
[Traducción de Julio
Cortés; imágenes de Roland Topor y Mark Ryden]
Introducción.
Somos sujetos enfrentados
a la realidad objetiva del capitalismo. El capitalismo aparece
como un mundo fuera de control - la negación del control sobre
nuestras propias vidas. Pero es también un mundo en crisis.
¿Cómo nos relacionamos con esta crisis?
Una idea que ha sido dominante entre los críticos del capitalismo
es que la crisis capitalista, especialmente una crisis prolongada
y severa como en la que estamos actualmente, demuestra que el
capitalismo como sistema objetivo está declinando. El significado
de la declinación es, o bien que ya se han creado las bases
para el 'socialismo', y/o que el actual sistema se está moviendo
a través de sus propias contradicciones hacia un estallido.
El capitalismo, se ha dicho, es un sistema mundial que maduró
en el siglo XIX, pero que ha entrado en su fase declinante.
Según nuestro punto de vista esta teoría de la declinación o
decadencia del capitalismo es un obstáculo para el proyecto
de abolir el sistema.
Puede parecer un mal momento para criticar la teoría de la decadencia.
Enfrentados a una desilusión generalizada respecto al proyecto
revolucionario y a la falta de una ofensiva de la clase trabajadora,
hay una comprensible tentación de buscar refugio en la idea
de que el capitalismo como sistema objetivo se encuentra, pese
a todo, moribundo, dirigiéndose inexorablemente hacia su fin.
Si el movimiento subjetivo por el cambio revolucionario parece
estar ausente, la gravedad de la actual crisis aparece como
la evidencia de que las condiciones objetivas traerán un cambio
con perspectivas de una revolución.
En la teoría de la declinación hay un conjunto de temas que
se encuentran inter- relacionados (crisis, colapso automático,
la periodización del capitalismo en fases ascendentes y descendentes,
la noción de transición y el problema ontológico de la relación
entre sujeto y objeto). En un sentido general diremos que la
teoría de la declinación representa una forma de ver las sucesivas
crisis del capitalismo como expresiones de una tendencia descendente
general. Una complicación al analizar esta teoría es que hay
numerosas versiones de ella. Entre aquellos que se presentan
a sí mismos como revolucionarios las dos variantes principales
de la teoría son la del trotskismo y la del comunismo de izquierda,
que pese a ser similares en cuanto a su origen, son sustancialmente
diferentes en cuanto a la manera en que la teoría afecta sus
políticas. Para algunos comunistas de izquierda la política
está virtualmente reducida a propagandizar hacia las masas el
mensaje de la decadencia del capital, mientras para muchos trotskistas
la teoría actúa más bien como un telón de fondo que inspira
su teoría de la crisis y de la organización, y también su trabajo
de agitación.
En esencia la teoría sugiere que el capitalismo como sistema
surgió, creció hasta alcanzar la madurez y ya habría entrado
en su fase de decadencia. Las crisis del capitalismo son vistas
como la evidencia de una condición de fondo más severa: la enfermedad
del sistema capitalista. El desarrollo capitalista implicaría
la creciente socialización de las fuerzas productivas y llegado
un cierto punto las fuerzas de producción capitalistas habrían
entrado en conflicto con las relaciones de producción. El concepto
de declinación del capitalismo está ligado a la teoría de la
primacía de las fuerzas productivas. La fuerza motriz de la
historia es vista como la contradicción entre dichas fuerzas
y las relaciones de producción. Esto es en su quintaesencia
una teoría marxista que se apoya en la posición básica que Marx
plantea en el Prefacio a la Contribución a la Crítica de la
Economía Política.
La mayoría de las versiones de esta teoría ubican el paso del
capitalismo desde su madurez a su declinación en algún momento
cercano a la primera guerra mundial. La forma actual de capitalismo
se caracteriza por aspectos declinantes o en decadencia. Las
formas en que se manifiesta este cambio son: el desplazamiento
desde el laissez faire al capitalismo monopólico, la dominación
que ejerce el capital financiero, el aumento de la planificación
estatal, la producción para la guerra y el imperialismo. El
capitalismo monopólico señala el incremento de los monopolios
y carteles y la concentración del capital al extremo de que
multinacionales gigantescas cuentan con más bienes que los países
pequeños. Al mismo tiempo, en el fenómeno del capital financiero,
se pueden ver grandes montos de capital que se desvinculan de
los procesos de producción particulares para moverse ágilmente
en busca de beneficios a corto plazo. Con el aumento de la planificación
estatal el Estado se asimila con los monopolios de varias formas,
tales como la nacionalización y el gasto en defensa – se trata
del capital organizándose. Esta planificación expresa el intento
del Estado de regular el funcionamiento del capitalismo en beneficio
de las grandes firmas y monopolios. La estatización es vista
como la evidencia de la declinación porque demuestra que la
socialización objetiva de la economía iría en contra de la apropiación
capitalista; ello se interpreta como una fase de declinación
en que el capitalismo trata desesperadamente de mantenerse a
flote mediante la adopción de métodos socialistas. El gasto
público y la intervención estatal son vistos como un intento
destinado al fracaso por evitar las crisis que constantemente
amenazan al sistema. La producción bélica es una forma particularmente
destructiva de gasto estatal, en la que grandes segmentos de
la economía son destinados a una finalidad esencialmente improductiva.
Esto se relaciona estrechamente con el imperialismo, que es
visto como la característica del capitalismo en su época de
declinación. La 'época' de dea¡cadencia supuestamente se habría
iniciado, de hecho, con la división del mundo entre las grandes
potencias que desde entonces lucharon en dos guerras mundiales
por la redistribución del mercado mundial. Se cree que las guerras
y la amenaza de guerra demuestran que la única forma en que
el capitalismo puede continuar existiendo es mediante la destrucción,
sugiriéndose que si el capitalismo no se puede salvar a sí mismo
por otros medios nos va a conducir a la guerra.
En el momento actual, ingrato para la política revolucionaria,
puede parecer deseable sustentar una posición revolucionaria
en una teoría que ofrece la visión de un desarrollo objetivo
de la historia en que el capitalismo parece estar dirigiéndose
hacia la puerta de salida. Por otra parte, algunos de los desarrollos
que han llevado a sectores revolucionarios a elaborar una teoría
atractiva de la decadencia, han debilitado al mismo tiempo los
supuestos de al menos algunas de las versiones de esa teoría.
La crisis de la socialdemocracia y el colapso literal de la
Unión Soviética han sido presentados como un triunfo del capitalismo
y el final de la historia. En el este y el oeste solía ser posible
enarbolar el inexorable avance de las formas socialistas como
evidencia concreta de que la historia se mueve progresivamente
hacia el socialismo o el comunismo. La idea de que el socialismo
representaba el progreso se complementaba con la idea de que
el capitalismo había entrado en una fase decadente. Se decía
que la socialización de las fuerzas productivas estaba en abierta
contradicción con la apropiación privada. Ahora que se concretó
un giro hacia la privatización de áreas nacionalizadas en el
oeste, y hacia la privatización de la propia clase dirigente
en el este, la idea de que el desplazamiento hacia el socialismo
es inevitable – idea dominante en la izquierda de los últimos
100 años - se debilita y la noción de que la historia está de
nuestro lado ya no parece plausible. Con el fracaso de lo que
se veía como 'el socialismo realmente existente' y el repliegue
de las formas socialdemócratas, la identificación del socialismo
con el progreso y la evolución de la sociedad humana es puesta
en duda. Así, pareciera que lo que ha sufrido un colapso no
es el capitalismo sino la historia misma.
El abandono de la idea de que el desarrollo histórico de las
fuerzas productivas es un progreso hacia el socialismo y el
comunismo ha derivado en tres principales corrientes de pensamiento:
1) La renuncia por parte de los 'nuevos realistas' y los 'socialistas
de mercado' al proyecto de abolición del capitalismo y su viraje
hacia el reformismo.
2) El rechazo post-moderno de la noción de una totalidad en
desarrollo, y la negación de cualquier significado en la historia,
lo cual deviene en una celebración de lo que existe.
3) La mantención de una perspectiva anti-capitalista pero identificando
al 'progreso' o la 'civilización' como el problema. Este romanticismo
implica suponer que la idea de movimiento histórico era errada
y que lo que en realidad debemos hacer es retroceder.
Estas
orientaciones no son excluyentes entre sí, por supuesto. La
práctica post- moderna, en la medida que existe, es reformista,
y la fracción anti-progreso se enraiza en el ataque post-moderno
contra la historia. Frente a la pobreza de estas alternativas
aparentes no es de extrañar que muchos revolucionarios busquen
reafirmar una teoría de la decadencia o declinación: afirman
que el comunismo o el socialismo sigue siendo necesariamente
el próximo paso en la evolución humana, que el curso evolutivo
pudo haber sufrido un retroceso pero que todavía podemos ver
en la crisis que el capitalismo se está desmoronando. Sin embargo,
frente a derivaciones insatisfactorias de la teoría la única
alternativa no es reafirmar sus fundamentos, más bien lo que
debemos hacer es re-examinarlos críticamente.
Podemos analizar la teoría de la declinación representada por
dos principales facciones (¿en la izquierda?): trotskismo y
comunismo de izquierda. En los comunistas de izquierda la teoría
de la decadencia está en el centro de sus análisis. Todo lo
que ocurre se interpreta como prueba de que la decadencia está
en aumento. Un ejemplo de esto es la Internacional Communist
Current (ICC: Corriente Comunista Internacional). Para este
grupo, la crisis capitalista se ha vuelto crónica: 'todos los
grandes momentos de la lucha proletaria han sido provocados
por las crisis capitalistas'; la crisis actúa sobre el proletariado
y hace posible la 'intervención de los revolucionarios'; la
tarea de éstos es difundir la idea de la decadencia del capitalismo
y los objetivos que pone en la agenda histórica; 'la intervención
de los revolucionarios dentro de su clase debe en primer lugar
y ante todo mostrar cómo este colapso de la economía capitalista
demuestra más que nunca la NECESIDAD HISTÓRICA de la revolución
comunista mundial, a la vez que crea la posibilidad de realizarla'.
Se trata de un modelo en que la decadencia del capitalismo es
una realidad objetiva que surge de su propia dinámica, que hace
la revolución comunista necesaria y posible, siendo el trabajo
de los revolucionarios llevar esta verdad a la clase que va
a estar objetivamente predispuesta a recibir el mensaje debido
a su experiencia de la crisis. ¡Hasta ahora no ha habido suerte!
Aún así, para los partidarios de esta teoría la decadencia no
puede sino empeorar: ya llegará nuestro momento.
En los troskos esta noción no aparece de manera tan frontal,
pero de todas formas determina su teoría y su práctica. A diferencia
de la repetición purista de la frase eterna sobre la decadencia
que hacen los comunistas de izquierda, los troskos parecen caracterizarse
por su adaptación positiva a la moda política, pero tras estas
actitudes subyace una posición similar. A pesar de su insistencia
en reclutar miembros conectándose con cualquier tipo de lucha,
los partidos trotskistas tienen el mismo modelo objetivista
acerca de lo que el capitalismo es y de las razones por las
que se va a desmoronar. Agrupan miembros ahora y esperan el
momento en que, debido al colapso del capitalismo, ellos van
a tener la oportunidad de crecer y alcanzar el poder estatal.
La posición del trotskismo ortodoxo está expresada en la declaración
fundacional de la Cuarta Internacional, donde Trotsky señala:
'El prerrequisito económico para la revolución proletaria ha
alcanzado en general el punto más alto de concreción que puede
alcanzar bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la
humanidad se han estancado... Las condiciones objetivas para
la revolución no sólo han madurado, se están comenzando a pudrir.
Sin una revolución socialista en el período histórico inmediato
una catástrofe amenaza al conjunto de la humanidad. Ahora es
el turno del proletariado, conducido por su vanguardia revolucionaria.
La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de
dirección revolucionaria'.
Una diferencia significativa a nivel teórico es que la versión
trotskista identificó históricamente a la Unión Soviética inicial
como una parte (políticamente degenerada) del movimiento de
la economía hacia el progreso histórico, mientras para los comunistas
de izquierda ésta ejemplificaba la decadencia de la época. Así,
la teoría trotskista de la decadencia, que tendía a ver a la
Unión Soviética como progresista y como una prueba del carácter
transicional de la época, ha sido más remecida por su colapso
que la versión de los comunistas de izquierda, para quienes
se trataba sólo de capitalismo de Estado y su destino era simplemente
correr la suerte de la crisis permanente del capitalismo. A
pesar de su antipatía hacia 'el ala izquierda del programa del
capital', los comunistas de izquierda coinciden con las posiciones
generales de los trotskistas sobre la decadencia del capitalismo.
De hecho, los de la International Communist Current piensan
que los errores de la teoría trotskista obedecen a que no manejan
una concepción adecuada de la decadencia. Esta similitud que
subyace a ambas corrientes puede encontrarse también en una
mirada a su historia. Tanto los troskos como los comunistas
de izquierda reclaman la herencia de los movimientos de los
trabajadores. Ambos siguen una herencia que proviene de la Segunda
Internacional, y su polémica reside en si las figuras en que
se expresó la continuidad de la tradición marxista clásica después
de 1917 fueron Lenin y Trotsky o Panekoek y Bordiga. Si es así,
entonces para comprender y criticar la teoría de la decadencia
del capitalismo debemos seguir su historia desde el marxismo
de la Segunda Internacional.
La
historia del concepto y su importancia política
La teoría de la decadencia del capitalismo alcanzó predominio
por primera vez en la Segunda Internacional. El Programa de
Erfurt sostenido por Engels establecía la teoría de la declinación
y derrumbe del capitalismo como eje central de la política del
partido: "la propiedad privada de los medios de producción ha
cambiado... de la fuerza motriz del progreso se ha convertido
en causa de degradación social y bancarrota. Su caída es indudable.
La única pregunta que queda por responder es: ¿se premitirá
que el sistema de posesión privada de los medios de producción
empuje a la sociedad junto con él al abismo; o la sociedad se
sacudirá ese fardo de encima y entonces, fuerte y liberada,
reemprenderá la senda del progreso que el camino de la evolución
ha prescrito para ella? (p 87) Las fuerzas productivas que han
sido generadas en la sociedad capitalista se han vuelto incompatibles
con el sistema de propiedad sobre la que ella se asienta. El
empeño por sostener este sistema de propiedad hace imposible
todo desarrollo social futuro, condena a la sociedad al estancamiento
y a la decadencia (p 88). El sistema social capitalista ha recorrido
su camino; su disolución es ahora sólo una cuestión de tiempo.
Las fuerzas irresistibles de la economía se dirigen inexorablemente
al naufragio de la producción capitalista. El ascenso de un
nuevo orden social que reemplace al existente ya no es algo
meramente deseable; se ha vuelto algo inevitable (p 17). Tal
como las cosas están hoy día la civilización capitalista no
puede continuar; nosotros debemos o ir hacia adelante, hacia
el socialismo; o retroceder hacia la barbarie (p 118). La historia
de la humanidad está determinada no por ideas, sino por el desarrollo
económico que progresa irresistiblemente, obedeciendo a determinadas
leyes subyacentes y no a nuestros deseos o caprichos (p 119)".
Además de su insistencia en el colapso inevitable del capitalismo
a causa de sus contradicciones internas, el Programa de Erfurt
también contiene objetivos y tácticas eminentemente reformistas;
y fueron éstas las que predominaron en la Segunda Internacional,
cuya práctica devino en la construcción de instituciones socialistas
y en el trabajo parlamentario. En este programa vemos recurrentemente
los temas de la teoría de la decadencia del capitalismo: la
identificación del proyecto revolucionario con el progreso evolutivo
de la sociedad; la asignación de la primacía a las leyes económicas
del desarrollo del capital; y la reducción de la actividad política
revolucionaria a una mera reacción frente a ese movimiento inevitable.
