
NOTAS EN ESTA SECCION
Breve
biografía |
Biografía ampliada de
Emiliano Zapata |
Etapas de la revolución
mexicana |
Asesinato del general
Zapata
Texto del Plan de Ayala
| Así firmaron
el Plan de Ayala, 1975, Rosalind Rosoff y Anita Aguilar
LECTURA RECOMENDADA
Daniel De Santis
- La revolución mexicana


Breve
biografía - Emiliano Zapata Salazar (1879-1919)
Líder revolucionario y reformador agrarista mexicano
Nació el 8 de agosto de 1879 en Anenecuilco, estado de Morelos
(México), en el seno de una familia de pequeños propietarios
de tierras, pero ante su pobreza, la familia Zapata diversificó
sus actividades, encaminándolas a la pequeña ganadería. De ese
modo los animales les permitieron autonomía de la hacienda azucarera
vecina. Zapata siguió la educación primaría en la escuela de
la aldea. A los 16 años perdió a su madre y 11 meses más tarde,
a su padre. El patrimonio que heredó fue reducido, pero suficiente
para no tener que emplearse como peón en alguna de las ricas
haciendas que rodeaban Anenecuilco. Desde muy temprana edad,
advirtió las grandes injusticias que se cometían en contra de
quienes trabajaban la tierra. En 1902 ayudó a las personas del
pueblo de Yautepec (Morelos) que tenían problemas con el hacendado
Pablo Escandón, acompañándolos a la ciudad de México para exigir
que se les hiciera justicia. En 1906 asistió a una junta de
campesinos en Cuautla, para discutir la forma de defender frente
a los hacendados vecinos las tierras del pueblo. Como represalias,
en 1908, se vio forzado a incorporarse al noveno regimiento
de Cuernavaca, forma de castigo, a la que se le conocía como
leva, era frecuente durante el porfirismo. En septiembre de
1909 fue electo presidente de la junta de defensa de las tierras
de Anenecuilco. Reunió un ejército de peones, la mayoría de
ellos indígenas de Morelos, y con "Tierra y Libertad" como grito
de guerra pasó a formar parte en 1910 de la Revolución Mexicana
de Francisco Indalecio Madero, que pretendía acabar con el régimen
de Porfirio Díaz. Zapata comenzó su guerrilla en marzo de 1911,
tomaron Jojutla, Chinameca, y sitió Cuautla que estaba defendida
por los porfiristas. Y mas tarde toma Cuernavaca. Al triunfo
de los maderistas, Zapata se negó a deponer las armas ya que
todavía no se habían devuelto las tierras a los indígenas. Mientras
tanto los hacendados comenzaron hacer una campaña en contra
de Zapata, tratándolo como un bandido. Dejó de confiar en Madero,
que comenzó a ejercer como presidente en 1911, y se declaró
en su contra, formulando su propio programa de reforma agraria
(conocido con el nombre de Plan de Ayala), mediante el que pensaba
redistribuir la tierra entre los campesinos. En febrero de 1913,
Victoriano Huerta protagoniza un golpe de estado contra Madero,
por lo que Huerta toma la presidencia y manda detener a Madero
quien mas tarde muere asesinado. Durante las presidencias del
dictador Victoriano Huerta (1913-1914) y del presidente constitucionalista
Venustiano Carranza (1914-1920), continuó con sus movimientos
en contra del gobierno, extendiendo su poder por todo el sur
de México. Junto a Pancho Villa, que había aceptado el Plan
de Ayala, entró en la ciudad de México en 1914. Un año después
se trasladó a Morelos, donde prosiguió con la defensa de sus
posiciones, frente a las tropas constitucionalistas. Zapata
durante este tiempo creó las primeras Comisiones Agrarias, estableció
el Crédito Agrícola además que inauguró la Caja Rural de Prestamos
en Morelos. Luego en octubre de 1915 el gobierno de la Convención
promulgó la Ley Agraria. El 10 de abril de 1919 fue asesinado
en una emboscada organizada por el coronel Jesús Guajardo, en
la hacienda de Chinameca. La acción causó una enérgica condena
de la opinión pública y de gran parte de los propios sectores
constitucionalistas.

Biografía
ampliada de Emiliano Zapata
Por Valentín López González
EMILIANO ZAPATA
SALAZAR (1879-1919). Nació en Anenecuilco, el 8 de agosto de
1879. Hijo de Gabriel Zapata y Cleofas Salazar. La familia Zapata
Salazar se mantenía precariamente de la venta y compra de animales,
y de la producción raquítica de sus estériles tierras. Anenecuilco,
dividido en dos por el río del mismo nombre, cobijaba dos historias
diferentes, la de las tierras fértiles que beneficiaban a los
propietarios de la hacienda del Hospital, y la de las estériles
sobre las cuales se asentaba el caserío de Anenecuilco. Así,
ante la pobreza de tierras de qué disponer, la familia Zapata
diversificó sus actividades, encaminándolas a la pequeña ganadería.
Los animales les permitieron autonomía de la hacienda azucarera
vecina. Don Gabriel.
Zapata instruyó a sus hijos en las labores del campo y en las
del ranchero criador de ganado; les enseñó que "para comer en
la casa hay que sudar en el surco y el cerro, pero no en la
hacienda". Por su parte, Emiliano Zapata recibía la educación
primaría en la escuela de corte lancasteriana de la población.
A los 16 años perdió a su madre y 11 meses más tarde, a su padre.
El patrimonio que heredó fue reducido, pero suficiente para
no tener que prestar sus servicios como peón en alguna de las
ricas haciendas que rodeaban Anenecuilco.
Su máximo interés lo ocupaban los caballos. Fue un gran conocedor
de estos animales y se le consideraba una autoridad en la materia.
De 1902 a 1905 participó auxiliando a la comisión del pueblo
de Yautepec que tenía problemas con la hacienda Atlihuayán,
propiedad de Pablo Escandón; los acompañó en sus viajes a la
ciudad de México, donde acudían ante las diferentes instancias
para pedir se les hiciera justicia.
El 15 de abril de 1906, los habitantes de Anenecuilco enviaron
un escrito al gobernador del estado, Manuel Alarcón, planteándole
sus problemas de tierra; éste convocó una reunión ante el jefe
político de Cuautla, a la que asistieron el administrador de
la hacienda del Hospital, representantes del pueblo de Villa
de Ayala y de Anenecuilco, entre los que se encontraba Emiliano
Zapata. En la reunión no se llegó a ninguna solución.
En 1909, al llevarse a cabo las elecciones para gobernador del
estado, Emiliano participó apoyando al candidato independiente,
Patricio Leyva, quien se enfrentó al candidato oficialista Pablo
Escandón, quien finalmente ganó las elecciones. El 12 de septiembre
de ese año, en una asamblea realizada en Anenecuilco, fue elegido
representante de su pueblo para seguir la lucha por la restitución
de tierras. Al terminar la junta, los hombres más viejos de
la comunidad lo llamaron y le hicieron entrega de los documentos
de la comunidad.
El 11 de febrero de 1910 fue enrolado por sorteo en el 9º (Noveno)
Regimiento del ejército con sede en Cuernavaca. El 18 de marzo
fue dado de baja por influencias del dueño de la hacienda de
Tenextepango, Ignacio de la Torre y Mier, quién además se lo
llevó como caballerango a la ciudad de México. Emiliano no duró
mucho en este puesto y decidió regresar a su pueblo.
A mediados de ese
año, ante la indiferencia del gobierno por resolver los problemas
de tierras de la comunidad, repartió las tierras del llano de
Huajar, que los de Villa de Ayala ya iban a sembrar con el permiso
de la hacienda del Hospital. A fines de año volvió a repartir
tierras en Anenecuilco, Villa de Ayala y Moyotepec.
Emiliano no participó de manera activa en la campaña presidencial
de Francisco I. Madero, pero cuando éste promulgó el Plan de
San Luis, en cuyo contenido se manifestaba la restitución de
tierras a las comunidades despojadas, inmediatamente se aprestó
a apoyarlo.
Participó en una reunión secreta a la que acudieron Pablo Torres
Burgos, Margarito Martínez, Catarino Perdomo y Gabriel Tepepa,
entre otros. Ahí decidieron enviar a Pablo Torres Burgos a San
Antonio, Texas, para que se entrevistara con Madero y le pidiera
instrucciones sobre los pasos a seguir. A su regreso trajo las
instrucciones de nombrar a Patricio Leyva líder del movimiento
y, en caso de no aceptar, el propio Torres asumiría el nombramiento.
Se proclamaron en rebelión el 10 de marzo de 1911 en Villa de
Ayala, y formaron la primera guerrilla con 70 hombres, entre
los cuales estaban Rafael Merino, Próculo Capistrán, Catarino
Perdomo, Manuel Rojas, Juan Sánchez, Cristóbal Gutiérrez, Julio
Díaz, Zacarías y Refugio Torres, Jesús Becerra, Viviano Cortés,
Maurilio Mejía, Serafín Plascencia y Celestino Benítez. Días
más tarde tomaron Jojutla; después fueron asesinados Pablo Torres
Burgos y sus hijos por las fuerzas federales que los combatían
en los linderos de Villa de Ayala.
El 29 de marzo, Emiliano Zapata asumió el mando de las fuerzas
maderistas y sus primeros hechos de armas fueron la toma de
Axochiapan, el asalto a la hacienda de Chinameca, la toma de
Jonacatepec en los primeros días de mayo y el sitio de la ciudad
de Cuautla, entonces defendida por lo más selecto del ejército
porfirista: el 5º (Quinto) Regimiento de Oro que comandaba el
Coronel Eutiquio Munguía, así como el Cuerpo de Rurales al mando
del Comandante Gil Villegas y la policía municipal. Estableció
su cuartel general en Cuautlixco, desde donde dirigió el ataque
a Cuautla; el 13 de mayo se inició el fuego y después de seis
días de furiosos combates cayó la ciudad, último reducto porfirista,
pues Cuernavaca había sido evacuada por sus defensores el 20
de mayo.
Nombró a Teófano
Jiménez presidente del Concejo Municipal y a Frumencio Palacios
como inspector de policía. Siete días más tarde, Porfirio Díaz
se embarcaba en Veracruz en el Ipiranga para dirigirse a Europa.
El 27 de mayo, Emiliano Zapata entró con cinco mil hombres a
Cuernavaca, donde ya estaba con tropas del General Manuel D.
Asúnsolo, y ordenó la reorganización de los servicios públicos.
El 2 de junio, de acuerdo con los Tratados de Ciudad Juárez
y el gobierno federal, Juan Nepomuceno Carreón, gerente del
Banco de Morelos, fue designado gobernador provisional del estado
sin que Zapata estuviera de acuerdo. Esto hizo que el día 6
se trasladara a la ciudad de México con sus principales jefes
para entrevistarse con Madero, quien lo recibió en la estación
Colonia y posteriormente en su casa de las calles de Berlín.
Madero lo invitó a almorzar el día 8; a este desayuno asistieron
Emilio Vázquez Gómez y Venustiano Carranza.
Madero y Zapata cambiaron impresiones, el primero pidió el desarme
de las fuerzas zapatistas y el segundo la devolución de las
tierras; el jefe de la Revolución le aseguró que iría a Morelos
tan pronto le fuera posible. El 12 de junio inició su viaje
al sur, en ferrocarril, acompañado de su esposa y una nutrida
comitiva en la que venía el Ingeniero Tomás Ruiz de Velasco,
defensor de los hacendados.
A su llegada a Cuernavaca, Zapata le preparó una gran recepción
y lo acompañó desde la estación hasta el Palacio de Cortés,
donde lo recibió el gobernador Juan N. Carreón. Los hacendados
de la entidad, al conocer la idea de Madero referente a nombrar
otro gobernador del estado, según acordó con Zapata, tuvieron
un gran disgusto y comenzaron una campaña de desprestigio a
través de la prensa de la ciudad de México en contra del Caudillo
del Sur, a quien hacían aparecer como un bandido y rebelde que
debía desaparecer.
El Imparcial fue el más duro en sus ataques. Mientras Zapata
iniciaba el licenciamiento de sus tropas y entregaba 3 500 armas,
en la ciudad de México le lanzaban acusaciones de haberse levantado
nuevamente en armas. Ante estos ataques, el 24 de junio se trasladó
a la capital del país en compañía de su hermano Eufemio, de
Abraham Martínez, jefe de su Estado Mayor, y de los hermanos
Magaña, para entrevistarse con Madero y así informarle del licenciamiento
de tropas, y pedirle que ambos fueran a hablar con el presidente
Francisco León de la Barra.
El día 24, Zapata le expuso su plan a Madero, y al día siguiente
éste le informó que su entrevista con León de la Barra había
sido satisfactoria y le pedía que regresara a Morelos a seguir
licenciando sus tropas. Zapata le respondió que era urgente
que procediera a restituir las tierras a los pueblos despojados,
así como designar al nuevo gobernador estatal.
Por su parte, el gobernador Juan Carreón y el presidente de
la República, Francisco León de la Barra, pusieron en marcha
las elecciones para el Congreso local, y el 9 de agosto el presidente
dirigió instrucciones al General Victoriano Huerta para que
marchara al estado y terminara por la fuerza con el licenciamiento
de las tropas zapatistas "porque no debían tratar con bandidos".
Al día siguiente Zapata envió a Madero su demanda por escrito
pidiendo respeto a la soberanía del estado; la separación del
gobernador Carreón, por ser del Partido de los Científicos;
que el gobernador suplente se designara de acuerdo con las aspiraciones
del pueblo y con la aprobación de los principales jefes de su
ejército; que las tropas federales no fueran las encargadas
de la seguridad pública, y que estaba dispuesto a licenciar
sus tropas, pero antes pedía se seleccionaran de entre ellos
a los elementos para la seguridad pública.
Solicitó también que las autoridades y los empleados con quienes
no estaban conformes los pueblos fueran designados conforme
a la voluntad de los mismos. Dijo estar dispuesto a retirarse
a la vida privada pero que antes deseaba la paz del pueblo.
Los latifundistas
hicieron cada día más difícil la situación y el 17 de ese mes
Zapata le dirigió a Madero otro mensaje en el que decía: "Causa
mucha indignación en el pueblo y el ejército, el amago de las
fuerzas federales que están en intención de ataque contra nosotros."
También le escribió otra carta al presidente interino León de
la Barra donde le decía: "La presencia de las fuerzas federales
ha venido a trastornar el orden público. El pueblo se indigna
más con la presencia y el amago"; en este texto le ruega que
retire las fuerzas en bien de la patria y le ofrece que él conseguirá
la paz en 24 horas. "El pueblo -dice- tiene entendido que un
grupo de hacendados 'Científicos' ha provocado este conflicto."
Madero, con el propósito
de solucionar el conflicto, se trasladó a la ciudad de Cuautla
el 18 de agosto por la mañana, acompañado de su Estado Mayor.
Zapata lo esperó en la estación y al descender le dio efusivo
abrazo. Se encaminaron a la plaza principal, donde Madero pronunció
un discurso en el que reprobaba la campaña emprendida contra
Zapata, y, ofreció que cumpliría las promesas hechas por la
Revolución; mencionó que llevaba la calma y la tranquilidad
y que no saldría de Morelos hasta que no estuvieran tranquilas
las conciencias.
Al terminar el mitin ambos dirigentes sostuvieron prolongadas
conferencias en el hotel Mora, después de lo cual Madero envió
un mensaje al presidente interino León de la Barra, comunicándole
que Zapata y sus principales jefes estaban conformes en aceptar
al Ingeniero Eduardo Hay para que gobernara el estado; que igualmente
aceptaban como jefe de armas al Teniente Coronel Raúl Madero,
y que al día siguiente principiaría el licenciamiento de las
fuerzas zapatistas.
Cuando todo parecía
estar en calma, los terratenientes redoblaron esfuerzos para
conseguir que León de la Barra enviara tropas a batir a Zapata,
movilización que se inició el 19 de agosto. Después de cambiar
impresiones en Yautepec, Madero y Zapata reanudaron el licenciamiento
en esa ciudad, pero el día 21, ante la amenaza de las fuerzas
federales de Huerta, fue suspendido definitivamente.
Aunque el convenio
era que las tropas no avanzarían, sino que se reconcentrarían
en Cuernavaca y Jonacatepec, el día 23 marcharon sobre Yautepec.
Zapata preguntó a Madero dónde estaba la autoridad del jefe
de la Revolución, y añadió: "acuérdese usted, señor Madero,
que al pueblo no se le engaña y si usted no cumple sus compromisos,
con las mismas armas que lo elevamos, lo derrocaremos".
Madero le contestó: "No, General Zapata, voy a México y, arreglaré
todo. Esta actitud de Huerta ni yo mismo me la explico". "Se
me hace que no va a haber más leyes que las muelles -respondió
Zapata, mostrándole su 30-30-; mientras se siga desarmando a
los elementos revolucionarios y se les dé apoyo a las fuerzas
federales, la revolución y usted mismo están en peligro. Claro
vemos que cada día se entrega usted más en manos de los enemigos
de la revolución."
Eufemio Zapata sugirió la conveniencia de aprehender a Madero,
añadiendo que estaba "muy tierno para jefe de la revolución,
sería bueno quebrarlo". Emiliano respondió: "No, Eufemio, sería
una grave responsabilidad para nosotros y no debemos cargar
con ella". Entonces se dirigió a Madero diciéndole que se fuera
a México. "y déjenos aquí, nosotros nos entenderemos con los
federales, ya veremos cómo cumple usted cuando suba al poder".
 Murió
la última hija de Zapata
1 de marzo 2010. Ana María Zapata Portillo, la última
hija reconocida del jefe revolucionario mexicano
Emiliano Zapata, murió a consecuencia de insuficiencia
renal, informaron autoridades municipales. Tenía
94 años.
Zapata Portillo falleció el domingo en Cuautla,
localidad del estado de Morelos en el que radicó
prácticamente toda su vida y donde el lunes fue
sepultada en el panteón municipal luego de un homenaje
de autoridades estatales y locales, dijo vía telefónica
a la AP Iván Meneses, vocero del ayuntamiento.
A "Anita", como se le conocía popularmente, se le
realizó también un reconocimiento de cuerpo presente
en el mausoleo donde yacen los restos de su padre,
también en Cuautla, a poco más de 100 kilómetros
al sur de la ciudad de México.
Meneses dijo que "Anita" fue una de los tres hijos
reconocidos por el llamado "caudillo del Sur". Sus
otros dos hijos, ya fallecidos, eran Diego y Mateo.
Nacida el 22 de julio de 1915, Zapata Portillo llegó
a ser funcionaria municipal y diputada local en
Morelos.
Su fallecimiento ocurre el año en que México conmemora
el centenario del inicio de la Revolución Mexicana
y del bicentenario del comienzo del movimiento de
Independencia.
"Siempre tuvo una vida activa", refirió Meneses,
sobre todo con mujeres ejidatarias. |
Zapata se reconcentró
en Villa de Ayala, y el 27 de ese mes lanzó un Manifiesto al
Pueblo de Morelos, donde exponía la gravedad del problema. Como
respuesta a esta proclama, el 29 de agosto el presidente León
de la Barra celebró un Consejo de Ministros donde se acordó
que Victoriano Huerta activara la persecución de Zapata hasta
lograr su exterminio.
Huerta ocupó con sus fuerzas la plaza de Cuautla el 31 de agosto;
el 12 de septiembre atacó la hacienda de Chinameca, donde se
encontraba Zapata invitado a comer por el administrador de la
hacienda. Tropas al mando de Federico Morales rodearon el lugar
y en seguida se entabló nutrido tiroteo entre ambas fuerzas.
Zapata pudo escapar dé esta trampa gracias al conocimiento que
tenía de la zona y logró salir a pie entre los cañaverales que
minutos después incendiaban los federales.
Después de esto, Zapata tomó una actitud ofensiva y el 22 de
octubre de ese año sus fuerzas ocuparon Topilejo, Tulyehualco,
Nativitas y San Mateo en el valle de México, y la noche del
23 avanzaron sobre Milpa Alta. Estos ataques causaron alarma
en la ciudad de México, y la Cámara de Diputados los consideró
de importancia nacional.
En la sesión del 25 de octubre de 1911, los diputados José María
Lozano y Francisco M. Olaguíbel reconocieron que la actitud
del Caudillo del Sur era reflejo de los anhelos del pueblo.
En el pueblo de Ayoxustla, municipio de Huehuetlán el Chico,
Zapata y Montaño redactaron el Plan de Ayala; posteriormente
los coroneles Severiano Gutiérrez y Santiago Aguilar recorrieron
los campamentos comunicando la orden de Zapata para una reconcentración
en el pueblo de Ayoxustla, y el 28 de noviembre, ya reunidos,
firmaron todos los jefes el histórico plan.
Se nombraron comisiones y tomaron el camino de Morelos, acampando
en Ajuchitán y en el mineral de Huautla; allí Emiliano ordenó
a Bonifacio García, Emigdio Marmolejo y Próculo Capistrán que
invitaran al cura de Huautla para que fuese al campamento con
una máquina de escribir. El sacerdote sacó las copias necesarias
y le dijo a Zapata: "era lo que ustedes necesitaban". De las
copias a máquina, unas se enviaron a la ciudad de México y otras
a los jefes revolucionarios que operaban en diversas regiones
del país, como Pascual Orozco.
El Diario del Hogar de la ciudad de México lo reprodujo, previa
consulta hecha al presidente Madero, quien opinó: "publíquenlo
para que todos conozcan a ese loco de Zapata". En cumplimiento
con los postulados del Plan de Ayala, el 30 de abril de 1912
Emiliano Zapata hizo el primer acto de reivindicación agraria
en el pueblo de Ixcamilpa, Puebla
En enero de 1912, Madero nombró al General Juvencio Robles jefe
de la campaña en la entidad, quien, hasta agosto incendió y
devastó el estado. Madero, queriendo enmendar sus errores, nombró
al General Felipe Ángeles en sustitución de Juvencio Robles.
Después de la Decena Trágica que trajo como consecuencia el
asesinato de Madero, Zapata giró instrucciones de batir a las
fuerzas usurpadoras en cuantas ocasiones se presentara la oportunidad.
Huerta emprendió una campaña en el sur, tendente a que los jefes
zapatistas reconocieran al gobierno implantado por el cuartelazo.
Vázquez Gómez le escribió a Zapata en marzo de 1913, diciéndole
que era conveniente la "cesación de la guerra". El Caudillo
del Sur le respondió que la revolución que nació en el estado
y proclamó el Plan de Ayala, se había propagado en varias entidades
federativas con los ideales de Tierra y Libertad, y seguía luchando
a costa de mayores sacrificios para hacer realidad los principios
que sostenía.
Emiliano Zapata lanzó otro manifiesto a la nación el 20 de octubre,
donde justificaba su actitud rebelde y hacía un llamado a todos
los mexicanos para que se unieran a la Revolución.
Este llamado fue secundado por grupos como el de Maximiliano
Castillo en Chihuahua, Calixto Contreras en Durango, los hermanos
Saturnino y Cleofas Cedillo en San Luis Potosí, Eutimio Figueroa
en Michoacán, Roberto Martínez y Martínez en Hidalgo, Honorato
Teutle y Domingo Arenas en Tlaxcala, Marcial E. Hernández y
Pancracio Martínez en Veracruz, Teodimiro Rey, Miguel Romero,
Jerónimo Olarte, Miguel Salas y otros en Oaxaca. Con anterioridad
ya operaban bajo la bandera del Plan de Ayala Jesús H. Salgado,
Encarnación Díaz, Baltazar Ocampo, Adrián Castrejón y J. Trinidad
Deloya en el estado de Guerrero; Pedro Saavedra, Francisco V.
Pacheco, Everardo González, Antonio Beltrán, Vicente Navarro,
Valentín Reyes, Antonio Barona, Julián Primitivo y José Gallegos
en el Estado de México; Eufemio Zapata, Francisco Mendoza, Dolores
Damián Flores, Gabino Lozano, Marcelino Alamirra y Agustín Cortés
en Puebla; Maurilio Mejía, Francisco Alarcón, Genovevo de la
O, Zacarías y Refugio Torres, Felipe Neri, Amador Salazar y
otros en la entidad morelense.
Las
fuerzas zapatistas tomaron Chiautla, en el estado de Puebla;
casi todo Guerrero, incluyendo Chilpancingo; todo Morelos con
su capital, Cuernavaca; parte de Hidalgo incluyendo Pachuca;
parte del Estado de México y el sur del Distrito Federal. El
14 de julio de 1914 se reunieron en San Pablo Oxtotepec, tomaron
el acuerdo de ratificar el Plan de Ayala, nombraron a Emiliano
Zapata jefe de la revolución, en sustitución del "ex general
Pascual Orozco", y pidieron que las peticiones en materia agraria
de dicho plan fueran elevadas a preceptos constitucionales.
Victoriano Huerta renunció el 15 de julio y se nombró en su
lugar a Francisco S. Carvajal.
Cuando se creía que la lucha iba a terminar, pues se esperaba
que Carranza hiciera suyos los postulados del Plan de Ayala;
después de ocupar la ciudad de México el 14 de agosto declaró
que tenía 60 mil rifles para combatir a Zapata y que no permitiría
su entrada en la capital por ser bandido sin bandera.
Manifestó además sus ideas antiagraristas y dijo "que la paz
sólo se hacía con la sumisión incondicional de las fuerzas zapatistas
a las constitucionalistas", y que no podía reconocer lo que
los surianos habían "ofrecido" porque los hacendados tenían
sus derechos sancionados por las leyes y no era posible quitarles
sus propiedades para darlas a quien no tenía derecho.
A pesar de esto, el 17 de agosto Zapata escribió a Carranza
y le dijo que no debía temer por ninguna "cláusula del mencionado
Plan de Ayala, sino que con todo desinterés y patriotismo dejara
que la grandiosa obra del pueblo que sufre se realizara".
Más tarde trató de tener arreglos con el general carrancista
Lucio Blanco, pero conforme al Plan de Ayala. Desde Milpa Alta
lanzó un manifiesto Al Pueblo Mexicano, donde reiteró la posición
del grupo suriano: que la Revolución no se había hecho para
satisfacer intereses de una persona, de un grupo o de un partido,
sino para cumplir fines más hondos y nobles; que se había lanzado
a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos
que no dan de comer, sino para procurarse un pedazo de tierra
que habría de proporcionarle alimento y libertad, un hogar y
un porvenir independiente; que no se conformaría con la abolición
de la tienda de raya, si la explotación y el fraude continuaban
bajo otras formas; ni con las libertades municipales, si no
había base para la independencia económica y no se resolvía
el problema agrario.

Atlas Histórico de la Revolución
Mexicana. Descomunal obra profusamente ilustrada
publicada por el Instituto Nacional de Estadísticas
de México. Clic para descargar. |
Venustiano Carranza
envió a la entidad una comisión formada por el General Antonio
I. Villareal, el Licenciado Luis Cabrera y Juan Sarabia, la
cual conferenció el día 29 de agosto con el Gral. Emiliano Zapata,
Manuel Palafox y Alfredo Serratos, por parte del Ejército Libertador
del Sur. La comisión carrancista regresó a la ciudad de México
con la propuesta de Emiliano Zapata de que Carranza hiciera
suyos los postulados del Plan de Ayala, a lo que éste se negó.
Más tarde, con el objeto de acordar las reformas sociales, fijar
la fecha de las elecciones, formular el programa de gobierno
y discutir otros asuntos de interés nacional, Carranza convocó
a sus gobernadores y generales a una Convención que se llevó
a cabo en el recinto de la Cámara de Diputados de la ciudad
de México el 1º (Primero) de octubre de 1914.
Cinco días después la Convención suspendió sus trabajos al reconocer
el grave error cometido por haber menospreciado la participación
de zapatistas y villistas. El 13 del mismo mes, a iniciativa
del General Felipe Ángeles, la Convención acordó invitar a Emiliano
Zapata para que asistiera o enviara representantes a participar
en los trabajos.
El día 15 se designó una comisión integrada por los generales
Felipe Ángeles, Rafael Buelna y Calixto Contreras, los coroneles
Guillermo Castillo Tapia y Antonio Galván, quienes se trasladaron
a Cuernavaca, a fin de poner en manos del Caudillo del Sur la
invitación dirigida a él -fechada el mismo día 15 y firmada
por el presidente de la Convención-.
El General Zapata, deseoso de que se hiciera la paz en la República,
así como de que se implantaran los postulados contenidos en
el Plan de Ayala, aceptó la invitación de los convencionistas
y designó una comisión para que asistiera a la Convención, que
ahora sería en Aguascalientes, con instrucciones precisas de
luchar hasta conseguir que la asamblea hiciera suyos los principios
sostenidos por el Ejército Libertador del Sur.
Los representantes zapatistas Paulino Martínez y Antonio Díaz
Soto y Gama lograron que la Convención hiciera suyos los postulados
del Plan de Ayala en su sesión del 28 de octubre.
En la del 30 de octubre la Convención acordó el "cese" de Carranza
como Primer jefe, designando a Eulalio Gutiérrez como presidente
provisional de la República. El 24 de noviembre por la noche
se apoderaron de la capital de la República las fuerzas del
Ejército Libertador del Sur, al mando del General Antonio Barona,
obligando al General Obregón a abandonarla.
El 27 llegó a la metrópoli el General Zapata acompañado de su
hermano Eufemio, alojándose en un hotel muy cercano a la estación
de San Lázaro. El viernes 4 de diciembre se reunieron por primera
vez los generales Emiliano Zapata y Francisco Villa en Xochimilco,
Distrito Federal, donde suscribieron un pacto por el cual se
comprometieron a luchar juntos en contra de Carranza, y el día
6 de diciembre desfilaron por las principales calles capitalinas,
al frente del Ejército Libertador del Sur y de la División del
Norte, respectivamente.
Para dar cumplimiento a lo dispuesto en los artículos 6º (Sexto)
y 7º (Séptimo) del Plan de Ayala, el General Zapata creó las
primeras Comisiones Agrarias, las cuales supervisaba a través
del secretario de Agricultura y Colonización, el general zapatista
Manuel Palafox; estableció el Crédito Agrícola; fundó la Caja
Rural de Préstamos que funcionó con éxito en el estado de Morelos
durante 1915 y 1916; reorganizó la industria azucarera, pues
comprendía que era la única fuente de trabajo de que se podía
disponer, por lo que puso en marcha los ingenios del Hospital
y de Zacatepec a fines de 1914.
En julio de 1915 el gobierno de la Convención fue trasladado
primero a la ciudad de Toluca; el 19 de octubre a Cuernavaca,
donde fue reorganizado; días después partió a Jojutla, lugar
donde se disolvió a principios de mayo de 1916. Antes se expidió
una Ley Agraria con fecha de 22 de octubre de 1915, y el reglamento
de esa ley el 18 de abril de 1916.
El General Zapata lanzó un Manifiesto al Pueblo Mexicano, en
Quilamula el 10 de julio de 1916, donde hace responsable a Carranza
de la Expedición Punitiva y llama a la unidad nacional para
acabar con los traidores. En 1917, el ejército agrarista finalmente
logró expulsar a las tropas carrancistas de los estados de Morelos
y Guerrero, reinstalando :su cuartel general en Tlaltizapán,
donde continuó trabajando por la implantación de los postulados
del Plan de Ayala.
Para continuar manteniendo el orden de sus tropas, el General
Emiliano Zapata redactó el 24 de febrero un documento en el
cual nombró al Gral. Brig. Prudencio Casals R. inspector general
de la zona dominada por las tropas revolucionarias, y en donde
especificaba que todo individuo sorprendido en delito de robo,
violación, allanamiento de morada o rapto con violencia sería
juzgado en consejo sumario y pasado por las armas.
