento peronista, nuestras
metas en la vida se habían esfumado, dejamos trabajo, estudios, ilusiones de
adolescentes, baile, novia, todo, todo...nuestras vidas fueron puestas al
servicio del pueblo y de Perón.
Por eso mis pensamientos vuelan a
nuestras Islas Malvinas y recuerdo aquellos días. Pisar tierra malvinera es
algo que te atrapa para siempre, ese olor del mar con sus olas que acarician
tu rostro, y esa neblina total que rodea la Isla haciéndola inexpugnable.
Recuerdo cuando bajamos del avión al grito de
"LAS MALVINAS SON ARGENTINAS!!! VIVA LA PATRIA!!!"
El 2 de abril
de 1982, fue un día especial, apoyamos el hecho, no a sus métodos empleados
por la jerarquía militar mandando al genocidio a cientos de niños, soldados
sin ninguna experiencia en la guerra.
Hablar de Malvinas es mirar el
futuro, los días que vendrán serán los que marcarán hacia dónde fueron los
sacrificios, para que de una vez y para siempre podamos imponer nuestra
soberanía."
Luego de 5 días de soportar el frío y el hambre, fueron
finalmente trasladados a la cárcel de Ushuaia.
Nuestro homenaje,
entonces, para quienes siguiendo los pasos del Capitán Rivero – el Gaucho
Rivero- hicieron flamear nuestra bandera en el suelo de nuestras "hermanitas
perdidas".
La NAC&POP (*) inauguró el 2004
acercándonos un artículo en el que dos periodistas tresarroyenses recuerdan
aspectos biográficos de Dardo Cabo. Peronista legendario, valiente, heroico.
Inmortal descamisado. Polémico, audaz, creativo. Periodista de trinchera, de
fierro en mano, de pecho descubierto.
Vino el uno de enero de 1941 y
se fue un 5, 6 o 7 también de enero de 1977, cuando asesinar cobardemente
era una persistente voluntad del poder dictatorial.
Dardo tenía dos corazones: uno para escribir y otro para llevar a la
práctica la ortodoxia revolucionaria. Corazón pensante. Corazón de fuego.
Corazón de lucha. Peleaba palabra por palabra. Basta con leer sus
editoriales en la revista El Descamisado.
Odiaba a los burócratas,
los que ahora llamamos "gordos" sindicales. Dirigentes gordos de obreros
flacos. No era un antigremialista. Por el contrario, reivindicaba al
sindicato, pero en manos de sus legítimos dueños: los trabajadores. Era
proclive a recargar las tintas. La pasión sabe poco y nada de equilibrios.
Máxime en un contexto histórico de profundas divisiones en el Movimiento
Peronista.
Sobre el
arresto de Dardo Cabo, Dante Gullo y otros el 17 de abril de
1975.
Era tan peronista como José
Ignacio Rucci. No se trata de instalar una comparación de cambalache. Es una
descripción. Los que se quedaron en los 70 quizá disientan, sea para hacer
la apología del Petiso ("los que tiran de la derecha") o la del Flaco ("los
que tiran de la izquierda"). Mal que nos pese, los dos, Dardo y José, forman
parte de la historia del Peronismo. Cada uno con sus identidades, con sus
aciertos y sus errores. Cuesta hacer la síntesis, es más fácil polarizar.
Pero la polarización sirve a la división y ésta al enemigo oligárquico,
siempre agazapado, siempre medrando a costa de nuestras desmesuras
fratricidas.
El 2 de octubre de 1973 apareció el número 20 de El
Descamisado, que dirigía Dardo Cabo. Campo gráfico color amarillo. Letras
negras. Volanta: Encrucijada peronista. Título catástrofe: La muerte de
Rucci. La nota-reflexión firmada por Dardo arrancaba con una pregunta
cargada de preocupación militante: "La cosa, ahora, es cómo parar la mano".
Y agregaba: "Pero buscar las causas profundas de esta violencia es la
condición. Caminos falsos nos llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor,
ahora Rucci. Coria condenado junto con otra lista larga de sindicalistas y
políticos (...)"
En ningún momento de su exposición -cargada de
reproches a la burocracia gremial- Dardo reivindica el asesinato de Rucci.
Algunos podrán colegir que es para encubrir a sus autores, allegados a él.
Sin embargo, su propósito superior es auscultar en los orígenes de la
violencia que enlutaba a los peronistas. Trata de parar la pelota. De ir a
las causas y no quedarse en los efectos perniciosos.
Dardo utiliza
elogios para los sindicalistas condenados y asesinados. Los considera
protagonistas de páginas gloriosas durante la Resistencia ("Vandor bancó la
mayoría de las células combativas", "Coria guardaba caños en Rawson 42",
"Rucci no era mal tipo"). Y, por otro lado, esos mismos compañeros, son
repudiados por considerar que defeccionaron de la causa peronista, que
dejaron de ser dirigentes de obreros para ser socios de las patronales.
A Rucci le recrimina haber promovido la candidatura a gobernador de Manuel
de Anchorena. Es una recriminación hacia un hermano y no hacia un enemigo.
