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Texto del Plan de Ayala  |  Así firmaron el Plan de Ayala, 1975, Rosalind Rosoff y Anita Aguilar

LECTURA RECOMENDADA
Daniel De Santis - La revolución mexicana

Breve biografía - Emiliano Zapata Salazar (1879-1919)

Líder revolucionario y reformador agrarista mexicano

Nació el 8 de agosto de 1879 en Anenecuilco, estado de Morelos (México), en el seno de una familia de pequeños propietarios de tierras, pero ante su pobreza, la familia Zapata diversificó sus actividades, encaminándolas a la pequeña ganadería. De ese modo los animales les permitieron autonomía de la hacienda azucarera vecina. Zapata siguió la educación primaría en la escuela de la aldea. A los 16 años perdió a su madre y 11 meses más tarde, a su padre. El patrimonio que heredó fue reducido, pero suficiente para no tener que emplearse como peón en alguna de las ricas haciendas que rodeaban Anenecuilco. Desde muy temprana edad, advirtió las grandes injusticias que se cometían en contra de quienes trabajaban la tierra. En 1902 ayudó a las personas del pueblo de Yautepec (Morelos) que tenían problemas con el hacendado Pablo Escandón, acompañándolos a la ciudad de México para exigir que se les hiciera justicia. En 1906 asistió a una junta de campesinos en Cuautla, para discutir la forma de defender frente a los hacendados vecinos las tierras del pueblo. Como represalias, en 1908, se vio forzado a incorporarse al noveno regimiento de Cuernavaca, forma de castigo, a la que se le conocía como leva, era frecuente durante el porfirismo. En septiembre de 1909 fue electo presidente de la junta de defensa de las tierras de Anenecuilco. Reunió un ejército de peones, la mayoría de ellos indígenas de Morelos, y con "Tierra y Libertad" como grito de guerra pasó a formar parte en 1910 de la Revolución Mexicana de Francisco Indalecio Madero, que pretendía acabar con el régimen de Porfirio Díaz. Zapata comenzó su guerrilla en marzo de 1911, tomaron Jojutla, Chinameca, y sitió Cuautla que estaba defendida por los porfiristas. Y mas tarde toma Cuernavaca. Al triunfo de los maderistas, Zapata se negó a deponer las armas ya que todavía no se habían devuelto las tierras a los indígenas. Mientras tanto los hacendados comenzaron hacer una campaña en contra de Zapata, tratándolo como un bandido. Dejó de confiar en Madero, que comenzó a ejercer como presidente en 1911, y se declaró en su contra, formulando su propio programa de reforma agraria (conocido con el nombre de Plan de Ayala), mediante el que pensaba redistribuir la tierra entre los campesinos. En febrero de 1913, Victoriano Huerta protagoniza un golpe de estado contra Madero, por lo que Huerta toma la presidencia y manda detener a Madero quien mas tarde muere asesinado. Durante las presidencias del dictador Victoriano Huerta (1913-1914) y del presidente constitucionalista Venustiano Carranza (1914-1920), continuó con sus movimientos en contra del gobierno, extendiendo su poder por todo el sur de México. Junto a Pancho Villa, que había aceptado el Plan de Ayala, entró en la ciudad de México en 1914. Un año después se trasladó a Morelos, donde prosiguió con la defensa de sus posiciones, frente a las tropas constitucionalistas. Zapata durante este tiempo creó las primeras Comisiones Agrarias, estableció el Crédito Agrícola además que inauguró la Caja Rural de Prestamos en Morelos. Luego en octubre de 1915 el gobierno de la Convención promulgó la Ley Agraria. El 10 de abril de 1919 fue asesinado en una emboscada organizada por el coronel Jesús Guajardo, en la hacienda de Chinameca. La acción causó una enérgica condena de la opinión pública y de gran parte de los propios sectores constitucionalistas.
 


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Biografía ampliada de Emiliano Zapata

Por Valentín López González

EMILIANO ZAPATA SALAZAR (1879-1919). Nació en Anenecuilco, el 8 de agosto de 1879. Hijo de Gabriel Zapata y Cleofas Salazar. La familia Zapata Salazar se mantenía precariamente de la venta y compra de animales, y de la producción raquítica de sus estériles tierras. Anenecuilco, dividido en dos por el río del mismo nombre, cobijaba dos historias diferentes, la de las tierras fértiles que beneficiaban a los propietarios de la hacienda del Hospital, y la de las estériles sobre las cuales se asentaba el caserío de Anenecuilco. Así, ante la pobreza de tierras de qué disponer, la familia Zapata diversificó sus actividades, encaminándolas a la pequeña ganadería. Los animales les permitieron autonomía de la hacienda azucarera vecina. Don Gabriel.
Zapata instruyó a sus hijos en las labores del campo y en las del ranchero criador de ganado; les enseñó que "para comer en la casa hay que sudar en el surco y el cerro, pero no en la hacienda". Por su parte, Emiliano Zapata recibía la educación primaría en la escuela de corte lancasteriana de la población. A los 16 años perdió a su madre y 11 meses más tarde, a su padre. El patrimonio que heredó fue reducido, pero suficiente para no tener que prestar sus servicios como peón en alguna de las ricas haciendas que rodeaban Anenecuilco.

Su máximo interés lo ocupaban los caballos. Fue un gran conocedor de estos animales y se le consideraba una autoridad en la materia. De 1902 a 1905 participó auxiliando a la comisión del pueblo de Yautepec que tenía problemas con la hacienda Atlihuayán, propiedad de Pablo Escandón; los acompañó en sus viajes a la ciudad de México, donde acudían ante las diferentes instancias para pedir se les hiciera justicia.

El 15 de abril de 1906, los habitantes de Anenecuilco enviaron un escrito al gobernador del estado, Manuel Alarcón, planteándole sus problemas de tierra; éste convocó una reunión ante el jefe político de Cuautla, a la que asistieron el administrador de la hacienda del Hospital, representantes del pueblo de Villa de Ayala y de Anenecuilco, entre los que se encontraba Emiliano Zapata. En la reunión no se llegó a ninguna solución.

En 1909, al llevarse a cabo las elecciones para gobernador del estado, Emiliano participó apoyando al candidato independiente, Patricio Leyva, quien se enfrentó al candidato oficialista Pablo Escandón, quien finalmente ganó las elecciones. El 12 de septiembre de ese año, en una asamblea realizada en Anenecuilco, fue elegido representante de su pueblo para seguir la lucha por la restitución de tierras. Al terminar la junta, los hombres más viejos de la comunidad lo llamaron y le hicieron entrega de los documentos de la comunidad.

El 11 de febrero de 1910 fue enrolado por sorteo en el 9º (Noveno) Regimiento del ejército con sede en Cuernavaca. El 18 de marzo fue dado de baja por influencias del dueño de la hacienda de Tenextepango, Ignacio de la Torre y Mier, quién además se lo llevó como caballerango a la ciudad de México. Emiliano no duró mucho en este puesto y decidió regresar a su pueblo.

A mediados de ese año, ante la indiferencia del gobierno por resolver los problemas de tierras de la comunidad, repartió las tierras del llano de Huajar, que los de Villa de Ayala ya iban a sembrar con el permiso de la hacienda del Hospital. A fines de año volvió a repartir tierras en Anenecuilco, Villa de Ayala y Moyotepec.

Emiliano no participó de manera activa en la campaña presidencial de Francisco I. Madero, pero cuando éste promulgó el Plan de San Luis, en cuyo contenido se manifestaba la restitución de tierras a las comunidades despojadas, inmediatamente se aprestó a apoyarlo.


Historia de Emiliano Zapata (1)

 
Historia de Emiliano Zapata (2)


Historia de Emiliano Zapata (3)

Participó en una reunión secreta a la que acudieron Pablo Torres Burgos, Margarito Martínez, Catarino Perdomo y Gabriel Tepepa, entre otros. Ahí decidieron enviar a Pablo Torres Burgos a San Antonio, Texas, para que se entrevistara con Madero y le pidiera instrucciones sobre los pasos a seguir. A su regreso trajo las instrucciones de nombrar a Patricio Leyva líder del movimiento y, en caso de no aceptar, el propio Torres asumiría el nombramiento.

Se proclamaron en rebelión el 10 de marzo de 1911 en Villa de Ayala, y formaron la primera guerrilla con 70 hombres, entre los cuales estaban Rafael Merino, Próculo Capistrán, Catarino Perdomo, Manuel Rojas, Juan Sánchez, Cristóbal Gutiérrez, Julio Díaz, Zacarías y Refugio Torres, Jesús Becerra, Viviano Cortés, Maurilio Mejía, Serafín Plascencia y Celestino Benítez. Días más tarde tomaron Jojutla; después fueron asesinados Pablo Torres Burgos y sus hijos por las fuerzas federales que los combatían en los linderos de Villa de Ayala.

El 29 de marzo, Emiliano Zapata asumió el mando de las fuerzas maderistas y sus primeros hechos de armas fueron la toma de Axochiapan, el asalto a la hacienda de Chinameca, la toma de Jonacatepec en los primeros días de mayo y el sitio de la ciudad de Cuautla, entonces defendida por lo más selecto del ejército porfirista: el 5º (Quinto) Regimiento de Oro que comandaba el Coronel Eutiquio Munguía, así como el Cuerpo de Rurales al mando del Comandante Gil Villegas y la policía municipal. Estableció su cuartel general en Cuautlixco, desde donde dirigió el ataque a Cuautla; el 13 de mayo se inició el fuego y después de seis días de furiosos combates cayó la ciudad, último reducto porfirista, pues Cuernavaca había sido evacuada por sus defensores el 20 de mayo.

Nombró a Teófano Jiménez presidente del Concejo Municipal y a Frumencio Palacios como inspector de policía. Siete días más tarde, Porfirio Díaz se embarcaba en Veracruz en el Ipiranga para dirigirse a Europa. El 27 de mayo, Emiliano Zapata entró con cinco mil hombres a Cuernavaca, donde ya estaba con tropas del General Manuel D. Asúnsolo, y ordenó la reorganización de los servicios públicos.

El 2 de junio, de acuerdo con los Tratados de Ciudad Juárez y el gobierno federal, Juan Nepomuceno Carreón, gerente del Banco de Morelos, fue designado gobernador provisional del estado sin que Zapata estuviera de acuerdo. Esto hizo que el día 6 se trasladara a la ciudad de México con sus principales jefes para entrevistarse con Madero, quien lo recibió en la estación Colonia y posteriormente en su casa de las calles de Berlín. Madero lo invitó a almorzar el día 8; a este desayuno asistieron Emilio Vázquez Gómez y Venustiano Carranza.

Madero y Zapata cambiaron impresiones, el primero pidió el desarme de las fuerzas zapatistas y el segundo la devolución de las tierras; el jefe de la Revolución le aseguró que iría a Morelos tan pronto le fuera posible. El 12 de junio inició su viaje al sur, en ferrocarril, acompañado de su esposa y una nutrida comitiva en la que venía el Ingeniero Tomás Ruiz de Velasco, defensor de los hacendados.

A su llegada a Cuernavaca, Zapata le preparó una gran recepción y lo acompañó desde la estación hasta el Palacio de Cortés, donde lo recibió el gobernador Juan N. Carreón. Los hacendados de la entidad, al conocer la idea de Madero referente a nombrar otro gobernador del estado, según acordó con Zapata, tuvieron un gran disgusto y comenzaron una campaña de desprestigio a través de la prensa de la ciudad de México en contra del Caudillo del Sur, a quien hacían aparecer como un bandido y rebelde que debía desaparecer.

El Imparcial fue el más duro en sus ataques. Mientras Zapata iniciaba el licenciamiento de sus tropas y entregaba 3 500 armas, en la ciudad de México le lanzaban acusaciones de haberse levantado nuevamente en armas. Ante estos ataques, el 24 de junio se trasladó a la capital del país en compañía de su hermano Eufemio, de Abraham Martínez, jefe de su Estado Mayor, y de los hermanos Magaña, para entrevistarse con Madero y así informarle del licenciamiento de tropas, y pedirle que ambos fueran a hablar con el presidente Francisco León de la Barra.

El día 24, Zapata le expuso su plan a Madero, y al día siguiente éste le informó que su entrevista con León de la Barra había sido satisfactoria y le pedía que regresara a Morelos a seguir licenciando sus tropas. Zapata le respondió que era urgente que procediera a restituir las tierras a los pueblos despojados, así como designar al nuevo gobernador estatal.

Por su parte, el gobernador Juan Carreón y el presidente de la República, Francisco León de la Barra, pusieron en marcha las elecciones para el Congreso local, y el 9 de agosto el presidente dirigió instrucciones al General Victoriano Huerta para que marchara al estado y terminara por la fuerza con el licenciamiento de las tropas zapatistas "porque no debían tratar con bandidos".

Al día siguiente Zapata envió a Madero su demanda por escrito pidiendo respeto a la soberanía del estado; la separación del gobernador Carreón, por ser del Partido de los Científicos; que el gobernador suplente se designara de acuerdo con las aspiraciones del pueblo y con la aprobación de los principales jefes de su ejército; que las tropas federales no fueran las encargadas de la seguridad pública, y que estaba dispuesto a licenciar sus tropas, pero antes pedía se seleccionaran de entre ellos a los elementos para la seguridad pública.

Solicitó también que las autoridades y los empleados con quienes no estaban conformes los pueblos fueran designados conforme a la voluntad de los mismos. Dijo estar dispuesto a retirarse a la vida privada pero que antes deseaba la paz del pueblo.

Los latifundistas hicieron cada día más difícil la situación y el 17 de ese mes Zapata le dirigió a Madero otro mensaje en el que decía: "Causa mucha indignación en el pueblo y el ejército, el amago de las fuerzas federales que están en intención de ataque contra nosotros." También le escribió otra carta al presidente interino León de la Barra donde le decía: "La presencia de las fuerzas federales ha venido a trastornar el orden público. El pueblo se indigna más con la presencia y el amago"; en este texto le ruega que retire las fuerzas en bien de la patria y le ofrece que él conseguirá la paz en 24 horas. "El pueblo -dice- tiene entendido que un grupo de hacendados 'Científicos' ha provocado este conflicto."

Madero, con el propósito de solucionar el conflicto, se trasladó a la ciudad de Cuautla el 18 de agosto por la mañana, acompañado de su Estado Mayor. Zapata lo esperó en la estación y al descender le dio efusivo abrazo. Se encaminaron a la plaza principal, donde Madero pronunció un discurso en el que reprobaba la campaña emprendida contra Zapata, y, ofreció que cumpliría las promesas hechas por la Revolución; mencionó que llevaba la calma y la tranquilidad y que no saldría de Morelos hasta que no estuvieran tranquilas las conciencias.

Al terminar el mitin ambos dirigentes sostuvieron prolongadas conferencias en el hotel Mora, después de lo cual Madero envió un mensaje al presidente interino León de la Barra, comunicándole que Zapata y sus principales jefes estaban conformes en aceptar al Ingeniero Eduardo Hay para que gobernara el estado; que igualmente aceptaban como jefe de armas al Teniente Coronel Raúl Madero, y que al día siguiente principiaría el licenciamiento de las fuerzas zapatistas.

Cuando todo parecía estar en calma, los terratenientes redoblaron esfuerzos para conseguir que León de la Barra enviara tropas a batir a Zapata, movilización que se inició el 19 de agosto. Después de cambiar impresiones en Yautepec, Madero y Zapata reanudaron el licenciamiento en esa ciudad, pero el día 21, ante la amenaza de las fuerzas federales de Huerta, fue suspendido definitivamente.

Aunque el convenio era que las tropas no avanzarían, sino que se reconcentrarían en Cuernavaca y Jonacatepec, el día 23 marcharon sobre Yautepec. Zapata preguntó a Madero dónde estaba la autoridad del jefe de la Revolución, y añadió: "acuérdese usted, señor Madero, que al pueblo no se le engaña y si usted no cumple sus compromisos, con las mismas armas que lo elevamos, lo derrocaremos".

Madero le contestó: "No, General Zapata, voy a México y, arreglaré todo. Esta actitud de Huerta ni yo mismo me la explico". "Se me hace que no va a haber más leyes que las muelles -respondió Zapata, mostrándole su 30-30-; mientras se siga desarmando a los elementos revolucionarios y se les dé apoyo a las fuerzas federales, la revolución y usted mismo están en peligro. Claro vemos que cada día se entrega usted más en manos de los enemigos de la revolución."

Eufemio Zapata sugirió la conveniencia de aprehender a Madero, añadiendo que estaba "muy tierno para jefe de la revolución, sería bueno quebrarlo". Emiliano respondió: "No, Eufemio, sería una grave responsabilidad para nosotros y no debemos cargar con ella". Entonces se dirigió a Madero diciéndole que se fuera a México. "y déjenos aquí, nosotros nos entenderemos con los federales, ya veremos cómo cumple usted cuando suba al poder".

Murió la última hija de Zapata

1 de marzo 2010. Ana María Zapata Portillo, la última hija reconocida del jefe revolucionario mexicano Emiliano Zapata, murió a consecuencia de insuficiencia renal, informaron autoridades municipales. Tenía 94 años.

Zapata Portillo falleció el domingo en Cuautla, localidad del estado de Morelos en el que radicó prácticamente toda su vida y donde el lunes fue sepultada en el panteón municipal luego de un homenaje de autoridades estatales y locales, dijo vía telefónica a la AP Iván Meneses, vocero del ayuntamiento.

A "Anita", como se le conocía popularmente, se le realizó también un reconocimiento de cuerpo presente en el mausoleo donde yacen los restos de su padre, también en Cuautla, a poco más de 100 kilómetros al sur de la ciudad de México.

Meneses dijo que "Anita" fue una de los tres hijos reconocidos por el llamado "caudillo del Sur". Sus otros dos hijos, ya fallecidos, eran Diego y Mateo.

Nacida el 22 de julio de 1915, Zapata Portillo llegó a ser funcionaria municipal y diputada local en Morelos.

Su fallecimiento ocurre el año en que México conmemora el centenario del inicio de la Revolución Mexicana y del bicentenario del comienzo del movimiento de Independencia.

"Siempre tuvo una vida activa", refirió Meneses, sobre todo con mujeres ejidatarias.

Zapata se reconcentró en Villa de Ayala, y el 27 de ese mes lanzó un Manifiesto al Pueblo de Morelos, donde exponía la gravedad del problema. Como respuesta a esta proclama, el 29 de agosto el presidente León de la Barra celebró un Consejo de Ministros donde se acordó que Victoriano Huerta activara la persecución de Zapata hasta lograr su exterminio.

Huerta ocupó con sus fuerzas la plaza de Cuautla el 31 de agosto; el 12 de septiembre atacó la hacienda de Chinameca, donde se encontraba Zapata invitado a comer por el administrador de la hacienda. Tropas al mando de Federico Morales rodearon el lugar y en seguida se entabló nutrido tiroteo entre ambas fuerzas. Zapata pudo escapar dé esta trampa gracias al conocimiento que tenía de la zona y logró salir a pie entre los cañaverales que minutos después incendiaban los federales.

Después de esto, Zapata tomó una actitud ofensiva y el 22 de octubre de ese año sus fuerzas ocuparon Topilejo, Tulyehualco, Nativitas y San Mateo en el valle de México, y la noche del 23 avanzaron sobre Milpa Alta. Estos ataques causaron alarma en la ciudad de México, y la Cámara de Diputados los consideró de importancia nacional.

En la sesión del 25 de octubre de 1911, los diputados José María Lozano y Francisco M. Olaguíbel reconocieron que la actitud del Caudillo del Sur era reflejo de los anhelos del pueblo. En el pueblo de Ayoxustla, municipio de Huehuetlán el Chico, Zapata y Montaño redactaron el Plan de Ayala; posteriormente los coroneles Severiano Gutiérrez y Santiago Aguilar recorrieron los campamentos comunicando la orden de Zapata para una reconcentración en el pueblo de Ayoxustla, y el 28 de noviembre, ya reunidos, firmaron todos los jefes el histórico plan.

Se nombraron comisiones y tomaron el camino de Morelos, acampando en Ajuchitán y en el mineral de Huautla; allí Emiliano ordenó a Bonifacio García, Emigdio Marmolejo y Próculo Capistrán que invitaran al cura de Huautla para que fuese al campamento con una máquina de escribir. El sacerdote sacó las copias necesarias y le dijo a Zapata: "era lo que ustedes necesitaban". De las copias a máquina, unas se enviaron a la ciudad de México y otras a los jefes revolucionarios que operaban en diversas regiones del país, como Pascual Orozco.

El Diario del Hogar de la ciudad de México lo reprodujo, previa consulta hecha al presidente Madero, quien opinó: "publíquenlo para que todos conozcan a ese loco de Zapata". En cumplimiento con los postulados del Plan de Ayala, el 30 de abril de 1912 Emiliano Zapata hizo el primer acto de reivindicación agraria en el pueblo de Ixcamilpa, Puebla

En enero de 1912, Madero nombró al General Juvencio Robles jefe de la campaña en la entidad, quien, hasta agosto incendió y devastó el estado. Madero, queriendo enmendar sus errores, nombró al General Felipe Ángeles en sustitución de Juvencio Robles. Después de la Decena Trágica que trajo como consecuencia el asesinato de Madero, Zapata giró instrucciones de batir a las fuerzas usurpadoras en cuantas ocasiones se presentara la oportunidad.

Huerta emprendió una campaña en el sur, tendente a que los jefes zapatistas reconocieran al gobierno implantado por el cuartelazo. Vázquez Gómez le escribió a Zapata en marzo de 1913, diciéndole que era conveniente la "cesación de la guerra". El Caudillo del Sur le respondió que la revolución que nació en el estado y proclamó el Plan de Ayala, se había propagado en varias entidades federativas con los ideales de Tierra y Libertad, y seguía luchando a costa de mayores sacrificios para hacer realidad los principios que sostenía.

Emiliano Zapata lanzó otro manifiesto a la nación el 20 de octubre, donde justificaba su actitud rebelde y hacía un llamado a todos los mexicanos para que se unieran a la Revolución.

Este llamado fue secundado por grupos como el de Maximiliano Castillo en Chihuahua, Calixto Contreras en Durango, los hermanos Saturnino y Cleofas Cedillo en San Luis Potosí, Eutimio Figueroa en Michoacán, Roberto Martínez y Martínez en Hidalgo, Honorato Teutle y Domingo Arenas en Tlaxcala, Marcial E. Hernández y Pancracio Martínez en Veracruz, Teodimiro Rey, Miguel Romero, Jerónimo Olarte, Miguel Salas y otros en Oaxaca. Con anterioridad ya operaban bajo la bandera del Plan de Ayala Jesús H. Salgado, Encarnación Díaz, Baltazar Ocampo, Adrián Castrejón y J. Trinidad Deloya en el estado de Guerrero; Pedro Saavedra, Francisco V. Pacheco, Everardo González, Antonio Beltrán, Vicente Navarro, Valentín Reyes, Antonio Barona, Julián Primitivo y José Gallegos en el Estado de México; Eufemio Zapata, Francisco Mendoza, Dolores Damián Flores, Gabino Lozano, Marcelino Alamirra y Agustín Cortés en Puebla; Maurilio Mejía, Francisco Alarcón, Genovevo de la O, Zacarías y Refugio Torres, Felipe Neri, Amador Salazar y otros en la entidad morelense.

Las fuerzas zapatistas tomaron Chiautla, en el estado de Puebla; casi todo Guerrero, incluyendo Chilpancingo; todo Morelos con su capital, Cuernavaca; parte de Hidalgo incluyendo Pachuca; parte del Estado de México y el sur del Distrito Federal. El 14 de julio de 1914 se reunieron en San Pablo Oxtotepec, tomaron el acuerdo de ratificar el Plan de Ayala, nombraron a Emiliano Zapata jefe de la revolución, en sustitución del "ex general Pascual Orozco", y pidieron que las peticiones en materia agraria de dicho plan fueran elevadas a preceptos constitucionales. Victoriano Huerta renunció el 15 de julio y se nombró en su lugar a Francisco S. Carvajal.

Cuando se creía que la lucha iba a terminar, pues se esperaba que Carranza hiciera suyos los postulados del Plan de Ayala; después de ocupar la ciudad de México el 14 de agosto declaró que tenía 60 mil rifles para combatir a Zapata y que no permitiría su entrada en la capital por ser bandido sin bandera.

Manifestó además sus ideas antiagraristas y dijo "que la paz sólo se hacía con la sumisión incondicional de las fuerzas zapatistas a las constitucionalistas", y que no podía reconocer lo que los surianos habían "ofrecido" porque los hacendados tenían sus derechos sancionados por las leyes y no era posible quitarles sus propiedades para darlas a quien no tenía derecho.

A pesar de esto, el 17 de agosto Zapata escribió a Carranza y le dijo que no debía temer por ninguna "cláusula del mencionado Plan de Ayala, sino que con todo desinterés y patriotismo dejara que la grandiosa obra del pueblo que sufre se realizara".

Más tarde trató de tener arreglos con el general carrancista Lucio Blanco, pero conforme al Plan de Ayala. Desde Milpa Alta lanzó un manifiesto Al Pueblo Mexicano, donde reiteró la posición del grupo suriano: que la Revolución no se había hecho para satisfacer intereses de una persona, de un grupo o de un partido, sino para cumplir fines más hondos y nobles; que se había lanzado a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurarse un pedazo de tierra que habría de proporcionarle alimento y libertad, un hogar y un porvenir independiente; que no se conformaría con la abolición de la tienda de raya, si la explotación y el fraude continuaban bajo otras formas; ni con las libertades municipales, si no había base para la independencia económica y no se resolvía el problema agrario.



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Venustiano Carranza envió a la entidad una comisión formada por el General Antonio I. Villareal, el Licenciado Luis Cabrera y Juan Sarabia, la cual conferenció el día 29 de agosto con el Gral. Emiliano Zapata, Manuel Palafox y Alfredo Serratos, por parte del Ejército Libertador del Sur. La comisión carrancista regresó a la ciudad de México con la propuesta de Emiliano Zapata de que Carranza hiciera suyos los postulados del Plan de Ayala, a lo que éste se negó.

Más tarde, con el objeto de acordar las reformas sociales, fijar la fecha de las elecciones, formular el programa de gobierno y discutir otros asuntos de interés nacional, Carranza convocó a sus gobernadores y generales a una Convención que se llevó a cabo en el recinto de la Cámara de Diputados de la ciudad de México el 1º (Primero) de octubre de 1914.

Cinco días después la Convención suspendió sus trabajos al reconocer el grave error cometido por haber menospreciado la participación de zapatistas y villistas. El 13 del mismo mes, a iniciativa del General Felipe Ángeles, la Convención acordó invitar a Emiliano Zapata para que asistiera o enviara representantes a participar en los trabajos.

El día 15 se designó una comisión integrada por los generales Felipe Ángeles, Rafael Buelna y Calixto Contreras, los coroneles Guillermo Castillo Tapia y Antonio Galván, quienes se trasladaron a Cuernavaca, a fin de poner en manos del Caudillo del Sur la invitación dirigida a él -fechada el mismo día 15 y firmada por el presidente de la Convención-.

El General Zapata, deseoso de que se hiciera la paz en la República, así como de que se implantaran los postulados contenidos en el Plan de Ayala, aceptó la invitación de los convencionistas y designó una comisión para que asistiera a la Convención, que ahora sería en Aguascalientes, con instrucciones precisas de luchar hasta conseguir que la asamblea hiciera suyos los principios sostenidos por el Ejército Libertador del Sur.

Los representantes zapatistas Paulino Martínez y Antonio Díaz Soto y Gama lograron que la Convención hiciera suyos los postulados del Plan de Ayala en su sesión del 28 de octubre.

En la del 30 de octubre la Convención acordó el "cese" de Carranza como Primer jefe, designando a Eulalio Gutiérrez como presidente provisional de la República. El 24 de noviembre por la noche se apoderaron de la capital de la República las fuerzas del Ejército Libertador del Sur, al mando del General Antonio Barona, obligando al General Obregón a abandonarla.

El 27 llegó a la metrópoli el General Zapata acompañado de su hermano Eufemio, alojándose en un hotel muy cercano a la estación de San Lázaro. El viernes 4 de diciembre se reunieron por primera vez los generales Emiliano Zapata y Francisco Villa en Xochimilco, Distrito Federal, donde suscribieron un pacto por el cual se comprometieron a luchar juntos en contra de Carranza, y el día 6 de diciembre desfilaron por las principales calles capitalinas, al frente del Ejército Libertador del Sur y de la División del Norte, respectivamente.

Para dar cumplimiento a lo dispuesto en los artículos 6º (Sexto) y 7º (Séptimo) del Plan de Ayala, el General Zapata creó las primeras Comisiones Agrarias, las cuales supervisaba a través del secretario de Agricultura y Colonización, el general zapatista Manuel Palafox; estableció el Crédito Agrícola; fundó la Caja Rural de Préstamos que funcionó con éxito en el estado de Morelos durante 1915 y 1916; reorganizó la industria azucarera, pues comprendía que era la única fuente de trabajo de que se podía disponer, por lo que puso en marcha los ingenios del Hospital y de Zacatepec a fines de 1914.

En julio de 1915 el gobierno de la Convención fue trasladado primero a la ciudad de Toluca; el 19 de octubre a Cuernavaca, donde fue reorganizado; días después partió a Jojutla, lugar donde se disolvió a principios de mayo de 1916. Antes se expidió una Ley Agraria con fecha de 22 de octubre de 1915, y el reglamento de esa ley el 18 de abril de 1916.

El General Zapata lanzó un Manifiesto al Pueblo Mexicano, en Quilamula el 10 de julio de 1916, donde hace responsable a Carranza de la Expedición Punitiva y llama a la unidad nacional para acabar con los traidores. En 1917, el ejército agrarista finalmente logró expulsar a las tropas carrancistas de los estados de Morelos y Guerrero, reinstalando :su cuartel general en Tlaltizapán, donde continuó trabajando por la implantación de los postulados del Plan de Ayala.

Para continuar manteniendo el orden de sus tropas, el General Emiliano Zapata redactó el 24 de febrero un documento en el cual nombró al Gral. Brig. Prudencio Casals R. inspector general de la zona dominada por las tropas revolucionarias, y en donde especificaba que todo individuo sorprendido en delito de robo, violación, allanamiento de morada o rapto con violencia sería juzgado en consejo sumario y pasado por las armas.