Aunque se insiste en la necesidad de la actividad política,
ésta es puesta al servicio de un desarrollo objetivo. El socialismo
es visto no como una libre creación del proletariado, sino como
el resultado natural del desarrollo económico del cual el proletariado
se transforma en heredero. Es de esta concepción compartida
por aquellos que se presentan a sí mismos como herederos de
la "tradición marxista clásica" - y así de la Segunda Internacional
- de lo que debemos deshacernos. El Programa de Erfurt no fue
sólo un compromiso entre la idea "revolucionaria" de que el
capitalismo estaba llegando a su fin y el residuo reformista
de esa idea: tal componente "revolucionario" ya había convertido
la noción del colapso capitalista en una concepción mecánica,
economicista y fatalista.
El legado de Marx
Adoptando la teoría del derrumbe del capitalismo la Segunda
Internacional se identificó a sí misma como la sección "marxista"
del movimiento obrero. De hecho, tanto para la mayoría de los
miembros de la Segunda Internacional como para la mayor parte
de los miembros de partidos leninistas hoy, El Capital de Marx
es la gran obra no leída en que se demuestra el colapso del
capitalismo y la inevitabilidad del socialismo. El aspecto esencial
de la división de la Primera Internacional ha sido oscurecido
por los roces personales entre Marx y Bakunin. Siguiendo a Debord,
podemos reconocer que Marx y Bakunin entonces, y las posiciones
anarquistas y marxistas desde entonces, representan diferentes
fuerzas y debilidades del pensamiento sobre la historia del
movimeinto obrero. En términos organizativos, mientras Marx
no fue capaz de reconocer los peligros implícitos en el uso
del Estado, la concepción elitista de Bakunin de un centenar
de revolucionarios pulsando las cuerdas de una revolución europea
era también autoritaria. Mientras los "marxistas" han desarrollado
una teoría para entender los cambios del capitalismo, pero han
fallado generalmente en aterrizar esa teoría a la práctica revolucionaria;
los anarquistas han mantenido la verdad de la necesidad de una
práctica revolucionaria, pero no han respondido a los cambios
históricos del capitalismo en aras de encontrar formas para
que esa necesidad se realice. Mientras los elementos de verdad
en el pensamiento anarquista deben estar siempre presentes en
nuestra crítica, si deseamos teorizar debemos remitirnos a las
fibras marxistas de ese movimiento.
La pregunta que aparece entonces es si la Segunda Internacional
adoptó el valioso punto de vista contenido en la posición de
Marx. La división en la Primera Internacional entre Marx y Bakunin
reflejaba, tanto como discrepancias personales, serias diferencias
en la forma de afrontar el capitalismo. Marx, en su crítica
a la economía política, se alejó de la condena moral o utópica
al capitalismo; rechazó la visión simplista según la cual el
capitalismo es malo y debemos derrotarlo para subrayar en cambio
la necesidad de comprender el movimiento real del capitalismo,
y así poder inventar la práctica de su derrocamiento. La reacción
de Marx y Bakunin frente a la Comuna de París lo demuestra:
Bakunin aplaudió la acción y trató de organizar a su centenar
de revolucionarios de la revolución inminente; Marx, dándose
cuenta que los comuneros habían encontrado las formas mediante
las que el capitalismo podía ser negado, pensó más bien en la
derrota, mostrando las debilidades del proletariado en ese momento.
Lo que la crítica de la economía política de Marx hizo fue entregar
una teoría del desarrollo capitalista en la cual se reconoce
que el capitalismo es un sistema transitorio de dominación de
clase que ha surgido de una sociedad de clases anterior, pero
cuyo dinamismo es mucho mayor que el de cualquier sistema previo.
El Programa de Erfurt y la práctica de la Segunda Internacional
representaban una interpretación particular de los descubrimientos
que Marx realizó en su crítica. La teoría de la declinación
interpreta el significado del análisis de Marx según el cual
el capitalismo es un sistema transitorio, transformando la visión
de una dinámica particular de desarrollo en una teoría mecánica
y determinista del derrumbe inevitable. Si consideramos que
la obra de Marx tiene un valor que la mayoría de los marxistas
ha omitido, entonces ¿cuál es ese valor? Marx analizó la forma
en que el sistema de dominación de clases opera a través de
la mercancía, el trabajo asalariado, etc. El capitalismo es
esencialmente el movimiento del trabajo alienado, de la forma-valor.
Pero esto implica que la "objetividad" del capitalismo como
movimiento del trabajo alienado es siempre posible de romper
o alterar desde el lado subjetivo. Una ironía en la división
de la Primera Internacional es que Bakunin consideraba que la
"economía" de Marx era excelente; no reconocía que la contribución
de Marx no era una economía sino una crítica de la economía
y así también una crítica de la separación entre política y
economía. Como veremos, la Segunda Internacional, adoptando
la "economía" de Marx cometió el mismo error: tomar la crítica
de la economía política ofrecida a los revolucionarios como
si fuese una economía y no una crítica a las formas sociales
capitalistas.
Detrás de la teoría del derrumbe capitalista hay una visión
de lo que es el socialismo: la solución a la "anarquía capitalista
del mercado", la liberación de las fuerzas de producción de
las relaciones de apropiación privada que las encadenan. El
capitalismo es visto como una economía irracional y el socialismo
como el equivalente de una economía totalmente planificada.
Los teóricos del movimiento histórico estaban convencidos de
que éste estaba de su lado, centrándose en la idea de Marx de
que el sistema de sociedades anónimas "es una abolición del
sistema capitalista privado sobre las bases del propio sistema
capitalista". Pensaban que la mayor amplitud alcanzada por la
socialización de la producción - lo que se evidenciaba en la
transformación del crédito y las sociedades anónimas en trusts
y monopolios - era la base del socialismo. En una fecha no especificada
la revolución ocurriría y los capitalistas perderían su control
irresponsable sobre las fuerzas productivas socializadas, que
pasarían a manos de los trabajadores, quienes continuarían su
desarrollo histórico.
Esta es una lectura optimista del curso del desarrollo capitalista,
el cual daría pie a la transformación social mediante la centralización
y coordinación del capital. La posibilidad de basar una teoría
de la transformación del capitalismo en socialismo en pasajes
como el de más arriba, está fundamentada en la creencia de que
los volúmenes I y III de El Capital dan cuenta completa, sistemática
y científica del capitalismo y su destino. Esto equivale a ver
El Capital como esencialmente completo cuando en realidad no
lo está. Engels preparó los volúmenes II y III para su publicación;
en ellos, como en el volúmen I, aunque hay insinuaciones de
la mortalidad del capitalismo, no hay una teoría acabada de
cómo el capitalismo decae y se derrumba. El propio Engels estuvo
tentado por dicha teoría debido a la depresión sostenida de
la década de 1870 y '80, pese a que nunca la elaboró. Fue esta
crisis y la posición especulativa de Engels respecto a ella
lo que impulsó a Kautsky a hacer del colapso capitalista un
elemento central del Programa de Erfurt, y fue el aplazamiento
de la crisis por un auge prolongado desde la década de 1890
lo que entonces incitó el debate revisionista.
El revisionismo y su falsa oposición
El mayor exponente del revisionismo fue Bernstein. Su oponente
al principio fue Kautsky, pero luego, y de mayor interés, Luxemburgo.
En un plano, Bernstein exigía que el partido ajustara su teoría
a sus tácticas y que acojera el reformismo sin reservas. Sin
embargo, el acento de su argumentación y de la controversia
revisionista estaba puesto en que la idea del declive económico
y del derrumbe incluida en el Programa de Erfurt había sido
desmentida por el fin de la larga depresión y que los cambios
del capitalismo - tales como el crecimiento de los monopolios,
del mercado y el sistema de crédito mundiales - demostraban
que éste era capaz de resolver su tendencia a la crisis. Bernstein
argumentaba que el legado de Marx era dual; por un lado la "ciencia
pura del socialismo marxista", por otro un "aspecto aplicado"
que incluía su compromiso con la revolución. La noción del declive
y el derrumbe y la posición revolucionaria que implicaba eran,
a decir de Bernstein, científicamente incorrectas y debían ser
eliminadas, junto con el elemento dialéctico de Marx que la
sostenía. Al calor del debate Bernstein y Kautsky se trenzaron
en una batalla de estadísticas sobre si la teoría del derrumbe
era o no cierta.
Lo importante acerca del debate revisionista es que ambas partes,
Kautsky y Bernstein, estaban de acuerdo en la táctica: la furiosa
disputa teórica escondía una complicidad práctica. Lo que Kautsky
defendía y Bernstein atacaba era una caricatura de la teoría
revolucionaria - teoría convertida en ideología debido a su
separación de la práctica -. Más aún, ésta era más cercana al
marxismo de Engels que a las ideas de Marx. Kautsky ganó credibilidad
debido a su relación con los dos viejos, pero su contacto fue
casi exclusivamente con Engels. Kautsky continuó el proceso
que Engels había comenzado - en obras como Dialéctica de la
Naturaleza - perdiendo al sujeto en una visión evolucionista-determinista
de la historia.
Cuando
revolucionarios como Luxemburgo intervinieron, lo hicieron sosteniendo
una postura que ya contenía la negación de una posición revolucionaria
consistente. La crítica de Luxemburgo a Bernstein apuntaba a
un nivel más profundo que la de Kautsky, puesto que reconocía
hasta qué punto la lectura que Bernstein hacía de Marx había
perdido el aspecto dialéctico revolucionario, quedando reducida
al nivel de la economía burguesa. Mientras Kautsky trataba de
argumentar que no había problemas de dualismo en El Capital
de Marx, que la noción del colapso capitalista y la necesidad
de la revolución era absolutamente científica, Luxemburgo vio
que sí había un dualismo: "el dualismo del futuro socialista
y el presente capitalista...el dualismo del capital y el trabajo,
el dualismo de la burguesía y el proletariado...el dualismo
del antagonismo de clase pujando dentro del orden social del
capitalismo". En esto vemos un intento por reafirmar la perspectiva
revolucionaria frente al cientifismo de la Segunda Internacional.
No obstante, y habiendo llegado Luxemburgo a desarrollar una
concepción propia sobre el colapso del capitalismo, una forma
diferente de dualismo pasó a primer plano. Su posición estaba
irreconciliablemente dividida entre la entrega revolucionaria
por un lado, y una teoría objetivista del derrumbe capitalista,
por otro. Su teoría del colapso se fundaba en una relectura
de las tesis de Marx para demostrar la eventual imposibilidad
de la reproducción del capital, cuando el objetivo de dichas
tesis, pese a que señalan la precariedad de la reproducción
capitalista, es evidenciar en qué condiciones ésta es posible.
Sorprendentemente para alguien que estaba comprometida con la
acción revolucionaria de masas desde abajo, su teoría de la
crisis, declinación y colapso capitalista se anclaba totalmente
en el nivel de la circulación y el mercado, no involucrando
al proletariado en absoluto. A nivel de los esquemas todos aparecen
simplemente como compradores y vendedores de mercancías, y por
ende los trabajadores no pueden ser agentes en la lucha.
La teoría del declive de la Luxemburgo tiene como premisa el
postulado de que el capitalismo necesita mercados externos no
capitalistas para absorber excedentes y que cuando éstos se
agotan el colapso es inevitable. Esto no significa que ella
no estuviese comprometida en un combate político: no estaba
sugiriendo que nos sentáramos a esperar el colapso, el proletariado
debía hacer la revolución antes de que ocurriese. No obstante,
su posición seguía siendo economicista - puesto que postulaba
el colapso del capitalismo por un puro desequilibrio económico
- en el sentido asumido por la teoría ortodoxa de la Segunda
Internacional, que delegaba en esas fuerzas económicas el advenimiento
del socialismo.
Luxemburgo era una revolucionaria y participó en la revolución
alemana, pero su concepción del proceso capitalista era incorrecta,
pues se basaba en una comprensión errada de las tesis de Marx.
Con todo, ella pensaba que el hecho de que el capitalismo no
podía expandirse indefinidamente debía ser probado como científico,
y es en este imperativo donde hallamos la clave de la vehemencia
con que se abordó la "controversia del derrumbe".
La izquierda de la Segunda Internacional vio a quienes negaban
la bancarrota del capitalismo moverse hacia el reformismo y
admitió tal desplazamiento como natural, puesto que "si el modo
de producción capitalista puede asegurar la expansión ilimitada
de las fuerzas productivas del progreso económico, entonces
es en realidad invencible. ¡El más importante argumento objetivo
que sostiene la teoría social se rompe! La acción política socialista
y la importancia ideológica de la lucha de clases del proletariado
deja de reflejar los eventos económicos, y el socialismo ya
no aparece como una necesidad histórica." Para quienes seguían
a la Luxemburgo, la razón para ser revolucionario estaba dada
porque el capitalismo porta una crisis irresoluble debido a
una tendencia puramente económica hacia el derrumbe, que se
actualiza cuando sus mercados externos se agotan. El colapso
del capitalismo y la revolución proletaria eran vistos como
hechos esencialmente separados, conectados sólo por la idea
de que el primero crea la necesidad de la segunda.
Mientras la Luxemburgo estaba totalmente comprometida con la
acción revolucionaria y, a diferencia de Lenin, estaba segura
de que tal acción debía ser protagonizada por el proletariado
mismo; paradójicamente sostenía que lo que hacía esta acción
necesaria era el hecho de que, de otra manera, el capitalismo
colapsaría desembocando en la barbarie. En esto, estaba equivocada:
el capitalismo sólo colapsará mediante la acción proletaria.
Lo que había que discutir con Bernstein no era que el capitalismo
no fuese capaz de resolver sus problemas mediante sus propias
formas de planificación (aunque no podrá nunca resolver sus
problemas permanentemente porque éstos están enraizados en la
lucha de clases), puesto que esto sólo demanda una economía
planificada de tipo socialista. Lo que en realidad había que
poner en discusión era esto: que debatir respecto a si los problemas
del capitalismo podían ser resueltos dentro del capitalismo
o sólo mediante una economía de planificación socialista, era
irse por las ramas. Esos problemas no son nuestros problemas.
Nuestro problema es el de la alienación de no controlar nuestra
vida y nuestra actividad. Incluso si el capitalismo pudiese
resolver su tendencia a la crisis - lo cual no puede hacer porque
esa tendencia es una expresión del antagonismo de clases - ello
no resolvería nuestro problema. Esta es la cuestión. La economía
socialista tal como la planteaban los marxistas de la Segunda
Internacional era una solución a los problemas del capitalismo,
y como tal era capitalismo de Estado. Los mejores socialdemócratas
de izquierda identificaban el socialismo con la autoemancipación
del proletariado, pero el conflicto subyacente que mantenían
con los defensores del capitalismo de Estado ubicados en el
centro y la derecha del partido fue desviada hacia una controversia
con los revisionistas respecto a la cuestión del colapso económico.
Esto no quiere decir que el PSD (Partido Social Demócrata) y
la Segunda Internacional fueran simplemente el partido del capitalismo
de Estado. Éstos representaban las aspiraciones reales de millones
de trabajadores y eran frecuentemente trabajadores que habían
sido miembros de los partidos de la Segunda Internacional los
que tomaron la delantera en las acciones comunistas. Pero ideológicamente
la Segunda Internacional tenía los objetivos del capitalismo
de Estado y aquellos que fueron más allá de estos objetivos,
como la Luxemburgo, lo hicieron de forma contradictoria. Una
parte de esa contradicción está dada por el mantenimiento de
una teoría objetivista de la declinación.
