[1933 - 2004]
Textos, entrevistas, reseñas, discursos
NOTAS EN ESTA SECCION
Adiós a la voz más crítica del Imperio - Silvina Friera
|
Perplejidades - Juan Gelman |
Diálogo entre una
descendiente de Noé y un pájaro
Los libros, los sueños, la
memoria (Carta a Borges) |
W. G. Sebald: El viajero y su
lamento | Miremos la
realidad de frente |
Modernidad y guerra santa
Nada impedirá a
EEUU emprender una guerra contra Irak (Entrevista) |
Resistir |
A pesar de la guerra la vida
continúa
"El gobierno Bush me parece
increíble" (Entrevista) |
"No sé qué son los intelectuales" (Entrevista)
|
Sontag recuerda las atrocidades de la guerra (Entrevista)
Susan Sontag reaviva su polémica con García Márquez sobre Cuba |
Ante el dolor de los demás |
Discurso al recibir el premio Príncipe de Asturias
La literatura es la libertad (Discurso
al recibir un Premio por la Paz) |
''Bush comprometió a
EEUU a una guerra permanente''
La fotografía y la guerra |
La fotografía: breve suma |
Sobre
las imágenes |
"He tenido que
hacer frente a distintas guerras" (Entrevista)
Nuestro mundo
ha demostrado ser sumamente vulnerable, Vicglamar Torres León



Susan
Sontag
Adiós a la voz más crítica del Imperio
Por Silvina Friera
A los 71 años murió la escritora, ensayista y cineasta Susan Sontag. Adiós a la
voz más crítica del Imperio. Ni las amenazas de la derecha más reaccionaria la
hicieron callar: desde los ‘60, Susan Sontag demostró con palabras y hechos su
hondo compromiso por buscar un mundo menos cruel.
La izquierda perdió a una de las mejores polemistas, considerada la más europea
de los escritores estadounidenses. La escritora y ensayista que encabezó el
movimiento intelectual posterior al mayo del ’68, la defensora de las utopías
como expresión de que es posible construir un mundo mejor, dueña de una prosa
maravillosamente provocadora, que estuvo en contra de todas las guerras, la
mujer que siempre repitió que "como ciudadana del mundo y ser humano" se sintió
obligada a usar su voz pública a favor de los que no tienen voz. Utilizaba las
palabras -y qué bien lo hacía- para desmontar las mentiras de una sociedad con
la que nunca comulgó: se sentía avergonzada de ser estadounidense, detestaba la
vanidad y la violencia de esa cultura de masas que arrasaba la cultura de otros
países. Ayer murió Susan Sontag, a los 71 años, a causa de la leucemia. "Yo
desprecio y temo a Bush", dijo, convencida de que hay un velado interés de
dominación absoluta por parte del gobierno de su país. "En ese sentido -agregó
la ganadora del Premio Príncipe de Asturias 2003- es seguro que Estados Unidos
verá el desplome de más Torres Gemelas y Pentágonos."
Sontag nació el 16 de enero de 1933 en Nueva York; durante su niñez, a la que
recordó como de la de "una solitaria", la lectura iluminaba sus días. "A los
ocho o nueve años leí todo Shakespeare", confesó. Estudió en las universidades
de California, Chicago (donde se licenció en Filosofía y Letras en 1951), París
y Harvard. Por su vasta formación filosófica y su pasión por la literatura de
vanguardia, la escritora, opinaba su colega Gore Vidal, se convirtió "más que
ningún otro estadounidense, en el eslabón con la literatura europea actual",
editando textos escogidos de Roland Barthes y Antonin Artaud. Su carrera
literaria comenzó en 1963 cuando publicó su novela El benefactor. "Tengo la
impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión", estimó, por
"la forma de llevarnos a mundos diferentes, envolvernos en su contexto, y
hacernos sentir partícipes de una historia ajena". A partir del éxito
internacional de sus ensayos reunidos en Contra la interpretación (1966) y Notas
sobre lo camp, se transformó en una autoridad en lo referente a costumbres de su
país.
En 1968 fue enviada
como periodista a la guerra de Vietnam, una experiencia que marcó su vida.
Sontag, también cineasta, filmó a las tropas israelíes en la guerra de Oriente
Próximo en 1973 y dirigió una película, Tierra prometida, en los Altos del
Golán. A mediados de los ‘70 le diagnosticaron cáncer: con esa misma actitud
combativa con la que se comprometía en luchas políticas y sociales, le torció el
brazo a la muerte escribiendo La enfermedad y sus metáforas (1977). Después se
sucedieron otros títulos de Sontag, traducida a 26 idiomas: Sobre la fotografía
(ensayo), Yo, etcétera (relatos), Bajo el signo de Saturno (ensayos), Ante el
dolor de los demás (ensayo de 2003) y las novelas El amante del volcán y En
América, texto de ficción histórica por el que ganó el National Book Award en
2000, uno de los premios más prestigiosos de su país.
La autora, que
sostenía que los intelectuales debían comprometerse, cuestionó duramente a los
escritores que se negaron a viajar a Bosnia, viaje que ella realizó en plena
guerra, para impartir clases en la Academia Dramática de Sarajevo. Allí montó,
en colaboración con el director bosnio Haris Pasovic y actores de diferentes
etnias, Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Regresó varias veces para dar
clases de cine y desarrollar proyectos de enseñanza. Decía, después de las
imágenes más espeluznantes que le tocó presenciar, que para imaginar Sarajevo
había que multiplicar a Bagdad por 500. "No había vida normal. No había agua,
electricidad, teléfonos, las escuelas estaban cerradas. Se estaba bajo un
continuo bombardeo", recordó la escritora, que en 1993 participó de la fundación
del Parlamento Internacional de Escritores, creado para defender la libertad de
expresión y proteger a los autores perseguidos. Aunque se quejaba ante los
medios de comunicación porque la consideraban una "máquina de opinión", Sontag
arremetía contra casi todo, especialmente contra los políticos. No dejaba títere
con cabeza. Sobre la política norteamericana tras los atentados del 11-S e Irak
dijo que en EE.UU. hay un partido, el republicano, y no hay oposición porque los
demócratas son un mero apéndice. Según la escritora, su país marcha hacia una
política imperial. "Estamos en el fin de la república y el inicio del imperio.
Clinton era Julio César y ese señor horrible de Texas es Augusto." Respecto de
Arnold Schwarzenegger, señaló que es "un mal chiste que salió de la nada" y lo
comparó con Berlusconi, a quien la gente prefiere en Italia porque "es rico y
tonto". "En política pasa como en la música, que no quieren a Mozart y prefieren
a las Spice Girls", resumió las nuevas tendencias de los votantes
estadounidenses. Cuando se revelaron las torturas en la prisión iraquí de Abu
Ghraib, Sontag ironizó: "En EE.UU. evitamos la palabra tortura, decimos abusos,
humillaciones, pero la palabra justa es tortura". Y recibió una lluvia de
críticas cuando publicó un ensayo en The New Yorker en el que afirmaba que los
atentados del 11 de septiembre de 2001 no habían sido "cobardes", como los
calificó Bush, sino un "acto llevado a cabo como consecuencia de las alianzas y
acciones específicas de Estados Unidos".
Cuando en 2001 recibió el Premio Jerusalén de Literatura, el más prestigioso de
Israel para escritores extranjeros, aceptó el galardón pese a las presiones para
que lo rechazara. La escritora, judía no practicante, aprovechó la oportunidad
para condenar la política de ocupación israelí en los territorios palestinos y
advirtió que la única solución sería la creación de un Estado binacional con la
desaparición del Estado de Israel. En 1999 polemizó con el escritor austríaco
Peter Handke, a quien criticó por su defensa de las posiciones serbias en los
Balcanes. Otro blanco de sus objeciones fue Gabriel García Márquez, a quien
recriminó en la Feria del Libro de Bogotá, el año pasado, por su silencio
respecto de las ejecuciones y condenas de disidentes en Cuba. Aunque aseguró que
amaba la obra del autor de Cien años de soledad, Sontag opinó que "él no dice la
verdad sobre Cuba por su amistad con Fidel Castro, aunque dispone de información
de primera mano". Y la escritora recordó lo que le respondió el colombiano. "Su
respuesta fue ridícula. Dijo que está en contra de la pena de muerte y que en
privado ayudó a mucha gente. Eso demuestra que sabe lo que pasa. José Saramago
es comunista y apoyaba sin condiciones al régimen cubano, pero declaró que ya no
podía apoyarlo por más tiempo. García Márquez me dio pena, pero es ridículo.
Necesitamos la verdad."
Aunque recibió amenazas de muerte por sus afirmaciones acerca de los ataques
terroristas a las Torres Gemelas, a Sontag no le preocupaba lo que podía
sucederle. Lo único que la desvelaba eran los cambios que se estaban produciendo
en su país. La escritora que les hizo frente a distintas guerras -reales y
metafóricas- perdió su última batalla.
Página/12, 29/07/04

Perplejidades
Por Juan Gelman
Susan Sontag es una estadounidense de 68 años y pensamiento libre, capaz de
calificar al entonces régimen soviético de "fascismo con rostro humano" y de
apoyar con entusiasmo los bombardeos estadounidenses en Kosovo. No es
precisamente pacifista y así lo reconoce. Se encontraba en Berlín cuando
aconteció el 11 de setiembre y después de estar clavada 48 horas seguidas frente
al televisor recibiendo "una sobredosis de CNN" -confiesa-, escribió un texto
breve que publicó The New Yorker el 24 de setiembre.
Criticaba acerbamente allí a los gobernantes y los medios de EE.UU. por la ancha
desconexión existente entre la realidad y lo que aquéllos decían sobre la
realidad, tratando de convencer al país de que todo estaba bien y deseosos de no
perturbar la visión del mundo supuestamente infantil del pueblo norteamericano.
Entonces llovió palos sobre la escritora.
Se la acusó de "odiar a los estadounidenses", de "idiota moral" y "traidora", se
propuso confinarla en "el desierto" y hasta se opinó -un tal Todd Gaziano, de la
Heritage Foundation, en el programa televisivo de Ted Koppel- que en adelante
había que prohibirle "hablar en círculos intelectuales honorables", ya que
merecía "ser deshonrada y despreciada por sus absurdos puntos de vista". Un
artículo en The New Republic -revista para la que alguna vez escribió- comenzaba
así: "¿Qué tienen en común Osama bin Laden, Saddam Hussein y Susan Sontag?".
Nada menos que la destrucción de EE.UU. Pero la escritora sólo piensa que
"revisitar la guerra del Golfo no es la manera de enfrentar a ese enemigo (el
terrorismo)".
Susan Sontag se refirió en una entrevista reciente al terror desatado por la
amenaza del ántrax: "Las autoridades responden al miedo al ántrax -y estoy un 99
por ciento convencida de que se debe a la acción de émulos locales locos que
siguen su propia guerra- propagando más miedo aún. Ahí está el vicepresidente
Cheney diciendo: ‘Bueno, esta gente (la que remite cartas contaminadas) puede
ser parte de la misma red terrorista que produjo el 11 de setiembre’. Bueno, que
me disculpen, pero no tenemos razón alguna para pensar eso". No seguramente en
el caso de las 170 clínicas del país que llevan a cabo abortos bajo el lema del
"derecho a la elección": el 16 de octubre último todas recibieron cartas con
aviesos polvos blancos. Las misivas fueron despachadas desde Virginia, sede de
una filial del militante grupo antiabortista Ejército de Dios, y anunciaban: "Ya
están expuestos al ántrax. Los mataremos a todos". El examen preliminar de uno
de los sobres reveló la presencia de ántrax, aunque los resultados definitivos
del análisis se conocerán la semana entrante. El hecho pasó inadvertido con tres
muertos ya por el bacilo, su aparición en el Senado, la Cámara de
Representantes, las oficinas de correo y el departamento militar encargado de
clasificar la correspondencia destinada a la Casa Blanca. Pero habla a las
claras del terrorismo interno de EE.UU., en el que estos grupos ocupan un lugar
destacado. No se limitan a arrojar bombas contra tales clínicas: en 1998 uno de
sus militantes, James Charles Kopp, asesinó a tiros al Dr. Barnett Slepian,
médico que practicaba el aborto en Buffalo, estado de Nueva York. Kopp logró
huir a Europa y hay evidencias de que tanto su fuga como su estadía en el Viejo
Continente fueron cobijadas por un movimiento antiabortista que contaría con una
red internacional semejante a la de Bin Laden.
The Wall Street Journal del 18 de octubre afirmaba que "de lejos, el proveedor
más verosímil (del bacilo de ántrax que se propaga en EE.UU.) es Saddam
Hussein". Lo repiten en Washington miembros de la administración interesados en
"terminar la guerra contra Irak". Pero el 23 de octubre Bush hijo señalaba que
"no le sorprendería" que Bin Laden estuviera detrás de los ataques con ántrax y
Ari Fleischer, vocero de la Casa Blanca, explicaba que ésa era "la sospecha
operante". Tampoco sorprende la errancia del discurso oficial del mandatario
yanqui, que primero habló de que se trataba de capturar a Bin Laden vivo o
muerto y luego de barrer al régimen talibán, que un día afirma que su objetivo
es Afganistán y al día siguiente que esta guerra será larga y podrá extenderse a
los países que a su juicio alberguen terroristas. Susan Sontag, por su parte,
reflexiona que mientras "esos idiotas del FBI dicen que tienen ‘evidencias
plausibles’ de la posibilidad de otro ataque este fin de semana... nuestro
ridículo presidente nos dice que salgamos de compras, que vayamos al teatro y
que llevemos una vida normal. ¿Normal? Pude caminar 50 cuadras de un extremo a
otro de Manhattan en minutos porque no había nadie en las calles, nadie en los
restaurantes, nadie en automóvil. No se puede aterrorizar a la gente y decirle
luego que se comporte con normalidad".
"El presidente no sabe dónde está parado. Es un hombre confundido, atolondrado y
miserablemente perplejo. Quiera Dios que pueda mostrar que en su conciencia no
hay algo más deplorable que su perplejidad mental." No lo dijo Susan Sontag: son
palabras que Abraham Lincoln dirigió al onceavo presidente de EE.UU., James Knox
Polk. Pertenecen al discurso que el entonces diputado por Illinois pronunció en
1848 ante la Cámara de Representantes en apoyo de una resolución presentada por
los whighs, su partido, en que se aseveraba que la guerra en curso contra México
"fue iniciada por el presidente de los Estados Unidos de manera innecesaria e
inconstitucional". Es verdad que Bush hijo inició su guerra de la misma manera,
pero quién sabe si la frase de Lincoln le es del todo aplicable.
Pareciera que
la conciencia del hoy presidente de Estados Unidos más que a perplejidad huele a
petróleo.

Susan Sontag:
Textos, entrevistas, discursos
Diálogo
entre una descendiente de Noé y un pájaro
Cuéntame un cuento -dijo una de las descendientes de Noé-. Sí, cuéntame un
cuento.
-¿De qué clase? Mmmm. Puedo contarte uno con final feliz.
-No seas condescendiente. Puedo tolerarlo. Sólo cuéntame un cuento.
-Entonces te contaré uno con final triste. Pero después de un rato ya no
prestarás atención. Estarás inquieta, con la mirada distraída. Y te preguntaré
lo que ocurre y me responderás que ya has oído ese cuento antes. Me dirás que no
tenía por qué haber terminado tan mal.
-¿Sólo hay dos clases de cuentos? No es cierto.
-Ay, el cielo es amplio. Ay, el océano, profundo. Y todos los cuentos ya han
sido contados, ay, ay, ay...
-¡Basta! Sólo quieres atemorizarme. Pero es inútil, no tiene remedio. Debo
mantener el ánimo en alto. Sé que eres un pájaro agorero. Te gusta atemorizarme.
-¿Agorero yo? Te equivocas. Me encanta estar vivo. Precipitarme, lanzarme y
posarme donde me apetece. Lo que ocurre es que si observo mi entorno no puedo
sentir más que desánimo.
-Escucha, se supone que eres el portador de buenas nuevas.
-Sólo puedo relatar lo que veo.
-Pues vuela, entonces. Y no vuelvas hasta que puedas contar algo optimista.
-¿Ves? Te lo dije, no quieres oír malas noticias.
-Vaya, es que no quiero escuchar malas noticias siempre. No me lo reproches.
-Bien, lo intentaré de nuevo. No creas que me gustan las calamidades, claro que
no. Así que quieta aquí y déjame echar otro vistazo.
-¡Espera!
-¿Qué?
-No te distraigas por ahí. Quiero decir, no hagas el tonto. Es decir, sólo trae
las noticias.
-Primero me riñes por agorero, y ahora me reprochas que lo pase bien. Pero no
puedo evitarlo. El éxtasis es lo mío. Soy un artista, ya lo sabes.
-¿El éxtasis, dónde?
-Por doquier.
-Vaya suerte.
-Qué, ¿nunca lo has sentido?
-Claro, pero...
-Sí, ya sé. Pero entonces algo te desanima. Cargas con todas estas posesiones
que tanto te importan y tienes que guardar y remplazar, y todos tus ambiciosos
proyectos y tu crasa parentela, y...
-No hables de mis parientes, ¿te queda claro? Se esfuerzan mucho.
-Todos os esforzáis. Sobre todo en ignorar las malas noticias hasta que vienen a
posarse en tu regazo.
-Y ¿por qué no habríamos de albergar esperanzas? Considera a cuánto hemos
logrado sobreponernos. Y aquí estamos, todavía. Perduraremos. Lo sé.
-Eso espero. Ojalá estés en lo cierto. En todo caso, yo me voy.
-Pero, ¿volverás?
-Sin duda.
-¿Me lo prometes?
-Desde luego que volveré.
***
-Vaya, ¡te has retrasado!
-Lo siento. Me lo estaba pasando bien.
-¿Y qué más?
-Estaba buscando buenas noticias.
-¿Y?
-Pues bien, siempre hay alguna buena noticia, si eso es lo que quieres saber. Te
ruego que no creas que disfruto con tu preocupación.
-Vamos, preocúpame.
-Nada parece estar marchando muy bien allá. Vi cosas muy perturbadoras.
-Estoy segura de que te desviaste para encontrarlas.
-No hizo falta ir muy lejos.
-Quizás no te parezcan bien a ti. Quizás mi punto de vista es distinto.
-Muy bien, prueba tú. Traigo algunas fotos.
-Vaya, fotos. ¡Qué bien!
-Míralas.
-¡Dios mío, es la luna! Las aguas retrocedieron y recalamos en la luna. Alabado
sea el Señor.
-No, es el desierto.
-Ah. Mira, éstas son magníficas.
-Gracias.
-Me parece muy hermoso. Estos dorados, rosados y castaños. Y el cielo. Y la luz.
No veo que haya nada malo.
-Bien, no se trata sólo de mirar. Tienes que saber lo que ha estado sucediendo.
Hay un cuento que acompaña las fotos. Cuando conoces el cuento, las fotos cobran
otro sentido.
-Ya sé, ahora me vas a venir con lo de la maldad humana. Ya me sé la historia.
Por eso hubo un diluvio.
-No, no quiero contarte algo tan general. Más bien quiero hablar de la
pasividad. Y del poder. Quizás adviertas que no hay gente en las fotos. Pues
esto es lo que ha hecho la gente.
-De igual modo, me parece hermoso. ¿No puedes ver el friso sutil de las ruinas a
lo lejos, casi del mismo color de la arena?
-A veces, cuando las cosas son destruidas, parecen hermosas.
-¿Más hermosas?
-A veces.
-¿Y cómo lo sabes?
-Debes aprender a interpretar las señales.
-No, puro graznido.
-Graznido humano, te lo aseguro.
-¿Hay mucha gente que conoce esta historia?
-Sí. Mucha. La cuestión no está en saber sino en preocuparse.
-Pero debes aceptar que preocupaciones sobran. No puedes preocuparte por todo.
-Creo que esto debería preocuparte.
-Pero el mundo es un lugar muy amplio, ¿no es así? Quiero decir, hay mucho
espacio. ¿Realmente importa lo que sucede en unos cuantos lugares? ¿Si unos
lugares se estropean, arruinan o profanan? Siempre hay espacio para continuar.
¿Si se le prende fuego a unas bibliotecas llenas de libros y manuscritos viejos,
si se saquean unos cuantos museos? Al mundo le sobran más cosas viejas, si eso
es lo que te gusta ver.
-Debes de ser de Estados Unidos.
-¿Cómo?
-No importa.
-Creo que le contaré esta historia a unas cuantas personas. ¿Les puedo mostrar
las fotos?
-¿Por qué no?
-No vueles ahora. Quédate en tu percha. ¡Volveré antes de que me eches de menos!
***
-¿Me echaste de menos?
-¿Qué dijeron los demás?
-Dijeron que las fotos eran hermosas.
-¿Es todo?
-Dijeron que también estaban inquietos.
-¿Qué más?
-Dijeron que no había nada que hacer.
-¿Eso dijeron? ¿Todos?
-Bueno, no todos...
-Y...
-Dijeron que el mundo allí fuera es cruel.
-Yo diría que el mundo también es cruel aquí dentro. En tu, ¿cómo le has
llamado?, arca.
-Nos las arreglamos.
-Ya veo.
-¡De verdad! Sólo tenemos que, mira, reducir nuestras expectativas.
-A medida que todo empeora.
-Exacto.
-¿Y ahora quién es el pesimista?
-No es pesimismo. Es realismo.
-Sí, claro.
-Y también me advirtieron de que me tomara con un grano de sal lo que decías.
Dijeron que eras un artista.
-Yo ya te dije eso.
-Creí que tu labor era traer noticias.
-Los artistas también hacen eso.
-Sí, malas noticias.
-No siempre, te lo aseguro.
-Dijeron que a los artistas les gusta centrarse en los desastres. Que se
deleitan en las malas noticias. Y que son moralistas ingenuos que no comprenden
las leyes de hierro de la historia. Y (no te rías) del progreso.
-¿Cómo cuáles?
-Bien. El porqué tienen que hacer eso. La gente que todo lo domina. Por qué
tienen que destruir el desierto. Y, a veces, las ciudades y los pueblos. Lo que
me mostraste en las fotos.
-¿Por qué, entonces? Dímelo tú.
-Porque tenemos enemigos. Enemigos malévolos. Hemos de estar preparados. Tenemos
que defendernos. Tenemos que ir allá y detenerlos antes de que sean lo bastante
fuertes para hacernos algo.
-¡Loro!
-Oye, no todos somos pájaros aquí.
-¿De verdad te crees lo que acabas de decir?
-Mira, estoy pensando en lo que me comentas. Es una pena, en verdad. Las
marismas se convirtieron en desierto. El desierto profanado. Y lo que le sucedió
a los animales. Y a la agente y a lo demás. Pero hay muchas otras
consideraciones, políticas, económicas, científicas, que no comprenderías. Eres
un vagabundo. Eres un artista.
-Es cierto. No tengo ataduras. Como un pájaro.
-Digamos.
-Veo que has conocido a muchos artistas.
-Si te he ofendido, lo lamento.
-¡Dios mío, dame fuerzas! ¡Estos ilusos tan...!
-A mí no me graznes. Yo no fui. Yo no devasté el desierto. No maté a los
animales. Ni masacré a los conscriptos. No prendí fuego a la biblioteca ni
saqueé el museo de antigüedades.
-¿Sabías que durante la primera guerra del Golfo se mostraban películas
pornográficas a los pilotos justo antes de que los enviaran a sus misiones de
bombardeo?
-Pilotos de Estados Unidos.
-Así es.
-Oye, ésa ha sido práctica en más guerras coloniales norteamericanas que las que
puedo contar. Pero los estadounidenses no inventaron el vínculo entre la
testosterona y el placer de dar muerte, sobre todo de dar muerte desde lo alto
de los cielos a gente indefensa en tierra, del mismo modo que es el único país
que envenena su propio territorio.
-¿Qué quieres decir?
-Que todos hacen lo mismo en cuanto se les presenta la oportunidad. Así pues,
¿por qué te metes con Estados Unidos?
-Supongo que porque soy un artista estadounidense.
-¿Estás poniéndote sarcástico?
-¿Yo?
-Sí, tú.
-Hasta pronto, yo me largo al desierto de la alegría.
-Sabes, antes de que te marches, debes reconocer que la naturaleza es violencia.
-Y la naturaleza humana.
-Sí. Aunque no todos se comportan tan mal como la gente puede llegar a
comportarse.
-Como si fuera perenne. Eso está sucediendo ahora mismo.
-Pues yo no soy una de las perpetradoras. La gente que de hecho hace esto ni
siquiera hablaría con una criatura como tú. La gente que hace esto sólo alzaría
una arma y te borraría de los cielos.
Se escucha un aletear de alas.
-¡Oye! ¡No te vayas! ¡No soy una de los dirigentes del planeta! ¡Soy una pobre
criatura como tú! No te... vayas.
*
Aquí estoy de vuelta.
Silencio.
-¿Hola?
-Creí que no ibas a volver.
-Ay, soy un pájaro persistente.
-¡Sin duda alguna! Pero, en serio, te admiro porque no te has dado por vencido.
-Pensé que si seguía cantando, lo comprendería finalmente.
-Pues sí, la tenacidad es una de las virtudes. Y las fotos son inolvidables. He
de reconocerlo. Tus paisajes de catástrofe.
-Pero te gustaría olvidar lo que te he mostrado, ¿no es así?
-Claro que sí. ¿Quién quiere sentirse más desamparado?
-Pero no lo olvidarás.
-Aunque me quedara ciega no podría olvidar esas fotos.
-Es curioso que menciones la ceguera. Pues ése era el tema de la homilía que
tenía intención de pronunciar. ¿Lista para la homilía?
-Dispara.
-Dios mío.
-Vamos, es una broma.
-No hay bromas.
-Tienes que tener sentido del humor. Para sobrevivir.
Silencio.
-Vale, pues.
Silencio.
-En serio, estoy escuchando.
-Mi homilía. Acaso lo sepas o no, pero hay dos clases de ceguera. La retiniana,
que causa deterioro ocular, y la cortical, que resulta de una lesión en el
cerebro y deja los ojos intactos.
-Qué interesante.
-El punto es que la gente con ceguera cortical ve, en algún sentido, es decir,
recibe impresiones visuales en la conciencia. Pero se considera ciega porque
esas impresiones no pasan a la plaza más pequeña de la conciencia. Esto ha sido
demostrado en un experimento reciente.
-Me gustan los experimentos.
-Sí, ya lo sé. Bien, en todo caso, imagina una persona con ceguera cortical en
un lado, por ejemplo, digamos, el derecho. La sientas a la mesa. Giras su cabeza
a la izquierda. Colocas unos objetos, digamos, una taza de café y un candelabro,
en la mesa, a la derecha. Si preguntas. ‘‘¿Qué ves en el lado derecho de la
mesa?" La respuesta es: ‘‘Nada. Ya sabes que estoy ciego de ese lado". Pero si
replicas: ‘‘Sí, es cierto, no puedes ver de ese lado, estás ciego. Pero
supongamos que pudieras ver, imagina que puedes ver. ¿Dónde crees que están los
objetos en la mesa?" Y entonces, oh milagro, apenas dudándolo, la persona ciega
extiende el brazo, abre la mano un poco en busca del candelabro, y la abre más
para la taza.
-¡Vaya! ¿En verdad?
-Sí. Pero ésta es una historia. Me pediste un cuento. Esta es una parábola.
-¿Y cuyo sentido es...?
-Que lo mismo sucede con nuestras acciones. De igual modo que sabemos mucho más
de lo que nos damos cuenta, podemos hacer mucho más de lo que nos creemos
capaces. Formula la pregunta directamente: ¿Qué podemos hacer para evitar la
destrucción del planeta y la creciente ola de violencia humana? La respuesta
tiene que ser: Nada. ¿Los seres humanos contra los animales, los hombres contra
las mujeres, la historia contra la naturaleza? Nada. Pero qué sucede si decimos:
De acuerdo, no puede evitarse. Sin embargo, si imaginamos, sólo como hipótesis,
aunque desde luego es imposible...
-Ya veo -dijo la descendiente de Noé.
-Sí -respondió el pájaro-. Otro marco para la voluntad. Porque está tan claro
como el día y la noche: los bosques están siendo arrasados; las aguas,
envenenadas; el aire se está oscureciendo y volviendo tóxico. Y los gobiernos
presuntuosos continúan proyectando su poder con éxito: para conmocionar y
asombrar, masacrar, explotar y despojar. Es cierto, no se puede salvar al mundo.
Pero, ¿si actuamos de todos modos como si pudiera salvarse? Pues entonces...
-Ya veo -repitió la descendiente de Noé.
-Sí -dijo el pájaro agorero, algo más animado-. Casi es posible que se pueda
salvar el mundo.
Texto de la escritora y activista estadounidense incluido en el primer número de
la revista Granta en español, que se reproduce con autorización de sus editores
Traducción: Aurelio Major


Los
libros, los sueños, la memoria
[Carta a Jorge Luis Borges]
El tigre está en la biblioteca. Por Susan Sontag, 12/06/96
Querido Borges:
Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no
parece demasiado extraño dirigirle una carta. (Borges, son diez años.) Si alguna
vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era
usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin
embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta
bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su
atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así
como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de
espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado,
perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron
en un experto viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo
diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro
parecían banales bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del
tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta
Browning, que escribió algo así como "el presente es el instante en el cual el
futuro se derrumba en el pasado". Eso, por supuesto, formaba parte de su
modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores.
Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor
de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no
necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por
sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted
encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario
ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo
terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor -delicadamente
agregó: todas las personas- debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un
recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)
Usted fue un gran recurso para otros escritores. En 1982 -es decir, cuatro años
antes de morir (Borges, son diez años)- dije en una entrevista: "Hoy no existe
ningún otro escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges.
Muchos dirían que es el más grande escritor viviente... Muy pocos escritores de
hoy no aprendieron de él o lo imitaron". Eso sigue siendo así. Todavía seguimos
aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando. Usted le ofreció a la gente
nuevas maneras de imaginar, al mismo tiempo que proclamaba, una y otra vez,
nuestra deuda con el pasado, por sobre todo con la literatura. Usted dijo que le
debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los
libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy
segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros
sueños y de nuestra memoria. También nos dan el modelo de la autotrascendencia.
Algunos piensan que la lectura es sólo una manera de escapar: un escape del
mundo diario "real" a uno imaginario, el mundo de los libros. Los libros son
mucho más.
Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual
decadencia. Son cada vez más los que se zambullen en el gran proyecto
contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible, de
repudiar el libro y sus efectos. Ya no está uno tirado en la cama o sentado en
un rincón tranquilo de una biblioteca, dando vuelta lentamente las páginas bajo
la luz de una lámpara. Pronto, nos dicen, llamaremos en "pantallas-libros"
cualquier "texto" a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular
preguntas, "interactuar" con ese texto. Cuando los libros se conviertan en
"textos" con los que "interactuaremos" según los criterios de utilidad, la
palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra
realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se
está creando -y que nos prometen- como algo más "democrático". Por supuesto,
usted y yo sabemos, eso no significa nada menos que la muerte de la
introspección... y del libro.
Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no
tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges,
por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar
mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros -de la lectura en
sí- que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo
extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando
en una era extraña, el siglo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas.
Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y
usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe
Susan Sontag, crítica y narradora estadounidense. Su última novela traducida al
español es El amante del volcán. Traducción: Claudia Martínez.


