Adolfo Saldías
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Adolfo Saldías y "el lodazal sangriento de la prensa argentina"
| Adolfo Saldías, por Pensamiento Nacional
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Adolfo
Saldías y "el lodazal sangriento de la prensa argentina"
Por Roberto Bardini *
Ya se dijo que aunque la historia nunca se repite, quizás sea cierto
que a veces reitera como farsa lo que antes fue tragedia. Por eso, en
algunos momentos conviene recordar un pasado que cotidianamente se reestrena,
cuando el enfrentamiento entre unitarios y federales de ayer parece
prolongarse entre liberales y nacionales de hoy.
El caso del abogado, político e historiador Adolfo Saldías, fallecido
en Bolivia el 17 de octubre de 1914, a los 65 años, y considerado como
iniciador del revisionismo histórico argentino, es elocuente. Fue liberal,
admirador de Bartolomé Mitre –a quien consideraba un maestro– y uno
de los fundadores de la Unión Cívica Radical en 1891. Sin embargo, hoy
es –siempre fue– ignorado por la Academia Nacional de Historia, la prensa
de efemérides, las generaciones jóvenes e, incluso, la gran mayoría
de radicales contemporáneos.
En Argentina siempre hubo motivos para justificar silenciamientos, rendiciones,
omisiones, ejecuciones y desapariciones. En el caso de Saldías, su falta
grave fue escribir tres tomos de Historia de Rosas y su época, publicados
de 1881 a 1887, que se transformaron en cinco volúmenes titulados Historia
de la Confederación Argentina en 1892. Con abundante documentación de
la época, ofrece una imagen del Restaurador y sus adversarios muy distinta
a las versiones unitarias que circulaban hasta entonces y que aún persisten.
La minuciosa y honesta obra de este escritor liberal fue el equivalente
a un crimen de lesa patria. José María Rosa lo resume en el ensayo “Adolfo
Saldías y la génesis de la Historia de la Confederación Argentina”,
publicado en 1960:
“Después llegaría el silencio. Los diarios cobraron una repentina afonía,
los críticos enmudecieron, los escritores callaron […]. Nadie hablaba,
nadie escribía, nadie comentaba el libro que él creyera iba a conmover
a la Argentina. No había ataques ni elogios. […] Nadie comentaba en
público el Rosas, pero desaparecía de los anaqueles. Al año de ponerse
a la venta el tercer tomo, ya no quedaba un solo ejemplar. ¿Éxito genuino
o maniobra de algunos para hacerlo desaparecer? Por consejo de Irigoyen
lo volvió a editar, cambiándole el nombre: ahora se llamaría Historia
de la Confederación Argentina. La palabra ‘Rosas’ era todavía demasiado
fuerte para un libro argentino de historia”.
Para los cenáculos liberales –que más de un siglo después aún mantienen
bajo secuestro a la historia, la educación, la cultura y los medios
de comunicación– Saldías continúa siendo un “maldito”, uno más entre
tantos otros condenados por el index unitariensis.
Hoy, cuando ha estallado la controversia entre periodismo “militante”
versus periodismo “independiente”, Saldías adquiere una vigorosa actualidad.
Su descripción de la época de Rosas puede aplicarse al cotidiano campo
de batalla en el que se miden sin tregua una militancia oficialista
acrítica, que abarca los errores, y una enceguecida oposición a todo,
que incluye los aciertos.
El historiador menciona “el lodazal sangriento en que se revolcaba en
1843 la prensa argentina de Buenos Aires y Montevideo” y lo describe
con estas palabras: “Nunca como entonces se dio mayor publicidad a hechos
más bochornosos para un país. Nunca se llevó más allá la diatriba y
el insulto en la polémica. Nunca se exageró más las manifestaciones
del odio político, en fuerza de la inaudita vanagloria de convencer
a los extraños, cuya alianza se buscaba, de que había en la República
Argentina una raza de caníbales”. Parecen líneas redactadas hoy.
Cuando se refiere al periodista José Rivera Indarte (1814-1845), autor
de las Tablas de sangre y santo patrono de la prensa “independiente”,
lo define como un “incansable propagandista de los odios que desgarraron
su patria”, que vivía un “estado de combatividad sangrienta” y un “apostolado
de difamación”.
Y hay una conclusión de Saldías sobre este calumniador profesional que
se puede aplicar, con o sin copyright, a varios comunicadores actuales
de la prensa escrita, la radio y la televisión: “De todos sus trabajos
no se extrae una sola idea para el porvenir de su patria”.
* Periodista, escritor y docente, ver info en
Wikipedia. La presente es la tercera de
una serie de tres notas sobre periodismo
y medios de información]

Adolfo
Saldías
Por Pensamiento Nacional
Adolfo Saldias es considerado por los
historiadores como el primer "revisionista histórico" de la República
Argentina.
Nacido en Buenos Aires en 1850, pertenecía
a la llamada generación del 80; caballeresca y culta hermandad de firmes
convicciones liberales y convencimiento absoluto en los destinos ascendentes
de la Argentina - Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle, Lucio López,
Joaquín González, Eugenio Cambaceres - consagrados a la política, al
foro, a las letras, y a veces a la historia. Advenidos tras los rezagos
románticos de Caseros - Mitre, Adolfo Alsina, Vicente Fidel López -,
educados en las escuelas de Sarmiento y en la Universidad de Juan María
Gutiérrez, los jóvenes del 80 tenían la gran responsabilidad de constituir
la primera promoción del liberalismo triunfante en 1852.
Saldías estudió derecho en la Universidad de la calle del Perú, donde
el colombiano Florentino González dictaba Constitucional y don Manuel
de Zavaleta, Economía Política. "Constitucional" era la exégesis de
las declaraciones, derechos y garantías del sagrado estatuto del 53
- en cuyo códice original estaba la firma del Rector Gutiérrez -, y
"Economía Política" el postulado del dejar hacer liberal dentro del
estado-gendarme ideal. En frases de trabajada retórica, tan grata al
gusto de la época, explicaban los maestros sus lecciones sin advertir
- sin que la miopía general pudiera advertirlo - que ese "dejar hacer"
de los textos europeos consolidaba el dominio económico de las empresas
extranjeras, y esas garantías individuales eran aplicadas exclusivamente
por la respetada Suprema Corte - donde distribuían justicia Salvador
María del Carril y José Benjamín Gorostiaga, constituyentes del 53 -
cuando las empresas foráneas no querían pagar los impuestos nativos.
Ya la Argentina del 80 había dejado de ser de los argentinos, pero los
jóvenes egresados de la Universidad no podían saberlo. El dominio extranjero
penetró sutilmente, y antes de llegar al campo material se había apoderado
del espiritual. Las cosas concretas - patria, pueblo, justicia - se
expresaban en sus mentes atiborradas de retórica por generosas abstracciones:
Libertad, Humanidad, Civilización. Creían habitar un país "en marcha
continua hacia los grandes destinos que se diseñan en el horizonte"
como recitaban los discursos del Rector en los aniversarios cívicos.
No podían advertir que las frases y símbolos tapaban una pobre realidad
sin patria, ni pueblo, ni justicia. Si atinaron a comprender más tarde
la tragedia de la Argentina, ya habían llegado las responsabilidades
de la edad madura y callaron con prudencia para no abdicar una posición
económica, una situación política o un rango social imprescindibles:
fueron gobernantes, periodistas, jueces y abogados del capital foráneo,
y llegados a las cátedras repetirían, sin convicción, las frases aprendidas
de sus maestros.
2 - La Argentina del 80.
