El martes (7 de diciembre 2010) se cumplen 40 años de la pelea de Bonavena
con Alí. Un duelo donde el argentino, a pesar de la derrota, apuntaló su
perfil de ídolo popular
Fue una tarde soleada del invierno de 1970. Ringo ya vivía en su departamento
de Lafinur y avenida Del Libertador. En una de las tantas tertulias junto
a amigos en la mesa del bar Tabac, había quedado ocasionalmente sólo con
Ernesto Cherquis Bialo, redactor de El Gráfico bajo el seudónimo de Robinson
en aquella época. Prendió un habano.
“Yo tengo que hacer una pelea por unos cuantos dólares y dejarme de joder”,
dijo el pugilista. “Estoy peleando acá en Argentina con estos bagayos (…).
Tengo que hacer una grande y retirarme. Voy a pelear con Cassius Clay.”
Cherquis, que al momento ni lo miraba, algo cansado de escuchar sus discursos
aflautados, giró violentamente la cabeza y lo apuntó: “Ni se te ocurra:
te mata”.
Sobredosis de TV
Bonavena conoció la existencia de Clay en 1963 cuando
suspendido, luego de morderle la tetilla a Lee Car en el Panamericano de
ese año, se había ido con su hermano mayor a probar suerte a los Estados
Unidos. Allí, además de saber quién era Clay, vio cómo manejaba los códigos
de la TV. Y se dio cuenta de que algo similar podía ser su negocio en Argentina.
Cualidades no le faltaban, era rápido, carismático y entrador. Así montó
su personaje, aquel que aparecía en los programas en vivo de la TV de los
’60 con una linterna buscando a su rival-símbolo, el Goyo Peralta: “Me dijeron
que Goyo estaba escondido por acá. Lo vine a buscar porque me parece una
barbaridad que esté así de asustado”. Ese Ringo, una suerte de primer mediático,
fue un ídolo popular. Claro que el concepto de mediático no está en línea
con el significado de hoy. Bonavena estaba mucho en la TV, en el teatro
de revista cantando el Pío Pío –canción que Palito Ortega le había compuesto–,
o en su diario preferido, Crónica. Pero tenía virtudes como la de ser un
muy buen boxeador.
AUDIO
"Prepará los ravioles para el triunfo, vieja".
Declaraciones de Ringo desde EE UU el 7 de diciembre de 1970 antes
de la pelea con Muhammad Alí en el Madison Square Garden.
¿Verdad o Mentira? Se movió por cielo y por tierra para buscar la pelea
con Alí, convenciendo promotores y gente que lo apoyara. Desde Estados Unidos,
mientras negociaba, se mandaba él mismo los telegramas de invitación para
la pelea a su casa y luego se los mostraba a Héctor Ricardo García, el director
de Crónica. También estuvo en Puerto Rico y Roma. Sin ir más lejos, cuando
ultimaba detalles en la capital italiana, presenció la pelea del 7 de noviembre
de 1970 en la que Carlos Monzón derrotó a Nino Benvenutti. En los archivos
televisivos se puede apreciar la figura de Ringo, de traje oscuro, en la
montonera de gente armada alrededor de Monzón en el Palazzo dello Sport.
–¿Es verdad que vas a pelear con Clay?
–Por supuesto, ya lo dije –respondía a los periodistas.
–¿Y qué pensás de los que dicen que eso es una locura y una mentira?
–Que lo dicen porque son envidiosos. Y yo me río de los envidiosos.
Una vez que la pelea se confirmó, la pregunta apuntaba a otro lado:
–¿Le podés ganar a Clay?
–Je! Mejor preguntáme en qué round se cae.
Clay, ya convertido al islamismo luego de negarse a ir a la guerra de Vietnam
aceptó, aunque sus allegados trataron de convencerlo de que no lo hiciera.
Temían que Bonavena, un guapo que conocía todas las mañas del boxeo, fuera
una carga demasiado pesada a 15 rounds para un Alí casi inactivo. Lo que
nunca nadie imaginó es que Ringo iba a ganar una batalla que el púgil de
Angelo Dundee nunca había perdido, la del chicaneo previo, debajo del ring.
Chicken. La concentración fue en Grossinger, a 200 kilómetros de Manhattan.
Allí estuvo el clan Bonavena cerca de un mes. Cuando los periodistas americanos
lo interrogaban, Ringo no hablaba ni de Alí ni de Clay, hablaba del “Negro”.
“Llegó a decir que le daba un poco de impresión pelear porque ‘los negros
tienen olor’”, cuenta el doctor Cacho Paladino, quien compartió los días
previos. “Le dije ‘loco, ojo que acá son todos negros’. Y empezó a aclarar
que no todos los negros tenían olor, que solamente era Clay. En fin…”.
Esto generó la ira del pupilo de Angelo Dundee. Y todo explotó durante el
pesaje previo a la pelea. Estaban sentados en un sillón separados por un
médico que les iba a tomar la presión. Alí se sacó la remera y Bonavena
arrancó tapándose la nariz.
–¿Guay iu nou gou de armi? (¿Por qué no fuiste a la guerra?)
Alí lo miró no pudiendo creer lo que escuchaba: un boxeador blanco, sudamericano
y sin título mundial, sacando chapa de canchero ante él, delante de toda
la TV.
–Te voy a dar una paliza, contestó caliente.
–Jaaa … Iu arr e chiken…chiken, chiken!!…pipipipi, (“Vos sos una gallina”),
dijo Ringo moviendo la mano, como quien espanta una mosca en el aire.
–Nunca debiste haber hablado así de Muhamad Alí, dijo el moreno, mientras
se colocaba el estetoscopio en el brazo izquierdo.
–Clay…, aclaró Bonavena.
–¡Alí!
–Clay, Clay…, repetía Ringo, entrando en risa.
–Te
caés en el nueve, cambió de tema el americano, todo el mundo escuche, serás
mío en el nueve.
–Maibe iu cam daun in seven, (“Quizá te caes vos en el siete”), redobló
Ringo.
–Ok, vos decís el siete y yo digo el nueve, afirmó Alí, con ánimo de acabar
con el tema.
–Ai laik de seven (“Me gusta el siete”), la siguió el Zurdo. Seven is culito
in mai cantry (“Siete es culito en mi país”).
–Pongamos las cosas en su lugar, dijo Alí, desbordado. ¿Quién habla este
idioma? (por el español).
“Yo”, respondió un argentino. “Pregúntele en qué round piensa que puede
ganarme?”
Sin necesidad de traducción Ringo dijo: “Ahhhhhhh…¿¿¡¡estás preocupadooo,
ehhh!!??. Jajajajaja. Decile que ahora no le digo nada, ¡¡¡sorprais, sorpraissssss!!!
La previa tomó tal dimensión que el Ku Klux Klan hizo públicas sus simpatías
por Bonavena y las Panteras Negras estuvieron en las afueras del Madison
apoyando a Alí. El clima era tenso. Alí de pantaloncito y bata roja y blanca.
Bonavena bata celeste y blanca y azul oscuro con vivos rojos. La pelea fue
intensa. El argentino llegó a alcanzarlo con “la bomba”, golpe que él mismo
le daba a su zurda boleada. En el noveno round, Alí resbaló. En la historia
quedó como una caída, que en realidad no fue tal. Sí es cierto que los golpes
de esa parte del combate fueron estremecedores para el norteamericano y
que Ringo demostró que estaba a tono con el mejor de todos los tiempos.
Pero, extenuado, perdió por nocaut en el decimoquinto round.
Recuerda Cherquis: “Ya batido, en un hilo de voz, camino al vestuario, preguntaba
‘Diganmé, ¿yo guapié, no? Diganmé la verdad, guapié, no?’. Ésa era su preocupación.
Horas después habló con su amigo, el Bambino Veira. ‘Quedáte tranquilo,
Oscar, acá sos más ídolo que nunca’”. Lo pudo comprobar con los aplausos
espontáneos de la gente cuando un Peugeot 404 descapotable lo trasladó de
Ezeiza a su casa de la calle Treinta y Tres Orientales, en Parque Patricios.
Y dos días después, cuando fue con el Bambino a ver Racing-Huracán a Avellaneda
y El Cilindro lo recibió con un cerrado aplauso. Años después, con Bonavena
ya fallecido, Alí dio una apreciación sobre Ringo. “De Bonavena nos reíamos
todos porque lo considerábamos un payaso. Pero él se reía de todos nosotros
cuando iba camino al banco”.
cremoli@miradasalsur.com | 05/12/10 Miradas al Sur
En mayo de 1976 Oscar Natalio "Ringo" Bonavena,
el campeón argentino de boxeo, caía asesinado a la salida de un prostíbulo
en Estados Unidos. Nueve años antes, María Esther Gilio publicaba en "Marcha"
un reportaje que lo pintaba de cuerpo entero.