W.
G. Sebald: El viajero y su lamento
Por Susan Sontag
W. G. Sebald, nacido en un poblado alemán en 1944, es uno de esos raros
escritores que han convertido al viaje en motivo de grandeza y encanto. Este
ensayo traza su perfil literario y se conmueve ante el lenguaje de sus obras, un
fluir maravilloso, delicado y denso.
Susan Sontag interroga a tres de las novelas de Sebald hasta dar con un proyecto
que retrocede ante las devastaciones de la modernidad y medita en torno a los
secretos de vidas oscuras. Ofrecemos también una muestra del trabajo de Sebald,
sin más ambición que el gusto por la buena literatura.
¿Es todavía posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la
ambición literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la
crueldad insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la
actualidad un proyecto literario centrado en la nobleza? La obra de W. G. Sebald
es una de las pocas respuestas disponibles a los lectores del idioma inglés.
Vértigo, la tercera novela de Sebald traducida al inglés, fue el punto de
partida. Apareció en alemán en 1990, cuando su autor tenía 46 años; tres años
después vino Los emigrantes; dos años más tarde Los anillos de Saturno. Cuando
Los emigrantes se tradujo al inglés en 1996, la aclamación lindó con la
reverencia. Ahí estaba un escritor magistral, maduro, inclusive otoñal en su
persona y en sus temas, que había logrado un libro tan extraño como irrefutable.
Su lenguaje era maravilloso: delicado, denso, inmerso en la materia de las
cosas; y aunque de esto hubiera amplios antecedentes en lengua inglesa, lo que
resultaba ajeno y a la vez más persuasivo era la autoridad extraordinaria de la
voz de Sebald: su gravedad, sinuosidad, precisión, su libertad frente a toda
cohibición debilitadora o toda ironía gratuita.
En los libros de W. G. Sebald, un narrador que lleva el nombre de W. G. Sebald
-según se nos recuerda en forma ocasional- viaja para rendir cuenta de la
evidencia de una moral en la naturaleza, retrocede ante las devastaciones de la
modernidad, medita en torno a los secretos de vidas oscuras. En alguna jornada
de investigación, lanzado por algún recuerdo o noticia de un mundo perdido sin
remedio, él recuerda, invoca, alucina, lamenta.
¿Es Sebald el narrador? ¿O es un personaje de ficción a quien el autor ha
prestado su nombre, con detalles selectos de su biografía? Nacido en 1944 en un
poblado alemán que en sus libros llama "W." (la cubierta lo identifica para
nosotros como Wertach im Allgäu), el autor se estableció en Inglaterra durante
sus primeros veinte años de edad, y con una carrera académica vigente en la
enseñanza de literatura alemana moderna en la Universidad de East Anglia,
incluye un puñado de alusiones a estos y algunos otros hechos, y también -con
otros documentos autorreferenciales reproducidos en sus libros- un retrato con
el grano abierto de él mismo, situado al frente de un enorme cedro de Líbano en
Los anillos de Saturno, o la foto de su nuevo pasaporte en Vértigo.
Sin embargo, estos libros reclaman con justicia ser considerados como ficción. Y
son ficción, no sólo porque hay buenas razones para creer que mucho ha sido
inventado o alterado sino porque, seguramente, algo de lo que Sebald narra
sucedió en efecto: nombres, lugares, fechas y demás. La ficción y la
objetividad, desde luego, no se oponen. Uno de los reclamos fundadores de la
novela inglesa es que la historia sea verdadera. Lo característico de una obra
de ficción no es que la historia no sea verdadera -bien puede ser verdadera, en
parte o en su integridad-, sino su uso o expansión de una variedad de recursos
(aun documentos falsos o fraguados) que producen lo que los críticos literarios
llaman "el efecto de lo real". Las ficciones de Sebald -y la ilustración visual
que las acompaña- proyectan el efecto de lo real a un extremo fulgurante.
Este narrador "real" es un modelo de construcción literaria: el promeneur
solitaire de muchas generaciones de literatura romántica. Un solitario, aun
cuando se menciona alguna compañía (como Clara, en el párrafo inicial de Los
emigrantes), el narrador está listo para salir de viaje a su antojo, a seguir
algún arrebato de curiosidad acerca de una vida extinta (como los cuentos de
Paul, un querido maestro de primaria en Los emigrantes, quien por primera vez
lleva al narrador de vuelta a la "nueva Alemania", y como los del tío Adelwath,
quien lleva al narrador a Estados Unidos). Otro motivo para el viaje se plantea
en Vértigo y Los anillos de Saturno, donde resulta más evidente que el narrador
es asimismo un escritor, con las inquietudes de un escritor y el gusto por la
soledad de un escritor. Es frecuente que el narrador empiece el viaje cuando
surge alguna crisis. Y, por lo común, el viaje es una indagación, aun cuando la
naturaleza de esa indagación no se manifiesta enseguida. He aquí el principio
del segundo de los cuatro relatos que conforman Vértigo:
En octubre de 1980 viajé de Inglaterra, en donde para entonces yo había vivido
durante casi 25 años, en un distrito que estaba casi siempre bajo cielos grises,
rumbo a Viena, con la esperanza de que un cambio de lugar me ayudaría a superar
una etapa de mi vida particularmente difícil. Sin embargo, en Viena descubrí que
los días me resultaban demasiado largos, ahora que no estaban ocupados por mi
acostumbrada rutina de escribir y hacer trabajos de jardinería, y literalmente
no sabía a dónde dirigirme. Salía temprano cada mañana y caminaba sin rumbo ni
objetivo por las calles de la ciudad antigua...
Este largo pasaje, titulado "All ´estero" ("En el extranjero"), que lleva al
narrador desde Viena a varios lugares del norte de Italia, sigue al capítulo
inicial -un brillante ejercicio de escritura concentrada que refiere la
biografía del muy viajero Stendhal- y le sigue un tercer capítulo que relata con
brevedad la jornada italiana de otro escritor, "Dr. K.", en algunos sitios
visitados por Sebald durante sus viajes a Italia. El cuarto y último capítulo,
tan largo como el segundo y complementario de éste, se titula "Il ritorno in
patria" ("Regreso a casa"). Las cuatro narraciones de Vértigo bosquejan todos
los temas principales de Sebald: los viajes; las vidas de escritores que son
también viajeros; el sentirse obsesionado y el estar libre de lastres. Siempre
hay visiones de la destrucción. En el primer relato, mientras se recupera de una
enfermedad, Stendhal sueña en el gran incendio de Moscú; el último relato
finaliza cuando Sebald se duerme sobre el diario de Samuel Pepys y sueña con
Londres destruido por el Gran Incendio.
Los emigrantes emplea la misma estructura musical de cuatro movimientos donde la
cuarta narración es la más extensa y poderosa. Los viajes de una u otra especie
habitan el corazón de toda la narrativa de Sebald: en las peregrinaciones del
propio narrador y las vidas, todas de algún modo desplazadas, que el narrador
evoca.
Comparemos con la primera oración de Los anillos de Saturno:
En agosto de 1992, cuando los días caniculares se acercaban a su fin, salí a
caminar por el distrito de Suffolk, con la esperanza de disipar el vacío que se
apodera de mí cada vez que concluyo un tramo largo de trabajo.
Los anillos de Saturno es en su integridad el recuento de este viaje a pie
realizado con el propósito de disipar el vacío. Pero si el viaje tradicional nos
acercaba a la naturaleza, aquí mide los grados de la devastación; el principio
del libro nos dice que el narrador estuvo tan abatido al descubrir "las huellas
de la destrucción" que un año después de comenzar su viaje debió ingresar a un
hospital de Norwich "en un estado de inmovilidad casi total".
Los viajes bajo el signo de Saturno, divisa de la melancolía, son el tema de los
tres libros escritos por Sebald en la primera mitad de los noventa. Su punto
primordial es la destrucción: de la naturaleza (el lamento por los árboles que
destruyó un mal holandés que atacó a los olmos, y por los que destruyó el
huracán de 1987 en la penúltima sección de Los anillos de Saturno); la
destrucción de las ciudades; de los estilos de vida. Los emigrantes relata un
viaje a Deauville en 1991, en busca tal vez de "algún residuo del pasado" para
confirmar que este "lugar de veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro
lugar que uno visita ahora en cualquier país o continente, estaba agotado,
arruinado sin remedio por el tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto
insaciable de la destrucción". Y el cuarto relato de Vértigo, con el regreso a
casa en W. -que el narrador dice no haber revisitado desde su infancia- es una
extensa recherche du temps perdu.
El clímax de Los emigrantes, cuatro relatos acerca de personas que abandonaron
su tierra natal, es la evocación desoladora -supuestamente, una memoria en
manuscrito- de una idílica infancia germano-judía. El narrador describe su
decisión de visitar Kissingen, el pueblo donde el autor pasó su infancia, para
observar las huellas que han perdurado de ésta. Dado que Sebald se estableció en
lengua inglesa con Los emigrantes, y como el personaje de su último relato es un
famoso pintor llamado Max Ferber, judío alemán enviado durante su niñez, fuera
de la Alemania nazi, a la seguridad de Inglaterra -su madre, que murió con su
padre en los campos de concentración, es la autora de la memoria-, el libro fue
etiquetado rutinariamente por la mayoría de los reseñistas -sobre todo, aunque
no sólo en Estados Unidos- como un ejemplo de "literatura del holocausto". Al
terminar un libro de lamentación con el tema extremo de lamento, Los emigrantes
pudo preparar el desencanto de muchos admiradores de Sebald por la obra que le
siguió en traducción, Los anillos de Saturno. Este libro no se divide en
narraciones distintas, sino que consiste en una cadena o progresión de
historias: una conduce a la otra. En Los anillos de Saturno, una mente bien
armada especula si acaso Sir Thomas Browne, al visitar Holanda, asistió a la
lección de anatomía pintada por Rembrandt; recuerda un interludio romántico en
la vida de Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra, evoca los nobles
esfuerzos de Roger Casement por divulgar las infamias del régimen de Leopoldo en
el Congo, cuenta otra vez la infancia en el exilio y las primeras aventuras en
el mar de Joseph Conrad: estas y muchas otras historias. En su procesión de
anécdotas raras y eruditas, en sus encuentros afectuosos con gente libresca (dos
conferencistas de literatura francesa, entre ellos un académico especializado en
Flaubert; el traductor y poeta Michael Hamburger), Los anillos de Saturno pudo
parecer -luego de la agudeza extrema de Los emigrantes- simplemente "literario".
Sería una pena que las expectativas creadas por Los emigrantes sobre la obra de
Sebald influyeran también en la recepción de Vértigo, que esclarece aún más la
naturaleza y la urgencia moral de sus relatos de viajes -atentos a lo histórico
por sus obsesiones, pero con alcances que son de la ficción-. El viaje libera la
mente para el juego de las asociaciones, para los sufrimientos (y erosiones) de
la memoria, para degustar la soledad. La conciencia del narrador solitario es el
verdadero protagonista de los libros de Sebald, inclusive cuando hace una de las
cosas que mejor sabe hacer: contar y resumir las vidas de otros.
Vértigo es el libro donde la vida del narrador en Inglaterra es menos visible. Y
todavía más que los dos libros que le siguieron, este es el autorretrato de una
mente: una mente sin sosiego, insatisfecha de manera crónica; una mente
atormentada; una mente proclive a las alucinaciones. Al caminar por Viena, cree
reconocer al poeta Dante, desterrado de su ciudad bajo condena de ser quemado en
la hoguera. En la banca posterior de un vaporetto en Venecia, ve a Ludwig II de
Bavaria; al viajar en un autobús por la costa del Lago Garda hacia Riva, ve a un
adolescente cuyo aspecto corresponde al de Kafka con exactitud. Este narrador,
que se define a sí mismo como un extranjero -al escuchar el parloteo de algunos
turistas alemanes en un hotel, él quisiera no haberlos entendido, "o sea, haber
sido ciudadano de un mejor país, o de ningún país en absoluto"- es, además, una
mente luctuosa. En cierto momento, el narrador afirma no saber si todavía está
en la tierra de los vivos, o si ya está en algún otro lugar.
De hecho, él está en ambos: con los vivos y -si la guía es su imaginación- con
los póstumos también. Un viaje es con frecuencia una nueva visita. Es el retorno
a un lugar, a consecuencia de algún asunto inconcluso, para buscar el origen de
un recuerdo, para repetir (o completar) una experiencia; para entregarse uno
mismo -como en la cuarta narración de Los emigrantes- a las revelaciones más
concluyentes y devastadoras. Estos actos heroicos del recuerdo y la búsqueda de
sus orígenes traen consigo su precio. Parte del poderío de Vértigo es que
atiende más el costo de este esfuerzo. (Vértigo, la palabra empleada para
traducir el título alemán Schwindel. Gefühle -a grandes rasgos: Mal de altura.
Sentimiento- apenas sugiere todas las clases de pánico, apatía y desorientación
que narra el libro).
Vértigo cuenta la forma como el narrador, luego de llegar a Viena, camina tanto
que al regresar al hotel descubre que sus zapatos caen en pedazos. En Los
anillos de Saturno, y sobre todo en Los emigrantes, la mente se concentra menos
en sí misma; el narrador es más elusivo. Más que en los libros posteriores,
Vértigo aborda la conciencia doliente del propio narrador. Pero en la angustia
mental invocada de forma lacónica que aguijonea la tranquilidad del narrador, la
conciencia inteligente nunca es solipsista, como sucede en la literatura de
menor alcance.
El sostén de la conciencia fluctuante del narrador reside en el espacio y la
vivacidad de los detalles. Como el viaje es el principio generador de la
actividad mental en los libros de Sebald, desplazarse en el espacio brinda un
estímulo kinético a sus descripciones maravillosas, en especial sus paisajes. He
aquí un narrador en propulsión.
¿Dónde hemos escuchado en lengua inglesa una voz de tal exactitud y confianza,
tan directa al expresar el sentimiento y sin embargo tan respetuosamente devota
del registro de "lo real"? Podemos citar a D. H. Lawrence y al Naipaul de El
enigma de la llegada, aunque poco hay en ellos de la desolación apasionada de la
voz de Sebald. Para esto, uno debe considerar una genealogía alemana. Jean Paul,
Franz Grillparzer, Adalbert Stifter, Robert Walser, el Hofmannsthal de La carta
de Lord Chandos y Thomas Bernhard son algunas afinidades de este maestro
contemporáneo de la literatura de lamentación y ansiedad mental. El consenso
acerca de la mayor parte de la literatura inglesa del siglo pasado ha decretado
que las perturbaciones líricas y elegiacas son inadecuadas para la ficción:
sobrecargada, pretenciosa. (Incluso una gran novela, tan excepcional como Las
olas, de Virginia Woolf, no se ha librado de estos rigores.) La literatura
alemana de la posguerra, preocupada por la manera en que la grandeza del arte y
la literatura del pasado -particularmente del romanticismo alemán- demostró su
afinidad con la conformación de mitos del totalitarismo, sospechaba de cualquier
cosa que se pareciera a la evocación romántica o nostálgica del pasado. De ahí
tal vez que sólo un escritor alemán radicado en el extranjero de modo
permanente, en las inmediaciones de una literatura con una predilección moderna
por lo anti-sublime, pudo lograr un tono de semejante convicción y nobleza.
Además del fervor moral y los dones compasivos del narrador (aquí se aparta de
Bernhard), lo que mantiene su escritura siempre fresca, y nunca meramente
retórica, es el desbordamiento que nombra y visualiza en palabras; esto, más el
recurso siempre sorpresivo de las ilustraciones. Imágenes de boletos de tren, la
hoja desgarrada de un diario de bolsillo, dibujos, una tarjeta de visita,
recortes de periódico, el detalle de un cuadro y desde luego fotografías, con el
encanto y en muchos casos la imperfección de las reliquias. Así, en un momento
de Vértigo, el narrador pierde su pasaporte; o, más bien, se lo pierden en el
hotel. Y ahí está el documento creado por la policía de Riva, en el cual -un
toque de misterio- la tinta en la G de W. G. Sebald está incompleta; y ahí está
el nuevo pasaporte, con la fotografía tomada por el consulado de Alemania en
Milán. (En efecto, este extranjero profesional viaja con pasaporte alemán o, por
lo menos, así lo hizo en 1987.) En Los emigrantes, estos documentos visuales
parecían talismanes. Y es probable que no todos fueran auténticos. En Los
anillos de Saturno, con menor interés, parecen simplemente ilustrativos. Si el
narrador habla de Swinburne, hay un pequeño retrato de Swinburne en medio de la
página; si relata una visita a un cementerio en Suffolk, donde ha captado su
atención el monumento funerario de una mujer fallecida en 1799, el cual describe
en detalle, desde el empalagoso epitafio hasta los agujeros perforados en la
piedra de los bordes superiores por los cuatro lados, tenemos también una
pequeña y borrosa fotografía de la tumba, otra vez en medio de la página.
En Vértigo, los documentos tienen un mensaje más incisivo. Nos dicen: "lo que
les hemos contado es cierto" -algo que, por lo común, el lector de ficción
difícilmente espera-. Ofrecer cualquier tipo de evidencia es dotar a lo descrito
con palabras de un excedente misterioso de pathos. Las fotografías y otras
reliquias reproducidas en la página conforman un índice exquisito del transcurso
del pasado.
En ocasiones se parece a los devaneos de Tristam Shandy: el autor está intimando
con nosotros. En otros momentos, estas reliquias visuales proferidas con
insistencia parecen un desafío insolente a la suficiencia de lo verbal. Con
todo, como Sebald apunta en Los anillos de Saturno al describir una aparición
favorita -la Sala de Lectura de los Marineros en Southwold, donde examina las
anotaciones del cuaderno de bitácora de una patrulla marina anclada lejos de los
muelles en el otoño de 1914-: "Cada vez que descifro uno de estos registros me
asombra que un rastro desvanecido en el aire o el agua durante tanto tiempo
permanezca visible en este papel." Y continúa, al cerrar la cubierta veteada del
cuaderno de bitácora y considerar "la misteriosa supervivencia de la palabra
escrita".
Susan Sontag. Escritora. Entre sus libros, Bajo el signo de Saturno, Contra la
interpretación y El amante del volcán. Traducción de Roberto Diego Ortega


Miremos
la realidad de frente
Por Susan Sontag (*)
(Publicado por Le Monde, Paris, el 18 de septiembre de 2001)
Para una norteamericana aterrorizada y triste, Estados Unidos nunca pareció
estar más lejos de reconocer la realidad que frente a la monstruosa dosis de
realidad del martes 11 de septiembre.
El abismo que separa lo que pasó de lo que debemos comprender, por una parte, y
la verdadera ceguera y la majadería campante exhibida prácticamente por todos
los personajes de la vida pública y los comentaristas de televisión, por otra
parte, es una distancia sorprendente y deprimente.
Las voces autorizadas de quienes siguen el curso de los acontecimientos parecen
haberse asociado en una campaña cuyo fin es infantilizar al público. ¿Acaso
alguien ha reconocido que no se trató de una "cobarde" agresión contra la
"civilización", la "libertad" o la "humanidad", o contra el "mundo libre", sino
de una agresión contra los Estados Unidos, la autoproclamada superpotencia
mundial, una agresión fruto de algunas acciones y de algunos intereses
norteamericanos? ¿Cuántos estadounidenses están al tanto del mantenimiento de
los bombardeos a Irak? Y, ya que se emplea la palabra "cobarde", ¿no habría que
aplicarlo a quienes matan por fuera del marco de las represalias, desde el
cielo, antes que a quienes aceptan morir para matar a otros?
En cuanto al coraje -un valor moralmente neutro- dígase lo que se diga de
quienes cometieron la masacre del martes, no eran cobardes.
Los dirigentes norteamericanos quieren hacernos creer a toda costa que todo va
bien. Que Estados Unidos no tiene miedo. Que nuestra resolución no se ha roto.
Que "ellos" serán perseguidos y castigados (sea lo que sea ese "ellos"). Tenemos
un presidente-robot que nos asegura que Estados Unidos siempre mantiene la
cabeza en alto.
Una panoplia de personajes públicos, ferozmente opuestos a la política exterior
de esta administración, aparentemente se siente tranquila y no dice más que
"estamos todos unidos tras el presidente Bush".
Nos aseguraron que todo iría bien o casi, aun cuando se tratara de un día que
quedaría grabado con el sello de la infamia y aun cuando Estados Unidos
estuviera ahora en guerra. Sin embargo, no todo va bien. Y esto no es Pearl
Harbor. Habrá que reflexionar mucho -quizás se esté haciendo en Washington y en
otras partes- sobre el fracaso descomunal del espionaje y del contraespionaje
norteamericano, sobre los objetivos de la política exterior, en especial, en
Oriente Medio, y sobre lo que debe ser un programa de defensa militar
inteligente.
Pero quienes tienen funciones oficiales, quienes aspiran a ellas y quienes las
han ocupado en el pasado, han decidido -con la complicidad de los principales
medios- que no se le pedirá al público llevar una dosis demasiado grande del
peso de la realidad. Las simplezas conformistas y unánimemente aplaudidas del
Congreso de un partido soviético se ven anodinas. La unánime retórica
moralizadora recitada por los responsables norteamericanos y los medios en estos
días, destinada a disfrazar la realidad, es indigna de una democracia adulta.
Los responsables norteamericanos y quienes aspiran a serlo, nos han demostrado
que consideran su trabajo como una manipulación: consiste en dar confianza y
administrar el dolor. La política, la política de una democracia -lo que
conlleva desacuerdos y fomenta la sinceridad- fue remplazada por la
psicoterapia. Suframos juntos, pero no seamos estúpidos juntos. Un poco de
conciencia histórica puede ayudarnos a comprender qué fue exactamente lo que
ocurrió, y qué puede seguir ocurriendo.
Se nos repite insistentemente que "nuestro país es fuerte". A mí, en verdad, eso
no me consuela. ¿Quién puede dudar que Norteamérica sea fuerte? Lo cierto es que
Norteamérica no debe ser sólo eso.
(*) Escritora norteamericana autora de numerosas obras. (Traducción de Vía
Alterna)


Modernidad
y guerra santa
Por Susan Sontag
Texto escrito en respuesta a un cuestionario que le envió a Susan Sontag en
Nueva York Francesca Borrelli desde Roma, para publicarse en el periódico
italiano Il Manifesto.
1.¿Podría describir el impacto de su regreso a Nueva York? ¿Qué sintió usted al
ver las consecuencias?
Por supuesto, yo habría preferido estar en Nueva York el 11 de septiembre.
Porque estaba en Berlín, a donde había ido por diez días, mi reacción inicial a
lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos fue, literalmente, mediada. Yo
planeaba pasar toda esa tarde del martes escribiendo en mi cuarto silencioso en
un suburbio de Berlín, cuando de modo abrupto fui avisada de lo que ocurría a la
mitad de la mañana en Nueva York y Washington por las llamadas telefónicas de
dos amigos, uno en Nueva York, el otro en Bari, y corrí a prender la televisión
y me pasé frente a la pantalla casi todas las cuarenta y ocho horas siguientes,
viendo sobre todo CNN, antes de regresar a mi laptop a bosquejar una diatriba
contra la demagogia inane y engañosa que yo había oído diseminada por el
gobierno estadounidense y las figuras de los medios. (Este breve texto, que se
publicó primero en The New Yorker -y en Nexos 286, octubre 2001-, y que fue
ferozmente criticado aquí en los Estados Unidos, era, por supuesto, sólo una
impresión inicial, pero por desgracia muy certera.) La aflicción real se dio en
estados no del todo coherentes, como siempre ocurre cuando a uno lo apartan de,
y por tanto lo privan de un contacto total con, la realidad de la pérdida. A mi
regreso a Nueva York tarde y por la noche a la siguiente semana, me fui
directamente del aeropuerto Kennedy hasta lo más cerca que pudiera llegar en
coche al sitio del ataque, y me pasé una hora dando vueltas a pie alrededor de
lo que hoy es un cementerio masivo -unas seis hectáreas de extensión- con
vapores, montañoso y maloliente en la parte sur de Manhattan.
En esos primeros días luego de mi regreso a Nueva York, la realidad de la
devastación, y la inmensidad de la pérdida de vidas, hizo que mi enfoque inicial
sobre la retórica que rodeaba al evento me pareciera menos relevante. Mi consumo
de la realidad vía la televisión había caído a su nivel habitual: cero. Me he
obstinado en no tener un aparato de televisión en Estados Unidos aunque, sobra
decirlo, sí veo televisión cuando estoy fuera. Cuando estoy en casa, mis
principales fuentes de noticias diarias son el New York Times y unos cuantos
periódicos europeos que leo en línea. Y el Times, días tras día, ha publicado
páginas de desgarradoras biografías breves con fotos de los muchos miles de
personas que perdieron sus vidas en los aviones secuestrados y en el World Trade
Center, incluyendo a los más de trescientos bomberos que subían por las
escaleras mientras bajaban los trabajadores de las oficinas. Entre los muertos
no había sólo la gente ambiciosa y bien pagada que trabajaba en las industrias
financieras localizadas aquí, sino muchos que hacían trabajos de sirvientes en
los edificios como porteros y mozos de oficina. Y cocineros: más de setenta de
ellos, en su mayoría negros e hispánicos, en el Windows on the World, el
restaurant que estaba en la punta de una de las torres. Tantas historias; tantas
lágrimas. Omitir el duelo sería un acto de barbarie, y lo mismo sería pensar que
estas muertes de algún modo son distintas en su tipo a otras atroces pérdidas de
vida, de Srebénica a Ruanda.
Pero no basta con quedarse en el duelo. Y es entonces cuando uno regresa a los
discursos que rodearon el evento, y a la realidad de lo que ha cambiado en
Estados Unidos desde el 11 de septiembre.
2. ¿Cuál es su reacción a la retórica de Bush?
No hay motivo para enfocarse en la simplista retórica de cowboy de Bush, la que,
en los primeros días después del 11 de septiembre, osciló entre el cretinismo y
lo siniestro; luego de lo cual sus consejeros y sus redactores de discursos al
parecer lo refrenaron. Por más repulsivos que hayan sido su lenguaje y su
conducta, Bush no debería monopolizar nuestra atención. A mi parecer todas las
figuras principales del gobierno norteamericano se encuentran en una pérdida
lingüística, mientras buscan imágenes para abarcar este revés sin precedentes
para el poder y la capacidad estadounidenses.
Se han propuesto dos modelos para entender la catástrofe del 11 de septiembre.
El primero es que esta es una guerra, a la que dio inicio un "ataque taimado"
comparable al bombardeo japonés sobre la base naval estadounidense en Pearl
Harbor, Hawaii, el 7 de diciembre de 1941, que lanzó a los estadounidenses a la
Segunda Guerra mundial.
El segundo modelo, que ha ganado adeptos tanto en los Estados Unidos como en la
Europa occidental, es que esta es una lucha entre dos civilizaciones rivales,
una productiva, libre, tolerante y secular (o cristiana), y la otra retrógrada,
fanática y vengativa.
Es claro que yo me opongo a ambos modelos, y ambos vulgares y peligrosos, para
entender lo que ocurrió el 11 de septiembre. Y no la menor de mis razones para
rechazar tanto el modelo de "ya estamos en guerra" como al modelo "nuestra
civilización es superior a la de ellos", está en que estas ópticas son
exactamente las ópticas de aquellos que perpetraron este ataque criminal, y son
también las ópticas del movimiento fundamentalista wahhabi en el Islam. Si el
gobierno estadounidense insiste en describir esto como una guerra, y satisface
la avidez del público por una campaña de bombardeos a gran escala que la
retórica de Bush prometió al parecer (por lo menos al principio), es probable
que el peligro aumente. No son los terroristas los que sufrirán con una
respuesta de "guerra" total de parte de Estados Unidos y sus aliados, sino más
civiles inocentes -esta vez en Afganistán, Irak y otras partes- y estas muertes
sólo pueden inflamar el odio de los Estados Unidos (y, más generalizadamente,
del secularismo occidental) diseminado por el fundamentalismo radical islámico.
Sólo la violencia muy estrechamente enfocada tiene una oportunidad de reducir la
amenaza planteada por el movimiento del cual -¿hace falta decirlo?- Osama bin
Laden no es sino uno entre muchos líderes. La situación me parece complicada al
extremo. Por una parte, el terrorismo activista que se apuntó un éxito tal el 11
de septiembre es, claramente, un movimiento global. No debe identificársele con
un estado en particular, y ciertamente no es identificable sólo con el maltrecho
Afganistán, como Pearl Harbor pudo identificarse con Japón. Como la economía de
hoy, como la cultura de masas, como las enfermedades pandémicas (pensemos en el
sida), el terrorismo se burla de las fronteras. Por otra parte, hay estados que
sí figuran en el centro de la historia. Arabia Saudita ha provisto por todo el
mundo el apoyo principal al movimiento wahhabi (no es accidental que Bin Laden
sea, por así decirlo, un príncipe saudita), al tiempo que durante el mismo
periodo la monarquía saudita ha sido el aliado más importante de Estados Unidos
en el mundo árabe. Hay muchos, entre los miembros más jóvenes de la élite
saudita además de Bin Laden, que ven la cooperación de la monarquía saudita con
los Estados Unidos como una gran traición "civilizacional". Una guerra a gran
escala dirigida por los Estados Unidos contra el movimiento terrorista
identificado con Bin Laden, corre el riesgo de echar abajo a la monarquía
"reaccionaria" y lograr que los "radicales" lleguen al poder en Arabia Saudita.
Y este es sólo uno de los muchos dilemas que enfrentan los hacedores de política
estadounidenses.
3. Usted ha apuntado que cualquier comparación con Pearl Harbor es inapropiada.
Como usted sabe, Gore Vidal en su último libro The Golden Age sostiene la tesis
de que Roosevelt provocó el ataque japonés a Pearl Harbor para permitirle a
Estados Unidos entrar en la guerra junto con Gran Bretaña y Francia. La opinión
pública y el congreso estadounidenses estaban en contra de entrar en la guerra;
sólo en caso de ataque podía Estados Unidos haber declarado la guerra. Algunos
otros intelectuales estadounidenses se han unido a Vidal para sostener que
Estados Unidos ha estado provocando al mundo islámico durante años y que, en
consecuencia, el cuestionamiento de la política estadounidense es inevitable.
¿Cuál es su opinión?
Como ya lo he sugerido, creo que la comparación del 11 de septiembre con Pearl
Harbor no sólo es inapropiada sino engañosa. Sugiere que tenemos otro país
contra el cual pelear. La realidad es que las fuerzas que buscan humillar al
poder estadounidense son, más bien, subnacionales y transnacionales. Osama bin
Laden es, cuando mucho, el ejecutivo en jefe de un vasto conglomerado de grupos
terroristas.
Gente informada cree que él es incluso un poco una figura de adorno, valorado
más por su dinero y su carisma que por su talento operativo. Visto así, es un
núcleo de militantes egipcios el que realmente está proporcionando la
inteligencia para un programa en marcha de operaciones del cual puede esperarse
que tenga lugar en muchos países.
He sido una crítica ferviente de mi país casi por tanto tiempo como Gore Vidal,
aunque espero que con más tino, y doy por hecho que el cuestionamiento de la
política exterior estadounidense es siempre tan deseable como inevitable. Una
vez dicho esto, no creo que Roosevelt provocó el ataque japonés sobre Pearl
Harbor. El gobierno japonés realmente se había atado a la locura de empezar una
guerra con los Estados Unidos. Tampoco creo que Estados Unidos haya estado
provocando durante años al mundo islámico. Estados Unidos se ha comportado de
una manera brutal, imperial, en muchos países, pero no está metido en una
operación abarcadora contra algo que puede llamarse "el mundo islámico". Y con
todo lo que deploro la política exterior estadounidense -y la arrogancia y la
presunción imperial estadounidenses- lo primero que hay que tener en mente es
que lo que ocurrió el 11 de septiembre fue un crimen espantoso.
Como alguien que durante décadas ha estado en primera fila entre aquellos que
han gritado contra los entuertos estadounidenses, me he llamado particularmente
a ultraje, por ejemplo, con el embargo que ha traído tanto sufrimiento al
empobrecido, oprimido pueblo de Irak. Pero la óptica que detecto entre algunos
intelectuales estadounidenses y muchos intelectuales bien-pensant en Europa; la
óptica de que Estados Unidos ha traído ese horror sobre sí mismo, de que Estados
Unidos es, en parte, culpable por las muertes de estos miles ocurridas en su
propio territorio: esta no es, repito: no es, una óptica que yo comparta.
Cualquier intento de perdonar o condonar esta atrocidad culpando a Estados
Unidos -y aunque haya mucho de qué culpar a la conducta estadounidense en el
extranjero- es moralmente obsceno. Terrorismo es el asesinato de gente inocente.
Esta vez, fue un asesinato masivo.
Más aún, creo que es un error pensar en el terrorismo -este terrorismo- como la
búsqueda de demandas legítimas por medios ilegítimos. Permítame ser muy
específica. Si mañana hubiera una retirada unilateral de Israel de la Orilla
Occidental y de Gaza seguida, un día después, por la declaración de un estado
palestino acompañado por plenas garantías de ayuda y cooperación israelíes, creo
que ninguno de estos eventos deseables retractaría en algo en los proyectos
terroristas que ya están en curso. Los terroristas se escudan a sí mismos en
agravios legítimos, como ha señalado Salman Rushdie. Su propósito no es la
corrección de estos entuertos: sólo su pretexto desvergonzado.
Lo que buscaban lograr aquellos que perpetraron la masacre del 11 de septiembre
no era corregir los males hechos al pueblo palestino, o aliviar el sufrimiento
del pueblo en la mayor parte del mundo musulmán. El ataque es real. Es un ataque
contra la modernidad (la única cultura que hace posible la emancipación de las
mujeres) y, sí, contra el capitalismo. El mundo moderno, nuestro mundo, se ha
dejado ver como algo seriamente vulnerable. Una respuesta armada -en la forma de
un conjunto de complejas operaciones antiterroristas cuidadosamente enfocadas;
no en la forma de una guerra- es necesaria. Y justificada. [Fragmento]


