Nació
en Italia el 17 de marzo de 1901. Expulsado por el fascismo
se radicó en Argentina donde trabajó como tipógrafo y editor.
Militó en la tendencia anarquista de los expropiadores
violentos e incursionó en el terreno del atentado político.
Considerado por la sociedad burguesa "el hombre más maligno
que pisó tierra argentina" fue fusilado como simple delincuente
por la dictadura militar de Uriburu el 1 de febrero de 1931.
Tenía 29 años. Severino Di Giovanni fue silenciado por la historia oficial, pero la memoria
popular y la investigación histórica -especialmente el escritor Osvaldo
Bayer- reivindican a Di Giovanni como un luchador social.
Severino a los 24 años, fotografiado por
la policía luego de un incidente en el Teatro Colón en un
acto de repudio al creciente fascismo italiano. Su ojo izquierdo
conserva señales de haber sido golpeado
La industrialización en las ciudades y la tecnificación del campo provocan,
a mediados del siglo XIX, el traslado de grandes masas de población
hacia las zonas urbanas, que se transforman en el hábitat del proletariado
europeo.
Se desarrollan las ideologías obreristas que se expresaran orgánicamente
en la Primera Asociación Internacional de Trabajadores creada en Londres
en 1864. Allí quedaron expuestas las diferencias entre los socialistas representados
por Karl Marx y Federico Engels, y los anarquistas representados por
Proudhon y Bakunin.
Las dos corrientes coinciden en la necesidad de derrotar a la burguesía
para construir una nueva sociedad.
Los marxistas plantean la creación de partidos obreros y dan tanta importancia
a la actividad política como a la sindical. Hablan de un período de
transición entre el triunfo revolucionario y la construcción de la nueva
sociedad al que llaman "dictadura del proletariado"
Los anarquistas, por su parte, priorizan la actividad sindical oponiéndose
a los partidos políticos y a su consecuencia natural, los gobiernos.
Ven en la religión un enemigo que justifica el poder terrenal de la
burguesía.
Marxistas y anarquistas ejercen una importante influencia en el movimiento
obrero y coinciden coyunturalmente en algunos episodios como la Comuna
de París de 1871.
Junto con la importante corriente inmigratoria llegan a nuestro país
las ideas del movimiento obrero europeo. En 1896 sobre la base de diversos
grupos socialistas del país, el Dr. Juan Bautista Justo funda el Partido
Socialista.
"Hasta ahora la clase rica o burguesía ha tenido en sus manos el gobierno
del país. Roquistas, mitristas y alemistas son todos lo mismo. Si se
pelean entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de
simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por
un programa ni por una idea (...) Todos los partidos de la clase rica
son uno solo cuando se trata de aumentar los beneficios del capital
a costa del pueblo trabajador, aunque sea estúpidamente y comprometiendo
el desarrollo general del país."
Primer manifiesto electoral del Partido Socialista, 1896 Si bien el
Partido se define como obrero, la mayoría de sus cuadros provienen de
los sectores medios urbanos. Son médicos, abogados, trabajadores especializados.
Confían en la acción parlamentaria y privilegian la actuación política
sobre la sindical. A lo largo de su historia cumplirán un papel fundamental en la lucha
por la dignidad de los trabajadores a través de innovadoras propuestas
de legislación obrera.
"Marchas y Canciones de las luchas de los
obreros anarquistas argentinos (1904-1936)". Producción
por Virgilio Expósito en las postrimerías de la dictadura
de Lanusse, voz: Hector Alterio, guión: Osvaldo Bayer.
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Los socialistas argentinos
son moderados. Influidos más por el liberalismo que por el marxismo,
apuntan más a la distribución de los ingresos que de la riqueza; propician
la creación de cooperativas de consumo y de construcción de viviendas.
En su afán de luchar por la reducción de los precios de los artículos
de primera necesidad llegan a defender la libre entrada de productos
importados. Apoyan la separación de la Iglesia y el Estado y el reemplazo
de un ejército permanente por una milicia civil.
Son pioneros en la defensa del voto femenino. Luchan contra la trata
de blancas, a favor de la legalización del divorcio, el aumento del
presupuesto educativo y la jornada de ocho horas. Sin embargo su acción proselitista tiene poca recepción entre la masa
inmigratoria imposibilitada de participar en política por su condición
de extranjera.
Estos sectores son captados
por la corriente anarquista que se expresa a partir de 1897 a través
del periódico la Protesta Humana. Se oponen a toda forma de gobierno
y de organización partidaria. No reconocen fronteras y ven en el patriotismo
una amenaza para la paz. Escribía Rafael Barret "El patriotismo se cree
amor y no lo es.
Es una extensión del egoísmo; es una apariencia de amor. Sería muy natural
amar a los más próximos, a los más semejantes de nuestros hermanos,
a la tierra que nos sustenta y al cielo que nos cobija. Pero eso no
es patriotismo, es humanidad. El amor irradia hasta el infinito, comola
luz, mientras el patriotismo cesa del otro lado de un monte, de un río.
De una raya sobre el papel. El amor une; el patriotismo separa. Un patriotismo
que no odiara al extranjero sería amor; un amor que se detiene en la
frontera, no es más que odio."
Los anarquistas se enfrentan con los socialistas porque opinan que las
reformas graduales y la acción parlamentaria son una traición a la clase
obrera. El anarquismo planteaba que no era necesario crear un partido
político de la clase obrera para tomar el poder político e instaurar
otra sociedad de "productores libres asociados".
Dentro del anarquismo se
fueron definiendo dos tendencias que se diferenciaron respecto a cómo
impulsar la acción para concretar sus ideales de una sociedad " sin
dios, sin patria y sin amo". Una se denominó individualista y otra organizadora.
Los individualistas consideraban que cualquier tipo de organización
de los seres humanos limitaba la libertad individual, por lo que no
impulsaban la formación de sindicatos.
Pensaban que la lucha por las reivindicaciones inmediatas de los trabajadores
(aumento salarial, limitación de la jornada laboral etc.) implicaba
reclamar reformas que pretendían que el obrero viviera mejor dentro
del capitalismo y le hacían perder de vista la gran lucha contra el
sistema opresor y por la emancipación universal. Los organizadores,
en cambio, consideraron que debían participar activamente con los trabajadores
en los sindicatos, pues la explotación no era suficiente para que los
explotados tomaran conciencia de su situación y se plantearan luchar
para salir de esa situación. Propusieron que era necesario organizarlos
y ayudarlos a tomar conciencia de esa explotación y que el lugar apropiado
para ello era el sindicato. Los individualistas predominaron en el anarquismo
hasta mediados de los años 90 y editaron el periódico "El Perseguido"
(1890-1897) lo que debilitó la presencia anarquista en los primeros
sindicatos, aunque su influencia en el terreno de las ideas fue significativa
entre los panaderos y carpinteros.
Los organizadores tuvieron su etapa de influencia desde mediados de
la década del 90’, su publicación fue La Protesta Humana, fundada en
1897 e influyeron con sus ideas y también en la organización de los
sindicatos de albañiles, cigarreros, carreros, yeseros, ebanistas y
marmoleros entre otros.
Sus métodos son la acción
directa. La organización sindical, la huelga general. Su consigna era:
destruir esta sociedad injusta para construir una nueva sin patrones,
sin gobiernos y sin religiones. La Protesta, 1905 "Cuando veo el amor tan esclavo de la ley, de los
padres y el cura, del dinero, cadenas tan duras, con que lo ata esta
ruin sociedad, Yo levanto la fuerte protesta De mujer que, sintiéndose
esclava, Al amar libremente proclama Libertad, libertad, libertad."
En la cultura popular, vestigios de la influencia anarquista perduran
hasta hoy. Los panaderos, en su mayoría anarquistas, bautizaron a las
facturas con ironía: "cañoncitos", "bombas de crema", "sacramentos",
"vigilantes" y las "bolas de fraile".
Pero la prosperidad no llega a los sectores populares que sufren condiciones
de trabajo y vivienda infrahumanas y perciben bajísimos salarios.
Es alarmante la cantidad de niños que trabajan desde muy pequeños en
tareas riesgosas como la fabricación del vidrio sin las menores condiciones
de seguridad.
Las jornadas se extienden por 12 o 14 horas y al obrero se le imponen
penas que iban desde el descuento salarial hasta los castigos físicos.
En obrajes, ingenios y yerbatales los trabajadores cobran sus jornales
en vales que sólo pueden canjear en el almacén de la propia empresa.
Esta situación de injusticia y descontento incrementa la acción sindical
y conduce a la creación de la primera central obrera.
En Mayo de 1901 anarquistas y socialistas fundan la Federación Obrera
Argentina que reunía a los principales gremios del país.
El gobierno de Roca, preocupado por este clima de efervescencia social,
sanciona la Ley 4144, llamada de residencia que faculta al poder ejecutivo
a expulsar del país a los que pasan de ser los "hombres de buena voluntad
que quieran habitar el suelo argentino" a ser "extranjeros indeseables".
Crece la agitación obrera y en 1902 se produce la primera huelga general
propiciada por los gremios anarquistas. Los socialistas, en desacuerdo
con esta metodología abandonan la Federación Obrera Argentina y crean
su propia central obrera, la Unión General de Trabajadores, U.G.T.
La primera década del siglo estará jalonada por la acción sindical anarquista
y la acción política del socialismo. Será notable el crecimiento de
la difusión de los periódicos anarcosindicalistas, la fundación de las
"Escuelas Modernas" que refutaban los conceptos y los contenidos de
la educación oficial y capitalista, las huelgas generales y las grandes
movilizaciones obreras. La lucha política del socialismo, obtuvo su
primera victoria en 1904 con la elección del primer diputado socialista
de toda América, el Dr. Alfredo Palacios. Palacios llevará las ideas
socialistas al parlamento y logrará la aprobación de importantes leyes
como la del descanso dominical. Tambien durante esta década crecerá
notablemente el movimiento cooperativista impulsado por los propios
socialistas, destacándose la Cooperativa de Vivienda y Consumo "El Hogar
Obrero", fundada por Juan B. Justo.
En 1907 se produjo un hecho inédito en la historia de las luchas populares
argentinas: la huelga de inquilinos.
Los habitantes de los conventillos
de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca decidieron no pagar
sus alquileres frente al aumento desmedido aplicado por los propietarios
La protesta expresó además, el descontento por las pésimas condiciones
de vida en los inquilinatos .
La opinión de Perón sobre Di Giovanni
“Siempre he pensado que, así como no nace el hombre que
escape a su destino, no debiera nacer quien no tenga una causa
por la cual luchar, justificando su paso por la vida. Di
Giovanni fue un idealista, equivocado o no, y es respetable para
los que luchamos por una causa que tampoco podemos saber si es
la verdad.”
Juan Domingo Perón
(Carta de Juan
Domingo Perón a Osvaldo Bayer del 15 de marzo de 1971, en
Osvaldo Bayer, “Historia: investigación y frivolidad”, en
Crisis, nº 48, noviembre de 1986, compilado en Osvaldo Bayer,
Entredichos. 30 años de polémicas, Buenos Aires, Página 12,
2009, p. 180.)
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
Los protagonistas de estas
jornadas fueron las mujeres y los niños que organizaron multitudinarias
marchas portando escobas con las que se proponían barrer la injusticia.
La represión policial no se hizo esperar y comenzaron los desalojos.
En la Capital estuvieron a cargo del jefe de Policía, Coronel Ramón
Lorenzo Falcón, quien desalojó a las familias obreras en las madrugadas
del crudo invierno de 1907 con la ayuda del cuerpo de bomberos El gremio
de los carreros se puso a disposición de los desalojados para trasladar
a las familias a los campamentos organizados por los sindicatos anarquistas.
Si bien los huelguistas
no lograron su objetivo de conseguir la rebaja de los alquileres, este
movimiento representó un llamado de atención sobre las dramáticas condiciones
de vida de la mayoría de la población.