"Yo le gano a ése. A ése y a
cien como él", dijo Ringo; y miró hacia la cámara con expresión desafiante.
Pero enseguida sonrió y guiñó un ojo. "Ringo ahora saluda", explicó el locutor,
como si los televidentes fueran ciegos. "¿A quién está dedicado ese saludo,
Ringo?" "A los pibes de mi barrio. A los pibes de Boedo que me están mirando."
Dijo, y volvió a sonreír sin saber muy bien hacia qué cámara dirigir la
mirada.
Dos días después se entrenaba en el Luna Park. Un portero guardaba fervorosamente
la entrada del gimnasio. Cualquiera podía creer que detrás de esa puerta
se encontraba el jardín de las Hespérides. Tan celoso era su cuidado, tan
ansiosas las miradas de los que quedaban fuera. Cuando Ringo, después de
dos horas, apareció distribuyendo sonrisas de héroe cansado, una ola de
excitación recorrió a los chiquilines que también desde hacía dos horas
husmeaban la entrada y conjeturaban sobre entrenamientos, campeonatos, zurdazos
y dólares. Ringo se dejó palmear por uno, simuló tirar un puñetazo a otro
y girando rápidamente me emplazó con su índice. "¿Usted es la uruguaya?
¿Así que quiere hacerme un reportaje en casa de mi vieja? ¿Sabe una cosa?
Eso fue lo que más me gustó. Eso... que quiera conocer a la vieja. Venga,
tengo la cachila afuera."
La cachila, un Mercedes deportivo blanco tapizado en cuero negro, sin desmedro,
podía integrar las ensoñaciones del emir de Kuwait. Ringo se acercó y le
palmeó el capot con aire tierno. "Seis millones", dijo. "¿De dólares?",
pregunté distraída. "¡Ah, no! Pero usted está loca..." y acercándose con
mirada interrogante: "Digamé, ¿es buena periodista usted?".
Oscar Ringo Bonavena -
Pío - Pío
-¿Por qué? ¿Solamente se entrega a los buenos?
-No... pero como además es mujer... Suba.
-Quédese tranquilo... mis amigas dicen que soy buena.
-Mis amigos también, pero yo tengo...
-Sí, muchas copas y medallas para demostrarlo.
-Eso es. Y empresarios que me pagan cualquier plata.
-Un millón. -¿Un millón?
Por un millón no levanto este dedo. Quizá veinte millones por una pelea.
Hace poco gané en una noche veintiséis millones -dijo; y se quedó mirando
la cara que yo ponía. Para no decepcionarlo abrí la boca extasiada.
-¡Ah!... -¿Vio? -dijo, y
pegó un frenazo que me tiró contra el parabrisas.
-Ringo... no se olvide que aquí adentro hay un campeón.
Sonrió. -Yo manejo rápido.
¿Tiene miedo? Este auto da más de doscientos. ¿Por qué no empieza con
las preguntas?
-¿Qué cree que estuve haciendo hasta ahora?
Volvió a mirarme con expresión desconfiada.
-¿Será buena periodista usted?
-Soy mala... pero muy honesta.
(Soltó una carcajada.) -Ahí me hace acordar a la vieja que siempre quería
hacerme entrar con alguna muchacha fea pero muy trabajadora.
Estábamos rodeando Plaza de Mayo. Ringo había aminorado la marcha del
auto y miraba atentamente hacia un grupo de chicos y palomas. "¿También
usted venía aquí de niño, a dar de comer a las palomas?", le pregunté.
-De pibe venía, sí... Y ahora también vendría... Uno siempre tiene algo
de pibe. Yo veo a los chiquilines pateando una pelota o remontando un
barrilete y se me van las manos. Mire esos pibes con las palomas. ¿Usted
se cree que a mí no me gustaría estar allí con todas las palomas alrededor?
Que alguna se me viniera arriba, bien confiada, y cuando menos se lo
espera ¡chácate!, dejarla dormida de un manotazo.
-¿Qué? -Mire, yo tengo un 38, un 22 y un Winchester, pero me gusta la
honda... ¡Qué me vienen a mí con la caza mayor! No hay como la honda.
-¿Era muy peleador de chico?
-Me peleo ahora... ¿no me iba a pelear cuando era pibe? Vea ese idiota;
ése, allí adelante que no me deja pasar. (Gritando.) ¡Cara de mandarina...!
(Riendo.) Le digo eso porque estoy con usted, si no...
-¿Nunca llega a las manos?
-¿Usted está mal? Está prohibido; un boxeador no puede. Pero de chico
me saqué las ganas. Peleaba en todas partes, en las canchas, en la escuela.
-¿Cómo le surgió la idea
de hacerse boxeador?
-(Se tapa la cara.) Yo cuando era chico tenía la misma cara que ahora.
Todos me decían: "¿Vos sos boxeador, pibe?", y la vieja siempre me disfrazaba
de boxeador. Dios me hizo boxeador. Bueno, yo digo Dios como puedo decir
mi mamá. A Dios no lo conozco, a mi vieja sí. Es lo más grande que hay
-dijo, y quedó por algunos minutos totalmente ausente.
“Canto en la radio y trabajo en
el teatro porque soy Ringo Bonavena. Sino cantaría en el
baño de mi casa. A Ringo Bonavena lo hice yo. Estoy abriendo
un camino. Ya no es como antes. A los boxeadores los miraban
como a locos, tarados, borrachos. Ya no somos más gladiadores.
Somos artistas."
-Se quedó muy abstraído, Ringo, ¿en qué estaba pensando?
-Estoy pensando que si mi hija nace el mismo día que yo es un fenómeno.
-Aunque no nazca el mismo
día, igual es un fenómeno.
-¿Vio? ¿Lo va a decir? -Seguro.
Habíamos dejado el centro y atravesábamos el Once; el grito de "chau
Ringo" se hizo entonces tan frecuente que casi no hablábamos. "Por aquí
lo conoce todo el mundo", le dije.
-Estoy entrando en mis barrios, aquí soy un ídolo.
-Las mujeres lo deben volver loco.
-Nooo... Además, yo a las mujeres poca bolilla -dijo, y se llevó el
pelo hacia atrás con los dedos entreabiertos-. Mire para enfrente. ¿Ve
esa casa? Me la acabo de comprar. Ahora le estoy haciendo pileta. Es
barrio berreta pero estoy cerca de la casa de la vieja, me río del mundo.
Dos cuadras más adelante detuvo el auto, señaló hacia la derecha y dijo:
"Aquí vive la vieja". Tenía el aire de estar diciendo: "Aunque parezca
mentira todavía existen los milagros; mi madre vive allí, en esa casa
que parece igual a todas". Bajamos y, sin golpear, entramos. Dos señoras
y un boxer nos salieron al encuentro dando grandes muestras de contento.
"¡Tití! -decía una de las señoras-, ¡sólo tengo milanesas!"
-Me como siete -dijo Ringo, sin ánimo de broma.
Pasamos a la cocina. Todo
se agitaba alrededor del campeón. Eran las tres de la tarde pero la
cocina volvió a encenderse y la heladera a abrirse y cerrarse. Aparecieron
las milanesas, pero también ensaladas, quesos, choclos, papas, buñuelos,
sopa, vino (por supuesto con soda), y ante mí, que había aceptado un
café, un tazón colosal rebosando café negro. Ringo comía, toreaba alternadamente
a la madre y al perro, y respondía a mis preguntas.
-Cuénteme su primera pelea.
-¿Te acordás vieja? Yo era un pibe; tenía 17 años. Un pibe con unas
ganas locas de pelear. Tiré piñas por todos lados. No veía, le pegué
hasta al referí. A mi manager no le pegué porque me agarró la mano a
tiempo -dijo y volvió a concentrarse en la comida.
-No se olvide, diga que mi perro es un boxer. Mírele la cara. Tiene
cara de boxeador como yo.
-Tiene. ¿Cuál fue su mejor enemigo?
-¿Quiere decir si alguna vez me hice amigo del que peleó conmigo?
-De José Georgetti. Era un gordo fenómeno. Andaba en la mala, no acertaba
una. Peleamos y a mí me descalificaron. Decían: "le ganó a Ringo". Con
eso repuntó bien, le volvieron a dar buenas peleas. En la casa colgó
un retrato mío. Cuando yo peleo viene a verme y me dice: "A ese tenés
que darle con la zurda", o "No le des mucho al principio, cansalo"...
y todo por esa pelea.
-Mientras pelea, ¿oye lo que el público le grita?
-Cuando recién empecé oía como quien oye llover. Tenía menos responsabilidad,
me quedaba tranquilo. Ahora es distinto.
-¿Y qué le gritan?
-¡Vieja! Vení, oí, mirá si le voy a decir lo que me gritan.
La madre se acercó y dijo: "A veces se acuerdan de mí".