Nada
impedirá a EE UU emprender una guerra contra Irak
[Entrevista]
Washington utilizó el 11 de septiembre como pretexto para llevar a cabo su
proyecto de reconfigurar medio oriente. La nueva política exterior
estadounidense no está sujeta al sistema democrático y es "peligrosa", por decir
lo menos, asegura.
CAROLIN EMCKE Y GERHARD SPÖRL DER SPIEGEL
Detrás de la ya irrefrenable determinación del equipo de George W. Bush de
llevar adelante sus planes de ataque a Irak se encuentra la vocación de dominio
mundial de una nación caótica y violenta, que favorece la pena de muerte y la
posesión de armas en los hogares mientras practica gran variedad de religiones y
se empeña en moralizar a otros, señala la escritora estadounidense Susan Sonntag
en entrevista concedida al periódico alemán Der Spiegel. El 11 de septiembre,
subraya, no hizo sino dar el pretexto para un proyecto cuyo objetivo es
reconfigurar Medio Oriente.
-El gobierno de Bush al parecer está totalmente resuelto a librar una guerra
contra Saddam Hussein. ¿Usted cree que se pueda impedir el ataque?
-Creo que no hay posibilidad alguna de impedir esta guerra. Incluso aunque se
deponga, asesine o exilie a Saddam Hussein, los estadounidenses pretenden ocupar
Irak. Están decididos a configurar Medio Oriente de nuevo.
-Hay mucha resistencia en Europa, como han probado las manifestaciones, y
sentimientos encontrados en Estados Unidos, como señalan las encuestas.
-Pero véase la retórica del gobierno de Bush. Ese "nosotros" que Bush, Cheney,
Rumsfeld y Powell emplean es un "nosotros" mayestático: no es el "nosotros" de
la Constitución, el "nosotros el pueblo". Aunque se le pudiera demostrar a Bush
y sus asesores que las mayorías rechazan la guerra, su respuesta sería: "Es
nuestro cometido ejercer el mando". La política exterior no está sujeta al
sistema democrático. Han adoptado una política que es, por decir lo menos, muy
peligrosa.
-¿Está sugiriendo que el presidente Bush utilizó el 11 de septiembre como
pretexto para ejecutar lo que ya tenían previsto hacer, es decir, invadir Irak?
-Sí. El periodista Bob Woodward refiere en su reciente libro, Bush en guerra,
que ya el 12 de septiembre Rumsfeld y su equipo estaban debatiendo la opción de
atacar a Irak primero y luego Afganistán. Los sucesos del 11 de septiembre
fueron el portal. El personal de asuntos exteriores de Bush advirtió de
inmediato que a partir de aquel momento todo era posible: una nueva política
exterior, radical, en la que la expansión militar estadounidense podía
justificarse como mera defensa propia.
-Ya queda poca de aquella inicial adhesión europea a Estados Unidos por haber
sido víctima de atentados terroristas. De hecho, hay en la actualidad una
creciente reprobación a la beligerancia estadounidense. ¿Se está abriendo un
abismo entre Europa y Estados Unidos?
-Sí, hoy día, cuando Estados Unidos obra con arreglo a esos principios que lo
distinguen, que lo han distinguido siempre de las sociedades de Europa
occidental, la distancia parece más amplia. La cuestión bélica es sólo la punta
del iceberg. Pues si bien Estados Unidos ha cambiado, también Europa ha cambiado
en el último medio siglo. Cambiado de manera espectacular. Véase, por ejemplo,
la cuestión de la pena capital. La amplia mayoría de los estadounidenses no
puede entender siquiera las razones que se oponen a su aplicación. Para ellos,
no estar dispuesto a aplicar la pena de muerte implica que no se está dispuesto
a castigar a quienes cometen crímenes. Si un ciudadano de un país europeo le
responde, "Sí castigamos a los criminales, pero no los matamos", les parecerá
una respuesta incomprensible. Otra diferencia es que los gobiernos europeos y
sus poblaciones han comprendido la necesidad y sensatez de renunciar a su
soberanía en algunos aspectos...
-...como abandonar su moneda.
-Sí. En Estados Unidos el proyecto de ceder parte de la soberanía a un organismo
internacional es literalmente inconcebible. Otra diferencia es que Europa es
secular, profundamente secular, en cambio la inmensa mayoría de los
estadounidenses cree o dice que cree en Dios, y habitualmente asiste a alguna
especie de servicio religioso. Estados Unidos es un país anárquico en diversos
sentidos y tolera una violencia extraordinaria en su seno. Me viene a mientes el
muy preciado derecho a poseer armas y a emplearlas cuando se sospecha una
amenaza. Es asimismo un país al que le gusta moralizar. El lenguaje extremado de
Bush -nosotros contra ellos, la civilización contra la barbarie, América la
buena contra el eje del mal- es muy bien recibido en las provincias de Estados
Unidos.
-La resistencia de Estados Unidos a ceder soberanía ¿es la razón de fondo de su
talante unilateral, de su rechazo a firmar los acuerdos de Kyoto o a brindar su
apoyo al Tribunal Penal Internacional?
-Sí, el grupo de Bush es consecuente. Por qué habrían de integrarse a tratado
alguno si eso implica que un día se les impedirá hacer algo que consideran de
interés para Estados Unidos. Por principio este gobierno no tiene deseos de
firmar tratado o acuerdo alguno.
-Entonces ¿cómo explica el hecho de que Estados Unidos se haya dirigido a la ONU
para obtener el respaldo a la guerra contra Irak?
-Sabían que no podían comenzar la guerra al menos hasta marzo. Fue un modo de
ocupar los meses necesarios para trasladar las tropas y pertrechos y preparar la
invasión. Es evidente que el gobierno de Estados Unidos preferiría contar con la
resolución del Consejo de Seguridad para respaldar su invasión, y es muy
probable que al final la consigan. Pero la política oficial es que Estados
Unidos no se detendrá si no puede obtener dicha resolución. La ausencia de una
resolución sólo demostrará, en palabras de Bush, que la ONU es "irrelevante".
-¿Cuál es su postura personal frente a la guerra? ¿Se considera pacifista?
-Como casi todas las personas que conozco, participé en la enorme manifestación
en Nueva York. Sin embargo, no soy pacifista. Estoy en contra de esta guerra en
particular. Pero no pienso que recurrir a la fuerza armada sea injustificable
siempre y en toda circunstancia.
-En Bosnia y en Kosovo, por ejemplo, ¿la guerra era lícita?
-Sí, me parece que la intervención de la OTAN -para impedir la agresión a
Bosnia- estaba justificada. El propósito era poner fin a una matanza terrible, y
en efecto cumplió con ese propósito. Lo lamentable es que esa mínima aplicación
de fuerza habría podido terminar con aquella guerra dos años antes. Pues cuando
las bombas cayeron finalmente, en agosto de 1995, no murió ni una sola persona
que no combatiera. Pero ello no detuvo a Milosevic, que entonces se dirigió a
Kosovo. Por desgracia muchos ciudadanos de Kosovo murieron durante los
bombardeos de la OTAN.
-¿Dónde comienza su desacuerdo con la guerra contra Saddam Hussein?
-Comienza reconociendo la complejidad de la posición contraria a la guerra.
Saddam Hussein es un dictador de una perversidad sin límites que ha causado la
muerte de cientos de miles de personas en su país. La invasión a la que me
opongo acaso la reciba con beneplácito buena parte, si no es que casi todo, el
pueblo iraquí.
-Entonces ¿por qué se opone a esta guerra ?
-Porque hay muchas otras opciones. Siempre hay otras opciones frente al
bombardeo de las ciudades. Por ejemplo, los estadounidenses -por diversas
razones evidentes- no van a bombardear Pyongyang, aunque Corea del Norte sea
mucho más provocador que Irak en lo que se refiere a la posesión de "armas de
destrucción masiva". Los estadounidenses no tienen que bombardear Bagdad o
ninguna otra ciudad. Habrá una guerra porque se proponen invadir Irak. Sin duda
no tienen intención de ocupar Corea del Norte.
-Desde la guerra de Vietnam los estadounidenses han estado obsesionados con el
trauma de combatir en una guerra injusta o impopular. ¿Por qué no sigue
obsesionándoles su fracaso en Vietnam?
-Por la carencia de una oposición política viable. En efecto, ya no hay dos
partidos políticos en Estados Unidos. Sólo nos queda uno, el Republicano, una de
cuyas ramas se denomina a sí misma Partido Demócrata. Hay suficientes opositores
entre diversos sectores del electorado, pero esa gente no está representada en
el sistema político. En los años 60 y 70 aún tenía lugar un debate abierto y
vivo sobre las cuestiones fundamentales de la política nacional y extranjera
entre quienes eran elegidos a los cargos públicos. Hoy día hay un acuerdo en lo
esencial.
-Justo después del 11 de septiembre usted publicó un comentario que indignó a
muchos estadounidenses. Se le amenazó de muerte y fue vilipendiada en la prensa.
Se le llamó Osama Bin Sontag, se hicieron llamados para que se le despojara de
su ciudadanía y se le deportase, entre otros. ¿Cómo explica esta reacción?
-Bien, después del 11 de septiembre el lema fue "Unidos resistimos". Por lo que
a mí se refiere aquel lema significaba: No pienses, sé un buen patriota y haz lo
que te ordenemos.
-La casualidad quiso que usted estuviera el 11 de septiembre en Berlín, donde
tenía prevista una visita de unas semanas, y no en Nueva York, donde reside
habitualmente. ¿Ese hecho cambió las cosas?
-Sí, lo que escribí. Escribir desde Berlín implicaba que, como casi todo el
mundo, estaba viendo las imágenes transmitidas por televisión, y no desde el
techo del edificio de apartamentos donde vivo, desde el que se podía ver el
World Trade Center. El resultado -un buen resultado, me parece- fue que me
concentré en cómo se estaba difundiendo el atentado y cómo se le integraba a una
ideología de la superioridad y la presunta inmunidad de Estados Unidos, en lugar
del patetismo y el horror propios del suceso. Si hubiese estado en casa, en
Nueva York, no habría buscado que la televisión me suministrara idea alguna
sobre las implicaciones del atentado.
-¿Qué aspecto de lo que escribió perturbó a algunas personas?
-Lo que parece haber perturbado casi a todos fue la afirmación de que si bien el
atentado era sin duda un crimen terrible y absolutamente reprensible, no era
verdad -como después se afirmó a menudo justo- que los terroristas habían sido
unos cobardes. La gente infirió que yo estaba elogiando o al menos condonando a
los terroristas. Eso es absurdo, claro está. La afirmación de que un criminal
puede ser valiente no equivale a afirmar que sus acciones son válidas en el
terreno moral. Coincido con Aristóteles en que la valentía, si bien es una
virtud, no es una virtud moral. También censuré la descripción según la cual el
atentado terrorista había sido contra la civilización misma.
-¿Qué piensa acerca de la opinión, frecuentemente expresada, de que el 11-S se
inscribe en el choque de culturas o civilizaciones?
-Seré cautelosa en un empleo tan beato de la palabra civilización. Pero sí, sin
duda hay un choque de valores que se centra en el proyecto de la modernidad. Una
parte esencial de ese proyecto consiste en la emancipación de la mitad de la
humanidad a la que por casualidad pertenezco: las mujeres. El radicalismo
islámico atrasa el reloj para las mujeres. Vivo en la parte del mundo en la que
se sostiene que éstas deberían tener idénticas oportunidades y responsabilidades
que los hombres. Claro, todos los fundamentalismos religiosos son perniciosos
para las mujeres en alguna medida. Pero su represión y sometimiento es mucho más
grave en el fundamentalismo islámico: una corriente radical que irriga todo el
Islam, afecta cada vez a más personas y se sustenta en los sentimientos
encontrados respecto de la modernidad. Los hombres musulmanes están siendo
movilizados en todo el mundo para protestar contra la injusticia, el fracaso
económico, la ineptitud política y la corrupción de sus propios países, a fin de
convertirlos en soldados en una guerra religiosa cuyo frente más importante no
es el imperialismo de Estados Unidos, sino la guerra contra las mujeres.
-¿No es ése también un motivo razonable para que el gobierno de Bush
reestructure Medio Oriente para hacerla una región más democrática?
-Pero ¿será acaso más democrática? Claro, muchos iraquíes no quieren otra cosa
que el derrocamiento de ese dictador execrable, y espero en verdad que Saddam
Hussein sea depuesto y se le dé muerte. Pero no mediante una invasión
estadounidense a Irak, la cual supone la muerte de muchas personas que no
combaten. Los iraquíes ya han sufrido bastante.
-¿Qué consecuencias de la invasión le preocupan más?
-Una consecuencia que podría darse por hecho, si los estadounidenses prosiguen
con su guerra, es que habrá más terrorismo en el extranjero. Otra es que las
fuerzas seculares se debilitarán aún más. Aunque Hussein es en verdad el
monstruo que todos dicen, tal vez lo único ventajoso sea que es un monstruo
secular. Su remoción del poder de este modo podría conducir a un régimen
fundamentalista. El radicalismo islámico como fuerza política tiene eco a lo
largo y ancho del mundo. Claro, no puede "derrotar" a Estados Unidos en el
sentido militar. Pero puede poner en peligro las libertades democráticas por
doquier, y producir una nueva suerte de guarnición o sociedad militarizada en la
que cada cual se acostumbre a vivir bajo la amenaza de lo que ahora denominamos
"terror".
-Muchas gracias por esta conversación.
Entrevistadores: Carolin Emcke y Gerhard Spörl, de Der Spiegel.
Copyright Susan Sontag 2003. Traducido del inglés por Aurelio Major
La Jornada, México, 12/04/03


Resistir
Susan Sontag*
Permítanme evocar no a uno, sino a dos héroes, sólo a dos, entre millones de
héroes. A dos víctimas entre millones de víctimas.
El primero: Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en su
investidura mientras oficiaba misa en la catedral el 24 de marzo de 1980 -hace
23 años-, pues se había convertido en ''un manifiesto defensor de una paz justa
y se opuso públicamente a las fuerzas de la violencia y la opresión''. (Cito la
descripción del Premio Oscar Romero, que hoy se entrega a Ishai Menuchin.)
La segunda: Rachel Corrie, estudiante universitaria de 23 años procedente de
Olympia, Washington, muerta con su brillante chaleco anaranjado fluorescente con
tiras de Day-Glo, que los escudos humanos llevan con el propósito de ser del
todo visibles -y tal vez para estar más seguros-, mientras intentaba detener una
de las casi diarias demoliciones de casas de las fuerzas israelíes en Rafah, una
población en el sur de la franja de Gaza (donde Gaza linda con la frontera
egipcia), el 17 de marzo de 2003 -hace dos semanas-. De pie, frente a la casa de
un médico palestino elegida para demolición, Corrie, una de los ocho jóvenes
voluntarios estadounidenses y británicos, escudos humanos en Rafah, había estado
agitando los brazos y gritando por megáfono al conductor de un bulldozer D-9
blindado que se acercaba; entonces se hincó de rodillas en el camino del
gigantesco bulldozer, el cual no aminoró su marcha.
Dos figuras, emblemas del sacrificio, muertas por las fuerzas de la violencia y
la opresión, a las cuales ofrecían una oposición por principio, no violenta, y
peligrosa.
Comencemos por el riesgo. El riesgo del castigo. El riesgo del aislamiento. El
riesgo de ser herido o muerto. El riesgo del desprecio.
Todos somos reclutas en uno u otro sentido. Para todos nosotros es difícil
romper filas; incurrir en la desaprobación, en la censura, en la violencia de
una mayoría ofendida y con un concepto distinto de la lealtad. Nos amparamos con
palabras estandarte, como justicia, paz y reconciliación, que nos alistan en
comunidades nuevas, si bien más pequeñas y relativamente ineficaces, con otros
de igual parecer, los cuales nos movilizan para la manifestación, la protesta,
la ejecución pública de acciones de desobediencia civil, y no para la plaza de
armas o el campo de batalla.
Perder el paso de la propia tribu; dar un paso fuera de la tribu a un mundo más
amplio en sentido mental, pero más reducido en el numérico: si el aislamiento o
la disidencia no es tu posición habitual o satisfactoria, este es un proceso
complejo y difícil.
Es difícil contravenir la sabiduría de la tribu: la sabiduría que valora las
vidas de sus miembros por encima de todas las demás. Siempre será impopular
-siempre será considerado antipatriótico- afirmar que las vidas de los miembros
de la otra tribu son tan valiosas como las de la propia.
Es más fácil entregar nuestra fidelidad a las personas que conocemos, a las que
vemos, entre las que estamos incrustados, con las que compartimos -como bien
puede ser el caso- la comunidad del miedo.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. No subestimemos la
represalia con la cual acaso se castigue a quienes se atreven a disentir de las
brutalidades y represiones que se creen justificadas por los miedos de la
mayoría.
Somos carne. Se nos puede perforar con una bayoneta, despedazar con un
bombardero suicida. Se nos puede aplastar con un bulldozer, o abatir a tiros en
una catedral.
El miedo vincula a la gente. Y el miedo la dispersa. El valor es inspiración de
las comunidades; el valor de un ejemplo, pues el valor es tan contagioso como el
miedo. Pero el valor, algunas de sus modalidades, puede también aislar a los
valerosos.
El destino perenne de los principios: si bien todos afirman profesarlos es
probable que se sacrifiquen cuando se vuelven incómodos. Por lo general un
principio moral es algo que nos pone en desacuerdo con la práctica aceptada. Y
ese desacuerdo acarrea sus consecuencias, a veces desagradables, pues la
comunidad se venga de aquellos que ponen en entredicho sus contradicciones:
quienes desean una sociedad que en verdad mantenga los principios que dice
defender.
El criterio según el cual una sociedad debería en efecto encarnar los principios
que profesa es utópico, en el sentido de que los principios morales contradicen
las cosas como son y como serán siempre. Las cosas como son -y como serán
siempre- no son del todo perversas ni del todo buenas, sino deficientes,
inconsistentes e inferiores. Los principios nos incitan a que hagamos algo
respecto del mar de contradicciones en el que funcionamos moralmente. Los
principios nos incitan a que nos reformemos, a que seamos intolerantes con el
relajamiento moral, la componenda, la cobardía y con volver la cara a lo que
resulta pertubador: esa corrosión oculta del corazón, la cual nos dice que lo
que estamos haciendo no está bien, y entonces nos aconseja que estaremos mejor
si no pensamos en ello.
El lema del que es contrario a los principios: ''Estoy haciendo lo que puedo''.
Lo mejor posible dadas las circunstancias, desde luego.
Digamos que el principio es: está mal oprimir y humillar a todo un pueblo;
despojarlo sistemáticamente de su justo techo y alimento; destruir sus
habitaciones, sus medios de vida, su acceso a la instrucción y a la atención
médica, y su capacidad para reunirse.
Que estas prácticas están mal, a pesar de las provocaciones.
Y hay provocaciones. Eso, tampoco, debería negarse.
En el núcleo de nuestra vida moral y de nuestra imaginación moral se encuentran
los grandes modelos de resistencia: las grandes historias de quienes han dicho
''no''. ''No'' te serviré.
¿Qué modelos, qué historias? Un mormón puede resistirse a la ilegalización de la
poligamia. Un opositor militante al aborto puede resistirse a la ley que vuelve
legal el aborto. Ellos, también, invocarán las pretensiones de la religión (o de
la fe) y la moralidad, contra los edictos de la sociedad civil. Se puede usar la
apelación a una ley superior existente que nos autoriza a desafiar las leyes del
Estado para justificar la trasgresión criminal, así como la más noble lucha en
favor de la justicia.
El valor no tiene calidad moral en sí mismo, pues el valor no es, en sí mismo,
una virtud moral. Los canallas, perversos, asesinos y terroristas acaso sean
valerosos. Para calificar el valor como virtud nos hace falta un adjetivo:
hablamos de ''valor moral'' porque, también, hay algo llamado valor amoral.
Y la resistencia no es valiosa en sí misma. El contenido de la resistencia es lo
que determina su mérito, su necesidad moral.
Digamos: resistencia a una guerra criminal. Digamos: resistencia a la ocupación
y anexión de las tierras de otro pueblo.
Reitero: no hay superioridad inherente en la resistencia. Todos nuestros
llamamientos en favor de la rectitud de la resistencia se apoyan en la rectitud
del llamamiento según el cual los resistentes actúan en nombre de la justicia. Y
la justicia de la causa no depende de, y no se ve acrecentada por, la virtud de
los que pronuncian la afirmación. Depende, en primera y última instancia, de la
verdad de una descripción de circunstancias que son, en verdad, injustas e
innecesarias.
Lo que sigue me parece una descripción veraz de las circunstancias que me he
tardado años de incertidumbre, ignorancia y angustia en reconocer.
Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su turbulenta
historia, ocasionada por una política de constante incremento y refuerzo de las
colonias en los territorios ganados tras su victoria en la guerra árabe contra
el Israel de 1967. La decisión de sucesivos gobiernos israelíes de conservar su
control en la Franja Occidental y en Gaza, negando con ello a sus vecinos
palestinos un Estado propio, es una catástrofe -moral, humana y política- para
ambos pueblos. Los palestinos necesitan un Estado soberano. Israel necesita un
Estado palestino soberano. Los que en el extranjero queremos la supervivencia de
Israel no podemos, no debemos, desear que sobreviva no importa qué, no importa
cómo. Tenemos una singular deuda de gratitud con los valerosos testigos,
periodistas, arquitectos, poetas, novelistas y profesores judíos israelíes,
entre otros, que han descrito, documentado, protestado y militado contra los
sufrimientos de los palestinos que viven bajo las condiciones israelíes cada vez
más crueles de sometimiento militar y anexión de las colonias. Nuestra
admiración más profunda ha de estar dirigida a los valerosos soldados israelíes,
aquí representados por Ishai Menuchin, que se niegan a servir más allá de las
fronteras de 1967. Estos soldados saben que todas las colonias están finalmente
destinadas a la evacuación. Estos soldados, que son judíos, se toman en serio el
principio expuesto en los juicios de Nuremberg de 1946. A saber: que un soldado
no está obligado a cumplir órdenes injustas, órdenes que contravienen las leyes
de la guerra; en efecto, se tiene la obligación de desobedecerlas.
Los soldados israelíes que se resisten a servir en los territorios ocupados no
están rechazando una orden en particular. Se niegan a entrar a un espacio en el
cual, con toda seguridad, se darán órdenes ilegítimas, es decir, donde es muy
probable que se les ordenará el cumplimiento de acciones que seguirán oprimiendo
y humillando a los civiles palestinos. Las casas son demolidas, se desarraigan
los huertos, se arrasa con bulldozers los puestos en los mercados de los
pueblos, se saquea un centro cultural, y ahora, casi todos los días, se dispara
y mata a civiles de todas las edades. No puede cuestionarse la inmensa crueldad
de la ocupación israelí de 22 por ciento del otrora territorio de la Palestina
británica sobre el que se erigirá un Estado palestino. Estos soldados sostienen,
como yo, que debería efectuarse una retirada incondicional de los territorios
ocupados. Han declarado colectivamente que no continuarán luchando más allá de
las fronteras de 1967 ''a fin de dominar, expulsar, privar de alimento y
humillar a todo un pueblo''.
Lo que estos soldados han hecho -son ya unos 2 mil, de los cuales más de 250 han
ido a prisión- no contribuye a indicarnos el modo en que los israelíes y los
palestinos puedan lograr la paz, además de la irrevocable exigencia de que las
colonias han de ser desmanteladas. Las acciones de esta heroica minoría no
pueden contribuir a la muy necesaria reforma y democratización de la Autoridad
Nacional Palestina. Su posición no reducirá el dominio del fanatismo religioso y
el racismo en la sociedad israelí o reducirá la difusión de la virulenta
propaganda antisemita en el agraviado mundo árabe. No detendrá a los bombarderos
suicidas.
Su declaración es simple: basta. O: hay un límite. Yesh gvul.
Es un modelo de resistencia. De desobediencia. Para la cual siempre habrá
sanciones.
Ninguno de nosotros ha tenido que tolerar lo que están soportando estos
valerosos conscriptos, muchos de los cuales han ido a la cárcel.
Manifestarse en favor de la paz en la actualidad, en Estados Unidos, sólo sirve
para ser abucheado (como en la reciente ceremonia de los Oscar), hostigado,
incluido en la lista negra (la exclusión en la cadena más poderosa de estaciones
de radio de las Dixie Chicks); en suma, vilipendiado por no ser patriota.
Nuestro ethos de "Unidos estamos" o "El ganador se lleva todo"... Estados Unidos
es un país que ha convertido el patriotismo en un equivalente del consenso.
Tocqueville, que sigue siendo el más grande observador de Estados Unidos,
comentó el grado de conformidad sin precedentes en aquel flamante país, y otros
175 años sólo han confirmado su observación.
A veces, dado el nuevo giro radical en la política exterior estadounidense,
parecería inevitable que el consenso nacional sobre la grandeza de Estados
Unidos, el cual puede ser activado hasta las cotas más altas de un triunfalista
amor propio nacional, estuviera destinado finalmente a encontrar expresión en
guerras como la presente, la cual cuenta con la aprobación de la mayoría de la
población, persuadida de que Estados Unidos tiene el derecho -incluso la
obligación- de dominar el mundo.
El modo usual de proclamar a la gente que actúa por principio es diciendo que
son la vanguardia de una revuelta que a la larga triunfará contra la injusticia.
Pero, ¿y si no lo son?
¿Y si el mal es en verdad incontenible? Al menos en el corto plazo. Y ese corto
plazo puede ser, va a ser, ciertamente muy largo.
Mi admiración a los soldados que se están resistiendo a servir en los
territorios ocupados es tan feroz como mi convicción de que transcurrirá mucho
tiempo antes de que su criterio prevalezca.
Pero lo que me inquieta en este momento -por razones obvias- es obrar por
principio cuando no se va a alterar la evidente distribución de fuerzas, la
manifiesta injusticia y el carácter homicida de la política del gobierno que
asegura estar obrando no en nombre de la paz, sino de la seguridad.
La fuerza de las armas sigue su propia lógica. Si cometes una agresión y otros
se resisten, es fácil convencer al frente interno de que la lucha debe
continuar. Una vez que las tropas se encuentran allí, han de ser respaldadas.
Resulta irrelevante cuestionar por qué las tropas se encuentran allí en primer
lugar.
Los soldados se encuentran allí porque "nos" están atacando, o amenazando.
Olvidemos si acaso que los atacamos primero. Ahora en represalia nos atacan, y
causan víctimas mortales. Se comportan de modos que contravienen la conducta
"apropiada" en la guerra. Se comportan como "salvajes", como le gusta a la gente
en nuestra parte del mundo llamar a la gente de aquella parte del mundo. Y sus
acciones "salvajes" e "ilícitas" dan nueva justificación a nuevas agresiones. Y
un nuevo ímpetu para la represión, la censura o la persecución a los ciudadanos
que se oponen a la agresión acometida por el gobierno.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos.
El mundo, casi para todos, es aquello sobre lo que virtualmente no ejercemos
control alguno. El sentido común y el propio sentido de protección señalan que
nos ajustemos a lo que no podemos cambiar.
No es difícil advertir cómo algunos de nosotros podríamos ser persuadidos de la
justicia, de la necesidad de una guerra. Sobre todo de una guerra definida como
reducidas y restringidas acciones militares que de hecho contribuirán a la paz y
a una seguridad mejorada; de una agresión que se anuncia como una campaña de
desarme: reconocidamente de desarme al enemigo y que, lamentablemente, requiere
la aplicación de una fuerza abrumadora. Una invasión que se caracteriza a sí
misma, oficialmente, como una liberación.
Toda violencia bélica ha sido justificada como una represalia. Se nos amenaza.
Nos estamos defendiendo. Los otros quieren matarnos. Debemos detenerlos.
Y entonces: debemos detenerlos antes de que tengan ocasión de cumplir sus
planes. Y puesto que los que quieren atacarnos se ocultan tras no combatientes,
no hay aspecto de la vida civil que esté exento de nuestras depredaciones.
Omitamos la disparidad de fuerzas, de riqueza, de potencia de fuego, o
simplemente de población. ¿Cuántos estadounidenses saben que la población de
Irak es de 24 millones, la mitad de los cuales son niños? (La población de
Estados Unidos, como recordarán, es de 286 millones.) No respaldar a los que
están bajo el fuego enemigo parece una traición.
Puede ser que, en algunos casos, la amenaza sea real.
En tales circunstancias, el portador del principio moral se parece a alguien que
corre junto a un tren gritando: "¡alto!, ¡alto!"
¿Se puede detener el tren? No, no se puede. Al menos no ahora.
¿Acaso otras personas a bordo del tren serán movidos a saltar y unirse a los que
están en tierra? Tal vez algunos salten, pero la mayoría no. (Al menos no hasta
que cuenten con toda una nueva panoplia de miedos.)
La dramaturgia de ''actuar por principio'' nos indica que no debemos pensar si
resulta conveniente o si podemos contar con los éxitos postreros de las acciones
que hemos emprendido.
Actuar por principio es, se nos dice, bueno en sí mismo.
Pero sigue siendo una acción política, en el sentido de que no lo estás haciendo
en tu beneficio. No lo haces sólo para tener razón o para apaciguar tu
conciencia; mucho menos porque confías en que tus acciones alcanzarán sus
objetivos. Resistes porque es una acción solidaria. Con las comunidades de
quienes tienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del
presente. Del futuro.
La prisión de Thoreau a causa de su protesta contra la guerra estadounidense con
México en 1849 difícilmente detuvo el conflicto. Pero la resonancia de aquella
temporada breve y del todo impune de detención (un célebre y único día en la
cárcel) no ha cesado de inspirar la resistencia por principio frente a la
injusticia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestra época. El
movimiento para clausurar el campo de pruebas de Nevada, un sitio clave de la
carrera de armamentos nucleares, fracasó en lograr su objetivo a finales de los
80: las protestas no afectaron las operaciones del campo de pruebas. Pero
inspiró directamente la formación de un movimiento de protesta en la lejana Alma
Ata en la primavera de 1989, que finalmente consiguió cerrar el campo de pruebas
soviético en Kazajistán. El movimiento citaba a los activistas antinucleares de
Nevada como fuente de inspiración y expresaba su solidaridad con los nativos
norteamericanos en cuyas tierras se localizaba el campo de pruebas.
La probabilidad de que tus acciones de resistencia no puedan evitar la
injusticia no te exime de actuar en favor de los intereses de tu comunidad que
profesas sincera y reflexivamente.
Así: no conviene a los intereses de Israel ser un opresor.
Así: no conviene a los intereses de Estados Unidos ser una superpotencia, capaz
de imponer su voluntad en cualquier país del mundo, a su capricho.
Lo que conviene a los intereses de una comunidad moderna es la justicia.
No puede estar bien oprimir y confinar sistemáticamente a un pueblo vecino. Sin
duda es falso sostener que el asesinato, la expulsión, las anexiones, la
construcción de muros -el conjunto de lo que ha contribuido a reducir a todo un
pueblo a la dependencia, la penuria y la desesperanza- traerá la seguridad y la
paz a los opresores.
No puede estar bien que un presidente de Estados Unidos al parecer suponga que
tiene el mandato de ser presidente del planeta, y que anuncie que aquellos que
no están con Estados Unidos están con "los terroristas".
Aquellos valerosos judíos israelíes, en ferviente y activa oposición a las
políticas del actual gobierno de su país y que se han manifestado en nombre del
apremio y los derechos de los palestinos, están defendiendo los verdaderos
intereses de Israel. Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del
actual gobierno de Estados Unidos son patriotas que hablan en nombre de los
intereses superiores de Estados Unidos.
Más allá de estas luchas, merecedoras de nuestra apasionada adhesión, es
importante recordar que en los programas de resistencia política la relación de
causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta. Toda lucha, toda resistencia,
es -debe ser- concreta. Y toda lucha tiene una resonancia mundial.
Si no aquí, entonces allá. Si no ahora, entonces pronto: por doquier y aquí.
Al arzobispo Oscar Arnulfo Romero.
A Rachel Corrie.
Y a Ishai Menuchin y sus camaradas.
Copyright Susan Sontag 2003. Houston, Texas, 30/03/03.
Discurso con motivo de
la entrega del Premio Oscar Romero, patrocinado por la Capilla Rothko, a Ishai
Menuchin, presidente de Yesh Gvul, movimiento de rechazo selectivo de los
soldados israelíes.
* Susan Sontag es escritora, ensayista, directora cinematográfica y crítica
estadounidense que ha cuestionado el sistema de valores y la cultura del mundo
occidental. Autora de El benefactor, Contra la interpretación, El sida y sus
metáforas y En América, entre otras obras. Traducción: Aurelio Major