El 20 de abril publicó una Ley Orgánica Municipal, donde estableció
que los municipios serían administrados por los ayuntamientos
y los ayudantes electos popularmente; éstos no se mezclarían
en la política y no serían reelectos. En circular número 2 de
fecha 13 de abril de 1917, instruía a los ayuntamientos para
dar un "impulso generoso tendiente a la educación de la niñez,
que constituye la generación del mañana".
En la circular número 12 del 17 del mismo mes en Tlaltizapán,
giró instrucciones para reactivar la apertura de las escuelas
oficiales, llamado que volvió a hacer mediante un oficio con
fecha 22 de agosto, en el que insiste que nombren a una persona
responsable de sus zonas correspondientes, e instalen el mayor
número de escuelas.
El 20 de abril, también en Tlaltizapán, lanzó un Manifiesto
al Pueblo, donde señaló los errores del gobierno carrancista
y exhortó a los revolucionarios y a los mexicanos en general
a unirse a su movimiento.
El 20 de mayo lanzó otro manifiesto donde decía que la caída
del gobierno carrancista era una exigencia; reafirmaba la liberación
de la tierra y, la emancipación del campesino, sin capataces
ni amos. Calificó a los soldados carrancistas de aventureros
sin escrúpulos ni conciencia, de no hombres sino furiosos adversarios
sin bandera ni principios, que tenían como programa el pillaje
y como ideales el saqueo y el botín.
El 18 de agosto
de 1918, los carrancistas se apoderaron nuevamente de las plazas
principales del estado, con Pablo González en Cuautla, quien
dirigió encarnizada persecución contra el Caudillo del Sur y
sus hombres. Las actividades militares en forma de guerrillas
se redoblaron y gracias a eso los carrancistas no pudieron expulsar
al jefe de la revolución agraria, quien trasladó su cuartel
general a las estribaciones del Popocatépetl.
En ese año, el movimiento zapatista atravesó por graves circunstancias;
no solo tuvo que enfrentar a las tropas de González, sino que
en su círculo director se suscitaron algunas divisiones y disputas.
Un año antes, el Profesor Otilio Montaño, primer ideólogo del
zapatismo, fue acusado de traicionar la causa zapatista, por
lo que fue fusilado.
En mayo de 1918 defeccionó Manuel Palafox, hombre clave de la
facción revolucionaria del sur. Algunos jefes menores como Victoriano
Bárcenas y sus hombres aceptaron la amnistía que les ofrecía
el gobierno, e incluso llegaron a enfrentarse a sus ex compañeros
de lucha.
Pero si bien es cierto que ocurrieron algunas separaciones de
cierta importancia y que otros aceptaron la amnistía, el caso
de Bárcenas fue excepcional, pues la mayoría de quienes aceptaron
la rendición se fueron a sus casas y no se convirtieron en apóstatas,
ya que siguieron prestando sus servicios al zapatismo de una
manera silenciosa, como informantes o proveedores de alimentos.
En los cuadros superiores se logró una permanencia organizativa,
y jefes vitales como Genovevo de la O, Ayaquica, Mendoza, Capistrán,
Francisco Alarcón, Timoteo Sánchez, Pedro y Francisco Saavedra,
Ceferino Ortega y Mejía, mostraron su fidelidad a la causa.
No obstante su unidad y el apoyo que recibieron de las comunidades
y poblados morelenses, el zapatismo perdió terreno, posiciones
y hombres.
A pesar de su notoria debilidad, seguía siendo uno de los principales
problemas del gobierno de Venustiano Carranza. A principios
de 1919 la efervescencia política en el país era evidente a
causa de las elecciones presidenciales.
Hombres como el Gral. Pablo González; el Gral. Álvaro Obregón
Salido, carismático y victorioso que para estas fechas había
logrado doblegar al villismo y se perfilaba como la primera
figura del Ejército Nacional, y los partidos políticos nacidos
del carrancismo, buscaban consolidar sus posiciones.
Para algunas de estas facciones el zapatismo era un obstáculo.
Se inició una serie de medidas para vincular el zapatismo con
hombres disidentes del carrancismo, muchos de ellos en el exilio.
Se realizaron contactos con grupos que apoyaban al General Obregón.
La insolencia política mayor de Emiliano Zapata al régimen carrancista
la constituyó su carta abierta del 17 de marzo de 1919, en la
que acusaba públicamente al Presidente de ser la causa de todos
los males que sufría el país. El tono agrio y la crítica profunda
de este documento exasperaron a Venustiano Carranza, quien reafirmó
su decisión de aniquilar al movimiento del sur y a su caudillo.
El Primer Jefe Constitucionalista estaba dispuesto a darle una
última lección al zapatismo, que se iniciaría con la muerte
de su caudillo. Era opinión común en los círculos militares
y políticos dominantes de México, que muerto Emiliano Zapata
el zapatismo por añadidura sería sometido. Esta idea la compartían
tanto el jefe del Ejecutivo como el General Pablo González,
y a este propósito encaminaron sus esfuerzos, los cuales se
vieron concretados la tarde del 10 de abril de 1919.
Las secuelas de la muerte del caudillo resultaron sorpresivas
para quienes pensaban que muerto él la pacificación del estado
sería inmediata. El zapatismo acéfalo se reorganizó y, si bien
muchos hombres dejaron las armas, jefes como Genovevo de la
O, Gabriel Mariaca, Francisco Mendoza y Fortino Ayaquica hicieron
público su afán de consumar los ideales por los que tantos años
habían luchado y vengar la muerte de Zapata. En Tochimilco,
sede del cuartel zapatista, Gildardo Magaña, tras un corto proceso
de lucha para alcanzar la jefatura del movimiento, se convirtió
en el sucesor de Emiliano.

Así, ante la equivocada opinión del General Pablo González,
el movimiento agrario morelense no fue finiquitado por la desaparición
de su caudillo y se mantuvo en rebeldía hasta 1920, en que estableció
una alianza con la facción revolucionaria obregonista, la cual
triunfó a través de la rebelión de Agua Prieta.
MUERTE DE EMILIANO ZAPATA - Comisionado para inspeccionar
varios destacamentos, el Coronel Jesús M. Guajardo se había
dedicado a cometer tropelías en cada pueblo por donde pasaba.
Los padres de las hijas atropelladas por el militar elevaron
sus quejas y la Secretaría de Guerra comunicó al gobernador
José G. Aguilar que ordenara a Guajardo que se presentara en
la ciudad de México a responder de las acusaciones.
La situación de Guajardo se agravó cuando el Licenciado José
G. Aguilar y el General Pablo González lo sorprendieron escandalizando
en el interior del hotel Providencia, frente al cual caminaban
rumbo al teatro Carlos Pacheco, después de observar las obras
de reconstrucción del Hospital Militar de Cuautla.
Visiblemente ebrio, a caballo y empuñando una pistola, el Coronel
Jesús M. Guajardo recorría las instalaciones del hotel. Irrumpía
en las habitaciones y amenazaba a los huéspedes.
El Licenciado Aguilar le llamó la atención a grito abierto y
le advirtió que el General Pablo González estaba afuera y que
estaba enterado de su escándalo. Guajardo frenó a su animal
a las puertas del comedor, pidió al Licenciado Aguilar que le
permitiera salir y hundiendo sus espuelas en los ijares del
caballo al tiempo que lanzaba un grito, abandonó el establecimiento.
Para atenuar la falta del carrancista, el gobernador de Morelos
le dijo al General Pablo González que Guajardo había cumplido
sus órdenes antes de embriagarse. Esto calmó al general en jefe,
quien sin decir palabra continuó su caminata hacia el teatro
Carlos Pacheco.
Dos días después, mientras el Coronel Guajardo esperaba conocer
el castigo que le impondría el General Pablo González por su
escándalo, el gobernador José G. Aguilar recibió en su casa
a un fotógrafo ambulante convertido en uno de los más activos
espías de los federales en el campo zapatista, quien le entregó
una carta que le dirigía Emiliano Zapata al Coronel Jesús M.
Guajardo.
En esa carta, que líneas adelante transcribimos, Zapata invitaba
a Guajardo a unirse al zapatismo, argumentándole que sabía que
el General González lo había injuriado y lo iba a procesar por
el incidente en el hotel Providencia.
El gobernador llevó inmediatamente la carta de Zapata al general
en jefe, Pablo González, quien, después de leerla, le ordenó
que al día siguiente a la hora de comer, le llevara a Guajardo,
para ver qué provecho se le podía sacar a la misiva.
González, que era hombre de costumbres disciplinadas, se sentaba
a la mesa a las 13 horas, y lo acompañaban el Señor Sánchez
Neira, su secretario particular, Juan Sarabia y el gobernador
José G. Aguilar.
El día que fue Guajardo, sólo estuvieron en la mesa el General
González y el gobernador Aguilar. Durante la comida, el general,
a través de sus lentes oscuros, examinaba cuidadosamente a Guajardo
y platicaban de asuntos ajenos a los incidentes pasados.
A la hora de los postres, González pidió al Coronel Guajardo
le explicara por qué causas lo citaban en la Secretaría de Guerra.
Guajardo contestó que se trataba de puras calumnias y de malas
voluntades que se había acarreado en el desempeño de comisiones
en los pueblos donde había muchos espías zapatistas.
-¿Así que son calumnias de los zapatistas?- dijo el general
González...
- Sí, mi general; si usted me deja que le explique todo el caso...
- Bueno coronel, ¿cómo me explica usted, dijo socarronamente
el General Pablo González, sus relaciones con Emiliano Zapata?
-¿Con Emiliano Zapata? -preguntó sorprendido Guajardo.
-Sí, mi coronel, con Emiliano Zapata -insistió el Gral. González.
-No es posible, mi general,--contestó Guajardo.
-Tan es posible, coronel, que aquí tengo una carta que Zapata
le dirige, añadió don Pablo, y entregándosela al gobernador
Aguilar agregó: Léala licenciado, léala en voz alta para que
la reconozca el Cor. Guajardo...
"Cuenca, marzo 21 de 1919. Señor Coronel Jesús M. Guajardo.
Donde se encuentre. Muy señor mío: Ha llegado a mi conocimiento
que por causas que ignoro ha tenido usted con Pablo González
algunas dificultades, y en las que ha sido usted amonestado
sin tener causa justa. Esto y la convicción serena y firme que
tengo del próximo triunfo de las armas revolucionarias, me alientan
para dirigirle la presente, haciéndole formal y franca invitación
para que si en usted hay voluntad suficiente, se una a nuestras
tropas entre las cuales será recibido con las consideraciones
merecidas. No creo oportuno por ahora, ya que usted estará bien
informado, hablarle del gran incremento que la Revolución ha
alcanzado en todas las regiones del país, y bástele saber a
usted que contra lo que tanto se ha dicho, nuestro movimiento
está perfectamente unificado y persigue un gran fin, el efectivo
mejoramiento de la gran familia mexicana. En espera de sus apreciables
letras, quedo de Ud. atento y s.s. -El General Emiliano Zapata".
Durante la lectura, don Pablo sonreía, mientras que Guajardo,
hosco y sorprendido, escuchaba con atención.
-Buen servicio de espionaje nos tiene Zapata, cuando ya ven,
a unas horas del incidente en el hotel, lo supo --comentó el
General González y, dirigiéndose a Guajardo, comentó: -Coronel,
desde este momento tendrá usted correspondencia con Emiliano
Zapata. El Lic. Aguilar escribirá las cartas y usted las firmará.
Vamos a ver para qué nos sirven estas relaciones.
Horas después, el
mismo espía que había traído la carta, llevó la contestación
de Guajardo a Emiliano Zapata. que decía:
"C. Jefe de la Revolución del Sur, don Emiliano Zapata, Donde
se encuentre. Por su carta fechada en Cuenca el 21 de los corrientes,
quedo enterado de la invitación que se ha servido hacerme para
que me una con sus tropas á fin de que ya á sus órdenes trabaje
por la Causa que tiene por objeto el mejoramiento de la gran
familia mexicana. Le manifiesto a Ud. que en vista de las grandes
dificultades que tenemos Pablo González y yo, estoy dispuesto
a colaborar a su lado siempre que se me den garantías suficientes
para mí y mis compañeros, y a la vez mejorando mis circunstancias
de revolucionario que en esta ocasión como en otras se trata
de perjudicarme sin razón justificada. Cuento con elementos
suficientes de guerra, así como municiones, armas u caballada,
tengo en la actualidad otro Regimiento á mis órdenes, así como
otros elementos que sólo esperan mi resolución para contribuir
á mi movimiento. En espera de sus letras y suplicándole una
reserva absoluta sobre este asunto tan delicado, quedo su afmo.
y s.s. J. M. Guajardo".
"Campamento revolucionario en el Estado de Morelos, al primero
de abril de 1919. Señor Coronel Jesús M. Guajardo. San Juan
Chinameca. Muy señor mío: Con mucha satisfacción me he enterado
de su muy atento escrito fechado en San Juan Chinameca, en el
que me dice que está dispuesto a unirse á la causa revolucionaria
que tiene por objeto el mejoramiento de la gran familia mexicana.
Como le dije a usted en mi anterior, tanto a usted, como a los
jefes, oficiales y soldados que lo acompañen, se les recibirá
con los brazos abiertos y gozarán de toda clase de garantías,
pues se les verá como compañeros. Jefes que han llegado del
Norte, y a los que tengo con mando de fuerzas en Xochimilco,
me han dado excelentes referencias de su gestión revolucionaria
en aquella región, y por ellos mismos he sido informado de que
es usted hombre de convicciones, y que aun cuando distanciado
de nosotros, sus ideas son firmes. Aquí con nosotros contribuirá
usted al triunfo de la gran causa revolucionaria que lucha por
el bien general de la clase humilde, y cuando hayamos llegado
al triunfo, tendrá usted la satisfacción de haber cumplido con
un deber y su conciencia quedará tranquila por haber obrado
con justicia. La carta de usted deja ver que es franco y sincero,
y lo juzgo como hombre de palabra y caballero, y tengo confianza
en que cumplirá al pie de la letra el asunto de que se trata;
por mi parte, sólo sé decirle que sé cumplir mi palabra, mientras
no se dé al pueblo lo que necesita. Una vez estando usted aquí
con nosotros, tendrá todo lo que desea, sus circunstancias como
revolucionario mejorarán y tengo la seguridad de que estará
satisfecho de estar a nuestro lado. El regimiento de que habla,
ya entiendo poco más menos cuál es y exacto que ya está de acuerdo,
así como de que está cerca de esa. Creo conveniente decir a
usted que deseo haga su movimiento el jueves, y como Victoriano
Bárcenas es un mal elemento, es necesario que comience usted
con él, al fin está muy cerca. Prepárese bien para dar ese golpe,
que es por donde se debe comenzar; al desarmar a Bárcenas y
los suyos, dejará usted la tropa desarmada en Chinameca hasta
nueva orden y a Bárcenas y todos los jefes que están con él,
me los remitirá al rancho de Tepehuaje, previo aviso; ya después
acordaremos los trabajos que debemos seguir haciendo. Advierto
a usted que se necesita obrar con mucha actividad. En Cuautla
tengo yo arreglados varios jefes, así como otros que están destacamentados
fuera de allí. Dichos Jefes sólo esperan que se les diga el
día en que deben salirse para que se incorporen a nosotros,
así es que el movimiento va a ser de importancia y con satisfacción
digo a usted que una vez realizado el movimiento, habremos dado
un gran paso hacia el triunfo de la revolución. En la actualidad
me encuentro en esta región, debido, entre otros urgentes asuntos,
a que se me comunicó la presencia de unos correos enviados por
varios jefes, entre ellos del C. General Cipriano Jaimes, que
últimamente se unieron a la revolución en el estado de Guerrero.
Para terminar, juzgo conveniente entrar en algunos detalles
acerca de la situación, por más que deben ser ya de su conocimiento:
el Señor Don Francisco Vázquez Gómez, a quien con placer recordamos
todos los revolucionarios, está haciendo los últimos trabajos
cerca de la Casa Blanca para cruzar territorio nacional y ponerse
frente de las columnas revolucionarias que mandan los Generales
Villa, Felipe Ángeles y Martín López, que perfectamente organizados
y con abundancia de elementos, están atacando plazas importantes
y atrayéndose la atención de los compatriotas y extranjeros.
En términos generales, la revolución prepotente y arrolladora
está rápidamente dominando toda la extensión del territorio
nacional. En espera de sus apreciables letras y de que me diga
si hará el movimiento que le indico, quedo de usted afmo. Atto.
y S.S. El General Emiliano Zapata".
"Campamento
revolucionario de San Juan Chinameca, Morelos. C. Jefe de la
Revolución del Sur, don Emiliano Zapata. Muy estimado Jefe:
Con satisfacción me he enterado de su extensa carta fechada
hoy, y en debida contestación manifiesto a usted que, con relación
a sus instrucciones respecto a Bárcenas, no es posible dar cumplimiento
para el jueves, por encontrarse éste en Cuautla, llamado por
Pablo González, encontrándose en ésta únicamente Ramón N. Gutiérrez,
uno de sus jefes, como con 40 hombres. Otro motivo principal
es el de tener en dicha ciudad provisión por valor de diez mil
pesos, la que nos haría mucha falta, si ésta se perdiese, así
como el Cuartel General tiene un pedido de mi parte de 20 000
cartuchos, los que me entregará del 6 al 10 del presente mes;
la provisión de referencia estará también para la misma fecha
en ésta. Motivo de satisfacción es para mí fijarme a la gran
causa revolucionaria por la que usted ha luchado, así como los
informes que ha tenido de distintos jefes, de que soy hombre
de convicciones y de ideas firmes, lo cual demostraré a usted
con hechos. Ya me encontraba en antecedentes que el señor Doctor
Francisco Vázquez Gómez trabaja activamente por la unificación
de todos los elementos revolucionarios que se encuentran en
este país y en el extranjero, y que desea el mejoramiento de
nuestro suelo patrio. He tenido conocimiento que los cc. Generales
Francisco Villa y Felipe Ángeles, como otros, han tenido brillantes
triunfos en el Norte de nuestra Republica. Una vez reunidos
en nuestro poder los elementos a que hago referencia y que hice
en mi anterior, daremos el primer golpe a Bárcenas y seguiremos
trabajando con éxito. Me permito ofrecer a usted, desde luego,
víveres como artículos de primera necesidad, u otros que pudieran
hacerle falta dejando a su respetable opinión la forma más conveniente
para que lleguen a su poder. Hago de su conocimiento que diariamente
mando mulada con arrieros a Cuautla, por lo que suplico se sirva,
si lo cree conveniente, ordene a los jefes que operan por esa
región, no obstruccionen el paso a los individuos de referencia.
Sin más asunto que tratar por ahora, aprovecho la oportunidad
para protestarle mi adhesión y respeto. El Coronel J. M. Guajardo".
"Campamento Revolucionario en Morelos, a 2 de abril de 1919.
Señor Coronel J .M. Guajardo. San Juan Chinameca. Muy estimado
señor Coronel: Con mucha satisfacción doy respuesta a su atenta
fecha el 1º (Primero) del actual, habiendo quedado enterado
de lo que en ella se sirve expresarse, recomendándole especialmente
el asunto de Bárcenas. Con relación a los víveres y municiones
que en la ciudad de Cuautla tiene usted, juzgo pertinente los
deje allá, aún cuando bien comprendo que por de pronto pudieran
hacernos falta, pues creo firmemente que muy poco tiempo después
esos elementos se pueden recobrar y hay el inconveniente de
que el mismo individuo que le recomiendo, pudiera enterarse
del asunto, en cuyo desgraciado caso, esté usted seguro que
lo haría víctima. Además creo conveniente que en la primera
oportunidad que se le presente arregle de una vez a Bárcenas,
sin esperar la fecha del 6 al 10. Su carta ha sido para mí la
confirmación de las referencias que sobre usted me habían sido
proporcionadas y no dudo que como usted me indica, sea sostenido
con hechos y sinceramente nos felicitamos por su patriótica
actitud, ofreciéndole en lo particular mi amistad franca y abierta.
Respecto a los víveres de que me habla, efectivamente estamos
escasos, yo le agradezco mucho su buena disposición para proporcionármelos
y esté seguro de que recibiré con gusto todo aquello que sea
su voluntad mandarme. Ya ordeno a la gente que se encuentra
entre esa y Cuautla, no entorpezca el paso a sus arrieros. Sin
más por ahora y en espera de sus apreciables letras, quedo de
usted afmo. General Emiliano Zapata".
"Hacienda de San Juan Chinameca, abril 3 de 1919. C. Jefe de
la Revolución del Sur, don Emiliano Zapata. Donde se encuentre.
Muy estimado Jefe: Con fecha de ayer noche me fue anunciada
la presencia en ésta de su enviado, el señor Feliciano Palacios,
a quien recibí gustoso y después de tener una larga y franca
entrevista, le expuse los motivos para alargar el plazo de capturar
a Bárcenas y los suyos, cosa que estima prudente por ser de
esencial importancia para el tiempo futuro, tener en nuestro
poder la cantidad de parque a que ya le he hecho mención. No
creo oportuno entrar en otros detalles, pues entiendo que su
enviado al escribirle a usted le dará cuenta de ellos. Por su
enviado quedo enterado que usted ha acordado que este punto
sea mi campamento, cosa que es de mi agrado, me permito consultarle
si las familias puedo dejarlas en ésta o mandarlas a otro lugar.
Le mando un caballo que espero será de su agrado, así como mercancías
que le serán necesarias. Si usted no puede darme sus instrucciones
amplias y verbales, las espero entonces por escrito, indicándome
qué plaza debo atacar después del golpe de Bárcenas. Tengo en
proyecto Jojutla, Tlaltizapán o Jonacatepec. El trabajo que
tengo que efectuar con su recomendado, será el lunes y lo tendrá
en su poder en el punto indicado. Yo tengo que ir a Cuautla
a recibir el parque y venir enseguida con la gente que tengo
en Santa Inés y algunos oficiales. Me es honroso protestarle
mi subordinación. El Coronel J. M. Guajardo".
"Campamento revolucionario en Morelos, 6 de abril de 1919. Señor
Coronel J. M. Guajardo. San Juan Chinameca. Muy estimado señor
coronel: Por su estimable, me he enterado de la entrevista que
tuvo usted con mi enviado, y en cuanto al movimiento, le manifiesto
que la base principal es ésta; que con las fuerzas de su mando
marche a Tlayecac, en donde están al mando del capitán Salomé
G. Salgado, cien hombres; que el mismo capitán Salgado reunirá
más tropas en Tenextepango; una vez organizado allí marchará
sobre Jonacatepec, el que una vez tomado, regresará a San Juan
Chinameca a recibir instrucciones, y marchará sobre Jojutla
y Tlaltizapán; apoderándose de esta plaza, ya se puede reorganizar
la columna y, después de reforzada, llevar a cabo trabajos de
mayor importancia. Este movimiento debe hacerse inmediatamente
que usted reciba la presente, al fin que Bárcenas pasó rumbo
a Cuautla y ya le pongo gente a retaguardia para ver si es posible
ayudarlo a combatir, pues por más que últimamente he pretendido
hacerle presentar combate, anda escabulléndose para no tener
encuentro. Como el movimiento de usted va a ser por el rumbo
opuesto al que lleva el mencionado Bárcenas, puede prestar oportunidad
para que al regresar a esa hacienda lo capture usted, y para
mayor éxito puede usted dejar en ese punto un jefe con cien
hombres y las respectivas instrucciones. En cuanto a la impedimenta
de las familias, pueden quedar, por lo pronto, en ese lugar,
y ya en vista de los movimientos que haga el enemigo, se verá
si es conveniente trasladarlas a otro sitio; pero de antemano
creo que habrá esa necesidad. Con el fin de despistar al enemigo,
voy a distribuir fuerzas en guerrillas, por lugares más convenientes,
cercanos a Cuautla, aparte de una columna competente, formada
con las tropas que puedan reunirse, para el mejor éxito de las
operaciones. Adjunto a usted una orden para el C. Capitán Salomé
que, como le digo antes, se encuentra a mis órdenes en Tlayecac,
para que se incorpore a la columna de usted llevando consigo
a sus fuerzas y las de Tenextepango. En el mismo caso del capitán
Salgado, se encuentran otros muchos jefes, que esperan la primera
oportunidad para hacer su movimiento; y por lo mismo, es necesario
que desde luego lo efectúe, sin esperar más tiempo los pertrechos
que ha de recibir, los que se compensan con los elementos que
se han de incorporar después. Sin más asunto por ahora, y deseándole
feliz éxito, quedo de usted afectísimo amigo y atento y seguro
servidor. General Emiliano Zapata".
Al mismo tiempo Zapata recibió una carta de Eusebio Jáuregui,
en la que éste daba amplias referencias de Guajardo, lo que
sumado a las anteriores, Emiliano Zapata creyó en la sinceridad
de Guajardo. Hablamos arriba de alguna intervención de Jáuregui,
ex zapatista que gozando de libertad, y sin respetar su palabra
de honor, reincidió en sus simpatías hacia Zapata y hacia el
zapatismo.
Eusebio Jáuregui perdonado de la vida pues se le capturó con
las armas en la mano, no desperdicia ocasión para expresar a
los espías del enemigo algún dato o cierta información que favoreciera
a los suyos. Se sospechaba de su conducta, pero no había testimonio
que confirmara tal sospecha.
Guajardo, por otra parte, debía también aprovechar la circunstancia
y pide a Eusebio una carta de presentación con Zapata; no se
niega el favor, y por el contrario, la carta sobre todo el final,
expresa claramente sus inclinaciones a la rebeldía. Expide,
pues, la carta que copiamos enseguida.
"Cuautla, abril 8 de 1919. C. General Emiliano Zapata. Donde
se encuentre. Muy estimado general: He hablado con el coronel
Jesús M. Guajardo, y me ha manifestado todos los arreglos que
usted y él tienen para la fecha, relativos a que ha reconocido
de una manera incondicional los ideales que usted tiene la alta
honra de representar y como no dudo sea un hecho, me permito
manifestar a usted sepa apreciar los buenos elementos de este
ameritado jefe que ayudará e impulsará nuestra revolución. Espero
que mi recomendado le comunicará a usted lo que yo tengo pensado,
a fin de que la revolución obtenga mayores elementos y con esto
grandes triunfos. Debo manifestar a usted, mi general, que el
Coronel Guajardo no cumplió con su orden el día citado, en vista
de que tuvo que atravesar por grandes dificultades. Protesto
a Ud. mi general, mi subordinación y respeto. Jáuregui".
Guajardo, conforme a las instrucciones verbales que recibía
del General González, seguía ratificando su adhesión al General
Zapata, encontrando siempre algún pretexto para indicarle que
debía esperar varias semanas más aliado del gobierno. Pero Zapata,
ante la situación incolora de Guajardo, le pidió de una vez
por todas que definiera su actitud. Ante la exigencia del caudillo
suriano, el Coronel Guajardo se presentó ante el General Pablo
González, pidiéndole órdenes y resolviendo don Pablo dar el
golpe final.
La oportunidad para realizar los planes del Ejército Federal
se presentaron cuando Zapata exigió a Guajardo que se le incorporara;
señalándole la obligación de llevar al campo zapatista al General
Capistrán, que se había rendido al gobierno y enseguida atacar
y tomar la plaza de Jonacatepec. El cuartel general federal
interceptó una comunicación del General Zapata dirigida a Eusebio
Jáuregui, donde le daba instrucciones para que aprehendiera
al General González.
Eusebio Jáuregui se había rendido hacía varias semanas, pero,
según la comunicación interceptada, la rendición había sido
preparada con el objeto de gestar un movimiento dentro de Cuautla.
Al descubrirse los planes de Zapata, el General González ordenó
al gobernador José G. Aguilar que procediera a la aprehensión
de Jáuregui, que tenía la ciudad por cárcel. El General Pablo
González dio la orden de traer a Emiliano Zapata vivo o muerto.
González dijo a Guajardo:
-Por
lo que respecta a las pruebas que le pide Zapata, provea a su
gente de parque de salva y ataque la guarnición de Jonacatepec.
Yo daré instrucciones al General Daniel Ríos Zertuche para que
también provea a sus soldados de la misma clase de parque para
que, después de sostener un tiroteo con las tropas de usted,
se retire a un punto convenido en aparente desorden, y como
no es posible que se lleve a Capistrán, pues Zapata le fusilaría
inmediatamente, llévese a doce zapatistas que están condenados
a muerte y que si los fusila su ex jefe pagarán bien pagados
los crímenes que han cometido.
Según el parte de Guajardo, el día 8 de abril de 1919, después
de recibir las órdenes de Pablo González, salió con su escolta
a las 8:15 horas con rumbo a Chinameca. Llegó a Moyotepec a
las 11 horas de ese mismo día, donde la esperaba una escolta
de 50 hombres, y prosiguió a Chinameca llegando a las 15 horas.
Con motivo de que varios grupos de campesinos se presentaron
ante Guajardo para quejarse de los desmanes de la gente de Bárcenas,
exigiendo pronta justicia, Guajardo impuso como castigo el fusilamiento
de 59 soldados que militaban a las órdenes de Margarito Ocampo
y del Coronel Guillermo López. Esta orden se cumplió en un lugar
llamado Mancornader. De esta forma demostró Guajardo su rectitud
y lealtad a Emiliano Zapata.
Esto decidió a Emiliano Zapata a concederle la entrevista, por
lo que Palacios le comunicó a Guajardo, que se encontraría en
Tepalcingo. Guajardo, al día siguiente a la 1 (Primera) hora,
con su gente montada y bien municionada dejó la hacienda de
Chinameca y salió rumbo a Huitzila, donde llegó a las 9 horas,
dándole forraje a sus caballos, y recibió las últimas instrucciones
para atacar a Jonacatepec; a las 12:45 horas estuvo frente a
esa plaza, donde le esperaba la gente que llevaba el Capitán
Salgado, del 66 Regimiento.
Guajardo procedió al ataque de la plaza donde se combatió media
hora y, según el parte oficial de Guajardo, se perdieron dos
individuos de tropa que murieron en el combate. No se explica
cómo pudo ser esto, pues iban a hacer sólo disparos de salva.
En el ataque a Jonacatepec, el General Ríos Zertuche distribuyó
a sus soldados, pues ya había recibido la orden del cuartel
general; simuló la defensa de la plaza y después sus oficiales
hicieron huir a la gente en completo desorden. Abandonada la
plaza, el Coronel Guajardo, con la mayor parte de sus tropas
-ya que algunos se negaron a voltearse- entró victorioso a Jonacatepec
gritando "Viva el General Zapata".
El asalto simulado a Jonacatepec hizo creer al caudillo suriano
en la lealtad de Guajardo. Poco después del asalto a Jonacatepec,
recibió órdenes de presentarse a Zapata. A las 16 horas salió
del pueblo y, por primera vez, frente a la estación del ferrocarril
denominada Pastor llevando un número aproximado de 600 hombres,
se entrevistaron y Zapata le dijo:
-Mi General Guajardo, la felicito a usted sinceramente y acordó
el ascenso de él y de la oficialidad. Zapata le manifestó el
deseo de que pasara a Tepalcingo. Guajardo fingió un dolor de
estómago y Zapata la llevó a medicinarse. Como a las 24 horas,
Guajardo recibió órdenes de Zapata para que dejara a su gente
en un lugar llamado Los Limones, mientras que él, Guajardo,
debería esperar nuevas órdenes en la hacienda de Chinameca.