El 20 de abril publicó una Ley Orgánica Municipal, donde estableció que los municipios serían administrados por los ayuntamientos y los ayudantes electos popularmente; éstos no se mezclarían en la política y no serían reelectos. En circular número 2 de fecha 13 de abril de 1917, instruía a los ayuntamientos para dar un "impulso generoso tendiente a la educación de la niñez, que constituye la generación del mañana".

 
Entrada de Villa y Zapata a la Ciudad de México

En la circular número 12 del 17 del mismo mes en Tlaltizapán, giró instrucciones para reactivar la apertura de las escuelas oficiales, llamado que volvió a hacer mediante un oficio con fecha 22 de agosto, en el que insiste que nombren a una persona responsable de sus zonas correspondientes, e instalen el mayor número de escuelas.

El 20 de abril, también en Tlaltizapán, lanzó un Manifiesto al Pueblo, donde señaló los errores del gobierno carrancista y exhortó a los revolucionarios y a los mexicanos en general a unirse a su movimiento.

El 20 de mayo lanzó otro manifiesto donde decía que la caída del gobierno carrancista era una exigencia; reafirmaba la liberación de la tierra y, la emancipación del campesino, sin capataces ni amos. Calificó a los soldados carrancistas de aventureros sin escrúpulos ni conciencia, de no hombres sino furiosos adversarios sin bandera ni principios, que tenían como programa el pillaje y como ideales el saqueo y el botín.

El 18 de agosto de 1918, los carrancistas se apoderaron nuevamente de las plazas principales del estado, con Pablo González en Cuautla, quien dirigió encarnizada persecución contra el Caudillo del Sur y sus hombres. Las actividades militares en forma de guerrillas se redoblaron y gracias a eso los carrancistas no pudieron expulsar al jefe de la revolución agraria, quien trasladó su cuartel general a las estribaciones del Popocatépetl.

En ese año, el movimiento zapatista atravesó por graves circunstancias; no solo tuvo que enfrentar a las tropas de González, sino que en su círculo director se suscitaron algunas divisiones y disputas. Un año antes, el Profesor Otilio Montaño, primer ideólogo del zapatismo, fue acusado de traicionar la causa zapatista, por lo que fue fusilado.

En mayo de 1918 defeccionó Manuel Palafox, hombre clave de la facción revolucionaria del sur. Algunos jefes menores como Victoriano Bárcenas y sus hombres aceptaron la amnistía que les ofrecía el gobierno, e incluso llegaron a enfrentarse a sus ex compañeros de lucha.

Pero si bien es cierto que ocurrieron algunas separaciones de cierta importancia y que otros aceptaron la amnistía, el caso de Bárcenas fue excepcional, pues la mayoría de quienes aceptaron la rendición se fueron a sus casas y no se convirtieron en apóstatas, ya que siguieron prestando sus servicios al zapatismo de una manera silenciosa, como informantes o proveedores de alimentos.

En los cuadros superiores se logró una permanencia organizativa, y jefes vitales como Genovevo de la O, Ayaquica, Mendoza, Capistrán, Francisco Alarcón, Timoteo Sánchez, Pedro y Francisco Saavedra, Ceferino Ortega y Mejía, mostraron su fidelidad a la causa. No obstante su unidad y el apoyo que recibieron de las comunidades y poblados morelenses, el zapatismo perdió terreno, posiciones y hombres.

A pesar de su notoria debilidad, seguía siendo uno de los principales problemas del gobierno de Venustiano Carranza. A principios de 1919 la efervescencia política en el país era evidente a causa de las elecciones presidenciales.

Hombres como el Gral. Pablo González; el Gral. Álvaro Obregón Salido, carismático y victorioso que para estas fechas había logrado doblegar al villismo y se perfilaba como la primera figura del Ejército Nacional, y los partidos políticos nacidos del carrancismo, buscaban consolidar sus posiciones.

Para algunas de estas facciones el zapatismo era un obstáculo. Se inició una serie de medidas para vincular el zapatismo con hombres disidentes del carrancismo, muchos de ellos en el exilio. Se realizaron contactos con grupos que apoyaban al General Obregón.

La insolencia política mayor de Emiliano Zapata al régimen carrancista la constituyó su carta abierta del 17 de marzo de 1919, en la que acusaba públicamente al Presidente de ser la causa de todos los males que sufría el país. El tono agrio y la crítica profunda de este documento exasperaron a Venustiano Carranza, quien reafirmó su decisión de aniquilar al movimiento del sur y a su caudillo.

El Primer Jefe Constitucionalista estaba dispuesto a darle una última lección al zapatismo, que se iniciaría con la muerte de su caudillo. Era opinión común en los círculos militares y políticos dominantes de México, que muerto Emiliano Zapata el zapatismo por añadidura sería sometido. Esta idea la compartían tanto el jefe del Ejecutivo como el General Pablo González, y a este propósito encaminaron sus esfuerzos, los cuales se vieron concretados la tarde del 10 de abril de 1919.

Las secuelas de la muerte del caudillo resultaron sorpresivas para quienes pensaban que muerto él la pacificación del estado sería inmediata. El zapatismo acéfalo se reorganizó y, si bien muchos hombres dejaron las armas, jefes como Genovevo de la O, Gabriel Mariaca, Francisco Mendoza y Fortino Ayaquica hicieron público su afán de consumar los ideales por los que tantos años habían luchado y vengar la muerte de Zapata. En Tochimilco, sede del cuartel zapatista, Gildardo Magaña, tras un corto proceso de lucha para alcanzar la jefatura del movimiento, se convirtió en el sucesor de Emiliano.

Así, ante la equivocada opinión del General Pablo González, el movimiento agrario morelense no fue finiquitado por la desaparición de su caudillo y se mantuvo en rebeldía hasta 1920, en que estableció una alianza con la facción revolucionaria obregonista, la cual triunfó a través de la rebelión de Agua Prieta.


MUERTE DE EMILIANO ZAPATA -  Comisionado para inspeccionar varios destacamentos, el Coronel Jesús M. Guajardo se había dedicado a cometer tropelías en cada pueblo por donde pasaba. Los padres de las hijas atropelladas por el militar elevaron sus quejas y la Secretaría de Guerra comunicó al gobernador José G. Aguilar que ordenara a Guajardo que se presentara en la ciudad de México a responder de las acusaciones.

La situación de Guajardo se agravó cuando el Licenciado José G. Aguilar y el General Pablo González lo sorprendieron escandalizando en el interior del hotel Providencia, frente al cual caminaban rumbo al teatro Carlos Pacheco, después de observar las obras de reconstrucción del Hospital Militar de Cuautla.

Visiblemente ebrio, a caballo y empuñando una pistola, el Coronel Jesús M. Guajardo recorría las instalaciones del hotel. Irrumpía en las habitaciones y amenazaba a los huéspedes.

El Licenciado Aguilar le llamó la atención a grito abierto y le advirtió que el General Pablo González estaba afuera y que estaba enterado de su escándalo. Guajardo frenó a su animal a las puertas del comedor, pidió al Licenciado Aguilar que le permitiera salir y hundiendo sus espuelas en los ijares del caballo al tiempo que lanzaba un grito, abandonó el establecimiento.

Para atenuar la falta del carrancista, el gobernador de Morelos le dijo al General Pablo González que Guajardo había cumplido sus órdenes antes de embriagarse. Esto calmó al general en jefe, quien sin decir palabra continuó su caminata hacia el teatro Carlos Pacheco.

Dos días después, mientras el Coronel Guajardo esperaba conocer el castigo que le impondría el General Pablo González por su escándalo, el gobernador José G. Aguilar recibió en su casa a un fotógrafo ambulante convertido en uno de los más activos espías de los federales en el campo zapatista, quien le entregó una carta que le dirigía Emiliano Zapata al Coronel Jesús M. Guajardo.

En esa carta, que líneas adelante transcribimos, Zapata invitaba a Guajardo a unirse al zapatismo, argumentándole que sabía que el General González lo había injuriado y lo iba a procesar por el incidente en el hotel Providencia.

El gobernador llevó inmediatamente la carta de Zapata al general en jefe, Pablo González, quien, después de leerla, le ordenó que al día siguiente a la hora de comer, le llevara a Guajardo, para ver qué provecho se le podía sacar a la misiva.

González, que era hombre de costumbres disciplinadas, se sentaba a la mesa a las 13 horas, y lo acompañaban el Señor Sánchez Neira, su secretario particular, Juan Sarabia y el gobernador José G. Aguilar.

El día que fue Guajardo, sólo estuvieron en la mesa el General González y el gobernador Aguilar. Durante la comida, el general, a través de sus lentes oscuros, examinaba cuidadosamente a Guajardo y platicaban de asuntos ajenos a los incidentes pasados.

A la hora de los postres, González pidió al Coronel Guajardo le explicara por qué causas lo citaban en la Secretaría de Guerra. Guajardo contestó que se trataba de puras calumnias y de malas voluntades que se había acarreado en el desempeño de comisiones en los pueblos donde había muchos espías zapatistas.

-¿Así que son calumnias de los zapatistas?- dijo el general González...

- Sí, mi general; si usted me deja que le explique todo el caso...

- Bueno coronel, ¿cómo me explica usted, dijo socarronamente el General Pablo González, sus relaciones con Emiliano Zapata?

-¿Con Emiliano Zapata? -preguntó sorprendido Guajardo.

-Sí, mi coronel, con Emiliano Zapata -insistió el Gral. González.

-No es posible, mi general,--contestó Guajardo.

-Tan es posible, coronel, que aquí tengo una carta que Zapata le dirige, añadió don Pablo, y entregándosela al gobernador Aguilar agregó: Léala licenciado, léala en voz alta para que la reconozca el Cor. Guajardo...

"Cuenca, marzo 21 de 1919. Señor Coronel Jesús M. Guajardo. Donde se encuentre. Muy señor mío: Ha llegado a mi conocimiento que por causas que ignoro ha tenido usted con Pablo González algunas dificultades, y en las que ha sido usted amonestado sin tener causa justa. Esto y la convicción serena y firme que tengo del próximo triunfo de las armas revolucionarias, me alientan para dirigirle la presente, haciéndole formal y franca invitación para que si en usted hay voluntad suficiente, se una a nuestras tropas entre las cuales será recibido con las consideraciones merecidas. No creo oportuno por ahora, ya que usted estará bien informado, hablarle del gran incremento que la Revolución ha alcanzado en todas las regiones del país, y bástele saber a usted que contra lo que tanto se ha dicho, nuestro movimiento está perfectamente unificado y persigue un gran fin, el efectivo mejoramiento de la gran familia mexicana. En espera de sus apreciables letras, quedo de Ud. atento y s.s. -El General Emiliano Zapata".

Durante la lectura, don Pablo sonreía, mientras que Guajardo, hosco y sorprendido, escuchaba con atención.

-Buen servicio de espionaje nos tiene Zapata, cuando ya ven, a unas horas del incidente en el hotel, lo supo --comentó el General González y, dirigiéndose a Guajardo, comentó: -Coronel, desde este momento tendrá usted correspondencia con Emiliano Zapata. El Lic. Aguilar escribirá las cartas y usted las firmará. Vamos a ver para qué nos sirven estas relaciones.

Horas después, el mismo espía que había traído la carta, llevó la contestación de Guajardo a Emiliano Zapata. que decía:

"C. Jefe de la Revolución del Sur, don Emiliano Zapata, Donde se encuentre. Por su carta fechada en Cuenca el 21 de los corrientes, quedo enterado de la invitación que se ha servido hacerme para que me una con sus tropas á fin de que ya á sus órdenes trabaje por la Causa que tiene por objeto el mejoramiento de la gran familia mexicana. Le manifiesto a Ud. que en vista de las grandes dificultades que tenemos Pablo González y yo, estoy dispuesto a colaborar a su lado siempre que se me den garantías suficientes para mí y mis compañeros, y a la vez mejorando mis circunstancias de revolucionario que en esta ocasión como en otras se trata de perjudicarme sin razón justificada. Cuento con elementos suficientes de guerra, así como municiones, armas u caballada, tengo en la actualidad otro Regimiento á mis órdenes, así como otros elementos que sólo esperan mi resolución para contribuir á mi movimiento. En espera de sus letras y suplicándole una reserva absoluta sobre este asunto tan delicado, quedo su afmo. y s.s. J. M. Guajardo".

 
Emiliano Zapata entrevistado por periodistas. 1914-1919

"Campamento revolucionario en el Estado de Morelos, al primero de abril de 1919. Señor Coronel Jesús M. Guajardo. San Juan Chinameca. Muy señor mío: Con mucha satisfacción me he enterado de su muy atento escrito fechado en San Juan Chinameca, en el que me dice que está dispuesto a unirse á la causa revolucionaria que tiene por objeto el mejoramiento de la gran familia mexicana. Como le dije a usted en mi anterior, tanto a usted, como a los jefes, oficiales y soldados que lo acompañen, se les recibirá con los brazos abiertos y gozarán de toda clase de garantías, pues se les verá como compañeros. Jefes que han llegado del Norte, y a los que tengo con mando de fuerzas en Xochimilco, me han dado excelentes referencias de su gestión revolucionaria en aquella región, y por ellos mismos he sido informado de que es usted hombre de convicciones, y que aun cuando distanciado de nosotros, sus ideas son firmes. Aquí con nosotros contribuirá usted al triunfo de la gran causa revolucionaria que lucha por el bien general de la clase humilde, y cuando hayamos llegado al triunfo, tendrá usted la satisfacción de haber cumplido con un deber y su conciencia quedará tranquila por haber obrado con justicia. La carta de usted deja ver que es franco y sincero, y lo juzgo como hombre de palabra y caballero, y tengo confianza en que cumplirá al pie de la letra el asunto de que se trata; por mi parte, sólo sé decirle que sé cumplir mi palabra, mientras no se dé al pueblo lo que necesita. Una vez estando usted aquí con nosotros, tendrá todo lo que desea, sus circunstancias como revolucionario mejorarán y tengo la seguridad de que estará satisfecho de estar a nuestro lado. El regimiento de que habla, ya entiendo poco más menos cuál es y exacto que ya está de acuerdo, así como de que está cerca de esa. Creo conveniente decir a usted que deseo haga su movimiento el jueves, y como Victoriano Bárcenas es un mal elemento, es necesario que comience usted con él, al fin está muy cerca. Prepárese bien para dar ese golpe, que es por donde se debe comenzar; al desarmar a Bárcenas y los suyos, dejará usted la tropa desarmada en Chinameca hasta nueva orden y a Bárcenas y todos los jefes que están con él, me los remitirá al rancho de Tepehuaje, previo aviso; ya después acordaremos los trabajos que debemos seguir haciendo. Advierto a usted que se necesita obrar con mucha actividad. En Cuautla tengo yo arreglados varios jefes, así como otros que están destacamentados fuera de allí. Dichos Jefes sólo esperan que se les diga el día en que deben salirse para que se incorporen a nosotros, así es que el movimiento va a ser de importancia y con satisfacción digo a usted que una vez realizado el movimiento, habremos dado un gran paso hacia el triunfo de la revolución. En la actualidad me encuentro en esta región, debido, entre otros urgentes asuntos, a que se me comunicó la presencia de unos correos enviados por varios jefes, entre ellos del C. General Cipriano Jaimes, que últimamente se unieron a la revolución en el estado de Guerrero. Para terminar, juzgo conveniente entrar en algunos detalles acerca de la situación, por más que deben ser ya de su conocimiento: el Señor Don Francisco Vázquez Gómez, a quien con placer recordamos todos los revolucionarios, está haciendo los últimos trabajos cerca de la Casa Blanca para cruzar territorio nacional y ponerse frente de las columnas revolucionarias que mandan los Generales Villa, Felipe Ángeles y Martín López, que perfectamente organizados y con abundancia de elementos, están atacando plazas importantes y atrayéndose la atención de los compatriotas y extranjeros. En términos generales, la revolución prepotente y arrolladora está rápidamente dominando toda la extensión del territorio nacional. En espera de sus apreciables letras y de que me diga si hará el movimiento que le indico, quedo de usted afmo. Atto. y S.S. El General Emiliano Zapata".

"Campamento revolucionario de San Juan Chinameca, Morelos. C. Jefe de la Revolución del Sur, don Emiliano Zapata. Muy estimado Jefe: Con satisfacción me he enterado de su extensa carta fechada hoy, y en debida contestación manifiesto a usted que, con relación a sus instrucciones respecto a Bárcenas, no es posible dar cumplimiento para el jueves, por encontrarse éste en Cuautla, llamado por Pablo González, encontrándose en ésta únicamente Ramón N. Gutiérrez, uno de sus jefes, como con 40 hombres. Otro motivo principal es el de tener en dicha ciudad provisión por valor de diez mil pesos, la que nos haría mucha falta, si ésta se perdiese, así como el Cuartel General tiene un pedido de mi parte de 20 000 cartuchos, los que me entregará del 6 al 10 del presente mes; la provisión de referencia estará también para la misma fecha en ésta. Motivo de satisfacción es para mí fijarme a la gran causa revolucionaria por la que usted ha luchado, así como los informes que ha tenido de distintos jefes, de que soy hombre de convicciones y de ideas firmes, lo cual demostraré a usted con hechos. Ya me encontraba en antecedentes que el señor Doctor Francisco Vázquez Gómez trabaja activamente por la unificación de todos los elementos revolucionarios que se encuentran en este país y en el extranjero, y que desea el mejoramiento de nuestro suelo patrio. He tenido conocimiento que los cc. Generales Francisco Villa y Felipe Ángeles, como otros, han tenido brillantes triunfos en el Norte de nuestra Republica. Una vez reunidos en nuestro poder los elementos a que hago referencia y que hice en mi anterior, daremos el primer golpe a Bárcenas y seguiremos trabajando con éxito. Me permito ofrecer a usted, desde luego, víveres como artículos de primera necesidad, u otros que pudieran hacerle falta dejando a su respetable opinión la forma más conveniente para que lleguen a su poder. Hago de su conocimiento que diariamente mando mulada con arrieros a Cuautla, por lo que suplico se sirva, si lo cree conveniente, ordene a los jefes que operan por esa región, no obstruccionen el paso a los individuos de referencia. Sin más asunto que tratar por ahora, aprovecho la oportunidad para protestarle mi adhesión y respeto. El Coronel J. M. Guajardo".

"Campamento Revolucionario en Morelos, a 2 de abril de 1919. Señor Coronel J .M. Guajardo. San Juan Chinameca. Muy estimado señor Coronel: Con mucha satisfacción doy respuesta a su atenta fecha el 1º (Primero) del actual, habiendo quedado enterado de lo que en ella se sirve expresarse, recomendándole especialmente el asunto de Bárcenas. Con relación a los víveres y municiones que en la ciudad de Cuautla tiene usted, juzgo pertinente los deje allá, aún cuando bien comprendo que por de pronto pudieran hacernos falta, pues creo firmemente que muy poco tiempo después esos elementos se pueden recobrar y hay el inconveniente de que el mismo individuo que le recomiendo, pudiera enterarse del asunto, en cuyo desgraciado caso, esté usted seguro que lo haría víctima. Además creo conveniente que en la primera oportunidad que se le presente arregle de una vez a Bárcenas, sin esperar la fecha del 6 al 10. Su carta ha sido para mí la confirmación de las referencias que sobre usted me habían sido proporcionadas y no dudo que como usted me indica, sea sostenido con hechos y sinceramente nos felicitamos por su patriótica actitud, ofreciéndole en lo particular mi amistad franca y abierta. Respecto a los víveres de que me habla, efectivamente estamos escasos, yo le agradezco mucho su buena disposición para proporcionármelos y esté seguro de que recibiré con gusto todo aquello que sea su voluntad mandarme. Ya ordeno a la gente que se encuentra entre esa y Cuautla, no entorpezca el paso a sus arrieros. Sin más por ahora y en espera de sus apreciables letras, quedo de usted afmo. General Emiliano Zapata".

"Hacienda de San Juan Chinameca, abril 3 de 1919. C. Jefe de la Revolución del Sur, don Emiliano Zapata. Donde se encuentre. Muy estimado Jefe: Con fecha de ayer noche me fue anunciada la presencia en ésta de su enviado, el señor Feliciano Palacios, a quien recibí gustoso y después de tener una larga y franca entrevista, le expuse los motivos para alargar el plazo de capturar a Bárcenas y los suyos, cosa que estima prudente por ser de esencial importancia para el tiempo futuro, tener en nuestro poder la cantidad de parque a que ya le he hecho mención. No creo oportuno entrar en otros detalles, pues entiendo que su enviado al escribirle a usted le dará cuenta de ellos. Por su enviado quedo enterado que usted ha acordado que este punto sea mi campamento, cosa que es de mi agrado, me permito consultarle si las familias puedo dejarlas en ésta o mandarlas a otro lugar. Le mando un caballo que espero será de su agrado, así como mercancías que le serán necesarias. Si usted no puede darme sus instrucciones amplias y verbales, las espero entonces por escrito, indicándome qué plaza debo atacar después del golpe de Bárcenas. Tengo en proyecto Jojutla, Tlaltizapán o Jonacatepec. El trabajo que tengo que efectuar con su recomendado, será el lunes y lo tendrá en su poder en el punto indicado. Yo tengo que ir a Cuautla a recibir el parque y venir enseguida con la gente que tengo en Santa Inés y algunos oficiales. Me es honroso protestarle mi subordinación. El Coronel J. M. Guajardo".

"Campamento revolucionario en Morelos, 6 de abril de 1919. Señor Coronel J. M. Guajardo. San Juan Chinameca. Muy estimado señor coronel: Por su estimable, me he enterado de la entrevista que tuvo usted con mi enviado, y en cuanto al movimiento, le manifiesto que la base principal es ésta; que con las fuerzas de su mando marche a Tlayecac, en donde están al mando del capitán Salomé G. Salgado, cien hombres; que el mismo capitán Salgado reunirá más tropas en Tenextepango; una vez organizado allí marchará sobre Jonacatepec, el que una vez tomado, regresará a San Juan Chinameca a recibir instrucciones, y marchará sobre Jojutla y Tlaltizapán; apoderándose de esta plaza, ya se puede reorganizar la columna y, después de reforzada, llevar a cabo trabajos de mayor importancia. Este movimiento debe hacerse inmediatamente que usted reciba la presente, al fin que Bárcenas pasó rumbo a Cuautla y ya le pongo gente a retaguardia para ver si es posible ayudarlo a combatir, pues por más que últimamente he pretendido hacerle presentar combate, anda escabulléndose para no tener encuentro. Como el movimiento de usted va a ser por el rumbo opuesto al que lleva el mencionado Bárcenas, puede prestar oportunidad para que al regresar a esa hacienda lo capture usted, y para mayor éxito puede usted dejar en ese punto un jefe con cien hombres y las respectivas instrucciones. En cuanto a la impedimenta de las familias, pueden quedar, por lo pronto, en ese lugar, y ya en vista de los movimientos que haga el enemigo, se verá si es conveniente trasladarlas a otro sitio; pero de antemano creo que habrá esa necesidad. Con el fin de despistar al enemigo, voy a distribuir fuerzas en guerrillas, por lugares más convenientes, cercanos a Cuautla, aparte de una columna competente, formada con las tropas que puedan reunirse, para el mejor éxito de las operaciones. Adjunto a usted una orden para el C. Capitán Salomé que, como le digo antes, se encuentra a mis órdenes en Tlayecac, para que se incorpore a la columna de usted llevando consigo a sus fuerzas y las de Tenextepango. En el mismo caso del capitán Salgado, se encuentran otros muchos jefes, que esperan la primera oportunidad para hacer su movimiento; y por lo mismo, es necesario que desde luego lo efectúe, sin esperar más tiempo los pertrechos que ha de recibir, los que se compensan con los elementos que se han de incorporar después. Sin más asunto por ahora, y deseándole feliz éxito, quedo de usted afectísimo amigo y atento y seguro servidor. General Emiliano Zapata".

Al mismo tiempo Zapata recibió una carta de Eusebio Jáuregui, en la que éste daba amplias referencias de Guajardo, lo que sumado a las anteriores, Emiliano Zapata creyó en la sinceridad de Guajardo. Hablamos arriba de alguna intervención de Jáuregui, ex zapatista que gozando de libertad, y sin respetar su palabra de honor, reincidió en sus simpatías hacia Zapata y hacia el zapatismo.

Eusebio Jáuregui perdonado de la vida pues se le capturó con las armas en la mano, no desperdicia ocasión para expresar a los espías del enemigo algún dato o cierta información que favoreciera a los suyos. Se sospechaba de su conducta, pero no había testimonio que confirmara tal sospecha.

Guajardo, por otra parte, debía también aprovechar la circunstancia y pide a Eusebio una carta de presentación con Zapata; no se niega el favor, y por el contrario, la carta sobre todo el final, expresa claramente sus inclinaciones a la rebeldía. Expide, pues, la carta que copiamos enseguida.

"Cuautla, abril 8 de 1919. C. General Emiliano Zapata. Donde se encuentre. Muy estimado general: He hablado con el coronel Jesús M. Guajardo, y me ha manifestado todos los arreglos que usted y él tienen para la fecha, relativos a que ha reconocido de una manera incondicional los ideales que usted tiene la alta honra de representar y como no dudo sea un hecho, me permito manifestar a usted sepa apreciar los buenos elementos de este ameritado jefe que ayudará e impulsará nuestra revolución. Espero que mi recomendado le comunicará a usted lo que yo tengo pensado, a fin de que la revolución obtenga mayores elementos y con esto grandes triunfos. Debo manifestar a usted, mi general, que el Coronel Guajardo no cumplió con su orden el día citado, en vista de que tuvo que atravesar por grandes dificultades. Protesto a Ud. mi general, mi subordinación y respeto. Jáuregui".

Guajardo, conforme a las instrucciones verbales que recibía del General González, seguía ratificando su adhesión al General Zapata, encontrando siempre algún pretexto para indicarle que debía esperar varias semanas más aliado del gobierno. Pero Zapata, ante la situación incolora de Guajardo, le pidió de una vez por todas que definiera su actitud. Ante la exigencia del caudillo suriano, el Coronel Guajardo se presentó ante el General Pablo González, pidiéndole órdenes y resolviendo don Pablo dar el golpe final.

La oportunidad para realizar los planes del Ejército Federal se presentaron cuando Zapata exigió a Guajardo que se le incorporara; señalándole la obligación de llevar al campo zapatista al General Capistrán, que se había rendido al gobierno y enseguida atacar y tomar la plaza de Jonacatepec. El cuartel general federal interceptó una comunicación del General Zapata dirigida a Eusebio Jáuregui, donde le daba instrucciones para que aprehendiera al General González.

Eusebio Jáuregui se había rendido hacía varias semanas, pero, según la comunicación interceptada, la rendición había sido preparada con el objeto de gestar un movimiento dentro de Cuautla. Al descubrirse los planes de Zapata, el General González ordenó al gobernador José G. Aguilar que procediera a la aprehensión de Jáuregui, que tenía la ciudad por cárcel. El General Pablo González dio la orden de traer a Emiliano Zapata vivo o muerto. González dijo a Guajardo:

-Por lo que respecta a las pruebas que le pide Zapata, provea a su gente de parque de salva y ataque la guarnición de Jonacatepec. Yo daré instrucciones al General Daniel Ríos Zertuche para que también provea a sus soldados de la misma clase de parque para que, después de sostener un tiroteo con las tropas de usted, se retire a un punto convenido en aparente desorden, y como no es posible que se lleve a Capistrán, pues Zapata le fusilaría inmediatamente, llévese a doce zapatistas que están condenados a muerte y que si los fusila su ex jefe pagarán bien pagados los crímenes que han cometido.

Según el parte de Guajardo, el día 8 de abril de 1919, después de recibir las órdenes de Pablo González, salió con su escolta a las 8:15 horas con rumbo a Chinameca. Llegó a Moyotepec a las 11 horas de ese mismo día, donde la esperaba una escolta de 50 hombres, y prosiguió a Chinameca llegando a las 15 horas.

Con motivo de que varios grupos de campesinos se presentaron ante Guajardo para quejarse de los desmanes de la gente de Bárcenas, exigiendo pronta justicia, Guajardo impuso como castigo el fusilamiento de 59 soldados que militaban a las órdenes de Margarito Ocampo y del Coronel Guillermo López. Esta orden se cumplió en un lugar llamado Mancornader. De esta forma demostró Guajardo su rectitud y lealtad a Emiliano Zapata.

Esto decidió a Emiliano Zapata a concederle la entrevista, por lo que Palacios le comunicó a Guajardo, que se encontraría en Tepalcingo. Guajardo, al día siguiente a la 1 (Primera) hora, con su gente montada y bien municionada dejó la hacienda de Chinameca y salió rumbo a Huitzila, donde llegó a las 9 horas, dándole forraje a sus caballos, y recibió las últimas instrucciones para atacar a Jonacatepec; a las 12:45 horas estuvo frente a esa plaza, donde le esperaba la gente que llevaba el Capitán Salgado, del 66 Regimiento.

Guajardo procedió al ataque de la plaza donde se combatió media hora y, según el parte oficial de Guajardo, se perdieron dos individuos de tropa que murieron en el combate. No se explica cómo pudo ser esto, pues iban a hacer sólo disparos de salva. En el ataque a Jonacatepec, el General Ríos Zertuche distribuyó a sus soldados, pues ya había recibido la orden del cuartel general; simuló la defensa de la plaza y después sus oficiales hicieron huir a la gente en completo desorden. Abandonada la plaza, el Coronel Guajardo, con la mayor parte de sus tropas -ya que algunos se negaron a voltearse- entró victorioso a Jonacatepec gritando "Viva el General Zapata".

El asalto simulado a Jonacatepec hizo creer al caudillo suriano en la lealtad de Guajardo. Poco después del asalto a Jonacatepec, recibió órdenes de presentarse a Zapata. A las 16 horas salió del pueblo y, por primera vez, frente a la estación del ferrocarril denominada Pastor llevando un número aproximado de 600 hombres, se entrevistaron y Zapata le dijo:

-Mi General Guajardo, la felicito a usted sinceramente y acordó el ascenso de él y de la oficialidad. Zapata le manifestó el deseo de que pasara a Tepalcingo. Guajardo fingió un dolor de estómago y Zapata la llevó a medicinarse. Como a las 24 horas, Guajardo recibió órdenes de Zapata para que dejara a su gente en un lugar llamado Los Limones, mientras que él, Guajardo, debería esperar nuevas órdenes en la hacienda de Chinameca.

