LOS ORIGENES DE LA GUERRILLA PERONISTA (1959-1960)
 
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Salas, Ernesto, Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista
Biblos, Buenos Aires, 2003, 138 pp. ISBN 950-786-386-9

El trabajo de Ernesto Salas se inscribe en la copiosa producción historiográfica sobre las décadas de 1960 y 1970 en la Argentina, que ha visto la luz en particular desde la segunda mitad de la década de los años 1990s. En esta producción, la década de 1970 recibe la mayor atención, lo que se explica si tenemos en cuenta que las dos organizaciones principales del período --Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)-- tienen su acto fundacional en 1970: el "Aramburazo" y el V Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en el que se fundó el ERP ocurrieron en mayo y en julio de ese año, respectivamente. Fue en esta última etapa en la que los procesos políticos y sociales que se abrieron en 1955 aparecen desplegados y adquieren dimensiones masivas.

En este sentido, la obra de Salas permite enlazar el proceso abierto a partir de la caída de Perón, la Resistencia Peronista, con los diferentes ensayos que sin solución de continuidad fueron conformando un espacio en el que se sucedieron diferentes experiencias hasta que a fines de los 1960s. --ante el proceso de radicalización masiva del que el Cordobazo y otros movimientos semi-insurreccionales dan cuenta--, se convirtieron en fuertes estructuras político-militares, con una importante llegada a sectores de masas y capaces de jugar un rol decisivo en la política nacional.

A la luz de esta investigación, el lugar que los Uturuncos ocupan en los trabajos más importantes sobre este período y específicamente sobre el movimiento peronista --v.g. el trabajo de D. James y el de R. Gillespie-- debe ser cuestionado. No nos parece que el problema de la interpretación de estos trabajos sea el atribuirle a esta organización un escaso impacto durante su corta existencia, sino el no haber entendido, desde la perspectiva que el tiempo otorga, en qué medida el desarrollo de la historia que llevó desde 1955 hasta 1976 tuvo en esta organización un escalón en el que pueden encontrarse tensiones que recorren todo el período. Intentaremos desarrollar este aspecto.

La labor historiográfica de Salas, quien en 1990 había publicado un trabajo sobre la toma del frigorífico "Lisandro de la Torre", le permite ubicar la experiencia de Uturuncos en el marco de ese proceso, con lo que esta organización se manifiesta como lo que el autor señala desde el título de su libro: el origen de la guerrilla peronista.

Las características de esta organización, lo breve de su existencia, y el escenario represivo en el que actuó, resultan en la inexistencia de fuentes escritas originales: el autor manifiesta no haber encontrado ni documentos escritos, ni panfletos, ni proclamas que permitan conocer las ideas políticas del grupo. El trabajo de Salas tiene entonces el mérito de haber reconstruido vívidamente la existencia de esta organización a partir de artículos periodísticos --algunos de ellos con relatos de los actores--, de entrevistas -unas realizadas por el autor y otras por uno de los protagonistas de los hechos que poco después de la apertura democrática de 1983 viajó a Tucumán a entrevistar a sus ex compañeros--, y de cartas escritas por participantes en la experiencia, en general muy recientes. El conocimiento del período en el que surge esta organización, de los mecanismos objetivos y subjetivos por medio de los cuales la Resistencia Peronista encontró canales de expresión y de actividad política y sindical en el marco de la proscripción al peronismo, permiten al autor trazar las líneas fundamentales de la historia de esta organización, aún frente a lo exiguo de lo que de su experiencia logró pervivir. En este contexto, es destacable el rescate de los nombres y orígenes de los participantes, de sus trayectorias hacia la organización, de sus movimientos iniciales y, ya en el monte, de sus relaciones con los sectores que los apoyaron, de sus operaciones, y también de su final.

Producto de esta articulación, es posible entender y ubicar los orígenes de quienes compusieron los Uturuncos. Salas muestra convincentemente a esta organización como un producto del Comando 17 de Octubre. Este, operando en Tucumán y Santiago del Estero, estaba vinculado al Comando Nacional Peronista estrechamente ligado a John W. Cooke, y fue en este sentido uno de los exponentes de las formas de organización determinantes de la Resistencia. También, y a través de ese Comando, la organización de los obreros de la industria azucarera --la FOTIA--, de gran peso en esos años, estaba ligada a los orígenes de Uturuncos. Queremos señalar con esto que la ubicación que Salas da a esta pequeña organización, su emergencia tanto como producto de la Resistencia como el inicio de una táctica que de diferentes formas determinará la realidad política nacional por más de quince años, está, a nuestro entender, sólidamente fundada en la investigación.

Del mismo autor

La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre
Ernesto Salas
Páginas: 190
Editorial: Altamira / Retórica Ediciones. Buenos Aires, 2006.

Enero de 1959: Fuerzas conjuntas del Ejército, la Policía y la Gendarmería desalojan violentamente el frigorífico de la Capital, que había sido ocupado por sus trabajadores para evitar su privatización. Se declara la huelga general por tiempos indeterminado, los vecinos y obreros de Mataderos combaten contra las fuerzas represivas.
Fue también la reacción a la aplicación del primer plan económico recomendado por el Fondo Monetario Internacional.
Como respuesta, el gobierno de Arturo Frondizi ordenó la movilización militar de los obreros y amenazó con la aplicación del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado). Contra ello, y en apoyo del conflicto, los comandantes de la Resistencia Peronista hacen estallar cientos de bombas en Buenos Aires.
La toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, pese a ser un acontecimiento mítico de la resistencia peronista, no ha tenida hasta el presente demasiada atención para los historiadores. Con rigor científico y espíritu crítico, este libro analiza aquellos acontecimientos en el marco de las luchas sociales y políticas libradas por el peronismo como respuesta a la proscripción y represión de las mayorías populares.

Sin embargo, el lugar en el que la organización queda ubicada históricamente producto del estudio de Salas, no alcanza para soslayar lo relativo de su importancia y trascendencia concreta. Es decir, cuando el autor discute con la afirmación del relevante estudio de Daniel. James sobre la Resistencia Peronista, según el cual este grupo sólo tuvo escaso impacto en la mayoría de los militantes de la Resistencia Peronista, no nos parece que aporte suficientes datos para refutarlo. La importancia histórica de los Uturuncos pareciera más dada por ser una instancia que permite reconstruir un proceso en varios sentidos unitario, que por su importancia concreta en su época: su corta existencia se ilumina sólo a través de la cadena de acontecimientos de la cual es un eslabón.

En el último capítulo de su libro, Salas desarrolla las conclusiones de su estudio. Allí señala tres factores que explicarían por qué el primer foco de guerrilla rural argentina fue rápidamente desbaratado. Estos son la delación a la policía por parte de los propios compañeros o los vecinos, el hecho de que por su militancia previa los dirigentes hayan sido conocidos por los servicios de seguridad lo que habría hecho fácil descubrir la trama, y, por último, las divergencias entre los comandantes y la disputa por los liderazgos. Creemos que en estas conclusiones se manifiesta un problema más general de la investigación, el que remite a la relación entre historia y política. El análisis de esta organización es el análisis de un aspecto particular de la historia reciente argentina, una historia que en muchos sentidos está siendo escrita y que debe ser analizada, especialmente en tanto se reivindique la validez de algunos de los objetivos más generales de las generaciones de luchadores y luchadoras que en esos 30 años bregaron por una cultura alternativa y enfrentaron a los sectores hegemónicos. Todo movimiento social que se proponga enfrentar la dominación debe necesariamente abrevar en las experiencias pretéritas. Estas pueden solamente actuar de insumos para nuevas generaciones en la medida en que sean cruzadas por el arma de la crítica.

En este sentido, el trabajo de Salas nos ofrece un relato de los acontecimientos pero carece de una mirada reflexiva que permita elevarse por sobre las vicisitudes de la vida de esta organización para que su experiencia pueda ser más que un tramo de la historia argentina reciente. En la medida en que en su breve historia los Uturuncos ponen de manifiesto algunas de las tensiones que recorren todo el período, esta falencia resulta más acuciante.

En este sentido, los elementos señalados por Salas como causantes de la derrota de los Uturuncos dejan de lado los profundos problemas políticos que, sin embargo, su investigación permite vislumbrar. La delación por parte de compañeros o vecinos refleja un problema político que implica analizar las relaciones al interior del grupo y con los sectores periféricos. Del mismo modo, los servicios de seguridad no conocían más a estos dirigentes que lo que conocerían a centenares de cuadros unos años después, no pudiendo sin embargo por ese solo motivo detenerlos. Evidentemente ha de buscarse otra explicación. Tampoco las divergencias entre comandantes o la disputa por liderazgos es una característica exclusiva de esta organización. No parece que pueda atribuirse a estas causas el rápido desenlace de la historia de este grupo. El análisis debería centrarse en las caracterizaciones políticas de este grupo, sus estrategias y sus tácticas, su inserción social, sus vínculos con otras organizaciones de masas, todos aspectos que, más allá de las dificultades específicas ante la falta de documentación, hubieran permitido una perspectiva más rica.

Por otro lado, es en el análisis de estos aspectos que, si Uturuncos debe ser leído en el marco de todo el período del cual es una instancia, podrían vincularse conclusiones emanadas de su estudio con algunos problemas que se repetirán en los 1970s. Aspectos de los que Salas da cuenta como problemas ligados a la relación entre dirigentes y base de la organización, las relaciones, sobre todo desencuentros, entre el grupo y organizaciones sindicales --especialmente la FOTIA--, o la preeminencia de la acción como andamiaje organizativo, más que la comprensión común de la situación y las tareas planteadas, son efectivas, ente problemas que se presentaron, en otra dimensión, en las organizaciones que hegemonizaron las luchas populares desde fines de los 1960s.

El trabajo de Salas es, en síntesis, un muy valioso aporte a la comprensión de los procesos por los cuales se fue configurando la explosiva situación que estalló especialmente desde fines de los años 1960s. Una mirada desde una posición más crítica, un énfasis en los problemas que se insinúan en la investigación pero que cobrarán absoluta trascendencia años después, hubiera permitido que su esfuerzo historiográfico se insertara en la búsqueda de respuestas para renovados espíritus emancipadores de nuevas generaciones de luchadores.

Eduardo Weisz


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Uturuncos. Los orígenes de la guerrilla peronista (1959-1960)

Por Ernesto Salas

[Imágen: Símbolo de Uturuncos, una "U" sobre una estrella de 8 puntas, la estrella federal]

En la primavera de 1959 un grupo de hombres de los comandos de la resistencia peronista de la zona noroeste del país decidieron encarar la primera experiencia de guerrilla rural de la Argentina contemporánea. Durante ese año y el siguiente, varios grupos de militantes intentaron instalarse y mantenerse en la zona boscosa de Tucumán, en el departamento de Chicligasta, al sur de la provincia . El nombre que eligieron para la guerrilla fue Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación, aunque han sido conocidos con el que popularmente han pasado a la historia: Uturuncos.

Surgida en un punto alejado de las grandes ciudades que dirigían la vida política del país, la guerrilla de los Uturuncos solo pasó a formar parte de los antecedentes lejanos de las formaciones armadas que se extendieron por todo el país a principios de los setenta. Se sabe de ella, como de algunas otras similares, poco y nada. Los estudiosos del fenómeno insurgente no repararon en ella ni intentaron determinar si existía una relación con la nueva guerrilla, o el grado en que ésta conocía los intentos anteriores.


Grupo de uturuncos detenidos por Gendarmería

Fue justamente el impacto de las nuevas guerrillas lo que opacó el conocimiento del proceso de formación de ellas mismas . En efecto, a partir de 1959, los Uturuncos y otras protoguerrillas tanto urbanas como rurales iniciaron el camino y fueron consecuencia de un intenso debate de la militancia peronista y marxista acerca de la conveniencia u oportunidad de formar focos guerrilleros en el campo o la ciudad; las posiciones éticas acerca de la utilización de la violencia como camino de liberación fueron también una parte importante de dicho debate.

Aquí lo que trato de marcar es que muchos argentinos se sintieron lo suficientemente convencidos de que la opción por la violencia era un camino que les tocaba de cerca y que se creó un clima favorable a las guerrillas que se instaló durante la década del sesenta, sobre todo cuando se extendieron por América Latina con el apoyo y el ejemplo de la Revolución Cubana. Aunque cada grupo insurgente fue desarrollado en un contexto particular, la mayor parte de ellos atravesó un período de militancia política que les permitió a futuro sentar las bases del apoyo social al foco guerrillero. Estos grupos comenzaron a ser activos desde fines de los cincuenta, sin influencia directa de la Revolución cubana, y sus documentos reflejan con claridad el proceso de discusión que desembocará no solo en la instalación sino en la permanencia de fuertes organizaciones político-militares a comienzos de los setenta.

Sin embargo no siempre ha sido reflejado con claridad este proceso. Tan grande fue el impacto de la formación del Ejercito Revolucionario del Pueblo y de los Montoneros y tanta la insistencia de las sucesivas dictaduras en la identidad foránea de las causas del crecimiento de la insurgencia en Argentina, que el foco de atención quedó fijado en el surgimiento de estos dos grupos y no en los diez años de historia previa. Por otro lado, la necesidad de explicar el pasado reciente, previo al exterminio practicado por la última dictadura militar, ha traído tres interpretaciones centrales y bastante conocidas. En primer lugar, la de los propios dictadores: según ellos, fueron obligados por su rol social a combatir una guerra que era planetaria contra el comunismo y sus intentos expansionistas y que en Argentina se expresaba en las guerrillas y sus apoyos políticos. En segundo lugar, la posición hegemónica de la llamada teoría de los dos demonios, centralmente formulada por el escritor Ernesto Sábato: guerrilleros con ideas foráneas y militares en poder del Estado se enfrentaron frente a una sociedad absorta ante la violencia, que añoraba el retorno a la democracia y que no había participado en el enfrentamiento. Por último, los que incorporan todas las experiencias guerrilleras a las diversas formas de lucha social como respuesta a la situación represiva y excluyente de los gobiernos, tanto civiles tutelados por las Fuerzas Armadas, como a las dictaduras militares desde 1955. Esto ha traído como consecuencia algunas distorsiones en el conocimiento que generalmente acepta hoy la opinión pública sobre la guerrilla en Argentina.

27/12/08 - Murió el Comandante Hacha

Fue uno de los fundadores de los rebeldes campesinos UTURUNCOS, ya en la leyenda y en la tradición oral del criollaje peronista tucumano en los Montes del Cochuna.

Por Enrique Oliva (*)

Se llamaba Santiago Transelino Molina, tucumano, deja una viuda, varios hijos y nietos criados a su sombra y ejemplo patriótico, en pobreza llevada con gran dignidad. Sin quejas. En la víspera de la reciente Navidad le llamamos para saludarlo y saber de su salud, como él lo hacía cuando podía para comunicar alegría y optimismo a sus viejos compañeros. Sin teléfono propio lo hacía desde la casa de un vecino, al otro lado de la calle. Pero no estaba en condiciones de trasladarse, aunque su esposa lo notaba mejorando.

Se fue con una bala policial en un muslo recibida en pleno monte hace casi medio siglo. La atención primera fue tortuosa como su descenso para ser atendido sin ninguna consideración ante la sangre perdida y la extracción del proyectil se fue postergando. Un tormento de por vida, pues en temporadas se desplazaba en su interior el trozo de plomo provocándole fuertes dolores y dificultando aun más su andar. El padecer asimismo de diabetes nunca hizo posible la intervención quirúrgica.