Éste, al día siguiente acampó con su fuerza a tres kilómetros
de la hacienda y procedió a entrar a ella a las 6:30 horas quedando
toda la tropa acuartelada. A las 8 horas Emiliano Zapata llegó
frente a la hacienda con unos 400 hombres, comandados por Pioquinto
Galis, Gil Muñoz Zapata, Adrián Castrejón, Timoteo Sánchez,
Joaquín Camaño, Jorge Méndez, Juan Lima, Jesús Chávez, José
Rodríguez, Feliciano Palacios, y los coroneles Jesús Salgado,
Clemente Acevedo, Salvador Reyes Avilés y otros.
Algunos se habían disgregado en algunas de las chocitas en busca
de alimentos, otros en la plaza platicaban. Zapata fue saludado
por Guajardo en ese lugar, y estaban en eso cuando corrió la
noticia de que se acercaban fuerzas federales. Emiliano Zapata
dio orden a Guajardo de que se mantuviera en la hacienda, y
Zapata se posesionó del lugar llamado Piedra Encimada para repeler
el ataque.
Desde ese lugar Emiliano Zapata observaba con unos prismáticos.
Después de cerciorarse, ordenó a Feliciano Palacios que fuera
a ver a Guajardo, para que éste entregara el armamento y municiones
que había ofrecido a Zapata. Palacios salió acompañado de Jorge
Méndez y Juan Lima; los dos últimos se quedaron en el puente
de entrada de la hacienda, y sólo Feliciano Palacios entró a
la finca. Como Palacios no regresaba, Zapata envió al Coronel
Agustín Carreón para que le sirvieran unas cervezas. Carreón
regresó sin haber visto a Feliciano Palacios.
Como a las dos de la tarde, Zapata se retiró a la Piedra Encimada
y se dirigió a la tienda de raya de la hacienda, donde saludó
al español que la regenteaba, y en la bodega preguntó al General
Juan Lima por Feliciano Palacios, a lo que éste contestó que
se encontraba preso por órdenes de Guajardo, y le participó
que Guajardo lo invitaba a comer.
Contrariado el General Zapata por la información que le dio
Juan Lima, aceptó la invitación pero dijo que iría a caballo,
por lo que su asistente, Agustín Cortés, le arregló su montura
y ordenó a Juan Lima y a Jorge Méndez que escogieran diez hombres
para que lo acompañaran a la cita que le había hecho el Coronel
Guajardo.
La comitiva fue compuesta por los generales Juan Lima, Jorge
Méndez, Miguel Zúñiga, y el Coronel Clemente Acevedo, más los
asistentes de cada uno de ellos. Guajardo había dispuesto que
en el momento en que entrara Emiliano Zapata se le hicieran
los honores de general y después de la segunda llamada de honor
hicieran fuego, estando el resto de la tropa dispuesta para
combatir.
A las 14:10 horas, Emiliano Zapata se presentó en la puerta
de la hacienda, en una de cuyas piezas tenían a Feliciano Palacios.
Al aproximarse Zapata a la hacienda, una banda de guerra formada
tocó llamada de honor y, sin terminar ésta, una trompeta tocó
a fuego. Como los soldados presentaban armas al pasar el General
Zapata, el primero en disparar fue el centinela y a continuación
siguieron las descargas que hacían en su contra.
Zapata quiso sacar la pistola en los últimos momentos que le
quedaban de vida y, tratando de dar media vuelta, el caballo
arrojó su cadáver al suelo. A su lado quedó su fiel asistente
Agustín Cortés, y dentro de las habitaciones de la hacienda
quedó el infortunado Feliciano Palacios que fue asesinado también
en el momento en que caía Zapata.
Las descargas de fusilería se convirtieron en mortífero fuego
general contra los zapatistas desde los puestos en que los federales
se encontraban apostados. Bajo el cerrado fuego de fusilería,
ametralladoras y bombas que simultáneamente estallaban, las
despavoridas fuerzas zapatistas huían sin saber lo que había
pasado y tratando de ponerse a salvo del furioso ataque de que
fueron víctimas.
Una vez fuera del alcance de los proyectiles, comenzaron a reunirse
para conocer las causas del ataque. Los mismos que iban atrás
de Zapata informaron la funesta noticia de la muerte de su jefe.
El parte oficial de Guajardo dice que quedaron muertos Emiliano
Zapata, Zeferino Ortega y otros generales habiendo causado bajas,
entre muertos y heridos, como 30 hombres, que no fue posible
identificar. Guajardo aseguró que él personalmente hizo fuego
en contra de Palacios, Bastida y Castrejón, a los que mató en
el acto. Posteriormente, se ha podido comprobar que ni Zeferino
Ortega ni Gil Muñoz Zapata fueron sacrificados en aquella ocasión.
Después de este artero ataque se procedió a levantar los cadáveres
y se dispuso que se persiguiera al enemigo por todos los rumbos
hasta dispersarlo completamente, haciendo gran número de bajas
entre muertos y heridos.
Con el objeto
de conducir el cadáver de Zapata, se tocó botasilla y, media
hora más tarde, a las 16 horas del jueves 10 de abril de 1919,
Guajardo salió de la hacienda de Chinameca con la fuerza a su
mando, rumbo a Cuautla, a donde llegó a las 21:10 horas, haciendo
entrega del cadáver al General Pablo González.
Mientras la tragedia sucedía en San Juan de Chinameca, el General
Pablo González estaba muy inquieto porque no sabía si Guajardo
ya había matado a Zapata. Como a las ocho de la noche llegó
un propio desde Villa de Ayala con el lacónico mensaje "sigo
para ésa con Zapata".
Aunque Pablo González tenía una gran confianza en su coronel,
la ciudad fue puesta en estado de alerta y don Pablo González
salió rumbo al camino de Villa de Ayala para esperar a Guajardo.
El cadáver de Zapata lo llevaban amarrado al lomo de una mula,
y cuando llegaron a las puertas de Cuautla, adelantándose Guajardo
adonde estaba Pablo González, le informó: -Mi general, sus órdenes
han sido cumplidas.
Los despojos de Emiliano Zapata fueron llevados a los bajos
de la presidencia municipal de Cuautla. Para identificar el
cadáver, se hizo traer a Eusebio Jáuregui, que había sido jefe
del Estado Mayor de Zapata, quien declaró ante el notario Ruiz
Sandoval.
El cadáver de Emiliano Zapata fue expuesto al público, colocándosele
sobre una caja en la inspección de policía: Allí empezaron a
acudir centenares de curiosos y vecinos del lugar. Para evitar
la descomposición del cadáver se ordenó que el Doctor Loera
y varios practicantes lo inyectaran, realizado lo cual, se ordenó
que fuera puesto en exhibición.
Previamente se le practicó la autopsia y se comprobó que solamente
había ingerido alimentos líquidos, y el cuerpo presentaba siete
perforaciones correspondientes a siete tiros que le debieron
haber causado la muerte casi instantánea. El cadáver no presentaba
ni una herida en el rostro.
Al cadáver de Emiliano Zapata le fue cambiada la ropa; se le
quitó el traje de charro que llevaba y se le puso ropa limpia.
Todos los curiosos que acudieron a ver el cadáver de Zapata,
lo primero que le buscaban era el lunar que tenía arriba de
un ojo.
El General Pablo González envió a la ciudad de México al coronel
y licenciado Miguel Cid Ricoy para que comunicara los hechos
al presidente Carranza. Inmediatamente se dio el boletín a la
prensa nacional.
La noticia produjo verdaderas peregrinaciones rumbo a Cuautla
con el objeto de ver el cadáver de Zapata. Se especuló en la
ciudad de México que el cuerpo iba a ser trasladado a esa ciudad,
pero al ser entrevistado por los periodistas, el señor Ricoy
declaró que no creía que hubiera necesidad de trasladarlo a
la capital, salvo que hubiera una orden en contrario dictada
por la Secretaría de Guerra.
En la prensa nacional se dieron algunos datos sobre Guajardo,
diciendo que se había incorporado a las fuerzas revolucionarias
el año de 1913, que había empezado su carrera como soldado raso
y que sus ascensos se debían a su singular valor. Aseguraron
que en Saltillo, Puebla, Guerrero y el Estado de México tuvo
participación en importantes combates y que siguió a la Revolución
en todo su formidable avance desde el norte.
Dentro de sus datos biográficos señalaban que su abuelo había
dado muerte a un famoso bandido apellidado Villegas, cuyas hazañas
se consignaban en los anales del bandolerismo de aquella época.
Villegas fue apodado El Endiablado.
Se citó también en la prensa nacional, que Guajardo había empleado
cuatro días en la realización del ardid que dio como resultado
la muerte del cabecilla morelense. Se consignó como dato original
el de que Zapata le había regalado un caballo al Coronel Guajardo
cuando consideró a este militar como de su bando.
Siguió la expectación y se afirmó que seria sepultado el lunes
siguiente en Tlaltizapán, en un mausoleo construido por el propio
Zapata, para que guardara los restos de los firmantes del Plan
de Ayala, bandera de los hombres del campo.
El mausoleo es una sencilla tumba que tiene numerosas gavetas,
en cada una de las cuales podrá verse el nombre de cada uno
de los firmantes; allí reposaban ya los restos de Otilio Montaño,
Eufemio Zapata y algunos otros zapatistas. Se aseguró que en
ese lugar debían quedar los restos de Emiliano Zapata.
Este día también se afirmaba que con la muerte de Emiliano Zapata
quedaba desaparecido el zapatismo, y que muy pronto se restablecería
la paz, pues ya quedaban muy pocas gavillas con las armas en
la mano.
ACTA NOTARIAL DE LA MUERTE DE ZAPATA
Media hora después de la llegada del cadáver de Emiliano Zapata
a Cuautla se levantó el acta siguiente: Al margen un sello que
dice: Juzgado de Primera Instancia, del Estado de Morelos, No.13.
En la ciudad de Cuautla, Morelos, a las diez de la noche del
día 10 de abril de mil novecientos diez y nueve, yo, el Lic.
Manuel Othón Ruiz Sandoval, Juez de Primera Instancia, encargado
del protocolo, me constituí en las oficinas de la Inspección
general de policía de esta ciudad con el objeto de dar fe del
cadáver e identificarlo, del que en vida llevó el nombre de
Emiliano Zapata. Comparecen al acto los señores Capitán Primero
de Estado Mayor, Ignacio Barrera y Gaona, Alfonso G; Olivares,
José Rico y Eusebio Jáuregui, este último que desempeñó algún
puesto en el Zapatismo. Habiéndose mostrado al suscrito y comparecientes
en una de las planchas de la sección médica de esta oficina,
el cadáver de un hombre, al parecer por los signos característicos
bien muerto, los comparecientes lo identificaron como el del
que en vida llevó el nombre de Emiliano Zapata, con lo que se
terminó el acto, dando fe el suscrito notario del referido cadáver.
Actuaron como testigos de asistencia los señores Joaquín Flores
G. y Javier del Rayo, y por sus generales todos dijeron ser:
el Sr. Capitán Barrera y Gaona, casado, de veintiséis años de
edad, militar; el Sr. Olivares, casado, de treinta años de edad,
empleado; el Sr. Jáuregui, de veinticinco años, soltero, agricultor,
y todos de esta vecindad, menos el señor Rico que vive en la
hacienda de Tenango, distrito de Jonacatepec, estado de Morelos.
El señor Flores G., casado, empleado, de treinta y tres años
de edad, y el Sr. Rayo, soltero, de veintitrés años de edad,
empleado, y ambos con domicilio en el hotel Providencia. Leída
que les fue a los comparecientes y testigos la presente acta,
y estando conformes con su contenido que se les explicó, así
como su fuerza legal, firmaron hoy, día de su fecha, a las once
y treinta minutos de la noche. Doy Fe, Ignacio Barrera y Gaona,
Olivares, José Rico, E. Jáuregui, J. del Rayo, J. Flores G.
-Rúbricas- autorizó esta acta en Cuautla, Morelos, a once de
abril de 1911: Doy Fe, M.O. Ruiz Sandoval. -Rúbrica- El Sello
de Autorizar.
Hoy he extendido en el protocolo que es a mi cargo la siguiente
acta: IDENTIFICACIÓN DEL CADÁVER del que en vida llevó el nombre
de Emiliano Zapata y Fe de que: -Con fundamento en la fracción
31, inciso segundo, artículo 14 de la Ley del Timbre en vigor,
opino que debe causar estos timbres: Dos pesos por foja, en
una foja $2.00- Cuautla, Morelos, 10 de abril de 1919. El Juez
de primera instancia, M.O. Ruiz Sandoval. Rúbrica-El Sello de
la notaría No.6.
El Administrador del Timbre en Cuautla, Morelos, certifica que
con esta fecha, se pagaron dos pesos valor de las estampillas
que fijaron y cancelaron en la presente nota firmada bajo la
responsabilidad del Notario que la suscribe. Cuautla de Morelos,
Abril 11 de 1919.El Administrador General del Timbre G. A. Baquedando.
Rúbrica. El Sello de la administración federal del Timbre. Sacóse
del registro de instrumentos públicos que es a mi cargo, como
primer testimonio dejando agregada al apéndice del protocolo
en el legajo correspondiente a esta acta bajo la letra A, la
nota respectiva del timbre va en una foja y con los timbres
de ley y se expide para la Secretaría General del Departamento
de Administración Civil del Estado de Morelos. Corregido y copiado
en prensa, Cuautla de Morelos, 11 de abril de 1919. Doy Fe.
MO. RUIZ SANDOVAL.
Un sello que dice: Estado de Morelos. Juzgado de Primera Instancia,
Secretario General del Departamento de Administración Civil
del Estado de Morelos, Certifica que las firmas que calzan el
documento anterior son del C. Licenciado Manuel Othón Ruiz Sandoval,
Juez de Primera Instancia, encargado del protocolo de esta ciudad,
y las que acostumbra usar en todos los documentos que autoriza.-Cuautla
de Morelos, Abril 11 de 1919. El Secretario General del DEPARTMIENTO
DE ADMINISTRACIÓN CIVIL DEL ESTADO, J. G. Aguilar. Rúbrica.
Al fin un sello que dice: Gobierno Libre y Soberano de Morelos,
Secretaría.
ACTA DE DEFUNCIÓN EXPEDIDA POR EL REGISTRO CIVIL DE LA CIUDAD
DE CUAUTLA. En la heroica ciudad de Cuautla, Morelos a las 6
de la tarde del día 11 de abril de 1919, y ante mí el ciudadano
Pedro Narváez Juez del Estado Civil de esta cabecera compareció
el ciudadano Alberto Girela originario y vecino de esta ciudad,
casado, comerciante, y artesano de cuarenta y cinco años de
edad, manifiesta que el cadáver que se encuentra en el local
de la inspección general de policía es el mismo del que en vida
se llamó Emiliano Zapata, el que según parece falleció ayer
a las 8 de la tarde a consecuencia de heridas producidas por
arma de fuego, que lo conoce perfectamente porque era originario
del pueblo de Anenecuilco municipalidad de Villa de Ayala, Estado
de Morelos, casado, labrador, de 29 años de edad, hijo fue del
difunto Gabriel Zapata y de la finada Cleofas Salazar, de Anenecuilco;
se tuvo a la vista el certificado médico que se archivó con
las anotaciones de ley, suscrito por el Dr. Miguel Loaiza, fueron
testigos de esta acta el comparente y el Sr. Juan Bustamante,
originario vecino de esta ciudad, casado, comerciante y mayor
de edad. Se expidió la boleta para la inhumación del cadáver
en fosa de primera clase (gratis) del panteón de (la) ciudad,
y leída la presente acta a los que en ella intervinieron estuvieron
conformes y firmando conmigo el suscrito Juez, Doy Fe E. R;
a que (ilegible). El Juez del Registro Civil Pedro Narváez,(Rúbrica)
Alberto Girela, (Rúbrica) Juan Bustamante, (Rúbrica) Luis de
Alvarado, Secretario, (Rúbrica).
Casi 24 horas estuvo expuesto el cadáver de Emiliano Zapata
y lo vieron no solamente los vecinos de Cuautla, sino los de
los poblados inmediatos y muchas personas que se trasladaron
a esa ciudad desde la capital. La tarde del sábado 12, la ciudad
de Cuautla se animó en sus calles, pues todos los vecinos se
dirigían a la plaza principal para presenciar el sepelio. La
animación era callada; en los rostros se veía sorpresa en unos,
y curiosidad en otros.
Ocho prisioneros rebeldes que militaban en las filas de Zapata,
penetraron escoltados a la pequeña pieza donde el cuerpo, descompuesto
ya, estaba listo para ser conducido al panteón municipal. Frente
a la presidencia municipal, tres parientas del muerto llegadas
de Anenecuilco, enlutadas, llorosas, visiblemente emocionadas;
dudaban en presidir la fúnebre comitiva o en seguir separadamente
al cortejo.
Con la presencia del General González y de otros jefes militares
que hacían la campaña en contra del zapatismo en Morelos, se
solucionó la incertidumbre, y aquellas mujeres, rodeadas por
otras del pueblo, empezaron su callada marcha detrás del gentío
que hacía imposible el tránsito por la ancha plazuela.
A esta comitiva la seguían fotógrafos llegados de la ciudad
de México y se filmaban escenas de este acontecimiento para
el primer noticiario cinematográfico de la capital.
En el panteón todo estaba listo para dar sepultura al cadáver;
los enterradores, soga o pala en mano, cariacontecidos, se les
veía preparados para su faena. La negra caja de caprichosos
dibujos blancos que guardaba los restos del cabecilla Emiliano
Zapata, bajó a la fosa en presencia del gentío que pugnaba por
ocupar la parte delantera del numeroso grupo; algunas personas
trepaban a las tumbas inmediatas para satisfacer su curiosidad
e impedían que los deudos pudieran ver el resto de la operación.
Una anciana, la madre de Emiliano Zapata, más decidida que los
demás, con los ojos inyectados y llorosos, se abre paso, y cogiendo
un puñado de tierra fue la primera en depositar su ofrenda;
temblorosa, pero enérgica, cumplió los propósitos inspirados
en la vieja tradición.
(Nota: El autor de la biografía, Valentín López González, menciona
en el párrafo anterior -al parecer erróneamente- que la madre
de Emiliano Zapata lo visitó cuando éste murió.
Sin embargo, al inicio de la biografía menciona también que
la madre
de Zapata murió cuando él tenía 16 años de edad.)
Los golpes sordos del martillo que aseguraba los clavos, las
paladas de tierra que caían sobre el ataúd se escuchaban en
medio de un silencio profundo. Los hombres que condujeron a
Zapata al panteón eran ex zapatistas y veían el acto con incredulidad,
formados de dos en fondo.
El General Pablo González y sus más cercanos colaboradores presenciaron
el acto con sendas bolas de naftalina en la nariz, porque el
cadáver despedía ya pútridas emanaciones. Eran las 18 horas.
El sepulturero, con la boleta municipal en la mano, ratificó
la localización de la fosa. Zapata quedó al extremo noroeste
del panteón, en la segunda hilera de mausoleos en la primera
clase; y se identificaba el lugar por un guayabo que erguía
su frondosa ramazón en el costado izquierdo de la cabecera de
la tumba. La gente regresa al centro de la población, unos iban
silenciosos, los más comentando el triste fin de Emiliano, el
inculto sembrador; el célebre Atila del Sur.
Aquel pueblo que tanto sufrió por la rebeldía zapatista parecía
experimentar, dos horas después, no una indiferencia sino una
calma que se confundía con la diversión en la plaza al escuchar
la banda militar o jugando a la lotería de cartón, o tomando
nieve para mitigar la sed y calmar el calor regional de la noche.
Emiliano Zapata, ese mismo día se convirtió en una leyenda.
La historia del lunar de bola que se comentaba no tenía el cadáver
de Zapata y que habría de servir para la identificación que
hizo Jáuregui y que al principio negó caprichosamente, después,
aquellos que negaban su existencia, la confirmaron: ¡Era Emiliano
Zapata!
Las dudas no aparecían por ninguna parte; todos confirmaban
la declaración de Jáuregui, general zapatista rendido, que reconoció
a su antiguo jefe. Éste fue fusilado el día 14 en el panteón
municipal por un pelotón de soldados carrancistas.
El mismo 10 de abril de 1919, el secretario particular de Emiliano
Zapata; Salvador Reyes Avilés, desde el campo revolucionario
en Los Sauces, daba a conocer el parte oficial de la tragedia
al General Gildardo Magaña, y un día más tarde este mismo general
desde su campamento en Tochimilco; estado de Puebla, hizo circular
entre todos los sobrevivientes del zapatismo la carta que transcribimos:
Al C. General Francisco Mendoza, Su Campamento. Víctima de la
más negra de todas las traiciones, cayó ayer, gloriosamente,
atravesado por las cobardes balas enemigas, nuestro inolvidable
y heroico General en Jefe, don Emiliano Zapata. Que las maldiciones
de todos los buenos mexicanos, de los que hayan sabido comprender
la grandiosa obra del más grande y desinteresado revolucionario
mexicano, caigan sobre los nombres maldecidos y malditos de
los cobardes asesinos.
Hoy, más que nunca, los que bajo las órdenes del ya glorioso
Emiliano Zapata seguimos su ejemplo de patriotismo y de profundo
amor al pueblo, tenemos la sagrada obligación, el ineludible
deber de continuar la lucha, con mayores bríos, con más fe,
con más grandes ardimientos en contra del enemigo carrancista
que ya para siempre manchó su nombre con el lodo de la traición.
Para tratar, pues, sobre la mejor manera dc continuar cumpliendo
con nuestros deberes de revolucionarios y de hombres, este Cuartel
General ha acordado convocar a una junta de Generales, Jefes
y Oficiales del Ejército Libertador, que tendrá verificativo
en esta plaza, a la mayor brevedad posible, es decir, tan luego
como estén reunidos los principales miembros del Ejército.
Estimando que usted comprenderá la urgencia de verificar dicha
junta, he de merecerle que lo antes posible, se sirva pasar
a este Cuartel General acompañado de sus jefes, subordinados
y de los compañeros que operen por esa zona. Lo que comunico
a usted para su inteligencia y efectos, reiterándole mis consideraciones
y aprecio distinguido. Reforma; Libertad, Justicia y Ley. Tochimilco,
a 11 de abril de 1919. El General Magaña.
El día 12 de abril se publicó en El Universal la felicitación
de don Venustiano Carranza al General Pablo González.
Del Palacio Nacional de México, el 11 de abril de 1919. Señor
General de División; don Pablo González. Cuautla, Morelos. Con
satisfacción me enteré del parte que me rinde usted en su mensaje
de anoche, comunicándome la muerte del cabecilla Emiliano Zapata,
como resultado del plan que llevó a cabo con todo efecto el
coronel Jesús M. Guajardo. Lo felicito por este importante triunfo
que ha obtenido el Gobierno de la República con la caída del
jefe de la revuelta en el sur, y por su conducto, al coronel
Guajardo y a los demás jefes; oficiales y tropa que tomaron
participación en ese combate; los felicito por el mismo hecho
de armas; y atendiendo a la solicitud de usted, he dictado acuerdo
a la Secretaría de Guerra y Marina para que sean ascendidos
al grado inmediato el coronel Jesús M. Guajardo y los demás
jefes y oficiales que a sus órdenes operaron en este encuentro,
y cuya lista deberá usted remitir a la propia Secretaría del
estado. Salúdolo afectuosamente. V. Carranza.
La tarde del 14 de abril, el General Juan Barragán, jefe del
Estado Mayor Presidencial contestó por escrito las preguntas
formuladas por los representantes de la prensa nacional. El
interrogatorio versaba sobre diversos asuntos de carácter militar,
fue publicado por los diarios capitalinos, el día 15. El General
Juan Barragán entregó el siguiente boletín autorizado con su
firma:
"- ¿Es verdad, señor general, que la situación militar reinante
en Chihuahua ha empeorado durante los últimos días y que el
tráfico ferrocarrilero está interrumpido desde el domingo último?
- No es exacto que la situación en Chihuahua sea delicada, pues
al contrario está mejorando cada día más; el tráfico ferrocarrilero
está al corriente y solo el telégrafo es interrumpido con frecuencia
dada la extensa zona de aquel estado.

-¿Cuál es el resultado de la conferencia entre el señor Presidente
de la República y el general Fortunato Zuazua? ¿Es verdad que
el general Zuazua no regresará a Chihuahua?
-El general Zuazua todavía no habla con el señor Presidente
y no sé si volverá a Chihuahua o se le dará otra comisión.
-Varios periódicos han afirmado que el señor Presidente ha recibido
numerosas protestas de altos jefes del ejército por el ascenso
acordado a favor del Coronel Jesús M. Guajardo. - ¿Qué hay de
cierto?
-El señor Presidente de la República ha recibido muchas felicitaciones
por la muerte del cabecilla Emiliano Zapata y en todo el ejército
ha producido buena impresión el ascenso acordado en favor del
valiente coronel Guajardo. Palacio Nacional, México, Distrito
Federal. 15 de abril de 1919. El general en Jefe de Estado Mayor,
J. Barragán.
EL PARTE OFICIAL DEL CORONEL GUAJARDO.
La confirmación de las noticias de EXCÉLSIOR se puede ver en
el siguiente parte oficial, que el hoy general Guajardo rinde
a la Jefatura de Operaciones: Al margen un sello que dice: Ejército
Nacional Cincuenta Regimiento de Caballería, Comandancia: Tengo
la honra de Informar de las operaciones llevadas a cabo durante
los días del 8 al 10 de los corrientes:
Día 8.- Habiendo recibido las últimas instrucciones del ciudadano
general en jefe del Cuerpo de Ejército de Operaciones del Sur,
don Pablo González y salí de ésta con mi escolta rumbo a Chinameca,
a las 8:15 A.M., llegando a Moyotepec a las 11 del mismo día;
donde me esperaba una escolta de cincuenta hombres, al mando
de un capitán 2o.(Segundo), saliendo de dicho punto y llegando
a Chinameca a las 3 P.M. "Se procedió desde luego a comunicarme
con Emiliano Zapata por conducto del llamado general y licenciado
Feliciano Palacios, secretario del mencionado Zapata, quien
tenía algunos días de estar en nuestro destacamento, ultimando
los arreglos para que yo y mi gente desconociéramos al Supremo
Gobierno, recibiendo más tarde instrucciones.
Día 9.- A la una de la mañana de este día, y al frente de mi
gente montada, armada y perfectamente municionada, dejamos la
hacienda de Chinameca saliendo rumbo a la Estación de Huichila,
estando en aquel lugar a las 7 A.M., dándose forraje a la caballada
y recibiendo las últimas instrucciones para el ataque a Jonacatepec,
tomando ese rumbo a las 9 y llegando a un kilómetro antes de
dicha plaza a las 12:45 P.M., donde me esperaba la gente que,
de acuerdo conmigo, llevaba el ciudadano capitán 1o. (Primero)
Salgado, del 66 regimiento. Desde luego se procedió al ataque
y toma de dicha plaza, combatiendo media hora, lugar en que
perdimos dos individuos de tropa que murieron en el combate
que se libró.
A las,4 P.M., salí de Jonacatepec encontrándome Emiliano Zapata
por primera vez, adelante de la Estación Pastor, llevando éste
número aproximado de 600 hombres. Fui recibido perfectamente
por el cabecilla suriano, quien manifestó deseos de conocer
a mi oficialidad la que en seguida le fue presentada; a continuación
de esto fui, invitado para pasar a Tepalcingo, lo que acepté
llevando mis fuerzas, pernoctando en ese lugar, donde existía
un número de zapatistas aproximado a mil trescientos.
A las 8 A.M. Zapata, con sus fuerzas compuestas aproximadamente
de cuatrocientos hombres, entró a este punto comunicándome que
fuerzas constitucionalistas en número de tres mil avanzaban
con objeto de atacarnos; a la vez, daba órdenes a otras fuerzas
de él para que salieran a combatirlas y dándome órdenes a mí
para que permaneciera en mi lugar, posesionándose Emiliano con
su escolta en la Piedra Encimada, para repeler un ataque.
A partir de esta hora llegaron los llamados generales Castrejón,
Zeferino Ortega, Lucio Bastida, Gil Muñoz y Jesús Capistrán,
llevando consigo un número de fuerzas aproximada a dos mil quinientos
hombres.
A la 1 :30 P.M. me encontraba en la hacienda con Castrejón,
Palacios, Bastida y otro general cuyo nombre no recuerdo, el
cual salió a llamar a Emiliano Zapata, llegando el ciudadano
capitán Salgado en ese momento.
A las 2 P.M., Zapata venía acompañado de cien hombres para entrar
a la hacienda. Estando preparada de antemano la guardia para
que a la entrada de éste hicieran honores y a la vez la orden
para que a la segunda llamada de honor hicieran fuego sobre
el cabecilla, estando el resto de la fuerza arreglada y dispuesta
a combatir, dando por resultado que a las dos y diez minutos
de la tarde se presentó ante el cuerpo de guardia ejecutándose
lo dispuesto y quedando muertos el propio Emiliano Zapata, Zeferino
Ortega, Gil Muñoz y otros generales y tropa que no se pudo identificar,
habiéndose hecho bajas entre muertos y heridos en número aproximado
de 30 hombres.
En los mismos momentos yo en persona hacía fuego a Palacios,
Castrejón y Bastida quedando muertos en el acto. A la vez hago
constar que el ciudadano capitán 1o. (Primero) Salgado, que
había permanecido a mi lado salió en el preciso momento de las
descargas, regresando instantes después. Ya dispuesta una fuerza
montada, se procedió a hacer la persecución del enemigo por
distintos rumbos hasta dispersarlos completamente, haciéndole
gran número de bajas entre muertos y heridos, contándose entre
estos últimos el llamado general Capistrán.
Una hora después, con objeto de conducir el cadáver de Zapata
se tocó Bota Silla y media hora más tarde, 4 P.M., salí de la
hacienda con la fuerza de mi mando, rumbo a Cuautla, lugar donde
llegamos a las 9:10 PM, haciendo entrega de dicho cadáver al
ciudadano general en jefe del Cuerpo de Ejército de operaciones
del Sur, como prueba de haber cumplido la orden en comisión
que hacía sesenta horas me había confiado.
En el transcurso de este día a los anteriores, hubo por nuestra
parte 16 dispersos. Tengo el honor, mi general, de hacer a usted
presentes mi subordinación y respeto. Constitución y Reformas.
Cuautla, Morelos, abril 15 de 1919. El coronel jefe del regimiento,
Jesús M. Guajardo. Al C. general jefe del Cuerpo de Ejército
de Operaciones del Sur.-Presente.
PARTE OFICIAL DE LA MUERTE DE ZAPATA DEL EJERCITO LIBERTADOR
DEL SUR. Al margen: Ejército Libertador. Secretaría particular
del ciudadano General en Jefe.- Al centro: Al G. Gral. Gildardo
Magaña.-Cuartel General. Tengo la profunda pena de poner en
el superior conocimiento de usted, que hoy, como a la una y
media de la tarde, fue asesinado el C. General en jefe, Emiliano
Zapata, por tropas del llamado coronel Jesús M. Guajardo, quien
con toda premeditación, alevosía y ventaja, consumó la cobarde
acción en San Juan Chinameca.-
Para que usted quede debidamente enterado del trágico suceso
voy a relatar los siguientes detalles: Tal como se lo comunicó
a usted oportunamente, en virtud de haber llegado hasta nosotros
informes sobre la existencia de hondos disgustos entre Pablo
González y Jesús Guajardo, el C. General Zapata se dirigió a
éste último, invitándolo a que se uniera al movimiento revolucionario.