La Argentina, la Argentina visible y
audible que era "todo el país" en el pensamiento de los contertulios
del Club del Progreso y en las gacetillas y editoriales de los diarios
políticos o independientes, era una parte cuantitativamente reducida
de quienes habitaban la República. Eran tan sólo una clase de la sociedad;
pero que pensaban y sentían como si fuera la sociedad entera. Sus integrantes
se repartían exclusivamente los cargos públicos en un juego electoral
de oficialistas y opositores de salón - alsinistas y mitristas - alternativa
o conjuntamente partícipes del poder. A veces se daba colorido a esta
oposición con la muerte de algunos chinos arrastrados por lealtad criolla
a los combates de los atrios electorales o de los cantones revolucionarios;
pero enseguida llegaba el "acuerdo" o la "conciliación", y Mitre y Alsina
se daban un abrazo histórico y distribuían fraternalmente las posiciones
públicas. De esa única clase salían también los abogados de los bancos
extranjeros que regulaban el crédito y daban valor al peso, o los asesores
de las grandes empresas con directorios en Londres que se iban quedando
con los ferrocarriles fiscales, los saladeros y aún las estancias. Para
lectores de esa clase única se editaban los diarios de la época ayudados
con los avisos y suscripciones de los bancos y las empresas. O se escribían
poemas "nativos" donde gauchos del Bragado narraban óperas de Gounod.
Era una clase y no una casta. Abierta a quienes compartieran la convicción
de ser "todo el país", y sirvieran lealmente los ideales generosos de
la Libertad, no excluía a nadie por razón de nacimiento ni posición
económica. La unidad la hacía la conciencia, y de manera alguna la sangre
(repudiada en una República) o el dinero: aunque mansamente la derrota
("el que gana su comida / güeno es que en silencio coma") o medrar con
la protección de los poderosos en esa Argentina que ya no era de ellos
("hacete amigo del juez / no le des de que quejarse / y cuando él quiere
enojarse / vos te debés encoger").
El pueblo criollo, reducido a los Vizcachas acomodados o los Picardías
malandrines, ya no contó en la sociedad. La libertad de comercio del
53 trajo la invasión de manufacturas inglesas que significó el cierre
de los talleres artesanales protegidos hasta entonces por la política
aduanera de Rosas; los carreteros y troperos quedaron eliminados o poco
menos por la competencia desigual del ferrocarril; desaparecieron ¡milagros
del crédito hipotecario y la usura rural! Las "suertes" de pequeñas
propiedades de los tiempos de Rosas, como también el régimen de aparcería
de los arrendamientos pastoriles. Y poco a poco los rezagos de la población
criolla, los nietos de los forjadores de la Conquista, los hijos de
los héroes de la Independencia, los bravos de la Restauración, se refugiaron
a malvivir en el ocio de las orillas de las ciudades como una masa extranjera
en la tierra que había sido de sus mayores. Allí - repito palabras de
Scalabrini Ortiz - "con frases capciosas sus virtudes fueron tergiversadas
en vicios; su valor en compadrada; su estoicismo en insensibilidad;
su altivez en cerrilidad". Ya no fueron un problema político: solamente
de policía y de cárceles.
Cumplíase el ideal de Caseros: una Argentina
donde una clase "educada y racional" fuera todo el país. No quedaban
masas populares con sus absurdas reivindicaciones, temibles montoneras
o incómodos caudillos. Lo quisieron, invocando a la Constitución triunfante,
los intelectuales del 52: Alberdi lo había enseñado en sus Bases ("Hemos
de componer la población para el sistema de gobierno, no el sistema
de gobierno para la población... necesitamos cambiar nuestras gentes
incapaces para la libertad"), y Sarmiento advertido en sus sinceros
- y hoy olvidados con prudencia - Comentarios a la Constitución ("Son
las clases educadas las que necesitan una constitución que asegure sus
libertades de acción y de pensamiento. Una constitución no es para todos
los hombres: la constitución de las clases populares son las leyes ordinarias,
los jueces que las aplican y la policía de seguridad.")
4. - Los gringos.
Pero una sociedad no puede vivir sin una clase laboriosa: sin brazos
que levanten las cosechas, manos que salen la carne, ojos que vigilen
las máquinas, músculos que muevan las fraguas. Era necesario una masa
popular - como para los patricios de Roma cuando la retirada al Monte
Sacro - que cumpliera las funciones inferiores pero imprescindibles
de la convivencia humana.
Llegaron entonces los "gringos".
La Argentina de Caseros, "para realizar la República ciertamente", había
llamado a los anglosajones por la pluma del perdí de las Bases: si "la
libertad era una máquina que como el vapor requiere maquinistas ingleses",
el gobernar es poblar exigía una repoblación con "las razas viriles
del norte de Europa", después de la previa e imprescindible despoblación
de criollos "incapaces de libertad".
Pero el gran tucumano resultó un gran ingenuo. No vinieron "los obreros
ingleses que trabajan, consumen, viven digna y confortablemente" a hacer
una república anglosajona apta para el funcionamiento correcto de las
instituciones políticas adoptadas. Ni siquiera con la promesa de consentirles
"hasta el encanto de nuestras hermosas y amables mujeres" que serían
mejor fecundadas por ellos que por nosotros. La inmigración sajona en
masa, soñada por los hombres del 53 no se produjo y vinieron tan sólo
gerentes y técnicos. Las instituciones políticas sajonas, establecidas
para recibirlos, quedaron en el aire.
En cambio aprovechó las franquicias, y se coló sin invitación por los
puertos de Buenos Aires y Rosario una muchedumbre famélica y laboriosa
de napolitanos y gallegos. Ante el estupor racista de Alberdi que clamaba
en 1871 contra la tergiversación del gobernar es poblar ("poblar es
apestar, corromper, embrutecer cuando se puebla con las emigraciones
de la Europa atrasada" bramaba en Peregrinación de Luz del Día.) Pero
si no eran los hombres "viriles del norte" llamados para desalojar a
los argentinos de la República constitucional, estos meridionales -
sin conciencia de formar un pueblo, sin aspiraciones de ocupar un sitio
en la política, sin jefes que pudieran inflamarlos y conducirlos -,
cumplirían en cambio admirablemente las funciones proletarias en una
Argentina necesitada de trabajadores que fueran solamente trabajadores,
sin más preocupación que ganarse el jornal, laborando en silencio y
agradecimiento. No podían servir para eso los Picardías ventajeros,
ni los Vizcachas aprovechadores del remanente criollo.
Tal era la fisonomía social de la Argentina del 80. No puede llamársela
una nación, porque le faltaban conciencia, cultura y pueblo nacionales.
Era una colonia. Una colonia próspera y feliz, con la prosperidad de
los imprevisores y la felicidad de quienes ignoran. Una colonia menos
independiente y personal, pero muchísimo menos, que la española anterior
a 1810. Con dueños de ultramar más poderosos e invisibles, "clase principal"
más desarraigada del suelo y complaciente con los dominadores; sin gauderios,
orilleros o menestrales que formaran en los alardes o reseñas de las
milicias comunales o acudieran a la plaza al llamado del Caudillo si
"la patria estaba en peligro"; con nativos reducidos al ocio en reducciones
y encomiendas más miserables que las indígenas del siglo XVIII. Y donde
una multitud de esclavos blancos, tan bozales como los africanos y más
ausentes de la sociedad que ellos, cumplía con maña y tesón y sin dar
preocupaciones, su papel de clase inferior y laboriosa.
Una colonia para una o dos generaciones, pues nacerían los hijos de
los gringos y... pero es otro capítulo que no pertenece a la descripción
de la confiada sociedad porteña del 80, donde el joven abogado Adolfo
Saldías se iniciaba con ardiente fe liberal, en la profesión, el periodismo,
la política y las letras.
5. - La enseñanza de la historia.
El gran instrumento para quitar la conciencia
nacional de los argentinos y hacer de la Patria de la Independencia
y la Restauración la colonia adiposa y materialista del 80, había sido
la falsificación consciente y deliberada de la Historia.
No bastaba con la caída de Rosas, ni con las masacres de Pavón. Era
necesario, imprescindible, dotar a la nueva Argentina de una idea de
patria que no fuera la tierra, los hombres, la tradición, o alguna de
esas cosas que dan a toda patria su fisonomía particular y constituyen
su razón de ser. Se enseñó que la Argentina eran las "instituciones"
(las instituciones copiadas), la libertad, la civilización, o cualquier
abstracción universal. Los argentinos tendrían al "amor a la libertad"
(libertad para pocos) como el fundamento único de la argentinidad. Quienes
fueran enemigos de esa "libertad" - si llegaba a ocurrir el absurdo
- serían infames traidores a la patria, como lo decía la constitución,
y merecedores de los cuatro clásicos tiros por la espalda.
