Juan Domingo Perón

La
fuerza es el derecho de las bestias es el libro que
escribió Perón en el exilio luego de ser derrocado por
el golpe de Estado de 1955. En él detalla los principales
logros del gobierno peronista y denuncia las arbitrariedades
de la dictadura militar. Editado en el exterior y prohibido
en el país, fue material de lectura indispensable para
la resistencia y el pueblo peronista, a través de ediciones
extranjeras y múltiples reproducciones locales clandestinas.
El Comando Superior Peronista, órgano político de conducción,
sucedáneo del proscripto Partido Justicialista, fijó
como oficial la edición publicada en Caracas, Venezuela,
en 1958, bajo la supervisión del autor, a la que sumó
un nuevo capítulo titulado 'La realidad de un año de
dictadura". |

Portadas de algunas de las
ediciones; las primeras fueron, obviamente, clandestinas en
la Argentina
LECTURA RECOMENDADA
Roberto Baschetti
- Prólogos a tres libros de Perón

La fuerza
es el derecho de las bestias
Juan Domingo Perón
(1956)
Capítulo I
“LA DEMOCRACIA SE HACE CON URNAS Y NO CON ARMAS”
I. PALABRAS PREVIAS
En este libro, deseo presentar un panorama sintético de la situación
argentina, mostrando simple y objetivamente el reverso de una medalla
de simulación, falsedad y calumnia.
Frente al azote inaudito de la dictadura militar, deseo mostrar
cómo la fuerza puesta en manos de marinos y militares sin honor,
puede llegar a ser el mayor peligro para el orden constitucional
y la seguridad de la nación.
Presentar también el triste ejemplo de la Argentina, en la cual
se ha despojado al pueblo de sus derechos esenciales, abatido al
gobierno Constitucional elegido por el 70% del electorado, masacrado
a sus obreros y establecido un régimen de terror. Demostrar que
yo, en diez años de gobierno no costé una sola victima humana al
país, en tanto la dictadura lleva sobre su conciencia la muerte
de millares de argentinos. Que mientras yo preferí abandonar el
gobierno antes de ver bombardeadas las ciudades indefensas, estos
simuladores han torturado a numerosos ciudadanos, de los 15.000
presos políticos, sin causa ni proceso, que llenan las cárceles.
Deseo asimismo mostrar la verdad de esta simulación, donde un general
temulento y ambicioso se nombra Presidente por decreto, luego por
decreto se declara Poder Legislativo y asume también por su cuenta
el Poder Judicial. Cómo estos simuladores de la libertad ocupan
con tropas la redacción de los diarios, encarcelado y reemplazando
su personal, al día siguiente de ponderar la libertad de prensa.
Y muchas cosas más que evidencian la tragedia del pueblo argentino
bajo la férula de una banda de asaltantes, Bandidos y asesinos.
El tremendo mal que estos hechos arrojan sobre el concepto y buen
nombre de las fuerzas armadas de la República, no tiene remedio.
Sin embargo, no todos los jefes y oficiales tienen la culpa. Por
fortuna el Ejército ha permanecido fiel al deber, salvo casos excepcionales.
Cuando me refiero a los jefes y oficiales, lo hago sobre los que
faltaron a la fe jurada a la Nación y en manera alguna a la Institución
que no tiene nada que ver con ellos. Espero en cambio la reacción
institucional en defensa de los prestigios comprometidos por los
ambiciosos que la usaron en su provecho y beneficio personal.
En estas páginas no encontraréis retórica porque la verdad habla
sin artificios. La dialéctica ha sido innecesaria porque la elocuencia
de los hechos la superan. Mi elocuencia es la verdad expresada en
el menor número de palabras.
No dispongo en la actualidad de un solo dato estadístico anotado.
He recurrido sólo a mi memoria y al profundo conocimiento que poseo
de mi país. Por eso he preferido hacer un libro ágil, al alcance
de todos, informativo y crítico.
II. INTRODUCCIÓN
El arte de gobernar
tiene sus principios y tiene sus objetivos. Los primeros conforman
toda una teoría del arte, pero son sólo su parte inerte. La parte
vital es el artista. Muchos pueblos eligen sus gobernantes convencidos
de su acierto. La mayor parte de las veces se verán defraudados,
porque el artista nace, no se hace.
Sin embargo, los objetivos son claros. El gobernante es elegido
para hacer la felicidad de su pueblo y labrar la grandeza de la
Nación. Dos objetivos antagónicos en el tiempo. Muchos obsesionados
por la grandeza y apresurados por alcanzarla llegan a imponer sacrificios
sobrehumanos a su pueblo. Otros preocupados por la felicidad del
pueblo olvidan la grandeza. El verdadero arte consiste precisamente
en hacer todo a su tiempo y armoniosamente, estableciendo una perfecta
relación de esfuerzo para engrandecer al país sin imponer a la comunidad
sacrificios inútiles. Es preferible un pequeño país de hombres felices
a una gran nación de individuos desgraciados.
Al hombre es preferible persuadirle que obligarle. Por eso el verdadero
gobernante es, además de conductor, un maestro. Su tarea no se reduce
a conducir un pueblo sino también a educarlo.
Así como no podemos concebir un hombre sin alma, es inconcebible
un pueblo sin doctrina. Ella da sentido a la vida y congruencia
a los actos de la comunidad. Es el punto de partida de la educación
del pueblo.
Sobre el concepto armónico de la relación, los gobiernos deben adoctrinar
y organizar a las comunidades para reducirles en medio de la incomprensión
de algunos y de los intereses de otros. Una legión de adulones lo
influenciaron para desviarlo y otra de enemigos para detenerle.
Esa es la lucha. Saber superarla no es cosa simple. Para lograrlo
el pueblo es el mejor aliado, sólo él encierra los valores permanentes,
todo lo demás es circunstancial.
La violencia en cualquiera de sus formas no afirma derecho sino
arbitrariedades. Recurrir a la fuerza para solucionar situaciones
políticas es la negación absoluta de la democracia. Una revolución
aun triunfante no presupone sino la sin razón de la fuerza. El gobierno
se ejerce con la razón y el derecho. Doblegar violentamente a la
razón y al derecho es un acto de barbarie cometido contra la comunidad.
Recurrir al pueblo es el camino justo. Un gobierno es bueno cuando
la mayoría así lo afirma. Las minorías tendrán su influencia pero
no las decisiones, que corresponden a la mayoría. Una minoría entronizada
en el gobierno mediante el fraude o la violencia constituye una
dictadura, arbitraria y la antítesis de todo sentido democrático.
Un flajelo político del que aun no estamos exentos, son las dictaduras
militares. Producto de la traición de la fuerza, confiada a menudo
a la ambición de los hombres. Su destino es siempre el mismo: llegan
con sangre y caen con ella o por el fruto de su propia incapacidad
prepotente. La soberbia de la ignorancia no tiene límites.
Hombres inexpertos, faltos de capacidad y a menudo de cultura, caen
pronto en las demasías de la fuerza. No atinan a la persecución
porque la consideran una debilidad. Una legión de ignorantes ambiciosos
y venales ejercen el mando. Otra legión de adulones y alcahuetes
les rodea y les aplaude para sacar ventajas: eso es un gobierno
militar.
A menudo se cree que una dictadura militar es un gobierno fuerte.
El único gobierno fuerte es el del pueblo. El de los militares es
sólo un gobierno de fuerza.
La escuela del mando difiere totalmente de la escuela del gobierno.
Un militar sólo puede ser gobernante si es capaz de arrojar por
la ventana al general que lleva adentro, renunciar a la violencia
y someterse al derecho.
Generalmente los gobiernos militares de facto son dictaduras, son
masacres y fusilamientos. Es consecuencia del predominio del derecho
de las bestias ancestralmente viviente en la subconciencia de los
individuos que desconocen o desprecian al derecho de los hombres.
Normalmente esta clase de “dictaduras profesionales” por ambición
de poder y de mando comienzan como el pescado, a descomponerse por
la cabeza. Una serie de golpes de estado produce sucesivamente desplazamiento
hasta que aparece un Marat, generalmente el peor de todos, encargado
por la Providencia para producir el epílogo.
En la tarea de hacer feliz al pueblo y labrar la grandeza de la
Patria, el gobierno debe empezar por equilibrar lo político, lo
social y lo económico. Las dictaduras militares comienzan desequilibrando
lo político con la revolución, luego en el gobierno, como un elefante
en un bazar, lo destruyen todo. Las consecuencias aparecen pronto.
El caos se presenta por desequilibrio, entonces el fin está cercano.
Los hombres de las dictaduras militares, están siempre “enfermos
de pequeñas cosas”. Miran unilateralmente y ven sólo un pequeño
sector del panorama. Ignoran que el éxito no es parcial ni se elabora
sólo con aciertos. No saben que el éxito es un conjunto de aciertos
y desaciertos donde los primeros son más que los segundos. Es que
las “pequeñas cosas” constituyen los dominios del bruto.
La técnica moderna de la propaganda y la guerra psicológica ha puesto
en sus manos un nuevo instrumento: la infamia. Así estos gobiernos
han agregado a la brutalidad de la fuerza un nuevo factor, el de
la insidia, la calumnia, y la diatriba. Con ello, si han descendido
en la fuerza han descendido mucho más en la dignidad.
La revolución argentina del 16 de septiembre de 1955 y su incestuoso
producto, la dictadura militar, no han escapado a ninguna de las
reglas de esta clase de abortos políticos. Ellos necesitan explicar
una revolución injustificable. Como no encuentran en los actos de
gobierno ni en las acciones administrativas nada que pueda darle
pie ni siquiera a sus falsedades, se han dedicado a denigrar a nuestros
hombres mediante la calumnia personal.
Una escandalosa campaña publicitaria de calumnias y de injurias
ha sido lanzada para destruir nuestro prestigio y vulnerar nuestro
predicamento en las masas populares. Allí es donde comprobamos hasta
dónde pueden descender los hombres cuando la pasión ciega su razón,
el impulso anula su reflexión y la palabra llega a adelantarse al
pensamiento.
Todo es ataque personal, preferentemente íntimo. Se investiga para
la publicidad. No se han ocupado de nada que presupongan las anunciadas
irregularidades administrativas. Todo se ha reducido a asaltar y
saquear nuestras casa y mencionar lo que poseemos sin interesarles
si es bien o mal habido.
Su afán de substraer toda investigación a la justicia demuestra
el fin perseguido. Ellos saben que substraer un juicio de sus jueces
naturales es un vicio de insanable nulidad por disposición constitucional.
¿Qué persiguen entonces con esas investigaciones inconstitucionales?,
simplemente difamar, calumniar, destruir.
En nuestro país no lo conseguirán porque el pueblo conoce la verdad.
En el extranjero es menester explicarlo, porque no se nos conoce.
Lo hacemos a través de este libro aunque para ello debamos “chapalear
en la inmundicia”. No siempre nos es dado elegir. Asombra que tanta
infamia deba ser comentada, pero, a veces el corazón del hombre
se impresiona en la falsedad cuando no encuentra la verdad para
creer.
Asunción. Declaraciones del 5 de octubre de 1955
Formuló declaraciones a la United Press el ex Presidente Perón
Nueva York, 5 (UP). – En el servicio central de New York la United
Press transmitió el texto íntegro de las declaraciones que el ex
presidente argentino, general Juan Perón, hizo al gerente de la
oficina de la Agencia en Paraguay, Germán Chávez.
El siguiente es el texto de las preguntas hechas por el corresponsal
de la United Press, y las respuestas del general Perón.
P. ¿Puede, el señor general, dar una información sobre los
sucesos políticomilitares argentinos, que culminaron con su renuncia
a la presidencia de la Nación?
R. – Estallada la revolución, el día 18 de septiembre la escuadra
sublevada amenazaba con el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires
y de la destilería de Eva Perón, después del bombardeo de la ciudad
balnearia de Mar del Plata. Lo primero, de una monstruosidad semejante
a la masacre de la Alianza; lo segundo, la destrucción de diez años
de trabajo y la pérdida de cientos de millones de dólares. Con ese
motivo, llamé al Ministro del Ejército, General Lucero, y le dije:
“Estos bárbaros no sentirán escrúpulos en hacerlo, yo no deseo ser
causa para un salvajismo semejante”. Inmediatamente me senté al
escritorio y redacté la nota que es de conocimiento público y en
la que sugería la necesidad de evitar la masacre de gente indefensa
e inocente, y el desastre de la destrucción, ofreciendo, si era
necesario, mi retiro del gobierno. Inmediatamente la remití al General
Lucero quién la leyó por radio, como Comandante en Jefe de las fuerzas
de represión, y la entregó a la publicidad. El día 19, de acuerdo
con el contenido de la nota, el Ministro Lucero formó una junta
de generales, encargándole de discutir con los jefes rebeldes la
forma de evitar un desastre. Esta junta de generales se reunió el
mismo día 19 e interpretó que mi nota era una renuncia. Al enterarme
de semejante cosa llamé a la residencia de los generales y les aclaré
que tal nota no era una renuncia sino un ofrecimiento que ellos
podrían usar en las tratativas. Le aclaré que si fuera renuncia
estaría dirigida al Congreso de la Nación y no al Ejército ni al
Pueblo, como asimismo, que el presidente constitucional lo era hasta
tanto el Congreso no le aceptara la renuncia. La misión de la junta
era sólo negociadora. Tratándose de un problema de fuerza, ninguno
mejor que ellos para considerarlo, ya que, si se tratara de uno
de opinión, lo resolvería yo en cinco minutos. Llegados los generales
al Comando de Ejército según he sabido después, tuvieron una reunión
tumultuosa en la que la opinión de los débiles fue dominada por
los que ya habían defeccionado. Esa misma madrugada, del 20 de septiembre,
fue llamado mi Ayudante, Mayor Gustavo Renner, al comando, y allí
el General Manni le comunicó en nombre de los demás que la junta
habían aceptado la renuncia (que no había presentado) y que debía
abandonar el país en ese momento. En otras palabras, los generales
se habían pasado a los rebeldes y me imponían el destierro.
Las causas a que atribuye
el estallido revolucionario
P. ¿A qué causas atribuye el estallido revolucionario? ¿Cree
usted que influyó para ello el conflicto con la iglesia? ¿Y el contrato
sobre la explotación petrolífera?
R. – Las causas son solamente políticas. El móvil, la reacción oligarcoclerical
para entronizar al “conservadorismo” caduco. El medio, la fuerza
movida por la ambición y el dinero. El contrato petrolífero, un
pretexto de los que trabajan de ultranacionalistas “sui generis”.
P. ¿Estaba en gobierno del señor general en antecedentes de
la conspiración dirigida por el General Lonardi y otros jefes militares?
¿Es exacto, que la marina de guerra, prácticamente, estuvo en actitud
de rebeldía desde el 16 de junio último?
R. – El gobierno estaba en antecedentes desde hacía 3 años. El 28
de septiembre de 1951 y el 16 de junio de 1955 fueron dos brotes
abortados. No quise aceptar fusilamientos y esto les envalentonó.
Si la marina fue rebelde desde el 15 de junio, lo supo disimular
muy bien, pues nada lo hacía entender así.
P. – El señor general en su carta renuncia del 19 de septiembre,
decía que quería evitar pérdidas inestimables para la nación. ¿Con
las fuerzas leales a su gobierno, podría haber prolongado la lucha?
¿Con probabilidades de éxito?
R. – Las probabilidades de éxito eran absolutas, pero para ello,
hubiera sido necesario prolongar la lucha, matar mucha gente y destruir
lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar lo que habría ocurrido
si hubiéramos entregado las armas de nuestros arsenales a los obreros
que estaban decididos a empuñarlas. Siempre evité el derramamiento
de sangre por considerar este hecho como un salvajismo inútil y
estéril entre hermanos. Los que llegan con sangre con sangre caen.
Su victoria tiene siempre el sello imborrable de la ignominia, por
eso los pueblos, tarde o temprano, terminan por abominarlos.
P. – Se ha publicado que la Alianza Nacionalista constituía una
especie de fuerza de choque. ¿Qué hay de cierto en esto?
R. – La Alianza Nacionalista era un partido político como los demás,
combativo y audaz; compuesto por hombres jóvenes, patriotas y decididos.
Eso era todo. El odio hacia esa agrupación política no difiere del
odio que esta gente ha demostrado por los demás. El espíritu criminal,
cuando existe voluntad criminal, es más bien cuestión de ocasión
para manifestarse. Por eso la masacre de la Alianza es producto
de un estado de ánimo y de una ocasión.
No está en condiciones de ir a Europa. Quedará en el Paraguay
P. ¿Exactamente a las 8 del martes 20 buscó usted refugio
en la embajada del Paraguay? ¿Es verdad que el señor general pasó
la noche anterior y toda la madrugada del 20 en la residencia presidencial?
R. – Es exacto.
P. ¿Considera usted que en la actual situación política argentina
el partido peronista podrá desarrollar sus actividades? ¿Cree usted
que la CGT mantendrá su anterior estructura y organización? ¿Qué
opina el señor general de la orientación futura de los sindicatos
obreros?
R. – El partido peronista tiene a todos sus dirigentes presos, perseguidos
o exiliados. En esta forma está proscripto. La masa sigue firme
y difícilmente podrá nadie conmoverla.
P. ¿Qué planes tiene usted para el futuro? ¿Es verdad que
proyecta ir a Europa, y radicarse temporalmente en España, Italia
o Suiza? Si es así, ¿cuándo proyecta viajar a Europa?