El primero mayo de 1909 los gremios anarquistas y socialistas deciden conmemorar
en reuniones separadas el día del trabajo. Los socialistas lo hacen
en Constitución y los anarquistas en Plaza Lorea a pocos metros del
Congreso.
Desde temprano comenzaron a llegar las familias obreras con sus banderas
rojas y negras dispuestas a homenajear a los mártires de Chicago -ahorcados
años atrás por luchar por la jornada de ocho horasProtestan contra la
desocupación, los bajos salarios y la indiferencia del gobierno.
Van tomando la palabra encendidos oradores, hombres y mujeres que invitan
a la rebelión y organizarse para cambiar la sociedad.
Observa atentamente la reunión el Coronel Ramón Falcón. Muchos manifestantes
al reconocerlo lo insultan y vuelan algunas piedras. Falcón dirige personalmente
la represión y da la orden de dispersar la manifestación a balazos.
El saldo fue de 7 obreros muertos y decenas de heridos, entre ellos
varios niños.
Inmediatamente las dos centrales
sindicales convocan a la huelga general exigiendo justicia y la expulsión
de Falcón de la jefatura de policía. Durante toda esta "Semana Roja"
la huelga fue total, pese a lo cual el gobierno ignoró todos los reclamos
y confirmó a Falcón en su cargo.
Pocos meses, el 14 de noviembre, Falcón sería asesinado por un anarquista
ruso de sólo 17 años: Simón Radowitzky. Radowitzky, fue detenido poco
después del atentado, procesado y, tras un intento de fuga de la Penitenciería
Nacional, será trasladado a Ushuahía. Simón, como lo llamaban cariñosamente
sus compañeros de ideas, se transformará en un símbolo para el movimiento
obrero anarquista y durante 21 años, los pedidos por su libertad estarán
incluídos entre las principales reivindicaciones libertarias. En mayo
de 1930 recuperó su libertad gracias a un indulto otorgado por el presidente
Yrigoyen.
Fuente: El Historiador
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Severino
Di Giovanni. Documental de Canal Encuentro 2009, Parte 1
Severino Di
Giovanni. Documental de Canal Encuentro 2009, Parte 2
América Scarfó nos dejó para siempre. Murió el sábado pasado. Tenía
93 años. Recibí la noticia con la tristeza de saber que era la última
de una época de lucha libertaria. Mi sentimiento no era otra cosa
que una melancolía mezcla de enorme cariño y admiración. Fue la
compañera de Severino Di Giovanni. El anarquista fusilado por el
dictador golpista de uniforme: Uriburu. El 1º de febrero de 1931.
Un día después era también fusilado el hermano más querido por América:
Paulino Orlando Scarfó. En 48 horas le habían arrancado a la adolescente
de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó sola, en un mundo
absolutamente enemigo.
Los poetas le cantaron a América Scarfó. A finales de los ’30, el
querido Raúl González Tuñón escribirá: "América Scarfó te llevará
flores y cuando estemos todos muertos, América nos llevará flores".
Es que había quedado en todos el rostro de América el día en que
mataron a su amado Severino: no lloraba, estaba sumamente triste,
pero firme. Lo iba a seguir amando toda su vida, como me dijo cuando
la fui a entrevistar, allá a comienzos de los setenta. Yo había
logrado descubrir dónde estaban las cartas de amor que le había
escrito Severino y que en el allanamiento de la quinta de Burzaco
se había llevado la policía. Las cartas de amor más bellas que he
leído en mi vida. No sólo los uniformes fusilaron a Severino sino
que también hicieron "desaparecer" sus cartas de amor. Pero así
como los desaparecidos de los setenta reaparecieron en sus Madres,
así las cartas reaparecieron ante la búsqueda sin fin del historiador.
En sus líneas de despedida, antes de recibir las balas militares,
Severino le escribe a América: "Carissima: más que con la pluma,
el testamento ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando conversaba
contigo: mis cosas, mis ideales. Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé
feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso mucho. Piensa
siempre en mí. Tu Severino". Antes de esas últimas líneas, se le
había concedido a Severino despedirse de América, que también estaba
detenida.
América le dio el último
abrazo, él la besó. Le pidió a ella que cuidara de los hijos de
él y de Teresina, su esposa. América le dijo: "voy a seguir con
tu recuerdo hasta mi muerte". El la miró con mucha tristeza y le
respondió: "¡Oh, Fina, tu sei tan giovane!". Se besaron de nuevo.
América salió mirándolo a Severino. Por ello tropezó con una rejilla
y Severino le gritó: "¡ten cuidado!".
Osvaldo
Bayer - Anarquismo en Argentina
Los más destacados periodistas
de Buenos Aires estuvieron en el fusilamiento. La mejor crónica
fue la de Roberto Arlt, que no puso ningún comentario propio sino
sólo la descripción de ese teatro irracional de la fuerza bruta
contra las ideas.
"La descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes",
serán las últimas palabras de la crónica del periodista del Buenos
Aires Herald.
Al día siguiente, caerá
también Paulino Scarfó ante el pelotón de fusilamiento. Tanto a
Severino como a Paulino, antes de fusilarlos, la policía de Uriburu
los había torturado bárbaramente. Pero ellos no delataron a ningún
compañero. El último encuentro entre América y Paulino será muy
breve. Ella no pudo disimular su dolor al ver el rostro hinchado
de él. El la contuvo diciéndole: "no llores". Y luego agregó con
mucho cariño: "pobre pibita" y le dio un beso en la mejilla. América
lo besó muy fuerte y le preguntó: "¿no querés ver a mamá?" El le
respondió: "no, ¿no ves cómo estoy?". "Es que se le notaban las
torturas. Y agregó: "sigue estudiando. Estoy deseando que esto termine
de una vez". La besó. América volvió a abrazarlo y se miraron a
los ojos. Ella no lloró. El policía Florio urgió para que terminaran.
América se fue con paso firme. Los periodistas notaron una lágrima
en su rostro. Severino y Paulino gritaron antes de la orden de "fuego"
las palabras que definían su ideología: "Viva la anarquía". Fue
en la penitenciaría. Las descargas se escucharon en los jardines
de Palermo.
Severino fue un antifascista, y estaba convencido de que la única
manera de responder a la violencia de arriba era con la violencia
de abajo. Sus atentados fueron siempre contra entidades fascistas
o norteamericanas cuando se supo la condena a muerte de los dos
héroes proletarios Sacco y Vanzetti. Sus escritos hablan de su pasión
por su ideología del socialismo en libertad. La policía lo sorprendió
cuando salía de una imprenta. Su huida por las calles de Buenos
Aires quedó como algo legendario. En el tiroteo cayó una niña, y
por supuesto le adjudicaron a él esa muerte cuando fue notorio que
recibió balas policiales.
En el escritorio del luchador anarquista, la policía encontró debajo
del vidrio esta frase: "Estimo a aquel que aprueba la conjuración
y no conjura; pero no siento nada más que desprecio por esos que
no sólo no quieren hacer nada sino que se complacen en criticar
y maldecir a aquellos que hacen".
En
1928, en una carta, Severino le escribirá a América: "El amor, el
amor libre, exige aquello que otras formas de amor no pueden comprender.
Y nosotros dos, rebeldes divinos (jamás nadie podrá llegar a nuestras
cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la moral corriente
y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan
satisfacer su sed de placer, de trabajo y de amor". Fue un amor
pleno que duró poco porque todo terminó en tragedia. Cuando América
se va a vivir con Severino en la quinta, muy arbolada, de Burzaco,
ya él era el perseguido número uno de la sociedad argentina. Ella
sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él. Una noche
ella siente ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de
despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: "Severino, Severino,
la policía". El se despierta apenas, la acaricia y le responde:
"América, no, son los pájaros... duerme... duerme". De eso ella
nunca se olvidará, me lo contará en uno de nuestros tantos encuentros,
mientras elaboraba una nueva edición de mi libro.
Caídos sus dos seres
más queridos, la joven América será protegida por sus compañeros
de ideas. En ese período escribirá artículos para diarios anarquistas
europeos en defensa de los derechos de la mujer. Y continuará con
sus estudios, los cuales nunca dejó ni cuando era ya octogenaria.
Por ejemplo, se recibió de profesora de italiano y rindió todas
las pruebas en forma brillante.
Muchos años después de la tragedia, América encontrará un compañero
de ideas con el cual fundará la librería y editorial Américalee.
El nombre lo dice todo. Durante muchos años, fue la librería libertaria
más completa de la ciudad y la editorial se dedicó a publicar todos
los pensadores del socialismo libertario.
Hace pocos años, estábamos
todavía en el menemismo, América volvió a aparecer en los diarios.
Es que un día que la fui a visitar, me expresó que ya estaba cerca
de la muerte y que antes de irse para siempre quería estrechar en
su corazón las cartas de amor de Severino. Que como yo sabía dónde
estaban me pedía que hiciera todo lo posible para lograr su devolución.
Le dije que iba a poner todo mi empeño. Lo fui a ver a Unamuno,
el director del Archivo General de la Nación. Siempre dispuesto
a la ayuda me preguntó donde había visto esas cartas la última vez.
Le dije: "en el Museo Policial, en un archivo aislado". Me respondió:
"Bueno, quien puede darte permiso, por ser policial, es el ministro
del Interior, Corach". ("La última anécdota que me faltaba", pensé.)
Pedí la entrevista junto con América. Nos recibió a los dos días.
Le expresé el deseo de América. Me dijo que iba a hacer las averiguaciones
pertinentes para cumplir con los deseos de ella y agregó: "No se
olvide, Bayer, que yo me llamo Carlos W. Corach. Carlos, por Carlos
Marx, y W. Por Wladimiro Lenin". Me sorprendí y no pude menos que
decirle sonriente: "No lo parece".
A los dos días nos llama
el jefe de la Policía Federal que me esperaba en su despacho. Fui
con América. Nos recibieron el jefe y el subjefe. El jefe me escuchó
con forzada benevolencia. (El subjefe tenía una sonrisa cachadora
como diciendo: "cómo se vino éste acá"). Le expliqué, pero el jefe
me respondió grandilocuente: "usted me pide algo que pertenece a
la Policía Federal. Mire (y tomó un cenicero): esto aquí tiene la
palabra ‘Policía Federal’, si usted me lo pide le tengo que decir
que no, porque no me pertenece a mí ni a nadie sino sólo a la Policía
Federal". Le insistí: "pero no se trata de un cenicero, son cartas
de amor". Me volvió a mostrar el cenicero, con gesto triunfal: "sí,
pero las dos cosas pertenecen a la Policía Federal". Entonces tomó
la palabra América que con voz suave pero firme le expresó: "señor,
son cartas de amor que me escribieron a mí, me pertenecen a mí.
No es un documento policial o que sirva como prueba de algún delito.
Las cartas me pertenecen sólo a mí". El seguro policía se sintió
molesto y sentenció: "pongan un abogado, se resolverá".
Radio La Negra - Sonidos
populares e ideas libertarias - 16/01/2010 - Severino Di
Giovanni, pasión y anarquía
Cómo habrá acariciado las cartas esa bella anciana de ojos muy negros
y cabellos blancos como la nieve.
Ella no está más. Sus cenizas fueron enterradas en el pequeño jardín
de la Federación Libertaria, la casa que no se rinde. Ahí iremos
una vez por mes a leerle a ella una carta de amor del luchador caído.
Fuente: Página/12, 27/08/06
Historia
del movimiento obrero (Parte 1)
Historia
del movimiento obrero (Parte 2)
El
anarquista de las rosas rojas
Severino Di Giovanni (1901-1931) fue fusilado el 1º de febrero de
1931 por la dictadura de Uriburu. Tenía 29 años.
Considerado el "hombre más maligno que pisó tierra argentina", se
ocultó lo esencial de su personalidad: ser un representante de la
violencia de abajo. De esos que la sociedad no tolera ni perdona.