Bernstein atacó a Kautsky y a la ortodoxia de la Segunda Internacional
por su noción de la inevitabilidad del derrumbe y su idea fatalista
y determinista de la revolución socialista, y tomó partido en
cambio por el reformismo social y por el abandono de las pretensiones
revolucionarias. Pero, de hecho, la noción de la evolución determinista
de la economía era sólo la otra cara del reformismo. La teoría
del derrumbe sostenida por la Segunda Internacional implicaba
una concepción fatalista del fin del capitalismo y así hacía
posible el reformismo como una alternativa a la lucha de clases.
La teoría de la declinación propuesta por los revolucionarios
era diferente de la que estaba implícita en el Programa de Erfurt,
pues en personas como Luxemburgo y Lenin la noción de colapso
económico queda identificada con el resultado último de la fase
final del capitalsmo - imperialismo/capitalismo monopólico.
En el reconocimiento de los cambios del capitalismo se acercaron
curiosamente más a Bernstein que a Kautsky; subrayaban su oposición
a las conclusiones reformistas del primero enfatizando a la
vez su creencia en la inevitabilidad del derrumbe. Eran precisamente
esos cambios los que a ojos de Bernstein demostraban que el
capital era capaz de resolver cualquier tendencia al colapso,
mientras que para ellos demostraban que el capitalismo estaba
entrando en la fase final antes del colapso.

La cuestión política de reforma o revolución queda encubierta
finalmente por el problema falsamente empírico de la declinación.
Para los socialdemócratas de izquierda resulta esencial insistir
en que el capitalismo está en decadencia y en vías de colapsar.
El significado del "marxismo" se ha inscrito en el convencimiento
de que el capitalismo está en bancarrota y así la acción revolucionaria
sería una necesidad. Así, ellos se involucran en la acción revolucionaria,
pero como hemos visto, dado que ponen el énfasis en las contradicciones
objetivas del sistema reduciendo la subjetividad revolucionaria
a una simple reacción a aquéllas, no afrontan el prerrequisito
verdaderamente necesario para el fin del capitalismo: el desarrollo
concreto del sujeto revolucionario. Parecía, para los miembros
más revolucionarios del movimiento como Lenin y Luxemburgo,
que una posición revolucionaria era la posición que creía en
el derrumbe, en circunsatancias que la teoría del derrumbe había,
de hecho, dado pie a la posición reformista en los comienzos
de la Segunda Internacional. El punto es que la teoría de la
declinación capitalista, como una teoría del colapso del sistema
determinado por sus propias contradicciones objetivas, implica
mantener una actitud esencialmente comtemplativa frente a la
objetividad del capitalismo; mientras que la verdadera exigencia
para una revolución es romper con tal actitud. El problema fundamental
del debate revisionista en la Segunda Internacional es que ambos
bandos compartían una concepción empobrecida de la economía
simplemente como la producción de cosas, cuando ésta es además
la producción y reproducción de relaciones, lo cual lógicamente
incluye la consciencia que las personas tienen de esas relaciones.
Esta suerte de economicismo (que ve una economía de cosas y
no de relaciones sociales) tiende a asumir como cosas dadas
el desarrollo autónomo de las fuerzas productivas de la sociedad
y la neutralidad de la tecnología. Para una economía vista de
esa manera, el desarrollo y colapso del capitalismo se reduce
a un asunto técnico y cuantitativo. Debido a que la Segunda
Internacional tenía esta idea naturalista del desarrollo económico
del capitalismo, pudo mantener la creencia en el colapso sin
ningún compromiso con la práctica revolucionaria. Puesto que
la izquierda identificó la teoría del derrumbe como revolucionaria,
Lenin pudo sorprenderse de cómo Kautsky, que escribió la versión
de la teoría contenida en el Programa de Erfurt, pudo traicionar
la causa revolucionaria. Cuando la izquierda arremetió contra
esa mayoría que entró en complicidad con el capital, lo hizo
trayendo consigo la teoría del derumbe. Así, los socialdemócratas
radicales como Lenin y Luxemburgo combinaron una práctica revolucionaria
con una posición teórica fatalista que tiene sus orígenes en
el reformismo.
Decir que la Segunda Internacional fue culpable de economicismo
se ha vuelto un lugar común. Debemos pensar qué significado
tiene ello, para ver hásta qué punto los troskos y los comunistas
de izquierda, que bien pueden criticar la política de la Segunda
Internacional, han ido más allá de su teoría. El asunto es que
no lo han hecho. Conservan una teoría segundo-internacionalista
empobrecida sobre la economía capitalista y su tendencia a la
crisis y al colapso, una teoría en que las luchas políticas
y sociales simplemente son estimuladas por esas crisis a nivel
económico. Esto impide comprender que el objeto al que nos enfrentamos
es la relación capital-trabajo asalariado; esto es, la relación
social de explotación de clase que atraviesa la sociedad capitalisita:
las áreas de reproducción, producción, política e ideología
son momentos interrelacionados de esa relación que se perpetúa
en los individuos.
La socialdemocracia
radical
Fueron los socialdemócratas radicales como Luxemburgo, Lenin
y Bujarin quienes completaron la teoría de la decadencia del
capitalismo: la noción de que en un momento determinado - por
lo general alrededor de 1914 - el capitalismo entró en la declinación
de su etapa final. La Acumulación del Capital de la Luxemburgo
es una fuente de esa teoría, pero la mayor parte de los revolucionarios
entonces y ahora no están de acuerdo con sus planteamientos.
Otros socialdemócratas de izquierda como Bujarin y Lenin basaron
sus teorías del imperialismo y la fase de decadencia del capital
en la obra de Hilferding El Capital Financiero. En ella, Hilferding
interrelaciona los nuevos rasgos de la economía capitalista
- la compenetración de los bancos y las sociedades anónimas,
la expansión del crédito, la restricción de la competencia por
vía de los monopolios y los trusts - con la política expansionista
de las naciones-estado. Al mismo tiempo que Hilderling veía
en esa etapa la declinación del capitalismo y la transición
al socialismo, no creía que el capitalismo necesariamente habría
de colapsar o que su tendencia hacia la guerra tendría necesariamente
que realizarse, y en general su política tendía hacia el reformismo.
Las teorías de Bujarin y Lenin elaboradas después de 1914 veían
el imperialismo y la guerra como la política que inevitablemente
debía tener el capital financiero; identificaban esa forma de
capitalsimo como la declinación del sistema debido a que la
revolución proletaria era el único desarrollo posible para un
capitalismo que había transitado naturalmente desde el capital
financiero y monopólico a la expansión imperialista y la guerra.
El Imperialismo de Lenin, que para sus seguidores se ha transformado
en el texto crucial de la época moderna, define la fase imperialista
del capitalismo "como capitalismo en transición o, más exactaamente,
como capitalismo moribundo". Para Lenin, en la planificación
capitalista de las grandes compañías es "evidente que encontramos
socialización de la producción, (and no mere interlocking);
que la economía privada y las relaciones de propiedad privada
constituyen un caparazón que ya no es adecuado para su contenido,
un caparazón que debe inevitablemente romperse si su remoción
es retrasada artificialmente; un caparazón que bien puede premanecer
en estado de decadencia por un tiempo largo, pero que será inevitablemente
removido." El texto de Lenin, como el de Bujarin Imperialismo
y economía mundial, que tuvo gran influencia en el primero,
adopta el análisis de Hilferding respecto de "la fase final
del capitalismo" -monopolios, capital financiero, exportación
de capital, formación de carteles y trusts internacionales,
división territorial del mundo. Pero mientras Hilferlding pensaba
que estos procesos - particularmente la planificación estatal
en esta etapa de "capitalismo organizado" - eran progresistas
y darían pie a un avance pacífico hacia el socialismo; Lenin,
por el contrario, pensaba que éstos evidenciaban que el capitalismo
no podía ir más lejos en un desarrollo progresivo.
La continuidad entre la teoría reformista de la Segunda internacional
y la teoría "revolucionaria" de los bolcheviques, en cuanto
representan una concepción del socialismo como la socialización
capitalista de la producción bajo el control de los trabajadores,
es una de las claves que explican el fracaso de la izquierda
en el siglo veinte.
Hilferding
escribe: "La tendencia del capital financiero es establecer
el control social de la producción, pero esta es una forma antagónica
de socialización, ya que el control del producto social continúa
en manos de una oligarquía. La lucha por desposeer a esta ologarquía
de tal control constituye la fase culminante de la lucha de
clases entre la burguesía y el proletariado. La función socializadora
del capital financiero facilita enormemente la tarea de superar
el capitalismo. Una vez que el capital finaciero ha puesto bajo
su control las ramas más importantes de la producción, la sociedad
sólo tiene que, a través de su órgano ejecutivo consciente -
el Estado conquistado por la clase trabajadora - apoderarse
del capital financiero para obtener el control inmediato de
esas ramas de la producción... apropiarse de seis bancos importantes
de Berlín significaría apropiarse de las más importantes esferas
de la industria a gran escala, y facilitaría enormemente las
fases iniciales de las políticas socialistas durante el período
de transición, cuando the capitalist accounting podría todavía
probar su utilidad." Henryk Grossman, quien como veremos es
una de los teóricos clave de la declinación, se refiere a esta
concepción como "el sueño de un banquero que aspira al poder
sobre la industria a través del crédito...el golpismo de Auguste
Blanqui trasladado a la economía." Sin embargo, comparemos esto
con Lenin, a quien Grossman se siente más cercano: "el capitalismo
ha creado an accounting apparatus en la forma de los bancos,
los sindicatos, el servicio postal, las sociedades de consumidores,
las ligas de empleados públicos. Sin grandes bancos el socialismo
sería imposible. Los grandes bancos son el "aparato estatal"
que necesitamos para llegar al socialismo, el cual tomamos del
capitalismo como algo ya hecho; nuestra tarea es simplemente
podar lo que mutila capitalistamente este excelente aparato,
para hacerlo incluso más grande, incluso más amplio y democrático.
La cantidad será transformada en calidad. Un Banco Estatal,
el más grande de los grandes, será el esqueleto de la sociedad
socialista."
Mientras para Hilferling esta apropiación del capital financiero
se puede realizar gradualmente, Lenin cree que ésta requiere
una revolución; pero ambos identifican al socialismo con la
apropiación de las formas de planificación, organización y trabajo
capitalista. El imperialismo como la etapa del capital monopólico
y financiero era, para Lenin, la fase de decadencia del capitalsimo.
La Luxemburgo, mediante un análisis diferente, llegó a las mismas
conclusiones del colapso inevitable. En los debates internos,
los leninistas acusaban a la Luxemburgo de fatalista o espontaneísta
y de no creer en la lucha de clases. Pero pese a que ambos diferían
en su análisis del imperialismo, su concepción del fin del capitalismo
era esencialmente la misma - el desarrollo del capitalismo lleva
hacia el colapso del sistema y depende de los revolucionarios
que de ello resulte socialismo o barabarie. Ninguno de estos
pensadores estaba en contra de la lucha de clases; para ambos
la idea era: el desarrollo del capitalisimo ha alcanzado un
punto crítico, ahora necesitamos actuar.
Sin embargo, detrás de la similitud entre ambos en torno a la
noción de la entrada del capitalismo en su fase final, hay una
diferencia considerable: la Luxemburgo había criticado extensamente
el modelo estatista de transformación socialista sostenido por
la socialdemocracia, y Lenin no. En las discusiones al interior
de la socialdemocracia después de la revolución bolchevique,
el leninismo fue acusado de voluntarismo a la vez que defendido
por reafirmar la lucha de clases. De lo que se trataba en realidad
era de la insistencia de Lenin en una posición objetivista respecto
a la naturaleza del socialismo, concebido como el desarrollo
de una dialéctica objetiva en la economía combinado con una
visión voluntarista de que éste podía ser construído. Lenin
se montó sobre la lucha de clases para llegar allí - o mejor
dicho respondió a y fue conducido por ésta -, pero una vez en
el poder empezó a desarrollar la economía desde arriba porque
eso era lo que él identificaba con socialismo. Lenin y los bolcheviques
rompieron con el marxismo de la Segunda Internacional, especialmente
con la teoría ortodoxa de las etapas, que implicaba que en Rusia
debía haber primero una revolución burguesa antes de que pudiera
haber una proletaria; pero ésta no era una ruptura con los fundamentos
de la teoría economicista de las fuerzas productivas sostenida
por la Segunda. La tesis de la revolución permanente de Trotsky,
que los bolcheviques adoptaron efectivamente en 1917, no tenía
como premisa la crítica de la noción reificada del desarrollo
de las fuerzas productivas sostenida por la Segunda, sino la
de tal desarrollo visto al nivel del mercado mundial. El prerrequisito
para el socialismo seguía siendo una noción estrecha del desarrollo
de las fuerzas productivas, la visión de que en el punto cúlmine
de su decadencia el capitalismo no podía proporcionarle a Rusia
tal desarrollo.
Los bolcheviques aceptaron que Rusia necesitaba desarrollar
sus fuerzas productivas y que ese desarrollo era idéntico a
la modernización capitalista; optaron voluntaristamente por
desarrollarlas de manera socialista. El diagnóstico de que bajo
el imperialismo el desarrollo tenía una naturaleza espúrea y
desigual fue asumido así: ya que el capitalsimo estaba fracasando
en continuar su desarrollo, los bolcheviques debían continuarlo.
Por supuesto que ellos esperaban el apoyo de una revolución
en Europa Occidental, pero en la posterior implantación del
taylorismo con sus capitalistas especializados etc., podemos
reconocer que las tareas que los bolcheviques identificaron
con el socialismo implicaban en realidad el desarrollo de una
economía capitalsita. Esas medidas nos les fueron impuestas
por la presión de los acontecimientos, formaban parte de sus
perspectivas desde un comienzo. En el mismo texto que hemos
citado, escrito antes de la revolución de octubre, el joven
Lenin admite que "necesitamos buenos organizadores de la banca
y de la fusión de empresas" y que sería necesario "pagar a los
especialistas salarios más altos durante el período de transición".
Pero no os preocupéis, nos dice: "estarán bajo el control omnipresente
de los trabajadores y alcanzaremos la operatividad completa
y absoluta de la regla aquél que no trabaja, tampoco come. Nosotros
no hemos de inventar la forma organizativa del trabajo, sino
que hemos de tomarla ya hecha del capitalismo - nos apoderaremos
de los bancos, sindicatos, las mejores fábricas, las estaciones
experimentales, las academias, etcétera; todo lo que tendremos
que hacer será pedir prestados los mejores modelos suministrados
por los países avanzados".
Hilferding
había concebido el rol de la planificación estatal en la era
del "capitalismo organizado" como la base de una transición
pacífica al socialismo; Lenin, en cambio, estaba convencido
de la necesidad de la toma del poder, pero estaba también de
acuerdo en que la planificación capitalista era el prototipo
de la planificación socialista.
Para nosotros la revolución es el movimiento de retorno del
sujeto hacia sí mismo, para Lenin se trataba del desarrollo
de un objeto. La defensores de Lenin argumentan que el socialismo
no era posible en Rusia, entonces esperó por una revolución
en Alemania. Pero su concepción de socialismo, tal como la de
la Segunda Internacional con la que él nunca rompió efectivamente,
era la de un capitalismo de Estado.
En la óptica de los bolcheviques y de la Segunda Internacional,
la socialización de la economía bajo el capitalismo era vista
como neutral y llanamente positiva; en tanto el caos de la circulación
era el problema del que había que deshacerse.. Pero la socialización
capitalista no es neutral; es capitalista y como tal necesita
ser transformada. Las medidas adoptadas por los bolcheviques
son producto directo de su adhesión a la idea defendida por
la Segunda Internacional según la cual socialismo es lo mismo
que planificación. Aquí se asume que la idea de declinación
y derrumbre capitalista proviene de la contradicción entre la
creciente socialización de las fuerzas productiva - esto es,
la creciente planificación y racionalización de la producción
- y el caos y la irracionalidad que implica la apropiación capitalista
a través del mercado; siendo lo primero positivo y lo segundo
su contrario. La solución que está implícita en esta forma de
afrontar el capitalismo es extender la planificación también
a la esfera de la circulación; pero aquí ambos aspectos, producción
y circulación, siguen siendo asumidos bajo una óptica capitalista.
