LA REVOLUCION DE
MAYO
Y EL DERECHO A CONOCER LA HISTORIA
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Entrevista a Norberto Galasso, por Cristian Vitale |
Frente a la globalización
|
Entrevista
a Norberto Galasso, por Jesica Bossi
El derecho a conocer la historia
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La Revolución de Mayo
| Apuntes sobre la
revolución de mayo, por José Pablo Feinmann
Definiciones en
torno a la Revolución de Mayo, por Norberto Galasso |
1810- 25 de mayo - 2009, por Hugo Chumbitay
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y conferencias de Norberto Galasso |
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Nacional

 Entrevista
al historiador y ensayista Norberto Galasso
Por Cristian Vitale [30/04/07]
"Hay una necesidad social de volver sobre la historia"
El autor de Jauretche y su época coordina el ciclo "Los que pensaron
en grande" en el ND Ateneo y sigue escribiendo, dice, "para desmitificar
zonceras". Cuadro clave del revisionismo, Galasso acaba de publicar
otro libro que refuta la historiografía oficial: San Martín o Mitre.
Galasso publicó cerca de cuarenta obras, en su mayoría dedicadas a retratar
personajes vinculados con el pensamiento nacional.
"En la historia están los
que tienen el apoyo académico y los que metemos las narices donde podemos".
Norberto Galasso –historiador,
ensayista, militante– acaba de atravesar la barrera de los 70 y juega
cómodo en el sitial de maldito. Aquel rol que la historiografía oficial
argentina destinó, casualmente, a los hombres que él biografió: Scalabrini
Ortiz, Jauretche, Manuel Ugarte, John William Cooke, Discépolo, Perón
o el San Martín político, hijo de india guaraní. Es el andarivel que
le cabe para desarrollar, con autonomía, su prolífica tarea destinada
a desmitificar zonceras. Nada lo detiene. Después de haber llegado al
cenit con la vida de Perón, el viejo lobo de la otra historia siguió
escribiendo, investigando, casi como una compulsión, y desembocó otra
vez en el padre de la patria (plasmado en el libro San Martín o Mitre)
y, para "bajar", en Julián Centeya. "Lo conocí bastante, era un atorrante
–dice sobre el bizarro poeta del tango–. Me divirtió recordarlo a través
de poemas que merecen ser rescatados. Que sólo se le ocurrían a él.
Como el de esa mujer mayor que tenía los mejores perfumes, comía en
los mejores restaurantes, tenía los mejores autos hasta que Dios puso
sus manos en sus hombros y dijo '¡me convertí en una pelotuda!’", se
distiende Galasso, presentando una parte del opúsculo El poeta de las
musas reas.
Entre Centeya, San Martín y Perón, entonces, Galasso se hizo un tiempo
para exponer en el ciclo "Los que pensaron en grande", que se lleva
a cabo todos los martes –hasta el 26 de junio– a las 19.30 en el ND
Ateneo. Se trata de charlas debate en las que varios expositores (Germán
Ibáñez, Maximiliano Molocznik, Héctor Valle y Mario Rapoport) abordarán
vida y obra de Jauretche, Manuel Ugarte, Rodolfo Puiggrós, Abelardo
Ramos, Hernández Arregui, Cooke, y algunos nexos sobre historia económica
argentina. Hoy, además, participará en la Feria del Libro (Sala Alfonsina
Storni) junto con Hugo Caruso del panel Literatura y Pensamiento Nacional.
"Hay una necesidad social de volver sobre la historia. El que se vayan
todos de diciembre de 2001 no fue sólo contra los políticos que no daban
respuesta, sino contra los mitos y zonceras, como decía el viejo Jauretche.
Creo que recién en ese momento se empieza a poner realmente en duda
la historia escrita por Mitre que legitimó, fue funcional a las políticas
seguidas por Pinedo, Krieger Vasena, Martínez de Hoz y Cavallo. La sociedad
está en una búsqueda, en rechazo a esos discursos retóricos añejos,
que se podían leer de atrás para adelante o viceversa, porque daba lo
mismo", sostiene, con su natural simpatía. "Es claro –sigue– que una
parte de la sociedad está tratando de entender por qué hay tantos argentinos
pobres en un país rico. Hay quien se preocupa por Latinoamérica, cuando
en Buenos Aires se consideraba un tema de segunda. Todo esto habla de
un hombre en ebullición".
–De ahí, la idea de concretar charlas y debates con el mapa "dado vuelta"...
–Es que Argentina está inmersa
en una gran oportunidad histórica. Hay necesidad de cambios, urgencia
de transformación. En la medida en que se pueda ir consolidando un pensamiento
nacional en los cuadros medios de la política y en los jóvenes, en la
medida en que se tenga un conocimiento de cuál fue la verdadera historia,
se van a resolver los problemas de la unidad latinoamericana. Se está
mirando como nunca antes el tema del gasoducto sudamericano, el Banco
del Sur... necesidades que se dejaron de lado porque no se pudo concretar
el proyecto de San Martín y Bolívar.
–Las 80 páginas de San Martín o Mitre, su último escrito, están destinadas
a rebatir los mitos que se han creado sobre el Libertador, desde la
visión de Mitre hasta la del ex juez Juan Sejeán, que se atreve a señalarlo
como un agente inglés...
–Son cuestiones que necesitan
revisarse. Mitre ha hecho su biografía diciendo que San Martín quería
libertar pueblos pero no unirlos, que la unión venía de parte de Bolívar
y era un proyecto demasiado ambicioso. Por eso, dada la influencia que
tuvo Mitre en la historiografía oficial, a San Martín se lo valora como
el padre de la patria, el militar, el que escribió las máximas a su
hija, pero jamás como ideólogo. El San Martín que veía claramente que
si no se producía esta unión cada país iba a ser dependiente ha quedado
en las sombras. El político que se oponía a la política rivadaviana
probritánica –hasta querer batirse a duelo con Rivadavia en 1825– ha
quedado olvidado. Hay que rescatar a ese del que Mitre dice "mejor se
hubiera muerto antes de darle el sable a Rosas".
Lo que Galasso intenta puntualizar en su breve pero contundente análisis
–además de rechazar la hipótesis de "agente inglés"– es desmitificar
la idea de que San Martín volvió al país en 1812 para luchar contra
España. Lo ubica, más bien, como un militante antimonárquico, que pretendió
liberar a las provincias unidas del sur del absolutismo, en la línea
de la Revolución Francesa y de la española iniciada en 1808 y concretada
en las cortes de Cádiz en 1812. "La Revolución de Mayo no fue antihispánica
e independentista desde el primer momento. Lo que pasa es que a Mitre
le permitía oponer las 'luces’ inglesas al oscurantismo español. Fue
una visión funcional al proyecto imperialista británico, que se sostuvo
durante mucho tiempo para legitimar la dominación. Lo fundamental lo
dijo Augusto Barcia Trelles en los ’40 en sus siete tomos sobre San
Martín, 2600 páginas que los estudiantes de historia de hoy desconocen.
Allí explica que un hombre criado en España no podía jamás venir aquí
a apoyar una revolución antihispánica. Venía a apoyar una revolución
democrática y popular. Si la obra de Trelles hubiese sido llevada al
Colegio Militar, digamos en reemplazo de la cátedra de Mariano Grondona,
quizá nuestros generales hubiesen alcanzado una comprensión más profunda
acerca de nuestras raíces latinoamericanas".
–Falta poco para el bicentenario
de 1810 y para que se cumpla el sesquicentenario de su muerte, sin embargo
la figura de San Martín sigue en el mármol. ¿Su objetivo es "agitemos
un poco la cuestión sanmartiniana porque estamos dormidos"?
–Sí. En realidad, varias cosas. Primero, quebrar el pensamiento antinacional
que sostiene que nacimos gracias al comercio libre, que nacimos contra
España y a favor de Gran Bretaña, gracias a la buena voluntad de los
soldados ingleses que después de las invasiones quedaron detenidos,
pero que un día salieron en libertad. O al apoyo de Canning. También
se dice que no hubo pueblo, cuando en realidad las familias selectas
como los Martínez de Hoz, los Ocampo –antepasados de Victoria– votaron
a favor del virrey y las clases populares no. ¡Esas eran familias clasistas!
Altamira –Jorge– cree que los obreros son clasistas, pero no... clasistas
son los Martínez de Hoz (risas). La historia según Mitre tiene errores
graves... mejor dicho, errores de intento, que no son errores. Dio paso
a que un aventurero como Juan Bautista Sejeán diga que San Martín era
un agente inglés... cualquier cosa.
–Sejeán se pregunta por qué un veterano de guerra español viene a combatir
contra España y deduce que lo tuvieron que haber sobornado...
–Claro. Pero lo peor es que ante una versión tan insólita se callaron
el Instituto Sanmartiniano y la Academia, que no lo hicieron cuando
se dijo que San Martín era hijo de india. Para cierta gente, que haya
sido agente inglés vaya y pase, pero ¡hijo de india!, ¿cómo es eso?
(risas). El de Sejeán fue el último planteo novedoso sobre San Martín,
y los planteos nuevos son peligrosos porque la gente, en la búsqueda,
por ahí cae en errores. En verdad hubiese sido mejor haber polemizado
con él y no callar su hipótesis.
–¿Quiere polemizar? ¿No
le alcanzó el cruce subidísimo de tono con Rivera, que protagonizó a
través de la revista Sudestada?
–No (risas). Rivera lamentablemente se desubicó, perdió la oportunidad
de que hiciéramos un diálogo elevado. No ocurrió así, por ejemplo, con
Sulé, del Instituto Juan Manuel de Rosas. Este hombre plantea que existe
un solo revisionismo, el rosista, y yo le respondo que hay otros, que
consisten en la línea que comienza con Mariano Moreno y su Plan de Operaciones,
y prosigue con Dorrego, Chacho Peñaloza, Felipe Varela. Un revisionismo
federal-provinciano, con una visión latinoamericana, que incluye a los
caudillos como expresión de los sectores más populares. Porque Rosas
era expresión de gauchos y negros, pero también de estancieros como
los Anchorena. Igual, con Sulé nos mandamos seis cartas abiertas y fue
todo muy respetuoso. A lo sumo, se convirtió en un diálogo de sordos.
Se polemiza muy poco en Argentina.
–¿Sejeán le respondió?
–No. Al principio, cuando editó su libro cuatro veces, estaba muy embalado
y el dueño de Biblos le dijo: "¿Por qué no hacemos un debate?". Pero
como él no es un hombre de la historia sino un juez jubilado, cuando
le pasaron mi libro de 300 páginas se encontró con algo más complicado
de lo que presumía. Y dijo que no... que ya había hablado demasiado
de San Martín.
–¿De qué manera la revisión histórica acompaña un proyecto político?
–El día que se entienda
que la política no es una lucha entre bárbaros y educados, sino un enfrentamiento
de clases, de intereses, se van entender mejor situaciones clave como
la Vuelta de Obligado, las Invasiones Inglesas y los movimientos populares
de Yrigoyen y Perón. Serviría, además, para evidenciar por qué el radicalismo
está como está y el PJ no es lo que fue en la época de Perón.
–¿Y la izquierda?
–Estoy terminando dos tomos críticos sobre la historia de la izquierda
en Argentina. Yo no me caracterizo por la arrogancia, entonces en el
título pongo "Aportes para una historia de la izquierda en Argentina".
No pretendo hacer una historia completa, porque tendría que pedirles
todos los archivos al MST, al PTS, al PST, y sería algo infernal...
podría terminar en el manicomio (risas). En realidad, trato de ver las
razones del desencuentro histórico con los sectores populares y con
el peronismo. Después, el hecho de que en 2001 las asambleas populares
les abren las puertas a la izquierda. Parece su hora y más precisamente
la de Zamora, que tuvo la gran oportunidad de armar un gran frente.
Pero su lectura fue "la gente se va a organizar sola" y ahí quedó. Siempre
lo mismo. Manuel Ugarte decía en 1910 que el socialismo tenía que respetar
nuestra idiosincrasia y jamás se tuvo en cuenta eso. ¿Cómo vas a transformar
una sociedad si no la conocés?
Proyectos de país*
"A través de sus luchas, cuando San Martín habla de sus enemigos, muy
pocas veces los califica de españoles: para él son godos, realistas,
monárquicos, absolutistas, sarracenos, matuchos, maturrangos, maruchos,
chapetones o europeos".
"Recién en 1814 España envía expediciones para reprimir. Hasta ese momento,
los enfrentamientos se dan entre hispanoamericanos de posición liberal-revolucionaria
e hispanoamericanos absolutistas, es decir, los revolucionarios por
un lado y las autoridades monárquicas locales, con sus partidarios,
por otro. Es guerra civil (...) la revolución recién se hace independentista,
separatista, en 1814, cuando el absolutismo se reestablece en España".
"San Martín propugnaba el crecimiento hacia adentro, la unificación
de los pueblos de Hispanoamérica, el 'evangelio de los derechos del
hombre`, la elevación del negro y del indio, el proteccionismo económico
y ensayó en Cuyo algo parecido al Plan de Operaciones de Moreno, en
materia de participación estatal y expropiaciones (...) Mitre inventó
un nacimiento libreimportador, antihispánico y proinglés en 1810 para
dar legitimidad a su proyecto".
*Fragmentos de San Martín o Mitre, de Norberto Galasso
Fuente: Página|12, 30/04/07
 Frente
a la globalización
Por Norberto Galasso
Filósofos y ensayistas han
sostenido que se trata de un proceso ineluctable, por lo cual resultaría
ocioso discutir perjuicios y beneficios.
Algunos, incluso, lo han
idealizado suponiendo que un mundo sin fronteras implica el fin de las
guerras y el armamentismo, a la vez que la liquidación de las polémicas
ideológicas operarían el milagro de diluir los conflictos sociales.
Por otra parte, la realidad
del mundo muestra a un 15% de sus habitantes privilegiados con el 80%
del ingreso total, mientras que el 85% de la población restante debe
conformarse solamente con el 20%.
Todo ello explica que por
debajo de la superficie aparentemente calma de la globalización hayan
empezado a moverse, dialécticamente, las aguas profundas, agitadas por
las cuestiones nacionales.
En este sentido, resulta
significativa, en América latina, la vigencia alcanzada por figuras
históricas vinculadas con las campañas libertadoras. Bolívar, por ejemplo,
fue bandera del candidato triunfante en la última elección venezolana.
Cuadro
clave del revisionismo federal-provinciano y alma mater del
Centro Cultural Discépolo, Norberto Galasso nació en Buenos
Aires en 1936. En 1961, con 25 años, egresó de la Facultad de
de Ciencias Económicas de la UBA, pero su principal interés
siempre fue la historia. Publicó cerca de 40 obras, en su mayoría
dedicadas a biografiar personajes relacionados con el pensamiento
y la cultura nacional: Vida de Sacalabrini Ortiz; Jauretche
y su época; Discépolo y su época; Atahualpa Yupanqui, el encanto
de la patria profunda; Manuel Ugarte; Juan José Hernández Arregui,
del peronismo al socialismo; Somos libres y lo demás no importa
nada, Vida de San Martín; Socialismo y cuestión nacional; De
la Banca Baring al FMI, historia de la deuda externa argentina;
Del televisor a la cacerola; los dos tomos de Perón; y Cooke,
de Perón al Che.
|
El ideario artiguista está
lozano en la política uruguaya. Y, aunque más actual, en Panamá se asiste
a la resurrección del torrijismo. De idéntico modo, en la Argentina
ha revivido el interés por San Martín.
La globalización -con apariencias
de triunfo indiscutido- provoca, por reacción, reivindicaciones nacionales
en buena parte del mundo, especialmente en la periferia. La cuestión
nacional se pone sobre el tapete de la historia pero adquiriendo un
carácter popular, ajeno por completo al viejo nacionalismo de derecha,
reaccionario y oscurantista.
Oportuno resulta entonces
recordar la respuesta de Jauretche en los años 30, a quienes pretendían
confundir la lucha forjista contra la Argentina semicolonial de economía
agro-exportadora, con el nacionalismo reaccionario: Para los nacionalistas,
la Nación ya fue y su proyecto es el pasado, como el rezo del hijo ante
la tumba del padre. Para nosotros, nacionales, es el canto del padre
junto a la cuna del hijo, es un sueño de futuro.
Aunque no exento de audacia
-y para algunos, seguramente de voluntarismo- puede sostenerse el pronóstico
de que los próximos años marcarán la agudización de los antagonismos
entre los nacionalismos opresivos y avasallantes -escudados en la globalización-
y la lucha de los pueblos del mundo periférico en defensa de sus identidades,
sus riquezas y su derecho a decidir su propio destino.
*Norberto Galasso es historiador
y ensayista político. Algunas de sus obras son Manuel Ugarte: un argentino
maldito, Raúl Scalabrini Ortiz y su lucha contra la dominación inglesa.
Fuente: Clarin, 1999
 Entrevista:
Norberto Galasso, historiador y ensayista
Por Jesica Bossi
Retrato del autor
Norberto Galasso nació el 28
de julio de 1936, en Buenos Aires. Estudió en la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos y egresó como
contador, en 1961. A fines de la década del 50, sus inquietudes
políticas lo impulsaron a leer –por recomendación de uno de
sus tíos- unos "libritos" de la "pequeña biblioteca socialista".
Leyó a Marx, Trotsky, entre otros, y se familiarizó con los
conceptos de lucha de clases, plusvalía, explotación.
El joven Galasso supuso que si con el socialismo los trabajadores
vivirían mejor, entonces, todos los obreros debían ser socialistas.
Hizo un experimento de campo: "Salí a preguntar en el barrio
y todos eran peronistas. Eso me dio vuelta las ideas".