Creía en el derecho a matar al opresor aunque cayeran inocentes,
y tenía un fundamento ideológico para sus actos. Llevó a cabo atentados
con bombas y grandes asaltos en su raid revolucionario. Su foto
ocupó la primera plana de los diarios y un comisario lo llamó un
"Robin Hood moderno".
Pero también era un hombre de ideas, un estudioso autodidacta, un
escritor y periodista excepcional, un compañero solidario y un militante
apasionado. Creía en el amor a rajatabla, en una sociedad más justa,
en el respeto al individuo como tal. Y vivió un amor prohibido para
la época.
El exilio americano
Nació en Chieti, Italia, el 17 de marzo de 1901. Estudió para maestro
y, aunque no se recibió, ejerció hasta que el fascismo lo obligó
al exilio. Mientras aprendía el oficio de tipógrafo y leía a Proudhon,
Bakunin, Reclus, Kropotkin, Malatesta, Nietzsche y Stirner. En Italia,
Mussolini imponía con sangre su autoridad. Miles de opositores eran
muertos, encarcelados y expulsados. Muchos anarquistas recalaron
en Argentina, entre ellos, Di Giovanni. Llegó a Buenos Aires en
1923 con su esposa Teresina y su hija Laura. Dos años más tarde
nacieron sus otros hijos, Aurora e Ilvo.
He
visto morir...
Por Roberto Arlt
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las
rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta
de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si
corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes
saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas.
Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo
morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde.
Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa.
Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un
rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un
oficial. "..de acuerdo a las disposiciones... por violación del
bando... ley número..." El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una
cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo.
Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro
círculo de cabezas. Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente
huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios
finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas
rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso
cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules
de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas.
Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un
pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo
arde en temperatura. Paladea la muerte. "..artículo número...ley de estado de sitio... superior
tribunal... visto... pásese al superior tribunal...
de guerra, tropa y suboficiales..." Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre
ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad
que lo mantiene sereno. "..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo
Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése
copia... fija número..." Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha
con atención, parece que analizara las cláusulas de
un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas.
Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad
de los términos con que está redactada la sentencia. "..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado...
firmado, secretario..."
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor... Una voz: -No puede hablar. Llévenlo. El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados
con una barra de hierro a las esposas que amarran las
manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos
espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien
sabe!. El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya
la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina
y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas
abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta
agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza
una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo
maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza
de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial
quiere vendar al condenado. Éste grita: -Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si
sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso,
orgulloso. Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas
hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón
fusilero, retirarse unos pasos. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el
respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla
gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será
para recibir las balas? -Pelotón, firme. Apunten. La voz del reo estalla metálica, vibrante: -¡Viva la anarquía! -¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido
en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la
soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde
con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo
del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos
entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita
los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un
médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto.
Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile,
se retira con la galera en la coronilla. Parece que
saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados
que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón,
Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica
y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso
en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría
debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse. -Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
Al principio, cultivaba y vendía flores. Más tarde
consiguió trabajo como tipógrafo y se conectó con grupos antifascistas.
Aprendió rápido el castellano y las crónicas de la época lo describían
como un hombre de "rasgos bien conformados, rubio, tez ligeramente
rosada, ojos color azul mar, de una luz intensa, casi febril...".
En 1925, lo más selecto de la colectividad italiana en la Argentina,
los "camisas negras" y las autoridades nacionales participaban de
un evento en el Teatro Colón. Los anarquistas, al grito de asesinos,
repudiaron a los representantes de Mussolini. Di Giovanni fue detenido
por primera vez y el prontuario policial lo calificó de "terrible
agitador anarquista".
Fuerza movilizadora
El poder de los anarquistas movilizaba a miles de obreros, editaban
periódicos que se vendían como pan caliente, tenían foros de debate
y luchaban por los derechos laborales. Existían diversas corrientes.
Por un lado, los que hacían el diario La Protesta, a cargo de López
Arango y Abad de Santillán y la Fora (Federación Obrera Regional
Argentina), que eran considerados el anarquismo oficial. Proponían
la educación y la propaganda como medio de lucha. Por el otro, se
encontraban los del periódico La Antorcha y los gremios autónomos
de izquierda que, en cierta medida, avalaban el uso de la violencia
política.
Además existían los "expropiadores". Se dedicaban al robo y falsificación
de dinero, porque consideraban que recuperaban parte del botín que
la burguesía –elegantemente– le robaba a los obreros.
Y surgió Di Giovanni con su periódico Culmine, que propiciaba el
anarquismo individual y la lucha "cara a cara" con el enemigo fascista.
A través de Culmine, polemizó con los otros sectores, publicó sus
poemas, se ocupó del tema de la emancipación femenina y de los compañeros
caídos en la lucha o que estaban en prisión. Severino financiaba
la revista con su trabajo, organizaba tertulias culturales y recibía
el aporte de compañeros. Su lema era: "De la propaganda a los hechos".
Creía en las posibilidades del individuo para cambiar con su acción
a la sociedad. Y lo puso en práctica. El mundo estaba conmocionado
con la condena a muerte de Sacco y Vanzetti
en Estados Unidos. Severino se sumó a la campaña por la liberación
de los anarquistas.
El 16 de mayo de 1926, una bomba estalló frente a la embajada de
los Estados Unidos en Buenos Aires. Fue el primer atentado de varios
que realizó contra objetivos norteamericanos. El gobierno radical
de Alvear inició una feroz represión y detuvo a cientos de anarquistas
italianos. Los datos los proporcionaba la embajada de Mussolini
a la policía argentina, ya que tenían una fluida relación.
En ese tiempo conoció a Paulino y Alejandro Scarfó, a través de
quienes entraría a la vida de Severino una adolescente que lo haría
estremecer de amor con su ojos negros: América Scarfó.
En el marco de la lucha por Sacco y Vanzetti, el anarquismo protagonizó
su última gran movilización de 100 mil personas, en agosto de 1927.
Ese año Severino comenzó vestirse de negro. Usaba un sombrero de
ala ancha y un pañuelo al cuello. No fumaba, no bebía, trabajaba
incansablemente y comía cuando se acordaba. En la Navidad de ese
año hubo por primera vez víctimas inocentes en un atentado perpetrado
por él. La violencia lo encerró en una trampa de la que no podría
escapar.
Las bombas anarquistas eran artefactos hechos de hierro, dinamita
y gelignita. Se preparaban dentro de grandes valijas y se colocaban
acostadas para su detonación. Carecían de precisión y eran muy poderosas.
El 23 de mayo de 1928 una explosión destruyó el nuevo edificio del
consulado italiano en Buenos Aires. Los objetivos eran el embajador
y el cónsul Capanni, pero cayeron más inocentes. Este hecho dividió
al anarquismo vernáculo para siempre. Los sectores revolucionarios
y extranjeros apoyaron a Severino. Pero los anarquistas de La Protesta
lo acusaron de espía fascista y agente policial. Polemizó con Abad
de Santillán y López Arango durante meses, y los ataques fueron
cada vez más feroces y personalizados. En octubre de 1929, Severino
les exigió una retractación. En una discusión con López Arango,
lo mató.
Cuando pensaba marcharse a París con su amada y su familia, la detención
de Alejandro Scarfó, en diciembre del ‘28, lo hizo posponer sus
planes. Para conseguir dinero se conectó con el grupo de expropiadores
de Miguel Ángel Roscigna, y cometieron varios asaltos. En ese tiempo
escribió: "Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado,
de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es
vivir la vida, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante
una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle
la elevación exquisita del brazo y de la mente".
Terminó la década del ‘20 siendo el hombre más buscado en el país.
Con una vida y un amor clandestino, ejecutaba a los traidores, ponía
bombas, escribía análisis políticos para revistas locales y medios
extranjeros, leía, se preocupaba por su familia y se escabullía
de la policía.
Severino inició 1930 con un plan de trabajo diseñado que denota
un cambio en su actitud. En su nueva revista, Anarchia, todos los
sectores anarquistas exponían sus ideas. Buscaba un acercamiento.
Hasta el golpe de estado sólo utilizó la violencia en la expropiación
y liberación de presos. A partir del 6 de setiembre de 1930, reinició
los atentados con bombas. Por fin tenía al enemigo fascista "cara
a cara", pero la sociedad aplaudió a los uniformados.
En enero de 1931 estallaron tres artefactos dinamiteros. La dictadura
se sintió desafiada y afiló sus garras. En esos días, detuvieron
a Mario Cortucci, hombre de Severino, quien sucumbió al nuevo invento
de Leopoldo Lugones (h), la "picana". Resistió 10 días la tortura
y dio la dirección de Burzaco creyendo que sus compañeros se habían
mudado.
Un juicio teatral
El jueves 29 de enero de 1931 Severino fue detenido al salir de
una imprenta. Intentó escapar y lo persiguieron por las calles y
techos de Buenos Aires. La policía disparó más de 100 veces. Severino,
cinco.
En el tiroteo cayó muerta una niña y hubo heridos. Atrapado en un
garaje, se disparó en el pecho. La herida era leve y lo atraparon
con vida.
La sociedad se regocijó. Por fin había caído ese insolente revolucionario.
La noticia salió en las primeras planas de todo el país. Uriburu
ordenó un juicio rápido y al paredón. El teniente primero Franco
fue su defensor.
Cuando reo y abogado se encontraron, Severino le aclaró que no iba
a mentir. "Jugué y perdí. Como buen perdedor, pago con la vida",
le dijo. Impresionado, Franco dio pelea. En su alegato, planteó
la incompetencia del tribunal militar para juzgar al detenido, apeló
al principio humano contra la pena de muerte, estableció que Di
Giovanni recurrió a la defensa propia, y que la bala que mató a
la niña no era del reo. El tribunal enrojeció de furia con la defensa
y Franco fue castigado. Tiempo después murió envenenado en una cena
de camaradería.
Severino y Paulino Scarfó fueron salvajemente torturados antes de
ser fusilados. Con tenazas de maderas les aplastaron la lengua,
les retorcieron los testículos y los quemaron con cigarrillos, entre
otros vejámenes.
Una muchedumbre se agolpó en las puertas de la prisión para escuchar
las descargas. Otros tantos reclamaban su derecho a presenciar la
ejecución. Algunos periodistas y encumbrados ciudadanos lo lograron.
Como si fuera una función teatral, todos querían ver morir a Di
Giovanni. Ocho descargas le perforaron el pecho. Cayó al suelo y
le dieron el tiro de gracia.
Un aullido desgarró la madrugada. Eran lo presos despidiendo al
compañero. En estricto secreto el cuerpo fue trasladado al cementerio
de la Chacarita. Sin embargo, al día siguiente la tumba de Severino
amaneció cubierta de flores rojas.
Fuente: www.laberintosrotos.blogspot.com
Severino Di Giovanni en el banquillo de fusilamiento. Foto:
Archivo General de la Nación
Acción. Violencia con más violencia. Golpe por golpe. Así se podría
describir la vida de Severino Di Giovanni, quizás, el anarquista
más emblemático de la historia del anarquismo argentino. Fue un
incansable luchador antifascista que vivió en la ilegalidad durante
más de cuatro años y cuya figura era temida por todo el status quo
de finales de los años veinte y principios de la década del treinta.