Los compañeros de Molina solían llamarlo también "el mexicano" por usar un sombrero aludo. Hombre de pocas y pensadas palabras tenía condiciones innatas de caudillo, lo cual unido a sus demostraciones de valor, manejaba el arte de conducir por convicción a sus hombres. Él contribuyó con eficacia a desmitificar al temido y sanguinario "fantasma del familiar", haciéndoles comprender a sus paisanos que no eran seres extraños sino simples matones empleados de las patronales azucareras que de noche salían a los oscuros senderos de los cañaverales para golpear o matar a obreros protestones por las inhumanas condiciones de trabajo. Entonces, en lugar de huirles aterrados, empezaron a enfrentarlos. Y así, con ese convencimiento de los campesinos, comenzaron a disminuir los "desaparecidos".
Es probable que los medios globalizados ignoren la muerte del Comandante Hacha, por no tenerlo en sus archivos.

Padeció Molina un ilegal juicio militar en Tucumán y más de tres años por las más rigurosas cárceles de la Patagonia y del Noreste del país (del frío al calor sofocante), siempre lejos del contacto con sus humildes familiares, en condiciones de preso común.

Un gaucho pobre, un peronista de permanente militancia, gestionando siempre mejores condiciones de vida para los campesinos tucumanos y de todo el país, mantuvo un real predicamento en las barriadas populares donde vivió, sin reclamar nada para si por sus grandes merecimientos y sacrificios.
Seguramente en su tumba no faltará nunca una florcita silvestre o vela que lo recuerde y una guitarra criolla que trasmita la tradición oral de sus corajudas y generosas patriadas. Fue un auténtico argentino identificado desde su juventud hasta la vejez con las inquietudes sociales de los pueblos humildes.

(*) CEES (Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos).

Fuente: Rebanadas de Realidad

Dejo de lado la primera interpretación, que tiene origen en el enfrentamiento de la Guerra Fría y el decidido alineamiento de las Fuerzas Armadas Argentinas con el objetivo represivo norteamericano de control interior mediante la Doctrina de Seguridad Nacional. Decididamente, la sociedad argentina no existe en este planteo o apoya uniformemente aquello que los militares ejecutan sin consultarla.

La de Sábato ha sido probablemente la versión con mayor éxito y difusión de las tres, pues fue funcional al proceso de reconstrucción democrática después de 1983 . El prestigio del propio escritor se reforzó cuando dirigió el equipo de investigación de la CONADEP (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas), creada por el presidente Raúl Alfonsín y cuya investigación sirvió para la condena de las Juntas Militares en el llamado Juicio a las Juntas. Sin embargo, contiene un profundo vaciamiento de la verdad histórica. El punto central se encuentra en el origen de la violencia y la contraviolencia en Argentina. La imagen de Sábato de una sociedad civil que asiste impávida al desarrollo de la violencia es tan ajena a la realidad argentina de las décadas del 50 al 70 que no requiere comprobación; la creciente actividad represiva y el deterioro profundo de los derechos humanos durante las mismas, tampoco. La Resistencia Peronista, desde 1955 y 1960, la llamada época de los caños y las luchas sindicales, el ingreso masivo de la juventud a las luchas políticas y sociales de la etapa, las decenas de muertos en las movilizaciones callejeras o por tortura en las prisiones, los miles de detenidos por cuestiones políticas en todo el país, las puebladas insurreccionales de fines de los sesenta y las movilizaciones de principios de los setenta por el retorno de Perón, no abonan la idea de una sociedad ajena a los acontecimientos y absorta frente al enfrentamiento. En otras partes de su relato, Sábato explicita aún más los sujetos que fueron objeto del terror de la dictadura: jóvenes que ayudaban en las villas, curas comprometidos con la cuestión social, etc., pero ellos son sacados por el autor de todo contexto político al convertirlos en poco menos que voluntarios desinteresados y sin filiación política ni objetivo más vasto que la caridad y un básico humanismo . Esto tampoco es cierto, nos parezca bien o mal su acción. La militancia social y política lo hizo encuadrada conciente y crecientemente en organizaciones políticas y político-militares. Su trabajo formaba parte de una lucha más vasta y en ella se encontraron en la situación más difícil cuando la represión decidió eliminar las agrupaciones de apoyo a la guerrilla o cuando los grupos parapoliciales salieron a asesinarlos. En un sentido general, esta postura elimina la necesidad de profundizar el conocimiento del conflicto social y político en el que estuvo envuelto el conjunto de la sociedad argentina por acción o por omisión y, en particular, anula las causas vernáculas del desarrollo de la violencia al coincidir con los militares en el origen foráneo de la misma.

En las antípodas de la teoría de los dos demonios se ubica la hipótesis de que las guerrillas formaban un todo con las múltiples, y por momentos dispersas, acciones defensivas de los sectores populares frente a un régimen totalitario y violento, cuya exclusión política y accionar represivo fueron en aumento en todo el período. La violencia política, cuyo origen se sitúa en el bombardeo a la Plaza de Mayo por pilotos de la Marina en 1955 y los fusilamientos de junio de 1956, provocó en los quince años posteriores el desencadenamiento de una cuasi guerra civil en la que la guerrilla cobró creciente legitimidad vinculada a las luchas sociales. Esto, que pareció realmente así por lo menos hasta los últimos años de la dictadura de la llamada Revolución Argentina, sin embargo, contiene el defecto de no analizar para todo el período la relación entre guerrilla y movimiento popular y de colocar en todo momento el accionar guerrillero en un todo de acuerdo con el crecimiento del enfrentamiento social y político, que no fue unívoco sino confuso y por momentos contradictorio. Esto no quiere significar que los guerrilleros no tuvieran sobrados motivos para convertirse en tales en las circunstancias posteriores a 1955, ni tampoco que muchos de ellos no surgieran del desarrollo del enfrentamiento. Solo que atribuir una excesiva unidad de objetivos y procedimientos en todo momento a sindicatos, vecinos y guerrilleros también ha llevado a la confusión en el análisis.

Por otro lado, el intento de ver a las guerrillas meramente como agentes internacionales de gobiernos extranjeros que las apoyan y las digitan y sin raíces en el conflicto nacional, conduce a la teoría del terrorismo irracional e internacional, presentada en congresos sobre el terrorismo organizados por los Estados Unidos en la década del setenta y cuyo único objetivo no es comprender las causas de su desarrollo en determinados momentos históricos en situaciones nacionales dadas sino a justificar la intervención internacional para mejorar los regímenes represivos . El porqué muchos hombres y mujeres decidieron incorporar sus vidas a la lucha armada en la Argentina es mucho más complejo. Este trabajo intenta profundizar el conocimiento sobre el primer grupo de guerrilla contemporánea, conocer sus vinculaciones con el movimiento popular de la zona de origen, tanto como su relación con el peronismo surgido después del golpe militar de 1955, sus concepciones ideológicas y las causas de su rápido fracaso en lograr un levantamiento generalizado del noroeste argentino. Tal vez, ello devuelva un poco de claridad al desarrollo de las distintas experiencias similares posteriores.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


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Tucumán y la resistencia peronista

"La vida por Perón. Comando 17 de Octubre"
(Pintada en las paredes de San Miguel de Tucumán, 1956)

En 1956 la situación del peronismo en la provincia de Tucumán era similar a la del movimiento en todo el país. El gobierno de la Revolución Libertadora, decidido a borrar hasta el recuerdo de su paso por la política nacional, ordenó que todos los sindicatos fueran intervenidos y el partido proscripto. La Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (F.O.T.I.A.), el sindicato más importante de la provincia, fue descabezada. El interventor, coronel Antonio Spagenberg, procedió a nombrar en cada uno de los ingenios a delegados que no hubieran adherido al peronismo.
En abril de 1956, el interventor de Tucumán denunció la existencia de un plan insurrecional peronista en la provincia. El Ejército fue movilizado y se instalaron puestos de control en San Miguel de Tucumán, mientras se realizaban allanamientos y se detenía decenas de personas en la ciudad capital, en Monteros, Tafí Viejo y Concepción. El gobierno implicó en el levantamiento a militares retirados en combinación con dirigentes sindicales: Respondía además a las orientaciones que en forma reiterada hizo a sus partidarios el presidente depuesto en el sentido de que en un momento oportuno y cuando las circunstancias así lo exigieran todas las fuerzas del Partido Peronista debían pasar de la acción política pacífica a la acción subversiva... El número oficial de detenidos fue de 140. El edificio de la FOTIA fue allanado y muchos dirigentes fueron presos. El 4 de mayo, los obreros de los ingenios Aguilares y Santa Lucía, en solidaridad con los compañeros detenidos (en particular, el ex secretario general del sindicato del ingenio, Rodolfo Zelarayan), fueron al paro. La intervención provincial ordenó el envió de la Guardia de Infantería a ambos establecimientos. La Cámara Azucarera sostuvo que: ...considera oportuno recordar a los trabajadores de la provincia lo que oportunamente expresara el Ministerio de Trabajo y Previsión de que todo paro o acto de cualquier índole que interrumpa o altere el ritmo normal de producción será juzgado y reprimido como grave sabotaje a la Revolución Libertadora. Los obreros de los ingenios volvieron al trabajo cuando fueron liberados sus compañeros,. El 8 de mayo comenzó un paro de brazos caídos en el ingenio Concepción: 900 obreros abandonaron el trabajo en protesta por la detención de Bernardo Villalba y otros dirigentes gremiales. Villalba había sido delegado del ingenio y dirigente de la Federación. Aunque el paro fue declarado ilegal, al día siguiente sólo ingresaron 180 trabajadores que en el transcurso del día abandonaron las tareas.
La situación de los detenidos empeoró en el mes de junio con la intentona del general J.J. Valle. Benito Romano, ex delegado del ingenio Esperanza, al quién el ejército suponía ligado al golpe, se fugó a Bolivia. Su hermano Antonio fue detenido y llevado al subsuelo de la casa de gobierno. Allí se encontró con otros dirigentes peronistas. Lo golpearon duramente y lo liberaron luego de dos días y dos noches. Mientras le pegaban le preguntaban por Benito y su vinculación con el general Valle.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


El comado 17 de octubre

A partir de 1956 los llamados comandos peronistas de la resistencia se organizaron espontáneamente en todo el país. El conocimiento que de ellos tenemos, aunque importante, es aún escaso y fragmentario. Todavía falta investigación sobre muchos comandos provinciales, dado que han sido analizados algunos grupos con actuación en las grandes ciudades, particularmente Buenos Aires, pero se desconocen sus pares de otras partes del país. El comando más importante, gestado por John William Cooke en 1955 desde su rol de interventor del peronismo en la Capital, fue el Comando Nacional Peronista. Este ejerció su influencia sobre muchos militantes, entre ellos los que se organizaban en la provincia de Tucumán.
A fines de 1955, Félix Serravalle, vecino de La Banda y militante peronista se reunía con otros compañeros de Santiago del Estero, angustiados por el reciente golpe militar. Conmovidos, se juntaban con la vaga sensación de que debían hacer algo. Serravalle provenía de una familia peronista. Su padre había sido anarquista y militante gremial ferroviario; como muchos otros, en 1943 se hizo peronista. Félix, quien había sido docente en el Chaco y luego dibujante de la Dirección Nacional de Vialidad, tenía 31 años. En 1956, de paso por San Miguel de Tucumán se enteró de la existencia de una agrupación organizada bajo el mando de Manuel Enrique Mena, el Gallego, con el nombre de Comando 17 de octubre y decidió conectarse con ella. Por intermedio de Florio Buldurini, ex diputado provincial, quién lo sondeó en una confitería del centro, conoció a la conducción del comando formada por Manuel Enrique Mena, Toscanito Pena (dirigente de mercantiles), el señor Vazquez Guzmán y el propio Buldurini.
Manuel Mena era un dirigente político barrial activo, contaba con múltiples casas seguras donde se hacían reuniones políticas en las que él mismo les explicaba a los muchachos jóvenes la necesidad de la lucha por el retorno de Perón. En su juventud había sido militante comunista, hasta que las luchas obreras de la década del cuarenta decidieron su apoyo al peronismo. Manuel Mena y su grupo no solamente desarrollaron una activa militancia barrial sino que establecieron rápidamente un nexo con el Comando Nacional Peronista de la Capital. Desde Buenos Aires, el comando formado por Cooke, Cesar Marcos y Raúl Lagomarsino, les enviaba información que recibían por medio de impresos que llegaban a Tucumán trasladados por compañeros ferroviarios que trabajaban en el salón comedor del tren expreso que unía ambas capitales. El 17 de octubre funcionaba de la misma manera que sus pares de todo el país: eran militantes peronistas que resistían escuchando la palabra de Perón en viejos discos de pasta, pintaban los muros con consignas a favor del retorno de Perón y en contra de la dictadura de la Revolución Libertadora o hacían estallar algunos caños de fabricación casera.

 

Pero su principal trabajo era político. Mena había establecido una sólida red de contactos y trabajo político en los barrios circundantes a la ciudad de Tucumán y, ahora, a partir del acercamiento de Serravalle extendía su acción a la vecina provincia de Santiago del Estero, particularmente la ciudad de La Banda. También estaban conectados con compañeros peronistas de Salta, Jujuy y Catamarca. Un par de años después la dirección del grupo había cambiado y estaba constituida por el propio Mena y por Genaro Carabajal, cuñado de aquel y empleado de la Universidad de Tucumán (Mena estaba casado con su hermana, Olga Carabajal) y más tarde, desde 1958, por Abraham Guillén, republicano español que había participado en la Guerra Civil Española y que aportó sus conocimientos militares para la empresa guerrillera.
En el plano de los contactos, formaban parte del comando algunos políticos peronistas de la zona, diputados provinciales y dirigentes de segunda línea que habían sido inhabilitados por el golpe militar. Pero fue su accionar político en los barrios el que le permitió establecer una red de casas seguras para desarrollar la resistencia. Los militantes las llamaban las casas de las tías porque eran viviendas de viejas militantes peronistas que se jugaron en momentos difíciles. Juan Carlos Díaz recuerda en particular a Mary Agüero, quién tenía más de 50 años y siempre se jugó mucho. Salía a pintar paredes aún en los peores momentos. Una vez en que nos habían fallado los contactos viajó ella misma a Bolivia para restablecer el tráfico de explosivos. Mary había sido ignorada por todos, su único premio había sido una pensión del gobierno peronista. Siempre repetía: Si Perón me dio todo lo que tengo, yo voy a dar la vida por Perón. El tráfico de explosivos desde Bolivia había sido organizado por Mena de acuerdo con John William Cooke, quién trataba de establecer una red entre los comandos dentro del país y los comandos de exiliados en los países vecinos. La gelinita era conseguida en las minas bolivianas y llegaba hasta la frontera. En Jujuy la ponían debajo de los vagones y en Tucumán era retirada para ser distribuida por el país. En la correspondencia que Perón y Cooke intercambiaron en esos años, el gallego Mena figura como el nexo entre los comandos de Bolivia y los comandos del noroeste argentino.
Entre los años 1955 y 1958 el Comando 17 de Octubre siguió desarrollando apoyos entre empleados de sectores medios y en los barrios humildes de San Miguel de Tucumán: ...cada barrio tenía su célula: en Villa 9 de Julio, en la calle Blas Parera 174, la tía Segunda y el tío Federico...en la Banda del Río Salí, en todos lugares teníamos refugio, en la calle Las Piedras estaba la tía Yarará, una vieja viuda y su hija que nos daba refugio a nosotros, gente a dejarse matar por Perón; en la Martín Berro, allá al lado de los mataderos[...] vale decir, el peronismo estaba en todos los niveles, la resistencia estaba en todos los niveles; la gente de la C.G.T. de Tucumán, con Benito Romano que estaba en la F.O.T.I.A.. En esos barrios humildes fue reclutado Juan Carlos Díaz, el comandante Uturunco. Díaz tenía 18 años en 1956 y un pasado de penurias. Su padre había sido foguista del ferrocarril Mitre y él y sus hermanos trabajaban duramente la tierra. De chico conoció el monte, recorriéndolo para vender los excedentes de su magra cosecha. En la casa de los Díaz, en la ciudad de Lamadrid, funcionaba una Unidad Básica peronista que atendía su madre, Dominga Heredia, en el tiempo que le dejaban las labores domésticas. A los dieciséis años, Juan Carlos migró a la ciudad de Tucumán, ingresó como aspirante en el ferrocarril y luego obtuvo empleo como obrero metalúrgico. Fue en las fábricas, en ese período de fuertes luchas gremiales, que conoció las primeras armas del sindicalismo, hasta que quedó desocupado y se integró con ahínco en los comandos de la resistencia. Su relación con Mena lo impactó; el gallego le explicaba que el sistema de represión y explotación se hacía cada vez más duro. Querían [el comando 17 de octubre] instaurar un gobierno que representara a la clase trabajadora, a los intereses populares. Yo hasta ese momento no entendía nada porque no tenía ningún tipo de formación. Pero vi bien claro que el peronismo era el motor del proceso revolucionario en el país