Éste, al día siguiente acampó con su fuerza a tres kilómetros de la hacienda y procedió a entrar a ella a las 6:30 horas quedando toda la tropa acuartelada. A las 8 horas Emiliano Zapata llegó frente a la hacienda con unos 400 hombres, comandados por Pioquinto Galis, Gil Muñoz Zapata, Adrián Castrejón, Timoteo Sánchez, Joaquín Camaño, Jorge Méndez, Juan Lima, Jesús Chávez, José Rodríguez, Feliciano Palacios, y los coroneles Jesús Salgado, Clemente Acevedo, Salvador Reyes Avilés y otros.

Algunos se habían disgregado en algunas de las chocitas en busca de alimentos, otros en la plaza platicaban. Zapata fue saludado por Guajardo en ese lugar, y estaban en eso cuando corrió la noticia de que se acercaban fuerzas federales. Emiliano Zapata dio orden a Guajardo de que se mantuviera en la hacienda, y Zapata se posesionó del lugar llamado Piedra Encimada para repeler el ataque.

Desde ese lugar Emiliano Zapata observaba con unos prismáticos. Después de cerciorarse, ordenó a Feliciano Palacios que fuera a ver a Guajardo, para que éste entregara el armamento y municiones que había ofrecido a Zapata. Palacios salió acompañado de Jorge Méndez y Juan Lima; los dos últimos se quedaron en el puente de entrada de la hacienda, y sólo Feliciano Palacios entró a la finca. Como Palacios no regresaba, Zapata envió al Coronel Agustín Carreón para que le sirvieran unas cervezas. Carreón regresó sin haber visto a Feliciano Palacios.

Como a las dos de la tarde, Zapata se retiró a la Piedra Encimada y se dirigió a la tienda de raya de la hacienda, donde saludó al español que la regenteaba, y en la bodega preguntó al General Juan Lima por Feliciano Palacios, a lo que éste contestó que se encontraba preso por órdenes de Guajardo, y le participó que Guajardo lo invitaba a comer.

Contrariado el General Zapata por la información que le dio Juan Lima, aceptó la invitación pero dijo que iría a caballo, por lo que su asistente, Agustín Cortés, le arregló su montura y ordenó a Juan Lima y a Jorge Méndez que escogieran diez hombres para que lo acompañaran a la cita que le había hecho el Coronel Guajardo.

La comitiva fue compuesta por los generales Juan Lima, Jorge Méndez, Miguel Zúñiga, y el Coronel Clemente Acevedo, más los asistentes de cada uno de ellos. Guajardo había dispuesto que en el momento en que entrara Emiliano Zapata se le hicieran los honores de general y después de la segunda llamada de honor hicieran fuego, estando el resto de la tropa dispuesta para combatir.

A las 14:10 horas, Emiliano Zapata se presentó en la puerta de la hacienda, en una de cuyas piezas tenían a Feliciano Palacios. Al aproximarse Zapata a la hacienda, una banda de guerra formada tocó llamada de honor y, sin terminar ésta, una trompeta tocó a fuego. Como los soldados presentaban armas al pasar el General Zapata, el primero en disparar fue el centinela y a continuación siguieron las descargas que hacían en su contra.

Zapata quiso sacar la pistola en los últimos momentos que le quedaban de vida y, tratando de dar media vuelta, el caballo arrojó su cadáver al suelo. A su lado quedó su fiel asistente Agustín Cortés, y dentro de las habitaciones de la hacienda quedó el infortunado Feliciano Palacios que fue asesinado también en el momento en que caía Zapata.

Las descargas de fusilería se convirtieron en mortífero fuego general contra los zapatistas desde los puestos en que los federales se encontraban apostados. Bajo el cerrado fuego de fusilería, ametralladoras y bombas que simultáneamente estallaban, las despavoridas fuerzas zapatistas huían sin saber lo que había pasado y tratando de ponerse a salvo del furioso ataque de que fueron víctimas.

Una vez fuera del alcance de los proyectiles, comenzaron a reunirse para conocer las causas del ataque. Los mismos que iban atrás de Zapata informaron la funesta noticia de la muerte de su jefe.

El parte oficial de Guajardo dice que quedaron muertos Emiliano Zapata, Zeferino Ortega y otros generales habiendo causado bajas, entre muertos y heridos, como 30 hombres, que no fue posible identificar. Guajardo aseguró que él personalmente hizo fuego en contra de Palacios, Bastida y Castrejón, a los que mató en el acto. Posteriormente, se ha podido comprobar que ni Zeferino Ortega ni Gil Muñoz Zapata fueron sacrificados en aquella ocasión.

Después de este artero ataque se procedió a levantar los cadáveres y se dispuso que se persiguiera al enemigo por todos los rumbos hasta dispersarlo completamente, haciendo gran número de bajas entre muertos y heridos.

Con el objeto de conducir el cadáver de Zapata, se tocó botasilla y, media hora más tarde, a las 16 horas del jueves 10 de abril de 1919, Guajardo salió de la hacienda de Chinameca con la fuerza a su mando, rumbo a Cuautla, a donde llegó a las 21:10 horas, haciendo entrega del cadáver al General Pablo González.

Mientras la tragedia sucedía en San Juan de Chinameca, el General Pablo González estaba muy inquieto porque no sabía si Guajardo ya había matado a Zapata. Como a las ocho de la noche llegó un propio desde Villa de Ayala con el lacónico mensaje "sigo para ésa con Zapata".

Aunque Pablo González tenía una gran confianza en su coronel, la ciudad fue puesta en estado de alerta y don Pablo González salió rumbo al camino de Villa de Ayala para esperar a Guajardo.

El cadáver de Zapata lo llevaban amarrado al lomo de una mula, y cuando llegaron a las puertas de Cuautla, adelantándose Guajardo adonde estaba Pablo González, le informó: -Mi general, sus órdenes han sido cumplidas.

Los despojos de Emiliano Zapata fueron llevados a los bajos de la presidencia municipal de Cuautla. Para identificar el cadáver, se hizo traer a Eusebio Jáuregui, que había sido jefe del Estado Mayor de Zapata, quien declaró ante el notario Ruiz Sandoval.

El cadáver de Emiliano Zapata fue expuesto al público, colocándosele sobre una caja en la inspección de policía: Allí empezaron a acudir centenares de curiosos y vecinos del lugar. Para evitar la descomposición del cadáver se ordenó que el Doctor Loera y varios practicantes lo inyectaran, realizado lo cual, se ordenó que fuera puesto en exhibición.

Previamente se le practicó la autopsia y se comprobó que solamente había ingerido alimentos líquidos, y el cuerpo presentaba siete perforaciones correspondientes a siete tiros que le debieron haber causado la muerte casi instantánea. El cadáver no presentaba ni una herida en el rostro.

Al cadáver de Emiliano Zapata le fue cambiada la ropa; se le quitó el traje de charro que llevaba y se le puso ropa limpia. Todos los curiosos que acudieron a ver el cadáver de Zapata, lo primero que le buscaban era el lunar que tenía arriba de un ojo.

El General Pablo González envió a la ciudad de México al coronel y licenciado Miguel Cid Ricoy para que comunicara los hechos al presidente Carranza. Inmediatamente se dio el boletín a la prensa nacional.

La noticia produjo verdaderas peregrinaciones rumbo a Cuautla con el objeto de ver el cadáver de Zapata. Se especuló en la ciudad de México que el cuerpo iba a ser trasladado a esa ciudad, pero al ser entrevistado por los periodistas, el señor Ricoy declaró que no creía que hubiera necesidad de trasladarlo a la capital, salvo que hubiera una orden en contrario dictada por la Secretaría de Guerra.

En la prensa nacional se dieron algunos datos sobre Guajardo, diciendo que se había incorporado a las fuerzas revolucionarias el año de 1913, que había empezado su carrera como soldado raso y que sus ascensos se debían a su singular valor. Aseguraron que en Saltillo, Puebla, Guerrero y el Estado de México tuvo participación en importantes combates y que siguió a la Revolución en todo su formidable avance desde el norte.

Dentro de sus datos biográficos señalaban que su abuelo había dado muerte a un famoso bandido apellidado Villegas, cuyas hazañas se consignaban en los anales del bandolerismo de aquella época. Villegas fue apodado El Endiablado.

Se citó también en la prensa nacional, que Guajardo había empleado cuatro días en la realización del ardid que dio como resultado la muerte del cabecilla morelense. Se consignó como dato original el de que Zapata le había regalado un caballo al Coronel Guajardo cuando consideró a este militar como de su bando.

Siguió la expectación y se afirmó que seria sepultado el lunes siguiente en Tlaltizapán, en un mausoleo construido por el propio Zapata, para que guardara los restos de los firmantes del Plan de Ayala, bandera de los hombres del campo.

El mausoleo es una sencilla tumba que tiene numerosas gavetas, en cada una de las cuales podrá verse el nombre de cada uno de los firmantes; allí reposaban ya los restos de Otilio Montaño, Eufemio Zapata y algunos otros zapatistas. Se aseguró que en ese lugar debían quedar los restos de Emiliano Zapata.

Este día también se afirmaba que con la muerte de Emiliano Zapata quedaba desaparecido el zapatismo, y que muy pronto se restablecería la paz, pues ya quedaban muy pocas gavillas con las armas en la mano.

ACTA NOTARIAL DE LA MUERTE DE ZAPATA


Media hora después de la llegada del cadáver de Emiliano Zapata a Cuautla se levantó el acta siguiente: Al margen un sello que dice: Juzgado de Primera Instancia, del Estado de Morelos, No.13. En la ciudad de Cuautla, Morelos, a las diez de la noche del día 10 de abril de mil novecientos diez y nueve, yo, el Lic. Manuel Othón Ruiz Sandoval, Juez de Primera Instancia, encargado del protocolo, me constituí en las oficinas de la Inspección general de policía de esta ciudad con el objeto de dar fe del cadáver e identificarlo, del que en vida llevó el nombre de Emiliano Zapata. Comparecen al acto los señores Capitán Primero de Estado Mayor, Ignacio Barrera y Gaona, Alfonso G; Olivares, José Rico y Eusebio Jáuregui, este último que desempeñó algún puesto en el Zapatismo. Habiéndose mostrado al suscrito y comparecientes en una de las planchas de la sección médica de esta oficina, el cadáver de un hombre, al parecer por los signos característicos bien muerto, los comparecientes lo identificaron como el del que en vida llevó el nombre de Emiliano Zapata, con lo que se terminó el acto, dando fe el suscrito notario del referido cadáver. Actuaron como testigos de asistencia los señores Joaquín Flores G. y Javier del Rayo, y por sus generales todos dijeron ser: el Sr. Capitán Barrera y Gaona, casado, de veintiséis años de edad, militar; el Sr. Olivares, casado, de treinta años de edad, empleado; el Sr. Jáuregui, de veinticinco años, soltero, agricultor, y todos de esta vecindad, menos el señor Rico que vive en la hacienda de Tenango, distrito de Jonacatepec, estado de Morelos. El señor Flores G., casado, empleado, de treinta y tres años de edad, y el Sr. Rayo, soltero, de veintitrés años de edad, empleado, y ambos con domicilio en el hotel Providencia. Leída que les fue a los comparecientes y testigos la presente acta, y estando conformes con su contenido que se les explicó, así como su fuerza legal, firmaron hoy, día de su fecha, a las once y treinta minutos de la noche. Doy Fe, Ignacio Barrera y Gaona, Olivares, José Rico, E. Jáuregui, J. del Rayo, J. Flores G. -Rúbricas- autorizó esta acta en Cuautla, Morelos, a once de abril de 1911: Doy Fe, M.O. Ruiz Sandoval. -Rúbrica- El Sello de Autorizar.

Hoy he extendido en el protocolo que es a mi cargo la siguiente acta: IDENTIFICACIÓN DEL CADÁVER del que en vida llevó el nombre de Emiliano Zapata y Fe de que: -Con fundamento en la fracción 31, inciso segundo, artículo 14 de la Ley del Timbre en vigor, opino que debe causar estos timbres: Dos pesos por foja, en una foja $2.00- Cuautla, Morelos, 10 de abril de 1919. El Juez de primera instancia, M.O. Ruiz Sandoval. Rúbrica-El Sello de la notaría No.6.

El Administrador del Timbre en Cuautla, Morelos, certifica que con esta fecha, se pagaron dos pesos valor de las estampillas que fijaron y cancelaron en la presente nota firmada bajo la responsabilidad del Notario que la suscribe. Cuautla de Morelos, Abril 11 de 1919.El Administrador General del Timbre G. A. Baquedando. Rúbrica. El Sello de la administración federal del Timbre. Sacóse del registro de instrumentos públicos que es a mi cargo, como primer testimonio dejando agregada al apéndice del protocolo en el legajo correspondiente a esta acta bajo la letra A, la nota respectiva del timbre va en una foja y con los timbres de ley y se expide para la Secretaría General del Departamento de Administración Civil del Estado de Morelos. Corregido y copiado en prensa, Cuautla de Morelos, 11 de abril de 1919. Doy Fe. MO. RUIZ SANDOVAL.

Un sello que dice: Estado de Morelos. Juzgado de Primera Instancia, Secretario General del Departamento de Administración Civil del Estado de Morelos, Certifica que las firmas que calzan el documento anterior son del C. Licenciado Manuel Othón Ruiz Sandoval, Juez de Primera Instancia, encargado del protocolo de esta ciudad, y las que acostumbra usar en todos los documentos que autoriza.-Cuautla de Morelos, Abril 11 de 1919. El Secretario General del DEPARTMIENTO DE ADMINISTRACIÓN CIVIL DEL ESTADO, J. G. Aguilar. Rúbrica. Al fin un sello que dice: Gobierno Libre y Soberano de Morelos, Secretaría.

ACTA DE DEFUNCIÓN EXPEDIDA POR EL REGISTRO CIVIL DE LA CIUDAD DE CUAUTLA. En la heroica ciudad de Cuautla, Morelos a las 6 de la tarde del día 11 de abril de 1919, y ante mí el ciudadano Pedro Narváez Juez del Estado Civil de esta cabecera compareció el ciudadano Alberto Girela originario y vecino de esta ciudad, casado, comerciante, y artesano de cuarenta y cinco años de edad, manifiesta que el cadáver que se encuentra en el local de la inspección general de policía es el mismo del que en vida se llamó Emiliano Zapata, el que según parece falleció ayer a las 8 de la tarde a consecuencia de heridas producidas por arma de fuego, que lo conoce perfectamente porque era originario del pueblo de Anenecuilco municipalidad de Villa de Ayala, Estado de Morelos, casado, labrador, de 29 años de edad, hijo fue del difunto Gabriel Zapata y de la finada Cleofas Salazar, de Anenecuilco; se tuvo a la vista el certificado médico que se archivó con las anotaciones de ley, suscrito por el Dr. Miguel Loaiza, fueron testigos de esta acta el comparente y el Sr. Juan Bustamante, originario vecino de esta ciudad, casado, comerciante y mayor de edad. Se expidió la boleta para la inhumación del cadáver en fosa de primera clase (gratis) del panteón de (la) ciudad, y leída la presente acta a los que en ella intervinieron estuvieron conformes y firmando conmigo el suscrito Juez, Doy Fe E. R; a que (ilegible). El Juez del Registro Civil Pedro Narváez,(Rúbrica) Alberto Girela, (Rúbrica) Juan Bustamante, (Rúbrica) Luis de Alvarado, Secretario, (Rúbrica).

Casi 24 horas estuvo expuesto el cadáver de Emiliano Zapata y lo vieron no solamente los vecinos de Cuautla, sino los de los poblados inmediatos y muchas personas que se trasladaron a esa ciudad desde la capital. La tarde del sábado 12, la ciudad de Cuautla se animó en sus calles, pues todos los vecinos se dirigían a la plaza principal para presenciar el sepelio. La animación era callada; en los rostros se veía sorpresa en unos, y curiosidad en otros.

Ocho prisioneros rebeldes que militaban en las filas de Zapata, penetraron escoltados a la pequeña pieza donde el cuerpo, descompuesto ya, estaba listo para ser conducido al panteón municipal. Frente a la presidencia municipal, tres parientas del muerto llegadas de Anenecuilco, enlutadas, llorosas, visiblemente emocionadas; dudaban en presidir la fúnebre comitiva o en seguir separadamente al cortejo.

Con la presencia del General González y de otros jefes militares que hacían la campaña en contra del zapatismo en Morelos, se solucionó la incertidumbre, y aquellas mujeres, rodeadas por otras del pueblo, empezaron su callada marcha detrás del gentío que hacía imposible el tránsito por la ancha plazuela.

A esta comitiva la seguían fotógrafos llegados de la ciudad de México y se filmaban escenas de este acontecimiento para el primer noticiario cinematográfico de la capital.

En el panteón todo estaba listo para dar sepultura al cadáver; los enterradores, soga o pala en mano, cariacontecidos, se les veía preparados para su faena. La negra caja de caprichosos dibujos blancos que guardaba los restos del cabecilla Emiliano Zapata, bajó a la fosa en presencia del gentío que pugnaba por ocupar la parte delantera del numeroso grupo; algunas personas trepaban a las tumbas inmediatas para satisfacer su curiosidad e impedían que los deudos pudieran ver el resto de la operación.

Una anciana, la madre de Emiliano Zapata, más decidida que los demás, con los ojos inyectados y llorosos, se abre paso, y cogiendo un puñado de tierra fue la primera en depositar su ofrenda; temblorosa, pero enérgica, cumplió los propósitos inspirados en la vieja tradición.

(Nota: El autor de la biografía, Valentín López González, menciona
en el párrafo anterior -al parecer erróneamente- que la madre
de Emiliano Zapata lo visitó cuando éste murió.
Sin embargo, al inicio de la biografía menciona también que la madre
de Zapata murió cuando él tenía 16 años de edad.)

Los golpes sordos del martillo que aseguraba los clavos, las paladas de tierra que caían sobre el ataúd se escuchaban en medio de un silencio profundo. Los hombres que condujeron a Zapata al panteón eran ex zapatistas y veían el acto con incredulidad, formados de dos en fondo.

El General Pablo González y sus más cercanos colaboradores presenciaron el acto con sendas bolas de naftalina en la nariz, porque el cadáver despedía ya pútridas emanaciones. Eran las 18 horas.

El sepulturero, con la boleta municipal en la mano, ratificó la localización de la fosa. Zapata quedó al extremo noroeste del panteón, en la segunda hilera de mausoleos en la primera clase; y se identificaba el lugar por un guayabo que erguía su frondosa ramazón en el costado izquierdo de la cabecera de la tumba. La gente regresa al centro de la población, unos iban silenciosos, los más comentando el triste fin de Emiliano, el inculto sembrador; el célebre Atila del Sur.

Aquel pueblo que tanto sufrió por la rebeldía zapatista parecía experimentar, dos horas después, no una indiferencia sino una calma que se confundía con la diversión en la plaza al escuchar la banda militar o jugando a la lotería de cartón, o tomando nieve para mitigar la sed y calmar el calor regional de la noche.

Emiliano Zapata, ese mismo día se convirtió en una leyenda. La historia del lunar de bola que se comentaba no tenía el cadáver de Zapata y que habría de servir para la identificación que hizo Jáuregui y que al principio negó caprichosamente, después, aquellos que negaban su existencia, la confirmaron: ¡Era Emiliano Zapata!

Las dudas no aparecían por ninguna parte; todos confirmaban la declaración de Jáuregui, general zapatista rendido, que reconoció a su antiguo jefe. Éste fue fusilado el día 14 en el panteón municipal por un pelotón de soldados carrancistas.

El mismo 10 de abril de 1919, el secretario particular de Emiliano Zapata; Salvador Reyes Avilés, desde el campo revolucionario en Los Sauces, daba a conocer el parte oficial de la tragedia al General Gildardo Magaña, y un día más tarde este mismo general desde su campamento en Tochimilco; estado de Puebla, hizo circular entre todos los sobrevivientes del zapatismo la carta que transcribimos:

Al C. General Francisco Mendoza, Su Campamento. Víctima de la más negra de todas las traiciones, cayó ayer, gloriosamente, atravesado por las cobardes balas enemigas, nuestro inolvidable y heroico General en Jefe, don Emiliano Zapata. Que las maldiciones de todos los buenos mexicanos, de los que hayan sabido comprender la grandiosa obra del más grande y desinteresado revolucionario mexicano, caigan sobre los nombres maldecidos y malditos de los cobardes asesinos.

Hoy, más que nunca, los que bajo las órdenes del ya glorioso Emiliano Zapata seguimos su ejemplo de patriotismo y de profundo amor al pueblo, tenemos la sagrada obligación, el ineludible deber de continuar la lucha, con mayores bríos, con más fe, con más grandes ardimientos en contra del enemigo carrancista que ya para siempre manchó su nombre con el lodo de la traición.

Para tratar, pues, sobre la mejor manera dc continuar cumpliendo con nuestros deberes de revolucionarios y de hombres, este Cuartel General ha acordado convocar a una junta de Generales, Jefes y Oficiales del Ejército Libertador, que tendrá verificativo en esta plaza, a la mayor brevedad posible, es decir, tan luego como estén reunidos los principales miembros del Ejército.

Estimando que usted comprenderá la urgencia de verificar dicha junta, he de merecerle que lo antes posible, se sirva pasar a este Cuartel General acompañado de sus jefes, subordinados y de los compañeros que operen por esa zona. Lo que comunico a usted para su inteligencia y efectos, reiterándole mis consideraciones y aprecio distinguido. Reforma; Libertad, Justicia y Ley. Tochimilco, a 11 de abril de 1919. El General Magaña.

El día 12 de abril se publicó en El Universal la felicitación de don Venustiano Carranza al General Pablo González.

Del Palacio Nacional de México, el 11 de abril de 1919. Señor General de División; don Pablo González. Cuautla, Morelos. Con satisfacción me enteré del parte que me rinde usted en su mensaje de anoche, comunicándome la muerte del cabecilla Emiliano Zapata, como resultado del plan que llevó a cabo con todo efecto el coronel Jesús M. Guajardo. Lo felicito por este importante triunfo que ha obtenido el Gobierno de la República con la caída del jefe de la revuelta en el sur, y por su conducto, al coronel Guajardo y a los demás jefes; oficiales y tropa que tomaron participación en ese combate; los felicito por el mismo hecho de armas; y atendiendo a la solicitud de usted, he dictado acuerdo a la Secretaría de Guerra y Marina para que sean ascendidos al grado inmediato el coronel Jesús M. Guajardo y los demás jefes y oficiales que a sus órdenes operaron en este encuentro, y cuya lista deberá usted remitir a la propia Secretaría del estado. Salúdolo afectuosamente. V. Carranza.

La tarde del 14 de abril, el General Juan Barragán, jefe del Estado Mayor Presidencial contestó por escrito las preguntas formuladas por los representantes de la prensa nacional. El interrogatorio versaba sobre diversos asuntos de carácter militar, fue publicado por los diarios capitalinos, el día 15. El General Juan Barragán entregó el siguiente boletín autorizado con su firma:

"- ¿Es verdad, señor general, que la situación militar reinante en Chihuahua ha empeorado durante los últimos días y que el tráfico ferrocarrilero está interrumpido desde el domingo último?

- No es exacto que la situación en Chihuahua sea delicada, pues al contrario está mejorando cada día más; el tráfico ferrocarrilero está al corriente y solo el telégrafo es interrumpido con frecuencia dada la extensa zona de aquel estado.

-¿Cuál es el resultado de la conferencia entre el señor Presidente de la República y el general Fortunato Zuazua? ¿Es verdad que el general Zuazua no regresará a Chihuahua?

-El general Zuazua todavía no habla con el señor Presidente y no sé si volverá a Chihuahua o se le dará otra comisión.

-Varios periódicos han afirmado que el señor Presidente ha recibido numerosas protestas de altos jefes del ejército por el ascenso acordado a favor del Coronel Jesús M. Guajardo. - ¿Qué hay de cierto?

-El señor Presidente de la República ha recibido muchas felicitaciones por la muerte del cabecilla Emiliano Zapata y en todo el ejército ha producido buena impresión el ascenso acordado en favor del valiente coronel Guajardo. Palacio Nacional, México, Distrito Federal. 15 de abril de 1919. El general en Jefe de Estado Mayor, J. Barragán.

EL PARTE OFICIAL DEL CORONEL GUAJARDO.

La confirmación de las noticias de EXCÉLSIOR se puede ver en el siguiente parte oficial, que el hoy general Guajardo rinde a la Jefatura de Operaciones: Al margen un sello que dice: Ejército Nacional Cincuenta Regimiento de Caballería, Comandancia: Tengo la honra de Informar de las operaciones llevadas a cabo durante los días del 8 al 10 de los corrientes:

Día 8.- Habiendo recibido las últimas instrucciones del ciudadano general en jefe del Cuerpo de Ejército de Operaciones del Sur, don Pablo González y salí de ésta con mi escolta rumbo a Chinameca, a las 8:15 A.M., llegando a Moyotepec a las 11 del mismo día; donde me esperaba una escolta de cincuenta hombres, al mando de un capitán 2o.(Segundo), saliendo de dicho punto y llegando a Chinameca a las 3 P.M. "Se procedió desde luego a comunicarme con Emiliano Zapata por conducto del llamado general y licenciado Feliciano Palacios, secretario del mencionado Zapata, quien tenía algunos días de estar en nuestro destacamento, ultimando los arreglos para que yo y mi gente desconociéramos al Supremo Gobierno, recibiendo más tarde instrucciones.

Día 9.- A la una de la mañana de este día, y al frente de mi gente montada, armada y perfectamente municionada, dejamos la hacienda de Chinameca saliendo rumbo a la Estación de Huichila, estando en aquel lugar a las 7 A.M., dándose forraje a la caballada y recibiendo las últimas instrucciones para el ataque a Jonacatepec, tomando ese rumbo a las 9 y llegando a un kilómetro antes de dicha plaza a las 12:45 P.M., donde me esperaba la gente que, de acuerdo conmigo, llevaba el ciudadano capitán 1o. (Primero) Salgado, del 66 regimiento. Desde luego se procedió al ataque y toma de dicha plaza, combatiendo media hora, lugar en que perdimos dos individuos de tropa que murieron en el combate que se libró.

A las,4 P.M., salí de Jonacatepec encontrándome Emiliano Zapata por primera vez, adelante de la Estación Pastor, llevando éste número aproximado de 600 hombres. Fui recibido perfectamente por el cabecilla suriano, quien manifestó deseos de conocer a mi oficialidad la que en seguida le fue presentada; a continuación de esto fui, invitado para pasar a Tepalcingo, lo que acepté llevando mis fuerzas, pernoctando en ese lugar, donde existía un número de zapatistas aproximado a mil trescientos.

A las 8 A.M. Zapata, con sus fuerzas compuestas aproximadamente de cuatrocientos hombres, entró a este punto comunicándome que fuerzas constitucionalistas en número de tres mil avanzaban con objeto de atacarnos; a la vez, daba órdenes a otras fuerzas de él para que salieran a combatirlas y dándome órdenes a mí para que permaneciera en mi lugar, posesionándose Emiliano con su escolta en la Piedra Encimada, para repeler un ataque.

A partir de esta hora llegaron los llamados generales Castrejón, Zeferino Ortega, Lucio Bastida, Gil Muñoz y Jesús Capistrán, llevando consigo un número de fuerzas aproximada a dos mil quinientos hombres.

A la 1 :30 P.M. me encontraba en la hacienda con Castrejón, Palacios, Bastida y otro general cuyo nombre no recuerdo, el cual salió a llamar a Emiliano Zapata, llegando el ciudadano capitán Salgado en ese momento.

A las 2 P.M., Zapata venía acompañado de cien hombres para entrar a la hacienda. Estando preparada de antemano la guardia para que a la entrada de éste hicieran honores y a la vez la orden para que a la segunda llamada de honor hicieran fuego sobre el cabecilla, estando el resto de la fuerza arreglada y dispuesta a combatir, dando por resultado que a las dos y diez minutos de la tarde se presentó ante el cuerpo de guardia ejecutándose lo dispuesto y quedando muertos el propio Emiliano Zapata, Zeferino Ortega, Gil Muñoz y otros generales y tropa que no se pudo identificar, habiéndose hecho bajas entre muertos y heridos en número aproximado de 30 hombres.

En los mismos momentos yo en persona hacía fuego a Palacios, Castrejón y Bastida quedando muertos en el acto. A la vez hago constar que el ciudadano capitán 1o. (Primero) Salgado, que había permanecido a mi lado salió en el preciso momento de las descargas, regresando instantes después. Ya dispuesta una fuerza montada, se procedió a hacer la persecución del enemigo por distintos rumbos hasta dispersarlos completamente, haciéndole gran número de bajas entre muertos y heridos, contándose entre estos últimos el llamado general Capistrán.

Una hora después, con objeto de conducir el cadáver de Zapata se tocó Bota Silla y media hora más tarde, 4 P.M., salí de la hacienda con la fuerza de mi mando, rumbo a Cuautla, lugar donde llegamos a las 9:10 PM, haciendo entrega de dicho cadáver al ciudadano general en jefe del Cuerpo de Ejército de operaciones del Sur, como prueba de haber cumplido la orden en comisión que hacía sesenta horas me había confiado.

En el transcurso de este día a los anteriores, hubo por nuestra parte 16 dispersos. Tengo el honor, mi general, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto. Constitución y Reformas. Cuautla, Morelos, abril 15 de 1919. El coronel jefe del regimiento, Jesús M. Guajardo. Al C. general jefe del Cuerpo de Ejército de Operaciones del Sur.-Presente.

PARTE OFICIAL DE LA MUERTE DE ZAPATA DEL EJERCITO LIBERTADOR DEL SUR. Al margen: Ejército Libertador. Secretaría particular del ciudadano General en Jefe.- Al centro: Al G. Gral. Gildardo Magaña.-Cuartel General. Tengo la profunda pena de poner en el superior conocimiento de usted, que hoy, como a la una y media de la tarde, fue asesinado el C. General en jefe, Emiliano Zapata, por tropas del llamado coronel Jesús M. Guajardo, quien con toda premeditación, alevosía y ventaja, consumó la cobarde acción en San Juan Chinameca.-

Para que usted quede debidamente enterado del trágico suceso voy a relatar los siguientes detalles: Tal como se lo comunicó a usted oportunamente, en virtud de haber llegado hasta nosotros informes sobre la existencia de hondos disgustos entre Pablo González y Jesús Guajardo, el C. General Zapata se dirigió a éste último, invitándolo a que se uniera al movimiento revolucionario.