A
pesar de la guerra la vida continúa
La escritora Susan Sontag habló con Luis Fernando Afanador y Felipe Restrepo, de
SEMANA, acerca de la cultura de masas, el consumismo y el imperialismo.
"Ya no hay diferencias ideológicas ni desacuerdos entre los que se hacen llamar
demócratas y los que se hacen llamar republicanos (...) sólo hay un partido real
en Estados Unidos y está manejado por derechistas fanáticos y fundamentalistas
cristianos "
Susan Sontag es un simbolo de la década de los 60 y los 70. Aunque ha escrito
cuentos y novelas es conocida principalmente por sus innovadores ensayos sobre
la cultura moderna, que abarcan temas tan diversos como la literatura
pornográfica, la estética fascista, la fotografía, el cáncer, el sida y la
revolución. También ha escrito y dirigido películas; tuvo una gran incidencia en
el arte experimental e introdujo nuevas ideas a la sociedad norteamericana. A
partir de su trabajo en el Partisan Review se hizo conocida y respetada en los
círculos intelectuales de Nueva York, lo que la llevó a ser colaboradora de
otras importantes publicaciones, como el New York Review of Books, Atlantic
Monthly y Harper's.
Vino a Colombia para presentar su más reciente novela, En América, ganadora del
National Book Award en 2000. Pero, como era de esperarse, su figura legendaria y
sus opiniones polémicas no la hicieron pasar inadvertida: más de 1.000 personas
asistieron a su primera conferencia en la Feria del Libro de Bogotá (había otras
300 afuera que no pudieron entrar), que se levantaron a aplaudirla cuando le
exigió un pronunciamiento a Gabriel García Márquez sobre los fusilamientos y los
presos políticos en Cuba. Al día siguiente, en una rueda de prensa, no se cansó
de alabar la red de bibliotecas de Bogotá, y en particular la Virgilio Barco, la
cual consideró como "la mejor del mundo". SEMANA conversó en exclusiva con ella.
SEMANA: ¿Cuál cree que es finalmente el legado de los años 60, una época de la
cual usted fue un emblema?
Susan Sontag: Los 60 son un mito, un mito del que ya nadie habla en Estados
Unidos. Solamente la gente de extrema derecha habla sobre ello. Para ellos es un
arma para estar en contra de todo lo que pueda ser novedoso y progresista. Según
ellos, los 60 son una prueba del fracaso de la izquierda. Yo ya no puedo hablar
de eso, para mí es absurdo. Además este es un término altamente ideológico que
significa muchas cosas diferentes para muchas personas. Es un mito usado por la
derecha, no por la izquierda.
SEMANA: Pero en un contexto latinoamericano, los 60 fueron y son muy
importantes. Esta época significó una liberación de la juventud.
S.S.: Después de 30 años veo que lo único que la gente ha aprendido es a
consumir. La sociedad de consumo le ha enseñado a la gente que lo mejor que
puede hacer con su vida es comprar y eso tiene que tener un efecto. Hace 30 años
sabíamos qué era el capitalismo, pero no sabíamos lo poderoso que era. Y, sobre
todo, nunca creímos que el consumismo podría llegar a ser una ideología.
SEMANA: Usted pertenece a la intelectualidad y a la alta cultura. Sin embargo,
siempre defendió en esa época la cultura pop. Ahora que ésta se ha vuelto
dominante y arrasadora, ¿no cree que su defensa terminó siendo un error y algo
peligrosa?
S.S.: Sí, hasta cierto punto fue peligroso. Cuando empecé a escribir en los años
60 yo era muy joven. En ese entonces me gustaban mucho las cosas de la alta
cultura, pero también me gustaban el rock y en general las cosas divertidas. Y
tuve la idea utópica de que se podían juntar las dos, que todo era una cuestión
de pluralidad y diversidad. Ahora creo que tal vez estaba equivocada porque, de
nuevo, la fuerza de la sociedad de consumo está enfocada en bajar el nivel de la
cultura. Ahora usted encuentra gente que dice que la alta cultura es esnobista o
elitista. Estos nuevos desarrollos fortalecen la cultura consumista. Yo creo que
cuando era muy joven, en esa época legendaria, no creía que pudiera haber un
conflicto. Pero, sin duda, lo hay. Pensé que uno lo podía tener todo, pero ahora
veo que esta propaganda y proliferación de la cultura de masas es antagónica a
la alta cultura.
SEMANA: En su más reciente novela, 'En América', un grupo de artistas europeos
del siglo XIX viajan a Estados Unidos en busca de un mejor futuro. De hecho, en
ese siglo, Estados Unidos era visto como una tierra prometida. ¿Usted cree que
el sueño americano todavía existe?
S.S.: Yo creo que mucha gente viaja a Estados Unidos con una esperanza tremenda.
En ese sentido, mi país continúa siendo una tierra prometida. Pero, sin duda,
esta esperanza se basa en un ideal de prosperidad y bonanza económica. Esta es
la mayor fantasía de los inmigrantes. Recuerdo una anécdota. Hace muchos años yo
estaba en un taxi en Nueva York, antes de la caída de la Unión Soviética. Me di
cuenta de que el taxista era de la Unión Soviética cuando vi su apellido. Le
pregunté si le gustaba Estados Unidos. El me respondió: "Me gusta mucho. Es el
único país donde uno es libre. Libre para ganar mucho dinero". Entonces yo creo
que el sueño americano es algo que significa muchas cosas diferentes. Los
inmigrantes vienen y trabajan muy fuerte para darles un futuro a sus hijos. Y
casi siempre logran que sus hijos vayan a la universidad y prosperan, así tengan
que trabajar 100 horas semanales. Estados Unidos es un país muy rico, donde está
el 6 por ciento de la población y algo así como el 50 por ciento de la riqueza.
Estamos hablando de un imperio. Además, es un país que ha tomado la decisión de
convertirse en un poder imperial. La prueba de esto es que hemos peleado 20
guerras desde la Segunda Guerra Mundial. Y tenemos bases en alrededor de 60
países. Y esto era antes de George Bush. Ahora vamos a empezar la conquista del
mundo.
SEMANA: Estados Unidos siempre ha tenido esta vocación imperialista pero lo que
ahora resulta alarmante es esa minoría religiosa y fundamentalista actualmente
en el poder. ¿Cómo se puede luchar contra esta amenaza?
S.S.: Estamos en una situación muy difícil. Ahora en Estados Unidos sólo hay un
partido político: los demócratas cometieron en cierto sentido un suicidio. Ya no
hay diferencias ideológicas ni desacuerdos entre los que se hacen llamar
demócratas y los que se hacen llamar republicanos. Los políticos creen ahora que
es un suicidio político oponerse a Bush, porque en el país hay un consenso.
Ahora sólo hay un partido real en Estados Unidos y está manejado por derechistas
fanáticos y fundamentalistas cristianos. Y sus afirmaciones realmente tienen un
eco entre los norteamericanos. Los demócratas no son lo suficientemente
valientes para oponerse. Incluso Clinton ya tenía políticas republicanas. Ya no
hay demócratas que se atrevan a criticar o a oponerse a las políticas
republicanas.
SEMANA: En una entrevista con el periodista Charles Ruas en 1987 usted dijo que
escribir ensayos era una forma de liberarse de sus obsesiones. ¿Todavía es así
20 años después?
S.S.: Bueno, realmente no me gusta escribir ensayos, es como una adicción
terrible. A veces siento que soy una adicta a escribir ensayos, como si fuera
una adicta a la heroína o a la pedofilia. Siempre estoy tratando de dejarlo,
pero no puedo parar. Es más, ahora mismo estoy pensando en escribir un ensayo
sobre mi experiencia en Colombia. Sucede que dentro de mí siempre hay una lucha
interna entre lo que encuentro placentero y lo que encuentro necesario.
Creo que en el mundo hay muchas cosas interesantes sobre las que se puede
escribir, pero siento que mi responsabilidad es escribir sobre algunas cosas que
son ignoradas y que no pueden pasarse por alto. Claro que prefiero escribir
ficción, porque siento que en la ficción se pueden presentar diferentes puntos
de vista sobre un mismo problema. A diferencia del ensayo, la ficción permite la
contradicción. En un ensayo siempre hay que seguir una misma posición y esto es
un poco tormentoso. Por ejemplo, mi último ensayo parte de mi experiencia
extraordinaria en Sarajevo. Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre la
diferencia entre la realidad de la guerra y la manera como ésta es representada.
Yo sentí que era mi obligación escribir sobre el tema, así que lo comencé a
hacer a finales de 2001 y lo terminé este año. Mientras lo escribía sucedieron
los ataques del 11 de septiembre y, cuando lo terminé, Estados Unidos ya estaba
planeando el ataque a Irak. Durante ese año y medio descubrí que nada podía
detener la guerra, que los que tienen el poder iban a utilizar cualquier excusa
-o todas las excusas- para atacar. Por eso sentí que lo que decía en mi ensayo
era pertinente y necesario.
SEMANA: ¿Cómo fue su experiencia en Sarajevo?
S.S.: Muchas personas creen que yo fui a Sarajevo sólo a montar una obra de
teatro, lo que sería completamente estúpido. Yo decidí ir allá en abril de 1993
para acompañar al director de la ONG Instituto para la Sociedad Abierta. Yo
sentía una gran curiosidad de ver cómo era una ciudad europea sitiada casi 30
años después de la Segunda Guerra Mundial. Y de ver, también, cómo aún podían
existir campos de concentración en el norte de Bosnia. Mi amigo y yo fuimos
junto con un grupo de soldados de la ONU. Después de pasar un par de semanas
decidí que debía quedarme un largo período. Conocí algunas personas en la ciudad
y me quedé con ellos. Mi idea inicial era trabajar en una clínica (yo siempre
quise ser doctora) o ayudando niños, es decir, un trabajo muy elemental. Ahora
bien, en esta ciudad no había nada, no había agua, no había luz y no había
calefacción. Sin embargo estas personas me dijeron que mi trabajo debía ser
montar una obra de teatro. Ellos me dijeron que no eran animales y que también
les gustaba el arte, que antes en Sarajevo había cultura. Yo, desde luego, me
sorprendí muchísimo: esta gente, en medio de su tragedia, tenía una gran
dignidad. Tenían más intereses que sus necesidades básicas.
Así que empezamos a presentar la obra en el sótano de una casa, alumbrados por
velas. A cada presentación venían unas 100 personas y se sentaban en el piso.
Nunca pudimos usar el teatro porque había sido destruido y tratábamos de hacer
las presentaciones a las 10 de la mañana para que no coincidieran con los
bombardeos. Bajo estas condiciones presentamos Esperando a Godot durante un año.
La vida seguía su curso normal en medio de la guerra. Y la gente que no está
allí no entiende esto. Por ejemplo, veo que en Colombia pasa algo muy similar. A
pesar de la guerra la vida continúa.


"El
gobierno Bush me parece increíble"
05/05/2003
Pagina/12 de Argentina - 30 de Junio de 2003
Susan Sontag, escritora, opositora a la guerra
Enric González / El País, de Madrid
Es una disidente de su gobierno, una dura crítica de la invasión a Irak y de los
proyectos imperiales de posguerra, que le parecen francamente idiotas. En esta
larga charla, se toca el íntimo tema de Israel, los porqués de su oposición al
gobierno de Cuba y su teoría de que Estados Unidos es en realidad un país de
partido único.
A Susan Sontag (Nueva York, 1933) no le entusiasma el término intelectual, el
que mejor la define. En cualquier caso, es autora de cuatro novelas, de decenas
de ensayos y de miles de artículos, y de varias películas. Ha abordado todos los
problemas contemporáneos y forma parte de la Academia de Estados Unidos. Este
año ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su "profundidad
de pensamiento y calidad estética". Sontag ingresó en la Universidad de
California a los 15 años, se licenció en la de Chicago a los 18, se casó con un
profesor de sociología, tuvo un hijo y se divorció antes de los 30, ha vencido
dos veces al cáncer, y ha vivido de cerca guerras como la de Vietnam, la del Yom
Kipur y la de Bosnia. Su vitalidad está fuera de toda duda. Esa vitalidad
irrumpe en la entrevista y la convierte en un torrente de opiniones. Sontag fue
de los pocos estadounidenses que, inmediatamente después del 11 de septiembre de
2001, se atrevieron a criticar a George W. Bush. Sigue estando contra él, contra
Fidel Castro, contra el Gobierno de Israel y contra todo lo que le parece
tiránico, falso o injusto. El encuentro se desarrolla en su apartamento de
Manhattan, un hermoso ático lleno de libros, piezas de arte, recuerdos de
viajes, cajas y objetos embalados.
-¿Está de mudanza?
-No, no. Parece, pero todo esto es de mi hijo. Acaba de irse a Bagdad. Es
escritor. No sé si sabe usted de mi hijo...
-Sí.
-Dejó un apartamento y se instalará en otro en cuanto vuelva, y me ha dejado
aquí todo esto durante meses. Desde enero. Tendría que volver en julio.
-¿Ha estado en Irak durante la guerra?
-No, en Berlín. Me dice que en Bagdad la violencia y el desorden son increíbles,
y que los americanos no se enteran. En realidad creen que están imponiendo el
orden, pero no tienen ni idea. Se encierran en sus palacios, descubren que en un
barrio determinado hay electricidad de nuevo y se sienten muy orgullosos. No
tienen ni idea de lo que ocurre en las calles, de que reina el caos y de que la
situación no mejora. Según mi hijo, las fuerzas de ocupación tienen buenas
intenciones y creen estar haciendo algo, aunque en realidad no consiguen nada.
Será interesante ver lo que ocurre en el futuro.
-La situación en Afganistán sigue siendo caótica, y esa guerra terminó mucho
antes que la de Irak.
-Es que en Afganistán ni siquiera han intentado poner orden. El presidente que
colocaron, Hamid Karzai, es, como mucho, el alcalde de Kabul, y quizá ni eso.
Aquello, en realidad, fue sólo una expedición punitiva, un castigo por el 11-S.
Cuando invadieron Irak, en cambio, esperaban ser recibidos como libertadores y
no habían calculado el riesgo de desintegración social. Todo esto es increíble.
La actual administración de Estados Unidos me parece increíble. Su visión del
mundo es ridícula, y resulta evidente que no funcionará. No creo que estén
trabajando por el bien de nuestro país. Su política no es ni económicamente
viable. Un imperio es muy caro, a menos que se le extraiga un beneficio. El
Imperio Británico era una operación económica eficiente. No está nada claro, por
el contrario, que Estados Unidos obtenga rendimientos del imperio que proyecta.
-Pero el Gobierno de George W. Bush niega tener deseos imperiales. Bush y los
suyos dicen que en el fundamento de su política está el idealismo.
-Oh, ya. Usted habrá hablado con Paul Wolfovitz (el subsecretario de Defensa),
¿no? Un amigo mío, que es funcionario gubernamental y tiene las mismas opiniones
que yo, y obviamente que usted, me contó que había hablado con un alto cargo del
Departamento de Defensa y que éste le habíadicho: no lo entiendes, George W.
Bush es como Martin Luther King, él también tiene un sueño...
-Pese a todo, es un Gobierno popular entre los estadounidenses.
-Su fórmula consiste en afirmar que tenemos enemigos en todas partes, que
tenemos que embarcarnos en una guerra interminable y que cualquiera que se
oponga al Gobierno es antipatriótico. Esa es una fórmula efectiva, capaz de
persuadir a mucha gente. La paranoia es persuasiva. Es difícil refutar a este
Gobierno, incluso imaginar cómo llegará al descrédito. Incluso si la situación
económica empeora sustancialmente, podrán decir: bueno, estamos haciendo
sacrificios para promover nuestros ideales, ¿quién no está dispuesto a
sacrificarse por los ideales americanos? No sé cómo se puede frenar toda esta
proyección de poder. Resulta especialmente difícil porque no hay oposición.
Estados Unidos tiene un sistema unipartidista. Sólo existe el Partido
Republicano, con una filial denominada Partido Demócrata.
-Pero en poco más de un año habrá elecciones presidenciales.
-¿Quién fue el único demócrata que se opuso frontalmente y con elocuencia a la
invasión de Irak? Robert Byrd, un senador de 86 años, sin ningún futuro y no
exactamente un progre. (En su juventud, Byrd perteneció al Ku Klux Klan).
Hillary Clinton y Robert Schumer, los dos senadores por Nueva York, votaron a
favor de la Patriot Act (la ley antiterrorista) y concedieron a Bush plenos
poderes para hacer la guerra, pese a que el 80 por ciento de sus electores es
contrario a ambas cosas. ¿Por qué? Porque cuentan con que ese 80 por ciento, por
furioso que esté con sus representantes demócratas, no votará a los
republicanos, y en cambio, Clinton y Schumer esperan rebañar algunos votos a la
derecha. El resultado es que los demócratas sólo actúan pensando en una pequeña
minoría de sus potenciales votantes, los más conservadores. Y que el equilibrio
político se desplaza cada vez más hacia la derecha. Es increíble que senadores
como Clinton y Schumer no se den cuenta de que su obligación es representar a la
mayoría de quienes los votan. Y luego tenemos a Al Gore, alguien cuya carrera
política se ha terminado y que podría convertirse en un nuevo Daniel Webster (un
influyente senador del siglo XIX). No le costaría nada asumir el papel de
perdedor que dice lo que piensa y pasa a la historia como alguien con
principios. Pero Gore también ha desaparecido.
-La impresión desde el exterior es que todo Estados Unidos está con Bush.
-Y la impopularidad de Estados Unidos no deja de crecer. Tengo una amiga que
viaja continuamente por Asia y me dice que allá donde va encuentra un
sentimiento antiamericano fortísimo. Y ésa es la realidad, digan lo que digan el
presidente Bush, José María Aznar, Silvio Berlusconi o Tony Blair: la mayoría de
la población mundial es crítica con respecto a Estados Unidos. El error, en
algunos casos, es pensar que la Casa Blanca ignora esos sentimientos de la
gente. No sólo los conocen, sino que además les parece perfecto. Dan por
supuesto que eso es lo que ocurre cuando se es el número uno. Dan por supuesto
que la fortaleza de Estados Unidos ha de generar miedo y resentimiento. O sea,
que no existe ninguna posibilidad de que un día digan: ¡oh! es terrible, hemos
descubierto que el mundo nos odia, hemos hecho las cosas mal. Qué va. Consideran
que el presidente de Estados Unidos es presidente de todo el planeta, y se pasan
el día diciendo que somos los mejores, los más excepcionales; que somos buenos
incluso si ocasionalmente nos equivocamos, porque nuestras intenciones son
buenas...
-Pero...
-Los republicanos se sienten tan fuertes que no temen a nada. Algunos pueden
pensar que, por el hecho de ser tan bárbaros como son, deben ser también
estúpidos. No lo son en absoluto. Son competentes, inteligentes y tienen
valentía para defender sus perversas convicciones. Desde Albert Speer, Leni
Riefensthal y Adolf Hitler se sabe perfectamente la importancia del espectáculo
para que un líder proyecte una imagen defuerza. Pero, en ese sentido, nunca
nadie se había atrevido a tanto como Bush. Me refiero a su aterrizaje sobre la
cubierta del portaaviones Abraham Lincoln a bordo de un avión de combate. ¡Qué
espectáculo! ¡Qué montaje! Dijeron que el buque estaba demasiado lejos de la
costa y no se podía llegar a él en helicóptero. Luego admitieron que un
helicóptero habría bastado, pero que al presidente le hacía ilusión llegar de
esa forma. ¡Y no pasó nada!
-Si hubiera viajado en helicóptero, Bush no habría podido fotografiarse con
uniforme de piloto de combate.
-Sí, el uniforme que nunca tuvo que vestir durante la guerra de Vietnam... Esa
gente no tiene ningún escrúpulo. Otro ejemplo es la convención. Como usted sabe,
los partidos siempre celebran en verano la convención en que eligen a su
candidato presidencial. Pero esta vez los republicanos han decidido cambiar un
poco las cosas y se reunirán en Nueva York, en septiembre. De esta forma, Bush
iniciará oficialmente su campaña en el aniversario del 11-S, fotografiándose en
la zona cero. Es pura desvergüenza, puro Hollywood. Esa gente está dispuesta a
ganar a cualquier precio. Estoy segura de que estarían dispuestos a cancelar las
elecciones si corrieran el riesgo de perderlas, cosa que ahora mismo es muy
improbable. Alegarían una emergencia nacional o una nueva guerra, cualquier
excusa. Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío
americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein,
daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al
anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En
vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final
optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa
con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de
Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la
situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares
iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades... ¡Ja, ja!
-En su opinión, ¿por qué se hizo la guerra?
-Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al
dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía
en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el
fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares
que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa.
Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el
petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes.
-En cuanto concluyó la invasión a Irak, Bush y su Gobierno empezaron a hablar de
Siria y de Irán. ¿Tenemos por delante un futuro de guerras?
-El gran problema es la inexistencia de oposición política en Estados Unidos,
que no se compensa por el hecho de que haya muchos descontentos que, como yo,
hablen en público en contra de lo que está ocurriendo. El actual consenso
político favorece a un Gobierno todopoderoso, que desea seguir contando con los
recursos que proporciona una situación de guerra. Una guerra que, por lo que
dicen, se libra contra un enemigo que no se identifica con ningún Estado en
concreto y que está en todas partes. Esta mañana leía en el periódico que ahora
queremos enviar más tropas a Filipinas para combatir la insurrección. Todo este
despliegue militar, sin embargo, provoca rechazo en una amplia franja del
ejército, la de los coroneles, capitanes... Conozco oficiales que dan clase en
las academias de West Point y de Anápolis y que están absolutamente en contra de
la política de Bush. Son gente que se sentía representada por Colin Powell,
hasta que éste los decepcionó.
-Los altos oficiales del ejército de Estados Unidos suelen tener muy buena
formación intelectual.
-Una de las cosas que aprendí en Bosnia (Susan Sontag vivió en Sarajevo buena
parte del asedio serbio a la ciudad) fue que los militares merecenrespeto. Y es
verdad que los oficiales estadounidenses tienen carreras universitarias y saben
lo terrible que es la guerra. Son gente valiosa, al menos hasta que se
convierten en burócratas del Pentágono y pierden contacto con la realidad. Saben
mucho más que los civiles que los mandan, no son estúpidos ni sanguinarios,
suelen ser personas responsables, y en muchos casos se sienten perplejos ante la
situación. Déjeme preguntarle sobre algo totalmente distinto. ¿Ha seguido el
debate sobre Cuba? Se han publicado recientemente dos manifiestos: en uno se
condena la política represiva de Fidel Castro; en otro, firmado por gente muy
respetable, como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano o Luisa Valenzuela, se
afirma que Castro debe defender el derecho de Cuba a la existencia frente al
acoso del imperialismo americano y que Estados Unidos planea invadir la isla, y
no se habla para nada de derechos humanos. ¿Qué piensa usted de todo eso?
-Quizá sería mejor que fuera usted quien opinara.
-Yo no creo que Estados Unidos vaya a invadir Cuba, no es necesario. Soy
totalmente contraria a la política estadounidense respecto de Cuba, estoy contra
el embargo y creo que Castro se mantiene en el poder precisamente por el
embargo. Estoy a favor de que se comercie, de que haya turismo, de que las
relaciones sean normales y plenas. En mi opinión, Cuba ha vuelto a ser el burdel
del Caribe, lo que era en tiempos de la dictadura de Batista, y cuenta con una
horrible industria de turismo sexual. Dudo de que la abundancia de prostitutas
de 14 y 15 años en los hoteles de La Habana diga mucho a favor del gobierno de
Castro. Yo viajé a Cuba en los años sesenta y fui muy partidaria de Fidel Castro
hasta 1970. Hasta entonces, una de las cosas que me gustaban del régimen
castrista era que hubiera terminado con la degradante prostitución masiva.
Castro hizo muchas cosas buenas en los sesenta, en materias como la educación y
la sanidad. Pero luego empezaron las persecuciones contra los homosexuales,
contra los disidentes... Y desde que se hundió la Unión Soviética y Cuba perdió
los subsidios, se ha vuelto casi a la situación previa a 1959. Tengo muchas
ganas de que termine el actual régimen, pero estar en contra de Castro no
significa estar a favor del imperialismo americano.
-¿Y los dos manifiestos?
-García Márquez es un caso especial. Tiene intensos vínculos humanos con Cuba y
con Fidel Castro, de quien es amigo. Lo cual me parece muy bien. Pero cuando,
desde Bogotá, le exigí públicamente que explicara cómo podía estar contra la
pena de muerte y a la vez defender que el régimen cubano ejecutara a gente por
delitos menores, su respuesta fue lamentable. En resumen, insistió en que se
oponía a la pena de muerte y aseguró que había ayudado a muchos disidentes para
que pudieran huir de Cuba. ¿Es ése un régimen que merezca ser defendido? ¿Un
régimen en el que tienes que ayudar a que la gente escape? Me pareció patético.
Yo no esperaba que Gabo García Márquez me respondiera, pero lo hizo, por respeto
hacia mi persona, según dijo. Me afecta la posición en que se encuentra, porque
lo admiro muchísimo. Mire, yo no creo que los escritores estén obligados a
hablar de política, ni yo ni ninguno. Pero ciertos escritores, con cierta
historia, sí están obligados a opinar en ciertas situaciones. Si no hablan, su
silencio es político. Creo que ése es el caso de García Márquez. También ha sido
el mío en otras ocasiones. Nunca quise opinar sobre la cuestión de Israel y
Palestina. Yo soy judía, laica al doscientos por ciento, y más laica con cada
minuto que vivo, porque veo los horrores que se cometen en nombre de la
religión. Mi identidad judía procede del simple hecho de que desciendo de judíos
polacos que emigraron a Estados Unidos en el siglo XIX. Como a muchos otros, me
pesa el Holocausto, y no me sentía confortable criticando a Israel, pese a que
era consciente de las crueldades de la ocupación israelí... Estuve allí durante
la guerra de 1973 y comprobé que la auténtica tragedia consistía en que ambas
partes están equivocadas. Filmé una película, titulada La tierra prometida, y
decidí no volver. Cuando me pedían que adoptara una posición, me negaba. Hasta
que, hace dos años, me dieron el Premio Jerusalén, una especie deNobel sin
dinero que habían ganado escritores tan maravillosos como Graham Greene, y
decidí aceptarlo, y fui a recogerlo a Israel. Muchos amigos me pidieron que no
fuera, que boicoteara el premio, pero yo no creo en boicoteos ni dejaría de ir a
un país por estar en desacuerdo con su gobierno. Pasé una semana moviéndome por
Israel; fui a los territorios, a Gaza; me reuní con Yasser Arafat, aunque no me
apetecía nada verle, y decidí hablar. No era posible seguir en silencio. Nada,
ni siquiera el horror de los terroristas suicidas palestinos podía justificar la
crueldad, la opresión y la humillación ejercidas sobre los palestinos. Tomo
partido, y reclamo el total desmantelamiento de los asentamientos judíos y la
retirada de Israel a las fronteras de 1967. Dicho esto, creo que Gabo García
Márquez no puede seguir siendo amigo de Castro y a la vez calificarse a sí mismo
de periodista. García Márquez dirige una escuela de periodismo en Cartagena de
Indias. Bien, si se considera periodista, debe estar a favor de la libertad de
expresión y en contra de que se encarcele a la gente por delitos de opinión,
como ocurre en Cuba. ¿Cómo puede callarse y seguir apoyando a Fidel Castro?
Incluso José Saramago, militante del Partido Comunista portugués, ha sentido que
no podía seguir en silencio y ha criticado el régimen cubano. Contra Castro
estamos gente tan distinta como yo; Pedro Almodóvar, al que quiero mucho y de
quien me siento muy cercana, y Mario Vargas Llosa, de quien estoy claramente más
lejos. No importa con quién esté uno, sino lo que es correcto, lo que es justo.
Me opongo a que se utilice la crítica al imperialismo americano, muy
justificada, pera defender una dictadura horrenda.
-Las posiciones intelectuales suelen ser menos fáciles y más confusas en
situaciones de crisis grave, como una guerra. Usted se refiere a una situación
así, la de la Guerra Civil española, en su último ensayo Mirando el dolor de los
otros.
-Sí, empiezo el libro con la reacción de Virginia Woolf frente a las fotografías
de atrocidades difundidas por el gobierno republicano de Madrid. La guerra de
España fue el momento central del siglo XX, el momento en que muchas cosas
quedaron claras, el primer conflicto realmente fotografiado. Y aunque en este
último libro no me extiendo en el asunto como en anteriores ocasiones, ocurrió
que muchos, desde fuera, se sintieron incapaces de criticar el papel de la Unión
Soviética y de los comunistas, porque pensaban que eso dañaría al bando que
ostentaba la legalidad y la razón, el republicano, y favorecería a los
insurgentes. Esa es una lección que me repito una y otra vez a mí misma. Nunca
es necesario elegir entre la verdad y la justicia. Hay que estar con ambas