Ilustración Revista Mayoría, enero de 1960

Fue en esos días que la práctica del sabotaje se extendió por todo el país. Se realizaron miles de pequeñas acciones, en algunos casos atentados con explosivos, pero en general acciones inofensivas de alto contenido emocional. Cuando los militares decidieron la exhibición compulsiva de la única película que había filmado Eva Perón, La cabalgata del circo, que intentaba despojarla del aura mítica que el pueblo le depositaba para mostrarla en su papel de actriz de segunda en un melodrama mediocre, los comandos tucumanos entraron en acción. En un operativo se robaron la copia de la cinta que se iba a emitir en la ciudad y se la enviaron de regalo a Perón en Panamá. El hecho, inofensivo políticamente, los estimuló a cosas mayores. Porque fue en 1958 que sus acciones se tornaron particularmente activas. Como la mayoría de los grupos clandestinos, el 17 de Octubre apoyó el voto en blanco en las elecciones de 1957 para formar la Asamblea Constituyente y se opuso a apoyar la candidatura de Arturo Frondizi en las elecciones presidenciales de 1958, pese a la orden en contrario de Perón. En pocos meses, los integrantes del comando en Tucumán y Santiago del Estero realizaron algunas acciones locales resonantes. Félix Serravalle, su compadre Carlos Gerez y Aguilera, distribuidor de diarios, asaltaron la estación del Año Geofísico Internacional y se robaron el aparato receptor de cinco bandas; lo reformaron y fabricaron una emisora en onda larga que llamaron Patria Libre. Con el aparato interferían las radios de la zona para enviar por sus señales los mensajes de Perón. En otra ocasión, mediante un mecanismo simple de retardo, incendiaron una avioneta francesa en apoyo a la Revolución Argelina de la que eran admiradores . Pero la mayor parte de sus acciones buscaba obtener el apoyo activo de la población: enterados por los ferroviarios que venía a Santiago un tren cargado de azúcar, los comandos al mando de Serravalle lo descarrilaron sacando los tornillos de las vías en la cuesta de Chaupipozo. Al pasar la máquina, los rieles se abrieron y la formación se amontonó; el azúcar gratis corrió a raudales en la zona por un tiempo. Aquellos fueron días para los futuros uturuncos de vivir a salto de mata, en la clandestinidad, con la policía en los talones. Pero la red daba resultado. Ante cualquier problema acudían a las casas de las tías o recurrían a algunos viejos dirigentes de alguna de las líneas en que se dividía el peronismo o incluso podían pedir ayuda a algunos ex militares peronistas o a los sindicatos que los apoyaban.
Arturo Frondizi llegó a la presidencia de la nación en mayo de 1958. Su inesperado triunfo (había salido tercero en las elecciones de 1957) lo obtuvo gracias al apoyo que recibió desde el exilio de Juan Perón dado que, al estar el peronismo proscripto, ordenó a sus partidarios votar por Frondizi en contra de la fórmula que llevaba al radical Ricardo Balbín, que muchos significaban como la continuación del gobierno militar.
Frondizi ganó por amplia mayoría pero era conciente de que su efímero capital político se le diluiría de las manos en poco tiempo. Por ello desarrolló rápidamente una política dual: dio los pasos para la instalación de una política económica desarrollista y, al mismo tiempo, respetó algunas de las cláusulas del pacto firmado con Perón, en particular la sanción de un ordenamiento legal para los sindicatos, favorable a los líderes peronistas. Sin embargo, la implantación de una política económica desfavorable para los trabajadores y agresiva contra el clima nacionalista que imperaba en el país, colocó a los peronistas, particularmente a los gremios, en una disyuntiva. Por un lado, consideraban que el gobierno desarrollista dependía de que las Fuerzas Armadas no se vieran tentadas a una nueva intentona militar, con lo que la legalidad obtenida dependía del máximo sostén que Frondizi obtuviera. Por el otro, las agresivas políticas del desarrollismo deterioraron velozmente los ingresos de los asalariados y avanzaron sobre los convenios laborales imponiendo nuevas cláusulas de productividad, con lo que la rebelión de las bases no tardó en instalarse y poner en duda los liderazgos obtenidos en los años de la Revolución Libertadora. Si por unos meses, y pese a las críticas, lograron contener las huelgas desatadas entre los petroleros y los ferroviarios, a fin de año el anuncio de un duro plan de estabilidad monetarista acordado con el Fondo Monetario Internacional colocó a una gran parte de los sindicatos a la ofensiva. Durante todo el año de 1959 se libraron las batallas gremiales más extensas (en número de participantes y extensión de las mismas) e intensas de la época. Los comandos de la resistencia, que se habían opuesto activamente al apoyo a Frondizi y que se encontraban debilitados por la nueva centralidad que habían obtenido los sindicatos gracias a la política de cooptación y la semilegalidad otorgada por el nuevo gobierno, apoyaron con atentados y sabotajes las luchas gremiales. Las 62 Organizaciones, organismo que concentraba a los sindicatos peronistas fue descabezada por dirigente combativos de los gremios chicos y, por unos meses, pareció que la llamada línea dura tomaba el control de la central y de la lucha. En junio de 1959, Perón denunció, haciéndolo público, el pacto firmado por Frondizi. Metalúrgicos, bancarios, obreros de la carne, textiles, empleados de comercio, obreros de Luz y Fuerza y muchos otros gremios sostuvieron largas huelgas defensivas del salario y de las condiciones de trabajo. En el interior del país sobresalió el paro de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (F.O.T.I.A.), realizada en Tucumán en los meses de julio y agosto. La futura primer guerrilla peronista también se fortaleció gracias a los sucesos acontecidos durante la huelga.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


La huelga azucarera de 1959: del 23 de Julio al 12 de Agosto

El 30 de abril de 1959, luego de un largo período de intervención, se realizaron las elecciones en la FOTIA, en cumplimiento de lo dispuesto por la Ley de Asociaciones Profesionales sancionada el año anterior. Se presentaron tres listas. La lista Azul representaba a la intervención saliente y su cara visible era Balbino Martínez, candidato por el ingenio Santa Ana. A pesar de su declaración de prescindencia política, estaba ligado al partido Bandera Blanca, cuyo presidente era Isaías Nougués, perteneciente a la más rancia oligarquía tucumana. La Lista Verde llevaba como candidato a Rodolfo Palacios, antiguo dirigente de la FOTIA, delegado por el ingenio Los Ralos y se proponía como lista independiente (con adhesión al Partido Socialista y a los 32 gremios democráticos) con posiciones conciliadoras. Por último, la lista Blanca llevaba como candidato a Benito Romano. Romano se había iniciado en el sindicalismo en 1945 a los 17 años de edad, era delegado por el ingenio Esperanza y había ocupado diversos cargos en la FOTIA hasta llegar a protesorero en 1955, cargo que ocupó sólo cinco meses debido al golpe militar. La lista Blanca era la única que presentaba candidatos en todos los ingenios y fincas. Juan Farías, carpintero del ingenio La Florida y Simón Campos, activos militantes de la huelga de 1949 por la que fueron separados de la Federación, volvieron a ganar en sus establecimientos. Romano volvía de su exilio boliviano y Bernardo Villalba, que había sido detenido en 1956 debido al golpe de Valle, regresó triunfalmente al gremio. Se impusieron por amplia mayoría: 43.302 votos contra 5.172 de la lista Azul. En el plenario, 72 delegados de 55 filiales adheridas eligieron a Benito Romano como nuevo secretario general. Bernardo Villalba fue elegido Tesorero.



Solicitada en la revista Militancia Peronista por la Liberación Nº 10, 16/07/73, publicación que dirigía Rodolfo Ortega Peña

La nueva conducción debió actuar con rapidez dado que de inmediato comenzó a reunirse en Buenos Aires la paritaria azucarera. Para fortalecer su posición en la paritaria los obreros tucumanos se nuclearon en el FUNTA (Frente Único Nacional de Trabajadores azucareros), que nucleaba a los obreros de Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco y Santa Fe. Los dueños de los ingenios ofrecieron un 20% de aumento contra el 90% que reclamaban los trabajadores. A mediados de junio comenzó la zafra, la oportunidad esperada por los obreros para hacer valer sus demandas con la amenaza de la huelga. Siempre había sido así, las huelgas se producían en el momento del corte de las cañas. El tiempo que se pierde en cortar la caña o la tardanza, una vez cortadas, en molerla, hace perder una parte de la sustancia base del azúcar, la sacarosa. Para los obreros, era el momento en que los patrones estaban más dispuestos a ablandar sus bolsillos.
Luego de 90 días de pacientes gestiones ante las autoridades nacionales, los dirigentes de la FOTIA volvieron a Tucumán y llamaron a un plenario general para decidir las medidas de fuerza. El plenario tomó la decisión de organizar y realizar un paro por tiempo indeterminado a realizarse desde la hora 0 del jueves 23 de julio. Uno de los delegados, del ingenio Amalia, fue drástico: ...estamos dispuestos a la lucha y no queremos morir de hambre ni de rodillas. Mociono para que de inmediato se discuta el paro a declarar.... La medida de fuerza fue acatada masivamente en toda la provincia.
Cuando la huelga promediaba los industriales comenzaron a quejarse por los perjuicios ocasionados por el paro. José M. Paz, presidente de la CAR (Cámara Azucarera Regional), declaró: ...esta huelga afecta seriamente la economía, en particular la de Tucumán que pierde por día 70 toneladas del producto, en los campos faltan unos 80.000 trabajadores y en las fabricas unos 25.000. Hay un enorme tonelaje de caña en los canchones, los cargadores y los cercos, ya cortadas, a la que no hubo tiempo de elaborar. Las pérdidas de jugo son considerables, en especial en Bella Vista donde el personal abandonó las tareas dejando azúcar difícilmente recuperable en fermentación y en las templas.
El paro tenía un amplio apoyo. Pese a ello, al reunirse nuevamente la paritaria, los obreros bajaron sus pretensiones al 70% de aumento, pero su propuesta fue rechazada por los empresarios. El 1º de agosto, la CGT Regional decidió un paro general de apoyo al conflicto de la FOTIA para el 6 de agosto. La huelga provincial dispuesta por la CGT local fue acompañada por diversas movilizaciones durante los días previos. Los obreros del ingenio Concepción y los de el ingenio Libertad (ex Esperanza) realizaron concentraciones en sus establecimientos; también hubo actos en la zona sur de la ciudad. Los obreros llegaban en caravanas de camiones y carros metálicos, exhibían banderas argentinas, carteles con leyendas alusivas al paro... . Al mediodía, una manifestación llegó hasta la plaza Independencia, en el centro de la ciudad, vivando a Perón y arrojando naranjas contra el Banco Provincia, el Banco Hipotecario y la Casa de Gobierno. El 7 de agosto el gobierno provincial ordenó la vigilancia policial en los accesos de la ciudad, pero de todas maneras los obreros sortearon los piquetes cruzando los ríos o por caminos secundarios. A la tarde una importante concentración manifestaba frente al local de la FOTIA, que estaba rodeada por escuadrones de la policía montada, mientras otros efectivos militares custodiaban diversos lugares de la ciudad.
A las 17 horas, la policía cargó contra los trabajadores. Los obreros la obligaron a replegarse con cascotes y baldosas. Las fuerzas de represión intentaron una nueva carga a los sablazos mientras el lugar se llenaba de gases lacrimógenos:
A las 18 horas la confusión era total por los gases que penetraban en el local obrero, numerosos trabajadores instaban a los refugiados a hacer frente a la policía y pretendían avanzar sobre ella portando una bandera argentina. Los policías repelían el avance arrojando gases. Cuatro de ellos, de la montada, avanzaron desde General Paz y Las Heras y una intensa pedrea trató de detenerlos. Pero estos utilizaron sus armas, una pistola y tres carabinas, abriendo fuego indiscriminado contra los obreros y el edificio. Desde el tercer piso se anunció que un trabajador había sido alcanzado por un disparo muriendo instantáneamente. Otros dos resultaron heridos, siendo trasladados a la clínica de la Federación.
La confusión reinaba en todo el lugar. El obrero asesinado era Manuel de Reyes Olea, tractorista del ingenio San Pablo. En el interior de la provincia se sucedían también graves incidentes. En el ingenio Leales, el propietario de una de las fincas decidió actuar por mano propia resistiendo una manifestación. Un obrero de Finca de Parra resultó herido. Como consecuencia de la grave represión, la CGT regional decidió el paro por tiempo indeterminado y declaró día de duelo al sábado 8 de agosto. La provincia se encontraba sumida en el caos y era posible una intervención. El presidente Arturo Frondizi ordenó la movilización de tropas y varios jefes militares viajaron a Tucumán. Para cubrirse, el gobernador Gelsi atribuyó los hechos a un vasto plan subversivo.
En los días siguientes la FOTIA quedó en soledad al romperse el frente único con los gremios azucareros de las demás provincias (FUNTA). Estos aceptaron la propuesta patronal mientras que la FOTIA la rechazó y los acusó de testaferros de Arrieta, Blaquier y Patron Costas . Las 62 organizaciones y la CGT declararon entonces un paro nacional el 11 de agosto en apoyo de las demandas de la FOTIA, el que se cumplió con alto acatamiento de los gremios adheridos a las 62 Organizaciones. El ministro Alvaro Alsogaray anunció el cese de la personería gremial del sindicato, argumentando que las medidas de fuerza de la Federación tenían un carácter extragremial. Pero la intervención no eliminaba el conflicto y, pese a la medida ministerial, los empresarios siguieron negociando con las autoridades del gremio y ofrecieron una mejora en la oferta por los salarios de los días de huelga. Finalmente, el 13 de agosto, se firmó el acuerdo que daba por levantado el paro, con el triunfo de los huelguistas. Habían obtenido un 70% de aumento, 600$ de pago por los días de huelga, el abono de los salarios familiares y el aporte de fondos para asistencia medica de los obreros del surco; los ingenios también reconocerían el pago por enfermedad inculpable. La huelga le había costado la vida a dos obreros, Manuel de Reyes Olea y Eusebio Ruiz, quién había sido herido en los incidentes y falleció a principios de setiembre.
A diferencia de otros largos conflictos desarrollados en el año de 1959 y que fueron derrotados, la FOTIA resultó ganadora del suyo y se fortaleció como la organización madre del noroeste argentino. Apenas dos meses después, un grupo de ocho personas del Comando 17 de Octubre subió a la selva para organizar la primera guerrilla rural de la Argentina.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


