Adam Smith
[Antología esencial]
NOTAS RELACIONADAS
Ayn Rand |
Juan Pablo Feinmann - La benevolencia del carnicero |
¿Se puede ser marxista hoy?
Diego Guerrero: Un resumen de El Capital | Louis Althusser: Ideología y aparatos ideológicos del Estado
ENLACES RECOMENDADOS
La riqueza de las naciones, edición de 1776
| Edición de
Carlos Rodriguez Braun
LECTURA RECOMENDADA
La riqueza de las
naciones - Edición de Carlos Rodríguez Braun
|
Eric Roll - Historia de las
doctrinas económicas, cap. IV, Adam Smith


Investigación
sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones
Antología esencial
Título original: “The Wealth of Nations”
Traducción: Gabriel Franco
Prólogo
Algunos se refieren a este libro como "la Biblia de la Economía". Se entiende si
se lo juzga por su volumen, por la pluralidad de sus temas y por haber
consagrado a la figura de su autor mas allá de cualquier simpatía religiosa.
Investigación sobre la naturaleza y causas de las riquezas de las naciones
apareció en Londres el 9 de marzo de 1776. Su autor, el escocés nacido en
Kirkaldy en 1723 y muerto en Edimburgo en 1790, es el padre del liberalismo
económico. Hijo del Siglo de las Luces y, como tal, culto y contemporáneo de
otros genios, Adam Smith paso a la historia por haber escrito la summa que
produjo un quiebre, el prolijo y vastísimo desarrollo fundante de una ideología
que haría escuela.
La riqueza de las naciones es un tratado que combina la moneda con la historia,
la lógica con la teología. Su tesis económica es simple y puede resumirse en
tres principios: a) Que, como ser económico, el hombre tiene el impulso natural
del lucro; b) Que el universo esta ordenado de tal manera que los empeños
individuales de los hombres se conjugan para componer el bien social; c) Que,
conforme a. y b., el mejor programa consiste en dejar que el proceso económico
siga su propio curso (laissez faire). Estos principios, que se difundieron al
punto de olvidar su filiaci6n, encuentran su sentido cabal en el deísmo
ilustrado de Smith. Como lo manifiesta en su otro gran libro, Teoría de los
sentimientos morales, Smith creía en un Dios Supremo que había ordenado el
universo como un mecanismo perfecto donde todo funciona y que resulto, por
imagen y semejanza, bueno. Esta premisa atraviesa las paginas de La riqueza...,
desde las reflexiones sobre el trabajo más elemental (Libro I) hasta la
disertación sobre las funciones del Gobierno (Libro IV), a quien, supuesto el
orden primigenio, no le toca otra tarea que mantenerlo. Para Adam Smith, la
mejor política económica no precede del Gobierno sino de la acción espontánea de
los individuos. El libro III y el IV abren el temario a cuestiones históricas de
evolución y comercio, pero, por el recurso constante de ilustrar sus ideas con
ejemplos cercanos en el comercio europeo, del propósito central de La riqueza de
las naciones resulto también un mosaico de la época. Y es, en ultima instancia,
un manual de lógica que se valió del método deductivo para arribar "mas
naturalmente" a las conclusiones que Smith quiso imponer y que son el eje
axiomático de este volumen.
Por eso, aunque entendemos que el valor de La riqueza de las naciones reside en
su globalidad que por otro lado se hace evidente en la dificultad de su
fraccionamiento, esta "antología esencial" no pretende otra cosa que beber de su
misma fuente las bases de una teoría que en su momento significo una reacción
contra el mercantilismo feudal, pero que, en el tiempo, dibujo el trazado de una
de las caras de la moneda: la realidad económica globalizada en la que vivimos.
Introducción y plan de la obra
El
trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee de todas las
cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente consume el país.
Dicho fondo se Integra siempre, o con el producto inmediato del trabajo, o con
lo que mediante dicho producto se compra de otras naciones.
De acuerdo con ello, como este producto o lo que con el se adquiere, guarda una
proporción mayor o menor con el numero de quienes lo consumen, la nación estará
mejor o peor surtida de las cosas necesarias y convenientes apetecidas.
Ahora bien, esta proporción se regula en toda nación por dos circunstancias
diferentes: la primera, por la aptitud, destreza y sensatez con que generalmente
se ejercita el trabajo, y la segunda, por la proporción entre el numero de los
empleados en una labor útil y aquellos que no lo están. Sea cual fuere el suelo,
el clima o la extensión del territorio de una nación, la abundancia o la escasez
de su abastecimiento anual depende, en cada situación particular, de aquellas
dos circunstancias.
La abundancia o escasez de esa provisión depende mas, al parecer, de la primera
que de la segunda de dichas condiciones. En las naciones salvajes de cazadores y
pescadores, todo individuo que se halla en condiciones de trabajar se dedica a
una labor mas o menos útil, y procura obtener, en la medida de sus posibilidades, las cosas necesarias y
convenientes para su propia vida, o para la de los individuos de su familia o
tribu que son muy viejos, demasiado jóvenes o no se hallan en condiciones
físicas adecuadas para dedicarse a la caza o a la pesca. Estas naciones se
hallan, sin embargo, reducidas a tal extremo de pobreza, que por pura necesidad
se ven obligadas muchas veces, o así lo imaginan en su ignorancia, a matar a sus
hijos, ancianos y enfermos crónicos, o bien los condenan a perecer de hambre o a
ser devorados por las fieras. En las naciones civilizadas y emprendedoras
acontece lo contrario; aunque un gran numero de personas no trabaje
absolutamente nada, y muchas de ellas consuman diez o, frecuentemente, cien
veces mas producto del trabajo que quienes laboran, el producto del trabajo
entero de la sociedad es tan grande que todos se hallan abundantemente
provistos, y un trabajador, por pobre y modesto que sea, si es frugal y
laborioso, puede disfrutar una parte mayor de las cosas necesarias y
convenientes para la vida que aquellas de que puede disponer un salvaje.
Las causas de este progreso en las facultades productivas del trabajo, y el
orden según el cual su producto se distribuye, naturalmente entre los diferentes
rangos y condiciones del hombre en la sociedad, forma la materia del Libro
primero de esta Investigación.
Cualquiera que sea el nivel de aptitud, destreza y sensatez con que el trabajo
se ejercita en una nación, la abundancia o la escasez de su abastecimiento anual
dependerá necesariamente, mientras exista tal nivel, de la proporción entre el
numero de quienes anualmente se emplean en
una labor útil y el de quienes no lo están de esta manera. El numero de obreros
útiles y
productivos, como veremos mas adelante, se halla siempre en proporción a la
cantidad de capital empleada en darles ocupación y a la manera particular como
este se emplea. En consecuencia, el Libro segundo trata de la naturaleza del
capital, de la manera como se ha ido acumulando gradualmente, y de las
diferentes cantidades de trabajo que pone en movimiento, según las distintas
maneras de emplearlo.
Las naciones medianamente adelantadas en aptitud, destreza y sensatez en la
aplicación del trabajo, siguieron planes muy diversos en la manera general de
emplearlo, pero no todos estos planes conducen igualmente a incrementar el
producto. La política de unas naciones ha fomentado extraordinariamente las
actividades económicas rurales, y la de otras, las urbanas. Difícilmente se
encontrara una nación que haya tratado con la misma igualdad e imparcialidad
esas distintas actividades. Desde la caída del Imperio Romano la política de
Europa ha favorecido mas las artes, las manufacturas y el comercio, actividades
econ6micas propias de las ciudades, que la agricultura, actividad económica
rural. En el Libro tercero se explican las circunstancias que dieron origen a
esa política, y aconsejaron aplicarla.
Aun cuando, acaso, esos diversos planes fuesen primordialmente promovidos por
los intereses privados, o por los prejuicios de determinados estamentos
sociales, sin tener en cuenta o prever sus consecuencias en el bienestar general
de la sociedad, han dado ocasión a diferentes teorías de Economía política; de
ellas, unas ponderan la importancia de las actividades económicas urbanas, y
otras, la de las rurales. Esas teorías han ejercido una influencia considerable
no solo en las opiniones de la gente docta, sino también en la actuaci6n publica
de los Príncipes y Estados soberanos. En el Libro cuarto intentaremos explicar,
con la claridad y extensión que nos sea posible, esas diferentes teorías y los
principales efectos que han producido en distintas épocas y naciones.
El objeto de esos cuatro primeros libros consiste en explicar en que consiste el
ingreso regular del conjunto de los moradores de un país o cual ha sido la
naturaleza de aquellos fondos que han venido a satisfacer su consume anual en
diferentes épocas y naciones. El Libro quinto y ultimo trata de las rentas del
soberano o de la comunidad. En él procuramos mostrar, primero, cuales son los
gastos necesarios del soberano o de la comunidad; que parte de ellos han de
sufragarse por contribución general de toda la sociedad; cuales otros por un
particular sector, o por algunos de sus miembros singularizados, y segundo,
cuales son los métodos con arreglo a los cuales la sociedad, en su conjunto,
deberá contribuir a sufragar los gastos correspondientes al todo social, y
cuales son las principales ventajas e inconvenientes de cada uno de esos
procedimientos; y tercero y ultimo, que" causas y razones pudieron inducir a la
mayor parte de los gobiernos modernos a ignorar parte de sus rentas o a contraer
deudas, y cuales han sido los efectos de estas deudas en la riqueza real, en el
producto anual de la tierra y en el trabajo de la sociedad.

Libro
primero
CAPITULO I
De la división del trabajo
El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran
parte de la aptitud, destreza y sensatez con que diste se aplica o dirige, por
doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo.
Los efectos de la división del trabajo en los negocios generales de la sociedad
se entenderán mis fácilmente considerando la manera como opera en algunas de las
manufacturas. Generalmente se cree que tal divisi6n es mucho mayor en ciertas
actividades económicas de poca importancia, no porque efectivamente esa división
se extreme mas que en otras actividades de importancia mayor, sino porque en
aquellas manufacturas que se destinan a ofrecer satisfacciones para las
pequeñas necesidades de un reducido numero de personas, el numero de operarios
ha de ser
pequeño, y los empleados en los diversos pasos o etapas de la producción se
pueden reunir generalmente en el mismo taller y a la vista del espectador. Por
el contrario, en aquellas manufacturas destinadas a satisfacer los pedidos de un
gran numero de personas, cada uno de los diferentes ramos de la obra emplea un
numero tan considerable de obreros, que es imposible juntarlos en el mismo
taller. Difícilmente podemos abarcar de una vez, con la mirada, sino los obreros
empleados en un ramo de la producci6n. Aun cuando en las grandes manufacturas la
tarea se puede dividir realmente en un numero de operaciones mucho mayor que en
otras manufactures más pequeñas, la divisi6n del trabajo no es tan obvia y, por
consiguiente, ha sido menos observada.
Tomemos como ejemplo una manufactura de poca importancia, pero a cuya división
del trabajo se ha hecho muchas veces refrenda: la de fabricar alfileres. Un
obrero que no haya sido adiestrado en esa clase de tarea (converja por virtud de
la división del trabajo en un oficio nuevo) y que no este" acostumbrado a
manejar la maquinaria que en 61 se utiliza (cuya invención ha derivado,
probablemente, de la división del trabajo), por mis que trabaje, apenas podría
hacer un alfiler al día, y desde luego no podría confeccionar mas de veinte.
Pero dada la manera como se practica hoy día la fabricaci6n de alfileres, no
solo la fabricaci6n misma constituye un oficio aparte, sino que esta dividida en
varios ramos, la mayor parte de los cuales también constituyen otros tantos
oficios distintos. Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo
va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero esta
ocupado en limar el extreme donde se va a colocar la cabeza: a su vez la
confecci6n de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas: fijarla es un
trabajo especial, esmaltar los alfileres, otro, y todavía es un oficio distinto
colocarlos en el papel. En fin, el importante trabajo de hacer un alfiler queda
dividido de esta manera en unas dieciocho operaciones distintas, las cuales son
desempeñadas en algunas fabricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en
otras un solo hombre desempeñe a veces dos o tres operaciones. He visto una
pequeña fabrica de esta especie que no empleaba mas que diez obreros, donde, por
consiguiente, algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Pero a
pesar de que eran pobres y, por lo tanto, no estaban bien provistos de la
maquinaria debida, podían, cuando se esforzaban, hacer entre todos, diariamente,
unas doce libras de alfileres. En cada libra había mas de cuatro mil alfileres
de tamaño mediano. Por consiguiente, estas diez personas podían hacer cada día,
en conjunto, mas de cuarenta y ocho mil alfileres, cuya cantidad, dividida entre
diez, correspondería a cuatro mil ochocientos por persona. En cambio si cada uno
hubiera trabajado separada e independientemente, y ninguno hubiera sido
adiestrado en esa clase de tarea, es seguro que no hubiera podido hacer veinte,
o, tal vez, ni un solo alfiler al d/a; es decir, seguramente no hubiera podido
hacer la doscientas cuarentava parte, tal vez ni la cuatro mil ochocientos ava parte
de lo que son capaces de confeccionar en la actualidad gracias a la división y
combinación de las diferentes operaciones en forma conveniente.