Leer la vida de Di Giovanni conduce necesariamente a quien se ocupó
de estudiarla en profundidad: Osvaldo Bayer. En su libro Severino
di Giovanni. El idealista de la violencia Bayer narra con lujo de
detalles la vida de este anarquista italiano, nacido en 1901 y asesinado
por el gobierno de Uriburu el 1 de febrero de 1931. Con un pormenorizado
análisis de las fuentes de la época, y entrevistas con sobrevivientes
de aquellos tumultuosos años, Bayer hace un recorrido detallado
por la vida de Di Giovanni y rescata a una figura que pareció concentrar
en su persona todos los males de su tiempo. En enero de 1931 fue
capturado por la policía al salir de una imprenta en plena Ciudad
de Buenos Aires. En efecto, la esquina de Corrientes y Callao, que
hoy luce tan luminosa y llena de grandes vidrieras, hace 79 años
era escenario de una de las persecuciones policiales más emblemáticas
de la historia de la Capital Federal. Una persecución digna de un
film cinematográfico, en donde Di Giovanni se enfrentó a los tiros
con los efectivos que lo perseguían y que lo terminaron capturando
en un garage de la zona, luego de un frustrado intento de fuga por
los techos del por entonces centro porteño de casas bajas y sin
los edificios de la actualidad.
Pero Di Giovanni, y esta es tal vez su cualidad más distintiva,
fue a la vez un hombre de pensamiento. Avocado como todo anarquista
a la publicidad y publicación de ideas libertarias, polemizó con
figuras del anarquismo local de la época, y no pudo eludir un mal
que debilitó seriamente al anaquismo y explicó en parte su fracaso:
la imposibilidad de lograr acuerdos internos que garantizaran cierta
sustentabilidad y cumplimientos de objetivos a largo plazo. Así
es como se vio envuelto en polémicas varias, algunas de las cuales
se mantendrían hasta el fin de su vida. La mayoría de ellas tenían
que ver esencialmente con el método de lucha que implementaba. Algunos
no estaban de acuerdo en
la
expropiación o la acción violenta (atentados con bombas contra delegaciones
fascistas en la Argentina) para contestar a la violencia ejercida
desde el Estado. Las expropiaciones eran asaltos cometidos con los
fines de obtener recursos para financiar la lucha y ayudar a los
familiares de los compañeros presos y perseguidos. Contrarios a
dicha metodología eran, en especial, quienes de alguna manera sostenían
el monopolio de la opinión pública libertaria: los directores del
periódico anarquista La Protesta, el más difundido y numeroso en
cuanto a la cantidad de ejemplares que podía imprimir y distribuir.
La polémica de Di Giovanni con La Protesta se sostuvo desde diversas
fuentes, en especial el periódico La Antorcha, que intentaba dotar
al anarquismo de una matriz menos ideológica pero más práctica,
ponderando la ejecución y la importancia de rubricar en acciones
concretas lo reclamado discursivamente; y también desde Culmine,
dirigido por el propio Severino. Di Giovanni mezclaba esa notable
cualidad de ser un hombre de acción y de pensamiento. Era un autodidacta
y apasionado por las publicaciones de escritos y reediciones de
obras de autores, como Elisée Reclus, cuyos volúmenes editó al final
de su vida.
Hubo un hecho que fue duramente cuestionado en el seno del anarquismo
y marcó de algún modo un quiebre en el movimiento: el asesinato
de Emilio López Arango, anarquista español, director de La Protesta,
que cuestionaba duramente la táctica de los atentados dentro del
movimiento libertario. Esto había provocado las tensiones mencionadas
entre algunos de sus compañeros partidarios de esa forma de lucha;
entre ellos, Severino, que ya había amenazado a Arango por acusarle
en su periódico de "agente fascista" e "infiltrado policial". En
su momento no quedó claro quien había sido el autor del asesinato,
pero Bayer demuestra en su libro que fue Di Giovanni. A su entierro
concurrieron miles de personas, desde todas las orientaciones del
anarquismo. Hombres separados de Arango por una concepción distinta
de las tácticas de lucha, que sostuvieron con él violentas polémicas,
estaban allí evidenciando su respeto ante su trágica muerte. A partir
de entonces, asumió como Director del diario Diego Abad de Santillán,
que hasta su muerte en la década del ochenta continuó siendo un
gran crítico de la forma de lucha de Di Giovanni.
El
amor de América
La vida de Di Giovanni no puede entenderse sin dos personas que
estuvieron ligadas a él y apuntalaron su lucha. La entonces joven
América Scarfó, de apenas 17 años y dispuesta a sostener su amor
con el anarquista a pesar de la ilegalidad de su enamorado y de
los prejuicios de la época; y la del hermano de ella, Paulino Scarfó,
quien lucho junto a él hasta el final y corrió su misma desafortunada
suerte: también fue asesinado por la ley Marcial impuesta por Uriburu
y ejecutada por su ministro, Sánchez Sorondo. Así, se puso fin a
una campaña de persecución y desprestigio que Yrigoyen y sobretodo
Uriburu diseñaron, responsabilizando a Di Giovanni de casi todos
los hechos delictivos de la época y demonizando su figura con la
complacencia de la clase media porteña de esas décadas, defensoras
y conservadoras de lo establecido sin posibilidad de admitir pensamientos
diferentes.
Es efectivamente un capítulo aparte en la vida de Di Giovanni su
relación con América. A través de sus cartas se puede leer el amor
puro y sincero que sostenía a esa pareja más allá de las dificultades.
La conoció al alquilarle a sus padres una habitación en Burzaco,
en una de las tantas huidas y cambios de domicilio a las que estaba
sometido como consecuencia de su actividad ilegal. Su sentimiento
hacia ella fue un ejemplo de la concepción que sobre el amor tenía
el anarquismo: desprejuiciado, sincero y libre. Sin convenciones
legales o ataduras materiales. Así, no dudó en dejar a su esposa
por quien amaba, esa adolescente rebelde que lo siguió en todo momento,
más allá de la condena familiar y los peligros que eso acarreaba.
Sin embargo, Di Giovanni nunca ocultó su matrimonio con su ex mujer
ni dejó de ver a sus hijos. Incluso en los peores momentos, con
situaciones económicas angustiosas, nunca dejó de ayudarlos y mantenerlos.
La cobertura del
golpe de Estado de 1930 a través de la crónica de Caras
y Caretas (Descargar pdf)
Gracias a la investigación de Bayer y a una gestión
hecha ante el entonces Ministro del Interior del Presidente Menem,
Carlos Corach, en 1999 América Scarfó pudo, 68 años después, reunirse
con la cartas de amor de Severino, que hasta ese momento estaban
en poder de la Policía Federal. Era su idea tenerlas para releerlas
y reclamar lo que con justicia le pertenecía. América murió en agosto
de 2006, a los 93 años.
En sus líneas de despedida, antes de recibir las
balas militares, Severino le escribió: “Carissima: más que con la
pluma, el testamento ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando
conversaba contigo: mis cosas, mis ideales. Besa a mi hijo, a mis
hijas. Sé feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso
mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”. Antes de esas últimas
líneas, se le había concedido a Severino despedirse de América,
que también estaba detenida.
Al día siguiente, murió también Paulino Scarfó ante el pelotón de
fusilamiento. Tanto a Severino como a Paulino, antes de fusilarlos,
la policía de Uriburu los había torturado bárbaramente. Pero ellos
no delataron a ningún compañero. El último encuentro entre América
y Paulino fue muy breve. Severino y Paulino gritaron antes de la
orden de “fuego” las palabras que definían su ideología: “Viva la
anarquía”. Fue en la penitenciaría. Las descargas se escucharon
en los jardines de Palermo.
Un hecho destacado de lo que fue la parodia del juicio hecho a Di
Giovanni (juicio que tenía final cantado) fue la defensa que tuvo
en el Teniente Franco, designado a tal fin. Oriundo de Tucumán,
pagó con el exilio haber actuado por sus convicciones y defender
de manera convincente su figura ante un jurado que no podía creer
que alguien “del paño” pidiera la absolución del anarquista con
tanto ímpetu y valentía. El régimen uriburista no le perdonó tanta
sinceridad y lo obligó a dejar el país, al que pudo retornar años
más tarde. Pero Severino le agradeció antes de morir el gesto. Quizás
eso le sirvió también para darse cuenta, aunque sea al final de
su vida, que otros también podían sentir y manifestar ese sentimiento
de rebeldía a pesar de no ser anarquistas.
Testigo de ese asesinato fue también Roberto Arlt, como periodista
del Diario Buenos Aires Herald. Su presencia no era igual a la de
cientos de personas que acudieron allí para ver morir al demonio,
al asesino extranjero de la época. Los zapatos lustrados y el traje
de gala de muchos de los asistentes convertían el asesinato de un
hombre en un espectáculo frívolo, uno más de la noche porteña. La
crónica de Arlt no puso ningún comentario propio sino la descripción
de ese teatro irracional de la fuerza bruta contra las ideas: “la
descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes”.
El diario Crítica, quien fue el que más fustigó a Di Giovanni en
vida para congraciarse con el régimen de 1930 (Uriburu lo cerró
seis meses después de apoderarse del gobierno) cuando fue reabierto
en 1932 hizo públicas sus disculpas ante los lectores por las mentiras
que había publicado sobre Di Giovanni, ofreciéndole sus respetos
a su memoria y a sus familiares.
Para
concluir, tomamos como propias unas palabras de Bayer: “Es curioso
con qué astucia y amplitud la sociedad establecida premia a sus
legítimos representantes, y castiga sin piedad a sus hijos rebeldes.
En 1979, en plena dictadura militar de Videla- con miles de desaparecidos,
presos políticos y exiliados- el diario La Opinión, dirigido en
aquel entonces y administrado por los militares proclamó las diez
figuras nacionales que más se destacaron en ese año ignominioso.
A doble página y con fotos de los buenos hijos elegidos: el brigadier
Osvaldo Cacciatore, intendente de Buenos Aires (‘un primer premio
a la ejecutividad’); el escritor Ernesto Sábato (‘dejó de ser un
gran literato, para tomar el espacio fundamental de un gran pensador,
de un hombre profundo en plena lucha contra las trivialidades (…)’;
Guillermo Walter Klein (el segundo de Martínez de Hoz); el brigadier
Carlos Pastor (ministro de Relaciones Exteriores a quien le tocó
enfrentar a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA); el cardenal
Primatesta (‘un ejemplo de mesura e inteligencia’), etc etc.
(...) Podríamos decir que todos ellos tendrán los bronces bien lustrados
en sus tumbas. Severino Di Giovanni, como tantos otros, jamás tuvieron
tumbas. Pero a aquéllos, a los notables de nuestra sociedad, América
Scarfó nunca les llevó flores” .
1 Bayer, Osvaldo: “Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia”.
Buenos Aires, Editorial Página 12, 2009. p. 480.
Sesenta y ocho años tuvo que esperar Josefa America Scarfo, desde
los 18 hasta sus actuales 86, para recuperar lo que es suyo.
Se trata de la que fue mujer del libertario Severino Di Giovanni,
fusilado el primero de febrero de 1931 bajo las ordenes del entonces
presidente de facto Jose Felix Uriburu. El rescate : cuarenta cartas
de amor y poemas, la mayoria escritos en italiano, que Di Giovanni
le habia dedicado a su compañera y la policia las allanó en una
requisa junto a otros materiales de propaganda anarquista y varios
libros. Esto ocurrio dos dias antes del fusilamiento, el 30 de enero
de 1931, en la quinta Ana Maria de la localidad bonaerense de Burzaco.
En esa quinta tuvieron una convivencia de apenas diez meses, Josefa
contaba con 18 años y Severino con 31.
Los mediadores para que el Ministerio del Interior, que preside
Carlos Corach, restituyeran estos escritos fueron Miguel Unamuno,
director del Archivo General de la Nacion, y el escritor Osvaldo
Bayer.
Desde aquel verano plomizo del ’31 hasta nuestros dias, los sentimientos
de amor mas puros del anarquista, transformados en lirica, descansaron
en el Museo de la Policia Federal. Josefa ni siquiera tuvo acceso
a saber que los escritos aún existian.
Di Giovanni conoció a Scarfo cuando se encotraba perseguido por
la policia, y los hermanos de ella, Alejandro y Paulino, le dieron
asilo en su casa de Villa Ortúzar, provincia de Buenos Aires. El
anarquista llegó a la casa con su esposa Teresa Mascullo y sus hijos.