Pero la historia mostraba otra cosa.
Era el relato del nacimiento, formación y defensa de una nacionalidad:
había en ella hálito de pueblo, traiciones de oligarquías, coraje de
grandes caudillos, gestos de auténticos patriotas, que no se avenía
con el liberalismo triunfante en Caseros. Por eso la preocupación primera
de los hombres de Caseros, aun antes de pensar en la Constitución para
copiar y en los hombres para poblar, fue la falsificación de la historia.
La historia es la conciencia de los pueblos, y una nueva conciencia
estabilizaría el triunfo eventual de la oligarquía y haría innecesarias
más medidas de represión. Dotar a la Argentina de una historia "arreglada"
(la palabra es de Alberdi), de "mentiras a designio"; (la frase es de
Sarmiento) que se interpusieran como una muralla china entre los argentinos
y su pasado.
Se amañó la historia en consecuencia. Se adaptó (como en toda América)
la leyenda negra de la conquista española, preparada por los enemigos
de España, como si fuera el Evangelio mismo: Juan María Gutiérrez habló
en sus libros de los crueles conquistadores y lujuriosos frailes que
España nos enviara para nuestro mal a poco del descubrimiento casual
de Colón. Se mostró a la Revolución de Mayo como un complot de doctores
ansiosos de libertad de comercio y libertad individual; para llevar
sus beneficios había ido Belgrano al Paraguay y al Alto Perú y San Martín
a Chile y al Perú. No había amor a la tierra y a las tradiciones, no
había eclosión turbulenta y magnífica de un pueblo, no había jefes populares
ni defensa de la independencia por la independencia misma. Todo pasaba
en una sola clase social: todo por móviles extranacionales. Don Bernardino
Rivadavia, de vinculaciones sospechosas con empresas británicas, que
gobernara de espaldas a la realidad, dislocase en cuatro porciones insoldables
el antiguo virreinato, e hiciera dictar una constitución donde no votaban
los jornaleros ni peones (unánimemente rechazada por el país entero)
fue tenido por "el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos".
El amaño fue relativamente fácil hasta allí. Pues la "leyenda negra"
había sido confeccionada en Inglaterra y Estados Unidos sirviéndose
de auténticos materiales españoles, inteligentemente dispuestos e interpretados;
y la concepción oligárquica y extranjerizante de la Revolución existió
realmente, sino en los hombres de 1810, por lo menos en los mayos de
1838 con Echeverría a su frente.
Era cuestión entonces de ocultar simplemente la existencia de un pueblo
o negarlo como "montonera" cuando irrumpió en el año 20, y expulsar
de la nacionalidad como anarquistas a los jefes populares con Artigas
a la cabeza. San Martín y Belgrano no serían presentados como hombres
de pensamiento político definido, ni expuestas sus opiniones sobre las
cosas y los hombres de la tierra, sino como héroes de alto, pero único,
valor militar.

Adolfo Saldías - Páginas Históricas
de la Historia de la Confederación Argentina (1894).
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Con esos materiales se podía fabricar
la "historia" de la primera década independiente, y tal vez avanzar
en la segunda hasta el fracaso de Rivadavia en 1827 "por las ambiciones
y barbarie de los caudillos". Fue lo que hicieron - con abundantes pruebas
documentales -aquél, y una fértil y poderosa imaginación éste - el general
Mitre y el doctor Vicente Fidel López. Aquél en su Historia de Belgrano
y la independencia Argentina que llegaba a la muerte del héroe epónimo
en 1820; y éste en su Historia de la República Argentina con el alcance
hasta 1828.
No se podía avanzar más allá. Porque
más allá estaba Rosas. Y la época de Rosas era un problema muy serio.
En ella surgía, sin tergiversaciones posibles, un pueblo imponiéndose
a una oligarquía, una nacionalidad enfrentando y dominando las fuerzas
poderosas de ultramar, un Jefe de extraordinarias condiciones políticas
e invulnerable honradez administrativa. No se podía tergiversar la historia
de los tiempos de Rosas (como se había hecho con Artigas, por ejemplo)
porque había cosas que no admitían tergiversación: no se podía negar
la unidad nacional del Pacto Federal, la constitución de la Confederación
Argentina, el entusiasmo y participación populares y sobre todo la defensa
de la soberanía contra Inglaterra y Francia; no se podían separar tampoco
los "ejércitos libertadores" ni las "asociaciones de Mayo" de esas agresiones
extranjeras y sus fondos de reptiles, ni ocultar al cañón de Obligado,
ni a la victoria definitiva de los tratados de Southern y Lepredour.
Ni el hecho de que Rosas fuese vencido por Brasil al adquirirle el general
(y con el general el ejército) encargado de llevar en 1851 la guerra
al Imperio enemigo.
No. A la época de Rosas no se podía estudiarla. Era necesario negarla
en bloque; condenarla sin juicio previo: tiranía y nada más.
El problema se presentó a los legisladores porteños en 1858 al dictar
la ley que declaraba a Rosas reo de lesa Patria. No lo hicieron porque
así lo sintieran. Lo hicieron con la esperanza de que un fallo solemne
impidiera una posterior investigación de carácter histórico por el argumento
curial de la cosa juzgada. Lo dijo el diputado Emilio Agrelo ("No podemos
dejar el juicio de Rosas a la historia ¿ qué dirán las generaciones
venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿ Que el general
San Martín le hizo donación de su espada? ¿ Que grandes y poderosas
naciones se inclinaron ante su voluntad? No, señores diputados. Debemos
condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales que nadie quiera intentar
mañana su defensa"). Absurdo, pero así fue.
Para la enseñanza escolar o secundaria bastaba rellenar los años posteriores
a 1829 con los cargos contra Rosas de los escritores unitarios al servicio
de los interventores europeos. Pues como Aberdeen, Guizot y Thiers necesitaran
presentar su empresa colonial como una cruzada de la Civilización contra
la Barbarie (como se presentan en todos los tiempos, todas las empresas
coloniales de todos los imperialismos), existía una abundante literatura
de horrores cometidos por Rosas, que iban desde el incesto con su hija
a la venta de cabezas de unitarios como duraznos por las calles de Buenos
Aires, pasando por rostros adobados con vinagre y orejas ensartadas
en alambres que adornaban su salón de Palermo.
La presentación del monstruo, que tanto había impresionado a la clientela
burguesa de Le constitutionelle de Thiers, hasta arrancarle un apoyo
a las intervenciones que llevarían la civilización a los sauvuges sudamericains
(no ocurrió lo mismo en Inglaterra, pese al Manchester Guardian y a
los discursos de Peel, tal vez por el mayor sentido común de los británicos)
serviría ahora para adoctrinar a los niños argentinos en el horror al
"tirano" y el repudio a sus "secuaces". Todo lo que pudo servir contra
Rosas (Tablas de Sangre, novelas como Amalia, poesías condenatorias;
alegatos de resentidos, chismes de comadres) fue vertido en dosis educativas
en los libros de texto como definición de la "tiranía". Contra ella
los auxilares del imperialismo lucharon veinte años con patriótico desinterés,
pues el Catecismo de la Nueva Argentina presentaba un gran demonio rojo
- Rosas - perseguido sin tregua por unos ángeles celestes. Finalmente
el Bien se imponía sobre el Mal como debe ocurrir en todos los relates
morales.

Causa criminal y sentencia de muerte contra Rosas (1908).
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En la Universidad el cuadro se modificaba. Rosas seguía siendo el monstruo
y sus enemigos los hombres de bien. Pero el gran crimen del "tirano"
había sido postergar con argumentos fútiles por veinte años la ansiada
constitución - objeto exclusivo de la revolución de Mayo - hasta caer
por uno de sus tenientes (Urquiza) convertido oportunamente al constitucionalismo
y la libertad. Llegó entonces la Constitución de 1853; pero como Urquiza
tenía resabios federales debió esperarse hasta su derrota en Pavón para
que los goces de la libertad se extendieran por toda la Argentina. El
12 de octubre de 1862, con la asunción de la presidencia por Mitre,
se detenía "la historia". Más allá no había nada importante (fuera del
corto epílogo del Paraguay para abatir a otro "tirano" monstruoso en
beneficio de su pueblo oprimido) y solamente se registraba una galería
de presidentes con fecha de su ingreso y egreso y alguna frase final
sobre "los grandes destinos". Era cierto, ciertísimo que más allá de
Caseros no había historia: las colonias felices, como las mujeres honestas,
carecen de historia.
