
La Proctomaquia o El cantar de los culos
LECTURA RECOMENDADA
Wenceslao
Maldonado - La Proctomaquia o El cantar de los culos |
Wenceslao
Maldonado - Entre Afrodita y Eros

Creo más en la exaltación
de la ridiculez
y el mal gusto que en la provocación que produce cierto nivel de belleza y bienestar a costa de hambre, genocidio y guerra en el mundo
Wenceslao Maldonado |
|
Wenceslao Maldonado nació
en Buenos Aires en 1940. Estudió teología en la Universidad Salesiana de
Roma y Letras en la Universidad Católica de Buenos Aires y en la Università
degli Studi de Trieste.
Ganó el Primer Premio “Iniciación en Prosa”, bienio 1992-1993, de la Secretaría
de Cultura de la Nación, por el libro de cuentos Arquitectura Gótica (Ediciones
del Tridente, Buenos Aires, 1999).
Obtuvo el premio “Fray Mocho” de Teatro Breve por La historia del cliptodonte
(estreno noviembre 1997).
Integra “Zeus Teatro”, grupo de coreutas ambulantes.
Publicó los libros de poesía: La estación necesaria (Biblos, 1990), El hombre
herido (A.Gallegos, 1994), Tierra intranquila (A.Gallegos, 1994), Dioses
del deseo antiguo (Centro Cultural Ricardo Rojas, 1995; 2° premio Concurso
“Centenario”, Sociedad Italiana XX Setiembre, 1994, Si cortarle la cabeza
a la Gorgona (Último Reino, 1997; 1° premio XIX Encuentro Patagónico de
Escritores, Pto. Madryn, 1996), Ceremonial de una familia oscura (Elefante
en el bazar, 1997; finalista concurso “Ramón Plaza”, 1996).
En 1994 apareció su segundo libro de cuentos Fronteras (Editorial Epifanía).
En 2006 publicó Paraíso desechado y Paternidad de sombra (Editorial Epifanía).
Wenceslao Maldonado falleció el 10 de marzo de 2016.


La "Proctomaquia" o "El cantar
de los culos"
Poema épico paródico de Aristón de Mitilene
La columna central de esta sátira deliciosa es la idea de que la rivalidad
entre Dionisio, Apolo y Ares por ver cuál de los tres tiene el mejor culo
genera enloquecimiento y destrucción.
La peripecia
lasciva de los tres olímpicos perezosos- donde alternan semidioses y humanos,
ninfas y objetos- es contada por una serie de escudos de metal labrados
por Hefesto precisamente con forma de culo (proctoaspidisquiones).
Wenceslao Maldonado reescribe aquí la leyenda griega que inspiró a Homero.
Pero si bien sigue las leyes prosódicas de la comedia helénica, también
las tensa y ramifica, reinventándolas magistralmente en múltiples tonos
y metros, cantos surgidos de personajes creados para enamorar; y anécdotas
secundarias que culminan, con exactitud, en un final épico delirante.
Juguetón y veraz, con la seguridad de un escritor avezado en las tradiciones
literarias de Occidente, el poeta Maldonado distorsiona con habilidad el
rico santuario griego.
Un trabajo que podría estar perfectamente a la altura de los doce que llevó
a cabo el emblemático Heracles.
Enmascaramiento literario, regodeo transexual que supera los estereotipos
de género, la lectura en papel de este texto surgido en Internet resulta
inspiradora y estimulante como pocas.
La Proctomaquia o El cantar de los culos es uno de esos raros libros que
aparecen muy de vez en cuando; es decir, estamos aquí frente a un libro
con destino canónico.
Alejandro Margulis


La presentación
de La Proctomaquia o El cantar de los culos (Editorial Simposio) tuvo lugar
el sábado 2 de diciembre de 2008 en La Manufactura Papelera -Lugar de arte-
Bolívar 1582, San Telmo, Buenos Aires, con lecturas de Marcelo Gamarra y
Wenceslao Maldonado. Las palabras de presentación estuvieron a cargo de
Alejandro Margulis.y de Diego Trerotola. Hubo un diálogo del autor con Claudio
Pereyra, Diego Trerotola, Alejandro Margulis y Fernando Iturrieta, coordinado
por Leonor Silvestri; lecturas a cargo de Marcelo Gamarra y Karina
Martínez; palabras finales del autor y un cierre musical por Gabo Ferrer.