Más adelante, se acercó a escritores como Arturo Jauretche,
Juan José Hernández Arregui, Raúl Scalabrini Ortiz. En los inicios
de los 70s, militó en la Izquierda Nacional con Abelardo Ramos,
del que luego se distanció.
Entre sus investigaciones biográficas se destacan "Vida de Scalabrini
Ortiz"; "Jauretche y su época"; "Manuel Ugarte"; "Juan José
Hernández Arregui: del peronismo al socialismo"; "Discépolo
y su época"; "Atahualpa Yupanqui: el encanto de la patria profunda".
Sus últimos trabajos son "Seamos libres y lo demás no importa
nada"; "Vida de San Martín" (2000); "De la Banca Baring al FMI"
(2002) y "Del televisor a la cacerola" (2003).
En 1999, optó por abandonar su estudio contable y dedicarse
exclusivamente a la investigación histórica y a la docencia.
Además, forma parte del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo,
donde dicta cursos en el marco del ciclo "La otra Historia".
"Se tiene que leer a Marx pero también a Gabriel García Márquez.
Nuestra situación no puede comprenderse sin el "realismo mágico",
sostiene Galasso. Su preocupación por la difusión de la "historia
oficial" como verdad absoluta lo lleva a reflexionar: "No extrañe,
entonces, que muchos argentinos de hoy no sepan quiénes son,
ni en qué lucha insertarse, ni qué gestas del pasado continuar
y concluya en el desánimo o el pasaporte. Le han robado su derecho
a conocer la propia Historia, para robarle su derecho al futuro".
El queso del sándwich
"La clase media no tiene otro destino que vincularse a los trabajadores",
sostiene el escritor en diálogo con Segundo Enfoque. También,
explica por qué este sector de la sociedad pasó del televisor
a la cacerola, analizando sus contradicciones, sus valores y
su educación. Y opina sobre el gobierno de Néstor Kirchner y
el panorama latinoamericano actual.
El lugar estaba copado por libros y documentos. La luz era tenue.
Corrí unos papeles desparramados sobre el escritorio para colocar
mi grabador. "Acá funcionaba mi estudio contable", señaló mientras
se sentaba. Norberto Galasso se recibió de contador en 1961
y ejerció su profesión hasta 1999. "Tuve que dejar porque no
podía terminar el libro sobre José de San Martín. Imagínese,
durante el día atendía el estudio y a la noche escribía. Era
imposible", comentó.
Su pasión por la historia y la política comenzó en los 50s.
Casi todas sus obras, más de cuarenta, apuntan al campo popular
y al pensamiento nacional. En ese sentido, afirma: "Se trata
del derecho de saber quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde
vamos. De contar la otra historia".
Su último libro, presentado en julio y editado por Astralib,
es "Del televisor a la cacerola". Como bien sintetiza el subtítulo,
Galasso narra las desventuras y replanteos de un hombre de la
clase media de Buenos Aires. Los valores, la cultura y el pensamiento
de este segmento de la sociedad aparecen concentrados en la
figura del personaje principal: Inocencio Esquilmao.
¿Por qué decidió escribir acerca de la clase media porteña?
Uno de los motivos es porque pertenezco a ella. He nacido en
ella y a pesar de que no comparto la mayor parte de los valores
que predominan en esta clase, uno tiene las relaciones propias
de la clase social donde nació y se mueve. Yo he tenido hasta
hace unos años un estudio contable, recibía comerciantes, profesionales,
pequeños industriales, es decir, sectores de la pequeña clase
media, la del barrio.
Además, la clase media resulta fundamental en la política argentina,
especialmente la de Buenos Aires. Ésta es producto de la inmigración
y de una construcción de la Argentina en función de la exportación
y teniendo como núcleo central el puerto de Buenos Aires. Alguien
ha dicho que los porteños están en Latinoamérica pero parados
en Buenos Aires, mirando hacia Europa y dando la espalda al
resto de América Latina.
Ud. define a la clase media como el "queso del sándwich", entre
la oligarquía y los obreros. ¿Cómo cree que debería articularse?
La clase media no tiene otro destino que vincularse a la clase
trabajadora. Ella es víctima, al igual que los trabajadores,
de una organización económica y social que no la favorece en
los hechos, en lo concreto. Los hombres de clase media, en general,
no tienen ingresos muy superiores a los de los trabajadores.
Pero sí tienen una serie de valores y fábulas en las cuales
creen y que les permite que ellos piensen que tienen un status
superior al de los trabajadores. Empezando porque son blancos.
El libro plantea en uno de los capítulos que no hacen discriminación
racial con respecto a los judíos, lo que me parece bien, pero
sí hacen discriminación racial con respecto a los provincianos
a los cuales califican de negros. Creen que tienen una ética
y que eso los diferencia de los trabajadores a los cuales, siguiendo
los valores de la clase dominante, califican de vagos, analfabetos,
incapaces o racialmente inferiores.
Por otro lado, la clase media cree que es muy culta. Y lo es
en la medida en que se informa de los literatos europeos, de
conocimientos enciclopedistas en el colegio, como cuándo fue
emperador Carlomagno. Pero desconoce cosas de la economía concreta
o las cuestiones fundamentales de la historia argentina. Entonces,
a partir de esto Juan José Hernández Arregui dice que es más
o menos culta y más o menos ignorante. Es culta a veces de las
cosas que no sería importante saber. Sería más importante conocer
profundamente lo que uno tiene a su alrededor y después si uno
conoce lo otro, mejor.
El libro termina con el episodio del 19 y 20 de diciembre. ¿Cómo
interpreta hoy esos acontecimientos?
Inocencio Esquilmao (el personaje que representa a la clase
media) está en Plaza de Mayo con sus contradicciones, pero está.
Y protagoniza el derrumbe de un gobierno. Se lanza a la plaza
cuando Fernando de la Rúa impone el estado de sitio. Era la
gota que faltaba para convencerlo de que todo el discurso retórico
acerca de las instituciones del que hablaba De la Rúa no tenía
sentido. A Inocencio se le derrumbó la creencia en los bancos,
en la Corte Suprema, la idea de que los legisladores eran los
padres de la patria y que eran tipos prestigiosos. Se la ha
venido cayendo mito tras mito. El último fue cuando De la Rúa,
que era la expresión de las instituciones, dicta el estado de
sitio para reprimirlo a él. Entonces, Inocencio es protagonista
y después de la caída del gobierno empieza a buscar caminos.
Abandona la Plaza de Mayo y a la semana siguiente está en la
asamblea del barrio, se consustancia con la cacerola dejando
el televisor del sábado a la tarde. Busca un camino en las asambleas
populares. Es difícil encontrar el camino y allí no sólo la
dificultad está dada por las contradicciones propias del hombre
de clase media sino por la impotencia de la clase dirigente
que no sabe darle cauce político a este movimiento. Los sectores
que se denominan de izquierda van a las asambleas a tirar fuegos
de artificio, a hacer petardismo ideológico y en muchos casos
lo asustan. (Rinnngggg... Rinnngggg...)
- Esperá que dejen el mensaje y seguimos conversando- dijo.
- No hay problema- le respondí.
- "Habla Alberto. Llamaba para desearte feliz cumpleaños."
Esbozó una sonrisa y rápidamente pidió que siguiéramos adelante.
- En qué estábamos- preguntó Galasso.
- Ud. se refería a los partidos de izquierda y su intención
de imponerse en las asambleas.
Ah, esto significa que en muchos casos este hombre de clase
media se asusta, se espanta, observa el espectáculo insólito
de que dos grupos de izquierda se enfrentan belicosamente para
ver quien se queda con la asamblea. Es decir, esto que a él
le parecía un mecanismo importante también se le frustra en
gran medida. Todavía hay algunas asambleas que funcionan, otras
han derivado en algún tipo de asistencialismo, realizan actividades,
etc. Pero el gran movimiento asambleísta que podía esperarse
tras la caída de De la Rúa, en vez de concretarse en un cauce
político nuevo –había algunos referentes que la gente reconocía-
no se desarrolló. Un poco por las ideas de John Holloway, que
se han puesto de moda desgraciadamente, y otro poco por la incapacidad
política, es que esto no se ha hecho. Entonces, ese hombre está
allí, no es como dicen algunos "ha vuelto a la cacerola decepcionado",
porque al que le picó el bichito de que él puede ser protagonista,
de que tiró abajo un gobierno, yo creo que potencialmente está
en condiciones de volver a sumarse a una caravana popular en
la medida en que eso se pueda organizar.
Sin embargo, ha tomado conciencia de modo parcial, por momentos...
Inocencio tiene esas limitaciones propias del hombre que ha
sido gran parte de su vida pequeño comerciante. Las campañas
de precios máximos y demás le ponen los pelos de punta. Aunque
él tenga reservas con lo que denomina el "intervencionismo estatal",
es un hombre que puede incorporarse en un gran frente, si se
le explica que el objetivo es que haya mayor consumo. En el
libro relato que cuando se le dice a Inocencio que la política
económica que podría aplicarse provoca que la gente compre más
camisas, él que es un vendedor de camisas dice: "Ah, eso del
Frente Nacional de Liberación me interesa". Entonces, tenemos
que verlo desde ese aspecto. No podemos idealizar y pensar que
el hombre de clase media puede dejar de serlo y convertirse
en el Che Guevara. Él piensa que si hay una reactivación y aumento
de la demanda su negocio va a andar mejor. Y va a colaborar
en un cambio hasta un cierto punto. Quizás con el correr del
tiempo, se profundicen las transformaciones y a lo mejor va
al decir: "Bueno, yo a esto no lo acompaño". Por ejemplo, es
el caso de las fábricas recuperadas, las cooperativas, se le
hace muy difícil de entender a este hombre de clase media.
Escenarios
La pregunta ineludible en estos días es acerca de los primeros
meses de gestión del gobierno de Néstor Kirchner. Para Norberto
Galasso hay algunos puntos positivos, como los esfuerzos para
depurar la Corte Suprema de Justicia y el PAMI, y la derogación
del decreto 1581/01 que impedía la extradición de militares.
"Consiguió el apoyo, según dicen las encuestas, de más del 80%
de la población. Aunque yo tengo dudas con respecto a la economía.
Hay mucha presión que ejercen los grupos económicos que quieren
un salario bajo para los trabajadores. Y, como dicen algunos
abogados laboralistas, 'la desocupación es como un revolver
en la sien para el desocupado’", reflexiona.
En 2002, publicó un libro sobre la historia de la deuda externa
argentina titulado "De la Banca Baring al FMI". En ese sentido,
afirma: "Alejandro Olmos hizo una investigación y detectó todas
las irregularidades en las sucesivas negociaciones. Además,
el juez federal Jorge Ballesteros dictaminó que la deuda externa
que se contrajo entre 1976 y 1982 era, en gran parte, ilegal.
Por eso, envió la causa al Congreso y ahí duerme desde hace
unos años. Creo que, desde el punto de vista estratégico, debería
conformarse un club de deudores en América Latina y plantear
una postura fuerte para negociar".
¿Cómo ve la situación política latinoamericana?
Claramente Lula no está haciendo lo esperado, está aplicando
una política económica ortodoxa. Pero soy prudente para opinar
acerca de Brasil desde tan lejos, si ya resulta difícil analizar
la situación argentina. Sin embargo, creo que Lula sigue apostando
a afianzar el MERCOSUR y los lazos con los países latinoamericanos.
En el caso de Lucio Gutiérrez en Ecuador, en realidad, no confiaba
en él sino el la confederación indígena que lo apoyó y que ahora
lo está cuestionando por el rumbo que está tomando su gestión.
En cambio, hay más expectativa en la figura de Evo Morales que
casi gana las elecciones presidenciales en Bolivia y en el Frente
Amplio que se va a imponer seguramente en Uruguay.
¿Y Venezuela?
Venezuela, con Hugo Chávez a la cabeza ya ha resistido dos intentos
de golpes de Estado. No es frecuente en América Latina que los
derrocamientos o intervenciones no resulten exitosos. Un grupo
de militares se negó a reprimir y fue el pueblo -millones de
personas- que bajó desde los cerros a reclamar por el presidente
hasta que retornó al poder.
En la actualidad, el campo popular está fragmentado. Por ejemplo,
en Argentina hasta las organizaciones piqueteras están divididas.
¿Cómo construir un proyecto político que reunifique los distintos
sectores?
Si lo supiera...(risas). Sin dudas hay que formar un nuevo proyecto
político que incluya a los sectores medios, populares, etc.
Hoy hay una gran fragmentación. Puede ser articulado desde arriba,
por ejemplo, a partir de Kirchner, como no. En Venezuela los
dos partidos tradicionales –Acción Democrática y Copei- estaban
totalmente desprestigiados y entonces surgió Hugo Chávez, dentro
de las Fuerzas Armadas. Acá pasa lo mismo, los dirigentes no
representan a nadie. Todavía no ha emergido ninguna opción.
Aunque creo que en este momento está resurgiendo una conciencia
nacional y latinoamericana que se da porque existe una identidad
e historia común.
Sin embargo, todavía hay muchas rivalidades. En muchos casos,
hay individualismos de tipos que quieren ser ellos y no están
dispuestos a integrarse con otros grupos. Creo que la realidad
social va a imponer una fuerza nueva que sea capaz de confrontar
en las cuestiones que sean necesarias. Esta fuerza seguramente
tendrá detrás la historia de lo mejor del yrigoyenismo, del
peronismo, de la concepción de San Martín, y de los movimientos
latinoamericanos. ¿De dónde puede salir? Es una incógnita. Hay
que estar preparados, atentos a todo lo que tienda a unificar
el campo popular. La única clase que no se fragmenta es la dominante,
y es como dice Luckacs, la única clase en sí y para sí.
A lo largo de la entrevista, que se extendió por una hora y
media, el historiador recibió cuatro llamados para saludarlo
por su cumpleaños. Cuando me retiraba, Galasso me comentó que
estaba trabajando en un ambicioso proyecto: la historia del
peronismo. Anochecía en Parque Chacabuco y la llovizna era cada
vez más espesa. En ese momento, recordó que en el bar de la
esquina lo esperaba un amigo. Tal vez era el propio Inocencio
Esquilmao
Fuente: www.segundoenfoque.com.ar
 El
derecho a conocer la historia
Tanto la Constitución Nacional, como
diversos pactos internacionales, reconocen a todo ciudadano
un conjunto de derechos, que se han venido ampliando con el
transcurso del tiempo. Sin embargo, a veces se aduce, con razón,
que esos derechos, reconocidos por la ley y por la opinión mayoritaria
de la sociedad, las más de las veces no pueden ser ejercidos
concretamente, especialmente dada la desigualdad social reinante:
la auténtica libertad de prensa requiere ser dueño de un diario,
el derecho a transitar depende del dinero para pagar el pasaje,
etc.
Si ahondamos la cuestión, podríamos sostener también que el
verdadero ejercicio de esos derechos exige, como condición para
quien los ejerza, el conocimiento de quién es él mismo, cuál
es el país en que vive y cuál el rol que debería desempeñar
para el progreso suyo y de sus compatriotas.
Pero, para ello, es obvio que debe conocer profundamente la
historia del país, a la luz de la cual se tornará comprensible
su propia vida. Si, por el contrario, desconoce los rasgos fundamentales
de la sociedad en que vive y las razones por las cuales ella
es como es, puede resultar que ejercite sus derechos de una
manera tan errónea que contraríe los propios objetivos que busca
concretar. Por ejemplo, quien suponga que los latinoamericanos
son abúlicos y perezosos -por motivos raciales- desconfiará
seguramente de aquellos "oscuramente pigmentados" y los denigrará,
cuando, sin embargo, la verdadera historia le demostraría que
ellos fueron los soldados de la independencia y que dieron su
vida a movimientos políticos que provocaron un fuerte progreso
de nuestros países.
El derecho de conocer la Historia Argentina resulta, pues, indiscutible
para todos los habitantes del país, como instrumento fundamental
para conocer quiénes somos, dónde estamos y hacia adónde vamos.
La Historia Oficial
Sin embargo, la Historia que se nos ha venido enseñando, generación
tras generación, de Mitre hasta aquí, no cumple esa tarea de
ofrecernos un cuadro vívido y coherente de nuestro pasado, desde
una óptica popular. Se trata, en cambio, de un relato construido
desde la óptica de las minorías económicamente poderosas estrechamente
ligadas a intereses extranjeros, expuesto como sucesión de fechas
y batallas cuya relación, más de una vez, aparece como arbitraria
o sólo generada por enfrentamientos personales. Durante largos
años, diversos investigadores la impugnaron- generalmente desde
los suburbios de la Academia, pues ésta se halla controlada
por la clase dominante- y en muchas ocasiones ofrecieron pruebas
irrefutables de que la Historia oficial no era, en manera alguna,
"la historia argentina", es decir, el relato interpretativo
de nuestro pasado, visto con una "óptica neutra y científica,
alejada de las pasiones políticas", como lo pretendían los docentes
de antaño, por supuesto, con total buena fe. Se demostró que
en el campo de la heurística (cúmulo de datos, documentos, objetos,
etc. que constituyen la materia prima de la historia) se escamoteaban
muchos sucesos: por ejemplo, que Olegario Andrade no era sólo
poeta sino militante y ensayista político, al igual que José
Hernández, que los negocios del Famatina gestionados por Rivadavia
implicaban una colusión de intereses privados con la función
publica, que tanto San Martín como O’Higgins odiaban al susodicho
Rivadavia, que la represión de los ejércitos mitristas en el
noroeste, entre 1862 y 1865, significó la muerte de miles argentinos
y hasta, durante largo tiempo, se ocultó la batalla de la Vuelta
de Obligado para no reconocer el mérito de Rosas, aún disintiendo
con su política interna, de defender la soberanía de la Confederación.