En todas las demás manufacturas y artes los efectos de la división del trabajo
son muy semejantes a los de este oficio poco complicado, aun cuando en muchas de
ellas el trabajo no puede ser objeto de semejante subdivisión ni reducirse a una
tal simplicidad de operación. Sin embargo, ja división del trabajo, en cuanto
puede ser aplicada, ocasiona en todo arte un aumento
proporcional en las facultades productivas del trabajo. Es de suponer que la
diversificación de numerosos empleos y actividades económicas es consecuencia de
esa ventaja. Esa separación se produce generalmente con mas amplitud en aquellos
piases que han alcanzado un nivel mas alto de laboriosidad y progreso, pues
generalmente es obra de muchos, en una sociedad culta, lo que hace uno solo, en
estado de atraso. En todo país adelantado, el labrador no es mas que labriego y
el artesano no es sino menestral. Asimismo, el trabajo necesario
para producir un producto acabado se reparte, por regla general, entre muchas
manos. ¿Cuantos y cuan diferentes oficios no se advierten en cada ramo de las
manufacturas de lino y lana, desde los que cultivan aquella planta o cuidan el
vellón hasta los bataneros y blanqueadores, aprestadores y tintoreros? La
agricultura, por su propia naturaleza, no admite tantas subdivisiones del
trabajo, ni hay división tan completa de sus operaciones como en las
manufacturas. Es imposible separar tan completamente la ocupación del ganadero y
del labrador, como se separan los oficios del carpintero y del herrero. El
hilandero generalmente es una persona distinta del tejedor; pero la persona que
ara, siembra, cava y recolecta el grano suele ser la misma. Como la oportunidad
de practicar esas distintas clases de trabajo va produciéndose con el transcurso
de las estaciones del ano es imposible que un hombre este dedicado
constantemente a una sola tarea. Esta imposibilidad de hacer una separación tan
completa de los diferentes ramos de labor en la agricultura es quizá la razón de
por que el progreso de las aptitudes productivas del trabajo en dicha ocupación
no siempre corren parejas con los adelantos registrados en las manufacturas. Es
verdad que las naciones más opulentas superan por lo común a sus vecinas en la
agricultura y en las manufacturas, pero generalmente las _aventajan mis en estas
que en aquella. Sus tierras están casi siempre mejor cultivadas, y como se
invierte en ellas mas capital y trabajo, producen mas, en proporción a la
extensión y fertilidad natural del suelo. Ahora bien, esta superioridad del
producto raras veces excede considerablemente en proporción al mayor trabajo
empleado y a los gastos más cuantiosos en que ha incurrido. En la agricultura,
el trabajo del país rico no siempre es mucho más productivo que el del pobre o,
por lo menos, no es tan fecundo como suele serlo en las manufacturas. El grano
del país rico, aunque la calidad sea la misma, no siempre es tan barato en el
mercado como el de un país pobre. El trigo de Polonia, en las mismas condiciones
de calidad, es tan barato como el de Francia, a pesar de la opulencia y
adelantos de esta ultima nación. [...] Aunque un país pobre, no obstante la
inferioridad de sus cultivos, puede competir en cierto modo con el rico en la
calidad y precio de sus granos, nunca podrá aspirar a semejante competencia en
las manufacturas, si estas corresponden a las circunstancias del suelo, del
clima y de la situación de un país prospero.
[...]
Este aumento considerable en la cantidad de productos que un mismo numero de
personas puede confeccionar, como consecuencia de la división del trabajo,
precede de tres circunstancias distintas: primera, de la mayor destreza de cada
obrero en particular; segunda, del ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al
pasar de una ocupaci6n a otra, y por ultimo, de la invenci6n de un gran numero
de maquinas, que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para
hacer la labor de muchos.
En primer lugar, el progreso en la destreza del obrero incrementa la cantidad de
trabajo que puede efectuar, y la divisi6n del trabajo, al reducir la tarea del
hombre a una operaci6n sencilla, y hacer de esta la única ocupación de su vida,
aumenta considerablemente la pericia del operario. Un herrero corriente, que
nunca haya hecho clavos, por diestro que sea en el manejo del martillo, apenas
hará al día doscientos o trescientos clavos, y aun estos no de buena calidad.
Otro que este acostumbrado a hacerlos, pero cuya única o principal ocupaci6n no
sea esa, rara vez podrá llegar a fabricar al día ochocientos o mil, por mucho
empeño que ponga en la tarea. Yo he observado varios muchachos, menores de
veinte anos, que por no haberse ejercitado en otro menester que el de hacer
clavos, podían hacer cada uno, diariamente, mas de dos mil trescientos, cuando
se ponían a la obra. Hacer un clavo no es indudablemente una de las tareas más
sencillas. Una misma persona tira del fuelle, aviva o modera el soplo, según
convenga, caldea el hierro y forja las diferentes partes del clavo, teniendo que
cambiar el instrumento para formar la cabeza. Las diferentes operaciones en que
se subdivide el trabajo de hacer un alfiler o un botón de metal son, todas
ellas, mucho más sencillas y, por lo tanto, es mucho mayor la
destreza de la persona que no ha tenido otra ocupación en su vida. La velocidad
con que se ejecutan algunas de estas operaciones en las manufacturas excede a
cuanto pudieran suponer quienes nunca lo han visto, respecto a la agilidad de
que es susceptible la mano del hombre.
En segundo lugar, la ventaja obtenida al ahorrar el tiempo que por lo regular se
pierde, al pasar de una clase de operación a otra, es mucho mayor de lo que a
primera vista pudiera imaginarse. Es imposible pasar con mucha rapidez de una
labor a otra, cuando la segunda se hace en sitio distinto y con instrumentos
completamente diferentes. Un tejedor rural, que al mismo tiempo cultiva una
pequeña granja, no podrá por menos de perder mucho tiempo al pasar del telar al
campo y del campo al telar. Cuando las dos labores se pueden efectuar en el
mismo lugar, se perderá indiscutiblemente menos tiempo; pero la perdida, aun en
este caso, es considerable. No hay hombre que no haga una pausa, por pequeña que
sea, al pasar la mano de una ocupación a otra.
Cuando comienza la nueva tarea rara vez esta alerta y pone interés; la mente no
esta en lo que hace y durante algún tiempo mas bien se distrae que aplica su
esfuerzo de una manera diligente. El habito de remolonear y de proceder con
indolencia que, naturalmente, adquiere todo obrero del campo, las mas de las
veces por necesidad —ya que se ve obligado a mudar de labor y de herramientas
cada media hora, y a emplear las manos de veinte maneras distintas al cabo del
día, lo convierte, por lo regular, en lento e indolente, incapaz de una
dedicación intensa aun en
las ocasiones mas urgentes. Con independencia, por lo tanto, de su falta de
destreza, esta causa,
por si sola, basta para reducir considerablemente la cantidad de obra que seria
capaz de producir.
En tercer lugar, y por ultimo, todos comprenderán cuanto se facilita y abrevia
el trabajo si se emplea maquinaria apropiada. Sobran los ejemplos, y así nos
limitaremos a decir que la invenci6n de las maquinas que facilitan y abrevian la
tarea, parece tener su origen en la propia división del trabajo. El hombre
adquiere una mayor aptitud para descubrir los métodos mas id6neos y expedites, a
fin de alcanzar un propósito, cuando tiene puesta toda su atención en un objeto,
que no cuando se distrae en una gran variedad de cosas. Debido a la división del
trabajo toda su atención se concentra naturalmente en un solo y simple objeto.
Naturalmente puede esperarse que uno u otro de cuantos se emplean en cada una de
las ramas del trabajo encuentre pronto el método más fácil y rápido de ejecutar
su tarea, si la naturaleza de la obra lo permite. Una gran parte de las maquinas
empleadas en esas manufacturas, en las cuales se halla muy subdividido el
trabajo, fueron al principio invento de artesanos comunes, pues hallándose
ocupado cada uno de ellos en una operación sencilla, toda su imaginación se
concentraba en la búsqueda de métodos rápidos y fáciles para ejecutarla. Quien
haya visitado con frecuencia tales manufacturas habrá visto muchas maquinas
interesantes inventadas por los mismos obreros, con el fin de facilitar y
abreviar la parte que les corresponde de la obra. En las primeras maquinas de
vapor había un muchacho ocupado, de una manera constante, en abrir y cerrar
alternativamente la comúnicaci6n entre la caldera y el cilindro, a medida que
subía o bajaba el pistón. Uno de esos muchachos, deseoso de jugar con sus
camaradas, observe que atando una cuerda en la manivela de la válvula, que abría
esa comunicación con la otra parte de la maquina, aquella podía abrirse y
cerrares automáticamente, dejándole en libertad de divertirse con sus compañeros
de juegos. Así, uno de los mayores adelantos que ha experimentado
ese tipo de maquinas desde que se invento, se debe a un muchacho ansioso de
economizar su esfuerzo.
Esto no quiere decir, sin embargo, que todos los adelantos en la maquinaria
hayan sido inventados por quienes tuvieron la oportunidad de usarlas. Muchos de
esos progresos se deben al ingenio de los fabricantes, que han convertido en un
negocio particular la producción de maquinas, y algunos otros proceden de los
llamados filósofos u hombres de especulación, cuya actividad no consiste en
hacer cosa alguna sino en observarlas todas y, por esta razón, son a veces
capaces de combinar o coordinar las propiedades de los objetos mis dispares. Con
el progreso de la sociedad, la Filosofía y la especulación se convierten, como
cualquier otro ministerio, en el afán y la profesi6n de ciertos grupos de
ciudadanos. Como cualquier otro empleo, también ese se subdivide en un gran
numero de ramos diferentes, cada uno de los cuales ofrece cierta ocupaci6n
especial a cada grupo o categoría de filósofos. Tal subdivisi6n de
empleos en la Filosofía, al igual de lo que ocurre en otras profesiones, imparte
destreza y ahorra mucho tiempo. Cada uno de los individuos se hace mas experto
en su ramo, se produce mas en total y la cantidad de ciencia se acrecienta
considerablemente.
La gran multiplicación de producciones en todas las artes, originadas en la
división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa opulencia
universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo. Todo obrero
dispone de una cantidad mayor de su propia obra, en exceso de sus necesidades, y
como cualquier otro artesano, se halla en la misma situaci6n, se encuentra en
condiciones de cambiar una gran cantidad de sus propios bienes por una gran
cantidad de los creados por otros; o lo que es lo mismo, por el precio de una
gran cantidad de los suyos. El uno provee al otro de lo que necesita, y
recíprocamente, con lo cual se difunde una general abundancia en todos los
rangos de la sociedad.
Si observamos las comodidades de que disfruta cualquier artesano o jornalero, en
un país civilizado y laborioso, veremos como excede a todo calculo el numero de
personas que concurren a procurarle aquellas satisfacciones, aunque cada uno de
ellos solo contribuya con una pequeña parte de su actividad. Por basta que sea,
la chamarra de lana, pongamos por caso, que lleva el jornalero, es producto de
la labor conjunta de muchísimos operarios. El pastor, el que clasifica la lana,
el cardador, el amanuense, el tintorero, el hilandero, el tejedor, el batanero,
el sastre, y otros muchos, tuvieron que conjugar sus diferentes oficios
para completar una producción tan vulgar. Además de esto ;cuantos tratantes y
arrieros no hubo que emplear para transportar los materiales de unos a otros de
estos mismos artesanos, que a veces viven en regiones apartadas del país! Cuánto
comercio y navegación, constructores de barcos, marineros, fabricantes de velas
y jarcias no hubo que utilizar para conseguir los colorantes usados por el
tintorero y que, a menudo, proceden de los lugares más remotos del mundo! ;Y que
variedad de trabajo se necesita para producir las herramientas del más modesto
de estos operarios! Pasando por alto maquinarias tan complicadas como el barco
del marinero, el martinete del forjador y el telar del tejedor, consideraremos
solamente que variedad de labores no se requieren para lograr una herramienta
tan sencilla como las tijeras, con las cuales el esquilador corta la lana. El
minero, el constructor del horno para fundir el mineral, el fogonero que
alimenta el crisol, el ladrillero, el albañil, el encargado de la buena marcha
del horno, el del martinete, el forjador, el herrero, todos deben coordinar sus
artes respectivas para producir las tijeras. Si del mismo modo pasamos a
examinar todas las partes del vestido y del ajuar del obrero, la camisa áspera
que cubre sus carnes, los zapatos que protegen sus pies, la cama en que yace, y
todos los diferentes artículos
de su menaje, como el hogar en que prepara su comida, el carbón que necesita
para este propósito sacado de las entrañas de la tierra, y acaso conducido hasta
allí después de una larga navegaci6n y un dilatado transporte terrestre, todos
los utensilios de su cocina, el servicio de su mesa, los cuchillos y tenedores,
los platos de peltre o loza, en que dispone y corta sus alimentos, las
diferentes manos empleadas en preparar el pan y la cerveza, la vidriera que,
sirviéndole abrigo y sin impedir la luz, le protege del viento y de la lluvia,
con todos los conocimientos y el arte necesarios para preparar aquel feliz y
precioso invento, sin el cual apenas se conseguiría una habitación confortable
en las regiones n6rdicas del mundo, juntamente con los instrumentos
indispensables a todas las diferentes clases de obreros empleados en producir
tanta cosa necesaria; si nos detenemos, repito, a examinar todas estas cosas y a
considerar la variedad de trabajos que se emplean en cualquiera de ellos,
entonces nos daremos cuenta de que sin la asistencia y cooperación de millares
de seres humanos, la persona más humilde en un país civilizado no podría
disponer de aquellas cosas que se consideran las más indispensables y
necesarias.
Realmente, comparada su situación con el lujo extravagante del grande, no puede
por menos de aparecérsenos simple y frugal; pero con todo eso, no es menos cierto que
las comodidades de un príncipe europeo no exceden tanto las de un campesino
econ6mico y trabajador, como las de este superan las de muchos reyes de Africa,
dueños absolutos de la vida y libertad de diez mil salvajes desnudos.
CAPITULO II
Del principio que motiva la división del trabajo
Esta división del trabajo, que tantas ventajas reporta, no es en su origen
efecto de la sabiduría humana, que prevé y se propone alcanzar aquella general
opulencia que de el se deriva. Es la consecuencia gradual, necesaria aunque
lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana que no aspira a una
utilidad tan grande: la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por
otra.
No es nuestro propósito, de momento, investigar si esta propensión es uno de
esos principios innatos en la naturaleza humana, de los que no puede darse una
explotación ulterior, o si, como parece más probable, es la consecuencia de las
facultades discursivas y del lenguaje. Es común a todos los hombres y no se
encuentra en otras especies de animales, que desconocen esta y otra clase de
avenencias. [...] Nadie ha visto todavía que los perros cambien de una manera
deliberada y equitativa un hueso por otro. [...] Cuando un animal desea obtener
cualquier cosa
del hombre o de un irracional no tiene otro medio de persuasión sino el halago.
El cachorro acaricia a la madre y el perro procura con mil zalamerías atraer la
atención del dueño, cuando este se sienta a comer, para conseguir que le de
algo. El hombre utiliza las mismas artes con sus semejantes, y cuando no
encuentra otro modo de hacerlo actuar conforme a sus intenciones, procura
granjearse su voluntad procediendo en forma servil y lisonjera. [...] En casi
todas las otras especies zoológicas el individuo, cuando ha alcanzado la
madurez, conquista la independencia y no necesita el concurso de otro ser
viviente. Pero el hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la
ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla solo de su benevolencia. La
conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y
haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quien propone
a otro un trato le esta haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito
y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y así
obtenemos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del
carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la
consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios
sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.