El proletariado, en realidad, no sólo debe reemplazar al capital
en el control del proceso de trabajo y asumir además el control
sobre el consumo; el proletariado debe transformar todos los
aspectos de la vida. La regulación social del proceso de trabajo
no es ni puede ser igual a la regulación capitalista del mismo.
El marxismo economicista de la Segunda Internacional, compartido
por los bolcheviques, predominó en el movimiento obrero debido
a que reflejaba una particular composición de clase - técnicos
especializados y craft workers que se identificaban con el proceso
productivo. La visión del socialismo como el problema de desarrollar
las fuerzas productivas consideradas económicamente proviene
del escaso desarrollo de esas mismas fuerzas consideradas socialmente.
Podría decirse que a un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas correspondía el predominio de una tendencia a constituir
un programa capitalista/socialista de Estado, mientras que era
más difícil que se desarrollara una posición verdaderamente
comunista y revolucionaria. Con todo, el proyecto comunista
fue adoptado por muchos trabajadores, aunque no fueron capaces
de realizarlo. Es un error revisar la historia partiendo del
cuestionamiento respecto a si era posible o no que una revolución
en particular alcanzara la victoria. En ese caso, tenemos que
la revolución comunista no ganó y punto. La perspectiva que
puede aportarnos salidas prácticas es aquella en que buscamos
las razones por las cuales el proyecto comunista no fue realizado,
contribuyendo a dar forma a nuestros esfuerzos de realizarlo
hoy. En el caso que nos ocupa, nos encontramos frente a un choque
de fuerzas en que las fuerzas del capital adoptaron cada vez
más la forma de un partido obrero cuyo proyecto era el capitalismo
de Estado. Al considerar neutrales a las fuerzas productivas
cuando éstas eran, en realidad, capitalistas, los bolcheviques
se pasaron al bando del capitalismo. Con el estalinismo la ideología
de las fuerzas productivas alcanzó new heights of crassness,
y aún habiendo diferencias, éste expresó una continuidad de
las ideas de Trotsky y de Lenin. El aplastamiento de los obreros
por la socialdemocracia alemana y por los bolcheviques rusos
constituyó una victoria del capital a través de la ideología
del capitalismo de Estado. Estos hechos no prueban la imposibilidad
de que se desarrolle el comunismo; por el contrario, confirman
que ese desarrollo depende de la actividad consciente de los
productores libremente asociados y no del "desarrollo de las
fuerzas productivas" separadas del sujeto. El comunismo no tendrá,
como el programa de modernización de los bolcheviques, el mismo
contenido económico ni técnico que el desarrollo capitalista.
El comunismo no puede ser construido desde arriba; el comunismo
sólo puede ser el movimiento de autoemancipación del proletariado.
La herencia de Octubre
Los dos principales exponentes de la teoría de la decadencia
marcaron profundamente este período de guerra y revolución.
Y por supuesto que existían factores objetivos para apoyar la
teoría - la guerra fue catastrófica y efectivamente pareció
que el capitalismo estaba acabado. Sin embargo, la revolución
fracasó.
La forma trotskista de leninismo nunca se ha separado efectivamente
de las concepciones de la Segunda Internacional respecto de
las causas de las crisis capitalistas y, por ende, de lo que
el socialismo debiera ser. Lenin, sin embargo, insistió en que
ninguna crisis era necesariamente terminal. Por el contrario,
Trotsky sí habla de colapso inevitable. Su política después
de 1917 estuvo dominada por la idea de que el capitalismo ya
había entrado, o bien estaba acercándose, a su crisis final,
por lo que la revolución era inevitable. El marxismo de Trotsky
estaba basado en la teoría de la primacía de las fuerzas productivas
y su concepción de éstas era burda y técnica, no muy diferente
de la de Stalin: "El marxismo se asienta en el desarrollo de
la técnica como motor fundamental del progreso, y construye
el programa comunista sobre la dinámica de las fuerzas productivas."
Mientras seguía siendo parte de la burocracia soviética, su
noción mecanicista de las fuerzas productivas lo llevó a justificar
la militarización del trabajo y a acusar a los trabajadores
que se resistieron al taylorismo de ser "romanticistas tolstoianos".
Una vez en el exilio, focalizó su crítica a la Unión Soviética
no en la posición de los trabajadores, a los que siempre había
estado dispuesto a disparar, sino en su falta de desarrollo
técnico. Así, afirma: "La fuerza y estabilidad de los regímenes
están determinadas en el largo plazo por la productividad relativa
del trabajo. Una economía socialista que posea una tecnología
superior a la que el capitalismo podría poseer, tendrá ciertamente
garantizado el desarrollo socialista, para decirlo de manera
esquemática; lo cual es algo que aún no puede afirmarse de la
economía soviética." Por otra parte, había algo en Rusia que
representaba un avance respecto del capitalismo decadente: "En
lo fundamental, la maldad del capitalismo consiste no en la
extravagancia de las clases propietarias, sino en el hecho de
que para garantizar su derecho a la extravagancia la burguesía
mantiene la propiedad privada de los medios de producción, condenando
así al sistema económico al caos y la decadencia." Para Trotsky,
la Unión Soviética era progresista porque, pese a mantener un
estrato dominante viviendo de forma extravagante, con la planificación
ésta había superado la irracionalidad y la decadencia capitalista.
Asimismo, su retraso se debía la insuficiencia de desarrollo
tecnológico. La visión trotskista ortodoxa de la Unión Soviética
como un Estado obrero degenerado se basaba en el modelo económico
que ve el control y la planificación estatal como progresista.
El cambio en las relaciones de producción - o en las relaciones
de propiedad, lo que para Trotsky vendría a ser lo mismo - ,
hacía del régimen soviético algo en cierto modo positivo. Esta
postura era la expresión lógica de la teoría que considera la
socialización capitalista como positiva y la apropiación privada
como negativa; así es como, si nos deshacemos de la propiedad
privada, tenemos socialismo, o al menos transición al socialismo.
Pueden llamarle a esto socialismo, pero en realidad es capitalismo
de estado.
La caída de la tasa de ganancia
De esta forma la tradición trotskista traiciona su pretensión
de representar lo que había de positivo en la oleada revolucionaria
de 1917-21. La importancia de los comunistas de izquierda y
consejistas es que su genuino énfasis en la autoemancipación
del proletariado expresa una importante verdad de ese periodo,
en contraste con su representación leninista. Sin embargo los
reducidos grupos de comunistas de izquierda, tras constatar
la derrota del proletariado y al aislarse de sus luchas, empezaron
a basar sus posiciones cada vez más en el análisis objetivo
de que el capitalismo estaba en decadencia. No obstante ello,
hubo progresos. Henryk Grossman, en particular, propuso una
teoría meticulosamente elaborada sobre el colapso como alternativa
a la de Rosa Luxemburgo. En lugar de basar dicha teoría en el
agotamiento de los mercados no-capitalistas, la basó en la caída
de la tasa de ganancia. Desde entonces, casi toda la teorización
de la ortodoxia marxista respecto a la crisis se ha asentado
en esa idea. En esta teoría, y en la de Marx según ella, la
tendencia a la caída de la tasa de ganancia lleva a una caída
en la masa relativa de beneficios, la que finalmente resultaría
insuficiente para que prosiga la acumulación. En las conclusiones
de Grossman el colapso capitalista es un proceso puramente económico,
inevitable incluso si la clase trabajadora permanece como un
mero engranaje en la máquina capitalista. Así, Grossman trata
de anticiparse a la crítica: "Debido a que deliberadamente me
he propuesto en este estudio describir solamente los presupuestos
económicos del derrumbe capitalista, permítaseme disipar desde
el principio cualquier suspicacia de 'puro economicismo'. Es
innecesario desperdiciar papel estableciendo la conexión entre
economía y política, puesto que tal conexión es obvia. Sin enmbargo,
mientras los marxistas han escrito extensamente sobre la revolución
política, se han rehusado a tratar teóricamnete el aspecto económico
de la cuestión y han fracasado al momento de apreciar el verdadero
contenido de la teoría del derrumbe de Marx. Mi única preocupación
aquí es llenar esta laguna en la tradición marxista." (p33)
Para los marxistas objetivistas la conexión es obvia: economía
y política están separadas, los escritos previos sobre el aspecto
político son adecuados y sólo necesitan el respaldo de un estudio
económico. La postura de los seguidores de Grossman es como
sigue: 1. Contamos con una comprensión del proceso económico
que evidencia que el capitalismo está decayendo, dirigiéndose
inexorablemente hacia el colapso. 2. Esto demuestra la necesidad
de una revolución política para implentar un nuevo orden económico.
La teoría política mantiene una relación externa con la comprensión
económica del sistema; las tesis ortodoxas sobre la crisis capitalista
aceptan que la actividad de la clase trabajadora se reduzca
a la actividad del capital. La única acción contra éste es un
ataque político contra el sistema, que es posible sólo cuando
el sistema se derrumba. La teoria de Grossman representa uno
de los más arduos intentos por demostrar que El Capital de Marx
es una economía completa que proporciona un cuadro del colapso
capitalista. Insiste en que "el marxismo económico, tal como
nos ha sido bequethered, no constituye ni un fragmento ni un
lado, sino ante todo un sistema completamente elaborado, es
decir, un sistema sin flows." Esta insistencia en presentar
El Capital de Marx como un trabajo completo que demuestra la
decadencia y colapso del capitalismo revela una caracteristica
esencial de la visión del mundo propia de los marxistas objetivistas.
Esto es, que conciben la ligazón entre economía y política como
una ligazón obviamente externa. Ahí está el error: la conexión
entre ambas esferas es interna; sin embargo, para abordar esta
cuestión hay que reconocer que El Capital está incompleto y
que para completar su proyecto hace falta una comprensión de
la economía política de la clase trabajadora y no sólo del capital.
Pero Grossman, al insistir en que El Capital es un trabajo esencialmente
completo, ha negado categóricamente tal posibilidad.
Pannekoek
Mientras que los comunistas de izquierda mantuvieron la clásica
identificación de la decadencia del capitalismo con su fase
imperialista, muchos comunistas consejistas - entre los que
destaca Mattick - adoptaron con entusiasmo la teoría más abstracta
de Grossman, basada en la caída tendencial de la tasa de ganancia
descrita en El Capital. Pannekoek, contrario a esta tendencia,
hizo una crítica importante. En su Teoría del Colapso del Capitalismom
además de mostrar cómo Grossman distorsiona a Marx descontextualizando
sus citas, desarrolla unos argumentos que van más allá del marxismo
objetivista. Pese a que sigue creyendo a su manera particular
en la declinación del capitalismo, Pannekoek parte de un ataque
fundamental a la concepción que separa a la economía de la política
y la lucha: "La economía, entendida como la totalidad de los
hombres que trabajan y se esfuerzan por satisfacer sus necesidades
de subsistencia, y la política (en su sentido más amplio), entendida
como la acción y la lucha que estos hombres agrupados en clases
despliegan para satisfacer sus necesidades, forman ambas el
dominio unitario de un desarrollo regido por leyes". Pannekoek
subraya, en consecuencia, que el colapso del capitalismo es
inseparable de la acción del proletariado en una revolución
social y política. El dualismo de la noción según la cual el
derrumbre del capitalismo estaría separado del desarrollo de
la subjetividad revolucionaria en el proletariado implica que,
a la vez que se concibe a la clase trabajadora como necesariamente
portadora de la fuerza de la revolución, no existe ninguna garantía
de que ella será capaz de crear luego un nuevo orden. Así, "un
grupo revolucionario, un partido con objetivos socialistas tendría
que aparecer como un nuevo poder gobernante en reemplazo del
viejo, con vistas a introducir algún tipo de economía planificada.
De ahí que la teoría de la catástrofe capitalista constituye
un solución instantánea para los intelectuales que reconocen
la vulnerabilidad del capitalismo y que desean que los economistas
y líderes capacitados construyan una economía planificada".
Pannekoek constata algo que también vemos repetirse hoy día:
la atracción que ejercen las teorías de Grossman u otras teorías
del derrumbe en tiempos en que disminuye la actividad revolucionaria.
Entre quienes se identifican como revolucionarios hay una tentación
de: anhelar que una buena catástrofe económica lleve finalmente
a las masas estupefctas a salir de la inmundicia y entrar en
acción. La teoría de que el capitalismo actual ha llegado a
su crisis final proporciona una refutación simple y decisiva
del reformismo y de todos los programas partidistas que priorizan
el trabajo parlamentario y la acción sindical; es decir, una
demostración de la necesidad de tácticas revolucionarias tan
convincente que debe ser aceptada con simpatía por todos los
grupos revolucionarios. Sin embargo, la lucha no es nunca tan
simple ni conveniente, ni siquiera la lucha teórica de razones
y evidencias (p. 80).
La oposición a las tácticas reformistas, prosigue Pannekoek,
no debe basarse en una teoría sobre la naturaleza de la época
sino en los efectos prácticos de esas tácticas. No hace falta
creer en una crisis final para justificar una posición revolucionaria;
el capitalismo pasa de una crisis a otra y el proletariado aprende
a través de sus luchas. "Es en este proceso donde se consigue
la destrucción del capitalismo. La auto-emancipación del proletariado
es el colapso del capitalismo" (p. 8, la cursiva es nuestra).
En este intento por conectar internamente la teoría de los límites
del capitalismo con el movimiento del proletariado, Pannekoek
hizo una jugada esencial. El análisis de esta conexión requiere
un poco más de trabajo.
La Cuarta Interncional y el comunismo de izquierda: el cara
o sello de la moneda objetivista.
A la vez que los pequeños grupos comunistas de izquierda y consejistas
adoptaron en su mayoría la teoría de la decadencia, el otro
pretendido continuador de la tradición marxista - el trotskismo
- también centró su postura en torno a esta concepción. En la
fundación de la Cuarta Internacional adoptaron el programa transicional
de Trotsky La agonía mortal del capitalismo y las tareas de
la Cuarta Internacional. En este texto la noción mecanicista
de la economía capitalista y su declinación, idea que previamente
había servido para justificar la posición de la burocracia,
implicaba ahora que los intentos del estalinismo "de hacer retroceder
la rueda de la historia demostrarán a claramente a las masa
que la crisis de la cultura de la humanidad sólo puede ser resuleta
por la Cuarta Internacional (...) El problema para las secciones
de la Cuarta Internacional es ayudar a la vanguardia proletaria
a entender el carácter general y el ritmo de nuestra época,
y hacer fructificar con el tiempo la lucha de las masas con
medidas organizacionales más decididas y militantes". Puede
parecer torpe acusar a los troskos por un texto escrito hace
50 años, en un momento de depresión y guerra inminente, cuando
sus planteamientos parecían más razonables. Sobre todo cuando,
aunque los troskos ortodoxos los siguen al pie de la letra,
lo que está en la orden del día de la mayoría de ellos es el
revisionismo. Sin embargo, los revisionistas del SWP y los más
revisionistas del RCP siguen sosteniendo la tesis esencial de
la crisis inducida por la declinación y la necesidad de una
dirección revolucionaria. Los escritos de Trotsky están marcados
por una rígida dicotomía entre las condiciones objetivas - o
sea, el estado de la economía - y las subjetivas, es decir,
la existencia o no existencia del partido. La crisis capitalista
es un proceso objetivo de la economía y la decadencia del capitalismo
agravará la crisis lo suficiente como para crear un público
para el partido, el cual llenará la necesidad de consciencia
y liderazgo que tiene la clase obrera. Esta idea de la relación
entre objetividad y subjetividad debe ser refutada.