A esta carta contestó Guajardo manifestando estar dispuesto a colaborar al lado del jefe siempre que se le dieran garantías suficientes a él ya sus soldados. Con los mismos correos que pusieron esa carta en manos del jefe, éste contestó a Guajardo ofreciéndole toda clase de seguridades y felicitándolo por su actitud, ya que lo juzgaba hombre de palabra y caballero y tenía confianza en que cumpliría al pie de la letra sus ofrecimientos. Las negociaciones siguieron todavía en esa forma, es decir, llevadas por correspondencia y de toda la documentación adjunto a usted copias debidamente autorizadas. El día dos del actual, el ciudadano general en jefe dispuso, que para arreglar definitivamente el asunto pasara al cuartel de Guajardo, en San Juan Chinameca, el C. coronel Feliciano Palacios, quien permaneció aliado de Guajardo hasta ayer, a las cuatro de, la mañana, hora en que se nos incorporó y misma a la que, según nos dijo, marchaba Guajardo rumbo a Jonacatepec.

Aquí debo hacer mención de un hecho que hizo que el ciudadano general en jefe acabara de tener confianza en la sinceridad de Guajardo. Las versiones que circulaban en público, asegurando que Guajardo estaba en tratos para rendirse al ciudadano general Zapata, se acentuaron a tal grado, que varios vecinos de algunos pueblos que en esos días visitamos, pidieron al ciudadano general en jefe, que fuesen castigados los responsables de saqueos, violaciones, asesinatos y robos cometidos en dichos pueblos por gente de Victoriano Bárcenas, a la sazón bajo las órdenes de Guajardo.

En vista de esta justa petición, el ciudadano general Zapata se dirigió a Guajardo, por conducto de Palacios, pidiéndole hiciera la debida averiguación y procediera al castigo de los culpables. Guajardo, entonces, separó de entre los soldados de Bárcenas, a cincuenta y nueve hombres, que eran al mando del "general" Margarito Ocampo y del "coronel" Guillermo López, todos los cuales fueron pasados por las armas, por órdenes expresas de Guajardo, en un lugar llamado Mancornadero.

Esto sucedió ayer. Guajardo se encontraba en Jonacatepec, plaza que dijo había capturado al enemigo. Al saberlo nosotros nos dirigimos a Estación Pastor, y de allí, Palacios, por orden del jefe, escribió a Guajardo diciéndole que nos veríamos en Tepalcingo, lugar a donde iría el general Zapata con treinta hombres solamente, y recomendándole él hiciera otro tanto. El jefe mandó retirar su gente y con treinta hombres marchamos a Tepalcingo, donde esperamos a Guajardo.

Éste se presentó como a las cuatro de la tarde, pero no con treinta soldados, sino con seiscientos hombres de caballería y una ametralladora. Al llegar a Tepalcingo la columna, salimos a encontrarla. Allí nos vimos por primera vez con el que, al día siguiente, habría de ser el asesino de nuestro general en jefe, quien, con toda nobleza del alma, lo recibió con los brazos abiertos: Mi coronel Guajardo, lo felicito a usted sinceramente, le dijo sonriendo.

A las 10 P.M. salimos de Tepalcingo rumbo a Chinameca, a donde llegó Guajardo con su columna, mientras que nosotros pernoctamos en Agua de los Patos. Cerca de las ocho de la mañana bajamos a Chinameca. Ya allí, el jefe ordenó que su gente (ciento cincuenta hombres que se nos habían incorporado en Tepalcingo), formara en la plaza del lugar; mientras él, Guajardo; los generales Castrejón, Casales y Camaño, el coronel Palacios y el suscrito, nos dirigimos a lugar apartado para discutir planes de la futura campaña. Pocos momentos después empezaron a circular rumores de que el enemigo se aproximaba.

El jefe ordenó que el Cor. José Rodríguez (de su escolta), saliera con la gente a explorar rumbo a Santa Rita, cumpliéndose luego con esa orden. Después Guajardo dijo al jefe: Es conveniente, mi general, que salga usted por la 'Piedra Encimada', yo iré por el llano. El jefe aprobó, y con treinta hombres salimos al punto indicado.

Ya al marchar Guajardo, que había ido a ordenar a su gente, regresó diciendo: Mi general, usted ordena; ¿salgo con infantería o con caballería? El llano tiene muchos alambrados; salga usted con infantería, replicó el Gral. Zapata, y nos retiramos. En Piedra Encimada exploramos el campo y viendo que por ningún lado se notaba movimiento del enemigo, regresamos a Chinameca. Eran las doce y media de la tarde, aproximadamente.

El jefe había enviado al coronel Palacios a hablar con Guajardo, quien iba a hacer entrega de cinco mil cartuchos y llegando a Chinameca, inmediatamente preguntó por él. Se presentaron, entonces, el capitán Ignacio Castillo y un sargento y a nombre de Guajardo invitó Castillo al jefe para que pasara al interior de la hacienda, donde Guajardo estaba con Palacios arreglando la cuestión del parque.

Todavía departimos cerca de media hora con Castillo, y después de reiteradas invitaciones, el jefe accedió: Vamos a ver al coronel, que vengan nada más diez hombres conmigo, ordenó, y montando su caballo -un alazán que le obsequiara Guajardo el día anterior- se dirigió a la puerta de la hacienda. Lo seguimos diez, tal como él ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas.

La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de tal manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban armas descargaron dos veces sus fusiles, y nuestro general Zapata cayó para no levantarse más. Su fiel asistente, Agustín Cortés, moría al mismo tiempo. Palacios debe haber sido asesinado también, en el interior de la hacienda.

La sorpresa fue terrible. Los soldados del traidor Guajardo, parapetados en las alturas, en el llano, en la barranca, en todas partes, (cerca de mil hombres), descargaban sus fusiles sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil; de un lado éramos un puñado de hombres consternados por la pérdida del jefe, y del otro, un millar de enemigos que aprovechaban nuestro natural desconcierto para batimos encarnizadamente. Así fue la tragedia.

Así correspondió Guajardo, el alevoso, a la hidalguía de nuestro general en Jefe. Así murió Emiliano Zapata; así mueren los valientes, los hombres de pundonor, cuando los enemigos para enfrentarse con ellos, recurren a la traición y al crimen. Como antes digo a usted, mi general, adjunto copias debidamente autorizadas de todos los documentos relativos. y haciéndole presente mi honda y sincera condolencia, por la que nunca será bien sentida la muerte de nuestro ciudadano general en jefe, reitero a usted, mi general, las seguridades de mi subordinación y respeto. Reforma, Libertad, Justicia y Ley. Campamento revolucionario en Sauces, Estado de Morelos.-10 de abril de 1919.El secretario particular mayor, Salvador Reyes Avilés. (IMEZ).

Fuente: Diccionario Histórico y Biográfico de la Revolución Mexicana / Tomo IV
Biografía de Zapata: Páginas 699 a 706 / Muerte de Zapata: Páginas 681 a 697
Por Valentín López González
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana
México, 1991
http://200.39.200.70/zapata/biografias/lopezgonzalez.html


La Revolución Mexicana, etapas

Revolución Maderista (1910-1911)

El punto de partida del proceso revolucionario fueron las declaraciones realizadas por el presidente Díaz al periodista estadounidense Creelman en 1908, en las que afirmaba que el pueblo mexicano ya estaba maduro para la democracia y que él no deseaba continuar en el poder. Comenzó en el país una intensa actividad política y ese mismo año apareció el libro La sucesión presidencial en 1910, escrito por Francisco Ignacio Madero, que se convirtió en el manifiesto político de los grupos de oposición a la dictadura: las clases medias, los campesinos y los obreros, contrarios a la reelección de Díaz para un nuevo mandato presidencial, pero también opuestos a las costumbres aristocráticas y al afrancesamiento dominante, a la política económica del colonialismo capitalista y a la falta de libertades políticas bajo el régimen dictatorial.

En abril de 1910 Madero fue designado candidato a la presidencia por el Partido Nacional Antirreeleccionista, fundado un año antes con un programa a favor del sufragio efectivo y la no reelección, pero sin claros contenidos sociales y económicos. En mayo del mismo año se produjo en Morelos la insurrección de Emiliano Zapata al frente de los campesinos, que ocuparon las tierras en demanda de una reforma agraria. Díaz fue reelegido para un séptimo mandato y Madero intentó negociar con él para obtener la vicepresidencia de la República, pero fue encarcelado por el dictador en Monterrey el 6 de junio, aunque poco después obtuvo la libertad y escapó a San Antonio (Texas). El 15 de octubre de 1910, Madero y sus colaboradores acordaron el Plan de San Luis, que llamó a la insurrección general y que logró el apoyo de los campesinos al incluir en el punto tercero algunas propuestas de solución al problema agrario. El 20 de noviembre se produjo la insurrección de Francisco (Pancho) Villa y Pascual Orozco en Chihuahua, pronto secundada en Puebla, Coahuila y Durango. En enero de 1911 los hermanos Flores Magón se alzaron en la Baja California y los hermanos Figueroa en Guerrero.

Pese al fracaso de Casas Grandes, en marzo de ese mismo año, el 10 de mayo los revolucionarios ocuparon Ciudad Juárez, donde se firmó el tratado por el que se acordaba la dimisión de Díaz, que salió del país el 26 de mayo siguiente, y el nombramiento como presidente provisional del antiguo colaborador de la dictadura, Francisco León de la Barra, que conservó a los funcionarios y militares adictos a Díaz.

Presidencia de Madero (1911-1913)

El gobierno procedió al desarme de las fuerzas revolucionarias, pero los zapatistas se negaron a ello, exigiendo garantías de que serían atendidas sus demandas en favor de una solución para el problema agrario. El general Victoriano Huerta combatió a los zapatistas del estado de Morelos en los meses de julio y agosto de 1911, los derrotó en Cuautla y los obligó a refugiarse en las montañas de Puebla. Sin embargo, en las elecciones presidenciales resultó elegido Madero, que tomó posesión de su cargo el 6 de noviembre de 1911, pero que no logró alcanzar un acuerdo con Zapata ni con otros líderes agrarios por su falta de sensibilidad para resolver los problemas sociales planteados por el campesinado.

El 25 de noviembre Zapata proclamó el Plan de Ayala, en el que se proponía el reparto de tierras y la continuación de la lucha revolucionaria. Orozco, tras ser nombrado por los agraristas jefe supremo de la revolución, se sublevó en Chihuahua en marzo de 1912, y otro tanto hicieron los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz en Nuevo León y Veracruz respectivamente. El Ejército federal, al mando de Prudencio Robles y Victoriano Huerta, reprimió con dureza los levantamientos, estableciendo campos de concentración, quemando aldeas y ejecutando a numerosos campesinos. En la ciudad de México tuvo lugar en febrero de 1913 la que se denominó Decena Trágica, enfrentamiento entre los insurrectos y las tropas del general Huerta, que causó alrededor de 2.000 muertos y 6.000 heridos. Con la insólita mediación del embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, el general Huerta llegó a un acuerdo con el general Díaz, destituyó a Madero y se autoproclamó presidente el 19 de febrero de 1913. Cuatro días después el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados por órdenes de Huerta.

La Revolución Constitucionalista (1913-1914)

El gobierno de Huerta no fue reconocido por el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, quien el 26 de marzo de 1913 proclamó el Plan de Guadalupe, bandera de la revolución constitucionalista, por el que se declaraba continuador de la obra de Madero y procedía a la formación del Ejército constitucionalista, al que no tardaron en sumarse el coronel Álvaro Obregón en Sonora, y Pancho Villa en el norte, mientras Zapata volvía a dominar la situación en el sur y este del país. La oposición a Huerta en la capital se realizó a través de la Casa del Obrero Mundial, de tendencia anarquista y defensora de las clases obreras urbanas, pero cercana a los planteamientos agrarios del movimiento zapatista, al que dotaron de una ideología más definida, y del lema "Tierra y Libertad", que los alejaba tanto de Huerta como de Carranza. Las tropas constitucionalistas, formadas por campesinos y gentes del pueblo, derrotaron al Ejército federal por todo el territorio nacional: Villa ocupó Chihuahua y Durango con la División del Norte; Obregón venció en Sonora, Sinaloa y Jalisco con el Cuerpo de Ejército del Noroeste; y Estados Unidos, tomando partido por los oponentes a Huerta, hizo desembarcar su infantería de Marina en Veracruz el 21 de abril de 1914. Después del triunfo constitucionalista en Zacatecas el 24 de junio de ese mismo año y la ocupación de Querétaro, Guanajuato y Guadalajara, Huerta presentó la dimisión el 15 de julio siguiente y salió del país. En el Tratado de Teoloyucan se acordó la disolución del Ejército federal y la entrada de los constitucionalistas en la capital, que se produjo el 15 de agosto de 1914.

El Triunfo de Carranza (1914-1919)

Pronto surgieron diferencias entre los revolucionarios, divididos en tres grupos: los villistas, que ofrecían un programa político y social poco definido; los zapatistas, que mantenían los principios formulados en el Plan de Ayala; y los carrancistas, vinculados a la burguesía y deseosos de preservar los beneficios obtenidos por los generales, empresarios y abogados adictos a Carranza. En la Convención de Aguascalientes, en noviembre de 1914, se acordó el cese de Carranza como jefe del Ejército constitucionalista y de Villa como comandante de la División del Norte, así como el nombramiento de Eulalio Gutiérrez como presidente provisional. Carranza se trasladó a Veracruz, Gutiérrez llevó el gobierno a San Luis Potosí y la ciudad de México quedó en poder de Villa y Zapata, cuya colaboración inicial terminó un mes más tarde con la salida de ambos de la capital y la reanudación de las hostilidades.

Con los decretos de finales de 1914 y la Ley Agraria de enero de 1915, Carranza ganó para su causa a amplios sectores de la población, mientras los ejércitos carrancistas al mando del general Obregón ocuparon Puebla el 4 de enero de 1915 y derrotaron a Villa en Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes, entre abril y julio del mismo año, por lo que Estados Unidos reconoció al gobierno de Carranza en el mes de octubre. Villa inició en el norte una guerra de guerrillas y trató de crear conflictos internacionales con Estados Unidos, cuyo gobierno, en 1916, envió tropas en su persecución, aunque éstas no lograron capturarlo. En el sur, Zapata realizó repartos de tierras en Morelos y decretó algunas medidas legales para intentar consolidar las reformas agrarias y las conquistas sociales logradas, pero también los zapatistas fueron derrotados por las tropas constitucionalistas al mando de Pablo González y obligados, entre julio y septiembre de 1915, a replegarse a las montañas.

En septiembre de 1916, Carranza convocó un Congreso Constituyente en Querétaro, donde se elaboró la Constitución de 1917, que consolidaba algunas de las reformas económicas y sociales defendidas por la revolución, en especial la propiedad de la tierra, la regulación de la economía o la protección de los trabajadores. En las elecciones posteriores, Carranza fue elegido presidente de la República y tomó posesión de su cargo el 10 de mayo de 1917. Zapata mantuvo la insurrección en el sur hasta que, víctima de una traición preparada por Pablo González, cayó en una emboscada en la hacienda de San Juan Chinameca, donde el 10 de abril de 1919 fue asesinado.

Fuente: www.gratisweb.com/ladron16/revmex02.htm


Asesinato del general Zapata

Por Sarah Jiménez, publicado en Liberación, 1979

La dominación española concentró en la Ciudad de México una buena parte de sus objetivos y no sólo no se preocupó por crear una agricultura superior a la que habían desarrollado las razas autóctonas, sino que impidió el desarrollo de cultivos intensivos coma la vid, el olivo y la morera. La dominación feudal española sólo se interesó en la extracción de minerales y toleró la existencia de las grandes masas indígenas, porque éstas eran necesarias para sus explotaciones y para edificar templos.
La guerra de independencia sorprende a México con una gran población que -según se calcula- ascendía a 6 millones 500 mil habitantes, de los cuales más de la mitad eran indígenas. Gran parte del siglo XIX transcurre en el fragor de batallas armadas y luchas políticas que culminan con la instauración de la dictadura porfirista, que abre las puertas al capital extranjero.
Aun cuando tal penetración debió significar un adelanto en el desarrollo material colectivo, no modificó en un ápice la condición de vida de las grandes masas nacionales.
La mayor parte de los mexicanos continuó confiando la subsistencia a la explotación de una tierra empobrecida por el monocultivo y con una superficie insuficiente.
En las postrimerías de la dictadura porfirista, la mayoría de ellos vivía dentro de los dominios de las grandes haciendas, de donde resulta fácil colegir el peso de la hegemonía política de los hacendados, que constituían la base del régimen porfirista.
Ante tal estado de cosas, resulta natural que una de las características esenciales de la revolución iniciada en 1910 haya sido su inconfundible carácter popular agrarista y, como es sabido, el representante más genuino del levantamiento fue un campesino llamado Emiliano Zapata, que había sufrido en carne propia el rigor de la explotación a que estaban sometidos los campesinos de entonces.
Aproximarse al multiforme recuerdo de Zapata implica advertir el magnetismo que originó su gran fama popular, aun cuando los intereses a la sazón en pugna prohijaron una leyenda tenebrosa en torno al caudillo. En efecto, en vida se le tildó de bandido y, para ello, se le describió como un asesino torvo, incendiario e infrahumano, igual que el Atila asiático. Sólo el tiempo y su conducta habrían de desvanecer la negra leyenda que lo acompañó.
Zapata dio respuesta inmediata a los insultos y calumnias; en nombre de sus huestes, replicó dignamente que bandido era el despojador y no el despojado. Se adhirió a la Revolución, apoyando el Plan de San Luis en consideración al contenido agrario del documento, pero más tarde rompió con Madero impulsado por su radicalismo que le impidió aceptar los puntos de aquél.
El Plan de Ayala, expedido por Emiliano Zapata, ratificó la necesidad de restituir las tierras a los campesinos y recomendó la expropiación como procedimiento para el cambio, postulando como inaplazable la evidente necesidad de dotar de tierras al pueblo mexicano a efecto de que formara ejidos, en virtud de que el campesino no poseía más tierra que la que pisaba.
Planteada la escisión entre los revolucionarios, Zapata conservó sus principios con inquebrantable firmeza. Su principal virtud consistió en asumir la resistencia, cualidad que lo asemeja a otros próceres mexicanos como Vicente Guerrero -quien con tal atributo logró participar en la consumación de la Independencia- y Benito Juárez, que, gracias a la fortaleza en la resistencia, supo reconquistar, para México, la soberanía.
Zapata rehusó vincularse a Carranza, pero fincó su alianza con Villa, aun cuando entre las aspiraciones zapatistas continuaba ocupando lugar prioritario la vindicación de los campesinos y la restitución de sus tierras.
En lo que concierne a calidad de ideas y temple de ánimo, no se encontraba a la zaga de ninguno de los combatientes de su tiempo. Revolucionario triunfante a veces, fracasado otras, fue implacablemente combatido y perseguido, porque nunca renunció a sus convicciones.
El 11 de abril de 1919, conoció la Ciudad de México la noticia de que, el día anterior, el líder agrarista Emiliano Zapata había sido muerto. Se informó que había encontrado su fin en un combate; sin embargo, se deslizaron palabras que contradecían tal versión y que ponían en entredicho el combate pregonado, esto es, Zapata -se empezó a decir- había caído en virtud de planes especiales. A partir de entonces, se ha tratado de desentrañar y aclarar esos planes.
Los planteamientos iniciales fueron entonces: ¿quién los planeó? y ¿por orden de quién se realizó?
El estigma de los que cometieron traición ha recaído tanto en Venustiano Carranza, Presidente Constitucional en ese entonces, y en Pablo González, encargado de la campaña militar en el Estado de Morelos, el cual había pretendido desde antes pacificarlo con violencia, pese a que allí existía un núcleo muy principal de revolucionarios que peleaban y resistían en nombre de la causa agraria. Pero Pablo González, que fue insensible a esta causa, no pudo aplacar a estas huestes revolucionarias zapatistas, que por lo demás tenían por aliado a un ambiente geográfico exuberante y palúdico que cubría las retiradas y ocultaba las derrotas en las escaramuzas; que contaba con una población civil que los protegía de todas las maneras posibles de las acechanzas militaristas y que, siempre que podían, hostilizaban de todas las maneras posibles a los intrusos.
La realidad era que a pesar de la superioridad militar y a pesar de la implacable persecución no se había logrado derrotarlo ni mucho menos detenerlo. Por eso, ideo asesinarlo y para tal efecto se sirvió del coronel Jesús Guajardo. Tales acciones se desarrollaron con singular precisión.
Es sabido que Guajardo simuló un distanciamiento con las fuerzas constitucionalistas, al mismo tiempo que anunciaba públicamente su disposición para pasarse al bando zapatista. Visto con desconfianza, pero necesitado de hombres, puso a prueba al mencionado coronel pidiéndole que le entregara algunos zapatistas que antes se habían rendido a Carranza. Los jefes constitucionalistas aceptaron tal solicitud y Guajardo mismo aceptó la orden de Zapata de atacar la plaza de Jonacatepec. El mencionado ataque fue un verdadero simulacro. El engaño continuó cuando como prueba de amistad le regaló un caballo que debió ser de finísima calidad para que Zapata lo aceptara. Así, desaparecieron todas las reticencias de éste. Creyó que los propósitos de Guajardo eran auténticos y que no escondía traición alguna.
Sorteadas las pruebas, hubo de venir el acercamiento personal entre ambos personajes, el cual se concretó el 9 de abril de 1919. Al día siguiente, en ocasión de una visita que debería hacer Zapata a Guajardo, el clarín que rindió honores al jefe fue al mismo tiempo la contraseña para disparar sobre él y sus acompañantes. Zapata cayó asesinado en una emboscada, pero ésta fue presentada como combate por los documentos oficiales.
Por la consumación del plan traidor, El Universal felicitó efusivamente a Pablo González y a Jesús Guajardo y, asimismo, profetizó el fin del zapatismo. A su vez, por tales maniobras y su éxito, el presidente de la república, Venustiano Carranza, felicitó a González y ascendió al generalato a Guajardo, a quien entregó un premio de 50 mil pesos oro.
Lo anterior prueba que Carranza estuvo de acuerdo con tales procedimientos. Parlamentarios como José María Lozano y Querido Moheno, brillantes papagayos que habían servido al régimen de Huerta, también se alegraron expresando que la muerte de Zapata era una victoria para el orden constitucional.
En esta falta de sensibilidad para entender lo que representaba Zapata, radicó la debilidad de la Revolución, puesto que no se entendió su lucha ni sus esfuerzos a favor del campesinado. Esta falta de entendimiento costó al pueblo mexicano enormes sacrificios para llegar a hacer valer sus verdaderas aspiraciones que sólo el movimiento zapatista supo interpretar en aquellos días.
A pesar de tales confusiones en el campo revolucionario, jamás dejó de brillar la actividad y el pensamiento de Zapata, el cual llegó incluso a identificar la causa del México revolucionario con la causa de Rusia, entendiendo que ambas representaban la causa de la humanidad y el interés supremo de todos los pueblos oprimidos.
Su memoria pertenece al pueblo, que lo canta en corridos. Ingenuamente, en los campos de Morelos, dicen que no ha muerto, que se le ve cabalgando en las serranías de la región, que los acompaña, los guía y los protege.
Mas tales versiones no alteran la fuerza de la realidad histórica, pero la enriquecen con sus términos y la embellecen con su intención.

Fuente: www.lafogata.org


Texto del Plan de Ayala

Plan libertador de los hijos del Estado de Morelos, afiliados al Ejército Insurgente que defiende el cumplimiento del Plan de San Luis, con las reformas que ha creído conveniente aumentar en beneficio de la Patria Mexicana.

Los que subscribimos, constituidos en Junta Revolucionaria para sostener y llevar a cabo las promesas que hizo la Revolución de 20 de noviembre de 1910, próximo pasado, declaramos solemnemente ante la faz del mundo civilizado que nos juzga y ante la Nación a que pertenecemos y amamos, los propósitos que hemos formulado para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria de las dictaduras que se nos imponen las cuales quedan determinadas en el siguiente Plan:

1º. Teniendo en consideración que el pueblo mexicano, acaudillado por don Francisco I. Madero, fue a derramar su sangre para reconquistar libertades y reivindicar derechos conculcados, y no para que un hombre se adueñara del poder, violando los sagrados principios que juró defender bajo el lema de "Sufragio Efectivo y No Reelección", ultrajando así la fe, la causa, la justicia y las libertades del pueblo; teniendo en consideración que ese hombre a que nos referimos es don Francisco I. Madero, el mismo que inició la precitada revolución, el que impuso por norma gubernativa su voluntad e influencia al Gobierno Provisional del ex Presidente de la República licenciado Francisco L. de la Barra, causando con este hecho reiterados derramamientos de sangre y multiplicadas desgracias a la Patria de una manera solapada y ridícula, no teniendo otras miras, que satisfacer sus ambiciones personales, sus desmedidos instintos de tirano y su profundo desacato al cumplimiento de las leyes preexistentes emanadas del inmortal Código de 57 escrito con la sangre de los revolucionarios de Ayutla.

Teniendo en cuenta: que el llamado Jefe de la Revolución Libertadora de México, don Francisco I. Madero, por falta de entereza y debilidad suma, no llevó a feliz término la Revolución que gloriosamente inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en pie la mayoría de los poderes gubernativos y elementos corrompidos de opresión del Gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, que no son, ni pueden ser en manera alguna la representación de la Soberanía Nacional, y que, por ser acérrimos adversarios nuestros y de los principios que hasta hoy defendemos, están provocando el malestar del país y abriendo nuevas heridas al seno de la Patria para darle a beber su propia sangre; teniendo también en cuenta que el supradicho señor don Francisco I. Madero, actual Presidente de la República, trata de eludirse del cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación en el Plan de San Luis Potosí, siendo las precitadas promesas postergadas a los convenios de Ciudad Juárez; ya nulificando, persiguiendo, encarcelando o matando a los elementos revolucionarios que le ayudaron a que ocupara el alto puesto de Presidente de la República, por medio de las falsas promesas y numerosas intrigas a la Nación.

Teniendo en consideración que el tantas veces repetido Francisco I. Madero, ha tratado de ocultar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas en la Revolución, llamándoles bandidos y rebeldes, condenandolos a una guerra de exterminio, sin conceder ni otorgar ninguna de las garantías que prescriben la razón, la justicia y la ley; teniendo en consideración que el Presidente de la República Francisco I. Madero, ha hecho del Sufragio Efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo, en la Vicepresidencia de la República, al licenciado José María Pino Suárez, o ya a los gobernadores de los Estados, designados por él, como el llamado general Ambrosio Figueroa, verdugo y tirano del pueblo de Morelos; ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico, hacendados-feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución proclamada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y seguir el molde de una nueva dictadura más oprobiosa y más terrible que la de Porfirio Díaz; pues ha sido claro y patente que ha ultrajado la soberanía de los Estados, conculcando las leyes sin ningún respeto a vida ni intereses, como ha sucedido en el Estado de Morelos y otros conduciéndonos a la más horrorosa anarquía que registra la historia contemporánea. Por estas consideraciones declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la voluntad del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar y por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la Patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades, a fin de complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan y desde hoy comenzamos a continuar la Revolución principiada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.

2º. Se desconoce como Jefe de la Revolución al señor Francisco I. Madero y como Presidente de la República por las razones que antes se expresan, procurándose el derrocamiento de este funcionario.

3º. Se reconoce como Jefe de la Revolución Libertadora al C. general Pascual Orozco, segundo del caudillo don Francisco I. Madero, y en caso de que no acepte este delicado puesto, se reconocerá como jefe de la Revolución al C. general don Emiliano Zapata.

4º. La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la Nación, bajo formal protesta, que hace suyo el plan de San Luis Potosí, con las adiciones que a continuación se expresan en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios que defienden hasta vencer o morir.

5º. La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos no admitirá transacciones ni componendas hasta no conseguir el derrocamiento de los elementos dictatoriales de Porfirio Díaz y de Francisco I. Madero, pues la Nación está cansada de hombres falsos y traidores que hacen promesas como libertadores, y al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.

6º. Como parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados por mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en las manos, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derechos a ellos, lo deducirán ante los tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.

7º. En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no són mas dueños que del terreno que pisan sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura, por estar monopolizadas en unas cuantas manos, las tierras, montes y aguas; por esta causa, se expropiarán previa indemnización, de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellos a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.

8º. Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y las dos terceras partes que a ellos correspondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y huérfanos de las víctimas que sucumban en las luchas del presente Plan.

9º. Para ejecutar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se aplicarán las leyes de desamortización y nacionalización, según convenga; pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez a los bienes eclesiásticos, que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han querido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y el retroceso.

10º. Los jefes militares insurgentes de la República que se levantaron con las armas en las manos a la voz de don Francisco I. Madero, para defender el Plan de San Luis Potosí y que se opongan con fuerza al presente Plan, se juzgarán traidores a la causa que defendieron y a la Patria, puesto que en la actualidad muchos de ellos por complacer a los tiranos, por un puñado de monedas o por cohechos o soborno, están derramando la sangre de sus hermanos que reclaman el cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación don Francisco I. Madero.

11º. Los gastos de guerra serán tomados conforme al artículo XI del Plan de San Luís Potosí, y todos los procedimientos empleados en la Revolución que emprendemos, serán conforme a las instrucciones mismas que determine el mencionado Plan.

12º. Una vez triunfante la Revolución que llevamos a la vía de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios de los diferentes Estados, nombrará o designará un Presidente interino de la República, que convocará a elecciones para la organización de los poderes federales.

13º. Los principales jefes revolucionarios de cada Estado, en junta, designarán al gobernador del Estado, y este elevado funcionario, convocará a elecciones para la debida organización de los poderes públicos, con el objeto de evitar consignas forzosas que labren la desdicha de los pueblos, como la conocida consigna de Ambrosio Figueroa en el Estado de Morelos y otros, que nos condenan al precipicio de conflictos sangrientos sostenidos por el dictador Madero y el círculo de científicos hacendados que lo han sugestionado.

14º. Si el presidente Madero y demás elementos dictatoriales del actual y antiguo régimen, desean evitar las inmensas desgracias que afligen a la patria, y poseen verdadero sentimiento de amor hacia ella, que hagan inmediata renuncia de los puestos que ocupan y con eso, en algo restañarán las graves heridas que han abierto al seno de la Patria, pues que de no hacerlo así, sobre sus cabezas caerán la sangre y anatema de nuestros hermanos.