R. – Permaneceré en el Paraguay, primero, porque amo profundamente
a este pueblo humilde pero digno, compuesto de hombres libres y
leales hasta el sacrificio. Segundo, porque entre mis honores insignes
tengo el de ser ciudadano y General del Paraguay, y tercero, porque
me gusta. A Europa no pienso ir porque no es necesario y porque
no tengo dinero suficiente para hacer el turista en estos momentos,
a pesar de la riqueza que me atribuyen mis detractores ocasionales.
Si volviera a actuar en política regresaría a la Argentina
P. – Lógicamente hay gran expectativa sobre sus futuras actividades,
señor general. ¿Piensa usted permanecer al frente de la jefatura
del partido peronista?
R. – Dicen que un día el Diablo andaba por la calle se descargó
una tremenda tormenta. No encontrando nada abierto para guarecerse,
se metió en la iglesia que tenía su puerta entornada y, dicen también,
que mientras el Diablo estuvo en la iglesia se portó bien. Yo haré
como el Diablo, mientras esté en el Paraguay honraré su noble hospitalidad.
Si algún día se me ocurriera volver a la política me iría a mi país
y allí actuaría. Hacer desde aquí lo que no fuera capaz de hacer
allí no es noble ni es peronista. El partido peronista tiene grandes
dirigentes y una juventud pujante y emprendedora ya sea entre sus
hombres como entre sus mujeres. Han “desensillado hasta que aclare”.
Tengo profunda fe en su destino y deseo que ellos actúen. Ya tienen
mayoría de edad. Les dejé una doctrina, una mística y una organización.
Ellos la emplearán a su hora. Hoy imperan la dictadura y la fuerza.
No es nuestra hora. Cuando llegue la contienda de opinión, la fuerza
bruta habrá muerto y allí será la ocasión de jugar la partida política.
Si se nos niega el derecho de intervenir habrán perdido la batalla
definitivamente. Si actuamos, ganaremos como siempre por el 70%
de los votos.
P. – El gobierno provisional argentino ha hecho declaraciones diciendo
que implantará un régimen de libertad y democracia. ¿Cree usted
que todos los partidos políticos inclusive el peronista, podrán
actuar libremente?
R. – La libertad y la democracia basada en los cañones y en las
bombas no me ilusionan, lo mismo que las declaraciones del gobierno
provisional. Yo ya conozco demasiado de estos gobiernos que no basan
su poder en las urnas sino en las armas. La persecución despiadada
y la difamación sistemática no abren buenas perspectivas a una pacificación.
De modo que creo lo peor. Dios quiera que me equivoque. Ello sólo
sería, si esta gente cambiara diametralmente, lo que dudo suceda.
P. – Cualquier manifestación del señor General, la United Press
tendrá mucho gusto en difundir en más de 5.000 diarios y estaciones
radiotelefónicas que en todo el mundo tiene el servicio de esta
Agencia de noticias.
R. – Por lo que hemos podido escuchar, cuanto sostiene el gobierno
de facto es falso por su base. No podrían justificar su revolución
ante el Pueblo. Ya en sus declaraciones comienzan por confesar ingenuamente
que harán lo que nosotros hemos hecho y respetarán nuestras conquistas
sociales. Si son sinceros es un reconocimiento tácito, si no lo
son, peor aún.
Nosotros representamos el Gobierno Constitucional elegido en los
comicios más puros de la política argentina en toda su historia.
Ellos son sólo los usurpadores del poder del Pueblo. Si llamaran
a elecciones libre, como las que aseguramos nosotros, las volveríamos
a ganar por el 70% de los votos. ¿Cómo entonces pueden ellos representar
la opinión pública?
Esta revolución, como la de 1930, también septembrina, representa
la lucha entre la clase parasitaria y la clase productora. La oligarquía
puso el dinero, los curas la prédica y un sector de las fuerzas
armadas, dominadas por la ambición de algunos jefes, pusieron las
armas de la República. En el otro bando están los trabajadores,
es decir el Pueblo que sufre y produce. Es su consecuencia una dictadura
militar de corte oligarcoclerical y ya sabemos a dónde conduce esta
clase de gobierno.
Que es una democracia y que enarbola banderas de libertad, sólo
el gobierno uruguayo y a sus diarios y radios alquilados puede ocurrírsele
semejante barbaridad.
Si la democracia se hiciera con revolucionarios para burlar la voluntad
soberana del Pueblo, yo sería cualquier cosa menos democrático.
El tiempo dará la respuesta a los insensatos que puedan aún creerlo.
Conozco a la gente ambiciosa desde hace muchos años y yo he de equivocarme
fácilmente en el diagnóstico.
Yo hubiera permanecido en Buenos Aires, si en mi país existiera
la más mínima garantía, porque no tengo nada de qué acusarme, pero,
frente a hombres que el 16 de junio intentaron asesinar al Presidente
de la Nación mediante el bombardeo aéreo sorpresivo sobre la Casa
de Gobierno, ya que fueron capaces de masacrar a cuatrocientas personas
bombardeando e incendiando el edificio de la Alianza, donde había
numerosas mujeres y niños, ¿qué podemos esperar los argentinos?
Desea aclarar el asunto, su testamento, donaciones
En presencia de la vil calumnia que ya comienza a hacerse presente,
como de costumbre, desde Montevideo, deseo aclarar el asunto de
mis bien para conocimiento extranjero, porque en mi Patria saben
bien los argentinos cuales son.
Mis bienes son bien conocidos: mi sueldo de Presidente, durante
mi primer período de gobierno, lo doné a la Fundación Eva Perón.
Los sueldos del segundo período los devolví al Estado. Poseo una
casa en Buenos Aires que pertenece a mi señora, construida antes
de que yo fuera elegido por primera vez. Tengo también una quinta
en el pueblo de San Vicente, que compré siendo coronel y antes de
soñar siquiera que sería Presidente Constitucional de mi país. Poseo
además los bienes, que por la testamentaría de mi señora me correspondes,
y que consisten en los derechos de autor del libro “La razón de
mi vida”, traducido y publicado en numerosos idiomas en todo el
mundo y un legado que don Alberto Dodero hizo en su testamento a
favor de Eva Perón. Además, los numerosos obsequios que el Pueblo
y mis amigos me hicieron en cantidad que justifica mi reconocimiento
sin límites. El que descubra otro bien, como ya lo he repetido antes,
puede quedarse con él.
A mí no me interesó nunca el dinero ni el poder. Sólo el amor al
Pueblo humilde, a quien serví con lealtad, me llevó a realizar cuanto
hice. Con los bienes de mi señora, que, por derecho sucesorio me
corresponden íntegramente, instituí la Fundación Evita, nueva entidad
destinada a dar albergue a estudiantes pobres que debían estudiar
en Buenos Aires. La mayor parte de los regalos que recibí, los destiné
siempre a premios para pruebas deportivas de los muchachos pobres
y de los estudiantes. Me complacería si el nuevo presidente de facto
hiciera lo mismo, agregando que, en mi testamento, lego todos mis
bienes a la Fundación Evita al servicio del Pueblo y de los pobres.
Durante diez años he trabajado sin descanso para el Pueblo y, si
la historia pudiera repetirse, volvería a hacer lo mismo porque
creo que la felicidad del pueblo bien vale el sacrificio de un ciudadano.
No piensa seguir la política. La situación cuando tomó el poder
Mi gran honor y mi gran satisfacción son el amor del pueblo humilde
y el odio de los oligarcas y capitalistas de mala ley, como también
de sus secuaces y personas que, por ambición y por dinero, se han
puesto a su servicio.
Solo y a mis años, ya he aprendido el reducido valor de la demasía
del dinero. Las investigaciones me tienen sin cuidado porque, sí
se hacen bien, probarán mi absoluta honradez, y si se hacen mal
serán viles calumnias como las que se lanzan hoy sin investigar
nada. Yo estoy en paz con mi conciencia y no me perturbarán las
inconciencias ajenas.
No pienso seguir en la política porque nunca me interesó hacer el
filibustero o el malabarista y, para ser elegido presidente constitucional
no hice política alguna. Me fueron a buscar, yo no busqué serlo.
Ya he hecho por mi pueblo cuanto podía hacer. Recibí una colonia
y les devuelvo una patria justa, libre y soberana. Para ello hube
de enfrentar la infamia en todas sus formas, desde el imperialismo
abierto hasta la esclavitud disimulada.
Cuando llegué al gobierno, en mi país había gente que ganaba veinte
centavos por día y los peones diez y quince pesos por mes. Se asesinaba
a mansalva en los ingenios azucareros y en los yerbales con regímenes
de trabajo criminal. En un país que poseía 45 millones de vacas
sus habitantes morían de debilidad constitucional. Era un país de
toros gordos y de peones flacos.
La previsión social era poco menos que desconocida y jubilaciones
insignificantes cubrían sólo a los empleados públicos y a los oficiales
de las fuerzas armadas. Instituímos las jubilaciones para todos
los que trabajan, incluso los patrones. Creamos las pensiones a
la vejez y a la invalidez desterrando del país el triste espectáculo
de la miseria en medio de la abundancia.
Legalizamos la existencia de la organización sindical declarada
asociación ilícita por la justicia argentina y promovimos la formación
de la Confederación General del Trabajo con seis millones de afiliados
cotizantes.
Las construcciones realizadas; lo que ha dejado
Posibilitamos la educación y la instrucción absolutamente gratuita
para todos los que quisieran estudiar, sin distinción de clase,
credo y religión y sólo en ocho años construimos ocho mil escuelas
de todos los tipos.
Grandes diques con sus usinas aumentaron el patrimonio del agro
argentino y más de 35.000 obras públicas terminadas fue el esfuerzo
solamente del primer plan quinquenal de gobierno, entre ellas el
gasoducto de 1.800 kilómetros, el aeropuerto Pistarini, la refinería
de petróleo de Eva Perón (que querían bombardear los rebeldes a
pesar de costar 400.000.000 de dólares y diez años de trabajo),
la explotación carbonífera de Río Turbio y su ferrocarril, más de
veinte grandes usinas eléctricas, etc. etc.
Cuando llegué al gobierno ni los alfileres se hacían en el país.
Los dejo fabricando camiones, tractores, automóviles, locomotoras,
etc. Les dejo recuperados los ferrocarriles, los teléfonos, el gas,
para que los vuelvan a vender otra vez. Les dejo una marina mercante,
una flota aérea, etc. ¿A qué voy a seguir? Esto lo saben mejor que
yo todos los argentinos.
Ahora espero que el Pueblo sepa defender lo conquistado contra la
codicia de sus falsos libertadores. Esta será una prueba de fuego
para el Pueblo Argentino y deseo que la pase solo y solo sepa defender
su patrimonio contra los de afuera y contra los de adentro. Yo ya
tengo bastante con estos diez años de duro trabajo, sinsabores,
ingratitudes y sacrificios de todo orden. El Pueblo conoce a sus
verdaderos enemigos. Si es tan tonto que se deja engañar y despojar,
suya será la culpa y suyo será el castigo.
No se arrepiente de haber desistido luchar
He dedicado mi vida al País y al Pueblo. Tengo derecho a mi vejez.
No deseo andar dando lástima como le sucede a algunos políticos
argentinos octogenarios.
Preveo el destino de este gobierno de facto. El que llega con sangre,
con sangre cae. Y esta gente no sólo ha ensangrentado sus manos,
sino que terminará tiñendo con ella su conciencia.
Yo acostumbro a perdonar a mis enemigos y los perdono. Pero la historia
y el Pueblo no perdona tan fácilmente, a ellos les encomiendo la
justicia que siempre llega.
Yo no me arrepiento de haber desistido de una lucha que habría ensangrentado
y destruido al país. Amo demasiado al Pueblo y hemos construido
mucho en la Patria para no pensar en ambas cosas. Sólo los parásitos
son capaces de matar y destruir lo que no son capaces de crear.
Al Gobierno y al Pueblo paraguayo mi gratitud por una conducta que
ya le conocemos los que hemos penetrado la grandeza de su dignidad
humilde frente a la soberbia de la insolencia.
En nombre del Pueblo humilde de mi Patria, la Argentina, que lucha
todos los días por su grandeza, presento al Pueblo paraguayo mi
desagravio por los actos insólitos presenciados durante mi asilo.
Algún día el verdadero Pueblo argentino tendrá ocasión de reafirmarme.
Capítulo II
ANTECEDENTES
I. LAS VEINTE VERDADES DEL JUSTICIALISMO
Como un catecismo justicialista se extractaron las verdades esenciales
de nuestra doctrina, las que fueron leídas personalmente por mí
el 17 de octubre del año 1950 desde los balcones de la Casa de Gobierno.
Ellas son las siguientes:
1. La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo
que el Pueblo quiere y defiende un solo interés: el del Pueblo.
2. El justicialismo es esencialmente popular. Todo circulo político
es antipopular y, por lo tanto, no es justicialista.
3. El justicialista trabaja para el movimiento. El que en su nombre
sirve a un círculo o a un hombre o caudillo, los es sólo de nombre.
4. No existe para el justicialismo más que una sola clase de hombres:
los que trabajan.
5. En la Nueva Argentina el trabajo es un derecho, que crea la dignidad
del hombre, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca
por lo menos lo que consume.
6. Para un justicialista no puede haber nada mejor que otro justicialista.
7. Ningún justicialista debe sentirse más de lo que es ni menos
de lo que debe ser. Cuando un justicialista comienza a sentirse
más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca.
8. En la acción política de escala de valores de todo justicialista
es la siguiente: primero la Patria, después el movimiento y luego
los hombres.
9. La política no es para nosotros un fin, sino sólo el medio para
el bien de la Patria que es la felicidad de sus hijos y la grandeza
nacional.
10. Los dos brazos del justicialismo son la justicia social y la
ayuda social. Con ellos le damos al Pueblo un abrazo de justicia
y de amor.
11. El justicialismo anhela la unidad nacional y no la lucha. Desea
héroes, pero no mártires.
12. En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños.
13. Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el peronismo
tiene su propia doctrina política, económica y social: el Justicialismo.
14. El justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple,
practica, popular, profundamente cristiana y profundamente humana.
15. Como doctrina política, el justicialismo realiza el equilibrio
del derecho del individuo con el de la comunidad.
16. Como doctrina económica, el justicialismo realiza la economía
social, poniendo el capital al servicio de la economía y ésta al
servicio del bienestar social.
17. Como doctrina social, el justicialismo realiza la justicia social,
que da a cada persona su derecho en función social.
18. Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre
y políticamente soberana.
19. Constituimos un gobierno centralizado, un Estado organizado
y un Pueblo libre.
20. En esta tierra, lo mejor que tenemos es el Pueblo.
II. LA TERCERA POSICIÓN DOCTRINARIA
Para nosotros los justicialistas el mundo se divide hoy en capitalistas
y comunistas en pugna: nosotros no somos ni lo uno, ni lo otro.
Pretendemos ideológicamente estar fuera de ese conflicto de intereses
mundiales. Ello no implica de manera alguna que seamos en el campo
internacional, prescindentes del problema.
Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son sistemas
ya superados por el tiempo. Consideramos al capitalismo como la
explotación del hombre por el capital y al comunismo como la explotación
del individuo por el Estado. Ambos “insectifican” a la persona mediante
sistemas distintos. Creemos más; pensamos que los abusos del capitalismo
son la causa y el comunismo el efecto. Sin capitalismo el comunismo
no tendría razón de ser, creemos igualmente que, desaparecida la
causa, se entraría en el comienzo de la desaparición del efecto.
Esto lo hemos probado durante los ocho años de nuestro gobierno
en que, el Partido Comunista en nuestro país, alcanzó su mínima
expresión. Para ellos nos bastó suprimir los abusos del capitalismo
procediendo por evolución en los sistemas económicos y sociales.
Es indudable también que esta revolución reaccionaria, al destruir
parte de nuestras conquistas y volver a los viejos sistemas, traerá
consigo un recrudecimiento del comunismo en la Argentina. El comunismo
es una doctrina y las doctrinas sólo se destruyen con una doctrina
mejor. La dictadura militar con su sistema de fuerza y arbitrariedad
pretenderá destruir con la fuerza lo que es necesario tratar con
inteligencia. Ni la policía, ni el ejercito son eficaces en este
caso. Una justicia social racionalmente aplicada es el único remedio
eficaz y, los militares entienden muy poco de esto. Menos entenderán
aún estando como están en manos del más crudo reaccionarismo conservador
y clerical.
Nuestra doctrina ha elaborado consecuentemente con la concepción
ideológica toda una técnica de lo económico y lo social, como asimismo
en lo político.
En lo económico abandonamos los viejos moldes de la “economía política”
y los reemplazamos por la “economía social” donde el capital está
al servicio de la economía y ésta al del bienestar social. En lo
social el justicialismo se basa en la justicia social a base de
dar a cada individuo la posibilidad de afirmar su derecho en función
social. Se capitaliza al Pueblo y se da a cada uno la posibilidad
de realizar su destino, de acuerdo a sus calidades y cualidades,
dentro de una comunidad que realiza a sí mismo por la acción de
todos. En lo político buscamos congruentemente, el equilibrio entre
el derecho del individuo y el de la comunidad.
Yo puedo afirmar que el pueblo Argentino es justicialista y que
las conquistas alcanzadas no pueden ser destruidas por la reacción.