Lo que estamos diciendo no es que los defensores de la tesis
de la decadencia no crean en la revolución - es obvio que sí
lo hacen.* Nuestra crítica apunta a su actitud contemplativa
frente al desarrollo del capitalismo, expresada en la práctica
en el hecho de los troskos andan persiguiendo cualquier cosa
con tal de reclutarla para la escena final, mientras los comunistas
de izquierda se quedan esperando a distancia que los trabajadores
den el ejemplo puro de la acción revolucionaria. Tras esta aparente
oposición en la forma de relacionarse con la lucha, ambos comparten
una concepción común del desarrollo capitalista en la que no
aprenden del movimiento real. Aunque los teóricos de la decadencia
tienden a deslizar declaraciones de que el socialismo es inevitable,
en general para ellos se trata no tanto de que el socialismo
llegará inevitablemente - no es que ahora nos vayamos todos
para la casa - , sino más bien de que el capitalismo se desplomará.
Esta teoría puede así ayudar a la construcción de un partido
leninista en el presente, o bien, como plantea Mattick, puede
esperar el momento del colapso, cuando será posible crear una
organización revolucionaria apropiada. El partido sostiene y
entiende la teoría de la declinación; el proletariado no tiene
más que alinearse tras esa bandera. O lo que es lo mismo: "Nosotros
comprendemos la Historia, sigan nuestro estandarte". La teoría
de la declinación se adhiere fácilmente a la teoría leninista
de la consciencia, la cual por cierto debe mucho a Kautsky,
quien finalizó sus comentarios sobre el Programa de Erfurt prediciendo
que las clases medias se pasarían "al Partido Socialista y codo
a codo con el irresistible avance del proletariado, seguirán
su bandera hacia la victoria y el triunfo".
Después de la segunda guerra mundial tanto los trotskistas como
los comunistas de izquierda resurgieron decididos a mantener
la visión de que el capitalismo estaba en decadencia y a punto
de colapsar. Visto el período que acababa de terminar, tal teoría
no parecía ser demasiado irrealista - al derrumbe del '29 siguió
una depresión que duró casi toda la década de los '30 y más
tarde otra guerra catastrófica. El capitalismo, si no estaba
muriendo, al menos parecía gravemente enfermo. Además de sostener
teorías similares sobre la declinación, ambas corrientes proclamaban
ser los representantes de la verdadera tradición revolucionaria
contra la falsificación estalinista. Ahora, aunque podemos reconcer
que los comunistas de izquierda y consejistas expresaron algunas
verdades importantes sobre la experiencia de 1917-21 contra
la versión leninista reivindicada por los troskos, el hecho
de compartir con el leninismo una noción objetivista de la economía
y una teoría mecánica sobre la crisis les volvió incapaces de
responder a la nueva situación, caracterizada por el auge económico.
Los revolucionarios del período siguiente tendrían que ir más
allá de la posición de los anteriores.
Tras la segunda guerra mundial el capitalismo entró en una de
sus fase de expansión más sostenida, con tasas de crecimiento
no sólo mayores que las del período de entreguerras, sino también
mayores que las del gran auge del capitalismo clásico que había
suscitado la controversia del derrumbe en la Segunda Internacional.
Al interior del trotskismo sobrevino una crisis debido a que
su gurú había interpretado categóricamente la guerra como una
prueba de que el capitalismo estaba dando sus últimos estertores
de muerte, y había profetizado confidencialmente que el colapso
capitalista y la revolución proletaria provocados por la guerra
llevarían a la construcción de Estados obreros en occidente
y a la liquidación de las deformaciones burocráticas en el este.
Trotsky había identificado rígidamente su versión del marxismo
con la idea de la bancarrota del capitalismo y escribió que
si éste recuperaba un crecimiento sostenido y si la Unión Soviética
no regresaba al camino verdadero, entonces habría que decir
que "el programa socialista, basado en las contradicciones internas
de la sociedad capitalista, es pura utopía". Desde entonces,
la tendencia de los grupos trotskistas ortodoxos fue negar los
hechos y proclamar constantemente que la crisis era inminente.
Los remanentes del comunismo de izquierda no se limitaban tanto
a identificarse con los análisis de un líder (por lo demás,
muchos de sus teóricos seguían con vida). Sin embargo, al igual
que los troskos, tendían a ver la expansión capitalista de post-guerra
como un auge pasajero favorecido por la reconstrucción. En esencia,
lo único que podían ofrecer estos teóricos de la ofensiva proletaria
posterior a la primera guerra mundial, era la idea básica de
que el capitalismo no había resuleto sus contradicciones - que
sólo parecía haberlo hecho. La tesis de fondo era, por supuesto,
correcta - el capitalismo no había resuelto sus contradicciones
- , pero estas contradicciones se estaban expresando en formas
que la teoría mecanicista de la declinación y el colapso no
había previsto, porque dicha teoría no había abordado cabalmente
esas contradicciones. El problema para los revolucionarios del
período de auge de post-guerra fue cómo abordar estas contradicciones,
en un panorama dominado por las políticas socialdemócratas en
los países avanzados, economías keynesianas, producción fordista
y consumismo de masas.
Cuando las luchas empezaron a estallar, la nueva generación
de radicales adoptó una posición antagónica al rígido esquematismo
con que la vieja izquierda afrontaba la crisis del capital.
Mientras que los comunistas de izquierda lo aceptaron estoicamente,
muchas de las agrupaciones trotskistas siguieron oportunistamente
las líneas de la Nueva Izquierda, aunque sólo para atraer más
miembros a sus organizaciones y allí convencerlos con la doctrina
del colapso económico. Hubo algunos grupos - Socialismo o Barbarie,
la Internacional Situacionista, los autonomistas - que trataron
de escapar de las rigideces del viejo movimiento obrero y de
reformular la teoría revolucionaria.
¿Teoría de la decadencia o decadencia de la teoría?

Parte II
Este es un artículo sobre la teoría de que el capitalismo está
en decadencia o declinación. Esta forma de entender nuestra
época está asociada a un esquema que divide la historia del
capitalismo en una fase mercantil, dominante desde el fin del
feudalismo hasta mediados del siglo XIX; un período de madurez
correspondiente a a la época del laissez faire liberal en la
segunda mitad del siglo XIX; y una fase de ascenso del capitalismo
imperialista monopólico - con sus mecanismos de socialización
y planificación de la producción - que marcaría el inicio de
la época de transición hacia una sociedad post-capitalista.
En la primera parte vimos cómo la idea de declinación o decadencia
del capitalismo tiene su origen en el marxismo de la Segunda
Internacional y fue mantenida por los dos sectores que reclamaban
ser los verdaderos continuadores de la "tradición marxista clásica":
el leninismo troskista y el comunismo de izquierda o consejista.
Ambas corrientes trataron de sostener el marxismo genuino contra
los marxistas reformistas que habían terminado defendiendo el
capitalismo. Planteamos que una de las raices del fracaso práctico
de la Segunda Internacional es que, teóricamente, el "marxismo
clásico" omitió el aspecto revolucionario de la crítica de Marx
a la economía política, convirtiéndose así en una ideología
objetivista de las fuerzas productivas. La idea de la declinación
capitalista sostenida por estas tradiciones es la expresión
más aguda de su incapacidad para romper con el marxismo objetivista.
Tras la segunda guerra mundial, mientras el trotskismo y el
comunismo de izquierda mantenían esta postura aún contra la
evidencia del mayor auge en la historia capitalista, un sector
de revolucionarios intentó desarrollar una teoría revolucionaria
para las nuevas condiciones. Ahora nos ocuparemos de estas corrientes.
Analizaremos tres corrientes que rompieron con la ortodoxia:
Socialismo o Barbarie, la Internacional Situacionista y la corriente
obrerista-autonomista de Italia. Consideraremos también la reafirmación
de la teoría de la declinación capitalista y el rechazo de este
concepto dentro del objetivismo.
Socialismo o Barbarie
Socialismo o Barbarie (SoB), cuyo principal teórico fue Castoriadis
(también llamado Cardan o Chalieu), fue un pequeño grupo francés
que rompió con el trotskismo ortodoxo. Tuvo una influencia considerable
en los revolucionarios de la época siguiente. En Inglaterra,
el grupo Solidaridad difundió las ideas de SoB a través de panfletos
que aún circulan, siendo la crítica del leninismo más accesible.
Sin duda uno de los mejores aspectos de SoB fue su preocupación
por las nuevas formas de lucha autónoma de los trabajadores
al margen de sus organizaciones oficiales y en oposición a sus
líderes. SoB, aunque era un grupo pequeño, tuvo presencia en
las fábricas a la vez que reconocía las luchas proletarias más
allá de los centros de producción.
En parte, lo que permitió a SoB alcanzar este grado de teorización
y participación en las luchas reales de los obreros fue su rechazo
de las categorías reificadas del marxismo ortodoxo. En Capitalismo
Moderno y Revolución, Cardan resume este objetivismo como la
visión de que "una sociedad no podría desaparecer sino hasta
haber agotado todas sus posibilidades de expansión económica;
mientras que, por su parte, el propio 'desarrollo de las fuerzas
productivas' incrementaría las 'contradicciones objetivas' de
la economía capitalista. Ello produciría crisis que llevarían
al colapso temporal o permanente de todo el sistema".Cardan
rechaza la idea de que las leyes del capital simplemente actúen
sobre los capitalistas y los trabajadores. A su juicio, "en
esta concepción 'tradicional' las recurrentes y cada vez más
profundas crisis del sistema están determinadas por por las
'leyes inmanentes' del sistema. Los eventos y crisis son en
realidad independientes de la acción de los hombres y las clases.
Los hombres no pueden modificar el funcionamiento de estas leyes.
Ellos sólo pueden intervenir para abolir el sistema en su integralidad".
SoB sostuvo la opinión de que el capitalismo, mediante el gasto
estatal y el manejo keynesiano de la demanda, había resuelto
su tendencia a la crisis quedando solamente un ciclo económico
suavizado. La crítica de Cardan a la adhesión del marxismo ortodoxo
a una teoría de la crisis propia del siglo XIX en las condiciones
de mediados del siglo XX es poderosa. Las condiciones habían
cambiado. El capitalismo en el boom de la post-guerra esta manejando
sus crisis.
Pero en vez de tomar esta posición como un factor debilitador
del fundamento objetivo para el cambio revolucionario SoB afirmó
una manera diferente de concebir la relación entre el desarrollo
capitalista y la lucha de clases. Como señaló Cardan, "la dinámica
real de la sociedad capitalista es la dinámica de la lucha de
clases". La lucha de clases es tomada así no sólo como la fecha
constantemente esperada de la revolución, sino como la lucha
en el día a día. En este vuelco hecho por SoB en la teoría del
capitalismo hacia la realidad cotidiana de la lucha de clases
y en su intento por teorizar sobre los nuevos movimientos por
fuera de los canales oficiales vemos la inversión de perspectiva
desde la del capital a la perspectiva de la clase trabajadora.
En la teoría mecánica de la declinación y el colapso los marxistas
ortodoxos se encontraban dominados por la perspectiva del capital,
y tal perspectiva por cierto afectó también sus políticas. El
rechazo de la teoría de la crisis fue para SoB el rechazo simultáneo
de las políticas que implicaba, ya que, como apunta Cardan,
la teoría objetivista de la crisis sostiene que forma en que
los trabajadores viven su posición en la sociedad los hace sufrir
las contradicciones del capital sin poder entenderlas. Tal entendimiento
solo puede venir de un conocimiento 'teórico' de las 'leyes'
económicas del capital.
Así, para los teóricos marxistas los trabajadores, actúan impulsados
por su revuelta contra la pobreza, pero son incapaces de conducirse
a sí mismos (ya que su experiencia limitada no les permite tener
un punto de vista privilegiado sobre la realidad social como
un todo), solo pueden constituir una infantería a disposición
de un staff de generales revolucionarios. Estos especialistas
conocen (por un saber al que los trabajadores en cuanto tales
no tienen acceso) qué es precisamente lo que no funciona en
la sociedad moderna.
En otras palabras, el punto de vista económico implícito en
la teoría de la decadencia del capitalismo va mano a mano con
la concepción política vanguardista de la "conciencia desde
afuera" presente en el Qué hacer (de Lenin).
En su esfuerzo por reinventar la política revolucionaria SoB
rechazó la concepción ortodoxa según la cual la ligazón entre
las condiciones objetivas y la revolución subjetiva consistiría
en que el empeoramiento de la crisis iba a obligar al proletariado
a actuar, con el Partido (a través de su comprensión de 'la
Crisis') aportando su liderazgo. Por el contrario, ante la ausencia
de crisis pero con la presencia de luchas, el rechazo del modelo
tradicional fue un estímulo antes que una renuncia.
Lo mejor de SoB fue volcarse al proceso real de la lucha de
clases, una lucha que se dirigía cada vez más contra la forma
misma del trabajo en el capitalismo. Como ellos señalaron: "La
humanidad del asalariado es cada vez menos amenazada por la
miserio económica que desafía su propia existencia física. Es
cada vez más y más atacada por la naturaleza y las condiciones
del trabajo moderno, por la opresión y la alienación que el
trabajador sufre en el proceso de producción. En este campo
no puede haber reforma duradera. Los patrones pueden elevar
los salarios en un 3% cada año, pero no pueden reducir la alienación
en un 3% cada año".
Cardan atacó el punto de vista de que el capitalismo, sus crisis
y su declinación, eran conducidas por la contradicción entre
las fuerzas productivas y la apropiación privada. En lugar de
esto argumentó que en la nueva fase de 'capitalismo burocrático'
la división fundamental es aquella entre quienes imparten órdenes
y quienes las cumplen, y la contradicción fundamental consistía
en la necesidad de los que imparten órdenes de negar el poder
de tomar decisiones por parte de quienes reciben las órdenes
al vez que simultáneamente dependen de su participación e iniciativa
para que el sistema funcione. En vez de la noción de las crisis
del capitalismo en el nivel económico, Cardan señaló que le
capitalismo burocrático estaba sujeto solamente a crisis en
el plano de la organización de la vida social.
Si bien la noción de una tendencia universal hacia el capitalismo
burocrático donde la distinción crucial estaba dada entre los
que imparten órdenes y los que las reciben parecía útil para
identificar la continuidad entre los sistemas del Este y del
Oeste –en ambos los proletarios no controlaban sus vidas y se
les daban órdenes sobre ellas- a tal distinción le falta identificar
que lo que hace al capitalismo diferente de otras sociedades
de clases es que los que dan órdenes están en esa posición sólo
a causa de su relación con el capital, que en sus varias formas
–dinero, medios de producción, comodidades- es la autoexpansión
del trabajo alienado. La tendencia a la burocracia no reemplazó
las leyes del capitalismo, particularmente el fetichismo de
las relaciones sociales, más bien las expresó en un nivel más
alto. El retorno de las crisis a principios de los setenta demostró
que lo que Cardan había denominado como capitalismo burocrático
no fue una transformación del capitalismo que de una vez y para
siempre aboliera las crisis económicas, sino una forma particular
de capitalismo en la que la tendencia a la crisis estaba siendo
temporalmente controlada.
Cardan y SoB pensaron que habían superado a Marx al identificar
como la 'contradicción fundamental' del capitalismo aquella
que consistía en la necesidad del capital de 'perseguir sus
objetivos a través de métodos que constantemente desafían esos
mismos objetivos', por ejemplo al arrancar de los trabajadores
su poder participativo que en realidad el capital necesita.