6. - El funeral por las víctimas de la tiranía. (24 de abril de 1877)
En esa Argentina fácil por fraguada y optimista por ignorancia, empezó
a actuar el joven Saldías, egresado de la Facultad de Derecho de Buenos
Aires en 1874.
Su pensamiento era ardorosamente liberal (¿cómo si no?). Quizá más que
el de sus compañeros, porque era sensible y emotivo. Tenía una profunda
fe liberal y un celeste horror por las tiranías y especialmente por
"la tiranía". Creía en los "individuos" en Ciencia Política y en los
"consumidores" en Ciencia Económica: la libertad individual era la finalidad
de todas las buenas constituciones, y la libertad de comercio el objeto
de toda política material inteligente. No comprendía cómo algunos reaccionarios
y atrasados pudieran ponerlo en duda, y se lo explicaba por afán de
poder ú especulación egoísta. Amaba a la patria y estaba dispuesto a
dar la vida por ella, ; una patria de banderas, himnos, escarapelas,
firmemente limitada por los colores de los mapas. Amaba también las
bellas letras, sobre todo las clásicas que lo embelesaban. Y creía amar
al pueblo - se definía sinceramente como demócrata - porque respetaba
todas las opiniones vertidas en el Club del Progreso.
Algunos parientes y viejos amigos de Buenos Aires contrataron un funeral
piadoso en la iglesia de San Ignacio para el 24 de abril. Y aquí fue
la indignación de todos: no había derecho a "ofender" a Buenos Aires
con un funeral por el "tirano". Los tiranos no merecían ni siquiera
piedad, ni siquiera podía permitirse que otros tuvieran piedad. Los
amigos y familiares de Rosas harían mejor en ocultar esos lazos de afecto
o de sangre que no los honraban.
Bramó Tribuna de los Varela: "Ese funeral sería la tumba de nuestra
dignidad y la carta de ciudadanía para todo tirano que encuentre llegado
el momento", y amenaza con "invadir las naves de San Ignacio y arrojar
por tierra el túmulo que se erija como justificativo de lo injustificable:
¡la bárbara tiranía!". El muy católico José Manuel Estrada exhortó a
sus alumnos del Colegio Nacional, inmediato a San Ignacio: "¡Demos gracias
al Cielo porque sabemos execrar a Rosas!... Se ha hundido en la eternidad.
¿ Perdón? ¡¡No!! La caridad cristiana perdona al que se justifica en
el arrepentimiento y el dolor, y Rosas no lo ha hecho. Las generaciones
argentinas maldecirán perdurablemente sus obras y su tumba."
El gobierno prohíbe el funeral "para mantener incólumes y puros los
sentimientos de amor a la libertad y de odio a los tiranos". No basta:
Es necesario desagraviar a Buenos Aires por la torpe intentona. Y el
mismo 24 de abril en que debieron rezar los familiares por el alma de
Rosas, numerosas personalidades de la política, el foro y la sociedad
porteña invitan a un imponente funeral "por las víctimas de la tiranía
de Rosas" en la Catedral. Adhiere el gobierno nacional (Avellaneda y
Alsina), que dispone la bandera a media asta y la presencia de los regimientos
de línea; adhiere el gobierno provincial (Casares, Quesada y Varela)
que ordena la concurrencia de los empleados públicos a la "solemne ceremonia"
y el desfile del batallón de la provincia. En la Catedral, Mitre y Alsina
necesitados de una "conciliación" se dan un abrazo histórico hermanados
en el horror al "tirano" y la piedad por sus víctimas. Se vive una jornada
emocionante de civismo liberal.
Ajeno a su destino, Adolfo Saldías firmaba la invitación a la ceremonia
de "execración al tirano".
7. - El "Belgrano" de Mitre y la "Historia" de López.
Al año siguiente - 1878 - Saldías publica su primer libro Ensayo sobre
la historia de la Constitución Argentina, revista de los códigos políticos
ensayados hasta 1853. No entraba, naturalmente, en los tiempos de Rosas,
porque el "tirano" no tuvo constitución escrita ni intentó tenerla (no
sabía aún que llamó cuadernitos a las constituciones copiadas), y esa
ausencia le hacía repetir la frase habitual sobre "la negra noche de
la tiranía". Pasaba por alto la creación de la Confederación Argentina,
las leyes o constituciones locales que dieron a cada provincia su personal
fisonomía, la evolución del Pacto Federal hasta el Supremo Poder de
1851. Lo ignoraba tal vez; tal vez lo despreciaba por bárbaro. Pero
con todo había un atisbo poco corriente en un joven de 27 años que escribía
en 1878: llamaba "pueblo" a los anarquistas del año 20.
No se debió advertir, porque el Ensayo fue recibido y aplaudido por
todos. Mitre desde La Nación dio al joven diputado alsinista (eran tiempos
de "conciliación" y además Alsina acababa de morir) el espaldarazo consagratorio.
El gobierno adquiere la totalidad de los ejemplares para distribuirlos
como lectura obligatoria en los colegios nacionales.
La buena acogida de Mitre, lleva a Saldías a frecuentarlo. Admiraba
a Mitre y acreció ese sentimiento por el trato afable y generoso del
patriarca de la calle San Martín. Acababa Mitre de publicar - en 1876
- la 3º edición de su Belgrano, primera tentativa en nuestro medio de
escribir historia en base a documentos. El Belgrano, pacientemente perfeccionado
desde el gerundioso panegírico escolar de la "Galería de celebridades
argentinas" de 1858 (que fue su edición príncipe), constituía en su
3º tirada una obra sólida y erudita. Sirviéndole de eje la figura del
vencedor de Tucumán, Mitre estudiaba la génesis de la Revolución y el
desarrollo de la primera década de gobiernos patrios. Lo hacía con documentos,
tal vez porque los alfilerazos de Vélez Sársfield en 1864 - que le imputó
carencia de información y exceso de imaginación al tratar a Güemes en
la 2º edición del Belgrano - lo decidieron a coleccionar papeles y libros
hasta tener en su casa (no había entonces archivos públicos organizados)
un repositorio imponente.
Con el Belgrano, Mitre iniciaba la historia objetiva, documentada, científica,
de los tiempos argentinos. Hasta entonces la narración adjetiva a lo
Guizot con sus evocaciones y filosofías había sido la imperante. Ahora
la historia dejaba de ser un género literario exclusivamente, para tomar,
por lo menos, el método de las ciencias. Pues como todas las ciencias
se proponía conocer y comprender una parte de la realidad; el de la
Ciencia Histórica era conocer el pasado social.
No puede decirse que el Belgrano fue un modelo de historia objetiva:
tiene insalvables lagunas de información y fallas gravísimas de interpretación
(como lo demostraría al poco tiempo Vicente Fidel López) porque Mitre
no era un historiador sino un político, o un general, o un poeta, o
un periodista, en sus múltiples actividades; cada una de cuyas deformaciones
profesionales deja su huella en el libro. Pero, con todo, era el primer
ensayo serio de hacer historia crítica.
Tan entusiasmado quedó Mitre con el descubrimiento del método histórico,
que en 1875, mientras elaboraba el Belgrano, se había burlado sin piedad
de Vicente Fidel López que escribía por entonces - entre 1872 y 1875
- un estudio sobre La Revolución Argentina primera forma de su posterior
y monumental Historia de La República Argentina, en diez tomos. López
era la evocación literaria llevada a sus últimas consecuencias: con
el solo caudal de la memoria frágil de su padre, venerable testigo de
todo lo ocurrido en todos los gobiernos, y algunos recortes de periódicos,
reconstruía con trazos magistrales a los hombres y las cosas del pasado
íntegro; no necesitaba documentos, le bastaba la imaginación (él la
llamaba "filosofía") para evocar y comprender todo lo ocurrido. Era
sin duda un escritor de gran estilo, que sabía dar vida, colorido y
movimiento a sus personajes. Solamente que nada tenían de reales.