15º. Mexicanos: considerad que la astucia y la mala fe de un hombre está derramando sangre de una manera escandalosa, por ser incapaz para gobernar; considerad que su sistema de Gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta de las ballonetas nuestras instituciones; así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al Poder, las volvemos contra él por faltar a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la Revolución iniciada por él; no somos personalistas, ¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!

Pueblo mexicano, apoyad con las armas en las manos este Plan, y hareis la prosperidad y bienestar de la Patria.

Libertad, Justicia y Ley. Ayala, Estado de Morelos, noviembre 25 de 1911.

General en jefe, Emiliano Zapata, rúbrica. Generales: Eufemio Zapata, Francisco Mendoza, Jesús Navarro, Otilio E. Montaño, José Trinidad Ruiz, Próculo Capistrán, rúbricas. Coroneles: Pioquinto Galis, Felipe Vaquero, Cesáreo Burgos, Quintín González, Pedro Salazar, Simón Rojas, Emigdio Marlolejo, José Campos, Felipe Tijera, Rafael Sánchez, José Pérez, Santiago Aguilar, Margarito Martínez, Feliciano Domínguez, Manuel Vergara, Cruz Salazar, Lauro Sánchez, Amador Salazar, Lorenzo Vázquez, Catarino Perdomo, Jesús Sánchez, Domingo Romero, Zacarías Torres, Bonifacio García, Daniel Andrade, Ponciano Domínguez, Jesús Capistrán, rúbricas. Capitanes: Daniel Mantilla, José M. Carrillo, Francisco Alarcón, Severiano Gutiérrez, rúbricas, y siguen más firmas.


Así firmaron el Plan de Ayala

1975, Rosalind Rosoff y Anita Aguilar
Septetentas No. 241, Secretaría de Educación Pública, México, Primera edición 1976.

INDICE
INTRODUCCIÓN
I. CÓMO ENTRAMOS A LA REVOLUCIÓN
II. EL PLAN DE AYALA
III. TIEMPO DE CALAMIDADES
IV. AÑOS DE BATALLA
V. ZAPATA, EL HOMBRE
VI. CHINAMECA
VII. NUESTRA VIDA HASTA LA VEJEZ
VIII. VALÍA LA PENA
NOTAS

INTRODUCCIÓN

En esta fecha de enero de 1975, al terminar el presente libro, todavía viven en el sur de Puebla los tres últimos firmantes del Plan de Ayala. Este libro es su testimonio de los acontecimientos históricos en que participaron en la lucha que encabezó el general Emiliano Zapata.

Don Cristóbal Domínguez, don Francisco Mercado y don Agustín Ortiz no son desconocidos por el régimen actual. El presidente Luis Echeverría Álvarez personalmente les ha hecho honores. Gracias a su interés y el del licenciado Augusto Gómez Villanueva, estos viejos revolucionarios recibieron medallas "Benemérito de la Reforma Agraria" en una ceremonia que ellos recuerdan con emoción.

El veintiocho de agosto de 1972, en el teatro de Bellas Artes, el presidente les abrazó y les felicitó por haber firmado el Plan de Ayala. Desde entonces han recibido muchas atenciones de parte del gobierno, así como invitaciones a los actos que conmemoran las fechas significativas de la revolución zapatista.

Sin embargo, para nosotros estos distinguidos veteranos fueron un feliz descubrimiento en nuestra búsqueda de fuentes originales sobre el zapatismo. Somos maestras, y hace dos años empezamos una biografía de Emiliano Zapata, escrita para niños.

Con el afán de crear un ambiente totalmente auténtico para el libro, salimos de las bibliotecas a andar por la tierra y los caminos del gran caudillo. Ahí en Morelos y en Puebla encontramos que todavía existe un mundo zapatista.

Desde las tierras frías de Yecapixtla, pasando por los cañaverales de los valles fértiles de Morelos, hasta la sierra árida del sur de Puebla, encontramos recuerdos vivos del general Zapata.

Conocimos su pueblo natal, la casa en que nació, su escuela, su iglesia, los cascos de las haciendas contra las cuales él había luchado. Más importante, encontramos a sus gentes. Conocimos a sus parientes, a sus hijos, sus caballerangos, sus oficiales, sus compañeros de lucha, y hasta a unas mujeres que le admiraban.

Nos sorprendió la lucidez y la intensidad de emoción con que ellos nos contaron sus recuerdos. Después de sesenta años su experiencia zapatista sigue siendo lo más sobresaliente de sus vidas; lo revivieron con muchos detalles. Nos pareció que esos recuerdos tenían mucha importancia histórica que no debía de perderse, y empezamos a grabar en cinta magnética estos testimonios.

Dejamos para el último los lugares más apartados donde el general Zapata acostumbraba ir a esconderse del enemigo. En octubre de 1973 tomamos el camino para Chiautla de Tapia, en la sierra de Puebla. El Safari pasó por baches, ríos y caminos en construcción. Al fin llegamos a Huehuetlán El Chico, unos pocos kilómetros antes de llegar a Chiautla.

Como era nuestra costumbre, preguntamos por viejos zapatistas, y nos dijeron que ahí vivía don Agustín Ortiz, firmante del Plan de Ayala. Apuntamos su nombre y seguimos a Chiautla, donde nos informaron de un segundo firmante, don Francisco Mercado. Nos llevaron a su casa.

Don Francisco es un hombre guapo y alto, de ochenta y seis años, de bigotes muy zapatistas. Todavía se para derecho y se mueve con un aire de mando y seguridad. Sus modales son de un caballero de antaño, y su manera de hablar es medida y clara. Nos permitió grabar sus recuerdos.

Conoció bien al general Zapata; pasó dos años en su Estado Mayor. Él nos mencionó que vive un firmante más, del mismo rumbo, don Cristóbal Domínguez. Don Francisco aclaró varios puntos históricos sobre cómo y dónde se escribió el Plan de Ayala, datos que faltaban o que estaban confusos en los libros que habíamos consultado.

Para completar nuestra documentación sobre el Plan de Ayala, era importante realizar dos cosas: un viaje a Ayoxustla, donde fue firmado el Plan, y una reunión con los tres firmantes donde juntos podrían compartir recuerdos.

Al regreso, paramos en casa de don Agustín Ortiz. Nos saludó con una sonrisa resplandeciente y él y su esposa nos invitaron a su casa, donde también grabamos sus memorias. Quedamos en reunirnos con los tres firmantes en un futuro próximo. Nos explicó don Agustín que don Cristóbal vivía en una ranchería donde quizás no podría entrar nuestro Safari, y nos invitó a hacer la reunión en su casa.

Llegamos a Atotonilco a pasar la noche, felices con las entrevistas. Al escuchar las grabaciones, se nos cayó el cielo encima: la grabadora había fallado y habíamos perdido todo lo que había dicho don Agustín y una parte de lo dicho por don Francisco.

Fue dos meses más tarde, en diciembre, cuando pudimos arreglar la reunión, gracias a Alberto Amigón, un joven estudiante de Chiautla, pariente de don Francisco Mercado. Él fue personalmente a concertar la cita con cada uno de los tres, y la reunión empezó puntualmente. Esta vez pusimos dos grabadoras, y se grabó muy bien todo lo que dijeron.

Al terminar la reunión, todos estuvimos de acuerdo en reunirnos nuevamente en la ranchería "El Terrero", de don Cristóbal, para disfrutar de un día de campo. Fue en mayo de 1974 cuando nos embarcamos con canastas llenas de comida y acompañadas por el profesor e historiador Jesús Sotelo Inclán. El Safari sí pudo pasar hasta la ranchería.

Don Francisco Mercado no pudo acompañarnos porque estaba muy enfermo, pero nos acompañó don Agustín. A pesar de que aclaramos desde antes que nosotros íbamos a traer la comida, la familia de don Cristóbal había preparado un rico mole. Después de comer nos sentamos junto al río y platicamos y grabamos nuevamente.

Hicimos planes para ir a Ayoxustla al día siguiente, desde luego sin incluir a los viejitos, sabiendo que el camino era muy largo y difícil. Ellos nos hacían saber, muy cortésmente, que no podrían invitarse, pero que sí aceptarían nuestra invitación a acompañarnos. Querían guiarnos por un camino que conocían desde Huehuetlán.

Al día siguiente salimos temprano con don Cristóbal, de noventa y seis años, el más animado de todos. Pasamos por brechas empinadas llenas de piedras, difíciles hasta para caballos y andantes, y casi imposibles para vehículos. Nos hubiéramos perdido sin la ayuda de don Cristóbal y de don Agustín, quienes nos metieron hasta por un arroyo seco.

En Ayoxustla nos enseñaron el lugar exacto en donde fue firmado el Plan de Ayala el 28 de noviembre de 1911. El presidente municipal de Ayoxustla amablemente nos mandó traer la misma mesa sobre la cual todos firmaron, y la colocamos en el mismo sitio para fotografiarnos.

Este libro es el resultado de esos viajes. Hemos transcrito las palabras textuales de los tres firmantes, evitando redundancias y tomándonos la libertad de cambiar el orden de lo dicho con el fin de unificar los temas. Este libro ha sido escuchado, aclarado y aprobado por ellos mismos antes de su publicación.

Rosalind Rosoff y Anita Aguilar

I. CÓMO ENTRAMOS A LA REVOLUCIÓN

Una pregunta fascinante para el historiador es: ¿Qué motiva a un hombre a lanzarse a una causa en donde arriesga su vida? Sentados frente a estos señores tan decorosos y respetuosos, estos hombres de paz y ley, es difícil imaginarlos matando a sus semejantes durante diez años de guerra implacable.

Rosalind Rosoff: ¿Por qué no nos platica usted, don Agustín, su nombre, su grado y cómo entró a la Revolución, y luego les preguntaremos a don Francisco y a don Cristóbal?

Francisco Mercado: Uno por uno.

Agustín Ortiz: Soy Agustín Ortiz Ramos, nativo de Acaxtlahuacan, Estado de Puebla. Era yo un pastor de marranos. De ahí, como mi abuelito tenía ganado, era yo pastor de becerros, en mi tierra en Acaxtlahuacan. Y ya más grande me metieron al cultivo de maíz. Y en esto me crié. En eso vino la revolución de Madero y mi papá que se va de maderista. Yo estaba en mi pueblo, y después que supieron que yo era hijo de mi papá, Máximo Ortiz, me persiguió el enemigo, el gobierno porfirista, y abandoné a mi mamá y me fui a los cerros a escaparme.

Yo fui a la Revolución porque mi papá fue maderista y me perseguía el gobierno porfirista. No podía yo estar en mi hogar, sino que siempre andaba yo por los cerros. Para que me mataran en mi casa sentado, pues mejor me fui a la Revolución. ¡Que me maten siquiera con la sangre caliente, que no me mataran sentado en mi casa! Me fui a morir en los cerros. ¿Por qué? Para defender mi corazón y mi cuerpo.

RR: ¿Cómo supo de Emiliano Zapata?, ¿cómo oyó de él?

AO: Comenzando ya la Revolución, ya entonces Zapata ya estaba. Cuando Madero se volteó, ya Zapata era revolucionario. ¡No hasta que se murió Madero se haya levantado Zapata, no! Zapata ya era maderista, no más que tenía el nombre de Zapata, Zapata. Ya después se volteó Madero, ya todos decían: "¡Viva Zapata!" y "¡Muera Madero!" Ya todos eran zapatistas. Así fue. Bueno, y cuando fue la reunión del Plan de Ayala, lo que nos dijo nuestro caudillo, el general Zapata, que si estábamos dispuestos a morir por la Patria. ¿Y qué es lo que le contesté? ¡Que estábamos dispuestos, como entonces acostumbrábamos a decir, hasta no quemar el último cartucho!

RR: ¿Cómo consiguió usted su grado de capitán, don Agustín?

AO: Nosotros andábamos sin jefe. Cuando pedíamos comida o forraje, nos preguntaban: "¿No tienen jefe?" "No, no tenemos." "Pues, se les dará por lástima." Así que nosotros dijimos: "Hay que nombrar jefe. Así no podemos andar. Hasta nos pueden hacer una traición. Ya con un jefe, ya nos han de respetar más. Pues, hay que nombrar uno. A ver a quién vamos a nombrar para capitán." Es el primero el capitán. "Pues, ahí está fulano." "No, ¿cómo crees? A lo mejor después va a salir con una baba fría de que no hay gente. No, no, no." "Te nombraremos porque te vamos a seguir." "Pero, ¿me van a sostener?" "Pues, que sí." "En partes; vamos a poner energía para pedir forraje. Ustedes preséntenme como el jefe, y yo tengo que hablar por todos ustedes."

Que yo soy el jefe de ellos, que yo los mando. Les di a saber a todos. "Pues, sí, vámonos." Pues, que nos vamos a un ranchito. Luego, lo primero, nos presentamos a la presidencia. Pedimos forraje. "¿Dónde está el jefe de ustedes, que se venga acá para poder darle o repartir lo que sea?" "Pues, aquí está." "¿Usted es el jefe?" "Sí, señor." "¿Usted es el capitán o coronel?" "Soy capitán de todos éstos que estamos." "Muy bien. Entonces, ¿qué es lo que usted necesita?" "Pues yo quiero que a ver qué me consiguen por ahí, forraje y un tanto de tortillas, y que repartan a la gente en las casas para darles de comer." "¿Y para usted?" "Pues yo, si hay... Y si no, aunque sea una tortilla." Ya teníamos valor, ya nos obedecían. Y ya que fuimos a Anenecuilco, me dieron una orden para capitán.

RR: ¿Tiene la firma de Zapata mismo?

AO: Sí, allá la sacamos. Pero con el miedo, quién sabe donde quedó. Quemamos todos los nombramientos por miedo. No lo pensábamos como lo estamos mirando.

Cristóbal Domínguez: Como cuando llegaban del gobierno andaban buscando. Ahí andan buscando, trasteando, volteando cosas que no deben voltear...

CD: Bueno, yo soy Cristóbal Domínguez Pérez, nacido en Tlancualpicán, criado en Tlancualpicán. Mi vida empezó así, ¿verdad? Unos dos o tres años de escuela, de colegio, porque antes no había grandes estudios. Empecé a salir a trabajar, a ganar cincuenta centavos diarios en trabajitos. Y luego empecé con mi papá a trabajar en las siembras.

RR: ¿Su papá era dueño de algún terreno?

CD: No. Todos teníamos alquilado, tierra y bueyes. Los bueyes los pedíamos aquí, con el papá de Francisco, Mariano Mercado. Allí en San Juan íbamos a pedir bueyes para sembrar y para temporal. Acabábamos de sembrar y a veces nos dejaban los que nos llevábamos por allá. Nos decían que si queríamos molestarnos en cuidar nuestra yuntita, que allí la teníamos. Y así iban pasando los años, ¿verdad? Haciendo los trabajitos así medianamente porque aquello era muy pobre, el tiempo era muy escaso de todo, ¿verdad?

Aunque había buenos temporales, pero la ganancia de ganar un centavo no había. De normal no teníamos más que la pura siembra. De allí pagábamos nuestra rentita de tierra, pagábamos la rentita de buey y poquita que nos quedaba para comer y esperar otro temporal, y así fuimos caminando hasta después que se murió mi papá y me quedé yo de muchacho.

Ya empezamos a trabajar aquí en el terreno, luchando en el mismo trabajo que nos había enseñado nuestro papá. A la hacienda no iba yo, no fui. Cuando iba creciendo, teniendo sentido para buscar mi vida, hacíamos algo de trabajos en tiempo de secas para comprar nuestras cositas que necesitábamos para esperar el temporal. Después vino la Revolución.

RR: ¿Cómo entró usted a la Revolución?

CD: En la Revolución había unos muchachos de acá de Tlancualpicán que estaban allá en su tierra del general, por Anenecuilco. Allí trabajaban. Andaban un poquito medio de malas y por allí estaban. Y cuando eso fue, ellos ahí estaban y ellos se comprometieron con él. Se vinieron, ya entonces les dio órdenes el general, que vinieran aquí a mover la cosa del movimiento de la Revolución. Y luego que llegaron en la noche, reunieron unas amistades de ellos que tenían, que éramos nosotros y otros más. Y todos ofrecieron acompañarlos. Y así fue.

Dentro de dos días, estaba el general aquí en Cepatlán, el general Zapata. Ahí estaba, y nos juntamos y allá fuimos a verlo y ya de ahí nos determinó los grados, ya nos dio nuestro lugar. A mí me nombró coronel y a Santiago Aguilar, general. A otro lo nombró capitán, Tranquilo Osorio, que ése fue uno de los primeros. Otro, José Palma, capitán, de allá también, que ya estaba con él trabajando. Así nos llamaron, era como nos comunicó el acompañamiento de nuestro general Zapata. Nosotros no nos negamos. Dijimos que sí. Habíamos de acompañarlo.

RR: Gracias, don Agustín. ¿Y usted, don Francisco? ¿Quiere platicarnos su nombre y su vida antes de la Revolución?

FM: Yo soy Francisco Mercado Quiroz. Antes de la Revolución fuimos felices, porque mi padre tenía unos centavitos, y se gozaba la paz de la vida. Mi padre se llamó Mariano Mercado, y mi madre, Guadalupe Quiroz. Había veces en las fiestas, el día de su santo de él o el mío, en que había dos, tres días de fiesta y que iba toda la crema de Chiautla; los políticos, los federales y profesores y amistades. ¡Y baile a derecha e izquierda! Teníamos un salón grande allí en el rancho, donde cabían sesenta parejas. ¡Y no cabían! Afuera el patio estaba también parejo, bonito, y había otras treinta, cuarenta parejas. Nomás figúrese cuánta gente no ocurría! Era la felicidad más grande.

La vida de mi padre no fue de trabajador. No era intelectual, no sabía ni leer, pero tenía muchos centavitos. Teníamos muchitos animales; había más de mil cabezas de ganado y doscientos, trescientos becerros anuales. Había muchito de todo. Todo compraba él por mayor; bultos de cacao, bultos de manteca y bultos de todo. Cabían en el tapanco en la pieza, como una tienda. Pues allí estábamos en el campo, pero comíamos fácil mejor que en la ciudad. Porque era muy familiar mi señor padre, que los domingos llevaba ocho, diez gallinas que eran baratas, de veinticinco o veintiocho centavos de aquel tiempo.

RR: ¿Y de quién era la tierra?

FM: De mi señor padre. Tenía mucho terreno y su ganado. La suerte le ayudaba. Porque, sabe usted que tenía cien yuntas en Tapalayán, Tapalucleca, Santa Anita, y a un lado de Matamoros. Pagaban muy puntualmente las seis cargas y él no vendía los bueyes hasta que se morían. Llevábamos cada año treinta, cuarenta toros para refaccionar los bueyes viejos, y los viejos ya los vendía en Atlixco. Y los nuevos los ponían a trabajar tiempos de aguas, tiempos de secas. En las aguas, en sus siembras; en sus cosechas; y en las secas iban a trabajar a las haciendas.

Trabajaban desde el Teruel, Tetetla, Rigo y Matlala; a esas cuatro haciendas iba toda la yuntería de mi padre a trabajar, pero a nosotros no nos pagaban más que las seis cargas anuales. Pero era barato el maíz. Cuando se vendía más caro era a siete cincuenta o siete pesos la carga de maíz. Pero como fueron seiscientas y tantas cargas de maíz... Después, mi padre compraba quinientos o mil marranos en las secas. Estábamos en la orilla del camino. Y venían desde Tulcingo, Chila, Caxtlahuacán, El Molaque, Ocotlán, todas partidas de treinta, cuarenta marranos a vender; eran baratos, pues. Los compraba a cuatro, cinco pesos parejo, y los vendía a treinta, cuarenta pesos, ya marranos gordos, porque en las secas, mayo, hacía capazón de toda la marranada, y los soltaba libres en el campo.

En octubre íbamos a echar cuenta de marranos, treinta, cuarenta marranos, ya carnudos, y no les daba maíz aunque tuviera dos o tres coscomates de maíz, no les daba maíz seco. Camaba, quitaba las mazorcas, en quince días se ponía la marranada buena, y se llevaba mi padre una jaula para Puebla, y nosotros nos quedábamos cuidando los demás. A los ocho, o a los diez días, regresaba a contarlos, y al bajarse en Tlancualpicán, le decía al jefe de la estación que para tal día necesitaba una jaula del ferrocarril: "Sí, señor Mercado." Y aquí cortábamos otra vez ochenta marranos a Tlancualpicán a embarcar; ya se iba otra vez y nosotros nos quedábamos a cuidar los demás. Había ocho, diez gañanes mozos, que nos ayudaban a trabajar.

Entonces eran baratos y todo regalado. Y no había enfermedades. No había nada. Pues, ¡cuántos miles de pesos no hacía con los marranos! ¡Y con la cosecha del maíz que se vendía, y ganado!, porque a veces me decía, como era yo dizque el caporal, un vaquero, me decía: "Hijo, ¿cuántas vacas podemos vender gordas?" "Lo viejo y lo brioso." Pues, total, les vendíamos cincuenta, cuarenta, lo que se pegaba la gana. Toros, cuantos podíamos llevar a refaccionar a los bueyes, y los que sobraban, los vendía. Como veían que el ganado de mi señor padre pegaba allí, los pagaban bien, en esa época en que no valían, a él se los pagaban a treinta y cinco y cuarenta pesos el toro. Que antes aquí valía quince o veinte pesos, y todo era negociar los dineros.

El mejor mercado era Atlixco. Se vendía lo mejor, y maíz y todo. Yo tenía tres hermanos menores, jóvenes, estaban muy chamacos. Yo era mayor, dizque trabajaba yo. No es que lo quiera maletear, pero como no era yo borracho ni jugador, pues a todos los comercios les decía mi padre: "Lo que necesite mi hijo, yo pago lo que sea. No le nieguen nunca nada." Pues, dondequiera que llegaba yo: "Quiero cincuenta, cien pesos." "Cómo no, Panchito. Aquí está." En esa época lucía mucho el dinero. Había, a veces por ejemplo, kermeses y esas cosas. ¡Cómo no gozaba yo todo!

RR: ¿Y con novias?

FM: A ésas les tenía yo vergüenza. En la garganta se me atoraba decirles que las quería yo. Me crié en el campo, campesino, no tenía yo roce social, para decirles que las quería yo se me atoraba aquí en la garganta. Pero había otras oportunidades, como era yo hijo de don Mariano, pues, no más por cualquier cosita, me decían que sí, pues. Tenía yo esa garantía de que en todas partes, mi padre decía: "No tengo yo más que a mi hijo, que es un hombre trabajador." Pues la fama corría como manteca. No tenía yo vicios. Nunca me gustó la copa ni la jugada, lo que gastaba yo era en regalitos para novias. Pero era una satisfacción para mi padre, que siempre tuviera yo centavos.

Tenía muy buenos caballos, en aquel tiempo en que no valían, compraba caballos de a doscientos, trescientos pesos, ¡que eran caballos! Toda la "esgrima". Y me gustaba, pues era yo "Don Panchito". Yo sí. ¿Para qué lo voy a negar? En tiempos normales gocé la paz de la vida.

En primer lugar, sabe usted que mis padres se fueron a Puebla y me dejaron a mí solo, y me acosaban hasta que me colgaban porque querían dinero, y por eso me tuve que haber tomado las armas, para defenderme. Y en segundo lugar, me lancé por el motivo de que me gustó la idea de Zapata que se oía, que iba a repartir las tierras y que iba a defender a los pobres. Esa fue la causa. Mirando la situación y conviniéndome los ideales del general Zapata, nos reunimos con otros amigos, y nos fuimos a buscarlo, y que lo encontramos en San Juan del Río. Y ya al otro día me puso de avanzada para Axutla y de Axutla nos fuimos a Huehuepiaxtla. Allí hicimos dos días descansando, y al tercer día me dice: "Pancho, vamos a salir para Chinantla, te vas de avanzada." "Está bien." "Ya sabes, si te acosa la gente, apresura el paso, y si ves que se agota, te detienes para que no nos cortemos." "Está bien."

Así lo hacía yo. Yo iba de vanguardia con mi gente. Ya de regreso llegamos allí a Chinantla y me dice: "No me gusta el rumbo, Pancho." "Pues, ordene mi general." ¿Yo qué quiere usted que dijera? Que ordena: "No hay como mi rumbo." "¡Vámonos!" Media vuelta. Nos regresamos de Chinantla otra vez a Huehuepiaxtla. Llegamos a Huehuepiaxtla; allí dormimos. A otro día se presenta un coronel que había yo dado una firma de dos caballos y dos carabinas a unos amigos que tenía yo en Ayoxustla para la tropa que llevaba yo. Le dije a Zapata: "Señor, efectivo, tengo los caballos y las armas, pero si los quiere usted..." "No, no, a ti te los dieron como de confianza, estuvo muy bien, así me gusta, que tengan gente donde quiera." "Gracias, general." Me fui.

Al poco, cuando más al cuarto de hora: "Dice el general que vayas." Dije: "Ya sucedió otra acusación." Pues, como esto había pasado. Y que me voy. "Ordene usted, mi general." "Siéntate." Ya no me dijo: "Esto es." No: "Siéntate." "Me conviene que tú te vengas aquí al Estado Mayor conmigo." "Ay, jefe, no puedo." "¿Por qué?" "Porque en primer lugar qué dirá mi gente, que nomás los comprometí y ahora los abandono. Es el primer punto, y el segundo, pues no sé todavía, no me sirvan las balas, sea el más correlón y voy a descomponer su Estado Mayor." "No los quiero muy hombres, nomás que se paren bien."

Dondequiera me salía. "Ándale tú, Navarro, vete a decirle a la gente de Mercado que no se quede uno, que todos vengan, que los necesito." Y ya estoy allí preso. "Fórmense de cuatro en fondo." Les empieza a arengar: "Vean, yo necesito aquí a Pancho en mi Estado Mayor. Y quiero que ustedes nombren su jefe. Pero que lo respeten, que lo obedezcan, y que él vea por ustedes, que yo también veré por ustedes. Estaré a la vigilancia de ustedes." Todos para el jefe Jesús Vergara. "¿Ya vistes? Ya se arregló. Así es que tu gente ya nombró a su jefe."

Bueno, así me fui a ensillar mi caballito y otro de los compañeros (Margarito Peña) dijo: "Jefe, yo quiero quedarme aquí, con Pancho." "Pues te vienes al Estado Mayor con Pancho". Los dos nos fuimos, fuimos a ensillar nuestros caballos y nos pasamos al Estado Mayor. Y desde entonces ya fui del Estado Mayor de Zapata.

Yo no sé quién le dijo al general Zapata que conocía yo el terreno, o adivine usted por qué. Yo no era ni muy valiente ni muy ordenado, ni nada; me quiso llamar para su Estado Mayor. Yo no supe el motivo ni cómo. Quizás vería que me gustaba el caballo y que tenía yo buenos caballitos. Pues me gustaba el caballo, y trancas altas no necesitaba yo abrir, brincaba, y eso le gustaba al jefe, que tenía yo buenos pencos.

Y entré a pie, me hice presente con él. Al salir, le digo: "Jefe, me voy a aquel lado, a acuartelar y a arreglar a la gente, porque mañana salimos a las siete." Estaba la tranca cerrada con palos, y llevaba yo un potrito regular. No abrí la tranca, sino brinqué, y yo creo que eso le gustó a él, que a mí me gustaba el caballo. Me supongo yo. Yo creo que eso me salvó, porque toda mi gente que fueron conmigo, que eran como unos setenta, todos los acabó aquí Joaquín Ibarra. Andaba rodeando Ibarra con buenos caballos y mucho parque, y ellos con caballitos más feos, pues los alcanzaban y los andaban matando. Los acabaron. Hasta Jesús Vergara murió, el mero jefe. Y yo, como me sacó por allá, eso no me tocó.

Nos fuimos a Morelos. Yo por allá no conocía nada. Estaba yo joven, tenía apenas veinte años. Por allá no conocía nada. No me despegaba yo de él. Pero él lo comprendía porque me decía: "Por allí por tu rumbo, Pancho, tú; y por aquí por mi rumbo, yo. No tengas cuidado, no te entristezcas. Sólo que veas que caiga yo, mira lo que haces. Pero mientras que yo viva, cuentas conmigo, Pancho." Pues me veía algo triste, como estaba yo cortado por allá.

Zapata me quiso harto y como nunca le dejaba yo, pues no crea usted que de valiente, de miedo. Yo llegué joven al Estado de Morelos sin conocer el rumbo, y vi que había barrancas que no tenían pasos, muy pocos, y dije: "Me cortan, me avanzan, y me fusilan." Tenía yo mucho miedo de morir fusilado. Morir peleando, pues andaba yo en eso, pero morir fusilado, lo sentía yo muy duro. Y nunca le dejaba yo. El asistente se retiraba de los tiros, y yo pegadito a él. Por eso después decía que era yo valiente. Pero no era yo valiente, de miedo no le dejaba yo. Pero ¿qué cosa había de hacer? Él sí era muy valiente, por eso creía que yo también era valiente. Y con él como conocedor, ¡qué me van a matar! Sólo que muéramos peleando. Pero de casualidad ni a mí, ni a él, en varios combates serios, no salíamos heridos. Pues de refilón, aquí tengo un pedazo de bala en la cara; pero son percances de la vida.

Digo que me apreciaba mucho, mucho el jefe. No sé el motivo por qué. Me trataba como nadie, porque en dondequiera, para comer y para todo: "Ándale, Pancho." Y para todo: "Ándale, Pancho."

Sabía que en los tiros era yo quien le respaldaba la espalda. Tirábamos, blanqueábamos, allá en los cerros, en un árbol. "Ándale, Pancho. A ver cómo le vamos a pegar un balazo a ese palo." "Usted ordena, jefe."

Debajo del caballo, y con la pistola, o llegarle sentado en el caballo todavía. Y tiraba yo muy bien, pues de tanta práctica, tanto que tiraba yo, tiraba yo regular. Y le llegaban cargas, como tenía él un 30 especial. Una o dos cajas de parque. "Ándale, Pancho." Yo siempre con la pistola tenía harto parque. En los combates, cuando veía que alguna cosa era de pistola. "La pistola, Pancho." Se veía que tiraba yo mucho muy bien con la pistola.