A esta carta contestó Guajardo manifestando estar dispuesto
a colaborar al lado del jefe siempre que se le dieran garantías
suficientes a él ya sus soldados. Con los mismos correos que
pusieron esa carta en manos del jefe, éste contestó a Guajardo
ofreciéndole toda clase de seguridades y felicitándolo por su
actitud, ya que lo juzgaba hombre de palabra y caballero y tenía
confianza en que cumpliría al pie de la letra sus ofrecimientos.
Las negociaciones siguieron todavía en esa forma, es decir,
llevadas por correspondencia y de toda la documentación adjunto
a usted copias debidamente autorizadas. El día dos del actual,
el ciudadano general en jefe dispuso, que para arreglar definitivamente
el asunto pasara al cuartel de Guajardo, en San Juan Chinameca,
el C. coronel Feliciano Palacios, quien permaneció aliado de
Guajardo hasta ayer, a las cuatro de, la mañana, hora en que
se nos incorporó y misma a la que, según nos dijo, marchaba
Guajardo rumbo a Jonacatepec.
Aquí debo hacer mención de un hecho que hizo que el ciudadano
general en jefe acabara de tener confianza en la sinceridad
de Guajardo. Las versiones que circulaban en público, asegurando
que Guajardo estaba en tratos para rendirse al ciudadano general
Zapata, se acentuaron a tal grado, que varios vecinos de algunos
pueblos que en esos días visitamos, pidieron al ciudadano general
en jefe, que fuesen castigados los responsables de saqueos,
violaciones, asesinatos y robos cometidos en dichos pueblos
por gente de Victoriano Bárcenas, a la sazón bajo las órdenes
de Guajardo.
En vista de esta justa petición, el ciudadano general Zapata
se dirigió a Guajardo, por conducto de Palacios, pidiéndole
hiciera la debida averiguación y procediera al castigo de los
culpables. Guajardo, entonces, separó de entre los soldados
de Bárcenas, a cincuenta y nueve hombres, que eran al mando
del "general" Margarito Ocampo y del "coronel" Guillermo López,
todos los cuales fueron pasados por las armas, por órdenes expresas
de Guajardo, en un lugar llamado Mancornadero.
Esto sucedió ayer. Guajardo se encontraba en Jonacatepec, plaza
que dijo había capturado al enemigo. Al saberlo nosotros nos
dirigimos a Estación Pastor, y de allí, Palacios, por orden
del jefe, escribió a Guajardo diciéndole que nos veríamos en
Tepalcingo, lugar a donde iría el general Zapata con treinta
hombres solamente, y recomendándole él hiciera otro tanto. El
jefe mandó retirar su gente y con treinta hombres marchamos
a Tepalcingo, donde esperamos a Guajardo.
Éste se presentó como a las cuatro de la tarde, pero no con
treinta soldados, sino con seiscientos hombres de caballería
y una ametralladora. Al llegar a Tepalcingo la columna, salimos
a encontrarla. Allí nos vimos por primera vez con el que, al
día siguiente, habría de ser el asesino de nuestro general en
jefe, quien, con toda nobleza del alma, lo recibió con los brazos
abiertos: Mi coronel Guajardo, lo felicito a usted sinceramente,
le dijo sonriendo.
A las 10 P.M. salimos de Tepalcingo rumbo a Chinameca, a donde
llegó Guajardo con su columna, mientras que nosotros pernoctamos
en Agua de los Patos. Cerca de las ocho de la mañana bajamos
a Chinameca. Ya allí, el jefe ordenó que su gente (ciento cincuenta
hombres que se nos habían incorporado en Tepalcingo), formara
en la plaza del lugar; mientras él, Guajardo; los generales
Castrejón, Casales y Camaño, el coronel Palacios y el suscrito,
nos dirigimos a lugar apartado para discutir planes de la futura
campaña. Pocos momentos después empezaron a circular rumores
de que el enemigo se aproximaba.
El jefe ordenó que el Cor. José Rodríguez (de su escolta), saliera
con la gente a explorar rumbo a Santa Rita, cumpliéndose luego
con esa orden. Después Guajardo dijo al jefe: Es conveniente,
mi general, que salga usted por la 'Piedra Encimada', yo iré
por el llano. El jefe aprobó, y con treinta hombres salimos
al punto indicado.
Ya al marchar Guajardo, que había ido a ordenar a su gente,
regresó diciendo: Mi general, usted ordena; ¿salgo con infantería
o con caballería? El llano tiene muchos alambrados; salga usted
con infantería, replicó el Gral. Zapata, y nos retiramos. En
Piedra Encimada exploramos el campo y viendo que por ningún
lado se notaba movimiento del enemigo, regresamos a Chinameca.
Eran las doce y media de la tarde, aproximadamente.
El jefe había enviado al coronel Palacios a hablar con Guajardo,
quien iba a hacer entrega de cinco mil cartuchos y llegando
a Chinameca, inmediatamente preguntó por él. Se presentaron,
entonces, el capitán Ignacio Castillo y un sargento y a nombre
de Guajardo invitó Castillo al jefe para que pasara al interior
de la hacienda, donde Guajardo estaba con Palacios arreglando
la cuestión del parque.
Todavía departimos cerca de media hora con Castillo, y después
de reiteradas invitaciones, el jefe accedió: Vamos a ver al
coronel, que vengan nada más diez hombres conmigo, ordenó, y
montando su caballo -un alazán que le obsequiara Guajardo el
día anterior- se dirigió a la puerta de la hacienda. Lo seguimos
diez, tal como él ordenara, quedando el resto de la gente, muy
confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas
enfundadas.
La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín
tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota,
al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de tal
manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa,
sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que
presentaban armas descargaron dos veces sus fusiles, y nuestro
general Zapata cayó para no levantarse más. Su fiel asistente,
Agustín Cortés, moría al mismo tiempo. Palacios debe haber sido
asesinado también, en el interior de la hacienda.
La sorpresa fue terrible. Los soldados del traidor Guajardo,
parapetados en las alturas, en el llano, en la barranca, en
todas partes, (cerca de mil hombres), descargaban sus fusiles
sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil; de un
lado éramos un puñado de hombres consternados por la pérdida
del jefe, y del otro, un millar de enemigos que aprovechaban
nuestro natural desconcierto para batimos encarnizadamente.
Así fue la tragedia.
Así correspondió Guajardo, el alevoso, a la hidalguía de nuestro
general en Jefe. Así murió Emiliano Zapata; así mueren los valientes,
los hombres de pundonor, cuando los enemigos para enfrentarse
con ellos, recurren a la traición y al crimen. Como antes digo
a usted, mi general, adjunto copias debidamente autorizadas
de todos los documentos relativos. y haciéndole presente mi
honda y sincera condolencia, por la que nunca será bien sentida
la muerte de nuestro ciudadano general en jefe, reitero a usted,
mi general, las seguridades de mi subordinación y respeto. Reforma,
Libertad, Justicia y Ley. Campamento revolucionario en Sauces,
Estado de Morelos.-10 de abril de 1919.El secretario particular
mayor, Salvador Reyes Avilés. (IMEZ).
Fuente: Diccionario Histórico y Biográfico de la Revolución
Mexicana / Tomo IV
Biografía de Zapata: Páginas 699 a 706 / Muerte de Zapata: Páginas
681 a 697
Por Valentín López González
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana
México, 1991
http://200.39.200.70/zapata/biografias/lopezgonzalez.html

La
Revolución Mexicana, etapas
Revolución Maderista
(1910-1911)
El punto de partida del proceso revolucionario fueron las declaraciones
realizadas por el presidente Díaz al periodista estadounidense
Creelman en 1908, en las que afirmaba que el pueblo mexicano
ya estaba maduro para la democracia y que él no deseaba continuar
en el poder. Comenzó en el país una intensa actividad política
y ese mismo año apareció el libro La sucesión presidencial en
1910, escrito por Francisco Ignacio Madero, que se convirtió
en el manifiesto político de los grupos de oposición a la dictadura:
las clases medias, los campesinos y los obreros, contrarios
a la reelección de Díaz para un nuevo mandato presidencial,
pero también opuestos a las costumbres aristocráticas y al afrancesamiento
dominante, a la política económica del colonialismo capitalista
y a la falta de libertades políticas bajo el régimen dictatorial.
En abril de 1910 Madero fue designado candidato a la presidencia
por el Partido Nacional Antirreeleccionista, fundado un año
antes con un programa a favor del sufragio efectivo y la no
reelección, pero sin claros contenidos sociales y económicos.
En mayo del mismo año se produjo en Morelos la insurrección
de Emiliano Zapata al frente de los campesinos, que ocuparon
las tierras en demanda de una reforma agraria. Díaz fue reelegido
para un séptimo mandato y Madero intentó negociar con él para
obtener la vicepresidencia de la República, pero fue encarcelado
por el dictador en Monterrey el 6 de junio, aunque poco después
obtuvo la libertad y escapó a San Antonio (Texas). El 15 de
octubre de 1910, Madero y sus colaboradores acordaron el Plan
de San Luis, que llamó a la insurrección general y que logró
el apoyo de los campesinos al incluir en el punto tercero algunas
propuestas de solución al problema agrario. El 20 de noviembre
se produjo la insurrección de Francisco (Pancho) Villa y Pascual
Orozco en Chihuahua, pronto secundada en Puebla, Coahuila y
Durango. En enero de 1911 los hermanos Flores Magón se alzaron
en la Baja California y los hermanos Figueroa en Guerrero.
Pese al fracaso de Casas Grandes, en marzo de ese mismo año,
el 10 de mayo los revolucionarios ocuparon Ciudad Juárez, donde
se firmó el tratado por el que se acordaba la dimisión de Díaz,
que salió del país el 26 de mayo siguiente, y el nombramiento
como presidente provisional del antiguo colaborador de la dictadura,
Francisco León de la Barra, que conservó a los funcionarios
y militares adictos a Díaz.
Presidencia de Madero (1911-1913)
El gobierno procedió al desarme de las fuerzas revolucionarias,
pero los zapatistas se negaron a ello, exigiendo garantías de
que serían atendidas sus demandas en favor de una solución para
el problema agrario. El general Victoriano Huerta combatió a
los zapatistas del estado de Morelos en los meses de julio y
agosto de 1911, los derrotó en Cuautla y los obligó a refugiarse
en las montañas de Puebla. Sin embargo, en las elecciones presidenciales
resultó elegido Madero, que tomó posesión de su cargo el 6 de
noviembre de 1911, pero que no logró alcanzar un acuerdo con
Zapata ni con otros líderes agrarios por su falta de sensibilidad
para resolver los problemas sociales planteados por el campesinado.
El 25 de noviembre Zapata proclamó el Plan de Ayala, en el que
se proponía el reparto de tierras y la continuación de la lucha
revolucionaria. Orozco, tras ser nombrado por los agraristas
jefe supremo de la revolución, se sublevó en Chihuahua en marzo
de 1912, y otro tanto hicieron los generales Bernardo Reyes
y Félix Díaz en Nuevo León y Veracruz respectivamente. El Ejército
federal, al mando de Prudencio Robles y Victoriano Huerta, reprimió
con dureza los levantamientos, estableciendo campos de concentración,
quemando aldeas y ejecutando a numerosos campesinos. En la ciudad
de México tuvo lugar en febrero de 1913 la que se denominó Decena
Trágica, enfrentamiento entre los insurrectos y las tropas del
general Huerta, que causó alrededor de 2.000 muertos y 6.000
heridos. Con la insólita mediación del embajador estadounidense,
Henry Lane Wilson, el general Huerta llegó a un acuerdo con
el general Díaz, destituyó a Madero y se autoproclamó presidente
el 19 de febrero de 1913. Cuatro días después el presidente
Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados por
órdenes de Huerta.
La Revolución Constitucionalista (1913-1914)
El gobierno de Huerta no fue reconocido por el gobernador de
Coahuila, Venustiano Carranza, quien el 26 de marzo de 1913
proclamó el Plan de Guadalupe, bandera de la revolución constitucionalista,
por el que se declaraba continuador de la obra de Madero y procedía
a la formación del Ejército constitucionalista, al que no tardaron
en sumarse el coronel Álvaro Obregón en Sonora, y Pancho Villa
en el norte, mientras Zapata volvía a dominar la situación en
el sur y este del país. La oposición a Huerta en la capital
se realizó a través de la Casa del Obrero Mundial, de tendencia
anarquista y defensora de las clases obreras urbanas, pero cercana
a los planteamientos agrarios del movimiento zapatista, al que
dotaron de una ideología más definida, y del lema "Tierra y
Libertad", que los alejaba tanto de Huerta como de Carranza.
Las tropas constitucionalistas, formadas por campesinos y gentes
del pueblo, derrotaron al Ejército federal por todo el territorio
nacional: Villa ocupó Chihuahua y Durango con la División del
Norte; Obregón venció en Sonora, Sinaloa y Jalisco con el Cuerpo
de Ejército del Noroeste; y Estados Unidos, tomando partido
por los oponentes a Huerta, hizo desembarcar su infantería de
Marina en Veracruz el 21 de abril de 1914. Después del triunfo
constitucionalista en Zacatecas el 24 de junio de ese mismo
año y la ocupación de Querétaro, Guanajuato y Guadalajara, Huerta
presentó la dimisión el 15 de julio siguiente y salió del país.
En el Tratado de Teoloyucan se acordó la disolución del Ejército
federal y la entrada de los constitucionalistas en la capital,
que se produjo el 15 de agosto de 1914.
El Triunfo de Carranza (1914-1919)
Pronto surgieron diferencias entre los revolucionarios, divididos
en tres grupos: los villistas, que ofrecían un programa político
y social poco definido; los zapatistas, que mantenían los principios
formulados en el Plan de Ayala; y los carrancistas, vinculados
a la burguesía y deseosos de preservar los beneficios obtenidos
por los generales, empresarios y abogados adictos a Carranza.
En la Convención de Aguascalientes, en noviembre de 1914, se
acordó el cese de Carranza como jefe del Ejército constitucionalista
y de Villa como comandante de la División del Norte, así como
el nombramiento de Eulalio Gutiérrez como presidente provisional.
Carranza se trasladó a Veracruz, Gutiérrez llevó el gobierno
a San Luis Potosí y la ciudad de México quedó en poder de Villa
y Zapata, cuya colaboración inicial terminó un mes más tarde
con la salida de ambos de la capital y la reanudación de las
hostilidades.
Con los decretos de finales de 1914 y la Ley Agraria de enero
de 1915, Carranza ganó para su causa a amplios sectores de la
población, mientras los ejércitos carrancistas al mando del
general Obregón ocuparon Puebla el 4 de enero de 1915 y derrotaron
a Villa en Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes, entre
abril y julio del mismo año, por lo que Estados Unidos reconoció
al gobierno de Carranza en el mes de octubre. Villa inició en
el norte una guerra de guerrillas y trató de crear conflictos
internacionales con Estados Unidos, cuyo gobierno, en 1916,
envió tropas en su persecución, aunque éstas no lograron capturarlo.
En el sur, Zapata realizó repartos de tierras en Morelos y decretó
algunas medidas legales para intentar consolidar las reformas
agrarias y las conquistas sociales logradas, pero también los
zapatistas fueron derrotados por las tropas constitucionalistas
al mando de Pablo González y obligados, entre julio y septiembre
de 1915, a replegarse a las montañas.
En septiembre de 1916, Carranza convocó un Congreso Constituyente
en Querétaro, donde se elaboró la Constitución de 1917, que
consolidaba algunas de las reformas económicas y sociales defendidas
por la revolución, en especial la propiedad de la tierra, la
regulación de la economía o la protección de los trabajadores.
En las elecciones posteriores, Carranza fue elegido presidente
de la República y tomó posesión de su cargo el 10 de mayo de
1917. Zapata mantuvo la insurrección en el sur hasta que, víctima
de una traición preparada por Pablo González, cayó en una emboscada
en la hacienda de San Juan Chinameca, donde el 10 de abril de
1919 fue asesinado.
Fuente: www.gratisweb.com/ladron16/revmex02.htm

Asesinato
del general Zapata
Por Sarah Jiménez, publicado en Liberación, 1979
La dominación española concentró en la Ciudad de México una
buena parte de sus objetivos y no sólo no se preocupó por crear
una agricultura superior a la que habían desarrollado las razas
autóctonas, sino que impidió el desarrollo de cultivos intensivos
coma la vid, el olivo y la morera. La dominación feudal española
sólo se interesó en la extracción de minerales y toleró la existencia
de las grandes masas indígenas, porque éstas eran necesarias
para sus explotaciones y para edificar templos.
La guerra de independencia sorprende a México con una gran población
que -según se calcula- ascendía a 6 millones 500 mil habitantes,
de los cuales más de la mitad eran indígenas. Gran parte del
siglo XIX transcurre en el fragor de batallas armadas y luchas
políticas que culminan con la instauración de la dictadura porfirista,
que abre las puertas al capital extranjero.
Aun cuando tal penetración debió significar un adelanto en el
desarrollo material colectivo, no modificó en un ápice la condición
de vida de las grandes masas nacionales.
La mayor parte de los mexicanos continuó confiando la subsistencia
a la explotación de una tierra empobrecida por el monocultivo
y con una superficie insuficiente.
En las postrimerías de la dictadura porfirista, la mayoría de
ellos vivía dentro de los dominios de las grandes haciendas,
de donde resulta fácil colegir el peso de la hegemonía política
de los hacendados, que constituían la base del régimen porfirista.
Ante tal estado de cosas, resulta natural que una de las características
esenciales de la revolución iniciada en 1910 haya sido su inconfundible
carácter popular agrarista y, como es sabido, el representante
más genuino del levantamiento fue un campesino llamado Emiliano
Zapata, que había sufrido en carne propia el rigor de la explotación
a que estaban sometidos los campesinos de entonces.
Aproximarse al multiforme recuerdo de Zapata implica advertir
el magnetismo que originó su gran fama popular, aun cuando los
intereses a la sazón en pugna prohijaron una leyenda tenebrosa
en torno al caudillo. En efecto, en vida se le tildó de bandido
y, para ello, se le describió como un asesino torvo, incendiario
e infrahumano, igual que el Atila asiático. Sólo el tiempo y
su conducta habrían de desvanecer la negra leyenda que lo acompañó.
Zapata dio respuesta inmediata a los insultos y calumnias; en
nombre de sus huestes, replicó dignamente que bandido era el
despojador y no el despojado. Se adhirió a la Revolución, apoyando
el Plan de San Luis en consideración al contenido agrario del
documento, pero más tarde rompió con Madero impulsado por su
radicalismo que le impidió aceptar los puntos de aquél.
El Plan de Ayala, expedido por Emiliano Zapata, ratificó la
necesidad de restituir las tierras a los campesinos y recomendó
la expropiación como procedimiento para el cambio, postulando
como inaplazable la evidente necesidad de dotar de tierras al
pueblo mexicano a efecto de que formara ejidos, en virtud de
que el campesino no poseía más tierra que la que pisaba.
Planteada la escisión entre los revolucionarios, Zapata conservó
sus principios con inquebrantable firmeza. Su principal virtud
consistió en asumir la resistencia, cualidad que lo asemeja
a otros próceres mexicanos como Vicente Guerrero -quien con
tal atributo logró participar en la consumación de la Independencia-
y Benito Juárez, que, gracias a la fortaleza en la resistencia,
supo reconquistar, para México, la soberanía.
Zapata rehusó vincularse a Carranza, pero fincó su alianza con
Villa, aun cuando entre las aspiraciones zapatistas continuaba
ocupando lugar prioritario la vindicación de los campesinos
y la restitución de sus tierras.
En lo que concierne a calidad de ideas y temple de ánimo, no
se encontraba a la zaga de ninguno de los combatientes de su
tiempo. Revolucionario triunfante a veces, fracasado otras,
fue implacablemente combatido y perseguido, porque nunca renunció
a sus convicciones.
El 11 de abril de 1919, conoció la Ciudad de México la noticia
de que, el día anterior, el líder agrarista Emiliano Zapata
había sido muerto. Se informó que había encontrado su fin en
un combate; sin embargo, se deslizaron palabras que contradecían
tal versión y que ponían en entredicho el combate pregonado,
esto es, Zapata -se empezó a decir- había caído en virtud de
planes especiales. A partir de entonces, se ha tratado de desentrañar
y aclarar esos planes.
Los planteamientos iniciales fueron entonces: ¿quién los planeó?
y ¿por orden de quién se realizó?
El estigma de los que cometieron traición ha recaído tanto en
Venustiano Carranza, Presidente Constitucional en ese entonces,
y en Pablo González, encargado de la campaña militar en el Estado
de Morelos, el cual había pretendido desde antes pacificarlo
con violencia, pese a que allí existía un núcleo muy principal
de revolucionarios que peleaban y resistían en nombre de la
causa agraria. Pero Pablo González, que fue insensible a esta
causa, no pudo aplacar a estas huestes revolucionarias zapatistas,
que por lo demás tenían por aliado a un ambiente geográfico
exuberante y palúdico que cubría las retiradas y ocultaba las
derrotas en las escaramuzas; que contaba con una población civil
que los protegía de todas las maneras posibles de las acechanzas
militaristas y que, siempre que podían, hostilizaban de todas
las maneras posibles a los intrusos.
La realidad era que a pesar de la superioridad militar y a pesar
de la implacable persecución no se había logrado derrotarlo
ni mucho menos detenerlo. Por eso, ideo asesinarlo y para tal
efecto se sirvió del coronel Jesús Guajardo. Tales acciones
se desarrollaron con singular precisión.
Es sabido que Guajardo simuló un distanciamiento con las fuerzas
constitucionalistas, al mismo tiempo que anunciaba públicamente
su disposición para pasarse al bando zapatista. Visto con desconfianza,
pero necesitado de hombres, puso a prueba al mencionado coronel
pidiéndole que le entregara algunos zapatistas que antes se
habían rendido a Carranza. Los jefes constitucionalistas aceptaron
tal solicitud y Guajardo mismo aceptó la orden de Zapata de
atacar la plaza de Jonacatepec. El mencionado ataque fue un
verdadero simulacro. El engaño continuó cuando como prueba de
amistad le regaló un caballo que debió ser de finísima calidad
para que Zapata lo aceptara. Así, desaparecieron todas las reticencias
de éste. Creyó que los propósitos de Guajardo eran auténticos
y que no escondía traición alguna.
Sorteadas las pruebas, hubo de venir el acercamiento personal
entre ambos personajes, el cual se concretó el 9 de abril de
1919. Al día siguiente, en ocasión de una visita que debería
hacer Zapata a Guajardo, el clarín que rindió honores al jefe
fue al mismo tiempo la contraseña para disparar sobre él y sus
acompañantes. Zapata cayó asesinado en una emboscada, pero ésta
fue presentada como combate por los documentos oficiales.
Por la consumación del plan traidor, El Universal felicitó efusivamente
a Pablo González y a Jesús Guajardo y, asimismo, profetizó el
fin del zapatismo. A su vez, por tales maniobras y su éxito,
el presidente de la república, Venustiano Carranza, felicitó
a González y ascendió al generalato a Guajardo, a quien entregó
un premio de 50 mil pesos oro.
Lo anterior prueba que Carranza estuvo de acuerdo con tales
procedimientos. Parlamentarios como José María Lozano y Querido
Moheno, brillantes papagayos que habían servido al régimen de
Huerta, también se alegraron expresando que la muerte de Zapata
era una victoria para el orden constitucional.
En esta falta de sensibilidad para entender lo que representaba
Zapata, radicó la debilidad de la Revolución, puesto que no
se entendió su lucha ni sus esfuerzos a favor del campesinado.
Esta falta de entendimiento costó al pueblo mexicano enormes
sacrificios para llegar a hacer valer sus verdaderas aspiraciones
que sólo el movimiento zapatista supo interpretar en aquellos
días.
A pesar de tales confusiones en el campo revolucionario, jamás
dejó de brillar la actividad y el pensamiento de Zapata, el
cual llegó incluso a identificar la causa del México revolucionario
con la causa de Rusia, entendiendo que ambas representaban la
causa de la humanidad y el interés supremo de todos los pueblos
oprimidos.
Su memoria pertenece al pueblo, que lo canta en corridos. Ingenuamente,
en los campos de Morelos, dicen que no ha muerto, que se le
ve cabalgando en las serranías de la región, que los acompaña,
los guía y los protege.
Mas tales versiones no alteran la fuerza de la realidad histórica,
pero la enriquecen con sus términos y la embellecen con su intención.
Fuente: www.lafogata.org

Texto
del Plan de Ayala
Plan libertador de los hijos del Estado de Morelos, afiliados
al Ejército Insurgente que defiende el cumplimiento del Plan
de San Luis, con las reformas que ha creído conveniente aumentar
en beneficio de la Patria Mexicana.
Los que subscribimos, constituidos en Junta Revolucionaria para
sostener y llevar a cabo las promesas que hizo la Revolución
de 20 de noviembre de 1910, próximo pasado, declaramos solemnemente
ante la faz del mundo civilizado que nos juzga y ante la Nación
a que pertenecemos y amamos, los propósitos que hemos formulado
para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria
de las dictaduras que se nos imponen las cuales quedan determinadas
en el siguiente Plan:
1º. Teniendo en consideración que el pueblo mexicano, acaudillado
por don Francisco I. Madero, fue a derramar su sangre para reconquistar
libertades y reivindicar derechos conculcados, y no para que
un hombre se adueñara del poder, violando los sagrados principios
que juró defender bajo el lema de "Sufragio Efectivo y No Reelección",
ultrajando así la fe, la causa, la justicia y las libertades
del pueblo; teniendo en consideración que ese hombre a que nos
referimos es don Francisco I. Madero, el mismo que inició la
precitada revolución, el que impuso por norma gubernativa su
voluntad e influencia al Gobierno Provisional del ex Presidente
de la República licenciado Francisco L. de la Barra, causando
con este hecho reiterados derramamientos de sangre y multiplicadas
desgracias a la Patria de una manera solapada y ridícula, no
teniendo otras miras, que satisfacer sus ambiciones personales,
sus desmedidos instintos de tirano y su profundo desacato al
cumplimiento de las leyes preexistentes emanadas del inmortal
Código de 57 escrito con la sangre de los revolucionarios de
Ayutla.
Teniendo en cuenta: que el llamado Jefe de la Revolución Libertadora
de México, don Francisco I. Madero, por falta de entereza y
debilidad suma, no llevó a feliz término la Revolución que gloriosamente
inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en
pie la mayoría de los poderes gubernativos y elementos corrompidos
de opresión del Gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, que no
son, ni pueden ser en manera alguna la representación de la
Soberanía Nacional, y que, por ser acérrimos adversarios nuestros
y de los principios que hasta hoy defendemos, están provocando
el malestar del país y abriendo nuevas heridas al seno de la
Patria para darle a beber su propia sangre; teniendo también
en cuenta que el supradicho señor don Francisco I. Madero, actual
Presidente de la República, trata de eludirse del cumplimiento
de las promesas que hizo a la Nación en el Plan de San Luis
Potosí, siendo las precitadas promesas postergadas a los convenios
de Ciudad Juárez; ya nulificando, persiguiendo, encarcelando
o matando a los elementos revolucionarios que le ayudaron a
que ocupara el alto puesto de Presidente de la República, por
medio de las falsas promesas y numerosas intrigas a la Nación.
Teniendo en consideración que el tantas veces repetido Francisco
I. Madero, ha tratado de ocultar con la fuerza bruta de las
bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden,
solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas en la Revolución,
llamándoles bandidos y rebeldes, condenandolos a una guerra
de exterminio, sin conceder ni otorgar ninguna de las garantías
que prescriben la razón, la justicia y la ley; teniendo en consideración
que el Presidente de la República Francisco I. Madero, ha hecho
del Sufragio Efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo
contra la voluntad del mismo pueblo, en la Vicepresidencia de
la República, al licenciado José María Pino Suárez, o ya a los
gobernadores de los Estados, designados por él, como el llamado
general Ambrosio Figueroa, verdugo y tirano del pueblo de Morelos;
ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico,
hacendados-feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución
proclamada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y seguir el
molde de una nueva dictadura más oprobiosa y más terrible que
la de Porfirio Díaz; pues ha sido claro y patente que ha ultrajado
la soberanía de los Estados, conculcando las leyes sin ningún
respeto a vida ni intereses, como ha sucedido en el Estado de
Morelos y otros conduciéndonos a la más horrorosa anarquía que
registra la historia contemporánea. Por estas consideraciones
declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar
las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado
los principios con los cuales burló la voluntad del pueblo y
pudo escalar el poder; incapaz para gobernar y por no tener
ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor
a la Patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos
que desean libertades, a fin de complacer a los científicos,
hacendados y caciques que nos esclavizan y desde hoy comenzamos
a continuar la Revolución principiada por él, hasta conseguir
el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.
2º. Se desconoce como Jefe de la Revolución al señor Francisco
I. Madero y como Presidente de la República por las razones
que antes se expresan, procurándose el derrocamiento de este
funcionario.
3º. Se reconoce como Jefe de la Revolución Libertadora al C.
general Pascual Orozco, segundo del caudillo don Francisco I.
Madero, y en caso de que no acepte este delicado puesto, se
reconocerá como jefe de la Revolución al C. general don Emiliano
Zapata.
4º. La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta
a la Nación, bajo formal protesta, que hace suyo el plan de
San Luis Potosí, con las adiciones que a continuación se expresan
en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de
los principios que defienden hasta vencer o morir.
5º. La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos no admitirá
transacciones ni componendas hasta no conseguir el derrocamiento
de los elementos dictatoriales de Porfirio Díaz y de Francisco
I. Madero, pues la Nación está cansada de hombres falsos y traidores
que hacen promesas como libertadores, y al llegar al poder,
se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.
6º. Como parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar:
que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados,
científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán
en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos
o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas
propiedades, de las cuales han sido despojados por mala fe de
nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas
en las manos, la mencionada posesión, y los usurpadores que
se consideren con derechos a ellos, lo deducirán ante los tribunales
especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.
7º. En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos
mexicanos no són mas dueños que del terreno que pisan sin poder
mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la
industria o a la agricultura, por estar monopolizadas en unas
cuantas manos, las tierras, montes y aguas; por esta causa,
se expropiarán previa indemnización, de la tercera parte de
esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellos a fin
de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias,
fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor
y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar
de los mexicanos.
8º. Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa
o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes
y las dos terceras partes que a ellos correspondan, se destinarán
para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y huérfanos
de las víctimas que sucumban en las luchas del presente Plan.
9º. Para ejecutar los procedimientos respecto a los bienes antes
mencionados, se aplicarán las leyes de desamortización y nacionalización,
según convenga; pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas
en vigor por el inmortal Juárez a los bienes eclesiásticos,
que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo
tiempo han querido imponernos el yugo ignominioso de la opresión
y el retroceso.
10º. Los jefes militares insurgentes de la República que se
levantaron con las armas en las manos a la voz de don Francisco
I. Madero, para defender el Plan de San Luis Potosí y que se
opongan con fuerza al presente Plan, se juzgarán traidores a
la causa que defendieron y a la Patria, puesto que en la actualidad
muchos de ellos por complacer a los tiranos, por un puñado de
monedas o por cohechos o soborno, están derramando la sangre
de sus hermanos que reclaman el cumplimiento de las promesas
que hizo a la Nación don Francisco I. Madero.
11º. Los gastos de guerra serán tomados conforme al artículo
XI del Plan de San Luís Potosí, y todos los procedimientos empleados
en la Revolución que emprendemos, serán conforme a las instrucciones
mismas que determine el mencionado Plan.