Mitre, iniciado en los misterios de la crítica histórica, quiso en 1875
apagar el entusiasmo del chileno Barros Arana por los artículos de López,
escribiéndole una carta (que Barros Arana tuvo la poca generosidad o
discreción de publicar) diciéndole: "este escritor (López) debe tomarse
con cautela... escribe la historia más bien según una teoría basada
en hipótesis, que con arreglo a un sistema metódico de comprobación...
su bagaje es muy liviano. Guiado por la brújula de su teoría afirma
en cada página lo contrarío de lo que dicen los documentos... todo es
falso y arbitrario".
López, que tenía con Mitre una vieja deuda desde las jornadas de junio
de 1852, esperó a que editase su Belgrano metódico y científico para
lanzarse implacable sobre el "método científico" que se equivocaba más
que él. Contestó Mitre en sus Comprobaciones Históricas; replicó López
en sus Rectificaciones; aclaró Mitre en sus Nuevas Comprobaciones. Y
quedó por cierto del estruendoso duelo que ambos tenían razón: Mitre
contra López al decir que la historia debería elaborarse con documentos,
y López contra Mitre porque el general no sabía manejarsé con documentos.
8. - Génesis de "Rosas y su época".
Saldías siguió atento y entusiasmado esa lucha de titanes. Vio en ella
la discusión de dos maneras opuestas de escribir la historia, y tomó
campo junto a Mitre.
Era un admirador del Belgrano (en su metódica edición de 1876) que le
pareció la obra fundamental de la historiografía Argentina. Lástima
grande que se detuviera en 1820; tal vez incitó al general a continuarla.
Pero Mitre prefería valerse de sus documentos para escribir una Historia
de San Martín, con alcance prudente hasta 1824, al primer regreso del
general a Europa. Ir más allá de 1820 ó 1824 exigía una nueva cosecha
de documentos, que no se sentía con fuerzas para recoger. Era tarea
de jóvenes.
Lo cierto es que Saldías se dispuso a continuar el libro del maestro,
Veía la historia Argentina en tres etapas perfectamente definidas: la
independencia, la tiranía y la libertad. Mitre había desenvuelto la
primera con su Historia de Belgrano y la independencia Argentina; él
seguiría con una Historia de Rosas y la tiranía Argentina; después llegaría
el libro cumbre Historia de Mitre y la libertad Argentina. Belgrano,
Rosas y Mitre: el iniciador, el destructor y el reconstructor. Vishnú,
Shiva y Brahama : la trinidad Argentina.
Se puso a le obra.
Poco sabía de Rosas: los adjetivos de rigor, las Tablas de Sangre, Amalia.
No podía hacer historia científica con chismes de comadres unitarias,
panfletos de propaganda política o novelas románticas de imaginación,
por más veraces que le parecieran las afirmaciones y más nobles las
intenciones de sus autores. Diligente y curioso se puso a compulsar
periódicos de época.
Encontró las colecciones de la Gaceta Mercantil de Mariño y del archivo
Americano de de Angelis. La meticulosidad de los amanuenses del "tirano"
le facilitaban el trabajo: diríase que el mismo Rosas había previsto
a su historiador y allí estaban, sin omitirse ninguno, todos los documentos
oficiales: los de Rosas, los de sus enemigos, de los gobiernos extranjeros,
los comentario es favorables de la prensa del mundo, los desfavorables
(cuidadosamente rebatidos), los debates sobre el Plata en el Parlamento
de Londres, de París, de Brasil; los debates de la Junta de Representantes
de Buenos Aíres; los mensajes, las notas a los gobernadores, las de
éstos. Todo sin omitir una coma, sin cambiar una frase. Para mayor garantía
el Archivo estaba escrito en tres idiomas: español, inglés y francés.
Buscó también los periódicos y panfletos unitarios.
Imagino el asombro de Saldías al recorrer las hojas amarillentas. Descubrir
los tiempos de Rosas era penetrar en un mundo desconocido donde todo
era nuevo y sorprendente. Allí estaba la Patria Vieja con sus gauchos
y orilleros, sus "naciones" de negros, sus milicias, sus colorados,
sus serenos; allí la ciudad pintada de rojo; allí don Juan Manuel, envuelto
en su poncho punzó, agrandándose ante el peligro y desafiando a las
escuadras de Inglaterra y Francia.
Absorto leyó y meditó. Comprendió entonces lo que era "patria", lo que
era "pueblo", lo que era "soberanía", lo que era "victoria". Y supo
también lo que era "traición". Tuvo el orgullo y la vergüenza de sentirse
argentino. Comparó esos tiempos con los suyos, y vio claras muchas cosas
oscuras. Ayer el entusiasmo de todo un pueblo, la energía de un gran
Jefe, la generosidad criolla, la verdad expresada a gritos, la afirmación
vibrante, el remedio heroico; hoy el "lucro ilegítimo, la mitad de la
sociedad tributaria de la otra mitad, la avaricia sórdida, la explotación
vergonzosa, la mentira erigida en sistema, la virtud puesta en ridículo"
(palabras del capítulo 1º de su libro). Ayer un Dictador con la suma
de poderes, pero por decisión unánime y entusiasta del pueblo que lo
acompañaba con su presencia en todos los momentos; hoy el fraude electoral,
los gobernantes señalados desde afuera, las órdenes de las cofradías
o logias secretas ("el pueblo - que es la nación - jamás toma la personería
que le corresponde en esa cuestión de gobierno que envuelve para él
sus intereses más íntimos y vitales", escribiría en el mismo capítulo).
Ayer el desafío a los poderosos, el cañón de Obligado, los tratados
Southern y Lepredour; hoy los ruinosos empréstitos a comisión, los ferrocarriles
entregados a los ingleses, los diarios coloniales.
¡ Qué gran equivocación, qué tremenda equivocación padecían todos con
Rosas y su época! Saldías debió consultar a Mitre. Pero el maestro debió
colocarle sus frases de retórica sobre el triunfo definitivo de Caseros
y la execración - que Saldías se empeñaba en compartir - a tenerse siempre
por "toda tiranía". Debió hablar también con Sarmiento, que le repetiría
su frase a, Ramos Mexía: "Jovencito: no tome como oro de buena ley todo
lo que he escrito contra Rosas".
Rosas habría sido un "tirano" - no dudaba aún de en crueldad ¿ pero
merecían otro trato los traidores a la patria? -, mas también había
sido un jefe muy popular, un gobernante singularmente hábil y enérgico,
y sobre todo un gran patriota, aunque inexplicablemente todos creyeran
lo contrarío.
9. - El archivo de Rosas.
Alguien - tal vez el doctor Bernardo de Irigoyen, que en la intimidad
guardaba el respeto y la veneración por el Restaurador - le puso en
la pista del archivo de Rosas.
La tarde de Caseros, la gran preocupación del vencido había sido salvar
sus papeles; como si comprendiera que los vencedores los darían al fuego
para rehacer la historia a su manera. En varios cajones los hizo llevar
- su único tesoro - a la Legación inglesa de la calle Defensa, y de
allí al Conflict donde marchó al exilio.
Había cuidado esos papeles con veneración. Por las noches de Inglaterra,
finalizadas las tareas de la chacra, clasificaba y ordenaba su enorme
y valiosísimo repositorio. Temía que sus enemigos lo quemaran - tal
vez no fueran aprehensiones - y con su escaso peculio pagaba un sereno
para que vigilase. Después de su muerte el archivo quedó en la casa
de Manuelita en un barrio del norte de Londres.
Saldías no lo pensó más. Se embarcó para Londres y visitó a Manuelita.
No encontró inconveniente - ¡ por lo contrario! - y la hija de Rosas
y su esposo Máximo Terrero no solamente le dieron acceso al archivo
de Rosas - que ocupaba todo el desván - sino que lo acogieron en esa
casa londinense con la vieja y generosa hospitalidad de los porteños
de antes.