En realidad esta contradicción, lejos de constituir una superación
o mejoramiento en relación a Marx, no es sino una expresión
de la inversión ontológica fundamental que Marx reconoció en
la raíz del capitalismo: el proceso en que las personas se convierten
en objetos y sus objetos –mercancías, dinero, capital- se convierten
en sujetos. Por supuesto que el capital debe basarse en nuestra
participación e iniciativa, porque como tal no tiene ninguna
propia. La objetividad y la subjetividad del capital son nuestra
subjetividad alienada. Mientras para la ideología que fluye
de las relaciones sociales del capital afirma que lo necesitamos
–necesitamos dinero, necesitamos trabajo- la otra cara nos muestra
que depende totalmente de nosotros. La 'contradicción fundamental'
según SoB no alcanza la plena radicalidad de la crítica de Marx
a la alienación. Podemos entender, sin embargo, que su teoría
fue una respuesta al Marxismo que, en sus variantes estalinista
o trotskista, había perdido de vista la importancia fundamental
de la crítica de la alienación por Marx y se había convertido
en una ideología de las fuerzas productivas, una ideología capitalista.
Es más, al no profundizar la raíz de lo que estaba mal en el
marxismo ortodoxo, S o B permitió que algunos de sus problemas
reaparecieran dentro de su propia ideología. Uno podría decir
que, en su identificación de la dependencia de los que dirigen
respecto del control obrero del proceso de producción y en su
programa basado en el consejismo del trabajo asalariado, Socialismo
o Barbarie mostraba el grado en el cual permanecían anclados
en la perspectiva consejista respecto de la cual sus estudios
concretos de la resistencia de los trabajadores les deberían
haber permitido alejarse – por ejemplo, la perspectiva del trabajador
calificado. La perspectiva y las luchas que pretendían pasar
del boom de la postguerra a un colapso final eran las del obrero-masa.
En tanto la perspectiva radical del trabajador calificado, debido
a su comprensión integral del proceso productivo, tendía hacia
la noción del control obrero que harían innecesario al parásito
capitalista, las luchas del obrero- masa taylorizado tendían
a un rechazo de todo el proceso de trabajo alienado: el rechazo
del trabajo.
Quizá
el aspecto más interesante de la crítica de Cardan a Marx y
al marxismo está en que identificaba a El Capital como el origen
de la esterilidad del marxismo ortodoxo. Para Cardan lo errado
de El Capital era su metodología: "La teoría de los salarios
y su corolario en la teoría del nivel creciente de explotación
partían de un postulado: que el trabajador estaba completamente
'reificado' (reducido a un objeto) por el capitalismo. La teoría
marxiana de la crisis se apoya en un postulado análogo: que
los hombres y las clases (en este caso la clase capitalista)
no pueden hacer nada respecto al funcionamiento de su economía.
Ambos postulados son falsos...Ambos son necesarios para que
la economía política sea una 'ciencia' gobernada por 'leyes'
similares a las de la genética o la astronomía...es como objetos
que tanto los trabajadores como los capitalistas aparecen en
las páginas de El Capital...Marx, que descubrió e incesantemente
propagó la idea del rol crucial de la lucha de clases en la
historia, escribió un trabajo monumental en el que la lucha
de clases está virtualmente ausente!".
Cardan ha reconocido algo crucial: la relativa marginación de
la lucha de clases en el método mismo adoptado por Marx en El
Capital. Es esta ausencia del tema de la lucha de clases y de
la subjetividad proletaria en El Capital la base teórica de
análisis objetivista de la declinación. La reacción de Cardan
es abandonar El Capital. De manera similar, Cardan hace de su
ataque a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia un punto
central, una afirmación de que Marx creía que el estándar real
de vida y salarios de los trabajadores es constante en el tiempo.
Sin embargo, este no es el caso. El Capital lo sostienen como
una hipótesis provisional (parte de la exclusión provisoria
de la subjetividad en El Capital). Marx siempre se mantuvo conciente
de que lo que cuenta como medios necesarios de subsistencia
es un punto de lucha entre los combatientes, pero en El Capital
él lo mantuvo como constante a la espera de tratar el tema en
el libro sobre el Trabajo Asalariado, un libro que no llegó
a escribir. Por esto el valor del poder de los trabajadores
es tratado en El Capital solamente desde el punto de vista del
capital, porque aquí Marx estaba esencialmente preocupado de
demostrar como se había hecho posible el capitalismo. Para que
el capitalismo exista debe reificar al trabajador, pero el trabajador,
para existir y elevar el nivel de sus necesidades debe luchar
a su vez contra esta reificación. En El Capital Marx presentó
al proletariado con un acento en la operatoria del capitalismo.
Tal acento es una parte del proyecto de superación del capitalismo,
pero solo una parte. El problema con el Marxismo objetivista
es que ha tomado al Capital como completo. De esa manera, toma
una conclusión provisoria como concluyente. La critica de Cardan
revela una importante unilateralidad en El capital, y es el
fracaso en reconocer esa unilateralidad lo que condujo a la
unilateralidad del Marxismo ortodoxo. A pesar de ser algo comprensible
en le contexto del boom de la postguerra, el rechazo de Cardan
y S o B a la teoría de la crisis y más tarde a Marx fue una
sobre-reacción que se volvió en si misma dogmática. Cardan y
muchos otros teóricos de SoB como Lyotard y Lefort se convirtieron
en recuperadores académicos. Mientras la adopción de las ideas
de Cardan ció a los revolucionarios una cierta ventaja sobre
los leninistas en los años cincuenta y sesenta, cuando la crisis
retornó en los setenta aquellos que continuaron siguiéndolo
mostraron irónicamente el mismo dogmatismo al negar la crisis
pese a estar en frente de su evidente resurgimiento, tal como
los viejos izquierdistas insistían en encontrarla durante su
ausencia.
Lo que podemos decir es que a pesar de que en su esencia la
teoría de SoB era errada, la importancia del grupo fue no tanto
su teoría alternativa sobre el capitalismo ni los posteriores
desarrollos de Cardan sino la manera en que su crítica del marxismo
ortodoxo señalaba un camino a los futuros revolucionarios. S
o B apuntaba hacia un redescubrimiento del espíritu revolucionario
en Marx, que consistía nada más que en abrirse al movimiento
real que ocurre frente a nuestras narices.
La Internacional Situacionista
Uno de los aspectos más importantes del análisis hecho por SoB
fue su reconocimiento de que los trabajadores estaban luchando
contra la alienación en la fábrica y fuera de ella. Los situacionistas
desarrollaron la crítica de las formas modernas de alienación
en un n nuevo nivel, sometiendo el orden capitalista a una crítica
total. En vez de decir que la revolución dependía de que la
crisis capitalista redujera al proletariado a la pobreza absoluta
los situacionistas argumentaron que el proletariado se rebelaría
contra su pobreza materialmente enriquecida. Contra la realidad
capitalista de producción alienada y distribución alienada los
situacionistas desarrollaron una noción de lo que está más allá
del capitalismo como la posibilidad de cada individuo de participar
plenamente en la transformación continua, conciente y deliberada
de cada aspecto y momento de nuestras vidas. El rechazo a separar
lo político de lo personal, el rechazo a las políticas martirológicas
de la militancia y la crítica del marxismo objetivista en una
unidad viviente de teoría y práctica, objetividad y subjetividad,
fua una contribución fundamental de la I.S. De hecho podemos
decir que al reconocer que la revolución tenía que involucrar
todos los aspectos de nuestra actividad y no solo un cambio
en las relaciones de producción los situacionistas reinventaron
la revolución, que el leninismo había identificado erradamente
con la toma del estado y la continuación de una sociedad económicamente
determinada.
Mientras SoB fetichizó su rechazo a Marx, los situacionistas
recobraron su espíritu revolucionario. El capítulo del libro
de Debord "La Sociedad del espectáculo" titulado 'El proletariado
y su representación' es un acucioso estudio de la historia del
movimiento de los trabajadores. En términos de las cuestión
de la crisis y el declive uno de los principales puntos en Debord
es su crítica de basar la revolución proletaria en cambios sufridos
en el pasado en los modos de producción. La discontinuidad entre
los objetivos y naturaleza de las revoluciones burguesa y proletaria
es crucial. La meta del proletariado en la revolución no es
la gestión más eficiente de las fuerzas productivas: el proletariado
elimina su separación y al misdmo tiempo se elimina a sí mismo.
El final del capitalismo y la revolución proletara es diferente
a todos los cambios previos, así que no podemos basar nuestra
revolución en las revoluciones. De entrada hay solo un modelo
realmente -la revolución burguesa- y nuestra revolución debe
ser diferente en dos maneras fundamentales: la burguesía pudo
construir su primero su poderío en la economía, el proletariado
no puede; ellos pudieron usar el Estado, el proletariado no
puede.
Estos puntos son cruciales para una comprensión de nuestra tarea.
La burguesía solo tenía que afdirmarse a sí misma en su revolución:
El proletariado tiene que negarse a sí mismo. Evidentemente
el Marxismo ortodoxo admite que hay algo diferente en la revolución
proletaria, pero no piensan seriamente en estas implicancias.
En la noción del declive del capitalismo la analogía se hace
en relación a sistemas previos en los que el viejo orden es
agota y el nuevo orden ha madurado para acceder al poder, necesitando
para ello de una simple captura del poder político que acompañe
su poder económico ya existente. Pero el único cambio entre
modos de producción que relamente fue así es la transición del
feudalismo al capitalismo, y la transición del capitalismo al
socialismo/comunismo debe ser diferente puesto que involucra
una ruptura completa coj el orden económico y político en su
conjunto. El Estado no puede ser utilizado en este proceso porque
por su propia naturaleza el Estado es un órgano para imponer
la unidad en una sociedad conducida por la economía, en cambio
la revolución proletaria destruye esas divisiones. Parte de
lo que llevó al Marxismo ortodoxo a la noción del socialismo
como algo contruído a través del uso del Estado fue su encantamiento
con la 'Crítica de la Economía Política' de Marx, a través de
la cual se convirtieron en ecomomistas políticos. Si bien la
obra de Marx no era economía poplítico sino la crítivca de esta,
contenía en todo caso elementos que permitiían esta atenuación
del proyecto. Como escribió Debord: "La faceta determinista-científica
del pensamiento de Marx fue precisamente la brecha a través
del cuasl penetró el proceso de 'ideologización', aún durante
su vida, al interior de la herencia que dejó al movimiento de
los trabajadores. La llegada del sujeto histórico continuó siendo
pospuesta y era la economía, la ciencia histórica por excelencia,
la que seguía crecinetemente garantizando su futura negación.
Pero lo que es explulsado fuera del campo de esta visión teórica
en este proceso es la práctica revolucionaria, la única verdad
de esta negación".
Lo que Debord describe acá es la pérdida de centralidad de la
'crítica' en la asimilación de El Capital por la tradición 'marxista
clásica'. Al perder importancia este aspecto fundamental del
proyecto de Marx, su trabajo desciende al nivel de una 'Economía
Política Marxista'. Como ya hemos mencionado en relación a Cardan,
una raíz teórica del Marxismo objetivista está en que convirtieron
las limitaciones metodológicas de El Capital en limitaciones
definitivas en cuanto a como concebir el ir más allá del capitalismo.
Sin embargo, si el problema de los objetivistas fue como tomaron
El Capital como base para un modelo lineal de la crisis y el
declive, un problema de los situacionistas fue la medida en
que extendieron la reacción frente a esta mala utilización de
la crítica de la economía política hasta llegar a casi no utilizarla
para nada. Para los situacionistas la crítica de la economía
política se resume en la 'regla de la mercancía'. La mercancía
es entendida como una forma social compleja que afecta todas
las áreas de la vida, pero sus complejidades no son realmente
enfrentadas. Las complejidades y mediatizaciones de la forma-mercancía
(que componen el resto de El Capital) son algo que vale la pena
entender y manejar. La mercancía es la unidad y la contradicción
entre el valor de uso y el valor de cambio. El resto de El Capital
es el desarrollo de esta contradicción a mayores niveles de
concreción. Esta presentación metodológica es posible porque
los supuestos iniciales son también un resultado final. La mercancía
como punto de partida de El Capital es también el resultado
del modo de producción como totalidad, está además impregnada
de plusvalía y es una expresión del antagonsimo de clases. En
otras palabras, en un sentido, la mercancía contiene la totalidad
del capitalismo dentro de sí. Incluso más, la mercancía expresa
el hecho de que la dominación de clase asume la forma de la
dominación de elementos cuasi-naturales. Que la crítica situacionista
haya logrado el poder que tiene se explica ppor por el hecho
de que 'la mercancía' resume el modo de producción capitalista
en su forma más inmediatamente perceptible. Pero es necesario,
particularmente en relación a cuestiones como la crisis, concentrarse
en las mediatizaciones que asume esa forma. En vez de rechazar
(o ignorar) El Capital debe enfatizarse su carácter de trabajo
incompleto, el hecho de que es solamente una pate del proyecto
general del capitalismo y de su superación, en el que la auto-actividad
de la clase trabajadora tienen el rol crucial. Lo que el trabajo
de los situacionistas hizo, en su reivindicación del énfasis
en el rol activo del sujeto fue reposicionar 'la única verdad
de su negación'. Enfatizar esto, en oposición a todos los Marxistas
científicos, los Althuserianos, los Leninistas, etc., era correcto.
En un sentido fundamental, es correcto siempre. El Marxismo
Ortodoxo, perdido en su economía política, había olvidado el
verdadero significado de la práctica revolucionaria. Los situacionsitas
recuperaron este aspecto central del trabajo de mrax prefiriendo
sus escritos de la primera época y el Libro I de El Capital.
Las ideas situacionistas, que fueron una expresión teórica del
redescubrimiento de la subjetividad revolucionaria del proletariado,
inspiraron a muchos en el 68 y después. Son un punto de referencia
esencia para nosotros hoy día. Pero esta reafirmación del sujeto
en la teoría y la práctica no derrtó al capitalismo en esa época
- y el capital volvió a entrar en crisis.
En el nuevo período abierto por la ofensiva proletaria de finales
de los sesenta y en los setenta, una comprensión de la crisis
-comprendiendo su dimensión 'económica'- necesita una vez más
ser un elemento crucial de la teoría proletaria. Pero los situacionistas
habían adoptado básicamente la posición de SoB acerca de que
el capitalismo había resuelto su tendencia hacia la crisis económica.
La crítica de Debord al enfoque burgués que yacía detrás de
las pretensiones científicas de los defensores de la teoría
de la crisis era en cierta manera correcta, pero ses equivocaba
en cuanto menospreciaba completamente la noción de crisis. En
"El verdadero quiebre" Debord y Sanguinetti por lo menos admitían
el retorno de la crisis al decir que "incluso la vieja forma
de la simple crisis económica, que el sistema había superado
exitósamente...resurge como posibilidad en el futuro inmediato".
Esto es mejor que las afirmaciones que hacía Cardan en su introducción
de 1974 a una nueva edición de "El Capitalismo Moderno y la
Revolución" en que negaba la realidad substancial de la crisis
económica. Cardan llegó a aceptar la creencia burguesa de que
todo era en definitiva un accidente causado por la crisis del
petróleo. Pero a la vez que la posición de Debord y Sanguinetti
era mejor en cuanto admitía la crisis, no creemos que en ella
exista una intención seria de asumir el cambio de circunstancias.
Como "El verdadero quiebre" señala en su introducción: "la Internacional
Situacionista se inpuso en un momento en un momento en que se
pensaba en un colapso del mundo, un colapso que se ha iniciado
frente a nuestros ojos". De hecho "El verdadero quiebre" se
caracteriza por la noción de que el capitalismo ha entrado en
una crisis final -pese a que esa crisis sea vista como una crisis
revolucionaria-.
La descripción hecha en "El verdadero quiebre" del período abierto
en 1968 como uno de crisis general es en general correcta, pero
es al mismo tiempo inadecuada.