Solo el mendigo depende principalmente de la benevolencia de sus conciudadanos,
pero no en absoluta. Es cierto que la caridad de gentes bien dispuestas le
suministra la subsistencia completa; pero, aunque esta condición altruista le
procure todo lo necesario, la caridad no satisface sus deseos en la medida en
que la necesidad se presenta: la mayor parte de sus necesidades eventuales se
remedian de la misma manera que las de otras personas, por trato, cambio o
compra. Con el dinero que recibe compra comida, cambia la ropa vieja que se le
da por otros vestidos viejos también, pero que le vienen mejor, o los entrega a
cambio de albergue, alimentos o moneda, cuando así lo necesita. De la misma
manera que recibimos la mayor parte de los servicios mutuos que necesitamos, por
convenio, trueque o compra, es esa misma inclinación a la permuta la causa
originaria de la división del trabajo.
En una tribu de cazadores o pastores un individuo, pongamos por caso, hace las
flechas o los arcos con mayor presteza y habilidad que otros.
Con frecuencia los cambia por ganado o por caza, con sus compañeros, y
encuentra, al fin, que por este procedimiento consigue una mayor cantidad de las
dos cosas que si el mismo hubiera salido al campo para su captura. Es así como,
siguiendo su propio interés, se dedica casi exclusivamente a hacer arcos y
flechas, convirtiéndose en una especie de armero. Otro destaca en la
construcci6n del andamiaje y del techado de sus pobres chozas o tiendas, y así
se
acostumbra a ser útil a sus vecinos que le recompensan igualmente con ganado o
caza, hasta que
encuentra ventajoso dedicarse por completo a esa ocupación, convirtiéndose en
una especie de carpintero constructor. [...] De esta suerte, la certidumbre de
poder cambiar el exceso del producto de su propio trabajo, después de
satisfechas sus necesidades, por la parte del producto ajeno que necesita,
induce al hombre a dedicarse a una sola ocupación, cultivando y perfeccionando
el talento o el ingenio que posea para cierta especie de labores.
La diferencia de talentos naturales en hombres diversos no es tan grande como
vulgarmente se cree, y la gran variedad de talentos que parece distinguir a los
hombres de diferentes
profesiones, cuando llegan a la madurez es, las mas de las veces, efecto y no
causa de la divisi6n del trabajo. Las diferencias más dispares de caracteres,
entre
un filosofo y un mozo de cuerda, pongamos por ejemplo, no proceden tanto, al
parecer, de la naturaleza como del habito, la costumbre o la educación. En los
primeros pasos de la vida y durante los seis u ocho primeros anos de edad fueron
probablemente muy semejantes, y ni sus padres ni sus camaradas advirtieron
diferencia notable. Poco más tarde comienzan a emplearse en diferentes
ocupaciones. Es entonces cuando la diferencia de talentos comienza a advertirse
y crece por grados, hasta el punto de que la vanidad del filosofo apenas
encuentra parigual. Mas
sin la inclinación al cambio, a la permuta y a la venta, cada uno de los seres
humanos hubiera
tenido que procurarse por su cuenta las cosas necesarias y convenientes para la
vida. Todos hubieran tenido las mismas obligaciones que cumplir e idénticas
obras que realizar y no hubiera habido aquella diferencia de empleos que
propicia exclusivamente la antedicha variedad de talentos.
[...] Entre los hombres [...] los talentos más dispares se caracterizan por su
mutua utilidad, ya que los respectivos productos de sus aptitudes se aportan a
un fondo común, en virtud de esa disposición general para el cambio, la permuta
o el trueque, y tal circunstancia permite a cada uno de ellos comprar la parte
que necesitan de la producción ajena.
CAPITULO III
La división del trabajo se halla limitada por la extensión del mercado
Así como la facultad de cambiar motiva la división del trabajo, la amplitud de
esta división se halla limitada por la extensión de aquella facultad o, dicho en
otras palabras, por la extensión del mercado. Cuando este es muy pequeño, nadie
se anima a dedicarse por entero a una ocupación, por falta de capacidad para
cambiar el sobrante del producto de su trabajo, en exceso del propio consume,
por la parte que necesita de los resultados de la labor de otros. [...]
CAPITULO IV
Del origen y uso de la moneda
Tan pronto como se hubo establecido la división del trabajo solo una pequeña
parte de las necesidades de cada hombre se pudo satisfacer con el producto de su
propia labor. El hombre subviene a la mayor parte de sus necesidades cambiando
el remanente del producto de su esfuerzo, en exceso de lo que consume, por otras
porciones del producto ajeno, que i\ necesita. El hombre vive
así, gracias al cambio convirtiéndose, en cierto modo, en mercader, y la
sociedad misma prospera hasta ser lo que realmente es, una sociedad comercial.
Cuando comenzó a practicarse la división del trabajo, la capacidad de cambio se
vio con frecuencia cohibida y entorpecida en sus operaciones. Es de suponer que
un hombre tuviera de una mercancía mas de lo que necesitaba, en tanto otro
disponía de menos. El primero, en
consecuencia, estaría dispuesto a desprenderse del sobrante, y el segundo, a
adquirir una parte
de este exceso. Mas si acontecía que este ultimo no contaba con nada de lo que
el primero había menester, el cambio entre ellos no podía tener lugar. El
carnicero tiene mas carne en su establecimiento de la que consume y el cervecero
y el panadero gustosamente comprarían una parte de ese excedente. Sin embargo,
nada pueden ofrecer en cambio, como no sea el remanente de sus producciones
respectivas, y puede ocurrir que el carnicero disponga de cuanto pan y cerveza
inmediatamente necesita. En estas condiciones es imposible que el cambio se
efectúe entre ellos. Uno no puede ser mercader, ni los otros clientes, con lo
cual todos pierden la posibilidad de beneficiarse con sus recíprocos servicios.
A fin de evitar inconvenientes de esta naturaleza, todo hombre razonable, en
cualquier periodo de la sociedad, después de establecida la división del
trabajo, procuro manejar sus negocios de tal forma que en todo tiempo pudiera
disponer, además de los productos de su actividad peculiar, de una cierta
cantidad de cualquier otra mercancía, que a su juicio escasas personas serían
capaces de rechazar a cambio de los productos de su respectivo esfuerzo.
Es muy probable que para este fin se seleccionasen y eligieran, de una manera
sucesiva, muchas cosas diferentes. [...] Sin embargo, en todos los países
resolvieron los hombres, por diversas razones incontrovertibles, dar preferencia
para este uso a los metales, sobre todas las demás mercaderías. [...]
Es así como la moneda se convirtió en instrumento universal de comercio en todas
las naciones civilizadas, y por su mediación se compran, venden y permutan toda
clase de bienes.
Ahora vamos a examinar cuales son las reglas que observan generalmente los
hombres en la permuta de unos bienes por otros, o cuando los cambian en moneda.
Estas reglas determinan lo que pudiéramos llamar el valor relativo o de cambio
de los bienes.
Debemos advertir que la palabra VALOR tiene dos significados diferentes, pues a
veces expresa la utilidad de un objeto particular, y, otras, la capacidad de
comprar otros bienes, capacidad que se deriva de la posesi6n del dinero. Al
primero lo podemos llamar "valor en uso", y al segundo, "valor en cambio". Las
cosas que tienen un gran valor en uso tienen comúnmente escaso o ningún valor en
cambio, y por el contrario, las que tienen un gran valor en cambio no tienen,
muchas veces, sino un pequeño valor en uso, o ninguno. No hay nada más útil que
el agua, pero con ella apenas se puede comprar cosa alguna ni recibir nada en
cambio. Por el contrario, el diamante apenas tiene valor en uso, pero
generalmente se puede adquirir, a cambio de el, una gran cantidad de otros
bienes.
Para investigar los principios que regulan el valor en cambio, de las
mercancías, procuraremos poner en claro, primero, cual sea la medida de este
valor en cambio, o en que" consiste el precio real de todos los bienes; segundo,
cuales son las diferentes partes integrantes de que se compone este precio real.
Por ultimo, cuales son las diferentes circunstancias que unas veces hacen subir
y otras bajar algunas o todas las distintas partes componentes del precio, por
encima o por debajo de su proporci6n natural o corriente; o cuales son las
causas que algunas veces impiden que el precio del mercado, o sea el precio real
de los bienes, coincida exactamente con lo que pudiéramos denominar su precio
natural. [...]
CAPITULO V
Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y de su
precio en moneda
Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas
necesarias, convenientes y gratas de la vida. Pero una vez establecida la
división del trabajo, es solo una parte muy pequeña de las mismas la que se
puede procurar con el esfuerzo personal. La mayor parte de ellas se conseguirán
mediante el trabajo de otras personas, y será rico o pobre, de acuerdo con la
cantidad de trabajo ajeno de que pueda disponer o se halle en condiciones de
adquirir. En consecuencia, el valor de cualquier bien, para la persona que lo
posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es igual a
la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por mediación
suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en cambio de
toda clase de bienes.
El precio real de cualquier cosa, lo que realmente le cuesta al hombre que
quiere adquirirla, son las penas y fatigas que su adquisición supone. Lo que
realmente vale para el que ya la ha adquirido y desea disponer de ella, o
cambiarla por otros bienes, son las penas y fatigas de que lo libraran, y que
podrá imponer a otros individuos. Lo que se compra con dinero o con otros
bienes, se adquiere con el trabajo, lo mismo que lo que adquirimos con el
esfuerzo de nuestro cuerpo. El dinero o sea otra clase de bienes nos dispensan
de esa fatiga. Contienen el valor de una cierta cantidad de trabajo, que
nosotros cambiamos por las cosas que suponemos encierran, en un momento
determinado, la misma cantidad de trabajo. El trabajo fue, pues, el precio
primitivo, la moneda originaria que sirvió para pagar y comprar todas las cosas.
No fue con el oro ni con la plata, sino con el trabajo como se compro
originariamente en el mundo toda clase de riquezas; su valor para los que las
poseen y desean cambiarlas por otras producciones es precisamente igual a la
cantidad de trabajo que con ella pueden adquirir y disponer. [...]
Pero aunque el trabajo es la medida real del valor en cambio de todos los
bienes, generalmente no es la medida por la cual se estima ese valor. Con
frecuencia es difícil averiguar la relación
proporcional que existe entre cantidades diferentes de trabajo. El tiempo que se
gasta en dos diferentes clases de tarea no siempre determina de una manera
exclusiva esa proporción. Han de tomarse en cuenta los grados diversos de fatiga
y de ingenio. Una hora de trabajo penoso contiene a veces mas esfuerzo que dos
horas de una labor fácil, y más trabajo, también, la aplicación de una hora de
trabajo en una profesión cuyo aprendizaje requiere el trabajo de diez años, que
un mes de actividad en una labor ordinaria y de fácil ejecuci6n. Mas no es fácil
hallar una medida id6nea del ingenio y del esfuerzo. Es cierto, no obstante, que
al cambiar las diferentes producciones de distintas clases de trabajo se suele
admitir una cierta tolerancia en ambos conceptos. El ajuste, sin embargo, no
responde a una medida exacta, sino al regateo y a la puja del mercado, de
acuerdo con aquella grosera y elemental igualdad, que, aun no siendo exacta, es
suficiente para llevar a cabo los negocios corrientes de la vida ordinaria.
Fuera de esto, es mas frecuente que se cambie y, en consecuencia, se compare un
artículo con otros y no con trabajo. Por consiguiente, parece más natural
estimar su valor en cambio por la cantidad de cualquier otra suerte de
mercancía, no por la cantidad de trabajo que con el se pueden adquirir. La
mayor parte de las gentes entienden mejor que quiere decir una cantidad de una
mercancía determinada, que una cantidad de trabajo. Aquella es un objeto
tangible y esta una noci6n abstracta, que aun siendo bastante inteligible, no es
tan natural y obvia.
[...] el trabajo, al no cambiar nunca de valor, es el único y definitivo patrón
efectivo, por el cual se comparan y estiman los valores de todos los bienes,
cualesquiera que sean las circunstancias de lugar y de tiempo. El trabajo es su
precio real, y la moneda es, únicamente, el precio nominal. [...]
De acuerdo con esa acepci6n vulgar puede decirse que el trabajo, como los otros
bienes, tiene un precio real y otro nominal. El precio real diríamos que
consiste en la cantidad de cosas necesarias y convenientes que mediante el se
consiguen, y el nominal, la cantidad de dinero. El trabajador es rico o pobre,
se halla bien o mal remunerado, en proporción al precio real del trabajo que
ejecuta, pero no al nominal. [...]
Parece, pues, evidente, que el trabajo es la medida universal y mas exacta del
valor, la única regla que nos permite comparar los valores de las diferentes
mercancías en distintos tiempos y lugares.
CAPITULO VI
Sobre los elementos componentes del precio de las mercancías
En el estado primitivo y rudo de la sociedad, que precede a la acumulación de
capital y a la apropiación de la tierra, la única circunstancia que puede servir
de norma para el cambio reciproco de diferentes objetos parece ser la proporción
entre las distintas clases de trabajo que se necesitan para adquirirlos. Si en
una nación de cazadores, por ejemplo, cuesta usualmente doble trabajo matar un
castor que un ciervo, el castor, naturalmente, se cambiara por o valdrá dos
ciervos. Es natural que una cosa que generalmente es producto del trabajo de dos
días o de dos horas valga el doble que la que es consecuencia de un día o de una
hora.
Si una clase de trabajo es mas penosa que otra, será también natural que se haga
una cierta asignación a ese superior esfuerzo, y el producto de una hora de
trabajo, en un caso, se cambiara frecuentemente por el producto de dos horas en
otro. [...]
En ese estado de cosas el producto integro del trabajo pertenece al trabajador,
y la cantidad de trabajo comúnmente empleado en adquirir o producir una
mercancía es la única circunstancia que
puede regular la cantidad de trabajo ajeno que con ella se puede adquirir,
permutar o disponer. Mas tan pronto como el capital se acumula en poder de
personas determinadas, algunas de ellas procuran regularmente emplearlo en dar
trabajo a gentes laboriosas, suministrándoles materiales
y alimentos, para sacar un provecho de la venta de su producto o del valor que
el trabajo
incorpora a los materiales. Al cambiar un producto acabado, bien sea por dinero,
bien por trabajo, o por otras mercaderías, además de lo que sea suficiente
para pagar el valor de los materia- les y los salaries de los obreros, es
necesario que se de algo por razón de las ganancias que corresponden al
empresario, el cual compromete su capital en esa contingencia. En nuestro
ejemplo el valor que el trabajador añade a los materiales se resuelve en dos
partes; una de ellas paga el salario de los obreros, y la otra las ganancias del
empresario, sobre el fondo entero de materiales y salaries que adelanta. El
empresario no tendría interés alguno en emplearlos si no esperase alcanzar de la
venta de sus productos algo mas de lo suficiente para reponer su capital, ni
tendría tampoco interés en emplear un capital considerable, y no otro mas
exiguo, si los beneficios no guardasen cierta proporción con la cuantía del
capital.