12º. Una vez triunfante la Revolución que llevamos a la vía
de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios
de los diferentes Estados, nombrará o designará un Presidente
interino de la República, que convocará a elecciones para la
organización de los poderes federales.
13º. Los principales jefes revolucionarios de cada Estado, en
junta, designarán al gobernador del Estado, y este elevado funcionario,
convocará a elecciones para la debida organización de los poderes
públicos, con el objeto de evitar consignas forzosas que labren
la desdicha de los pueblos, como la conocida consigna de Ambrosio
Figueroa en el Estado de Morelos y otros, que nos condenan al
precipicio de conflictos sangrientos sostenidos por el dictador
Madero y el círculo de científicos hacendados que lo han sugestionado.
14º. Si el presidente Madero y demás elementos dictatoriales
del actual y antiguo régimen, desean evitar las inmensas desgracias
que afligen a la patria, y poseen verdadero sentimiento de amor
hacia ella, que hagan inmediata renuncia de los puestos que
ocupan y con eso, en algo restañarán las graves heridas que
han abierto al seno de la Patria, pues que de no hacerlo así,
sobre sus cabezas caerán la sangre y anatema de nuestros hermanos.
15º. Mexicanos: considerad que la astucia y la mala fe de un
hombre está derramando sangre de una manera escandalosa, por
ser incapaz para gobernar; considerad que su sistema de Gobierno
está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta
de las ballonetas nuestras instituciones; así como nuestras
armas las levantamos para elevarlo al Poder, las volvemos contra
él por faltar a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber
traicionado la Revolución iniciada por él; no somos personalistas,
¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!
Pueblo mexicano, apoyad con las armas en las manos este Plan,
y hareis la prosperidad y bienestar de la Patria.
Libertad, Justicia y Ley. Ayala, Estado de Morelos, noviembre
25 de 1911.
General en jefe, Emiliano Zapata, rúbrica. Generales: Eufemio
Zapata, Francisco Mendoza, Jesús Navarro, Otilio E. Montaño,
José Trinidad Ruiz, Próculo Capistrán, rúbricas. Coroneles:
Pioquinto Galis, Felipe Vaquero, Cesáreo Burgos, Quintín González,
Pedro Salazar, Simón Rojas, Emigdio Marlolejo, José Campos,
Felipe Tijera, Rafael Sánchez, José Pérez, Santiago Aguilar,
Margarito Martínez, Feliciano Domínguez, Manuel Vergara, Cruz
Salazar, Lauro Sánchez, Amador Salazar, Lorenzo Vázquez, Catarino
Perdomo, Jesús Sánchez, Domingo Romero, Zacarías Torres, Bonifacio
García, Daniel Andrade, Ponciano Domínguez, Jesús Capistrán,
rúbricas. Capitanes: Daniel Mantilla, José M. Carrillo, Francisco
Alarcón, Severiano Gutiérrez, rúbricas, y siguen más firmas.

Así
firmaron el Plan de Ayala
1975, Rosalind Rosoff
y Anita Aguilar
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública, México,
Primera edición 1976.
INDICE
INTRODUCCIÓN
I. CÓMO ENTRAMOS A LA REVOLUCIÓN
II. EL PLAN DE AYALA
III. TIEMPO DE CALAMIDADES
IV. AÑOS DE BATALLA
V. ZAPATA, EL HOMBRE
VI. CHINAMECA
VII. NUESTRA VIDA HASTA LA VEJEZ
VIII. VALÍA LA PENA
NOTAS
INTRODUCCIÓN
En esta fecha de enero de 1975, al terminar el presente libro,
todavía viven en el sur de Puebla los tres últimos firmantes
del Plan de Ayala. Este libro es su testimonio de los acontecimientos
históricos en que participaron en la lucha que encabezó el general
Emiliano Zapata.
Don Cristóbal Domínguez, don Francisco Mercado y don Agustín
Ortiz no son desconocidos por el régimen actual. El presidente
Luis Echeverría Álvarez personalmente les ha hecho honores.
Gracias a su interés y el del licenciado Augusto Gómez Villanueva,
estos viejos revolucionarios recibieron medallas "Benemérito
de la Reforma Agraria" en una ceremonia que ellos recuerdan
con emoción.
El veintiocho de agosto de 1972, en el teatro de Bellas Artes,
el presidente les abrazó y les felicitó por haber firmado el
Plan de Ayala. Desde entonces han recibido muchas atenciones
de parte del gobierno, así como invitaciones a los actos que
conmemoran las fechas significativas de la revolución zapatista.
Sin embargo, para nosotros estos distinguidos veteranos fueron
un feliz descubrimiento en nuestra búsqueda de fuentes originales
sobre el zapatismo. Somos maestras, y hace dos años empezamos
una biografía de Emiliano Zapata, escrita para niños.
Con el afán de crear un ambiente totalmente auténtico para el
libro, salimos de las bibliotecas a andar por la tierra y los
caminos del gran caudillo. Ahí en Morelos y en Puebla encontramos
que todavía existe un mundo zapatista.
Desde las tierras frías de Yecapixtla, pasando por los cañaverales
de los valles fértiles de Morelos, hasta la sierra árida del
sur de Puebla, encontramos recuerdos vivos del general Zapata.
Conocimos su pueblo natal, la casa en que nació, su escuela,
su iglesia, los cascos de las haciendas contra las cuales él
había luchado. Más importante, encontramos a sus gentes. Conocimos
a sus parientes, a sus hijos, sus caballerangos, sus oficiales,
sus compañeros de lucha, y hasta a unas mujeres que le admiraban.
Nos sorprendió la lucidez y la intensidad de emoción con que
ellos nos contaron sus recuerdos. Después de sesenta años su
experiencia zapatista sigue siendo lo más sobresaliente de sus
vidas; lo revivieron con muchos detalles. Nos pareció que esos
recuerdos tenían mucha importancia histórica que no debía de
perderse, y empezamos a grabar en cinta magnética estos testimonios.
Dejamos para el último los lugares más apartados donde el general
Zapata acostumbraba ir a esconderse del enemigo. En octubre
de 1973 tomamos el camino para Chiautla de Tapia, en la sierra
de Puebla. El Safari pasó por baches, ríos y caminos en construcción.
Al fin llegamos a Huehuetlán El Chico, unos pocos kilómetros
antes de llegar a Chiautla.
Como era nuestra costumbre, preguntamos por viejos zapatistas,
y nos dijeron que ahí vivía don Agustín Ortiz, firmante del
Plan de Ayala. Apuntamos su nombre y seguimos a Chiautla, donde
nos informaron de un segundo firmante, don Francisco Mercado.
Nos llevaron a su casa.
Don Francisco es un hombre guapo y alto, de ochenta y seis años,
de bigotes muy zapatistas. Todavía se para derecho y se mueve
con un aire de mando y seguridad. Sus modales son de un caballero
de antaño, y su manera de hablar es medida y clara. Nos permitió
grabar sus recuerdos.
Conoció bien al general Zapata; pasó dos años en su Estado Mayor.
Él nos mencionó que vive un firmante más, del mismo rumbo, don
Cristóbal Domínguez. Don Francisco aclaró varios puntos históricos
sobre cómo y dónde se escribió el Plan de Ayala, datos que faltaban
o que estaban confusos en los libros que habíamos consultado.
Para completar nuestra documentación sobre el Plan de Ayala,
era importante realizar dos cosas: un viaje a Ayoxustla, donde
fue firmado el Plan, y una reunión con los tres firmantes donde
juntos podrían compartir recuerdos.
Al regreso, paramos en casa de don Agustín Ortiz. Nos saludó
con una sonrisa resplandeciente y él y su esposa nos invitaron
a su casa, donde también grabamos sus memorias. Quedamos en
reunirnos con los tres firmantes en un futuro próximo. Nos explicó
don Agustín que don Cristóbal vivía en una ranchería donde quizás
no podría entrar nuestro Safari, y nos invitó a hacer la reunión
en su casa.
Llegamos a Atotonilco a pasar la noche, felices con las entrevistas.
Al escuchar las grabaciones, se nos cayó el cielo encima: la
grabadora había fallado y habíamos perdido todo lo que había
dicho don Agustín y una parte de lo dicho por don Francisco.
Fue dos meses más tarde, en diciembre, cuando pudimos arreglar
la reunión, gracias a Alberto Amigón, un joven estudiante de
Chiautla, pariente de don Francisco Mercado. Él fue personalmente
a concertar la cita con cada uno de los tres, y la reunión empezó
puntualmente. Esta vez pusimos dos grabadoras, y se grabó muy
bien todo lo que dijeron.
Al terminar la reunión, todos estuvimos de acuerdo en reunirnos
nuevamente en la ranchería "El Terrero", de don Cristóbal, para
disfrutar de un día de campo. Fue en mayo de 1974 cuando nos
embarcamos con canastas llenas de comida y acompañadas por el
profesor e historiador Jesús Sotelo Inclán. El Safari sí pudo
pasar hasta la ranchería.
Don Francisco Mercado no pudo acompañarnos porque estaba muy
enfermo, pero nos acompañó don Agustín. A pesar de que aclaramos
desde antes que nosotros íbamos a traer la comida, la familia
de don Cristóbal había preparado un rico mole. Después de comer
nos sentamos junto al río y platicamos y grabamos nuevamente.
Hicimos planes para ir a Ayoxustla al día siguiente, desde luego
sin incluir a los viejitos, sabiendo que el camino era muy largo
y difícil. Ellos nos hacían saber, muy cortésmente, que no podrían
invitarse, pero que sí aceptarían nuestra invitación a acompañarnos.
Querían guiarnos por un camino que conocían desde Huehuetlán.
Al día siguiente salimos temprano con don Cristóbal, de noventa
y seis años, el más animado de todos. Pasamos por brechas empinadas
llenas de piedras, difíciles hasta para caballos y andantes,
y casi imposibles para vehículos. Nos hubiéramos perdido sin
la ayuda de don Cristóbal y de don Agustín, quienes nos metieron
hasta por un arroyo seco.
En Ayoxustla nos enseñaron el lugar exacto en donde fue firmado
el Plan de Ayala el 28 de noviembre de 1911. El presidente municipal
de Ayoxustla amablemente nos mandó traer la misma mesa sobre
la cual todos firmaron, y la colocamos en el mismo sitio para
fotografiarnos.
Este libro es el resultado de esos viajes. Hemos transcrito
las palabras textuales de los tres firmantes, evitando redundancias
y tomándonos la libertad de cambiar el orden de lo dicho con
el fin de unificar los temas. Este libro ha sido escuchado,
aclarado y aprobado por ellos mismos antes de su publicación.
Rosalind Rosoff y Anita Aguilar
I. CÓMO ENTRAMOS A LA REVOLUCIÓN
Una pregunta fascinante para el historiador es: ¿Qué motiva
a un hombre a lanzarse a una causa en donde arriesga su vida?
Sentados frente a estos señores tan decorosos y respetuosos,
estos hombres de paz y ley, es difícil imaginarlos matando a
sus semejantes durante diez años de guerra implacable.
Rosalind Rosoff: ¿Por qué no nos platica usted, don Agustín,
su nombre, su grado y cómo entró a la Revolución, y luego les
preguntaremos a don Francisco y a don Cristóbal?
Francisco Mercado: Uno por uno.
Agustín Ortiz: Soy Agustín Ortiz Ramos, nativo de Acaxtlahuacan,
Estado de Puebla. Era yo un pastor de marranos. De ahí, como
mi abuelito tenía ganado, era yo pastor de becerros, en mi tierra
en Acaxtlahuacan. Y ya más grande me metieron al cultivo de
maíz. Y en esto me crié. En eso vino la revolución de Madero
y mi papá que se va de maderista. Yo estaba en mi pueblo, y
después que supieron que yo era hijo de mi papá, Máximo Ortiz,
me persiguió el enemigo, el gobierno porfirista, y abandoné
a mi mamá y me fui a los cerros a escaparme.
Yo fui a la Revolución porque mi papá fue maderista y me perseguía
el gobierno porfirista. No podía yo estar en mi hogar, sino
que siempre andaba yo por los cerros. Para que me mataran en
mi casa sentado, pues mejor me fui a la Revolución. ¡Que me
maten siquiera con la sangre caliente, que no me mataran sentado
en mi casa! Me fui a morir en los cerros. ¿Por qué? Para defender
mi corazón y mi cuerpo.
RR: ¿Cómo supo de Emiliano Zapata?, ¿cómo oyó de él?
AO: Comenzando ya la Revolución, ya entonces Zapata ya estaba.
Cuando Madero se volteó, ya Zapata era revolucionario. ¡No hasta
que se murió Madero se haya levantado Zapata, no! Zapata ya
era maderista, no más que tenía el nombre de Zapata, Zapata.
Ya después se volteó Madero, ya todos decían: "¡Viva Zapata!"
y "¡Muera Madero!" Ya todos eran zapatistas. Así fue. Bueno,
y cuando fue la reunión del Plan de Ayala, lo que nos dijo nuestro
caudillo, el general Zapata, que si estábamos dispuestos a morir
por la Patria. ¿Y qué es lo que le contesté? ¡Que estábamos
dispuestos, como entonces acostumbrábamos a decir, hasta no
quemar el último cartucho!
RR: ¿Cómo consiguió usted su grado de capitán, don Agustín?
AO: Nosotros andábamos sin jefe. Cuando pedíamos comida o forraje,
nos preguntaban: "¿No tienen jefe?" "No, no tenemos." "Pues,
se les dará por lástima." Así que nosotros dijimos: "Hay que
nombrar jefe. Así no podemos andar. Hasta nos pueden hacer una
traición. Ya con un jefe, ya nos han de respetar más. Pues,
hay que nombrar uno. A ver a quién vamos a nombrar para capitán."
Es el primero el capitán. "Pues, ahí está fulano." "No, ¿cómo
crees? A lo mejor después va a salir con una baba fría de que
no hay gente. No, no, no." "Te nombraremos porque te vamos a
seguir." "Pero, ¿me van a sostener?" "Pues, que sí." "En partes;
vamos a poner energía para pedir forraje. Ustedes preséntenme
como el jefe, y yo tengo que hablar por todos ustedes."
Que yo soy el jefe de ellos, que yo los mando. Les di a saber
a todos. "Pues, sí, vámonos." Pues, que nos vamos a un ranchito.
Luego, lo primero, nos presentamos a la presidencia. Pedimos
forraje. "¿Dónde está el jefe de ustedes, que se venga acá para
poder darle o repartir lo que sea?" "Pues, aquí está." "¿Usted
es el jefe?" "Sí, señor." "¿Usted es el capitán o coronel?"
"Soy capitán de todos éstos que estamos." "Muy bien. Entonces,
¿qué es lo que usted necesita?" "Pues yo quiero que a ver qué
me consiguen por ahí, forraje y un tanto de tortillas, y que
repartan a la gente en las casas para darles de comer." "¿Y
para usted?" "Pues yo, si hay... Y si no, aunque sea una tortilla."
Ya teníamos valor, ya nos obedecían. Y ya que fuimos a Anenecuilco,
me dieron una orden para capitán.
RR: ¿Tiene la firma de Zapata mismo?
AO: Sí, allá la sacamos. Pero con el miedo, quién sabe donde
quedó. Quemamos todos los nombramientos por miedo. No lo pensábamos
como lo estamos mirando.
Cristóbal Domínguez: Como cuando llegaban del gobierno andaban
buscando. Ahí andan buscando, trasteando, volteando cosas que
no deben voltear...
CD: Bueno, yo soy Cristóbal Domínguez Pérez, nacido en Tlancualpicán,
criado en Tlancualpicán. Mi vida empezó así, ¿verdad? Unos dos
o tres años de escuela, de colegio, porque antes no había grandes
estudios. Empecé a salir a trabajar, a ganar cincuenta centavos
diarios en trabajitos. Y luego empecé con mi papá a trabajar
en las siembras.
RR: ¿Su papá era dueño de algún terreno?
CD: No. Todos teníamos alquilado, tierra y bueyes. Los bueyes
los pedíamos aquí, con el papá de Francisco, Mariano Mercado.
Allí en San Juan íbamos a pedir bueyes para sembrar y para temporal.
Acabábamos de sembrar y a veces nos dejaban los que nos llevábamos
por allá. Nos decían que si queríamos molestarnos en cuidar
nuestra yuntita, que allí la teníamos. Y así iban pasando los
años, ¿verdad? Haciendo los trabajitos así medianamente porque
aquello era muy pobre, el tiempo era muy escaso de todo, ¿verdad?
Aunque había buenos temporales, pero la ganancia de ganar un
centavo no había. De normal no teníamos más que la pura siembra.
De allí pagábamos nuestra rentita de tierra, pagábamos la rentita
de buey y poquita que nos quedaba para comer y esperar otro
temporal, y así fuimos caminando hasta después que se murió
mi papá y me quedé yo de muchacho.
Ya empezamos a trabajar aquí en el terreno, luchando en el mismo
trabajo que nos había enseñado nuestro papá. A la hacienda no
iba yo, no fui. Cuando iba creciendo, teniendo sentido para
buscar mi vida, hacíamos algo de trabajos en tiempo de secas
para comprar nuestras cositas que necesitábamos para esperar
el temporal. Después vino la Revolución.
RR: ¿Cómo entró usted a la Revolución?
CD: En la Revolución había unos muchachos de acá de Tlancualpicán
que estaban allá en su tierra del general, por Anenecuilco.
Allí trabajaban. Andaban un poquito medio de malas y por allí
estaban. Y cuando eso fue, ellos ahí estaban y ellos se comprometieron
con él. Se vinieron, ya entonces les dio órdenes el general,
que vinieran aquí a mover la cosa del movimiento de la Revolución.
Y luego que llegaron en la noche, reunieron unas amistades de
ellos que tenían, que éramos nosotros y otros más. Y todos ofrecieron
acompañarlos. Y así fue.
Dentro de dos días, estaba el general aquí en Cepatlán, el general
Zapata. Ahí estaba, y nos juntamos y allá fuimos a verlo y ya
de ahí nos determinó los grados, ya nos dio nuestro lugar. A
mí me nombró coronel y a Santiago Aguilar, general. A otro lo
nombró capitán, Tranquilo Osorio, que ése fue uno de los primeros.
Otro, José Palma, capitán, de allá también, que ya estaba con
él trabajando. Así nos llamaron, era como nos comunicó el acompañamiento
de nuestro general Zapata. Nosotros no nos negamos. Dijimos
que sí. Habíamos de acompañarlo.
RR: Gracias, don Agustín. ¿Y usted, don Francisco? ¿Quiere platicarnos
su nombre y su vida antes de la Revolución?
FM: Yo soy Francisco Mercado Quiroz. Antes de la Revolución
fuimos felices, porque mi padre tenía unos centavitos, y se
gozaba la paz de la vida. Mi padre se llamó Mariano Mercado,
y mi madre, Guadalupe Quiroz. Había veces en las fiestas, el
día de su santo de él o el mío, en que había dos, tres días
de fiesta y que iba toda la crema de Chiautla; los políticos,
los federales y profesores y amistades. ¡Y baile a derecha e
izquierda! Teníamos un salón grande allí en el rancho, donde
cabían sesenta parejas. ¡Y no cabían! Afuera el patio estaba
también parejo, bonito, y había otras treinta, cuarenta parejas.
Nomás figúrese cuánta gente no ocurría! Era la felicidad más
grande.
La vida de mi padre no fue de trabajador. No era intelectual,
no sabía ni leer, pero tenía muchos centavitos. Teníamos muchitos
animales; había más de mil cabezas de ganado y doscientos, trescientos
becerros anuales. Había muchito de todo. Todo compraba él por
mayor; bultos de cacao, bultos de manteca y bultos de todo.
Cabían en el tapanco en la pieza, como una tienda. Pues allí
estábamos en el campo, pero comíamos fácil mejor que en la ciudad.
Porque era muy familiar mi señor padre, que los domingos llevaba
ocho, diez gallinas que eran baratas, de veinticinco o veintiocho
centavos de aquel tiempo.
RR: ¿Y de quién era la tierra?
FM: De mi señor padre. Tenía mucho terreno y su ganado. La suerte
le ayudaba. Porque, sabe usted que tenía cien yuntas en Tapalayán,
Tapalucleca, Santa Anita, y a un lado de Matamoros. Pagaban
muy puntualmente las seis cargas y él no vendía los bueyes hasta
que se morían. Llevábamos cada año treinta, cuarenta toros para
refaccionar los bueyes viejos, y los viejos ya los vendía en
Atlixco. Y los nuevos los ponían a trabajar tiempos de aguas,
tiempos de secas. En las aguas, en sus siembras; en sus cosechas;
y en las secas iban a trabajar a las haciendas.
Trabajaban desde el Teruel, Tetetla, Rigo y Matlala; a esas
cuatro haciendas iba toda la yuntería de mi padre a trabajar,
pero a nosotros no nos pagaban más que las seis cargas anuales.
Pero era barato el maíz. Cuando se vendía más caro era a siete
cincuenta o siete pesos la carga de maíz. Pero como fueron seiscientas
y tantas cargas de maíz... Después, mi padre compraba quinientos
o mil marranos en las secas. Estábamos en la orilla del camino.
Y venían desde Tulcingo, Chila, Caxtlahuacán, El Molaque, Ocotlán,
todas partidas de treinta, cuarenta marranos a vender; eran
baratos, pues. Los compraba a cuatro, cinco pesos parejo, y
los vendía a treinta, cuarenta pesos, ya marranos gordos, porque
en las secas, mayo, hacía capazón de toda la marranada, y los
soltaba libres en el campo.
En octubre íbamos a echar cuenta de marranos, treinta, cuarenta
marranos, ya carnudos, y no les daba maíz aunque tuviera dos
o tres coscomates de maíz, no les daba maíz seco. Camaba, quitaba
las mazorcas, en quince días se ponía la marranada buena, y
se llevaba mi padre una jaula para Puebla, y nosotros nos quedábamos
cuidando los demás. A los ocho, o a los diez días, regresaba
a contarlos, y al bajarse en Tlancualpicán, le decía al jefe
de la estación que para tal día necesitaba una jaula del ferrocarril:
"Sí, señor Mercado." Y aquí cortábamos otra vez ochenta marranos
a Tlancualpicán a embarcar; ya se iba otra vez y nosotros nos
quedábamos a cuidar los demás. Había ocho, diez gañanes mozos,
que nos ayudaban a trabajar.
Entonces eran baratos y todo regalado. Y no había enfermedades.
No había nada. Pues, ¡cuántos miles de pesos no hacía con los
marranos! ¡Y con la cosecha del maíz que se vendía, y ganado!,
porque a veces me decía, como era yo dizque el caporal, un vaquero,
me decía: "Hijo, ¿cuántas vacas podemos vender gordas?" "Lo
viejo y lo brioso." Pues, total, les vendíamos cincuenta, cuarenta,
lo que se pegaba la gana. Toros, cuantos podíamos llevar a refaccionar
a los bueyes, y los que sobraban, los vendía. Como veían que
el ganado de mi señor padre pegaba allí, los pagaban bien, en
esa época en que no valían, a él se los pagaban a treinta y
cinco y cuarenta pesos el toro. Que antes aquí valía quince
o veinte pesos, y todo era negociar los dineros.
El mejor mercado era Atlixco. Se vendía lo mejor, y maíz y todo.
Yo tenía tres hermanos menores, jóvenes, estaban muy chamacos.
Yo era mayor, dizque trabajaba yo. No es que lo quiera maletear,
pero como no era yo borracho ni jugador, pues a todos los comercios
les decía mi padre: "Lo que necesite mi hijo, yo pago lo que
sea. No le nieguen nunca nada." Pues, dondequiera que llegaba
yo: "Quiero cincuenta, cien pesos." "Cómo no, Panchito. Aquí
está." En esa época lucía mucho el dinero. Había, a veces por
ejemplo, kermeses y esas cosas. ¡Cómo no gozaba yo todo!
RR: ¿Y con novias?
FM: A ésas les tenía yo vergüenza. En la garganta se me atoraba
decirles que las quería yo. Me crié en el campo, campesino,
no tenía yo roce social, para decirles que las quería yo se
me atoraba aquí en la garganta. Pero había otras oportunidades,
como era yo hijo de don Mariano, pues, no más por cualquier
cosita, me decían que sí, pues. Tenía yo esa garantía de que
en todas partes, mi padre decía: "No tengo yo más que a mi hijo,
que es un hombre trabajador." Pues la fama corría como manteca.
No tenía yo vicios. Nunca me gustó la copa ni la jugada, lo
que gastaba yo era en regalitos para novias. Pero era una satisfacción
para mi padre, que siempre tuviera yo centavos.
Tenía muy buenos caballos, en aquel tiempo en que no valían,
compraba caballos de a doscientos, trescientos pesos, ¡que eran
caballos! Toda la "esgrima". Y me gustaba, pues era yo "Don
Panchito". Yo sí. ¿Para qué lo voy a negar? En tiempos normales
gocé la paz de la vida.
En primer lugar, sabe usted que mis padres se fueron a Puebla
y me dejaron a mí solo, y me acosaban hasta que me colgaban
porque querían dinero, y por eso me tuve que haber tomado las
armas, para defenderme. Y en segundo lugar, me lancé por el
motivo de que me gustó la idea de Zapata que se oía, que iba
a repartir las tierras y que iba a defender a los pobres. Esa
fue la causa. Mirando la situación y conviniéndome los ideales
del general Zapata, nos reunimos con otros amigos, y nos fuimos
a buscarlo, y que lo encontramos en San Juan del Río. Y ya al
otro día me puso de avanzada para Axutla y de Axutla nos fuimos
a Huehuepiaxtla. Allí hicimos dos días descansando, y al tercer
día me dice: "Pancho, vamos a salir para Chinantla, te vas de
avanzada." "Está bien." "Ya sabes, si te acosa la gente, apresura
el paso, y si ves que se agota, te detienes para que no nos
cortemos." "Está bien."
Así lo hacía yo. Yo iba de vanguardia con mi gente. Ya de regreso
llegamos allí a Chinantla y me dice: "No me gusta el rumbo,
Pancho." "Pues, ordene mi general." ¿Yo qué quiere usted que
dijera? Que ordena: "No hay como mi rumbo." "¡Vámonos!" Media
vuelta. Nos regresamos de Chinantla otra vez a Huehuepiaxtla.
Llegamos a Huehuepiaxtla; allí dormimos. A otro día se presenta
un coronel que había yo dado una firma de dos caballos y dos
carabinas a unos amigos que tenía yo en Ayoxustla para la tropa
que llevaba yo. Le dije a Zapata: "Señor, efectivo, tengo los
caballos y las armas, pero si los quiere usted..." "No, no,
a ti te los dieron como de confianza, estuvo muy bien, así me
gusta, que tengan gente donde quiera." "Gracias, general." Me
fui.
Al poco, cuando más al cuarto de hora: "Dice el general que
vayas." Dije: "Ya sucedió otra acusación." Pues, como esto había
pasado. Y que me voy. "Ordene usted, mi general." "Siéntate."
Ya no me dijo: "Esto es." No: "Siéntate." "Me conviene que tú
te vengas aquí al Estado Mayor conmigo." "Ay, jefe, no puedo."
"¿Por qué?" "Porque en primer lugar qué dirá mi gente, que nomás
los comprometí y ahora los abandono. Es el primer punto, y el
segundo, pues no sé todavía, no me sirvan las balas, sea el
más correlón y voy a descomponer su Estado Mayor." "No los quiero
muy hombres, nomás que se paren bien."
Dondequiera me salía. "Ándale tú, Navarro, vete a decirle a
la gente de Mercado que no se quede uno, que todos vengan, que
los necesito." Y ya estoy allí preso. "Fórmense de cuatro en
fondo." Les empieza a arengar: "Vean, yo necesito aquí a Pancho
en mi Estado Mayor. Y quiero que ustedes nombren su jefe. Pero
que lo respeten, que lo obedezcan, y que él vea por ustedes,
que yo también veré por ustedes. Estaré a la vigilancia de ustedes."
Todos para el jefe Jesús Vergara. "¿Ya vistes? Ya se arregló.
Así es que tu gente ya nombró a su jefe."
Bueno, así me fui a ensillar mi caballito y otro de los compañeros
(Margarito Peña) dijo: "Jefe, yo quiero quedarme aquí, con Pancho."
"Pues te vienes al Estado Mayor con Pancho". Los dos nos fuimos,
fuimos a ensillar nuestros caballos y nos pasamos al Estado
Mayor. Y desde entonces ya fui del Estado Mayor de Zapata.
Yo no sé quién le dijo al general Zapata que conocía yo el terreno,
o adivine usted por qué. Yo no era ni muy valiente ni muy ordenado,
ni nada; me quiso llamar para su Estado Mayor. Yo no supe el
motivo ni cómo. Quizás vería que me gustaba el caballo y que
tenía yo buenos caballitos. Pues me gustaba el caballo, y trancas
altas no necesitaba yo abrir, brincaba, y eso le gustaba al
jefe, que tenía yo buenos pencos.
Y entré a pie, me hice presente con él. Al salir, le digo: "Jefe,
me voy a aquel lado, a acuartelar y a arreglar a la gente, porque
mañana salimos a las siete." Estaba la tranca cerrada con palos,
y llevaba yo un potrito regular. No abrí la tranca, sino brinqué,
y yo creo que eso le gustó a él, que a mí me gustaba el caballo.
Me supongo yo. Yo creo que eso me salvó, porque toda mi gente
que fueron conmigo, que eran como unos setenta, todos los acabó
aquí Joaquín Ibarra. Andaba rodeando Ibarra con buenos caballos
y mucho parque, y ellos con caballitos más feos, pues los alcanzaban
y los andaban matando. Los acabaron. Hasta Jesús Vergara murió,
el mero jefe. Y yo, como me sacó por allá, eso no me tocó.
Nos fuimos a Morelos. Yo por allá no conocía nada. Estaba yo
joven, tenía apenas veinte años. Por allá no conocía nada. No
me despegaba yo de él. Pero él lo comprendía porque me decía:
"Por allí por tu rumbo, Pancho, tú; y por aquí por mi rumbo,
yo. No tengas cuidado, no te entristezcas. Sólo que veas que
caiga yo, mira lo que haces. Pero mientras que yo viva, cuentas
conmigo, Pancho." Pues me veía algo triste, como estaba yo cortado
por allá.
Zapata me quiso harto y como nunca le dejaba yo, pues no crea
usted que de valiente, de miedo. Yo llegué joven al Estado de
Morelos sin conocer el rumbo, y vi que había barrancas que no
tenían pasos, muy pocos, y dije: "Me cortan, me avanzan, y me
fusilan." Tenía yo mucho miedo de morir fusilado. Morir peleando,
pues andaba yo en eso, pero morir fusilado, lo sentía yo muy
duro. Y nunca le dejaba yo. El asistente se retiraba de los
tiros, y yo pegadito a él. Por eso después decía que era yo
valiente. Pero no era yo valiente, de miedo no le dejaba yo.
Pero ¿qué cosa había de hacer? Él sí era muy valiente, por eso
creía que yo también era valiente. Y con él como conocedor,
¡qué me van a matar! Sólo que muéramos peleando. Pero de casualidad
ni a mí, ni a él, en varios combates serios, no salíamos heridos.
Pues de refilón, aquí tengo un pedazo de bala en la cara; pero
son percances de la vida.
Digo que me apreciaba mucho, mucho el jefe. No sé el motivo
por qué. Me trataba como nadie, porque en dondequiera, para
comer y para todo: "Ándale, Pancho." Y para todo: "Ándale, Pancho."