Nuestra doctrina sólo podría ser superada por otra doctrina mejor
y, en la reacción, no veo hombres capaces de construir nada permanente.
En cambio creo que la lucha se ha desencadenado en el Pueblo argentino,
a raíz del establecimiento de la dictadura militar oligarcoclerical,
será una tonificación para nuestro movimiento justicialista. La
historia prueba que las doctrinas, para triunfar, necesitan ser
combatidas. Ello las fortalece y las extiende. Si los cristianos
no hubieran sido arrojados al circo, quizá el cristianismo no habría
llegado al siglo XX.
Nuestro movimiento es doctrinario. Podrán destruir nuestras estatuas
y aun nuestras instituciones, pero, no lograrán neutralizar los
sentimientos y la convicción de muchos millones de justicialistas
convencidos, místicos y aun fanáticos.
III. EL GOBIERNO JUSTICIALISTA, SU DOCTRINA Y ORGANIZACIÓN
El gobierno justicialista, realizado por nosotros durante ocho años
que siguieron al caos provocado por la revolución del 4 de junio
de 1943, de semejantes características a la actual, sin contenido
político, económico ni social, ha dado a la República Argentina
una fisonomía propia, con caracteres originales.
Alcanzamos el gobierno mediante las elecciones más limpias y puras
de que haya memoria en la historia argentina. En ellas vencimos
a una coalición de todos los demás partidos, conjuncionados en el
más heterogéneo y abigarrado maridaje político, en el que marchaban
del brazo por las calles los representantes de la más cruda oligarquía
conservadora con los socialistas y comunistas.
Nuestra acción de gobierno constitucional desde 1946 hasta 1951
se realizó dentro de nuestra concepción doctrinaria y el primer
plan quinquenal del gobierno arrojó un saldo tal que debí aceptar
la imposición popular de presidir un segundo gobierno. Las elecciones
se realizaron en 1951, contra las mismas fuerzas que se nos habían
puesto en 1945, es decir, todos los demás partidos políticos unidos.
Estas elecciones tan puras como las anteriores, controladas por
el Ejército, fueron, como las anteriores, elogiadas en su pureza
por los propios adversarios. En ellas obtuvimos el setenta por ciento
de la totalidad de los sufragios. En algunas provincias llegamos
a obtener hasta el noventa y cinco por ciento de los sufragios totales.
Así iniciamos el segundo período de gobierno ante una oposición
enconada por la impotencia donde, como en el primer período, se
mantenían unidos conservadores, radicales, socialistas y comunistas.
Frente a la imposibilidad de vencernos en los comicios comenzaron
a conspirar abiertamente. En esa conspiración fueron alentados por
el Gobierno Uruguayo que descaradamente les ayudó para establecer
en Montevideo su cuartel general, desde donde se dirigió todo el
movimiento, utilizando los propios elementos del gobierno de ese
país.
Abundantes fondos aportados por Bemberg, Lamuraglia, Gainza, Paz
y otros, comenzaron a conmover la pasividad de los jefes de la Marina,
Aeronáutica y Ejército, afortunadamente muy pocos del Ejército.
Poniendo en práctica la afirmación napoleónica de que “todos los
hombres tienen precio, es cuestión de encontrarlo” comenzó la difícil
tarea de “conocerlos”. Poco a poco el dinero hizo su efecto y se
consiguió conmover la disciplina, haciendo que los indecisos tomaran
partido. No les importó el juramento prestado al país, ni el sagrado
deber militar. Indudablemente, para ciertos hombres, hay factores
materiales que gravitan más fuertemente que el honor, el deber y
la conciencia. ¡Al fin hombres, nada más que hombres!
Esta es la simple y vulgar historia de una traición a la República,
consumada como todas las traiciones móviles deleznables por hombres
también deleznables. Entre ellos puede tal vez haber algún idealista
engañado que constituya la excepción confirmatoria de la regla,
pero, aún en ese caso, no se justifica la traición solapada.
El hecho es que se presencia aquí el insólito caso de un gobierno
constitucional, elegido por la inmensa mayoría del Pueblo, derribado
mediante un cuartelazo artero y traidor. Los que hablan de la democracia
debían sentir rubor de nombrarla frente a semejante aberración.
Sin embargo, tan poca es la vergüenza de cierta gente y tan grande
su cinismo y su mala fe, que concientemente son portadores del encomio
vergonzoso a una dictadura de ignorantes asesinos, en nombre de
la justicia que escarnecen, de la libertad que humilla y de la democracia
que pisotean.
Se ha traicionado a un país, se ha defraudado a un pueblo, se han
escarnecido todos los principios y aún hay hombres tan malos y tan
mentirosos que llenan hojas con el elogio a los malvados y las loas
a una tiránica dictadura de hombres obscuros al servicio del sucio
dinero de una traición. ¡Pobre justicia, pobre libertad y pobre
democracia!
Otros “demócratas” callan con el silencio de la cobardía que es
el peor de los silencios. Vivimos días de resignación silenciosa
y de acomodamiento burgués. Los luchadores no son de estos tiempos,
han pasado a dominar los simuladores y mentirosos. Hay que simular
y mentir en este mundo de sepulcros blanqueados.
Sin embargo, nosotros no habíamos dejado de prever cuanto sucedió,
tomando en el orden doctrinario de la organización las medidas dirigidas
a neutralizar los efectos de una asonada militar y de una dictadura
de este tipo que se seguiría. Conocedores de nuestro medio, accionamos
durante ocho años para consolidar nuestra organización y darle caracteres
de una institución permanente.
El primer trabajo fue dirigido a inculcar la doctrina. Cada justicialista
no sólo conoce la doctrina sino que la siente y la practica. Así
organizamos intelectual y espiritualmente a la enorme masa justicialista,
haciendo que de una misma manera de ver los problemas, resulte un
modo similar de apreciarlos y un mismo modo de resolverlos. Esa
unidad de doctrina que “organizó” espiritualmente a cada hombre
sirvió de base para la organización material de nuestro movimiento
en sus diversos sectores: los hombres, las mujeres y los trabajadores.
Como es usanza de los tiempos modernos especialmente en nuestros
países, azotados de tiempo en tiempo por las dictaduras militares,
nuestra organización puede actuar en la legalidad y también en el
campo ilegal, según las circunstancias. Si nos dejan, actuamos legalmente,
si no tendremos la ventaja de hacerlo ilegalmente, donde nos agrandaremos.
En nuestro país sabemos a qué atenernos. En el orden político hay
sólo dos tendencias: los justicialistas y los antijusticialistas.
Los hombres y mujeres que actualmente están en esos bandos es difícil
que cambien porque media profunda convicción. Sabemos que de los
diez millones de votantes, en números redondos, siete son nuestros,
y sabemos también, que son inconmovibles e inalterables. No hablan,
pero votan.
Nuestro movimiento ha sido creado y organizado “de abajo hacia arriba”.
Cuenta la masa más que los dirigentes. Al contrario de lo que sucede
en los otros partidos que la masa depende de los dirigentes, en
el nuestro los dirigentes dependen de la masa. Pueden, como sucede
en estos momentos, encarcelarnos a todos los dirigentes y la masa
sola sigue accionando. En el proceso eleccionado, cuantitativo por
excelencia, no interesan dirigentes sino sufragios. Los dirigentes
son necesarios recién en el Gobierno.
IV. ACCION SOCIAL, ECONOMICA Y POLITICA
1. Acción social
Sería imposible, en el espacio y dentro del objetivo de este folleto,
siquiera sintetizar la enorme tarea realizada en estos órdenes.
Por eso sólo mencionaré en cada aspecto lo más fundamental y en
forma muy general, sólo para dar una idea de conjunto.
Diez años de intensa obra social cambió la Argentina de la explotación
y la esclavitud de 1945 en la comunidad justa y solidaria de la
Argentina de 1955. Esta transformación es ya suficientemente conocida
en el mundo. De una carencia absoluta de leyes de trabajo y Previsión
Social que nos colocaba en el último lugar, hemos pasado en sólo
diez años a estar a la cabeza del mundo en la materia.
El “estatuto del peón”, “los derechos del trabajador”, “los derechos
de la ancianidad”, “los convenios colectivos de trabajo”, “la ley
de previsión social”, “la ley de accidentes de trabajo”, “los regímenes
de jubilación para la totalidad de los habitantes”, “las pensiones
a la vejez y la invalidez”, “la ley de organizaciones profesionales”,
“la ley de vivienda obrera”, “las reglamentaciones de las condiciones
del trabajo y del descanso”, “la ley de sueldo anual complementario”,
“la ley de creación de la justicia del trabajo”, “la participación
en las ganancias”, “las cooperativas de producción en poder de los
obreros”, “las proveedurías sindicales”, “la mutualidad sindical”,
“los policlínicos obreros de cada sindicato”, “las escuelas sindicales”,
etc., etc. Son tan sólo una pequeña parte de la enorme legislación
promovida.
Debemos, sin embargo, hacer notar que, en la Argentina, estas leyes
se cumplen en su totalidad bajo el control de las propias organizaciones
profesionales. Algunas cifras darán una idea sobre la forma de su
cumplimiento. Los salarios de 1945 a 1955 subieron el 500%; el salario
real se mantuvo en un mejoramiento del 50% pues el costo de la vida
sólo llegó, con el control de precios de primera necesidad, a un
aumento de 250%. Así el costo de la vida en Argentina se mantuvo
en un nivel correspondiente a la mitad de la mayor parte del mundo.
Mediante el “estatuto del peón” y sus sucesivos ajustes entre 1945
y 1955 los sueldos de estos trabajadores aumentaron el 1000% término
medio.
En 1945 las leyes de jubilación no amparaban sino a medio millón
de habitantes. En 1955 puede considerarse que todo el que trabaja
de obrero, profesional y empresario tiene asegurado su régimen jubilatorio,
amparo que cubre a más de quince millones de habitantes en la vejez
y la invalidez.
Un sistema de pensiones a la vejez cubre asimismo la imprevisión
y el olvido en que vivieron los trabajadores en los regímenes pasados,
gobernados por los mismos que hoy quieren asumir el papel de libertadores
sin que nadie los tome en serio.
Sólo durante el primer plan quinquenal (19461951) se construyeron
350.000 viviendas para obreros en toda la república. En el segundo
plan quinquenal hasta 1955 se llevan construidas más de 150.000.
Así los trabajadores que antes vivían en conventillos sucios y hasta
de diez en cada pieza, comienzan hoy a ser propietarios de su casa
y a vivir decentemente.
Más de diez millones de trabajadores argentinos reciben un sueldo
anual complementario que les permite disfrutar de un mes de vacaciones
en las sierras, en el mar o en los buenos hoteles de que disponen
los sindicatos o les ofrece la “Fundación Eva Perón”.
Más del 25% de los trabajadores tienen participación en las ganancias
de las empresas, ya sea porque son ellos mismos los dueños por sistema
cooperativo o porque patrones inteligentes y justos así lo ha dispuesto.
El sistema mutual de los sindicatos ofrece asimismo la provisión
barata de cooperativa para los artículos de primera necesidad, como
asimismo un servicio asistencial completo mediante modernos policlínicos,
maternidades, consultorios externos y odontológicos, etc.
Además, para la elevación cultural y social de la masa, una verdadera
red de escuelas sindicales se extiende hacia todos los sindicatos.
En ella se imparte enseñanzas de todo orden y se forman dirigentes
capacitados.
En cuanto a la organización sindical diremos simplemente que en
1945 existían 500 sindicatos agrupados en tres centrales obreras
(Unión Sindical Argentina, C.G.T. N°1 y C.G.T. N°2) con una cotización
total de un millón de adherentes. En 1955 existe una sola Central
Obrera (C.G.T.), 2.500 sindicatos, con más de seis millones de cotizantes.
Esta es la Central Obrera que están empeñados en destruir los modernos
libertadores, a la violeta, que en estos tristes días debe soportar
nuestro pobre país. El tiempo les mostrará que se equivocan.
Podríamos escribir durante años sobre la ciclópea tarea realizada
en lo social en estos diez años que la fortuna nos permitió estar
al servicio de los trabajadores argentinos. Ese inmenso bien nos
compensa de todos los sinsabores, ingratitudes y traiciones soportadas.
Los trabajadores argentinos bien se lo merecen porque es lo mejor
que el país tiene y precisamente por eso, porque son buenos y porque
son los que todo lo producen; la oligarquía, personificando en sus
actuales personeros el odio oculto al Pueblo, intenta volverlos
a la esclavitud y a la explotación.
2. Acción económica
Es indudable que, para soportar esta inmensa promoción social, fue
necesario conseguir una economía apropiada. En 1945 el desastre
económico era evidente, tanto por el desbarajuste de su desorganización
cuanto porque carecía de independencia, figurando realmente como
un país colonial.
Sometido a la “metrópolis”, poco interesaba a los argentinos su
propia economía, total, se manejaba desde la City o desde Wall Street.
El Pueblo argentino era explotado también en mayor o menor grado,
según las necesidades o los caprichos de los imperialismos en acción.
En lo económico, no se tenía ni vida, ni gobierno propio, o más
o menos como cualquier dominio del África Ecuatorial, con la desventaja
que teníamos que defendernos solos.
Era también costumbre que desde la City que se indicara quién debía
ser el Presidente, generalmente un abogado de las empresas extranjeras,
ellos decían quien, y “los nativos” se encargaban de preparar el
fraude para “que saliera”. Y pensar que estos seudo libertadores
son los mismos hombres traidores y vendepatria que hicieron posible
semejante humillación. No habrá en el mundo un hombre que poseyendo
un mínimo de ecuanimidad no los condene. Sin embargo, como los agentes
imperialistas, por razones comprensibles, les cantan loas, muchos
otros malos y mentirosos se convierten conciente o inconcientemente
en agentes de un imperialismo que simulan condenar.
En 1944 todo permitía apreciar que la segunda guerra mundial llegaba
a su fin. Era necesario prepararse para la postguerra que suele
ser, económicamente hablando, la etapa más difícil de la guerra.
Fue entonces que, desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, donde
ejercía el cargo de Secretario, dispuse la creación del “Consejo
Nacional de PostGuerra”. Su misión era simple: “realizar los estudios
necesarios y preparar al país de la mejor manera para neutralizar
los efectos negativos y sacar la mayor ventaja posible en la postguerra
que se veía próxima a iniciarse.
Se trataba de resolver, ayudados por las circunstancias, el más
fundamental problema argentino: su independencia económica. La importancia
de este paso se medirá en toda su proyección si pensamos que, liberados
políticamente en 1816, habíamos caído en el vasallaje económico
hasta nuestros días.
Esta independencia económica era indispensable si anhelábamos mantener
y consolidar las conquistas sociales ya iniciadas en esos días desde
Trabajo y Previsión. En un país colonial, como era el nuestro, toda
conquista social no puede tener sino un carácter aleatorio.
Para realizar la independencia económica era necesario un inmenso
esfuerzo, habilidad y un poco de suerte, pues era menester:
a) Recuperar el patrimonio nacional en poder de los capitales colonialistas
b) Realizar buenos negocios para “parar” la economía anémica de
los argentinos.
El Consejo Nacional de Postguerra preparó las bases mediante un
estudio completo de la economía argentina en los aspectos del consumo,
la producción, la industria y el comercio. Mediante encuestas y
estudios estadísticos establecimos la situación, la apreciamos y
tomamos las resoluciones más adecuadas, esperando el momento oportuno
para actuar.
Ya antes de nuestro ascenso al poder comenzamos a reformar, con
el apoyo del gobierno de facto, lo indispensable para ganar tiempo.
La primera reforma fue la financiera, mediante la nacionalización
del sistema bancario, convirtiendo al Banco Central de la República
en un banco de bancos en agencias del mismo. Esto permitió, por
primera vez en nuestro país, un control financiero por el Estado,
pues hasta entonces ese era resorte de los bancos extranjeros de
plaza. Este fue el primer paso de la reforma económica que emprendimos:
hacer Argentino el dinero del país.
Simultáneamente con esto comenzamos a estudiar la realización de
la primera etapa de la independencia económica: la recuperación
de la deuda y los servicios públicos.
La situación en este aspecto presentaba un difícil problema pues
las sumas que se necesitaban para ello eran realmente cuantiosas.
Nuestra deuda externa ascendía en diversas obligaciones a más de
seis mil millones de pesos, en ese entonces algo así como unos dos
mil millones de dólares, por la cual pagábamos ochocientos millones
de pesos anuales en amortizaciones e intereses (250 millones de
dólares). Esto era nuestro primer objetivo.
La nacionalización de los servicios públicos, en poder de consorcios
extranjeros, era el segundo objetivo de la recuperación. Se trataba
de los ferrocarriles, transportes de la ciudad de Buenos Aires,
el gas, los teléfonos, seguros y reaseguros, electricidad, comercialización
y acopio de las cosechas, creación de una flota mercante y aérea,
etcétera, etcétera.
Las relaciones del gobierno con los consorcios explotadores de estos
servicios eran cordiales. No era que nosotros, por chauvinismo,
quisiéramos nacionalizar y menos aún despojado a nadie. El caso
era que, de mantener este estado de cosas, estaríamos sometidos
a una descapitalización progresiva. Queríamos pagarles por sus instalaciones
un precio justo y tomarlas a nuestro cargo para su funcionamiento
como un servicio estatal.