En estas condiciones el producto integro del trabajo no siempre pertenece al
trabajador; ha de compartirlo, en la mayor parte de los casos, con el
propietario del capital que lo emplea. La cantidad de trabajo que se gasta
comúnmente en adquirir o producir una mercancía no es la única circunstancia que
regula la cantidad susceptible de adquirirse con ella, permutarse o cambiarse.
Evidentemente, hay una cantidad adicional que corresponde a los beneficios del
capital empleado en adelantar los salarios y suministrar los materiales de la
empresa.
Desde el momento en que las tierras de un país se convierten en propiedad
privada de los terratenientes, estos, como los demás hombres, desean cosechar
donde nunca sembraron, y exigen una renta hasta por el producto natural del
suelo. La madera del bosque, la hierba del campo y todos los frutos naturales de
la tierra que, cuando esta era común, solo le costaban al trabajador el esfuerzo
de recogerlos, comienzan a tener, incluso para el, un precio adicional. Ha de
pagar al terrateniente una parte de lo que su trabajo produce o recolecta. Esta
porción, o lo que es lo mismo, el precio de ella, constituye la renta de la
tierra, y se halla en el precio de la mayor parte de los artículos como un
tercer componente.
El valor real de todas las diferentes partes que componen el precio se mide,
según podemos observar, por la cantidad de trabajo que cada una de esas
porciones dispone o adquiere. El trabajo no solo mide el valor de aquella parte
del precio que se resuelve en trabajo, sino también el de aquella otra que se
traduce en renta y en beneficio.
En toda sociedad, pues, el precio de cualquier mercancía se resuelve en una u
otra de esas partes, o en las tres a un tiempo, y en todo pueblo civilizado las
tres entran, en mayor o menor grado, en el precio de casi todos los bienes.
[...]
CAPITULO VII
Del precio natural y del precio de mercado de los bienes
En toda sociedad o comarca existe una tasa promedia o corriente de salarios y de
beneficios en cada uno de los empleos distintos del trabajo y del capital. Como
veremos mas adelante, dicha tasa se regula naturalmente, en parte, por las
circunstancias generales de la sociedad, su riqueza o pobreza, su condición
estacionaria, adelantada o decadente; y en parte, por la naturaleza peculiar de
cada empleo.
Existe también en toda sociedad o comunidad una tasa promedio o corriente de
renta, que se regula asimismo, como tendremos ocasión de ver mas adelante, en
parte por las circunstancias generales que concurren en aquella sociedad o
comunidad donde la tierra se halle situada, y en parte por la fertilidad natural
o artificial del terreno.
Estos niveles corrientes o promedios se pueden llamar tasas naturales de los
salaries, del beneficio y de la renta, en el tiempo y lugar en que generalmente
prevalecen.
Cuando el precio de una cosa es ni mas ni menos que el suficiente para pagar la
renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital
empleado en obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus
precios corrientes, aquella se vende por lo que se llama su precio natural.
El articulo se vende entonces por lo que precisamente vale o por lo que
realmente le cuesta a la persona que lo lleva al mercado, y aun cuando en el
lenguaje corriente, lo que se denomina costo primo de un articulo no comprende
el beneficio de la persona que lo revende, es indudable que si esta lo vendiese
a un precio que no le rindiera el tipo de beneficio acostumbrado en su región,
perdería en el trato, ya que empleando su capital en cualquier otro comercio
hubiera realizado ese beneficio. Además de esto, su beneficio es su renta,
puesto que es el fondo peculiar de su mantenimiento o subsistencia. De la misma
manera que, mientras esta preparando los bienes y los trae al mercado, adelanta
los salarios de sus obreros, o lo que es lo mismo, su subsistencia, de igual
suerte se adelanta a si mismo sus medios de vida, y estos adelantos deben
guardar proporción con aquel beneficio que razonablemente puede esperar de la
venta de los bienes. Si esta, pues, no le rinde tal beneficio, no podrá decirse
realmente que se le paga lo que le cuestan. [...]
El precio efectivo a que corrientemente se venden las mercancías es lo que se
llama precio de mercado, y puede coincidir con el precio natural o ser superior
o inferior a este.
El precio de mercado de cada mercancía en particular se regula por la proporción
entre la cantidad de esta que realmente se lleva al mercado y la demanda de
quienes están dispuestos a pagar el precio natural del articulo, o sea, el valor
integro de la renta, el trabajo y el beneficio que es preciso cubrir para
presentarlo en el mercado. Estas personas pueden denominarse compradores
efectivos, y su demanda, demanda efectiva, pues ha de ser suficientemente
atractiva para que el articulo sea conducido al mercado. Esta demanda es
diferente de la llamada
absoluta. Un pobre, en cierto modo, desea tener un coche y desearía poseerlo;
pero su demanda
no es una demanda efectiva, pues el articulo no podrá ser llevado al mercado
para satisfacer su deseo.
Cuando la cantidad de una mercancía que se lleva al mercado es insuficiente para
cubrir la demanda efectiva, es imposible suministrar la cantidad requerida por
todos cuantos se hallan dispuestos a pagar el valor integro de la renta, los
salaries y el beneficio, que es precise pagar para situar el articulo en el
mercado. Algunos de ellos, con tal de no renunciar a la mercancía, estarían
dispuestos a pagar mas por ella. Por tal razón se suscitara entre ellos
inmediatamente una competencia, y el precio de mercado subirá mis o menos sobre
el precio natural, según que la magnitud de la deficiencia, la riqueza o el afán
de ostentaci6n de los competidores, estimulen mas o menos la fuerza de la
competencia. Entre los competidores de la misma riqueza y disponibilidad de
excedentes la misma deficiencia de la oferta dará lugar a una competencia mas o
menos extremada, según la importancia mayor o menor que concedan a la
adquisici6n del articulo. Esto nos explica los precios exorbitantes de los
artículos de primera necesidad durante el bloqueo de una población o en época de
hambre.
Cuando la cantidad llevada al mercado excede a la demanda efectiva, no puede
venderse entonces toda ella entre quienes estarían dispuestos a pagar el valor
completo de la renta, salaries y beneficio que costo la mercancía hasta situarla
en el mercado. Parte de ella tiene que venderse a los que están dispuestos a
pagar menos, y este precio mas bajo que ofrecen por ella, reducirá el de toda la
mercancía. El precio de mercado bajara mas o menos con respecto al
natural, según que la abundancia o la escasez del genero incremente mas o menos
la competencia entre los vendedores, o según que estos se muestren mas o menos
propensos a desprenderse inmediatamente de la mercancía. El mismo exceso en la
importación de artículos perecederos da ocasión a una competencia mayor que
cuando se trata de mercancías que se pueden conservar, como ocurre, por ejemplo,
con las naranjas en relación con la chatarra. [...] De este modo, el conjunto de
actividades desarrolladas anualmente para situar cualquier mercancía en el
mercado, se ajusta en forma natural la demanda efectiva. Claro esta, se procura
llevar siempre al mercado la cantidad precisa y suficiente para cubrir con
exactitud, sin exceso alguno, esa demanda efectiva. [...]
CAPITULO VIII
De los salarios del trabajo
Los salaries del trabajo dependen generalmente, por doquier, del contrato
concertado por lo común entre estas dos partes, y cuyos intereses difícilmente
coinciden. El operario desea sacar lo mas posible, y los patronos dar lo menos
que puedan. Los obreros están siempre dispuestos a concertarse para elevar los
salaries, y los patronos, para rebajarlos.
Sin embargo, no es difícil de prever cual de las dos partes saldrá gananciosa en
la disputa, en la mayor parte de los casos, y podrá forzar a la otra a
contentarse con sus términos. Los patronos, siendo menos en número, se pueden
poner de acuerdo mas fácilmente, además de que las leyes autorizan sus
asociaciones o, por lo menos, no las prohíben, mientras que, en el caso de los
trabajadores, las desautorizan. No encontramos leyes del Parlamento que prohíban
los acuerdos para rebajar el precio de la obra; pero si muchas que prohíben esas
estipulaciones para elevarlo. En disputas de esa índole los patronos pueden
resistir mucho mas tiempo. Un propietario, un colono, un fabricante o un
comerciante, aun cuando no empleen un solo trabajador, pueden generalmente vivir
un ano o dos, disponiendo del capital previamente adquirido. La mayor parte de
los trabajadores no podrán subsistir una semana, pocos resistirán un mes, y
apenas habrá uno que soporte un ano sin empleo. A largo plazo, tanto el
trabajador como el patrono se necesitan mutuamente; pero con distinta urgencia.
Rara vez se oye hablar, al decir de algunos, de acuerdos entre patronos, pero es
frecuente, en cambio, oír hablar de los realizados entre obreros. Pero quienes
se imaginan que las cosas discurren de esta suerte, y que los patronos raras
veces se ponen de acuerdo, ignoran tanto la realidad como el asunto. Los
patronos, siempre y en todo lugar, mantuvieron una especie de concierto tácito,
pero constante y uniforme, para no elevar los salarios por encima de su nivel
actual. La violación de esta especie de pacto se considera universalmente una
acción
extraordinariamente impopular, e implica un reproche, a quien así precede, por
parte de sus
colegas y vecinos. Es cierto que raras veces se habla de semejantes acuerdos;
pero la razón es que no causan novedad las cosas que se tienen por ordinarias y
sabidas. Algunas veces ocurre también que los patronos celebran acuerdos
especiales para hacer descender los salaries por debajo de aquel nivel, a que
acabamos de hacer referencia. Estas combinaciones se hacen siempre con la mayor
precaución y sigilo, hasta el
momento mismo de su ejecución, y cuando los obreros se someten, por lo general
sin resistencia, apenas lo comentan con nadie, por rudo que sea el golpe para
ellos. Sin embargo, dichas coaliciones chocan frecuentemente con una acción
concertada y defensiva de los obreros, quienes también, a veces, y sin necesidad
de provocación previa, se ponen de acuerdo para elevar el precio de su trabajo.
[...] En su afán de lograr una resolución pronta, los obreros promueven
alborotos y, a veces, recurren a la violencia y al ultraje mas ofensivos. [...]
Los obreros pocas veces sacan fruto alguno de la violencia de esas tumultuosas
manifestaciones, las cuales —en parte, por la intervención de la autoridad, en
parte, por la gran pertinacia de los patronos, y en la mayoría de los casos por
la necesidad en que se hallan los trabajadores de someterse, para no carecer de
los medios de subsistencia—, fracasan generalmente, sin otro resultado que el
castigo o la ruina de los dirigentes. [...]
La recompensa real del salario, o sea la cantidad efectiva de las cosas
necesarias y útiles para la vida que dicha recompensa procura al obrero, ha
aumentado en el curso de la presente centuria quizá en mayor proporción que el
precio en dinero. [...]
Esta mejora en las condiciones de las clases
inferiores del pueblo debe considerarse ventajosa o perjudicial para la
sociedad? La respuesta a primera vista parece muy sencilla. Los criados, los
trabajadores y los operarios de todas las categorías constituyen la mayoría en
toda sociedad política de importancia. En consecuencia, no puede ser perjudicial
para el todo social lo que aprovecha a la mayor parte de sus componentes.
Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz si la mayor parte de sus miembros
son pobres y miserables. Es, por añadidura, equitativo que quienes alimentan,
visten y albergan al pueblo entero participen de tal modo en el producto de su
propia labor que ellos también se encuentren razonablemente alimentados,
vestidos y alojados. [...]
CAPITULO X
De los salaries y beneficios en los diferentes empleos del trabajo y del capital
Todas las ventajas y desventajas que se derivan de los diferentes empleos del
trabajo y del capital, en el mismo territorio, deberán ser perfectamente
iguales o gravitar continuamente hacia esa misma igualdad. Si en el mismo
territorio un empleo fuese evidentemente mas o menos ventajoso que otros, un
cierto numero de personas buscarían ocupación, en un caso, y otro cierto numero
desertarían de ese empleo, en el otro, de tal suerte que muy pronto, por
compensación, se volvería al nivel de otras ocupaciones. Así al menos sucedería
en una sociedad en que las cosas se dejasen discurrir por su curso natural, en
la que hubiere perfecta libertad y cada uno fuese completamente libre para
elegir la ocupación que tuviere por mas conveniente, o para cambiarla tan pronto
como lo juzgase razonable. El interés individual llevaría presto a cada quien a
buscar la ocupación mas ventajosa y a rechazar la que para el implicase
desventaja.
Los salarios en dinero y los beneficios son, en verdad, extraordinariamente
diferentes, en
Europa, en los diferentes empleos del capital y del trabajo. Estas diferencias
nacen, [...] en parte,
[...] como consecuencia de la política europea, que no permite se desenvuelvan
las cosas con perfecta libertad. [...]
En primer lugar, la política en Europa ocasiona una desigualdad considerable en
la suma total de las ventajas y desventajas de los diferentes empleos de capital
y de trabajo, al restringir la competencia en algunos empleos a un número mas
reducido de individuos de los que estarían dispuestos a dedicarse a ellos, en
otras circunstancias.
Los principales medios de que se vale para esos fines son los privilegios
exclusivos de las corporaciones o gremios.
El privilegio exclusivo de un oficio o gremio necesariamente restringe la
competencia, en la ciudad donde se halle establecido, a las personas que gozan
de la libertad de ejercer en la respectiva actividad. El requisito esencial para
obtener esa licencia consiste en haber hecho el aprendizaje en el mismo pueblo,
bajo la guía de un maestro debidamente autorizado. Los estatutos gremiales
prescriben, a veces, el número de aprendices que un maestro esta autorizado a
tener y, casi siempre, el número de anos que debe durar el aprendizaje. El
propósito de ambas regulaciones no es otro sino el de limitar la competencia a
un número mucho menor de personas de las que de otra suerte se dedicarían a la
actividad respectiva. La limitación del número de aprendices sirve para
restringir directamente la concurrencia. La prolongación del tiempo de
aprendizaje opera de una manera indirecta, pero no menos eficaz, al aumentar los
gastos de educación. [...]