Asimismo, se demostró que en el campo de la hermenéutica (la
otra columna de la historia, referida a la interpretación, que
explica la concatenación de los hechos históricos entre sí)
también se habían tergiversado figuras y sucesos, como, por
ejemplo, mostrar al buenazo del Chacho Peñaloza como autoritario
y represor para justificar que los "civilizadores" le cortaran
la cabeza y la expusieran en una pica en Olta, suponer que San
Martín estaba mentalmente declinante cuando le legó su sable
a Rosas, siendo que el testamento lo redactó a los 65 años (siete
años antes de su muerte)
Estas críticas provinieron, inicialmente, del nacionalismo reaccionario
-denostador de Sarmiento por la defensa de la enseñanza laica
y no por sus concesiones al mitrismo- y también de investigadores
que carecían del título de historiadores, por lo cual la clase
dominante los desplazó a los suburbios de la cultura y ni siquiera
se dignó polemizar con ellos. Más tarde, cuando otras críticas
provinieron de un marxismo que echaba raíces en América Latina,
también se las descalificó por carecer de óleos académicos.
Por supuesto, un pensamiento liberal honesto -aunque con ataduras
a los intereses económicos dominantes- hubiese reconocido que
inevitablemente existe "una política de la historia" y que,
en razón de esto, las diversas ideologías que disputan en el
campo político, también lo hacen en el terreno de la interpretación
histórica. Hubo algunos, es cierto (quizás podrían citarse a
Saldías y a Pérez Amuchástegui), que no obstante su concepción
liberal, se negaron a convalidar muchas fábulas inconsistentes,
pero, en general, los historiadores oficiales se abroquelaron
en la versión mitrista, divulgada por Grosso, y condimentada
por Levene, Astolfi , Ibáñez y tantos otros, y luego, en el
"mitrismo remozado" por Halperín Donghi. Con la ayuda de otras
disciplinas -que le otorgaban cierta verosimilitud científica-
la "Historia social" ofreció, entonces, una versión aggiornada
de la vieja historia oficial, en la cual los héroes tradicionales-
quienes todavía dan nombre a plazas, calles, localidades, etc.
– permanecieron incólumes mientras los "malditos" continuaban
siendo vituperados (Felipe Varela por fascineroso, Facundo por
bárbaro, Dorrego por díscolo) o sepultados en el más absoluto
silencio ("Pancho" Planes por morenista, antirrivadaviano y
dorreguista, Fragueiro por pretender una banca social, el viejo
Alberdi por condenar el genocidio perpetrado en Paraguay, David
Peña por "facundista" y "dorreguista", Rafael Hernández por
industrialista, Juan Saa, Juan de Dios Videla y Carlos Juan
Rodríguez por federales enemigos de la oligarquía porteña).
Igual destino sufrieron los historiadores heterodoxos, que se
apartaron de la línea oficial, aislados, silenciados, hundidos
en el olvido, como Ernesto Quesada, Manuel Ugarte, Juan Álvarez,
Francisco Silva, Ramón Doll, Rodolfo Puiggros, Enrique Rivera
y tantos otros.
Como señaló con mordacidad Arturo Jauretche, "esa historia para
el Delfín, que suponía que el Delfín era un idiota" no sirve
para que un argentino se reconozca por tal, para que entienda
su condición latinoamericana a través del auténtico San Martín
(cruzando los Andes con bandera distinta a la argentina, la
cual sólo los cruzó en la imaginación de la canción escolar,
y más aún, haciendo la campaña al Perú bajo estandarte chileno)
o encuentre que una política de expropiación a las grandes intereses
tiene sus antecedentes tanto en el mismo San Martín en Cuyo,
como en el Moreno del Plan de Operaciones, así como la defensa
de la industria nacional viene desde Artigas, pasa por San Martín
y se consolida en Rafael Hernández y Carlos Pellegrini. Tal
historia -agregaba Jauretche- "le ha quitado el opio que tomaba
San Martín para calmar sus dolores estomacales" por considerarlo
mal ejemplo para los alumnos, con lo cual San Martín continúa
retorciéndose de dolor, mientras el opio se ha transferido a
la Historia Escolar con el consiguiente adormecimiento de los
alumnos.
No extrañe, entonces, que muchos argentinos de hoy no sepan
quiénes son, ni en qué lucha insertarse, ni qué gestas del pasado
continuar y concluya en el desánimo o el pasaporte. Le han robado
su derecho a conocer la propia Historia, para robarle su derecho
al futuro.
La crisis de la historia oficial
Pero, ahora ocurre que las viejas estatuas crujen, que los cartelitos
de las calles apenas se sostienen sacudidos por nuevos vientos,
que algunos libros clásicos se caen y por efecto dominó, arrastran
a los divulgadores, angustian a los conferenciantes, provocan
insomnio a los académicos. Esta afirmación no es mera conjetura
sino que surge de un artículo publicado en "Clarín", del 24
/5/2002, por una de las figuras más importantes de la corriente
historiográfica denominada "Historia Social", que hoy predomina
en las universidades. Allí se afirma que "los historiadores
profesionales" ya no acuerdan con la interpretación de Mitre:
"Estamos lejos de lo que se enseña en la escuela y también del
sentido común". Si bien no confiesan que su nueva visión latinoamericana
proviene de los historiadores "no profesionales" (Por ejemplo,
Manuel Ugarte en 1910, Enrique Rivera en "José Hernández y la
Guerra del Paraguay", publicado en l954 o "Imperialismo y cultura"
y "Formación de la conciencia nacional", publicados en 1957
y 1960, por Juan José Hernández Arregui), lo importante consiste
en que ahora manifiestan desacuerdo con la versión tradicional,
que Mitre "inventó". Después de más de un siglo, resulta ahora
que desde el Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires se les anuncia a
los maestros que han difundido una historia falsificada, errada,
que carece del sustento científico que antes se le había otorgado
desde las supuestas altas cumbres del pensamiento científico.
Claro, estos "historiadores profesionales" comprenden la gravedad
de lo que afirman y admiten: "Sin duda, hay una brecha que debe
ser cerrada, pues en Historia, tanto como en física o Matemáticas
no puede admitirse tal distancia entre el saber científico y
el escolar". Indudablemente, sería sorprendente que en la Universidad
explicasen la revolución de mayo como integrando una revolución
latinoamericana en "una guerra que enfrentó a patriotas y realistas"
(absolutistas) como lucha entre "americanos y godos" (no ya
entre independentistas y españoles) después que los maestros
la han enseñado como una revolución, realizada por argentinos
que odiaban todo lo español. (Y lo han hecho con los consiguientes
dolores de cabeza cuando algún niñito "prodigio" preguntaba:
¿entonces, por qué había españoles, como Larrea y Matheu, en
la Primera Junta? Entonces, ¿por qué flameó la bandera española
en el fuerte hasta 1814? Entonces, ¿por qué regresó San Martín,
en 1811, si por toda su formación cultural, familiar, militar,
etc. debía ser un español hecho y derecho, después de pasar
pasado entre los 6 y los 33 años en España?)
Con toda razón, esos maestros deberían enrostrarle a los "historiadores
profesionales" que no han cumplido función alguna, desde la
Universidad y la Academia, al permitir que se difundieran interpretaciones
falsas de nuestro pasado, las cuales curiosamente tienden a
desvincularnos de América Latina y de la España revolucionaria,
para idealizar a la Revolución de Mayo como un movimiento "por
el comercio libre"... con los ingleses.
¿Qué función cumplen estos "historiadores profesionales" -podrían
argumentar los maestros- si no son capaces de disipar los errores
en la primera etapa de la escolaridad? Como "los historiadores
profesionales" prevén esa crítica-aducen que esa brecha entre
el saber científico y el escolar (que por primera se reconoce
que no es científico) debe cerrase "con cuidado", porque "este
relato mítico es hoy uno de los escasos soportes de la comunidad
nacional" y habría sido "inventado" por Mitre para otorgarnos
una "identidad nacional".
¿Que significa esta última apreciación? Que, si bien la historia
escolar no es científica, ha sido "inventada" y de una u otra
manera nos da "identidad nacional, "que si bien "aquellos hombres
no fueron héroes inmarcesibles, sino sólo hombres como nosotros",
nos dieron "una forma, un modelo de sociedad y de Estado" que
debe preservarse y recrearse permanentemente. Corresponde preguntar,
entonces : ¿Cuál es ese modelo? ¿El de Martínez de Hoz, acaso?
¿Cuál es ese Estado? ¿El que promovía redistribuir el ingreso
en los años 50 o el que favoreció nuestro endeudamiento externo
en 1976?
Grave encrucijada para la Historia oficial en momentos en que
la mayoría de la sociedad argentina cuestiona a los políticos,
a los Bancos, a los magistrados de la Corte Suprema. ¿Sorprendería
acaso que entre tanta cosa vieja, ya inservible, fuera también
al desván la Historia Oficial? ¿Sorprendería acaso que el pueblo
reclamase el derecho a conocer su verdadera historia, para saber
quién es realmente, cuáles son sus hermanos de causa y quiénes
lo que pretenden cerrarle el horizonte?
En esta época en que se avecinan transformaciones profundas,
el conocimiento de una verdadera identidad -no "identidad colonial"
sino "identidad nacional", no "inventada" por nadie, sino forjada
por los argentinos a través de una larga lucha por la justicia,
la igualdad y la soberanía- seguramente permitirá a las mayorías
populares argentinas lanzarse a gestar un futuro digno de ser
vivido.
Buenos Aires, octubre 28 de 2002
Fuente: Centro Cultural "Enrique Santos Discépolo"
El
pueblo quiere saber de qué se trató
La
Revolución de Mayo
La historia oficial
En los discursos escolares
se califica a la Revolución de Mayo como el día del nacimiento de
la patria y según ese criterio, todos los años se festeja con cantos
y escarapelas. Para la historiografía liberal, Mayo fue una revolución
separatista, independentista, antihispánica, dirigida a vincularnos
al mercado mundial.
Se explota la idea de libertad
que trajeron los soldados ingleses invasores en 1806 y 1807, cuando
quedaron presos algún tiempo en la ciudad, vinculándose con la gente
patricia; el programa de la Revolución está resumido en la Representación
e los Hacendados, pues el objetivo fundamental de la revolución consistía
en el comercio libre o más específicamente, en el comercio con los ingleses.
El gran protector de la revolución fue el cónsul inglés en Río de Janeiro,
Lord Canning.
De Bartolomé Mitre a nuestros
días, esta versión ha prevalecido en el sistema de difusión de ideas
(desde los periódicos, suplementos culturales, radiofonía y televisión
hasta los diversos tramos de la enseñanza y revistas infantiles como
Billiken). Aburrida, boba, quedo sacralizada, sin embargo, porque esa
era la visión de una clase dominante que había arriado las banderas
nacionales y se preocupaba, en el origen del mismo de nuestra historia,
de ofrecer un modelo colonial y antipopular (nota: Galasso desarrolla
cuan diferente fue la realidad)
Dado que la interpretación
mitrista, por razones políticas, es la que ha alcanzado mayor influencia
y difusión, debemos centrar en ella la cuestión y preguntarnos, desde
el vamos, si ese Mayo, que pretendidamente elitista y proinglés, merece
la veneración como expresión de colonialismo. Esto implica, asimismo,
interrogarnos acerca de si la revolución, tal como ocurrió realmente,
tiene que ver con la "historia oficial" o si ésta es simplemente una
fábula impuesta por la ideología dominante
para dar fundamento, con los hechos del pasado, a la política de subordinación
y elitismo presente.
¿Revolución separatista
y antihispánica?
Haciendo de cuenta que esta
fábula sea así, en el Cabildo Abierto, a punto de nacer una nación que
rompe con España en un sentimiento antiespañol, alguien se adelanta
y dice en voz alta: "¿Juráis desempeñar lealmente el cargo y conservar
íntegra esta parte de América a nuestro soberano Don Fernando Séptimo
y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las leyes del Reino?
– Si, lo juramos!," contestan los miembros de la Primera Junta.
Entonces, ¿qué es esto de
una revolución antiespañola que se hace en nombre de España?
Ni un día habrñia durado
la Junta en el caso de una "traición" tan manifiesta si el movimiento
hubiese sido separatista, antiespañol y probritánico. Por ejemplo, uno
de los vocales presentes en la jura, Juan Larrea, resulta que es un
dirigente de una supuesta revolución antiespañola y es.....¡español!;
y es más, Manuel Belgrano, no era español pero había pasado gran parte
de su juventud y nutrido sus conocimientos en España.
Para figurar esto, durante
varios años, los ejércitos enemigos (que San Martín llama siempre "realistas
–por su apoyo a la realeza española-, chapetones o godos, pero nunca
españole) enarbolando bandera española como si se tratase realmente
de una guerra civil entre bandos de una misma nación.
¡Los activistas French y
Berutti repartían estampas con la efigie del Rey Fernando VII en los
días de mayo!
Lo que destroza la fábula
de una revolución separatista y antiespañola es la incorporación de
San Martín en 1812. ¿Quién era San Martín? Se trataba de un hijo de
españoles que había cursado estudios y realizado su carrera militar
en España. Al regresar al Río de la Plata –de donde había partido a
los siete años (nota: mucho no recordaría de su infancia en Yapeyú)
era un hombre de 34 años, con 27 de experiencias vitales españolas,
desde el lenguaje, las costumbres, el bautismo de fuego, etc...
Es decir que el San Martín
que regresó en 1812 era un español hecho y derecho y no venía a pelear
contra la nación donde había pasado casi toda su vida.
Lo que hay que tener en
cuenta, y que permanece bastante en la oscuridad, es que en 1810 encontramos
en España dos realidades: las Juntas Populares y una España absolutista
(de la corona).
La historia hispanoamericana
en su conjunto, se encuentran casi siempre diversos pronunciamientos
revolucionarios que culminan en declaraciones de "lealtad a Fernando
VII". La Junta creada en Chile en 1810 reafirmó su lealtad a Fernando
VII. El 19 de abril de 1810 se constituyó en Caracas "La Junta
Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII". Salvo
en México, por la fuerte presencia indígena, se podía encontrar un clima
para el antihispanismo, donde los revolucionarios estaban divididos
entre los que respetaban el nombre de Fernando VII y los que directamente
planteaban la independencia.
En 1809, en La Paz,
un escibano Cáceres y un chocolatero Ramón Rodríguez se encargaron
con otros hombres de apoderarse de la torre de la catedral y tocar a
rebato la campana para reunir al populacho. La revolución se hizo con
gran desorden, siempre a los gritos de "¡Viva Fernando VII, mueran
los chapetones". El 11 de septiembre, Murillo sostiene:
"La causa que sostenemos, ¿no es la más
sagrada? Fernando, nuestro adorado rey Fernando, ¿no es y será eternamente
el único agente que pone en movimiento y revolución todas nuestras ideas?"
Queda claro que todo
se trataba de una disputa por la hegemonía del poder entre la nobleza
y la burguesía. La guerra no fue entre hermanos, una guerra civil, tampoco
por razas, sino por partidos políticos.
No existe entonces, fundamento
histórico alguno para caracterizar a la Revolución de Mayo como movimiento
separatista y por ende proinglés. Tampoco es cierto que su objetivo
fuese el comercio libre por cuanto éste fue implantado por el virrey
Cisneros el 6 de noviembre de1809.
Esta versión histórica
resulta el punto de partida para colonizar mentalmente a los argentinos
y llevarlos a la errónea conclusión de que el proceso obedece a la acción
de "la gente decente, especialmente si ésta es amiga de ingleses y yanquis,
al tiempo que enseña a abominar a las masas
y el resto de América Latina.
Impuesta en los programas
escolares, sostenida por los intelectuales y por los medios de comunicación
del sistema, que difunden las ideas de la clase dominante,
vaciada de la lucha popular.
La revolución en España: de la liberación
Nacional a la Revolución Democrática
Alberdi señalaba que
la Revolución de Mayo debía relacionarse necesariamente con la insurrección
popular que estalló en España en 1808: "La
Revolución de Mayo es un capítulo de la revolución hispanoamericana,
así como ésta lo es de la española y ésta, a su vez, de la revolución
europea que tenia por fecha liminar el 14 de julio de 1789 en Francia".
La España de carlos IV y
su hijo Fernando VII ha sido invadida por los ejércitos franceses y
ante la prepotencia extranjera se alza el pueblo español un 2 de mayo
de 1808. Así se crean las organizaciones regionales con el nombre de
"Juntas" que coordinan una dirección nacional en la Junta Central de
Sevilla. Ese estallido popular y lucha de liberación nacional, comienza
a profundizar sus reivindicaciones ingresando al campo social y político(el
derecho del pueblo a gobernarce por si mismo).
La revolución nacional española
se convierte en revolución democrática. La Junta de Galicia, impone
fuertes impuestos a los capitalistas, ordena a la Iglesia que ponga
sus rentas a disposición de las comunas y disminuye los sueldos de la
alta burocracia.
Mientras se sufría la invasión
francesa, paradójicamente la presión de las ideas que se expanden en
Europa son aquellas banderas de la Revolución Francesa, inclusive en
la invadida España. Esas ideas de "libertad, igualdad y fraternidad"
son retomadas en España y desarrolladas. Así es como, mientras las intrigas
palaciegas de Carlos IV y su esposa mostraban la decadencia, el pueblo
encuentra a Fernando VII, que se había manifestado contra sus padres,
y toma esos ideales franceses convirtiéndose en el líder de la regeneración
hispánica, en Europa y en América.