En las siguientes cifras, se observará objetivamente las remesas
financieras anuales que ocasionaban estos servicios explotados por
compañías extranjeras:
La deuda pública 800 millones, los ferrocarriles 150 millones, la
Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires 120 millones,
el servicio de gas 110 millones, los teléfonos 120 millones, seguros
150 millones, reaseguros 50 millones, electricidad 150 millones,
comercialización de la cosecha 1.000 millones, transportes marítimos
500 millones de fletes en divisas, etc. Sólo en estos rubros las
remesas financieras anuales visibles pasaban de los tres mil millones
de pesos (1.000 millones de dólares entonces). Si se considera la
necesidad de otras remesas financieras de diversas empresas establecidas
en el país y las remesas visibles, siempre numerosas por la especulación,
podíamos calcular aproximadamente una descapitalización anual por
envíos y evasiones que pasaba de los seis mil millones de pesos
anuales. Si consideramos que el monto de nuestra producción anual
no pasaba de los diez millones de pesos, se tendrá la verdadera
sensación de para quién trabajaban los argentinos.
Se me dirá que los capitales extranjeros con su radicación en el
país aportaban un alto coeficiente de capitalización compensatorio
del proceso inverso por remesas financieras. Desgraciadamente no
era así. Un ejemplo lo aclara todo.
Un frigorífico británico se instaló en el país en 1905, trajo como
inversión un capital de un millón de libras esterlinas (al cambio
de ese entonces 11.250.000 pesos moneda nacional). Cuando hubo instalado
su maquinaria y locales pidió al Banco de la Nación Argentina un
crédito que fue sucesivamente aumentando hasta la suma de 100 millones
de pesos. De manera que, sobre cien millones, el capital extranjero
radicado era sólo el 10 por ciento y el 90 por ciento era argentino.
Ahora bien, el primer servicio financiero remesado a Londres, fue
de una utilidad del 10 % calculado sobre los cien millones de pesos
de capital y no sobre los once millones radicados. Vale decir que,
con su primera remesa financiera, repartió el capital radicado y
durante cincuenta años nos descapitalizó a razón de diez millones
por año, en total, quinientos millones.
Este era el proceso común seguido por casi todas las empresas inversoras
y que explicará, de manera simple y objetiva, la razón por la cual
era indispensable a la economía argentina realizar cuanto antes
la recuperación, para evitar su progresiva descapitalización.
Un cálculo “grosso modo” dará una idea aproximada del esfuerzo de
que se trataba. Calculando comprar las empresas de valor histórico,
pagando lucro cesante, crear los organismos y servicios nuevos,
comparar los barcos y aeronaves necesarios, etc., debían calcularse
como necesarios unos 300.000 millones de pesos.
Para no sentirme tentado y evitar los consejos fáciles, resolví
“quemar las naves” declarando que me cortaría la mano antes de firmar
un empréstito, porque, si la finalidad era la independencia económica,
no era el caso de salir de las llamas para caer en las brasas.
En esos momentos se sumaba a ese tremendo esfuerzo, la necesidad
de renovar la maquinaria industrial y todo el material ferroviario,
tranviario y automotor que durante los cinco años de guerra, con
el cierre de la exportación, no habían recibido ningún aporte. Se
calculaba esto en un monto de 20.000 millones de pesos.
Estudiamos esto detenidamente y confieso que cuando compilamos las
necesidades totales, una suerte de pánico se apoderó de mí, que
sentía la terrible responsabilidad de estar al frente del país y
la duda de poder superar su difícil encrucijada económica.
Con los estudios en mi poder llamé a una reunión privada a los técnicos
en economía más calificados en el concepto de algunos asesores económicos.
Me perdí diez horas explicándoles mis planes y dándoles todos los
datos necesarios para encarar el problema. Se fueron a estudiar,
y tres días después nos reunimos de nuevo para considerar soluciones.
Confieso que quedé defraudado, pues conversaron mucho, no dijeron
nada y lo poco que trajeron no lo entendí, porque lo hicieron en
una terminología tan rara y tan confusa que dudo que ellos mismos
se entendieran.
La reunión terminó un poco intempestivamente, pues uno de ellos
me dijo: “Señor, usted debe gastar tantos miles de millones que
no tiene. Si no tiene dinero, ¿cómo quiere comprar?, a lo que yo
respondí: “Amiguito, si yo tuviera el dinero no lo habría llamado
a usted, habría comprado”, y aquí terminó la entrevista.
Me convencí que no era asunto de técnicos, sino de comerciantes
y llamé a mi gran amigo D. Miguiel Miranda, el “Zar de las finanzas
argentinas”, como algunos le llamaron. El había empezado como empleado
con noventa pesos de sueldo y en diez años había levantado treinta
fábricas.
Le conté el incidente con los técnicos y me dijo: “¡General!, ¿usted
cree que si fueran capaces de algo estarían ganando un sueldo miserable
como asesores?” –Pero Miranda, le dije, vea que hay que comprar
mucho y no tenemos dinero! –Esa es la forma de comprar, sin dinero,
me dijo. ¡Con plata compran los tontos! –Este es mi hombre, pensé
para mí…
Miguel Miranda era un verdadero genio. Su intuición, su tremenda
capacidad de síntesis y su certera visión comercial, hicieron ganar
a la República, en un año, más que cincuenta años de la acción de
todos sus economistas diletantes y generalizadores de métodos y
sistemas rutinarios e intrascendentes.
Fue allí mismo que entregué a Miranda la dirección económica, creando
el Consejo Económico Nacional y nombrándolo presidente. Él fue,
desde entonces, el artífice de esa tremenda batalla que se llamó
la recuperación nacional, que culminó con la independencia económica
argentina.
Sería largo detallar la acción desarrollada por este hombre extraordinario
que no descansaba ni dormía, abstraído por completo en la batalla
que estaba librando. Allí aprendí que si bien un conductor puede
cubrirse de gloria en una acción de guerra, esta acción anónima
es también la verdadera gloria. Fuera de la Casa de Gobierno la
gente maldiciente murmuraba sobre “los negociados de Miranda”, con
una ingratitud criminal y los eternos simuladores de la virtud y
la honradez se hacían lenguas de ello: ¡Miserables, estaba trabajando
para ellos!
Sin embargo, no deseo pasar este capítulo sin ofrecer a mis lectores
por lo menos un ejemplo, siempre ilustrativo, de la acción de este
mago de la negociación.
Todo el mundo conoce la habilidad de los negociadores inglese, su
gran astucia y su terrible pertinacia para persuadir u obligar.
Con divisas acumuladas por provisión de cereales, armas, carne,
etc., durante la guerra, Miranda comenzó a repatriar la deuda externa.
Luego me dijo: General, vamos a empezar por los ferrocarriles ingleses.
Insinuó veladamente por distintos conductos que el gobierno estaba
dispuesto a comprar los ferrocarriles. La respuesta no se hizo esperar.
Poco tiempo después llegó una comisión del directorio de Londres
de los ferrocarriles, dispuesto a ofrecer al Gobierno Argentino
la venta de los mismos.
Fueron citados al despacho presidencial y allí, en mi presencia,
se desarrolló el siguiente diálogo, después de los saludos y conversaciones
de estilo: ¿Cuánto piden por los ferrocarriles? –les preguntó Miranda.
–El valor de libros, o sea unos diez mil millones de pesos –le contestó
uno de los ingleses. Miranda se limitó a sonreír, mirando al suelo.
Siguió un largo silencio en el que estuve a punto de intervenir,
pero me abstuve, porque entendí que era parte de su táctica. Después
de un rato, el inglés volvió a decir: ¿Y ustedes cuánto ofrecerían?
–Apenas mil millones –dijo Miranda. Todo el hierro viejo no vale
más, agregó.
Los ingleses se enojaron y se fueron a Londres. Parecía que las
negociaciones habían terminado, pero no era así.
Cuando los obreros ferroviarios, que se habían entusiasmado con
la perspectiva de nacionalización, se enteraron del fracaso de las
negociaciones, iniciaron el “trabajo a reglamento”, que culminó
en “trabajo a desgano”. Frente a la perspectiva de fuertes quebrantos,
a los seis meses, retornó la comisión negociadora, Miranda había
ya ganado la batalla. Sólo quedaba por ver cómo explotaría el éxito.
Yo estaba seguro porque, para eso, él era un verdadero maestro.
Se iniciaron nuevamente las negociaciones en un juego de regateos
por ambas partes para acordar el precio y la forma de pago. Se estaba
aún muy distante, a pesar que los ingleses habían ya rebajado su
precio a unos ocho mil millones de pesos, donde se mantenían firmes.
El justiprecio establecido por nuestros técnicos después de un laborioso
proceso de valuación, establecía un valor aproximado a los seis
millones de pesos. Se trataba de 40.000 kilómetros de vías, instalaciones,
material rodante y de tracción, además de unas veinticinco mil propiedades
de los ferrocarriles, que figuraban como bienes indirectos. Se trataba
de bienes inmuebles en Buenos Aires, puertos, numerosas estancias,
terrenos y hasta pueblos enteros. Estas empresas por la ley de concesión
inicial, recibieron una legua lineal de campo a cada lado de la
vía que construyeran. De ahí que sus propiedades sean casi tan valiosas
como ferrocarriles mismos.
Mientras se negociaba, los ingleses cometieron un error que les
fue funesto. Sostenían imperturbablemente que el precio debía ser
de ocho mil millones. Una noche, al representante de los ferrocarriles
ingleses en la Argentina, mister Edy, muy amigo de Miranda, se le
ocurrió ofrecerle una comisión para repartir entre Miranda y yo,
de trescientos millones de pesos, que se depositarían en Londres
en su equivalente de entonces de cien millones de dólares, si la
venta se hacía por seis mil millones de pesos. Miranda lo escuchó
y al día siguiente, “a diana”, estaba en casa y me decía: Presidente,
vamos a comprarlos por mucho menos de seis mil millones, es porque,
sin comisión, podemos sacarlos más baratos”. Así como antes había
ganado la batalla de la venta, en esta ocasión había ganado la batalla
del precio.
Se sucedieron las tratativas para fijar precio, pero los ingleses
ya habían perdido la partida. Ellos son buenos perdedores porque
están acostumbrados a vencer. La habilidad de Miguel Miranda hizo
prodigios en esta etapa de la negociación hasta llegar a fijar un
precio máximo por todos los bienes directos e indirectos de las
empresas de 2.029.000.000 (dos mil veintinueve millones) de pesos
moneda nacional. Esta sola cifra, comparada con los diez mil millones
de pesos que era el pedido inicial de los ingleses, habla con indestructible
elocuencia de lo que era Miranda como negociador. En esta sola operación
hizo este hombre ganar a la República más de cinco mil millones
de pesos. Se le pagó, como de costumbre, con ingratitud y maledicencia.
Los parásitos, los incapaces y los ignorantes son precisamente los
críticos más enconados.
Si bien se habían ganado las batallas del precio y de la venta quedaba
aún el rabo por desolar: establecer la forma de pago y pagar. No
era fácil, porque, como antes dije, no teníamos dinero para hacerlo.
En cambio lo teníamos a Miguel Miranda que valía más que todo el
dinero del mundo. En él estaban puestas todas mis esperanzas. Él
me había dicho: No se aflija, Presidente, pagaremos hasta el último
centavo, sin un centavo. Efectivamente, así lo hizo. ¿Cómo procedió
para lograrlo?
Comencemos por establecer que un año antes el gobierno de S. M.
Británica firmó con el gobierno argentino un tratado por el que
se comprometió a mantener la convertibilidad de la libra esterlina
que nos permitía el negocio triangular con Estados Unidos. Con habilidad,
Miranda agotó los saldos acreedores argentinos en Inglaterra para
repatriar la deuda. Al firmar el contrato de compraventa de los
ferrocarriles, estableció dos cuestiones fundamentales, en cuanto
a la adquisición y la forma de pago.
a) Que se compraban en 2.029 millones de pesos los bienes directos
e indirectos de las empresas.
b) Que la forma de pago sería al contado y en efectivo con disponibilidades
de fondos argentinos existentes en Estados Unidos si se mantenía
la convertibilidad de la libra que lo hacía posible, sino el pago
sería en especies.
Fue precisamente mediante estas dos cláusulas que Miranda logró
pagar “hasta el último centavo, sin un centavo”, como había prometido.
En efecto, me fijó un plazo de seis meses para tomar posesión de
las empresas, luego de los cuales debía hacerse efectivo el pago.
Durante los primeros meses de ese plazo me pasé pensando que si
teníamos que pagar al contado nos quedaríamos casi sin fondos en
Estados Unidos, en donde había urgentes necesidades de adquisiciones.
Miranda me tranquilizó; él no sé dónde, tenía la noticia segura
que los ingleses, a pesar del tratado, declararían la inconvertibilidad
de la libra esterlina. Efectivamente, poco tiempo después lo hicieron
y nos salvaron de desprendernos del único saldo acreedor en efectivo
que disponíamos. Podíamos, de acuerdo con el contrato de compraventa,
pagar con especies. Eso no era ya un problema para nosotros.
Sin embargo, había que pagar 2.029 millones de pesos que no teníamos.
¿Cómo procedió Miranda? Pagamos con trigo pero, como quiera que
fuese, ese trigo había que pagarlo a los agricultores. La elevación
de precios en los cereales producidos en 1948, vino a favorecernos.
El gobierno, por intermedio del IAPI, compró el trigo a los chacareros
a un precio de 20 pesos el quintal, los que quedaron contentos,
pues antes lo vendían a 6 pesos. Luego de un tiempo ese mismo trigo
lo vendió a los ingleses, en pago de los ferrocarriles, a razón
de sesenta pesos el quintal, ganando en la operación un 66%, con
lo que el precio de 2.029 millones de los ferrocarriles quedó reducido
a un 33%, es decir, unos 676 millones.
Ahora bien, ¿cómo pagó los 676 millones? De manera muy simple: emitió
676 millones de pesos, con lo que pagó a los chacareros. De las
veinticinco mil propiedades raíces adquiridas como bienes indirectos,
bastaba vender una parte para obtener casi mil millones de pesos.
Con ello se retiraban de la circulación los 676 millones y el resto
se incorporaba al Estado conjuntamente con los ferrocarriles y pagado
hasta el último centavo, y aun ganando dinero, sin un centavo.
¡Cuánto me reí en esos días de los técnicos tan pesimistas como
inoperantes e intrascendentes!
Hoy, el valor de esos ferrocarriles con sus 40.000 kilómetros de
vías e instalaciones, se calcula en nuestra moneda actual, a razón
de un millón de pesos por kilómetro, todo incluido. El país había
incorporado al haber patrimonial del Estado, 40.000 millones de
pesos sin un centavo de desembolso. Los imbéciles siguen pensando
que nosotros no hemos hecho nada durante el tiempo que ellos pasaron
gastando perjudicialmente lo que tanto le cuesta al Pueblo producir
y a nosotros cuidar. Por eso ellos se proclamaron libertadores.
Soñar no cuesta nada.
En forma similar se compraron luego los teléfonos, el gas, seguros,
etcétera, y se llegó a cumplir la etapa de la recuperación nacional,
comprando y pagando los servicios públicos que en época pasada vendieron
estos mismos que ahora vienen a libertar la República.
La etapa siguiente consistía en formar una marina mercante, pues
sin ese medio de transporte de ultramar, la independencia económica
sería sólo una ficción. Aparte que hoy los precios los fijan los
transportadores, en nuestro país, vendedor de carne, estábamos sometidos
al monopolio inglés de barcos frigoríficos. Si no le vendíamos a
ellos la carne y al precio que querían, ¿quién nos la transportaría
a los mercados de consumo? Otro tanto podría ocurrir con las demás
materias primas si seguimos sometidos a los transportadores foráneos.
En ese momento (1948) el estado de la flota mercante del Estado,
manejada por jefes de la Marina de Guerra, era incipiente y calamitosa.
Se disponía aproximadamente de unas 200 mil toneladas de barcos
viejos, chicos y muchos de ellos alquilados o tomados en uso por
pertenecer a los países en guerra que debían ser devueltos.
Pedí informes a la Flota Mercante del Estado sobre la conveniencia
de hacer construir barcos nuevos, de arriba de diez mil toneladas,
para formar una marina mercante por lo menos de un millón y medio
de toneladas, que calculaba yo necesario para sacar nuestra producción.
Además, hacerlos mixtos para pasajeros, carga y frigoríficos.
Sin excepción, los informes de los marinos fueron desfavorables.
Según ellos, no convenía comprar todavía, que los fletes se vendrían
abajo, que había exceso de barcos por los que quedaron de la guerra,
etc. En consecuencia, decidimos con Miranda comprar una marina mercante
y para ello nos pusimos en contacto con don Alberto Dodero, el más
fuerte armador de nuestro país.
Se encargó la construcción en los astilleros entonces parados en
Inglaterra, Holanda, Italia, Suecia, etc. Así comenzó la verdadera
historia de nuestra marina mercante, que hoy redondea el millón
y medio de toneladas de barcos nuevos, veloces y utilizables para
sacar nuestra más variada producción hacía los mercados de consumo
y para mantener los precios.
Con ello no sólo ahorramos sino que producimos divisas y nuestra
bandera mercante individualiza a la cuarta flota del mundo.
El costo medio de estos barcos no pasó de cuatro millones de pesos;
sólo el seguro del Maipú, hundido en un choque en Hamburgo llegó
a veintidós millones en nuestros días.