Alli Di Giovanni, que tenía 28 años, se enamoró de ella, que contaba
con quince. Tuvieron que esperar tres años para que Di Giovanni
se separara de su mujer y fueran a vivir juntos.
Segun la periodista Maria Luisa Magagnoli, autora del libro "Un
café muy dulce", que narra la vida de Scarfó, el primer diálogo
del anarquista con la adolescente fue en el jardín de su casa. "¿Cómo
están las begonias?", preguntó él. "Están tristes", respondió ella.
Finalmente la lírica, transformada en un viento que atraviesa décadas,
volvió a su principal y única destinataria.
UN INCLAUDICABLE ENEMIGO DEL SISTEMA
Severino Di Giovanni nació en Chiti, una aldea italiana en la región
de los Abruzos, el 17 de marzo de 1900. Algunas cronicas indican
que se recibió de maestro, pero el historiador Osvaldo Bayer asegura
que no llegó a recibirse. Durante su adolescencia aprendió el oficio
de tipógrafo al tiempo que abrazaba con singular pasión las banderas
rojinegras del anarquismo. Su convencimiento ideológico lo llevó
a ser un acérrimo enemigo del facismo. Huyendo del régimen de Mussolini
llegó a la Argentina en 1923. Ya estaba casado con Teresa Mascalli
y tenían tres hijos.
En 1925 edita el periódico "Culmine". Su primera intervención pública
fue en junio de ese mismo ao, cuando con un grupo de compa´ñeros
irrumpen en el Teatro Colon, donde se celebraba el 25 aniversario
del reinado de Victor Manuel III, tirando panfletos y gritando contra
Mussolini. Ese dia cayó preso, pero fue liberado rápidamente.
Luego comenzó a fabricar bombas caseras que destruyeron distintas
sedes de los bancos Citybank y Boston. Tambien atentó contra el
consulado de Italia, y en un confuso hecho su lugarteniente Paulino,
hermano de Scarfó que fue fusilado al día siguiente de Severino,
mata al director del periódico anarquista La Protesta. Estos hechos
y la muerte de inocentes como producto de sus acciones, hicieron
que un sector del anarquismo lo condenara por su metodo individualista-violento,
y el gobierno lo declarara enemigo público numero uno. Mediante
el robo a bancos mantuvo una fuerte agitacion de sus ideas.
Es de destacar que Severino y su grupo, no más de ocho personas,
jamás invirtieron el dinero para beneficio personal, sino que todo
era usado para llegar al proletariado con sus propuestas, como por
ejemplo un panfleto que decia : "Sepan Uriburu y su horda fusiladora
que nuestras balas buscaran sus cuerpos. Sepa el comercio, la industria,
la banca, los terratenientes y hacendados que sus posesiones seran
quemadas y destruidas". Di Giovanni fue fusilado en la cárcel, el
primero de febrero de 1931.
Fuente: MICROSEMANARIO Año: 9 Nro. : 366, Lunes 9 de agosto de de
1999. Facultad de Ciencias Exactas y Naturales - FCEyN Universidad
de Buenos Aires - UBA República Argentina
América
Scarfó adolescente. Según Osvaldo Bayer esta fotografía
la tomó el propio Severino en Olivos.
28 de julio de 1999. Josefa Scarfó (86 años) las recibió de manos
del ministro del Interior en una ceremonia en la Casa Rosada. Estaban
guardadas en los archivos de la Policía Federal. Severino Di Giovanni
fue fusilado en 1931
Pocas veces tenemos noticias tan agradables en la Casa de Gobierno,
dijo el ministro del Interior, Carlos Corach. Eran las 17.25 de
ayer, y el funcionario se disponía a devolver a Josefa América Scarfó
las cartas y algunos poemas de amor que el anarquista Severino Di
Giovanni le escribió a su compañera -en ese entonces una adolescente-
en la segunda mitad de la década del veinte. He venido a rescatar
algo mío, dijo ella para justificar su presencia. Esas cartas estuvieron
guardadas hasta hace dos semanas en los archivos de la Policía Federal.
Di Giovanni fue fusilado en 1931, durante el gobierno militar de
José Félix Uriburu. Creemos que con esta entrega cumplimos con una
obligación moral del Estado argentino, dijo en un momento Corach.
A su lado, seria y concentrada, Scarfó acariciaba el escritorio
con sus manos. A escasos centímetros había una caja azul, con las
48 cartas. El ministro hacía repiquetear sus dedos sobe el cartón,
y el jefe de la Federal, Pablo Baltazar García, a veces esbozaba
una sonrisa. Tratamos de cerrar heridas de nuestra historia, reflexionó
el ministro. Y al referirse a Di Giovanni, lo situó en el contexto
histórico de su época. -Murió por sus ideales -dijo Corach.-Ideales
revolucionarios -precisó Scarfó. Corach afirmó que la relación entre
el anarquista y Scarfó fue una bellísima historia de amor. Después,
el ministro se dirigió a la mujer: Usted me dijo que sólo dos veces
vino a la Casa de Gobierno. La respuesta fue inmediata: Yo no vine,
vino mi mamá. La madre de Josefa había estado en la Casa Rosada
en el 31, implorando por la vida de su hijo, Paulino, que fue fusilado
un día después que Di Giovanni. Josefa recordó: Mi madre, una mujer
tan noble, vino a arrodillarse para pedir clemencia por su hijo,
mi hermano. Cuando Corach abrió la caja, se pudieron ver las cartas
amarillentas, la apretada caligrafía de Di Giovanni, algunas tachaduras.
Sólo en ese momento, pero fugazmente, el rostro serio de la mujer
dejó traslucir un gesto de gran ternura. Pasó una mano por su pañuelo
rojo y miró a uno de sus hijos.-El Presidente me autorizó a realizar
este trámite... -se escuchó a Corach. -Esta Casa (de Gobierno) tiene
recuerdos muy dolorosos para mí. Aquí se dio el cúmplase de Uriburu
para fusilar a Di Giovanni. De aquí salieron las órdenes para matar
a miles de jóvenes en la década del 70 -dijo Scarfó. Nadie le respondió.
Al iniciarse la reunión, Scarfó (conocida por sus amigos y familiares
como Fina) había echado una mirada panorámica. Le sorprendió el
gran número de periodistas. Me pasé la vida huyendo del periodismo.
A mi edad está prohibido sacarse fotos, dijo. La paradoja es que,
a pesar de su rechazo por la prensa, un año después de la muerte
de Di Giovanni, empezó a trabajar como secretaria en el diario Crítica.
Ayer, ya con las cartas en su poder, se levantó rápidamente de su
silla y eludió a los periodistas. Yo no oigo bien, y si ustedes
me preguntan va a ser un diálogo de sordos, había dicho. Con pocas
palabras, agradeció al periodista y escritor Osvaldo Bayer, al director
del Archivo General de la Nación, Miguel Unamuno, y a Corach, gestores
de la devolución de las cartas. Severino Di Giovanni- nació el 17
de marzo de 1901 en un aldea italiana, a 180 kilómetros de Roma-.
Estaba casado con Teresa Masculli, con quien tuvo cuatro hijos.
Habían llegado a la Argentina en mayo de 1923. Dos años más tarde
fueron a vivir a la casa de la familia Scarfó, donde alquilaron
una habitación. Allí Severino conoció a Josefa, que en ese tiempo
estudiaba segundo año del Liceo. Fue un amor oculto, apasionado.
Amiga mía: Tengo fiebre en todo mi cuerpo. Tu contacto me ha atestado
de todas las dulzuras. Jamás como en estos larguísimos días he ido
bebiendo a sorbos los elixires de la vida, le escribe en una de
sus cartas.
“Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”
Osvaldo Bayer nació en Santa Fe, Argentina, en 1927. Es historiador,
escritor, periodista, guionista cinematográfico y fue Profesor Honorario,
titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA. Es docente de la Deutsche Stiftung
Für Entwicklungspolitik, en Bad Honnef, Alemania. Es doctor (HC)
de las universidades del Comahue y de la Patagonia Austral. En el
periodismo trabajó en “Noticias Gráficas”, en Esquel, fue secretario
de redacción de Clarín y escribe en Página/12. Fue traductor del
alemán de obras de Goethe, Kafka, Bretch, y otros. Entre sus libros,
se encuentran: “Severino
Di Giovanni”, “Los
Anarquistas Expropiadores”, “Rebeldía y Esperanza”, “En Camino
Al Paraíso” y “Rainer y Minou.”
La primera edición de “Severino Di Giovanni” apareció en enero de
1970. En 1973, durante el gobierno peronista de Raúl Lastiri se
le aplicó el curioso Decreto 1774. Sobre este decreto del gobierno
peronista, la Sociedad de Escritores de la Argentina envió una carta
al general Juan Domingo Perón en la que le señala: “La censura,
en cualquiera de sus formas, es un pobre sucedáneo de la persuasión.
La imposición de barreras a la libre difusión de ideas, además de
lesionar principios que compartimos la gran mayoría de los argentinos,
nada logra en el terreno de las realizaciones, a nadie disuade.
Sobre esto el país tiene larga experiencia.” El diario “La Opinión”
publicó la lista de los “vetados”: León Tolstoi, Anton Chejov, Máximo
Gorki, Vladimir Maiakovski, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Ludwig
Marcuse, José Agustín Goytisolo, Armando Tejada Gómez, Eduardo Galeano,
Osvaldo Bayer, Álvaro Yunque, Octavio Getino, Leonidas Lamborghini,
Bernardo Kordon, Gregorio Selser y otros. También “La Calle del
Agujero en la Media” de Raúl González Tuñón (Ver “La Opinión”, 25
de enero de 1974, página 18).
5/10/2012.Osvaldo Bayer lee la crónica
del fusilamiento de Di Giovanni, escrita por Roberto
Arlt. Suena "Severino" (Bayer-Bernaba) por el Quinteto
Negro La Boca, con Hernán Fernández en la voz.
En el marco de las presentaciones del "Álbum Negro" del
Quinteto Negro La Boca, presentaron "Whisqueando con
Bayer", una charla sobre tangos anarquistas, la vida de
Severino Di Giovanni y la masacre de la Patagonia
Rebelde, mezclados con los tangos del Quinteto.
Desde ese momento desapareció de las librerías. Luego vinieron los
años del silencio, difíciles y trágicos.
El libro pudo reeditarse cinco años después de la
caída de la dictadura militar. El tiempo debía sazonar un poco las
ideas en discusión luego del drama argentino. Hoy, creo que la historia
de este hombre puede servir otra vez para la discusión. Los escenarios
y los poderes de la década del veinte no han cambiado en demasía.
Lo que la sociedad establecida hizo con Severino se repitió luego
de miles de veces en la década del setenta. Quien lea estas páginas
encontrará sinonimias y similitudes en destinos, luchas, métodos
y una sociedad dispuesta a defender sus prerrogativas con todas
las armas, con el correctivo implacable y con cada vez más impiedad.
Violencia contra violencia. El derecho de matar al tirano. Di Giovanni
es un luchador antifascista, víctima del régimen de Mussolini, que
procura sin tregua luchar contra la injusticia con propia mano,
con todos los medios, aunque caigan inocentes. “Cara a cara con
el enemigo” es su divisa. Se convertirá en el hombre más perseguido
de la Argentina. Se burla de sus perseguidores y el pueblo lee ávidamente
las andanzas de este “idealista de la violencia.”
Pero Di Giovanni también escribe poesías, bellísimas cartas de amor
a su amada América Scarfó y edita periódicos. Severino no abandona
el país a pesar de la rigurosa dictadura militar de Uriburu. Caerá
preso a la salida de una imprenta, será juzgado y condenado a muerte.
Se juicio y posterior fusilamiento será un final a toda orquesta
que sacudirá a los argentinos de los años treinta.
El “Severino Di Giovanni” de Bayer fue el libro prohibido por excelencia
de los años setenta. Es clave para continuar el eterno debate sobre
la violencia.