Otro que estuvo en su tiempo muy a su lado del jefe era el profesor Montaño. En la situación más triste, más dura, sólo Montaño. Eso sí, se quedaron solos ellos. Yo me quedé a una distancia corta, porque nunca lo dejaba al jefe lejos. Me estaba yo dando cuenta de lo que platicaban, este Montaño con el jefe, pues siempre se quedaron solos los dos para platicar. Se quedaron solos a platicar asuntos de la Revolución, altas y bajas. No delante de todos. Solo a mí que en aquel tiempo estaba cerca del jefe. A mí sí. "Tú, quédate allí nomás, Pancho." Sí me tenía confianza, quién sabe por qué. Pero siempre me quedaba aunque oyera yo lo que estaban platicando. Los otros no.

En los libros hay unas cosas que le tiran al profesor Montaño, pero son políticas. Porque después se le agregaron muchos intelectuales y empiezan a dar en contra de Montaño. Yo que anduve con ellos no creo que era capaz Montaño. ¡Y haber mandado matarlo Zapata!

RR: ¿Cómo llegó usted a capitán?

FM: Iba yo al cuartel general. Una vez le pedí a Zapata permiso para andar un mes o dos con un primo hermano que tenía yo, Julio Tapia Mercado. Y me dio permiso. Y ya una vez le dice Jesús Morales a Julio: "Préstame a Pancho para que vayamos al cuartel general." "No puedo mandarlo. Está aquí conmigo pero como primo no como soldado." Ya entonces se dirigió a mí: "Anda, Pancho, acompáñame, vamos al cuartel general." "Vamos." Ya fui con Morales. Trató su asunto. Ya para terminar le dice a Zapata: "Dé el grado que sigue aquí a mi capitán valiente", dijo Morales a Zapata. Dice: "Pero ¿qué conoces tú de valiente?" "Yo sí conozco a Pancho porque es mío. ¿O no es cierto, Pancho?" Le dije: "Sí, general." Dice: "No, éste juega dondequiera. Déle el grado que le corresponde." ¡Me dieron mayor, pero por pedimento de Morales!

RR: ¿Por qué dejó usted el Estado Mayor?

FM: Entonces mataron a un coronel que andaba mi hermano con él, y era su segundo. Y entonces la gente no se quiso ir con su hermano del difunto, sino que prefirieron quedarse con mi hermano Antonio.

Y una vez, el coronel me dice: "¿Qué andas haciendo de bola de lumbre por ahí? Vente conmigo. Así en una expedición voy yo, y en otra tú." Pero le dije: "Necesito decirle al jefe, si le conviene." Ya fui y hablé al jefe. Dije: "Jefe, mi hermano me hace esta proposición, para cuidar a nuestro padre enfermo, porque ya ve usted que no hay respeto. Necesitamos cuidarlo." "Está bueno, me parece. Tú donde quiera juegas" -me dice-: "Vete con él, y está arreglado como si anduvieras conmigo. Está bien."

Ya fue en una expedición mi hermano, y yo quedaba en la casa con cuatro, cinco soldados, a cuidar el campamento. Iba yo, y se quedaba mi hermano. Así, sucesivamente lo hicimos hasta que terminó.

II. EL PLAN DE AYALA

La importancia histórica que tiene el movimiento zapatista reside en la claridad de su programa social, proclamado en el Plan de Ayala el 28 de noviembre de 1911.

Al investigar los documentos de la época y los libros de historia posteriores, nos sorprendieron la pobreza de datos y las contradicciones que encontramos sobre la ideación y formulación del Plan. Muchos historiadores indicaron que el profesor Montaño concibió el Plan, dudando que Zapata tuviera que ver en su redacción. Pero los informantes nos aseguran que las ideas provenían del general mismo.

El testimonio personal de Francisco Mercado aclara estos puntos, ya que él estuvo al lado del general Zapata durante la elaboración del Plan.

Francisco Mercado: Nos fuimos para Morelos. Por allá anduvimos, pero allá no dejaban poner pie en postura, porque se había propuesto el gobernador en esa época que quería agarrar vivo a Zapata. Pero no pudo. Allá estaban los que les decíamos Los Colorados que nos daban cocolazos, dos, tres veces, hasta nos atacaban diario en el Estado de Morelos y pues ya no aguantábamos. Siempre los ratos que platicaba el profesor Montaño con el jefe Zapata, éste quería que hubiera un Plan porque nos tenían por puros bandidos y comevacas y asesinos y que no peleábamos por una bandera, y ya don Emiliano quiso que se hiciera este Plan de Ayala para que fuera nuestra bandera. "Pero no podemos aquí, compadre -le decía Montaño-. Cuatro o cinco veces nos atacan en el día." Zapata dijo: "Pues, nos iremos para otro Estado donde podamos.''

Ya les dije, ahí andaba también un tío mío, Manuel Vergara, quien dijo: "Por mi rumbo está un poco libre y que podemos jugarles, y se puede hacer allí el Plan, mi general." "Vamos a ver."

Bajamos al Salado, y del Salado a Jolalpa. Y llegamos a Jolalpa que allí quería el jefe que se hiciera el Plan, pero Manuel Vergara dijo: "No, jefe, aquí nos embotellan, y puede usted morir, y lo debemos de cuidar. ¡Nosotros qué, pero usted no! No hay otro Emiliano. Y nosotros nada le hace, pero usted que es el caudillo, no debe ser. Debemos de cuidarlo. En mi rancho está campo abierto, por dondequiera les jugamos." Y duro y duro y: "No, aquí nomás nos ponemos. Les doblamos las avanzadas." "No, jefe, se duermen o hay algún trastorno y nos acaban, y a usted principalmente. Allí lo salvamos." "Pues vamos a ver. ¿Está cerca?" "Sí, está cerca."

Ya nos venimos a Miquetzingo y ya allí la cuadrillita nos quedamos todos, que éramos unos cuarenta o cincuenta hombres los que dormíamos con el jefe. Y ya se fue tío Manuel Vergara, el padre de Luis Quiroz y Modesto y el profesor Montaño y Trinidad Ruiz, y el jefe. Hicieron barranca abajo. No sé hasta dónde llegaron, pero le gustó el lugar. Dice el jefe: "Aquí se quedan."

Tío Manuel Vergara ordenó a Jesús Quiroz que cuidara la caballada, los dos caballos de Montaño y el de Trinidad Ruiz. "A ver dónde los esconde, adónde les da de comer, y a ustedes que van a escribir. Nosotros nos vamos a andar."

Tío Manuel también mandó traer plumas, palillos y papel a Huehuetlán. Mandó al padre de Luis Quiroz a traer el papel, plumas y tinta, todo, porque no llevábamos nada.

Ya nos fuimos para El Platanar, para Pilcaya, Cohetzala y llegamos a Ayoxustla y anduvimos por allá y todas las tardes veníamos a Miquetzingo a ver lo que habían hecho. Y no le gustaba al jefe lo que habían escrito.

"No, compadre, le falta éste y le falta el otro." Nomás sacudía la cabeza Montaño.

Pues total, que llegamos y volvíamos todos los días. Desde el día doce de noviembre que llegamos a Miquetzingo, hasta el dieciocho le gustó al jefe. "Ahora sí, compadre. Ahora sí me gustó, está bueno. Entonces que se vayan seis, ocho a avisarles. Que se rieguen para que inviten a todos los compañeros para que el día 28 sea la firma en Ayoxustla." Ya le había gustado al jefe. Dice: "Ponemos avanzadas en Jolalpa, en Cohetzala y en Los Linderos y estamos libres." Y allí se firmó el Plan de Ayala, en Ayoxustla.

Rosalind Rosoff: ¿Por qué escogieron a Ayoxustla?

Cristóbal Domínguez: Porque está más propia para defenderse.

FM: Porque solamente tenía la entrada de Jolalpa, y la de aquí de Los Linderos, eran las únicas entradas que tenía Ayoxustla. Tapadas las dos entradas, pues ahí no nos hacían nada. Teníamos tiempo para correr y para defenderse.

RR: ¿Entonces llegaron todos los jefes?

FM: Sí, se juntaron como tres mil o cuatro mil hombres, pero nomás los jefes firmaron, clase de tropa no firmó, nomás de oficial para arriba.

CD: Nosotros llegamos a muy buena hora. Todavía oíamos cuando el señor Montaño agarró el documento y le dio lectura, y lo oyeron todos. Todos que estábamos ahí reunidos, que era tantísima gente.

Y ya dijo el general Zapata, dice: "¿Están conformes?" "Sí, señor." Decíamos que sí estábamos, Siempre que sí. Pero muchos dijeron: "Pero, hombre, pero si firmamos, nos van a matar." "Te tienen que matar si firmas o si no firmas." Era lo mismo.

Cuando acaba de leer el acta del Plan el general Montaño, entonces dijo Zapata: "Todos los jefes pasen a firmar. ¡Los que no tengan miedo!" Los que tenían miedo pues no fueron.

Todos después, uno con otro, nos dábamos valor. Estaba yo con el general Santiago Aguilar. "¡Ándale, hijo!" "Vamos."

Agustín Ortiz: Venimos de Ixcamilpa para acá. Venimos a esa reunión. Llegábamos ahí. Ya había pasado la ceremonia. Dijeron unos compañeros que ya habían llegado otros dos jefes. Y ya dijo el general: "¿Dónde están? Pasen." Nos abrieron así y ya nos preguntó el general si estábamos dispuestos a morir por la Patria. Pues dijimos que sí. Pues yo respondía: "¡Sí, hasta quemar el último cartucho!" "Bueno. Muy bien. Ahora, me hacen favor de firmar a esta reunión del Plan de Ayala, para que se verifique todo lo que estamos luchando. Cuando triunfemos, tienen que quedar algunos de los de esta reunión de la firma. Y éstos han de dar cuenta de que se cumpla lo que luchamos y lo que hicimos aquí. Total, ¿dispuestos para morir?" "Sí, señor." "Ya. Ahora."

FM: Don Agustín vino con otro compañero. Eso yo me di cuenta, como yo estaba ahí con el jefe, en el Estado Mayor. Llegaron ya como a las once o a las doce. Le decía Agustín a Pedro Balbuena: "Tú, firma''; y Pedro le decía a Agustín: "No, tú vete a firmar." Llegaron a decir: "Te meto tus balazos." "¿Y qué yo no tengo con qué?" Y yo nomás lo estaba licando.

AO: Yo le desconfiaba a él que no firmara, y él me desconfiaba a mí. "¡Ahora, ándale, hijo de tu chingada madre, si no firmas...!" "Firma", le dije. "Mira hijo de la chingada, si no firmas te meto...." "Y yo, que me paro." "Y yo también, ¿qué?" Y este Mercado estaba a un lado del general, mirándonos. Como era del Estado Mayor... Bueno, nos comprometimos así, con esas palabras.

FM: Firmaron los de siempre.

RR: ¿Cómo es que puso un solo apellido?

AO: Entonces no nos pusimos dos apellidos, nomás uno.

FM: Nomás uno. Hasta el jefe, nomás "Emiliano Zapata".

AO: Y sólo él, Pedro Balbuena Huertero, se puso "Pedro Balbuena Huertero".

FM: Pero es el único de todos, el que peleaba con don Agustín.

CD: Y después que firmamos, tenía la bandera don Eufemio Zapata. Dice Montaño: "Ahora, pasamos a jurar bandera." Ya pasamos a jurar bandera. Juramos bandera y una vez que pasamos todos: "Ahora, todos vamos a cantar el Himno Nacional." Todos cantamos el Himno Nacional. Tocaron dos violines y un bajo. Entonces hubo unos cohetes, de esos chiquitos que se tiran al suelo.

RR: ¿Había alguna discusión, algún jefe que no estuvo de acuerdo con el Plan, alguien que protestó?

FM: Pues no. Sí, hubo por dentro, porque varios jefes no firmaron. Estuvo ahí Fortino Flores con toda su gente. Tenía mucha gente, tenía como unos mil o dos mil hombres, pero regados, pero ningún oficial de él ni él firmó. Y varios de aquí; por ejemplo estuvieron Revocato Aguilar, Jesús Vergara, varios que no firmaron.

RR: ¿Por miedo o porque no estuvieron de acuerdo?

FM: ¿Quién sabe? Yo como andaba en el Estado Mayor con el jefe... Si tuvieron miedo, pues quedamos en la misma situación. ¿Qué cosa teníamos más firmando el Plan? La vida estaba de un hilo, pues andábamos en eso. No porque dijeran: "Este firmó, fusílenlo." Si nos tocaba..., teníamos que morir.

CD: Por lo regular, toda la gente, casi, del Estado de Morelos, ¿que cuántos hubo de por allá?

FM: No hubo.

CD: Grandes generales. Pero no se ve mal. Nosotros estábamos allí, cerca, nosotros firmamos. Nosotros somos del Estado de Puebla, y nosotros somos los que defendíamos legítimamente al general Zapata, nuestro general, porque cuando llegaba a su tierra, ¡cuántos ataques había el día que llegaban por allá!

Había mucha gente desconocida, distraída, pagada por la hacienda, que andaba con el interés de agarrar al jefe Zapata o matarlo. Y luego que sabían cualquier cosa, corrían a dar parte al gobierno: ''¡Ahí está el general Zapata en tal punto!" Ahí va el gobierno a la carrera y por ahí no podía estar el general Zapata. No podía estar mucho tiempo. Un momento estaba porque le interesaba y todo, pero siempre anduvo más por acá con nosotros. Y nosotros tuvimos la dicha de que los demás firmantes éramos de aquí, por este rumbo del Estado de Puebla, y otros, pues de Morelos. (1)

AO: De aquí firmó este Basilio Cortés y el otro Jesús Escamilla. Palma, el general, no firmó.

FM: No, ni Fortuno, ni Juan, ni Margarito Aguas, eran los mejores coroneles que tenían.

AO: Pero otro que vimos firmar es Clotilde Sosa, de por ahí de Progreso. Ese fue ingrato, que se nos volteó. Ese después fue enemigo de nosotros.

CD: Y después, cuando empezaron a voltearse, esos mismos que se voltearon, eran los que nos andaban persiguiendo, porque dicen: "Ahí está el campamento de fulano de tal. ¡Vámonos!'' Temprano ahí van. Ahí va el gobierno a corretearnos y mataron a algunos. En esa época mataron a muchos. En este pueblo de Axochiapan para acá, en Quebrantadero, ahí estaba el campamento, en esa barranca. Allí se metieron una noche, en la mañana temprano, y mataron a muchos. Allá hallaron a unos durmiendo y los avanzaron y los fusilaron.

FM: De Ayoxustla regresamos a Morelos otra vez, y allá en el rancho de la hacienda Chinameca cerca de Villa de Ayala, Zapata mandó traer un cura de San Vicente, cerca de Huautla, para que pasara el manifiesto en máquina de escribir, y ya se extendió en varias copias. Lo mandó traer, y le dijo a Marmolejo que si no quería venir, que le cargara la máquina y que lo trajera a pie, si se oponía. Y que si no, que viera cómo trajiera la máquina, y que le diesen un caballo para que le proporcionara la ida. Y no se opuso el señor cura, fue, y lo llevó a caballo, y le llevó la máquina, y allí hizo las copias.

RR: ¿Estas copias existen todavía?

AO: Pues, quién sabe si existen...

FM: Quién sabe. Eso ya no supimos. Ahora han aparecido muchas, pero yo creo que no son, porque si nomás ahí firmamos una...

RR: ¿Pero el Plan mismo, el original, fue hecho a mano por el profesor Montaño, o máquina?

FM: A pura mano. No sabemos el original dónde quedó. Creo que se le quedó a Montaño. Yo le entregué una a (Luis) Echeverría, pero no es la que firmamos.

RR: ¿Usted habló con el presidente Echeverría?

FM: Sí, yo le entregué la copia del Plan de Ayala, pero no era la que firmamos. Luego vi que no era la que firmamos, pero me dijeron que era copia. Yo le dije: "Señor licenciado, nosotros como sobrevivientes firmantes del Plan de Ayala le traemos lo que fue la bandera de nuestro caudillo, Emiliano Zapata, y cuando esté usted en la curul, no se olvide de los viejos veteranos."

RR: ¿Usted cree que el pueblo entendía su lucha de ustedes, y el Plan de Ayala?

CD: Muchos. Muchos, no. No entendían. Como la gente por aquí estaba muy atrasada... No tenía nada de estudio, de colegio. Estaba muy atrasada. Hasta después los que entendían eso, les explicaban. Ya vino la explicación a toda la gente y entonces sí ya empezaron a entender. Ya dijeron lo que la ley rezaba. Ya supieron lo que decía allí, porque era lo que peleábamos.

FM: Cuando se repartió la tierra en Ixcamilpa, allí fui yo en 1912. Pues allá estuvo la situación, que un tal Jesús Alcalde, que le decíamos por apodo El Coaxtli, estuvo duro y duro con el jefe. El dijo que no es justo que aquí en la hacienda los ricos están aprovechando la tierra, y todos los pobres están en la miseria. "Reparta usted, jefe." "Todavía no es tiempo", le decía el jefe.

Después repartió, pero en Morelos, cuando se nos hizo un poco con los huertistas; que siempre les llamaron la atención por el norte, nos dejaron un poco libres aquí a nosotros. Ya repartió allá, a la Villa de Ayala; todas las haciendas allí que les habían quitado en tiempos normales a la gente de los pueblitos las repartió el jefe. Cuando el general Lucio Blanco empezó a repartir tierras, ya el jefe había repartido muchas tierras.

RR: Fíjese. ¿Y quedó así, todavía está así? ¿Hay un ejido allí?

FM: Así es. Está así, nada más que todavía no tienen títulos. No sé el motivo porque han dejado dormir eso. Pues, que no han gestionado. Eso es. Que necesitan gestionarse.

III. TIEMPO DE CALAMIDADES

Asombra del movimiento zapatista que miles de hombres pelearan durante diez años sin recibir sueldo. Tuvieron que ganar sus armas y su comida.

Rosalind Rosoff: ¿De dónde sacaron armas ustedes los zapatistas?

Francisco Mercado: De las avanzadas, porque no nos dieron nada. Todos fueron avances del enemigo, parque y todo; lo hacíamos cuando nos tocaba ganar.

Agustín Ortiz: A puro alce.

Cristóbal Domínguez: Sí, del mismo gobierno. Nosotros no teníamos nada cuando empezamos.

AO: Puro machete y cuchillo.

CD: Machete y esos rifles de un tiro.

AO: De taco.

CD: De esos 44, con eso andábamos.

AO: Y escopetas.

RR: Y usted, don Cristóbal, ¿cómo consiguió su primera arma?

CD: Luchando, porque, como le dije a usted, íbamos y nos poníamos así, por el Puente del Muerto nos repartíamos. Y esperábamos que entrara el enemigo. Pasaron por abajo, y como no venían en grupo grande, les atacamos. Y a mí me tocó avanzar alguno... ¡y ya tengo mi arma!

RR: Y usted, don Agustín, ¿cómo consiguió su primera arma?

AO: Igual, también. Así en un combate en Huamuxtitlán. Tuvimos un combate y por de buenas, que no aguantó el gobierno, pues salió de estampida, y muchos de miedo soltaron sus armas, y ahí nos tocaba levantarlas. Y allá nos armamos, tanto con los rifles como con parque.

CD: Una vez que cayó el jinete, o tiró cualquier cosa, se escondió y dejó el caballo.

AO: Y como andábamos nomás con machetitos y cuchillitos, pues nos interesaba de avanzar armas. Es el interés que llevábamos, de avanzarles.

RR: Y usted, don Francisco, que estuvo en el Estado Mayor, ¿nunca vio que compraran armas?

FM: No. Pues de los combates se iban avanzando, y allá el Estado Mayor se armó con un ataque que hizo el finado que le decíamos por apodo El Mole.

CD: El Mole Zeferino Ortega.

FM: Ese, que andaba siempre todas las noches: "General, dámela de general." "No sirves tú para general." "Yo quiero ser general, jefe. Dámela." "No." Y duro y duro, y todas las noches casi, le decía al general, ya que andaba en el Estado Mayor. Total que un día dice: "Mira, te la doy de general, pero toma a Tlaltizapán." Era su tierra de El Mole. Dice: "¿Si lo tomo, me la das de general?" "Sí." "Pero nada más me das cuarenta hombres de aquí." "No. Ni con tu vida me pagas que vayan a matar cuarenta de mi Estado Mayor." Dice: "No les pasa nada. Te los traigo." "No."

Total que se animó el jefe a decirle que sí. Y que empieza a escoger, pues, a todos los conocedores de allá del rumbo, que tuvieran machete, pistolas y carabinas.

Así pues, escogió a los cuarenta hombres y se fue. Como era de allá consiguió unas escaleras porque la barda era muy alta allá en Tlaltizapán. Se llevó dos escaleras y metió a la gente. Y ya tumbó la escalera para que ninguno saliera.

Como los de ahí del gobierno en el portón tenían la guardia, pues no se preocupaban. Pero éste entró por la huerta. Como iban despertando, ¡pues nomás los cortaban como órganos! No perdió ni un número El Mole y acabó a los trescientos hombres que había allí. Ya casi al acabar, oyeron el retumbido los de la guardia y vinieron, pero como no sabían a quién ni estaban allí sus jefes... allí les tiraron y se acabó.

Y levantó el armamento y el parque. Se llevó como diez mulas de parque y todas las carabinas, las trescientas carabinas. Allí nos armamos. Y yo allí agarré como quinientos cartuchos y cambié mi carabina que tenía, una 30-30 por un cerrojo, y así nos fuimos armando.

RR: ¿Y cómo hicieron para comer?

FM: Pues andábamos pidiendo las tortillas y a veces matábamos una vaca en el campo y sancochada y sin sal, pues bueno, ¿qué cosa hacíamos? Padecíamos mucho de la comida.

CD: Había días que comíamos y días que no comíamos.

AO: Dos, tres días sin comer. A veces nos daban las tortillas sin sal, sin nada, sin ningún sabor. Creo que ni hambre nos daba.

FM: Sufrimos algo, ¿verdad?

CD: Hubo unas ocasiones que no había qué comiéramos, y conseguíamos un puño de maíz y lo tostábamos.

FM: Sin sal, sin nada, dulce la carne, y sin cocerse. Así nos lo echábamos.

RR: ¿Y eso comía también el general Zapata?

CD: Vaya, también. O ayunaba. No había otra cosa.

FM: Teníamos un juego en Zacatepec, cerca de Puebla. Estuvimos como tres días sin comer. Nos dieron una galleta de animalitos. Eso fue el alimento de tres días. Nos moríamos de hambre.

AO: Un día, cerca de Atlixco en Cacalosúchil, que me voy para el cuartel, y no hallé nada para comer. Encuentro a Modesto Quiroz. "¿Dónde vas, tal por cual?", le digo. "Vamos a buscar qué almorzar. ¿No ves que desde ayer y ahora no hemos probado alimento?" "A lo mejor nos caen porque la caballería durmió ensillada." Hubo orden de los generales que no se desensillaran los caballos, que durmieran ensillados toda la noche. Y nosotros así como los perritos en el suelo, y la carabina como la mujer, aquí, abrazada. "No nos vayan a caer." "No -dice-, ya hay avanzadas. Vamos, Agustín."

Pero nos llegó el enemigo y vámonos duro tras ellos. Y allí en el cerrito pedregoso estuvimos. Dice el general Palma: "Por allá amarren los caballos y vengan aquí. Aquí no nos alcanzan." Estamos en la línea de la vía del ferrocarril, en la hacienda de Teruel. La gente dice: "Ya, general. Ya vámonos, general." ¡Hijo, la gente estaba como perros!

"No, muchachos -dice el general-. Yo les voy a decir." Y se viene el pelotón del enemigo sobre nosotros. Y la gente dice: "Ya, general." "No, muchachos -dice-. Yo les he de marcar el número." Y hasta que marcó el número: "Uno, dos... tres" ¡y descargué!

Allí estaba el tren con maíz y huevo. Llevaba frijol, maíz, chile, carbón, anafres, todo llevaba. Y el gobierno dejó prendido el tren. Los carros los prendieron. Y llegaron los muchachos y que empiezan a agarrar con el machete y a trozar la lumbre para que no se quemaran los carros.

Entonces se sube arriba el general Maurilio Mejía y le grita: "¡Ese general Palma!" "Aquí estoy, general." " Te vas en seguimiento del gobierno con toda tu gente." "¡Vámonos!"

Todo el día sin comer, y luego otra vez igual. Fuimos a dormir por allá, todo el día sin agua, sin nada. Ahí dormimos. Dice el general Palma: "Todos esos que tienen sus caballos buenos y tienen parque, vénganse, vamos aquí al cerro a tirar un descargue, no sea que estén por allí cerca."

Y otro día, luego en un pueblito que se llama San Juan se oyó un tiroteo, bien duro. Y nosotros: "¡Viva!" y "¡Para adentro, muchachos!"

Ya nos bajamos del cerro, jalando los caballos porque era durísima, una pedrería y monte. Contamos hasta veinticinco federales en ese lugar. Estaban muertos.

Dice el general: "Vámonos en seguimiento." Y llegamos a una barranca. Dice: "Que no me beba agua ningún tal por cual, porque se me muere." ¡Sin beber agua dos días! Pues: "Vámonos", y al ratito encontramos dos señores. Traen dos chiquihuites con tortillas. Dicen: "Aquí hay tortillas, jefe." "¡Qué tortillas ni qué nada! ¡Vámonos! Aquí no hay rancho ahorita. No hay rancho qué repartir. ¡Vámonos, y ninguno que se pare!"

RR: ¿No tomaron las tortillas?

AO: Como el chiquihuite estaba allí, nomás las cogimos pasando.

CD: Pero era poco para tantísima gente.

AO: Y que nos vamos. Toda la noche de nuevo, a andar. Nos venimos por todo el río de arriba. Sin comer y sin beber. Ya muy lejos se detuvo el general. Allá le dieron de cenar, y a todos nosotros. Y venimos a amanecer a Chietla.

RR: ¿Cómo estuvo la reconcentración que hizo Juvencio Robles, cuando quitó a la gente de sus ranchos y sus pueblitos y los concentró en la ciudad?

FM: Cómo no, quemaron los ranchos y reconcentraron la gente aquí en Chiautla para que no nos dieran comida, para eso lo hacían. Hubo años de hambre, muy trabajoso en el catorce.

RR: Y el pueblo, ¿cómo los recibía a ustedes cuando llegaban al pueblito? ¿La gente entendía su lucha, estaba de su parte?

CD: Sí, todos los pueblitos estaban de parte de nosotros. Eran los únicos, porque nos daban la tortilla.

AO: De paso nos daban la comida. Bueno, pedía uno, ¿verdad? Y se compadecían.

RR: Y ¿no tenían tiempo para sembrar?

CD: No se podía. Aquí tiene usted que unos pobres iban con su milpita y venían los federales, los venían correteando. Se llevaban las yuntas o echaban sus bueyes al monte. ¿Quién se animaba así? Porque como todos pedían bueyes prestados con los que tenían animales, uno tenía responsabilidad de ellos. No podían sembrar. Por eso mucha gente murió en esa época, porque comía hierbas. Puras hierbas comían, cosas del campo ¿verdad? Había esa cosa de la viznaga, una viznaguita que tenía una espina como uña. Esa la cortaban, la rebanaban y la hervían, y quedaba como tortillita. Que no más se sentía como babosa aquélla, pero se comía. Cuando se podía, algunos sembraban arroz porque había unos siempre de la hacienda que sembraban arroz. Llegaba uno y pedía y le daban un puñado de arroz, y ese puñado de arroz lo mojaba uno, lo limpiaba en cualquier cosa, un sombrero, lo picaba y quedaba limpio el arroz, y de ése, con un puñito así se ponía en una olla a hervir, por supuesto atado en una servilleta, y de ese puñito se hizo un pan grande. Ese sí era muy sabroso. Se servía en rebanaditas.

Y así, como quiera que sea, así se pasó la vida, todo el tiempo de calamidad. ¡Fue grave, fue grave la situación esa!

IV. AÑOS DE BATALLA

Los tres firmantes platican de las batallas y los "juegos" en que actuaron. Se acuerdan con mucho detalle de los lugares, los jefes y los compañeros, y de los éxitos y fracasos.

Rosalind Rosoff: Don Agustín, ¿con quién anduvo?

Agustín Ortiz: Yo anduve abrigado de Maurilio Mejía. El era capitán. Pero de general anduve con el general Joaquín Palma. Yo milité de aquí para abajo, de Ixcamilpa para Guerrero, y por el Estado de Oaxaca. También no estuve quieto. Eramos una bola de lumbre, porque no podía uno estar. Estábamos una gavilla de gente, un rato allí, como para hacer un fuego... y vámonos por otro punto. Pero a la que pertenecíamos era de Mejía.

Francisco Mercado: Sí, a Joaquín Palma que pertenecía Maurilio Mejía, y todos andábamos juntos. En las expediciones nos juntábamos tanto Ortiz como Cristóbal Domínguez, todos con el mismo general.

RR: ¿Entonces usted anduvo con Zapata, o después con otro general, don Cristóbal?

Cristóbal Domínguez: Anduve con el general Mejía. Pues el general Zapata anduvo muy solo, porque solo con su estado mayor andaba. A nosotros nada más nos visitaba en los campamentos. Andaba en los campamentos siempre visitándonos.

Después vine a quedar bajo las órdenes de Timo Sánchez, el general Timo Sánchez. Tenía toda la gente de allí de Axochiapan. De ahí de Quebrantadero para acá, todo eso lo gobernaba. Estábamos debajo de las órdenes del general Timo Sánchez.

También estábamos a la disposición y órdenes del general Francisco Mendoza, porque Francisco Mendoza, adelante de Santa Cruz, de su tierra del general Sánchez, en San Miguel Axtlilco, ahí hizo su campamento.

Y siempre nosotros aquí estábamos y siempre a nosotros no nos movían porque éramos los que sosteníamos al enemigo aquí, porque en Atencingo estaba el conjunto del gobierno, que estaba viviendo.

RR: ¿El cuartel?