-Eso sí que me da rabia -dijo Ringo-. Pero lo que más me gritan es:
"Dale, maricón, anda a dormir a tu casa".
-¿Cuáles son las condiciones más importantes para un boxeador?
-Que sea guapo y que sepa crear arriba del ring.
Trailer de Soy Ringo, película de José Luis
Nacci (2015)
-¿Qué quiere decir eso?
-Sí, no debe esperar lo que le diga el manager. El manager le dice:
"Pegale al hígado, al estómago". Hay algunos boxeadores que oyen, y
le meten nomás al hígado, y eso está mal. Hay que pegar por otro lado,
más arriba, y cuando el tipo se descuida, chau, darle al hígado.
-Usted tiene fama de fanfarrón.
-Soy muy fanfarrón.
-¿Nunca tuvo miedo?
-¿Arriba del ring? No.
-¿De verdad?
-¡Arriba del ring no! -y luego riéndose a carcajadas-: Tengo miedo arriba
del avión. Si tuviera ese miedo cuando peleo no podría pelear.
-Vamos
a pensar que usted sube al ring. Al tipo con el que va a pelear nunca
lo vio antes o lo vio de lejos. En cuanto lo ve, ¿tiene ganas de pegarle
o las ganas le van viniendo de a poco?
-No, no, yo trato de tenerle rabia para poder pegarle con ganas. Por
ejemplo que en el diario o en la radio haya dicho: "A Ringo yo lo mato"
o algo así.
-¿Habla mientras pelea?
-Yo no soy de hablar mucho.
-¿Otros boxeadores sí? ¿Qué dicen?
-Y... pueden decir "mientras vos estás aquí, ¿sabés con quién está (disculpe)
acostada tu novia?", o cosas por el estilo.
-Cuando termina una pelea, ¿qué tiene ganas de hacer? ¿Qué hace?
Ringo se da vuelta y mira a la madre que no ha dejado de trajinar a
su alrededor llevando y trayendo platos. "El Tití siempre viene para
casa después de las peleas" -dice la madre-. Y luego Ringo: "¿Vio?".
"Sí -añade la madre-, ¿pero quién hizo el sacrificio para formar ese
cuerpo?"
Yo no entendí bien y quedé mirándola. A su vez Ringo quedó mirándome
a mí. Por fin dijo: "Pero mire que usted es buenas noches. La vieja
le quiere decir que este cuerpo lo hizo ella. Estos noventa y tres quilos
a la sombra. ¡Toque! ¡Toque aquí! ¡Pero toque bien que no muerde!
-¡Fantástico! -Dijo bien.
Fantástico. Volvió a sentarse y comenzó a comer la fruta.
-Cuénteme cómo fue la pelea con el campeón mundial, en Estados Unidos.
-Qué quiere que le cuente, si no vi nada. Me dio cada piña que no sabía
ni cómo me llamaba.
Mala noche, malísima -dijo y con el sifón echó un chorro de soda al
perro que ladró sorprendido-.
¿Sabe cómo se llama mi perro? Se llama Ringo como yo.
-¿Conoció a Cassius Clay en Norteamérica?
-Sí, pero de lejos en un gimnasio. Yo le grité: "A vos te mato".
-¿En español?
-No, en inglés: "I kill you".
-¿Sabe inglés?
-¿Usted está mal? Hace un rato... ¿le quedan muchas preguntas? Porque
pájaro que comió, voló.
-Ya
termino. Hace un rato hablábamos del momento en que usted se enfrenta
con el otro, arriba del ring. Supongamos que están peleando y el otro,
ya medio grogui, se cae al menor golpe. Usted sabe que lo que correspondería
sería que el manager tirara la toalla y la pelea terminara, que el otro
ya no es nada. ¿Qué siente en ese momento?
-Una vez estaba peleando con un tipo que estaba así como dice usted,
lo tocaba y se caía. De golpe me di vuelta y le tiré un trompazo que
si lo agarro hay que hacerle la estética.
-¿Al pobre tipo? -¡Al manager!
Me lo tuvieron que sacar, quería matarlo. Hay cada criminal... Otras
veces uno está tan caliente que no se da cuenta de cómo está el otro
y puede deshacerlo sin querer.
-Supongamos que la pelea termina en este momento, usted ganó, el juez
le levanta el brazo, ahí en el suelo fuera de combate está el otro.
¿Siente lástima?
-Yo gané, el juez me levanta el brazo... y enseguida empiezo a ver la
gente que grita, las luces de los fotógrafos. Levanto la cabeza y me
olvido del otro. No tengo nada más que ver con ese tipo. Si después
me lo encuentro abajo le digo: "Estuviste bien, guapeaste", para alentarlo,
¿me entiende?
-En ese momento se siente muy feliz.
-Sí. Pero no porque lo rompí todo al otro; de él no me acuerdo más.
-Se puso de pie-. Venga que le voy a mostrar la casa que le regalé a
mi vieja.
Me la enseñó paciente y ordenadamente, explicando las mejoras, los arreglos,
los costos. La madre nos seguía ensimismada a ambos -la casa y Ringo-
mientras sonriendo, asentía con la cabeza. Ringo se detuvo de pronto,
y señalado con aire severo un saco que ésta llevaba puesto dijo: "¡Mamá!,
¿no te dije que ese saco lo tiraras? ¡Dámelo!".
Con el gesto de estar partiendo una hoja de papel lo abrió de lado a
lado y riendo se lo puso al perro de bufanda.
-No -dijo la madre-, es lindo porque con la calor...
-¡Vieja! ¡No se dice "la calor"! El calor, el calor. No me haga pasar
vergüenza delante de la uruguaya.
Ninguna vergüenza campeón, ilustre imagen de antiesnobismo, seguro huésped
al Reino de los Cielos.
“¡Somos
del barrio, del barrio de La Quema, somos del barrio de Ringo Bonavena!”
Indudablemente, nadie, pero
nadie puede negar la aún omnipotente presencia etérea en el medio deportivo
que corresponde de OSCAR NATALIO "RINGO" BONAVENA, niño de las calles
de nuestro barrio, que lo vio más de una vez cometer diabluras de pibe,
sanas como las de antes... y cómplice con su silencio.
Nacido el 25/09/42 con un
peso de 3,950 kilos, Oscar sale al mundo desde la panza de doña Dominga
Grillo, alojado allí cómodamente gracias a la generosa intervención
de Don Vicente Bonavena, en ese momento vecino de Boedo, aunque nos
duela, quién a partir de ese momento se convierte de padre de 9 hijos.
Ringo Bonavena, después
de ser expulsado del club San Lorenzo de Almagro aterriza en la sede
del Globo siendo conocido en el ambiente por autoproclamarse el más
guapo de la barra bullanguera, esto sucede en 1958. Aquí los hermanos
Raggo, históricos profesores del club, reciben a un tosco individuo
de pie plano al que tiempo después convierten en boxeador internacional.
Después de desarrollar alguna
experiencia boxística, entre ellas una negativa a cargo de Corletti,
Ringo enfrenta a Lee Carr en San Pablo, mientras representa a la Argentina
participando como miembro de la delegación comisionada en esos juegos
panamericanos (1963). A causa de su conducta deportiva, distante de
la deseada por la comisión de box nacional, Bonavena es descalificado
en este combate debido a que víctima de su impotencia por el castigo
al que lo estaba sometiendo Carr lo muerde en una tetilla.
Sancionado por la FAB decide
emigrar a EEUU en busca de nuevos horizontes deportivos acompañado como
siempre por su hermano José, reciben para esto el beneficio de una carta
de recomendación emitida por Tino Porzio, el representante deportivo
de los hermanos Raggo, allí en EEUU se hace cargo de su dirección técnica
la misma persona que le pagó los pasajes a él y su hermano José, un
tal Singer, quien lo haría debutar como preliminarista en el Madison
Square Garden, logrando ése día, el 03/01/64 vencer a su oponente por
KO en el primer round (Ron Hicks).
Ringo había logrado en ese
debut la conjunción de los unos... primera temporada del Madison, primera
pelea, primer round, primer KO, primer minuto.
Entrevista
a Ringo de Canal 7
Después de varios rivales
de segunda línea se enfrenta a Zora Folley, la derrota que le ocasiona
este veterano boxeador lo arrima a la idea de volver a la Argentina,
aprovechando para ese entonces que la sanción de la FAB había terminado.
El regreso de Ringo al pugilato
argentino estuvo coronado de incidentes generados por él mismo con afán
de promoción, frente a un rival de "prestigio" llamado Díaz, a quien
dejo KO técnico en el cuarto round, en declaraciones posteriores al
combate dejo en claro que quería a Peralta. Goyo había despreciado a
Ringo en EEUU cuando este se ofreció como sparring para el argentino
que criticó el ofrecimiento de Ringo como una manera de hacerse conocer
a costa de la fama que precedía al mismísimo Goyo Peralta, quien iba
a tratar de conseguir el titulo mundial de la categoría que estaba en
poder de Willy Pastrano.