La guerrilla de los Uturuncos: primeros pasos

Fue en el año de 1959 cuando el Comando 17 de Octubre enfrentó un debate decisivo. Bajo la influencia de Abraham Guillén, a quién apodaban el maestro discutieron acerca de la eficacia de los métodos llevados adelante por la resistencia hasta el momento. Según Genaro Carabajal el debate giró acerca del fin de la estrategia insurrecional que habían llevado hasta el momento. Ocurrido el descabezamiento de Cooke y habiéndose producido la huelga general de enero, la que había sido teorizada como el momento para el estallido insurreccional, dichos métodos habían demostrado su fracaso. Menos convencidos aún de que la vía de la semilegalidad abierta con la elección de Frondizi obtuviera algún resultado, dado que habían sentido en carne propia la creciente represión que había costado la vida de dos obreros en ese año, decidieron el camino de la lucha armada.
El debate provocó la escisión de una parte del grupo quiénes en adelante se identificaron con el nombre de Comando Insurreccional Perón o muerte (CIPOM), mientras el resto optaría por el nombre de Movimiento de Liberación Nacional (MLN), Ejército de Liberación Nacional (ELN). En octubre el primer grupo subió al monte.
Era de madrugada y la lluvia caía torrencialmente. En Puesto de Zárate, en la base del cerro Cochuna, casi en el límite con Catamarca, ocho hombres cargados con pesadas mochilas iniciaron el ascenso e inauguraron la guerrilla en Argentina. Al mando del grupo estaban Juan Carlos Diaz, el uturunco, Franco Lupi, el Tano y Angel Reinaldo Castro, con el grado de comandantes. Los integrantes de la tropa eran : Juan Silva, alias Polo; Diógenes Romano, alias Búfalo; Miranda, alias Rulo; Villafañe, alias Azúcar y Santiago Molina, alias el Mejicano, todos tucumanos. Unos días después subieron León Ibañez y Pedro Anselmo Gorrita González. Tenían escasa experiencia militar pero todos, en algún momento, habían participado en sabotajes y acciones menores. La zona en la que se internaban no era casual y había por lo menos dos motivos para que la guerrilla la eligiera, uno geográfico y otro político: en el lugar, la selva era tan tupida que a duras penas se podía distinguir a un compañero a dos metros de distancia y además, desde allí hasta el ingenio Concepción era todo terreno azucarero. El propósito inicial era modesto, amoldarse al terreno, acostumbrarse a dominar la vegetación y el clima, conocer los caminos secundarios. Las operaciones, les había dicho Guillén, vendrían después, cuando lo dispusiera el Estado Mayor. El armamento era también escaso, una ametralladora PAM, una pistola 45 y un revolver 38 para ocho personas.
Los primeros tiempos los ocuparon en construir refugios y depósitos para los víveres, y a caminar. Para Díaz: Sabíamos que si llegábamos a dominar la sierra, ya no tendríamos que temer aunque se internara un ejército a buscarnos . A los pocos días de estar en el monte, contradiciendo las órdenes, decidieron encarar algunas operaciones pequeñas. A fin de mes asaltaron con éxito los destacamentos policiales de Las Banderitas y Alto Verde. Con audacia bajaron hasta la ciudad de Tucumán y asaltaron el puesto policial del Ferrocarril Mitre, del que intentaron robar algunas armas y proyectiles. En la misma noche en que asaltaron el puesto del ferrocarril, se trasladaron a la ciudad de Concepción para tomar el cuartel de bomberos. El operativo comenzó con el incendio de una gomería para atraer la atención. Pero por indecisiones en el desarrollo del operativo lo abandonaron. Para algunos de los integrantes de la guerrilla esta serie de ataques fueron prematuros. Lo cierto es que inmediatamente atrajeron sobre sí a la policía de la provincia que empezó a tender un cerco en la zona. Progresivamente, el grupo perdió el contacto con el Estado Mayor, por lo que se hizo cada vez mas difícil conseguir alimentos e información. Hasta el mes de noviembre en que fueron descubiertos se alimentaron de frutos silvestres, algún pájaro ocasional o bajaban a las fincas linderas a la sierra para conseguir legumbres. De todas maneras cuidaron de no abandonar el trabajo político tratando de hacer entender a la gente el porqué de nuestro accionar, los ideales que teníamos. El apoyo que conseguían era de tipo espiritual, porque en esa zona son todos muy pobres y no tienen nada que dar . El cerco se cerraba. Y por divergencias, Lupi y Díaz comenzaron a desautorizar a Castro. Mientras tanto, Juan Polo Silva, Lupi y Castro se separaron del grupo con el objetivo de buscar un nuevo campamento, más arriba. Pero cuando volvían se perdieron debido a la neblina y a la cerrazón de la selva. En ese momento uno de los puestos de guardia dio la alarma de que se acercaba una patrulla policial. Díaz consideró que no era posible hacerles frente y con los que quedaban agarraron las cosas necesarias, las armas y los documentos y trataron de eludir el cerco. Mientras tanto, Lupi. Silva y Castro regresaron al campamento. No sospecharon, pese a que no vieron a sus compañeros montando la guardia, y cayeron en la trampa policial.
El balance distaba de ser bueno, el campamento había sido descubierto, tres guerrilleros se encontraban presos y los restantes habían logrado bajar para restablecer el contacto que se había quebrado. Pero la policía ya sabía de la existencia de un grupo guerrillero en la zona del Cochuna, un mes y medio antes de la operación que los llevaría a ser conocidos por la opinión pública nacional: el asalto de la comisaría de Frías.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


Un nuevo intento: el asalto a la comisaría de Frías

El Estado Mayor de la guerrilla se reunió en Noviembre. Lejos de considerar que la dispersión del primer grupo constituía un fracaso, decidieron encarar una operación mayor que les diera prestigio entre los campesinos y para ver si los dirigentes peronistas que vivían en Uruguay se decidían a prestar su apoyo . En apoyo a Juan Carlos Díaz, Angel Castro fue relevado de toda responsabilidad, mientras el Uturunco y Felipe Genaro Carabajal, comandante Alhaja, Pila o Joya, miembro del Estado Mayor y cuñado de Manuel Mena, eran enviados a Santiago del Estero con un grupo de militantes para acompañar a los santiagueños de Félix Serravalle. Este era un hombre audaz y decidido, además de ser un excelente tirador, subteniente de reserva y participante de varios operativos anteriores. Entre los dos consiguieron juntar un grupo de 22 hombres, cuyas edades oscilaban entre los quince y los veinticinco años. Serravalle tenía treinta y cuatro y había elegido como nombre de clandestinidad el de comandante Puma.
Un mes antes comenzó el entrenamiento en la finca ladrillera de Manuel Paz, en Chumillo. Previamente, algunos habían recibido alojamiento en la casa de José Benito Argibay, ex intendente peronista de la ciudad de La Banda.

El 23 de Diciembre, el grupo, simulando ser acampantes, fue trasladado en un colectivo, prestado por gitanos amigos de Serravalle, hasta Puesto del Cielo, a 35 kilómetros de Santiago del Estero. Allí esperaron hasta el día siguiente, cuando fueron recogidos por el camión que los conduciría a Frías, una ciudad de 25.000 habitantes a 160 Km. de Santiago del Estero. La noche del 24, Félix Serravalle, Carlos Alberto Gerez y Pedro Adolfo Velárdez, tomaron el automóvil de alquiler, chapa 3637, de Timoteo Rojo y se hicieron conducir hasta los talleres de Obras Sanitarias de La Banda. El camión Ford modelo 1957, chapa 1631, los estaba esperando con el tanque lleno. Los trabajadores de la repartición se lo habían dejado preparado. Con un ardid engañaron al sereno, robaron el camión y se dirigieron a buscar al resto del grupo guerrillero. A las cuatro de la mañana llegaron a Frías y con decisión encararon a la guardia de la comisaría: -¡Ha triunfado una revolución, venimos a hacernos cargo!, dijo Genaro Carabajal con tono marcial y vestido de Teniente Coronel. Por ese entonces se comentaba que los militares estaban preparando un golpe militar contra Frondizi. La tropa formó frente a los supuestos militares, sin sospechar. En pocos minutos y sin disparar un tiro, los Uturuncos tomaron la comisaría. A los policías les sacaron las armas y los uniformes y los metieron en el calabozo. A culatazos rompieron la radio policial y cortaron los cables del teléfono. Un agente aseguró después a la prensa que quién los dirigía se hacia llamar comandante Uturunco y el nombre llegó a los diarios. En la huída dejaron el camión abandonado en un lugar llamado El Potrerillo y se internaron en el monte.

Las tres experiencias guerrilleras en los años 60

  Uturuncos

El primer grupo guerrillero insurgente en Argentina fue el de los Uturuncos, que tuvo una efímera vida entre mediados de 1959 y febrero del 60. El asesinato de un obrero azucarero en Tucumán encendió la chispa. Enrique Manuel Mena, líder peronista de izquierda que tomó el alias de "Comandante Uturunco", exhortó a otros 20 obreros a escalar el cerro de Cochuna, a 80 kilómetros de la capital tucumana, y combatir a "los socios del Imperio". Desde allí iniciaron sus acciones sin objetivos claros, con ataques a comisarías, cuarteles de bomberos y comercios. Su acción más notoria fue la de la Nochebuena de 1959, cuando ya sumaban unos 50 hombres. En un operativo espectacular para aquel momento, tomaron la comisaría de Frías, en Santiago del Estero. Pero el grupo, mal entrenado y carente de apoyo entre la población, quedó desbaratado en poco tiempo por las fuerzas de seguridad del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) del presidente Arturo Frondizi. El comandante uturunco fue arrestado en 1960.

  Ejército Guerrillero del Pueblo

El segundo intento guerrillero rural fue liderado por Jorge Ricardo Masetti, periodista de Radio El Mundo que, mientras cubría la revolución en la Sierra Maestra, Cuba, se incorporó a la lucha armada. En febrero de 1964 fundó el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) para actuar en la región de Orán (Salta), durante la zafra azucarera. Massetti, que adoptó el alias de "Comandante Segundo", ingresó con sus hombres por la frontera con Bolivia supuestamente para afianzar la guerrilla en el norte argentino, que luego quedaría en manos del "Comandante Primero", el Che. Otra interpretación asegura que el mote Segundo provendría del personaje literario Don Segundo Sombra. El campamento fue descubierto por Gendarmería y destruido poco después. El cuerpo de Masetti jamás apareció.

  Fuerzas Armadas Peronistas (FAP)

En septiembre de 1968 en un paraje llamado La Caña, 120 kilómetros de Taco Ralo, en el sudeste de Tucumán, cerca de la frontera con Santiago del Estero y no muy lejos de Catamarca, la policía recibió informaciones: sobre movimientos de grupos armados presumiblemente guerrilleros. Desde San Miguel del Tucumán, a unos cien kilómetros de Taco Ralo, partieron sesenta efectivos de la policía local al mando del comisario Hugo Tamagnini. Llegaron a las inmediaciones del campamento (al que los guerrilleros habían bautizado "El Plumerillo") la noche del 18 e iniciaron el ataque en dos frentes. Tras superar una línea de trincheras, consiguieron apoderarse del arsenal y, paulatinamente, la defensa de los guerrilleros cesó después de un breve tiroteo. Fueron detenidas en primera instancia nueve personas, incluida una mujer, pero cuatro se escaparon para esconderse en el monte. Fueron encontradas en las primeras horas del jueves 19 y, junto con las restantes, trasladadas a Tucumán. Según el parte policial, los primeros detenidos eran: Juan Bertelli, 43 años, de Lamadrid, Tucumán; Leonardo Solupzky, 32, médico de Buenos Aires; Carlos Olivera, 29, de Buenos Aires; Envar El Kadri, 29, de Buenos Aires; José Luis Rojas, 27, de Tucumán, que había participado en las acciones de los Uturuncos, entre 1958 y 1959; Amanda Peralta, 28 profesora de Literatura, recibida en la Universidad de La Plata; Hernán Aredes, 31, empleado del Ministerio de Obras Públicas de Tucumán; Néstor Herdinsky, 24 estudiante, de Buenos Aires, y David José Ramos, 24, plomero, de la ciudad de La Plata. Posteriormente, se citaban los nombres de los cuatro guerrilleros detenidos en la mañana del jueves 19. Eran Hugo Petenatti, Orlando Zelli, Juan Lucero y Benicio Ulfino Pérez.
La policía se incautó de dos camiones pintados como los del ejército, ropas, mantas, uniformes, armas cortas y largas, municiones, víveres y 500.000 pesos en efectivo. Al explicar el operativo se aclaró que, pese a versiones en contrario, no había extranjeros entre los detenidos. Es que se sabía que Mena, el comandante Uturunco, había estado en Cuba reunido con Ernesto Che Guevara, quien estaba dispuesto a aportar elementos cubanos para armar la guerrilla rural en el norte de la Argentina.
El grupo se denominaba Comando Montonero 17 de Octubre, de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), y había sido fundado en abril de 1968 por varios jóvenes provenientes de la Juventud Peronista, como Envar El Kadr, Carlos Caride y los ex seminaristas Gerardo Ferrari y Arturo Ferré Gadea. Anteriormente El Kadri y Caride habían participado activamente en la constitución de la Asociación Nacional de Estudiantes de Derecho (ANDE) y también fueron de los primeros miembros de la JP. Las Fuerzas Armadas Peronistas no quedaron desmanteladas tras el fracaso en Taco Ralo. Se las vinculó con el grupo Montoneros, pero no se unieron con él. Su emblema tenía un escudo peronista en el extremo superior derecho y la estrella federal, de ocho puntas, junto con la inscripción FAP. Los guerrilleros de Taco Ralo reconocían como líder al entonces exiliado ex presidente Juan Domingo Perón, y los objetivos políticos del grupo apuntaban también a crear un ambiente propicio para su retorno. La estrategia guerrillera apuntaba a ganar la zona montañosa, tras un período de adiestramiento en el llano, y desde allí iniciar una acción de guerrillas a lo largo del macizo del Aconquija, desde Catamarca hasta Salta, lugar elegido por sus condiciones favorables para este tipo de acciones. El plan preveía el estallido de una guerra de guerrillas en un año en todo el país, teniendo a Tucumán como foco principal. La experiencia duró apenas dos semanas. Las FAP reaparecieron en 1969 y 1970 con varias acciones de guerrilla urbana. En el año 1971 las FAP sufrieron una división debido a la cual fueron expulsados los integrantes de un amplio sector liderado por Eduardo Moreno, Ernesto Villanueva, el sacerdote Soler y Alejandro Peyrou. Este sector se integró entonces a Montoneros. El 22 de mayo de 1973 las FAP ejecutaron al dirigente sindical Dirk Kloosterman secretario general del sindicato de trabajadores mecánicos (SMATA-CGT).