Las variantes del liberalismo
Sin embargo, una diferencia
sustancial impide asimilar la situación española a la francesa de pocos
años atrás: la inexistencia en España de una burguesía capaz de sellar
la unidad nacional, consilidar el mercado interno y promover el crecimiento
económico. Esa carencia se ve también en América, y provoca que aquel
liberalismo nacional y democrático de la Francia del 89, sufre en España
y América una profunda distorsión. Tanto en la revolución española de
1808 como en los acontecimientos de 1810 en América, se observa el desarrollo,
al lado del liberalismo auténticamente democrático, nacional y revolucionario,
el desarrollo también de un liberalismo oligárquico,
antinacional y conservador.
Ambas expresiones
que del liberalismo se enfrentarán a lo largo de nuestra historia: una
auténticamente revolucionaria, que quiere construir la nación y el gobierno
popular como se ve en Moreno, Dorrego y José Hernández; y la otra expresión,
directa de los intereses británicos que aspira a convertirnos en factoría
agrícola. Para ver como se expresa en la historia, ese liberalismo democrático
y nacional, en sus luchas se autoproclama como
nacionalismo popular.
Ese nacionalismo popular
perseguía sus objetivos no sólo dentro de la patria chica sino a nivel
Latinoamericano, encarnado en San Martín, Artigas y Bolívar. En cambio
el liberalismo oligárquico sustenta un proyecto elitista, secesionista,
porteñista, antilatinoamericano. Para Mitre, la patria será Buenos Aires.
Para José Hernández la Argentina será apenas una "sección americana"
de la Patria Grande a construir.
Para el liberalismo oligárquico
lo importante son las formas exteriores y no el contenido. Por eso diserta
sobre la división de poderes mientras envía expediciones represoras
para aplastar las protestas de los pueblos en el interior, como Mitre
(nota: tal es el caso del levantamiento de las montoneras en el noroeste
argentino). En cambio para el liberalismo democrático popular y nacional
es aquel de los caudillo que expresan a las masas populares.
La revolución en América: de la Revolución
Democrática a la Liberación Nacional
El hervor revolucionario
desatado en España desde 1808, a partir de la llegada al trono de los
Borbones, iniciándose un proceso peculiar de liberalización y aflojamiento;
el trato se tornaba cada vez más semejante al que la corona tenía con
las propias provincias españolas. Más que de España y sus propias colonias,
podía hablarse de la nación hispanoamericana, que se hubiese consolidado
si triunfaba la revolución burguesa.
El 22 de enero de
1809, la Junta Central dice: "los virreynatos
y provincias no son propiamente colonias o factorías, como las de otras
naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española".
Para explicar lo que pasó
en América: los sectores populares se levantan en España contra el invasor,
organizándose en Juntas Populares; esas Juntas asumen, en la lucha misma,
no sólo la reivindicación nacional sino también la democrática, expandida
por la Revolución Francesa.
Este movimiento asume
como referente a un hombre prisionero del invasor (Fernando VII) que
tiene derecho a gobernar España por legalidad monárquica, pero se manifiesta,
desde su reclusión, como abanderado de las ideas democráticas,
y hace saber a las tierras de América que no
son colonias sino provincias con igualdad de derechos. Y convoca a los
pueblos americanos a que se organicen en Juntas (28 de febrero de 1810).
América reacciona
organizando Juntas que desplazan a la burocracia ligada al absolutismo
que ha caído en España. Pero las Juntas de América no tienen frente
a ellas al ejército francés, sino apenas su amenaza. De tal modo, la
cuestión nacional no nutre, desde el principio, su contenido ideológico
(nota: no existía el sentido de nacionalismo
sino que era un acompañamiento al proceso español).
Se consideraba a estas tierras
no como colonias sino como una extensión de España. Los indios no conformaban
una nación ya que política e idiomáticamente eran comunidades separadas,
siendo un pueblo sometido y oprimido por los colonizadores españoles.
La opresión no era de un país extranjero sobre un grupo racial y culturalmente
distinto sino de un sector social sobre otro dentro de una misma comunidad
hispanoamericana. Era una lucha del campo popular contra el absolutismo
monárquico.
Alberdi decía:
"La revolución en América fue un momento de
la revolución española".
El 19 de abril de 1810,
un cabildo extraordinario reunido en Caracas, resuelve constituir una
junta provisional de gobierno a nombre de Fernando VII con el objeto
de conservar los derechos del rey en la capitanía de Venezuela.
Como un reguero de pólvora,
la revolución se expande en pocos meses por Hispanoamérica, a través
de Juntas a nombre de Fernando.
Manuel Ugarte explicaba
la cuestión de los españoles americanos de la siguiente manera:
"Ningún hombre logra insurreccionarse contra
su mentalidad; españoles fueron los habitantes de los primeros virreynatos
y españoles siguieron siendo los que se lanzaron a la revuelta. ¿Cómo
iban a atacar a España los mismos que en beneicio de España habían defendido,
algunos años antes, las colonias contra la invasión inglesa?".
La nueva burguesía comercial
En los años previos a la
revolución, se consolidó en Buenos Aires un grupo comercial de nuevo
tipo, distinto al tradicional que se cobijaba en el monopolio establecido
por la Ley de Indias. Lo integraban comerciantes que operaban al margen
de las leyes, contrabandistas por lo general, cuyas posibilidades de
enriquecimiento se vieron favorecidas por el debilitamiento del viejo
sistema colonia, (la alianza entre España e Inglaterra, de la cual derivan
concesiones a los ingleses para operar en el puerto de Buenos Aires
en el tráfico de esclavos favoreció sus negocios, estimulados por la
apertura del comercio sancionada por el virrey Cisneros. La relación
con los ingleses, como también el desarrollo capitalista en Europa,
provoca un fuerte crecimiento de la actividad comercial que se canaliza
pro nuevas vías.
Resulta así una nueva burguesía
comercial, de pronunciada tendencia probritánica, liberal, aventurera
e inescrupulosa en razón de su origen ilegal, capaz de generar un Rivadavia
primero, y más tarde un Mitre.
Hacia 1810 residían en Buenos
Aires 124 familias inglesas dedicadas en su mayoría al comercio. En
1809 Cisneros sancionó el libre comercio, y 17 embarcaciones inglesas
esperaban en el puerto para descargar sus mercancías.
Esta burguesía se veía amenazada
por la legislación española, que llevaba al Cabildo a sostener (en 1809)
"que los ingleses por sí no han de poner en esta ciudad casas de
comercio, almacenes ni tiendas, ni se les puede tolerar introducir ropas,
muebles de casa, ponchos, frazadas, etc.."; por otro lado tenían
la instauración de un comercio libre que se dificultaba por los altos
aranceles a la importación. Cisneros había flexibilizado también las
medidas dándoles un plazo de cuatro meses para que concluyan sus negocios
pendientes, plazo que vencía el 17 de abril de 1810, prorrogado por
un mes más; hasta que la Primera Junta dejó sin efecto la disposición
permitiéndoles la radicación, cosa que explica el alborozo inicial de
este sector ante la revolución.
La pequeña burguesía
En esa sociedad, donde estaban
por un lado los dueños del poder y la riqueza, y del otro los esclavos,
peones y jornaleros, se fue conformando una pequeña burguesía integrada
por profesionales (abogados mayoritariamente), empleados (de comercio
o de oficinas de gobierno), algunos artesanos y estudiantes que jugarían
un importante papel en Mayo. Hijos de españoles en su mayoría, se sienten
arrastrados por las nuevas ideas y convierten su disgusto por el sofocamiento
en que viven, en violento reclamo de una democracia participativa, ésa
que los franceses enarbolaron en 1789 y que le pueblo español trata
de levantar durante la invasión. En ese sector social se encuentran
médicos, como Cosme Argerich, los abogados Castelli, Paso, Moreno, Belgrano
y Chiclana entre otros; empleados como French, Berutti y Donado; y sacerdotes,
como el padre Grela y Aparicio.
Los días previos
A principio de 1810 se produce
en España un nuevo paso hacia el eclipse de la revolución nacional-democrática:
la Junta Central se disuelve y surge en su reemplazo el Consejo de Regencia.
Este acontecimiento pone en evidencia la debilidad de las fuerzas revolucionarias
españolas, ya no sólo frente al invasor francés que domina casi todo
el territorio hispánico, sino también en el interior del frente nacional
donde prevalecen sectores moderados y de derecha expresados en el nuevo
organismo gubernativo.
Estos sucesos constituyen
el detonante que lanza a los americanos a la revolución. El espíritu
de la España de las Juntas ha inundado estos territorios y ahora ya
no basta mantenerse expectantes respecto a los cambios que se produzcan
en la península, sino que es necesario enarbolar alto las banderas puesto
que un doble peligro acecha: la imposición de un poder francés y la
restauración del absolutismo español. El consejo de Regencia, más que
la presencia de la revolución, constituye ya una muestra de su probable
derrota. Y esto conduce, en América, a organizarse en Juntas, como lo
ha propuesto la Junta Central ahora disuelta: constituir un poder popular
capaz de hacer frente a la dominación francesa y al absolutismo que
amenaza con renacer aunque manteniendo el vínculo con los revolucionarios
españoles a través de la subordinación del
rey cautivo.
Alrededor del día
20 de mayo, las noticias llegadas de España (disolución de la Junta
Central y constitución del Consejo de Regencia) precipitan los acontecimientos.
El viejo mundo declina y ya carece de autoridad para sostenerse. El
frente nacional avanza exigiendo la convocatoria a un Cabildo Abierto
para proceder a defenestrar al virrey y nombrar un nuevo gobierno que
sea expresión de la voluntad popular. Ese día, ante la presión social
que se percibe cada vez con mayor intensidad, el alcalde de primer voto,
Léxica, y el síndico Leiva le informan al virrey que existe un creciente
malestar y le solicitan la reunión de un Cabildo Abierto, es decir,
con la concurrencia amplia de vecinos. El 21 de mayo, cuando el Cabildo
está reunido en sesión ordinaria, la presión popular se acentúa:
"apenas comenzada la sesión, un grupo compacto
y organizado de seiscientas personas, en su mayoría jóvenes que se habían
concentrado desde muy temprano en el sector de la Plaza lindero al Cabildo,
acaudillados y dirigidos por French y Berutti, comienzan a proferir
incendios contra el virrey y reclaman la inmediata reunión de un Cabildo
Abierto. Van todos bien armados de puñales y pistolas, porque
es gente decidida y dispuesta a todo riesgo. Actúan bajo el lema de
Legión Infernal que se propala a los cuatro vientos y no hay quien se
atreva con ellos".
Esta plebe enardecida simboliza
sus aspiraciones revolucionarias luciendo como emblema en el sintillo
del sombrero el retrato de Fernando VII (nota: ¿y las escarapelas?),
de pequeño tamaño, grabado sobre papel, y en el mismo sombrero o
en el ojal de la casaca una cinta blanca en señal de unión entre americanos
y españoles. Es el distintivo que imponen French y Berutti como representativo
de la causa y lo distribuyen a todos los que transitan por allí.
Domingo French era un hombre
que comenzó a ganarse la vida como asalariado del Convento de
la Merced y en 1802 consiguió en la Administración de Correos, el puesto
estable de "cartero único", empleo que le reportaba un estipendio de
medio real y lo msmo por cada pliego o carta entregada a su destinatario
en mano. Se incorporó a la milicia y fue teniente, luego sargento mayor,
y después de las invasiones inglesas quedó como cabecilla de prestigio
entre los milicianos criollos.
Antonio Luis Berutti, era
un empleado público que desde hacía diez años ocupaba un puesto como
oficial de segunda en las Cajas de Tesorería de Buenos Aires. Ambos,
French y Berutti, son los agitadores que nuclean y dirigen a los activistas,
"esos chisperos de los arrabales".
El Cabildo Abierto del 22 de Mayo
Aquel histórico Cabildo
Abierto fue, según la vieja fábula escolar, una reunión de "la gente
decente", de "los vecinos respetables" (una buena manera de formar en
los alumnos en esa idea de que sólo las minorías selectas pueden hacer
la Historia). También resultó una reunión donde se guardaron buenos
modales y maneras respetuosas y donde el disenso se dirimió en el alto
nivel de las ideas (también una buena manera de difundir en los alumnos
la idea de que sólo a través de la persuasión y de la intrincada polémica
jurídica es posible lograr los cambios sociales). Como se comprende,
los hechos ocurridos se hallan demasiado lejos de estas presunciones
de tía ingenua y pacata.
Se incorporan "fraudulentamente"
personas que no debían concurrir a tan importnte evento, "entre ellos
muchos pulperos, muchos hijos de familia, talabarteros, hombres ignorados"
y un testigo agrega con escándalo "ese número
y esa clase de gente decidieron en congreso público de la suerte de
todo el virreynato, con miras de decir América".
Así, pues el Cabildo
Abierto estaba muy lejos de recoger la opinión del "vecindario pudiente",
como se ha dicho tantas veces. Por el contrario, su composición se democratizó
profundamente y de ahí el resultado de la votación. Dos parecen haber
sido las formas de ingreso de los hombres del pueblo al cónclave de
"vecinos". Una, "que la imprenta de Niños Expósitos, donde se hizo
la impresión de las tarjetas, estaba a cargo de Agustín Donado,
(uno de los chisperos que acompañaba a French) y esto permitió obtener
subrepticiamente las esquelas necesarias para distribuirlas entre los
partidarios". Otra, la acción de los grupos de choque apostados
en las esquinas del Cabildo que mientras amenazaban a los grandes señorones
mandándolos de vuelta a sus casas, facilitaban el ingreso a los amigos
de la revolución. En la imagen idílica de los "democráticos" modelada
por la historia mitrista, disuena con la intervención de la trampa o
la fuerza, pero sin embargo, quienes tomaron la Bastilla en la Francia
de 1789 para enarbolar los Derechos del Hombre eran seguramente mucho
menos amables y moralistas que los nuestros. De nuevo, pues el pueblo,
pariendo la revolución.
No hay pues medulosos cambios
de ideas, ni buenos modales, ni patricios respetables polemizando únicamente,
con sesudos abogados, sino un grupo de privilegiados dispuestos frenéticamente
a resguardar con uñas y dientes sus fortunas y su posición social, frente
a otro grupo, intrépido y fogoso, animado por el espíritu de la revolución.
Castelli afirmaba: "Aquí
no hay conquistados ni conquistadores, aquí no hay sino españoles los
españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América
tratan de salvar la suya. Los de España que se entiendan allá como puedan...
Propongo que se vote: que se subrogue otra autoridad a la del virrey
que dependerá de la metrópoli si ésta se salva de los franceses,
que será independiente si España queda subyugada". La independencia
aparece así planteada como una eventualidad futura, en función
de los acontecimientos que se desarrollen en España, ratificando de
este modo el carácter democrático y no separatista, como objetivo en
sí mismo, por parte de los revolucionarios.
La votación en el Cabildo Abierto
El 22 de mayo votaron
finalmente 225 personas, 69 se pronunciaron a favor del absolutismo,
es decir, por la continuación de "El Sordo" Cisneros como virrey. Una
treintena de votos "pro virrey" se alineó con Manuel José Reyes. Otros
treinta que apoyaron esta idea, pero bajo el lema "no innovar" eran
grandes terratenientes como José Martínez de Hoz, de importante fortuna
quien comenzó su propio aporte con la construcción de la Iglesia del
Socorro.
En esos sesenta y tantos
de votos están reunidos los más poderosos intereses comerciales y financieros
nacidos al calor del absolutismo y entrañablemente ligados a la burocracia
virreynal. Después de Mayo, sufrirían confiscaciones y destierros,
pero lograrán mas tarde reinsertarse en la sociedad, mediante el comercio
libre y la "amistad" con los ingleses".
La trampa absolutista
El Cabildo Abierto se prolonga
mientras se insisten con los largos fundamentos en los votos. Pero algunas
cosas comienzan a alarmar a las filas revolucionarias. El sacerdote
Bernardo José Antonio de la Colina, cuñado del síndico Leiva, propone
que el virrey sea mantenido en su puesto y que se le sumen cuatro individuos,
"uno de estado eclesiástico, otro militar, otro profesor de derecho
y el último de comercio", todos elegidos por el Cabildo Abierto.
Mariano Moreno estaba informado de la confabulación entre Leiva,
el Virrey y con los conservadores para detener el movimiento revolucionario.
La maniobra del sacerdote era evidente: un nuevo gobierno, pero encabezado
por el mismo Virrey y acompañado por lo más conservador del Cabildo.
Corría para esto, el 23 de mayo, Moreno denuncia la maniobra y se alinea
a partir de allí al grupo de los "chisperos".
Pero, ¿quién es Mariano Moreno?
Nació en 1779 y su adolescencia
estuvo marcada por la Revolución Francesa. Viaja a España para convertirse
en cura, pero regresa a Buenos Aires con el título de abogado y con
nuevas inquietudes ideológicas, políticas y sociales que no lo abandonarán.
La lucha por la libertad y la democracia le entusiasma, y la Revolución
Francesa lo enfervoriza, incluso tiene cierta simpatía con esa Inglaterra
que está gobernada en cierto modo por un pueblo que ejercita sus derechos.
Igualmente no cae en la ingenuidad de que aquellos que arribaron en
las Invasiones Inglesas serán compañeros de la revolución de mayo de
1810.
Volviendo a la trampa del
23 de Mayo, la prevención de Moreno es justificada ante la maniobra
de Leiva que funciona bien. El síndico seguramente se ha ofrecido a
uno y a otro de los bandos en pugna como el hombre capaz de alcanzar
la conciliación y evitar el enfrentamiento armado, pero jugando, en
última instancia, la carta absolutista dirigida a resguardar el viejo
orden. Colocado en el centro de los sucesos, como asesor del Cabildo
y del Virrey, Leiva debió percibir que existía todavía una relación
de fuerzas tal que permitía "cambiar algo para dejar todo igual" y en
este intento, ciertos hechos permiten suponer un guiño del coronel Saavedra.