Goyo Peralta, campeón argentino
de la categoría, jamás logró el título de campeón mundial, Ringo tampoco,
pero si preguntás por alguno la respuesta popular es Ringo... campeón
argentino de la categoría después de destronar a Peralta, un provinciano
de origen radicado en azul, donde fue elegido concejal por el Partido
Justicialista en unas elecciones que después fueron anuladas. ¿Por qué?...mirá...
al día siguiente de la pelea, un domingo, como era obligado, costumbre
en esa época durante el almuerzo familiar siguieron los festejos...
por supuesto en la casa de Doña Dominga, en la calle 33 orientales,
después "del morfi" Ringo traje gris corbatita fina, se calzo el cinturón
de campeón y salió a las calles del barrio para mostrarse tal cual un
pavo real a toda cola extendida... la caminata del campeón terminó en
la cancha de su querido Huracán que curiosamente jugaba ese día contra
el archirival deportivo... los cuervos de Boedo.
Gordito, pie plano, actor
en "los muchachos impacientes" y con Zulma Faiad en la revista de calle
Corrientes, cantor del "Pío-Pío", brazos cortos, campeón nacional de
su categoría... y de Parque Patricios porque sí...
Fuente: Web de Parque Patricios
- http://patriciospq.turincon.com
Hay tipos que me dicen:
"Hola, Bonavena, siéntese, coma algo". ¡Si cuando yo no tenía un mango
no me daban de comer! ¿Por qué me quieren dar de comer ahora?
EXTRA llevó a Oscar "Ringo"
Bonavena a una mesa redonda sobre la juventud argentina y, durante dos
horas, él estuvo en silencio mientras otros hablaban. Sin embargo, al
final, sorpresivamente, tomó la palabra y se extendió en un monólogo
que duró veinte minutos y se prolongó luego a la calle, a solas, con
un redactor de la revista. Ese monólogo, grabado, está aquí letra por
letra. En alguna medida confirma las palabras de Vicente Forte cuando
dijo de Bonavena que era un "nuevo Martín Fierro". Tanta es la "cencia
popular" que Ringo es capaz de derramar y contagiar. Habla de todo lo
que lo rodea y demuestra que la vida sólo exige un requisito: la autenticidad.
Eso se aprende aquí.
"¿Gente joven quién es?
¿Yo soy joven? ¡Yo soy un viejo! Yo no sé que le ven de joven a mi generación.
¿Qué es lo que es joven? ¿Usar minifalda? Para ser joven uno debiera
tener experiencia, y la experiencia llega de viejo. Es un peine que
te dan cuando te quedaste pelado. Yo no creo que seamos jóvenes. Yo,
para mí, soy un viejo. Y no porque tenga experiencia. No, me siento
viejo... no sé ni lo que quiero. La juventud de ahora tampoco sabe lo
que quiere. ¿Qué es saber lo que querés? ¿Llegar a una meta? Y bueno,
si es eso, entonces uno entra en la facultad y en vez de hacer revoluciones
y andar fumando por la calle -porque acá chillamos contra Norteamérica
pero si no tenemos un Master’s (marca de cigarillos de la época) en
el bolsillo nos morimos- hay que estudiar y recibirse. Dejarse de Mao
Tsé Tung y
que sé yo. No se reciben, no laburan y hablan de Mao Tsé
Tung.
"Yo
no entiendo a la gente joven. ¿Cuál es? ¿Qué yo no me siento joven porque
llegué? Y, sí, llegué, pero... ¿qué? Además la gente de mi edad no quería
ni quiere que yo llegue. Y en todos los terrenos es lo mismo. ¿Con qué
vienen? Los doctores, por ejemplo. Yo tengo... cien doctores amigos
y todos se tiran uno contra otro. ¿Sabés cómo se tiran? Que no, que
éste esto, que aquél lo otro, que éste trabaja en la Municipalidad,
que aquél trabaja allá... y así. La gente no quiere que yo llegue porque
dice que soy fanfa. ¿Por qué fanfa? ¿Porqué digo que voy a ganar? Ahora,
si yo digo que voy a perder y que... bueno... en fin, si me ganan mala
suerte. Entonces, sí, soy un buen muchacho. ¡Pero no le doy de morfar
a mi vieja! Prefiero decir que lo voy a matar al tipo (que no lo mato,
que es mentira, lo digo de grupo) y darle de morfar a mi vieja. Yo conozco
un tipo que habla del hermano -"que lo voy acompañar aquí a mi hermano,
que lo voy a ayudar allá"-, pero ¡porqué ese hermano está arriba! ¡A
los dos "muertos" que están abajo no los voy a nombrar nunca! ¿Y eso
es un buen hermano? Sin embargo, todos dicen que es un señor. Pero vos
agarrá su historia; tiene cinco o seis hermanos, todos de la misma profesión
que él, y nombra solamente al que le va bien; a los "muertos", no (seguramente
se refiere a Goyo Peralta).
"Y así todos. Aquí solamente
se nombra a los próceres. A mí me preguntan quién es el mejor boxeador
del mundo y yo digo Accavallo. Pero vos le preguntás a cualquiera y
te dice Cassius Clay. ¡Pero si nunca lo vieron pelear! No lo vi pelear
yo... lo vi por televisión, ¿cómo voy a decir Cassius Clay? ¿Por lo
que leo? ¿Cómo voy a creer por lo que leo?... Después, por ejemplo,
a muchos les preguntás: ¿vos creés en esto? ¿Creés que podés hacer aquello?
Y te dicen: "Y... no, yo no creo". Y les preguntás: ¿Y en Jesús creés?
"¡Ah, sí! ¡En Dios, sí!" ¡Pero si no lo vieron! Yo tenía como ídolo
a Rocky Marciano, otro puede tener a Rattin, a Palito Ortega, a Justo
Suárez, que sé yo... así te puedo nombrar a muchos. Y el otro día le
pregunto a una señora quién es su ídolo ¿y sabés qué me dice? ¿sabés
quién? ¡Jesús! ¿Y por qué? le pregunto. "Y...porque se hizo matar."
¡Pero para eso yo me hago matar mañana mismo a ver si soy ídolo! Por
eso pregunto si el Che Guevara es ídolo. Era un loco que buscaba lo
suyo, nada más. Yo también busco lo mío: ser campeón del mundo, cazar
plata y vivir bien. A mí me dicen que soy ídolo. Yo no creo ser ídolo;
creo ser popular. Pero no creo que ningún muchacho de mi edad quiera
ser como yo. El ídolo es humilde y sencillo. Y yo no soy ni humilde
ni sencillo. Yo no soy derrotado... porque el humilde es derrotado.
La modestia es vanidad. Mirá, un tipo pregunta a otro: "¿Así que tenés
un Mercedes Benz?" "Y... sí, más o menos"... "¿Así que tenés un Mercedes
Benz?" y yo te contesto de otra manera: "Sí, gracias a Dios tengo un
Mercedes Benz". Ves cuál es la diferencia. Si yo te dijera: "Sí, como
dije antes yo peleé por todo el mundo, conocí muchos países, me compré
varias casas" sería vanidoso. ¿A vos qué te interesa eso? Lo mismo que
el otro día, viene un tipo y me dice, "que tal Ringo, cómo va, dónde
va a pelear". "Y... no sé, le digo, quizás en EEUU, no sé" le contesto.
Y me dice: "¡Ah! Justamente yo tengo una hija becada para EEUU". ¡Y
a mí qué me importa! ¿Ves lo que te digo? Siempre quieren ser más que
vos. Es la envidia. ¿Vos podés creer que la gente silbe a los que corren
con Torino? Es un coche argentino y lo silban ¿vos podés creer?
"Esto
que te digo pasa con todo. Vos venís conmigo y yo te presento como el
doctor Fulano de Tal te dice: "¡Ah, el doctor! ¿Qué tal? ¿Cómo le va?
Encantado, póngase cómodo". ¿Qué me vienen con esas cosas raras a mí?
Yo voy con el doctor Paladino y un amigo y presento "un amigo, el Pato",
no pasa nada; y digo "y este es el doctor Paladino" y empiezan: "¡Ah,
el doctor!" ¿No es una persona igual que el otro, acaso? ¡A mí me da
bronca! Yo estoy continuamente en eso. Por eso al que viene con "Hola
Ringo, qué hacés" y me entra a palmear y abrazar me lo saco de encima
¡fuera!, ¡fuera! Por eso soy fanfa. Porque hay cosas que no puedo tolerar.