Le duele señalarle a un par de la Resistencia tamaña intrepidez. Para Dardo
apoyar a Anchorena es estar con la oligarquía terrateniente de Buenos Aires,
es decir, pararse en la vereda de enfrente. (Perón en lugar de Anchorena
prefirió a Oscar Bidegain, pero la UOM le impuso de vicegobernador a
Victorio Calabró, que terminó en el bando de los golpistas del 76. Paradojas
por las que se pagaron un precio demasiado elevado en vidas humanas).
El problema de ese momento, que Dardo aborda, es la muerte de compañeros de
uno y otro sector, a las puertas de la tercera presidencia de Perón. Cómo
superar el enfrentamiento, cómo abandonar esa locura constituyen sus
preocupaciones fundamentales.
Las críticas que le formulara a Rucci
vivo, se renuevan en Rucci muerto, pero no para regocijarse ante la sangre
derramada sino para sincerar el debate y encontrar las soluciones en el
marco de una unidad movimientista en serio. "Por eso -afirma Dardo- no hay
que disfrazar la realidad. El asunto está adentro del movimiento. La unidad
sí, pero con bases verdaderas, no recurriendo al subterfugio de las purgas o
a las cruzadas contra los troskos. No hay forma de infiltrarse en el
movimiento. En el peronismo se vive como peronista o se es rechazado (...)"
Vivir como peronista para Dardo era no transar con los explotadores. Estar
del lado del pueblo pobre, del excluido, del desposeído. Y ser implacable
con los "peronistas" que terminan siendo más oligarcas que los mismos
oligarcas. En definitiva: los que en nombre del pragmatismo entregan, no son
transgresores, fueron, serán y son traidores.
La pluma descamisada
asegura que la Juventud Peronista, la JTP y la JUP "lamentaron esta
violencia que terminó con la vida del secretario (general) de la CGT".
"Pero acá todos somos culpables -sentencia Dardo-, los que estaban con Rucci
y los que estábamos contra él; no busquemos fantasmas al margen de quienes
se juntaron para tirar los tiros en la Avenida Avellaneda, pero ojo, acá las
causas son lo que importa". Y propone con grandeza: "Revisar qué provocó
esta violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre
nosotros. Para que no se prometa la muerte a los traidores y para que la
impunidad no apañe a los matones, ni el fraude infame erija dirigentes sin
base".
El Compañero tenía en claro cuál era la táctica y cuál la
estrategia. Quería parar la mano entre los peronistas. Detener la violencia.
Clausurar tanta muerte. Cultivar la esperanza de revolución en paz.
Lamentablemente, los acontecimientos posteriores aceleraron las pugnas
internas. La confusión premeditada o no de los objetivos nacionales llevó a
la tragedia. A tres décadas de aquellos desencuentros, seguir la línea
reflexiva de Dardo Cabo puede reconducirnos a saldar el pasado que nunca se
repite, pero que ayuda, que ilumina, que enorgullece. Eso que llaman
memoria.
(*) Agencia Nacional y Popular, dirigida por Martín García.
Fuente: www.rebanadasderealidad.com.ar
Familia Cabo:
De izquierda a derecha: Dardo, Armando y Susy (padres), en el
centro Vicky
En
aquel ’71 Bernardo Neustad era propietario y director de la revista "Extra".
Y en su plantel de periodistas figuraba Dardo Cabo. Tenía 29 años y no era
un nombre intrascendente en el peronismo. Su padre, un sindicalista de la
UOM, hombre de Augusto Timoteo Vandor. Y Dardo, a los 25 años, había sido
uno de los líderes del grupo de jóvenes nacionalistas que ejecutó el
"Operativo Cóndor", secuestro de una DC 4 de Aerolíneas Argentinas que se
dirigía a Tierra de Fuego y su desvió a Malvinas. Cambiaron el nombre de
Puerto Stanley por Puerto Rivero. Plantaron la bandera argentina en un
potrero que servía de hipódromo. Se entregaron. Los devolvieron. Los
juzgaron. Los condenaron. Los soltaron.
Entre aquellos jóvenes había
una mujer: María Cristina Verrier. Se casó con Cabo en la cárcel. Y formaba
parte del grupo otros jóvenes que con los años aparecerían fogoneando el
baño de sangre que ganó a los argentinos. Es el caso de Alejandro Giovenco.
Vinculado a Lorenzo Miguel y con ligazones en la Triple A, un día de
mediados de los ’70 le estalló una bomba que transportaba en un portafolios
con intenciones fáciles de imaginar. Fue en la calle Sarmiento casi Uruguay,
Buenos Aires. La explosión le arrancó un brazo. Giovenco
corrió gritando desesperadamente. Se metió en la sede central de la UOM.
Murió desangrado.
Pero volvamos a Cabo.
Cuando un día del ’71
Bernardo Neustad le pidió
el reportaje a Borges,
Cabo estaba vinculado a Montoneros, donde su pasado vandorista generaba
algunos recelos.
La entrevista se realizó en la Biblioteca Nacional,
Borges era su director. Días antes, hablando para un medio francés, el
escritor había dicho que, como mínimo, el peronismo era sinónimo de
barbarie.
Cabo esperó dos horas al hombre de "boina, bastón" que fue
a su encuentro luego de bajar una barroca escalera de la Biblioteca
Nacional.
El diálogo duró cinco minutos. "Mi nota más triste", la
tituló Cabo.
Y pasaron los años. Con la dictadura, Cabo estuvo detenido. Un día lo
trasladaron.