HERMAFRODITISMO LITERARIO O
CLASICISMO CULICO
ACERCA DE LA OBRA DEL EX PADRE WENCESLAO MALDONADO
Por Alejandro Margulis
Una vez me invitaron
a formar parte del jurado de un concurso literario organizado por una asociación
de médicos en Mar del Plata. Los invitados de Buenos Aires en realidad éramos
tres: un poeta, una profesora y yo, que había escrito una novela queer (de
género gay digamos). Entre los cuentos había uno que se titulaba “Mendigo
en el monasterio” que narraba, con bastante potencia y un estratégico mal
gusto, la fascinación erótica que un sacerdote sentía por un mendigo que
se aparecía en el jardín del convento. Al final el mendigo se metía en la
celda del religioso y pasaba de todo. A la hora de los votos, pese a mi
insistencia por premiarlo este cuento salió, injustamente, tercero. El poeta
creo que también lo quería votar pero si mal no recuerdo se sometió al criterio
más conservador de la profesora, que me parece se dio cuenta de que ese
trabajo era mucho mejor que los otros pero no quiso hacerse cargo de la
controversia que la premiación habría generado. Cuando llegó el momento
de leer el fallo pedí decir unas palabras sobre el cuento de un tal Wenceslao
Maldonado. “Lo único que faltaría es que el autor de este cuento fuese cura”,
dije después de resumir el argumento y fundamentar mi elección. A la salida,
cuando estábamos saliendo al jol del teatro donde se habían entregado los
premios, se me acercó el autor. Se identificó y sonriente, no diría beatífico
pero sí pachorro, completó sus señas: “Y fui cura”. En ese momento nos hicimos
amigos. (Lo bueno de hacerse amigos de grande es que es más fácil precisar
cuándo, cuándo exactamente, empieza la amistad.)
Aquel cuento terminó en el primero de sus dos libros de narrativa publicados,
“Arquitectura gótica”, con el que ganó el premio Iniciación en prosa del
bienio 1993-1994 otorgado en 1996 por la Secretaría de Cultura de la Nación.
De los ganadores del primero y segundo premios del concurso de los médicos
marplatenses nunca más tuve noticias. Después de ese volumen, finito pero
intenso, publicó diez libros de poesía, escribió más de una novela y tradujo
concienzuda y catedráticamente una antología del deseo y el eros en la poesía
griega que subimos al portal que tenemos en internet, www.ayeshalibros.com.ar,
desde donde hace menos de un año pivoteamos juntos, y junto a otros socios
que ya están y otros que se van sumando, una asociación civil sin fines
de lucro cuyo objeto es la difusión de la literatura, el arte y la cultura.
En el marco de las actividades que venimos realizando juntos fue que le
propuse ir presentando “La proctomaquia” o “El cantar de los culos” en 2007,
en el mes de setiembre, en la Biblioteca Nacional, bajo la forma de un texto
digital proyectado en una pantalla prominente, que todavía puede verse en
internet, con la memorable lectura a dos voces que hicieron el mismo Vences
y el actor Marcelo Gamarra. Luego, en octubre, la todavía inédita “Proctomaquia”
se presento en Lugar Gay de Buenos Aires; y finalmente, en diciembre, y
como adhesión al 10º aniversario del Club de Osos de Buenos Aires, en Casa
Brandon, tuvo el placer de hablar de la obra que copiamos en formato CD
en una edición exclusivísima de 10 ejemplares,
Y bien, efectivamente Wences, nuestro amigo Wences, entró al colegio Santa
Isabel de San Isidro de los padres salecianos a los 8 años; estuvo hasta
los 13, cuando terminó el primer año del secundario al final de 1953. De
ahí hizo toda la formación seminarista en filosofía y teología en Don Bosco,
hasta que se ordenó en Roma en 1966, a los 25 años. Siguió como cura hasta
1989. En el ínterin fue director y rector de un colegio, y después, entre
1982 y 1987, inspector provincial de Capital Federal, Gran buenos Aires
y las provincias de Santa Cruz y Tierra del Fuego, al mismo tiempo que presidente
de la Conferencia Argentina de Religiosos, una institución autónoma en la
Argentina que depende sólo de la Santa Sede. Al final del 89, con 49 años,
decidió retirarse de la institución salesiana y de la Iglesia. Continuó
sin embargo dando clases a chicos disciplinados y crédulos de colegios religiosos,
a colegialas que quiero suponer de uniforme, y a jóvenes futuros maestros
y maestras de profesorado.