Para comprar estos barcos se utilizó el oro que dormía en los sótanos
del Banco Central, de acuerdo con el aforismo de Miranda, que oro
es lo que produce oro. Efectivamente, esos barcos en cuatro travesías
traen de vuelta el oro que costaron. Hoy están todos pagos y siguen
trayendo oro.
Menos mal que los marinos aconsejaron no comprar barcos, pues si
hubieran aconsejado comprarlos, tal vez no nos hubiéramos decidido
a hacerlo. Pero ellos son los “libertadores”.
En marcha y con franco éxito la recuperación nacional, en 1948,
se nos presentó un difícil momento de la economía: la industria
en pleno desarrollo comenzaba a carecer de maquinarias y de materia
prima. Era necesario buscar los arbitrios que condujeran a la solución.
En los primeros días de este año resolvimos encerrarnos por el tiempo
que fuera necesario y estudiar la situación, apreciarla y encontrar
una solución, y así lo hicimos. Durante casi diez días permanecimos
totalmente dedicados a ello.
Llegamos finalmente a una muy simple conclusión. Pensamos que habiendo
terminado la guerra se había iniciado su etapa más difícil: la postguerra,
durante la cual es necesario “pagar los platos rotos”.
La guerra es un drama individual amplificado. Es como un hombre
que súbitamente tiene un ataque de demencia y rompe toda su casa.
Pasado el ataque, debe reponerlo toda para seguir viviendo. Debe
pagar su locura. La guerra no es sino una locura colectiva. Durante
cinco años cientos de millones de hombres, provistos de instrumentos
de destrucción, se habían dedicado a destruirlo todo. Pasado el
ataque, ahora había que pagarlo.
La experiencia histórica demuestra que los países después de la
guerra pagan de una sola manera: emitiendo y desvalorizando la moneda.
Aun no se había producido este fenómeno en 1947, pero todo hacía
prever que se produciría.
Cuando las monedas se desvalorizan, los bienes de capital se valorizan
en forma inversamente proporcional.
Allí precisamente estaba el negocio. Era menester comprar bienes
de capital que se valorizarían y desprenderse de las monedas que
se desvalorizarían. Fue entonces cuando comenzamos a comprar sin
medida. Se trataba de que cuando la desvalorización llegara no nos
tomase con un peso en el bolsillo.
Se compraron casi veinte mil equipos industriales para reposición
e instalación. Un día, por teléfono, se compraron sesenta mil camiones.
Mil Tornapull llegaron al país. Se acopió gran cantidad de materia
prima y se adquirieron todas las maquinarias y elementos necesarios
para los trabajos del Primer Plan Quinquenal, especialmente tractores
para la mecanización del campo.
El Director del Puerto de Buenos Aires venía todos los días a pedir
que paráramos, pues ya no cabían las cosas en las playas y los depósitos.
No importa, le decíamos, ponga unos arriba de otros. Los idiotas
de siempre criticaban al gobierno y los “moralistas libertadores”
veían negociados por todas partes, menos los que ellos podían hacer.
Pasaron los días y en uno de 1949 comenzaron las monedas “a venirse
abajo” catastróficamente. La libra esterlina bajó, por decreto,
en un día el 30% de su valor. Así llegamos a 1950.
El negocio fabuloso realizado por el país podrá juzgarse con sólo
pocos datos: los veinte mil equipos industriales comprados aproximadamente
a un dólar el kilo en 1947, valían ahora diez dólares el kilo; los
camiones comprados en cinco mil pesos en 1948, costaban ahora cien
mil pesos; las Tornapull adquiridas en veinticinco mil pesos en
1948, tenían ahora un precio superior a los trescientos mil. Esta
sola mención dará una idea de las ganancias obtenidas.
Los “libertadores” seguían pensando que todos estos eran negociados
nuestros. Pobre Patria si tuviera que esperar algo de estas sabandijas.
Sólo he deseado presentar algunos ejemplos de nuestra gestión económica
para demostrar cómo me fue posible en 1949 trasladarme a la ciudad
de Tucumán, y allí, donde nuestros mayores declararon la independencia
política, declarar también nuestra independencia económica.
La recuperación nacional se había cumplido en todas sus partes mediante
el genio de Miguel Miranda. La segunda parte: levantar de su postración
a la economía, se cumplió mediante buenos negocios para el país.
Que en ello alguno se haya beneficiado en mayor medida, qué nos
importa, nuestro trabajo tendió a beneficiar al país. Esa era nuestra
obligación.
Y pensar que, después de todo lo que hemos hecho, nos vemos calumniados
y vilipendiados por esos piojosos que en su vida no hicieron más
que derrochar y malgastar los dineros que se amasan con el sudor
y el sacrificio del Pueblo que ellos se atreven a masacrar con las
propias armas de la Nación.
No deseo seguir sin puntualizar dos aspectos de lo tratado. La recuperación
de los servicios públicos no era para los argentinos sólo una cuestión
de independencia económica, era también una reparación a la dignidad
nacional. La concesión leonina que entregaba una legua a cada lado
de la vía que se construyera y permitía la importación libre de
derecho a las empresas ferroviarias fue obra de Mitre (así se llamó
esa ley). La venta de los ferrocarriles argentinos existentes, fue
realizada por los gobiernos conservadores de la oligarquía argentina,
que siempre actuaron de testaferro de los colonizadores. La entrega
de los demás servicios fue también uno de los tantos ruinosos negociados
para el país, realizados por estos argentinos que no merecen llamarse
así.
Las últimas infamias cometidas, que citaré a continuación, sólo
a título de ejemplo, evidenciarán a nuestros lectores cómo las gastaban
los “libertadores”. Se trata de la concesión a la empresa de electricidad
de Buenos Aires, CADE, y la entrega de la Corporación de Transportes
de la Ciudad de Buenos Aires a una compañía inglesa.
El asunto de la CADE
Durante el último gobierno radical funcionaba el Consejo Deliberante,
algo así como un congreso comunal, compuesto por un centenar de
consejales que, con sabrosas dietas, se dedicaba a todo, desde enjuiciar
la política internacional hasta establecer la cantidad de repollo
que debía venderse en cada puesto de las ferias municipales. Algo
así como un bálsamo de Fierabrás, que servía para el dolor de cabeza
como para los callos.
Esos ediles son los mismos que hoy encabezan las jerarquías de los
partidos que apoyan la dictadura militar que ensombrece al país
y los mismos que entonces cobraron “coimas”, desde el modesto “colectivero”
hasta la poderosa empresa de electricidad.
Para esos tiempos vencía la concesión de la empresa CADE y el Consejo
Deliberante de la ciudad de Buenos Aires tenía que tratar la prórroga
o la terminación. Estos ediles “libertadores” no encontraron nada
más natural que ponerse de acuerdo y exigir a la empresa una gruesa
suma de millones para no caducarle la concesión. Esa suma se repartiría
después, por partes iguales, entre todos. La compañía, colocada
entre la espada y la pared, decidió pagar la suma exigida y consiguió
así una concesión hasta el año 2000 y tarifas aumentadas.
Esto produjo en Buenos Aires un escándalo tremendo pero, al producirse
la revolución del 4 de junio de 1943, se ordenó una investigación
y se pretendió sancionar a la empresa por corruptora de funcionarios,
pero la empresa pudo comprobar que los corruptos eran los funcionarios
y no la empresa.
Hoy, esos mismos señores hacen discursos sobre la moral pública
y privada, en nombre de los “libertadores” que empeñaron al país
en una triste aventura mediante una paga no menos infamante que
la de aquellos.
El caso de la Corporación de Transportes de Buenos Aires
Es de otra naturaleza no tan delictuosa pero igualmente ruinosa
para el país. En 1933, Inglaterra, compradora única de la producción
argentina de carne, habían firmado el Tratado de Ottawa por el que
se comprometía a comprar toda la carne a sus dominios.
Es así que la República Argentina, sin el mercado inglés sin los
barcos ingleses para transportarla, debía reconocer una situación
sumamente grave, ya que el 80% de su carne era de exportación, mientras
solamente el 20% se consumía en el país.
Se resolvió enviar una misión a Londres para tratar este importante
asunto y negociar. Fue enviado como plenipotenciario extraordinario
el entonces vicepresidente de la Nación, Dr. D. Julio Roca, que
llegó a Londres a mediados de 1936. Allí esperó largos días y finalmente
fue recibido. A pesar de todos sus argumentos los ingleses se negaron
a comprar. Luego de otra larga espera, le recibieron nuevamente
y le propusieron comprar la carne a un precio menor que a los dominios,
siempre que la ciudad de Buenos Aires entregara todos sus transportes
a un monopolio que se formaría a base de la Compañía Tranvías AngloArgentina
de capitales ingleses, asegurando al capital resultante un beneficio
bruto del siete por ciento.
El doctor Roca aceptó y volvió a Buenos Aires, como si hubiera sido
un vencedor en las Termópilas.
Una vez en Buenos Aires, el Congreso aprobó una leycontrato en que
aseguraba hasta el siete por ciento de beneficio anual al monopolio
inglés. Se había consumado el más inaudito latrocinio de que haya
memoria en el país, con tal de vender la carne de la oligarquía
vacuna de Buenos Aires. Estos también son los actuales “libertadores”.
Esto trajo el despojo liso y llano de todo el material de las empresas
particulares y los microómnibus que manejaban sus modestos propietarios.
Con todo ello el monopolio formó un capital, tremendamente aumentado
en la evaluación y cobró anualmente el siete por ciento bruto, con
lo que sacaba ochocientos millones anuales de beneficio. Como la
carne exportada por el convenio importaba anualmente unos setecientos
millones, venía a resultar un brillante negocio; para que los ingleses
comieran nuestra buena carne le pagábamos anualmente cien millones
de pesos.
¡Estos son los “libertadores”!
Estos dos botones de muestra los he querido presentar como ejemplo,
para que el lector aprecie la diferencia de nuestro procedimiento
ante una tentativa de soborno y la coima organizada por los “libertadores”,
como asimismo, la diferencia de cómo negociamos nosotros para el
Estado y cómo lo hicieron ellos a su hora.
Los justicialistas creemos que la independencia económica, no tiene
ningún valor si no ha de servir a la felicidad del Pueblo y a la
grandeza de la Nación.
En este sentido se ejecutaba ya, desde 1946, el primer plan quinquenal
que no ha sido, como muchos creen, un simple plan de obras públicas.
Contenía una profunda reforma en lo político, en lo social, en lo
económico, en lo cultural, en lo jurídico, en la legislación, etc.
Comenzaba, pues, con la reforma constitucional. Era la puesta en
acción de la doctrina justicialista largamente meditada y elaborada
a la luz de las aspiraciones populares y dedicadas especialmente
a conquistar las aspiraciones de los trabajadores explotados y escarnecidos,
durante todos los gobiernos que nos habían precedido.
En lo económico, el plan quinquenal aspiraba a promover una economía
de abundancia que reemplazara a la economía de miseria que hasta
entonces, los políticos y la oligarquía, habían impuesto al Pueblo
argentino. Para ello era menester cambiar totalmente el fondo y
las formas de la economía argentina.
Comenzamos por establecer como base que, en la Nueva Argentina,
el capital dependía de la economía y ésta del bienestar social y
que en consecuencia el consumo fijaba la producción que debía esforzarse
por satisfacerlo. Inmediatamente lanzamos las grandes obras del
plan hasta obtener la plena ocupación. Con esto, los salarios alcanzaron
un nivel jamás sospechado en nuestro país. Con ello la clase trabajadora
comenzó a vivir, por primera vez, como gente.
El aumento del poder adquisitivo de la masa popular produjo un acrecentamiento
súbito del consumo y comenzó así la verdadera promoción de la economía.
Simultáneamente, como era de esperar, con el aumento de la demanda
empezó también la especulación que dio motivo a la creación de la
política económica y al control de precios y abastecimientos.
Lo importante es que la reactivación económica fue un fenómeno real.
Los volúmenes del consumo se multiplicaron y obligaron a multiplicar
la producción con efecto directo y en el mismo sentido en la transformación
y distribución. Así la industria y el comercio recibieron un impulso
inusitado.
La insistencia en el sistema, permitió ir consolidando la nueva
economía hasta hacer inconmovibles las nuevas estructuras, que resistieron
todos los ataques internos y externos, defendidos por el propio
Pueblo que las había hecho suyas. Resistimos con ellas aun la excepcional
crisis de 1951 y 1952, que perdimos dos cosechas enteras, sin que
se hicieran sentir, sin embargo, grandes efectos.
El objetivo perseguido en forma inmediata por este sistema es la
capitalización del Pueblo. El sistema capitalista consiste en capitalizar
a un cinco por ciento de la comunidad, mediante la descapitalización
absoluta del otro noventa y cinco por ciento, que es el Pueblo.
Para lograrlo comenzamos por aumentar los sueldos y salarios, controlando
los precios para evitar la especulación y frenar la espiral inflatoria,
lo que hemos logrado en forma absoluta.
El pueblo se capitaliza por el ahorro. Ahorrar sólo es posible cuando
se gana lo suficiente, porque ahorrar el alimento y la salud no
es ahorro, es suicidio; ¿cuál ha sido el resultado? Unos cuantos
números podrán decirlo: la Caja Nacional de Ahorro Postal, que es
el banco de los pobres porque allí depositan ellos sus ahorros,
tenía en 1946 depósitos por unos 300 millones de pesos. En 1955
pasaban de los tres mil millones. En diez años de nuestro gobierno
el Pueblo ahorró diez veces más que en los veinticinco años anteriores
de la existencia de la Caja.
Otra forma de ahorro es la adquisición de viviendas en propiedades.
Entre 1946 y 1955, de nuestra gestión gubernativa, quinientas mil
familias obreras recibieron alojamiento en todo el país, en casas
construidas por el gobierno o con préstamos hipotecarios. De esas,
más de la mitad lo hicieron en casas de propiedad, que deberán pagar
en cómodas cuotas que no superan en caso alguno a un alquiler común.
Las cajas de Previsión Social, que representan un ahorro obligatorio,
han capitalizado indirectamente al Pueblo en forma insospechada.
Solamente una Caja de Jubilaciones, la de los Empleados de Comercio,
ha reunido ya un capital social que pasa de los doce mil quinientos
millones de pesos. Existen más de quince grandes Cajas de jubilaciones,
lo que dará una idea de la importancia de este sector del ahorro
popular.
La capitalización del Pueblo mediante el ahorro, la jubilación y
el acceso a la propiedad privada, ha cambiado al proletariado argentino
el concepto de su vida. Antes, privados de todo, se sentían parias
en su propia patria. Hoy, ligados a la comunidad por sus ahorros,
su jubilación, su casa y la previsión social, comienza a sentirse
parte de ella. Los que luchan contra el comunismo en América no
tienen idea de lo que representa esta comunidad justa y solidaria
como factor defensivo contra esas doctrinas extrañas. La defensa
de la comunidad sólo se concibe cuando hay también interés personal
en su defensa.
El capitalismo, incapaz de desprenderse de nada y demasiado egoísta
para ofrecer algo concreto, creó las palabras y los signos. Luego
se dedicó a hacer discursos patrióticos para crear una suerte de
fetichismo sobre la comunidad y sus signos representativos. El amor
a la patria, como todos los amores del hombre, se siente o no se
siente. Los discursos arrimarán poco al corazón del hombre que no
ama. La comunidad es como la madre. Así también una comunidad injusta,
egoísta y sin solidaridad social no merece ser amada. Una comunidad
justa y solidaria en la que todos seamos iguales, e igualmente ayudados
por ellas, se defenderá instintivamente por solidaridad y por conveniencia,
sin necesidad de discursos ni tonterías por el estilo.
Creamos comunidades de este tipo y ninguno de sus hijos defeccionará
en su defensa.
La producción
El agro fue una de nuestras permanentes preocupaciones. El régimen
de la tierra Argentina era en 1945 casi medieval. Dictamos la ley
de arrendamientos rurales y aparecía ya el fruto en los comienzos
de mi primer gobierno. Con esa ley fijamos una situación que impidiera
el aumento de los precios y los lanzamientos.
Dado este primer paso de protección de los agricultores se anunció
la reforma agraria y se declaró que el justicialismo sostenía que
la tierra no es un bien de renta sino de trabajo y que, en consecuencia,
la tierra debe ser del que la trabaja. Acto seguido se propugnó
el acceso a la propiedad rural de los agricultores. El aumento de
los precios del cereal en los años 1948 y 1949, permitió que algunos
chacareros compraran los predios que arrendaban con el producto
de una cosecha. Así, en el primer quinquenal se entregó en propiedad
más de un millón de hectáreas de tierras útiles.
En la reforma agraria, deliberadamente no hemos querido cargar las
tintas porque conocemos los inconvenientes que presentan los procesos
artificiales acelerados en la entrega de la tierra.
Desde Licurgo, tal vez uno de los primeros reformadores racionales
del agro, hasta nuestros días, la reforma agraria ha traído siempre
grandes perturbaciones y sangre en su ejecución. En Rusia se fijó
la población rural mediante ametralladoras en los caminos, que impidieron
el éxodo campesino. En México costó la vida de cientos de miles
de habitantes. Nosotros pudimos también haberla hecho en esta forma
drástica, pero, enemigos de los procedimientos cruentos, preferimos
realizarla lenta y racionalmente.