Ultima
palabra
Por Susan Sontag
"No sé qué son los intelectuales"
Susan Sontag (Nueva York, 1933) es una de las intérpretes más lúcidas de la
realidad contemporánea. Novelista y ensayista, la definen un profundo
conocimiento de la cultura europea y una capacidad ilimitada para
reinterpretarla desde el punto de vista norteamericano. En 2003 ha obtenido,
junto a Fátima Mernissi, el premio Príncipe de Asturias de las Letras, que
recogerá en Oviedo el día 24. Estos días publica en España su último ensayo,
Sobre el sufrimiento de los demás (Alfaguara).
Pregunta: ¿Cómo se toma que a menudo Woody Allen, Arthur Miller, Noam Chomsky,
Paul Auster o usted misma sean más tenidos en cuenta en Europa que en su propio
país, los Estados Unidos?
Respuesta: No puedo hablar de Auster, pero es algo que suele ocurrir con muchos
autores. Arthur Miller, por ejemplo, parece ser más apreciado en Inglaterra que
en EE.UU., y según dice también ocurre lo mismo con Auster en España.
P: ¿A qué cree que se debe?
R: Estados Unidos se ha movido en una dirección distinta a la de Europa y
quienes son críticos con el sistema tienden a ser marginados. Es algo normal
cuando se tiene visiones distintas a las comunmente aceptadas.
P: ¿Cree que los intelectuales deben expresar otro punto de vista, concienciar
en cierta forma de otra realidad posible?
R: No sé que son los intelectuales, no me interesa el concepto de intelectual.
Lo que debe hacer el escritor es decir la verdad. Las generalizaciones no me
interesan.
P: Apoyó la intervención en los Balcanes y se opuso a la guerra en Iraq. ¿No es
una contradicción?
R: No, porque no se trata de dos posturas distintas. En el caso de Sarajevo me
oponía a Milosevich y al genocidio que estaba llevando a cabo. El caso de Iraq
es totalmente distinto. Lo que ocurre allí es una invasión y una ocupación.
P: En sus apreciaciones sobre distintos acontecimientos históricos resultaron
especialmente "significativas" las expuestas en el New Yorker sobre el 11 de
septiembre...
R: Fui muy atacada por ese artículo, incluso llegué a recibir amenazas de
muerte. Llegaron a decir que lo que tenían en común Sadam, Bin Laden y Susan
Sontag era que los tres querían la destrucción de América. Simplemente expresaba
mi punto de vista sobre lo acontecido.
P: El personaje de Ryszard en su novela En América dice: "La gente como nosotros
no debiera vivir en América". ¿Está expresando una postura crítica respecto a
América?
R: No. Esa frase no debe separarse del contexto de la novela. En la obra los
distintos personajes expresan punto de vista distintos y el de Richard es el
suyo. Cuando yo quiero decir algo sobre América lo digo y no utilizo ningún
personaje.
P: En esa misma novela trata de alguna forma el tema de la utopía.
R: Vuelvo a decir lo mismo. Se trata de una novela, no de un ensayo. No pretendo
transmitir ningún mensaje y tampoco considero apropiado entrar en
generalizaciones.
P: Su respuesta parece negar la capacidad interpretativa del lector lo que
resulta especialmente significativo cuando se trata de alguien que editó a
Roland Barthes.
R: Hice una antología de Barthes, pero eso no significa que esté necesariamente
de acuerdo con él. Admiro el trabajo de Barthes pero eso no debe inducir a
considerar que me parecen bien sus planteamientos.
P: ¿Qué le sugiere la teoría barthiana sobre "la muerte del autor"?
R: No estoy de acuerdo con esa teoría.
P: ¿Cómo ha evolucionado su escritura desde El benefactor hasta El sufrimiento
de los demás?
R: Se trata de dos obras distintas. Son dos caminos distintos, pero si se trata
de enfatizar algún tipo de evolución diría que ahora soy mejor escritora. Pero
no reniego de nada de lo que he escrito.
P: En ese camino parece haber un punto crítico. Usted sufrió un cáncer...
R: Lo cierto es que han sido dos, uno hace vinticinco años y otro hace sólo
cinco. Y efectivamente fue importante; pero en la vida de una persona ocurren
muchas otras cosas importantes, uno se casa o se divorcia, tiene hijos... todo
eso forma parte de la vida y en ese contexto debe entenderse la enfermedad. La
enfermedad como metáfora no es sobre mí, sobre mi experiencia, sino que trata
otros temas que se derivan de la enfermedad.
P: Nunca me "atreví" a leer su libro sobre esa experiencia.
R: Si lo hubiera hecho entendería mucho mejor lo que quiero decir. La obra no
trata de mi experiencia con el cáncer, no resulta necesariamente doloroso desde
el punto de vista personal porque lo narrado no tiene que ver con la enfermedad
en sí misma.
P: La semana próxima irá a Oviedo para recoger el Premio Príncipe de Asturias de
las Letras, que ha compartido con Fátima Menissi. ¿Conoce su obra?
R: No, no la conocía, pero internet me proporcionó información sobre su trabajo
y tengo ganas de conocerla. No entiendo muy bien por qué han concedido el premio
a dos personas con trayectorias y obras tan distintas. Tal vez hubiera sido más
apropiado que hubieran premiado a una sola; o a ella o a mí.
P: ¿Con qué calificativo se encuentra más cómoda Susan Sontag: novelista,
filósofa, crítica...?
R: Yo me considero una autora de ficción, en ningún caso crítica ni filósofa.
José Antonio GURPEGUI


DOSSIER
IRAK - Al presentar su nuevo libro, la escritora Susan Sontag recuerda las
atrocidades de la guerra
La polémica escritora estadounidense Susan Sontag, quien presenta estos días su
nuevo libro, Ante el dolor de los demás, niega ser pacifista, pero condena las
atrocidades de la guerra y los mecanismos que la desencadenan y legitiman desde
los centros del poder, adonde sus horrores nunca llegan.
Escribe José Andrés Rojo en la edición de EL PAÍS del 29 de octubre de 2003:
"Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan", escribe Susan Sontag
ya casi al final de su último libro, Ante el dolor de los demás (Alfaguara). Y
un poco más adelante explica que esas imágenes dicen: "Esto es lo que los seres
humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo,
convencidos de que están en lo justo. No lo olvides".
No lo olvides, recuérdalo, conoce lo que la guerra es, mira tanto dolor y tanto
absurdo y tanta desolación. Sontag (Nueva York, 1933) se ha sumergido de lleno
en el horror de la guerra en las 146 páginas de este contundente ensayo para
reflexionar qué ocurre allí en los lejanos campos de batalla y qué pasa en el
otro lado del mundo, donde no pasa nada, cuando se sabe de la brutalidad y la
muerte. Lo ha hecho a través del hilo conductor de la fotografía, de esas
imágenes que tienen el poder de "captar una muerte cuando en efecto está
sucediendo y embalsamarla para siempre".
Son ya cuarenta años los que lleva Susan Sontag publicando libros, desde que en
1963 apareció su primera novela, El benefactor. Y ya no ha parado y no tiene
idea de detenerse. Sigue cultivando la ficción (En América es su última novela),
y no deja de escribir ensayos, proyecta realizar otra película y también dos
obras de teatro. La guerra no le ha sido ajena: estuvo como periodista en
Vietnam y montó, durante el asedio a Sarajevo, Esperando a Godot. En 1977
publicó Sobre la fotografía. Su vitalidad, su compromiso cívico, la radicalidad
de su mirada han sido objeto recientemente de dos importantes reconocimientos,
el Premio de la Paz, en Francfort, y el Príncipe de Asturias.
Pregunta - "La belleza será convulsa o no será", decía André Breton, y reclamaba
un arte que conmocionara. Las imágenes de la guerra también conmocionan. ¿Qué
hay, sin embargo, de diferente en ambas formas de expresión?
Respuesta - Creo que la fotografía es también un arte, así que no tendría que
haber diferencias entre ambas formas de expresión. Lo que sí querría señalar es
que éste no es un libro sobre fotografía. Es un libro que trata de la guerra.
Por tanto, no debe pensarse que después de unos años he vuelto sobre el viejo
tema que traté ya en Sobre la fotografía. Allí me pregunté por lo que las
imágenes eran, por la forma en que nos influyen, por el espíritu que consiguen
atrapar. Esta vez empiezo por la guerra, está ahí, existe, y me pregunto qué es
lo que saben de ella quienes no tienen una experiencia directa de su horror.
¿Qué pueden saber, cómo pueden conocerla? En Ramala y Bagdad saben qué
significa, pero en París y en Madrid, por ejemplo, ¿qué les llega de todo
aquello?
P. - Entonces surgen las imágenes. ¿No existe el problema de que terminen por
saturar y no digan ya nada?
R. - Sí, está esa teoría de que todo es un gran espectáculo, de que la realidad
ha desaparecido, de que estamos sumergidos en una tormenta de imágenes que
consumimos sin más. Se dice que todas esas atrocidades dejan de serlo por la
saturación que se produce cuando han aparecido tantas veces. Pero no estoy de
acuerdo. Creo que la gente distingue perfectamente entre la realidad y el
espectáculo. Por muy adictos que seamos a consumir imágenes, todavía existe la
posibilidad de tomar distancias frente al horror.
P. - Empieza el libro contando que Virginia Woolf, en Tres guineas, proponía a
un eminente abogado londinense observar las imágenes de la Guerra Civil
Española, para saber "si al mirar las fotografías sentimos lo mismo".
R. - Bueno, empecé por Virginia Woolf porque por algún lado tenía que empezar.
Lo que ocurre a finales de los años treinta, la época en la que ella escribe, es
que se produce un drástico cambio en la manera en que los reporteros cubren las
guerras. Antes de la Guerra Civil Española se habían fotografiado muchos
conflictos, pero siempre antes o después, durante los preparativos o cuando los
campos estaban ya llenos de cadáveres. Es entonces, y ahí está la mítica foto de
Robert Capa del miliciano que cae en el frente de Aragón, cuando los fotógrafos
empiezan a captar imágenes durante el desarrollo de las batallas. Lo que
Virginia Woolf ve son las atrocidades causadas por los bombardeos de la aviación
franquista sobre la población civil. Y son imágenes que le llegaban a ella por
correo, no aparecían aún en los periódicos.
P. - ¿Cree que es muy diferente la forma en que hombres y mujeres entienden la
guerra?
R. - Bueno, ésa era la cuestión que planteaba inicialmente Virginia Woolf,
aunque luego la abandonaba. El caso es que sí, la guerra está imbuida de una
serie de valores tradicionalmente asociados al mundo masculino: la virilidad, la
fuerza, el coraje, la fortaleza de aprender a sufrir sin sentir compasión. Quizá
los hombres no disfruten en los combates, pero sí disfrutan con lo que la guerra
desencadena: la movilización y todo eso. El mundo femenino está, en cambio,
asociado a la protección, a la compasión, al interés por lo que ocurre con otras
personas. Forma parte de su socialización. Pero la guerra también la hacen hoy
las mujeres. La ordenan, como hizo Margaret Thatcher, o participan en ella: hay
un alto porcentaje de mujeres en las tropas estadounidenses.
P. - Habla en el libro de un momento en que simplemente ya no se reconoce el
sufrimiento, sino que se protesta contra él.
R. - La imagen de la portada del libro ha sido una elección personal. Es un
aguafuerte de Goya que pertenece a su serie de Los desastres de la guerra. Ayer
mismo, nada más llegar, fui al Prado para volver a ver las obras de Goya, que me
siguen impactando profundamente. Es un artista decisivo, a partir del cual se
produce un cambio radical en la manera de ver la guerra. Los pies que figuran
debajo de cada imagen dicen cosas como No se puede mirar, ¡Esto es lo peor!,
¡Qué locura! Ya no se puede permanecer al margen. A partir de su obra, no
podemos callar frente a la barbarie de la guerra.
P. - Lo difícil es encontrar el camino de hacerlo...
R. - Llevamos ya mucho tiempo sabiendo del sufrimiento por los cuadros de muchos
pintores. El cristianismo, y no otras religiones, nos ha enseñado que Jesús es
un hombre que sufre, y aparece cargado de dolor, con sus heridas perfectamente
visibles. Y ha hecho bien: así sabemos lo que los hombres son capaces de hacer
con otros hombres. Ahora sigue ocurriendo, nada ha cambiado. En Ruanda, un país
apenas más grande que Andalucía, en seis semanas fueron masacradas 800.000
personas. Es terrible. A veces no se puede ser pacifista. Yo no soy pacifista.
Por desgracia, hay momentos en que una intervención militar puede detener un
genocidio, o por lo menos puede mitigarlo. Es necesario hacer lo que sea para
frenar una masacre. Lo que no puede ser es que estas cosas ocurran y un tiempo
después los genocidas sigan ahí, como si aquello perteneciera ya al pasado, como
si fuera posible olvidarlo.
P. - Hace cuarenta años publicó su primer libro. ¿Qué piensa, cómo se siente
respecto a lo que ha escrito desde entonces?
R. - Es una pregunta en la que ni siquiera quiero pensar. No soy yo quién debe
evaluar mi literatura.
Además no es algo acabado, estoy en la mitad de un camino que me lleva de una
cosa a otra.
P. - ¿Cuáles son sus nuevos proyectos?
R. - Trabajo en una nueva novela. Quiero también escribir una reflexión sobre la
enfermedad, tengo pendientes dos piezas de teatro y hacer una película, algo en
lo que no me embarcaba desde los años setenta. De todas formas, yo no soy una
escritora que se dedica exclusivamente a escribir. Mucha gente cuando llega a
los 40 piensa que ya no le queda nada por hacer, salvo divorciarse, y cuando ya
lo ha hecho, considera que sólo le queda trabajar. Yo creo que el mundo sigue
lleno de posibilidades y me gusta vivir, ver las cosas que pasan, saber del
mundo, conocer nuevos lugares. Creo que estoy ahora en el mejor momento de mi
carrera. Estoy muy orgullosa de lo que he escrito cuando era joven, pero me
ocurre como a muchos pintores y compositores, que es en la madurez cuando dan lo
mejor de sí mismos. Salvo excepciones, en la literatura no suele ocurrir lo
mismo. Muchos escritores dan lo mejor en sus primeras obras.
P. - Terminemos con su reciente visita a Oviedo. Compartió premio con Fátima
Mernissi, que comentó que usted no sabía nada del mundo árabe.
R. - Estoy muy contenta con el premio, me ha encantado conocer la ciudad y la
naturalidad y elegancia de la Reina y el Príncipe. Quizá la única crítica que
pueda hacer es que concedan el mismo premio a autores tan diferentes, como
Fátima Mernissi y yo, o Kapuscinski y Gustavo Gutiérrez. Si todos se lo merecen,
por qué no darlo a un único autor. Se evitarían situaciones incómodas. Me
contaron que Mernissi pensaba que yo era una más de tantas americanas que nada
saben del mundo árabe y que por tanto no conocía su obra. Pero yo sí sabía de
ella, no soy una americana más.


Susan
Sontag reaviva su polémica con García Márquez sobre Cuba
Alemania, 10/12/2003
La escritora estadounidense Susan Sontag reavivó hoy en la Feria del Libro de
Francfort su polémica sobre Cuba con el Premio Nobel de Literatura Gabriel
García Márquez, al que volvió a acusar de deshonestidad intelectual por callar
sobre las violaciones de los derechos humanos del régimen castrista. Sontag
empezó recordando el comienzo de la polémica, en la Feria del Libro de Bogotá a
donde ella había acudido como invitada especial. "Yo no había llegado a Bogotá
pensando en formular un ataque contra García Márquez que en Colombia es una
especie de dios", dijo la escritora. "Durante una conferencia de prensa, alguien
me preguntó que cual era mi posición sobre la responsabilidad política del
escritor. Entonces dije que no tenía nada en contra de escritores que no se
interesaban por temas políticos y que no decían nada al respecto, pero que
aquellos que lo hacen tienen que hacerlo siempre que haya algo que denunciar",
añadió. La escritora añadió que tras decir eso no pudo evitar mencionar el caso
de García Márquez, que había callado sobre la reciente ola de represión contra
disidentes en Cuba, con condenas a muerte y a largas penas de prisión. "Respeto
a los escritores que no se pronuncian sobre temas políticos. Pero quienes lo
hacemos como Günter Grass, como García Márquez, o como yo, entonces no podemos
dejar de denunciar cosas de las que tenemos noticia", dijo Sontag reanudando su
argumentación de Bogotá. "Acerca de Cuba, García Márquez ha callado cosas que
sabe y por eso no ha sido honesto", añadió la escritora. "Nunca creí que él
fuera a responderme, pero lo hizo y la respuesta fue ridícula al decir que en
conversaciones privadas ha ayudado a salir de Cuba a muchos disidentes",
prosiguió. La escritora comparó la actitud de García Márquez con la que asumió
el portugués José Saramago, que pese a definirse a sí mismo como comunista, tras
la reciente ola de represión dijo que no podía seguir respaldando al régimen
castrista. "Lo siento por García Márquez, pero hay cosas que no se pueden
callar", añadió.


Ante
el dolor de los demás
Por Susan Sontag
La escritora y activista estadounidense Susan Sontag, quien el año pasado
recibió los premios Príncipe de Asturias de las Letras, y el de la Paz,
concedido este último por los libreros alemanes, da a conocer su nueva novela en
español, Ante el dolor de los demás, publicada por Alfaguara, en la que con su
característica sagacidad literaria y lucidez de pensamiento explora las
atrocidades de la guerra. Con autorización de la editorial ofrecemos a nuestros
lectores un adelanto del libro de Sontag
La primera tentativa de gran alcance de documentar un conflicto la emprendió
unos años más tarde, durante la guerra de Secesión de Estados Unidos, una casa
fotográfica que dirigía Mathew Brady, el cual había hecho varios retratos
oficiales del presidente Lincoln. Las fotografías bélicas de Brady -que en su
mayoría hicieron Alexander Gardner y Timothy O'Sullivan, si bien su empleador se
llevaba siempre el crédito- mostraban temas convencionales, como campamentos en
los que residen soldados de infantería y oficiales, poblaciones en la ruta del
conflicto, artillería, buques, así como las muy célebres de soldados unionistas
y confederados muertos que yacen sobre el terreno bombardeado de Gettysburg y
Antietam. Si bien el acceso al campo de batalla fue un privilegio que el propio
Lincoln concedió a Brady y su equipo, los fotógrafos no fueron comisionados como
lo había sido Fenton. Su prestigio se desarrolló de un modo más norteamericano,
pues el patrocinio nominal del gobierno cedió el paso al vigor de las
motivaciones empresariales y la autonomía.
La justificación primera de estas fotos de soldados muertos, inteligibles hasta
la brutalidad y que manifiestamente violaban un tabú, fue el deber elemental de
dejar constancia. ''La cámara es el ojo de la historia", es la supuesta
declaración de Brady. Y la historia, evocada como verdad inapelable, se alió con
el creciente prestigio de una idea según la cual determinados temas precisan de
atención adicional, denominada realismo, y que pronto tuvo mayores defensores
entre los novelistas que entre los fotógrafos. En nombre del realismo, estaba
permitido -se exigía- mostrar hechos crudos y desagradables. Semejantes fotos
también transmiten ''una moraleja útil" al mostrar ''el horror nítido y la
realidad de la guerra, en contraste con su boato", escribió Gardner en el texto
que acompaña la foto de O'Sullivan de los soldados confederados caídos, con sus
rostros agónicos dirigidos al espectador, en el álbum de sus imágenes y de otros
fotógrafos de Brady que publicó después de la guerra. (Gardner dejó su empleo
con Brady en 1863). ''¡Aquí están los espantosos pormenores! Que sirvan para
evitar que otra calamidad semejante se abata sobre nuestra nación". Pero la
franqueza de las fotos más memorables del Gardner's Photographic Sketch Book of
the War [Libro de bocetos fotográficos de la guerra de Gardner] (1866) no
implica que él y sus colegas hubieran fotografiado necesariamente a los sujetos
tal como los encontraron. Fotografiar era componer (poner sujetos vivos, posar)
y el deseo de arreglar los elementos de la foto no desapareció porque el tema
estuviera inmovilizado o inmóvil.
No debería sorprender entonces que muchas imágenes canónicas de las primeras
fotografías bélicas hayan resultado trucadas o que sus objetos hayan sido
amañados. Después de llegar al muy bombardeado valle en las proximidades de
Sebastopol en un cuarto oscuro tirado por caballos, Fenton hizo dos exposiciones
desde idéntica posición del trípode: en la primera versión de la célebre
fotografía que tituló El valle de la sombra de la muerte (a pesar del título, la
Brigada Ligera no emprendió su fracasada carga en este paraje), las balas de
cañón se acumulan en el suelo a la izquierda del camino, pero antes de hacer la
segunda foto -la que siempre se reproduce- vigiló que las balas de cañón se
dispersaran sobre el camino mismo. Una de las fotos de un sitio desolado donde
en efecto había habido muchos muertos, la imagen que hizo Beato del devastado
palacio Sikandarbagh, supuso un arreglo mucho más minucioso de su asunto, y fue
una de las primeras representaciones fotográficas de lo horrendo en la guerra.
El ataque se había efectuado en noviembre de 1857, y al terminar las tropas
británicas victoriosas y las unidades indias leales registraron el palacio salón
por salón, pasando a bayoneta a los 800 defensores cipayos sobrevivientes, los
cuales ya eran sus prisioneros, y arrojando sus cadáveres al patio; los buitres
y los perros hicieron el resto. Para la fotografía que tomó en marzo o abril de
1858, Beato construyó las ruinas como un campo de insepultos, situando a algunos
nativos junto a dos columnas al fondo y distribuyendo huesos humanos por el
patio.
Al menos eran huesos viejos. Ahora ya se sabe que el equipo de Brady dispuso de
nuevo y desplazó a algunos de los muertos frescos en Gettysburg: la fotografía
titulada La guarida de un francotirador rebelde, Gettysburg muestra de hecho a
un soldado confederado muerto, trasladado de donde había sido abatido en el
campo a un sitio más fotogénico, un recoveco formado por varias rocas que rodean
una barricada de piedras, y se incluye un fusil de utilería que Gardner apoyó en
la barricada junto al cuerpo. (No parece haber sido el fusil especial que un
francotirador habría usado, sino el de un soldado de infantería común; Gardner
no lo sabía o no le importó). Lo extraño no es que muchas fotos de noticias,
iconos del pasado, entre ellas algunas de las más recordadas de la Segunda
Guerra Mundial, al parecer hayan sito trucadas; sino que nos sorprenda saber que
fueron un truco y que ello siempre nos decepcione.
Descubrir que las fotografías que al parecer son registro de clímax íntimos,
sobre todo del amor y de la muerte, están construidas nos consterna
especialmente. Lo significativo de Muerte de un soldado republicano es que es un
momento real, captado de modo fortuito; pierde todo valor si el soldado que se
desploma resulta que estaba actuando ante la cámara de Capa. Robert Doisneau
nunca declaró explícitamente que la fotografía para Life de una joven pareja que
se besa en una acera cerca del Hôtel de Ville parisino en 1950 tuviera la
categoría de instantánea. Sin embargo, la revelación, más de 40 años después, de
que la foto había sido una escenificación con una mujer y un hombre contratados
por ese día a fin de que se besuquearan ante Doisneau provocó muchos espasmos de
disgusto entre quienes la tenían por una visión preciosa del amor romántico y
del París romántico. Queremos que el fotógrafo sea un espía en la casa del amor
y de la muerte y que los retratados no sean conscientes de la cámara, se
encuentren con ''la guardia baja". Ninguna definición compleja de lo que es o
podrá ser la fotografía atenuará jamás el placer deparado por una foto de un
hecho inesperado que capta a mitad de la acción un fotógrafo alerta.
Si damos por auténticas sólo las fotografías resultantes de que el fotógrafo se
encuentre en las proximidades, con el obturador abierto, justo en el momento
preciso, se podrán considerar pocas imágenes de la victoria. Tómese la acción de
hincar una bandera en una colina mientras la batalla toca a su fin. La célebre
fotografía del levantamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima el 23 de
febrero de 1945 resulta ser una ''reconstrucción" de un fotógrafo de la
Associated Press, Joe Rosenthal, de la ceremonia matutina del levantamiento de
la bandera que siguió a la captura del Monte Suribachi, reconstruida aquel mismo
día pero más tarde y con una bandera más grande. La historia de otra imagen de
la victoria, también icónica, que el fotógrafo de guerra soviético Yevgeny
Khaldei tomó de soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag,
mientras Berlín aún arde el 2 de mayo de 1945, es que la proeza se organizó ante
la cámara. El caso de una fotografía optimista, muy difundida, hecha en Londres
en 1940 durante el blitz es más complejo, pues el fotógrafo, y por ello las
circunstancias de su realización, son desconocidas. La foto muestra, a través de
una pared faltante de la biblioteca sin techo y absolutamente arruinada de la
mansión Holland, a tres caballeros de pie sobre los escombros, más o menos
apartados unos de otros frente a dos paredes de estanterías milagrosamente
intactas. Uno mira los libros; otro engancha el dedo en el lomo de uno que está
a punto de retirar del anaquel; otro más, libro en mano, lee: la elegante
composición del cuadro tiene que haber sido dirigida. Es grato imaginar que la
foto no es la invención a partir de cero de un fotógrafo merodeando por
Kensington después de un ataque aéreo, el cual había llevado a tres individuos
para interpretar a tres curiosos impertérritos cuando descubrió la biblioteca de
la gran mansión jacobea cercenada y a la vista, sino más bien que los tres
caballeros habían sido vistos satisfaciendo sus apetitos librescos en la mansión
destruida y el fotógrafo había hecho poco más que espaciarlos de modo distinto a
fin de conseguir una foto más mordaz. En todo caso, la fotografía conserva el
encanto y la autenticidad de la época que celebra un ideal ya desaparecido de
entereza nacional y sangre fría. Con el tiempo, muchas fotografías trucadas se
convierten en pruebas históricas, aunque de una especie impura, como casi todas
las pruebas históricas.
Sólo a partir de la guerra de Vietnam hay una certidumbre casi absoluta de que
ninguna de las fotografías más conocidas son un truco. Y ello es consustancial a
la autoridad moral de esas imágenes. La fotografía de 1972 que rubrica el horror
de la guerra de Vietnam, hecha por Huynh Cong Ut, de unos niños que corren
aullando de dolor camino abajo de una aldea recién bañada con napalm
estadounidense, pertenece al ámbito de las fotografías en las que no es posible
posar. Lo mismo es cierto de las más conocidas sobre la mayoría de las guerras
desde entonces. Que a partir de la de Vietnam haya habido tan pocas fotografías
bélicas trucadas implica que los fotógrafos se han atenido a normas más
estrictas de probidad periodística. Ello se explica en parte quizá porque la
televisión se convirtió en el medio que definía la difusión de las imágenes
bélicas en Vietnam y porque el intrépido fotógrafo solitario con su Leica o
Nikon en mano, operando sin estar a la vista buena parte del tiempo, debía
entonces tolerar la proximidad y competir con los equipos televisivos: dar
testimonio de la guerra ya casi nunca es un empeño solitario. En sus aspectos
técnicos las posibilidades de arreglar o manipular electrónicamente las imágenes
son mayores que nunca, casi ilimitadas. Pero la práctica de inventar dramáticas
fotos noticiosas, de montarlas ante la cámara, parece estar en vías de volverse
un arte perdido.