Al día siguiente la noticia conmovió la país y fue tapa de todos los diarios de la Capital: un grupo guerrillero peronista al mando del capitán Uturungo operaba en la provincia de Tucumán. El ministro del Interior, Alfredo Vítolo, en conferencia de prensa identificó a varios de los asaltantes. El remisero, Timoteo Rojo, los había denunciado. Por su testimonio, las autoridades conocieron la identidad de Félix Serravalle y la de su compadre Carlos Geréz. La policía comenzó entonces una serie de allanamientos. El gobierno comprobó lo que sospechaba: los integrantes de la guerrilla y sus apoyos eran viejos conocidos peronistas de la zona. Con la punta del ovillo descubierta, el gobernador de Santiago del Estero, Eduardo Miguel y su par de Tucumán, Celestino Gelsi, comenzaron a desenredarlo y tendieron una trampa a los guerrilleros. Mediante un comunicado oficial, los diarios informaron que se libraban graves combates con la policía en las inmediaciones de la ciudad de Concepción de Tucumán. En el comunicado se afirmaba que las acciones son encarnizadas y hay muchas bajas . Los padres de los menores, preocupados por su suerte y temerosos de que les hubiera sucedido lo peor se presentaron para recibir información; así, el gobierno conoció las identidades de seis de ellos. Entretanto, la policía provincial comenzó a tender el cerco a partir del lugar donde fue encontrado el camión.
En el monte, los guerrilleros caminaban y esperaban. El 28 de diciembre atacaron a tiros un jeep de la policía en el kilómetro 39 de la ruta 65, el que huyó sin intentar respuesta. Según el relato de Serravalle:

"Y agarramos y empezamos a caminar para el norte; cuando vos subes los cerros que son de 3500 metros más o menos de altura, es la zona boscosa que es la que te ofrece cubierta contra los vuelos y todas esas cosas, no tenemos ningún problema, agarramos la espina dorsal y empezamos a caminar, y a caminar, y a caminar, y bueno...primero se bajó Velardez que era el chofer del camión, se entregó a la policía."

Efectivamente, Pedro Velardez, quién había conducido el camión, fue el primero en abandonar a sus compañeros y se entregó a la policía. A partir de su delación se conocieron más detalles del grupo que estaba en los cerros y un dato adicional: en el campamento guerrillero cundía el desaliento al verse rodeados por la policía. En los días posteriores al asalto y hasta fin de año pasaron por las localidades de Arcadia, Alpachiri, Alto Verde y se dedicaron al trabajo político, a explicar las causas del levantamiento, su lucha por el retorno de Perón. Pero el cerco comenzaba a cerrarse. El 31 de Diciembre las madres de los muchachos más jóvenes radiaron por la emisora LV12 un mensaje para sus hijos en los que les pedían angustiosamente que bajaran del monte. Las bajas temperaturas nocturnas, la escasez de alimentos, el cerco policial y las súplicas paternas minaron la moral de los más débiles. Además, muchos creían que eran sólo una parte de un operativo más vasto en el que se levantarían varios frentes adicionales, pero al retrasarse estos acontecimientos, la moral decayó.
Finalmente, el 1º de enero, los policías vieron descender desde lo alto de la montaña a cuatro jóvenes que iban en busca de víveres y agua y los detuvieron sin oponer resistencia. Un rato más tarde se entregaron otros cinco, que habían obtenido el permiso de sus jefes de bajar respondiendo al llamado de sus padres. El mismo día, a pocos kilómetros de Concepción, fue detenido Juan Carlos Díaz. Según su relato había bajado unos días antes con el comandante Alhaja, José Genaro Carabajal para contactar con un nuevo grupo de combatientes, pero cuando estaban cruzando un río fue arrastrado por la corriente aguas abajo perdiendo el contacto con su compañero. Medio atontado, con su ropa en jirones y las botas destrozadas, fue guiado por gente de la zona por donde no hubiera patrullas. Pero fue delatado y capturado. Dos días después, una patrulla policial encontró dormidos a dos jóvenes más en el límite con Catamarca. Se trataba de Roberto Anaya, de 18 años, alias loco Perón y René Fernández, ambos tucumanos. Al ser descubiertos, Anaya se entregó pero Fernández logró huir hasta Concepción y tomó un micro hasta la ciudad de Tucumán, pero al bajar se le disparó un tiro que lo hirió en el muslo. Fue detenido en el hospital Padilla al que había concurrido para curarse. Otros dos, Américo Moya y Tomas David Soraide, que fueron encontrados por sus padres en la selva del Aconquija, también se entregaron.
En las ciudades muchos miembros de la red fueron detenidos y sus domicilios allanados. Las delaciones no fueron la única causa del parcial descubrimiento de los contactos, resulta obvio que el gobierno conocía parte del hilo del que ahora tiraba, a causa de la previa existencia del Comando 17 de Octubre. Las detenciones debilitaron aún más la situación de los que aún quedaban arriba. El Puma Serravalle, decidido a no entregarse, intentó romper el cerco con los siete hombre que aún le quedaban . La policía creía que el grupo se dirigía a Catamarca y extremó el patrullaje en esa zona. Pero Serravalle forzó la marcha y, en un día, caminando a paso forzado cincuenta kilómetros, bajaron en Tucumán, en la zona del ingenio Providencia donde fueron protegidos en casas de obreros del ingenio que aún permanecían seguras. Tenían los pies destrozados y eran fácilmente reconocibles. Sin embargo, lograron romper el cerco y llegar hasta el barrio 24 de noviembre, en Tucumán. Allí les dieron refugio en el prostíbulo de la Turca Fernández y en una iglesia donde se encontraron con Manuel Mena, quién los recibió quebrado por la emoción.
En Diciembre de 1959, mientras los Uturuncos asaltaban Frías, el gallego Mena y Guillén se encontraban en Buenos Aires buscando apoyos. John William Cooke delegó en su compañera Alicia Eguren la ayuda a los Uturuncos. Por intermedio de ella, Mena pudo contactar a un grupo numeroso de militantes de la Juventud Peronista de diversos grupos de las zonas de San Martín y Pompeya. En Buenos Aires, los diversos grupos de la Juventud Peronista se habían mostrado fervorosos partidarios de los uturuncos y se entusiasmaron con participar en la guerrilla. Organizaron grupos de apoyo, colectaron plata y muchos de ellos viajaron a Tucumán para unirse a ella. El gallego Mena los reunió con la idea de formar un tercer grupo y subir al monte luego de las detenciones producidas por el asalto a Frías. Habían transcurrido dos meses, Serravalle se encontraba prófugo y Mena, siempre activo, no abandonaba la idea de la creación de un frente guerrillero permanente. En Tucumán, sin embargo se vivía un clima de represión que dificultaba a la red prestarle apoyos, domicilios seguros, comida y elementos a las decenas de muchachos que querían participar subiendo al monte. Finalmente, el 10 y 11 de Marzo la policía dio con uno de los refugios de los porteños, el ya conocido prostíbulo de la Turca Fernández y el domicilio de Manuel Haro, deteniendo a varias personas que se encontraban reunidas, entre ellos a José Luis Rojas, alias Zupay, que había participado de la toma de la comisaría. En el procedimiento se secuestraron armas, municiones, granadas, mantas, botas y camisas con las sigla ELN (Ejército de Liberación Nacional). Días después, Manuel Enrique Mena fue detenido junto con el periodista Enrique Oliva y otros compañeros cuando intentaban subir a la montaña.
En ese comienzo del año 1960, los comandos urbanos del peronismo intensificaron sus acciones de sabotaje: el 15 de Febrero fue colocada una bomba en el depósito de Shell-Mex en Córdoba, incendiando 4 millones de litros de combustible y dejando 13 víctimas; el 11 de Marzo una bomba de explosivo plástico destruyó la casa del oficial de la SIDE, David Cabrera, activo represor, dando muerte a su pequeña hijita de 3 años. El día 13 ocurrió una explosión en la planta de gas de Mar del Plata. Ese mismo día, la policía informó que el cabo del Ejército, Manuel Medina, que estaba detenido, se había tirado de una ventana de Coordinación Federal dando vivas a Perón. El 14 de Marzo, debían realizarse las elecciones que renovarían la mitad de la Cámara. Unos días antes, Arturo Frondizi ordenó la ejecución del plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado). El país fue dividido en zonas operativas y se sometió a tribunales militares a todos aquellos acusados de terrorismo. Días después, los diarios anunciaron que se habían efectuado 1600 allanamientos y que habían sido detenidos miles de militantes peronistas. Las elecciones se realizaron en orden y volvió a triunfar el voto en blanco propiciado por Perón.
El incansable Puma Serravalle comenzó entonces a planificar la forma de liberar a sus compañeros presos en la cárcel de Concepción, pero el 1º de abril, mientras viajaba por Tucumán con documento falso, fue detenido y juzgado por los tribunales militares del CONINTES . Parecía el fin. Amenazada por la represión del Plan CONINTES y con sus principales líderes en prisión, la guerrilla quedó al mando de Genaro Carabajal, el Pila o Alhaja, quién aún no había sido detenido. Pese a todo, el Pila reunió un nuevo grupo de militantes entre porteños y tucumanos y logró reinstalar el movimiento en la montaña por varios meses. En el mes de junio de 1960 la policía, quién por la aplicación del Plan CONINTES había sido reforzada con tropas de Infantería del Ejército, descubrió el campamento guerrillero y detuvo a varios de los militantes presentes. En el enfrentamiento, uno de los pocos entre los Uturuncos y la represión, fue herido en la pierna Santiago Molina, el mejicano, mientras intentaba una fugaz resistencia.
Los tribunales militares fueron duros con los cabecillas de la rebelión. Manuel Enrique Mena fue condenado a 7 años de prisión. Antes de cumplir los tres, se fugó del hospital carcelario del Chaco y viajó a La Habana donde se entrevistó con el Che. A principios de 1963 comenzó a reorganizar los contactos en Tucumán. Varios de los veteranos de la primera experiencia instalaron un campamento permanente en la selva tucumana en el mes de Mayo. Tiempo después, se les unió Mena con un grupo de militantes que habían recibido entrenamiento en Cuba. Al parecer, el plan de Mena era complementario del grupo guerrillero comandado por Jorge Ricardo Masetti. Las vacilaciones de Masetti ante la elección nacional del 7 de julio, que dio el triunfo a Arturo Illia , parece ser la causa del desmembramiento del frente tucumano. A partir de allí, Mena perdió relevancia; en 1970 vivía en San Justo en un humilde barrio obrero. Murió de cáncer el 14 de julio de 1970.
Juan Carlos Díaz, el uturunco, fue condenado a 7 años de prisión. En 1963 fue amnistiado por el gobierno de Illia, en 1970 participó con el ERP en el asalto al Banco Comercial del Norte y un día después fue detenido. En 1973 fue nuevamente amnistiado y recibió un subsidio del gobierno peronista de Tucumán.
Los menores de edad fueron derivados a los Tribunales de Menores, excepción hecha a Luis Uriondo, quién dado su parentesco con el general Uriondo, su padre, fue devuelto a su familia.
Félix Serravalle cumplió la condena que le aplicaron los tribunales CONINTES, tres años y siete meses en varias prisiones. Le rompieron los ligamentos del brazo en la tortura. Al salir prometió a su familia, a la que casi no había visto en años, que se iba a ocupar de ellos. A los 74 años, vive en La Banda, orgulloso de su pasado y rodeado de sus recuerdos.
José Luis Rojas, el Zupay, participó en la experiencia guerrillera de las Fuerzas Armadas Peronistas y fue nuevamente detenido en Taco Ralo, Tucumán, en 1968. Una enfermedad lo dejó postrado y falleció hace algunos años en Tucumán y en la pobreza. En un último reportaje recordó que los chicos de HIJOS son mi única esperanza. Muchos militantes de la red, tanto tucumana como de Buenos Aires aún viven desperdigados por el país. De sus recuerdos esta hecha gran parte de esta historia.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