En segundo lugar, como la política de Europa aumenta la competencia en algunos
ramos mucho mas de lo que seria natural, ocasiona otra desigualdad muy
importante en la distribución general de las ventajas y desventajas que resultan
de los diferentes empleos de capital y de trabajo.
[...]
En tercer lugar, la política que se sigue en Europa coarta la libre circulaci6n
del trabajo y del capital, tanto de empleo a empleo como de lugar a lugar,
ocasionando así otra desigualdad en las ventajas y desventajas conjuntas de las
diversas ocupaciones. [...]

Libro
segundo
INTRODUCClON
En aquel estado primitivo de la sociedad, en que no se practica la división del
trabajo, y apenas se conoce el cambio, y en el cual cada ser humano se procura
cuanto necesita, por su propio esfuerzo, no es necesario acumular capital de
antemano para desarrollar las actividades de la colectividad. Cada hombre
procura satisfacer sus necesidades en la medida que se presentan, poniendo en
juego su propia laboriosidad. Cuando esta hambriento, sale a cazar al bosque;
cuando su vestimenta esta deteriorada cubre su cuerpo con la piel del primer
animal grande al que da muerte, y cuando la choza amenaza ruina, la repara, con
los árboles y la tierra de las inmediaciones.
Ahora bien, una vez establecida en gran escala la división del trabajo, el
producto de la tarea individual no alcanza a cubrir sino una parte muy pequeña
de sus necesidades eventuales. La mayoría de las gentes recurren al producto del
trabajo de otras personas, que compra o adquiere con el producto del trabajo
propio, o lo que es igual, con el precio de este. Pero como dicha adquisición no
puede hacerse hasta que el producto del trabajo individual propio no solamente
este terminado, sino vendido, es necesario acumular diferentes bienes en
cantidad suficiente para mantenerle y surtirle con los materiales e instrumentos
propios de su labor, hasta el instante mismo en que ambas circunstancias
acaezcan. Un tejedor no puede aplicarse plenamente a las tareas propias de su
oficio si de antemano no ha acumulado en alguna parte, bien a su disposición o
en poder de otra persona, un capital suficiente para atender a su manutención y
disponer de los materiales e instrumentos de su oficio, hasta el momento mismo
en que no solamente haya acabado la labor, sino vendido la tela. Esta
acumulaci6n es menester que preceda necesariamente a la aplicación de su
actividad a dicha industria, por todo el tiempo que dure semejante tarea.
Así como la acumulación del capital, según el orden natural de las cosas debe
preceder a la división del trabajo, de la misma manera, la subdivisión de
este, solo puede progresar en la medida en que el capital haya ido acumulándose
previamente. La cantidad de materiales que el mismo número de personas se
encuentra en condiciones de manufacturar aumenta en la medida misma en que el
trabajo se subdivide cada vez mas, y como las tareas de cada trabajador van
gradualmente haciéndose mas sencillas, se inventan nuevas maquinas, que
facilitan y abrevian aquellas operaciones. Así, al ritmo al que adelanta la
división del trabajo para proporcionar un empleo constante al mismo número de
operarios ha de acumularse previamente un fondo de provisiones adecuado a dicho
número, y una cantidad de materiales y de herramientas mayor del que sería
menester en una situación rudimentaria. Ahora bien, el número de obreros en cada
una de las ramas de la industria aumenta generalmente con la división del
trabajo en ese sector, o mas bien el aumento de ese número facilita la
clasificación de los obreros en dicha actividad.
Así como la acumulación del capital es condición previa para llevar adelante
esos progresos en la capacidad productiva del trabajo, de igual suerte dicha
acumulación tiende naturalmente a perfeccionar tales adelantos. Quien emplea su
capital en dar trabajo, desea naturalmente emplearlo de tal modo que este
produzca la mayor cantidad de obra posible. Procura, por tanto, que la
distribución de operaciones entre sus obreros sea la mas conveniente, y les
provee, al mismo tiempo, de las mejores maquinas que pueda inventar o le sea
posible adquirir. Sus aptitudes en ambos respectos guardan proporción con la
magnitud de su capital o con el número de personas a quienes pueda dar trabajo.
Por consiguiente, no solo aumenta el volumen de actividad en los países, con la
acumulación de capital que en ella se emplea, sino que, como consecuencia de
este aumento, un mismo volumen de actividad produce mucha mayor cantidad de
obra. Tales son, en general, los efectos que produce la acumulación del capital
en la industria y en su capacidad productora.[...]
CAPITULO III
De la acumulación del capital, o del trabajo productivo e improductivo.
Existe una especie de trabajo que añade valor al objeto a que se incorpora, y
otra que no produce aquel efecto. Al primero, por el hecho de producir valor,
se le llama productivo; al segundo, improductivo. Así, el trabajo de un artesano
en una manufactura, agrega generalmente valor a los materiales que trabaja,
tales como su mantenimiento y los beneficios del maestro. El de un criado
domestico, por el contrario, no añade valor alguno. Aunque el maestro haya
adelantado al operario sus salaries, nada viene a costarle en realidad, pues el
aumento de valor que recibe la materia, en que se ejercito el trabajo,
restituye, por lo
general, con ganancias los jornales adelantados; pero el mantenimiento de un
sirviente jamás le es restituido al amo de ese modo. Cualquiera se enriquece
empleando muchos obreros en las manufacturas, y en cambio, se empobrece
manteniendo un gran numero de criados. Sin embargo, el trabajo de estos últimos
den también su valor peculiar, y merece una recompensa con tanta justicia como
el de un artesano. Pero la labor del obrero empleado en las manufacturas se
concreta y realiza en algún objeto especial o mercancía vendible, que dura, por
lo menos, algún tiempo después de terminado el trabajo. Viene a ser como si en
aquella mercancía se incorporase o almacenase una cierta cantidad de trabajo,
que se puede emplear, si es necesario, en otra ocasión. Aquel objeto, o lo que
es lo mismo, su precio puede poner después en movimiento una cantidad de trabajo
igual a la que en su origen sirvió para producirlo. El trabajo de los servidores
domésticos no se concreta ni realiza en materia alguna particular o mercancía
susceptible de venta. Sus servicios perecen, por lo común, en el momento de
prestarlos, y rara vez dejan tras de si huella de su valor, que sirviera para
adquirir igual cantidad de trabajo.
El trabajo de algunas de las clases mis respetables de la sociedad al igual de
lo que ocurre con
los servidores domésticos, no produce valor alguno, y no se concreta o realiza
en un objeto permanente o mercancía vendible, que dure después de realizado el
trabajo, ni da origen a valor que permitiera conseguir mas tarde igual cantidad
de trabajo. El soberano, por ejemplo, con todos los funcionarios o ministros de
justicia que sirven bajo su mando, los del ejercito y de la marina, son en aquel
sentido trabajadores improductivos. Sirven al público y se les mantiene
con una parte del producto anual de los afanes de las demás clases del pueblo.
Los servicios que
estos prestan, por honorables que sean, por útiles que se consideren, nada
producen en el sentido de poder adquirir igual cantidad de otro servicio. La
protección, la seguridad y la defensa de la república, efecto del trabajo de
esos grupos en el presente ano, no podrá comprar la defensa, la protección y la
seguridad en el venidero. Igual consideración merecen otras muchas profesiones,
tanto de las mas importantes y graves como de las mas inútiles y frívolas, los
jurisconsultos, los clérigos, los médicos, los literatos de todas clases; y los
bufones, músicos, cantantes, bailarines, etc. El trabajo de los mas
insignificantes tiene su exacto valor y se regula por los mismos principios que
gobiernan cualquier otra especie de trabajo; pero, aun el de la clase mas noble
y sutil, nada produce que sea capaz de proporcionar, después, otra cantidad de
trabajo igual, porque perece en el momento mismo de su prestación, como la
declamaci6n del actor, la arenga del orador o la melodía del músico.
Todos los trabajadores, tanto productivos como improductivos, como los que no
realizan ninguna clase de trabajo, son mantenidos igualmente con el producto
anual de la tierra y del trabajo del país. Pero este producto, por grande que
sea, no puede ser infinita, y siempre ha de reconocer ciertos limites. Así,
pues, según sea mayor o menor la cantidad que del mismo se emplee cada ano en el
sostenimiento de personas improductivas, así será menor o mayor lo que reste
para el sostenimiento de las que producen, siendo también mayor o menor, según
aquella misma proporción, el producto del ano siguiente, porque todo el producto
anual, a excepci6n de las espontáneas producciones de la tierra, es efecto del
trabajo productivo. [...]
Tanto los trabajadores improductivos, como aquellos otros que no trabajan en
absoluto, se han de mantener a base de algún ingreso, bien sea de aquella parte
del producto anual que originariamente se destina a constituir el ingreso de
alguna persona particular, como es la renta de la tierra o el beneficio del
capital, o bien de aquella otra porci6n que, aun cuando se destina primordial y
exclusivamente a reponer el capital y al sostenimiento de los trabajadores
productivos, luego que llega a poder de los destinatarios y provee a su
subsistencia, deja algún
sobrante, que se puede emplear en manos productivas o en las que son estériles.
De este modo, no solamente un poderoso terrateniente o un rico comerciante, sino
un operario común, cuando su salario es de cierta importancia, puede mantener un
criado. Igualmente puede ir alguna vez a un teatro o asistir a un espectáculo de
marionetas, contribuyendo así al mantenimiento de cierta clase de trabajadores
improductivos, o pagar contribuciones con que ayudar a sostener otra clase mas
honorable y útil, aunque igualmente improductiva. Pero siempre resulta que
aquella porción del producto anual, cuyo primordial destine es reponer un
capital, de ningún modo se emplea en manos que no son productivas, hasta haber
puesto en movimiento todo el trabajo productivo que le corresponde, o toda
aquella cantidad que puede y debe manejar en el objeto a que se destina. Es
necesario que el obrero haya concluido la obra y percibido los salaries para que
pueda emplear, en aquella forma, parte de su retribución, y aun la parte que
destina a este cometido es, por lo general, muy pequeña. Esta porción es la
parte que ahorra de su ingreso y que, tratándose de trabajadores productivos, no
puede ser muy grande. No obstante, por lo común, siempre tiene cierta
importancia, y cuando pagan las contribuciones, la magnitud de su número
compensa en cierto modo la pequeña aportación de cada uno de ellos. La renta de
la tierra y los beneficios del capital son, por doquier, las principales fuentes
de donde derivan su mantenimiento las manos improductivas. Estas dos clases de
ingresos son las que permiten a los propietarios un ahorro mas grande, con el
cual pueden mantener indiferentemente manos productivas o estériles, aun cuando,
por lo general, estas clases tienen cierta predilección por las ultimas. Los
dispendios de un gran terrateniente mantienen, por lo común, mayor número de
personas ociosas que de trabajadores. El comerciante rico, aunque emplea su
capital en mantener solamente personas industriosas, con sus gastos es decir,
con el empleo de sus rentas mantiene, por lo general, las mismas clases de
gentes que un poderoso hacendado.
En consecuencia, la proporción que existe entre las manos productivas y las que
no se consideran como tales, en cualquier país, depende en gran parte de la
relación del producto anual que en cuanto proviene de la tierra o de las manos
de los trabajadores productivos— se destina inmediatamente a reponer el capital,
y la que se destina a asegurar un ingreso, llámese renta o beneficio. Mas esta
proporción es muy distinta en los países ricos y en los pobres. [...] Parece,
pues, que la proporción entre capital y renta es la que regula en todas partes
la relación que existe entre ociosidad e industria. Donde predomina el capital,
prevalece la actividad económica; donde prevalece la renta, predomina la
ociosidad. Cualquier aumento o disminución del capital promueve de una manera
natural el aumento o la disminución de la magnitud de la industria, el numero de
manos productivas y, por consiguiente, el valor en cambio del producto anual de
la tierra y del trabajo del país, que es en definitiva la riqueza real y el
ingreso de sus habitantes.
Los capitales aumentan con la sobriedad y la parsimonia, y disminuyen con la
prodigalidad y la disipación.
Todo lo que una persona ahorra de su renta lo acumula a su capital y lo emplea
en mantener un mayor numero de manos productivas, o facilita que otra persona lo
haga, prestándoselo a cambio de un interés o, lo que viene a ser lo mismo, de
una participación en la ganancia. Así
como el capital de un individuo solo puede aumentar con lo que ahorre de sus
rentas anuales o
de sus ganancias, de igual suerte el capital de la sociedad, que coincide con el
de sus individuos no puede acrecentarse sino en la misma forma.
La sobriedad o parsimonia y no la laboriosidad es la causa inmediata del aumento
de capital. La laboriosidad, en efecto, provee la materia que la parsimonia
acumula; pero por mucho que fuese capaz de adquirir aquella, nunca podría lograr
engrandecer el capital, sin el concurso de esta ultima.
La parsimonia, al aumentar el capital que se destina a dar ocupación a manos
productivas, contribuye a aumentar el numero de aquellas cuyo trabajo agrega
algún valor a la materia que elaboran, contribuyendo así a incrementar el valor
en cambio del producto anual de la tierra y del trabajo del país. Pone en
movimiento una cantidad adicional de actividad laboriosa que da un valor
adicional a ese producto anual.