Sabía que en los tiros era yo quien le respaldaba la espalda.
Tirábamos, blanqueábamos, allá en los cerros, en un árbol. "Ándale,
Pancho. A ver cómo le vamos a pegar un balazo a ese palo." "Usted
ordena, jefe."
Debajo del caballo, y con la pistola, o llegarle sentado en
el caballo todavía. Y tiraba yo muy bien, pues de tanta práctica,
tanto que tiraba yo, tiraba yo regular. Y le llegaban cargas,
como tenía él un 30 especial. Una o dos cajas de parque. "Ándale,
Pancho." Yo siempre con la pistola tenía harto parque. En los
combates, cuando veía que alguna cosa era de pistola. "La pistola,
Pancho." Se veía que tiraba yo mucho muy bien con la pistola.
Otro que estuvo en su tiempo muy a su lado del jefe era el profesor
Montaño. En la situación más triste, más dura, sólo Montaño.
Eso sí, se quedaron solos ellos. Yo me quedé a una distancia
corta, porque nunca lo dejaba al jefe lejos. Me estaba yo dando
cuenta de lo que platicaban, este Montaño con el jefe, pues
siempre se quedaron solos los dos para platicar. Se quedaron
solos a platicar asuntos de la Revolución, altas y bajas. No
delante de todos. Solo a mí que en aquel tiempo estaba cerca
del jefe. A mí sí. "Tú, quédate allí nomás, Pancho." Sí me tenía
confianza, quién sabe por qué. Pero siempre me quedaba aunque
oyera yo lo que estaban platicando. Los otros no.
En los libros hay unas cosas que le tiran al profesor Montaño,
pero son políticas. Porque después se le agregaron muchos intelectuales
y empiezan a dar en contra de Montaño. Yo que anduve con ellos
no creo que era capaz Montaño. ¡Y haber mandado matarlo Zapata!
RR: ¿Cómo llegó usted a capitán?
FM: Iba yo al cuartel general. Una vez le pedí a Zapata permiso
para andar un mes o dos con un primo hermano que tenía yo, Julio
Tapia Mercado. Y me dio permiso. Y ya una vez le dice Jesús
Morales a Julio: "Préstame a Pancho para que vayamos al cuartel
general." "No puedo mandarlo. Está aquí conmigo pero como primo
no como soldado." Ya entonces se dirigió a mí: "Anda, Pancho,
acompáñame, vamos al cuartel general." "Vamos." Ya fui con Morales.
Trató su asunto. Ya para terminar le dice a Zapata: "Dé el grado
que sigue aquí a mi capitán valiente", dijo Morales a Zapata.
Dice: "Pero ¿qué conoces tú de valiente?" "Yo sí conozco a Pancho
porque es mío. ¿O no es cierto, Pancho?" Le dije: "Sí, general."
Dice: "No, éste juega dondequiera. Déle el grado que le corresponde."
¡Me dieron mayor, pero por pedimento de Morales!
RR: ¿Por qué dejó usted el Estado Mayor?
FM: Entonces mataron a un coronel que andaba mi hermano con
él, y era su segundo. Y entonces la gente no se quiso ir con
su hermano del difunto, sino que prefirieron quedarse con mi
hermano Antonio.
Y una vez, el coronel me dice: "¿Qué andas haciendo de bola
de lumbre por ahí? Vente conmigo. Así en una expedición voy
yo, y en otra tú." Pero le dije: "Necesito decirle al jefe,
si le conviene." Ya fui y hablé al jefe. Dije: "Jefe, mi hermano
me hace esta proposición, para cuidar a nuestro padre enfermo,
porque ya ve usted que no hay respeto. Necesitamos cuidarlo."
"Está bueno, me parece. Tú donde quiera juegas" -me dice-: "Vete
con él, y está arreglado como si anduvieras conmigo. Está bien."
Ya fue en una expedición mi hermano, y yo quedaba en la casa
con cuatro, cinco soldados, a cuidar el campamento. Iba yo,
y se quedaba mi hermano. Así, sucesivamente lo hicimos hasta
que terminó.
II. EL PLAN DE AYALA
La importancia histórica que tiene el movimiento zapatista reside
en la claridad de su programa social, proclamado en el Plan
de Ayala el 28 de noviembre de 1911.
Al investigar los documentos de la época y los libros de historia
posteriores, nos sorprendieron la pobreza de datos y las contradicciones
que encontramos sobre la ideación y formulación del Plan. Muchos
historiadores indicaron que el profesor Montaño concibió el
Plan, dudando que Zapata tuviera que ver en su redacción. Pero
los informantes nos aseguran que las ideas provenían del general
mismo.
El testimonio personal de Francisco Mercado aclara estos puntos,
ya que él estuvo al lado del general Zapata durante la elaboración
del Plan.
Francisco Mercado: Nos fuimos para Morelos. Por allá anduvimos,
pero allá no dejaban poner pie en postura, porque se había propuesto
el gobernador en esa época que quería agarrar vivo a Zapata.
Pero no pudo. Allá estaban los que les decíamos Los Colorados
que nos daban cocolazos, dos, tres veces, hasta nos atacaban
diario en el Estado de Morelos y pues ya no aguantábamos. Siempre
los ratos que platicaba el profesor Montaño con el jefe Zapata,
éste quería que hubiera un Plan porque nos tenían por puros
bandidos y comevacas y asesinos y que no peleábamos por una
bandera, y ya don Emiliano quiso que se hiciera este Plan de
Ayala para que fuera nuestra bandera. "Pero no podemos aquí,
compadre -le decía Montaño-. Cuatro o cinco veces nos atacan
en el día." Zapata dijo: "Pues, nos iremos para otro Estado
donde podamos.''
Ya les dije, ahí andaba también un tío mío, Manuel Vergara,
quien dijo: "Por mi rumbo está un poco libre y que podemos jugarles,
y se puede hacer allí el Plan, mi general." "Vamos a ver."
Bajamos al Salado, y del Salado a Jolalpa. Y llegamos a Jolalpa
que allí quería el jefe que se hiciera el Plan, pero Manuel
Vergara dijo: "No, jefe, aquí nos embotellan, y puede usted
morir, y lo debemos de cuidar. ¡Nosotros qué, pero usted no!
No hay otro Emiliano. Y nosotros nada le hace, pero usted que
es el caudillo, no debe ser. Debemos de cuidarlo. En mi rancho
está campo abierto, por dondequiera les jugamos." Y duro y duro
y: "No, aquí nomás nos ponemos. Les doblamos las avanzadas."
"No, jefe, se duermen o hay algún trastorno y nos acaban, y
a usted principalmente. Allí lo salvamos." "Pues vamos a ver.
¿Está cerca?" "Sí, está cerca."
Ya nos venimos a Miquetzingo y ya allí la cuadrillita nos quedamos
todos, que éramos unos cuarenta o cincuenta hombres los que
dormíamos con el jefe. Y ya se fue tío Manuel Vergara, el padre
de Luis Quiroz y Modesto y el profesor Montaño y Trinidad Ruiz,
y el jefe. Hicieron barranca abajo. No sé hasta dónde llegaron,
pero le gustó el lugar. Dice el jefe: "Aquí se quedan."
Tío Manuel Vergara ordenó a Jesús Quiroz que cuidara la caballada,
los dos caballos de Montaño y el de Trinidad Ruiz. "A ver dónde
los esconde, adónde les da de comer, y a ustedes que van a escribir.
Nosotros nos vamos a andar."
Tío Manuel también mandó traer plumas, palillos y papel a Huehuetlán.
Mandó al padre de Luis Quiroz a traer el papel, plumas y tinta,
todo, porque no llevábamos nada.
Ya nos fuimos para El Platanar, para Pilcaya, Cohetzala y llegamos
a Ayoxustla y anduvimos por allá y todas las tardes veníamos
a Miquetzingo a ver lo que habían hecho. Y no le gustaba al
jefe lo que habían escrito.
"No, compadre, le falta éste y le falta el otro." Nomás sacudía
la cabeza Montaño.
Pues total, que llegamos y volvíamos todos los días. Desde el
día doce de noviembre que llegamos a Miquetzingo, hasta el dieciocho
le gustó al jefe. "Ahora sí, compadre. Ahora sí me gustó, está
bueno. Entonces que se vayan seis, ocho a avisarles. Que se
rieguen para que inviten a todos los compañeros para que el
día 28 sea la firma en Ayoxustla." Ya le había gustado al jefe.
Dice: "Ponemos avanzadas en Jolalpa, en Cohetzala y en Los Linderos
y estamos libres." Y allí se firmó el Plan de Ayala, en Ayoxustla.
Rosalind Rosoff: ¿Por qué escogieron a Ayoxustla?
Cristóbal Domínguez: Porque está más propia para defenderse.
FM: Porque solamente tenía la entrada de Jolalpa, y la de aquí
de Los Linderos, eran las únicas entradas que tenía Ayoxustla.
Tapadas las dos entradas, pues ahí no nos hacían nada. Teníamos
tiempo para correr y para defenderse.
RR: ¿Entonces llegaron todos los jefes?
FM: Sí, se juntaron como tres mil o cuatro mil hombres, pero
nomás los jefes firmaron, clase de tropa no firmó, nomás de
oficial para arriba.
CD: Nosotros llegamos a muy buena hora. Todavía oíamos cuando
el señor Montaño agarró el documento y le dio lectura, y lo
oyeron todos. Todos que estábamos ahí reunidos, que era tantísima
gente.
Y ya dijo el general Zapata, dice: "¿Están conformes?" "Sí,
señor." Decíamos que sí estábamos, Siempre que sí. Pero muchos
dijeron: "Pero, hombre, pero si firmamos, nos van a matar."
"Te tienen que matar si firmas o si no firmas." Era lo mismo.
Cuando acaba de leer el acta del Plan el general Montaño, entonces
dijo Zapata: "Todos los jefes pasen a firmar. ¡Los que no tengan
miedo!" Los que tenían miedo pues no fueron.
Todos después, uno con otro, nos dábamos valor. Estaba yo con
el general Santiago Aguilar. "¡Ándale, hijo!" "Vamos."
Agustín Ortiz: Venimos de Ixcamilpa para acá. Venimos a esa
reunión. Llegábamos ahí. Ya había pasado la ceremonia. Dijeron
unos compañeros que ya habían llegado otros dos jefes. Y ya
dijo el general: "¿Dónde están? Pasen." Nos abrieron así y ya
nos preguntó el general si estábamos dispuestos a morir por
la Patria. Pues dijimos que sí. Pues yo respondía: "¡Sí, hasta
quemar el último cartucho!" "Bueno. Muy bien. Ahora, me hacen
favor de firmar a esta reunión del Plan de Ayala, para que se
verifique todo lo que estamos luchando. Cuando triunfemos, tienen
que quedar algunos de los de esta reunión de la firma. Y éstos
han de dar cuenta de que se cumpla lo que luchamos y lo que
hicimos aquí. Total, ¿dispuestos para morir?" "Sí, señor." "Ya.
Ahora."
FM: Don Agustín vino con otro compañero. Eso yo me di cuenta,
como yo estaba ahí con el jefe, en el Estado Mayor. Llegaron
ya como a las once o a las doce. Le decía Agustín a Pedro Balbuena:
"Tú, firma''; y Pedro le decía a Agustín: "No, tú vete a firmar."
Llegaron a decir: "Te meto tus balazos." "¿Y qué yo no tengo
con qué?" Y yo nomás lo estaba licando.
AO: Yo le desconfiaba a él que no firmara, y él me desconfiaba
a mí. "¡Ahora, ándale, hijo de tu chingada madre, si no firmas...!"
"Firma", le dije. "Mira hijo de la chingada, si no firmas te
meto...." "Y yo, que me paro." "Y yo también, ¿qué?" Y este
Mercado estaba a un lado del general, mirándonos. Como era del
Estado Mayor... Bueno, nos comprometimos así, con esas palabras.
FM: Firmaron los de siempre.
RR: ¿Cómo es que puso un solo apellido?
AO: Entonces no nos pusimos dos apellidos, nomás uno.
FM: Nomás uno. Hasta el jefe, nomás "Emiliano Zapata".
AO: Y sólo él, Pedro Balbuena Huertero, se puso "Pedro Balbuena
Huertero".
FM: Pero es el único de todos, el que peleaba con don Agustín.
CD: Y después que firmamos, tenía la bandera don Eufemio Zapata.
Dice Montaño: "Ahora, pasamos a jurar bandera." Ya pasamos a
jurar bandera. Juramos bandera y una vez que pasamos todos:
"Ahora, todos vamos a cantar el Himno Nacional." Todos cantamos
el Himno Nacional. Tocaron dos violines y un bajo. Entonces
hubo unos cohetes, de esos chiquitos que se tiran al suelo.
RR:
¿Había alguna discusión, algún jefe que no estuvo de acuerdo
con el Plan, alguien que protestó?
FM: Pues no. Sí, hubo por dentro, porque varios jefes no firmaron.
Estuvo ahí Fortino Flores con toda su gente. Tenía mucha gente,
tenía como unos mil o dos mil hombres, pero regados, pero ningún
oficial de él ni él firmó. Y varios de aquí; por ejemplo estuvieron
Revocato Aguilar, Jesús Vergara, varios que no firmaron.
RR: ¿Por miedo o porque no estuvieron de acuerdo?
FM: ¿Quién sabe? Yo como andaba en el Estado Mayor con el jefe...
Si tuvieron miedo, pues quedamos en la misma situación. ¿Qué
cosa teníamos más firmando el Plan? La vida estaba de un hilo,
pues andábamos en eso. No porque dijeran: "Este firmó, fusílenlo."
Si nos tocaba..., teníamos que morir.
CD: Por lo regular, toda la gente, casi, del Estado de Morelos,
¿que cuántos hubo de por allá?
FM: No hubo.
CD: Grandes generales. Pero no se ve mal. Nosotros estábamos
allí, cerca, nosotros firmamos. Nosotros somos del Estado de
Puebla, y nosotros somos los que defendíamos legítimamente al
general Zapata, nuestro general, porque cuando llegaba a su
tierra, ¡cuántos ataques había el día que llegaban por allá!
Había mucha gente desconocida, distraída, pagada por la hacienda,
que andaba con el interés de agarrar al jefe Zapata o matarlo.
Y luego que sabían cualquier cosa, corrían a dar parte al gobierno:
''¡Ahí está el general Zapata en tal punto!" Ahí va el gobierno
a la carrera y por ahí no podía estar el general Zapata. No
podía estar mucho tiempo. Un momento estaba porque le interesaba
y todo, pero siempre anduvo más por acá con nosotros. Y nosotros
tuvimos la dicha de que los demás firmantes éramos de aquí,
por este rumbo del Estado de Puebla, y otros, pues de Morelos.
(1)
AO: De aquí firmó este Basilio Cortés y el otro Jesús Escamilla.
Palma, el general, no firmó.
FM: No, ni Fortuno, ni Juan, ni Margarito Aguas, eran los mejores
coroneles que tenían.
AO: Pero otro que vimos firmar es Clotilde Sosa, de por ahí
de Progreso. Ese fue ingrato, que se nos volteó. Ese después
fue enemigo de nosotros.
CD: Y después, cuando empezaron a voltearse, esos mismos que
se voltearon, eran los que nos andaban persiguiendo, porque
dicen: "Ahí está el campamento de fulano de tal. ¡Vámonos!''
Temprano ahí van. Ahí va el gobierno a corretearnos y mataron
a algunos. En esa época mataron a muchos. En este pueblo de
Axochiapan para acá, en Quebrantadero, ahí estaba el campamento,
en esa barranca. Allí se metieron una noche, en la mañana temprano,
y mataron a muchos. Allá hallaron a unos durmiendo y los avanzaron
y los fusilaron.
FM: De Ayoxustla regresamos a Morelos otra vez, y allá en el
rancho de la hacienda Chinameca cerca de Villa de Ayala, Zapata
mandó traer un cura de San Vicente, cerca de Huautla, para que
pasara el manifiesto en máquina de escribir, y ya se extendió
en varias copias. Lo mandó traer, y le dijo a Marmolejo que
si no quería venir, que le cargara la máquina y que lo trajera
a pie, si se oponía. Y que si no, que viera cómo trajiera la
máquina, y que le diesen un caballo para que le proporcionara
la ida. Y no se opuso el señor cura, fue, y lo llevó a caballo,
y le llevó la máquina, y allí hizo las copias.
RR: ¿Estas copias existen todavía?
AO: Pues, quién sabe si existen...
FM: Quién sabe. Eso ya no supimos. Ahora han aparecido muchas,
pero yo creo que no son, porque si nomás ahí firmamos una...
RR: ¿Pero el Plan mismo, el original, fue hecho a mano por el
profesor Montaño, o máquina?
FM: A pura mano. No sabemos el original dónde quedó. Creo que
se le quedó a Montaño. Yo le entregué una a (Luis) Echeverría,
pero no es la que firmamos.
RR: ¿Usted habló con el presidente Echeverría?
FM: Sí, yo le entregué la copia del Plan de Ayala, pero no era
la que firmamos. Luego vi que no era la que firmamos, pero me
dijeron que era copia. Yo le dije: "Señor licenciado, nosotros
como sobrevivientes firmantes del Plan de Ayala le traemos lo
que fue la bandera de nuestro caudillo, Emiliano Zapata, y cuando
esté usted en la curul, no se olvide de los viejos veteranos."
RR: ¿Usted cree que el pueblo entendía su lucha de ustedes,
y el Plan de Ayala?
CD: Muchos. Muchos, no. No entendían. Como la gente por aquí
estaba muy atrasada... No tenía nada de estudio, de colegio.
Estaba muy atrasada. Hasta después los que entendían eso, les
explicaban. Ya vino la explicación a toda la gente y entonces
sí ya empezaron a entender. Ya dijeron lo que la ley rezaba.
Ya supieron lo que decía allí, porque era lo que peleábamos.
FM: Cuando se repartió la tierra en Ixcamilpa, allí fui yo en
1912. Pues allá estuvo la situación, que un tal Jesús Alcalde,
que le decíamos por apodo El Coaxtli, estuvo duro y duro con
el jefe. El dijo que no es justo que aquí en la hacienda los
ricos están aprovechando la tierra, y todos los pobres están
en la miseria. "Reparta usted, jefe." "Todavía no es tiempo",
le decía el jefe.
Después repartió, pero en Morelos, cuando se nos hizo un poco
con los huertistas; que siempre les llamaron la atención por
el norte, nos dejaron un poco libres aquí a nosotros. Ya repartió
allá, a la Villa de Ayala; todas las haciendas allí que les
habían quitado en tiempos normales a la gente de los pueblitos
las repartió el jefe. Cuando el general Lucio Blanco empezó
a repartir tierras, ya el jefe había repartido muchas tierras.
RR: Fíjese. ¿Y quedó así, todavía está así? ¿Hay un ejido allí?
FM: Así es. Está así, nada más que todavía no tienen títulos.
No sé el motivo porque han dejado dormir eso. Pues, que no han
gestionado. Eso es. Que necesitan gestionarse.
III. TIEMPO DE CALAMIDADES
Asombra del movimiento zapatista que miles de hombres pelearan
durante diez años sin recibir sueldo. Tuvieron que ganar sus
armas y su comida.
Rosalind Rosoff: ¿De dónde sacaron armas ustedes los zapatistas?
Francisco Mercado: De las avanzadas, porque no nos dieron nada.
Todos fueron avances del enemigo, parque y todo; lo hacíamos
cuando nos tocaba ganar.
Agustín Ortiz: A puro alce.
Cristóbal Domínguez: Sí, del mismo gobierno. Nosotros no teníamos
nada cuando empezamos.
AO: Puro machete y cuchillo.
CD: Machete y esos rifles de un tiro.
AO: De taco.
CD: De esos 44, con eso andábamos.
AO: Y escopetas.
RR: Y usted, don Cristóbal, ¿cómo consiguió su primera arma?
CD: Luchando, porque, como le dije a usted, íbamos y nos poníamos
así, por el Puente del Muerto nos repartíamos. Y esperábamos
que entrara el enemigo. Pasaron por abajo, y como no venían
en grupo grande, les atacamos. Y a mí me tocó avanzar alguno...
¡y ya tengo mi arma!
RR: Y usted, don Agustín, ¿cómo consiguió su primera arma?
AO: Igual, también. Así en un combate en Huamuxtitlán. Tuvimos
un combate y por de buenas, que no aguantó el gobierno, pues
salió de estampida, y muchos de miedo soltaron sus armas, y
ahí nos tocaba levantarlas. Y allá nos armamos, tanto con los
rifles como con parque.
CD: Una vez que cayó el jinete, o tiró cualquier cosa, se escondió
y dejó el caballo.
AO: Y como andábamos nomás con machetitos y cuchillitos, pues
nos interesaba de avanzar armas. Es el interés que llevábamos,
de avanzarles.
RR: Y usted, don Francisco, que estuvo en el Estado Mayor, ¿nunca
vio que compraran armas?
FM: No. Pues de los combates se iban avanzando, y allá el Estado
Mayor se armó con un ataque que hizo el finado que le decíamos
por apodo El Mole.
CD: El Mole Zeferino Ortega.
FM: Ese, que andaba siempre todas las noches: "General, dámela
de general." "No sirves tú para general." "Yo quiero ser general,
jefe. Dámela." "No." Y duro y duro, y todas las noches casi,
le decía al general, ya que andaba en el Estado Mayor. Total
que un día dice: "Mira, te la doy de general, pero toma a Tlaltizapán."
Era su tierra de El Mole. Dice: "¿Si lo tomo, me la das de general?"
"Sí." "Pero nada más me das cuarenta hombres de aquí." "No.
Ni con tu vida me pagas que vayan a matar cuarenta de mi Estado
Mayor." Dice: "No les pasa nada. Te los traigo." "No."
Total que se animó el jefe a decirle que sí. Y que empieza a
escoger, pues, a todos los conocedores de allá del rumbo, que
tuvieran machete, pistolas y carabinas.
Así pues, escogió a los cuarenta hombres y se fue. Como era
de allá consiguió unas escaleras porque la barda era muy alta
allá en Tlaltizapán. Se llevó dos escaleras y metió a la gente.
Y ya tumbó la escalera para que ninguno saliera.
Como los de ahí del gobierno en el portón tenían la guardia,
pues no se preocupaban. Pero éste entró por la huerta. Como
iban despertando, ¡pues nomás los cortaban como órganos! No
perdió ni un número El Mole y acabó a los trescientos hombres
que había allí. Ya casi al acabar, oyeron el retumbido los de
la guardia y vinieron, pero como no sabían a quién ni estaban
allí sus jefes... allí les tiraron y se acabó.
Y levantó el armamento y el parque. Se llevó como diez mulas
de parque y todas las carabinas, las trescientas carabinas.
Allí nos armamos. Y yo allí agarré como quinientos cartuchos
y cambié mi carabina que tenía, una 30-30 por un cerrojo, y
así nos fuimos armando.
RR: ¿Y cómo hicieron para comer?
FM: Pues andábamos pidiendo las tortillas y a veces matábamos
una vaca en el campo y sancochada y sin sal, pues bueno, ¿qué
cosa hacíamos? Padecíamos mucho de la comida.
CD: Había días que comíamos y días que no comíamos.
AO: Dos, tres días sin comer. A veces nos daban las tortillas
sin sal, sin nada, sin ningún sabor. Creo que ni hambre nos
daba.
FM: Sufrimos algo, ¿verdad?
CD: Hubo unas ocasiones que no había qué comiéramos, y conseguíamos
un puño de maíz y lo tostábamos.
FM: Sin sal, sin nada, dulce la carne, y sin cocerse. Así nos
lo echábamos.
RR: ¿Y eso comía también el general Zapata?
CD: Vaya, también. O ayunaba. No había otra cosa.
FM: Teníamos un juego en Zacatepec, cerca de Puebla. Estuvimos
como tres días sin comer. Nos dieron una galleta de animalitos.
Eso fue el alimento de tres días. Nos moríamos de hambre.
AO: Un día, cerca de Atlixco en Cacalosúchil, que me voy para
el cuartel, y no hallé nada para comer. Encuentro a Modesto
Quiroz. "¿Dónde vas, tal por cual?", le digo. "Vamos a buscar
qué almorzar. ¿No ves que desde ayer y ahora no hemos probado
alimento?" "A lo mejor nos caen porque la caballería durmió
ensillada." Hubo orden de los generales que no se desensillaran
los caballos, que durmieran ensillados toda la noche. Y nosotros
así como los perritos en el suelo, y la carabina como la mujer,
aquí, abrazada. "No nos vayan a caer." "No -dice-, ya hay avanzadas.
Vamos, Agustín."
Pero nos llegó el enemigo y vámonos duro tras ellos. Y allí
en el cerrito pedregoso estuvimos. Dice el general Palma: "Por
allá amarren los caballos y vengan aquí. Aquí no nos alcanzan."
Estamos en la línea de la vía del ferrocarril, en la hacienda
de Teruel. La gente dice: "Ya, general. Ya vámonos, general."
¡Hijo, la gente estaba como perros!
"No, muchachos -dice el general-. Yo les voy a decir." Y se
viene el pelotón del enemigo sobre nosotros. Y la gente dice:
"Ya, general." "No, muchachos -dice-. Yo les he de marcar el
número." Y hasta que marcó el número: "Uno, dos... tres" ¡y
descargué!
Allí estaba el tren con maíz y huevo. Llevaba frijol, maíz,
chile, carbón, anafres, todo llevaba. Y el gobierno dejó prendido
el tren. Los carros los prendieron. Y llegaron los muchachos
y que empiezan a agarrar con el machete y a trozar la lumbre
para que no se quemaran los carros.
Entonces se sube arriba el general Maurilio Mejía y le grita:
"¡Ese general Palma!" "Aquí estoy, general." " Te vas en seguimiento
del gobierno con toda tu gente." "¡Vámonos!"
Todo el día sin comer, y luego otra vez igual. Fuimos a dormir
por allá, todo el día sin agua, sin nada. Ahí dormimos. Dice
el general Palma: "Todos esos que tienen sus caballos buenos
y tienen parque, vénganse, vamos aquí al cerro a tirar un descargue,
no sea que estén por allí cerca."
Y otro día, luego en un pueblito que se llama San Juan se oyó
un tiroteo, bien duro. Y nosotros: "¡Viva!" y "¡Para adentro,
muchachos!"
Ya nos bajamos del cerro, jalando los caballos porque era durísima,
una pedrería y monte. Contamos hasta veinticinco federales en
ese lugar. Estaban muertos.
Dice el general: "Vámonos en seguimiento." Y llegamos a una
barranca. Dice: "Que no me beba agua ningún tal por cual, porque
se me muere." ¡Sin beber agua dos días! Pues: "Vámonos", y al
ratito encontramos dos señores. Traen dos chiquihuites con tortillas.
Dicen: "Aquí hay tortillas, jefe." "¡Qué tortillas ni qué nada!
¡Vámonos! Aquí no hay rancho ahorita. No hay rancho qué repartir.
¡Vámonos, y ninguno que se pare!"
RR: ¿No tomaron las tortillas?
AO: Como el chiquihuite estaba allí, nomás las cogimos pasando.
CD: Pero era poco para tantísima gente.
AO: Y que nos vamos. Toda la noche de nuevo, a andar. Nos venimos
por todo el río de arriba. Sin comer y sin beber. Ya muy lejos
se detuvo el general. Allá le dieron de cenar, y a todos nosotros.
Y venimos a amanecer a Chietla.
RR: ¿Cómo estuvo la reconcentración que hizo Juvencio Robles,
cuando quitó a la gente de sus ranchos y sus pueblitos y los
concentró en la ciudad?
FM: Cómo no, quemaron los ranchos y reconcentraron la gente
aquí en Chiautla para que no nos dieran comida, para eso lo
hacían. Hubo años de hambre, muy trabajoso en el catorce.
RR: Y el pueblo, ¿cómo los recibía a ustedes cuando llegaban
al pueblito? ¿La gente entendía su lucha, estaba de su parte?
CD: Sí, todos los pueblitos estaban de parte de nosotros. Eran
los únicos, porque nos daban la tortilla.
AO: De paso nos daban la comida. Bueno, pedía uno, ¿verdad?
Y se compadecían.
RR: Y ¿no tenían tiempo para sembrar?
CD: No se podía. Aquí tiene usted que unos pobres iban con su
milpita y venían los federales, los venían correteando. Se llevaban
las yuntas o echaban sus bueyes al monte. ¿Quién se animaba
así? Porque como todos pedían bueyes prestados con los que tenían
animales, uno tenía responsabilidad de ellos. No podían sembrar.
Por eso mucha gente murió en esa época, porque comía hierbas.
Puras hierbas comían, cosas del campo ¿verdad? Había esa cosa
de la viznaga, una viznaguita que tenía una espina como uña.
Esa la cortaban, la rebanaban y la hervían, y quedaba como tortillita.
Que no más se sentía como babosa aquélla, pero se comía. Cuando
se podía, algunos sembraban arroz porque había unos siempre
de la hacienda que sembraban arroz. Llegaba uno y pedía y le
daban un puñado de arroz, y ese puñado de arroz lo mojaba uno,
lo limpiaba en cualquier cosa, un sombrero, lo picaba y quedaba
limpio el arroz, y de ése, con un puñito así se ponía en una
olla a hervir, por supuesto atado en una servilleta, y de ese
puñito se hizo un pan grande. Ese sí era muy sabroso. Se servía
en rebanaditas.
Y así, como quiera que sea, así se pasó la vida, todo el tiempo
de calamidad. ¡Fue grave, fue grave la situación esa!
IV. AÑOS DE BATALLA
Los tres firmantes platican de las batallas y los "juegos" en
que actuaron. Se acuerdan con mucho detalle de los lugares,
los jefes y los compañeros, y de los éxitos y fracasos.
Rosalind Rosoff: Don Agustín, ¿con quién anduvo?
Agustín Ortiz: Yo anduve abrigado de Maurilio Mejía. El era
capitán. Pero de general anduve con el general Joaquín Palma.
Yo milité de aquí para abajo, de Ixcamilpa para Guerrero, y
por el Estado de Oaxaca. También no estuve quieto. Eramos una
bola de lumbre, porque no podía uno estar. Estábamos una gavilla
de gente, un rato allí, como para hacer un fuego... y vámonos
por otro punto. Pero a la que pertenecíamos era de Mejía.
Francisco Mercado: Sí, a Joaquín Palma que pertenecía Maurilio
Mejía, y todos andábamos juntos. En las expediciones nos juntábamos
tanto Ortiz como Cristóbal Domínguez, todos con el mismo general.
RR: ¿Entonces usted anduvo con Zapata, o después con otro general,
don Cristóbal?
Cristóbal Domínguez: Anduve con el general Mejía. Pues el general
Zapata anduvo muy solo, porque solo con su estado mayor andaba.
A nosotros nada más nos visitaba en los campamentos. Andaba
en los campamentos siempre visitándonos.
Después vine a quedar bajo las órdenes de Timo Sánchez, el general
Timo Sánchez. Tenía toda la gente de allí de Axochiapan. De
ahí de Quebrantadero para acá, todo eso lo gobernaba. Estábamos
debajo de las órdenes del general Timo Sánchez.
También estábamos a la disposición y órdenes del general Francisco
Mendoza, porque Francisco Mendoza, adelante de Santa Cruz, de
su tierra del general Sánchez, en San Miguel Axtlilco, ahí hizo
su campamento.
Y siempre nosotros aquí estábamos y siempre a nosotros no nos
movían porque éramos los que sosteníamos al enemigo aquí, porque
en Atencingo estaba el conjunto del gobierno, que estaba viviendo.