Entrevista a Osvaldo Bayer por Susana Viau (Página/12)
¿En qué cambió su Severino Di Giovanni para esta
reedición? -Después de la primera edición visité varios archivos, sobre todo
el Archivo del Estado, en Roma, donde están todos los papeles enviados
por la policía de Alvear, que mantenía un contacto estrecho con
la de Mussolini, y además estuve en el Museo de Historia Social
de Amsterdam. Durante mi exilio encontré también a miembros del
grupo de Di Giovanni que habían sido expulsados por Uriburu y entregados
en 1931 a Mussolini, que los encerró en la isla de Lipari, en un
campo de concentración. Fueron liberados por los norteamericanos,
cuando invadieron el sur de Italia, y pasaron a ser héroes antifascistas.
Es decir que si Severino hubiera vivido, hubiera sido un héroe antifascista
y hubiera tenido una pensión del Estado como luchador, igual que
la tuvieron sus compañeros. Esto habla de cómo a veces la historia
discrimina. El ingeniero Carranza, que hoy tiene una estación de
subte con su nombre, en 1953 puso una bomba en la boca del subte.
Murieron paseantes, chicos, mujeres. Pero su partido triunfó y lo
elevó a otra categoría: fue ministro de Alfonsín. Como murió en
un accidente, lo homenajearon de ese modo. Pero yo me preguntaría
quién fue más terrorista, si el señor Carranza o Severino Di Giovanni,
que durante años fue un innombrable en la Argentina, la efigie del
diabólico, el hijo del demonio. Sus hijos sufrieron por eso. Me
lo contó Laura, la única que vive todavía. Los chicos les pegaban
y les gritaban eso, "hijos del diablo". Las maestras no querían
tenerlos.
Penitenciaría:
Una historia de fusilamientos
La Penitenciaría Nacional albergó a muchos presos
estelares que tuvieron destinos dramáticos. Algunos
terminaron en el congelado presidio de Ushuaia. Otros,
delante de un resuelto pelotón de fusilamiento.
En los primeros años de la cárcel la ley contemplaba
la pena de muerte y las ejecuciones eran legales. Hubo
cuatro ahorcados. Y después llegaron los fusilamientos.
Se hacían en la misma cárcel, sin un lugar fijo. Los
condenados eran sentados en una silla, contra algún
paredón, en un amanecer elegido por el juez.
El 11 de mayo de 1894, José Meardi fue condenado a la
pena capital por el crimen de su esposa. Lo fusilaron
en la Penitenciaría. El 6 de abril de 1900, Domingo
Cayetano Grossi se sentó frente al pelotón. Lo habían
condenado por el asesinato de cinco chicos, que eran
los hijos de la hija de su concubina.
Las dos mujeres también estuvieron implicadas en el
crimen. Pero se salvaron de los balazos porque la pena
de muerte sólo regía para los hombres que no llegaban
a los 70 años. Había una excepción: los menores de edad.
Giovanni Battista Lauro y Francesco Salvato eran vendedores
de pescado. El 20 de julio de 1914 mataron a Frank Livingston
de 63 puñaladas. Fue un crimen por encargo: la instigadora
había sido la esposa de la víctima. Los pescadores estuvieron
presos en la Penitenciaría, donde fueron ejecutados
el 22 de julio de 1916.
La pena de muerte después fue derogada. Pero los golpistas
de 1930 instauraron la Ley Marcial. Bajo ese régimen
fue ejecutado el militante anarquista italiano Severino
Di Giovanni. Fue el 1° de febrero de 1931, a las cinco
de la mañana. "Viva la anarquía", gritó, antes de que
lo acribillaran de ocho balazos.
Estaba sentado contra un paredón en el sector de la
cárcel que daba a la esquina de Coronel Díaz y Las Heras,
Chavango en aquella época. Un día después fusilaron
a su mano derecha, Paulino Scarfó.
El 12 de junio de 1956, en la Penitenciaría se produjo
un fusilamiento que marcó la historia del último medio
siglo. Un pelotón ejecutó (a tiro de fusil Máuser 7,65
mm. Mod. Arg. 1909) a Juan José
Valle, un general de división que apenas tres días
antes había liderado una sublevación contra el régimen
que, en setiembre de 1955, había derrocado a Juan Domingo
Perón.
Un día antes habían sido fusilados tres sargentos —Isauro
Costa, Luis Pugnetti y Luciano Isaías Rojas— que habían
participado en el levantamiento. Valle y los suboficiales
fueron parte de una lista más grande de ejecutados en
otros puntos del país, entre ellos cinco civiles. Fue
la Operación Masacre que
el escritor Rodolfo Walsh documentó para la posteridad.
La Penitenciaría tuvo otros presos célebres que no pasaron
por el paredón, pero terminaron en la abominada "tierra
maldita": el presidio de Ushuaia. Los más famosos fueron
Santos Godino, Mateo Banks y Simón
Radowitzky.
Godino ("El Petiso Orejudo"), asesino cruel y múltiple
de chicos, entró a la Penitenciaría en 1914 . Sistemáticamente
estudiado, el hombre de "orejas aladas" —como figuraba
en las fichas— fue trasladado al sur en 1923. Murió
asesinado en 1944.
Banks mató a escopetazos a su familia —seis personas—
y a dos peones. Fue en Azul, en 1922. También murió
en 1944, en una pensión Había salido en libertad condicional.
Radowitzky, ruso, militante anarquista, tenía 18 años
cuando tiró una bomba dentro del auto del jefe de la
Policía, Ramón Falcón. Pasó por la Penitenciaría y se
cree que una fuga exitosa que hubo en 1911 había sido
preparada para él. Por temor a una emboscada, prefirió
quedarse y fue a parar a Ushuaia. Preso político al
fin, Hipólito Yrigoyen lo indultó en 1930. Murió en
el exilio, 26 años después. Fuente: Clarín. 03/06/02
¿Qué lo hizo volver a abrir una investigación que
terminó hace casi treinta años? ¿Un compromiso moral o un compromiso
intelectual? -Un compromiso intelectual conmigo mismo. Sabía que podía encontrar
más cosas. De hecho, en el Museo de Historia Social de Amsterdam
estaba el juicio que le hicieron los compañeros a Di Giovanni por
matar a López Arango, que en La Protesta lo había llamado "agente
fascista". Eso lo derrotó: que a él, que había luchado tanto, un
compañero de ideas lo estigmatizara de ese modo en el diario. Le
fue a pedir explicaciones, hubo un incidente y uno de los amigos
de Di Giovanni lo mata, pero él se hizo cargo. La cúpula anarquista
admitió que Severino tenía razón, que no era un espíritu asesino.
¿Qué tiene de peculiar la figura de Di Giovanni
para usted? ¿Qué lo hace diferente de Radowitzky o de Morán? -Creo que están en la misma línea... Pero Radowitzky es un solo
hecho, y Morán un sindicalista que hace todo el camino del rebelde,
pero dentro del sindicato marítimo. Durante el día era dirigente
de marítimos; a la noche salía a hacer atentados o asaltos expropiadores.
En cambio Severino tiene una larga línea de atentados y expropiaciones,
pero también una larga lista de publicaciones: Culmine, Anarquía
y libros. El vive aquí apenas ocho años, del 23 al 31, pero desarrolla
una actividad increíble. Cada vez que voy a una biblioteca europea
o norteamericana encuentro nuevos artículos firmados por Severino
y me pregunto en qué momento los escribió. Si cuando lo fusilaron
tenía 28 años... Con los mismos principios -matar al tirano, rebelarse
contra la violencia de arriba-, tiene una actividad más plural que
Radowitzky. Al mismo tiempo tuvo ese romance, de una pureza increíble,
con la adolescente América Scarfó. Sus cartas revelan ese proyecto
de un futuro juntos; de hecho, cuando lo detienen ya tenían todo
preparado para viajar a Francia, y desde allí a Italia para integrarse
a las brigadas ilegales antifascistas. Fue consecuente. Y su nombre
fue manoseado por los diarios, y hasta por los mismos anarquistas
de La Protesta que buscaban mantener un idilio con el gobierno,
publicar sus ideas pero que el gobierno los dejara tranquilos. Cuando
ocurre el golpe del 6 de setiembre del ‘30, la oposición huye o
se esconde, y Severino sigue a pesar de ser el hombre más perseguido.
Una síntesis curiosa de hombre de ideas y hombre de acción.
-Es su consecuencia. Pienso en el Che Guevara. Alguna vez tuve una
larga charla con él, en la que planteó su idea de que el foco guerrillero
debía instalarse en las sierras cordobesas. Yo le hablé de la complejidad
de la estructura represiva, y si vencía todo eso, le iban a mandar
a los cadetes del Liceo Militar. El me miró, con una enorme tristeza,
y sin ninguna arrogancia me respondió con tres palabras: "Son todos
mercenarios". Pero como yo no había hecho ninguna revolución no
pude contestarle. Hay que ser humilde. Y salí diciéndome: "Y, bueno,
es la respuesta de un revolucionario, porque a lo mejor si se espera
que ocurra primero esto y luego aquello, que estén dadas todas las
condiciones, la revolución no se hace nunca". Yo lo comprendí y
él tuvo compasión de mí.
¿Nunca pensó en escribir sobre el Che? -Me lo propusieron y lo rechacé, porque me obligaba a relatar cosas
que no entiendo pero que no tengo autoridad moral para juzgar. Lo
he hablado con cierta gente, de pensamiento revolucionario; lo que
no puedo es publicar un libro para que esto vaya a parar no se sabe
a qué manos y sirva a qué argumentos.
¿Cómo es, en última instancia, la personalidad de
Severino? -Creo que él se pierde por su sensibilidad. En los atentados contra
las organizaciones fascistas caen inocentes, pocos, pero con uno
alcanza. El responde luego que "no hay inocentes", como aquel terrorista
francés que dijo: "No hay inocentes. La sociedad es culpable". Para
mí sí hay inocentes. Me parece que llega un momento en que él se
emperra en la violencia, pero esas muertes le pesan y llega a su
propio holocausto. Pero no por eso puedo pintarlo como Ernesto Sabato;
hay que pintar al hombre, al revolucionario en su tragedia.
Para un revolucionario la violencia es una tragedia... -Exactamente. Hay un pasaje de un libro de Eliseo Reclus, un pacifista,
que dice que al rebelde que comete actos de violencia no hay que
criticarlo, hay que comprenderlo. Y es precisamente a Reclus que
Severino edita. Cuando lo detienen está yendo a la imprenta de la
calle Callao para revisar personalmente el último volumen.
¿Usted escribió sobre Severino porque se había enamorado del personaje
o se enamoró de él mientras escribía? -Yo no me enamoré de Severino. Más bien he mantenido una discusión
interna con él. En esa discusión no le he retaceado absolutamente
nada de lo bueno y he escrito todo aquello que me parece negativo:
ciertos atentados, como la muerte del quinielero cuando pone la
bomba en el Banco de Boston. De mi parte es una búsqueda.
—¿Qué
me dice del lío en el Colón? —Yo estuve allí. No fue gran cosa. Unos gritos, unos
panfletos, se armó una gresca, vino la policía y se
llevó los que hacían barullo en el paraíso. Fue al principio,
cuando la orquesta tocaba la Marcha Real, después del
Himno. Pasado el barullo la velada siguió normalmente. —Pero le aguaron la fiesta al embajador... —Bueno, sólo fue un mal rato. —¿Y Alvear? —Como si nada. En realidad, el alboroto no era contra
él sino contra el gobierno de Italia. —¿Cómo lo sabe? —Hombre, le repito que yo estuve allí. Los tipos gritaban
“Matteoti, Matteoti”, daban mueras al fascismo y a Mussolini. Además, todos los detenidos eran tanos. Me lo contó
el comisario que les tomó declaración porque vive al
lado de casa y somos bastante amigos. —¿Le dijo qué filiación tenían los tipos? —Anarquistas. El cabecilla parece ser un tal Di Giovanni, Severino Di Giovanni. Un infeliz...