Lo que cada ano se ahorra se consume regularmente, de la misma manera que lo que
se gasta en el mismo periodo, y casi al mismo tiempo también, pero por una clase
distinta de gentes. Aquella porción de sus rentas que gasta anualmente el rico,
se consume, en la mayor parte de
los casos, por los criados y huéspedes ociosos, que nada producen a cambio de lo
que consumen. Sin embargo, la proporción de la renta que ahorra al cabo del ano,
como que se emplea en la consecución de una ganancia se emplea en concepto de
capital, y se consume en la misma forma y poco mas o menos en el mismo período
de tiempo, pero por una clase distinta de gente, los manufactureros,
trabajadores y artesanos, que reproducen, con una ganancia neta, lo que
anualmente consumen. Supongamos, a manera de ejemplo, que aquellas rentas se le
pagan en dinero. En el caso de que las gaste en su totalidad, el alimento, el
vestido y el albergue, que con todo aquel dinero puede adquirir, queda
distribuido entre la gente de la primera clase: pero si ahorra alguna porción de
aquel dinero, como esta parte se invierte de modo inmediato, en concepto de
capital, con la mira de obtener una ganancia, el vestido, el alojamiento y las
provisiones que se pueden comprar con esa parte, se reservan necesariamente para
la segunda categoría de personas. El consumo es el mismo, pero los consumidores
son diferentes. [...] Cualquier aumento en la cantidad de plata, permaneciendo
inalterable la de mercancías que por su mediación circulan, no puede tener otro
efecto sino el de disminuir el valor de aquel metal. El valor nominal de toda
clase de bienes seria mayor, pero el valor real seria necesariamente el mismo de
antes. Se cambiarían por un mayor número de monedas de plata, pero la cantidad
de trabajo de que podrían disponer, así como el número de gentes que podrían
mantener y emplear, seria precisamente el mismo. El capital del país seria
también idéntico, aunque ahora se necesitase una mayor cantidad de signos
monetarios para trasladar de una mano a otra la misma suma. Los folios de una
escritura o el alegato de un abogado verboso crecerían en extensión, pero la
cosa materia de la obligación seria la misma que antes y produciría idénticos
efectos. Permaneciendo inalterados los fondos destinados al mantenimiento de
trabajo productivo, igual ocurriría con la demanda de ese trabajo. El precio
real del salario seria el mismo, aunque aumentase el precio nominal. Los obreros
recibirían un mayor número de signos monetarios, pero con ellos no podrían
comprar una mayor cantidad de bienes. Los beneficios del capital serían los
mismos, tanto en el aspecto nominal como en el real. Los salaries del trabajo se
computan regularmente por la cantidad de plata que se paga al trabajador, y
cuando esta aumenta, se dice que aumentan también aquellos, aunque no sean
realmente mayores. Ahora bien, las ganancias del capital no se miden por la
cantidad de signos monetarios con que se pagan dichos beneficios, sino por la
proporción que guardan con el capital empleado. [...] Pero no habiéndose
alterado el capital total de la nación, la competencia entre los diferentes
capitales individuales, que componen aquella masa, será la misma que antes.

Libro
tercero
CAPITULO I
Del progreso natural de la opulencia
La actividad comercial mas eminente de toda sociedad civilizada es la que tiene
lugar entre los habitantes de las ciudades y los del campo. Consiste en el
cambio de los productos primarios por los manufacturados, bien sea utilizando el
instrumento de la moneda, o cierta especie de papel que hace sus veces. El campo
surte a la ciudad con todo genero de provisiones y primeras materias para las
manufacturas. La ciudad, a su vez, paga este surtido devolviendo parte de
aquellas mismas producciones, ya manufacturadas, a los habitantes del campo. La
ciudad, donde no existe ni puede existir reproducci6n de especies, puede decirse
que gana en el campo toda su riqueza y subsistencia; pero no por esto habremos
de imaginar que la ganancia de la ciudad representa precisamente una perdida
para el campo, porque la ganancia de ambas partes es reciproca, y la división
del trabajo también es, en este caso, como en los demás, ventajosa a cuantas se
emplean en las varias ocupaciones en que se encuentra aquel subdividido. Los
habitantes del campo compran en la ciudad mas cantidad de géneros manufacturados
con el producto de mucho menor cantidad de trabajo propio, que la que
necesitarían emplear si preparasen por si mismos aquellas manufacturas. La
ciudad proporciona a los cultivadores de las tierras un mercado muy cómodo para
el producto excedente del campo, o para lo que resta después de atender a su
consumo, y es en la ciudad donde estos campesinos cambian sus producciones por
otras cosas que necesitan. Cuanto mayor es el número y los ingresos de los
habitantes de las ciudades, mas extenso es el mercado que se ofrece a quienes
viven en distritos rurales; y cuanto mas extensiva sea este mercado, mayor será
el número de los que participan de sus ventajas. [...]
Así como, por naturaleza, el sustento es primero que las comodidades y el lujo,
así la actividad económica que proporciona satisfacción al primero habrá de ser
necesariamente preferida a la que surte el segundo. El cultivo y mejora de las
tierras que producen el sustento no puede menos de preceder a los progresos de
la ciudad, que es la que suministra los medios para las comodidades y el lujo.
El producto excedente del campo, o sea lo que resta después de haber atendido a
las necesidades de quienes lo cultivan, constituye la subsistencia de la ciudad,
de tal forma que esta no puede progresar sino con el aumento de dicho excedente
de las zonas rurales.
[...]
Son las naturales inclinaciones del hombre las que promueven, en cada país
particular, aquel orden de cosas que las necesidades humanas imponen en general
a todo el mundo, aunque no específicamente en cada país. [...] A igualdad de
beneficios, o a falta de grandes diferencias entre ellos, la mayor parte de los
hombres hubieran preferido emplear sus capitales en el cultivo y mejora de los
campos, en lugar de destinarlos a las manufacturas o al comercio exterior. Quien
emplea su capital en trabajar la tierra lo tiene mas a su alcance y bajo su
control, por lo que su fortuna se halla mucho menos expuesta a las adversidades
que afligen al comerciante, quien se ve obligado la mayor parte de las veces a
fiarla no solo a los vientos y a las olas, sino a otros elementos mas azarosos,
tales como la imprudencia y la injusticia de algunos hombres, concediendo a
veces créditos liberales a personas situadas en lugares distantes y cuyo
carácter y situación nunca pueden ser enteramente conocidos del interesado.
[...]
Cuando se piensa emplear un capital, en igualdad de posibilidades de ganancia,
las manufacturas son naturalmente preferidas al comercio exterior, por la
misma razón que la agricultura se prefiere a las manufacturas. Así como el
capital del hacendado o del labrador esta mas seguro que el empleado en las
manufacturas, así también lo esta el del fabricante con respecto al de quien
comercia en géneros extranjeros porque lo tiene mas a mano y bajo su control.
[...] Siguiendo, pues, el curso natural de las cosas, la mayor parte del capital
de toda sociedad adelantada se invierte, primero, en la agricultura, después en
las manufacturas y, por ultimo, en el comercio exterior. Este orden de cosas es
tan regular que no creemos exista sociedad alguna poseedora de un cierto
territorio en que no se haya manifestado en cierto grado. Siempre se ha visto
que fueron cultivadas partes de sus tierras antes de que se establecieran
ciudades
importantes, así como se han establecido algunas manufacturas e industrias,
aunque rudimentarias, antes de haber podido pensar de una manera prudente en
emprender actividades de comercio exterior. [...]

Libro
cuarto
INTRODUCCION
La economía política, considerada como uno de los ramos de la ciencia del
legislador o del estadista, se propone dos objetos distintos: el primero,
suministrar al pueblo un abundante ingreso o subsistencia, o, hablando con mas
propiedad, habilitar a sus individuos y ponerles en condiciones de lograr por si
mismos ambas cosas; el segundo, proveer al Estado o República de rentas
suficientes para los servicios públicos. Procura realizar, pues, ambos fines, o
sea enriquecer al soberano y al pueblo.
Los diferentes progresos que en punto a opulencia se han hecho durante varios
siglos y en distintas naciones dieron origen a dos distintos sistemas de
economía política, dirigidos a enriquecer los pueblos: el uno, puede llamarse
sistema mercantil; el otro, sistema agrícola. Procuraremos explicar ambos con la
claridad y distinci6n que nos sea posible, comenzando por el sistema mercantil.
[...]
CAPITULO I
Del principio del sistema mercantil
Que la riqueza consiste en dinero, o en oro y plata, es una idea popular,
derivada de las dos distintas funciones del dinero, como instrumento de comercio
y como medida de valor. En virtud de la primera de esas funciones, podemos
adquirir con el dinero cuanto necesitamos, con mas facilidad que por mediación
de cualquier otra mercancía. El gran negocio de siempre consiste en ganar
dinero. Una vez conseguido este, cesan las dificultades para emprender otras
adquisiciones sucesivas. Como consecuencia de la segunda de esas funciones, que
consiste en ser medida de valor, estimamos todas las demás cosas por la cantidad
de dinero que podemos conseguir a cambio de ellas. Solemos decir de un hombre
rico que vale mucho dinero, y de un hombre pobre que vale poco. De uno
ahorrador, o que desea enriquecerse, se acostumbra decir que es muy amante del
dinero; y de otro que sea generoso o gastador, que lo mira con indiferencia.
Enriquecerse consiste en adquirir dinero; la riqueza y el dinero se tienen, en
el lenguaje vulgar, como términos sinónimos.
Un país se supone que es generalmente rico, de la misma manera que una persona,
cuando abunda en dinero, y el atesorar oro y plata se considera el camino mas
corto y seguro de enriquecerse. Poco tiempo después del descubrimiento de
América, la primera pregunta que solían hacer los españoles, cuando llegaban a
costas desconocidas, era si había o no oro o plata en los lugares cercanos. Por
los informes de esta clase que tomaban juzgaban después si sería o no
conveniente fundar establecimientos en los países que se creían dignos de
conquista. [...] Imbuidas por esas máximas vulgares, todas las naciones de
Europa se dedicaron a estudiar, aunque no siempre con éxito, las diversas
maneras posibles de acumular oro y plata en sus respectivos países. España y
Portugal, propietarias de las principales minas que surten a Europa de aquellos
metales, han prohibido su exportación bajo las penas mas severas, o bien han
sometido la saca a impuestos muy fuertes. [...]
El comercio interior, que es el mis importante de todos, el trafico en que un
capital de la misma cuantía produce el mayor ingreso y crea la ocupación mas
amplia, se consideraba como subsidiario tan solo del comercio extranjero. Se
aseguraba que ni traía ni quitaba dinero al país. Por ende, la nación no podía
ser por su causa ni mas rica ni mas pobre, a no ser porque su prosperidad o
decadencia podía influir en la situaci6n del comercio extranjero. [...]
En el supuesto, pues, de que se establezcan como ciertos los dos principies: que
la riqueza consiste en el oro y la plata, y que estos metales pueden
introducirse en los países desprovistos de minas por el único medio de la
balanza de comercio, o extrayendo mayor valor del que se introduce, el gran
objetivo de la economía política habrá de ser disminuir todo lo posible la
importación de géneros extranjeros para el consume domestico y aumentar, en lo
posible, la exportación del producto de la industria nacional. Los dos grandes
arbitrios para enriquecer un país no podían ser otros que las restricciones a la
importación y el fomento de las exportaciones. Las restricciones sobre la
introducción de mercancías extranjeras en un país son de dos especies.
La primera consiste en las restricciones que se establecen, sin reparar en el
país de procedencia, sobre géneros extranjeros, para el consume domestico, que
se pueden producir en el interior.
La segunda implica las que se imponen sobre la mayor parte de los artículos
extranjeros de ciertas naciones, con las que se supone que es desfavorable la
balanza de comercio.
Todas estas restricciones unas veces consisten en derechos elevados sobre la
importación, y otras veces en prohibiciones absolutas.
La exportación se fomenta, a veces, con la devolución de derechos, y otras, con
primas a la exportación. También por medio de tratados de comercio .ventajosos
con Estados extranjeros, y
mediante el establecimiento de colonias en países distantes.
La devolución de derechos suele tener lugar en dos ocasiones: cuando las
manufacturas domesticas estaban sujetas a ciertos impuestos, los cuales se
devuelven, en todo o en parte, a quien los pago, si dichos productos se
exportan; o cuando se importan géneros extranjeros sujetos al pago de ciertos
derechos, para reexportarlos, en cuyo caso se devuelve total o parcialmente la
suma satisfecha.
Las primas a la exportación se conceden para fomentar las manufacturas nuevas o
cualquier otra especie de industria que se considere digna de favor.
Por medio de los tratados de comercio ventajosos se procura conseguir de un país
extranjero algunos privilegios para los comerciantes y las mercancías del
propio, además de los que aquella nación concede a otros países.
En las colonias que se establecen en países distantes, no solo se pretende gozar
de privilegios particulares, sino generalmente de un monopolio absoluto para los
efectos y comerciantes de la metrópoli.
Las dos especies de restricciones sobre la importación, además de los otros
cuatro procedimientos que hemos citado para fomentar la exportación, constituyen
los seis resortes
principales con que el sistema comercial se propone aumentar la cantidad de oro
y plata en
cualquier nación, atrayendo hacia ella todos los efectos favorables de la
balanza de comercio.
[...] Según ellos, por su natural tendencia, contribuyan a aumentar o disminuir
el producto anual del país, así contribuirán evidentemente a aumentar o
disminuir la riqueza real y las rentas efectivas de la
nación.
CAPITULO II
De las restricciones impuestas a la introducción de aquellas mercancías
extranjeras que se pueden producir en el país
Haciendo uso de restricciones mediante elevados derechos de aduanas, o
prohibiendo en absoluto la introducci6n de los géneros extranjeros que se pueden
producir en el país se asegura un cierto monopolio del mercado interior a la
industria nacional consagrada a producir esos artículos. [...]
Es seguro y evidente que este monopolio del mercado interior constituye un gran
incentive para aquellas industrias particulares que lo disfrutan, desplazando
hacia aquel destino una mayor proporción del capital y del trabajo del país que
de otro modo se hubiera desplazado. Pero ya no resulta tan evidente que ese
monopolio tienda a acrecentar la actividad económica de la sociedad o a
imprimirle la dirección mas ventajosa.
La industria general de una sociedad nunca puede exceder de la que sea capaz de
emplear el capital de la nación. Así como el número de operarios que de continúe
emplea un particular, debe guardar cierta proporción con su capital, así el
número de los que pueden ser empleados constantemente por todos los miembros de
una gran sociedad debe guardar también una proporción correlativa con el capital
total de la misma, y no puede exceder de esa proporción. No hay regulación
comercial que sea capaz de aumentar la actividad económica de cualquier sociedad
mas allá de lo que su capital pueda mantener. Unicamente puede desplazar una
parte en dirección distinta a la que de otra suerte se hubiera orientado; pero
de ningún modo puede asegurarse que esta direcci6n artificial haya de ser mas
ventajosa a la sociedad, considerada en su conjunto, que la que hubiese sido en
el caso de que las cosas discurriesen por sus naturales cauces.
Cada individuo en particular se afana continuamente en buscar el empleo mas
ventajoso para el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone
es su propio interés, no el de la sociedad; pero estos mismos esfuerzos hacia su
propia ventaja le inclinan a preferir, de una manera natural, o mas bien
necesaria, el empleo mas útil a la sociedad como tal.