Hay tipos que me dicen: "Hola, Bonavena, siéntese, coma algo". ¡Si cuando
yo no tenía un mango no me daban de comer! ¿Por qué me quieren dar de
comer ahora? Si yo una vez pisé un pucho y me quemé el pie. Tenía un
agujero así en el zapato. Y ahora que tengo mosca, todos me invitan.
No hay caso: tanto tenés, tanto valés.
"Tanto tenés, tanto valés.
Cuando perdí con Jimmy Ellis se abrieron todos y me quedé solo. Cuando
gané a Mildelberger el presidente me mandó un telegrama; cuando perdí
no se acordó. Hasta gente que yo creí que era amiga mía desapareció.
Todo el periodismo, todos. Cuando alguien se acercaba era para buscar
pretextos: "No hiciste lo que te dijimos..." ¿Y qué me pueden enseñar
a mí? ¿Se creen que es como el fútbol que uno se cansa y le pasa la
pelota a otro? ¿A quién le paso la pelota yo arriba del ring?
"Te dicen: "Vamos, Ringo,
vamos a ganar". ¿Qué vamos? ¿Qué vamos?, si el que pone la cara soy
yo. Vas a ganar, tendrían que decir. Si suena la campana y yo me quedo
solo ahí arriba. Vivimos de grupo, viejo. Hay que seguir un camino y
llegar a lo que uno quiere. Yo ya a algo llegué, pero ahora quisiera
hacer otras cosas. A veces tengo bronca de no haber estudiado (aunque
no pude, claro). Si hubiera estudiado podría hablar de muchas cosas
que no entiendo. A veces quisiera no ser Bonavena, poder hacer las cosas
que hace cualquier muchacho, vos, por ejemplo. Yo vivo bien, ya estoy
cubierto para todo el viaje: ahora quisiera dejar el boxeo ya y empezar
a hacer otras cosas. Mirá que yo lo que me gusta lo aprendo, no soy
ningún bruto, por más que la gente lo diga. A mí me importa lo que dice
la gente; hago como que no, pero me importa. Lo que pasa es que yo tuve
que hacerme una imagen de malo. Pero era la única manera de conseguir
peleas. Yo en 1963 me fui a EEUU sin un mango, y dos cosos me agarraron
y me hicieron firmar un papel y hacer peleas. Ganaba 10 dólares y los
mandaba para acá porque mi mujer estaba por tener la nena. Después vine
para acá y tuve que decir que los iba a matar a todos para que alguien
me llevara el apunte y me diera alguna pelea. Ahora estoy bien y trato
de hacer todo lo que siento.
"Por eso grabé un disco:
no tengo nada de voz, pero me gusta cantar. Por eso voy a correr el
Gran Premio si se hace: porque hago lo que siento. Yo no tengo amantes;
pero porque no lo siento. Lo que siento lo hago y lo que no, no. Ahora
quisiera hacer algo nuevo. Siento que podría hacer muchas cosas."
Fuente: Extra - AÑO IV -
Nº 38, septiembre de El director de Extra era Bernardo Neustadt).
Por Horacio Sacco (de "Libro de
Alabanzas", ed.
Libros
en Red, Buenos Aires, 2000)
No tenía la mirada apacible, su hablar no era sereno ni su sombra reposada.
Más bien era desvergonzado, picapleitos, machista y fanfarrón. Tampoco
era lo que se dice comedido y serio. Más bien chiquilín y prepotente.
Pero era bueno. Con todo lo que implica la palabra bondad. Un reo inculto.
Un mersa. Un self-made-man. Un alborotador. Un impuro. Pero bueno. Y
buen boxeador, quizá como pocos o ninguno. No sé si el mejor, porque
tenía pié plano. No fue campeón del mundo por poco, pero estuvo cerca.
Había nacido bajo la luz de Virgo en mil novecientos cuarenta y dos,
en La Quema. Dicen que murió como vivió: espectacularmente. Y tal vez
así sea: su joven corazón de treinta y tres años –alguien dirá rápida
y estúpidamente "¡La edad de Cristo!"- fue partido en dos por la bala
rimbombante de un fusil treinta-cero-seis, disparada desde treinta metros
por un matón a sueldo, allá por Nevada, América del Norte.
Amaba a su madre con un desmedido
amor, para regocijo de los buenos intelectuales y de los malos (de maldad)
psicoanalistas. Su familia solía vivir en conventillos, y había otros
siete hermanos con quienes compartir vestimentas, comidas y un cacho
de mamá. Una vez -él mismo se lo recordó al periodismo- se le vino abajo
el depósito de agua del baño cuando fue a tirar la cadena, de puro podrido
que estaba. Muchos años después instalaría cuatro baños a todo trapo
en su casa nueva. Compartió su fortuna con todos sus hermanos, con todos
sus parientes y con todos los amigos que el oro no compra ni corrompe:
los que lo siguen llorando después de desaparecida la orgía de titulares
del periodismo amarillo, después de achicharradas y secas todas las
palmas y todas las coronas de todos sus triunfos y de su único velorio.
Después de vendidos y olvidados todos los libritos, todas las reseñas,
todas las separatas, todos los homenajes, todas las estampas. Y si alguno
les pregunta a ésos, sus amigos, qué tenía de especial, qué había en
él, cuyo discurso era un golpe bajo para la inteligencia, ellos dirán
"No sé, pero era bueno".
Su madre acostumbraba a disfrazarlo
de boxeador cuando era niño, el disfraz más fácil y barato de los carnavales.
Él ponía la cara y el cuerpo: todo un boxeador. Los guantes y el pantaloncito
eran de otro. A los once años se quebró una pierna -pesaba ya sesenta
kilos- y su mamá lo alzó y llevó en brazos al hospital, que no quedaba
justamente a la vuelta. Jamás se olvidaría de eso. Aquel siete de diciembre
de mil novecientos setenta tiró dos veces el negro a la lona, pero al
final perdería por nock out. Igual fue inolvidable, la hora suprema,
la excelsa, la grandiosa. Casi igual que Firpo. Muchas veces quiso repetirlo:
apeló, luchó, peleó, pero no le dieron otra chance.
No quería hacerle mal a nadie. Todo
su poder estaba respaldado por noventa kilos de carne mal repartida
y bastante bien desarrollada a fuerza de polenta y guisos de fideos.
Muy tardíamente llegarían los mariscos chilenos de los restaurantes
finolis donde sentaba a toda la parentela –mamá, obviamente, en el medio-
mientras le hacía chistes ridículos a un mozo condescendiente. "Reíte
vieja, que ya sufriste mucho lavando ropa pa’ afuera", susurraba al
oído de su mayor amor en este mundo. Habrá dicho pavadas en su vida,
pero por estas diez palabras entraría al Reino de los Cielos. Era bueno.
Y aunque fumaba Partagás y consumía champán francés –quizá para mandarse
un poco la parte y no porque le gustaran de verdad- y podía contar decenas
de trajes ingleses, jamás se avergonzó ni ocultó sus humildes orígenes
(otro lugar común, pero qué quieren que haga).
Tenía una bocaza clara y transparente,
hasta se animó a cantar el "Pío-pío" en la televisión. ¿Pero era él?
Un poco era nosotros, o cachitos de nosotros, de los que no pudimos
salir de Parque Patricios, de los que nunca pudimos pechearle a los
de arriba, de los que jamás pudimos salvarnos para ninguna cosecha por
más que hicimos fuerza. Por más que lo deseamos, no pudimos ni podremos.
Contra lo previsible no era peronista,
pero se hizo bordar en su bata de campeón "Las Malvinas son argentinas"
bajo un amarillo sol amanecido, mucho antes que sobreviniera la onda
patriotera y sangrienta del ochenta y dos. Le gustaba coleccionar armas
e ir de safaris de caza mayor, pero nunca olvidó la gomera colgada del
bolsillo de atrás. Su vida fue una fugaz y estentórea risotada y –para
su bien- su madre lo sobrevivió. En el fondo ella era más fuerte. No
pudo ser buen padre ni buen marido, quizá porque nunca dejó de ser el
mejor de todos los hijos de todas las madres de todas las Quemas: el
que pudo, el que llegó, el que triunfó. Quería ser canchero y la mayoría
de las veces alzó palmas de ridículo; juntaba objetos colosales, lustrosos
e inútiles con la misma intensidad y asombro desmesurado con que los
chicos de barrio juntan figuritas. Fue un solitario adelantado de la
plata dulce. ¿Pero no es un poco el deseo nuestro: tener la exclusividad
de otra plata dulce? Hasta escribió, a pedido, para la revista Satiricón.
Anoten: a pedido. Pero jugaba mucho, perdiendo fortunas en casinos y
mesas clandestinas, dicen.