RR: ¿El cuartel?
CD: Sí, ahí en Atencingo era la matriz. Y ahí de Atencingo salió
el gobierno para el puente de fierro el Puente del Muerto. Salió
para Axochiapan, venían fuerzas de por allá para el centro de
Morelos, cuidaban el Puente del Muerto, pero Atencingo era el
lugar de la recopilación de todos los gobiernos, y nosotros
teníamos que cuidar ahí. Y a nosotros nos mandaban traer cuando
se les ofrecía cualquier cosa, pero luego andamos otra vez a
nuestro lugar. Y así que nosotros no podíamos dejar el puente.
Siempre estábamos luchando con ellos. Y nos servía porque de
ahí sacábamos las municiones para atacarlos. Cada cuatro u ocho
días teníamos nuestros jaloncitos porque el gobierno subía y
bajaba y venían otros a traer zacate, venían de Atencingo. Y
ahí les formábamos corralitos y ¡zas! Aunque sea unas cuatro
o cinco armas o parquecito, pues no les hacíamos y no carecíamos.
Aquí el único que nos enseñó mucho, que fue muy valiente de
veras, fue don Higinio Aguilar. Además, como fue volteado del
gobierno, tenía pura gente civilizada.
Un día me pregunta este señor compañero de Villanueva: (2)
"Oiga, coronel, dígame usted ¿quién fue el general más valiente
de la Revolución?" Le digo: "Oiga usted, no puedo decirle porque
todos éramos iguales. Todos peleamos iguales. Y cuando nos tocaba
ganarles, les arrullábamos bonito, y cuando a ellos les tocaba
corretearnos, ahí vamos a la carrera, nos andaban correteando.
Y en esa parte, le digo, no puedo decir un lado es más valiente.
Aquí, le digo, el único que paró el dedo fue el señor Higinio
Aguilar. Ese fue hombre, de veras pudiente. Tenía mucha gente,
tenía artillería."
AO: Higinio Aguilar tenía mucha gente y tenía su artillería.
Tenía hasta las mujeres que decíamos las huacas. Ibamos a pasar
cerca de Atencingo cuando le dan parte al general Higinio Aguilar
que ya había pasado Agustín Quiroz. Era carrancista, que pasó
para Chiautla.
"Regresamos -dice el general Higinio Aguilar-. Vamos a ver a
Agustín Quiroz. Vamos a pasar entre medio de Ahuehuetzingo y
Atencingo." Pero no podíamos pasar, nos atacaron. Como allí
estaba el destacamento en la hacienda, y la familia estaba,
tenía su destacamento. Queríamos pasar y no nos dejaron. El
general Aguilar dice: "No les tiren, no les tiren. Hemos de
pasar pero no les tiren." Pero la gente: "No, general, si no
les tiramos se nos vienen. No, general, empezamos a tirarles
y darles juego."
Durante el tiroteo, las señoras que les decíamos las huacas,
se metieron a Atencingo donde estaban trabajando los gañanes
con las yuntas. Fueron a sacar las yuntas uncidas las señoras
y las mataron para comer.
CD: También tuvieron valor. Pero eso digo, en cada vez que movimiento
o combate tuviera aquel Aguilar no era en vano. Porque tenía
unas disposición es muy buenas, muy buenas. Tenía gente. Conocían
milicia, disciplina y todo eso. Estaban muy bien civilizados.
FM: Estaba más organizado, por eso se veía que peleaba más.
La organización. Y aquí, los otros peleaban los que querían.
Los que no, pues...
CD: Los que tenían buena voluntad, se metían al fuego.
AO: Había gente en los pueblitos que se daban de revolucionarios,
todos encarabinados, fachosos, allí andan. A la hora de la reunión
para ir a un combate, nada. A la hora de la salida, pues no
están. A donde está el combate, no aparecían. Y usted regresa,
y allí andan ya. Les nombramos revolucionarios nixtamaleros
porque no entraban al combate.
RR: ¿Usted estuvo en muchas batallas, verdad?
CD: Sí, cómo no. Estos son unos, y otros cuando fuimos a Atlixco.
¿Eran tres o cuatro veces, verdad?
AO: Cuando fue la última tomada hicimos dos acometidas. El primero
fue un día viernes, para amanecer sábado. Queríamos entrar a
Atlixco, pero nos falló. Llegamos ya tarde y no nos dejaron
entrar. Nos fuimos al volcán, al Popocatépetl, y hubo una contraorden
que no se retirara ninguno, que teníamos que lograr a Atlixco
porque de allá para acá venía otro general. Toda la noche era
de andar para irse reuniendo, reuniendo.
Entramos el sábado, sería como a las doce de la noche. A mí
me tocó el general Palma. Nos llevaba una fila que llegaba hasta
quién sabe dónde. Tenía mucha gente. Y él iba por adelante.
Iba desflorando el campo. Nos dejaba aquí y se iba él. A una
hora o hora y media se venía, y decía: "Ahora avancen, no me
fuma ningún tal por cual; el que quiera fumar, adentro de un
sarape." Y se iba de nuevo a desflorar el campo. Y de nuevo
venía y: "¡Avancen!" A las cuatro veces, ya no pudimos. Todavía
no iba lejos cuando se rompe el fuego por lado de la fábrica
de Metepec. Se desata una gritería y un alboroto, y: "¡Adentro
y avancen!" y "¡Adentro y avancen!"
CD: ¡Estas batallas estuvieron fuertes!
AO: ¡Híjole! Me tocó por el lado de la vía. Que llega el general
Maurilio Mejía. Dice: "Tírenle a la vía, que no nos vaya a ganar
el tren militar. Tírenle a la vía. Le dijimos: "General, ya
no tenemos parque." "Pónganse fuertes, no dilata el que trae
el parque." No dilató. Llegó una mula cargada de parque. "¡Y
ahora tírenle a la vía, muchachos!" "¡Adentro! ¡Viva México!
¡Viva la Virgen, y adentro! ¡No se amontonen!"
¡Cuánto muerto! ¡Cuando llegamos a la plaza de armas hubo muertos
así, hasta los andaban pisando los caballos! En el zócalo estaban
tirados abajo de las hojas de los lirios, muertos. Muchos. Logramos
entrar en Atlixco como a las tres de la mañana.
La gente quería saquear y dijeron los generales que no había
orden para saquear, hasta que no llegara la orden del general
Zapata, entonces se podía decir hay orden de saquear. Pues,
vámonos a San Martín Tochimilco, andamos comiendo limas porque
no había ni qué comer.
RR: ¿Y no saquearon?
CD: No saquearon.
AO: Pues ahí estuvimos hasta el día martes El día martes llegó
la orden, ahora sí. A saquear.
RR: ¿Y qué cosas sacaron de allí?
AO: Pues, de las tiendas, cosas de las tiendas. Saqueado, ya
fuimos para la orilla. Allí dijo Maurilio Mejía que todos los
capitanes, coroneles, generales, que hayan saqueado alguna cosa
de valor nombraran uno o dos arrieros, que se llevaran el cargamento
para Chiautla de Tapia.
RR: ¿Ustedes poco se metieron a Morelos?
CD: Sí, poco.
AO: Sólo cuando había algún combate.
CD: Cuando nos llamaban. A veces se empezaban los combates,
dos, tres días, y allí íbamos nosotros, hacíamos el acompañamiento.
FM: Fuimos de Joaquín Palma y de Maurilio Mejía. Al principio
no anduvo Mejía. Yo anduve el año once y doce con Zapata, y
no. Después se levantó, como era sobrino, le dio la chamba.
Y después se la iba a quitar.
Me echaron vivas precisamente porque se juntaron todos los coroneles
a discutir, porque llegó un oficio que toda la gente de Mejía
se les pasara con Mendoza y todos los coroneles no quisieron,
pues nos iba a ver con inexperiencia Mendoza por querer tener
a su gente y nosotros agregados, no nos conocía en acciones.
Estaban discutiendo, pero ni modo.
Ya que soy un poco loco y tonto, los sesos apelmazados, les
digo: "Por qué están luchando, si el asunto está en nuestras
manos." "Ya va a hablar El Loco" -decían varios coroneles. "No
loco, pero van a ver cómo es la verdad." "¿Cuál es la verdad?"
"Que nos vamos el lunes a Puebla, allí a la línea de fuego.
Allí estamos un mes o dos y allá después que lleguen las partes
al jefe al cuartel general, que estamos en la línea de fuego,
y entonces va una comisión de los coroneles a pedirle que nos
quedemos con Mejía." "Que viva El Loco", y salimos al otro día
para Puebla y allá anduvimos.
Pues las partes llegaban al cuartel general que estábamos en
la línea de fuego. Total, después fue Benito Flores, Antonio,
mi hermano, y Luis Quiroz; estos tres fueron de la comisión
a rogarle al jefe Zapata que nos quedáramos con Mejía. Aceptado.
¿Por qué? Porque ya había visto que no era cierto lo que le
decían, porque le fueron a contar a Zapata que Mejía estaba
en contacto con Ibarra, pero como no era cierto, le mostramos
por qué fuimos a la línea de fuego, pues después encantado que
andábamos con Mejía.
RR: ¿Cómo se podían mandar recados?
FM: Pues únicamente por conducto de personas o bien particulares
de los pueblos que iban a avisarle a otro pueblo.
AO: Se comunicaba, por ejemplo un coronel o un general que manda
una comunicación, pregunta adónde anda algún general o coronel,
y llega la comunicación con el presidente municipal, o a un
ranchito. Pues, que llega esta comunicación para general o coronel
Fulano, y ya él sabe. Él sabe por dónde se encuentra.
CD: A los campamentos se dedicaban las comunicaciones.
AO: Los que tenían sus campamentos, a campamento.
RR:
¿Y no había mucha traición, o la gente era muy fiel y nunca
decía a los federales donde estaban los zapatistas?
FM: No, nos cubrían.
CD: Nos cubrían mucho.
FM: Quién sabe por otros Estados, porque ya sabe usted que no
todos los Estados fueron lo mismo. Estas zonas donde estuvieron,
el Estado de Morelos y algo de Puebla, nunca nos acusaban, hasta
nos ayudaban. Nos cubrían.
RR: ¿Ustedes no entraron con el general Zapata a México cuando
entró con Pancho Villa?
FM: ¡Cómo no! Cuando entramos en el catorce, yo estuve en Xochimilco
con el jefe. Fui a la invitación que hizo. Pues supimos que
invitó el general Zapata a Villa y a Carranza a una conferencia,
una vez que se triunfó con los federales. Entonces me habían
puesto destacamento en Los Reyes. Pero iba yo a México y supe
eso, que me voy a Xochimilco con él. Y al llegar allá no fue
Carranza, sino fue Obregón, en lugar de Carranza.
Le dijo Villa al llegar: "Jefe, a sus órdenes. ¿Qué cosa quiere
usted, jefe?" -le dijo Villa a Zapata. "Para mí no quiero nada.
Unicamente quiero que se respete el Plan de Ayala" -dijo Emiliano
Zapata. "Acepto, mi general" -dijo Villa.
Obregón ya no dijo nada. Dijo: "No, no puedo yo decir porque
necesito decir a mi jefe. Lo que él dice. De aquí a quince días
les resolvemos." "Está bien."
Ahí hubo una comidita y algo de cervezas, y que nos retiramos.
A los diez días nos empiezan a atacar.
CD: ¡Eso fue la resolución!
FM: A los diez días ya nos estaban dando debajo de la lengua,
eso fue el traidor Carranza. Pues también era rico y era gobernador
de Porfirio Díaz. ¿Qué se esperaba de él? A los diez días ya
nos estaban balaceando. Nos mataron como a dos mil hombres nomás
al tiempo en que entraron a México, desde Miraflores a San Vicente
a la Magdalena, a Los Reyes, todo eso nos arrollaron de matar
harta gente. Nosotros desprevenidos y ellos con las columnas
dobles y ametralladoras y cañones, mataron mucha gente.
RR: ¿Como era Villa?
FM: Pues, era un poco más respetuoso... no como el jefe, como
yo trataba más con el jefe, le veía más bondadoso.
RR: Dicen que los villistas sí tenían mucho parque, muchas armas.
FM: Pues por allá por el Norte, antes cuando estaba a las órdenes
de Carranza tenía todas las puertas abiertas para el parque
y armas y dinero y hasta ropa; los uniformaba. Pero nosotros
aquí qué cosa vamos a tener si aquí no teníamos ni agua.
Y ya nos dieron las armas. Nada más en el ataque a Chilpancingo,
¿cuántos murieron? Más que mil hombres del gobierno. Y también
de nosotros murieron muchos. Estuvo muy sangriento eso, y más
para el gobierno. Lo mismo el ataque de Cuernavaca, dilató sesenta
y dos días el sitio.
Ya teníamos armas, ya teníamos parque. Ya era muy distinta la
situación. Entonces nos mataron al más valiente, que se había
descubierto. Anduvo con nosotros en el estado mayor, Ignacio
Maya. Pero ya entonces era general, y muy valiente. Murió en
el ataque de Cuernavaca. Rompieron el sitio y entonces se les
pegó muy duro y allí murió.
RR: Había dos Mayas, ¿verdad?
Anita Aguilar: Hermanos, de Tlaltizapán.
RR: ¿Usted estaba en el sitio de Cuautla?
CD: Eso fue cuando perdió el Quinto de Oro.
FM: Estábamos dos, tres días en un lugar, y cambiaba la gente
el general. Dos, tres días estaban en la línea de fuego, y otros
descansaban, pero no se levantó el sitio. Hasta que rompieron
el sitio el gobierno, no rumbo a México, sino rompieron para
abajo. Y allá dieron vuelta para México.
CD: Nomás supimos por otros, por los mismos compañeros. Que
cuando fue la guerra del Quinto de Oro en Cuautla no podían
tomar una atarjea grande de agua que iba para la hacienda. Pasaba
una atarjea de agua y allí se metía toda la gente del gobierno
entre el agua, al estar atacando a los compañeros. Y entonces
al ver que no podían los compañeros, consiguieron muchos botes
de gasolina y empezaron a echarles allí de donde venía el agua,
y le prendían la lumbre, ardiendo la gasolina sobre el agua.
RR: ¿Y entró hasta la ciudad?
CD: Sí, entonces desalojaron eso, como vieron la lumbre, ardiendo,
todos brincaban, se iban, y entonces se desalojaron todos. Eso
le tocó al general Zapata en la primera época de Madero. Eso
nos lo platicaron. No lo vimos. Lo platicaron los compañeros.
AA: ¿Quiénes más eran de aquí de Chiautla y Huehuetlán, otros
zapatistas?
FM: En Chiautla los jefes fueron Nicolás Ponce, Flaviano Tapia
y Jesús Sánchez, y los Mercado. Fueron los cuatro jefes que
hubo en Chiautla.
AO: ¿Y el otro, Francisco Vergara?
FM: Éste nomás estuvo de visita.
AO: Bueno, pero fue revolucionario, también es de Puebla.
FM: Fue revolucionario, pero no estuvo acá. Siempre anduvo por
Tehuacán, y después por dondequiera anduvo como bola de lumbre.
AO: Yo le conocí en Chiautla donde estaba de destacamento.
FM: Unos días.
CD: Éste fue de los primeros. Cuando tomaron Chiautla por primera
vez, él estaba de alcalde.
FM: No, fue lambiscón con el jefe político.
CD: Él entregó armamento y parque. Y lo queríamos hilar. A la
entrega ésa, lo dispensaron siempre que diera zacate para los
caballos.
FM: Esto fue cuando Madero y cuando murió Andónegui. Te doy
razón de todas las cosas. Pero entonces no era nada. Después
se fue para Tehuacán; por allá le dieron nombramiento de capitancito,
y después bajó a Chiautla, y tuvo destacamento. Mató a un primo
hermano. Él no fue, pero lo mandó. Es un loco. ¡Mandar matar
a un primo hermano! Si nomás con un amigo yo voy y le hablo:
"Mira hermano, no me comprometas." Una cosa de hombres, no una
cosa de cobardía. Gente muy baja, aunque es mi primo hermano,
pero no traga mi criterio.
AA: ¿De Huehuetlán quiénes más pelearon? ¿De aquí era Revocato
Aguilar, verdad?
FM: Sí, también Revocato fue jefe de aquí de Huehuetlán. También
Jesús Vergara y hubo otros; Joaquín Palma, Luis Quiroz, El Casquilote...,
por dondequiera hubo revolucionarios.
CD: No hubo pueblo donde no hubiera revolucionarios. Cuando
fue la revolución de Madero casi todos, hasta las mujeres, iban.
Como no había visto lo que era revolución, lo que era guerra,
lo que era eso, había hasta mujeres que ahí van. Los niños que
eran chiquitos iban gritando por las calles: "¡Viva Madero,
viva Madero!" Y se agarraban a pedradas. Era una cosa muy animada.
FM: Pues son cosas de la Revolución. Yo se lo tuve a mal a Madero,
dejar a sus enemigos de armas, y a los suyos mandarlos a su
casa... ¿No fue una cosa más desgraciada de Madero? Eso fue
la causa de su muerte. ¡Que si se queda con los suyos no lo
matan! Pero se quedó con los enemigos, con los de Porfirio Díaz.
Aunque éramos tontos para una disciplina, pero pudiéramos estudiar
la disciplina. Y ya al año o a los dos años ya éramos oficiales.
Pero no...
CD: Pero había contrato desde un principio...
FM: No. ¡Qué contrato, ni qué contrato! Que porque ellos estaban
civilizados en las armas. ¿Y no podían los jefes ir al Colegio
Militar? La torpeza. ¡Tú, Cristóbal, la torpeza! El primer punto
principal: como sabes que Zapata lo que peleaba era las tierras
y como Madero era millonario, naturalmente no le convenía porque
iba a quedarse en la calle, y por esto le volteó la espalda
a Zapata. Hay que ver las cosas como son. Oía yo que platicaba
Montaño con Zapata, por eso les acabo de decir que fue la tontería
más grande de Madero de quedarse con los enemigos. Y lo mataron
como perro. ¡A un presidente! ¿Pero quién fue tonto si no él?
¡Quedarse con los enemigos y a los suyos mandarlos a sus casas!
RR: ¿Usted conoció a Amador Salazar?
FM: ¡Cómo no!
CD: ¡Cómo no! Él andaba con los de artillería.
FM: Cuando yo andaba, anduvo él en el estado mayor.
RR: ¿Cómo era él como militar?
FM: Como todos, pues, buena gente.
RR: Y el hermano del general Emiliano, Eufemio, ¿cómo era?
FM: Era al contrario del jefe. Ese sí era borracho y mal hombre.
CD: Era pesado.
FM: Ese sí era malo. Eufemio no gestionaba ni la mitad del jefe.
El jefe era muy buena gente con todos. Por causa de Eufemio
se fueron dos coroneles muy valientes con el gobierno. Porque
aquí en Quilcaya Eufemio fajeó a Agustín Quiroz, quien se fue
con el gobierno. Al hermano del jefe no lo quiso matar, porque
era muy valiente Agustín Quiroz.
CD: Muy valiente Agustín Quiroz.
FM: Y ya después estaba fajeando a su padre de Sidronio Camacho,
y le dijeron a Sidronio: "Ándele, te está fajeando a tu padre
el general Eufemio." Y luego, luego lo encontró y allí lo quebró.
Y se fue con los carrancistas porque tuvo miedo que Zapata lo
quebrara. Y también era muy valiente este Sidronio Camacho.
Mucho.
RR: ¿Y cómo era como general, Eufemio? ¿Era buen general?
FM: Como valiente, sí; pero como persona, no.
CD: No, no gestionaba nunca a la gente. Andaba él solo.
FM: Nomás andaba borracho.
CD: Y por eso cometía muchos desórdenes.
V. ZAPATA, EL HOMBRE
Hoy en día queda muy poca gente que trató al general Emiliano
Zapata. Dos de los tres firmantes lo conocieron bien. Don Cristóbal
Domínguez vio al jefe constantemente en los campamentos y en
las batallas durante los diez largos años de lucha. Francisco
Mercado lo conoció más íntimamente y tiene muchos recuerdos
de anécdotas y frases del general.
Rosalind Rosoff: ¿Cómo era la vida con el general Zapata en
los dos años que usted anduvo con él? ¿Cómo era su vida de diario,
qué hacían?
Francisco Mercado: Pues nunca estábamos en un lugar. Siempre
andábamos corriendo. No por nuestro gusto, a fuerza.
RR: ¿Cuál fue su combate más duro con él?
FM: Pues tuvimos muchos muy serios. Una vez fue porque fue necio
el jefe. Porque dormíamos en El Jilguero y nos dice: "Vamos
a almorzar, muchachos." "Usted ordena, jefe." "Vamos a Chinameca."
RR: ¿Este episodio es de 1912?
FM: Sí. Agarramos la cuesta abajo para Chinameca y llegando
a Chinameca, sale una señora, chaparrita, gorda: "Jefe, jefe,
regrésese usted que está así de federales en la hacienda." "Gracias,
señora."
Arranca la carabina y se la atraviesa. Yo como a gallo pegado
a él hice la misma operación. Yo no me fijé atrás, andábamos
como 200 hombres, o 300, con él, pero yo no me fijo atrás, yo
me fijaba en él.
Nos faltaba para el garitón como veinte metros. ¡En los garitones,
en las azoteas, en el parque, en el portón, así de federales!
Había como dos mil hombres. Nos empiezan a echar descargas.
Le hacemos la cuesta que es pura vueltecita para subir a la
Piedra Encimada. Pero por el camino, sólo yo y él. Y allá nos
fueron balaceando todo el trayecto del portón hasta llegar a
la Piedra Encimada.
Nos salvamos porque no nos pegaron ni un tiro, con miles de
balas porque vimos en el suelo como que hirviera tierra con
tanta bala, que eran muchas.
Cuando nosotros llegamos a la Piedra Encimada, ya estaba allí
la gente que llevaba el jefe, como doscientos hombres. Ya estaban
todos arriba, quién sabe por dónde subieron. Como eran de por
allá, y yo como no era de por allá, solamente por donde iba
el jefe le seguía yo. Allí anduvimos y volvimos a ir por El
Jilguero, sin comer, pues íbamos a almorzar. ¡Y nos dieron puras
balas!
RR: ¿Usted estuvo en Anenecuilco y Villa de Ayala?
FM: Sí, cómo no, pues que pasamos cuando todavía no había federales,
todavía no había Colorados, cuando de aquí para allá llegamos
a la hacienda de Tenextepango. Llegamos amaneciendo, toda la
noche caminamos desde aquí para allá, y allí pues empezaron
a tomar Eufemio y el jefe, hasta el jefe también tomó ese día.
Total, como a las 7:30, las 8, llegaron dos trenes con infantería,
allí a la hacienda de Tenextepango, y nos sacaron. Nos fuimos
para Villa de Ayala, allá la siguió el jefe, ya borracho no
lo podíamos sacar. Ya nos fuimos como a las dos de la tarde
para el Cerro de las Cruces, ya de allí se acostó a dormir hasta
media noche, a las once, las doce, que despertó. "Ensillen,
muchachos, que nos vamos."
Fuimos a amanecer hasta Tepoztlán, pero encontramos federales
allá y nos dan la contravuelta y regresamos cerca de Yautepec,
y por allí nos salieron otros de Yautepec, y de allí hasta El
Jilguero nos fueron a dejar ese día. De ahí, cuando no nos atacaban
por un lado, por otro, esos Colorados que Figueroa los mandaba
a todos los lugares que nos persiguieran al jefe. Mucho, mucho
nos cayeron en Morelos, que había veces cuatro cinco veces en
el día nos atacaban. Pero como Zapata era conocedor, y valiente,
no nos hicieron nada.
Siempre nos salvábamos perfectamente bien, pues los del estado
mayor teníamos parque, porque llegaban regalos de parque, y
nosotros éramos los primeros.
Una vez en los mentados Cacahuates, nos habían acorralado, miles
de hombres, pues. Mandaba mucha gente. Tenían muchas ganas de
capturar al jefe. Estaba la Estación del Muerto allá en Morelos.
No sé cómo estuvo. que estaba aquí un alambrado, y estaba una
barranca. Allí el que nos valió fue Eufemio. Él tenía un machete
costeño, y agarra el machete y corta los alambres, como cuatro
o cinco alambres que había y por allí subimos para hacernos
de un mogotito, y allí hicimos fuego al enemigo.
El general Zapata se preocupaba mucho por la situación nuestra
para cuidarnos. Eso les platico que era tan desconfiado que
nunca dormía con nosotros. Decía: "Muchachos, aquí está bueno."
Empezaba a dar vueltas allí para que todos desensilláramos,
y nomás se nos desaparecía, adivine por dónde iba a dormir...
Ni el asistente se llevaba ni nada.
Allí se quedaba Eufemio, se quedaba Montaño, se quedaba Trinidad
Ruiz y toda la palomilla, todo el estado mayor, y no dormía
allí con nosotros, quién sabe adónde se iba a dormir. Solito
se cortaba. A las cuatro andaba: "Ándenle, muchachos, ensillen,
no nos vayan a agarrar con los calzones en la mano." Y ensillábamos
para estar listos. Cuando amanecía ya estábamos listos. Eso
sí, a las cuatro estaba allí con nosotros, pero en la noche
¡sepa Dios! Le digo que era tan desconfiado que desconfiaba
de todo.
RR: Dicen que Villa hacía lo mismo. Ha de ser muy difícil ser
jefe.
FM: Se tiene la vida en un hilo. Eso les digo. ¿Cómo se creyó
de Guajardo, siendo él tan desconfiado?
RR: ¿Usted no le vio nunca alegre, cantando?
FM: Jale y juega, entonaba unas cancioncitas, pero no, nomás
no. Era valiente y montaba bien a caballo. Muy de a caballo.
Pero no me gustaba entrar. porque sabe usted que tenía un renqueo
que le gustaba echar ronda. A varios generales tumbaba con todo
y caballo. Yo le decía que mi caballo estaba muy cansado.
RR: ¿La ronda era un juego para jinetes con lazos? ¿Y usted
no quería andar en la ronda?
FM: No. Dije: para que me tumbe un día..., no.
RR: ¿De dónde sacaba sus caballos?
FM: Se los regalaban. Yo vi cuando le llevaron un retinto que
le puso "El Puro". Muy buen caballo. Lo llevó Jesús Sánchez,
el de Santa Cruz, y le dice: "Oye, Emiliano, te vendo este caballo."
"No tengo dinero." "Te lo fío." "No, quedo mal. No quiero caballo."
Y que se lo empieza a arrancar ahí Chucho. Muy buen técnico.
Total que al poco rato lo trajo ya sin silla, nada más con el
ronzal y el freno, y que se lo da al asistente. "Es para Emiliano
este caballo."
Ya después el jefe le puso "El Puro". Y al alazán le puso "El
As de Oros". Eran los dos caballos más consentidos, "El Puro"
y "El As de Oros".
RR: ¿El general Zapata leía libros?
FM: Libros no lo vi; leía el periódico.
RR: ¿Usted conoció a alguna mujer de Emiliano Zapata?
FM: Pues había varias mujeres. Pasatiempos, nada más.
Anita Aguilar: ¿Y su hijo Nicolás sí andaba con su papá en la
Revolución?
FM: Estaba chiquillo. Ya en Tlaltizapán le compró un caballo
chiquito y una sillita a su medida y sus estribos y todo, pero
ya casi para acabar, en Tlaltizapán.
AA: ¿Usted, don Cristóbal, sí vio seguido a Zapata?
Cristóbal Domínguez: A veces, no siempre, como nomás venía a
darnos vuelta y sólo era como le digo. Nosotros siempre estábamos
aquí, y él vigilando. Se ponía a hablar con el general Timo
Sánchez, y nos daba un abrazo. Muy amable. Muy amable que era
con nosotros. El principal, que con nosotros no tenía ninguna
queja. Zapata no tenía ninguna queja de nosotros como Jinetes.
RR: ¿Y cómo era el general Zapata en su persona, en su trato
con la gente?
FM: Serio, pero amable. A los pobres los atendía más que a los
ricos. Llegaba un pobre y le atendía como si fuera otro personaje.
Es que a los pobres los apreciaba más que a los ricos. Eso lo
vi. Respetaba mucho a los pobres. Casi por eso murió. Por querer
defender a los pobres para que tuvieran sus tierras
VI. CHINAMECA
Cristóbal Domínguez fue el único de los tres que estuvo en Chinameca
el 10 de abril de 1919, pero todos hablan del sentido de pérdida
que les causó la muerte de su jefe Zapata.
Rosalind Rosoff: Platíquenos, don Cristóbal, ¿cómo estuvo esto
de Chinameca, la muerte de Zapata?
Cristóbal Domínguez: Estuvo así. El día que salieron de Jonacatepec,
las fuerzas que atacaron Jonacatepec hicieron un simulacro,
y se dirigieron a encontrar en Huichila en el llano por allá
en un pueblito, y nosotros quedamos repartidos por los cerros,
así como en procesión. Ya entró el general Zapata, o entraron
los que fueron a encontrar al traidor Guajardo, y ya el general
Zapata lo esperaba en el lugar, pero nosotros estábamos repartidos.
Llegamos allí a la hacienda de Chinameca. Se posesionó Guajardo
de la hacienda, del torreón de la hacienda. Y nosotros todos
quedamos aquí en una rejoya que hay en una mezquitera de una
arboleda que hay allí.
Allí todos desensillaron, amarraron sus caballos y les dieron
de comer y como quiera que sea, allí quedamos, allí dormimos,
quedando ellos que a otro día que iban a disponer el movimiento
para que Guajardo se metiera a atacar a Cuautla, y por allí
hasta México, según sus disposiciones, y ya entonces nos retiramos,
nos fuimos allí, estábamos en la misma hacienda pero nomás la
pared nos dividía. Ya del general Zapata no sabemos dónde estaba
posesionado con su misma gente. Y a otro día en la mañana, como
a las 9 o las 10, empezaron a salir los grupos de caballería
de los soldados, salían a partidas de cinco, de diez, iban para
la cortina de la hacienda y regresaban para arriba igualmente
hasta donde pasaba una acequia grande, allí volvían a regresar.
Hasta que se llegó la hora de que iban a hacer la operación
ya entonces salieron muchos, pero antes vimos que andaba el
asistente del general Zapata paseando los caballos. El general
se metió en una casita que había así de basura, que era la cantina,
o tiendita que había allí. Allí yo creo que se pusieron a platicar
y entonces se reunieron muchos, se juntaron muchos.
Ya después se llegó la llora. Nosotros estábamos a un lado por
allá mirándolos que estaban jugando barajas, y entonces ya como
a esto de las 10, de las 11, entonces salió la gente, mucha
gente del gobierno y se empezó a desfilar por donde quiera,
y ya entonces no sé... Como nosotros estábamos allí no vimos
el movimiento de la gente que estaba con el general Zapata.
Entonces se agruparon, se montaron muchos, todos los que estaban
allí se montaron a caballo y ya salió el general Guajardo, y
ya solicitó al general Zapata, yo creo, porque de eso no nos
dimos cuenta, como estábamos por allí. Ellos estaban en la casita,
pues no nos dimos cuenta, sino después, ya una vez que se montaron
todos, y al general Zapata no nos fijamos en él. Ya salieron,
salió el grupo, había hartos del gobierno, y hartos de nosotros,
de los soldados de Zapata. Se introdujeron entre la gente aquella,
y ya vimos el grupo que entró, pero no vimos cómo fue.
RR: ¿Dónde estaba Guajardo? ¿Estaba con el general Zapata o
estaba ya adentro?