En primer lugar, todo individuo procura emplear su capital lo mas cerca que
pueda de su lugar de residencia y, por consiguiente, se esforzara en promover,
en los limites de sus fuerzas, la industria domestica, con tal de que por dicho
medio pueda conseguir las utilidades ordinarias del capital o, por lo menos,
ganancias que no sean mucho menores que estas. [...]
En segundo lugar, quien emplea su capital en sostener la industria domestica
procura fomentar aquel ramo cuyo producto es de mayor valor y utilidad.
El producto de la industria es lo que esta añade a los materiales que trabaja y,
por lo tanto, los beneficios del fabricante serán mayores o menores, en
proporción al valor mayor o menor de ese producto. Unicamente el afán de lucro
inclina al hombre a emplear su capital en empresas
industriales, y procurara invertirlo en sostener aquellas industrias cuyo
producto considere que
tiene el máximo valor, o que pueda cambiarse por mayor cantidad de dinero o de
cualquier otra mercancía. Pero el ingreso anual de la sociedad es precisamente
igual al valor en cambio del total producto anual de sus actividades económicas,
o mejor dicho, se identifica con el mismo. Ahora bien, como cualquier individuo
pone todo su empeño en emplear su capital en sostener la industria domestica, y
dirigirla a la consecución del producto que rinde mas valor, resulta que cada
uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual
máximo para la sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el interés
público, ni sabe hasta que punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad
económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y
cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor
posible, solo piensa en su ganancia propia; pero en este como en otros muchos
casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en
sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre
a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve
el de la sociedad de una manera mas efectiva que si esto entrara en sus
designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que
presumen de servir s6lo el interés público. Pero esta es una afectación que no
es muy común entre comerciantes, y bastan muy pocas palabras para disuadirlos de
esa actitud.
Cual sea la especie de actividad domestica en que pueda invertir su capital, y
cuyo producto sea probablemente de mas valor, es un asunto que juzgara mejor el
individuo interesado en cada caso particular, que no el legislador o el hombre
de Estado. El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la
forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa
imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse prudentemente ni
a una sola persona, ni a un senado o consejo, y nunca seria mas peligroso ese
empeño que en manos de una persona lo suficientemente presuntuosa e insensata
como para considerarse capaz de realizar tal cometido. [...]
Lo que es prudencia en el gobierno de una familia particular, raras veces deja
de serlo en la conducta de un gran reino. Cuando un país extranjero nos puede
ofrecer una mercancía en condiciones mas baratas que nosotros podemos hacerla,
será mejor comprarla que producirla, dando por ella parte del producto de
nuestra propia actividad económica, y dejando a esta emplearse en aquellos ramos
en que saque ventaja al extranjero. Como la industria de un país guarda siempre
proporción con el capital que la emplea, no por eso quedar disminuida, ni
tampoco las conveniencias de los artesanos, a que nos referíamos antes, pues
buscara por s£ misma el empleo mas ventajoso. Pero no se emplea con la mayor
ventaja si se destina a fabricar un objeto que se puede comprar mas barato que
si se produjese, pues disminuiría seguramente, en mayor o menor proporci6n, el
producto anual, cuando por aquel camino se desplaza desde la producción de
mercaderías de mas valor hacia otras de menor importancia. De acuerdo con
nuestro supuesto, esas mercancías se podrían comprar mas baratas en el mercado
extranjero que si se fabricasen en el propio. Se podrían adquirir solamente con
una parte de otras mercaderías, o en otros términos, con solo una parte del
precio de aquellos artículos que podría haber producido en el país con igual
capital la actividad económica empleada en su elaboración, si se la hubiera
abandonado a su natural impulse. En consecuencia, se separa la industria del
país de
un empleo mas ventajoso y se aplica al que lo es menos, y en lugar de aumentarse
el producto permutable de su producto anual, como seria la intención del
legislador, no puede menos de disminuir considerablemente. [.]
Son a veces tan grandes las ventajas que un país tiene sobre otro en ciertas
producciones, que todo el mundo reconoce cuan vano resulta luchar contra ellas.
En Escocia podrían plantarse muchas viñas y obtenerse muy buenos vinos por medio
de invernaderos, mantillo y vidrieras, pero saldrían treinta veces mas caros que
los de la misma calidad procedentes de otro país. Sería razonable prohibir la
introducción de vinos extranjeros solo con el fin de fomentar la producción de
clarete o borgoña en suelo escocés? Si resulta un manifiesto absurdo emplear
treinta veces mas capital y mas trabajo en un país que lo que hubiera sido
necesario para comprar en el extranjero los artículos que se necesitan, es
también una equivocación, aunque no tan grande, desviar hacia cualquier empleo
una trigésima, o una tres centésima del capital o del esfuerzo humano. Que sean
naturales o adquiridas las ventajas que un país tenga sobre otro, no tiene
importancia al respecto. Pero, desde el momento que una nación posee tales
ventajas y otra carece de ellas, siempre será mas ventajoso para esta comprar en
aquella que producir por su cuenta. Es solo una ventaja adquirida la que posee
un artesano con relación al vecino que se ejercita en otro oficio, y ello no
obstante, encuentran que es mas beneficioso para ambos comprarse mutuamente que
producir artículos extraños a la respectiva actividad. [...]
CAPITULO IX
De los sistemas agrícolas, o sea de aquellos sistemas de economía política que
consideran el producto de la tierra como la única o la principal fuente de renta
o de riqueza del país.
Los sistemas agrícolas de Economía política no necesitan una explicación tan
prolija como la que hemos dedicado al sistema mercantil o comercial.
Desconocemos si existe alguna nación que haya adoptado un sistema que considere
el producto de la tierra como el único origen y fuente exclusiva de toda la
renta o riqueza del país; antes bien, creemos que ello existe pura y simplemente
en las especulaciones de unos pocos franceses de gran ingenio y doctrina. Sin
embargo, aun cuando no estimemos dignos de extenso y
escrupuloso examen los errores de un sistema que poco o ningún daño ocasionara
en parte
alguna del mundo, procuraremos exponer, con la mayor precisión y claridad
posibles, la base y contenido del mismo. [...]
Reza un proverbio que para enderezar una vara que se tuerce demasiado hacia un
lado, es necesario torcerla otro tanto hacia el otro. Los fil6sofos franceses
que han puesto el sistema agrícola como la única fuente de renta y de riqueza de
la nación, adoptaron al parecer esa máxima, [...]
Las diversas categorías de personas que aparentemente han contribuido siempre en
una forma o en otra a la producción anual de la tierra y del trabajo del campo
se dividen por aquellos filósofos en tres clases: la primera esta constituida
por los propietarios de la tierra; la segunda, por los cultivadores, los colonos
y los trabajadores del agro, a quienes honran con el epíteto peculiar de "clase
productora"; la tercera, por los artesanos, fabricantes o comerciantes, a
quienes pretenden humillar con el calificativo denigrante de clase estéril o
improductiva.
La clase de los propietarios contribuye a la producción anual con los gastos que
suele hacer en diferentes ocasiones para mejorar la tierras, construir
edificios, desaguaderos, cercas y otras obras útiles, haciéndolos de nuevo o
manteniéndolos en perfecto estado, y por cuyo medio pueden los cultivadores, con
el mismo capital, recoger mayor cantidad de frutos, pagando aún mayor renta a su
señor. [...]
Los cultivadores o colonos contribuyen a la producción anual mediante aquellos
desembolsos que, con arreglo al vocabulario de este sistema, se llaman gastos
primarios y anuales, y se aplican al cultivo de la tierra. Los gastos
denominados primarios comprenden los efectuados en instrumentos de labranza, en
ganado y simiente, y en el mantenimiento de la familia del colono, así como de
los criados y de los animales, por lo menos durante aquel espacio de tiempo o
parte del primer ano de arrendamiento, en que todavía no se ha recibido la
recompensa de los frutos. Los gastos anuales se hallan representados por las
inversiones en simientes, conservación y
amortización de los aperos, y mantenimiento anual de los criados y animales de
trabajo, sin olvidar la familia del colono, en el supuesto de que parte de ella
se dedique a la labranza. [...]
Los gastos territoriales del propietario, conjuntamente con los gastos iniciales
y los anuales del colono, son las únicas tres clases de gastos que se consideran
productivos en este sistema. Todos los otros desembolsos y todas las demás
clases de personas, incluso aquellas que, según opinión común, se tienen por las
mas útiles, las representa esta doctrina como absolutamente improductivas y
estériles.
Los artesanos y los manufactureros, o sea aquellas personas cuya industria,
según la acepción común de las gentes, contribuye a aumentar en alto grado el
valor de las producciones primarias
de la tierra, se representan en este sistema como si fueran yermas e infecundas.
Su trabajo, según se dice, reintegra tan solo el capital invertido, con los
beneficios ordinarios. Este capital consistente en los materiales, herramientas
y salaries anticipados por los patronos, y es el fondo destinado a
proporcionarles ocupación y sustento. [...] El capital empleado en el comercio
es
también improductivo y estéril, lo mismo que el empleado en la manufactura.
Reproduce su
propio valor, sin añadir otro nuevo. Sus beneficios no representan otra cosa
sino el reembolso de la manutención que la persona que lo emplea se adelanta a
si misma, durante el tiempo de la inversión, o hasta que recibe su recompensa.
Constituyen solo el reembolso de una parte de los gastos que se precisan para
emplearlo.
El trabajo de los artesanos y de los manufactureros no añade absolutamente nada
al valor del producto anual integro de la producción primaria de la tierra,
aunque en verdad incrementa grandemente el valor de alguna de las partes de ese
producto primario. Pero el consumo que realiza simultáneamente de otras partes
de ese mismo producto es precisamente igual al valor que incorpora, de tal
suerte que el valor del monto total no se ve en ningún momento incrementado.
[..]
El error capital de este sistema consiste principalmente en representar a los
artesanos, fabricantes y mercaderes como una clase de gentes improductivas e
infecundas. Intentaremos demostrar lo improcedente de ese criterio mediante las
observaciones siguientes.
En primer lugar, se admite que esa pretendida clase ociosa reproduce anualmente
el valor del propio consumo anual, conservando el fondo capital que la mantiene
y emplea. Pero basta este solo motive para considerar que se le aplica con mucha
impropiedad la denominación de clase improductiva y estéril. No podríamos decir
que un matrimonio es estéril e improductivo porque no produce mas que un hijo y
una hija, para reemplazar al padre y a la madre, no aumentando por consiguiente,
las cifras de la especie humana, a pesar de que contribuye a conservarla.
Ciertamente que los labradores y trabajadores del campo, además de reemplazar el
fondo que les mantiene y emplea, reproducen anualmente cierto producto neto, que
es renta del señor del predio. Pero así como un matrimonio que procrea tres
hijos es ciertamente mas productivo que el que solo da dos, así el trabajo del
labrador es sin duda mas productivo que el de los mercaderes, artesanos y
fabricantes, sin que este superior producto de una clase signifique que la otra
sea estéril e infecunda.
En segundo lugar, y por esa misma razón, resulta impropio comparar al artesano y
al comerciante con los criados domésticos. El trabajo de estos ultimos no
preserva la existencia del fondo que los mantiene y emplea. Su sustento y su
servicio quedan totalmente a expensas de sus amos, y la obra que realizan no es
capaz de resarcir aquel gasto. Consiste simplemente en unos servicios que
perecen generalmente en el instante mismo en que se efectúan, sin realizarse ni
concretarse en una cosa susceptible de venta que reponga el valor de sus
salaries y
mantenimientos. El trabajo del artesano y el del mercader, por el contrario, se
realiza y concreta
naturalmente en una mercancía vendible, y esta es la razón de que nosotros
incluyamos los artesanos fabricantes y comerciantes entre los trabajadores
productivos, y los criados domésticos entre los improductivos y estériles, en el
capitulo en que se trato del trabajo productivo y del improductivo.
En tercer lugar, siempre será inoportuno decir que el trabajo de los artesanos,
fabricantes y mercaderes no aumenta el ingreso real de la sociedad. Aunque
supongamos, admitiendo los supuestos del sistema, que el valor de lo que esta
clase consume diaria, semanal y anualmente, es exactamente igual a su producción
anual, mensual o diaria, no se infiere de aquí que su
trabajo no añade nada a la renta real, al valor efectivo del producto anual de
la tierra y del trabajo de la sociedad. [...]
En cuarto lugar, los colonos y los trabajadores agrícolas son tan incapaces de
aumentar la renta real, el producto anual de la tierra y del trabajo de la
sociedad, si no proceden con sobriedad, como los artesanos, fabricantes y
mercaderes. El producto anual de la tierra y del trabajo de la nación solo puede
aumentarse por dos procedimientos: o con algún adelanto en las facultades
productivas del trabajo útil, que dentro de ella se mantiene, o por algún
aumento en la cantidad de ese trabajo.
[...]
En quinto y ultimo lugar, aunque supongamos, como parece hacerlo el referido
sistema, que las
rentas de los habitantes de un país consisten enteramente en la cantidad de
subsistencia y de alimentos que su actividad les proporcione, siempre resultara
que la renta de una nación comerciante y manufacturera, en igualdad de
circunstancias, tiene que ser mucho mayor que la de un país sin comercio ni
manufacturas. Mediante el ejercicio de estas ultimas actividades, un país puede
importar anualmente una cantidad mayor de subsistencias que la que podría
proporcionarle el suelo de su país en las condiciones actuales del cultivo. Los
habitantes de una ciudad, aunque no posean tierras propias, pueden obtener con
el producto de su industria tal cantidad de materias primas y alimenticias de
otras personas, que basten para proveerles de los materiales necesarios a sus
oficios y de las provisiones imprescindibles a su subsistencia. Lo que es una
ciudad con respecto a sus campos vecinos, puede serlo un Estado independiente
con respecto a países extraños. [...]

Libro
quinto
CAPITULO I
De los gastos del Soberano o de la República
Parte I
De los gastos de defensa
La primera obligación del Soberano, que es la de proteger la sociedad contra la
violencia y de la invasión de otras sociedades independientes, no puede
realizarse por otro medio que el de la fuerza militar. [...]
Parte II
De los gastos de justicia
El segundo deber del Soberano, consiste en proteger, hasta donde sea posible, a
los miembros de la sociedad contra las injusticias y opresiones de cualquier
otro componente de ella, o sea el deber de establecer una recta administración
de justicia.
Parte III
De los gastos de obras publicas e instituciones publicas.