Los
valores de la literatura
Fundación Príncipe de Asturias,
discurso de la intelectual norteamericana al recibir el premio Príncipe de
Asturias
Por Susan Sontag
"Sans un idéal inaccesible, point de vocation authentique" - Marcel Bénabou
"La índole más alta de moralidad es no sentirnos como en casa en el propio
hogar" - T.W. Adorno
La concesión de un premio crea una situación inusitada. Quienes lo otorgan están
obligados a creer que su decisión ha sido la óptima. Quienes lo aceptan están
obligados a creer que se lo merecen. Ambos supuestos, en una circunstancia
determinada, podrían ponerse en entredicho.
Estos discutibles supuestos son aún más dudosos si el premio no se otorga a una
actividad cuyo mérito puede medirse con más o menos objetividad, como el deporte
o la ciencia, sino al dominio de la cultura, las artes y el pensamiento.
En éste, el mérito parece resistir la medición objetiva. En efecto, parece que,
en las artes, el único juicio seguro es el de la posteridad; con ello quiero
decir el juicio emitido dos o tres generaciones después de que la obra está
concluida y su autor ha desaparecido.
Mueve a la humildad saber que, de todos los libros encomiados, de los libros
tenidos por parte genuina de la literatura, y publicados, digamos, en cualquier
decenio en particular -nunca más de cinco a diez por ciento de las novelas, la
poesía y el ensayo serios publicados en el periodo-, sin duda no más de uno por
ciento en efecto perdurarán, es decir, su interés será permanente, parecerán
valiosos, aún los disfrutarán las generaciones venideras y merecerá la pena
leerlos y releerlos.
Nadie puede predecir el juicio de la posteridad -que en última instancia es el
único que cuenta- acerca de una obra literaria o artística en particular. Por lo
que en este sentido toda distinción en el ámbito de la cultura sólo puede
expresar un reconocimiento condicional que espera su confirmación o refutación
posterior. No obstante, esos galardones nos parecen menos problemáticos si
pensamos que manifiestan algo más que reconocimiento o fe en los logros de
cualquier escritor o artista. Manifiestan una fe en la propia actividad.
Por lo tanto, la mejor reflexión que puede hacerse sobre un premio literario
significativo es que afirma la importancia, la gloria (si se me permite una
palabra tan grandilocuente), de la literatura misma. Éstas son al menos mis
reflexiones en ocasión tan destacada, en la que he sido distinguida como una de
las dos merecedoras del Premio Príncipe de Asturias de Letras.
Cuando pienso en la literatura, en la infinitamente diversa aventura de afanarse
con el lenguaje para contar historias y transmitir el conocimiento profundo en
el que me he anclado, comprometido, durante toda mi vida como persona moral y
consciente, pienso en un amplia escala de valores que en realidad son metas o
modelos con los cuales juzgo mis actividades personales y literarias.
En un sentido, el empírico o fáctico, la literatura es meramente la suma de todo
lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido, el ideal, la literatura es
la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad
literaria.
En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura honra -y representa- metas
ideales en sentido estricto. Es decir, nunca alcanzadas del todo. Sin embargo,
son aún más irresistibles y ejercen mayor autoridad como ideales precisamente
porque resulta muy difícil mantenerlos.
Alguien podría rechazar, como una suerte de enternecedor disparate, lo que me
propongo encomiar aquí. Pero yo no lo veo así en absoluto. Estas normas morales,
estos ideales, no son una ilusión.
Imaginemos la literatura como una utopía... un lugar en el que imperan los
modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas
normas de una interpretación determinada de la literatura, de la que importa,
que sigue importando durante decenios, generaciones y, en pocos casos, durante
siglos.
Ésta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que
sustenta la empresa de la literatura.
Uno. Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una
vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que
se sujeta a las nociones comunes de "éxito" y al estímulo financiero. La
literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la
conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y
en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades
hacia otros seres humanos y el lenguaje.
Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales.
Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque
representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no
se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines
ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo. (Hablo como feminista.) Esto implica
que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar consecutivo
tributo a la diversidad de las identidades nacionales. (Así es que si los
mejores tres escritores del mundo son, por ejemplo, húngaros, entonces lo ideal
es que los jurados de los premios no se inquieten porque los húngaros reciben
demasiados galardones.)
Tres. La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes
escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las
fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los
escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y
nos leemos los unos a los otros. Si consideramos que cada logro literario
significativo es, en última instancia, parte de la literatura del mundo, nos
hacemos más receptivos a lo foráneo, a lo que no es "nosotros". El poder
característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De
asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.
Cuatro. Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las
literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial,
son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún
es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual
depende del predominio de los valores seculares.
Es posible, desde luego, exponer lo que denominamos modelos de un modo más
enérgico (y acaso más controvertido), como antipatías, como negativas. Así es
que, para enunciar de otra manera lo que acabo de decir:
Uno. Desprecio a los valores mercenarios.
Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores; por
ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de
comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo.
Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de
los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las
afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales.
Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura.
Estos son en efecto valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la
literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún
nutren a los lectores, a los verdaderos lectores. Y es también lo que celebra
todo premio literario importante.
Por estos valores me honra que la Fundación Príncipe de Asturias me haya elegido
como una de las galardonadas con este destacado premio.
Susan Sontag. © Copyright 2003 Fundación Príncipe de Asturias


La
literatura es la libertad
Por Susan Sontag
[Discurso que pronunció Susan Sontag al recibir el Premio de la Paz de los
Libreros Alemanes (Friedenspreis des Deutschen Buchhandels) en Francfort].
Presidente Johannes Rau, Ministro del Interior Otto Schily, Ministra de Cultura
Christina Weiss, Honorable Alcaldesa de Francfort Petra Roth, Vice-Presidenta de
la Cámara de Diputados (Bundestag) Antje Vollmer, excelencias, distinguidos
invitados, colegas homenajeados, amigos... entre ellos, querido Ivan Nagel:
Es para mí una lección de humildad y una inspiradora experiencia poder hablar en
el Paulskirche ante este público, recibir el premio que en los últimos 53 años
los Libreros Alemanes han otorgado a tantos escritores, pensadores, y figuras
públicas ejemplares a quienes admiro, y poder hablar en esta ocasión y en este
lugar cargado de historia. Lo que hace que lamente aún más la ausencia
deliberada del embajador norteamericano, el Sr. Daniel Coats, cuyo inmediato
rechazo a la invitación que le extendió en junio la Asociación de Libreros para
asistir a este evento, cuando se anunció el Premio de la Paz (Friedenspreis) de
este año, muestra que el embajador está más interesado en apoyar la posición
ideológica y el rencor reaccionario de la Administración de Bush, antes que en
cumplir con su deber habitual como diplomático, que sería representar los
intereses y la reputación de su país, que es también el mío.
Supongo que el embajador Coats ha elegido no estar aquí hoy debido a las
críticas que he vertido en diarios, entrevistas televisadas y columnas en
revistas sobre la nueva tendencia radical de la política exterior
norteamericana, como demuestran la invasión y la ocupación de Irak. Creo que el
embajador debería estar aquí, ya que es una ciudadana del país que él representa
ante Alemania la que recibe este importante premio.
Un embajador de Estados Unidos debe representar a su país en su totalidad. Desde
luego, yo no represento a EE.UU., ni siquiera a la importante minoría que no
apoya el programa imperial del Sr. Bush y sus consejeros. Me gusta pensar que no
represento sino a la literatura, es decir, a una cierta idea de la literatura, y
a la conciencia, una cierta idea de la conciencia o el deber. Teniendo en
cuenta, sin embargo, que la concesión de este premio, que proviene de un país
europeo de envergadura, hace referencia a mi papel de 'embajadora intelectual'
entre los dos continentes (huelga decir que el término 'embajadora' se refiere
aquí a su sentido más débil, simplemente metafórico), no puedo dejar de
compartir con ustedes algunos pensamientos respecto de la renombrada brecha
entre Europa y EE.UU., que mis intereses y entusiasmos supuestamente tratan de
superar.
En primer lugar, se trata de una brecha (es un vacío que tal vez esté
llenándose, ¿o se trata también de un conflicto?). Declaraciones airadas y
despreciativas respecto a Europa (a ciertos países europeos), son ahora moneda
corriente en el discurso político norteamericano; y aquí, al menos en los países
ricos del lado occidental del continente, los sentimientos anti-norteamericanos
son más comunes, se escuchan con más frecuencia, y son más excesivos que nunca.
¿De qué conflicto se trata? ¿Tiene este conflicto raíces profundas? Creo que sí.
Ha habido siempre un antagonismo latente entre Europa y Estados Unidos;
antagonismo que es al menos tan complejo y ambivalente como el que existe entre
padres y madres e hijas/os. Estados Unidos es un neo-país europeo, que hasta
hace pocas décadas se nutrió poblacionalmente con una fuerte migración europea.
Sin embargo, son las diferencias entre Europa y Estados Unidos las que más han
llamado la atención de viajeros europeos calificados: Alexis de Tocqueville, que
visitó esta joven nación en 1831 y luego regresó a Francia para escribir
Democracia en los EE.UU. (que es aún, unos ciento setenta años más tarde, el
mejor libro sobre mi país), y D.H. Lawrence, quien hace ochenta años publicó el
libro más interesante que se haya escrito sobre la cultura norteamericana, su
influyente y exasperante Estudios sobre la Literatura Clásica norteamericana,
entendieron que EE.UU., el hijo de Europa, estaba convirtiéndose, o ya se había
convertido, en la antítesis de Europa.
Roma y Atenas. Marte y Venus. No han sido los autores de artículos populares
recientes, a través de los cuales promueven la idea del inevitable conflicto de
intereses y valores entre Europa y EE.UU., quienes inventaron estas antítesis.
Varios extranjeros habían ya meditado sobre el tema, y habían establecido el
marco creativo, la melodía recurrente que suena a lo largo de la literatura
norteamericana del siglo XIX, que va desde James Fenimore Cooper y Ralph Waldo
Emerson hasta Walt Whitman, Henry James, William Dean Howells, hasta Mark Twain.
Inocencia norteamericana y sofisticación europea; pragmatismo norteamericano e
intelectualismo europeo, energía norteamericana y cansancio europeo ante lo
mundano; ingenuidad norteamericana y cinismo europeo; bondad norteamericana y
malicia europea; moralismo norteamericano y el arte de la concesión europeo: ya
conocen estas cantinelas.
Se puede cambiar la coreografía; en realidad, se han bailado todo tipo de
compases durante dos tumultuosos siglos. Los filoeuropeos han utilizado la vieja
antítesis para identificar a EE.UU. con el barbarismo comercial que lo impulsa y
a Europa con la alta cultura, mientras que los eurófobos se han guiado por un
punto de vista preconcebido según el cual EE.UU. representa el idealismo, la
apertura y la democracia, y Europa un refinamiento debilitante y snob.
Tocqueville y Lawrence observaron algo más cruel aún: no sólo una declaración de
independencia norteamericana respecto de Europa y de los valores europeos, sino
también un socavamiento sostenido y el asesinato de los valores y el poder
europeos. "Nunca se puede obtener algo nuevo sin romper algo viejo," escribió
Lawrence. "Europa resultó ser lo viejo; EE.UU. debe ser lo nuevo. Lo nuevo
representa la muerte de lo viejo." EE.UU., conjeturó Lawrence, se había puesto
como objetivo destruir a Europa, y utilizaba la democracia como instrumento, en
especial la democracia cultural y la democracia de las costumbres. Y cuando esta
tarea se cumpliera, continuaba Lawrence, EE.UU. bien podría transformar su
democracia en algo completamente diferente. (Tal vez sea ahora cuando esté
surgiendo esa alternativa que reemplazaría a la democracia en EE.UU.)
Les ruego paciencia, si hasta ahora todas mis referencias han sido
exclusivamente literarias. Después de todo, una función de la literatura -de la
literatura importante, necesaria- es la de ser profética. Lo que tenemos aquí
es, en forma magnificada, la perenne lucha literaria, o cultural, entre los
antiguos y los modernos.
El pasado es (o fue) Europa, y EE.UU. se fundó sobre la idea de romper con el
pasado. En EE.UU. se considera que el pasado estorba e idiotiza y -con su modo
de entender qué es prioritario y qué no lo es, y sus estándares sobre lo que es
superior y lo que es mejor- esencialmente no democrático, o 'elitista', sinónimo
que impera actualmente. Aquellos que hablan a favor de unos EE.UU. triunfantes
continúan sugiriendo que la democracia norteamericana implica repudiar a Europa,
y, sí, adoptar un cierto barbarismo liberador y saludable. Aunque la mayoría de
los norteamericanos considere hoy a Europa más socialista que elitista, según el
modelo norteamericano, Europa es aún un continente retrógrado que continúa con
obstinación rigiéndose por criterios antiguos: el estado de bienestar.
'Renuévalo' no es sólo una consigna cultural; describe también una maquinaria
económica que no deja de avanzar y abarcar al mundo entero.
Sin embargo, si es necesario, aún lo 'viejo' puede ser rebautizado como 'nuevo'.
No es simple coincidencia que el resuelto secretario de Defensa norteamericano
tratara de dividir a Europa [distinguiendo de manera inolvidable entre la
'vieja' Europa (mala) y una 'nueva' Europa (buena)]. ¿Cómo se llegó a que
España, Italia, Polonia, Ucrania, Holanda, Hungría, la República Checa y
Bulgaria, se encuentren entre los miembros de la 'nueva' Europa? Respuesta:
apoyar a los EE.UU. en su actual expansión de poder político y militar implica,
por definición, pasar a la categoría de lo 'nuevo'. Quien quiera que esté con
nosotros es 'nuevo'.
La razón que se aduce en todas las guerras modernas, aun cuando sus objetivos
sean los tradicionales (como lograr una expansión territorial o apoderarse de
recursos naturales escasos), es la de una pretendida lucha entre civilizaciones
-guerras culturales- donde cada lado alega estar en posesión de la razón, y a su
vez califica al otro de bárbaro. El enemigo es invariablemente una amenaza a
'nuestro modo de vida', infiel, profanador y contaminador, un corruptor de
valores superiores o mejores. La actual guerra en contra de la amenaza real de
los militantes islámicos fundamentalistas representa un claro ejemplo. Vale la
pena mencionar que una versión más blanda, en los mismos términos
despreciativos, subyace al antagonismo entre Europa y EE.UU. Debe también
recordarse que históricamente la retórica antinorteamericana más virulenta jamás
escuchada en Europa -que consiste esencialmente en acusar a los norteamericanos
de bárbaros- provino no de la llamada izquierda sino de la extrema derecha.
Tanto Hitler como Franco vituperaron repetidamente a los EE.UU. (y al pueblo
judío a nivel mundial) al acusarlos de contaminar la civilización europea con
sus viles valores mercantiles.
Desde luego, la mayoría de la opinión pública europea continúa admirando la
energía norteamericana, la versión norteamericana de 'lo moderno'. Además, sin
duda ha habido siempre norteamericanos simpatizantes con los ideales culturales
europeos (una de ellos se encuentra frente a ustedes ahora), que encuentran en
las viejas artes europeas una corrección y una liberación de los persistentes
prejuicios mercantilistas de la cultura norteamericana. A su vez, siempre ha
existido la contraparte europea de estos norteamericanos: los europeos
fascinados, cautivados, profundamente atraídos por los EE.UU., precisamente por
ser diferentes de Europa.
Lo que ven los norteamericanos es casi la inversa del cliché eurófilo: se ven a
sí mismos como los defensores de la civilización. Las hordas bárbaras ya no se
encuentran a las puertas de nuestras ciudades. Están dentro, en cada próspera
ciudad, planeando la devastación. Los países 'productores de chocolate'
(Francia, Alemania, Bélgica) tendrán que hacerse a un lado, mientras un país con
'voluntad' -y con Dios de su parte- lleva a cabo su lucha contra el terrorismo
(ahora confundido con el barbarismo). Según el secretario de Estado Powell, es
ridículo que la vieja Europa (algunas veces parece que sólo se refiere a
Francia) aspire a tener algún papel en el gobierno o la administración de los
territorios que han sido ganados por la coalición del conquistador. La vieja
Europa no tiene sus recursos militares, su gusto por la violencia, ni tampoco el
apoyo de su mimada y demasiado pacífica población. Y los norteamericanos tienen
razón. Los europeos no están dispuestos a lanzar ni una cruzada evangélica ni
una belicosa.
Por cierto, debo a veces pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando: lo
que mucha gente en mi propio país objeta a Alemania, que infligió horrores al
mundo durante casi un siglo -el nuevo 'problema alemán' por decirlo de alguna
manera- es que los alemanes aborrecen la guerra; que la mayoría de la opinión
pública alemana es ahora virtualmente... ¡pacifista!
¿Fueron alguna vez EE.UU. y Europa socios, amigos? Por supuesto. Pero quizás es
cierto que los períodos de unidad -de sentimiento compartido- hayan sido
excepciones más que la regla. Uno de tales periodos tuvo lugar desde la Segunda
Guerra Mundial hasta la primera época de la Guerra Fría, momento en que los
europeos estaban profundamente agradecidos por la intervención norteamericana,
su auxilio y su apoyo. Los norteamericanos se sienten cómodos viéndose a sí
mismos en el papel de salvadores de Europa. En consecuencia, los EE.UU.
esperarán que los europeos sientan siempre agradecimiento, un estado de ánimo
que los europeos no sienten ahora.
Desde el punto de vista de la 'vieja' Europa, los EE.UU. parecen dispuestos a
derrochar la admiración -y la gratitud- de la mayoría de los europeos. La
inmensa simpatía por los EE.UU., tras el ataque del 11 de septiembre de 2001,
era genuina. (Puedo dar testimonio de su resonante ardor y sinceridad en
Alemania; me encontraba en Berlín en ese momento.) Pero después se ha producido
un distanciamiento creciente por ambas partes. Los ciudadanos de la nación más
rica y poderosa en la historia tienen que saber que a EE.UU. el resto del mundo
lo ama y envidia... y también se siente agraviado por él. Más de un viajero que
haya visitado el extranjero sabe que los norteamericanos son considerados por
muchos europeos como vulgares, rústicos e incultos, y ante ello no dudan en
responder a tales expectativas con un comportamiento que insinúa el
resentimiento de los ex colonizados. Y algunos europeos cultos, que
aparentemente disfrutan en gran medida ya sea visitando EE.UU. o viviendo allí,
atribuyen condescendientemente este hecho al ambiente liberador de la colonia
donde uno puede deshacerse de las restricciones y cargas de la alta cultura de
la 'metrópolis' . Recuerdo una conversación con un director de cine alemán que
estaba viviendo en ese momento en San Francisco, en la que él me decía que le
encantaba estar en EE.UU. 'porque ustedes no tienen cultura alguna'. Para más de
un europeo, y debe mencionarse, incluso para D.H. Lawrence ('allá la vida
proviene de las raíces, imperfecta pero vital', le escribía a un amigo en 1915,
en los momentos en que planeaba vivir en los EE.UU.), EE.UU. es el gran escape.
Y viceversa: Europa fue el gran escape para generaciones de norteamericanos que
buscaban 'cultura'. Desde luego, me refiero a minorías aquí, minorías dentro del
grupo de los privilegiados.
Los EE.UU. se ven ahora como los defensores de la civilización y los salvadores
de Europa, y se preguntan por qué los europeos no logran comprender esta
cuestión; por su parte, los europeos ven a EE.UU. como un estado guerrero
imprudente: a ello los EE.UU. responden que Europa es su enemiga. Un discurso
ahora predominante en EE.UU. afirma que los europeos sólo pretenden ser
pacifistas para debilitar el poder norteamericano. Los norteamericanos creen que
Francia, en particular, trama igualar o aún superar a su país en su grado de
influencia en las cuestiones internacionales -"La operación EE.UU. debe
fracasar" es el título inventado por un columnista del diario New York Times
para describir la estrategia francesa de dominación-, en lugar de comprender que
una derrota norteamericana en Irak alentará a "los grupos musulmanes extremistas
(desde Bagdad a los barrios pobres de París)" a continuar con su yihad contra la
tolerancia y la democracia.
Es difícil para la gente evitar ver el mundo en términos polarizados ("ellos"y
"nosotros") y son estos términos los que han fortalecido en el pasado el
componente aislacionista en la política exterior norteamericana, tanto como
ahora fortalecen el componente imperialista. Los norteamericanos se han
acostumbrado a concebir el mundo en términos de enemistades. Los enemigos se
encuentran en otro lugar, ya que la guerra se desarrolla siempre "fuera", y el
fundamentalismo islámico ha reemplazado al comunismo ruso y chino como la
amenaza implacable y furtiva a "nuestro modo de vida". Y el término "terrorista"
es más flexible aún de lo que lo era la palabra "comunista". Puede unificar un
número mayor de intereses y luchas muy diversas. Esta guerra será interminable
por esa causa, ya que siempre habrá alguna forma de terrorismo (al igual que
siempre existirá la pobreza y el cáncer); es decir, habrá siempre conflictos
asimétricos en los cuales el lado más débil recurra a esa forma de violencia y
ataque con frecuencia a civiles. La retórica norteamericana, y quizás también el
estado de ánimo del pueblo en general, apoyarían esta perspectiva desacertada,
ya que la lucha por la rectitud no tiene fin.
Gracias al genio de EE.UU. que, a pesar de ser un país tan profundamente
conservador que los europeos difícilmente lo comprenden, se ha podido crear un
pensamiento conservador que prefiere lo nuevo a lo viejo. Pero esto también
implica que de la misma manera en que EE.UU. parece un país extremadamente
conservador -como se observa, por ejemplo, en el extraordinario poder del
consenso y la pasividad y en el conformismo de la opinión pública (como
Tocqueville apuntó en 1831), y de los medios de comunicación masiva- es también
radical, incluso revolucionario, de una manera que los europeos encuentran
también difícil de desentrañar.
Seguramente, parte del enigma surge de la falta de congruencia entre el discurso
oficial y la realidad de las personas. Los norteamericanos exaltan
constantemente las "tradiciones"; las letanías a los valores de la familia
ocupan un lugar central en los discursos de todos los políticos. Sin embargo, la
cultura norteamericana corroe enormemente la vida familiar, al igual que todas
las tradiciones, excepto aquéllas que han sido redefinidas como "identidades" y
que pueden ser aceptadas como parte de patrones más amplios de distinción,
cooperación y apertura hacia la innovación.
Quizás, la fuente más importante del nuevo (y del no tan nuevo) radicalismo
norteamericano es algo que solía considerarse como una fuente de valores
conservadores: es decir, la religión. Muchos comentaristas han observado que la
mayor diferencia entre EE.UU. y la mayoría de los países europeos (tanto en la
Europa vieja como la nueva, de acuerdo a la distinción norteamericana actual)
radica quizás en que la religión en EE.UU. tiene aún un papel preponderante en
la sociedad y en el discurso público. Pero es ésta una religión al estilo
norteamericano: es más una idea sobre la religión que la religión en sí misma.
Es cierto que, durante la campaña presidencial de George Bush de 2000, un
periodista tuvo la ocurrencia de preguntarle al candidato que citara su
"filósofo preferido"; la respuesta, que fue bien recibida -y que hubiera
convertido en un hazmerreír a cualquier candidato a un cargo importante por un
partido centrista en cualquier país europeo- fue "Jesucristo". Por supuesto que
Bush no quería decir con esa respuesta, y nadie lo malentendió, que si ganaba
las elecciones su Gobierno se sentiría obligado a seguir los preceptos o los
programas sociales que enunció Jesús.
La sociedad norteamericana es de carácter religioso, en general. Es decir, en
EE.UU. no es importante qué religión siga uno, siempre que se tenga una. Sería
imposible que existiera una religión dominante, o incluso una teocracia, que
fuera sólo cristiana (o perteneciente a una confesión cristiana en particular).
En EE.UU. la religión debe ser algo que se pueda escoger. Esta idea de la
religión, moderna y relativamente carente de substancia, construida sobre la
idea de la elección consumista, es la base del conformismo, el fariseísmo y el
moralismo norteamericano (que los europeos confunden a menudo, de forma
condescendiente, con el puritanismo). Independientemente de las creencias
históricas que las diferentes religiones norteamericanas dicen representar,
todas predican algo similar: cambios en el comportamiento personal, el valor del
éxito, cooperación comunitaria, tolerancia de las elecciones que adoptan otras
personas. (Todas éstas son virtudes que promueven y mitigan el funcionamiento
del capitalismo consumista). El simple hecho de ser una persona religiosa
asegura respetabilidad, fomenta el orden, y garantiza que sean intenciones
virtuosas las que guían la misión norteamericana de conducir al mundo.
Lo que se divulga -se llame democracia, libertad, o civilización- es tanto parte
de un proceso en marcha como la esencia misma del progreso. No existe otro lugar
en el mundo donde el sueño de progreso de la Ilustración tenga una acogida tan
propicia como en EE.UU.
Desmitificación de Polaridades
¿Estamos entonces tan separados? Es extraño que ahora que Europa y EE.UU. se
asemejan tanto culturalmente, nunca hayan estado tan separados.
A pesar de todas las similitudes existentes en la cotidianeidad de los
ciudadanos de los países europeos ricos y de los EE.UU., la brecha entre la
experiencia europea y la norteamericana es genuina, y se origina a partir de
importantes diferencias en la historia, nociones sobre el papel de la cultura, y
recuerdos reales e imaginados. El antagonismo -si es que existe un antagonismo-
no se resolverá en un futuro inmediato, a pesar de la buena voluntad de mucha
gente a ambos lados del Atlántico. Y sin embargo, una no puede sino deplorar la
actitud de los que desean aprovechar tales diferencias al máximo, cuando en
realidad tenemos tanto en común.
La dominación de EE.UU. es una realidad. Pero EE.UU., como está empezando a
entender el actual Gobierno, no puede hacerlo todo. El futuro del mundo -del
mundo que compartimos- es sincrético e impuro. No estamos aislados unos de
otros. Cada vez estamos más relacionados unos con otros.
En última instancia, el modelo que permitirá lograr algún grado de entendimiento
o conciliación, consiste en tener más en cuenta la venerable oposición entre "lo
viejo" y "lo nuevo". La oposición entre "civilización" y "barbarie" es
esencialmente condicionante; no es conveniente pensar y pontificar sobre esa
base (aunque pueda reflejar ciertas innegables realidades). Sin embargo, la
oposición entre "lo viejo"y "lo nuevo"es genuina e irradicable, y constituye la
esencia de la experiencia misma tal como la entendemos.
"Lo viejo" y "lo nuevo" son los polos perennes de todo sentimiento y sentido de
la orientación en el mundo. No podemos prescindir de lo viejo, ya que hemos
invertido en ello nuestro pasado, nuestra sabiduría, nuestros recuerdos, nuestra
tristeza, nuestro sentido de la realidad. No podemos prescindir de la fe en lo
nuevo, ya que en lo nuevo hemos invertido toda nuestra energía, nuestra
capacidad de ser optimistas, nuestros ciegos anhelos biológicos, nuestra
habilidad para olvidar: la sana habilidad que hace posible la reconciliación.
La vida interior tiende a desconfiar de lo nuevo. Una vida interior fuertemente
desarrollada se resistirá especialmente a lo nuevo. Se nos ha dicho que debemos
elegir entre lo viejo o lo nuevo. En realidad, debemos elegir ambos. ¿Qué es la
vida sino el resultado de una serie de negociaciones entre lo viejo y lo nuevo?
Creo que debemos evitar siempre estas oposiciones tan rígidas.
Lo viejo versus lo nuevo, naturaleza versus cultura: quizá sea inevitable que
los grandes mitos de nuestra vida cultural sean representados no solamente
dentro de un marco histórico sino también geográfico. Sin embargo, no son más
que mitos, frases gastadas, estereotipos; la realidad es mucho más compleja.
He dedicado gran parte de mi vida a tratar de desmitificar estos modos de
pensamiento que polarizan y generan opuestos. Esto significa, traducido a
términos políticos, apoyar lo pluralista y lo laico. Realmente preferiría vivir,
al igual que algunos norteamericanos y muchos europeos, en un mundo
multilateral, un mundo que no fuera dominado por ningún país en particular (el
mío incluido). Durante este siglo, que ya promete ser otro siglo más de
extremos, de horrores, podría expresar mi apoyo a toda una serie de principios
tendentes a mejorar la situación. Apoyaría, en particular, lo que Virginia Woolf
llamaba "la melancólica virtud de la tolerancia".
Prefiero mejor hablar como escritora, como una defensora de la actividad
literaria, ya que de ahí es de donde surge la única autoridad que poseo.
La escritora que hay en mí desconfía de la buena ciudadana, la "embajadora
intelectual", la activista de derechos humanos. Todos esos roles que la
concesión de este premio enumera, más allá de mi alto grado de compromiso con
ellos. La escritora es más escéptica, duda más de sí misma que la persona que
trata de hacer lo correcto y apoyar la causa correcta.
Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas y cuestionar
las ideas ortodoxas reinantes. Y aún cuando el arte no es de oposición, el mundo
de las letras tiende a ser contestatario. La literatura es diálogo;
sensibilidad. Podría definirse a la literatura como la historia de las
diferentes respuestas sensibles del género humano ante lo que está vivo y lo que
está moribundo como resultado de la evolución de las culturas y de la
interacción de unas culturas con otras.
Los escritores pueden hacer algo para combatir estos tópicos respecto de nuestra
separación, nuestra diferencia -ya que los escritores son hacedores, y no
simplemente transmisores, de mitos-. La literatura ofrece no solamente mitos
sino también contra-mitos, del mismo modo que la vida ofrece contra-experiencias
(experiencias que nos hacen dudar de aquello que uno suponía que pensaba, sentía
o creía).
Creo que el escritor es alguien que presta atención al mundo, lo que significa
tratar de entender, observar, y conectar con los diferentes actos de maldad que
los humanos son capaces de realizar; y a la vez no corromperse -volviéndose
cínico, superficial- al lograr esta comprensión de la naturaleza humana.
La literatura puede decirnos cómo es el mundo.
La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento profundo,
personificado a través del lenguage, en la narrativa.
La literatura puede entrenarnos y ejercitar además nuestra habilidad para llorar
por quienes no somos nosotros ni son los nuestros.
¿Quiénes seríamos si no pudiéramos simpatizar con los que no somos nosotros ni
son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros
mismos, al menos durante algún tiempo? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos
aprender? ¿O perdonar? ¿O convertirnos en algo diferente de lo que somos?
Escapar de la prisión de la vanidad nacional
En esta ocasión en la que recibo este magnífico premio, este magnífico premio
alemán, permítanme que les cuente algo sobre mi trayectoria.
Pertenezco a una tercera generación norteamericana de origen polaco y judío
lituano. Nací dos semanas antes de que Hitler asumiera el poder. Crecí en el
interior de EE.UU., en Arizona y California, lejos de Alemania, y sin embargo
durante toda mi niñez estuve obsesionada con Alemania, con la monstruosidad de
Alemania, y con los libros y la música alemanes que amaba, y que a su vez
establecieron mi criterio sobre las expresiones artísticas elevadas e intensas.
Aún antes de Bach y Mozart y Beethoven y Schubert y Brahms, ya había algunos
libros alemanes [importantes para mí]. Recuerdo a un maestro de escuela primaria
en una pequeña ciudad del sur de Arizona, el Sr. Starkie, que logró la
admiración de sus alumnos al contarnos que había combatido en el ejército de
Pershing en México contra Pancho Villa: este viejo veterano de una antigua
aventura imperialista norteamericana había sido, al parecer, afectado -en
versión traducida- por el idealismo de la literatura alemana, y percibiendo mi
especial interés por los libros, me prestó sus propias copias del Werther y del
Immensee.
Poco después, durante mi infantil orgía lectora, el azar me condujo al encuentro
de otros libros alemanes, incluyendo el relato de Kafka En la colonia penal,
donde descubrí el temor y la injusticia. Y pocos años más tarde, cuando era una
estudiante de secundaria en Los Angeles, encontré todo sobre Europa en una
novela alemana. No ha habido otro libro más importante en mi vida que La Montaña
Mágica, que trata precisamente del choque de ideales como esencia de la
civilización europea. Y así sucesivamente, a través de una larga vida que ha
estado impregnada de la alta cultura alemana. De hecho, tras los libros y la
música, que supusieron, dado el desierto cultural en el que vivía, experiencias
prácticamente clandestinas, llegaron las experiencias reales. Porque también soy
una beneficiaria tardía de la diáspora cultural alemana, y he tenido la
buenísima fortuna de llegar a conocer bien a algunos de los incomparablemente
brillantes refugiados que creó Hitler, aquellos escritores y artistas y músicos
y académicos que EE.UU. recibió en la década de los 30 y que tanto enriquecieron
al país, especialmente a sus universidades. Permítanme citar a dos de ellos, a
los que tuve el privilegio de tener como amigos durante los últimos años de mi
adolescencia y los primeros años de mi tercera década, Hans Gerth y Herbert
Marcuse; aquéllos con los que estudié en la Universidad de Chicago y en Harvard,
Christian Mackauer, Paul Tillich y Peter Heinrich von Blanckenhagen, y en
seminarios privados, Aron Gurwitsch y Nahum Glatzer; y Hannah Arendt, a quien
conocí después de mudarme a Nueva York cuando tenía aproximadamente veinticinco
años: tantos modelos de seriedad, cuyo recuerdo quisiera evocar aquí.
Pero nunca olvidaré que mi encuentro con la cultura alemana, con la seriedad
alemana, comenzó con el abstruso y excéntrico Sr. Starkie (no creo haber sabido
nunca su nombre), que fue mi maestro cuando yo tenía diez años, y al que jamás
volví a ver.
Y todo esto me lleva a una historia, con la que voy a concluir: creo que es lo
adecuado, dado que fundamentalmente no soy ni una embajadora cultural ni una
ferviente crítica de mi propio Gobierno (tarea que cumplo como buena ciudadana
norteamericana). Soy una contadora de historias.
Así, vuelvo al tiempo en que yo tenía diez años, y encontraba algo de alivio de
las cansadas obligaciones de ser una niña al leer con pasión los gastados
volúmenes de Goethe y Storm que el maestro Starkie me había prestado. Me refiero
a 1943, época en la que tenía conocimiento de que existía un campo de
prisioneros con miles de soldados alemanes, soldados nazis, por supuesto, como
yo los concebía, en la parte norte del estado, y teniendo en cuenta que era
judía (aunque sólo lo fuera nominalmente, ya que mi familia era desde hacía dos
generaciones totalmente laica e integrada; sabía que serlo nominalmente era
suficiente para los nazis), me acosaba una pesadilla recurrente en la que los
soldados nazis habían escapado de la prisión y habían logrado llegar al sur del
estado donde estaba el chalé en el que vivía con mi madre y mi hermana en las
afueras de la ciudad, y estaban a punto de matarme.
Adelantémonos ahora a muchos años más tarde, a la década de los 70, cuando
Hanser Verlag comenzó a publicar mis libros, y llegué a conocer al distinguido
Fritz Arnold (había comenzado a trabajar en la empresa en 1965), que sería mi
editor hasta su muerte en febrero de 1999.
Durante uno de nuestros primeros encuentros, Fritz me dijo que deseaba contarme
-supongo que lo consideraba un requisito previo a una futura amistad que pudiera
surgir entre ambos- lo que había hecho durante la guerra. Le aseguré que no me
debía explicación alguna; pero, por supuesto, valoré mucho el hecho de que él
mencionara el tema. Quisiera agregar que Fritz Arnold no fue el único alemán de
su generación (había nacido en 1916) que, después de conocerlo o conocerla,
insistió en contarme que había hecho durante el periodo nazi. Y no todas las
historias que escuché fueron tan inocentes como la que me contó Fritz.
De todas maneras, Fritz me contó que era estudiante universitario de literatura
e historia del arte, primero en Múnich y más tarde en Colonia, cuando, a
comienzos de la guerra, fue reclutado con el grado de cabo en las fuerzas
armadas (Wehrmacht). Su familia no era pro-nazi en absoluto -su padre era Karl
Arnold, el legendario caricaturista político de Simplicissimus -, pero emigrar
no era una opción que su familia hubiera siquiera considerado, y aceptó con
temor la obligación de unirse al servicio militar, con la esperanza de no tener
que matar a nadie y no terminar él mismo muerto.
Fritz fue uno de los pocos que tuvo suerte. Fue afortunado al haber sido enviado
primero a Roma (donde rechazó la invitación de su superior de nombrarlo
teniente), luego a Túnez; afortunado también de haber permanecido detrás de las
líneas de combate y no haber nunca tenido que utilizar un arma de fuego; y
finalmente, fue afortunado, si es ésta la palabra correcta, por haber caído
prisionero de los norteamericanos en 1943, haber sido transportado en barco
junto con otros soldados alemanes capturados, a través del Atlántico hasta
Norfolk, Virginia; y más tarde en tren a través del continente a pasar el resto
de la guerra en un campo de prisioneros en... el norte de Arizona.
Tuve entonces el placer de poder contarle, mientras suspiraba asombrada, y dado
que ya había comenzado a tener mucha simpatía por él -éste fue el comienzo tanto
de una gran amistad como también de una intensa relación profesional-, que
mientras él era prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en la
parte sur del estado, aterrorizada ante la presencia de los soldados nazis que
estaban por todas partes, y de los que no podría escapar.
Entonces Fritz me contó que lo que le permitió sobrellevar los casi tres años
que pasó en el campo de prisioneros en Arizona fue que se le permitió acceder a
libros: había pasado esos años leyendo y releyendo los clásicos ingleses y
norteamericanos. Y yo le conté que como estudiante en la escuela primaria en
Arizona, y mientras esperaba poder crecer y escapar hacia una realidad más
vasta, me salvó la lectura de libros, tanto los traducidos como los que habían
sido escrito originalmente en inglés.
El acceso a la literatura, a la literatura universal, me permitió escapar de la
prisión de la vanidad nacional, de la falta de cultura, del obligatorio
provincialismo, de la educación formal inane, de destinos imperfectos y de la
mala suerte. La literatura fue el pasaporte para ingresar a una vida más amplia;
es decir, la zona de la libertad.
La literatura era la libertad. Especialmente ahora que los valores de la lectura
y de la introspección están siendo desafiados con tanto vigor, la literatura es
la libertad.
Copyright 2003 by Susan Sontag
Regarding the Pain of Others, es el libro más reciente de Susan Sontag.
[Este artículo fue publicado originalmente en www.Tomdispatch.com, cuaderno de
bitácora virtual (weblog) de Nation Institute, que ofrece un flujo continuo de
fuentes alternativas de información, noticias, y opiniones de Tom Engelhardt,
editor de larga experiencia en el mundo editorial y además autor de The End of
Victory Culture y The Last Days of Publishing.]