Vamos al libro.
A la manera de la comedia helénica -pero no se confundan con las apariencias-
la trama de esta sátira magnífica se ramifica en múltiples personajes y
anécdotas secundarias pero finalmente coincide en una gran escena épica
final: ahí se resuelve el conflicto, ahí se desata el nudo de la intriga,
ahí acaba (y este chiste malo ya lo hice una vez) la cosa. Entre los primeros
versos y los últimos, Wences va distorsionando con habilidad el rico santuario
griego. En rigor procede del mismo modo que un escritor de la antigüedad,
recreando los temas que el público ya conoce, o como se diría en nuestro
tiempo industrial: dándoles una vuelta de tuerca, o varias. Un día en un
almuerzo de Ayesha él nos explicó que así procedían en realidad los autores
griegos en cada concurso; había decenas de participantes escribiendo sobre
los mitos que circulaban: Edipos y Antígonas, familias trágicas a más no
poder y otras farsescas. También los dioses y semidioses entraban en esas
galas literarias de donde salieron, ganadores, los Sófocles y los Eurípides.
Bueno, releyendo ahora este libro que al fin se convirtió en papel impreso
entendí de pronto qué es lo que me gusta tanto de su trabajo. Como si compitiera
con aquellos dramaturgos fundantes y fundamentales, Wences tiene la capacidad
de hacer que los míticos dioses y semidioses griegos cobren vida nuevamente.
¿Cómo lo hace?
Primero con la erudición, que nunca es pesada (de hecho este libro puede
leerse también como una introducción a esa mitología, y el generoso desparramo
de notas al pie con que lo pobló permite familiarizarse con protagonistas
y agonistas suavemente, en caso de que alguno se nos escape o de que lo
desconozcamos); con el uso didáctico de su erudición consigue que todos
los personajes, incluso los más secundarios, se perciban increíblemente
reales, como si los griegos se los hubieran imaginado realmente así en la
antigüedad.
El segundo recurso es la mezcla de voces, hacia fuera y hacia adentro del
texto: hacia fuera porque, y esto también lo dije en otra oportunidad, Wences
se escuda en un alter ego, Horacio Argüello (que son el segundo de sus nombres
y el apellido materno, respectivamente), quien a su vez atribuye la paternidad
del poema a un misterioso, probable, verosímil e inventado autor de la segunda
centuria antes de Cristo, Aristón de Metiline; estos enmascaramientos siguen
con la astucia del descubrimiento del poema original, que es motivo de disputa
por parte de unos competitivos arqueólogos, el último de los cuales, precisamente
Horacio Argüello, termina preso en la cárcel de Caseros sospechado del triple
asesinato de los arqueólogos y el traductor anteriores a él, nada menos.
Así Wences -y esto también lo dije la vez anterior- hace suyo el recurso
literario más eficaz, desde el Cide Hammete Benengeli que Miguel de Cervantes
Saavedra creó para esconder su autoría en el Don Quijote: el palimpsesto,
es decir el texto que ha sido escrito por otro. Que en este caso se multiplicó
por dos, y por tres.
Pero todo esto no sería más que maquillaje si el recurso no funcionara a
la vez hacia adentro del texto: y ahí es donde se vuelve genial. Porque
todo ese disimulo se cohesiona en el interior mismo del largo poema, con
el recurso de hacer que los doce cantos contados sean cantados por un montón
de nostálgicos escudos de metal labrados en forma de culo. Sobre todo uno
de ellos, que se llama Culo PROHIBIDO, canta la mayor parte de la historia
y lo hace con la autoridad que le da haber sido el escudo que llevó el mismo
Orfeo, uno de los testigos privilegiados del concurso, y santo poeta, por
cierto, del Olimpo griego. Y miren si no es gracioso cómo se llaman estos
escudos: Culo LÁNGUIDO, Culo DIFICIL, Culo CERRADO, Culo CAIDO, Culo PELADO…
A medida qué van hablando, se interrumpen, critican o aplauden, con los
recursos propios de su estado que solamente se le podían ocurrir a un artista
sin prejuicios; es decir, con pedos, peditos y pedorreos a granel. Con los
proctoaspidisquiones (que así se llaman en el libro estos insólitos coreutas
de fantasía seudo homérica) el libro se libra, inteligentemente, de que
se lo acuse por fraude literario. Y al mismo tiempo nos introduce (bueno)
en el clima de lo que vamos a leer.