En estos tipos de reformas es necesario pensar en primer término
en formar unidades económicas porque si no, del latifundio se pasa
al minifundio, no menos perjudicial para la economía social del
agro.
El problema de latifundio en nuestro país es serio, pero es necesario
distinguir bien lo que es realmente un latifundio. Algunas personas
superficiales, especialmente los políticos, consideran latifundio
toda gran extensión de tierra de un solo propietario, aunque en
esa tierra exista una buena y racional explotación. Es un gran error,
el latifundio se configura cuando no se cultiva o se cultiva mal.
Precisamente, las grandes explotaciones racionales son las más convenientes
y económicas. Así como es mejor y más racional poseer una fábrica
con diez mil obreros y no diez talleres con mil obreros, también
en el agro es más apropiado emplear las grandes explotaciones.
Esto no quiere decir que en nuestro país no existan grandes y pequeños
latifundios, pero, el mayor de todos, lo constituye la tierra fiscal.
Por eso, mientras el proceso de ocupación de la tierra en poder
de privados se va realizando lentamente, dispusimos que se entregara
aceleradamente la tierra pública.
Queríamos una reforma lenta pero segura, a realizarse en veinte
años para que no resultara el remedio peor que la enfermedad.
Mediante esta y la política de precios de estímulo, hemos aumentado
considerablemente la producción agraria. El estado social del campo
argentino ha mejorado en la misma proporción que en las masas urbanas.
Este equilibrio fue posible establecerlo y consolidarlo mediante
una política permanente y cuidadosa en la acción gubernamental.
El proceso, ya acelerado, de mecanización, complementado con la
preparación del personal idóneo, preparado en escuelas y en el Ejército,
para bien emplear y conservar la maquinaria, completará en pocos
años un aumento apropiado de una producción más intensiva y de menor
costo.
El agro evoluciona sólo mediante planes a largo plazo muy inteligentemente
ejecutados y controlados.
Durante nuestro gobierno la producción extractiva ha sido grandemente
impulsada. Las minas de carbón de Río Turbio en plena explotación
y los altos hornos de Zapala en plena producción son dos ejemplos
de la preocupación estatal. La minería privada, mediante estímulos
especiales del Banco Industrial (creado por nosotros) ha tenido
un impulso considerable.
Dejamos al país en marcha con las mejores provisiones y en condiciones
de alcanzar en poco tiempo una suficiente y eficiente producción,
con tal que estos “libertadores” no metan mucho la mano.
En el estado de producción alcanzado y con los programas establecidos,
lo que los productores argentinos necesitan no es que los ayuden
sino más bien que no se les moleste. Mucho me temo que esta gente
inexperta e interesada del gobierno de facto, pueda cometer alguna
“barrabasada”, perjudicial, por ignorancia o por intereses.
La industria
He leído algunas informaciones y declaraciones de los “próceres”
de la revolución que, en lo referente a la industrialización del
país han hecho a la prensa extranjera. Ellas me confirman en la
idea que tenía: esta gente no sabe nada de nada.
Llegan al gobierno con la misma desaprensión que llegaban todos
los días a su cuartel para recibir, casi sin oír, un sin número
de novedades intrascendentes.
En 1945, el Consejo Nacional de Postguerra, del que yo era Presidente,
después de un largo y juicioso estudio de la industria argentina,
llegó a la conclusión de que la postguerra plantearía un grave problema
de existencia a la actividad industrial, si el gobierno no tomaba
medidas adecuadas para defenderla. Así lo hizo notar también una
gran delegación de industriales de todas las ramas, que se apersonó
al entonces Presidente Provisional, General Edelmiro J. Farell.
En efecto, durante los cinco años de la Segunda Guerra Mundial,
que no llegó al país ninguna manufactura, la industria argentina
se desarrolló extraordinariamente para reemplazar la carencia, especialmente
de maquinaria de procedencia extranjera. Es indudable que los costos
de producción eran mayores y difícilmente, en un mercado abierto,
pudieran soportar la concurrencia de la manufactura norteamericana
y europea.
Este mismo fenómeno se había presentado ya en 1918, después de la
primera guerra mundial. El gobierno de entonces abrió el mercado
a la importación y poco tiempo después, los industriales, que habían
servido mal o bien al país, se vieron arruinados de la noche a la
mañana, con el tremendo impacto que esto presuponía para la economía
argentina.
Este fue el origen, que ocasionó un largo estudio de la situación
argentina, pues en la economía los problemas no son nunca aislados
ni parciales. El consumo, la producción, la industrialización y
la distribución sin actividades estrechamente conexas. Fue así que
un problema de protección se transformó, a poco de considerarlo,
en un problema de industrialización.
La evolución natural de las comunidades nacionales, marca en la
historia de las naciones, etapas de superación. De pueblos pastores,
pasan a pueblos agricultores para, finalmente, llegar a comunidades
industriales. Las etapas no se aceleran pero tampoco pueden detenerse.
De modo que si un pueblo debe o no industrializarse no depende de
que a un “héroe” de éstos se le ocurra o no hacerlo.
La necesidad de la industrialización surge de las condiciones generales
de la evolución y se impone en particular más por necesidades demográficas
que por otras consideraciones, además de las necesidades de la economía
colectiva.
El caso de nuestro país es de una elocuencia inconstratable. La
República Argentina, con una población cercana a los veinte millones
de habitantes, ha llegado a un alto grado de su evolución técnica
y cultural, como asimismo en su aspecto económico, ha creado el
problema de la alta concentración demográfica.
Abstrayéndonos de otras consideraciones en beneficio de la síntesis,
podemos afirmar que las tres cuartas partes de su población es ya
de carácter urbano y una cuarta parte rural. En otras palabras,
que mientras cinco millones de argentinos producen la comida y los
márgenes de explotación, quince millones que pueblan las ciudades
y los pueblos deben dedicarse a otras actividades.
Considerando que, cinco millones en las ciudades, se dediquen al
comercio, a actividades profesionales, etc., nos quedarían unos
diez millones de habitantes, de los cuales, por lo menos cinco millones,
son adultos útiles para el trabajo industrial.
Si no industrializáramos al país en estas circunstancias, quince
millones de habitantes tendrían que vivir a expensas de la producción
agropecuaria, mientras cinco millones útiles, por falta de trabajo,
tendrían que pulular ociosos en las ciudades y pueblos.
Este problema será cada día más grave con el aumento de la población
y la disminución de necesidad de mano de obra que la mecanización
agro trae parejada.
En cambio, nada más justo ni conveniente, que las masas rurales
provean a las ciudades, en tanto las masas urbanas mediante la producción
industrial provean al agro. Esto establece un verdadero equilibrio
y permite cerrar un ciclo interno de economía tonificada en la complementación,
que estimula la producción, la transformación, la distribución y
el consumo.
Si estas consideraciones imponen la industrialización argentina,
el actual estado de cosas en el intercambio de materias primas por
manufacturas, aconseja acelerar el proceso.
En efecto, actualmente se paga por la materia prima que exportamos
precios insuficientes, en cambio, se nos cobra precios abultados
por la manufactura que recibimos en pago. Esto, sin considerar que
no exportamos nuestro trabajo manufacturado y sobre ello importamos
el trabajo manufacturero extranjero manteniendo así a los obreros
de Nueva York o de Detroit o de Francia, o Italia, mientras privamos
de trabajo a nuestros trabajadores.
Finalmente, aun por razones de defensa nacional, la industrialización
se impone. En el mundo moderno la industria es el único factor decisivo
de fuerza que no puede improvisarse ni reemplazarse. La independencia
estratégica es inseparable de la independencia industrial.
Por eso, dan ganas de llorar cuando se leen algunas declaraciones
desaprensivas e incoherentes, sobre la preeminencia de la producción
sobre la industria, que indican ligereza o incomprensión irresponsable.
Nadie discute la importancia de la producción agraria, siempre que
no sea en detrimento de la industrialización del país, como aparece
en las peregrinas ideas de estos ignorantes.
Es dentro de estas ideas y conceptos que ya en 1945, decidimos colocar
en el primer plan quinquenal, todo un programa de industrialización
que comprendía:
Primer plan quinquenal: proteger la industria instalada, consolidarla
y extenderla lo necesario para completarla.
Segundo plan quinquenal: desarrollo integral hasta la industria
pesada y de materia prima en volumen limitado a las posibilidades
financieras y técnicas.
Tercer plan quinquenal: expansión industrial hasta las necesidades
nacionales y perfeccionamiento integral.
Estos planes se han ido cumpliendo con matemática exactitud con
empresas nacionales estatales y privadas y con el concurso de numerosas
y prestigiosas firmas extranjeras radicadas con abundante capital
financiero y técnico. Mediante esta acción ha evolucionado la industria
en forma portentosa. En 1946, cuando tomé el gobierno, no se fabricaban
en el país ni los alfileres que consumían nuestras modistas. En
1955 los dejo fabricando locomotoras, camiones, tractores, automóviles,
motocicletas, motonetas, máquinas de coser, escribir y calcular,
etc, y construyendo vapores.
En estos días me enteré que estos bárbaros han dejado sin efecto
el Segundo Plan Quinquenal. Lo lamento por la secuela de terribles
inconvenientes que ello acarrearía a los hombres encargados de la
ejecución de toda obra contenida en ese plan, y también por la desocupación
de mano de obra que esta paralización acarreará. Sin duda esa desocupación
es lo que se quiere producir para “tirar abajo” los salarios.
3. Acción política
No es un secreto para nadie que hasta 1945, en que se realizó la
elección presidencial que me llevó al poder, controlada por el Ejército
y elogiada por los propios adversarios, todos los actos electorales
fueron fraudulentos.
La nuestra ha sido siempre una democracia asentada sobre una infamia:
el fraude. Es que la democracia a fuerza de ser “amada” y “manoseada”
por todos, ha terminado por prostituirse.
En la República Argentina se ha tecnificado el fraude electoral.
Hay varios tipos y sistemas. Los que se realizaban en el Correo,
los que se realizaban en la mesa, la cadena, el voto marcado y el
de prepotencia (voto cantado). En todos ellos se trataba de sacar
los votos y reemplazarlos por otros preparados de antemano y hasta
se dio el caso, de encontrar, durante un escrutinio los votos atados
con un piolín dentro de las urnas. El más usual y moderno, cuando
ya se habían ya agotado en absoluto la vergüenza y el pudor, fue
el “sistema de prepotencia”. Consistía en firmarle la libreta al
elector y antes que éste sufragara le decían “ya votó”. Si preguntaba
por quién, siempre habían un malevo de comité que, con voz aguardentosa
le contestaba: “no sabés que el voto es secreto”.
Parecerá un cuento, tan terrible ha sido la situación argentina
que cualquier hombre civilizado se resiste a creer que puedan aún
suceder semejantes cosas. Sin embargo es real, de toda realidad.
Por lo que se ve, estos “libertadores de opereta” instaurarán de
nuevo sus sistemas, esta vez, como antes, en nombre de la libertad
y la democracia.
Han comenzado a declarar que el Partido Peronista es totalitario
y que en consecuencia no está de acuerdo con las ideas democráticas
del Pueblo Argentino que lo repudia. Por eso ellos lo declaran fuera
de la ley y no le permiten concurrir a elecciones. Si el Pueblo
lo repudia, ¿por qué no lo dejan? No sacará ni un voto.
Se ve claramente que todo es una inicua simulación, ni a ellos les
importa un rábano la democracia, ni el Partido Peronista es totalitario.
Lo que sucede es que si vamos a elecciones libres y sin fraude,
le ganamos a todos los partidos juntos por más del 70% de los sufragios,
como lo hemos hecho antes. Quizá hoy, con esta acción “inteligente”
de los “libertadores”, obtuviésemos el 80 ó 90%.
Lo que se desprende claramente de toda esta tramoya, es que se prepara
una reedición de los famosos fraudes electorales. Nosotros desterramos
los sistemas y dijimos que “la era del fraude había terminado”.
Se equivocan estos señores si piensan que al Pueblo argentino de
hoy aceptará una elección fraudulenta. Pobre el gobernante que hoy
llegara al gobierno como producto del fraude.
Nuestra acción política durante los años 1945 hasta 1955 se dirigió
a afirmar la soberanía del Pueblo, haciendo lo que el Pueblo quería
y no defendiendo otro interés que el Pueblo. Esta gente, realmente
enemiga del Pueblo, hará lo necesario para entronizar de nuevo a
la oligarquía conservadora clerical tratando de destruir las instituciones
populares creadas por nosotros para defender los derechos y las
reivindicaciones alcanzadas por la masa popular.
Nosotros apoyamos nuestro gobierno en los trabajadores, que actuaron
en el Poder Ejecutivo y en el Congreso Nacional, además de participar
en todas las ramas de las administraciones provinciales. Más de
tres mil dirigentes obreros participaron permanentemente en el gobierno
y la legislación argentina, durante el régimen justicialista.
Ellos han desenterrado una legión de “animales sagrados” que ya
dormían el sueño senil de los olvidos, para ponerlos al frente de
una evolución hacia atrás que propugna. Se trata, según han declarado,
de volver todo al año 1943, como si la historia tuviera la reversibilidad
de un par de calzoncillos.
El movimiento justicialista ha dejado al país una constitución moderna
y popular y le ha inculcado al Pueblo una doctrina política que
nadie podrá ya destruir, a pesar de las calumnias y mentiras que
lanzan todos los días. Para persuadir hay que estar convencido y
esta gente nada tiene ni en el cerebro ni en el corazón, por eso
no se convencen ni así mismos. La mística emergente de una doctrina
justa, libre y soberana ha hecho presa al hombre del Pueblo, encarnándose
profundamente en las masas. Podrían destruir a Perón, pero lo que
les dejé en el alma de cada peronista, eso no lo destruirán jamás,
ni con discursos, ni con sermones, ni con mentiras, ni con calumnias.
V. OTRAS ACCIONES DEL JUSTICIALISMO
En la enseñanza
Hasta el advenimiento del justicialismo, la enseñanza estaba sólo
al alcance de la oligarquía. El hijo de un hombre del Pueblo no
podía nunca llegar a la enseñanza secundaria y menos aún a la universitaria,
por la simple razón del dinero.
Al establecer nuestro gobierno la absoluta gratitud de toda la enseñanza,
abrimos las puertas de la instrucción y la cultura a todos los hijos
del Pueblo. Se terminó así con la odiosa discriminación y se dio
acceso a todos por igual, para que de acuerdo con sus aptitudes,
pudieran labrarse su porvenir.
La creación del Ministerio de Educación de la Nación, posibilitó
asimismo dedicar una gran actividad y los fondos necesarios para
encaminar y costear las diversas disciplinas escolásticas, científicas
y técnicas.
En 1945 las personas que estudiaban en la República Argentina no
pasaban de los dos millones. En 1955, cuatro millones de estudiantes
poblaban las aulas en la enseñanza primaria, secundaria, universitaria,
técnica y especial.
Los fondos dedicados a la educación pasaron de quinientos millones
en 1945 a tres mil millones en 1955.
Recibimos el país con casi el 15% de analfabetos entre niños y adultos
y, todos los años, más de doscientos mil niños no podían concurrir
a la escuela primaria por falta de asientos en las escuelas del
Estado. Lo devolvemos con sólo el 3% de analfabetos adultos y hoy
todos los niños, sin excepción, pueden cumplir sus estudios primarios,
secundarios, universitarios, técnicos y especiales.
El estado de los edificios escolares era calamitoso cuando en 1946
nos hicimos cargo del gobierno. Se había dado el caso del derrumbe
del techo de una escuela, hiriendo a numerosos niños. En otros casos,
las escuelas funcionaban en ranchos inapropiados.
En 1945 el déficit de edificios para escuelas de todo tipo pasaba
de los diez mil. Nosotros en los ocho años de gobierno construimos
ocho mil escuelas confortables y grandes. (Casi a razón de tres
escuelas por días). Sólo en los primeros años del primer plan quinquenal,
se construyeron más escuelas que en todo el resto de la historia
argentina.
Ya en 1945, siendo Secretario de Trabajo y Previsión, creé las Escuelas
de Aprendizaje y Orientación Profesional, destinadas a formar operarios,
técnicos y profesionales. Hasta entonces los niños pobres aprendían
sus oficios como aprendices en las fábricas y talleres y en medio
del dolor de la injusticia y explotación que allí existía. No era
esa la mejor escuela para formar operarios de la Nación.
Este régimen permitió encarar la enseñanza de grandes núcleos de
población constituida por los niños que habiendo terminad el ciclo
primario, por diversas causas, no seguían el secundario. Este contingente
resultaba, en todo el país, casi el setenta por ciento de la población
escolar. Hoy, después de ocho años, estas escuelas dan un total
de casi cien mil operarios anuales altamente capacitados, para todas
las actividades manuales, después de haber cursado los tres años
en las escuelas de la Dirección Nacional de Aprendizaje y Orientación
Profesional.
De estos mismos operarios egresados, luego de algunos años de práctica
en las fábricas y talleres pueden seguir los cursos en las escuelas
técnicas para egresar como “técnicos de fábricas” y luego pasar
a la Universidad Obrera para obtener el título de Ingeniero Técnico.
Con esto hemos terminado con un estado de cosas que evidenciaba
una fragante injusticia: había escuelas para los que podían costearse
los estudios en las profesiones liberales; para los pobres, en cambio,
no sólo no las había, sino que ellos eran arrojados, aún niños,
a los talleres para formarse en el trabajo y el resentimiento. ¡Linda
manera de hacer Patria! Estos son los “libertadores”…
Creamos asimismo y con objetivo similar numerosas escuelas y centros
tecnológicos en todo el país que actualmente escalonan en el territorio
nacional verdaderos centros de irradiación formativa.