''Bush
comprometió a EEUU a una guerra permanente''
La Jornada, México, 11/08/03
Entrevista / Susan Sontag, escritora
En el estadounidense priva la convicción de la hegemonía, lamenta
Kevin Jackson The Independent
En Reconociendo el dolor de otros, su reciente ensayo, invita a pensar en la
guerra para no sufrirla en carne propia
"Creo -dice Susan Sontag en tono lacónico- que ya usé seis de mis nueve vidas''.
Es un cálculo razonable que vale la pena analizar: la mayoría de los
contemporáneos de Sontag pertenecientes a la primera división de la literatura
estadounidense no se han enfrentado a nada de mayor riesgo que no sean el
adulterio y el divorcio (que ciertamente no son poca cosa), pero cuando Sontag
escribe sobre la enfermedad, el dolor y la violencia, lo hace con la autoridad
que da la experiencia.
Primero experimentó un encuentro potencialmente mortal con el cáncer, hace un
par de décadas. Fue una brutal experiencia que finalmente dio fruto en forma de
amplio ensayo, La enfermedad como metáfora, y su continuación, El sida como
metáfora.
De manera más reciente, después de que un serio accidente automovilístico la
dejó en silla de ruedas durante varios meses, sufrió una peligrosa reincidencia
del cáncer que requirió de tratamientos casi tan peligrosos como la enfermedad,
pues incluían fuertes dosis de morfina para calmar el insoportable dolor.
En Sarajevo, durante la guerra de Bosnia, Sontag, de manera voluntaria y
valerosa, compartió por unos meses las diarias huidas del fuego de bombas,
morteros y francotiradores. En tres ocasiones un proyectil pasó rozándola; falló
por sólo unos segundos o metros. Estas últimas experiencias también han dado,
ahora, un fruto inesperado: su último libro, Reconociendo el dolor de otros.
A primera vista se trata de un concienzudo análisis de fotografías de guerra;
algunas reseñas incluso lo han considerado (errónea, aunque comprensiblemente)
un capítulo adicional a su estudio vanguardista Sobre la fotografía. Sin
embargo, el libro ofrece reflexiones más profundas sobre el sufrimiento humano,
la naturaleza de la bondad, los señuelos, los engaños, y la verdad en las
imágenes. Es, en resumen, un sumario de lo que significa estar vivo y atento en
la zona más rica del mundo al comenzar el siglo XXI, que toma forma de centuria
de guerra implacable.
Pero no se piense con base en estos antecedentes que Sontag es una depresiva
Virgen de Dolores, como intentan retratar algunos perfiles mal intencionados.
Porque Sontag es una persona que atrae muchos rencores periodísticos. Siempre lo
ha hecho, desde que emergió en la escena a principios de los 60 como una mujer
brillante y sobrecogedoramente hermosa.
Si su vertiginosa combinación de seriedad moral y erudición la volvieron
internacionalmente respetada entre las clases lectoras, fue su atractivo de
actriz de cine lo que la convirtió en la menos usual de las rarezas: el
intelectual como superestrella.
Por por cada persona que ha leído, digamos, su magnífico ensayo sobre Walter
Benjamin, incluido en el libro Bajo el signo de Saturno, debe de haber cientos
que han visto su retrato en Vanity Fair o que han escuchado chismes ociosos
sobre su larga relación con la prestigiosa fotógrafa de esa revista, Annie
Leibowitz.
En estos tiempos desafortunados para su nación, Sontag se ha convertido en
blanco de la prensa reaccionaria estadounidense (la combinación del sustantivo
prensa estadounidense con el adjetivo reaccionaria está cada vez más cerca de
volverse un pleonasmo). Después de su respuesta a las masacres del 11 de
septiembre de 2001, publicada en la revista The New Yorker, columnistas de todo
el país la llamaron traidora, idiota y títere de Saddam. Unos incluso la
apodaron Osama Bin Sontag.
Pero por otro lado, casi dos años después, ''no pasa un día sin que alguien se
me acerque en la calle y me agradezca mi valentía, lo cual, por supuesto, me
hace reír. No creo haber sido valiente. No creo que se requiera valentía para
decir lo que uno piensa, pero así debe parecer a otras personas, porque ahora
todo el mundo está intimidado...".
Pues bien, este perfil -le advierto al lector- no será una típica crítica a la
escritora. Soy fanático irredento de Sontag. Cuando se me envió por primera vez
a entrevistarla a Nueva York, hace unos 15 años, me acerqué a la tarea con una
combinación de euforia casi adolescente y terror escénico descarnado. Fui
admirador de su obra desde antes de salir de la universidad. Precisamente porque
había leído su prosa sabía que me enfrentaría a una mente informada,
comprometida y analítica. Sontag no toleraría a los tontos, y yo me sentía más
que eso aquella calurosa tarde de verano.
Lo que no me permití pensar (y debí hacerlo si estaba consciente de que sus
ensayos sobre literatura, fotografía, danza o cine no reflejan nunca
puritanismo, sino todas las variaciones del placer estético) es que su carácter
formidable tenía un lado desenfadado, ingenioso, caprichoso y -¿me atreveré a
decirlo?- divertido.
Desde aquel encuentro hemos estado en excelentes términos, lo cual vale la pena
mencionar no nada más porque quiero alardear de ello (que desde luego es la
intención), sino porque los demás amigos de Sontag tampoco son famosos ni, Dios
nos guarde, glamorosos. Ella conoce o ha conocido a muchas figuras relevantes de
la cultura durante los últimos cuarenta y tantos años, de Barthes a Brodsky y a
Barishnikov, pero aún pasa varias semanas al año en Bosnia, visitando a los
ciudadanos que conoció durante el sitio, ayudándolos en sus penurias.
En una ocasión, cerca de la frontera de Inglaterra con Gales, la observé
conversando con una agradable reportera de un periódico local, y vi cómo le dio
la vuelta a la entrevista hasta que las dos terminaron hablando durante horas de
los problemas familiares de la periodista. Así que cuando me preparé para
visitarla de nuevo y discutir Reconociendo el dolor de otros, sabía que no podía
andar con pies de plomo.
Actualmente Sontag vive en un hermoso penthouse de techo alto en el distrito de
Chelsea, en Manhattan, que es mucho más lujoso que el lugar más modesto en que
vivía anteriormente. Me imagino que el nuevo lugar fue costeado con las regalías
de la novela histórica El amante del volcán, best-seller traducido a por lo
menos 20 idiomas.
Cuando llegué había bullicio: un periodista alemán aún interrogaba a Sontag y
las asistentes de la escritora atendían pedidos y preguntas del suplemento
literario del Times, de festivales de cine, de grupos de derechos humanos, de
universidades, de editores... Por tanto, me senté a platicar con su traductor al
italiano, Paolo Dilonardo, otro de sus amigos cercanos que no son famosos.
Cuando al fin se liberó de sus labores, Sontag me saludó con un abrazo cálido
(externa fácilmente gestos afectuosos, inclusive a sus desgarbados visitantes
ingleses), e insiste en que hablemos sin formalismos antes de comenzar
oficialmente la entrevista. La conversación, que no quedó grabada, se llevó una
hora o más, y versó sobre un sinfín de temas en los que intervinieron libros y
escritores. Me pregunta qué puedo decirle sobre dos escritoras británicas que
acaba de descubrir: Hilary Mantel y Jenny Diski (no puedo decirle mucho, lo
siento). ''¿Ha leído a Mercel Benabou?'' (Sí). ''¿No es encantador?''
(absolutamente). Luego, y porque Paolo está con nosotros, se refiere a los
escritores italianos Petrarca y Leopardi, e Italo Calvino (relee Si en una noche
de invierno un viajero), y también al genio portugués Fernando Pessoa. En ese
momento sale apresurada de la habitación y regresa con el más extenso trabajo en
prosa de Pessoa, El libro de la inquietud, y nos lee extensos fragmentos,
deleitándose en la elocuencia llana y melancólica del heterónomo.
Cuando la vi por última vez, hace unos tres años, sufría los efectos de la
quimioterapia: su cabello (que por muchos años fue una abundante melena negra
con su distintivo mechón blanco, parecido al de Indira Ghandi) se había vuelto
gris; caminaba con dificultad y se cansaba fácilmente. Hoy, a los 70 años, se ve
plenamente recuperada, llena de vitalidad y entusiasmo. Ríe con facilidad y
constantemente salta para tomar de sus repisas copadas otro libro o artículo u
objeto.
Más allá de las imágenes, la realidad
Al fin llegó el momento de la entrevista propiamente dicha. Yo había planeado
comenzar con la pregunta de qué tanto su nuevo ensayo procedía de sus
experiencias en Sarajevo, aunque sólo se refiere brevemente a esa guerra, pero
ella se adelanta al mencionar el sitio desde el principio y afirmar que
Reconociendo el dolor de otros (el título es una gentil broma polisémica:
reconocer, ver; reconocer, respetar; reconocer, interesarse por algo...) no es
tanto un libro sobre la fotografía de guerra, sino un libro sobre la guerra
misma, más allá de las imágenes y más cerca de la realidad. Y en este aspecto
contribuye el hecho de que Sontag pertenece a la pequeñísima fracción de la raza
humana que ha visto la guerra de primera mano y no filtrada por los medios.
''El libro proviene de la realidad. El libro es lo opuesto a decir: '¿y qué hay
de las imágenes?' Se trata de cómo podemos, y hasta qué grado, asimilar el
sufrimiento de otros. ¿Asimilamos algo? Y ahora que el libro está terminado
puedo afirmar que es, ante todo, un libro sobre la guerra, sobre la realidad de
la guerra. Mi indignación se acrecienta ante las políticas del gobierno
estadounidense y la nueva belicosidad oficial de Estados Unidos. Este es un país
en el que, a diferencia de Europa del este, la guerra parece ser... -y se
detiene para encontrar el término preciso- ...algo bueno.
''No se trata sólo de una cuestión de imágenes. En el pensamiento de los
estadounidenses la guerra es aceptable y mucho más que eso. Creen que es
aceptable reforzar la hegemonía estadounidense. Considero que es muy plausible
decir que la república ha terminado y el imperio ha comenzado, con todo y que
éste aún tiene mucho qué aprender y no parece ser muy hábil en la administración
colonial. En verdad creo que este perverso gobierno se creyó su propia retórica
de que (la guerra en Irak) fue una liberación, y que así la consideraría la
mayor parte de la población iraquí. Nunca entendió que los iraquíes -por no
decir el resto del mundo- la percibiría como una invasión para conquistar un
país. Tuvimos un cambio de régimen; éste no es el viejo Partido Republicano, no
es una vieja configuración, es un momento nuevo que está muy conectado con la
idea de una guerra permanente. El terrorismo nunca se acaba, y si se está
comprometiendo al país a una 'guerra contra el terrorismo', se está haciendo un
compromiso con la guerra permanente. Quisiera que este libro contribuyese a que
la gente piense qué es la guerra en realidad, sin tener que experimentarla en
carne propia".
Sontag ha vivido esa experiencia en varias ocasiones. Durante la guerra de
Vietnam, por ejemplo, visitó dos veces el norte del país. También ha escrito,
aunque poco, sobre el tiempo que pasó en Sarajevo y el recuento narrativo
definitivo de lo que vivió se volvió a publicar en su última colección de
ensayos, Cuando cae la tensión.
Pese a los testimonios cuidadosamente reproducidos, la prensa aún repite rumores
y calumnias sobre lo que ella hizo. Por tanto, y para dejar las cosas claras, he
aquí nuevamente lo que pasó.
''Mi hijo, David Rieff, había ido a Bosnia para escribir sobre la situación. Yo
tenía mucho miedo por él, pero al mismo tiempo quería verlo. Conocía a alguien
que encabezaba una organización humanitaria y realizaría un viaje allá; le pedí
que me dejara ir con ellos. Respondió: 'claro, si te atreves', porque era
increíblemente peligroso. Me quedé dos semanas; conocí a mucha gente y les dije:
'si regreso, ¿puedo trabajar aquí? ¿Encontrarían un trabajo para mí? Quería
quedarme porque era Europa y porque estaba ocurriendo algo terrible y quería
ayudar. No tenía nada que ver con escribir. Sólo hice el compromiso y me quedé
hasta que terminó el sitio.
''Hay personas que parecen creer que fui a Sarajevo con la idea de dirigir
Esperando a Godot. No hice nada por el estilo. Lo que pasó es que les dije:
'Creo que lo que me interesaría más es trabajar en un hospital. Puedo dar
primeros auxilios, también sé escribir a máquina y dar clases a los niños,
porque las escuelas estaban cerradas. Puedo hacer películas y dirigir teatro
(¡ay, dirigir una obra!). En verdad, por Dios, esa fue la última intención de la
lista que mencioné.
''Les pregunté por qué querían que dirigiera una obra y me dijeron en tono
indignado: '¡por favor, aquí tenemos actores y están desempleados!' Tuve la
misma reacción ignorante de todos los que supieron lo que iba yo a hacer. Pero
me dijeron: 'no somos salvajes, ¿sabe? No somos gente que tenga que estar
haciendo cola donde se distribuyen el pan y el agua. Tenemos cultura'. Que me
dijeran esto me dio tanta vergüenza que acepté.''
Así fue como Sontag y su equipo hicieron la puesta en escena del primer acto de
Esperando a Godot, en momentos en que, según un macabro chiste local, todos
estaban Esperando a Clinton.
Feminista de facto
Reconociendo el dolor de otros comienza y termina de forma inesperada: con
Virginia Woolf y su ensayo sobre la guerra: Tres guineas. Sontag se enorgullece
al proclamar su profunda admiración por la prosa de Woolf, y al hacerlo pone
hincapié en la cuestión de los géneros: ''la guerra -señala Woolf con
delicadeza- es vicio de hombres y no de mujeres''. Para cualquier lector devoto
de Sontag esto aparecerá como un giro interesante. No hace falta decir que ella
es una heroína feminista por sus propios méritos, por lo que es sorprendente
apreciar lo poco que Sontag escribió sobre cuestiones de mujeres hasta, digamos,
hace una década.
-¿Está consciente del cambio?
-Sí, y no sé por qué lo hice. Creo que se me olvidó... -se interrumpe con un
acceso de risa, burlándose de sí misma. Perdón. Ya sé que suena tonto, pero creo
que simplemente se me olvidó hablar de eso. Era real para mí, en mi vida, pero
olvidé que tendría que hablar de ello en mis libros.
De forma apropiada, el catalizador de su transición a temas feministas fue el
descubrimiento de los ensayos de Woolf: el famoso Un cuarto propio y el menos
conocido Tres guineas.
''Me impresionó mucho su valor, porque su postura es impopular actualmente y lo
era en sus tiempos; ni siquiera existía en el mapa. Libros como Tres guineas son
muy valientes. Me recordaron que, a mi manera, yo estaba de acuerdo con lo que
ella decía y lo debía dejar claro. Todo comenzó con los cuatro monólogos de
mujeres que están al final de El amante del volcán: ese fue mi momento decisivo.
Realmente fue el momento en que me dije: 'voy a hablar sobre mujeres. ¿Por qué
no lo había hecho antes? ¿Por qué se me olvidó?'"
Una buena respuesta a esta pregunta es que no tenía escasez de temas. A veces
hace la broma, que desde luego no lo es, de que ''todo le interesa'', y en uno
de sus pocos ensayos autobiográficos recuerda que siendo niña se forjó por
primera vez la idea del escritor como un erudito ávido.
Como es evidente a los pocos minutos de conocerla, sigue amando la literatura
con una pasión y una energía muy raras (quizá especialmente raras) en los
escritores profesionales y los amantes de los libros, pero insiste: ''No soy
escritora de tiempo completo, nunca lo he sido y nunca lo seré. Soy escritora
intermitente. Dejo de escribir durante meses, en los que me limito a pasear o a
soñar; voy a algún lugar o me intereso en algo. Eso significa que he escrito 16
libros en vez de los 40 o 50 que han escrito mis contemporáneos, como Philip
Roth, John Updike y Joyce Carol Oates. Ellos han escrito más libros porque es lo
único que hacen. Yo no quiero eso. Me agobio, quiero salir. ¡Voy a Bosnia cada
año! Lo he hecho esporádicamente durante tres años y sólo quiero saber qué se
siente estar ahí y caminar por las calles que conozco de memoria. Me siento a
escuchar a personas que me hablan de sus penas, de sus vidas miserables y de lo
mucho que desearían poder irse. Sólo trato de tener fe y mantener mi contacto
con lo real''.
Mi labor de entrevistador ha concluido. Ya podemos relajarnos y volver al lujo
de la conversación libre y, sobre todo, podemos volver a los libros y a otros
escritores. Hablamos de todo, y de pronto aparece el nombre improbable de
Anthony Trollope (Paolo Dilonardo lo está leyendo y tradujo al italiano su obra
El carcelero). También hablamos de Jacques Roubaud, el poeta matemático y
oulipiano* francés, y de Lionel Trilling, el crítico estadounidense, quien es
tan grande como pasado de moda y desconocido, y en estos tiempos prácticamente
inconseguible.
''El fue muy bueno conmigo en los 60'', recuerda Sontag, lo cual es notable si
se toma en cuenta el estupor que existía entonces por los temas que ella
defendía en sus ensayos. Cuenta que hay una reciente colección de los escritos
de Trilling con el título La obligación moral de ser inteligente, y dice: "¡qué
frase tan maravillosa!".
De forma estrictamente confidencial, también me habla de su próxima obra no
narrativa, que será un libro breve o un ensayo largo sobre estar enfermo, y
también me comenta de su próxima aventura en la ficción, que será una tercera
novela histórica a gran escala.
Además de otro abrazo, me obsequia, como regalo de despedida, un libro que
recientemente logró rescatar del olvido: Verano en Baden-Baden, del muy
desconocido autor ruso Leonid Tsypkin. Es uno de los muchos libros que se halló
en algún rincón; lo consideró de belleza deslumbrante e hizo que lo publicaran
de nuevo, convenciendo a algún editor de correr el riesgo y con la promesa de
escribir un ensayo para que sirviera de prólogo.
Cuando salgo de su casa me doy cuenta de pronto de un obvio paralelismo: su
disposición a forjar amistades con gente desconocida que no está de moda es muy
semejante a su apetito por salvar del olvido y el descuido a escritores y
artistas desconocidos. Uno siempre puede depender de su generosidad hacia los
extraños.
* El proyecto de Oulipo fue un movimiento literario francés de los 60 que reunió
a matemáticos atraídos por las manifestaciones literarias. Proponían conjugar
conceptos matemáticos y restricciones literarias para explorar los recursos de
la lengua, que consideraban una sucesión infinita, como los números.
© The Independent. Traducción: Gabriela Fonseca.


La
fotografía y la guerra
Junio 2004
Por Susan Sontag
Durante mucho tiempo -al menos seis decenios-, las fotografías han sentado las
bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. El museo
de la memoria es ya sobre todo visual. Las fotografías ejercen un poder
incomparable en determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora
parece probable que en definitiva la gente por doquier asociará la vil guerra
preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el año pasado con las
fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de
Sadam Husein, Abu Ghraib.
El Gobierno de Bush y sus defensores se han empeñado sobre todo en contener un
desastre de relaciones públicas -la difusión de las fotografías- más que en
enfrentar los complejos crímenes políticos y de mando que revelan estas
imágenes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad con las propias
fotografías. La reacción inicial del Gobierno consistió en afirmar que el
presidente estaba indignado y asqueado con las imágenes: como si la falta o el
horror recayera en ellas, no en lo que exponen. También se evitó la palabra
"tortura". Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en
última instancia de "humillaciones": eso era lo más que se estaba dispuesto a
reconocer. "Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de
'maltrato', lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a tortura",
afirmó en una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y,
por tanto, no pronunciaré la palabra 'tortura".
La definición de tortura
Las palabras alteran, las palabras añaden, las palabras quitan. Que se evitara
tenazmente la palabra "genocidio" mientras más de 800.000 tutsis de Ruanda eran
masacrados en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez años,
demostró que el Gobierno estadounidense no tenía intención alguna de hacer algo
al respecto. Negarse a llamar tortura lo que sucedió en Abu Ghraib -y en otras
cárceles de Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de
Guantánamo- es tan indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en
Ruanda. Ésta es la definición usual de tortura que consta en las leyes y
tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por
el cual se inflijan intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos
graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un
tercero información o una confesión". (La definición proviene de la Convención
Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de
1984, y está presente más o menos con las mismas palabras en leyes
consuetudinarias y tratados previos, desde el artículo tercero común a las
cuatro convenciones de Ginebra de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre
derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y
las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En
la convención de 1984 se declara expresamente que "en ningún caso podrán
invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de
guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública, como
justificación de la tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican
que ésta incluye los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como
abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores.
Cualesquiera que sean las acciones que emprenda este Gobierno para contener los
daños a causa de las crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu
Ghraib y otros lugares -procesos, juicios militares, inhabilitaciones
deshonrosas, renuncia de altos cargos militares y de los funcionarios del
Gabinete responsables, e importantes compensaciones a las víctimas-, es probable
que la palabra "tortura" siga estando vedada. El reconocimiento de que los
estadounidenses torturan a sus prisioneros refutaría todo lo que este Gobierno
ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y
la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificación
triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el
escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad.
Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la
reputación del país se extendía y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la
palabra "perdón", el foco del arrepentimiento aún parecía la lesión a la
pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegemónico de traer
"la libertad y la democracia" al ignaro Oriente Próximo. Sí, el señor Bush
afirmó, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington,
que lamentaba "la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la
humillación que han sufrido sus familias". Aunque, continuó, "lamento igualmente
que la gente no comprendiera, al ver estas imágenes, el auténtico carácter y
corazón de Estados Unidos".
Que el empeño estadounidense en Irak quede compendiado en estas imágenes debe de
parecer, entre los que hallaron alguna justificación para una guerra que en
efecto derrocó a uno de los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una
guerra, una ocupación, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué
hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuestión no es si la
tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las
acciones las realizan individuos-, sino si fue sistemática. Autorizada.
Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayoría o una minoría de
estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas
que propugna este Gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace
que estas acciones resulten más probables.
Así consideradas, las fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas
de las singulares políticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales
del dominio colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia,
cometieron atrocidades idénticas y sometieron a los despreciados y renuentes
nativos con torturas y humillaciones sexuales. Añádase a esta corrupción
generalizada la desconcertante y casi absoluta falta de preparación de los
dirigentes estadounidenses en Irak para hacer frente a las realidades complejas
de un país tras su "liberación", es decir, su conquista. Y añádanse las
doctrinas globales del Gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha
enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado
"terrorismo") y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el presidente lo
decide así, "combatientes ilegales" -una política que enunció Donald Rumsfeld
desde enero de 2002- y, por tanto, en "sentido técnico", como afirmó Rumsfeld,
"no tienen derechos" que ampare la Convención de Ginebra, y se tiene la receta
perfecta para las crueldades y los crímenes cometidos contra miles de
prisioneros sin cargos ni asesoría legal en cárceles gestionadas por
estadounidenses y establecidas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Así pues, ¿la cuestión central no son las propias fotografías, sino la
revelación de lo ocurrido a los "sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No:
el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de
fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus cautivos
indefensos. Los soldados alemanes en la II Guerra Mundial fotografiaron las
atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instantáneas en que los
verdugos se colocan junto a las víctimas son muy infrecuentes, como puede
apreciarse en un libro de reciente publicación, Photographing the Holocaust
(Fotografiar el Holocausto), de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo
expuesto en estas imágenes, serían algunas de las fotografías de las víctimas
negras de linchamientos efectuadas entre el decenio de 1880 y los años treinta,
que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y
mutilado de un hombre o una mujer colgado de un árbol. Las fotografías de
linchamientos eran recuerdos de una acción colectiva cuyos participantes
sintieron su conducta del todo justificada. Así son las fotografías de Abu
Ghraib.
Si hubiera alguna diferencia, sería la creada por la creciente ubicuidad de las
acciones fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su
carácter de trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y
almacenarlas en álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las
fotografías que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un
cambio en el uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que
mensajes que han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados poseen una
cámara digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los periodistas
gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos -registran
su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece
pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian imágenes y las envían por correo
electrónico a todo el mundo.
Cada vez hay más registros de lo que la gente hace, por su cuenta. Al menos, o
sobre todo en Estados Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en
tiempo real -si la vida no está montada, ¿por qué debería montarse su registro?-
se ha vuelto la norma de millones de transmisiones por Internet, en las que la
gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aquí me tenéis:
despertando, bostezando, desperezándome, cepillándome los dientes, preparando el
desayuno, enviando a los chicos al colegio. La gente plasma todos los aspectos
de su vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los envía por
doquier. La vida familiar acompaña al registro de la vida familiar; incluso
cuando, o sobre todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el
descrédito. Sin duda, la incesante entrega a la videograbación doméstica mutua,
en conversación o en monólogo, durante muchos años, fue el material más
asombroso de Capturing the Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki
sobre una familia de Long Island implicada en acusaciones de pederastia.
La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede capturar en las
fotografías o el vídeo digital. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin
de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida
que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las
fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de
soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como
con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que
ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas
las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya canónica, del
individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le
brotan cables, quizá advertido de que si cae será electrocutado). Con todo, las
imágenes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados
a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son más o menos
infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror
en el rostro de la víctima. Pero casi todas las imágenes parecen formar parte de
una más amplia confluencia de la tortura con la pornografía: una joven que guía
a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería dominatriz. Y cabe
preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu
Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica
disponible en Internet y que pretenden emular las personas comunes que en la
actualidad se transmiten a sí mismas por la Red.
Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida, y, por tanto,
seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas
cortesías de la cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la
comunidad de las acciones registradas como imágenes. La expresión de
complacencia ante las torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y
desnudas es sólo parte de la historia. Hay una complacencia primordial en ser
fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija,
directa y austera (como antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte
concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la
cámara. Algo faltaría si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera
hacer una foto.
Sonrisa digital
Al mirar estas imágenes, cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los
sufrimientos y la humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes
frente a los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo?
¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con capucha y
grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la
impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente:
las personas hacen esto a otras personas. La violación y el dolor infligido a
los genitales están entre las formas de tortura más comunes. No sólo en los
campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando lo gestionaba Sadam Husein.
Los estadounidenses también lo han hecho y lo siguen haciendo, cuando se les
dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los cuales ejercen un poder
absoluto merecen el maltrato, la humillación, el tormento. Cuando se les lleva a
creer que la gente a la que torturan pertenece a una religión o raza inferior y
despreciable. Pues la significación de estas imágenes no consiste sólo en que se
ejecutaron estos actos, sino en que, además, sus perpetradores no supusieron
nada condenable en lo que muestran las imágenes. Y lo más detestable, pues se
pretendía que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso
había sido divertido. Y esta noción de esparcimiento es, por desgracia -y
contrariamente a lo que el señor Bush le cuenta al mundo-, cada vez más parte
"de la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos".
Es difícil evaluar la creciente aceptación de la brutalidad en la vida
estadounidense, pero las pruebas están por doquier, desde los videojuegos de
asesinatos que son el espectáculo principal de los chicos -¿cuánto tardará en
llegar el videojuego Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya
endémica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los
crímenes violentos están a la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la
violencia. Desde los rudos vejámenes infligidos a los alumnos recién llegados en
numerosos bachilleratos de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la
película de Richard Linklater Dazed and confused (Jóvenes desorientados) (1993)-
hasta las novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales
institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados
Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la ejecución de la
violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión.
Lo que antaño se apartaba como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos
sadomasoquistas -como en la última y casi insoportable película de Pasolini,
Saló (1975), que exhibe orgías de suplicios en un reducto fascista del norte
italiano en las postrimerías de la época de Mussolini-, en la actualidad se
normaliza, por los apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e
imperiales, como una animada travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es
como una travesura de fraternidad universitaria, afirmó un oyente a Rush
Limbaugh y a veinte millones de estadounidenses que escuchan su programa
radiofónico. Cabe preguntar si el que llamó había visto las fotografías. No
importa. La observación, ¿o acaso la fantasía?, es muy acertada. Lo que tal vez
aún pueda escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh:
"¡Exacto!", exclamó. "Justo lo que digo. No es muy distinto de lo que ocurre en
una iniciación de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de unas personas por
eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos a cascarlos a
ellos en serio porque se lo pasaron bomba". "Ellos" son los soldados
estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continuó: "Vamos, a esta gente le
están disparando todos los días. Estoy hablando de estas personas, de gente que
lo está pasando bien. ¿Es que nadie recuerda lo que es una descarga emocional?".
Humillación como diversión
Es probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que está bien
torturar y humillar a otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos
putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos- que reconocer el
disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En
cuanto a la tortura y la humillación como diversión, parece que hay poco que
oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de
guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos
incondicionales del poderío militar y en el que se necesita el máximo de
vigilancia en el interior. Conmoción y pavor fue lo que nuestros militares
prometieron a los iraquíes que se resistieran a los libertadores
estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han transmitido los
estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una pauta de conducta
criminal que desafía y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias
internacionales. Hoy día, los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante
las atrocidades que cometen, y envían fotografías a sus compañeros y familiares.
¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual antaño
habríamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero
en la actualidad clamamos por una invitación para revelarlos en un programa de
televisión. Lo que estas fotografías ilustran es tanto la cultura de la
desvergüenza como la reinante admiración a la brutalidad contumaz.
La noción de que las "disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o
"aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta
suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es
un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de prisioneros no es
una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología global de lucha en
la que "estás conmigo o en mi contra" y con la que el Gobierno de Bush ha
procurado cambiar, de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y
refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El Gobierno de Bush ha
empeñado al país en una doctrina bélica seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues
la "guerra contra el terror" no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo
imperio carcelario internacional que gestiona el ejército estadounidense excede
incluso los escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el
sistema del Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal
francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario
ruso, cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra
sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin
revelar el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen
con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el
alegal imperio penitenciario estadounidense son "detenidos"; "prisioneros", una
palabra recientemente obsoleta, podría suponer que tienen derechos conferidos
por las leyes internacionales y la ley de todos los países civilizados. Esta
"Guerra Global Contra el Terror" -en la cual se han mezclado por decreto del
Pentágono tanto la justificable invasión de Afganistán como el irreducible
disparate en Irak- acarrea inevitablemente la deshumanización de todo aquel que
el Gobierno de Bush declara posible terrorista: una definición indiscutible y
que casi siempre se adopta en secreto.
Puesto que las imputaciones contra la mayoría de las personas detenidas en las
prisiones iraquíes y afganas son inexistentes -el Comité Internacional de la
Cruz Roja informa de que entre el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber
cometido otro delito más que el de encontrarse en el sitio y el momento
inoportunos, capturados en alguna redada de "sospechosos"-, la justificación
principal para retenerlos es el "interrogatorio". ¿Interrogarlos sobre qué?
Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el
interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros
indefinidamente, entonces la coerción física, la humillación y la tortura
resultan inevitables.
Acopio de información
Recuérdese: no nos referimos a una situación extraordinaria, al escenario de una
"bomba de efecto retardado", lo cual a veces se aduce como caso límite para
justificar la tortura de prisioneros que están al tanto de un atentado
inminente. Se trata del acopio de información no específica o general autorizado
por militares estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber más del
indefinido imperio de malhechores sobre el que Estados Unidos casi nada sabe, en
países acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda
"información" cualquiera podría ser útil. Un interrogatorio que no produjera
información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso. Por ello se
justifica aún más la preparación de los prisioneros para que hablen.
Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las costumbres
bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde están recluidos
los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente, poco más que unos
cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron.
Las imágenes no desaparecerán. Es la naturaleza del mundo digital en que
vivimos. En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes
estadounidenses reconocieran que tenían un problema entre las manos. Con todo,
el informe remitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros informes
periodísticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los castigos
atroces infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de terrorismo" en las
prisiones gestionadas por soldados estadounidenses han estado circulando durante
más de un año. Es improbable que el señor Bush o el señor Cheney, la señora Rice
o el señor Rumsfeld hayan leído esos informes. Al parecer, las fotografías
fueron lo que reclamó su atención, cuando resultaba ya patente que no podían
suprimirse; las fotografías hicieron todo esto "realidad" para el presidente y
sus cómplices. Hasta entonces sólo hubo palabras, que resulta más fácil
encubrir, y más fácil olvidar, en la era de nuestra reproducción y diseminación
digital infinitas.
Así pues, las fotografías seguirán "asaltándonos", como están siendo inducidos a
sentir muchos estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos
afirman que ya han visto "suficiente". No, sin embargo, el resto del mundo. La
guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de periódicos,
revistas y televisiones estadounidenses discutirán ahora que mostrar otras más,
o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las imágenes más conocidas,
procura una visión diferente y en algunos casos más horrorosa de las atrocidades
cometidas en Abu Ghraib), sería de "mal gusto" o una acción política manifiesta?
Por "político" entiéndase: crítico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush.
Pues no puede haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado
el señor Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las
Fuerzas Armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están
protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a nuestra
reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto potencia imperial- es lo que
deplora sobre todo el Gobierno de Bush. Cómo es que la protección de "nuestras
libertades" -y en este punto se trata sólo de la libertad de los
estadounidenses, 5% de la población del planeta- precisa del despliegue de
soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca ("en todo el mundo") es
algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados
Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del terror. Estados
Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y furtivos.
La reacción ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse
llevar por una orgía de reproches. La publicación continuada de las imágenes
está siendo interpretada por muchos estadounidenses como una indicación de que
no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los
fanáticos) comenzaron. Ellos -¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Qué importa?-
nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité
de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de
Defensa, confesó su certidumbre de no ser el único miembro "más indignado por la
indignación" que causó lo que exponen las fotografías. "Se sabe que estos
prisioneros, explicó el senador Inhofe, "no están ahí por sanciones de tráfico.
Si estos prisioneros están en el bloque 1-A o 1-B es porque son asesinos, son
terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas
de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el trato que se les da
a estos individuos". La culpa es de "los medios" -llamados habitualmente "medios
liberales"-, que provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los
estadounidenses en el mundo. "Ellos" se vengarán de "nosotros". Morirán más
estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más fotos: "su"
respuesta a las "nuestras".
Sería un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia
militar y civil estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el
terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las
imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que
está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que
alcanza los más altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinción -entre
fotografía y realidad, entre política y manipulación- se puede desvanecer con
facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra.
También vídeos
"Hay muchas más fotografías y vídeos -reconoció el señor Rumsfeld en su
testimonio-. Si se difunden entre el público, este asunto, evidentemente,
empeorará". Empeorará para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para
quienes son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían
censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció el señor
Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como
antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los
fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras del
señor Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales tomando
fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios".
Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotografías se desarrollan en
varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un cariz
legalista: las fotografías se clasifican ahora como "pruebas" en causas futuras,
cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer al público. Siempre
se sostendrá que las imágenes más recientes, que, según se informa, contienen
horrendas imágenes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones
sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comité de las Fuerzas Armadas
del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, después de examinar con
otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con más horrendas
imágenes de humillación sexual y violencia contra los prisioneros iraquíes, dijo
que, en su "enérgica" opinión, las fotografías más recientes "no deberían
hacerse públicas. Me parece que podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres
de las Fuerzas Armadas mientras están prestando su servicio en medio de grandes
peligros".
Pero el impulso más decidido para restringir la disponibilidad de las
fotografías provendrá del empeño incesante en proteger al Gobierno de Bush y
encubrir el desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la "indignación" a
causa de las fotografías con una campaña para socavar el poderío militar
estadounidense y los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en
que muchos tuvieron por una implícita crítica de la guerra la transmisión
televisada de fotografías de soldados estadounidenses muertos en el curso de la
invasión y ocupación de Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la
propagación de las nuevas fotografías que mancillen aún más la reputación -es
decir, la imagen- de Estados Unidos.
Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No
me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos"
(George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo.
En nuestra sala de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al
parecer, una imagen dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes
prefieren no mirarlas, habrá miles de instantáneas y vídeos adicionales.
Incontenibles.
© Susan Sontag, 2004. Traducción: Aurelio Major