Allí estaban, en numerosos cajones, los documentos más valiosos de la
Argentina; todas las cartas recibidas por Rosas: de San Martín, Alvear,
Palmerston, Belzu, Sarratea, Oribe, etc. ; copia correcta y autenticada
de todas las enviadas; los borradores de las notas oficiales, de los
mensajes, de las notas diplomáticas; los informes reservados de sus
ministros en Londres, París, Wáshington y Río de Janeiro; los informes
reservados de la policía. Todo cuidadosamente clasificado por años y
materias, en sus correspondientes carpetas y legajos, de acuerdo al
meticuloso orden de Rosas. Otra vez el Restaurador - ya no lo llamaba
"tirano" - le facilitaba la tarea.
Largas tardes de Londres pasó escrutando y copiando el archivo de Rosas.
Al tener su material completo - Manuelita le regaló los documentos más
importantes del archivo - editó en 1881, en París, el primer tomo, en
1884 el segundo, y en 1887 el tercero de la Historia de Rosas y su época.
10. - La "Historia de Rosas".
Era la obra más importante de historia Argentina, escrita hasta entonces.
La aplicación del método histórico revolucionaba las ideas corrientes
sobre "una época - decía el capítulo lº - que no ha sido estudiada todavía
y de la cual no hemos tenido más idea que las de represión y propaganda".
Saldías era liberal, seguía siéndolo a pesar de todo: "no necesito demostrar
mi odio a las tiranías" lo señalaba con el ejemplo de su vida. Admiraba
a Rivadavia, a Echeverría, a Sarmiento, a Mitre. Pero como amaba a la
libertad sinceramente, por eso amaba a la verdad. "No se sirve a la
libertad manteniendo los odios del pasado... los viejos y estériles
rencores". No quiso llevar ese odio a la historia anterior a Caseros:
el historiador es un juez que distribuye justicia sin pasiones partidarias.
No se colocó en el odio liberal a Rosas para juzgar su personalidad
y su época. Fue más alto: se colocó en las conveniencias de la Argentina
como nación y de los argentinos como integrantes de una nación.
Como era sinceramente liberal, condenaba al "liberalismo" advenido después
de Caseros por más tiránico, feroz e hipócrita que el autoritario pero
sincero gobierno de Rosas. No era el de ahora sino un liberalismo de
frases de cuya génesis inexcusablemente excluía a los próceres liberales,
que habían servido para que los intereses materiales predominaran sobre
los intelectuales. Aquello de antes de Caseros sería una nacionalidad
bárbara, emotiva, apasionada si se quiere, pero era una nacionalidad.
Se la había sacrificado a esa "ecuación del mercantilismo cuya incógnita
era la nacionalidad que nunca se encontró".
Ahora no teníamos ni patria, ni pueblo. Pese a los grandes hombres en
que todavía creía: Mitre, Sarmiento. Quizá pudiéramos recuperarlos al
descorrer el velo de "los viejos y estériles rencores" que ocultaban
al pasado. El ejemplo de la Confederación y de su íntegro Jefe - depurados
de "errores" naturales de época - tal vez salvara a la Argentina.
Mandó el libro a Mitre ¿ quién mejor podría juzgarlo y apreciarlo? Ignoro
en qué términos redactó la carta de envío, pero en ella lo llamaba "maestro".
Le diría algo así: "Vea maestro qué tremendo error hemos cometido todos
con Rosas y su época; el método crítico que usted me enseñó ha restablecido
la verdad: los documentos de esos tiempos son de gran elocuencia. Rosas
habrá sido un "tirano" es cierto, pero hay momentos en que las "instituciones"
deben ceder ante los intereses de la patria misma. Pero fue también
un patriota y un hombre íntegro, como usted, como Rivadavia y Sarmiento,
y además tuvo la suerte de tener un pueblo tras suyo. Usted actuó muy
joven en su contra y mal informado como estaban todos en Montevideo;
si hubiera aplicado entonces su "método crítico" habría militado, no
lo dudo, en las filas de Rosas".
11. - La carta de Mitre.
¡ Qué tremendamente ingenuo era Adolfo Saldías! Mitre le contestó con
una andanada retórica. Su carta del 15 de octubre de 1887, fue reproducida
con gran estrépito por La Nación del 19. Apabullante admonición del
maestro al discípulo descarriado. Está bien hacer historia con documentos,
método histórico, criterio imparcial. Pero no tanto. Olvidaba Saldías
que Rosas había sido un "tirano". "Cree usted ser imparcial, no lo es,
ni equitativo siquiera" tronaba indignado el maestro. Porque no se podía
juzgar a Rosas y a su época con abrogación de los nobles odios que todo
buen liberal debe conservar siempre a la "tiranía" (y Mitre se jactaba
de "guardarlos conscientemente"). De otro modo se caía en la parcialidad
de equipararlo a un gobernante liberal: "su punto de partida que es
la emancipación del odio a la caída de Rosas lo retrotrae al pasado
por una reacción impulsiva". Al dejar de execrar al tirano, necesariamente
llegaba a comprenderlo.
La asiduidad con los documentos y papeles de Rosas había deformado la
pura conciencia liberal del discípulo: le habían impregnado el espíritu
y el criterio de una época definitivamente muerta y enterrada. Ponerse
en el espíritu de esa época era reaccionario y atrasado, era ponerse
"en oposición al espíritu universal que está en la atmósfera del planeta
que habitamos"; era tomar a los argentinos con prescindencia de "la
libertad, las instituciones, la moral pública, que dan su razón de ser
y su significación a los hombres que pasan a la historia marcando los
mis altos niveles en el gobierno de los pueblos libres... " Dueño del
futuro, como lo era de la historia, el general lamentaba que su ex-discípulo
hubiera "desandado el camino que lo conduciría al punto de vista en
que se colocará la posteridad, colocándose en un punto de vista falso
y atrasado". Juzgar a Rosas con el criterio de un argentino de esa Confederación
concluida en Caseros era malo, muy malo; porque Caseros no se podía
rehacer "como partida de ajedrez mal jugada", ya que era nada menos
que "el punto de partirla de la época actual, complementada por otra
batalla también necesaria y fecunda" que el general no nombraba por
modestia, porque era Pavón y constituyó el único - aunque sospechoso
- triunfo militar de su carrera de guerrero. Las grandes batallas "no
sólo vencen, convencen" (¡vae victis!) ; contra la elocuencia del triunfo
nada valían lamentos o nostalgias. No pueden investigarse - "rehacerse
teóricamente" dice con eufemismo - "no se rehacen porque son definitivas".
"Protestar contra sus resultados legítimos... es protestar contra la
corriente del tiempo que nos envuelve y lleva a la Nación Argentina
hacia los grandes destinos que se diseñan claros en el horizonte cercano"
¡Ah!
Imaginamos a Saldías absorto, dolido, tal vez con conciencia de culpa.
ante la andanada impresionante del maestro. Una caricatura del Quijote
(la carta de Mitre dio que hablar a "todo" Buenos Aires como era natural)
lo presenta como un escolar lloroso por la palmeta del maestro - que
es Mitre - al haber llevado al aula un retrato de Rosas: "¡Niño, eso
no se hace!".
Mitre era "el maestro", así lo tuvo siempre, y así lo había llamado
al dedicarle su Rosas. Precisamente para continuar la inconcluída trilogía
iniciada por el Belgrano acaba de escribirlo. ¿ Podía contestar a Mitre?...
No, no podía. Hubiera sido carecer sentido de las proporciones, debatir
con el patriarca respetado de la calle San Martín. Además ¿ cómo hacerlo?
El general no le corregía la verdad de un solo documento, ni objetaba
el buen razonamiento empleado. Se dolía de que llamara "traidores, y
por varias veces" a quienes se habían unido con el enemigo y prestado
ayuda y socorro. Respetaba su dolor, pero no podía excusarlo. ¿ Cómo,
por otra parte, objetar la disculpa de Mitre ante el estigma de traidores
a los unitarios que "buscaron fuerzas concurrentes", por la circunstancia
de que "lo mismo hicieron los federales que se alzaron contra Rosas?"