Francisco Mercado: No, en la hacienda.
CD: Estaba en la hacienda.
FM: Y mandó a unos tres individuos a avisarle que iban a comer
allí con Guajardo, para tener una conferencia con él. Así me
contaron a mí. Ya para irse, invitaba el general a Timoteo Sánchez
y a Joaquín Camayo, que estaban allí en la Piedra Encimada,
para ir a comer con Guajardo. Y allá le dicen: "No, mi general,
estás equivocado. No está seguro eso." "¡No tengo miedo!" Y
levantó rienda y se fue, y al presentarle armas para entrar
allí le tocaron la Marcha Dragona. Al entrar le echaron las
dos cargas.
CD: Ya se juntaron así tres de los que iban.
FM: Los tres que mandó el general y tres que mandó Guajardo
adentro.
CD: El general Guajardo de este lado y los otros dos así y caminaron
como de aquí a unos cinco metros cuando más, ya estaba la guardia
de honor allí y al presentar las armas dicen que había diez
soldados, eran oficiales.
FM: Que ya los había ordenado cómo habían de hacer.
CD: Sí, y al presentar las armas entonces les disparan a los
dos que iban así, y Guajardo, como iba a un lado, naturalmente
que había acuerdo. Se caen, caen. Cayó para adelante.
FM: Ya entonces el caballo al ver el cuerpo que cayó para adelante
se echa para atrás y arranca rumbo a la Villa de Ayala.
RR: ¿El caballo de Zapata?
FM: Sí, del general. Era "As de Oros", un alazán. Y allá lo
encontró Jesús Chávez y ése lo agarró al caballo.
CD: Sí, así estuvo.
FM: Bueno, así me platicaron, yo no estuve.
RR: ¿Pero usted, don Cristóbal, vio algo de esto, o no?
CD: Le digo que vi el comienzo. Nosotros estábamos allí despreocupados
todos, porque tenían toda la caballada desensillada, y en eso
que se oyeron los tiros, así se cierra el tiroteo arriba en
las azoteas y vimos que corrieron, pues. No hubo tiempo ni de
hacer ningún movimiento. Aquellos que iban aquí adentro de los
federales, pues todos se retiraron por atrás corriendo. No se
pudo. Y ya entonces, una vez que pasó eso, todita la gente,
unos dejaron caballos, otros dejaron carabinas, todos a salir
por la Piedra Encimada. De la Piedra Encimada estaban tirando,
pero ninguno mataron. No hubo más muertos que sólo ellos dos.
FM: Cuatro. Tres que mandó el jefe y él.
CD: Bueno, los de adentro. Y todos corrimos.
RR: Fue una traición terrible.
FM: De otra manera no lo podían localizar. Fue el traidor Guajardo
que lo engañó. Si no hubiera sido esa traición, fácil no le
toca.
RR: ¿Y qué hizo usted, don Cristóbal, después cuando vio que
se murió Zapata allí mismo, qué hizo usted?
CD: No lo vimos morir. Nomás oímos los truenos y salimos a correr.
RR: Entonces: ¿Fueron para su casa, o qué?
CD: No, nos fuimos por allí, yo y otro de San Rafael Chinameca
que está en el río, otro pueblito, y allí con compañía de él
nos dio por allá corriendo por el lado de donde paraban las
cañas, un alambrado y un camino que hace, y hasta allí fuimos
a darle vuelta al cerro, a juntarnos por aquí por Los Limones,
la barranca de Acatizatlán, trepamos el cerro y bajamos allí.
Allí nos juntamos muchos, pues. Todos nos preguntaron, pero
no, no sabíamos.
FM: Fue una decepción para nosotros.
RR: ¿Y qué hicieron sabiendo que se murió?
CD: Lamentábamos la situación.
Agustín Ortiz: Se nos cayeron las alas del corazón.
CD: Claro, nomás lamentábamos cómo había sido esto. Admiramos
la traición tan cobarde que fue.
AA: ¿Pero seguían peleando?
FM: Se rumoraba que iba a quedar al frente Magaña, otros que
Mendoza, total que nos desorganizamos por completo.
AO: Ya ni la gente quería.
CD: Ya se empezaron a voltear.
FM: Empezaba a desmoralizarse toda la gente. A ustedes que les
tengo confianza, les digo la verdad. Nosotros nos sentamos,
es decir, dejamos las armas, porque el jefe dio órdenes a los
pueblos de armarse para que ya no nos dieran el pipirín y zacate
para la caballada. Se le metieron los intelectuales y éstos
creyeron que los pueblos iban a pelear. ¡Qué van a pelear! ¿Cómo
íbamos a subsistir en la revolución sin comer y sin dar de beber
a la caballada? ¿Cómo habíamos de vivir? Sin sueldos.
CD: Porque ya se había desprestigiado mucho la gente.
AO: ¿Había quejas?
CD: Hubo quienes cometieron abusos con las mujeres, con las
señoritas. Aparte que saquearon las cosas.
FM: Hubo de todo. Hubo unos bandidos. Había malos elementos
que desprestigiaron la causa. A mí me dieron dos o tres balazos
por ir a hablar que no estuvieran saqueando. Y algunos por esto
quedaron riquillos. Robaron. Nosotros fuimos tontos hasta para
robar. La prueba es que estamos en la calle. Ya entonces empezaba
a indultarse a todos los generales. Se indultó a Joaquín Palma,
su sobrino Quiroz Mejía, y todos los coroneles entraron a indultarse.
RR: ¿Indultarse con los carrancistas?
FM: Sí, se acabó. Ya después por eso le platico a usted que
gracias a don Antonio Soto y Gama y a Magaña estamos en el estado
en que estamos, porque si no le meten a Obregón, no reconocen
el Plan de Ayala, no nos dan el grado que ahora está arriba
el zapatismo. Ahorita toda la República es zapatista. En primer
lugar como les han dado tierras a toda la República, eso es
la base que se conoce al partido.
VII. NUESTRA VIDA HASTA LA VEJEZ
Rosalind Rosoff: Don Francisco, ¿cómo arregló su vida después
de la revolución?
Francisco Mercado: Con los pacíficos y los revolucionarios se
acabó el ganado. Clotilde Sosa, que se volteó, se llevó más
de 300 reses de mi padre. Total, se acabó todo. Quedamos pobres.
Empezamos a luchar, a sembrar y recogí como quince becerritos
de un año, de dos años. Ésos los junté, los guardé y empezaron
a procrear. Otra vez llegamos a cien, a doscientas reses. Ya
estábamos en paz.
RR: ¿De quién es la tierra que era de su padre? ¿Quién la tiene
ahora?
FM: Pues, la fueron vendiendo. Mi padre vendió varios lugares
y después se los cedió a mi hermana, Guadalupe, y ésa vendió
lo que quedó del terreno. Nos quedamos en la vil calle. Siempre
he trabajado en el campo con ganado, sembrando, y después dilaté
veinticuatro años de contratista de correo, de aquí de Huamuxtitlán.
RR: ¿Y se casó usted después de la revolución?
FM: Con Marina Torres. Tuve tres hijos; dos hombres y una mujer.
Ya murieron un hombre y la mujer. No más queda uno de los tres
primeros. La mujer, Carmen, apenas tiene como cuatro meses que
falleció, en México. Pero la trajeron aquí a enterrar. Parece
que fue una embolia. El otro, Manuel, me lo mataron en Tepalcingo.
El que vive se llama Francisco. Se casó con Beatriz Cañongo.
Y tiene como ocho hijos o diez. Unos ya son profesores, y otros
borrachos. Pues, sí, de todo tiene. Francisco tiene buenas tierras,
las mejores de Chiautla. Después se murió mi esposa y me casé
con otra, se llamaba Consuelo Mentado. Y ya de Consuelo fueron
Eduardo, Gustavo, y Luz (3), otros tres.
También murió, y me he casado otra vez con María de Alarcón.
Ésa no más una niña tuvo, que es María de Jesús. Ésa fue la
última. La conocieron aquí. Estuvo aquí con su marido. Ya se
la quiso llevar, ni modo.
Anita Aguilar: Y usted, don Agustín, ¿cómo le fue después de
la Revolución?
Agustín Ortiz: Cuando se murió el general Zapata, estaba yo
por aquí y me pasé con el general Sabino Burgos. Nos fuimos
de aquí de Huehuetlán para Tepalcingo, para Tlaltizapán. Queríamos
pasar a Iguala y no pudimos pasar. Queríamos pasar por Buenavista
de Cuéllar, y nos atacaron los Colorados. Allí estuvimos en
combate, todo el día dándole, que queríamos pasar y no nos dejaron.
No pudimos pasar allí en Buenavista de Cuéllar.
Ya como a las siete de la noche nos ordenó el general Sabino
Burgos que nos regresáramos, pues era probable que nos habrían
de sitiar en la noche, pues ellos eran del terreno. Venimos
a amanecer a Tepalcingo. Ya por acá los pueblos ya estaban armados
ya no nos querían, ya no nos consentían. Ya no nos consentían
a los Rebeldes, que nos decían.
Iba yo con mi hermano. Dice: "¿Qué le hacemos?" Digo: "Nos vamos
rumbo a Chilpancingo, donde no nos conocen lo que fuimos y lo
que hice de firmar el Plan de Ayala. Tengo miedo por lo que
hice de firmar. Nos vamos rumbo a Chilpancingo. Nos metemos
de reboceros."
Bueno, nos fuimos. Ya por allá dice: "No, por aquí no, pero
¿qué hacemos?" Y regresamos y en un ranchito, El Platanar, allí
quedamos. Ya fue en mayo ya dondequiera estaban labrando las
tierras. Pues nos regresamos y hacemos para Ayoxustla. En Ayoxustla
les digo: "¿Aquí dónde podemos trabajar? De peón, o de gañán
o de lo que sea, lo que queremos es trabajar." "¡Uh, amigo,
aquí no encuentra! Puede ser por Los Linderos, puede que en
Cepatla." Nos dieron el camino para Cepatla, y allí sí nos dieron
trabajo.
Allí estuve dos años trabajando con un señor que se llamaba
Jesús Canterán, labrando la tierra para maíz. Me enfermé y que
me jalo para Huehuetlán. Allí está un doctor, Pedro Priego,
de Quebrantadero, pero allí estaba en Huehuetlán.
Me presenté, bueno, ya me conocía, y le digo: "No traigo mucho
dinero, así que lo que le quedo a deber lo pago cuando encuentre
trabajo."
"Cómo no. Bueno, ya que buscas trabajo -dice-, yo te puedo dar
trabajo. Quiero que pastorees mis vacas. Las vacas no son mías,
son de mi hermano de Quebrantadero." "Bueno -le digo-, ¿por
qué las tiene usted aquí?" "Sabe -dice-, porque por allá están
robando mucho los carrancistas. Están levantando el ganado y
por eso mi hermano nos lo pasó por acá. Te voy a dar tu medicina,
pero me vas a pastorear. Tengo un pastor que se va a las nueve
de la mañana y llega a las tres de la tarde. Pero no come nada
el ganado." "Pero, don Pedro, yo no aguanto para andar rejuntando
el ganado." "No -dice-, no se necesita tanto andar, no más es
de rejuntar que no se vayan a pasar para el terreno del Quebrantadero.
El ganado es mansito." "Está bien. ¡Pero no llevo mi cucharada!"
Dice: "¡Lo que agarre la boca!"
En la primera receta, ya tenía ganas de andar. ¡De poder! ¡Me
dio la mera verdadera medicina!
Ahí trabajé un año. Y de ahí entré con un Jesús Martino, tenía
tienda de abarrotes. Ahí entré de mozo. Allí dilaté tres años
trabajando. Duro y duro y duro. Estaba yo como hijo de familia.
¿Cuánto cree usted que ganaba yo mensual? Diez pesos.
Le digo: "Voy a pasear a mi tierra." Dice: "Sí, llévate el burro."
Fui a ver a mi mamá. Regresé. Porque allá también no me querían
muy abierto porque era yo revolucionario.
Y ya de regreso le digo: "Mire, don Jesús, ¿no le parece que
mejor que me quede como hijo de familia? Usted dispone todo,
yo no me entiendo de nada." "No, no, muchacho, el hombre nunca
debe de regalar su trabajo. Aunque sea un centavo debe de ganarlo.
Porque el patrón no siempre ha de vivir. Se muere y ¿qué haces
tú de limosnero? Aunque sea un centavo, debe ganarlo. Mira,
lo voy a aumentar dos pesos, doce pesos mensuales." ¡Mucho dinero!
Y allí estuve. Tres años. Ya después, no sé por qué, me corrió
de la casa. Ya no le pareció, quería regañarme, y le dije que
no, que en este caso si no me convenía el trabajo, que me saliera
yo. "¡Pues, ya te puedes largar inmediatamente!" Le digo: "¡Sí,
no crea usted que me voy a quedar!"
Y entré en casa de otro señor llamado José María Romano. También
tenía abarrotes. Ahí tienes que andaba yo no más paseando y
me habla este señor y me dice: "Ándale, muchacho, entra, tú
ya conoces la movida de esto." "No -le digo-, ya no quiero.
Mejor me voy." "¡No, no!" Bueno, me daba todas las garantías
con tal de que entrara a trabajar. Y entré allí y estuve otros
tres años. Ya los cumplí los tres años y allí me casé. Porque
su señora era muy buena gente conmigo. Como veía mi trabajo,
cómo lo hacía yo, y le convenía, aunque el señor era un poco
más enérgico, pero ella era muy buena gente. Ella me dio el
valor en que buscara yo mi compañera. Me dice: "Búscate tu mujercita,
muchacho. Cuando ya no quieras trabajar, te quieres salir, pero
ya tienes tu mujercita quien te lave, quien te dé de comer,
y todo eso." "Cásate -dice-, te casamos. Búscate tu mujercita,
nos dices quién y nosotros te pedimos la muchacha con todas
las garantías. Nosotros pedimos la muchacha por ti."
Sí, bueno, con este valor, ya busqué mi novia que es ahora mi
señora, Eufrasia Pérez. "¿Qué pasó?' Estaba apurada la señora.
"Pues sí, ya."
Y luego una criada de la casa estaba allí, que es sobrina de
ella, dice: "Ya Agustín le dijo a la novia que la pida." Que
me reprende la señora: "¿Por qué no dices? ¡Háblale! ¡Puede
que yo sea más hombre que ustedes! Entonces qué. ¿La pedimos?"
Le dije que sí. "¡Que venga un sacerdote!" Y este sacerdote
fue. Y sí, lo arreglaron luego. Tomé mi matrimonio y hasta la
vez estamos juntos.
Ya de casado, me salí del trabajo de donde me casaron, de esta
casa. ¡Al corte de caña y al corte de caña! Lo que pasó entonces
es que se quería formar la cooperativa de Atencingo y quisieron
saber y quisieron recoger firmas, es decir el censo básico del
año treinta y ocho.
Y ahí se murió Manuel Pérez, entró el de ahora, Lupe Ramírez,
éste nos desconoció. Nos quitó el trabajo. Que no teníamos el
derecho. ¡Como éramos cooperativistas! Él ya era administrador
del ingenio de Atencingo. Hasta la vez. Bueno, no sé quién está
al frente ahorita.
RR: ¿No es cooperativa?
AO: No, están aparte los cooperativistas.
FM: Ahora están en huelga. Es un rebumbio que no se le entiende.
Pero está muy mal lo que hace el señor gobierno allí. Porque
son nueve haciendas que dizque están en cooperativas, pero no
son cooperativas. No más saca ojo para que ellos exploten el
asunto, porque no hay quien diga: "Ahí está mi parcela".
AO: No más juegan las tierras.
FM: No más dicen que son cooperativistas, pero no saben cuál
es su tierra. No más aquéllos siguen explotando el asunto. Yo
se lo dije al profesor Villanueva, le dije: "Jefe, es un chanchullo."
"Pues ellos dirán, pero nosotros aquí lo titulamos como ejido.
Si ellos no lo ocupan, no nos importa ." ¿Por qué ha de ser
justo que nosotros, que estuvimos peleando las tierras con las
armas en la mano, no tenemos tierras? No tenemos más tierra
que la que tenemos en las uñas.
RR: ¿Entonces le quitaron de plano?
AO: Sí, nos sacaron. Nos daban trabajo así, lo que se nombraba
su burdo de 25 metros, un hilo. "A ti te toca rozar." O a limpia
de apantle, o a limpia de acequia, o a drenaje; un hilo. "Bueno,
usted acabó su tarea de un hilo de 25 metros y ya quiere usted
más" , y ¡que ya no hay! ¿Y a cómo nos pagaron el metro? Cinco
centavos el metro. ¿Cuánto ganamos de 25 metros? "¿Quiere más?"
"Ya no hay, muchacho, ya no hay." Así nos fueron aburriendo,
de plano. Que ya mejor dejarlo.
FM: Lo hicieron para que ya no tuvieran derecho a la tierra,
una cosa muy lógica.
AO: Como cuando firmamos el censo básico, nos dijo el gerente,
Manuel Pérez, que todos los que firmaron el censo básico teníamos
derecho de que nos dieran las tierras ellos; pero como se murió,
ya no nos señaló. Ahí murió todo.
RR: ¿Entonces qué hizo?
AO: Entonces ya tenía yo mis hijos, ya estaban creciendo y los
estaba yo manteniendo como se podía, con lo que ganaba yo. A
veces ganaba yo quince, veinte, hasta veinticinco pesos a la
semana. ¿Qué tanto? Pero era también un poco barato, no como
hoy. Y así los fui levantando a los hijos. Después nos sacaron
de allí y me puse a trabajar aquí en cultivar el terreno, terrenos
alquilados. En esto me estuve pasando los días, pasándolos hasta
que me puse viejo. Ya los hijos están grandes, ya éstos me van
dando para pasar los días.
RR: ¿Tiene hijos que le quieren mucho? ¿Están muy al pendiente
de usted?
AO: Eso sí. ¿Para qué voy a hablar de ellos? Estoy bien con
mis hijos. Como ya ellos también tienen sus hijos, ya ven los
trabajos que es levantar el hijo. Dicen: "Usted no trabaja ya,
usted ya nos crió, ahora nosotros tenemos el cuidado de usted".
Tengo cuatro hombres y dos señoritas. El primero es Tránsito
Ortiz. Trabaja en México en una fábrica. Otro es Vicente. También
trabaja en una fábrica. Otro es Nicolás Ortiz, que es agente
de tránsito. El último, José Guadalupe, no tiene trabajo. Las
hijas, Elodia y María, cuidan a los hermanos no casados allí
en México.
AA: Y usted, don Cristóbal, ¿qué le paso después de Chinameca?
CD: Nos venimos, pero ya no pudimos estar porque nos acosaban
los voluntarios; como éramos conocidos, nos correteaban. El
presidente nos decía que, para estar tranquilos, debíamos de
entregar caballo y armas, y eso no quisimos. Entonces había
un señor que tenía su ganadito y me dice: "¿Quieres? Anda, vete
a cuidar mi ganado, de vaquero." Y así comencé.
En la revolución, como andábamos por aquí, me hice de novia
por aquí. (4) Me vine de Tlancualpicán para acá, con este aspecto
de que quería que entregara armas y caballo y yo no, y me vine
para acá. Y aquí me casé. Vino Ángel y otro niño. Ya me hice
de por acá, casado. Y ya no les entregué nada. Aquí me pareció
por el río. Y vio usted el aparato que tenemos. Como la gente
tienen sus siembras de ahí, y del otro lado del río, mire usted
¡qué bonito sembrado! Hay muchas norias. Todos los que siembran
por aquí, de esto se mantienen, sembrando en el riego. Y en
el temporal.
Después se empezó a poner más elevada la cuestión de precios,
ya fue otra cosa. Todo iba subiendo, los precios de las cosas,
también subían los precios de los comercios. Como sabe usted
que en un rancho por más que quiere usted gastar no es lo mismo
que en una ciudad. Y así vine pasando la vida. Mi niño creció
y es el que me viene ayudando en el trabajo. (5) Poco a poco
fuimos ahorrando cualquier cosa y nos fuimos haciendo de alguna
cosa. Y ésta fue nuestra vida y es nuestra vida hasta la vez.
Trabajar. Trabajamos con lo poquito que tenemos. No vamos a
la hacienda.
VIII.
VALÍA LA PENA
A pesar de que los tres firmantes no se quedaron con ningunas
tierras para sí, explican por qué creen que la Revolución sí
valía la pena. Notan los problemas que todavía ven con la reforma
agraria, pero a pesar de estos problemas, sienten que la misión
del Plan de Ayala sí ha sido cumplida. Están muy complacidos
por las atenciones que el gobierno les ha prestado. Muestran
con orgullo las medallas que el presidente Luis Echeverría les
otorgó.
Rosalind Rosoff: Usted, don Francisco, ¿cree que la Revolución
valía la pena, que los pobres han adelantado?
Francisco Mercado: Pues sí, mucho. Pues eso se le debe después
a Obregón, porque realmente perdimos. Derecho perdimos, porque
mataron a nuestro jefe. Pero cuando Obregón y Pablo González
mataron a Carranza, entonces quedó en el poder Obregón y don
Antonio Soto y Gama se le pegó con Magaña a Obregón. Gracias
a Antonio Soto y Gama y a Gildardo Magaña, que políticamente
se le metieron a Obregón, Obregón reconoció el Plan de Ayala,
y estamos a la altura que estamos porque ahorita es pan de todo
el día. Porque ahorita, ¿cuál otro? ¿El Plan de Guadalupe? Ni
suena ni truena. ¿Cuál otro plan? ¡Solamente el Plan de Ayala!
RR: ¿Usted conoció a Soto y Gama?
FM: Sí, ¡cómo no! Iba yo por el cuartel general y quedé en el
correo trabajando, y necesitaba yo unos escritos. Me acuerdo
que era licenciado y que voy a verlo. "Don Antonio, me pasa
esto y esto." "Cómo no, Pancho", y que me hace unos escritos
chulos. Muy buen licenciado. Muy zapatista, hasta el hueso morado.
RR: ¿No tiene el libro que escribió sobre Zapata?
FM: No, no lo tengo. Pero yo verbalmente puedo decirle que hasta
regañaba a sus hijos. Decía: "Cuando venga Pancho, no me nieguen";
porque un día estaban diciéndome: "No, no está", y que los oye
y les dijo que: "Cuando venga Pancho, no me nieguen. Me gusta
platicar con él."
RR: ¿Y Manuel Palafox?
FM: No lo traté. Pero yo traté a don Antonio. Porque ya le digo
a usted, cuando fue con Jesús Morales a Tlaltizapán, ya estaba
allí don Antonio. Don Antonio hasta el '13 llegó al lado de
Zapata, no llegó antes, hasta el '13.
RR: ¿Usted tiene tierras?
FM: No, nosotros tres no tenemos.
RR: ¿No? ¿Por qué? ¡Los que firmaron no tienen!
FM: Sabe usted que yo le platiqué a mi jefe Villanueva (le digo
jefe porque es él el que da el chivo) que no me preocupaba ya
porque cada vez que le daba lectura el señor Montaño al Plan
de Ayala en los ranchos o en los pueblos que le ordenaba el
jefe, al acabar les decía el jefe: "Las tierras son para quien
las trabaja con sus propias manos." Yo ya no puedo. Y me contestó
Villanueva: "¿Y no tiene usted hijos?" Le dije: "¡Cómo no!"
"Es una herencia familiar. Usted ya no puede, pero en cambio
sus hijos sí pueden."
Pero yo no sabía que le había ordenado Echeverría que nos diera
quince hectáreas a cada uno de los tres, sean compradas o sean
quitadas. Eso lo vine a saber con el gobernador en Cuernavaca,
porque estuve en un sanatorio, y de allí me sacaron y me vinieron
a dejar hasta Cuernavaca con el gobernador. Allí entonces nos
habían dado los 50 mil pesos, y allí los traía él. Decía: "No
se lo puede usted llevar, se lo vayan a quitar allí, está usted
en convalecencia. Aquí el señor gobernador que los ponga en
el banco." Entonces yo le entregué los 50 mil pesos al gobernador
y ya los puso en el banco. Entonces ordenó a unos tres gendarmes
y una camioneta para traerme hasta Chiautla. Pero yo no quise
llegar a Chiautla para que digan que me traían preso. En Matamoros
los despedí. De Cuautla les dije: "Bueno, para Matamoros. Ahí
voy a comprar mis medicinas." Y allí llegué a casa de mi hijo.
Allí les di las gracias. Se fueron y ya yo me vine para acá.
RR: ¿Pero cómo es que no les tocó un reparto de tierras aquí
en Chiautla?
FM: Pues, aquí sabe usted que no hay agua. Son de temporal que
no da resultado, porque las contribuciones son duras y no dan
resultado los años malos. Nosotros tuvimos en Atenzingo, que
son como 15 o 20 mil hectáreas, y que no más los están explotando
los líderes porque no han repartido la tierra, no más de lengua
y de dicho, pero de positivo no lo han repartido. Y no nos quieren
dar.
RR: Usted ¿se quedó sin tierras, don Cristóbal?
FM: Pues no le dieron.
RR: ¿Y a usted, don Agustín, tampoco?
Agustín Ortiz: Igualmente.
FM: Él fue trabajador de hacienda, en 1938. Y lo corrieron porque
lo querían matar para que no tuviera derecho a las tierras.
Aquí hay muchos trabajadores que firmaron el censo básico.
AO: Y yo también lo he firmado.
FM: Le han dado colores, primero que era cooperativa y por el
estilo; no mas le han dado color, pero los que han explotado
son los líderes. Y todos los del Estado de Puebla no tienen
tierras.
RR: ¿Entonces los que pelearon tanto...?
FM: Esto me dijo el gobernador, dice le ordenó Echeverría a
Villanueva que a ustedes les dé, sean compradas o quitadas,
quince hectáreas a cada uno de los tres firmantes. Por eso lo
supe, no me lo dijeron otras personas, el gobernador. Porque
me dijo: "Ya me ordenó que fuera yo a Puebla", pero entonces
cambiaron al gobernador. Pero como nos están dando el chiquito,
aunque sea poquita cosa alcanza para comer. Y a nosotros nos
dieron nuestro pancito. ¡Porque cada mes vamos a cobrar como
si trabajáramos!
Cristóbal Domínguez: Sí.
RR: Bueno, ya trabajaron.
FM: Pero ya no trabajamos. Trabajamos en aquel tiempo. Pero,
gracias a eso, señoras, hay que reconocer la realidad. Nos conformamos
que siquiera se acordaron en la vejez que ya no podemos trabajar;
yo ya hubiera muerto, sin poderme curar ni nada; porque ahora
están las medicinas caras, y yo estoy sobre la medicina.
RR: ¿Ustedes estuvieron con el presidente Echeverría, últimamente?
FM: Sí, cómo no. Sí, nos condecoró, allá en Bellas Artes. (6)
Nos invitaron.
CD: Nos citaron y nos vinieron a traer en coche. Nos dio una
medalla. ¡El mérito de la Reforma Agraria!
FM: Sí, lo cumplió, porque nos dio ya 50 mil pesos a cada uno,
a los tres firmantes sobrevivientes. Cuando me dieron el dinero,
los 50 mil pesos, me dieron un drama allá en la Agraria sobre
la muerte de Zapata y la muerte de Montaño. Yo lloré. Y ahora
hasta el señor presidente me dice como me dicen los Zapatas.
(7) Sabe usted, en el comelitón que le dieron cuando le entregué
una copia del Plan a Echeverría, aquí a la derecha estaba Mateo,
Diego y Anita, y pasaban los platones, como cuando estaba el
jefe. "Ándele, Pancho", y "Ándele, Pancho." Todos los platones
que pasaban me los ofrecían los tres. El señor Echeverría no
más me estaba mirando el ojo. Yo también, con el rabo del ojo
lo veía yo que no más me estaba mirando. Pero ahora que me puso
la medalla en Bellas Artes me dice: "No sabes la emoción que
tengo al ponerte esta medalla, Pancho." Ya no me dijo Francisco,
me dijo Pancho, como los Zapatas.
RR: Y usted está muy bien, ¿verdad don Cristóbal? ¿No tiene
quejas de nada?
FM: Está muy fuerte.
CD: Tengo noventa y seis años.
FM: Yo creo que estás equivocado. Has de tener más. Fíjese usted
que era amigo de mi padre. Allá íbamos a dormir cuando llevábamos
toros para los ranchos. Fue nuestro hospedaje, Tlancualpicán.
Yo era chamaco, él era hombre, y por eso creo que tiene más
de diez años mayor que yo, no más que es de buena madera. Está
más fuerte que yo. Éste anda más recio que yo. A mí me acosa
la presión, los riñones, estoy amolado, ya no dilato en partir
al otro mundo.
RR: No, no. ¡Ojalá que no!
FM: ¡Pues si las enfermedades me llevan! Yo, por mi parte, no
quisiera yo. Pero fíjese usted, aunque pase uno mala vida no
quiere uno morir.
CD: Yo siempre me he venido curando mucho, desde cuando fuimos
a Atlixco, cuando tomamos a Puebla; desde entonces, porque dormíamos
en el campo como en estos días de diciembre, del invierno dormíamos
allá por la Trinidad, y amanecía hielo como cenicita, y nosotros
con sarapitos muy sencillitos. Así pasábamos, y me dio entonces
un catarro, una fiebre fuerte y entonces quedé ronco. Entonces,
cuando hubo manera de curarme, he venido curándome, así poco
a poco, y me sirvió mucho todo eso; poco me he enfermado. Ésa
es la causa también que yo todavía viva otros días, y siempre
que siento cualquier cosa, voy al médico, voy a la medicina.
FM: Ahora, cuando me siento malo, tengo mis pildoritas y me
compongo.
RR: ¿Y usted está bien, don Agustín?
FM: Éste está bien. Él va a enterrar a los dos. Va a ser el
último. Está fuerte. Tiene madera buena.
RR: Pues los tres tienen.
FM: Yo soy el de más mala madera. Pero, bueno, la situación
así lo permite.
RR: Pues, han sido tan amables con nosotros, queremos agradecerles
mucho. Creo que necesitan descansar. ¿Les llevamos a sus casas,
verdad?
Anita Aguilar: ¿Cómo le hacemos? ¿A don Cristóbal primero?
RR: ¿Sí, dónde vive usted? ¿Podemos entrar con el coche?, ¿hay
camino?
CD: Ya hasta una carreterita hay, que sale donde está el campo
mortuorio.
FM: ¡Tiene su carrito! Lo traen.
CD: No, están cortando sorgo.
AO: Vino a caballo.
CD: Sí, vine a caballo.
FM: ¡Pero éste tiene carretera y tiene coche! Tiene ganado,
tiene tractor, tiene coche. Éste está rico.
CD: Aunque sea de salud. (Risas.)
RR: Bueno, entonces, ¿qué tal si le llevamos a su casa, don
Cristóbal? Usted, don Francisco, aquí descanse, y después regresamos
por usted, porque no cabemos todos.
FM: No se preocupen por mí. Yo me voy en un carro.
RR: No, no. Primero dejamos a don Cristóbal en su casa. Luego
regresamos por usted.
FM: Es mucha molestia. Yo voy en carro.
AO: ¡Que lleven a don Pancho! Lo llevaban, necesitan traerle.
RR: Desde luego. ¿Pero entonces usted, don Cristóbal, ¿tiene
cómo llegar a casa?, ¿tiene su caballo por aquí? ¿Y puede ir,
no está muy cansado?
AO: No, no le molesta. Aquí tiene su caballo.
FIN
VOLVER A CUADERNOS DE LA MEMORIA