CD: Sí, ahí en Atencingo era la matriz. Y ahí de Atencingo salió el gobierno para el puente de fierro el Puente del Muerto. Salió para Axochiapan, venían fuerzas de por allá para el centro de Morelos, cuidaban el Puente del Muerto, pero Atencingo era el lugar de la recopilación de todos los gobiernos, y nosotros teníamos que cuidar ahí. Y a nosotros nos mandaban traer cuando se les ofrecía cualquier cosa, pero luego andamos otra vez a nuestro lugar. Y así que nosotros no podíamos dejar el puente. Siempre estábamos luchando con ellos. Y nos servía porque de ahí sacábamos las municiones para atacarlos. Cada cuatro u ocho días teníamos nuestros jaloncitos porque el gobierno subía y bajaba y venían otros a traer zacate, venían de Atencingo. Y ahí les formábamos corralitos y ¡zas! Aunque sea unas cuatro o cinco armas o parquecito, pues no les hacíamos y no carecíamos.

Aquí el único que nos enseñó mucho, que fue muy valiente de veras, fue don Higinio Aguilar. Además, como fue volteado del gobierno, tenía pura gente civilizada.

Un día me pregunta este señor compañero de Villanueva: (2)

"Oiga, coronel, dígame usted ¿quién fue el general más valiente de la Revolución?" Le digo: "Oiga usted, no puedo decirle porque todos éramos iguales. Todos peleamos iguales. Y cuando nos tocaba ganarles, les arrullábamos bonito, y cuando a ellos les tocaba corretearnos, ahí vamos a la carrera, nos andaban correteando. Y en esa parte, le digo, no puedo decir un lado es más valiente. Aquí, le digo, el único que paró el dedo fue el señor Higinio Aguilar. Ese fue hombre, de veras pudiente. Tenía mucha gente, tenía artillería."

AO: Higinio Aguilar tenía mucha gente y tenía su artillería. Tenía hasta las mujeres que decíamos las huacas. Ibamos a pasar cerca de Atencingo cuando le dan parte al general Higinio Aguilar que ya había pasado Agustín Quiroz. Era carrancista, que pasó para Chiautla.

"Regresamos -dice el general Higinio Aguilar-. Vamos a ver a Agustín Quiroz. Vamos a pasar entre medio de Ahuehuetzingo y Atencingo." Pero no podíamos pasar, nos atacaron. Como allí estaba el destacamento en la hacienda, y la familia estaba, tenía su destacamento. Queríamos pasar y no nos dejaron. El general Aguilar dice: "No les tiren, no les tiren. Hemos de pasar pero no les tiren." Pero la gente: "No, general, si no les tiramos se nos vienen. No, general, empezamos a tirarles y darles juego."

Durante el tiroteo, las señoras que les decíamos las huacas, se metieron a Atencingo donde estaban trabajando los gañanes con las yuntas. Fueron a sacar las yuntas uncidas las señoras y las mataron para comer.

CD: También tuvieron valor. Pero eso digo, en cada vez que movimiento o combate tuviera aquel Aguilar no era en vano. Porque tenía unas disposición es muy buenas, muy buenas. Tenía gente. Conocían milicia, disciplina y todo eso. Estaban muy bien civilizados.

FM: Estaba más organizado, por eso se veía que peleaba más. La organización. Y aquí, los otros peleaban los que querían. Los que no, pues...

CD: Los que tenían buena voluntad, se metían al fuego.

AO: Había gente en los pueblitos que se daban de revolucionarios, todos encarabinados, fachosos, allí andan. A la hora de la reunión para ir a un combate, nada. A la hora de la salida, pues no están. A donde está el combate, no aparecían. Y usted regresa, y allí andan ya. Les nombramos revolucionarios nixtamaleros porque no entraban al combate.

RR: ¿Usted estuvo en muchas batallas, verdad?

CD: Sí, cómo no. Estos son unos, y otros cuando fuimos a Atlixco. ¿Eran tres o cuatro veces, verdad?

AO: Cuando fue la última tomada hicimos dos acometidas. El primero fue un día viernes, para amanecer sábado. Queríamos entrar a Atlixco, pero nos falló. Llegamos ya tarde y no nos dejaron entrar. Nos fuimos al volcán, al Popocatépetl, y hubo una contraorden que no se retirara ninguno, que teníamos que lograr a Atlixco porque de allá para acá venía otro general. Toda la noche era de andar para irse reuniendo, reuniendo.

Entramos el sábado, sería como a las doce de la noche. A mí me tocó el general Palma. Nos llevaba una fila que llegaba hasta quién sabe dónde. Tenía mucha gente. Y él iba por adelante. Iba desflorando el campo. Nos dejaba aquí y se iba él. A una hora o hora y media se venía, y decía: "Ahora avancen, no me fuma ningún tal por cual; el que quiera fumar, adentro de un sarape." Y se iba de nuevo a desflorar el campo. Y de nuevo venía y: "¡Avancen!" A las cuatro veces, ya no pudimos. Todavía no iba lejos cuando se rompe el fuego por lado de la fábrica de Metepec. Se desata una gritería y un alboroto, y: "¡Adentro y avancen!" y "¡Adentro y avancen!"

CD: ¡Estas batallas estuvieron fuertes!

AO: ¡Híjole! Me tocó por el lado de la vía. Que llega el general Maurilio Mejía. Dice: "Tírenle a la vía, que no nos vaya a ganar el tren militar. Tírenle a la vía. Le dijimos: "General, ya no tenemos parque." "Pónganse fuertes, no dilata el que trae el parque." No dilató. Llegó una mula cargada de parque. "¡Y ahora tírenle a la vía, muchachos!" "¡Adentro! ¡Viva México! ¡Viva la Virgen, y adentro! ¡No se amontonen!"

¡Cuánto muerto! ¡Cuando llegamos a la plaza de armas hubo muertos así, hasta los andaban pisando los caballos! En el zócalo estaban tirados abajo de las hojas de los lirios, muertos. Muchos. Logramos entrar en Atlixco como a las tres de la mañana.

La gente quería saquear y dijeron los generales que no había orden para saquear, hasta que no llegara la orden del general Zapata, entonces se podía decir hay orden de saquear. Pues, vámonos a San Martín Tochimilco, andamos comiendo limas porque no había ni qué comer.

RR: ¿Y no saquearon?

CD: No saquearon.

AO: Pues ahí estuvimos hasta el día martes El día martes llegó la orden, ahora sí. A saquear.

RR: ¿Y qué cosas sacaron de allí?

AO: Pues, de las tiendas, cosas de las tiendas. Saqueado, ya fuimos para la orilla. Allí dijo Maurilio Mejía que todos los capitanes, coroneles, generales, que hayan saqueado alguna cosa de valor nombraran uno o dos arrieros, que se llevaran el cargamento para Chiautla de Tapia.

RR: ¿Ustedes poco se metieron a Morelos?

CD: Sí, poco.

AO: Sólo cuando había algún combate.

CD: Cuando nos llamaban. A veces se empezaban los combates, dos, tres días, y allí íbamos nosotros, hacíamos el acompañamiento.

FM: Fuimos de Joaquín Palma y de Maurilio Mejía. Al principio no anduvo Mejía. Yo anduve el año once y doce con Zapata, y no. Después se levantó, como era sobrino, le dio la chamba. Y después se la iba a quitar.

Me echaron vivas precisamente porque se juntaron todos los coroneles a discutir, porque llegó un oficio que toda la gente de Mejía se les pasara con Mendoza y todos los coroneles no quisieron, pues nos iba a ver con inexperiencia Mendoza por querer tener a su gente y nosotros agregados, no nos conocía en acciones. Estaban discutiendo, pero ni modo.

Ya que soy un poco loco y tonto, los sesos apelmazados, les digo: "Por qué están luchando, si el asunto está en nuestras manos." "Ya va a hablar El Loco" -decían varios coroneles. "No loco, pero van a ver cómo es la verdad." "¿Cuál es la verdad?" "Que nos vamos el lunes a Puebla, allí a la línea de fuego. Allí estamos un mes o dos y allá después que lleguen las partes al jefe al cuartel general, que estamos en la línea de fuego, y entonces va una comisión de los coroneles a pedirle que nos quedemos con Mejía." "Que viva El Loco", y salimos al otro día para Puebla y allá anduvimos.

Pues las partes llegaban al cuartel general que estábamos en la línea de fuego. Total, después fue Benito Flores, Antonio, mi hermano, y Luis Quiroz; estos tres fueron de la comisión a rogarle al jefe Zapata que nos quedáramos con Mejía. Aceptado. ¿Por qué? Porque ya había visto que no era cierto lo que le decían, porque le fueron a contar a Zapata que Mejía estaba en contacto con Ibarra, pero como no era cierto, le mostramos por qué fuimos a la línea de fuego, pues después encantado que andábamos con Mejía.

RR: ¿Cómo se podían mandar recados?

FM: Pues únicamente por conducto de personas o bien particulares de los pueblos que iban a avisarle a otro pueblo.

AO: Se comunicaba, por ejemplo un coronel o un general que manda una comunicación, pregunta adónde anda algún general o coronel, y llega la comunicación con el presidente municipal, o a un ranchito. Pues, que llega esta comunicación para general o coronel Fulano, y ya él sabe. Él sabe por dónde se encuentra.

CD: A los campamentos se dedicaban las comunicaciones.

AO: Los que tenían sus campamentos, a campamento.

RR: ¿Y no había mucha traición, o la gente era muy fiel y nunca decía a los federales donde estaban los zapatistas?

FM: No, nos cubrían.

CD: Nos cubrían mucho.

FM: Quién sabe por otros Estados, porque ya sabe usted que no todos los Estados fueron lo mismo. Estas zonas donde estuvieron, el Estado de Morelos y algo de Puebla, nunca nos acusaban, hasta nos ayudaban. Nos cubrían.

RR: ¿Ustedes no entraron con el general Zapata a México cuando entró con Pancho Villa?

FM: ¡Cómo no! Cuando entramos en el catorce, yo estuve en Xochimilco con el jefe. Fui a la invitación que hizo. Pues supimos que invitó el general Zapata a Villa y a Carranza a una conferencia, una vez que se triunfó con los federales. Entonces me habían puesto destacamento en Los Reyes. Pero iba yo a México y supe eso, que me voy a Xochimilco con él. Y al llegar allá no fue Carranza, sino fue Obregón, en lugar de Carranza.

Le dijo Villa al llegar: "Jefe, a sus órdenes. ¿Qué cosa quiere usted, jefe?" -le dijo Villa a Zapata. "Para mí no quiero nada. Unicamente quiero que se respete el Plan de Ayala" -dijo Emiliano Zapata. "Acepto, mi general" -dijo Villa.

Obregón ya no dijo nada. Dijo: "No, no puedo yo decir porque necesito decir a mi jefe. Lo que él dice. De aquí a quince días les resolvemos." "Está bien."

Ahí hubo una comidita y algo de cervezas, y que nos retiramos. A los diez días nos empiezan a atacar.

CD: ¡Eso fue la resolución!

FM: A los diez días ya nos estaban dando debajo de la lengua, eso fue el traidor Carranza. Pues también era rico y era gobernador de Porfirio Díaz. ¿Qué se esperaba de él? A los diez días ya nos estaban balaceando. Nos mataron como a dos mil hombres nomás al tiempo en que entraron a México, desde Miraflores a San Vicente a la Magdalena, a Los Reyes, todo eso nos arrollaron de matar harta gente. Nosotros desprevenidos y ellos con las columnas dobles y ametralladoras y cañones, mataron mucha gente.

RR: ¿Como era Villa?

FM: Pues, era un poco más respetuoso... no como el jefe, como yo trataba más con el jefe, le veía más bondadoso.

RR: Dicen que los villistas sí tenían mucho parque, muchas armas.

FM: Pues por allá por el Norte, antes cuando estaba a las órdenes de Carranza tenía todas las puertas abiertas para el parque y armas y dinero y hasta ropa; los uniformaba. Pero nosotros aquí qué cosa vamos a tener si aquí no teníamos ni agua.

Y ya nos dieron las armas. Nada más en el ataque a Chilpancingo, ¿cuántos murieron? Más que mil hombres del gobierno. Y también de nosotros murieron muchos. Estuvo muy sangriento eso, y más para el gobierno. Lo mismo el ataque de Cuernavaca, dilató sesenta y dos días el sitio.

Ya teníamos armas, ya teníamos parque. Ya era muy distinta la situación. Entonces nos mataron al más valiente, que se había descubierto. Anduvo con nosotros en el estado mayor, Ignacio Maya. Pero ya entonces era general, y muy valiente. Murió en el ataque de Cuernavaca. Rompieron el sitio y entonces se les pegó muy duro y allí murió.

RR: Había dos Mayas, ¿verdad?

Anita Aguilar: Hermanos, de Tlaltizapán.

RR: ¿Usted estaba en el sitio de Cuautla?

CD: Eso fue cuando perdió el Quinto de Oro.

FM: Estábamos dos, tres días en un lugar, y cambiaba la gente el general. Dos, tres días estaban en la línea de fuego, y otros descansaban, pero no se levantó el sitio. Hasta que rompieron el sitio el gobierno, no rumbo a México, sino rompieron para abajo. Y allá dieron vuelta para México.

CD: Nomás supimos por otros, por los mismos compañeros. Que cuando fue la guerra del Quinto de Oro en Cuautla no podían tomar una atarjea grande de agua que iba para la hacienda. Pasaba una atarjea de agua y allí se metía toda la gente del gobierno entre el agua, al estar atacando a los compañeros. Y entonces al ver que no podían los compañeros, consiguieron muchos botes de gasolina y empezaron a echarles allí de donde venía el agua, y le prendían la lumbre, ardiendo la gasolina sobre el agua.

RR: ¿Y entró hasta la ciudad?

CD: Sí, entonces desalojaron eso, como vieron la lumbre, ardiendo, todos brincaban, se iban, y entonces se desalojaron todos. Eso le tocó al general Zapata en la primera época de Madero. Eso nos lo platicaron. No lo vimos. Lo platicaron los compañeros.

AA: ¿Quiénes más eran de aquí de Chiautla y Huehuetlán, otros zapatistas?

FM: En Chiautla los jefes fueron Nicolás Ponce, Flaviano Tapia y Jesús Sánchez, y los Mercado. Fueron los cuatro jefes que hubo en Chiautla.

AO: ¿Y el otro, Francisco Vergara?

FM: Éste nomás estuvo de visita.

AO: Bueno, pero fue revolucionario, también es de Puebla.

FM: Fue revolucionario, pero no estuvo acá. Siempre anduvo por Tehuacán, y después por dondequiera anduvo como bola de lumbre.

AO: Yo le conocí en Chiautla donde estaba de destacamento.

FM: Unos días.

CD: Éste fue de los primeros. Cuando tomaron Chiautla por primera vez, él estaba de alcalde.

FM: No, fue lambiscón con el jefe político.

CD: Él entregó armamento y parque. Y lo queríamos hilar. A la entrega ésa, lo dispensaron siempre que diera zacate para los caballos.

FM: Esto fue cuando Madero y cuando murió Andónegui. Te doy razón de todas las cosas. Pero entonces no era nada. Después se fue para Tehuacán; por allá le dieron nombramiento de capitancito, y después bajó a Chiautla, y tuvo destacamento. Mató a un primo hermano. Él no fue, pero lo mandó. Es un loco. ¡Mandar matar a un primo hermano! Si nomás con un amigo yo voy y le hablo: "Mira hermano, no me comprometas." Una cosa de hombres, no una cosa de cobardía. Gente muy baja, aunque es mi primo hermano, pero no traga mi criterio.

AA: ¿De Huehuetlán quiénes más pelearon? ¿De aquí era Revocato Aguilar, verdad?

FM: Sí, también Revocato fue jefe de aquí de Huehuetlán. También Jesús Vergara y hubo otros; Joaquín Palma, Luis Quiroz, El Casquilote..., por dondequiera hubo revolucionarios.

CD: No hubo pueblo donde no hubiera revolucionarios. Cuando fue la revolución de Madero casi todos, hasta las mujeres, iban. Como no había visto lo que era revolución, lo que era guerra, lo que era eso, había hasta mujeres que ahí van. Los niños que eran chiquitos iban gritando por las calles: "¡Viva Madero, viva Madero!" Y se agarraban a pedradas. Era una cosa muy animada.

FM: Pues son cosas de la Revolución. Yo se lo tuve a mal a Madero, dejar a sus enemigos de armas, y a los suyos mandarlos a su casa... ¿No fue una cosa más desgraciada de Madero? Eso fue la causa de su muerte. ¡Que si se queda con los suyos no lo matan! Pero se quedó con los enemigos, con los de Porfirio Díaz.

Aunque éramos tontos para una disciplina, pero pudiéramos estudiar la disciplina. Y ya al año o a los dos años ya éramos oficiales. Pero no...

CD: Pero había contrato desde un principio...

FM: No. ¡Qué contrato, ni qué contrato! Que porque ellos estaban civilizados en las armas. ¿Y no podían los jefes ir al Colegio Militar? La torpeza. ¡Tú, Cristóbal, la torpeza! El primer punto principal: como sabes que Zapata lo que peleaba era las tierras y como Madero era millonario, naturalmente no le convenía porque iba a quedarse en la calle, y por esto le volteó la espalda a Zapata. Hay que ver las cosas como son. Oía yo que platicaba Montaño con Zapata, por eso les acabo de decir que fue la tontería más grande de Madero de quedarse con los enemigos. Y lo mataron como perro. ¡A un presidente! ¿Pero quién fue tonto si no él? ¡Quedarse con los enemigos y a los suyos mandarlos a sus casas!

RR: ¿Usted conoció a Amador Salazar?

FM: ¡Cómo no!

CD: ¡Cómo no! Él andaba con los de artillería.

FM: Cuando yo andaba, anduvo él en el estado mayor.

RR: ¿Cómo era él como militar?

FM: Como todos, pues, buena gente.

RR: Y el hermano del general Emiliano, Eufemio, ¿cómo era?

FM: Era al contrario del jefe. Ese sí era borracho y mal hombre.

CD: Era pesado.

FM: Ese sí era malo. Eufemio no gestionaba ni la mitad del jefe. El jefe era muy buena gente con todos. Por causa de Eufemio se fueron dos coroneles muy valientes con el gobierno. Porque aquí en Quilcaya Eufemio fajeó a Agustín Quiroz, quien se fue con el gobierno. Al hermano del jefe no lo quiso matar, porque era muy valiente Agustín Quiroz.

CD: Muy valiente Agustín Quiroz.

FM: Y ya después estaba fajeando a su padre de Sidronio Camacho, y le dijeron a Sidronio: "Ándele, te está fajeando a tu padre el general Eufemio." Y luego, luego lo encontró y allí lo quebró. Y se fue con los carrancistas porque tuvo miedo que Zapata lo quebrara. Y también era muy valiente este Sidronio Camacho. Mucho.

RR: ¿Y cómo era como general, Eufemio? ¿Era buen general?

FM: Como valiente, sí; pero como persona, no.

CD: No, no gestionaba nunca a la gente. Andaba él solo.

FM: Nomás andaba borracho.

CD: Y por eso cometía muchos desórdenes.

V. ZAPATA, EL HOMBRE

Hoy en día queda muy poca gente que trató al general Emiliano Zapata. Dos de los tres firmantes lo conocieron bien. Don Cristóbal Domínguez vio al jefe constantemente en los campamentos y en las batallas durante los diez largos años de lucha. Francisco Mercado lo conoció más íntimamente y tiene muchos recuerdos de anécdotas y frases del general.

Rosalind Rosoff: ¿Cómo era la vida con el general Zapata en los dos años que usted anduvo con él? ¿Cómo era su vida de diario, qué hacían?

Francisco Mercado: Pues nunca estábamos en un lugar. Siempre andábamos corriendo. No por nuestro gusto, a fuerza.

RR: ¿Cuál fue su combate más duro con él?

FM: Pues tuvimos muchos muy serios. Una vez fue porque fue necio el jefe. Porque dormíamos en El Jilguero y nos dice: "Vamos a almorzar, muchachos." "Usted ordena, jefe." "Vamos a Chinameca."

RR: ¿Este episodio es de 1912?

FM: Sí. Agarramos la cuesta abajo para Chinameca y llegando a Chinameca, sale una señora, chaparrita, gorda: "Jefe, jefe, regrésese usted que está así de federales en la hacienda." "Gracias, señora."

Arranca la carabina y se la atraviesa. Yo como a gallo pegado a él hice la misma operación. Yo no me fijé atrás, andábamos como 200 hombres, o 300, con él, pero yo no me fijo atrás, yo me fijaba en él.

Nos faltaba para el garitón como veinte metros. ¡En los garitones, en las azoteas, en el parque, en el portón, así de federales! Había como dos mil hombres. Nos empiezan a echar descargas. Le hacemos la cuesta que es pura vueltecita para subir a la Piedra Encimada. Pero por el camino, sólo yo y él. Y allá nos fueron balaceando todo el trayecto del portón hasta llegar a la Piedra Encimada.

Nos salvamos porque no nos pegaron ni un tiro, con miles de balas porque vimos en el suelo como que hirviera tierra con tanta bala, que eran muchas.

Cuando nosotros llegamos a la Piedra Encimada, ya estaba allí la gente que llevaba el jefe, como doscientos hombres. Ya estaban todos arriba, quién sabe por dónde subieron. Como eran de por allá, y yo como no era de por allá, solamente por donde iba el jefe le seguía yo. Allí anduvimos y volvimos a ir por El Jilguero, sin comer, pues íbamos a almorzar. ¡Y nos dieron puras balas!

RR: ¿Usted estuvo en Anenecuilco y Villa de Ayala?

FM: Sí, cómo no, pues que pasamos cuando todavía no había federales, todavía no había Colorados, cuando de aquí para allá llegamos a la hacienda de Tenextepango. Llegamos amaneciendo, toda la noche caminamos desde aquí para allá, y allí pues empezaron a tomar Eufemio y el jefe, hasta el jefe también tomó ese día. Total, como a las 7:30, las 8, llegaron dos trenes con infantería, allí a la hacienda de Tenextepango, y nos sacaron. Nos fuimos para Villa de Ayala, allá la siguió el jefe, ya borracho no lo podíamos sacar. Ya nos fuimos como a las dos de la tarde para el Cerro de las Cruces, ya de allí se acostó a dormir hasta media noche, a las once, las doce, que despertó. "Ensillen, muchachos, que nos vamos."

Fuimos a amanecer hasta Tepoztlán, pero encontramos federales allá y nos dan la contravuelta y regresamos cerca de Yautepec, y por allí nos salieron otros de Yautepec, y de allí hasta El Jilguero nos fueron a dejar ese día. De ahí, cuando no nos atacaban por un lado, por otro, esos Colorados que Figueroa los mandaba a todos los lugares que nos persiguieran al jefe. Mucho, mucho nos cayeron en Morelos, que había veces cuatro cinco veces en el día nos atacaban. Pero como Zapata era conocedor, y valiente, no nos hicieron nada.

Siempre nos salvábamos perfectamente bien, pues los del estado mayor teníamos parque, porque llegaban regalos de parque, y nosotros éramos los primeros.

Una vez en los mentados Cacahuates, nos habían acorralado, miles de hombres, pues. Mandaba mucha gente. Tenían muchas ganas de capturar al jefe. Estaba la Estación del Muerto allá en Morelos. No sé cómo estuvo. que estaba aquí un alambrado, y estaba una barranca. Allí el que nos valió fue Eufemio. Él tenía un machete costeño, y agarra el machete y corta los alambres, como cuatro o cinco alambres que había y por allí subimos para hacernos de un mogotito, y allí hicimos fuego al enemigo.

El general Zapata se preocupaba mucho por la situación nuestra para cuidarnos. Eso les platico que era tan desconfiado que nunca dormía con nosotros. Decía: "Muchachos, aquí está bueno." Empezaba a dar vueltas allí para que todos desensilláramos, y nomás se nos desaparecía, adivine por dónde iba a dormir... Ni el asistente se llevaba ni nada.

Allí se quedaba Eufemio, se quedaba Montaño, se quedaba Trinidad Ruiz y toda la palomilla, todo el estado mayor, y no dormía allí con nosotros, quién sabe adónde se iba a dormir. Solito se cortaba. A las cuatro andaba: "Ándenle, muchachos, ensillen, no nos vayan a agarrar con los calzones en la mano." Y ensillábamos para estar listos. Cuando amanecía ya estábamos listos. Eso sí, a las cuatro estaba allí con nosotros, pero en la noche ¡sepa Dios! Le digo que era tan desconfiado que desconfiaba de todo.

RR: Dicen que Villa hacía lo mismo. Ha de ser muy difícil ser jefe.

FM: Se tiene la vida en un hilo. Eso les digo. ¿Cómo se creyó de Guajardo, siendo él tan desconfiado?

RR: ¿Usted no le vio nunca alegre, cantando?

FM: Jale y juega, entonaba unas cancioncitas, pero no, nomás no. Era valiente y montaba bien a caballo. Muy de a caballo. Pero no me gustaba entrar. porque sabe usted que tenía un renqueo que le gustaba echar ronda. A varios generales tumbaba con todo y caballo. Yo le decía que mi caballo estaba muy cansado.

RR: ¿La ronda era un juego para jinetes con lazos? ¿Y usted no quería andar en la ronda?

FM: No. Dije: para que me tumbe un día..., no.

RR: ¿De dónde sacaba sus caballos?

FM: Se los regalaban. Yo vi cuando le llevaron un retinto que le puso "El Puro". Muy buen caballo. Lo llevó Jesús Sánchez, el de Santa Cruz, y le dice: "Oye, Emiliano, te vendo este caballo." "No tengo dinero." "Te lo fío." "No, quedo mal. No quiero caballo."

Y que se lo empieza a arrancar ahí Chucho. Muy buen técnico. Total que al poco rato lo trajo ya sin silla, nada más con el ronzal y el freno, y que se lo da al asistente. "Es para Emiliano este caballo."

Ya después el jefe le puso "El Puro". Y al alazán le puso "El As de Oros". Eran los dos caballos más consentidos, "El Puro" y "El As de Oros".

RR: ¿El general Zapata leía libros?

FM: Libros no lo vi; leía el periódico.

RR: ¿Usted conoció a alguna mujer de Emiliano Zapata?

FM: Pues había varias mujeres. Pasatiempos, nada más.

Anita Aguilar: ¿Y su hijo Nicolás sí andaba con su papá en la Revolución?

FM: Estaba chiquillo. Ya en Tlaltizapán le compró un caballo chiquito y una sillita a su medida y sus estribos y todo, pero ya casi para acabar, en Tlaltizapán.

AA: ¿Usted, don Cristóbal, sí vio seguido a Zapata?

Cristóbal Domínguez: A veces, no siempre, como nomás venía a darnos vuelta y sólo era como le digo. Nosotros siempre estábamos aquí, y él vigilando. Se ponía a hablar con el general Timo Sánchez, y nos daba un abrazo. Muy amable. Muy amable que era con nosotros. El principal, que con nosotros no tenía ninguna queja. Zapata no tenía ninguna queja de nosotros como Jinetes.

RR: ¿Y cómo era el general Zapata en su persona, en su trato con la gente?

FM: Serio, pero amable. A los pobres los atendía más que a los ricos. Llegaba un pobre y le atendía como si fuera otro personaje. Es que a los pobres los apreciaba más que a los ricos. Eso lo vi. Respetaba mucho a los pobres. Casi por eso murió. Por querer defender a los pobres para que tuvieran sus tierras

VI. CHINAMECA

Cristóbal Domínguez fue el único de los tres que estuvo en Chinameca el 10 de abril de 1919, pero todos hablan del sentido de pérdida que les causó la muerte de su jefe Zapata.

Rosalind Rosoff: Platíquenos, don Cristóbal, ¿cómo estuvo esto de Chinameca, la muerte de Zapata?

Cristóbal Domínguez: Estuvo así. El día que salieron de Jonacatepec, las fuerzas que atacaron Jonacatepec hicieron un simulacro, y se dirigieron a encontrar en Huichila en el llano por allá en un pueblito, y nosotros quedamos repartidos por los cerros, así como en procesión. Ya entró el general Zapata, o entraron los que fueron a encontrar al traidor Guajardo, y ya el general Zapata lo esperaba en el lugar, pero nosotros estábamos repartidos. Llegamos allí a la hacienda de Chinameca. Se posesionó Guajardo de la hacienda, del torreón de la hacienda. Y nosotros todos quedamos aquí en una rejoya que hay en una mezquitera de una arboleda que hay allí.

Allí todos desensillaron, amarraron sus caballos y les dieron de comer y como quiera que sea, allí quedamos, allí dormimos, quedando ellos que a otro día que iban a disponer el movimiento para que Guajardo se metiera a atacar a Cuautla, y por allí hasta México, según sus disposiciones, y ya entonces nos retiramos, nos fuimos allí, estábamos en la misma hacienda pero nomás la pared nos dividía. Ya del general Zapata no sabemos dónde estaba posesionado con su misma gente. Y a otro día en la mañana, como a las 9 o las 10, empezaron a salir los grupos de caballería de los soldados, salían a partidas de cinco, de diez, iban para la cortina de la hacienda y regresaban para arriba igualmente hasta donde pasaba una acequia grande, allí volvían a regresar.

Hasta que se llegó la hora de que iban a hacer la operación ya entonces salieron muchos, pero antes vimos que andaba el asistente del general Zapata paseando los caballos. El general se metió en una casita que había así de basura, que era la cantina, o tiendita que había allí. Allí yo creo que se pusieron a platicar y entonces se reunieron muchos, se juntaron muchos.

Ya después se llegó la llora. Nosotros estábamos a un lado por allá mirándolos que estaban jugando barajas, y entonces ya como a esto de las 10, de las 11, entonces salió la gente, mucha gente del gobierno y se empezó a desfilar por donde quiera, y ya entonces no sé... Como nosotros estábamos allí no vimos el movimiento de la gente que estaba con el general Zapata. Entonces se agruparon, se montaron muchos, todos los que estaban allí se montaron a caballo y ya salió el general Guajardo, y ya solicitó al general Zapata, yo creo, porque de eso no nos dimos cuenta, como estábamos por allí. Ellos estaban en la casita, pues no nos dimos cuenta, sino después, ya una vez que se montaron todos, y al general Zapata no nos fijamos en él. Ya salieron, salió el grupo, había hartos del gobierno, y hartos de nosotros, de los soldados de Zapata. Se introdujeron entre la gente aquella, y ya vimos el grupo que entró, pero no vimos cómo fue.

RR: ¿Dónde estaba Guajardo? ¿Estaba con el general Zapata o estaba ya adentro?

Francisco Mercado: No, en la hacienda.

CD: Estaba en la hacienda.