Al fin de la jornada, el
Cabildo decide comunicarle al Virrey su separación del mando, pero inmediatamente,
afirma que siendo atribución del Cabildo la designación del nuevo gobierno,
decide constituirlo siguiendo la propuesta del cuñado de Leiva, De la
Colina: es decir, un sacerdote (Solá); un comerciante (Incháurregui);
un militar (Saavedra) y un abogado (Castelli) como asociados al virrey
Cisneros a la cabeza del gobierno. De este modo, el Cabildo que determina
la separación del Virrey del gobierno.....nombra al Virrey al mando
del mismo! La traición es pública y vergonzosa y solo tiene alguna viabilidad
si la fuerza militar le da apoyo. Todos los ojos miran al Jefe de Patricios.
Pero, ¿quién es Cornelio Saavedra?
Por su origen social,
Saavedra es un hombre apegado al orden, respetuoso de las jerarquías
y con una personalidad donde la audacia brilla por su ausencia. Era
un hombre conservador y de tradiciones aristocráticas, mimado en el
seno de la clase más vanidosa de los españoles. Su comportamiento en
Mayo justifican lo dicho. Por otra parte, el coronel Martín Rodríguez
señaló que la maniobra del Cabildo era "una traición contra el pueblo,
y se lo reducía al papel de idiota". Rodríguez advierte que él no
podrá frenar a su tropa y Leiva interviene aduciendo que Saavedra tendrá
un papel importante. Pero Rodríguez insiste: "Si nosotros nos comprometemos
a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en
muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros
mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación
de Cisneros". El tibio Saavedra interviene diciendo que "la agitación
del pueblo y los cuarteles es alarmante". Gregorio Tagle, en la
derecha absoluta, dice que la única garantía de gobierno es la presencia
de Castelli junto a Saavedra, quien aceptará integrarse
"por vanidad de hombrearse con el virrey".
Los hombres de Castelli,
comienzan a pasarse al bando de Moreno, que prefirió alejarse todo lo
posible de la maniobra del Cabildo. Castelli podría haber sido la cabeza
revolucionaria hasta ese momento, pero todo recayó en Moreno.
Desde la contrarrevolución
nos ofrecen este admirable retrato de French: "Uno de los Morenos,
ingrato por excelencia, cobarde sin compasión, inepto, inmoral, hombre
de todos los partidos y consecuente con ninguno, French, olvidándose
de sus compromisos y halagando las pasiones de Moreno a quien él llamaba
"el sabiecito del sur", se verá coronel del regimiento de América como
que convenía a llenar las ideas de Moreno, en estas circunstancias
en que ya el secretario Moreno se había arrastrado a la multitud...ese
Moreno, para quien ya todos somos iguales, máxima que vertida así en
la generalidad ha causado tantos males".
Pancho Planes, odiado por
los absolutista por su pasión revolucionaria, enemigo acérrimo de Rivadavia
y partidario de Dorrego, dio todas sus energías a la Patria y murió
en la pobreza, cayó en la lápida del silencio con que la historia oficial
condena a los amigos del pueblo. Antonio Luis Berutti, que se había
educado en España saltó desde su empleo en las Cajas de Tesorería
directamente a la revolución, junto a French para acaudillar a los chisperos.
Morenista convencido, sufrió destierro después del golpe del 5 y 6 de
abril de 1811, al igual que French y el resto de los seguidores de Moreno.
Son estos hombres, orientados
por Moreno, quienes indignados ante la maniobra del Cabildo y el intento
de burlar la voluntad popular, inician la movilización de repulsa desde
la medianoche del 23 y durante el 24. Son ellos quienes logran torcer
el brazo del absolutismo y frustrar la trampa reaccionaria orquestada
por el Cabildo y el síndico Leiva.
A las tres de la tarde del
día 24 se lleva a cabo el juramento de la Junta tramposa presidida por
Cisneros, pero una atmósfera tensa gana ya la ciudad. El algunos sectores
cunde la agitación que anuncia el estallido. Aquí y allá los bandos
pegados por orden del Cabildo, son arrancados por gente del pueblo.
Este accionar en las calles
y en los cuarteles produce inmediato efecto. "Toda oficialidad de
Patricios, encabezada por los coroneles Rodríguez, Terrada, Romero,
Vives, Castex y muchísimos otros militares, se presentó en el Fuerte
esa misma noche y todos a una voz le declararon al coronel Saavedra
que no acatarían las órdenes del Virrey, no otras cualesquiera
que se les diesen permaneciendo éste en la presidencia de la Junta,
a no ser que Cisneros renunciase públicamente al mando de las fuerzas
militares y que este mando se transmitiese a Saavedra". Así, es
que durante todo el 24 los revolucionarios sostienen la idea de utilizar
la violencia armada y se presiona sobre Saavedra.
Se convoca urgentemente
a una reunión de la flamante Junta y allí Saavedra, haciéndose intérprete
del reclamo de los jefes, y Castelli, en representación de la turbulencia
popular que se acentúa, le informan al virrey que es voluntad del pueblo
su deposición irrevocable y que ambos renuncian a la Junta que el Virrey
pretende presidir. Cisneros, irritado, ofrece objeciones pero se convence
de que no tiene otro camino. Se disuelve la Junta el 24 a la noche.
Los absolutistas juegan
su carta convocando urgentemente a un nuevo Cabildo para decidir rápidamente
la suerte del gobierno. Por esa razón, en la noche del 24 al 25 de mayo,
nadie duerme tranquilo en Buenos Aires. Hay quienes están de vigilia
discutiendo el posible curso de los acontecimientos. Hay quienes se
mantienen insomnes porque el miedo se les ha metido en las almohadas.
Y hay también los que urden, maniobran, tejen nuevos planes para jugar
la última carta en defensa de sus privilegios.
La toma del poder
En las primeras horas de
la mañana del 25 de mayo se perciban y a los ajetreos en el Cabildo
dirigidos a la importantísima reunión de ese cuerpo que se producirán
poco después. Pero la plaza ya no está sola. Diversos grupos se mueven
en las esquinas. Ahí están los "chisperos" con su gente y ya no llevan
"cintas blancas al sombrero y casacas¸ porque si
aquellas blancas significaban unión, éstas rojas de ahora significan
guerra (ni antes del 25 ni en ese mismo día hay constancia alguna de
que hubiesen existido cintas celestes y blancas de las que habla Mitre,
quien jamás indicó la fuente de donde tomo dato tan extraño y que, sin
embargo, durante décadas se ha considerado auténtico).
El frente nacional
democrático ha derrocado al absolutismo. El poder ya no será ejercido
por el Virrey sino por una Junta emanada de la voluntad popular cuyos
integrantes juran ya "desempeñar lealmente
el cargo y conserva íntegra esta parte de América a nuestro Soberano,
Don Fernando VII y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las
leyes del Reino".
Desde el principio no hay
un solo "Mayo" con perfil indiscutido e inequívoco, sino diversos "Mayos"
que muy pronto entrarán en colisión. El Mayo revolucionario de los "chisperos
y de Moreno, expresión de la pequeña burguesía jacobina que arrastra
a diversos sectores sociales desheredados (peones, jornaleros, artesanos,
pobres) y que bregará con Castelli en el norte, tiempo después, por
la liberación del indio. El Mayo timorato y conservador de cambios económicos
y sociales importantes, expresión de un importante sector de la fuerza
armada y que, más allá de la mayor o menor conciencia de don Cornelio,
expresa el temor de los propietarios ante la turbulencia popular. Y
finalmente el Mayo librecambista, antiespañol y probritánico, el que
exalta Mitre y como hará luego Rivadavia, el del "Partido de los Tenderos",
de esa burguesía comercial portuaria, criolla e inglesa que jugará por
tiempo apoyando al saavedrismo, hasta alcanzar el poder a través de
sus propios hombres.
Por esta razón, acentuando
la óptica sobre uno de los sectores intervinientes, Mitre pudo fabricar
su Mayo liberal, elitista, proinglés, realizado por la gente decente
con paraguas, cuyo programa era la Representación de los Hacendados
y su objetivo incorporarse a Europa. Así también el revisionismo nacionalista
de derecha aceptó, sin mucho entusiasmo, el mayo rupturista de España
pero lo signó con un perfil conservador al colocar a Saavedra como principal
figura opuesta al presunto iluminismo de Moreno. Nosotros consideramos
que el pueblo es el protagonista de la historia, nos quedamos con el
Mayo de Moreno y los chisperos, con la revolución auténtica y profundamente
democrática, reivindicadora del esclavo y del indio, defensora por sobre
todo de los derechos del pueblo y forjadora de una sociedad nueva donde
imperen la libertad, la justicia y la igualdad reales
en una Patria Grande, libre de toda intromisión extranjera.
Fuente: Centro Cultural
"Enrique Santos Discépolo", Cuadernos para la Otra Historia
 Apuntes
sobre la Revolución de Mayo
Por José Pablo Feinmann
¡Cuántos puntos de vista hemos trazado sobre la Revolución de Mayo!
¿Tendrá sentido seguir discutiendo? ¿Qué discutimos? Puedo decir qué
discutía yo en 1975 cuando escribí Filosofía y Nación y fui duro y crítico
con Moreno y los suyos. Durante esos días, la organización político-militar
Montoneros se había trenzado en una guerra aparatista –al margen de
todo apoyo de masas; al margen, también, de todo intento de recurrir
a ellas– con los grupos terroristas de la derecha del peronismo, respaldada
por el aparato del Estado que presidía Isabel Martínez de Perón bajo
los mandatos de José López Rega. Las discusiones que sosteníamos eran
de superficie. No sé si en la Orga se discutiría algo o se sometería
todo a la conducción de Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja. Años después,
Perdía habría de reconocer que el “pasaje a la clandestinidad” fue el
error más grande de la Orga. Fue uno de los tantos, pero determinó la
militarización y el accionar violento, la criminalidad indiscriminada,
el alejamiento total de las masas, de la población y, sobre todo, del
sentimiento popular, que no era el de una guerra de muertes incesantes,
muchas inexplicables, o de simples policías a los que –en su totalidad–
se había condenado a morir donde se los encontrara. En esta coyuntura
atroz se discutió la alternativa a la opción por los fierros, que, como
siempre, fue la opción por la política. Pero no hay política en medio
de las balas. Y tampoco hay masas ni población que se acerque a algo
o que salga con cierta tranquilidad de su casa. Era, Montoneros, la
vanguardia armada. No necesitaba del pueblo y el pueblo, para la vanguardia,
siempre está al margen de la comprensión profunda de la historia. Puesto
a escribir sobre la Revolución de Mayo no me fue difícil llegar a un
trazado de historias con similitudes conceptuales, que ayudaran a la
comprensión. Moreno y sus amigos eran la vanguardia ilustrada de Buenos
Aires. No voy a comparar a Moreno y a Castelli con Firmenich y Perdía,
pero la política se hace con los fierros o se hace con los pueblos.
Moreno y Castelli no estaban extraviados y posiblemente fueran personajes
trágicos, que le pedían a su tiempo algo que no podía entregarles. Grave
error político. Un gran músico o un gran escritor puede –según suele
decirse– “adelantarse a su tiempo”, pagará su gesto con la soledad y
la incomprensión. Estos precios no los puede pagar un revolucionario.
Salvo al costo de no hacer una revolución y quedar para la posteridad
como un tipo bárbaro, lleno de buenas intenciones, pero fatalmente derrotado
por mediocres que no volaban tan alto como él. ¿Pasó esto con Moreno?
Concedo, si quieren, que Moreno era un enemigo del Imperio Británico.
Concedo que, en alta mar, según sugiere su hermano Manuel y afirman
quienes hacen de Mariano un revolucionario, lo envenenó el capitán de
la nave por órdenes del saavedrismo “reaccionario” o del mismísimo Imperio
contra el que bravamente había luchado. Confieso que el Plan de operaciones
es un gran texto político y que con gusto lo aplicaría hoy mismo en
la Argentina. Imagínense: “Centralización de la economía en la esfera
estatal, confiscaciones de las grandes fortunas, nacionalización de
las minas, trabas a las importaciones suntuarias, control estatal sobre
el crédito y las divisas, explotación por el Estado de la riqueza minera”
(J. P. F., Filosofía y Nación, p. 36 de la edición de Legasa de 1986.
El libro se publicó en 1982. Lo iba a publicar Amorrortu en 1976. Por
supuesto no lo hizo). Y luego, en la parte económica del Plan, Moreno
propone una de sus medidas más osadas: “Se verá que una cantidad de
doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del
Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc.,
producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso,
sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la
conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas
que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil,
que debe evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden
a más oro de lo que pesan”. Sería fascinante traerlo a Moreno al presente
argentino. Decirle, por ejemplo, que, en 2008, un gobierno nacional,
democrático, perteneciente al partido de masas más grande del país y
de América latina, intentó meter levemente su mano en el bolsillo de
los señores de la tierra, no confiscarles su propiedades, no controlar
el crédito, no nacionalizar nada, sino meramente retenerles un 3 por
ciento de la renta de la que gozan y estalló la patria indignada. Tanto,
que el gobierno tambaleó y si se mantuvo aún nadie sabe bien por qué,
acaso porque esos mismos que quieren tirarlo tienen, a la vez, terror
de gobernar el país con la gente que cuentan entre bobos traidores y
malandras pendencieros.
Moreno parecía no comprender acabadamente una regla de oro de las revoluciones:
nadie hace una revolución sin una base revolucionaria. Si pretendía
ser un jacobino tenía que preguntarse –ante todo– si contaba con una
burguesía revolucionaria. Jacobino sin burguesía gira locamente en el
aire. Tenía, en Buenos Aires, a los que buscaban comerciar libremente
con Gran Bretaña (y ya lo hacían a través del contrabando). A los comerciantes
españoles, cada vez menos representativos. Y a los ganaderos bonaerenses,
que buscaban exportar y miraban a los países del desarrollo europeo.
Esto es tan sencillo que nada les ha costado verlo a Mariátegui, Milcíades
Peña o José Luis Busaniche. El país tenía que salir de la órbita española.
Había que echar de América a ese imperio decadente, inútil. El Plan
tiene muchas concesiones a los ingleses. Si quieren no las vemos. Pero,
¿con qué poder pensaba Moreno hacer lo que proponía ese Plan? Puede
conmovernos como Guevara en Bolivia. Pero no llevarnos a decir que la
de Mayo fue una Revolución. Castelli puede conmovernos a orillas del
lago Tiahuanaco, lugar al que convoca a las comunidades indígenas de
la provincia de La Paz, a poca distancia del Titicaca. Claro que rechazamos
la broma fascista de Hugo Wast que les hace decir a los indios una burrada
infame como respuesta al discurso del orador de Mayo: “¿Qué preferís?
¿El Gobierno de los déspotas o el de los pueblos? Decidme vosotros qué
queréis”. Y los indios: “¡Aguardiente, señor!”. Pero aun rechazando
la injuria, la tomadura de pelo racista, era cierto que los indios no
entendían el idioma de Castelli ni éste el de ellos. Es como Inti Peredo
aprendiendo quechua en medio de la selva boliviana. O hablándoles a
los campesinos de la Revolución Cubana. Lo que lleva a Guevara a confesarse
que los campesinos lo miran con una mezcla de incredulidad y temor.
Lo que hizo Moreno fue introducir en el Plata la Razón Iluminista. Esta
razón se centra en Buenos Aires y se desplegará desde ahí. Desde este
punto de vista (salvo el interregno “bárbaro” de Rosas) será la razón
occidental, la razón del tecnocapitalismo, la razón instrumental, la
que triunfará en el Plata como triunfa en todo el mundo colonial. El
único sentido lateral que hubo en este país ante esa racionalidad conquistadora
fue el de las masas federales. (¿Por qué no Artigas antes que Moreno?
¿Por qué regalárselo a los uruguayos, si hasta muchos de ellos dicen
que fue el más grande de los caudillos argentinos? ¿Por qué no Artigas,
que era un líder de pueblos, un enemigo de portugueses y británicos
y partidario de repartir las tierras a los pobres?) Y las masas federales
fueron aniquiladas por el poder de Buenos Aires. Poder que –según nada
menos que Alberdi– fue el que vino a centralizar la Revolución de Mayo
estableciendo un reemplazo del coloniaje, no su sustitución. A partir
de Mayo, Buenos Aires fue la metrópoli; las Provincias, la colonia.
Esa lucha duró todo el siglo XIX y concluyó en el ’80, con la conquista
del desierto y la federalización de Buenos Aires. Luego de aniquilar
a los negros, a los gauchos y a los indios, Buenos Aires festeja el
centenario de su revolución en 1910. Ahora, el Otro absoluto es nuevo
y vino de afuera: es la chusma ultramarina. La opulenta capital también
sabrá castigarla siempre que intente tomar o desordenar la casa.
Página|12, 25/05/09
Definiciones
en torno a la Revolución de Mayo
Por Norberto Galasso*
La revolución impulsó un frente democrático contra el absolutismo reinante,
pero en ese frente los morenistas fueron derrotados (1812/1810 y 5/4/1811),
consolidándose una burguesía comercial anglocriolla, basada en el puerto
único y el control de la Aduana, que se apoderó del poder y traicionó
el objetivo inicial.
Tan intensa ha sido la tergiversación de nuestra historia implantada
por el mitrismo y tantas las limitaciones del revisionismo rosista tradicional
que, hoy, doscientos años después, los argentinos discutimos todavía
la naturaleza de la Revolución de Mayo.
Las reflexiones que siguen tienen por objeto concurrir a las polémicas
todavía en curso, según la perspectiva de la corriente historiográfica
latinoamericana, federal provinciana o socialista nacional. No pretenden
sostener una verdad absoluta y definitiva, sino participar en un debate
que es muy importante, pues si no conocemos de dónde venimos resulta
imposible alumbrar con certeza la meta hacia dónde vamos.