Guerrilla y movimiento popular en la Argentina de los sesenta

Para Daniel James, la primera guerrilla causó escaso impacto en los activistas. En su influyente trabajo sobre la resistencia peronista, James formula la hipótesis de que el surgimiento de la insurgencia armada debe ser atribuido a la solitaria voz de John William Cooke y a sectores juveniles del peronismo y la izquierda no peronista, donde se reclutaron sus militantes, los que en su mayor parte provinieron de la esfera universitaria de la Capital Federal y otros grandes centros de estudios terciarios . Aunque algunos párrafos después se contradice cuando cita entrevistas a activistas de la juventud , que dan cuenta que la mayoría de los participantes en las experiencias guerrilleras de fines de los 50 tenían entre 16 y 20 años de edad y pertenecían a las barriadas humildes del conurbano bonaerense, insiste en argumentar a favor de su primera afirmación: el escaso impacto que obtuvieron los Uturuncos fue debido a su pertenencia de clase, dado que por ella no ponían sus expectativas en el desarrollo de la lucha sindical.
Las fuentes con las que Daniel James trabajó fueron, en primer lugar, el informe del propio aparato represivo y, en segundo lugar, el pequeño libro de Emilio Morales , en el que se afirma que los integrantes de la primera guerrilla provenían de la clase media universitaria y que sólo tres obreros fueron de la partida.
Creo haber demostrado que el inicio de la guerrilla peronista no fue ideado desde las grandes ciudades sino que su origen debe más bien rastrearse en la organización de los comandos de la resistencia regionales y en una de sus posibles evoluciones. Tampoco fueron los jóvenes de clase media universitaria empobrecida y que practicaban una suerte de elemental terrorismo urbano los que finalmente dieron el primer paso. En una segunda etapa viajaron a la zona, convirtiéndose en combatientes, pero el desarrollo de los acontecimientos aquí relatado niega su absoluto protagonismo. Tampoco es cierto que constituyeran el principal apoyo logístico de las acciones que se encararon, sino que este correspondió a un modesto pero no despreciable aparato político montado en los años previos por el comando 17 de octubre del que surgieron los combatientes. En realidad, la guerrilla de los Uturuncos tuvo bastante impacto en el peronismo. El que no se constituyeron en una opción nacional debe explicarse mediante otros argumentos y ellos pueden encontrarse en el desarrollo de las distintas vertientes que se perfilaron en el peronismo luego del derrocamiento de Perón.
Ya fueron explicados por el propio Daniel James los cambios habidos en el peronismo luego de 1955. Los núcleos centrales que organizaron la resistencia distaban de pertenecer a los viejos aparatos de gobierno y fueron esencialmente dos: los comando clandestinos y las organizaciones sindicales paralelas a las intervenciones. Hasta por lo menos 1958, ambas estructuras actuaron coordinadamente y desarrollaron, en particular las estructuras sindicales, una intensa democracia con base en la cultura de fábrica. Esta actitud plebiscitaria fue posible por las nuevas condiciones de lucha: el riesgo que suponía la clandestinidad de la acción obrera y la inhabilitación por parte del golpe militar de los viejos dirigentes ligados a la estructura burocrática peronista. Ello permitió a los líderes gremiales emergentes la legitimidad necesaria para alzarse con la dirección de la mayoría de los sindicatos industriales.
Los comandos, que empezaron como pequeños organismos políticos de agitación, más barriales que fabriles, perfeccionaron sus atentados y, de pequeños actos de sabotaje, pasaron a encarar grandes actos de terrorismo urbano. Sin embargo, ambos fueron afectados por el inicio de la etapa de semilegalidad con la elección de Arturo Frondizi a la presidencia. Muchos sindicalistas comprendieron que tenían mucho más para ganar si se integraban críticamente al orden político posperonista y renunciaban a poner sus estructuras gremiales al servicio de un plan insurrecional que trajera nuevamente a Perón al país.
Los comandos, que siempre se resistieron a formar parte de una organización única y centralizada, dieron fuertes golpes en los años 1959 y 1960, hasta el inicio del plan Conintes, como los que hemos reseñado. Siempre fueron grupos centrados en las ciudades capitales de provincia y sus principales atentados fueron cometidos en éstas. Un tercer grupo que cobró relevancia a partir de la elecciones de 1957 fueron los viejos dirigentes del ala política del movimiento. Nunca fueron radicalmente amonestados por Perón y planificaron distintas estrategias frentistas opuestas a las diseñadas por John W. Cooke. Los que contaban con una base electoral propia, particularmente en las provincias, se independizaron de la tutela de Perón y constituyeron el llamado neoperonismo, abandonando tempranamente la estrategia insurreccional. Los otros disputaron en todo momento el liderazgo otorgado por Perón a su delegado personal. La creación del Consejo Coordinador en 1958 reflejó este proceso.
Hacia fines de 1959, momento en el que se desarrollaban las acciones de la guerrilla, las 62 Organizaciones volvían a ser conducidas por los dirigentes de los grandes sindicatos desplazados a principios de año. Su estrategia se volcaría desde este momento a lograr que el gobierno desarrollista les devolviera la Confederación General del Trabajo, que permanecía intervenida. En el pasado habían apoyado, aunque con vacilaciones, los planes insurrecionales, pero no era ahora el momento para alentar el desarrollo de una guerrilla en el norte del país. Los dirigentes políticos confiaban en que el progresivo retorno a la actividad política electoral les devolviera el rol protagónico que habían perdido en los años de clandestinidad y de ninguna manera podían verse entusiasmados con un proyecto subversivo si no habían aprobado las acciones de los primitivos comandos. Por último, si los comandos se entusiasmaron con la idea de la ampliación de la esfera de la lucha con nuevos métodos como los de la guerrilla tucumana, seguían esperando el levantamiento de algún militar peronista. Pero más importante aún, sus acciones se desarrollaban en ciudades de provincia o en Buenos Aires, cuyas geografías nada tenían que ver con la instalación de un foco de guerrilla rural. Por último, la extensión y dureza represiva del plan Conintes y el fracaso del levantamiento militar dirigido por el general Iñiguez en noviembre de 1960 los diezmó haciéndolos virtualmente desaparecer. Dadas estas circunstancias, resultaba dudoso que el primer levantamiento guerrillero de la Argentina contemporánea resultara una opción que cosechara fuertes apoyos en el movimiento.
Otro punto oscuro en el origen de la guerrilla ha sido el de la dirección o participación de John William Cooke en los Uturuncos y en la Unión de Guerrilleros Andinos . Para 1958 la posición de Cooke, como delegado personal de Perón y como dirigente del Comando Táctico se había debilitado, al punto que este último organismo había sido reemplazado en octubre por el Consejo Coordinador y Supervisor del Movimiento, de nueve miembros. En 1959, luego de la toma del Frigorífico Nacional y la huelga general de las 62 Organizaciones en apoyo a la misma, el Bebe fue descalificado por el Consejo a raíz de la publicidad de un documento a favor de la huelga y en contra de la dirección sindical. Con su captura recomendada, comenzó un período de persecución y clandestinidad. Salió del país y se reinstaló en Montevideo, realizando viajes periódicos a Buenos Aires. Pese a todo, siguió manteniendo la correspondencia con el general en el exilio, pero no en roles de dirección atribuidos por Perón. En el segundo semestre, impulsó con intelectuales de otras fuerzas políticas el semanario Síntesis. En noviembre, reingresó clandestino al país para disertar en el Congreso por la Liberación Nacional, realizado por las 62 organizaciones. Finalmente, en abril de 1960 comenzó su estadía en Cuba . Su figura, hacia fines de 1959, era la de un dirigente importante y escuchado en algunos ámbitos del peronismo pero sin capacidad de dirigir los diferentes dispositivos tácticos como los comandos, el aparato político y los sindicatos y, más aún, despreciado como trotskista por algunos sectores del movimiento.
Pese a todo, ¿fue Cooke el ideólogo, la dirección de la guerrilla tucumana o por el contrario, tal como ocurriera con la toma del frigorífico a principios de año, le fue atribuida la dirección luego de producido el estallido? A juzgar por la historia de relación existente entre el comando 17 de octubre y su par de Buenos Aires, el Comando Nacional Peronista, Cooke y Mena se conocían de tiempo atrás y habían desarrollado planes de resistencia en conjunto. Queda claro, a partir de la participación de Alicia Eguren que Cooke era parte de la partida guerrillera y que por intermedio de su mujer prestó todo su apoyo para obtener recursos y militantes para desarrollar la guerrilla tucumana. En 1961, cuando ya estaba instalado en Cuba y su visión del camino revolucionario pasaba por su identificación con el proceso seguido por Fidel Castro, le envió una carta al compañero Alhaja, Genaro Carabajal, a quién le había solicitado que viajara a la isla. En ella expresa con claridad su opinión sobre la guerrilla de los Uturuncos:
Para ella [Olga Carabajal, esposa de Mena] y para el chiquito, así como para todos los heroicos compañeros que hoy sufren cárcel y persecución por plantear por primera vez una forma definitivamente revolucionaria de lucha en el país, nuestro mas entrañable afecto y nuestro constante recuerdo. [...] Muchos los llamaron, sin duda alguna aventureros. Yo quisiera saber que hicieron en concreto los que eso dicen. En la lucha revolucionaria siempre es igual. El que triunfa es un héroe nacional; el derrotado es un provocador.
La pertenencia social de los Uturuncos tampoco deja lugar a dudas y es similar a muchos comandos de otras zonas del país. En primer lugar resalta la edad de los combatientes. La mayoría del grupo más numeroso, el que participó en el asalto de la comisaría de Frías, tenía entre 15 y 20 años al momento del ataque; los líderes bastante más entre 30 y 35-, aunque Juan Carlos Díaz tenía sólo 19. La mayoría habían sido reclutados en los barrios circundantes de la ciudad de San Miguel de Tucumán y pertenecían a familias humildes de la zona. En la red de apoyo político el espectro obrero se ampliaba a la clase media y era conformada por pequeños comerciantes, empleados estatales, obreros de los ingenios, dirigentes gremiales, militares retirados y algunos profesionales como médicos y abogados. Ello puede explicarse desde el conjunto social que dio su apoyo al peronismo, mayoritariamente obreros o trabajadores de escasos recursos, aunque también sectores de clase media o de la burocracia estatal. Es comprensible que en una zona con fuerte trabajo organizativo gremial en manos de un poderoso y combativo sindicato regional como la FOTIA, los más afectados por el derrocamiento del peronismo fueran los que, movidos por un fuerte impacto emocional, decidieran pasar a la resistencia y al ejercicio de la violencia que consideraban legítima, tanto como ilegítima consideraban que era la violencia del régimen militar.
La relación entre el comando 17 de Octubre y el sindicato azucarero de Tucumán presenta más dificultades. Según el testimonio de Félix Serravalle, Benito Romano, quién luego sería secretario general de la FOTIA, y su hermano Antonio, delegado de ingenio, formaban parte del comando integrando la red de apoyo. Algunos obreros de los ingenios brindaron su colaboración y pusieron en riesgo sus casas y la integridad de sus familias para proteger a los combatientes. De todas maneras, es posible aplicar para el comando tucumano los argumentos que Daniel James esbozó para el fenómeno en general. Los objetivos comunes de los comandos y los sindicatos se fueron escindiendo debido a la lógica dispar de ambos grupos organizativos. Aunque la FOTIA fuera uno de los sindicatos más combativos del país, la legalidad que le fue ofrecida a su accionar dentro de parámetros legales la alejaba de sus compañeros de lucha, los que no sólo enmarcaban su combate en el plan más vasto de insurreccionar la zona sino que eran y no podían dejar de ser- ilegales y clandestinos. La organización de los obreros azucareros fue realizada en la tradicional estructura sindical porque formaba parte de su cultura, de sus ideas y valores. Durante el año 1959, la lucha de los obreros del azúcar resultó triunfadora en una época en que la mayoría de los conflictos fueron derrotados. De todas maneras, si el resultado fue un triunfo gremial, también fue la chispa que encendió la indignación de aquellos cuyos objetivos eran el regreso inmediato de Perón al poder. El día en que la represión mató a ambos obreros, muchos integrantes de los Uturuncos se contaban entre los manifestantes, pero sus caminos se bifurcaron cuando la guerrilla se instaló en el monte. De todas maneras, los dirigentes de la FOTIA no se desentendieron de sus compañeros y les brindaron apoyo mientras duró su detención. La línea dura de las organizaciones sindicales peronistas les prestó colaboración en todo momento.
Varios militantes de los Uturuncos siguieron combatiendo en las guerrillas de los años sesenta. En 1962, las experiencias de la izquierda y del peronismo comenzaron a cruzarse cuando los Uturuncos y otros militantes peronistas viajaron a Cuba . Pero el origen de la guerrilla argentina obedeció menos a la influencia cubana que al debate que se instaló en los grupos clandestinos del peronismo ante el fracaso de la estrategia insurreccional.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


Recomienza la lucha: Relato desde 1958 a abril de 1960

Acerca de la experiencia de las acciones de Uturuncos.

Las nuevas directivas

Como lo había previsto Perón empieza nuevamente la lucha, ya que Frondizi no cumple lo pactado.
En durísimos términos califica al gobierno frondizista por haber traicionado sus compromisos. Denuncia que Frondizi está entregando el país al extranjero, que siguen los dirigentes peronistas sometidos por procesos fraguados por la dictadura. Lo denuncia también por continuar con la ilegalidad del peronismo, por mantener la desnacionalización del Banco Central, por encarcelar a obreros y someterlos a los tribunales militares y por dar legalidad a todos los decretos-leyes de la Tiranía de Aramburu y Rojas. Y en definitiva por cumplir con los mandatos que le imponen la oligarquía y los militares, sin respetar el pacto firmado.

"Es indudable que detrás de este gobierno están actuando las fuerzas oligárquico-capitalistas, representadas por los mismos parásitos que el 16 de septiembre derrocaron con un cuartelazo al Gobierno Constitucional elegido por el Pueblo"

Así declara a Frondizi como enemigo del Movimiento Peronista y como traidor a la Patria y al Pueblo, e indica que la acción que durante los últimos tres años se desarrolló en la clandestinidad y en la resistencia civil debe seguir con tenacidad y firmeza. "El peronismo debe ponerse en pie de guerra, como en 1945, para combatir la explotación y la injusticia..."
Llama, sin medias tintas, al camino de la "resistencia y la insurrección"

Otra vez en la calle

A partir de 1959 Perón empieza a mandar nuevamente directivas a través del Comando, para que reactiváramos la resistencia, ahora contra Frondizi.
Como teníamos todo armado, no hubo nada más que empezar de nuevo.
En La Plata se habían formado varios grupos que habían quedado en compás de espera por la orden de Perón. Cuando Perón da de nuevo la orden de luchar, empezamos el accionar.
Continuó de la misma manera que en las últimas épocas de Rojas y Aramburu, violento. Bombas, incendios y sabotajes.
En La Plata se habían formado cinco células, que no se conocían entre sí. El único que las conocía era yo.
Volví a organizar el circuito de entrega de materiales. El sistema funcionaba como una cadena: unos grupos robaban los materiales, otros armaban los explosivos, otros los traían a La Plata, y se entregaban a las células que eran las encargadas de realizar los operativos. Dentro de esa cadena mi función era recibir los materiales, para luego hacer las entregas a las células de acción directa.
El contacto con los compañeros era en la calle, no se hablaba en ninguna oficina ni en ningún lugar determinado.
Mirándolo desde el presente me hace acordar a algunas películas. Ahora lo cuento así como una cosa simple pero la cuestión era brava.
Empiezo a recibir materiales y los entrego no sólo en La Plata, sino a todo el Gran Buenos Aires. Había tres tipos de bombas: las de mecha, las de detonador y las de tiempo.
Julio Troxler preparaba los relojes para las bombas de tiempo y me los entregaba.
Sabía del tema porque había sido de la policía.
Uno de los grupos más activos los constituían los compañeros que funcionaban en ATE (Asociación de Trabajadores del Estado). Al grupo lo formaban Eduardo Leguizamón, Lombardi, Haroldo Logiurato, Melo y Babi Molina, entre otros. También un tal Batisti que había venido a través de la Resistencia desde Rosario. Se había empezado una especie de rotación de compañeros, para que no los conocieran en los lugares donde venían a actuar.
Había otros grupos, como el de Miranda, Cantín, Hugo March y Casano.
En la parte gremial, uno de los más activos de La Plata fue Tito Pierini, del gremio de los petroleros.
Yo también tenía conexión, a través de Delfor Díaz, con un grupo de suboficiales que integraban entre otros Di Leo, Chávez y Di Gracia.
Simultáneamente a este accionar de La Plata, se producía en el Gran Buenos Aires, intensivamente, la colocación de bombas.
En Córdoba, en Mendoza, en todos lados.
Cualquiera que busque en los diarios de la época puede comprobar que eran cien bombas por día que explotaban en el país.
Un grupo del Gran Buenos Aires le había colocado una bomba a Patrón Laplacete, que había intervenido la CGT. La habían puesto, entre otros, dos mujeres. Porque en la Resistencia intervinieron muchas mujeres, y eso hay que destacarlo.
Anteriormente otros compañeros habían puesto una bomba en un edificio de Luz y Fuerza. Atilio Moya, que había sido dirigente (creo que de los azucareros), y una chica, que estuvo exiliada después que nosotros en Montevideo. Era maestra, Lucía Arauz de Lamadrid. Uno la veía y era una dulce maestra de primaria. ¡Y con ese apellido!. No sospechaban nunca que actuaba en la Resistencia. Entre Moya y ella la pusieron. Ella le hizo de apoyo en una confitería, en Once. Voló todo el edificio. Había sido en Capital. Una bomba fuerte. Hizo estragos en el edificio a dos cuadras del Congreso, detrás del Congreso.
Yo estaba cubierto por mi supuesto trabajo de jefe de ventas, pero tampoco era creíble que pasara de ser un activo militante a sólo un promotor de venta de metales, así que para despistar mi actividad dentro de la Resistencia, yo también actuaba en distintos estamentos. Habíamos constituido la Comisión de Retorno de Perón con el Capitán Otero, Juan Unamuno que había sido socialista convertido en peronista, Huwiller, Carlos Gelaber, el Dr. Carlos Carrasco, entre otros. Fue la primera Comisión pro retorno de Perón.
Para esa época se produce el intento de subversión de los Uturuncos en Tucumán. Uno de los hijos de don Juan Unamuno que integraba conmigo la comisión de retorno de Perón estaba es esa organización, que a la manera de la guerrilla rural, se habían encerrado en la sierra de Tucumán. Desde ahí amagaban con propagar sus acciones.
Este hijo, nos pide a través de Unamuno que le hiciéramos llegar radios y planos de la zona, para poderse desplazar. Eran ya guerrilleros. Entonces yo, que a esa época no estaba descubierto como miembro de la Resistencia, voy al Instituto Geográfico Militar y compro los planos de la zona y se los hago llegar a los guerrilleros Uturuncos.
El Ingeniero Cédola, que había sido Ministro de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, colaboró con el dinero para la compra de "materiales".
Compramos radios y les mandamos a este grupo Uturuncos, que al final se tuvieron que entregar. Pero crearon un foco de rebelión que cambió la forma de enfrentarse al gobierno. Asustaron bastante.
Uno de los que colaboraba conmigo e integraba la Comisión de Retorno de Perón, era como ya dije el Doctor Carlos Carrasco, que lo habían cesanteado como Juez por peronista.
Trabajaba en Buenos Aires de abogado, con otros abogados en un escritorio en Cerrito y Avenida de Mayo.
En La Plata, nos reuníamos en la casa de Huwiller, en calle 8 y 54. Huwiller había sido Secretario de la Cámara. Nos reuníamos en la casa de él, con este Doctor Carrasco, Otto Burgos, Marizcurrena, entre otros. Carrasco colaboraba con información. Como él tenía contacto con otros abogados, traía información de los Servicios de Informaciones, de las altas esferas de la Nación.
La acción era intensa y peligrosa, recuerdo que al caminar por la calle continuamente miraba para atrás y para los costados, esperando que en cualquier momento me descubrieran.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