Al final tuvo que hacer de payaso para los
millonarios yanquis, con otros grandulones en desgracia con quienes
se cruzaba a golpes con efluvio a tongo y a camelo en los monumentales
adefesios palaciegos de las Vegas. "Esos hoteles tienen alfombras que
te llegan hasta los tobillos, tenés que verlo, ustedes no se lo imaginan",
diría deslumbrado el muchacho de Parque Patricios. Lo más parecido a
un sueño cuando el mayor capital que uno tiene es justamente un sueño.
Sobre todo si uno tiene once años y ha nacido en la irrealidad de La
Quema. Quizás él tenía once años, y todavía disfrazado nos hizo creer
a todos que era grande. Pero igual allá en el norte se rebajó y perdió
rango. Todo por unos dólares mugrientos. Pero ahí está, seguro que ahora
cerquita del buen Dios. Porque era inocente de toda inocencia y puro
como un ángel irredento. Y fuerte. Y tan temerario y osado como para
llamarlo a Don King "racista al revés", porque el negro no quería que
su pupilo negro peleara otra vez con otro blanco. Y aparte sudaca. Así
era él.
Entrevista
por Guillermo Gasparini, clic para agrandar
También diría, y esto lo sacamos
de sus declaraciones: "En mi casa mando yo y mis hijos no van a ir nunca
al psicólogo", y otras cosas semejantes y del mismo tenor. Yo creo que
si para tanta gente ingrata somos capaces de engordar graciosamente
la vista, quizás él más que nadie merezca esa concesión, esa delicadeza
que se llama olvido. Olvidemos esto.
Era sagaz y astuto. En un programa
acartonado de la televisión de los setenta, no viene al caso, le preguntaron
una vez:
-¿Pero para usted todo se reduce
a dinero, a comprar y vender?
-A ver si no, esperá un cachito
y a ver si no me vas a cortar para pasar las propagandas -respondió
sin perfidia.
No era, lo que se dice, ningún careta. Fresca
y nueva palabreja para un concepto vetusto y refinado: hipocresía. El
no era un hipócrita, quizá por eso murió joven -alguien dirá rápida
y estúpidamente "¡Como Cristo!"-, para no crecer, para no perder la
frescura del desprejuicio, del se puede, del no me jodan; para no madurar
y aposentarse en la achanchada adustez de los caretas. Los que compramos
y vendemos y todo lo reducimos a dinero, pero nos tenemos que inventar
excusas y mentiras para no pensarlo, para no creerlo ni sentirlo, para
no acordarnos de los conventillos, de La Quema, de los depósitos de
agua podridos, de las madres que alzan y llevan a sus hijos –si pudieran
y si se lo pidieran- hasta el mismísimo cielo o el mismísimo infierno.
Para no darnos cuenta de lo maravilloso que podría ser este mismo mundo
si tuviéramos las ganas y los huevos que él tenía para cambiarlo. A
su manera, claro.
Seguro que cuando llegó allá
arriba, con el pecho anegado de claveles rojos, San Pedro habrá querido
sacarse una foto de recuerdo antes de llenarle la ficha celestial y
hacerlo pasar a la bienaventuranza de un Paraíso lo más parecido a Las
Vegas. Porque San Pedro -según dicen los chismosos serafines- es un
poco cholulo y se desvive por los pescados grandes que de vez en cuando
le manda La Parca. Y él, seguro, habrá bajado alardeando de la cupé
Torino, no se habrá sacado los descomunales anteojos espejados ni el
mersón sombrero texano, y le habrá gritado desenfadadamente, abriendo
sus enormes brazotes de buenazo: "¡Pedrito viejo y peludo nomás!" Para
estupor de la gilada que no nació en La Quema ni lo esperó el avión
presidencial, por si ganaba.
Y después en la foto, seguro que por joder nomás, le hizo los cuernitos.
Se trata del Mustang Ranch, en Las Vegas, Nevada, en Estados Unidos.
El mítico boxeador argentino murió allí en 1976. En esa época el dueño
del lugar era un ex manager, Joe Conforte, que según los rumores, lo
mandó matar porque Ringo tenía un romance con su mujer.
El domingo, el hotel Mustang Ranch, en la ciudad de Las Vegas, en Nevada,
Estados Unidos, se incendió producto de unas pruebas que realizaba allí
el departamento de bomberos, ya que el edificio y el terreno habían
sido cedidos al Estado. Aquél lugar fue un icono en la historia del
boxeo argentino: allí asesinaron a Oscar Natalio Bonavena, el 22 de
mayo de 1976.
El Mustang Ranch funcionaba como un burdel en aquellos tiempos. El dueño
era el empresario Joe Conforte. Un representante de boxeadores, dueño
de varios casinos y manejador de varias casas de apuestas deportivos.
Conforte fue manager de Bonavena en la década del 60, cuando Ringo buscó
peleas y dinero fresco en Estados Unidos tras recibir una suspensión
de la FAB (Federación Argentina de Boxeo) por "morderle la tetilla a
un rival".
La historia cuenta que Joe Conforte, un mafioso de Las Vegas, lo mandó
matar porque Bonavena mantenía un romance con su esposa, Sally Conforte.
Una noche en la que Ringo acudió al cabaret del hotel, pero con la intención
final de encontrarse con Sally, el guardaespaldas de Conforte, Willard
Ross Brymer, lo asesinó de un escopetazo.
Bonavena es uno de los personajes más carismáticos de la historia del
boxeo argentino, aunque nunca consiguió ser campeón mundial. Nació el
25 de septiembre de 1942 en el barrio de Boedo. Fanático hincha de Huracán,
ensayó sus primeros golpes en el club de Parque Patricios (hoy una estatua
en homenaje decora el parque). Tras conseguir el campeonato amateur
de boxeo en 1959 y dos coronas sudamericanas en los dos años siguientes,
Bonavena probó suerte en Estados Unidos. Su punto más alto fue el 7
de diciembre de 1970, cuando se enfrentó a Cassius Clay, después conocido
como Muhammad Alí, en el Madison Square Garden de Nueva York. Perdió
en el último round, después de haber caído en tres oportunidades y decretándose
el nocaut automático. Ringo tenía 68 peleas, 58 triunfos, 9 derrotas
y un empate.
La historia del cabaret donde murió Bonavena llegó a su fin el domingo.
Después de pasar por varias manos, y con la tecnología de los hoteles
modernos de Las Vegas, el Mustang Ranch entró en su peor etapa. Endeudado
y sin nadie que quiera mantenerlo, fue cedido al departamento de bomberos
de Nevada. En una entrenamiento, el hotel pereció en las llamas.
Encuentro entre Walas y Dora, la mujer de Bonavena
Imagen: Cecilia Salas
Ringo, el flamante disco de Massacre, recupera la figura de Ringo Bonavena,
el rockero que mejor boxeaba. “Estoy despidiendo El Mamut para lanzar
Ringo. Estoy dejando de ser el gordo para convertirme en el atleta”,
dice Walas, que se encontró con la mujer de Ringo para esta producción.
Por Facundo Enrique Soler
Lo que queda de Ringo Bonavena es el recuerdo de uno de los máximos
boxeadores de nuestro país y la imagen del primer deportista que supo
mezclar su carrera con humor, música y caradurismo. Dora Bonavena, su
esposa y madre de sus dos hijos, sigue sosteniendo esa leyenda del fortachón
de Parque Patricios que, pese a los millones de dólares, mantenía la
misma esencia de un niño: “Era un nene grande, que le gustaba divertirse.
Nunca se olvidaba de sus raíces”. Esas raíces fueron las que utilizó
Walas para rendirle un homenaje a Buenos Aires. Así apareció Ringo,
el nuevo y esperado álbum de Massacre, que explota las viejas mañas
de la banda y a la vez lleva sus sonidos a lugares inesperados. “Este
disco es un homenaje a la ciudad en la que vivo. En este último tiempo
me volví a enamorar de ella, de su nueva cabeza, de los jóvenes con
militancia, de viajar en subte, del lunfardo, de lo popular y lo terrenal.
Así llegué a ponerle Ringo, porque es un icono porteño. Además, en su
figura veo mucho de la dinámica de Massacre. Tenemos esos ingredientes
por fuera del rock que él tenía por fuera del boxeo”, deslizó el frontman
y cerebro del grupo.
Massacre - Ringo (full album)
En
el bar Sócrates –pleno corazón de Caballito–, la única señora que acompañó
a Oscar Natalio Bonavena (o Ringo) a todas las ciudades del mundo en
las que peleó, se encontró con el cantante que decidió inmortalizar
su figura en un disco. “Vos sos del barrio, ¿no?”, pregunta Dora y,
antes de que Walas pueda contestar, continúa: “Yo no te conocía, pero
hace unos días el quiosquero que me vende los puchos me dijo que un
grupo de por acá estaba por sacar un disco que se llama Ringo y que
era por mi marido. Después fui a la peluquería y estaban todas las chicas
hechas unas locas hablándome de vos”. Walas, contento porque la señora
está al tanto de la situación, le responde: “Sí, yo me crié y vivo por
acá. Mandales un beso a todas o, si no, dejá que yo se los doy personalmente”.