En principio, ¿fue una revolución? Algunos entienden que existe sólo
revolución cuando se modifican las relaciones sociales de producción
y desde esa óptica, no lo sería. Pero en países con larga historia de
dependencia es también revolución aquella que consiste en la liberación
nacional respecto a la opresión externa (de otro modo, no serían revolucionarios
ni Sandino, ni Martí, por ejemplo, por no ser socialistas). Y asimismo,
también lo es cuando un sector social oprimido desplaza del poder a
otro -que lo oprime- promoviendo un progreso histórico, nacional y social.
Partiendo de esta última mirada, el 25 de Mayo se produjo una revolución.
Esa revolución no fue socialista, ni nacional independentista, sino
democrática. Se trata pues de una revolución democrática que desaloja
del poder a una minoría absolutista y reaccionaria (el virrey, su burocracia
y los comerciantes monopolistas) privilegiada por la monarquía, reemplazándola
por una Junta Popular cuyos integrantes nacen de la voluntad expresada
en la Plaza histórica, donde activan French (un cartero), Beruti (un
empleado), Donado (un gráfico) y otros como ellos. Empezamos, pues,
nuestra historia teniendo al pueblo como protagonista principal.
¿Fue antiespañola? No. No podía serlo pues había españoles en la Primera
Junta (Matheu, Larrea), así como los hubo en el Triunvirato (Álvarez
Jonte), en el ejército (Arenales, en el Alto Perú), en la música del
himno (Blas Parera), en la jura por Fernando VII y además, por esta
circunstancia nada desdeñable: la bandera española flameó en el Fuerte
de Buenos Aires hasta 1814 y la independencia -de las Provincias Unidas
en Sudamérica- se declaró seis años más tarde, el 9 de julio de 1816.
¿Fue probritánica? No. El comercio libre con los ingleses lo estableció
el virrey Cisneros en 1809 y no fue el objetivo de la revolución. (Diego
Luis Molinari lo probó en su libro La ninguna influencia de la Representación
de los Hacendados en la Revolución de Mayo). Es verdad que los comerciantes
ingleses residentes en Buenos Aires, desde hacía un año, coincidieron
con el movimiento popular, pero no lo financiaron ni lo dirigieron.
Sólo más tarde, a través de Manuel J. García y Bernardino Rivadavia
alcanzaron espacios en el poder, en el primer Triunvirato y especialmente
en el período rivadaviano de los años veinte. Por otra parte, ni la
Junta ni la jura por Fernando VII fueron invento de los hombres de Buenos
Aires sino que participaron de un general movimiento hispanoamericano.
¿Fue entonces parte de una revolución que al mismo tiempo se producía
en el resto de la América Morena? Efectivamente. Entre mediados de 1809
y principios de 1811, se produjeron levantamientos en todas las grandes
ciudades, formándose Juntas populares, que en nombre de Fernando VII
-al igual que en España- quitaron el poder a los absolutistas: en julio
de 1809 en Alto Perú, en abril de 1810 en Caracas, en mayo en Buenos
Aires, en julio en Bogotá, en agosto en Quito, en septiembre en Chile
y México y en febrero de 1811 en la Banda Oriental. Esto se produjo
no porque conspirasen entre sí sino porque lo que hoy llamamos América
Latina es una nación (territorio continuo, el mismo idioma, el mismo
origen, semejantes costumbres y cultura). Por esta razón, Moreno envía
un ejército al Alto Perú, otro al Paraguay y aconseja sumar a Artigas
en la Banda Oriental, con claro sentido hispanoamericano. La frustración
de esa revolución disgregó a esa nación en veinte países dependientes,
frustrando el proyecto inicial por el cual lucharon duramente Bolívar
y San Martín, jefes de ejércitos populares hispanoamericanos. En el
norte de América lograron constituirse los Estados Unidos de América
del Norte, mientras entre nosotros se generaron los Estados desunidos
de América Latina.
¿Quiénes impulsaron esa lucha antiabsolutista? ¿Acaso la llamada `gente
decente`, `los vecinos propietarios` de la ciudad, como sostienen algunos
historiadores? No. Las actas del Cabildo Abierto del 22 de mayo demuestran
que la gente acaudalada votó a favor de que continuase el virrey, tanto
los Martínez de Hoz, como los Quintana y como apoyaron esa política
todos los señorones dueños de esclavos, así como la jerarquía eclesiástica
(obispo Lué). Fueron "los chisperos", "los manolos", los activistas
de la plaza (a los ya mencionados, cabe agregar a Francisco Planes,
los curas Grela y Aparicio, oficiales como Terrada y a empujones, Cornelio
Saavedra) junto a un grupo de profesionales (Moreno, Belgrano, Castelli,
etc.), quienes protagonizaron el suceso revolucionario.
¿Solamente perseguían desplazar a los absolutistas o tenían un proyecto
de liberación y progreso económico social? Tenían efectivamente un proyecto
y se expresó en el Plan de Operaciones: expropiar a los mineros del
Alto Perú, crear fábricas estatales de fusiles, armas blancas y pólvora,
liberar a los esclavos y concluir con el tributo que se le imponía a
los indios, abolición de instrumentos de tortura y de títulos de nobleza,
libertad de pensamiento y de imprenta, en fin, aquello que los morenistas
sancionaron en la Asamblea del año XIII cuando temporariamente lograron
recuperar el poder del cual había sido expulsado Moreno el 18 de diciembre
de 1810 para después morir, presumiblemente envenado, el 4 de marzo
de 1811.
¿Cuáles son los antecedentes de Mayo? Los principios revolucionarios
de la Francia de 1789, es decir, "Libertad, Igualdad, Fraternidad",
los Derechos del Hombre y del Ciudadano ("El evangelio de los derechos
del Hombre", según decía San Martín), así como la revolución española
iniciada el 2 de mayo de 1808, tributarias de las ideas de Rousseau,
Voltaire, en general los enciclopedistas franceses y los liberales revolucionarios
españoles.
¿Por qué fracasó la Revolución de Mayo? La revolución la impulsó un
frente democrático contra el absolutismo reinante, pero en ese frente
los morenistas fueron derrotados (1812/1810 y 5/4/1811), consolidándose
una burguesía comercial anglocriolla, basada en el puerto único y el
control de la Aduana, que se apoderó del poder y traicionó el objetivo
inicial. Proceso semejante se produciría en el resto de América Latina
donde prevaleció la política de las burguesías comerciales aliadas al
capital inglés, creciendo sólo las zonas vinculadas a los puertos, unos
hacia el Atlántico, otros hacia el Pacífico, sumiendo a los países interiores
en la miseria, el aislamiento y la expoliación, a pesar de los caudillos
federales que intentaron resistir ese sometimiento.
Si esta interpretación es válida, UNASUR no es un invento oportunista
sino retomar el camino de la Revolución. Asimismo, el protagonismo popular
no es un invento demagógico para halagar a indios, negros, mestizos
y criollos sino la continuidad de aquella revolución que ganó las elecciones
(156 a 68) en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, pero que, además, supo
asegurar ese triunfo con la movilización popular en la plaza histórica
y la presencia de sus líderes, trabucos y puñales en mano, en aquel
mediodía del 25, en el primer piso del Cabildo, iniciando una lucha
hacia la liberación que, con idas y venidas, todavía continúa.
(*) Centro Cultural E. S. Discépolo |
http://www.discepolo.org.ar
http://www.telam.com.ar/vernota.php?tipo=N&idPub=223094&id=424124&dis=1&sec=1
 1810
– 25 de Mayo - 2009
Proyecto de liberación del dominio colonial español y de otras formas
de subordinación a los intereses de las grandes potencias que influían
en el mundo.
PRINCIPIO 37°: TODO PROYECTO NACIONAL ES GENERACIONAL
(Belgrano Artigas Moreno San Martin Monteagudo Dorrego O´Higgins)
Examinando la condición social de los líderes revolucionarios, advertimos
que:
- Belgrano era hijo de un comerciante de origen genovés que había
perdido su fortuna al ser procesado por un caso de corrupción en la
Aduana 77 ;
- Artigas era un jefe de gauchos que había roto lazos con la
ciudad, ex contrabandista indultado para ser capitán de Blandengues
78
- Moreno provenía del hogar de un funcionario de hacienda, medianamente
ilustrado pero pobre de recursos;
- San Martín era prácticamente un descastado, de origen mestizo
según testimonios de la tradición oral, y
- Monteagudo era otro mestizo de cuna humilde que había padecido
impugnaciones por la condición de casta de su madre 79 ;
- Dorrego provenía de una familia portuguesa, por ende sospechosos
de ser judíos conversos;
- O´Higgins era hijo natural de un ex virrey y una campesina
criolla, que por ello no había podido ingresar al ejército en España.
Por un motivo u otro, ninguno de ellos entraba en el canon de posesión
de fortuna y “pureza de sangre” que constituían los títulos de pertenencia
a la aristocracia colonial y a los círculos de sus pretendidos sucesores.
PROYECTO NACIONAL DE LA INDEPENDENCIA
1800-1850
PRIMERA PARTE
La conciencia de la prioridad de la independencia, la liberación de
la dominación externa, las demandas por la emancipación y derechos de
todas las clases sociales y la idea de la revolución como modelo de
cambio social. Como también el ejemplo de la movilización de todos los
sectores del pueblo por la causa común, la concepción de la misión del
Ejército como defensa de la patria, la solidaridad con los países suramericanos
del mismo origen, el federalismo como forma de organización del Estado,
el liderazgo de los movimientos populares y la figura del gaucho como
símbolo de la libertad y la rebeldía nacional .San Martín demuestra
de qué somos capaces los argentinos. El cruce de los Andes, como enseña
Cirigliano, fue en aquella época equivalente a lo que más tarde sería
llegar a la luna. El eje central, liberar liberando, marco el derrotero
suramericano, de solidaridad y de libertad que para ser tal debe ser
compartida.
Por Hugo Chumbita
Introducción
Principio 7º: Todo proyecto de país es metahistoria.
El proyecto nacional de la emancipación confiere un sentido a la historia
argentina en la primera mitad del siglo XIX.
Es el proyecto de liberación del dominio colonial español y de otras
formas de subordinación a los intereses de las grandes potencias que
influían en el mundo de aquel tiempo.
Implica la inauguración de un nuevo orden político y una profunda transformación
de la sociedad colonial, en la cual se liberan las energías y las demandas
del conjunto del pueblo.
Surge con la llamada generación de 1810, y su expresión más nítida es
el programa de los dirigentes que conciben y conducen la guerra por
la independencia. Aunque el enemigo frontal son los realistas, existen
otras acechanzas exteriores, que tienen su correlato en la oposición
interna que deben enfrentar los jefes revolucionarios.
El marco internacional en aquella época es la difusión de los grandes
cambios que imponían, a partir de sus centros en Gran Bretaña y Francia,
la revolución económica industrial y la revolución política del liberalismo.
La declinación del Imperio español fincaba en la imposibilidad de dar
respuesta a esos desafíos.
La viabilidad del proyecto independentista dependía de que los países
sudamericanos pudieran desarrollar, en tal contexto, las bases políticas,
económicas y sociales de su autodeterminación, como habían comenzado
a hacerlo las ex colonias norteamericanas.
Pero la estrategia del ascendente Imperio Británico, y en general las
ambiciones de las potencias europeas, conspiraban contra la plena independencia
de estas nuevas repúblicas, a las que trataron de controlar e incorporar
a su radio de influencia por vía del comercio, la diplomacia, e incluso
la agresión armada, practicando viejas y nuevas formas de colonialismo.
Un sector importante de la elite, afirmado en los negocios del puerto
de Buenos Aires, va a inclinarse a favorecer esa estrategia y tendrá
su expresión en los planes del círculo rivadaviano para implantar en
nuestro país el modelo de la sociedad europea.
En la década de 1820, el proyecto de la emancipación logra imponerse
por las armas en la guerra contra España, pero la construcción del Estado
republicano tropieza con graves contradicciones políticas y regionales.
En las provincias del Plata, el conflicto entre unitarios y federales
representa la exacerbación de las luchas internas de la década anterior,
que se plantea entonces entre el partido de la elite y los caudillos
provinciales formados en las filas de los ejércitos patriotas.
Las contiendas civiles llegan a un punto de ruptura, que conlleva el
riesgo de la disgregación territorial, y de ese conflicto emerge como
solución la dictadura de Rosas, que si bien proscribe a los unitarios,
en otros órdenes propone una transacción de las tendencias en pugna.
Frente a una oposición que se convertía en aliada de las potencias imperialistas,
aquel gobierno mantuvo una política económica independiente y defendió
la integridad del país contra los ataques externos.
En la primera parte del trabajo consideramos el período revolucionario
de la independencia, de 1806 a 1820, que va desde la movilización que
suscitan las invasiones inglesas hasta la disolución del gobierno nacional
del Directorio.
En la segunda parte tratamos el período de 1820 a 1835, que podemos
ver como una etapa de transición, en la cual se constituyen las provincias,
se despliega el programa unitario y el proyecto independentista encuentra
sus continuadores dentro del movimiento federal.
En la tercera parte analizamos el período que comienza en 1835 con la
consolidación del régimen rosista, que en algunos aspectos centrales
asume la defensa del proyecto nacional de la independencia, hasta su
caída en 1852.
Presentan
14 siglos de Historia, 7 Proyectos de país. ¡Vamos por el 8º!
Este trabajo de Investigación realizado Hugo Chumbita - junto a los
investigadores que han tenido a su cargo esta etapa del Proyecto Umbral
que son Jorge Bolívar, Armando Poratti, Mario Casalla, Oscar Castellucci,
Catalina Pantuso y Francisco Pestanha- inspirados en el saber, en el
pensamiento situado y en la propuesta metodológica del maestro Profesor
Gustavo Cirigliano, ha sido llevado cabo con el auspicio del Sindicato
Argentino de Docentes Privados SADOP, el Sindicato Único de Trabajadores
de Edificio de Renta y Horizontal SUTERH, el Instituto para el Modelo
Argentino IMA y en Centro de Estudios para la Patria Grande SEPAG bajo
la coordinación político académica de Horacio Ghilini, Víctor Santa
María, Daniel Di Bártolo y José Luis Di Lorenzo.
La secuencia de Proyectos de País que se aborda:
1. Proyecto de los habitantes de la tierra (600-1536). por Fco. José
Pestanha.
2. La Argentina hispana o colonial (1536-1800), que aborda Mario Casalla.
3. Las Misiones Jesuíticas (1605-1768), a cargo de Catalina Pantuso.
4. Independentista (1800-1850), investigación a cargo de Hugo Chumbita.
5. El Proyecto del 80 (1850-1976), a cargo de Jorge Bolívar.
6. El Proyecto de la Justicia Social (1945-1976), por Oscar Castellucci
7. El Proyecto de la sumisión incondicionada al Norte imperial y globalizador
(1976 – 2001…)
Por Armando Poratti.
PRIMERA PARTE
REVOLUCIÓN Y GUERRA POR LA INDEPENDENCIA
( 1 8 0 6 -1 8 2 0 )
Principio 22°: Todo proyecto nacional tiene un comienzo y un cierre
en vinculación con su viabilidad dentro del marco mundial.
En la primera etapa que consideramos, desde la resistencia a las invasiones
inglesas en el Río de la Plata en 1806 y 1807, hasta la disolución del
Directorio de las Provincias Unidas en 1820, la lucha por la independencia
se superpone con la guerra.
Según veremos, los patriotas más decididos impulsan la movilización
política y militar de todo el pueblo, y sus propuestas revolucionarias
chocan en el frente interno con las actitudes más conservadoras o reformistas
provenientes de algunos círculos de la elite, que debilitan los avances
de la revolución sin llegar a frenarla.
El proyecto del país independiente era factible en el contexto de la
revolución burguesa mundial.
Las consecuencias de aquellas convulsiones en Europa le ofrecieron la
oportunidad inicial, con la crisis de la corona española.
Pero a la vez, ese mismo proceso impulsaba el ascenso del Imperio británico,
cuyas miras ya estaban puestas en extender su dominación en el continente
sudamericano.
Inspirados en las ideas del liberalismo europeo y español y en sus corolarios
constitucionalistas, los patriotas concebían fundar una nación de personas
libres e iguales. He ahí el argumento y la voluntad del proyecto; aún
faltaba organizar una infraestructura económica que la sustentara.
En cuanto a la forma de gobierno, la “soberanía del pueblo” invocada
por los criollos exigía tranformar la sociedad jerárquica y desigual
heredada de la colonia, donde los derechos estaban restringidos a una
minoría bajo el absolutismo realista.
Preparar a los nuevos ciudadanos para ejercer esos derechos se revelará
como una tarea difícil de realizar de un día para otro.
Distinguimos tres vertientes del proyecto que, por encima de sus diferencias,
comparten una orientación revolucionaria, americanista e integradora:
la acción de los jacobinos porteños, de los federales de Artigas y de
las logias lautarinas de San Martín.
A estas líneas se oponen, dentro del incipiente proyecto independentista,
las posiciones de raíz elitista y europeizante que prevalecen en el
Primer Triunvirato y en el Directorio.
Partimos entonces de una indagación de las propuestas explícitas de
los revolucionarios, confrontadas con las de sus opositores. En la resolución
de tales contradicciones se dirime el rumbo del país.
En esta fase inicial, el proyecto independentista logra triunfos decisivos
en la guerra contra los españoles, pero pierde a sus principales conductores,
víctimas de las disensiones que conspiran contra el desarrollo de la
revolución.