El coro cumplía la función de permitirle al espectador de las obras griegas
transferir su deseo de emocionarse así no estuviese emocionado en absoluto…
Valga acá una digresión. Cuando yo estaba pensando en lo que iba a decir
hoy me encontré con que Lacan habla de esto. Lo mismo que cuando algunos
pueblos contratan a plañideras para que alguien llore mientras los deudos
resuelven cuestiones más prácticas, como repartirse la herencia; o como
cuando los televidentes adormilados vemos a Tinelli y escuchamos las risas
grabadas o los comentarios chistosos en off, después de los que nos dormimos
sintiendo que nos divertimos muchísimo, aunque sea mentira; de esa manera
el coro de las obras griegas dejaba a los espectadores antiguos con la conciencia
tranquila en caso de que no hubiesen sentido nada. Bueno, a mí me parece
que Wenceslao está aportando algo así de importante al inventar un coro
tan ridículo como el de los escudos con forma de culo: porque es cierto,
podemos tratar de identificarnos con ellos si nos dá la gana, pero ¿hasta
dónde? ¿Hasta dónde aceptaríamos que algo tan bizarro nos represente? La
primera vez que leí este libro pensé que lo que el autor quería desacralizar
era ese recurso. Una parodia, digamos, sólo apta para lectores cultos. Y
quién sabe peleados con los dogmatismos de todo culto, incluso el griego.
Ahora encontré una breve declaración de principios que Wences firmó en la
solapa y creo entender mejor lo que quiso hacer. Se las leo: “Creo más en
la exaltación de la ridiculez y el mal gusto que en la provocación que produce
cierto nivel de belleza y bienestar a costa de hambre, genocidio y guerra
en el mundo.” La apuesta parece que es más intensa entonces: señores lectores,
ni sueñen con identificarse acá con un neoclasicismo tardío; estamos en
la tierra del kitsch posmoderno. O quizás mejor, del clasicismo culico.
Me gustaría finalmente ejemplificar como Wenceslao Maldonado ensambla magistralmente
un argumento nuevo siguiendo la lógica de la cultura original. Se trata
de algunas estrofas del tercer capitulo del canto segundo. Se titula “La
gran propuesta” y aprovecha, como en todo el resto del poema, las tramas
dejadas abiertas por la imaginería griega. Estos versos son contados desde
el punto de vista de la nereida Galena, quien se encuentra en la boca de
una caverna donde Afrodita acaba de acostarse con Hermes. Voy desde el verso
100 a los siguientes:
“¿Cómo me pagaras este momento de placer sublime?”, oyó la afligida Galena.
Y enseguida la respuesta pastosa de Hermes: “¿Acaso no es un regalo de Afrodita?”
Y Cipris [uno de los nombres de la diosa de Chipre] : “También los dones
de Afrodita tienen precio”.
“No tienes que decirme cual es el costo de este encuentro”, pareció añadir
el héroe
Argifonte, “porque si has sentido placer en mi sexo, mucho mas te excitaran
los besos de mi hermano Apolo”.
Un dios varón proxeneta de su hermano, tal la torsión con que este poema
aprovechando la justa fama de la diosa del amor. Y mas adelante:
“Muy simple”, concluyo Hermes, “deberías auspiciar un concurso de belleza
entre los dioses,
y yo conduciré ante ti a Apolo, así como os acompañe a vosotras, las diosas
mas bellas,
ante el Pastor del Monte Ida, cuya decisión final habías comprado de antemano”.
Sin duda ustedes se acuerdan la célebre leyenda a la que aluden estos versos.
Es la que da inicio a la Guerra de Troya: el bello pero mortal pastorcito
Paris obligado a decidir cuál de tres diosas es más bella, si Atenea, Hera
o Afrodita. Afrodita mejora la oferta de sus rivales para ganar, y le promete
a la incomparable Helena, más hermosa que cualquier otra de las mujeres
mortales. Y Maldonado se mete en el corazón mismo de la leyenda griega para
devolverle a los hombres su coquetería como objetos del deseo, metro sexuales
se diría ahora, y así desplaza, recreándola, la metáfora universal.
“¿Piensas acaso que los dioses se interesan por su hermosura y por su aspecto
como las diosas?”, le hace decir nuestro amigo Wenceslao a la diosa, y por
su boca a la cultura que centra el deseo en las formas femeninas vuelve
a tambalear.