(Félix Luna: "1925. Historias de un año sin historia",
Sudamericana, 2005)
¿Trata de entenderlo? -Trato de entenderlo en su sacrificio, en su entereza, en su vocación.
Para mí no es un enfermo. El pueblo lo quería, sus hazañas se comentaban...
Era como un bandido, un héroe popular. Cuando muere es como el final
de una ópera italiana. Ahora voy a escribir una nota para contestarle
a José Pablo Feinmann, que dice que no hay cadáveres buenos y cadáveres
malos, sino sólo cadáveres. Yo creo que sí hay cadáveres buenos
y cadáveres malos. No es lo mismo el cadáver de Hitler que el de
una adolescente asesinada en una cámara de gas de Auschwitz. Yo
termino diciéndole que frente al cadáver de Hitler y el del Che
Guevara yo le llevo flores al Che Guevara. Esa es la diferencia.
La diferencia del que puede tener su nombre en una estación de subte
o el de Severino, que jamás pudo salir de la crónica policial. Es
el caso de Alemania: el conde Von Stauffenberg que le puso una bomba
a Hitler es el héroe máximo, en el aniversario de su fusilamiento
el gobierno en pleno le rinde homenaje ante el bellísimo monumento
que le levantaron. El anarquista alemán que le puso la bomba en
la cervecería de Munich en el año ‘38 no es un héroe. Claro, Von
Stauffenberg era un conservador.
¿Van a filmar Severino Di Giovanni? -Varias veces quisieron filmarla. Primero fue Ricardo Becher: no
pudo ser. Después, tres veces quiso filmarla Leonardo Favio. Un
loco total: me llamaba a la una de la mañana al departamento que
tenía por Tribunales y me decía: "Venite, Osvaldo, venite". Ponía
música de fondo y se tiraba al suelo para representar la muerte
de Severino, cómo iba cayendo lentamente...
Hubiera sido una mezcla de Severino y el "Mono" Gatica. -Al final me dijo: "Hice una relectura de Severino y he decidido
filmar Gatica". También quiso filmarlo Héctor Olivera... Pero es
una película difícil, porque la reconstrucción de época sale cara
y, sobre todo, porque sería inevitable que Severino resultara un
terrorista simpático, ¿y entonces a dónde vamos, no? Ahora me lo
propone Luis Puenzo. La forma en que habla de Severino me inspira
confianza. Justo treinta años después del intento de Becher.
¿Cómo se define usted? -Como un socialista libertario, o mejor, alguien que trata de ser
un socialista libertario en una sociedad que se va complicando cada
vez más, en la que es cada vez es más difícil ser un socialista
libertario.
¿A quién ha considerado su camarada? -Sin ninguna duda a Rodolfo Walsh y a David Viñas. Han sido fieles
a la sociedad y han sufrido sus avatares. Ninguno fue anarquista,
pero yo los considero mis compañeros. Ojalá ellos me hayan reconocido
a mí como su compañero.
Osvaldo Bayer reconstruye, desde el olvido, a un hombre. Junta sus
pedazos dispersos, vuelve a darles sangre, nos hace sentir nuevamente
el ardor de su cuerpo, le devuelve la vibración de su palabra, abre
el espacio de una época olvidada para ubicarlo. Y recupera la tragedia
de un hombre que no es ejemplar de una especie sino una figura única,
impredicable, allí donde el desprecio la había aniquilado.
"¿Qué es esto de escribir sobre un sepultado para siempre, un sacado
de la memoria del pueblo, un muerto definitivo?", escribe.
Figura necesaria, la del aniquilado, pues al costo de su vida -y
la de otros- nos viene a plantear el problema de la violencia, del
cual ninguna sociedad -tampoco la nuestra- puede hacerse la inocente
y sacarle el cuerpo a un tema vedado, desde el terror, como impensable.
Bayer abre la dimensión de un debate, pero no entre quienes, fingiendo
ingenuidad en medio de una situación macabra, desconocen la diferencia
elemental entre violencia y contra-violencia. Bayer deja en cambio
que el personaje dibuje la dimensión compleja de su historia ante
nosotros, nos da tiempo para verlo y comprenderlo, sufrir con su
destino trágico: devolverle la vida para que lo veamos de cerca.
Atravesó el muro de la muerte mientras vivía, viene de una experiencia
irreductible para nosotros.
"¡TENGAN CUIDADO LOS VERDUGOS!"
Severino Di Giovanni: mi prójimo, mi distante. Hay
que tener primero la cabeza fría, moverse si trastabillar (y no
siempre es fácil) para mencionar y decir cosas que siempre están
más allá de las palabras. Para hablar, por ejemplo, de dar la muerte
al asesino impune, para ir más allá de los contenidos que la palabra
terrorismo evoca, para hablar de cosas de las cuales no es posible
hacerlo sin que mentemos a la muerte, como si al hablar de ella
fuera para invocarla y hacer que aparezca de nuevo entre nosotros.
Pero, ¿acaso la muerte ha desaparecido como amenaza que desde el
poder nos aterra?
Di Giovanni fue uno de los últimos justos justicieros. Actuó en
nombre no sólo de las ideas sino también del afecto apasionado.
Pero cuando la muerte actúa no podemos acompañarla, pasar no a la
palabra que la dice sino a los hechos que ella abre sin que el alma
misma del que sigue su camino y ejecuta sus gestos y sus actos abra
en uno mismo la dimensión de la muerte, sin que acunemos y gestemos
en nosotros mismos su gusano, y nos transforme, es cierto, en aquello
mismo que pretendemos comprender para situarnos. Pero para entender
el alma tierna y combatiente de un Severino Di Giovanni tenemos
que rozar un poco nosotros mismos la muerte. Abrir la dimensión
colosal y siniestra de la injusticia y del oprobio sobre los hombres
para entender que alguien quiera poner un límite, con la muerte
del impune, al desborde obsceno de la muerte. Di Giovanni vuelve
a abrir en nosotros interrogantes muy complejos y muy próximos.
Di Giovanni no es un hombre de la democracia ni siquiera formal,
sino un hombre profundamente marcado por el fascismo y el terror.
Actúa cuando Mussolini está en el poder destruyendo, apoyado por
el pueblo, a los mejores hombres de su patria. Actúa cuando Yrigoyen
avala el asesinato de obreros en la Patagonia y en las huelgas.
Luego es el momento del golpe militar: cuando el general Uriburu
da el primero de ellos. Una sociedad donde cientos de miles de inmigrantes
italianos vinieron huyendo de la miseria para caer en el oprobio
de un sistema de muerte y de ultraje. Con la persecución desatada
por el poder militar en la Argentina, brazo armado de todos los
privilegios, predominó el criterio de que el mejor anarquista es
el anarquista muerto: fueron casi todos ellos asesinados por nuestra
derecha fascista o partieron al exilio a combatir en España por
la República.
LA
VIOLENCIA
Bayer interroga en Di Giovanni "su creencia como
dogma en la violencia como único método racional de rebeldía". Es
necesario plantear, entonces, cinco premisas para entenderlo:
Primera premisa: No hay violencia en general: el crimen en abstracto
no existe, es sólo un concepto. Son hombres concretos, cada uno
con su nombre y apellido, quienes ejecutan el crimen. No hay violencia
de estructura solamente.
Segunda premisa: Hay violencia, pero también hay contra-violencia.
Está la violencia ofensiva y la violencia defensiva. Y la contra-violencia
defensiva tiene una cualidad diferente que la violencia ofensiva.
Tercera premisa: Habitualmente se cree que la violencia es la violencia
inmediata del asesinato directo por las armas. Pero no: la violencia
consiste en apoderarse, por la amenaza, de la voluntad de otro para
dominarlo en vida. Hay entonces dos muertes: la de los que siguen
vivos por temerla y someterse, y la de los que han sido muertos
por resistentes.
Cuarta premisa: El amor, que es mater-ialista, no nace de un Dios
abstracto o terrible, o de un padre que persigue; nace desde las
marcas maternas que animan la carne y la vida de una mujer amada.
Y desde allí, desde ese amor grande e infinito, se prolonga el anarquismo
político. "En el amor grande e infinito (por una mujer) está basado
el anarquismo mismo", escribe Di Giovanni.
LA GENEALOGIA Y LA LOGICA DE LOS MUERTOS ASESINADOS
Pero
también existe una quinta premisa: hay una genealogía que enlaza
el sentido de la vida con los que fueron muertos por la mano del
hombre. Así como hay un lazo con la vida de los otros hombres vivos,
hay un lazo profundo que nos une indisolublemente con los hombres
muertos por los asesinos. En esta premisa está presente esa responsabilidad
sagrada que penetra hasta los estratos más fecundos y vivos de la
vida misma. Tuvo que amar mucho a la vida y a los vivos para sentir
la necesidad de resurreccionar a los muertos de otro modo, laicamente.
Bajo una estampa de Cristo escribe Di Giovanni como su contracara:
"El símbolo de la víctima, como un fugaz recuerdo, será una visión
que nos engarzará al pasado, a nuestros muertos, y nos hará más
fuertes para el porvenir y para nuestros hijos. Como aurora rosada,
bella, pura, la Libertad surgirá en una mañana primaveral para besar
los labios de todos los sepultados vivos, de todos los mártires,
de todos los rebeldes. Y en ese beso infundirá a nuestros caídos
todas las bellezas, los purificará de todos los dolores, esparciendo
copiosamente los premios que debemos a los héroes de la lucha cotidiana".
LA NECESIDAD DE PONER UN LIMITE AL PODER ABSOLUTO
Un individuo es tanto más proclive a sentir la dimensión del oprobio
social, de la injusticia, de la impunidad y de la insidia criminal,
cuanto mayor sea la capacidad afectiva de amar (y de odiar por lo
tanto). Y tanto más esta insoportabilidad es grande cuando menor
es la capacidad de reacción de la gente que no siente, siente menos,
o está adormecida o aterrada. La necesidad de imponer un límite
al crimen aparece como una tensión insoportable de la cual depende
la coherencia sensible, afectiva y racional de la propia vida. Sólo
cuando se activa la dimensión más profunda y libre del afecto puede
un hombre poner toda su vida en defensa de lo justo. Dijimos: el
último de los justos. Mientras haya diez justos Dios no destruirá
a la ciudad impura y pecadora, se dice en la Biblia. Mientras haya
existido entre nosotros un Severino Di Giovanni, con su tragedia
intransferible, hay una esperanza en el mundo.
El movimiento anarquista
(2009) es un capítulo documental del programa El espejo
retrovisor, de la televisión pública argentina, dedicado
al análisis histórico del movimiento político anarquista
en Argentina. Participan O. Bayer, Christian Ferrer,
J.C. Pujalte, Dora Barrancos y Carlos Torres.
(¿Por qué conmueve tanto su vida, su pasión, su
entrega más allá del límite, hasta su sed de venganza? ¿Es mala
la venganza, acaso, cuando se trata de que el mal extremo no logre
vencer sin encontrar el límite y convertirse en absoluto? Pero acá
hay algo más que conmueve, el índice de lo más intolerable: que
la cobardía en la impunidad -que es lo más intolerable- pueda vivirse
sin riesgo: sin sentir siquiera lo que el otro siente cuando sufre.
Sentir lo que el asesinado sufriente sintió: hasta allí debe penetrar
lo que se llama comúnmente venganza: la sed devoradora de justicia
en el desierto desolado de la impunidad y del crimen, nos dice Di
Giovanni.)
Pero ¿quién hace justicia allí donde la justicia no existe? Es entonces
donde la responsabilidad de un hombre como Di Giovanni se agiganta
y se convierte en trágica. Asume en sí mismo lo imposible: es el
lugar humano que se consume en realizar por sí mismo lo que todos
los hombres colectivamente no hacen, muchedumbre de sometidos pasivos
que han delegado en la unidad de una vida, la suya, todo el peso
de la injusticia del mundo. Es entonces cuando Di Giovanni se reconoce
como el justiciero de lo impune: asume solo, para poder dar la cara
en la vida, la responsabilidad por los asesinados.