La Virgen del Knock Out
Dentro de los once temas que completan la lista de Ringo está La Virgen
del Knock Out, un homenaje “a vuelo de pájaro” de lo que era la figura
de Bonavena cuando se subía a un ring o cuando estaba abajo; el púgil
creaba un personaje inolvidable que mezclaba humor, ironía, ego e irreverencia.
Para esta canción, Walas inventó un hada madrina que se dedica a cuidar
a Ringo mientras se pelea con los boxeadores más importantes del mundo.
Una especie de santidad que le sonríe de reojo y lo acompaña cuando
le sacan el banquito, cuando queda solo ante un rival que lo quiere
matar a trompadas. Básicamente es una criatura más del repertorio de
un creador de seres fantásticos que encuentra en su propia mente las
razones para sentirse seguro. “De chico me la pasaba creando dioses
aparte. Es la necesidad de tener algo en que creer”, resume Walas.
“Es una buena idea, mi marido era muy creyente, pero no le rendía devoción
a ninguna virgen. Me parece que tiene mucha onda, además es algo que
nunca se hizo. Los boxeadores no tienen santos”, replica Dora al entender
la idea básica del tema; y Walas, contento con el recibimiento, responde:
“Hay un santo de esto, un santo de aquello. Hasta los chorros tienen
una divinidad que los ampara, pero hasta donde yo sabía los boxeadores
no tienen a nadie que los proteja cuando salen a pelear. Así nace esta
diosa pagana”.
Uno de los puntos clave de la canción es
cuando el vocalista toma la voz del mismo Ringo y dice: “De mi ring
no se sale / soy temido en el norte y el sur / no me quedan rivales
ya y este negro no me dura ni un round”. Ese “negro” al que se refiere
es Cassius Clay (o Muhammad Ali), el boxeador más grande de todos los
tiempos y el protagonista de la batalla más épica que Ringo alguna vez
peleó. “Lástima que sí le duró un round y le terminó durando 15”, cuenta
su viuda, en referencia a aquella noche de 1970, en el Madison Square
Garden de Nueva York, en la que Ali venció a Bonavena por puntos. La
importancia de esa pelea iba más allá del resultado: es que antes de
que suceda, Ringo había hecho todo tipo de burlas acerca del que ya
en ese entonces era el boxeador más respetado del planeta. En el pesaje
lo llamó “chicken” mientras emulaba a una gallina, e hizo chistes racistas
para desestabilizarlo. Ali, totalmente enojado, le prometió que lo iba
a noquear en el noveno round que, curiosamente, fue el único momento
de la pelea en el que Ringo estuvo más cerca de la victoria.
De elefante a boxeador
La
vírgen del knock out
De su ring no se sale
ni con la otra mano de Dios
es de Patricios que nacerá
la leyenda del futuro campeón
lo que Ringo no sabe
es que muy pronto verá
que todo el mundo a sus pies
se derrite como lava.
Pegue Ringo es lo que clama
ardida la afición
le sonríe de reojo
la Virgen del knockout
sáquemelo del ring
grita una Luna Park.
De mi ring no se sale
soy temido en el norte y el sur
no me quedan rivales ya
y este negro no me dura ni un round
lo que Ringo no sabe
es que muy pronto verá
a todo el mundo a sus pies
pegue Ringo
De su ring no se sale...
Ringo no sólo tiene que ver con el amor
de Massacre hacia la ciudad de Buenos Aires, ni la devoción por las
aventuras del boxeador más épico –pero no el más exitoso– que tuvo nuestro
país. También es un sinuoso camino que recorrió Walas desde la salida
de El Mamut, el pasaporte de la banda hacia el éxito masivo, hasta esta
nueva producción. En los casi cuatro años que hubo en el medio, el cantante
tuvo que reconocer sus problemas de sobrepeso y plantearse una mejor
conducta alimentaria ante los riesgos de muerte que su nutricionista
se encargó de advertir.
“Hasta ahora ya bajé 15 kilos y me siento muy bien. El otro día, mi
terapeuta me hizo ver algo muy lindo: yo estoy despidiendo a El Mamut
para lanzar Ringo. Estoy dejando de ser el gordo para convertirme en
el atleta. Nunca lo vi de esa forma y es verdad: es una verbalización
del subconsciente.”
Un rockstar con guantes
El personaje de Ringo vuelve una y otra vez al bar Sócrates. Dora siempre
termina recordando sus famosas frases, las veces que se reía de sus
rivales antes de pelear y cómo se manejaba por Nueva York como si hubiera
nacido allí, teniendo en cuenta el detalle de que no sabía una sola
palabra en inglés. Es que Bonavena no sólo podía molerte a piñas arriba
de un ring: también tenía el carisma necesario para ganarse al público
y desestabilizar a sus rivales psicológicamente. Sus armas mediáticas
hacían de él un personaje que bien representaba al porteño agrandado,
bonachón y con cojones, que tuvo el record de taquilla del Luna Park
con 18 mil personas. “Eso sí: te decía que te iba a arrancar la cabeza
y cumplía”, aclara su esposa, y Walas le contesta sonriendo: “Eso es
rock and roll. Por eso Ringo es puro rock and roll. El fue pionero en
toda esa cultura de bardear en la etapa de pesaje o antes de una pelea;
mucho después se puso de moda en el mundo del boxeo.”
La carrera como boxeador no fue el único
motivo por el cual Ringo se hizo famoso. Sus numerosas apariciones en
televisión, las fuertes declaraciones que hacía antes de cada pelea
y su presencia en todo tipo de espectáculos (en una obra de Olmedo a
la que asistió como espectador, terminó arriba del escenario recibiendo
aplausos), eran las razones por las que se convirtió en un ídolo popular.
Hasta llegó a ser cantante, en el famoso
tema Pío Pío que fue escrito por Palito Ortega y hoy es repetido hasta
el hartazgo en la pantalla de Crónica TV para anunciar la cuenta regresiva
hacia la primavera. “Cuando ya tenía su propia fortuna, seguía estacionando
su Mercedes-Benz blanco en la puerta del club en Parque Patricios y
se quedaba jugando al truco con sus amigos. No perdió noción de las
cosas que quería ni de quién era en realidad”, recuerda Dora. Esa capacidad
para tener los pies sobre la tierra, en cuanto a la familia y el barrio,
hacía de Ringo un verdadero poeta, que inventaba frases para el recuerdo:
“Cuando viajaba, mandaba cartas a diario para mí, mi suegra y mis hijos.
En todas había un billete y una frase o pensamiento que te llegaba al
corazón”.
Rebobinar cinco décadas
Ringo,
el disco
Massacre muestra en su nuevo disco su cara más conocida,
pero también se dedica a recorrer terrenos que no acostumbra.
Entre las novedades se destacan El deseo, un tema pausado
que relata la llegada de la madurez; Muerte al faraón, un
grito de aprobación a las nuevas militancias políticas;
y Lo mío no es tan grave, un redescubrimiento de la belleza
de ser porteño. Luego aparecen los guiños que la banda siempre
saca a relucir. Tengo captura, las andanzas de un par de
prófugos enamorados; Tanto amor, la canción melosa por excelencia
que viene sonando hace rato en la radio; y El Robot versus
La Momia Azteca, otra invención ficticia de Walas para salir
a divertirse en su propia mente.
El costado musical no se escapa a este concepto de dos caras
que plantean las letras de Ringo. Por un lado están las
guitarras explosivas de Pablo Mondello que son marca registrada
de todos los discos de la banda, pero a su vez también aparece
un solo a lo Santana que recuerda el pasaje instrumental
del tema Can’t you Hear me Knocking de los Rolling Stones,
un lapso de trance valioso. A la lista de cosas nuevas se
suma el sonido de un sitar para Tengo captura y violines
en Tanto amor. También se fortalecen los guiños electrónicos
que Massacre implementó hace ya una década. La clave del
disco es La Virgen del Knock Out, eje central de la temática
que quiere planear Walas al rendirle homenaje a Bonavena.
Ringo, el boxeador
Oscar Natalio Bonavena, o Ringo, apodado así por tener una
cabellera parecida a la del baterista de Los Beatles, nació
en la ciudad de Buenos Aires el 25 de septiembre de 1942.
Desde joven, Ringo tuvo una pasión desmedida por irse a
las trompadas apenas la situación lo ameritaba y, ni bien
pudo, dejó sus estudios y se dedicó de lleno a convertirse
en boxeador. En su carrera tuvo 68 peleas oficiales que
dieron un saldo de 58 victorias, 9 derrotas y un empate.
Entre sus más recordadas presentaciones se destacan las
dos ocasiones en las que cayó ante el campeón Joe Frazier
y la única vez que se enfrentó a Muhammad Ali y perdió por
puntos.