¿ Cómo aclararle que la traición a la patria de Urquiza al auxiliar
a Brasil no justificaba la traición a la patria de los auxiliares de
Inglaterra o Francia? ¿ Cómo contestarle cuando llamaba ladrón a Rosas
"porque así lo ha declarado la justicia?" ¿De qué modo rebatir la firme
fe del general "en que el pueblo luchó cuarenta años (¿cuarenta?) contra
el tirano"? ¿Qué pueblo? ¿Habría leído el libro, o simplemente lo había
ojeado, rechazándolo con desdén ? De otra manera no se podía explicar
su juicio sobre el motín de los estancieros del sur en 1839 y el levantamiento
oligárquico de Corrientes con Berón de Astrada "las dos revoluciones
más populares de que haya memoria en los fastos argentinos" cuando en
el Rosas se demostraba con documentos precisamente lo contrario. ¿ Cómo
responder, sobre todo, a esa frase de que "el espacio en que se dilatan
sus ideas está encerrado dentro del círculo estrecho de acción a que
subordina su teoría derivada del hecho, que es su fórmula", que por
más que se empeñaba no conseguía entender.
19. - La conspiración del silencio.
Con todo, debía agradecer a Mitre la oportunidad de que se hiciera algún
alboroto en torno a la Historia de Rosas. Porque después llegaría el
silencio. Los diarios cobraron una repentina afonía, los críticos enmudecieron,
los escritores callaron; en los salones del Club del Progreso encontraba
pausas rumorosas, o sonrisas irónicas de quienes se regocijaban íntimamente
de su paso en falso. Los amigos más queridos se volvieron taciturnos,
los compañeros y colegas se tornaron lacónicos; nadie hablaba, nadie
escribía, nadie comentaba el libro que él creyera iba a conmover a la
Argentina. No había ataques ni elogios: quietud, reposo, distancia solamente.
De cuando en cuando le llegaba alguna anécdota como la comentada por
el mismo Saldías en febrero de 1898 en La Biblioteca de Groussac: Un
profesor lo había llamado "panegirista del tirano" en clase - ¿Usted
ha leído el libro de Saldías? - ¿ Yo? Yo no leo "eso". No, no lo leían,
no podían leerlo. Estaban instalados en la cómoda idea de la historia
oficial y no querían cambiar. Pues todo cambio significaba molestias,
meditar, abrir un juicio, comparar lecturas, quitar del pedestal algunos
próceres y poner otros. La ley del mínimo esfuerzo se cumple - y sobremanera
- en los esfuerzos intelectuales. Eran argentinos, sinceramente argentinos,
pero tenían su "idea" y todo lo que chocara con ella los irritaba. No
tanto por ir contra esa "patria" formal recibida desde la niñez, sino
porque le señalaba un esfuerzo que no tenían deseos de tomarse. Mitre
había hablado y se acabó - magister dixit - la pretensión de rehabilitar
tiranos. Recurrió a los "hermanos" de la logia; recibió acuses amable
de recibo y la promesa "de leerlo en la primera oportunidad". Insistió
ante los periódicos ligados a la fraternidad: "El libro del doctor Saldías
demuestra las condiciones estimables de su autor para la narración histórica,
que nos hacemos un deber en señalar aún cuando no compartamos su juicio
sobre la tiranía de Rosas" decía Nacional. Frases de favor de alguien
que no leyó o no quiso leer, o no pudo hablar.
Del extranjero vino, en cambio, la solidaridad de quienes no dependían
de la tiranía literaria de La Nación o de las conveniencias de las logias
o las cofradías. René Moreno, desde Chile lo admira por haber perseverado
en editar los tres tomos, ya que "en torno suyo alentaba una conspiración
de silencio." ; Ricardo Palma, desde Lima, lo consuela por la caricatura
del Quijote ya que "ser preferible los picotones a que sobre su libro
se haga la conjuración del silencio". Tras la andanada de Mitre había
callado La Nación; calló también el Quijote, callaron todos. El joven
promisorio de 1877 era el fracasado de 1887. Debieran serle un gran
consuelo las cartas entusiasmadas de Manuelita escritas con sus trémulas
manos de anciana: "Realmente esa obra es ¡colosal! Estamos leyendo el
primer tomo, yo en alta voz para que mi pobre Máximo no pierda el hilo,
la comprenda bien y no fatigue su cabeza. Las verídicas referencias
a los antecedentes y hechos gloriosos de mi finado padre, bien me han
conmovido" le escribe desde Londres. O el apoyo efusivo del viejo coronel
Prudencio Arnold de Rosario, el aliento de Antonino Reyes desde Montevideo
o la simpatía con que Bernardo de Irigoyen le hablaba, en el recato
de su salón privado, del extraordinario valor histórico de su libro,
y el más extraordinario coraje de su autor al editarlo.
Nadie comentaba en público el Rosas, pero desaparecía de los anaqueles.
Al año de ponerse a la venta el tercer tomo, ya no quedaba un solo ejemplar.
¿ Éxito genuino o maniobra de algunos para hacerlo desaparecer? Por
consejo de Irigoyen lo volvió a editar, cambiándole el nombre: ahora
se llamaría Historia de le Confederación Argentina. La palabra "Rosas"
era todavía demasiado fuerte para un libro argentino de historia.
18. - La "Historia de la Confederación Argentina".
También agotó la segunda edición en poco tiempo. No obstante la barrera
del silencio, el libro producía su efecto. Escaso en la Argentina: algunos
débiles susurros, poco a poca elevados a murmullos. Ya el coronel Arnold
se atrevía a escribir folletos en defensa "de S. E. el Excmo. Señor
Restaurador de las Leyes, Brigadier General don Juan Manuel de Rosas"
apoyándose en los documentos mencionados por Saldías, y en su autoridad
como historiador.
Lentamente se iba conociendo la verdad sobre Rosas ; una marea popular,
libre de consignas "secretas" o de prevenciones literarias, pero que
no llegaba a las esferas superiores y menos a la enseñanza. Un día -
corrían los tiempos de Juárez Celman - el Quijote publicó un dibujo
de Stein: Rosas alzándose de un sepulcro ante un borrico (Juárez Celman)
ahorcado en un farol; a su lado varios muertos (Cárcano en figura de
mono, una oveja, etc.) con el cartel "agiotistas, raspas, tramposos".
Y como leyenda esta cuarteta: "Si se alzara de la tumba / ¡a cuántos
escarmentaría! / el país que hoy se derrumba / con un Rosas vencería".
Pero el mayor efecto de la Historia de la Confederación se producía
fuera del país. Aquí resultaba difícil romper la barrera de intereses
que impedía conocer o juzgar al pasado. Pero donde no llegaba La Nación,
donde no tenían eco las consignas repartidas desde las logias, donde
a nadie se le importaba que el libro fuera "panegirista" de éste o de
aquel tirano y ofensivo para el prócer tal o cual, Saldías tuvo un éxito
completo y perdurable. En sus páginas comprendió la verdad el mejicano
Carlos Pereyra, que inicia su Rosas y Thiers con esta frase apoyada
en el libro de Saldías: "A Rosas no se lo ha historiado ; se lo ha novelado.
Y se lo ha novelado en folletín. Otros hombres públicos odiados y maldecidos,
han tenido la fortuna de no merecer en tan alto grado la atención preferente
de las comadres de ambos sexos, amantes de explicarlo todo por la fístula".