La Generación Revolucionaria de 1810
Principio 37°:Todo proyecto nacional es generacional.
Dentro de la generación de 1810, los principales dirigentes que impulsaron
la revolución, condujeron la guerra por la independencia y plantearon
cambios políticos sustanciales, fueron Belgrano, Moreno, Castelli, Artigas
y San Martín.
En los grupos que encabezaron –los “jacobinos”, los federales y las
logias “lautarinas”– se formaron numerosos militantes,y muchos otros
compatriotas sudamericanos compartieron la misma causa, ya que el proyecto
de la emancipación era esencialmente una empresa de dimensión continental.
En el primer nucleamiento patriota, que vemos movilizarse ya en 1806,
aparecen Juan José Castelli, Hipólito Vieytes y los hermanos Saturnino
y Nicolás Rodríguez Peña, relacionándose con Belgrano y Moreno.
En 1811, Artigas se convirtió en el conductor de otro polo revolucionario,
que desde la Banda Oriental extendió su influjo a las demás provincias
y tuvo incluso partidarios en Buenos Aires.
En 1812 se constituyó la Logia Lautaro, a la cual se plegaron algunos
morenistas, como Bernardo de Monteagudo, y se dividió luego por la ruptura
entre Alvear y San Martín.
En estos tres grupos revolucionarios encontramos afinidades, acuerdos
y disidencias, pero sobre todo respuestas concordantes a las cuestiones
nodales acerca de la lucha por la independencia y la nueva sociedad
que proyectaban.
Los “jacobinos” porteños Si bien el calificativo de “jacobinos” es discutible,
es usual caracterizar así al núcleo porteño que adhería a las ideas
de Rousseau, los más radicales en el seno del primer gobierno patriota,
que además propugnaron, como los jacobinos franceses, la aplicación
de medidas drásticas contra los enemigos de la Revolución.
Las Memorias del general Enrique Martínez testimonian que el grupo de
Castelli, Vieytes y los Rodríguez Peña era una sociedad masónica . Estas
logias, a las cuales ingresaban incluso sacerdotes, no estaban reñidas
con el catolicismo, aunque sí se oponían al absolutismo político y religioso,
difundiendo el espíritu universalista y filantrópico propio del liberalismo
burgués ilustrado de ese tiempo.
La finalidad básica de las logias “rituales” era la ilustración de sus
miembros en esos principios, pero resulta evidente que se constituyeron
asimismo logias “operativas” con propósitos políticos más definidos,
como fue el caso de las sociedades secretas hispanoamericanas.
Los vínculos establecidos a través de la masonería explicarían la actitud
del grupo de Vieytes y Castelli y los Rodríguez Peña en la época de
las invasiones inglesas, en sintonía con los planes que instaba el venezolano
Miranda, cuando se discutía la posibilidad y el alcance de la intervención
de Gran Bretaña en Sudamérica: algunos políticos y militares ingleses
planeaban establecer una especie de colonia, protectorado o base de
negocios en el Río de la Plata, y los criollos pretendían que esa ingerencia
se limitara a ayudarles a independizarse.
Ver Gandía, 1 961
Corbiere, 1 998: cap. XI y XIII
La invasión de 1806 defraudó tales expectativas, pues los ocupantes
exigieron acatar la corona británica y se comportaron como conquistadores,
practicando confiscaciones y otorgando la “libertad de comercio” sólo
con Inglaterra.
Tras la reconquista de Buenos Aires, la fuga de Beresford, organizada
por Saturnino Rodríguez Peña, se habría tramado según las reglas de
solidaridad entre masones, buscando que abogara para rectificar la política
de su gobierno.
Tras el fracaso de aquellas gestiones, en el grupo porteño ganó adeptos
el proyecto de traer de Rio de Janeiro a la princesa Carlota, hermana
de Fernando VII, para lograr la independencia bajo la cobertura de su
reinado.
La Logia Independencia, que se habría organizado en 1810 presidida por
el joven Julián Álvarez, se cree fue un precedente de la formación de
la Logia Lautaro en Buenos Aires.
Álvarez era un teólogo y jurista que dejó los hábitos para sumarse a
la revolución; estuvo cerca de Moreno, participó de las reuniones del
café de Marco y de la Sociedad Patriótica y colaboró luego con la campaña
de San Martín.
Como redactor de La Gaceta contribuyó a una prédica democrática y, siguiendo
las ideas de Rousseau que recusaban la delegación de la soberanía en
los representantes, propuso encauzar la participación popular mediante
asambleas periódicas, articuladas incluso con reuniones asamblearias
de los habitantes de la campaña: “Cuando se ha aceptado un ‘sistema
popular’, nadie puede prohibirle al pueblo que se reúna en cabildos
abiertos” .
Belgrano puede ser incluido en este grupo por su formación intelectual
y sus coincidencias con Castelli y Moreno. Aunque sus reflexiones y
sus actitudes políticas traducen en general un pensamiento menos “jacobino”,
como jefe militar no dejó de aplicar medidas de extremo rigor en circunstancias
críticas.
Castelli, Saturnino Rodríguez Peña, Moreno, Monteagudo y Álvarez habían
estudiado leyes en la Universidad de Charcas, cuando aún estaban frescas
las impresiones de la insurrección de Túpac Amaru de 1780 y la trágica
represión posterior: allí, donde eran más visibles las injusticias y
las contradicciones del régimen colonial, fue donde estallaron los primeros
alzamientos patriotas en 1809.
El Plan de Operaciones de la Primera Junta, que por iniciativa de Belgrano
se encomendó redactar a Moreno − un documento revelador, del que se
hallaron copias en archivos de diferentes países y es reconocido como
auténtico por la generalidad de los historiadores− condensa el proyecto
revolucionario jacobino.
En él se recomiendan castigos ejemplares contra los enemigos, utilizar
todos los medios a favor de la revolución, sancionar la libertad e igualdad
de las castas, suprimiendo las discriminaciones por el color de la piel,
abolir la esclavitud, incorporar las masas campesinas a la revolución
y organizar la economía nacional bajo control estatal.
El Plan preveía sublevar la campaña de la Banda Oriental contra el bastión
realista de Montevideo y ganar para la causa al capitán José Artigas,
a sus hermanos, primos y otros individuos de acción, de gran ascendiente
en las zonas rurales.
Esta parte del Plan debió ser inspirada por Belgrano, quien conocía
la región por la estancia que tenía allí su familia. Aunque los términos
con que se califica a los jefes gauchos trasuntan cierta desconfianza
hacia quienes – como el mismo Artigas – habían participado en actividades
clandestinas del contrabando de ganado al Brasil, queda claro que se
les asignaba un papel primordial en las operaciones.
Ver Binayán, 1 960: 12 4 y ss.
Artigas fue efectivamente atraído a la causa y se puso al frente de
la insurrección, con su ejército de montoneras y con la estrecha colaboración
de los indios. Incluso tentó la posibilidad de extender la revolución
al sur del Brasil, según contemplaba el Plan.
Conduciendo el Ejército del Norte, Castelli actuó en consecuencia con
las instrucciones que llevaba de “conquistar la voluntad de los indios”
, a los que la Junta liberaba de los antiguos tributos y reconocía la
dignidad de ciudadanos.
En el acto de las ruinas de Tiahuanaco, convocado el 25 de mayo de 1811,
se leyeron los decretos que ponían un plazo perentorio para cortar los
abusos contra los indígenas, repartir tierras, dotar de escuelas a sus
pueblos, eximirlos de cargas e imposiciones y asegurar la elección de
los caciques por las comunidades.
Monteagudo, redactor de aquellas resoluciones y militante del grupo
morenista que integró luego la Logia Lautaro, al declarar en el juicio
contra Castelli por la campaña del Alto Perú, no vaciló en declarar
que ellos combatían la dominación española luchando por “el sistema
de igualdad e independencia”.
Los federales artiguistas
El programa republicano radical de Artigas – entroncando con el movimiento
de los llamados “tupamaros” orientales, que invocaban el ejemplo de
Túpac Amaru– era una original combinación de las costumbres de las pampas
con las lecturas de Rousseau: el orgullo de hombres libres de los gauchos
resultaba congruente con la orientación democrática de la Revolución.
El caudillo recogía las aspiraciones del campesinado en armonía con
las doctrinas liberales igualitarias, reclamando fundar el poder político
en los derechos de representación de los hombres y de las regiones,
todos en pie de igualdad.
Los diputados orientales a la Asamblea del Año XIII postulaban para
las Provincias Unidas la forma de gobierno republicana y confederal.
Artigas contó con el asesoramiento de su sobrino y secretario, el cura
José Monterroso, que conocía las doctrinas políticas de Thomas Paine
y el sistema federal norteamericano.
Asimismo, los artiguistas proyectaron una constitución democrática para
la Provincia Oriental, inspirada en la carta de 1780 del estado de Massachusetts.
El primer artículo declaraba los derechos esenciales e inajenables de
las personas por los que el gobierno debía velar, y se establecía que
el pueblo “tiene derecho a alterar el gobierno, para tomar las medidas
necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”.
Otras cláusulas establecían la educación pública universal como responsabilidad
del Estado y obligación de los padres, para difundir la enseñanza de
los derechos del hombre y el pacto social. Se garantizaba incluso a
los ciudadanos el acceso a una recta justicia y la elección de funcionarios
de gobierno que sean “unos sustitutos y agentes suyos”, porque el poder
reside en el pueblo .
Estos principios se proyectaron en las acciones de gobierno que impulsó
Artigas, y en particular en su plan agrario.
Ver Chumbita, 2 000: cap. 2 .
Ver Chaves, 1 944: 22 4.
Chaves, 1 944: 251 y ss.
Ver Echagüe, 1 950: 49-50.
Ver Ravignani, 1 929.
Las comunicaciones con el Cabildo de Montevideo, que representaba a
los propietarios, reflejan su firme pero prudente relacióncon la elite,
así como las reticencias de ésta ante las medidas más radicales.
Dada la necesidad de repoblar y poner en producción los campos asolados
por la guerra, y ante las vacilaciones del Cabildo,
Artigas dictó personalmente el Reglamento de Tierras de 1815.
Antes había otorgado posesiones a sus partidarios y ocupado campos de
los adversarios de la revolución, pero ahora se trataba de un nuevo
orden rural, para recuperar la ganadería, poblar y distribuir la propiedad.
Las tierras no ocupadas y las confiscadas a “los malos europeos y peores
americanos” debían repartirse en suertes de estancia a los solicitantes,
con carácter de donación, dando preferencia a los libertos, zambos,
indios y criollos pobres.
El Directorio había llegado a dictar un decreto que infamaba a Artigas
como bandolero y ponía precio a su cabeza. Sin embargo, el Congreso
de Oriente, reunido en junio de 1815, lo ratificó como “Protector de
los Pueblos Libres” de cinco provincias disidentes: la Banda Oriental,
Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba.
Reiteradamente los gobernantes de Buenos Aires le ofrecieron un arreglo
sobre la base de la independencia de la Banda Oriental, que él rechazó,
manteniendo su proyecto de confederación.
El general José María Paz se preguntaba en sus Memorias por las causas
del éxito de las guerrillas artiguistas frente a los ejércitos regulares.
Aunque ciertas tácticas montoneras eran un factor no desdeñable, lo
decisivo era “el ardiente entusiasmo que animaba a los montoneros” que
se batían con fanatismo y a menudo preferían morir antes que rendirse.
En la raíz de este fervor, Paz no dejó de señalar “el espíritu de democracia
que se agitaba en todas partes. Era un ejemplo muy seductor ver a esos
gauchos de la Banda Oriental, Entre Ríos y Santa Fe dando la ley a las
otras clases de la sociedad, para que no deseasen imitarlo los gauchos
de las otras provincias”.
Si la agitación que cundía no era genuinamente democrática, “deberían
culpar al estado de nuestra sociedad, porque no podrá negarse que era
la masa de la población la que reclamaba el cambio.
Para ello debe advertirse que esa resistencia, esas tendencias, esa
guerra, no eran el efecto de un momento de falso entusiasmo [...] era
una convicción errónea, si se quiere, pero profunda y arraigada”.
Si bien Paz seguramente exagera, no cabe duda que el movimiento artiguista
tenía fuertes componentes de democracia directa, con algunas expresiones
asamblearias y prácticas que ejercitaban el poder popular armado.
En aquellos años surgían en Entre Ríos y en Santa Fe dos jóvenes caudillos
que tomaron el poder y alinearon sus provincias tras el programa federal
de Artigas: Francisco “Pancho” Ramírez y Estanislao López.
En Corrientes, los artiguistas se afirmaron con el concurso de jefes
populares como el capitán “indio” Blas Basualdo, ocupando la gobernación
don José de Silva y un oficial de las milicias rurales, Juan Bautista
Méndez.
En Córdoba prevaleció durante un tiempo la fracción política artiguista
conducida por los hermanos Juan Pablo Bulnes y Eduardo Pérez Bulnes
y el abogado José Antonio Cabrera.
El comandante Andresito Guacurarí, ahijado de Artigas, encabezó la lucha
de los guaraníes para establecer una provincia autónoma en la región
misionera.
El cuestionamiento de Artigas al centralismo porteño determinó que el
Directorio consintiera la invasión portuguesa a la Banda Oriental para
eliminarlo, y uno de los que levantaron su voz contra esa maniobra fue
el joven oficial Manuel Dorrego, condenado por ello al destierro.
José María Paz, Memorias,1954, cap. IX y X.
Los lautarinos
Los planes revolucionarios de San Martín se basaron en las logias lautarinas,
en las que participaron activamente Tomás Guido, Bernardo de O’Higgins,
Monteagudo y otros colaboradores del Ejército de los Andes.
Pese a la reserva que mantuvieron sus miembros, existen evidencias del
papel que jugaron estas asociaciones.
El nombre Lautaro concuerda con los gestos indigenistas de San Martín,
una constante en su trayectoria que le llevó a coincidir con Belgrano
y otros patriotas en la propuesta de la monarquía incaica.
San Martín se había incorporado en Cádiz a la logia de los Caballeros
Racionales, presidida por Carlos de Alvear. La red de la Gran Reunión
Americana, promovida en Europa por Francisco de Miranda con la colaboración
de Simón Bolívar, previó la acción coordinada de los patriotas que se
dirigieron a las ciudades más importantes de Sud América para impulsar
la revolución, y San Martín retornó vía Londres a Buenos Aires, en 1812,
como parte de esos planes.
La inicial Logia Lautaro, así como las ulteriores logias lautarinas
fundadas por San Martín en Buenos Aires, Santiago de Chile y Lima, constituyeron
una especie de partido secreto en el que se discutían las alternativas
políticas y las decisiones estratégicas.
La Asamblea del año XIII fue controlada políticamente por la Logia Lautaro,
en el momento en que comenzaba a escindirse en alvearistas y sanmartinianos.
Aunque en su seno hubo contradicciones, como el rechazo de los diputados
de Artigas, la Asamblea reafirmó el proyecto de la emancipación, declaró
los derechos de igualdad ciudadana y dictó la libertad de vientres para
terminar progresivamente con la esclavitud.
La constitución de la Logia Lautaro de Chile 10, que debió ser análoga
a la de Buenos Aires, ilustra sobre los principios orgánicos de estas
sociedades. La logia matriz se componía de un número determinado de
“caballeros americanos”, no podía ser admitido ningún español ni extranjero,
y sólo un eclesiástico, el “de más importancia por su influjo y relaciones”.
Los miembros que ocuparan funciones políticas o militares podían ser
facultados para crear sociedades subalternas en otras localidades.
Todos quedaban obligados a “sostener, a riesgo de la vida, las determinaciones
de la Logia” y mantener el secreto de la existencia de la misma bajo
pena de muerte.
El rol político de la Logia aparecía claramente estipulado en el artículo
9°: “Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el Supremo
gobierno, no podrá deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber
consultado el parecer de la Logia, a no ser que la urgencia del negocio
demande pronta providencia, en cuyo caso, después de su resolución,
dará cuenta en primera junta”. También se prescribía que el hermano
en funciones dirigentes “deberá consultar y respetar la opinión pública
de todas las provincias”, reiterándose en varias disposiciones esta
idea de gobernar conforme a la opinión pública.
San Martín se concentró en organizar la guerra, concibiendo y realizando
el papel libertador del ejército. No obstante, contra la visión de Mitre,
que enaltecía su 10 obra militar descalificando sus aptitudes políticas,
podemos ver –especialmente en la gobernación de Mendoza y el Protectorado
en Lima– su inteligencia como gobernante y estadista.
Publicada por Vicuña Mackenna en El ostracismo de O’Higgins; Obras completas,
1938.
San Martín promovió y aplaudió la lucha de Güemes al frente de sus gauchos
en el norte, y no podía menos que apreciar la contribución de Artigas
a la causa independentista en la Banda Oriental. Aunque discrepaba con
la propuesta federalista, se negó a combatir a los federales cuando
fue llamado para ello por el Directorio.
La correspondencia de San Martín con Guido entre noviembre y diciembre
de 1816 revela su confianza inicial en la resistencia artiguista frente
a la invasión de los portugueses al territorio oriental: “yo opino que
Artigas los frega completamente”; asimismo, creyó inevitable entrar
en la guerra: “veo también que cuasi es necesaria”; pero luego se resignó
a la ocupación portuguesa: “no es la mejor vecindad, pero hablándole
a V. con franqueza la prefiero a la de Artigas: aquéllos no introducirán
el desorden y anarquía, y éste si la cosa no se corta lo verificará
en nuestra campaña”11 .