Entrevista a Ernesto Salas, autor de "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista"

«LA GUERRILLA PERONISTA NO NECESITABA CONCENSO PORQUE EL PUEBLO ES PERONISTA»

Por Gabriel Martín

Ernesto Salas fue un militante peronista en los ’70, y la lluvia de plomo lo llevó a estudiar los diversos por qué sobre lo que había pasado y sobre lo que le había tocado vivir. Aparenta menos años de lo que ha vivido y lleva una vida austera, acorde a su pensamiento, vendiendo libros en el centro porteño. También es sencillo en su intenso hablar, no posa como los historiadores «oficiales» y su trabajo lo muestra. Autor de «La Resistencia Peronista, La toma del frigorífico Lisandro de la Torre», Salas se remontó a la primera organización guerrillera del peronismo, investigación que plasmó en su reciente libro «Uturuncos, el origen de la guerrilla peronista».

¿Tomás el caso Uturuncos como la primera fuerza organizada y coordinada del peronismo luego del bombardeo a Plaza de Mayo en 1955?

Hubo un primer proceso de resistencia insurreccional, que va del ’55 al ’58, que también estuvo organizado. Uturuncos no fue más organizado que lo anterior, lo que había fracasado fue la hipótesis de la insurrección, para los que dirigían Uturuncos; sobre todo después de la separación de John William Cooke de la conducción, y después de la huelga del frigorífico (Lisandro de la Torre) en enero de 1959, donde se dan las condiciones posibles de la insurrección, que era la huelga general y la acción de los Comandos de la Resistencia, hecho muy sonado a nivel nacional. Eso fracasa por distintas razones, que después cada uno hará reflexiones sobre el asunto, como hizo Cooke. Para este comando que estaba en Tucumán, la reflexión es «acá se terminó un período y hay que hacer algo nuevo», porque no es que esto funcionó, no funcionó la idea que la huelga general y una serie de atentados más o menos organizados a nivel nacional, iban a expulsar a la dictadura, entonces deciden pasar a una etapa diferente. No era algo que proponían al conjunto del Movimiento, ellos lo ejecutaban como comando independiente de Tucumán, con una relación muy fuerte con Cooke. Lo importante es que esto es un hallazgo, al menos para mí, que fue entender que la guerrilla en la Argentina surgió de una reflexión interna de los sectores en conflicto en el país, no de algo transportado, sacado de una experiencia externa y aplicada acá, como fue el caso de la Revolución Cubana. El origen real, de la primer guerrilla argentina que son los Uturuncos, surge de una reflexión interna y no de una copia a la Revolución Cubana, aunque tenía cierto atractivo que se había producido la revolución en la isla, aunque si tuvo mucha influencia la guerra en Argelia.

Pero en varios pasajes del libro se presentan ambas influencias.

Sí, pero el peronismo tuvo una relación ambigua con la Revolución Cubana, no con la de Argelia, que era más claramente una guerra de liberación. En el caso cubano, la idea de que los norteamericanos le habían soltado la mano a Batista, que le habrían dado un apoyo a Fidel, y no sólo esto sino que los sectores de poder en Argentina reflejaban en los diarios, era que la Revolución Cubana había derrocado a un tirano que era Batista, que era igual que Perón. La madre del Che le escribe una carta en ese tono y el Che le contesta «ahora estarás contenta porque vos y los de tu clase tienen lo que tienen», pero Batista no era igual que Perón, en realidad, el Che, que no era para nada peronista, dice «allá, en Argentina las sirvientas lloraban la caída de Perón, en Cuba el pueblo no lloró a Batista», y ahí está la absoluta diferencia. En un momento el Che llegó a decir que el único sector gris que quedaba en Latinoamérica era la Argentina, luego del derrocamiento de Arbenz en Guatemala, ya que para él Perón no era un líder revolucionario, pero de hecho no era un líder proyanqui, y ahora ese gris había cambiado y con la Libertadora los norteamericanos podían controlar el conjunto de Sudamérica. La Revolución Cubana era mal vista. En el diario La Nación, aparecían alabanzas a la Revolución Cubana en sus primeros quince días, y todos los periodistas buscaban al argentino que había participado en esa revolución. Por eso para el peronismo le resultaba muy sospechosa la revolución cubana, más allá de que algún peronista individual le gustara la idea de la guerra de guerrillas, pero no era el caso de los Uturuncos, para ellos corrían los mismo prejuicios que para el conjunto del peronismo.

Pero hay testimonios en el libro que marcan lo contrario...

Bueno, Serravalle en su testimonio dice: «Nosotros vimos los triunfos del Che y de Fidel, y pensamos en imitarlos», pero eso es una reflexión de él. La realidad es que en un principio, el peronismo tuvo mucha desconfianza a la Revolución.

Igualmente, está también las palabras de Guillén, y no sólo él, que la única forma de traerlo a Perón era con la guerrilla.

La diferencia que tiene esta particularidad de la guerra de guerrillas, es que los intelectuales de Buenos Aires que quieren hacer una guerrilla en Tucumán, es que no viven en esa provincia. Los tucumanos tienen el cerro al lado. No es lo mismo vivir en una región donde hay selva y pensar en llevar la guerra allí, a pensarlo teóricamente y definir que la guerra tiene que hacerse en la selva, y trasladar la guerrilla a la selva. Esta gente vive en Tucumán. La guerrilla de Uturuncos no es un foco, no tiene esa concepción porque no piensan que eso va a «iluminar» al conjunto de la población. Tampoco era una guerrilla rural, porque la mayoría de los militantes eran de la ciudad, tenía cierto carácter rural porque consideraron que el lugar más fácil para poder iniciar una guerra era la selva, y la selva está al lado, y suben a la montaña en el momento que lo necesiten. Uno tiene la idea de la guerrilla más parecida a la de los ’70, de intelectuales que plantean en determinado momento qué es lo que había que hacer; pero acá también había intelectuales, que deciden que la etapa insurreccional de los primeros tres años de resistencia ha fracasado, y que ahora hay que llevar la guerra a otros campos. En este sentido sí hay cierta copia, podríamos decir, a la experiencia cubana en cuanto a la guerra de guerrillas, pero la guerrilla no es un invento de los cubanos. La idea en sí, era una guerrilla con posibilidad de moverse libremente en un territorio no controlado, atacar por sorpresa y combatir a un enemigo infinitamente superior con un grupo mal armado. En ese sentido Guillén tiene muy claro la guerrilla, de hecho luego escribirá los tratados de guerrilla urbana, de los que hay dos, el de Madriguera en Brasil, y el de Guillén publicado en Uruguay. Guillén lo tenía claro en ese sentido, ahora de ahí a que la guerrilla estuviera trazada con tiralíneas, creo que no. Pienso que hay una reflexión sobre lo que está sucediendo y una improvisación en el camino.

También marcás que tenía un contacto fluido con John William Cooke, que si bien no lo tomás como un foco en particular, la idea era que esto genere una reacción en el resto del país con el objetivo final de traerlo a Perón al país.

Lo que pasa es que a diferencia de otras guerrillas, la guerrilla peronista no necesita de antemano contar con el consenso de la población, porque el consenso de la población lo tiene, porque el pueblo es peronista. Por eso marco en el libro marco muy claramente, cómo se había votado en cada una de las elecciones posteriores al derrocamiento de Perón, por opciones peronistas o por otras que el peronismo había ordenado como el voto en blanco en 1957 y la elección a Frondizi en el ’58. La mayor parte del electorado tucumano era peronista. Por lo tanto una guerrilla, o un intento armado de la característica de Uturuncos, en la montaña de Tucumán atraía adhesiones, no necesitaban justificar por qué se habían levantado, estaba claro. Esto es una diferencia de otras guerrillas que al no pertenecer a la identidad popular, tratan de justificar su acción por la identidad popular pero esta no le es propia, por lo que el pueblo puede decir «esto no es nuestro». Se levanta una guerrilla por el retorno de Perón, y la gente peronista lo entiende.

Por lo general se toma la experiencia de Uturuncos como un alzamiento aislado, reivindicatorio del peronismo, pero no articulado.

Claro, pero es importante aclarar de Uturuncos, es que no es independiente. Incluso después de que Cooke es separado de la conducción, se establece un consejo supervisor del peronismo, y un organismo llamado el COR, el Comando de Operaciones de la Resistencia, que lo dirigía el general Iñiguez, que era un militar, no era casualidad que no fuera un civil, porque la finalidad era tratar de subordinar todas las expresiones armadas civiles, a este comando dirigido por este General retirado. Uturuncos no actuaban de forma independiente, de hecho, una de las versiones que se manejan es que Uturuncos tratan de hacer el operativo de la toma de la comisaría de Frías, porque hay una especie de coordinación de grupos de Iñiguez del COR, para hacer una especie de levantamiento cuasi insurreccional hacia fines de ese año, que Iñiguez no lo hace hasta un año después, cuando intenta el golpe en agosto del ’60. Es decir, ellos no eran absolutamente independientes para definir sus políticas. Lo eran en la medida de que por ese momento la resistencia era bastante inorgánica y se hacía bastante lo que se daba la gana, pero en cierto modo, para tratar de tener cierta efectividad trataban de coordinar con aquellos que tal vez no sean de la misma línea política que ellos tenían, como en el caso de Iñiguez.

Más allá que la experiencia de Uturuncos duró apenas casi un año, fue un acelerador hacia la lucha armada para enfrentar a la dictadura y buscar el retorno de Perón.

Uturuncos abre una puerta. Ellos dejaron entrever que los comandos estaban muy mal armados en lo previo, aunque tenían otras funciones. Lo que tratan de hacer es especializar la resistencia. Así como la resistencia había pasado del petardo casero al explosivo; en el caso de organización lo mismo, el comando era un grupo casi informal de personas que esporádicamente se reunían con un objetivo político, la guerrilla implica un compromiso diferente, ni más ni menos pasar a la guerra. En este sentido, el debate de los Uturuncos es mucho más sencillo que la discusión posterior, no es el ejemplo y de ahí en más todos van a la guerrilla. Entre junio del ’60, cuando los Uturuncos ya están prácticamente desarticulados, hasta la experiencia de Taco Ralo de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), en el ’68, lo que hay aparte de algunos intentos guerrilleros, se genera un inmenso debate. Entre casi todas esas guerrillas, como el Ejército Guerrillero del Pueblo de Jorge Ricardo Massetti que fue en apoyo del Che, Tacuara, como el grupo del Vasco Bengoechea, son no peronistas, salvo Tacuara. Estas guerrillas van a estar vinculadas directamente a la idea del foco, ocho, diez o quince personas, que es lo que decía el Che que era necesario para armar un foco, colocadas en un territorio tratando de hacer una resistencia y llamando al resto de la población a combatir, por motivos claros de la época. No se plantea la organización política como parte constitutiva del grupo. En el caso de los Uturuncos fue al revés, en la etapa de comando, que era bien política, y después decidieron llegar a la estrategia guerrillera. En cambio en el otro caso, recién va estar el planteo posfoquista en las grandes organizaciones, como las FAP, o ya en Montoneros o el ERP. Aquí se plantean una etapa diferente. Para el ERP el la concepción del partido es lo fundamental. Montoneros empieza como una organización cuasi foquista, ligada al peronismo, y se abre como organización política en las elecciones de 1973. La mayor parte de las experiencias posteriores van a tener una preocupación muy fuerte por ambos aspectos, no sólo por la guerra. Todo el período anterior, del ’59 al ’68, son experiencias efímeras, que duran el tiempo que tardan en detectarlas, casi no asentadas en el territorio, con pocas redes políticas, salvo las FAP que su diferencia y marca el ’68 como momento de inflexión, es que aunque el campamento de las FAP es descubierto y desarticulado, la organización perdura en el tiempo, mientras que las anteriores cuando sucedía esto, desaparecían. Tanto los Uturuncos, como el EGP, como Bengoechea, cuando caía la represión sobre ellos, el grupo se extinguía, porque no tenían una red más amplia más allá de la necesaria para armar la guerrilla.

También marcás cuestiones ejemplares sobre la convicción de lucha, como el caso de la FOTIA a los que Perón los «corta», y luego del ’55 son los primeros en plegarse a la Resistencia.

Sí, a mi me pareció como una cosa ejemplar. El objetivo real del pueblo es la organización para su propio beneficio en la lucha. A veces es mucho más fuerte la conciencia de un trabajador, como un dirigente de las huelgas durante el peronismo, de seguir siendo peronistas porque sabían que este era el camino, más allá de Perón. Es lo mismo que le pasó a Cipriano Reyes: era un matón, no era aquel ««lúcido militante de la carne», era un tipo bravo de un sindicato fuerte en una época complicada. Antes que a Perón lo bajen de la vicepresidencia en el ’45, en un acto en Berisso en el que iba a hablar Perón no lo dejaron hablar, le cortaron el micrófono a Perón. Y Reyes, que sabía que Perón no era su enemigo, como viejo pillo sabía que su éxito estaba atado al de Perón, tanto como un montón de trabajadores. Por eso, podía estar en las barricadas del 17 de octubre un tipo que había sido casi excluido.

Volviendo a la FOTIA, la huelga del ’49 que la enfrentó a Perón había sido muy fuerte.