La tercera y ultima obligación del Soberano y del Estado es la de establecer y
sostener aquellas
instituciones y obras publicas que, aun siendo ventajosas en sumo grado a toda
la sociedad, son, no obstante, de tal naturaleza que la utilidad nunca podría
recompensar su costo a un individuo o a un corto numero de ellos, y, por lo
mismo, no debe esperarse que estos se aventuren a fundarlas ni a mantenerlas.
[...]
Después de las instituciones y obras publicas necesarias para la defensa de la
sociedad y de la administración de justicia, que acabamos de mencionar, las
principales son aquellas que sirven para facilitar el comercio de la nación y
fomentar la instrucción del pueblo. Las instituciones educativas son de dos
clases: las destinadas a la educación de la juventud y las que se establecen
para instruir a las gentes de todas las edades. [...]
CAPITULO II
Sobre las fuentes de donde proceden los ingresos públicos y generales de la
sociedad.
La renta, que no solo ha de enjugar los gastos de defensa de la sociedad y
sostener la dignidad del principal magistrado, sino todos los demás gastos del
Gobierno, para los cuales la Constitución del Estado no ha señalado algún
ingreso particular, proviene bien sea de un fondo que pertenece al Soberano o a
la comunidad y es independiente de los ingresos del pueblo, o bien de la renta
de la nación.
Parte I
De las fuentes de ingresos que pertenecen particularmente al Soberano o a la
República.
Esos fondos o fuentes de ingresos que pertenecen de una manera peculiar al
Soberano o a la comunidad, pueden consistir en capitales o en tierras.
El Soberano, como cualquier otro propietario de capital, puede obtener una renta
de el, bien
empleándolo directamente o prestándolo. En el primer caso, obtiene un beneficio;
en el segundo, un interés. [...]
Parte II
De los impuestos
Los ingresos privados de los individuos provienen, como ya tuvimos ocasión de
observar en la primera parte de esta Investigaci6n, de tres fuentes diferentes: rentas,
beneficios y salaries. En
consecuencia, todo impuesto se ha de pagar, en ultima instancia, por alguna de
estas fuentes de ingreso, o por todas a la vez
[...] es necesario dejar establecidas las cuatro máximas siguientes, que
comprenden a todos los tributos en general.
I. Los ciudadanos de cualquier Estado deben contribuir al sostenimiento del
Gobierno, en cuanto sea posible, en proporci6n a sus respectivas aptitudes, es
decir, en proporci6n a los ingresos que disfruten bajo la protección estatal.
Los gastos del Gobierno, en lo que concierne a los súbditos de una gran nación,
vienen a ser como los gastos de administraci6n de una gran hacienda con respecto a sus copropietarios, los cuales, sin excepci6n, están obligados
a contribuir en
proporción a sus respectivos intereses. En la observancia o en la omisi6n de
esta máxima consiste lo que se llama igualdad o desigualdad de la imposición. Es
necesario tener presente que cualquier impuesto que finalmente se pague por una
sola de esas tres fuentes originarias de ingreso sin afectar a las otras dos, es
esencialmente desigual. [...]
II. El impuesto que cada individuo esta obligado a pagar debe ser cierto y no
arbitrario. El tiempo de su cobro, la forma de su pago, la cantidad adeudada,
todo debe ser claro y precise, lo mismo para el contribuyente que para cualquier
otra persona. Donde ocurra lo contrario resultara que cualquier persona sujeta a
la obligaci6n de contribuir estará mas o menos sujeta a la férula del
recaudador, quien puede muy bien agravar la situaci6n contributiva en caso de
malquerencia, o bien lograr ciertas dádivas, mediante amenazas. La incertidumbre
de la
contribución da pábulo al abuso y favorece la corrupción de ciertas gentes que
son impopulares
por la naturaleza misma de sus cargos, aun cuando no incurran en corrupción y
abuso. La certeza de lo que cada individuo tiene obligación de pagar es cuestión
de tanta importancia, a nuestro modo de ver, que aun una desigualdad
considerable en el modo de contribuir, no acarrea un mal tan grande según la
experiencia de muchas naciones— como la mas leve incertidumbre en lo que se ha
de pagar.
III. Todo impuesto debe cobrarse en el tiempo y de la manera que sean mas
cómodos para el contribuyente. Un impuesto sobre la renta de las tierras o de
las casas, pagadero en el momento mismo en que el dueño las cobra, se percibe
con la mayor comodidad para el contribuyente, pues se supone que en esa época se
halla en mejores condiciones de satisfacerlo. Los impuestos que recaen sobre
aquellos bienes de consumo que, al mismo tiempo, son artículos de lujo, vienen a
pagarse definitivamente por el consumidor y de una manera muy cómoda para el.
Los va satisfaciendo poco a poco, a medida que tiene necesidad de comprarlos.
Como, por otra parte, también se halla en libertad de adquirirlos o no, según le
plazca, la incomodidad resultante de estos impuestos es una culpa que a el
únicamente se le puede imputar.
IV. Toda contribución debe percibirse de tal forma que haya la menor diferencia
posible entre las sumas que salen del bolsillo del contribuyente y las que se
ingresan en el Tesoro publico, acortando el periodo de exacción lo mas que se
pueda. Un impuesto únicamente puede recabar de los particulares mayores
cantidades de las que de hecho se ingresan en las cajas del Estado en los cuatro
casos siguientes: primero, cuando la exacción requiere un gran número de
funcionarios, cuyos salaries absorben la mayor parte del producto del impuesto y
cuyos emolumentos suponen otra contribución adicional sobre el pueblo.
Segundo, cuando el impuesto es de tal naturaleza que oprime la industria y
desanima a las gentes para que se dediquen a ciertas actividades que
proporcionaban empleo y mantendrían un gran número de personas. De esa manera,
cuando se obliga a alguien a pagar una contribución de esa especie, disminuye o
anula los fondos que servirían para satisfacerla de una manera mas fácil.
Tercero, las confiscaciones y penalidades en que necesariamente incurren los
individuos que pretenden evadir el impuesto, suelen arruinarlos, eliminando los
beneficios que la comunidad podría retirar del empleo de sus capitales. Un
impuesto excesivo constituye un poderoso estimulo a la evasión, por lo cual las
penalidades a los contraventores crecen proporcionalmente a la tentación que la
ocasiona. La ley, contrariamente a los principios de justicia, suscita, primero,
la tentaci6n de infringirla y, después, castiga a quien la viola, y, por lo
común, agrava la penalidad en proporci6n a las circunstancias que debieran
contribuir a mitigarla, o sea el estado de animo propicio a la comisión del
delito. Cuarto y finalmente, cuando se sujeta los pueblos a visitas frecuentes y
fiscalizaciones odiosas, por parte de los recaudadores, se les hace objeto de
muchas vejaciones innecesarias, opresiones e
incomodidades, y aunque la vejación, en un sentido riguroso, no significa ningún
gasto, es ciertamente equivalente a una carga que cualquiera redimiría gustoso.
De uno u otro de estos cuatro modos distintos, los impuestos llegan a ser con
frecuencia mucho mas gravosos para el pueblo que ventajosos para el Soberano.
La justicia clara y evidente de las cuatro máximas antes citadas ha contribuido
a recomendarlas, en mayor o menor grado, a la atenci6n de todas las naciones.
Todas ellas han procurado que sus tributes fuesen lo mas equitativos posible,
ciertos y cómodos para el contribuyente, tanto por lo que respecta a la época
como al modo de pago, y lo menos gravosos para el pueblo, en proporci6n al
ingreso que reportan al Soberano. [...]
CAPITULO III
De las deudas publicas
En el primitivo estado social que precede a la expansión del comercio y a los
adelantos de las manufacturas, y en que se desconocen todos aquellos costosos
artículos de lujo que solo las mencionadas actividades son capaces de procurar,
quien posee un ingreso cuantioso no puede gastarlo de otra suerte ni disfrutarlo
de otra manera sino manteniendo toda la gente que sea posible sustentar con el
mismo. [...] Puede decirse que un ingreso cuantioso equivale a la facultad de
disponer de una gran cantidad de cosas necesarias para la vida. En las
primitivas etapas de la sociedad, todo ingreso de esa clase se paga realmente en
una gran cantidad de artículos necesarios para la subsistencia, alimentos,
vestidos burdos, granos, ganado, lana y pieles sin curtir. Mientras no existen
comercio ni manufacturas que permitan ofrecer algunas cosas por las cuales se
puedan cambiar la mayor parte de aquellos materiales que sobrepasan el consume
personal, el dueño no puede usarlos en otra forma sino alimentando y vistiendo a
cuantos le sea posible. Una hospitalidad sin lujo y una liberalidad sin
ostentaci6n dan origen, en aquel estado de cosas, a los principales gastos del
rico y del poderoso; pero también procurábamos poner de relieve, [...] que tales
dispendios difícilmente llegan a ocasionar su ruina. No hay, sin embargo,
diversi6n por frívola que sea, cuyas consecuencias no hayan arruinado a algunos.
[....]
La misma disposición a ahorrar y atesorar que se advierte en los súbditos
prevalece también en el Soberano. En aquellas naciones donde el comercio y las
manufacturas son todavía poco frecuentes, el Soberano se encuentra en una
situaci6n que le predispone naturalmente a la parsimonia requerida para
atesorar. [...] En ese estado de cosas, ni aun los gastos del Soberano se
inspiran por la vanidad que encuentra deleite en el ostentoso despliegue de una
Corte. La ignorancia misma de los tiempos permite disponer de muy pocos
artículos característicos de
dicha ostentación. No se necesitan ejércitos permanentes, así que los gastos del
Soberano, como
los de cualquier otro señor, apenas pueden aplicarse sino a muestras de
liberalidad con los colonos y hospitalidad con los invitados. Pero estos actos
rara vez conducen a la extravagancia, aunque casi siempre a. la vanidad.
[...]
En un país donde florece el comercio y abunda todo genero de costosos artículos
de lujo, lo mismo el Soberano que todos los grandes propietarios de sus dominios
gastan naturalmente una gran parte de sus ingresos en procurarse aquellos
objetos suntuarios. Tanto su nación como los países vecinos le proveen con
abundancia de todos aquellos artículos frívolos y costosos que componen el
aparato a la vez espléndido y banal de una Corte. [...] Sus gastos ordinarios se
equiparan con sus ingresos, cuando no los exceden, como suele ocurrir
frecuentemente. No
cabe, en consecuencia, poner muchas esperanzas en la acumulación de tesoros, y
por ello,
cuando circunstancias extraordinarias requieren gastos igualmente
extraordinarios, ha de acudir necesariamente a sus súbditos, solicitando de
ellos una ayuda apropiada al caso. [...]
La falta de prudencia en el gasto, en tiempo de paz, es una de las principales
causas de que se contraigan deudas en épocas de guerra. Cuando la guerra estalla
no hay en el Tesoro sino lo indispensable para cubrir los gastos ordinarios en
época normal. Mas para hacer la guerra se necesita un gasto tres o cuatro veces
mayor para atender a las necesidades del Estado y, por lo tanto, un ingreso que
supere en la misma proporción a los de los tiempos corrientes. Aun suponiendo
que el Soberano dispusiera de medios inmediatos para aumentar sus ingresos en
proporción al alza de sus gastos —circunstancia que rara vez ocurre— todavía el
producto de aquellas contribuciones, el consiguiente incremento de ingresos, no
luciría en el Tesoro sino hasta pasados diez o doce meses, desde que se
establecieron los tributes. [...] Se incurre en gastos extraordinarios e
inmediatos tan pronto como se presenta el peligro, y este no espera al
incremento gradual y lento de las nuevas contribuciones. En tal apremio el
Gobierno no tiene, por lo tanto, otro recurso que el empréstito.
La misma condición social y mercantil que, movida por causas morales, conduce de
este modo al Gobierno a la necesidad de pedir prestado, produce en los súbditos
dos cosas: la capacidad para prestar y la inclinación a hacerlo. La misma
circunstancia que obliga a tomar prestado va acompañada de la posibilidad de
realizar fácilmente esa clase de operaciones.
En un país donde existen muchos comerciantes y manufactureros, necesariamente
abundan las personas por cuyas manos pasan, no solo sus propios capitales, sino
también los de aquellos otros que les confían los suyos, mediante el pago de un
determinado interés, o les entregan mercancías a crédito, pasando todos estos
caudales a través de aquellos con tanta o mas frecuencia de lo que pasan las
rentas de un particular que vive de esa clase de ingresos, sin dedicarse a
ningún trato o negociaci6n. Estas entradas, por lo regular, no pasan por sus
manos sino una vez al ano. Pero todo el capital y el crédito de un comerciante
que negocia en artículos de un giro muy rápido puede pasar dos, tres y cuatro
veces anualmente por sus áreas. Por lo tanto, un país en el que abundan
comerciantes e industriales es también una sociedad en la que necesariamente
abunda una clase de gentes que en todo momento puede adelantar, si quiere, sumas
considerables al Gobierno. En esto consiste la capacidad para prestar que tienen
los súbditos de un Estado comercial.
No pueden florecer largo tiempo el comercio y las manufacturas en un Estado que
no disponga de una ordenada Administración de justicia; donde el pueblo no se
sienta seguro en la posesi6n de su propiedad; en que no se sostenga y proteja,
por obra de. la ley, la buena fe de los contratos, y en que no se de por sentado
que la autoridad del Gobierno se esfuerza en promover el pago de los débitos por
quienes se encuentran en condiciones de satisfacer sus deudas. En una palabra,
el comercio y las manufacturas s6lo pueden florecer en un Estado en que exista
cierto grado de confianza en la justicia del Gobierno. La misma confianza que
inclina el animo de los poderosos comerciantes e industriales a confiar sus
caudales a la protección de un Gobierno, en circunstancias normales, esta misma
confianza les mueve a confiar el uso de ellos al Estado en casos
extraordinarios. Los empréstitos que hacen al Gobierno, de ninguna manera los
inhabilita para proseguir ejerciendo su comercio e industria. Por el contrario,
generalmente ensancha esas actividades, porque las necesidades del Estado suelen
obligar al Gobierno a tomar dinero prestado en términos muy ventajosos para el
prestamista. [...] De aquí nace la disposici6n y complacencia en prestar, que se
advierte entre los súbditos de un Estado donde florece el comercio.
Descargar artículo en pdf
VOLVER A CUADERNOS DEL PENSAMIENTO