Pese a que juzgar la época en atención a Mayo del 68 y al otoño
caliente del 69 en Italia es comprensible, lo que se necesitaba
era un real intento por analizar los términos de la crisis.
Eso habría requerido algún analisis de la interacción entre
elsujeto rebelde y la economía 'objetiva', y eso habría requerido
echar un vistazo al resto de El Capital.
La
revancha de los objetivistas
La crisis económica de los setenta, junto con echar por tierra
lo que se esperaba del período anterior, pareció dar la razón
a los defensores de la noción marxista tradicional de que el
capitalismo vivía una crisis terminal. No solo pensadores de
la vieja izquierda como Mandel en el trotskismo y Mattick en
el comunismo consejista, sino que también nuevas figuras como
Cugoy, Yaffe y Kidron emergieron como nuevos campeones de una
versión de la teoría Marxista correcta de la crisis. Los movimientos
políticos conectados con esos análisis también experimentaron
un crecimiento. Había desaveniencias importantes entre las teorías
producidas, pero el elemento común fue la perspectiva de que
el retorno de la crisis podía ser explicado adecuadamente con
la teoría del movimiento del capital explicada por Marx en El
Capital. La cuestión era qué tendencia a la crisis debía ser
enfatizada desde las referencas esbozadas por Marx.
Mandel y Mattick
Mandel y Mattick, como figuras precursoras, ofrecieron alternativas
influyentes. Lo que Mattick hizo, en esencia, fue mantener viva
la teoría del colapso de Grossman durante el boom económico
de la posguerra. Es decir, ofreció una teoría que explicaba
la tendencia mecánica al derrumbe capitalista en base al crecimiento
de la composición orgánica del capital y la caída de la tasa
de ganancia. Su innovación consistió primordialmente en analizar
cómo la economía mixta de los keynesianos difería la crisis
mediante el gasto estatal improductivo. Sostuvo que, si bien
dicho gasto había podido detener temporalmente los efectos de
la crisis, esto se debía únicamente al auge económico que siguió
a la guerra. Consideraba que la exitosa manipulación del ciclo
económico dependía de que en general se mantuviese un alto nivel
de ganancias en el sector privado. Cuando la caída general de
la tasa de ganancias hubiese alcanzado un punto crítico, la
creciente demanda estatal ya no bastaría para reactivar las
condiciones de acumulación y, de hecho, el flujo de recursos
estatales hacia el sector privado aparecería como parte del
problema. Argumentaba, así, que el keynesianismo podía postergar
pero no prevenir la tendencia a la crisis y el colapso inherente
a las leyes del movimiento del capital. Una de las principales
ventajas del análisis de Mattick consiste en basar la teoría
de la crisis en las contradicciones internas de la producción
capitalista. De esta forma se separó del enfoque de moda según
el cual el capitalismo se debilitaría a causa de las derrotas
propinadas al imperialismo por las revoluciones del tercer mundo.
Así, no le negó un potencial revolucionario a la clase trabajadora
de los países occidentales. Para él, sin embargo, esta lucha
de clases sería una respuesta espontánea al eventual fracaso
del keynesianismo en prevenir la crisis de acumulación. Las
leyes del capital que se suponía eran el origen de la crisis
y la lucha de clases se hallaban totalmente separadas. La carencia
fundamental de este análisis era un examen de cómo ocurría la
lucha de clases dentro del período de acumulación. No se puede
comprender la crisis del capitalismo al nivel abstracto en que
la aborda Mattick.
El economista belga Mandel, en su libro Capitalismo Tardío propuso
un enfoque multicausal. Define seis variables, cuya mutua interacción
supuestamente explicaría el desarrollo capitalista. Sólo una
de estas variables - la tasa de explotación - tiene alguna relación
con la lucha de clases, aunque aquí la lucha de clases es sólo
uno entre otros factores determinados por dicha variable. ¡La
historia del capital sería la historia de la lucha de clases
entre otras cosas! El otro factor importante sería el desarrollo
desigual y en consecuencia el papel revolucionario de los países
anti- imperialistas. De este modo, la historia del modo de producción
capitalista aparece determinada no por la contradicción central
capital/trabajo, sino por aquella entre relaciones económicas
capitalistas y pre-capitalistas. Por un lado Mandel afirma su
ortodoxia en la idea de que el capitalismo tardío es sólo una
continuación de la época imperialista/monopólica descrita por
Lenin, pero también rehabilita la teoría de las ondas largas
de desarrollo tecnológico que cruza a la época de declinación
imprimiéndole períodos de movimiento ascendente y descendente.
Las ondas largas son producto de la innovación técnica. Pero
ni en la tesis mandeliana de las ondas largas determinadas por
la tecnología, ni en la tesis de la caída de la tasa de ganancia
causada por la creciente composición orgánica del capital, se
reconoce en qué medida la innovación técnica es una respuesta
a la lucha de clases. El determinismo tecnológico subyace, de
una forma u otra, al marxismo objetivista; ahí radica la importancia
de la crítica autonomista a la visión objetivista de la tecnología.
Es preciso ligar la acumulación capitalista y sus crisis a la
lucha de clases. En el período fordista/keynesiano las luchas
de la clase obrera se expresaron mayoritariamente en un aumento
sostenido de los salarios, por cuanto los sindicatos, en representación
de la clase trabajadora, canalizaron la lucha contra la tiranía
del proceso de trabajo hacia demandas salariales. Al obtener
aumentos constantes, los obreros obligaron al capital a elevar
la productividad mediante la intensificación de las condiciones
de trabajo y una creciente inversión destinada a reducir las
necesidades de mano de obra. Esto le permitió al capital seguir
garantizando a los obreros el aumento real de los salarios.
En este sentido, tal como los autonomistas sostuvieron, durante
un período la lucha de la clase obrera se volvió un aspecto
funcional al circuito capitalista: un motor de acumulación.
Pero antes de entrar en dicho análisis vale la pena señalar
que algunos pensadores del campo objetivista abandonaron la
problemática de la declinación e intentaron hacer un análisis
más sofisticado del período de post-guerra. El Enfoque de la
Regulación se abrió a las ideas nuevas como el análisis autonomista
del fordismo. Sin embargo, otra infulencia importante fue el
estructuralismo, que mantuvo a la Enfoque de la Regulación dentro
de los márgenes del objetvismo.
El Enfoque de la Regulación
El Enfoque de la Regulación (ER) es significativo porque intentó
desarrollar la teoría en relación con la realidad concreta del
capitalismo moderno. Figuras de esta corriente como Aglietta
y Lipietz rompieron con las visiones ortodoxas acerca de los
períodos del capitalismo y lo que sus crisis representaban.
La periodización ortodoxa del capitalismo planteaba que éste
creció con el capital mercantil y maduró con el laissez faire
competitivo, para finalmente decaer - preparando las condiciones
para el socialismo - en su fase monopólica e imperialista. El
enfoque ortodoxo de la crisis sostenía que en un capitalismo
saludable ésta es parte del ciclo económico normal, mientras
que 'en tiempos de guerra y revolución' sería la evidencia de
su declinación subyacente y muy probablemente de la crisis terminal
y el derrumbre del conjunto del sistema. En términos de periodización,
el ER introdujo la noción de "regímenes de acumulación". Esto
es, que las etapas del desarrollo capitalista se caracterizan
por estructuras institucionales y patrones de normas sociales
interdependientes. En cuanto a la crisis, el ER sugirió que
las crisis prolongadas podrían representar la crisis estructural
de las instituciones reguladoras y las normas sociales conectadas
con el régimen de acumulación.
Así por ejemplo, interpretaron la división entre el capitalismo
de laissez faire y el monopólico como el paso de un 'régimen
de acumulación extensiva y regulación competitiva' existente
antes de la Primera Guerra Mundial, a un 'régimen de acumulación
intensiva y regulación monopólica' después de la Segunda Guerra;
la fase intermedia correspondería a la crisis de un régimen
y la transición al siguiente. La dificultad para los marxistas
ortodoxos consistía en cómo encajar el período de post- guerra
en su noción de 'época transicional'. Pudieron resolverlo identificando
ese período con una nueva fase de 'capitalismo monopólico de
Estado', pero enfrentados al problema de que el monopolio debía
representar el fin del capitalismo más que su crecimiento. El
ER afirmaba que lejos de tratarse de un período de declinación,
la post- guerra verificaba la consolidación de un régimen de
acumulación intensiva. El ER caracterizó este período por los
métodos de producción fordistas y el consumo masivo, la incorporación
de los bienes de consumo como parte primordial de la acumulación
capitalista y la hegemonía norteamericana a nivel mundial. En
esencia, lo que aparece en la base de este régimen es el vínculo
entre la elevación del standard de vida y el crecimiento de
la productividad. A la luz del ER los años 70 constituyen un
nuevo período de crisis estructural, pero esta vez del régimen
de acumulación intensiva. Al igual que Negri y los autonomistas,
el ER ve una parte de la crisis como la desvinculación entre
aumentos salariales y productividad, y el debilitamiento del
consenso social. El cese del aumento en la productividad acarrea
la crisis fiscal del estado, al tiempo que éste sigue empeñado
en los aumentos acumulativos del gasto público mientras la base
económica imprescindible para ello - un crecimiento sostenido
real - está erosionada. En el plano internacional, a medida
que la hegemonía norteamericana se deteriora, también hay un
deterioro de las condiciones favorables para el comercio mundial.
El punto central en relación a la tesis de la declinación es
que la crisis no es un proceso de agonía y muerte, sino una
crisis estructural severa que el capital sólo podrá superar
si restablece un régimen de acumulación.
La ruptura del ER con al esquema rígido de la ortodoxia revela
un análisis marxista mucho más sofisticado y menos dogmático.
Sin embargo no hay una inversión de la perspectiva que permita
ver el proceso desde el punto de vista de la clase asalariada.
El ER permanece firmemente dentro de la lógica del capital,
y simplemente agrega una masa de complicaciones al análisis.
Aunque ve correctamente la crisis como una crisis del conjunto
del orden social, el hecho de que vea el capital no como una
batalla entre sujetos sino como un proceso sin sujeto, significa
que cae en el funcionalismo. Se asume que la reestructuración
del capitalismo en curso llevará exitosamente al establecimiento
de un nuevo régimen de acumulación flexible, suponiendo al post
o neofordismo como algo inevitable. Tales ideas configuran una
nueva forma de determinismo tecnológico que, dado que afirma
la continuidad inevitable del capitalismo más que su colapso,
resulta más atractivo para los reformistas de izquierda que
para los revolucionarios. Así que, pese a que podemos usar algunas
de sus ideas, el ER es como su padre estructuralista, esencialmente
basado en la lógica del capital. Adoptar el punto de vista del
capital será siempre una tendencia de los pensadores académicos
pagados por el Estado.
El marxismo objetivista aprehende parcialmente la realidad del
capitalismo, pero solamente desde un polo: el del capital. Este
marxismo acepta las categorías de El Capital, que están basadas
en la reificación de las relaciones sociales bajo el capitalismo,
como una realidad dada más que como una realidad contestada.
Se toma la subsunción del trabajo de la clase asalariada como
un final, cuando es algo que debe realizarse repetidamente.
Se ve a la clase trabajadora como un engranaje en el avance
del capital, que se desarrolla según sus propias leyes. Tendencias
como el aumento de la composición orgánica son tomadas como
leyes técnicas intrínsecas a la esencia del capital, en circunstancias
que ésta y sus contratendencias son en realidad áreas de contestación.
Hay que abordar el proceso desde el otro polo: el de la lucha
contra la reificación, que es lo que hicieron grupos como Socialismo
o Barbarie y los situacionistas. Su alejamiento de la teoría
de la crisis era comprensible y parte necesaria del redescubrimiento
de la práctica revolucionaria en el período de auge de la post-guerra.
Sin embargo, cuando la crisis reapareció, fueron los objetivistas
quienes parecieron contar con las herramientas para abordarla.
Aún así, fracasaron en tomar una dirección política adecuada
a partir de sus teorías. La idea era simplemente que ellos entendían
la crisis, por lo tanto la gente tenía que agruparse bajo su
bandera. No obstante, en Italia surgió una corriente cuyo rechazo
al objetivismo incluyó una nueva forma de abordar la crisis.
La corriente obrerista-autonomista
Una corriente importante de la Nueva Izquierda italiana está
representada por los teóricos "obreristas" de los '60 como Panzieri
y Tronti, y los autonomistas de fines de los '60 y de los '70,
entre los cuales destacaron Negri y Bologna. Ellos atacaron
las categorías reificadas del marxismo objetivista. Atacando
el objetivismo del marxismo ortodoxo pusieron también en cuestión
la problemática de la declinación que era predominante en su
tiempo. Parte de la fuerza de esta corriente radicó en que,
más que simplemente afirmar a Marx contra un movimiento obrero
decididaamente reformista, tuvo que vérselas con el marxismo
prestigioso y teóricamente sofisticado del Partido Comunista
Italiano. El PCI, en su transición del estalinismo al euroestalinismo,
convirtió su contemplación de la crisis general del capitalismo
en apoyo a su desarrollo sostenido. Los obreristas captaron
que ambas posiciones implicaban una posición contemplativa frente
a la economía capitalista y que lo que hacía falta era invertir
la perspectiva para mirar al capitalismo desde el punto de vista
de la clase trabajadora.
Raniero Panizeri, uno de los precursores de esta corriente,
contribuyó con dos críticas de fondo al marxismo ortodoxo. Atacó
la falsa dicotomía entre planificación y capitalismo, así como
la noción de neutralidad de la tecnología contenida en la ideología
de las fuerzas productivas.
La falsa dicotomía entre planificación y capitalismo
Panzieri afirmaba que la planificación no es lo contrario al
capitalismo. El capitaismo, como Marx lo señalara, está basado
en la planificación despótica en el lugar de la producción.
El capitalismo fue más allá de los modos de producción anteriores
al apropiarse de la cooperación en el proceso productivo. El
trabajador experimenta esto como un control ajeno sobre su propia
actividad. En el capitalismo del siglo XIX esta planificación
despótica contrasta con la competencia anárquica a nivel social.
Panzieri sostuvo que el problema del marxismo ortodoxo y su
teoría de la declinación es que toma este período de laissez
faire capitalista como si fuera un modelo verdadero, mientras
que el cambio respecto a este modelo debe representar la declinación
del capitalismo o la transición al socialismo. Según la concepción
desarrollada por Panizeri y más tarde por Tronti, el capitalismo
de mediados del siglo XX había superado en cierta medida la
oposición entre planificación y mercado, convirtiéndose en un
capitalismo más avanzado, caracterizado por la obtención del
dominio de la sociedad por parte del Capital Social; la formación
progresiva de una Fábrica Social. En su dimensión social, la
sociedad capitalista no es sólo anarquía sino capital social
- la orientación de todos los aspectos de la vida hacia la imposición
de las relaciones de trabajo capitalistas.
Con esto, la contradicción central en la que el marxismo ortodoxo
basaba su teoría de la declinación resulta erosionada. No hay
una contradicción fundamental entre la socialización capitalista
de la producción y la apropiación capitalista del producto.
La 'anarquía del mercado' es un aspecto de la forma en que el
capital organiza la sociedad, pero la planificación es otro.
Estas dos formas del control capitalista no son fatalmente contradictorias
sino que interaccionan dialécticamente: con la planificación
generalizada el capital extiende la forma mistificada fundamental
de la ley de la plusvalía de la fábrica al conjunto de la sociedad;
en realidad, ahora parece desaparecer toda huella del origen
y de las raíces del proceso capitalista. La industria se reintegra
en el capital financiero para luego proyectar, a escala social,
la forma específica que asume la extorsión de la plusvalia.
La ciencia burguesa ve esta proyección como el desarrollo neutral
de las fuerzas productivas, de la racionalidad, de la planificación.