Y a Hermes le hace responder:
“Los dioses, como los hombres, disimulan mas pero están muy atentos a la
apariencias de su figura.
Sobre todo saben que la firmeza de sus nalgas es decisiva para embelesar
a una mujer o una diosa.
¿Por qué no organizas un concurso de culos entre los divinos mas dotados,
y obtendrás un éxito seguro hasta tal punto que el panteón se convertirá
en un avispero,
y mi hermano, de arco certero, seria uno de los seguros ganadores,
pero, aun mas, podrá llegar a ser uno de tus seguros amantes”.
Y el argumento no es solo irrefutable por su aprovechamiento de la siempre
abierta mitología griega (no olvidemos que los dramaturgos de esos tiempos
iban abonando nuevas escenas a los mitos primarios); la catálisis, voluntariamente
inadecuada, esta continuidad de la leyenda vista con otros ojos resuena
en nuestros oídos contemporáneos en forma armónica. Tal vez porque después
de todo, y como las notas al pie que va colocando el falso traductor se
ocupan de ir insinuando, en el fondo el sentido de “La proctomaquia” o “El
cantar de los culos” no es otro que el de devolver hoy, que ya somos grandes,
la pasión homo erótica a la leyenda antigua, esa que sacudía a los griegos
y que la tradición clerical intento clausurar, censurar en suma, como a
los curas en los monasterios.
Alejandro Margulis, diciembre 2008.
La Proctomaquia o El cantar de los culos
(Fragmentos)
Las Horas
y las Gracias derramaron sobre ti dulce aceite,
oh culo; ni a los viejos dejas dormir.
Dime, feliz, de quién eres y a qué muchacho
adornas. Y el culo dijo: “A Menécrates”.
RianoI
La Musa de los Muchachos
Oscuro y fruncido como un clavel violeta
respira, tímidamente oculto bajo el musgo;
el licor del amor todavía lo humedece
y fluye por el leve declive de las nalgas.
Paul Varlaine y Arthur Rimbaud
Soneto al agujero del culo.
A modo de presentación
En 1972, cuando murió el arqueólogo Bally Cock, desaparecieron los papiros
que él había afirmado haber descubierto en El-Abarca en 1943. Su secretario,
el francés Jean-Claude Sevigny, nunca supo responder nada sobre este asunto,
a pesar de haber vivido varios años con él y ser el heredero de su biblioteca
y de sus manuscritos.
En 1974, en Roma, me encontré con Sevigny por primera vez. Me habló en forma
genérica sobre el asunto, como que recordaba lo de los papiros de El-Abarca
(“por entonces yo no era todavía su secretario”, me aclaró), pero de ninguna
manera se encontraban en el archivo de Cock. Le dije que lo extraño era
que el único que habría podido ver, tal vez, los textos griegos era el traductor
español José Luis Abreu Villalonga que había hecho una retórica traducción1
en verso publicada en “La Cibeles” en 1950, después de la guerra. Sevigny
puso una cara de extrañeza indescriptible al escuchar ese nombre, como si
yo me hubiera atrevido a evocar al enemigo número uno de Bally Cock o, quién
sabe, del mismo Sevigny.
Por lo que sé, Abreu Villalonga había tenido diferencias grandes con Cock,
al menos por la interpretación de la autoría de la obra, si no por el título.
En 1945, cuando apareció el anuncio del descubrimiento de Bally Cock en
Archaeological Review2 con una simple indicación, “An epic-parodic „chanson?
was found by Bally Cock in the vally of El-Abarca”, yo también había considerado
errónea la opinión del arqueólogo inglés que interpretó por Aristón, filósofo
peripatético de la época en que se habría escrito el poema, alrededor de
230 a.C., y no por ejemplo Aristágoras, que fue un escritor cómico, aunque
es cierto que su ubicación es totalmente incierta en cuanto a lugar y tiempo.