¿Qué había pasado con la FOTIA? Había tenido una huelga muy grande en 1949, y fue descabezada por Perón otorgando todos los beneficios que el gremio pedía, pero al mismo tiempo la FOTIA debía estar dentro de un sindicato más grande. Algunos de los participantes de la huelga, son echados del sindicato y desafiliados del peronismo. En el caso de Romano, a pesar de participar en la huelga del ’49, va a tener un cargo menor en el segundo gobierno peronista. Cuando viene la etapa de la Resistencia, no es una casualidad de que haya muchísimos peronistas en cargos de baja graduación, como ser delegados u obreros comunes, cuando se produce el golpe militar, salgan a hacer algo. Y en ese «hacer algo» remplazan a aquellos anteriores, que estaban presos, que querían negociar y ver como zafaban, porque no todos fueron al combate, había tipos que se ocultaron y se metieron debajo de la cama, como Antonio Cafiero, no existieron en la Resistencia más allá de que ahora se quieren reivindicar de la Resistencia.

Ahí se da todo un reacomodamiento del peronismo como fuerza popular.

Y, ahí los peronistas se ven despojados de su gobierno, del Estado, del partido, se despojaron de los dirigentes acomodaticios del peronismo, entonces, «ahora se ven los pingos». Como dice uno de los documentos del Comando Nacional Peronista, «ahora el verdadero dirigente hay que demostrarlo». Porque ahí es cuando había que demostrar, porque dirigente no es el que ejerce cuando está todo bien, lo alabamos a Perón, cuando comemos todos. Cuando se nos vienen encima, los verdaderos dirigentes son los que luchan y los que no luchan, son unos traidores que estaban negociando. Hubo como una especie de primer limpieza del peronismo, en la cual de aquellos acomodaticios fueron reemplazados por los nuevos.


Entrevista de la revista Mayoría a un comandante uturungo (sic)

"NOS CONSIDERAMOS SOLDADOS Y COMO TALES RECLAMAMOS EL MISMO TRATO QUE DAREMOS A QUIENES TENGAN LA DESGRACIA DE LUCHAR CONTRA NOSOTROS"


[Fragmentos del reportaje publicado en la revista Mayoría en enero de 1960]

LOS OBJETIVOS DE LA LUCHA

¿Por qué motivo se ha levantado Ud. en armas con sus hombres?

Acicateados por nuestro orgullo de argentinos conscientes de que la Patria maniatada esta siendo convertida en una colonia del imperialismo, hemos resuelto tomar las armas en su defensa. Hemos jurado ante dios, fuente de toda razón y justicia, como así ante el Padre de Patria, General José de San Martín, morir por ella ante de verla postrada y encadenada a la voluntad de potencias extranjeras.

¿Cuál es el objetivo final de la lucha?

Nuestras banderas son la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. Entendemos a la Soberanía Política como la unidad espiritual de la Nación y la real afirmación de la personalidad de la Patria en sus relaciones con el mundo, aspirando a la recuperación de los grandes valores morales sobre los que fue fundada. Entendemos que la Independencia Económica nos impone la recuperación de todos los resortes económicos y financieros de la Nación, vilmente entregados al extranjero por los mercaderes que la venden en criminal remate. Entendemos la Justicia Social fundada en la promoción de los trabajadores a la dignidad que corresponde en una concepción cristiana de la persona humana; de la familia y del trabajo; reconocimiento del derecho y de la obligación de trabajar; a una retribución justa; a las condiciones dignas del trabajo; a la prevención de la salud; al bienestar; a la seguridad social; a la consolidación de la familia; al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales.

EL PROGRAMA CONCRETO

¿Cuál es el programa concreto de su movimiento?

Bajo la protección de esas banderas consustanciadas con la gloriosa enseña azul y blanca, que preside nuestros destinos, juramos vivir o morir por los siguientes objetivos:
1) Retorno a la Patria del general Juan Perón, y devolución del cadáver de la protectora de los humildes Eva Perón.
2)Rescisión de los contratos económicos financieros que afectan a la soberanía y dignidad nacional, especialmente los contratos petroleros, Cade, Ansec, Otto Bemberg, Dinie y todas las entregas efectuadas con el patrimonio del país al Fondo Monetario Internacional y demás instituciones del imperialismo.
3)La coexistencia armoniosa y prospera de una industria y comercio floreciente, una clase media y profesional progresista y una masa trabajadora dignificada y participe de la riqueza de la Nación. Para que ello pueda ser realidades llevara a cabo como base principal una amplia y profunda reforma agraria, eliminando definitivamente en el país la gravitación de la funesta oligarquía terrateniente.
4)La promoción de una amplia política familiar que respetando su intimidad, fecundidad y espiritualidad, promueva su constitución y desenvolvimiento sin quebrar su unidad; un régimen de remuneraciones que contemple las asignaciones familiares; la adquisición en propiedad de viviendas dignas, el derecho de los padres a la educación de sus hijos y su efectivo ejercicio, cualquiera fuere su situación económica.

PROTECCION DE LA INDUSTRIA NACIONAL

5)El establecimiento de un sistema económico financiero que proteja a la industria y al comercio nacional, al borde ya de la quiebra, por los sistemas económicos liberales, entronizados en nuestra Patria desde setiembre de 1955.
6)Conscientes del inmenso esfuerzo que deberá realizar la clase trabajadora para hacer reflotar el país del abismo a que ha sido precipitado, los que ofrendamos nuestras vidas al servicio de su liberación pediremos a nuestros hermanos trabajadores y asalariados que homenaje a la patria, ofrezcan al gobierna revolucionario la suscripción de un Empréstito de Salvación Nacional, que integraran con el valor de dos horas de trabajo diario suplementario, durante un periodo de tres años, y que será rescatado en veinte años.
7)La convivencia de todos los argentinos y extranjeros que habitan el suelo patrio, sin discriminación de colores y matices políticos e ideológicos. Ello significa que nos anima un afán de secta ni la petulancia de poseer el monopolio exclusivo ni excluyente de la mejor razón.
8)Recuperar la Tercera Posición, pregonada y practicada por el general Juan Perón, que continuara siendo la bandera del pueblo para el pueblo en convivencia dinámica y constructiva con todas las naciones y regímenes políticos y sociales de la tierra.

LA GUERRA DE GUERRILLAS

¿Cree Ud. Que la Argentina por su topografía, permite una prolongada actividad de guerrillas, a pesar de los armamentos y métodos modernos de que puedan disponer las fuerzas de represión?

La guerra de guerrillas es la guerra revolucionaria del pueblo en armas, contra la cual se estrellan los ejércitos que son utilizados para enajenar la soberanía de la Patria. Estamos seguros de que el Ejercito Argentino no peleara en defensa de un Gobierno que traiciona la Nación y que ha cerrado al pueblo todos los caminos normales. Confiamos en que excepto los altos jerarcas militares entregados al oro extranjero, los oficiales, suboficiales y tropa con sentido de Patria no lucharan en contra de los hermanos que quieren liberarlas para todos. En cuanto a la topografía, toda ella es buena, incluso las ciudades, si hay corazones argentinos dispuestos a cumplir con su deber.

¿Qué sanciones contra los traidores al país o los que en la represión de su Movimiento violen las normas humanas?

Los que traicionan nuestras propias filas, quienes repriman a sangre y fuego nuestra gesta de liberación, o los que torturen y cometan atrocidades con los integrantes de las guerrillas o sus simpatizantes en la retaguardia, serán considerados por nosotros como criminales de guerra y pasados por las armas.

¿La guerrilla cuenta con apoyo moral y material de la población de las zonas en las que opera?

Estamos seguros de que millones de hombres y mujeres sumaran sus voluntades y la resolución de ofrendar sus vidas en los campos, pueblos y ciudades, antes que ver condenados a sus hijos a la miseria y esclavitud. Las pruebas que hemos recibido nos afirman en tal actitud.

UNA ADVERTENCIA A LA OPINION PUBLICA

¿Se consideran ustedes combatientes sujetos a las normas de la guerra?

Nos consideramos soldados, y como tales reclamamos el mismo trato que daremos a quienes tengan la desgracia de luchar contra nosotros. Desde ya anticipamos que cuidaremos ajenos como los propios, y devolveremos a su hogar a todos los prisioneros que caigan en nuestras manos. Solo retendremos y juzgaremos a los jefes que hayan cometido crímenes de guerra. Los hombres y mujeres que nos enrolamos en la lucha conocemos que el aparato propagandístico nacional y extranacional al servicio de la oligarquía nos hará objeto de las más atroces calumnias y calificaciones. Los epítetos de bandoleros, comunistas, nacionalistas, etc., adornaran seguramente los titulares de la prensa amarilla, y cuanto crimen sobre en los archivos de la República será cargado a nuestra cuenta. Ante esas perspectivas, deseamos advertir a la opinión que ello no agreda nuestro animo de luchar y vencer, como así también que no perdonaremos los crímenes que cometan con nuestros soldados, sus familiares y sus bienes.

¿No temen Uds. Afrontar a alas fuerzas de la represión infinitamente superiores?

Creo haber contestado anteriormente a esta pregunta, pero en todo caso pueden ustedes decir que, cuando hemos resuelto afrontar esta lucha, no hemos tenido en cuenta nuestra vida física. Tenemos la mejor razón histórica, combatimos por la salvación del ochenta por ciento de los habitantes del país y ganaremos. No será la primera ni ultima vez que un puñado de hombres salva a una Nación.

LA "OPERACIÓN FRIAS"

¿Se cumplió la finalidad de la operación Frías?

A la perfección y tal cual fue proyectada. Lo mismo sucederá con las próximas. Nadie espere de nosotros operaciones diarias ni golpes espectaculares, pues nuestra misión es liberar definitivamente a la Nación, y ello es una tarea larga y penosa.

¿Tiene algo que decir con respecto al tratamiento que se ha dado a los hombres capturados en Tucumán?

Hasta ahora solo sabemos de golpes y malos tratos cometidos contra algunos de los compañeros que cayeron. Si confirmamos tales malos tratos, los cobraremos oportunamente.
¿Cuándo terminara la lucha?

Hasta que regrese a la Patria el general Perón y se cumpla el programa que enarbolamos.

¿Admiten Uds. combatientes de todas las ideologías?

Nosotros no hacemos discriminaciones respecto de los que quieren ser combatientes por la Liberación de la Patria. Nuestras banderas alcanzan al ochenta por ciento de la población, que en su diferente condición social pueden y deben participar en la lucha.

CENTENARES DE UTURUNGOS

¿Es usted el único comandante Uturungo?

Soy y no soy el único Uturungo. Dentro de poco habrá centenares de Uturungos en el país, incluso en los bosques de cemento armado como son las grandes ciudades, donde también nacerán los Uturungos.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


Murió Félix Saravalle, el Comandante Puma de los Uturuncos, el primer ejército del Movimiento Peronista de Liberación

Por Ernesto José Salas, 28/12/2003

En la ciudad de La Banda (Santiago del Estero) y a los 78 años, acaba de morir Félix Francisco Serravalle, comandante Puma del Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación Uturuncos.
El Puma, como muchos miembros de la Resistencia Peronista, fue hasta 1955 un peronista entre millones, pero sintió que el golpe militar contra Perón era el límite de lo que estaba dispuesto a tolerar. Fue entonces que comenzó a organizar núcleos de militantes en Santiago del Estero.
En 1956 se integró al Comando 17 de octubre que se extendía desde Tucumán, dirigido por Manuel Enrique Mena, el gallego.
Hacia 1959, muchos militantes peronistas de la Resistencia pensaban que la estrategia insurreccional que habían practicado durante los primeros años había fracasado. El momento clave para la insurrección se había presentado en enero, con la huelga general por tiempo indeterminado, que la mayoría de los sindicatos habían declarado en solidaridad con la toma del frigorífico Lisandro de la Torre por sus obreros. Cuando la represión desalojó a los trabajadores de la planta, la insurrección se extendió al barrio de Mataderos. Los obreros y los vecinos del barrio comenzaron a controlar las calles y se enfrentaron con la policía durante toda una semana. Sin embargo, la huelga sólo duró tres días y se debilitó por las divisiones dentro del movimiento obrero acerca de la estrategia a seguir, y por la dureza de la represión.
-Si la insurrección no es el camino para traerlo a Perón, ha llegado el momento de las armas, dicen sus compañeros que les explicaba Abraham Guillén, veterano
de la guerra civil y que se había conectado con el comando. Era a mediados de 1959, el gallego Mena y sus compañeros emprendieron el camino de la guerra de guerrillas. El comando 17 de octubre cambió el nombre por el de Movimiento Peronista de
Liberación (MPL) y empezó a preparar las acciones del Ejército de Liberación Nacional. Después de un primer intento de subir al monte, en octubre, los empezaron a llamar la guerrilla del Uturunco (hombres tigres, en quechua).
En la madrugada del 25 de diciembre de 1959 un grupo de 22 militantes asaltó con éxito la comisaría de Frías, la segunda ciudad en importancia de Santiago del Estero. El grupo estaba comandado por Genaro Carabajal, el comandante Alhaja o Pila, apoyado por Juan Carlos Díaz, comandante uturunco (no era él el jefe del movimiento pero su apodo se extendió al grupo), y Félix Francisco Serravalle, el comandante Puma.
Ninguno tenía experiencia militar ni en el tipo de vida que les esperaba en el monte. Se escaparon en un camión que los llevó hasta las cercanías del arroyo El Calao, en el sur de la provincia de Tucumán y se internaron en la selva.
A los pocos días el grupo se desbandó; los más jóvenes (el más chico tenía 15 años) se entregaron a la policía, mientras Alhaja y Uturunco bajaban para restablecer el contacto que habían perdido. El Puma Serravalle había quedado al mando de los que resistían en la selva.
Cuando se entregaron, los jóvenes afirmaron frente a la policía que el Puma había quedado al mando y que les había dicho que solamente muerto lo iban a agarrar. Unos días después, el Puma, con José Luis Rojas, el Zupay, Santiago Molina, el mexicano y los combatientes que quedaban en la selva rompieron el cerco policial y lograron bajar. El puma, clandestino, continuó la lucha.
Fue detenido en Tucumán, el 1º de abril de 1960, mientras trataba de idear un plan para liberar a sus compañeros de la cárcel.
Serravalle fue juzgado por un tribunal militar del Plan de Conmoción Interna del Estado (Conintes) y condenado a cuatro años y seis meses de prisión por los delitos de conspiración para la rebelión e intimidación pública. Su padre le había pedido a Carlos Arturo Juárez, el eminente caudillo peronista de la provincia, que lo defendiera, pero éste le mandó a decir que quería plata para hacerlo. Finalmente, fue liberado por la amnistía dictada por el gobierno de Arturo Illia y se retiró a su vida familiar.
El tiempo demostraría que lo de Juárez no había sido casual. Durante la última dictadura militar escribió un libro de apoyo al genocidio, "Hora crucial de la Argentina", en cuya portada tenía una horca. En él aseguraba: -"Una violencia que ciega los recursos legales para sofocarla, sólo puede engendrar el supremo recurso de los medios extralegales para combatirla". Como todos saben, desde 1983 Juárez ha sido reelecto indefinidamente como gobernador de la provincia, a la que controla con mano de hierro. Actualmente el cargo lo ocupa su esposa "Nina".
Ningún periódico de Santiago del Estero publicó la noticia de la muerte del comandante Puma, santiagueño peronista, entrador y divertido, antimenemista y antijuarista. Yo tuve la suerte de conocerlo y digo que fue un gran hombre, un poeta vocacional, un honesto y consecuente luchador popular.

NOTA: En esta página y en el documento digital se han omitido notas al pie y no se reproduce íntegramente la versión del libro en papel.

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