Ampliamos y extendimos la acción de las universidades argentinas
llevando de veinte a cien mil la población estudiantil universitaria
y dando lugar a que numerosos latinoamericanos se incorporaran a
ella. Sólo en la Universidad de Buenos Aires, quince mil estudiantes
de Latinoamérica, siguen los cursos de las diferentes profesiones.
En 1945 no pasaban de mil en todas las universidades reunidas. Algo
ha de haber pasado en estos ocho años en las Universidades argentinas
para que así sea.
El espacio de esta síntesis no me permite extenderme en numerosos
aspectos de la extraordinaria obra realizada en esta rama del gobierno
pero, si algo fue extraordinario en esta obra, fue precisamente
la nueva orientación nacional dada a la enseñanza para destruir
la colonialista que existía.
En la libertad de cultos
En la Argentina, por disposición constitucional, si bien el Presidente
debe ser católico, tiene la obligación de hacer respetar la libertad
de cultos. Esta simple y justa prescripción tiende a asegurar una
libertad esencial que nadie se atreve ya a discutir en el mundo,
por lo menos en público.
Sin embargo, puedo afirmar, con la experiencia dura de los hechos,
que es menester poseer un gran carácter y una fuerte energía para
imponerse a los sectarios y poder cumplir el juramente empeñado
a la Constitución y a la Patria.
Son muchos los que en nombre de la religión vienen a inducirle a
uno a la persecución. Un día es a los judíos, otro a los protestantes
y luego a los masones, como si un presidente, por ser católico,
debiera pasar a ser instrumento de persecución, en reemplazo de
la ineptitud o incapacidad moral de los pastores encargados del
culto.
La primera cuestión que se me trajo fue la invasión protestante
a Formosa, donde algunos pastores inculcaban su culto. Yo contesté
que en la República Argentina había libertad de culto y que mi deber
era ampararla y que así como no me parecía bien que los sacerdotes
se metieran en política, tampoco creía prudente que los políticos
nos metiéramos en los cultos. Luego se nos insinuó la inconveniencia
de que se hicieran espectáculos en las plazas y las calles con motivo
que algunos cantaban y tocaban el acordeón. Yo dije que mientras
otras religiones hicieran procesiones en la calle, yo no podía impedir
que ellos lo hicieran a su manera.
Al hacerme cargo del Gobierno tuve un serio problema con la persecución
de los judíos. Se había dado el caso, en Paraná, Entre Ríos, que
desnudaron en la calle a un israelita y corriéndolo a golpes dando
un espectáculo bochornoso. No había día que alguna sinagoga no fuera
dañada con bombas de alquitrán o que en las calles apareciese algún
letrero ofensivo. Siempre he creído que estos son signos de barbarie.
La culpa recayó invariablemente en los nacionalistas. Un día llamé
a los dirigentes de esta agrupación y les hablé francamente. Ellos
me manifestaron que era totalmente falso que su movimiento cometiera
esos desmanes y tomaron contacto con las organizaciones judías.
Se estableció después, que las inscripciones eran de los nacionalistas
de la Acción Católica.
Con referencia a la masonería se me planteó también un problema
similar. Se me aseguró que en nuestro movimiento había masones infiltrados.
Yo respondí que no sabía, ni que me interesaba, porque mientras
fueran buenos peronistas no me importaba si pertenecían a una u
otra sociedad. Recuerdo entonces que uno me dijo: “Pero, Señor Presidente,
¿qué piensa usted de un masón?” “Lo mismo que de un socio de Boca
Júniors”, contesté, y terminó la entrevista.
Durante mi gobierno recibí indistintamente a los jefes de la iglesia
católica apostólica romana, como a los rabinos judíos, al representante
del Patriarca de Jerusalem y jefe de la iglesia ortodoxa de Oriente,
a los ortodoxos griegos, a los protestantes, a los mormones, a los
adventistas, a los evangelistas, etc., porque creí de mi deber no
hacer diferencias entre los pastores de los diversos sectores del
Pueblo Argentino. Jamás tuve inconveniente con ninguno de ellos,
excepto los católicos romanos, que no perdieron nunca la ocasión
de pedir, imponer, cuestionar las leyes, realizar negocios, armar
escándalos y hasta, durante mi gobierno, tuve la desgracia que el
crimen más horrendo cometido en los últimos veinte años, lo fuera
por un sacerdote católico apostólico romano, llamado Mazzolo, secretario
del Arzobispo de Santa Fe, Señoría Ilustrísima y Reverendísima Monseñor
Fasolino. Este cura se había casado en Rosario (Santa Fe) ocultando
su condición de sacerdote. Luego se instaló en una pequeña propiedad
en un pueblo suburbano. Con su mujer tuvo dos hijos. Un día asesinó
a su mujer, la descuartizó, la llevó en el cajón de su automóvil
y arrojó sus fragmentos en diversos lugares del Río de la Plata,
después de destruir los posibles elementos de identificación.
En la organización del Pueblo
Una de las mayores preocupaciones del movimiento justicialista en
el gobierno, fue la organización del Pueblo. Siempre he considerado
que una turba es una masa inorgánica.
Por eso, desde mi ascenso al poder me dediqué con verdadero ahínco
a organizarlo todo. Traté de crear un gobierno centralizado para
concebir y planificar, un Estado descentralizado para ejecutar y
un Pueblo libremente organizado para producir.
Confieso que no tuve inconveniente alguno para conseguirlo, pues
persuadí a la gente poco a poco de la necesidad de que, dirigentes
representativos de las distintas actividades, pudieran colaborar
con el gobierno haciendo escuchar sus opiniones y defendiendo los
intereses de las organizaciones que representaran.
Comencé por las organizaciones obreras. Encomendé a sus dirigentes
que me redactaran un “Estatuto Legal para las Asociaciones Profesionales”
donde su larga experiencia estuviera volcada en su texto, mediante
prescripciones sabias y prudentes. La tarea no era fácil.
La historia del sindicalismo argentino era trágica. Por una parte,
por la acción injusta y prepotente de los gobiernos reaccionarios;
por otra, por la propia desunión de los dirigentes, ocasionada por
la gravitación política, especialmente de los socialistas, que,
con dirigentes burgueses, hacían un juego de engaño y traición a
la clase trabajadora.
Los gobiernos reaccionarios no habían previsto nada sobre organizaciones
profesionales porque así tenían libertad para actuar como poder
de policía. Se aducía para ello la prescripción constitucional que
establece que “todo argentino tiene derecho a asociarse con fines
lícitos”. Dejado así, en forma muy general y sin reglamentar, la
defensa de los intereses profesionales pasaba a ser un derecho muy
aleatorio, dependiente de la justicia que los reaccionarios manejaban
a su antojo.
En esas condiciones los sindicatos y centrales obreras funcionaban
con “espada de Damocles” pendiente sobre sus Comisiones Directivas.
En efecto, cuando se producía una huelga, la justicia las declaraba
“asociaciones ilícitas”, la intervenía y todos sus componentes iban
a dar con su humanidad a la cárcel.
Nosotros pusimos especial cuidado en el Estatuto Legal de Asociaciones
Profesionales que redactamos, en forma de neutralizar esta injusta
y abusiva maniobra para el futuro. Para ello establecimos que una
institución gremial de trabajadores no podía ser intervenida sino
por otra organización obrera de mayor jerarquía. Con esto le dimos
un privilegio indispensable para defenderla contra los gobiernos
prepotentes y malintencionados.
Su efecto no se ha hecho sentir frente a estos bárbaros de la dictadura
militar que masacraron a miles de obreros en Rosario, Avellaneda
y Buenos Aires y se animaron a intervenir la C.G.T. Es claro que
el móvil de esta gente subalterna al asaltar la propiedad privada
e intervenir la Sociedades Anónimas, no es político, sino simplemente
es robo; es una especie de saqueo organizado. Ello se hace notar
en la previsión con que descubren “donde hay dinero” o algo que
lo represente para lanzarse sobre ello.
La violación de la ley por la dictadura dará lugar a su hora a un
juicio en el que la Nación deberá resarcir los daños ocasionados.
En 1945, cuando se puso en vigencia el Estatuto Legal de las Asociaciones
Profesionales, existían tres centrales obreras. Mediante sabias
disposiciones de este estatuto se llegó a la central única que representa
también la única forma que los trabajadores tengan fuerza y dejen
de depender de los caudillos políticos que siempre simulando servir
a los obreros, en la realidad se sirven de ellos.
En 1950 la organización obrera era ya un baluarte inexpugnable con
C.G.T. y sus dos mil sindicatos capitalizados y potentes. Era una
organización temible para la reacción y aún para los políticos de
todos los partidos, incluso el peronista, porque su única política
consistía en la defensa de los intereses gremiales y profesionales.
Tenían sus diputados, sus senadores, sus ministros, tanto en el
poder federal como en los gobiernos provinciales, en los cuales
varios gobernadores hicieron honor a su condición de dirigentes
sindicales con gobiernos que fueron ejemplo de capacidad y honradez.
Otra de mis preocupaciones fue organizar la Confederación General
Económica, en la que se agrupasen los productores, los industriales
y los comerciantes. El objeto principal era que las fuerzas vivas
pudiesen llegar al gobierno con sus inquietudes y necesidades generales
y mantener con las organizaciones del trabajo una relación constructiva
a base de un trato justo y ecuánime.
Una de las conquistas más decisivas obtenida ya en 1945 en la Secretaría
de Trabajo y Previsión fue precisamente la oficialización de los
convenios colectivos de trabajo. Ellos podrían ser realmente efectivos
cuando su origen fuera una decisión conjunta de la C.G.T. y la C.G.E.
(Confederación General del Trabajo y Confederación General Económica).
Los empresarios al principio un poco desconfiados y remisos, decidieran
ya en 1951 la organización de la Confederación General Económica
a base de una federación de la producción, otra de la industria
y la otra del comercio.
Desde entonces, los convenios colectivos de trabajo pasaron a ser
acuerdos bipartitos por dos años, con lo que se consiguió una estabilidad
general de salarios, que con la congelación de precios y su control,
frenó la inflación y estabilizó el costo de vida, quizás como una
excepción en el mundo actual. Ello merced a los beneficios que siempre
trae aparejados la organización.
Recién entonces, los empresarios se dieron cuenta de las ventajas
que el sistema comportaba, cuando llegaron a olvidarse de las ruinosas
huelgas que siempre habían soportado. En la producción, una huelga
suele compararse a un incendio; tales son sus perniciosos efectos.
Con nuestro sistema hemos llegado a abolir totalmente las huelgas
sin ninguna intervención estatal, por la persuasión y acuerdo de
las partes.
Obtenida esta base comenzó la organización de la Confederación de
Profesionales, que encontró alguna dificultad por carencia de una
conciencia social solidaria que caracteriza a esta clase de actividades.
Las organizaciones estudiantiles llegaron a un alto grado de eficiencia
con la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), la Confederación
General Universitaria (CGU), la Confederación de Estudiantes de
Institutos Especializados (CEDIE), la Federación Americana de Estudiantes
(FAE) y la Organización Mundial Universitaria (OMU). Estas organizaciones
totalmente prescindentes de la política tenían por misión: la defensa
de los intereses estudiantiles y el desarrollo de la acción deportiva
en la juventud estudiosa.
Las instituciones mencionadas constituían, en el aspecto deportivo,
la Liga Estudiantil y, casi toda la organización era a base de clubes
donde los estudiantes podían incluso hospedarse para resolver el
difícil problema de su alojamiento, hasta nuestro tiempo, de un
aspecto calamitoso moral y materialmente considerado.
Las instalaciones, construcciones, alimento, alojamiento, etc.,
de estas instituciones fueron pagadas por el Estado desde que los
estudiantes pobres que las utilizaban no podían costearlas por sí.
Por otra parte la gimnasia y los deportes forman parte de la cultura
física que con la intelectual y la moral completan los estudios
modernos que dejamos al país.
Ahora he visto en los diarios la crítica a los gastos que hicimos
para dar un poco de salud, alegría y felicidad a nuestros muchachos.
Yo sé que estos “libertadores” hubieran preferido que ese dinero
fuera a sus manos, así ellos lo derrochaban en algo que justifica
las substracciones.
Sé también que todas estas instituciones han sido intervenidas y
sé también por qué. Las instituciones religiosas católicas de la
República Argentina, empeñadas en comprar nuestra juventud para
sus fines, se opusieron pertinazmente a que la juventud se organizara
por su cuenta. Ellos pretenden dirigirlas. Los muchachos son reacios
a sus procedimientos y a su sectarismo. Entonces los curas prefieren
que, si no son de ello, no existan organizaciones juveniles, ni
estudiantiles. Lo mismo nos ocurrió con los Campeonatos Juveniles
e Infantiles Evita, organizados por la Fundación Eva Perón.
Lo más probable es que estos “campeones de la libertad” traten de
destruirlas. Con ello conseguirán añadir un nuevo baldón a los muchos
que ya cargan sobre su conciencia un tanto desaprensiva, más por
inconsciencia e irresponsabilidad de lo que hacer, que por otras
razones. Un bruto suele ser peor que un malo, porque el malo tiene
remedio.
Sería largo enumerar las numerosas instituciones profesionales,
sociales, deportivas, etc., que apoyamos e impulsamos desde el gobierno
con una idea definida y una intención decidida en la organización
del pueblo. Creemos firmemente que la peor masa es la ignorante
porque puede ser fácil instrumento de los audaces y de los malintencionados.
En la organización, la comunidad encuentra su autodefensa.
En la salud pública
Aunque parezca increíble, hasta 1946 no existía en la República
Argentina un organismo estatal encargado de velar por la salud de
su población. Existía en cambio un Ministerio de Agricultura que
tenía una Dirección de Sanidad Vegetal y Animal. Interesaba más
la salud de los animales porque éstos tenían buen precio, en cambio
un hombre no se cotizaba ni en ferias, ni en mercados. Esta era
la Argentina que nosotros encontramos.
Se combatía la garrapata y la langosta en el norte, pero el paludismo,
que diezmaba su población, no había llamado la atención de los poderes
públicos. La lepra, en el litoral, era un problema serio. La tuberculosis
y la sífilis eran verdaderos flagelos nacionales ayudados por la
incuria de las autoridades. El tifus exantemático, la brucelosis,
el quiste idatídico y numerosas enfermedades iban tomando formas
crónicas en sectores de población regional.
Una de las primeras medidas de nuestro gobierno en 1946, fue crear
el Ministerio de Salud Pública, el que recibió la misión de organizar
la sanidad argentina, establecer normas generales de profilaxis,
estudiar los problemas planteados por las enfermedades endémicas,
lanzar una acción decidida para terminarlas y organizar las medicinas
preventiva y curativa en el país.
Sería largo historiar la acción proficua y decidida de este Primer
Ministerio de Salud Pública pero algunos datos estadísticos serán
elocuentes reflejos de esta acción. Mediante un nuevo sistema de
“dedetización” sistemática, se terminó con el paludismo en el país
en sólo dos años de acción intensa. En la actualidad hace cinco
años que no se conocen nuevos casos. En 1946 el índice de mortalidad
por tuberculosis era de 130 por cien mil, en 1954 ese mismo índice
era de 36 por cien mil. La sífilis y las enfermedades venéreas han
desaparecido en su casi totalidad con el empleo adecuado de los
modernos antibióticos. La lepra ha sido circunscripta a los leprosarios
preparados y habilitados que han permitido el aislamiento conveniente,
evitando los transmisores ambulativos.
De la misma manera se ha terminado con las epidemias de tifus exantemático,
brucelosis, etc., etc.
La organización sanitaria asegura ahora una vigilancia estatal sobre
toda epidemia propio o emigratoria, de modo que podemos afirmar
que, por primera vez, la población argentina está realmente protegida
contra ese peligro siempre latente.
En la medicina asistencial se ha dado un paso gigantesco. En 1946
no se disponía sino de siete mil camas en todos los hospitales existentes
tanto una población de casi quince millones, requería una existencia
mínima de quince mil camas.
Para subsanar este grave problema de carácter asistencial iniciamos
una política decidida de apoyo a la construcción de modernos policlínicos.
Los gremios más numerosos, las asociaciones mutualistas y otras
organizaciones recibieron el estímulo y el apoyo financiero del
Estado para llevar a cabo las construcciones. Para no cansar con
datos estadísticos de esta naturaleza, sólo deseo dar algunas referencias
generales. Sólo la Dirección General de Acción Social del Sindicato
Ferroviario construyó en estos ocho años: un gran policlínico central
de mil camas, veinticinco policlínicos menores regionales, etc.
La mayor parte de los gremios disponen ya de modernos policlínicos
o consultorios externos, según su capacidad económica.
La “Fundación Eva Perón” en un esfuerzo admirable desarrolla un
plan de habilitación de veintiocho policlínicos modernos en todo
el país, de los cuales cinco está ya funcionando con un total de
tres mil setecientas cincuenta camas, sin contar otros centros de
salud y readaptación que atienden una población de más de dos mil
quinientas personas alojadas.