Yo tenía también un serio problema con la interpretación de ...., que a
mi juicio de ninguna manera podía ser Mitilene (y menos en caso dativo con
una clarísima iota suscrita), sino que se refería a Galena (es decir “para
Galena”), una nereida de la que se habla en buena parte del poema. Pero
me estoy alejando de la cuestión porque en esa época en que Europa pensaba
nada más que en la desolación de la guerra, ¿qué podía importar lo que pretendía
discutir un argentino desconocido como yo desde un territorio tan austral
con un arqueólogo inglés que, además, hacía por lo menos dos décadas que
no pisaba su propio país? Bally Cock no respondió jamás a una sola carta
mía, por supuesto. Ni siquiera cuando volvió a Cowley y, si no me equivoco,
ese francesito guapo de Jean-Claude Sevigny ya vivía con él como “secretario”
o como lo que sea. Cuando visité a Sevigny por segunda vez, en 1976, la
situación pareció cambiar; me dijo que se acordaba de mi nutrida correspondencia
con el arqueólogo; me dio el detalle de los desteñidos sellos postales con
la cara de San Martín, y una foto que se me había ocurrido mandarle (me
la había sacado mientras trabajaba en cueros bajo el fuerte sol de Purmamarca,
cosa casi de adolescente). El francés me aseguró con elegancia que todo
estaba perfectamente archivado, y añadió, mirándome de reojo, que yo tenía,
por aquel entonces, un cuerpo admirable. El dato no dejó de resultarme más
que curioso, porque nada tenía que ver con el famoso poema del que hablábamos.
Lo cierto es que me puse en campaña para conectarme en Málaga con el traductor
Abreu Villalonga. Pensé que iba a ser el camino más fácil. Estábamos en
mayo de 1977. Lo logré en un cóctel de investigadores. Apenas si nos intercambiamos
algunas palabras, pero no pasó nada. Traté de coquetearle un poco y pude
entender, a pesar de su parquedad, que el manuscrito lo tenía Sevigny y
habían acordado verse al mes siguiente por ese motivo.
Quise, entonces, ganarle de mano al español, y busqué el modo de encontrarme
otra vez con el señor Jean-Claude, que por entonces se había retirado a
Nantes. Pero fue imposible. Ni llamadas telefónicas ni cartas tuvieron eficacia
alguna.
Decidí hacer finalmente un viaje a Nantes, en una de mis estadías romanas,
para ver si, golpeándole a la puerta, Sevigny me recibía. Pero por ese entonces,
y estoy hablando de junio de 1977, Sevigny ya no me hubiera podido atender
porque había muerto, de un infarto parece, algunos días antes, como me explicó
la portera de la Rue des Fleures, 36, probablemente coincidiendo con la
visita de Abreu Villalonga.
Podrá advertir el lector que con este poema no he tenido muy buena suerte
que digamos. Ya desde el título, que por respeto a su descubridor, Bally
Cock, he seguido manteniendo como La Proctomaquia. No es ocioso discutir,
por ejemplo, el significado de las letras que quedaron inicialmente ya que
bien podría tratarse de la Proctomanía3, es decir, “La locura de los culos”
y no “La batalla de los culos” puesto que de este enloquecimiento4 se trata
en forma expresa y será la definición de la guerra. Con este poema, decía,
he tenido bastante mala suerte, muy mala suerte. ¿Todo, quizá, por empecinarme
en un texto sospechosamente falso y al mismo tiempo casi absurdo para la
mentalidad actual? Pero, en fin, eso es lo que lamento como resultado de
mi especialización en un país como este, al que no le interesan los culos
de nadie, menos los de Dioniso, Apolo y Ares que son los que están en cuestión.
Respeté también el subtítulo, El cantar de los culos; creo que fue ocurrencia
de Abreu Villalonga, pero seguramente sugerido por la etiqueta del género
„chanson? que el mismo Cock le pegó al anunciar el hallazgo. Me pareció,
al principio, un intento algo ingenuo de leer la obra desde el Cantar de
Mío Cid o, en todo caso, la Chanson de Roland o, si se quiere, desde el
Roman de Renart. En este último caso, sería original acercarlo al género
„roman? de la Edad Media francesa, e incluso, por qué no, al mismo romancero
español. ¿No quedaría mejor hablar de La Proctomanía. El romancero de los
culos? Pero suena mejor La Proctomaquia. El cantar de los culos. Y así quede.
Sí, mi mala suerte ha sido absoluta con este poema, cantar de gesta, romancero
o lo que se quiera, o tal vez una pura falsificación, como para no encontrar
editorial que aceptara publicar mi versión, considerada poco más o menos
una profanación del inglés de Cock y de su traducción rimbombante al español.
No me han quedado muchas más alternativas que retocar un poco el castellano
de Abreu Villalonga con el británico victoriano de Bally Cock. En realidad
confieso que me he dado el gusto de llamar al culo culo y no trasero o nalgas,
como en estas versiones puritanas. ¿O no hay una palabra para cada cosa?