La conoció también el brasileño Pandia Calógeras al decir en su Formaçao
Histórica do Brasil (p. 205, trad.) : "la campaña (de Rivera Indarte
y la Comisión Argentina de Montevideo) de panfletos, artículos de diarios,
de revistas, de libros, abrazó América y Europa, y consiguió colocar
a la Argentina, a sus autoridades, y principalmente a su dictador, bajo
el aspecto de una tierra de monstruos inauditos... La honra de la historia
exige que sean revisados tales juicios difamatorios. Ciertamente no
era Rosas un jefe blando o de manos leves: poseía un genio voluntarioso,
un carácter incapaz de doblarse. Pero era también un estadista, un hombre
de ideales y de ejecución, cualidades que no se encuentran tan frecuentemente
como es de desear. Los principales autores de ese ambiente de exageración
y calumnias eran los miembros de la Comisión Argentina unitaria, de
Montevideo. Se hallaban entre ellos hombres del más alto valor por la
cultura, talento y coraje. Pero cegábalos la pasión partidaria. Es posible
decir que traicionaron a su patria llamando a la invasión extranjera
y al oro francés para vencer a su propia tierra natal. Rosas, en cambio,
defendía la libertad, independencia y respeto de la Confederación".
Idea que amplía, con documentación brasileña, en su otro libro Da regencia
a queda de Rosas (1831-1852). . Después el uruguayo Luis Alberto de
Herrera, quien acusa en sus obras históricas - principalmente Orígenes
de la guerra Grande. Por la verdad histórico y La seudo-historia para
el delfín - la influencia decisiva del libro de Saldías en el conocimiento
y comprensión de la guerra grande oriental.
14. - El siglo XX.
Tardó más tiempo en hacerse la luz en la Argentina, porque era difícil
sacudir la densa atmósfera dominante. Una brecha amplia abriría Ernesto
Quesada con su libro de 1898 La época de Rosas seguida por las monografías
sobre la guerra civil de 1840 confeccionadas en base al archivo de Pacheco
Lamadrid y la Liga del norte, Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado,
Pacheco y la campaña de Cuyo, Acha y la batalla de Angaco
Vinieron en el siglo XX nuevos tiempos para la patria de Rosas. Los
hijos de los gringos se sintieron identificados con la tierra y reclamaron
su lugar en ella; los hijos de los criollos de las orillas sacudieron
su logrerismo y su complejo de inferioridad. Al iniciarse el nuevo siglo
podía advertirse que amanecía un "pueblo" en la Argentina; y con el
pueblo, partidos populares, caudillos populares, reivindicaciones populares
y también un vago, pintoresco, musical, espíritu de nacionalidad que
salpicó algo también a los de arriba. Una parte de la clase dirigente
- la generación del Centenario - se replegó contra la "chusma anarquista"
en defensa de sus privilegios y sostuvo con encono, pero con menos sinceridad
que sus padres del 80, la convicción de que su clase era toda la patria.
Pero otra parte, más generosa o comprensiva, quiso saber porqué la Argentina
no era dueña de sus destinos y cómo haría para volver a serlo.
Ya la oligarquía no era la misma. Sus dirigentes - Sarmiento, Mitre,
Pellegrini, Roca - habían muerto y no eran reemplazados por valores
equivalentes. La colonia dejaba de ser colonia, y un espíritu nacional
afloraba por todas partes.
Empezaron los tiempos del radicalismo, partido ya bastante popular conducido
por un nieto de mazorqueros - Hipólito Yrigoyen - a quien otro nieto
de federales - Roque Sáenz Peña - permitió el triunfo con su ley electoral.
No podía pedírsele al jefe del radicalismo el cumplimiento completo
del "desagravio al honor de la Nación y la restauración de su vida moral
y política", que fuera su programa de candidato en 1916, y que necesariamente
debería empezar por el desagravio y la restauración de la historia Argentina.
Era ya bastante que hablara de "honor de la Nación" y de "Restauración"
palabras federales. Algo más hubiera sido imposible en la segunda década
del siglo; una cosa era captar las inquietudes de la masa popular, y
otra muy distinta contar los hombres capaces, y convencidos para llevar
a cabo ese desagravio y esa restauración. Los intelectuales - como sucede
por regla en todos los países coloniales o semicoloniales - seguían
inconmoviblemente extranjerizantes. Los "inteligentuales", al decir
de Leonardo Castellani, que son fruto de factoría y no pueden pensar
ni escribir como expresión de un pueblo.
Algo semejante al drama del radicalismo, movimiento popular que no atinó
o no pudo enraizarse en el pasado, y por eso careció de futuro, ocurriría
después con la segunda gran ola popular empezada en 1943. Por eso pudo
ser contenida en 1955.
15. - El revisionismo histórico.
Llegó el día en que la Historia de Saldías volvió desde México, Montevideo,
Río de Janeiro o Madrid a su Buenos Aires originario. En 1922 Carlos
Ibarguren tomaba con precauciones, pero evidente simpatía, la figura
de Rosas en su famoso curso sobre "Las dictaduras trascendentales" de
la Facultad de Filosofía y Letras, llevado al libro como Juan Manuel
de Rosas, su historia, su vida, su drama. Es cierto que llamaba "tirano"
a Rosas y aceptaba como oro de buena ley muchas cosas de la historia
falsificada, pero trasuntaba la grandeza del Restaurador y había un
aliento de patria. Después Ricardo Caballero, en un intento desoído
de entroncar al partido radical con el viejo federalismo, alzaba en
el Senado su voz admonitoria contra Mitre y Sarmiento y mencionaba con
unción a Rosas, sin que nadie intentare replicarla. Y Corvalán Mendilaharsu,
Font Ezeurra, Ramírez Juárez, Laseano (para mencionar algunos desaparecidos)
publicaban sus libros o monografías elogiosas de los tiempos de Rosas.
En 1938; Alfredo Bello agitaba desde Santa Fe la repatriación de los
restos de Rosas, que puso una nota de escándalo - pero paso una nota
- en el medio refractario.
El 15 de junio de 1938, centenario de Estanislao López, se fundaba en
Santa Fe al llamado de Alfredo Bello, el lnstituto de Estudios Federalistas
"para luchar por una ya impostergable revisión histórica". El grito
de Santa Fe iba a encontrar eco por toda la república; el primero fue
la fundación - el 5 de agosto de ese año - del Instituto Juan Manuel
de Rosas de Investigaciones Históricas de Buenos Aires con la presidencia
del general Ithurbide.
Nacía el "revisionismo histórico", el movimiento intelectual más auténtico,
de mayor trascendencia - y el único de resonancia popular - habido en
la Argentina. Su propósito no era, solamente, reivindicar la persona
y el gobierno de Rosas en un debate académico ya ganado de antemano,
pero que de antemano sabíase que habría de rehusarse. Era reivindicar
a la patria y al pueblo - la "tierra y los hombres" - recobrando la
auténtica historia de los argentinos. A la falseada noción del pasado,
que nos había convertido y mantenido en un estado de colonia espiritual
y material, se opondría la verdad de una tradición heroica y criollísima
para que la Argentina se recuperase como nación. De paso derrumbaría
con indignada iconoclasta a los "próceres" de la antipatria que llevaron
al coloniaje. Era combativo y apasionado, con pasión de patria.
Como escuela historicista, el revisionismo expuso su método de investigar
y explicar el pasado. No tuvo que ir muy lejos: era el mismo de Saldías
(el que Mitre le achacaba a Saldías) para escribir su Historia de la
Confederación. Pero llevado a su lógica consecuencia: el repudio del
liberalismo. Primero una labor investigadora para reconstruir los hechos
históricos conforme al más severo método critico. Y luego una tarea
de interpretación, juzgando esos hechos, no desde la libertad, las instituciones,
la humanidad ni las conveniencias de ésta o aquella ideología - como
quería Mitre -, sino desde la Argentina como nación - una Argentina
como parte de la hermandad hispanoamericana - y desde los argentinos
como integrantes de una nación.
Como germen de la Argentina soberana de mañana, el revisionismo ganó
fácil y triunfalmente a las capas sociales inferiores: les trajo la
conciencia de nacionalidad donde patria y pueblo eran una sola y misma
cosa; el culto de los auténticos héroes de un pasado escondido por la
oligarquía, y la certeza de que el pueblo es el autor principal de una
verdadera nación.
Y como la Argentina ya dejaba de ser la colonia feliz del siglo pasado,
el revisionismo pudo resistir triunfante a todas las pruebas - conspiración
del silencio, tergiversación, cesantías de profesores y aún cárceles
y exilios - de un liberalismo definitivamente en retirada.
Fuente:
www.pensamientonacional.com.ar