FM: Y mandó a unos tres individuos a avisarle que iban a comer allí con Guajardo, para tener una conferencia con él. Así me contaron a mí. Ya para irse, invitaba el general a Timoteo Sánchez y a Joaquín Camayo, que estaban allí en la Piedra Encimada, para ir a comer con Guajardo. Y allá le dicen: "No, mi general, estás equivocado. No está seguro eso." "¡No tengo miedo!" Y levantó rienda y se fue, y al presentarle armas para entrar allí le tocaron la Marcha Dragona. Al entrar le echaron las dos cargas.

CD: Ya se juntaron así tres de los que iban.

FM: Los tres que mandó el general y tres que mandó Guajardo adentro.

CD: El general Guajardo de este lado y los otros dos así y caminaron como de aquí a unos cinco metros cuando más, ya estaba la guardia de honor allí y al presentar las armas dicen que había diez soldados, eran oficiales.

FM: Que ya los había ordenado cómo habían de hacer.

CD: Sí, y al presentar las armas entonces les disparan a los dos que iban así, y Guajardo, como iba a un lado, naturalmente que había acuerdo. Se caen, caen. Cayó para adelante.

FM: Ya entonces el caballo al ver el cuerpo que cayó para adelante se echa para atrás y arranca rumbo a la Villa de Ayala.

RR: ¿El caballo de Zapata?

FM: Sí, del general. Era "As de Oros", un alazán. Y allá lo encontró Jesús Chávez y ése lo agarró al caballo.

CD: Sí, así estuvo.

FM: Bueno, así me platicaron, yo no estuve.

RR: ¿Pero usted, don Cristóbal, vio algo de esto, o no?

CD: Le digo que vi el comienzo. Nosotros estábamos allí despreocupados todos, porque tenían toda la caballada desensillada, y en eso que se oyeron los tiros, así se cierra el tiroteo arriba en las azoteas y vimos que corrieron, pues. No hubo tiempo ni de hacer ningún movimiento. Aquellos que iban aquí adentro de los federales, pues todos se retiraron por atrás corriendo. No se pudo. Y ya entonces, una vez que pasó eso, todita la gente, unos dejaron caballos, otros dejaron carabinas, todos a salir por la Piedra Encimada. De la Piedra Encimada estaban tirando, pero ninguno mataron. No hubo más muertos que sólo ellos dos.

FM: Cuatro. Tres que mandó el jefe y él.

CD: Bueno, los de adentro. Y todos corrimos.

RR: Fue una traición terrible.

FM: De otra manera no lo podían localizar. Fue el traidor Guajardo que lo engañó. Si no hubiera sido esa traición, fácil no le toca.

RR: ¿Y qué hizo usted, don Cristóbal, después cuando vio que se murió Zapata allí mismo, qué hizo usted?

CD: No lo vimos morir. Nomás oímos los truenos y salimos a correr.

RR: Entonces: ¿Fueron para su casa, o qué?

CD: No, nos fuimos por allí, yo y otro de San Rafael Chinameca que está en el río, otro pueblito, y allí con compañía de él nos dio por allá corriendo por el lado de donde paraban las cañas, un alambrado y un camino que hace, y hasta allí fuimos a darle vuelta al cerro, a juntarnos por aquí por Los Limones, la barranca de Acatizatlán, trepamos el cerro y bajamos allí. Allí nos juntamos muchos, pues. Todos nos preguntaron, pero no, no sabíamos.

FM: Fue una decepción para nosotros.

RR: ¿Y qué hicieron sabiendo que se murió?

CD: Lamentábamos la situación.

Agustín Ortiz: Se nos cayeron las alas del corazón.

CD: Claro, nomás lamentábamos cómo había sido esto. Admiramos la traición tan cobarde que fue.

AA: ¿Pero seguían peleando?

FM: Se rumoraba que iba a quedar al frente Magaña, otros que Mendoza, total que nos desorganizamos por completo.

AO: Ya ni la gente quería.

CD: Ya se empezaron a voltear.

FM: Empezaba a desmoralizarse toda la gente. A ustedes que les tengo confianza, les digo la verdad. Nosotros nos sentamos, es decir, dejamos las armas, porque el jefe dio órdenes a los pueblos de armarse para que ya no nos dieran el pipirín y zacate para la caballada. Se le metieron los intelectuales y éstos creyeron que los pueblos iban a pelear. ¡Qué van a pelear! ¿Cómo íbamos a subsistir en la revolución sin comer y sin dar de beber a la caballada? ¿Cómo habíamos de vivir? Sin sueldos.

CD: Porque ya se había desprestigiado mucho la gente.

AO: ¿Había quejas?

CD: Hubo quienes cometieron abusos con las mujeres, con las señoritas. Aparte que saquearon las cosas.

FM: Hubo de todo. Hubo unos bandidos. Había malos elementos que desprestigiaron la causa. A mí me dieron dos o tres balazos por ir a hablar que no estuvieran saqueando. Y algunos por esto quedaron riquillos. Robaron. Nosotros fuimos tontos hasta para robar. La prueba es que estamos en la calle. Ya entonces empezaba a indultarse a todos los generales. Se indultó a Joaquín Palma, su sobrino Quiroz Mejía, y todos los coroneles entraron a indultarse.

RR: ¿Indultarse con los carrancistas?

FM: Sí, se acabó. Ya después por eso le platico a usted que gracias a don Antonio Soto y Gama y a Magaña estamos en el estado en que estamos, porque si no le meten a Obregón, no reconocen el Plan de Ayala, no nos dan el grado que ahora está arriba el zapatismo. Ahorita toda la República es zapatista. En primer lugar como les han dado tierras a toda la República, eso es la base que se conoce al partido.

VII. NUESTRA VIDA HASTA LA VEJEZ

Rosalind Rosoff: Don Francisco, ¿cómo arregló su vida después de la revolución?

Francisco Mercado: Con los pacíficos y los revolucionarios se acabó el ganado. Clotilde Sosa, que se volteó, se llevó más de 300 reses de mi padre. Total, se acabó todo. Quedamos pobres. Empezamos a luchar, a sembrar y recogí como quince becerritos de un año, de dos años. Ésos los junté, los guardé y empezaron a procrear. Otra vez llegamos a cien, a doscientas reses. Ya estábamos en paz.

RR: ¿De quién es la tierra que era de su padre? ¿Quién la tiene ahora?

FM: Pues, la fueron vendiendo. Mi padre vendió varios lugares y después se los cedió a mi hermana, Guadalupe, y ésa vendió lo que quedó del terreno. Nos quedamos en la vil calle. Siempre he trabajado en el campo con ganado, sembrando, y después dilaté veinticuatro años de contratista de correo, de aquí de Huamuxtitlán.

RR: ¿Y se casó usted después de la revolución?

FM: Con Marina Torres. Tuve tres hijos; dos hombres y una mujer. Ya murieron un hombre y la mujer. No más queda uno de los tres primeros. La mujer, Carmen, apenas tiene como cuatro meses que falleció, en México. Pero la trajeron aquí a enterrar. Parece que fue una embolia. El otro, Manuel, me lo mataron en Tepalcingo. El que vive se llama Francisco. Se casó con Beatriz Cañongo. Y tiene como ocho hijos o diez. Unos ya son profesores, y otros borrachos. Pues, sí, de todo tiene. Francisco tiene buenas tierras, las mejores de Chiautla. Después se murió mi esposa y me casé con otra, se llamaba Consuelo Mentado. Y ya de Consuelo fueron Eduardo, Gustavo, y Luz (3), otros tres.

También murió, y me he casado otra vez con María de Alarcón. Ésa no más una niña tuvo, que es María de Jesús. Ésa fue la última. La conocieron aquí. Estuvo aquí con su marido. Ya se la quiso llevar, ni modo.

Anita Aguilar: Y usted, don Agustín, ¿cómo le fue después de la Revolución?

Agustín Ortiz: Cuando se murió el general Zapata, estaba yo por aquí y me pasé con el general Sabino Burgos. Nos fuimos de aquí de Huehuetlán para Tepalcingo, para Tlaltizapán. Queríamos pasar a Iguala y no pudimos pasar. Queríamos pasar por Buenavista de Cuéllar, y nos atacaron los Colorados. Allí estuvimos en combate, todo el día dándole, que queríamos pasar y no nos dejaron. No pudimos pasar allí en Buenavista de Cuéllar.

Ya como a las siete de la noche nos ordenó el general Sabino Burgos que nos regresáramos, pues era probable que nos habrían de sitiar en la noche, pues ellos eran del terreno. Venimos a amanecer a Tepalcingo. Ya por acá los pueblos ya estaban armados ya no nos querían, ya no nos consentían. Ya no nos consentían a los Rebeldes, que nos decían.

Iba yo con mi hermano. Dice: "¿Qué le hacemos?" Digo: "Nos vamos rumbo a Chilpancingo, donde no nos conocen lo que fuimos y lo que hice de firmar el Plan de Ayala. Tengo miedo por lo que hice de firmar. Nos vamos rumbo a Chilpancingo. Nos metemos de reboceros."

Bueno, nos fuimos. Ya por allá dice: "No, por aquí no, pero ¿qué hacemos?" Y regresamos y en un ranchito, El Platanar, allí quedamos. Ya fue en mayo ya dondequiera estaban labrando las tierras. Pues nos regresamos y hacemos para Ayoxustla. En Ayoxustla les digo: "¿Aquí dónde podemos trabajar? De peón, o de gañán o de lo que sea, lo que queremos es trabajar." "¡Uh, amigo, aquí no encuentra! Puede ser por Los Linderos, puede que en Cepatla." Nos dieron el camino para Cepatla, y allí sí nos dieron trabajo.

Allí estuve dos años trabajando con un señor que se llamaba Jesús Canterán, labrando la tierra para maíz. Me enfermé y que me jalo para Huehuetlán. Allí está un doctor, Pedro Priego, de Quebrantadero, pero allí estaba en Huehuetlán.

Me presenté, bueno, ya me conocía, y le digo: "No traigo mucho dinero, así que lo que le quedo a deber lo pago cuando encuentre trabajo."

"Cómo no. Bueno, ya que buscas trabajo -dice-, yo te puedo dar trabajo. Quiero que pastorees mis vacas. Las vacas no son mías, son de mi hermano de Quebrantadero." "Bueno -le digo-, ¿por qué las tiene usted aquí?" "Sabe -dice-, porque por allá están robando mucho los carrancistas. Están levantando el ganado y por eso mi hermano nos lo pasó por acá. Te voy a dar tu medicina, pero me vas a pastorear. Tengo un pastor que se va a las nueve de la mañana y llega a las tres de la tarde. Pero no come nada el ganado." "Pero, don Pedro, yo no aguanto para andar rejuntando el ganado." "No -dice-, no se necesita tanto andar, no más es de rejuntar que no se vayan a pasar para el terreno del Quebrantadero. El ganado es mansito." "Está bien. ¡Pero no llevo mi cucharada!" Dice: "¡Lo que agarre la boca!"

En la primera receta, ya tenía ganas de andar. ¡De poder! ¡Me dio la mera verdadera medicina!

Ahí trabajé un año. Y de ahí entré con un Jesús Martino, tenía tienda de abarrotes. Ahí entré de mozo. Allí dilaté tres años trabajando. Duro y duro y duro. Estaba yo como hijo de familia. ¿Cuánto cree usted que ganaba yo mensual? Diez pesos.

Le digo: "Voy a pasear a mi tierra." Dice: "Sí, llévate el burro." Fui a ver a mi mamá. Regresé. Porque allá también no me querían muy abierto porque era yo revolucionario.

Y ya de regreso le digo: "Mire, don Jesús, ¿no le parece que mejor que me quede como hijo de familia? Usted dispone todo, yo no me entiendo de nada." "No, no, muchacho, el hombre nunca debe de regalar su trabajo. Aunque sea un centavo debe de ganarlo. Porque el patrón no siempre ha de vivir. Se muere y ¿qué haces tú de limosnero? Aunque sea un centavo, debe ganarlo. Mira, lo voy a aumentar dos pesos, doce pesos mensuales." ¡Mucho dinero!

Y allí estuve. Tres años. Ya después, no sé por qué, me corrió de la casa. Ya no le pareció, quería regañarme, y le dije que no, que en este caso si no me convenía el trabajo, que me saliera yo. "¡Pues, ya te puedes largar inmediatamente!" Le digo: "¡Sí, no crea usted que me voy a quedar!"

Y entré en casa de otro señor llamado José María Romano. También tenía abarrotes. Ahí tienes que andaba yo no más paseando y me habla este señor y me dice: "Ándale, muchacho, entra, tú ya conoces la movida de esto." "No -le digo-, ya no quiero. Mejor me voy." "¡No, no!" Bueno, me daba todas las garantías con tal de que entrara a trabajar. Y entré allí y estuve otros tres años. Ya los cumplí los tres años y allí me casé. Porque su señora era muy buena gente conmigo. Como veía mi trabajo, cómo lo hacía yo, y le convenía, aunque el señor era un poco más enérgico, pero ella era muy buena gente. Ella me dio el valor en que buscara yo mi compañera. Me dice: "Búscate tu mujercita, muchacho. Cuando ya no quieras trabajar, te quieres salir, pero ya tienes tu mujercita quien te lave, quien te dé de comer, y todo eso." "Cásate -dice-, te casamos. Búscate tu mujercita, nos dices quién y nosotros te pedimos la muchacha con todas las garantías. Nosotros pedimos la muchacha por ti."

Sí, bueno, con este valor, ya busqué mi novia que es ahora mi señora, Eufrasia Pérez. "¿Qué pasó?' Estaba apurada la señora. "Pues sí, ya."

Y luego una criada de la casa estaba allí, que es sobrina de ella, dice: "Ya Agustín le dijo a la novia que la pida." Que me reprende la señora: "¿Por qué no dices? ¡Háblale! ¡Puede que yo sea más hombre que ustedes! Entonces qué. ¿La pedimos?" Le dije que sí. "¡Que venga un sacerdote!" Y este sacerdote fue. Y sí, lo arreglaron luego. Tomé mi matrimonio y hasta la vez estamos juntos.

Ya de casado, me salí del trabajo de donde me casaron, de esta casa. ¡Al corte de caña y al corte de caña! Lo que pasó entonces es que se quería formar la cooperativa de Atencingo y quisieron saber y quisieron recoger firmas, es decir el censo básico del año treinta y ocho.

Y ahí se murió Manuel Pérez, entró el de ahora, Lupe Ramírez, éste nos desconoció. Nos quitó el trabajo. Que no teníamos el derecho. ¡Como éramos cooperativistas! Él ya era administrador del ingenio de Atencingo. Hasta la vez. Bueno, no sé quién está al frente ahorita.

RR: ¿No es cooperativa?

AO: No, están aparte los cooperativistas.

FM: Ahora están en huelga. Es un rebumbio que no se le entiende. Pero está muy mal lo que hace el señor gobierno allí. Porque son nueve haciendas que dizque están en cooperativas, pero no son cooperativas. No más saca ojo para que ellos exploten el asunto, porque no hay quien diga: "Ahí está mi parcela".

AO: No más juegan las tierras.

FM: No más dicen que son cooperativistas, pero no saben cuál es su tierra. No más aquéllos siguen explotando el asunto. Yo se lo dije al profesor Villanueva, le dije: "Jefe, es un chanchullo." "Pues ellos dirán, pero nosotros aquí lo titulamos como ejido. Si ellos no lo ocupan, no nos importa ." ¿Por qué ha de ser justo que nosotros, que estuvimos peleando las tierras con las armas en la mano, no tenemos tierras? No tenemos más tierra que la que tenemos en las uñas.

RR: ¿Entonces le quitaron de plano?

AO: Sí, nos sacaron. Nos daban trabajo así, lo que se nombraba su burdo de 25 metros, un hilo. "A ti te toca rozar." O a limpia de apantle, o a limpia de acequia, o a drenaje; un hilo. "Bueno, usted acabó su tarea de un hilo de 25 metros y ya quiere usted más" , y ¡que ya no hay! ¿Y a cómo nos pagaron el metro? Cinco centavos el metro. ¿Cuánto ganamos de 25 metros? "¿Quiere más?" "Ya no hay, muchacho, ya no hay." Así nos fueron aburriendo, de plano. Que ya mejor dejarlo.

FM: Lo hicieron para que ya no tuvieran derecho a la tierra, una cosa muy lógica.

AO: Como cuando firmamos el censo básico, nos dijo el gerente, Manuel Pérez, que todos los que firmaron el censo básico teníamos derecho de que nos dieran las tierras ellos; pero como se murió, ya no nos señaló. Ahí murió todo.

RR: ¿Entonces qué hizo?

AO: Entonces ya tenía yo mis hijos, ya estaban creciendo y los estaba yo manteniendo como se podía, con lo que ganaba yo. A veces ganaba yo quince, veinte, hasta veinticinco pesos a la semana. ¿Qué tanto? Pero era también un poco barato, no como hoy. Y así los fui levantando a los hijos. Después nos sacaron de allí y me puse a trabajar aquí en cultivar el terreno, terrenos alquilados. En esto me estuve pasando los días, pasándolos hasta que me puse viejo. Ya los hijos están grandes, ya éstos me van dando para pasar los días.

RR: ¿Tiene hijos que le quieren mucho? ¿Están muy al pendiente de usted?

AO: Eso sí. ¿Para qué voy a hablar de ellos? Estoy bien con mis hijos. Como ya ellos también tienen sus hijos, ya ven los trabajos que es levantar el hijo. Dicen: "Usted no trabaja ya, usted ya nos crió, ahora nosotros tenemos el cuidado de usted". Tengo cuatro hombres y dos señoritas. El primero es Tránsito Ortiz. Trabaja en México en una fábrica. Otro es Vicente. También trabaja en una fábrica. Otro es Nicolás Ortiz, que es agente de tránsito. El último, José Guadalupe, no tiene trabajo. Las hijas, Elodia y María, cuidan a los hermanos no casados allí en México.

AA: Y usted, don Cristóbal, ¿qué le paso después de Chinameca?

CD: Nos venimos, pero ya no pudimos estar porque nos acosaban los voluntarios; como éramos conocidos, nos correteaban. El presidente nos decía que, para estar tranquilos, debíamos de entregar caballo y armas, y eso no quisimos. Entonces había un señor que tenía su ganadito y me dice: "¿Quieres? Anda, vete a cuidar mi ganado, de vaquero." Y así comencé.

En la revolución, como andábamos por aquí, me hice de novia por aquí. (4) Me vine de Tlancualpicán para acá, con este aspecto de que quería que entregara armas y caballo y yo no, y me vine para acá. Y aquí me casé. Vino Ángel y otro niño. Ya me hice de por acá, casado. Y ya no les entregué nada. Aquí me pareció por el río. Y vio usted el aparato que tenemos. Como la gente tienen sus siembras de ahí, y del otro lado del río, mire usted ¡qué bonito sembrado! Hay muchas norias. Todos los que siembran por aquí, de esto se mantienen, sembrando en el riego. Y en el temporal.

Después se empezó a poner más elevada la cuestión de precios, ya fue otra cosa. Todo iba subiendo, los precios de las cosas, también subían los precios de los comercios. Como sabe usted que en un rancho por más que quiere usted gastar no es lo mismo que en una ciudad. Y así vine pasando la vida. Mi niño creció y es el que me viene ayudando en el trabajo. (5) Poco a poco fuimos ahorrando cualquier cosa y nos fuimos haciendo de alguna cosa. Y ésta fue nuestra vida y es nuestra vida hasta la vez. Trabajar. Trabajamos con lo poquito que tenemos. No vamos a la hacienda.

VIII. VALÍA LA PENA

A pesar de que los tres firmantes no se quedaron con ningunas tierras para sí, explican por qué creen que la Revolución sí valía la pena. Notan los problemas que todavía ven con la reforma agraria, pero a pesar de estos problemas, sienten que la misión del Plan de Ayala sí ha sido cumplida. Están muy complacidos por las atenciones que el gobierno les ha prestado. Muestran con orgullo las medallas que el presidente Luis Echeverría les otorgó.

Rosalind Rosoff: Usted, don Francisco, ¿cree que la Revolución valía la pena, que los pobres han adelantado?

Francisco Mercado: Pues sí, mucho. Pues eso se le debe después a Obregón, porque realmente perdimos. Derecho perdimos, porque mataron a nuestro jefe. Pero cuando Obregón y Pablo González mataron a Carranza, entonces quedó en el poder Obregón y don Antonio Soto y Gama se le pegó con Magaña a Obregón. Gracias a Antonio Soto y Gama y a Gildardo Magaña, que políticamente se le metieron a Obregón, Obregón reconoció el Plan de Ayala, y estamos a la altura que estamos porque ahorita es pan de todo el día. Porque ahorita, ¿cuál otro? ¿El Plan de Guadalupe? Ni suena ni truena. ¿Cuál otro plan? ¡Solamente el Plan de Ayala!

RR: ¿Usted conoció a Soto y Gama?

FM: Sí, ¡cómo no! Iba yo por el cuartel general y quedé en el correo trabajando, y necesitaba yo unos escritos. Me acuerdo que era licenciado y que voy a verlo. "Don Antonio, me pasa esto y esto." "Cómo no, Pancho", y que me hace unos escritos chulos. Muy buen licenciado. Muy zapatista, hasta el hueso morado.

RR: ¿No tiene el libro que escribió sobre Zapata?

FM: No, no lo tengo. Pero yo verbalmente puedo decirle que hasta regañaba a sus hijos. Decía: "Cuando venga Pancho, no me nieguen"; porque un día estaban diciéndome: "No, no está", y que los oye y les dijo que: "Cuando venga Pancho, no me nieguen. Me gusta platicar con él."

RR: ¿Y Manuel Palafox?

FM: No lo traté. Pero yo traté a don Antonio. Porque ya le digo a usted, cuando fue con Jesús Morales a Tlaltizapán, ya estaba allí don Antonio. Don Antonio hasta el '13 llegó al lado de Zapata, no llegó antes, hasta el '13.

RR: ¿Usted tiene tierras?

FM: No, nosotros tres no tenemos.

RR: ¿No? ¿Por qué? ¡Los que firmaron no tienen!

FM: Sabe usted que yo le platiqué a mi jefe Villanueva (le digo jefe porque es él el que da el chivo) que no me preocupaba ya porque cada vez que le daba lectura el señor Montaño al Plan de Ayala en los ranchos o en los pueblos que le ordenaba el jefe, al acabar les decía el jefe: "Las tierras son para quien las trabaja con sus propias manos." Yo ya no puedo. Y me contestó Villanueva: "¿Y no tiene usted hijos?" Le dije: "¡Cómo no!" "Es una herencia familiar. Usted ya no puede, pero en cambio sus hijos sí pueden."

Pero yo no sabía que le había ordenado Echeverría que nos diera quince hectáreas a cada uno de los tres, sean compradas o sean quitadas. Eso lo vine a saber con el gobernador en Cuernavaca, porque estuve en un sanatorio, y de allí me sacaron y me vinieron a dejar hasta Cuernavaca con el gobernador. Allí entonces nos habían dado los 50 mil pesos, y allí los traía él. Decía: "No se lo puede usted llevar, se lo vayan a quitar allí, está usted en convalecencia. Aquí el señor gobernador que los ponga en el banco." Entonces yo le entregué los 50 mil pesos al gobernador y ya los puso en el banco. Entonces ordenó a unos tres gendarmes y una camioneta para traerme hasta Chiautla. Pero yo no quise llegar a Chiautla para que digan que me traían preso. En Matamoros los despedí. De Cuautla les dije: "Bueno, para Matamoros. Ahí voy a comprar mis medicinas." Y allí llegué a casa de mi hijo. Allí les di las gracias. Se fueron y ya yo me vine para acá.

RR: ¿Pero cómo es que no les tocó un reparto de tierras aquí en Chiautla?

FM: Pues, aquí sabe usted que no hay agua. Son de temporal que no da resultado, porque las contribuciones son duras y no dan resultado los años malos. Nosotros tuvimos en Atenzingo, que son como 15 o 20 mil hectáreas, y que no más los están explotando los líderes porque no han repartido la tierra, no más de lengua y de dicho, pero de positivo no lo han repartido. Y no nos quieren dar.

RR: Usted ¿se quedó sin tierras, don Cristóbal?

FM: Pues no le dieron.

RR: ¿Y a usted, don Agustín, tampoco?

Agustín Ortiz: Igualmente.

FM: Él fue trabajador de hacienda, en 1938. Y lo corrieron porque lo querían matar para que no tuviera derecho a las tierras. Aquí hay muchos trabajadores que firmaron el censo básico.

AO: Y yo también lo he firmado.

FM: Le han dado colores, primero que era cooperativa y por el estilo; no mas le han dado color, pero los que han explotado son los líderes. Y todos los del Estado de Puebla no tienen tierras.

RR: ¿Entonces los que pelearon tanto...?

FM: Esto me dijo el gobernador, dice le ordenó Echeverría a Villanueva que a ustedes les dé, sean compradas o quitadas, quince hectáreas a cada uno de los tres firmantes. Por eso lo supe, no me lo dijeron otras personas, el gobernador. Porque me dijo: "Ya me ordenó que fuera yo a Puebla", pero entonces cambiaron al gobernador. Pero como nos están dando el chiquito, aunque sea poquita cosa alcanza para comer. Y a nosotros nos dieron nuestro pancito. ¡Porque cada mes vamos a cobrar como si trabajáramos!

Cristóbal Domínguez: Sí.

RR: Bueno, ya trabajaron.

FM: Pero ya no trabajamos. Trabajamos en aquel tiempo. Pero, gracias a eso, señoras, hay que reconocer la realidad. Nos conformamos que siquiera se acordaron en la vejez que ya no podemos trabajar; yo ya hubiera muerto, sin poderme curar ni nada; porque ahora están las medicinas caras, y yo estoy sobre la medicina.

RR: ¿Ustedes estuvieron con el presidente Echeverría, últimamente?

FM: Sí, cómo no. Sí, nos condecoró, allá en Bellas Artes. (6) Nos invitaron.

CD: Nos citaron y nos vinieron a traer en coche. Nos dio una medalla. ¡El mérito de la Reforma Agraria!

FM: Sí, lo cumplió, porque nos dio ya 50 mil pesos a cada uno, a los tres firmantes sobrevivientes. Cuando me dieron el dinero, los 50 mil pesos, me dieron un drama allá en la Agraria sobre la muerte de Zapata y la muerte de Montaño. Yo lloré. Y ahora hasta el señor presidente me dice como me dicen los Zapatas. (7) Sabe usted, en el comelitón que le dieron cuando le entregué una copia del Plan a Echeverría, aquí a la derecha estaba Mateo, Diego y Anita, y pasaban los platones, como cuando estaba el jefe. "Ándele, Pancho", y "Ándele, Pancho." Todos los platones que pasaban me los ofrecían los tres. El señor Echeverría no más me estaba mirando el ojo. Yo también, con el rabo del ojo lo veía yo que no más me estaba mirando. Pero ahora que me puso la medalla en Bellas Artes me dice: "No sabes la emoción que tengo al ponerte esta medalla, Pancho." Ya no me dijo Francisco, me dijo Pancho, como los Zapatas.

RR: Y usted está muy bien, ¿verdad don Cristóbal? ¿No tiene quejas de nada?

FM: Está muy fuerte.

CD: Tengo noventa y seis años.

FM: Yo creo que estás equivocado. Has de tener más. Fíjese usted que era amigo de mi padre. Allá íbamos a dormir cuando llevábamos toros para los ranchos. Fue nuestro hospedaje, Tlancualpicán. Yo era chamaco, él era hombre, y por eso creo que tiene más de diez años mayor que yo, no más que es de buena madera. Está más fuerte que yo. Éste anda más recio que yo. A mí me acosa la presión, los riñones, estoy amolado, ya no dilato en partir al otro mundo.

RR: No, no. ¡Ojalá que no!

FM: ¡Pues si las enfermedades me llevan! Yo, por mi parte, no quisiera yo. Pero fíjese usted, aunque pase uno mala vida no quiere uno morir.

CD: Yo siempre me he venido curando mucho, desde cuando fuimos a Atlixco, cuando tomamos a Puebla; desde entonces, porque dormíamos en el campo como en estos días de diciembre, del invierno dormíamos allá por la Trinidad, y amanecía hielo como cenicita, y nosotros con sarapitos muy sencillitos. Así pasábamos, y me dio entonces un catarro, una fiebre fuerte y entonces quedé ronco. Entonces, cuando hubo manera de curarme, he venido curándome, así poco a poco, y me sirvió mucho todo eso; poco me he enfermado. Ésa es la causa también que yo todavía viva otros días, y siempre que siento cualquier cosa, voy al médico, voy a la medicina.

FM: Ahora, cuando me siento malo, tengo mis pildoritas y me compongo.

RR: ¿Y usted está bien, don Agustín?

FM: Éste está bien. Él va a enterrar a los dos. Va a ser el último. Está fuerte. Tiene madera buena.

RR: Pues los tres tienen.

FM: Yo soy el de más mala madera. Pero, bueno, la situación así lo permite.

RR: Pues, han sido tan amables con nosotros, queremos agradecerles mucho. Creo que necesitan descansar. ¿Les llevamos a sus casas, verdad?

Anita Aguilar: ¿Cómo le hacemos? ¿A don Cristóbal primero?

RR: ¿Sí, dónde vive usted? ¿Podemos entrar con el coche?, ¿hay camino?

CD: Ya hasta una carreterita hay, que sale donde está el campo mortuorio.

FM: ¡Tiene su carrito! Lo traen.

CD: No, están cortando sorgo.

AO: Vino a caballo.

CD: Sí, vine a caballo.

FM: ¡Pero éste tiene carretera y tiene coche! Tiene ganado, tiene tractor, tiene coche. Éste está rico.

CD: Aunque sea de salud. (Risas.)

RR: Bueno, entonces, ¿qué tal si le llevamos a su casa, don Cristóbal? Usted, don Francisco, aquí descanse, y después regresamos por usted, porque no cabemos todos.

FM: No se preocupen por mí. Yo me voy en un carro.

RR: No, no. Primero dejamos a don Cristóbal en su casa. Luego regresamos por usted.

FM: Es mucha molestia. Yo voy en carro.

AO: ¡Que lleven a don Pancho! Lo llevaban, necesitan traerle.

RR: Desde luego. ¿Pero entonces usted, don Cristóbal, ¿tiene cómo llegar a casa?, ¿tiene su caballo por aquí? ¿Y puede ir, no está muy cansado?

AO: No, no le molesta. Aquí tiene su caballo.

FIN

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