Sin embargo, lo más importante era confrontarme con el texto griego. Y así
lo hice. En otro momento hablaré de este asunto. Lo que sí puedo afirmar,
aunque parezca un poco presumido, es que ésta es la versión definitiva.
Horacio Argüello
septiembre de 1977.
Canto I
Invocación a las musas y tema del poema
Me urgís, amadas Piérides, a cantar lo que no podría hacer sin vuestra ayuda,
aunque variada es la experiencia de los hombres que transitan por la tierra,
sea que la borrachera provoque el delirio de la danza y la alegría,
sea que el sol pinte paisajes de oro, esmaltados de pájaros cada madrugada,
sea que la guerra temple el grito, y el coraje de los caballos tracios aturda
de furia el suelo.
¿Quién puede cantar la hazaña del guerrero, quién la paz de la mañana, quién
la locura de las fiestas,
si vosotras, Piérides amadas, no sopláis sílaba a sílaba el aire que respira
el poeta?
Venga a mí Calíope para entonar un himno a la increíble hazaña de Heracles
Megaloproctos;
que suene a mi oído la dulce flauta de Euterpe que provoca el deseo de los
hombres;
con paso rítmico salte Terpsícore el baile licencioso de las nalgas ligeras;
haga cantar Erato, entre estruendos corales, a los redondos vozarrones de
los traseros;
Talía, con su máscara ridícula, nos haga reír a pie suelto y a cuerpo desnudo;
tú, la más excelsa de las Musas, sonora Calíope de lira firme,
con las restantes vecinas del Olimpo que habitan Pieria y recorren el mundo,
llama a tu hijo, el melodioso Orfeo, para que temple su cítara de nueve
cuerdas
y nos cante cómo fue la locura de los culos más bellos, cómo en certamen,
movidos por la astuta Afrodita de sonrisa falsa, midieron su esplendor
el delirante Dioniso que golpea el suelo con su tirso al son de gritos de
júbilo,
el resplandeciente Apolo de aljaba de oro que descorre las luces cada día
y el valeroso Ares, cuyos gritos horrorizan a los valles y collados,
ante el juicio certero del héroe que deja sin aliento a los hombres, Heracles
Megaloproctos
Custodien este camino que recorro los muchos hermas11 que me acompañan,
y me recuerden que quien tuvo la ocurrencia de tamaña contienda, el dios
mensajero Hermes,
así quedó plantado en los senderos, solo el rostro vigilante, con mucho
falo pero nada de culo.
Canción de Orfeo
Yo que he enseñado en la Tracia
A recoger tiernas flores
De la breve primavera
Desflorando culos jóvenes,
Yo que amé a tantos muchachos,
Prefiriéndolos a hombres
Cansados de amor y sexo,
Porque hay ternura en el joven,
Yo que ascendí la ladera
Pedregosa de este monte,
Tomo mi lira de brisa
Para cantar esos goces.
Amo los culos torneados,
Redondos como dos soles,
Y los que ocultan, oscuros,
Todo el vello de la noche.
Amo los culos alzados,
Orgullosos de sus dones,
Y los caídos, turgentes,
Que ríen sin pretensiones.
Amo los culos flexibles
Que abrasan con sus calores,
Y los más duros, más tensos,
Que aprietan para que goces.
¡Culos erguidos de mármol!
¡culos brillosos de bronce!
¡culos blandos de azucena!
¡culos cálidos de roble!
Culos que te están llamando,
Que te requieren a voces,
Culitos que suavemente
Te seducen y te acogen,
Culos, culos, los que fueren,
Siempre atractivos y nobles,
¡mi lira los canta a todos
sobre la cima del Ródope.
¡Los culos, todos los culos,
Acudan a mí esta noche!
Epitalamio de las nalgas
Nosotras te besamos,
Nosotras te ocultamos en el pozo,
Nosotras protegemos tu deseo,
Nosotras te abrazamos.
Nosotras te exigimos,
Nosotras te probamos en el fuego,
Nosotras confirmamos tu propósito,
Nosotras te guardamos.
Nosotras te servimos,
Nosotras te colmamos de placeres,
Nosotras te abrigamos en el fondo,
Nosotras te adoramos.
Nosotras, falo amante,
Nosotras, somos nalgas de confianza.