Ringo murió tras recibir el disparo de un rifle en el pecho
en mayo del ‘76, cuando se encontraba en la puerta de Love
Ranch, un burdel de Reno, Nevada. Su ejecutor fue Ross Brymer,
uno de los empleados de seguridad del local. Las causas
del homicidio nunca fueron esclarecidas del todo, pero la
conmoción que generó en la Argentina fue enorme. A su funeral,
que se llevó a cabo en el Luna Park, asistieron 150 mil
personas. Su imagen es recordada, más allá de los logros
deportivos, como la de un verdadero personaje fundamental
para entender a la ciudad de Buenos Aires.
A medida que transcurre la conversación,
Dora parece estar encantada con la idea de que un tipo como Walas lleve
la figura de su esposo a la gran cantidad de pibes que se la pasan escuchando
Massacre. “El público que te sigue lo único que puede llegar a saber
de Ringo es, por una cuestión generacional, por medio de sus padres.
Ahora que escuchen esto van a entender un poco más sobre su historia”,
dice ella.
“Siempre fuimos un poco didácticos como banda. Nosotros hablábamos de
Joy Division, Patti Smith, The Velvet Underground y muchas bandas más,
y nuestros seguidores rebobinaban en la historia del rock y se encontraban
con todos esos grossos de los que no sabían nada. Ojalá que con Ringo
pase lo mismo y la gente salga a buscarlo a él y a las figuras de los
años dorados del boxeo. Quiero ser un buen intermediario”, explica Walas.
Cuando llega la hora de despedirse, Dora confiesa que a Ringo le hubiera
encantado el homenaje que Massacre le está haciendo: “Todos tenemos
un ángel especial, alguien que nos guía. Después de la muerte de mi
marido tuve que criar a dos chicos por mi cuenta y, por más que no tuviera
a nadie, nunca me sentí sola. Siempre percibí una presencia, que ahora
podemos llamar La Virgen del Knock Out. Ahora salgo y les cuento a todos
sobre ella”.
El barrio de la Quema, el barrio de Ringo Bonavena
Después de conversar con la viuda de Ringo, Walas va hacia el Club Huracán,
el lugar donde el mítico boxeador pegaba sus primeros puñetazos a una
bolsa de arena y aprendía a la perfección todos los detalles que le
servirían para su carrera. Al entrar lo recibe Pablo “El Pelado” Rodríguez,
uno de los profesores del gimnasio, y Gonzalo “El Patón” Basile, un
boxeador mediático fácil de distinguir por su cuerpo de gladiador y
la enorme cantidad de tatuajes que tiene.
Cuando Walas les comenta acerca de su homenaje a Ringo y la creación
de La Virgen..., ambos boxeadores se sorprenden y le agradecen. “Cuando
me preguntan quién es mi ídolo, digo Oscar Bonavena. El mismo se vendía
en una época que no existía el marketing. Aparte que después subía al
ring y te mataba a trompadas”, dice Basile.
Dentro del gimnasio, donde están las bolsas, los guantes, el ring y
las mancuernas, Walas recorre la galería de imágenes que están colgadas
en homenaje a Ringo y se sorprende con la cantidad de fotografías increíbles
de su ídolo. Reinan las tapas vintage de El Gráfico, un retrato con
Elvis, una sesión de fotos para una revista que lo mostraba de joven
junto a una versión adolescente de Dora y carteles anunciando sus peleas
más importantes, en donde se incluía el épico combate con Muhammad Ali.
“Esto fue una peleíta de fondo, ¿no?”, pregunta Walas con ironía al
verlo.
La recorrida termina en un ring rojo y blanco, como los colores de Huracán,
que tiene como imagen de fondo un cuadro de dos metros con Ringo en
pantalones cortos, con sus guantes puestos y mirando a la cámara con
una actitud desafiante. Al entrar agachado entre las cuerdas, Walas
se encuentra en el mismo escenario donde su ídolo comenzaba a tirar
ganchos y reconoce con ojos vidriosos: “Estar acá me está emocionando
de verdad”.
La sesión de fotos termina y la excusa para estar en ese lugar mágico,
también. Walas se va a ensayar con Massacre, se despide rápidamente
de sus dos amigos, que le reclaman la imagen de La Virgen... (para ver
si es una buena idea para un tatuaje) y también hacen públicos sus deseos
de escuchar el tema para entrenar. Es una noche intensa en Parque Patricios
y en una horas Ringo (el disco) saldrá a la venta tras una larga espera.
El boxeador argentino “Ringo” Bonavena cumpliría 70 años
(25/09/12 TELAM) Si el polémico camino que eligió para su vida no
lo hubiese llevado a una muerte tan temprana, mañana habría sido
un día de fiesta: Oscar Natalio Bonavena, el popular "Ringo", cumpliría
70 años.
Por Roberto Pettacci
Bonavena nació el 25 de septiembre de 1942 en el barrio de Parque
de los Patricios y de su amplio anecdotario quedó una frase saliente,
una metáfora o una alegoría: "Cuando suena la campana estás tan
solo en el ring que te sacan hasta el banquito".
"Ringo" fue dueño de una personalidad singular, también discutida,
que tuvo su momento cumbre cuando combatió con Muhammad Alí en el
Madison Square Garden de Nueva York en la medianoche del 7 de diciembre
de 1970.
El país entero observó por televisión -60 puntos de rating- cómo
aquel muchacho con "cara y alma de niño" le hacía frente al mejor
boxeador de la historia y hasta le hacía tocar las rodillas en la
lona en dos oportunidades, aunque el árbitro no contara.
Y aunque luego el argentino claudicó en el decimoquinto round, se
ganó para siempre la consideración de los aficionados argentinos
y se transformó en una "leyenda".
Bonavena, quien en uno de sus inolvidables `arrebatos` compró el
pase del cordobés Daniel Willington en ocho millones de pesos para
cedérselo a Huracán, el club de sus amores, debutó como profesional
el 3 de enero de 1964 con una victoria por nocaut ante Louis Hicks,
en el Madison Square Garden de Nueva York.
El 4 de septiembre de 1965, Bonavena, con el también recordado Gregorio
´Goyo´ Peralta, produjo un hecho histórico para el boxeo argentino:
metieron 25.236 espectadores en el Luna Park, cifra jamás superada,
quienes vieron la paliza que ´Ringo´ le propinaba a su rival para
quitarle la corona nacional de los pesados.
Al
día siguiente, Peralta se sentaba en la mesa grande de Doña Dominga
Bonavena, que inmortalizó sus inolvidables "ravioladas".
´Goyo´ Peralta fue un invitado especial, dado que la rivalidad había
quedado esa medianoche en el ring del Luna Park, y el vencedor compartió
los ravioles de su madre, Doña Dominga, con el hidalgo perdedor,
un hecho que prácticamente el boxeo produce. Rivales en el ring,
amigos en la vida.
Bonavena peleó con grandes figuras de la época: además de Alí, también
combatió con Floyd Paterson, Zora Folley, Joe Frazier, Jimmy Ellis,
George Chuvalo y Karl Mildenberger, entre otros.
"No quiero ser el más rico del cementerio", dijo Bonavena después
de cobrar 100.000 dólares por la pelea con Alí, en una verdadera
declaración de principios: nunca le gustó guardar el dinero. Era,
más bien, todo lo contrario.
´Ringo´ protagonizó shows musicales en la televisión, grabó discos
-su hit fue `pío pío pa`, del cual vendió miles de placas-, tuvo
romances de revista y también fue amigo del ex dictador Alejandro
Agustín Lanusse.
El 22 de mayo de 1976, Bonavena fue asesinado en un oscuro burdel
de Nevada (en Estados Unidos), y coincidentemente el también desaparecido
Víctor Emilio Galíndez, ese mismo día, logró su triunfo más resonante
en Sudáfrica, al vencer en un combate épico al norteamericano Richie
Kates.
El disparo del rifle Winchester accionado por Willard Ross Brymer,
uno de los guardaespaldas de Joe Conforte (el dueño del burdel Mustang
Ranch), hirió mortalmente a un corazón que a partir de allí se alojaría
para siempre en el pecho de todo un pueblo.
Eran las 6,20 de la mañana en el Oeste de Estados Unidos, cuando
un disparo traicionero de un matón acertó al pecho de Bonavena,
provocándole la muerte instantánea a los 33 años, "la edad de Cristo"
según el decir de su madre, Doña Dominga.
Las 150.000 personas que lo despidieron una semana más tarde, poblando
un Luna Park que jamás se vio tan triste, ratificaron el cariño
hacia el hombre que irritó al mismísimo Alí y que inmortalizó las
ravioladas del fin de semana en su casa materna, que hasta dieron
origen a un programa de televisión.