La planificación que vemos en el capitalismo no es transicional.
Al identificar el socialismo con la planificación, éste deja
de ser la negación del capitalismo y se convierte en una de
sus tendencias. Lo que emergió del desarrollo del capital monopólico-financiero
fue la base no de un modo de producción no capitalista sino
de una forma de capitalismo socialmente más integrado. El capital
superó algunas de las dificultades de su fase inicial, pero
el proceso por el cual lo consiguió fue interpretado como su
fase terminal.
Crítica de la tecnología
Ligada a la deconstrucción de la dicotomía planificación/anarquía
del marcado llevada a cabo por Panzieri, estuvo su crítica -
quizás aún más rupturista - de la tecnología. La planificación
despótica del capitalismo opera a través de la tecnología. En
esencia, Panizeri afirmó que en el capitalismo la tecnología
y el poder están tan interconectados que se hace necesario abandonar
la noción marxista ortodoxa de la neutralidad de la tecnología.
Una vez más, lo que se critica aquí es la naturaleza reificada
de los términos en la concepción ortodoxa de que las fuerzas
productivas pujarían por librarse de las trabas que le imponen
las relaciones de producción.
No existe ningún factor oculto, 'objetivo', inherente a los
rasgos del desarrollo tecnológico o de la planificación en la
sociedad capitalista actual, que pueda garantizar la transformación
'automática' o el 'necesario' derrocamiento de las relaciones
existentes. Las nuevas 'bases técnicas' obtenidas progresivamente
en la producción le dan al capitalismo nuevas posibilidades
para la consolidación de su poder. Esto no significa, por supuesto,
que las posibilidades de derrocar al sistema no aumenten al
mismo tiempo. Pero estas posibilidades coinciden con el carácter
globalmente subversivo que tiende a asumir la 'insubordinación'
de la clase trabajadora frente al 'andamiaje objetivo' cada
vez más independiente del mecanismo capitalista.
Esto ejemplifica el cambio que representó la perspectiva 'obrerista':
de una concepción centrada en el movimiento 'oculto' de las
fuerzas productivas entendidas como fuerzas técnicas, se avanzó
a una que ve a la clase revolucionaria como la fuerza productiva
más poderosa. Panzieri respondía así a una nueva combatividad
de la clase obrera, a su rearticulación en un grado tal que
llegaba a plantear una amenaza al capital; pero "Este ascenso
de la clase", como él mismo aclara, "se expresa no como un progreso,
sino como una ruptura, no como la 'revelación' de una racionalidad
oculta en el proceso productivo moderno, sino como la construcción
de una racionalidad radicalmente nueva, contrapuesta a la racionalidad
desplegada por el capitalismo".
Mientras que las principales corrientes marxistas, ya fuesen
éstas ostensiblemente revolucionarias o reformistas, tenían
y siguen teniendo una actitud reformista hacia la tecnología
capitalista - por ejemplo en su deseo de organizarla mediante
una planificación más eficiente y racional -, Panzieri vio en
qué medida la clase obrera era la que mejor reconocía dialécticamente
"la unidad de los momentos 'técnicos' y 'despóticos' en la actual
organización de la producción". La producción maquínica y otras
formas de tecnología capitalista son un producto históricamente
específico de la lucha de clases. Verlas como 'técnicamente'
neutrales es ponerse de parte del capitalismo. Dado que tal
punto de vista ha dominado al marxismo ortodoxo no es extraño
que algunos quieran ahora rechazar la crítica histórica del
capitalismo para quedarse en una perspectiva anti-tecnológica.
El problema de sustituír la simple negación de la 'civilización'
por la negación determinada (Aufhebung) del capitalismo, no
es sólo que algunos queramos tener lavadoras, sino que ello
nos impide conectarnos al movimiento real.
La crítica de la tecnología combinada con la inversión de perspectiva
permitió a los obreristas empuñar la crítica de la economía
política como una herramienta revolucionaria del proletariado.
Como hemos visto, una parte clave de la mayoría de las teorías
sobre la declinación y la crisis, es la caída tendencial de
la tasa de ganancia debida a la creciente composición orgánica
del capital, consecuencia a su vez del reemplazo capitalista
del trabajo (fuente del valor) por las máquinas. Los italianos
tomaron esta aguda observación de Marx: "Se podría escribir
una historia de todos los inventos introducidos por el capital
desde 1830 sólo para proporcionarles armas contra las revueltas
de la clase trabajadora", y la desarrollaron al interior de
una teoría en que consideraban el desarrollo tecnológico del
capital como respuesta a y en interacción con la lucha de la
clase obrera, en tanto que el proceso de trabajo capitalista
se constituía en terreno de una lucha de clases constantemente
repetida. Al basar el desarrollo capitalista en la lucha de
la clase asalariada, los obreristas le dieron sentido a la idea
de Marx de que la mayor fuerza productiva es la clase revolucionaria
misma. Cuando vemos el constante aumento de la composición orgánica
del capital como un producto de la lucha de clases y de la creatividad
humana, la caída tendencial de la tasa de ganancia empieza a
perder sus secuelas objetivistas. La transformación del capital
como estrategia de plusvalía absoluta en estrategia de plusvalía
relativa, fue forzada por la clase obrera y ha redundado en
que tanto ella como el capital queden atrapadas en una batalla
por la productividad. En esta teoría obrerista, las categorías
de la composición orgánica y técnica del capital fueron des-reificadas
y vinculadas con la idea de composición de clase, es decir,
con las formas de lucha y subjetividad de clase que acompañan
a la composición 'objetiva' del capital. Usando esta noción,
los teóricos de la autonomía obrera desarrollaron una crítica
de las antiguas formas de organización - tales como el partido
de vanguardia - como reflejos de una composición de clase anterior;
y teorizaron acerca de las nuevas formas de organización y lucha
de la masa trabajadora. Esto arroja una luz completamente nueva
sobre sobre el problema de la declinación del capitalismo y
la transición al comunismo: la llamada inevitabilidad de la
transición al socialismo no radica en el plano del conflicto
material, o más precisamente en el del desarrollo económico
del capitalismo; más bien se relaciona con la 'inteolerabilidad'
de la fragmentación social y sólo se puede manifestar como la
adquisición de consciencia política. Por esta misma razón, el
derrocamiento del sistema por la clase trabajadora es una negación
del conjunto de la organización en la cual el capitalismo se
expresa - en primer lugar y lejos, de la tecnología tal como
está ligada a la productividad.
Vemos que la primera oleada de obrerismo italiano en los '60
rechazó la noción de que el período de laissez faire marcó la
existencia propiamente tal del capitalismo y que desde entonces
éste habría venido declinando o decayendo; en cambio, prefirió
un análisis de los rasgos concretos del capitalismo contemporáneo.
Esto le permitió ver la tendencia a la planificación estatal
como expresión de la tendencia totalitaria del capitalismo:
el Capital Social. También rompieron con el marxismo ortodoxo
al invertir su perspectiva y ver a la clase obrera como la fuerza
motriz del capital, volviendo a una investigación militante
de las luchas del obrero-masa.
Teoría de la crisis a partir de la lucha de clases
Hay similitudes entre las posiciones autonomistas y el análisis
de Socialismo o Barbarie; sin embargo las primeras, puesto que
se basaban no en el rechazo sino en la reinterpretación de las
herramientas ofrecidas por la crítica marxiana de la economía
política, fueron más capaces de responder a la crisis abierta
en los '70. En efecto, se podría decir que la crisis de ese
período mostró cuán acertado estaba Tronti cuando en 1964 sugirió
la posibilidad de que "las primeras exigencias hechas por los
proletarios por derecho propio, el momento en que no pueden
ser absorvidos por el capitalista, funcionan objetivamente como
formas de rechazo que ponen al sistema en riesgo de muerte...
simple bloqueo político en el mecanismo de las leyes objetivas".
El progreso pacífico del capitalismo quedó hecho añicos a fines
de los '60 y la teoría obrerista italiana fue la que llegó más
lejos en la comprensión de este hecho; de igual forma, la práctica
de los obreros italianos durante los '70 fue la que llegó más
lejos en el ataque a las relaciones capitalistas.
Según Mattick, el marxismo ortodoxo respondió al keynesianismo
planteando que éste no podía alterar realmente las leyes del
movimiento del capital y que sólo podía postergar la crisis.
Esto es correcto hasta un cierto punto; el problema es que se
percibe la economía como una máquina más que como la apariencia
reificiada de unas relaciones sociales antagónicas. El avance
autonomista, expresado en trabajos como los dos ensayos de Negri
de 1968, consistió en caracterizar al keynesianismo como una
respuesta a la ofensiva de la clase obrera de 1917, un intento
por desviar el antagonismo de clase en beneficio del capital.
Keynes fue un pensador estratégico del capital y el keynesianismo,
que canalizó la lucha de la clase obrera por la vía de incrementos
salariales en pago por el aumento de la productividad, era en
esencia no sólo un requerimiento de la gestión económica sino
también de la gestión estatal sobre la clase obrera, una gestión
que se hace cada vez más violenta a medida que la clase obrera
la rechaza. El precario balance que esto representaba entró
en crisis debido a la ofensiva que la clase obrera emprendió
a fines de los '60 y en los '70, ofensiva que vino a romper
los compromisos de productividad sobre los que se basaba la
acumulación. El análisis autonomista veía todo el período fordista/keynesiano
como un período del estado planificador, que tras entrar en
crisis estaba siendo reemplazado por un estado que usa activamente
las crisis para mantener el control.
La teoría de la crisis a partir de la lucha de clases es una
corrección necesaria de las visiones objetivistas. La cuestión
central para el marxismo autonomista fue reconocer la crisis
del capitalismo ya no como determinada fatalmente por leyes
objetivas que actúan sobre la clase obrera, sino como una expresión
objetiva de la lucha de clases. La noción de época de declinación
o decadencia es, en efecto, omitida por esta teoría de las luchas
concretas de la clase. La historia del capitailsmo no es el
despliegue objetivo de las leyes del capital, sino una dialéctica
de composición y recomposición política. Desde esta óptica,
la profunda crisis desatada en los '70 aparece como el resultado
de las luchas del obrero-masa fordista. Ese sujeto, que había
surgido del ataque capitalista contra la composición de clase
que casi le destruyó tras la primera guerra mundial, se había
recompuesto políticamente hasta convertirse en una amenaza para
el capital. La crisis del capital es la crisis de la relación
social.
Durante los '70 los autonomistas produjeron la teorización más
avanzada sobre el rechazo del trabajo, junto a una crítica que
descartaba la teoría catastrofista de la crisis en favor de
una teoría dinámica de la crisis acpitalista y la subjetividad
proletaria. Los autonomistas ejemplificaron su teoría de la
crisis a partir de la lucha de clases con la consigna: "La Crisis
de los Jefes es una Victoria de los Trabajadores". Esto les
diferencia hondamente del marxismo ortodoxo, que explica la
crisis en términos de contradicciones internas del capital,
donde la declinación derivada del choque entre las fuerzas productivas
y las relaciones de producción conduciría a la crisis general.
La noción de que el capital obstaculiza a las fuerzas productivas,
aunque cierta en un sentido, no considera que a veces la fuerza
de la clase trabajadora obstaculiza a su vez las fuerzas productivas
entendidas en términos capitalistas. La clase trabajadora obstaculiza
el desarrollo de las fuerzas productivas porque este desarrollo
va contra sus propios intereses, contra sus necesidades. La
significación de la resistencia del proletariado al trabajo
capitalista no debe desaparecer en el sueño socialista de trabajo
para todos. Como dice Negri: "Liberación de las fuerzas productivas,
por supuesto, pero como la dinámica de un proceso que lleva
a la abolición, a la negación en la forma más total. Pasar de
la liberación-del-trabajo al ir-más-allá-del-trabajo, es lo
que forma el centro, el corazón del comunismo".
La teoría autonomista era, en cierta forma, una proyección optimista
de las tendencias presentes en la lucha existente. Esto funcionó
bien mientras la lucha de clases iba en ascenso y cuando las
tendencias revolucionarias llegaron luego a realizarse en actos.
Así, por ejemplo, Tronti desarrolló la idea de un nuevo tipo
de crisis desatada por el rechazo de los obreros porque la vio
prefigurada en la batalla de Piazza Fontana (hechos ocurridos
en 1967, cuando los obreros en huelga de la FIAT atacaron violentamente
a los sindicatos). La validez de dicha proyección quedó confirmada
en el otoño caliente italiano de 1969, cuando a menudo los obreros
volvían a la huelga inmediatamente después de haber regresado
a trabajar tras un período de huelga. Sin embargo tales proyecciones
teóricas, hechas también por los situacionistas cuando vieron
en las huelgas salvajes en Inglaterra una señal de lo que vendría
después, se hicieron inadecuadas cuando, tras la contra-ofensiva
capitalista la tendencia que predominó fue la imposición del
trabajo. Los teóricos autonomistas trataron de explicar esto
con nociones como la del estado planificador convertido en estado
de crisis.
La teoría de la crisis basada en la lucha de clases de alguna
forma perdió el rumbo en los '80; mientras en los sesenta el
quiebre de las leyes objetivas del capital era evidente, el
triunfo parcial del capital abatió al sujeto emergente. Durante
los '80 vimos cómo a las leyes objetivas del capital se les
daba libre albedrío para reinar despóticamente sobre nuestras
vidas. Una teoría que vinculara las manifestaciones de la crisis
con los comportamientos concretos de clase encontraba pocas
luchas ofensivas con las que conectar, pese a lo cual la crisis
proseguía. La teoría se había vuelto menos adecuada a las condiciones.
La inclinación de Negri al optimismo extremo y a sobreestimar
las tendencias como si fueran realidades, aunque no es tan mala
en tiempos de subversión proletaria, al acentuarse se convirtió
en un verdadero problema para su teorización, que le hizo resbalar
hacia su propia tesis de la declinación. Desligados del movimiento
revolucionario, los escritos de Negri resultan impotentes. En
escritos como Nosotros, comunistas y su contribución a Marxismo
Abierto, encontramos, ahora bajo un nuevo ropaje subjetivista,
la teoría de la declinación del capital y la llegada inminente
del comunismo.
Con todo, los autonomistas son un elemento necesario pero no
completo; expresan el movimiento de su época pero, en el caso
de Negri al menos, se debilitan al aislarse de él. Podríamos
decir que así como el '68 mostró las limitaciones tanto como
la validez de las ideas situacionistas, el período de crisis
y de actividad revolucionaria en Italia durante la década de
1969-79 mostró la validez y las limitaciones de los obreristas
y de la teoría autonomista. Esto no quiere decir que tengamos
que ir de vuelta a los objetivistas, sino que tenemos que avanzar.
La teoría autonomista en general, y la teoría de la crisis a
partir de la lucha de clases en particular, hicieron un aporte
fundamental a la crítica de las categorías reificadas del marxismo
objetivista. De ahí que podamos considerarlas como "modos de
existencia de la lucha de clases". Si a veces se pasa esto por
alto, y se ignora en qué grado las categorías tienen una vida
objetiva como aspectos del capital, sigue siendo necesario sostener
la importancia de la inversión de perspectiva. Necesitamos un
modo de concebir la relación entre objetividad y subjetividad
que no sea ni el mecanicismo de los objetivistas ni la afirmación
reactiva de que "todo es lucha de clases". ¿Cómo podemos abordar
el estado actual del capitalismo?
* La teoría de la declinación no es una teoría del derrumbe
automático del capitalismo. La mayoría de quienes la sostienen
reconocen que el capital puede recuperarse temporalmente si
la clase trabajadora lo permite; se trata más bien de una teoría
que ve una tendencia inevitable al colapso contenida dentro
del propio desarrollo capitalista, y que reduce el problema
de la subjetividad a llevar la consciencia al plano de los hechos.