Canción de Zeus
¿Ya probaron, ah, mortales
los placeres por detrás?
Soy el Señor de los dioses
y les enseño a gozar.
El lecho con Hera aburre.
Ganímedes me da más.
No niego que muchas hembras
me lograron trastornar.
Pero en el Ida una tarde
observé algo inusual.
Pastoreaba en esa zona
andando como al azar
un muchachito bellísimo.
Nunca había visto otro igual.
Me molestaba la verga,
parada hasta reventar.
Me estremecí de deseo.
Mi corazón no dio más.
El pastor rubio y salvaje,
con su aspecto de animal,
no se opuso a mi pedido
y se me dejó raptar.
Como el águila que escapa
con su presa, subí audaz
hasta la altura, cargándolo
sin cansarme de volar.
Me lo llevé hacia el Olimpo
para hacerlo un inmortal.
Los celos de mi mujer,
¡qué me pueden importar!
¿Ya probaron, ah, inmortales,
los placeres por detrás?
Balada de los proctoaspidisquiones
Culo Prohibido: Canto el coito que agita las palabras
penetrando el arcano del deseo.
Culo Difícil: Acoplamiento jadeante que conmueve
el dolor, el placer y la locura.
Culo Caído Alabo cada puje más adentro,
cada golpe más hondo, cada grito.
Culo Cerrado El amor apareado, amor rendido, sudoroso de gloria, amor temblando.
Culo Lánguido ¡Proclamen las delicias del orgasmo,
nuestra victoria justa y exultante!
Un epílogo doloroso
Esto es la Proctomaquia. El cantar de los culos. El lector juzgará su belleza
y su verdad, si es que esta extraña obra de Aristón resiste juicio alguno.
En mi próximo libro, todavía en preparación, Teología o Sexualidad divina.
Dos estudios sobre la Proctomaquia de Aristón de Mitilene150, espero poder
analizar con mayor profundidad algunas características de la obra.
Para mí no ha sido tarea fácil, no por la traducción en sí misma, sino por
todas las misteriosas circunstancias que hube de padecer hasta llegar al
texto griego. Su descubridor, Bally Cock, murió antes de poder editarlo.
Su secretario, Jean-Claude Sevigny, dijo haberlo perdido; pero su traductor,
José Luis Abreu Villalonga, logró recuperarlo, claro que a costa de la vida
de Sevigny, por lo que parece. Yo persigo a todos para lograr su conquista,
y cuando tengo en mis manos el ansiado documento, Abreu Villalonga muere.
¿Querrá decir que este escrito tiene encima alguna vieja maldición, como
otros repertos arqueológicos de Egipto? Nada de eso. Pero lo cierto es que
estoy en la cárcel, esperando la extradición. Se me acusa de los asesinatos
de Bally Cock, Jean-Claude Sevigny y José Luis Abreu Villalonga, los tres
juntos, nada menos. A la justicia le interesa encontrar una explicación
fácil para las tres muertes, pero no le importa lo que ha venido sucediendo
durante más de treinta años con un descubrimiento tan extraordinario como
el del valle de El-Abarca allá por 1943. Podría decir cínicamente que, al
revés de las autoridades de Argentina, el Reino Unido, Francia y España,
a mí me interesa sólo el texto griego de la Proctomaquia. Y es cierto. La
fortuna lo ha puesto ahora en mis manos y creo que definitivamente, ya que
no veo que haya en el horizonte arqueólogo o lingüista alguno que ande detrás
de estos viejísimos papiros. ¿Pero qué? ¿Deduciría el lector que soy el
último eslabón en esta cadena de homicidios arqueológicos? No, señores,
no. Yo también quiero que se haga justicia. Horacio Argüello Cárcel de Caseros,
1977.
Aclaración final del editor
Como sus ancestros papirológicos, el Licenciado Horacio Argüello ha desaparecido.
Y el texto griego con él. Es absolutamente lamentable. ¿Un misterio? Imposible
definirlo. Tal vez algún día se expida la justicia. Tal vez algún día tengamos
alguna explicación. Sin embargo, hemos creído que valdría la pena publicar
una traducción como ésta, aunque falte el aval de la documentación. Siempre
puede ser útil una confrontación con la opinión de críticos y lectores inteligentes.
Seguramente pensaremos que es una pérdida irreparable; pero ya no queda
nada más por decir.
Wenceslao Maldonado julio 2004.

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