La
fotografía: breve suma
Durante toda su vida, Susan Sontag ha
tenido una fructífera obsesión con la fotografía. Hace poco optó por sacar unas
cuantas conclusiones sobre el tema. Helas aquí.
Por Susan Sontag Traducción de Aurelio Major
1. La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma.
2. Es la manera ineludiblemente "moderna" de mirar: predispuesta en favor de los
proyectos de descubrimiento e innovación.
3. Esta manera de mirar, que tiene ya una dilatada historia, conforma lo que
buscamos y estamos habituados a notar en las fotografías.
4. La manera de mirar moderna es ver fragmentos. Se tiene la impresión de que la
realidad es en esencia ilimitada y el conocimiento no tiene fin. De ello se
sigue que todos los límites, todas las ideas unificadoras han de ser engañosas,
demagógicas; en el mejor de los casos, provisionales; casi siempre, y a la
larga, falsas. Mirar la realidad a la luz de determinadas ideas unificadoras
tiene la ventaja innegable de dar contorno y forma a nuestras vivencias. Pero
también -así nos instruye la manera de mirar moderna- niega la diversidad y la
complejidad infinitas de lo real. Por lo tanto reprime nuestra energía, nuestro
derecho, en efecto, a refundar lo que deseamos refundar: nuestra sociedad o
nosotros mismos. Lo que libera, se nos dice, es notar cada vez más cosas.
5. En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la
entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se
espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de imágenes acerca de
lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea
"real"; y sin cesar ensancha los límites de lo real. Se admira a los fotógrafos
sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o conflictos sociales no
cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde vive el
espectador.
6. En la manera de conocer moderna, debe haber imágenes para que algo se
convierta en "real". Las fotografías identifican acontecimientos. Las
fotografías les confieren importancia a los acontecimientos y los vuelven
memorables. Para que una guerra, una atrocidad, una epidemia o un denominado
desastre natural sean tema de interés más amplio, han de llegar a la gente por
medio de los diversos sistemas (de la televisión e internet a los periódicos y
revistas) que difunden las imágenes fotográficas entre millones de personas.
7. En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual
resulta siempre cambiante. Una fotografía registra lo aparente. El registro de
la fotografía es el registro del cambio, de la destrucción del pasado. Puesto
que somos modernos (y si tenemos la costumbre de ver fotografías somos, por
definición, modernos), sabemos que las identidades son construcciones. La única
realidad irrefutable -y nuestro mejor indicio de identidad- es cómo aparece la
gente.
8. Una fotografía es un fragmento: un vislumbre. Acopiamos vislumbres,
fragmentos. Todos almacenamos mentalmente cientos de imágenes fotográficas,
dispuestas para la recuperación instantánea. Todas las fotografías aspiran a la
condición de ser memorables; es decir, inolvidables.
9. Según la perspectiva que nos define como modernos, hay un número infinito de
detalles. Las fotografías son detalles. Por lo tanto, las fotografías se parecen
a la vida. Ser moderno es vivir hechizado por la salvaje autonomía del detalle.
10. Conocer es, sobre todo, reconocer. El reconocimiento es la modalidad del
conocimiento que ahora se identifica con el arte. Las fotografías de las
crueldades e injusticias terribles que afligen a la mayoría de las personas en
el mundo parecen decirnos -a nosotros, que somos privilegiados y estamos más o
menos a salvo- que deberíamos sublevarnos, que deberíamos desear que algo se
hiciera para evitar esos horrores. Hay, además, otras fotografías que parecen
reclamar un tipo de atención distinto. Para este conjunto de obras en curso, la
fotografía no es una suerte de agitación social o moral, cuya meta sea incitar a
que sintamos algo y actuemos, sino una empresa de notación. Observamos, tomamos
nota, reconocemos. Ésta es una manera más fría de mirar. La manera de mirar es
lo que identificamos como arte.
11. La obra de los mejores fotógrafos comprometidos socialmente es a menudo
condenada si se parece demasiado al arte. Y a la fotografía tenida por arte se
le puede condenar de modo paralelo: marchita la emoción que nos llevaría a
preocuparnos. Nos muestra acontecimientos y circunstancias que acaso deploremos
y nos pide que mantengamos distancia. Nos puede mostrar algo en verdad
horripilante y ser una prueba de lo que es capaz de tolerar nuestra mirada y que
se supone que debemos aceptar. O a menudo simplemente nos invita -y esto es
cierto en casi toda la fotografía contemporánea más brillante- a fijar la vista
en la banalidad. Fijar la vista en la banalidad y también paladearla,
recurriendo precisamente a los mismos hábitos de la ironía que se afirman
mediante la surrealista yuxtaposición de consabidas fotografías en las
exposiciones y libros más refinados.
12. La fotografía -insuperable modalidad del viaje, del turismo- es el principal
medio moderno de ampliación del mundo. En cuanto rama del arte, la empresa
fotográfica que hace más amplio el mundo tiende a especializarse en temas al
parecer provocadores, transgresores. La fotografía puede estar diciéndonos: esto
también existe. Y eso. Y aquello. (Y todo es "humano".) Pero ¿qué hemos de hacer
con este conocimiento, si acaso es un conocimiento, digamos, del ser, de la
anormalidad, de mundos marginados, clandestinos?
13. Llámese conocimiento, llámese reconocimiento; de algo podemos estar seguros
acerca de esta modalidad, singularmente moderna, de toda vivencia: la mirada, y
el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse.
14. No hay fotografía definitiva.
© S. S. o Wylie Agency. Tomado de la revista "El Malpensante"


Sobre
las imágenes
Por Susan Sontag
Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes.
Necesita suministrar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la
compra y anestesiar las lesiones de clase, raza y sexo. Y necesita reunir
cantidades ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos
naturales, incrementar la productividad, matener el orden, hacer la guerra, dar
trabajo a los burócratas.
Las capacidades gemelas de la cámara, para subjetivizar la realidad y para
objetivarla, sirven inmejorablemente a estas necesidades y las refuerzan. Las
cámaras definen la realidad de las dos maneras esenciales para el funcionamiento
de una sociedad industrial avanzada: como espectáculo (para las masas) y como
objeto de vigilancia (para los gobernantes).
La producción de imágenes también suministra una ideología dominante. El cambio
social es reemplazado por cambios en las imágenes. La libertad para consumir una
pluralidad de imágenes y mercancías se equipara con la libertad misma. La
reducción de la opción política libre al consumo económico económico libre
requiere la producción y el consumo ilimitado de imágenes.


Entrevista
con Susan Sontag, escritora estadounidense
Símbolo del movimiento intelectual posterior a mayo del 68 y defensora de las
utopías como expresión de que es posible construir algo mejor, Susan Sontag se
ha distinguido entre las escritoras norteamericanas por su posición en contra de
la guerra -de todas las guerras- y la hegemonía de la cultura de masas
estadounidense. Dueña de una narrativa poderosa, cree que la política no es
buena para los escritores pero ha dicho que "como ciudadana del mundo y ser
humano" se ha sentido obligada a usar su voz pública a favor de los que no
tienen voz.
Sontag siempre despierta polémica y el lanzamiento de su novela en Español no ha
sido la excepción. La escritora aprovechó la oportunidad en Madrid para irse
lanza en ristre contra Bush y su gobierno: "Yo desprecio y temo al gobierno de
Bush" dijo y aseguró que en su país no hay oposición, ni debate. Está convencida
de que tras las voces de guerra que hoy se oyen en su país, hay un velado
interés de dominación absoluta. "En ese sentido -afirma-, es seguro que Estados
Unidos verá el desplome de más torres gemelas y pentágonos". Confesó, además,
que siempre se ha sentido avergonzada de ser estadounidense, que siempre le ha
disgustado la vanidad estadounidense, la violencia, las armas de fuego, la
ignorancia con respecto al resto del mundo, las películas de Hollywood y esa
cultura de masas que arrasa la cultura de otros países.
Ensayista, fotógrafa, directora de cine, actriz en películas de Woody Allen y
personaje de cuentos de Julio Cortázar es, sobre todo, una novelista de muchos
kilates. Su última nivela, En América, fue ganadora del National Book Award
2001, uno de los premios más prestigiosos de Estados Unidos.
"Entendí el mensaje: todo lo que se diga en contra de Bush es considerado una
ofensa nacional"
Después de 40 años de su primera novela, El benefactor, y tras una década de El
amante del volcán, Sontag regresa ahora con una obra inspirada en la emigración
a Estados Unidos, en 1876, de una famosa actriz polaca, Maryna Zalezowska, que
decide junto con su marido y su hijo -un joven escritor que la adora- y algunos
amigos, romper con su pasado y construir una comunidad basada en la libertad, el
ocio y el cultivo personal. Es una obra rica en descripciones y acontecimientos,
llena de preguntas sobre la patria lejana, sobre el exilio, sobre la tierra y la
libertad. Una historia que refleja sueños y fantasías proyectados sobre la
imagen de Estados Unidos, pero no como el país para enriquecerse sino como el
lugar para hallar la libertad interior, que es el deseo de todos los personajes.
La escritora tardó casi 10 años en terminar este libro al que calificó de "libro
indestructible",
pues sobrevivió a una guerra (la de Bosnia), a un accidente de carro y a un
cáncer.
Sontag ha sido invitada a la Feria del Libro de Bogotá, cuyo tema central es
"Globalización y preservación de las diversidades culturales". La escritora
encabezará la jornada sobre "El intelectual y la globalización". CAMBIO habló
con ella
CAMBIO: El 11 de septiembre de 2001, usted estaba en Berlín y desde allí
escribió un polémico artículo de opinión para The New York Times que fue
condenado por el Gobierno y la opinión norteamericanos. ¿Influyó el hecho de que
estaba fuera de su país?
SUSAN SONTAG. Le admito que el tono con el que escribí fue fuerte. Pienso que de
haber estado en Estados Unidos no habría escrito el mismo artículo. Desde que
conocí la noticia estuve por lo menos 20 horas viendo distintas cadenas. Me
indignó la forma en que la administración Bush presentó los atentados. No demoré
en entender que Bush y su gobierno estaban abriendo las puertas a una nueva
guerra que, a diferencia de las anteriores, sería permanente. En CNN pude
presenciar cómo desfilaban Madeleine Albright y Henry Kissinger. Utilizaban las
mismas palabras e incluso se citaban. Antes de eso, sabía que se aborrecían. Y
entonces entendí el mensaje: todo lo que se diga en contra de ellos o de Bush es
considerado una ofensa nacional.
Una de las afirmaciones más sorprendentes que hizo fue la de que los ataques
terroristas no habían sido cobardes. ¿Todavía opina igual?
Lo sorprendente es que no dije que esas personas estuvieran llenas de valor para
cometer semejante acto. Lo único que dije es que no eran cobardes. En mi opinión
el valor no conoce de la dimensión moral. ¿Qué sentido tenía decir que los
atentados del 11 de septiembre fueron una acción cobarde, cuando realmente no lo
fueron? Esta acción fue valiente, bien ideada y necesitó de una fuerte dosis de
estoicismo. Sin embargo, nunca dije que el objetivo de los terroristas era
correcto. ¡Nunca! Lo que quedó claro en ese texto es que no soy seguidora del
gobierno de Bush y que me reservo el derecho de expresar lo que pienso.
"El único que tiene cierto grado de conexión con la realidad es el general
Powell, y lo tiene simplemente porque sabe y conoce lo que es la guerra".
Semejante afirmación le ha valido amenazas de muerte. ¿No le preocupa?
Le soy sincera: no me preocupa lo que pueda sucederme. Lo único que me desvela
son los cambios que se están produciendo en Estados Unidos.
¿Se refiere a la guerra que quiere emprender la administración Bush?
Sí. Sorprende el hecho que una persona como George W. Bush haya sido escogido
presidente, eso sí, por decisión de una corte. Recuerdo cuando dijo que Jesús
era su maestro en filosofía. De aquí se deduce que Bush no tiene la menor idea
de lo que significa la filosofía, y que su conocimiento sobre Jesús es más que
limitado. En el actual gabinete, el único que tiene cierto grado de conexión con
la realidad es el general Powell, y lo tiene simplemente porque sabe y conoce lo
que es la guerra.
¿Qué hubiera pasado de haber estado usted en Nueva York el 11 de septiembre?
Sin duda me hubiera envuelto en el drama humano. En mi vida he tenido que hacer
frente a distintas guerras, y por experiencia le digo que si usted encuentra a
alguien tendido en el suelo, lo primero que quiere hacer es ayudarle.


Nuestro
mundo ha demostrado ser sumamente vulnerable
Vicglamar Torres León, 23/09/02
Washington es una ciudad inmaculada, incluso en estos tiempos de guerra, cuyos
rostros, signos y rastros quedan al ras de una imaginación infantil que los
busca sin encontrarlos. Es fácil pensar que en medio de un conflicto bélico, se
tratará de un lugar cariado, cuyos habitantes tendrán una vigilia causada por
sobresaltos y largos trasnochos dibujada en la faz. Pero eso es un espejismo .
Lo ue sí es real es una modesta librería. Discreta. Un lugar casi incrustado,
extrañamente en los alrededores de la Casa Blanca.
CHAPTERS
A literary bookstore
1512 St,NW
Washington. DC.20005
Una vidriera como cualquier mostrador de libros. La verdad sin nada resaltante,
sin una sola portada atractiva, nada peculiar. Perdí la mirada entre tantas
portadas ajenas a mis intereses, pero descubrí un cartel: Susan Sontag.
Conference. Tickets.
Enmudecí. Me quede tullida de pensar que podía escuchar a esta profesional del
discurso que desde los años sesenta anda contando historias. Unas buenas, otras
malas, unas verdaderas, otras falsas, pero todas suyas, únicas.
Era tarde y, aunque le hice al vendedor mas señas que un mono con sombrero. El
tipo me vio sin mirarme y, obviamente no me abrió la puerta.
Al día siguiente fui a preguntar.
-Sí, la conferencia es aquí. Hoy, a las siete de la noche", sentenció el
librero.
Yo tartamudee tanto que no pude decir ni gracias, aunque mi escueto inglés da
para eso, pero me atragante con la gula que me produjo la ocasión.
Susan Sontag nunca ha sido una de mis escritoras favoritas, tampoco de las que
menos aprecio. Lo que siempre me ha parecido es un personaje apetecible. Eso sí.
Ella, tan contracorriente, tan revoltosa, tan contestataria. Ella tan ella.
Siempre distinguiéndose como un lunar en una espalda albina. Ella.
A las siete y veintidós minutos hizo su entrada en la sala.
Había veinticuatro personas esperándola en el saloncito que acondicionaron para
el encuentro. Como telón de fondo había textos de historia natural, botánica y
autoayuda.
Sobre su cabeza se distinguía una pulida edición de "Un curso de milagros".
Entró, como supuse que iba a hacerlo, como una diva que quiere mantener el bajo
perfil.
Bufanda roja, pantalones verdes, camisa color motaza, uno que otro collar, una
que otra pulsera y algún prendedor como guinda al festín multicolor. Unos pies
enormes calzados y escondidos en unas botas negras y un torrente de voz sin
edulcorante, que abrió paso con un saludo. Un estruendoso carraspeo de garganta
fueron suficientes para aclimatar a una audiencia impaciente de su presencia.
Alguien, me había dicho al mediodía vía e mail que ella se parecía a la Lupe,
con su mechón de pelo blanco y, la verdad es que ese cuadro flamenco que es la
Sontag queda enmarcado por su mechón blanco.
Mientras la veía, mantenía aquella idea de mi mente: La Lupe. Creo que sí, que
la Sontag es una Lupe literaria, porque tal y como la vedette cubana, Susan
Sontag ha roto esquemas, ha sido única y original. Quizás no sé ha parado en el
escenario y se ha arrancado las pestañas postizas o le ha lanzado los zapatos al
público, pero le ha lanzado sus consignas, sus protestas y ha impuesto un estilo
personal y literario que ha encontrado imitadores, pero no un par.
Allí estaba para hablar de su último libro Where the stress falls. Leyó, bromeó,
reflexionó y autografió textos. La última de la fila era una periodista
venezolana que le pidió una entrevista. Medio temerosa, quien suscribe estas
líneas, obtuvo una afirmación y una invitación a cenar mientras se realizaba la
entrevista.
Caminamos a lo la largo de Pennsylvania Street, a un costado estaba la Casa
Blanca y al otro una serie de edificios del Estado.
Nos tropezamos con Consuelo, una indigente que pernocta en las afueras de la
residencia presidencial. Entre carcajadas, ambas se reconocieron y hablaron
sobre sus nuevas canas.
- A veces me pregunto quién habrá visto más mundo, si yo que no me bajo de un
avión o Consuelo que tiene veinte años en este mismo sitio". Con esas palabras
se inició lo que interpreté sería nuestra conversación.
- Sabes cuál es el mayor atractivo de las entrevistas - preguntó- Que mientras
se realizan, sobre todo en un ambiente como éste, te haces la falsa ilusión de
que es una conversación de amigos y resulta que todo será revelado, que nada
queda oculto y sobre el otro que se trata de un pugilato donde una de las partes
saldrá vencedor. El trofeo es desnudar el alma del otro".
Dos copas de vino y un revés en la historia, devuelven a Susan Sontag a Tucson
(Arizona), lugar donde creció. "Mi padre se murió cuando yo tenía tan sólo cinco
años. Era un hombre buen mozo y amable que se dedicaba a mercadear productos
entre China y Estados Unidos, pero la tuberculosis le ganó el round y nos dejó.
Mildred, mi madre se casó de nuevo con el capitán Nathan Sontag, quien nos llevó
a vivir a Tucson. Allí comencé a interesarme por los libros, por la literatura.
Claro, las primeras cosas que leía no eran más que los catálogos que giraban
instrucciones a las señoras para teñir sus cabellos. Pero eso me gustó mucho. Me
entretenía ver el juego de una palabra tras otra, la manera de acomodarse en el
papel hasta conseguir su lugar. No sé si el encantamiento que lograban tener las
palabras sobre una niña pueblerina fue lo que me llevó años más tarde a afirmar
que en la literatura es mucho más importante la forma que el contenido. Eso se
sintió como algo tremendista. Hoy en día tengo otras impresiones sobre este
asunto, pero prefiero que la gente crea que mi postura es invariable porque así
resulto más molesta".
La malcriadez y cierto afán por ser la piedra en el zapato de muchos, pareciera
ser uno de los divertimentos favoritos de la escritora. Aunque ella desmiente
esta apreciación y asegura que si alguna vez ha tenido posturas radicales ante
una u otra situación, su actitud se ha ido trasmutando en la de una apacible
mujer de sesenta y nueve años que tan sólo quiere escribir literatura de
ficción.
- Una vez se armó un escándalo porque dije que el ensayo era un género
agonizante. Todavía recibo acusaciones y quejas con relación a este asunto y
puedo asegurar que yo ni lo recuerdo. Nadie a mi edad puede pensar de la misma
manera que lo hacía a los veintipocos años. Siento que fui muy tenaz en la
escritura de ensayos y que podría seguir haciéndolo. Se trata de un género muy
exigente. Pero mi primera pasión fue la literatura de ficción. Recuerdo que
durante mi infancia, a esa edad en que las niñas descubren la masturbación y los
placeres que proporciona, yo descubrí la ficción, entonces no sé que me producía
más gusto. Un poco más grande llegaba a ser morbosa la íntima competencia que
establecía entre el gusto por el sexo y por la literatura de ficción, tan sólo
entrando a la adolescencia entendí que son pasiones diferentes. Obviamente, la
forma de presentar las ideas en un ensayo es muy diferente a la de las novelas,
porque las segundas son mucho más permisivas. El límite es impuesto por la
imaginación".
- El ensayo es una sola voz. En las novelas puedes incorporar elementos
ensayísticos, pero no al revés. Me costó mucho adquirir confianza en mi
potencial capacidad para desarrollar una trama, unos personajes, para darle
cuerpo a una novela. En la década de los ochenta, me arriesgué. Me encerré
largos meses y escribí doscientas páginas de mi primera novela. Me sirvieron de
mucho, con ellas estuve cambiado el piso de la jaula de mi canario durante
algunos meses más. Ni siquiera me atreví a echarles una mirada. Creo que era de
lo peor que alguien ha podido garabatear o tipear." - Años más tarde volví a
intentarlo. Empecé a enamorarme de un proyecto, hasta que de pronto me ví
escribiendo The Vollcano Lover. Había escrito ochenta cuartillas. Hice una
implosión febril. Me llené de dudas. La calentura de mi cuerpo venía de mi alma,
de mis dudas. Iba a desechar nuevamente un proyecto novelístico. Mi hijo, leía y
releía el manuscrito e intentaba que aquel montón de letras y yo nos
reconciliáramos. Un buen día, cuando ya estábamos a punto de firmar el divorcio
una vez más ese género y yo, me senté a leer y no me disgustó lo que iba
descubriendo. Me dije: esto va a funcionar, simplemente porque me atraía, me
gustaba. Retomé mi novela. A medida que transcurrían los días más satisfecha me
sentía con lo que iba apareciendo. Me sentía mejor y eso me facilitaba el
proceso de la escritura. La novela ganaba espesor y yo ganaba confianza. Las
primeras veinte páginas necesitaron más de seis meses para ser escritas y las
últimas cien, tan sólo tres semanas".
- Creo que lo más importante a la hora de escribir es pensar que algún lector
necesitado espera con ansias ese texto. Comencé a escribir pensando en lo que
quería leer. Si mantienes esa premisa, quieras o no, serás honesto".
- La novela es un vehículo ideal , tanto de espacio como de tiempo. La novela
nos enseña el tiempo. No es lineal, pero si secuencial y no muestra un espacio
creado dentro de sí misma. La novela es la creación, no solamente de una voz,
sino de un mundo, simula las estructuras esenciales según las cuales nosotros
caemos en la trampa lúdica de estar vivos".
Aunque la vida de Sontag, ha sido más que un hedónico o juguetón montón de
acontecimientos. Ha librado batallas personales contra múltiples causas. A nivel
político ha tendido a sentarse a la izquierda en cualquier mesa de diálogo. Es
una pacifista consumada y ha prestado su voz y su brazo a cuanta lucha le ha
parecido necesaria. Además ha dirigido obras de teatro, cuatro películas y ha
sido articulista de algunos medios impresos como la revista New Yorker.
A pesar de sí misma , su apego a la literatura de ficción ha no la ha
desvinculado de lo que ella ha llamado la "amenazante aldea globalizada en que
vivimos". Cada vez que ocurre algo que descarrila el tren del status quo
mundial, Susan Sontag tiene algo que decir, alguna palabra a flor de labios. Así
ocurrió con los ataques terroristas del once de septiembre del año pasado.
Una sonrisa que se gesta en el sarcasmo , la lleva a decir que apenas se enteró
de lo que ocurría en su ciudad: Nueva York, una amiga muy cercana le aseguró que
Bush, Powel, Osama Bin Laden y ella tendrían algo que decir.
- Durante aquellos primeros días después de mi vuelta a Nueva York, la realidad
de la devastación y la inmensidad de la pérdida de vidas, me hizo centrarme
inicialmente en toda la retórica que había acerca del acontecimiento, aunque
luego me pareció lo menos relevante.
- Lo que intentaban lograr quienes perpetraron la matanza del 11 de septiembre
no era la rectificación de todos los agravios que se han cometido contra el
pueblo palestino o el sufrimiento de la gente en la mayor parte del mundo
musulmán. El ataque es otro . Es un ataque contra la modernidad (La única
cultura que hace posible la emancipación de las mujeres) y, sí, contra el
capitalismo. Y el mundo moderno, nuestro mundo, ha demostrado ser sumamente
vulnerable".
- Todos estos hechos superan la realidad que pueda nacer en las imaginaciones
más prolíficas. El material de inspiración, la historia parte como un hecho vivo
y no como un hecho vivido, por eso es que una novela de Charles Dickens nos dice
tanto del Londres de su época, así como James Joyce de Dublín o Jorge Luis
Borges de Buenos Aires. Ninguno de los tres fue cartógrafo o hizo un milimétrico
recorrido por la ciudad. Lo que hicieron fue imaginar sobre un conglomerado de
vivencias y experiencias subjetivas. Las mejores novelas son las que imaginan un
espacio y un tiempo. Al imaginar el pasado lo conviertes un presente virtual.
Hay lugares que existen en datos numéricos, estadísticos, geopolíticos,
demográficos. Hay otros espacios cuya vida nace en un acto de ficción y se
vuelven realidades documentales. Por ejemplo eso es lo que pasa con toda la
literatura fantástica en América Latina: se vuelve literatura realista al cabo
de dos o tres años. Eso es un drama terrible para nuestros escritores".
Tras la turbulencia, una filósofo. Nació en Nueva York en 1933. Estudió en la
Universidad de Berkeley (California), en la Universidad de Chicago, en Harvard y
en la Sorbona de París. Obtuvo dos maestrías una en inglés y la otra en
filosofía. Ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales.
(*): Publicada inicialmente en la revista cultural del BCV.