Si el poder absoluto nunca es realmente tal aunque lo parezca, es
porque hay siempre alguien que salva la esperanza para el mundo,
abre una fisura en lo que se pretende monolítico: muestra el carácter
relativo de todos los poderes sobre el hombre. Di Giovanni nos dice:
el terror no vence a la vida cuando la vida enfrenta a la muerte
para señalarle al terror mismo su límite. Sólo el contra-terror,
la contra-violencia indómita, que no se da por vencida, señala el
límite extremo del desafío, debía pensar Severino Di Giovanni: cuando
hay todavía alguien, aunque sea uno solo, que salvó contra todos
-pero para todos- el carácter relativo y pasajero del poder impune.
Y al hacerlo roza con su riesgo todos los fantasmas complacientes
y temidos de la imaginación de la buena gente. Y encuentra allí
la muerte.
Debemos agradecer al coraje de Osvaldo Bayer que un hombre sólido
como Severino Di Giovanni no se haya disuelto en el aire. Que su
fantasma se anime y se agigante desde su vida espectral, uno más
y se agregue a la lista de los que asedian la noche de los asesinos
insomnes.
"No se hace arte con mentira", le advirtió Osvaldo Bayer al director
de ‘La historia oficial’
El escritor Osvaldo Bayer acusó al director Luis Puenzo de haberle
comprado los derechos para llevar al cine su libro Severino Di Giovanni,
el idealista de la violencia, mediante un contrato que calificó
como "un ejemplo de lo leonino" y que le permitió adaptar la historia
a su gusto.
"Le dije que aceptaba pero que quería que se fuera fiel a la verdad
histórica y no se tergiversaran para nada los hechos documentados
en el libro. Por supuesto, hasta allí el señor Puenzo, pura sonrisa,
me dijo que justamente el libro le había apasionado y que por eso
lo iba a filmar respetándolo en todos sus alcances", explicó Bayer.
En carta enviada desde Berlín al diario Página/12,
motivada por una solicitada de la mujer de Di Giovanni en la que
América Scarfó manifestaba su indignación con Puenzo, el escritor
apuntó que firmó el contrato "en malas condiciones físicas" y "sin
leerlo", por su "costumbre de creer que un hombre de bien jamás
hace trampa".
"Por el contrato, le transfiero el libro para todo el mundo y a
perpetuidad y Puenzo podrá utilizar los contenidos del libro de
referencia sin limitación de ningún tipo, siendo dueño de todas
las decisiones incluyendo sin limitación alguna el tema, argumento,
situaciones, personajes, diálogos y trama según su propia y exclusiva
decisión", indicó el escritor.
Tras comparar al contrato con "aquellos papeles que les hacían firmar
a los trabajadores de la lana en la Patagonia del '20", Bayer se
quejó de que, por el contrato, su libro pasó a ser propiedad de
Puenzo y le advirtió al realizador que "no se hace arte con mentira",
además de pedirle a los actores "que proyectan actuar en este engendro,
que piensen que los protagonistas ya no pueden defenderse".
"En Hollywood, este contrato pasará a la historia de lo leonino.
Más, servirá para definir lo que quiere decir esta palabra. Alguna
vez encontrará su lugar en el museo del cine. Nada es gratuito",
apuntó.
Bayer subrayó que, desde el punto de vista histórico, el guión de
Puenzo "es una siembra y una cosecha de lugares comunes no para
asustar al burgués sino para divertir al burgués".
"La ignorancia es tal que el guión sostiene que durante el gobierno
radical de Yrigoyen se torturaba a los presos políticos con la picana
eléctrica", concluye el escritor, quien puntualizó que, en realidad,
"todo eso perteneció al período de la dictadura de Uriburu". Bayer
termina su carta pidiéndole a Puenzo que le devuelva el libro. [2000]
A las 5 de la madrugada del domingo 1° de febrero
de 1931, en un patio de la penitenciaria nacional de la avenida
Las Heras resonaba un grito: ¡Eviva l'anarchía!, y luego una descarga
cerrada. Acababa de ser fusilado Severino Di Giovanni y se cumplía
así la condena del tribunal militar.
Buenos Aires había vivido 48 horas verdaderamente expectantes y
tensas. Las sextas ediciones de los diarios del 30 de enero de 1931
habían traído a grandes titulares una noticia sensacional: la policia
había capturado al temible agitador anarquista Severino Di Giovanni.
El hombre que durante cinco años había brindado todos los días mateial
para la crónica policial. Todos los asaltos importantes, todos
los atentados con bombas, todos -sin excepción- eran achacados al
rubio italiano nacido el 17 de marzo de 1901 en Chieti, en la región
de los Abruzos, a 180 kilómetros al este de Roma. Pero era inhallable.
La policía sospechaba que estaba en Buenos Aires a pesar de que
el general José F. Uriburu (1868-1932) -a la sazón presidente de
facto- había establecido la pena de muerte tras el golpe militar
que lo llevó al poder el 6 de septiembre de 1930, declarando "he
venido a limpiar este país de gringos y gallegos anarquistas".
Ese constante machacar de la prensa escrita haciendo aparecer su
nombre día tras día en la crónica roja, había hecho de Di Giovanni
la imagen del mal, del pistolero sanguinario, sin escrúpulos, del
lujoso gángster que usaba camisas de seda y los dedos cargados de
anillos. Eran, en realidad, armas psicológicas que usaba la policía
porque ya no tenía otras. La prensa todos los días ridiculizaba
a la organización policial que no lograba dar con el anarquista.
Hasta en las historietas, los dibujantes se mofaban de ella por
su impotencia.
La historia de Severino Di Giovanni cuenta que era un joven maestro
italiano de ideas libertarias, a quien el dictador Benito Mussolini
(1883-1945) dejó cesante primero, encarceló después y finalmente
expulsó de Italia. Como tantos otros antifascistas italianos, Di
Giovanni y su familia -esposa y cuatro hijos- encontraron refugio
en la Argentina. Pero él no se integró a nuestro medio sino que
siguió siendo, ante todo, un italiano que quería volver a su patria
por cualquier medio para derrotar al régimen fascista. Como buen
anarquista que era, no aceptó formar parte del comité antifascista
italiano en la Argentina -formado por liberales, socialistas y comunistas-
porque pensaba que cualquiera de esas tres tendencias eran iguales
al fascismo.
Aquí,
en la Argentina, trabajó de tipógrafo y linotipista y comenzó a
editar en italiano el diario "Culmine" a partir de agosto de 1925.
Su primera entrada policial se originó cuando organizó un tremendo
escándalo en el Teatro Colón, en oportunidad de la función de gala
en homenaje al rey Vittorio Emanuele III (1869-1947), a la que asistían
también el presidente Marcelo T. de Alvear (1868-1942) y el embajador
italiano. En medio de la función se oyó el estridente grito de ¡muera
el fascismo! seguido de una lluvia de volantes sobre el distinguido
público de la platea. Se originó entonces una batalla campal contra
Di Giovanni y el grupo anarquista que lo acompañaba. Los revoltosos
recibieron un severo castigo y fueron detenidos. Allí quedó registrado
Severino Di Giovanni, quien, al preguntársele por su ideología,
contestó a la policía sin problemas: "soy anarquista".
Desde ese día comenzó un ciclo increíble de violencia. Di Giovanni
participó en primera línea en los actos en solidaridad por el arresto
y homicidio de Nicola Sacco (1891-1927) y
Bartolomeo Vanzetti (1888-1927), los dos anarquistas italianos
condenados a muerte en Estados Unidos. Los atentados con bombas
contra empresas y oficinas norteamericanas se sucedieron día tras
día. En las asambleas anarquistas, Di Giovanni proponía una y otra
vez desatar una verdadera guerra en la ciudad. Además, para contar
con los medios suficientes, comenzó con los asaltos a bancos, los
que resultaron ser espectaculares, típicos de la década del veinte,
con automóviles corriendo a toda velocidad y persecuciones a los
balazos. También recurrió a la falsificación de dinero "para terminar
con el Estado", ya que la lucha de los anarquistas no era para apoderarse
del poder sino para eliminarlo, pretendiendo así que no hubiera
nunca más alguien que mande y otro que obedezca.
Al mismo tiempo que editaba periódicos e intervenía en los grupos
de agitación huelguística, comenzó a publicar las obras completas
de Elisée Reclus (1830-1905), el geógrafo y pensador anarquista
francés miembro de la Primera Internacional. Por supuesto, sus actividades
chocaban con el sector moderado del anarquismo argentino que editaba
"La Protesta", por lo que se produjo una lucha intestina que costó
la vida al director del periódico, el español Emilio López Arango
(1894-1929). Los partidarios de "La Protesta" acusaron siempre a
Di Giovanni de ser el autor de esa muerte.
En la tarde del 30 de enero de 1931, Di Giovanni
-vestido con traje negro y sombrero de anchas alas- fue sorprendido
a la salida de una imprenta, en la esquina de Callao y Sarmiento.
Luego de una cinematográfica huida por las calles y los techos del
centro porteño en la que la policía realizó unos cien disparos,
asesinó una niña e hirió a varios transeúntes, fue atrapado herido
en un garaje después de haber alcanzado a disparar cinco veces,
para luego ser juzgado por un tribunal del Ejército y condenado
a muerte. La alta sociedad se regocijó: al fin había caído ese insolente
revolucionario. Para el juicio, el ejército designó al teniente
primero Franco como su defensor. Cuando se entrevistó con Di Giovanni,
éste le aclaró que como buen cristiano no pensaba mentir: "Jugué
y perdí, como buen perdedor pago con la vida" le dijo. El teniente,
impresionado por su valor, en su alegato planteó la incompetencia
del tribunal militar para juzgar a un civil detenido, apeló al principio
cristiano contra la pena de muerte, estableció que Di Giovanni había
actuado en defensa propia y que había sido emboscado sin una declaración
judicial. El tribunal enrojeció de furia contra el teniente Franco,
quien más tarde fue envenenado en una cena de camaradería. Severino
Di Giovanni y Paulino Scarfó- que había sido detenido junto a aquél-,
fueron salvajemente torturados: con tenazas les aplastaron los testículos,
les retorcieron la lengua y los quemaron con cigarrillos.
El fusilamiento fue todo un espectáculo al que concurrieron generales,
funcionarios y los más encumbrados personajes del Buenos Aires de
entonces, mientras una muchedumbre se agolpaba en las puertas de
la prisión para escuchar las descargas del fusilamiento, como si
fuera una función teatral. Severino Di Giovanni supo morir como
había vivido. Sentado contra un paredón en el sector de la cárcel
que daba a la esquina de Coronel Díaz y Las Heras (Chavango en aquella
época), no quiso que le vendaran los ojos ni que lo ayudaran a caminar,
a pesar de estar casi imposibilitado de hacerlo por las cadenas
que le habían atado a los pies. Luego de lanzar su grito ideológico,
recibió una descarga de ocho disparos. Un poco de humo que salía
de su pecho marcó el sitio de los impactos. Su cara se contrajo
en una mueca violenta de dolor. Una reacción muscular lo hizo levantarse
un poco del banquillo para caer luego pesadamente hacia el costado
izquierdo. El respaldo del banquillo saltó hecho astillas. Un gran
charco de sangre inundó el asiento cayendo al suelo. Finalmente,
un oficial le pegó el clásico tiro de gracia en la cabeza. Un día
después, moría fusilado en el mismo lugar el joven anarquista Paulino
Scarfó, quien lanzó el mismo grito de Severino, pero en castellano:
¡Viva la anarquía!
Los restos de Severino Di Giovanni reposan actualmente en el Cementerio
de la Chacarita.