A pesar de esta opinión, San Martín promovió una mediación del gobierno
chileno entre el Directorio y los caudillos del litoral, y escribió
personalmente a Artigas para que aceptara una tregua: “paisano mío,
hagamos una transacción a los males presentes; unámonos contra los maturrangos,
bajo las bases que usted crea y el gobierno de Buenos Aires más convenientes,
y después que no tengamos enemigos exteriores, sigamos la contienda
con las armas en la mano”12 . Pero el intento se frustró al ser terminantemente
desautorizado por Pueyrredón.
Cuando se produjo la caída del Directorio, preocupado por el peligro
de disgregación del país, San Martín dirigió una “Proclama a los habitantes
de las Provincias Unidas”, fechada en Valparaíso el 22 de julio de 1820,
donde explicaba su oposición al federalismo:
"Diez años de constantes sacrificios sirven hoy de trofeo a la anarquía;
la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual cuando se considera su
poco fruto. (...) El genio del mal os ha inspirado el delirio de la
federación. (...) Pensar en establecer el gobierno federativo en un
país casi desierto, lleno de celos y de antipatías locales, escaso de
saber y de experiencia en los negocios públicos, desprovisto de rentas
para hacer frente a los gastos del gobierno general fuera de los que
demande la lista civil de cada estado, es un plan cuyos peligros no
permiten infatuarse ni aún con el placer efímero que causan siempre
las ilusiones de la novedad."
Si es evidente que estas palabras tenían por destinatarios a los federales,
en un párrafo posterior se dirigía a los hombres de Buenos Aires, defendiendo
su negativa a usar las armas contra aquéllos:
11 Pasquali, 2 000: 7 4, 77 , 80.
12 Orsi, 1 991: 3 4-35 .
"Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva
de vuestra desgracia; vosotros me habéis acriminado aún de no haber
contribuido a aumentarla, porque éste habría sido el resultado si yo
hubiese tomado una parte activa en la guerra contra los federalistas:
mi ejército era el único que conservaba su moral y me exponía a perderla
abriendo una campaña en que el ejemplo de la licencia armase mis tropas
contra el orden. En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar
al Perú y suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable
en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los
mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre
de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos
de la independencia de Sudamérica."
Las contradicciones internas desgarraban el proceso de la revolución,
y San Martín se negaba a intervenir en luchas partidarias. En las provincias,
como en Buenos Aires, las facciones disputaban el poder por la fuerza
y la investidura de los gobernantes no lograba hacerse respetar.
El gobierno nacional del Directorio había sido disuelto, víctima de
sus extravíos.
Artigas también había sido derrotado por su empecinamiento. San Martín,
revolucionario pero hombre de orden, se alarmaba por las consecuencias
disruptoras de la causa en la que se hallaba comprometido. No era el
único en inquietarse ante los desbordes de la revolución.
El joven Monteagudo fue evolucionando desde su inicial democratismo
ultra rousseauniano, junto a los morenistas de la Sociedad Patriótica,
hacia una actitud moderada, cuando acompañó el Directorio de Alvear;
y luego, incorporado al grupo lautarino, adoptó posiciones coincidentes
con las de San Martín, colaborando en la experiencia chilena y en el
Protectorado peruano.
En la Memoria de 1823 “Sobre los principios que seguí en mi administración
del Perú” explica esa transición, desde que abrazara “con fanatismo”
el sistema democrático, hasta que ya en Chile se pudo considerar recuperado
de “esa especie de fiebre mental, que casi todos hemos padecido”.
En su opinión, “el furor democrático, y algunas veces la adhesión al
sistema federal” habían sido para los pueblos de América una funesta
caja de sorpresas13.
Monteagudo reconocía haber actuado severamente en Lima para desterrar
a los españoles y haber seguido el principio de “restringir las ideas
democráticas”, justificando esta actitud con penetrantes observaciones
acerca de la sociedad peruana, donde creía que las diferencias sociales
y la aversión entre las castas eran incompatibles con la democracia
y la forma federal. Concluía esta Memoria llamando a los dirigentes
del Perú a practicar las máximas en que se resumía la experiencia de
la revolución: “energía en la guerra y sobriedad en los principios liberales”14
.
Como San Martín y Belgrano, Monteagudo, después de sus tropiezos con
la realidad, descreía de la viabilidad de la república y del federalismo
en aquellas circunstancias. Este era probablemente un estado de opinión
que se generalizó hacia el fin de la década revolucionaria entre los
dirigentes patriotas, abriendo camino a las posiciones autoritarias
y centralistas que prevalecerían en la siguiente etapa.
13 Monteagudo, 2 006: 1 08-109.
14 Monteagudo, 2 006: 11 0-11 4.
Proyecto de la Emancipación
Principio 3° : Todo proyecto nacional es estructurante y totalizador.
El proyecto revolucionario se puede resumir en el concepto de emancipación,
con el doble significado que adquiría este vocablo: liberarse del sometimiento
a la metrópoli y de las formas de opresión inherentes a la sociedad
colonial.
Los revolucionarios respondían así a los problemas que enfrentaban con
una visión integradora: el propósito de liberación adquiría una dimensión
a la vez política y social, y el “patriotismo americano” se definía
en una perspectiva geográfica continental, con fuertes connotaciones
indigenistas.
En el marco de estos grandes objetivos, se contemplaba la organización
del nuevo Estado según los principios de la revolución burguesa mundial,
basada en las teorías del pacto social y del constitucionalismo liberal.
Contra lo que afirma la historiografía tradicional, la influencia del
liberalismo económico fue menor entre los patriotas revolucionarios,
y en todo caso sus principios debían subordinarse a la necesidad de
construir una economía que fuera el sustento de la autodeterminación
nacional.
El enemigo externo
Principio 7°: Cada proyecto nacional determina −decide− a quién hay
que considerar como enemigo.
Para los patriotas revolucionarios la lucha independentista era ante
todo el rechazo al sometimiento colonial. Pero como lo advirtieron en
el Congreso de Tucumán de 1816 los diputados de Córdoba, de influencia
artiguista, no sólo se trataba de la independencia de la corona y de
la metrópoli española, sino también “de toda otra potencia extranjera”,
según se sancionó expresamente en una significativa adición.
A esa fecha estaba claro ya que la plena emancipación resultaba incompatible
con otras formas de tutelaje de las potencias europeas que codiciaban
estos territorios.
La construcción de un nuevo Estado independiente requería enfrentar
tales acechanzas. Es importante advertir aquí que el iberalismo de la
época –tanto en los modelos que brindaba la política europea como en
la práctica de los patriotas americanos– se asociaba estrechamente con
el nacionalismo, fundado en el axioma de las soberanías estatales.
Los criollos revolucionarios tenían fuertes expectativas sobre la ayuda
que podía prestar Gran Bretaña a la causa independentista, y por diversas
vías solicitaron su auspicio.
Claro que, después de las invasiones de 1806 y 1807, no podían engañarse
respecto a las propensiones colonialistas de los ingleses; y como lo
demostró la resistencia a aquellos intentos, no estaban dispuestos a
aceptar una mera mudanza de coloniaje.
Belgrano cuenta en sus memorias habérselo manifestado así a un prisionero
inglés, el brigadier Crawford: “nosotros queríamos el amo viejo o ninguno”;
agregando, con respecto a la posible y futura independencia de las colonias
españolas, por qué ésta no podía sujetarse a la tutela inglesa: “aunque
ella se realizase bajo la protección de la Inglaterra, ésta nos abandonaría
si se ofrecía un partido ventajoso a Europa, y entonces vendríamos a
caer bajo la espada española; no habiendo una nación que no aspirase
a su interés, sin que le diese cuidado de los males de las otras”15
.
Acerca de las ambiciones de los británicos, Belgrano le escribía a Moreno
el 27 de octubre de 1810: “esté Vd. siempre sobre sus estribos con todos
ellos, quieren puntitos en el Rio de la Plata, y no hay que ceder ni
un palmo de grado”16 .
En el Plan de Operaciones es evidente que las recomendaciones de efectuar
diversas concesiones a Inglaterra se formulaban con plena conciencia
de que la política exterior de aquel país se guiaba ante todo por los
intereses mercantiles: “Nuestra conducta con Inglaterra, y Portugal,
debe ser benéfica, debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos,
tolerarlos, y preferirlos aunque suframos algunas extorsiones”
El nacionalismo defensivo de los patriotas aparece inequívocamente en
un artículo periodístico de Mariano Moreno:
"Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses
y derechos; y no deben fiar sino de sí mismos. El extranjero no viene
a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas
pueda proporcionarse. Recibámoslo en hora buena, aprendamos las mejoras
de su civilización, aceptemos las obras de su industria y franqueémosle
los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenos; pero miremos
sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos
pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento
que les habían producido los chiches y abalorios" 18 .
En cuanto a San Martín, no obstante su admiración por las instituciones
europeas y las amistades que cultivaba con los británicos, su categórica
oposición a las intervenciones anglofrancesas en el Río de la Plata
en la época de Rosas demuestran cuáles eran sus ideas al respecto.
Por encima de las especulaciones tácticas, para los revolucionarios
la emancipación debía ser completa.
Claro que el independentismo radical tropezaría con fuertes presiones
externas, con los partidarios de soluciones negociadas y los grupos
locales interesados en estrechar lazos políticos, comerciales y financieros
con las metrópolis industriales de Europa, por lo que la lucha emancipadora
estaba lejos de alcanzar sus objetivos.
15 Belgrano, 1 966: 33 .
16 Levene, 1 949.
17 Moreno, 1 961: 2 91.
18 Gaceta de Buenos Aires, 2 0 de septiembre 1 810.
La nueva legitimidad
Principio 28°: Cada proyecto nacional implica una inevitable ruptura
con el proyecto nacional anterior, originando una nueva legitimidad.
Los dirigentes de la revolución entendían a ésta como la creación de
una nueva legitimidad constitucional que asegurara los derechos ciudadanos.
El prólogo de Moreno al Contrato Social 19 enunciaba el propósito de
dictar una constitución que restituyera los derechos usurpados a los
americanos por los conquistadores: “La gloriosa instalación del gobierno
provisorio de Buenos Aires ha producido tan feliz revolución en las
ideas, que agitados los ánimos de un entusiasmo capaz de las mayores
empresas, aspiran a una constitución juiciosa y duradera que restituya
al pueblo sus derechos, poniéndolos al abrigo de nuevas usurpaciones”.
Moreno advertía que los nuevos principios no debían quedar “reservados
a diez o doce literatos”, y la difusión del libro de Rousseau perseguía
un objetivo trascendente:
"El ciudadano conocerá lo que debe al magistrado, quien aprenderá igualmente
lo que puede exigirse de él; todas las clases, todas las edades, todas
las condiciones participarán del gran beneficio que trajo a la tierra
este libro inmortal, que ha debido producir a su autor el justo título
de legislador de las naciones. Las que lo consulten y estudien no serán
despojadas fácilmente de sus derechos".
Se ha debatido en la historiografía en qué medida la revolución de 1810
era parte del proyecto de la revolución liberal española, y si fue más
importante o más directa la influencia de Rousseau que la de Suárez
u otros precursores del liberalismo en España.
Lo que parece claro es que las formulaciones contractualistas de cepa
hispana no eran tan liberales ni democráticas como han querido ver algunos
historiadores.
Por de pronto, la teoría del origen pactado del poder admitía muy diversas
interpretaciones: siguiendo a Hobbes podía ser la justificación de la
monarquía absolutista; según Locke adquiría un sentido liberal, fundando
los derechos naturales de los individuos; y con Rousseau llegaba a ser
una propuesta más radicalmente democrática.
Un ejemplo de las “ambigüedades infinitas” a que podía dar lugar la
noción del pactum societatis es el caso del deán Funes, quien en su
Biografía se jactaba de haberse adelantado a “poner la primera piedra
de la revolución” al reconocer la existencia del contrato social –en
su oración fúnebre a la memoria de Carlos III, en 1790–, siendo que
tal invocación no era entonces sino un modo de ensalzar el sometimiento
al poder del monarca.20
El análisis de Halperín Donghi sobre la tradición del pensamiento político
español en relación con las ideas de la Revolución de Mayo, señala las
limitaciones del contractualismo y del constitucionalismo en las teorizaciones
de Francisco de Vitoria, el padre Francisco Suárez y Gaspar de Jovellanos,
ligadas a distintas fases de la evolución de la monarquía en la península,
y demasiado reticentes sus autores a extraer de ellas una concepción
amplia de los derechos de los súbditos, como para que puedan ser consideradas
fuentes ideológicas de los patriotas americanos.
19 Moreno, 1 961: 23 4 y ss.
20 Halperín Donghi, 1 985: 71 -76.
No obstante esas salvedades, es evidente que los postulados de la soberanía
del pueblo y del pacto social, asociados a la idea de la Constitución
como garantía de los derechos ciudadanos frente al poder, habían penetrado
simultáneamente en los sectores ilustrados de España y en sus colonias.
Ello provenía principalmente de la difusión de los autores franceses,
y en especial la descripción de las instituciones inglesas efectuada
por Montesquieu, que servían de fundamento a los partidarios de la monarquía
constitucional, entre los cuales sobresalen dos hombres que se formaron
intelectualmente en la metrópoli: San Martín y Belgrano.
La independencia de las colonias norteamericanas, los acontecimientos
de la Revolución Francesa y los términos de la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano presentaban como realidades históricas las
consecuencias revolucionarias de aquellos principios. Belgrano cuenta
en su Autobiografía cómo recibió esa influencia junto con los círculos
“letrados” españoles: “Como en la época de 1789 me hallaba en España
y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas, y
particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron
de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad”.21
Lo cierto es que la confluencia con el movimiento liberal y constitucionalista
español tropezó con la incomprensión de las demandas de igualdad e independencia
de los americanos en las Cortes liberales de Cádiz, y el posterior interregno
de la monarquía constitucional fue pronto abatido por el absolutismo
de Fernando VII. La revolución independentista en América triunfó contra
los ejércitos de España y tuvo que fundar su propia legitimidad.
Un proyecto existencial
Principio 33° : Todo auténtico proyecto nacional es terapéutico.
Monteagudo señala que el clamor independentista surgió, más que de los
ejemplos extranjeros y de una convicción de principios, de un sentimiento
generalizado de rechazo a los dominadores: “Con la idea de independencia
comenzaron también a difundirse nociones generales acerca de los derechos
del hombre; mas éste era un lenguaje que muy pocos entendían”.
Las afirmaciones de Monteagudo son muy enfáticas en cuanto a la motivación
emocional que predominaba entre los criollos: "Digámoslo francamente:
con excepción de algunas docenas de hombres, el resto de los habitantes
no tuvieron más objeto al principio que arrancar a los españoles el
poder de que abusaban, y complacerse a vista del contraste que debía
formar su semblante despavorido y humillado, con esa frente altanera
donde los americanos leían desde la infancia el destino ignominioso
de su vida".22
21 Belgrano, 1 966: 2 4.
22 Monteagudo, 2 006: 1 09.
Belgrano, no obstante su paciente disposición para tratar de ganar la
voluntad de los virreyes y las autoridades coloniales, describe en términos
semejantes la soberbia española y el ánimo de los criollos en el momento
en que, al disolverse el poder en la península, se presentaba la ocasión
de expulsar a los conquistadores: “No es mucho, pues, no hubiese un
español que no creyese ser señor de América, y los americanos los miraban
entonces con poco menos estupor que los indios en los principios de
sus horrorosas carnicerías, tituladas conquistas”.23
Estos testimonios sugieren cómo, a partir de los ejemplos y las ideas
revolucionarias del exterior (las “razones generales” o fundamentos
ideológicos), la “pasión eficiente” radicaba en las vivencias propias
de la opresión colonial.
En el propósito de abatir a la clase de los dominadores latía el anhelo
de rescatar la plena dignidad de los colonizados, “inferiorizados” por
aquella dominación. Mediante la realización del proyecto independentista
irían emergiendo de su depresión como personas y como pueblo.
La liberación de un pueblo
Principio 1° : Todo proyecto nacional libera y moviliza reservas (población
y recursos naturales) hasta ese momento sin uso o marginadas o conflictivas.
El proyecto de liberación, y en particular la guerra contra los realistas,
exigía movilizar las energías de todo el pueblo.
Los patriotas apelaron así a sumar, además de los criollos de la “clase
decente”, al bajo pueblo, a los gauchos y a las castas, sectores que
en la sociedad colonial estaban excluidos de la ciudadanía, sometidos
incluso a estatutos que los esclavizaban o les privaban del reconocimiento
pleno de su dignidad humana.
En un manifiesto a los indios del Perú, Castelli los llamaba a apoyar
la causa de la independencia garantizándoles la restitución de sus derechos:
"Sabed que el gobierno de donde procedo sólo aspira a restituir a los
pueblos su libertad civil, y que vosotros bajo su protección viviréis
libres, y gozaréis en paz juntamente con nosotros esos derechos originarios
que nos usurpó la fuerza. En una palabra, la Junta de la capital os
mira siempre como a hermanos, y os considerará como a iguales".24
Conduciendo los primeros ejércitos patriotas, Castelli y Belgrano se
empeñaron en ganar el apoyo de los pueblos del interior. Belgrano, al
atravesar la zona misionera en la expedición al Paraguay, incorporó
a los guaraníes a sus fuerzas, y desde el cuartel general de Curuzú-Cuatiá
promulgó el estatuto para los pueblos de las Misiones del 30 de diciembre
de 1810, en el cual se les reconocía la igualdad civil y política, se
les eximía de tributos y se ordenaba distribuir tierras y crear escuelas.
25
La movilización para la campaña libertadora de San Martín puso en práctica
la conscripción de los negros esclavos –a menudo forzosa para sus amos–
que los liberaba después de prestar servicios militares, y procuró sumar
como auxiliares a las comunidades indígenas, reconociendo sus cacicazgos
y costumbres.
Fuente: Nac&Pop

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