Los viejos hospitales de la Capital Federal y de las provincias,
dependientes de las autoridades comunales, han recibido también
el aporte de numerosas mejoras en sus servicios, como asimismo las
Facultades de Medicina de las distintas Universidades construyeron
o mejoraron los hospitales escuelas correspondientes.
En este sentido, tan grande ha sido el impulso impreso a la sanidad
asistencial que, en la actualidad, se encuentran instaladas más
de quince mil camas en servicio, es decir, nosotros en ocho años
hemos habilitado en modernos y confortables policlínicos, más camas
que en toda la historia de la sanidad argentina.
La medicina preventiva ha recibido un impulso extraordinario. Las
revisaciones periódicas, los catastros pulmonares permanentes, desconocidos
en nuestro país, mediante sistemas económicos, van siendo generalizados
en casi todo el territorio. Solamente la Sanidad Escolar y la Fundación
Eva Perón, revisan y catastran anualmente a más de un millón de
niños que son seguidos atentamente en su desarrollo. Este mismo
proceso preventivo se extiende aceleradamente a la población obrera
de fábricas y talleres.
Cada día estamos más lejos de la orfandad legárquica, porque pensamos
que la conservación del material humano, es el índice de la mayor
riqueza en lo material y en lo humanista.
Podrán morir argentinos por miseria fisiológica, pero ya no mueren
más por miserias sociales. Los médicos nos han ayudado a nosotros
los estadistas, curando, pero no hemos nosotros ayudado menos a
los médicos con las medidas sociales de mejoramiento en la alimentación
y profilaxis que un mejor Standard de vida trae aparejado.
Estos “libertadores” no ven nada de esto. Total ellos recibieron
del Pueblo todo lo necesario para vivir gordos y ociosos. Hay una
conciencia que sólo vive en los conscientes. Los irresponsables,
a menudo sólo ven lo que nosotros no vemos, por eso suelen ser felices
a su manera.
En los deportes
En la doctrina justicialista se considera al hombre como un ente
sustible a la cultura, pero de acuerdo al viejo aforismo griego
todo en su medida y armoniosamente. Por eso, en la educación consideramos
como indispensable que el Estado influyera para formar un individuo
de perfecto equilibrio en sus cualidades y calidades esenciales,
mediante una cultura intelectual, una cultura física y una cultura
moral.
Sólo un individuo con un alma buena, con su cuerpo sano y vigoroso
y una mente desarrollada e inteligente, satisfará, en nuestro concepto,
una educación completa e integral.
Pensamos nosotros que un hombre sabio, si es un malvado, adquiere
mayor grado de peligrosidad para sus semejantes, de donde en la
educación es decisivo formar hombres buenos y prudentes, que grandes
eruditos al servicio del mal.
Para alcanzar los altos fines perseguidos por esta orientación se
organizó un sistema escolástico que permitiera, en la escuela, colegios
y universidades, cultivar la inteligencia y el alma mediante una
enseñanza intelectual y moral adecuada. En las palestras deportivas,
complemento de las anteriores, se debía, en cambio, fortalecer y
desarrollar el cuerpo y ejercitar con las virtudes viriles el espíritu
individual, la solidaridad y cooperación colectivas, mediante ejercicios
y pruebas apropiadas.
La antigua gimnasia aburrida y en general imperante debía ser reemplazada
por la práctica deportiva, entusiasta y activa, consubstancial con
el Pueblo en sus manifestaciones propias.
Dentro de estos conceptos, establecimos que los niños de escuela
primaria debían dedicarse a los juegos deportivos propios de su
edad y las escuelas disponer de pequeños campos deportivos, donde
dos veces por semana, los niños pudieran pasar por lo menos una
tarde o una mañana jugando al aire y al sol. Las escuelas y colegios
secundarios debían iniciar a los niños mayores de doce años en la
práctica deportiva, disponiendo al efecto de campos de deportes
cercanos propios o de los clubes existentes en las cercanías. Esta
acción era completada por los clubes de la “Unión de Estudiantes
Secundarios” (UES), organizados en todo el territorio de la República,
donde las muchachas y los muchachos podían dedicar las tardes y
las mañanas para cultivar los deportes de su preferencia y completar
su cultura general.
Con esa finalidad, el Estado construyó un gran club de varones en
Núñez con más de cien mil socios entre los estudiantes secundarios
y otro de mujeres en la Quinta Presidencial de Olivos, que contaban
con casi noventa mil niñas de los establecimientos secundarios.
En esos clubes además de la totalidad de los deportes se enseñaban
danzas clásicas y folklóricas, canto, arte escénico, pintura, etc.
En las provincias se habían organizado establecimientos similares.
Estos clubes eran gobernados y dirigidos por los mismos estudiantes
con el asesoramiento de profesionales.
En la rama universitaria, técnica y especial, organizada en forma
similar, funcionaban también en las confederaciones correspondientes
organizaciones similares.
Todo este personal deportivo se agrupaba en la Liga Estudiantil
Argentina (LEA) que anualmente debía realizar campeonatos propios.
Para niños y jóvenes que no fueran estudiantes, la Fundación Eva
Perón, mantenía sus clubes y anualmente organizaba los campeonatos
infantiles y juveniles, movilizando en todo el país, a casi medio
millón de niños y jóvenes deportistas.
El deporte en los adultos era dirigido y gobernado por la Confederación
General de Deportes que, reuniendo a todas las federaciones de las
distintas especialidades y el Comité Olímpico, formaba una entidad
privada, donde sus autoridades eran designadas por elección.
Este sistema dio resultados tan extraordinarios que el programa
actual de formar en el país cinco millones de deportistas, era ya
un objetivo asegurado. En estos ocho años la Argentina ganó varios
campeonatos mundiales y sus deportistas fueron mundialmente conocidos.
Se construyeron grandes estadios en toda la República y se iniciaron
en la práctica deportiva millones de jóvenes argentinos. En el homenaje
que los deportistas hicieron al Gobierno en agradecimiento que su
apoyo y su ayuda, delegaciones de todo el país desfilaron durante
cuatro horas ininterrumpidamente.
Por noticias de estos días me entero que todas las organizaciones
deportivas, por primera vez en la historia argentina, han sido intervenidas
por el gobierno. Tal medida, de una violencia y arbitrariedad sin
precedentes, evidencia la clase de gobierno que soporta el país.
Sin duda una cantidad de advenedizos tratarán de destruir las organizaciones
deportivas con grave perjuicio para el deporte argentino.
Igualmente han intervenido las organizaciones estudiantiles que
con tanto cariño levantamos nosotros, pero tengo fe en los jóvenes
y allí no conseguirán sino hacerse odiar por los muchachos y las
muchachas que no entienden ni soportan supercherías y son aún suficientemente
idealistas como para no pensar en conveniencias insignificantes.
El saldo de la “revolución libertadora” en este aspecto, anuncia
desastres como en lo demás; debemos esperar días mejores en que
nos sea dado poder seguir trabajando para el Pueblo Argentino. La
noche negra de la dictadura habrá quedado atrás, su triste memoria
será un incentivo para no volver ni la vista. El estigma de la traición
y el genio del mal habrán sido una vez más una lección para todos.
VI. LA AYUDA SOCIAL “FUNDACION EVA PERON”
Cubiertos todos los riesgos por nuestra previsión social y legislación
laboral, nos dimos cuenta que aún algunos sectores y riesgos no
habían sido alcanzados por nuestras meditadas previsiones. Es que
la comunidad es tan heterogénea en sus diversos componentes y problemas,
que difícilmente puede ser integralmente defendida en su conjunto
y en sus individuos por la simple previsión social.
Dentro del Pueblo mismo siempre hay familias y hay individuos (ancianos,
mujeres, niños y aún hombres) que no tienen derechos pero tienen
necesidades y miseria. En muchos casos ellos mismos son culpables
por sus vicios y sus disipaciones, pero ni aún esas causas disminuyen
las necesidades ni evitan las miserias. Culpables o no, necesitan
la ayuda humana de solidaridad que la comunidad está en la obligación
de atender.
Desde que el problema existe, una sociedad justa y provisora debe
atenderlo y resolverlo. Con este concepto altamente humanista nació
la “Fundación Eva Perón”. Se formó de la nada, como generalmente
se forman las grandes cosas cuando un corazón las anima y una fuerte
voluntad de bien las impulsa. La fuerza motriz fue Eva Perón; los
medios, la bondad y la generosidad infinita de nuestro pueblo; el
fin, aliviar un dolor o enjugar una lágrima allí donde existieran.
El precio pagado fue desproporcionado porque representó el sacrificio
de la propia vida de Eva Perón que la inmoló concientemente en beneficio
de los pobres y de los necesitados de todo orden, cualquiera fuera
la parte del mundo donde estuvieran.
Mandó miles de paquetes con comida y ropas a los niños alemanes
y japoneses en 1945, concurrió a Ecuador, Bolivia, Chile, Turquía,
Italia, en terremotos, inundaciones, etc. Vistió a los bomberos
de Londres en días difíciles. Llegó con obsequios a los niños pobres
del mundo sin excluir los Estados Unidos de Norte América, ni a
Checoslovaquia, a pesar de las diferencias.
En nuestro país millones de personas han recibido la ayuda oportuna
y necesaria que nadie le hubiese prestado a no ser la Fundación.
Sus hogares de tránsito, sus hogares escuelas, sus proveedurías,
sus policlínicos, sus colonias de vacaciones, su ayuda social directa,
su servicio médico integral, sus campeonatos deportivos, sus juguetes,
sus panes dulces y sus sidras, marcan una etapa en la vida argentina
suficiente para inmortalizar a esa extraordinaria mujer que fue
Eva Perón.
La ciudad infantil y la ciudad estudiantil son sus monumentos, donde
los niños de todos los tiempos recordarán que “al lado de Perón
hubo una humilde mujer que el Pueblo llamaba cariñosamente Evita”,
que dio su vida por verlos felices y mirarlos reír.
“Los libertadores” de esta revolución de criminales mandaron destruir
sus monumentos que el Pueblo levantó. Intervinieron la Fundación
Eva Perón, profanando sus locales con uniformes deshonrados, de
una marina sin gloria, cargada con el deshonor de la “Rosales”[i]
y que en un siglo la primera página de historia que escriben es
ésta de asesinatos, destrucción y profanación.
El mundo entero conoce a Eva Perón y el mundo entero sabe de su
obra y de su acción. No son precisamente estos anónimos filibusteros
de la revolución los que pueden empañar su gloria. Hay ataques que
honran. Este es uno de ellos.
La Fundación surgirá potente y pujante de esta prueba y un día cuando
ya ni se sepa que estos bandidos han existido en nuestra Patria,
la figura de Eva Perón surgirá serena y señora para indicar a las
generaciones argentinas el sendero del amor y la solidaridad.
VII. EL CASO “LA PRENSA”
El caso del diario “La Prensa”, de Buenos Aires, es una simple evasión
de impuestos. Lo complejo está precisamente en su existencia, su
administración y dirección.
En Buenos Aires no es un secreto para nadie que este diario hace
ya muchos años no pertenece a la familia Paz. Gainza es simplemente
un testaferro.
Si cuando este diario era de Paz fue una calamidad para el pueblo
argentino por representar la más cruda reacción oligárquica, desde
el momento que intereses extranjeros lo adquirieron pasó a ser un
puesto avanzado del colonialismo. Gainza Paz, fue simplemente una
pantalla para hacer creer que allí “no ha pasado nada”.
La dirección de “La Prensa” ha estado siempre en otras manos. El
ex embajador de Gran Bretaña, Sir Nelly, dice en sus memorias que
mientras estuvo en Buenos Aires (19451946), él personalmente redactó
los artículos de fondo del diario “La Prensa”.
En 1946 este diario estaba procesado administrativamente por la
aduana nacional, acusado de haber hecho uso indebido del papel de
diario que, como tal, estaba liberado de impuestos. Este proceso
databa ya de algunos años, de modo que cuando yo me hice cargo del
gobierno, me encontré ya con el proceso en marcha.
Además existía otra denuncia de otras evasiones impositivas ocasionadas
por simulaciones de servicios informativos a fin de refraudar al
Fisco en los impuestos a los réditos y eludir las disposiciones
cambiaras del Banco Central. A tal efecto, “La Prensa” había celebrado
contrato con una importante agencia informativa extranjera (U.P.),
contratando con carácter exclusivo sus servicios en la suma de quinientos
mil pesos mensuales. Esta suma, evidentemente exagerada, había llamado
la atención de la Dirección General Impositiva, ya que servicios
similares nunca pasaban de diez o quince mil pesos mensuales. Se
suponía que mediante este procedimiento doloso “La Prensa” giraba
sus beneficios evadiendo así la ley de cambios y defraudando al
fisco el impuesto a los réditos.
En los primeros meses del año 1946, el diario provocó un conflicto
con su personal que pedía mejoras semejantes a las acordadas en
los demás diarios de la Capital Federal. Era indudable que “La Prensa”
no se había distinguido nunca por su sentido social y era considerada
por todos sus obreros como un baluarte de la explotación capitalista
de los trabajadores.
Los vendedores del diario le exigieron asimismo mejores condiciones
para la venta ya que todos los otros diarios las habían acordado.
“La Prensa”, firme en su intransigencia, se negó a todo. Su personal
se declaró en huelga y el diario no salió. Era la primera vez en
muchos años que ello le ocurría. Con un grupo de “crumiros”[ii]
se pretendió hacer una demostración de fuerza en los talleres, los
obreros resistieron y hubo muertos y heridos.
Para evitar que se difamara al Poder Ejecutivo con el pretexto de
la libertad de prensa, decidí permanecer prescindente en el problema
y, mediante un mensaje al Congreso, le pasé el asunto a su consideración
y solución.
Comisiones de las Cámaras intentaron arreglar el conflicto sin resultado,
pues la intransigencia patronal era irreductible. Del mismo modo
el personal obrero exigía las mejoras que consideraba justas o en
su defecto no trabajaba.
Después de muchas gestiones y consideraciones, las Cámaras votaron
una ley expropiando el diario, ordenando pagar su valor y liquidarlo
en forma de asegurar el mejor provecho social.
El Poder Ejecutivo se limitó a cumplir la ley. Para ello fue necesario,
previamente, resolver los procesos pendientes por evasión de impuestos,
la justicia luego de largos y laboriosos diligenciamientos condenó
a la empresa al pago de las multas correspondientes, que debían
deducirse del precio para resarcir al Estado.
Hecho lo anterior, se liquidó la empresa; la compraron a medias
la Confederación General del Trabajo y el Sindicato de Vendedores
de Diarios.
“La Prensa”, que hasta entonces representaba los intereses contrarios
al Pueblo y a menudo de la Nación, comenzó a salir con una orientación
eminentemente popular. El mismo personal siguió en su puerto, pero
ahora como propietario.
Es indudable que este asunto dio mucho que hablar. Los “libertadores”
de la dictadura militar, prometieron devolverlo despojando a la
C.G.T. y al Sindicato, pero ellos compraron y pagaron de buena fe.
El fallo en firme ampara su derecho.
Veremos qué hacen “libertadores” que han de haber recibido dinero
con el compromiso de devolverla. No sería difícil que así como traicionaron
al país y a la fe jurada a la Nación, traicionen también a los capitalistas
que los financiaron y dirigieron hasta el momento de tomar el poder.
Ahora es más conveniente andar bien con la C.G.T. El traidor no
cambia, cambian los traicionados.
VIII. EL CASO BEMBERG
La familia Bemberg en la Argentina es algo así como un inmenso pulpo
venenoso que todo lo va emponzoñando y ocupando.
La corrupción de funcionarios públicos fue su especialidad. La “coima”[iii]
es una institución bembergiana. Penetró el Poder Ejecutivo, el Poder
Legislativo y el Poder Judicial. No hubo rincón de la Administración
Pública donde Bemberg no llegara con su corrupción.
Mediante este procedimiento delictuoso llegó a amasar una gran fortuna;
como Al Capone, se dedicó a la cerveza y constituyó el más extraordinario
monopolio, para estar también fuera de la ley en este aspecto. Sus
abogados fueron también famosos como lo son en el foro los que se
dedican a esta clase tan torcida del derecho.
Bemberg fue tomando todas las cervecerías del país después de arruinar
a sus legítimos dueños por la competencia desleal. Tomó todas las
fábricas de levadura y monopolizó las malherías. Era desde ese momento
el “Rey de la Cerveza”; como tal, había terminado con todos. Obtenido
esto, se dedicó a la yerba mate y tal vez habría creado otro inmenso
monopolio si las cosas no hubieran cambiado con la muerte de “Don
Otto”.
A la muerte de este señor sus herederos iniciaron juicio sucesorio,
de esto hace casi veinte años, y con gran sorpresa para el fisco,
su fortuna se reducía sólo a seiscientos mil pesos. Terminado el
juicio, frente a tan insólita y absurda simulación, el Consejo Nacional
de Educación denunció la evasión de impuestos y el asunto pasa a
la justicia federal. Allí el juicio durmió el suelo de las cosas
olvidadas durante quince años, en los que los herederos Bemberg
han de haber movido algunas “influencias” para que “no se hablara
más del asunto”. “Hijos de tigre, tenían que salir overos”.
En 1946, cuando recibí el gobierno y no tenía ni noticias del “caso
Bemberg”, un señor José Luis Torres inició una campaña en los diarios
y por folleros, sobre esta defraudación al fisco.
En ese entonces se había creado el Ministerio de Educación, en reemplazo
del antiguo Consejo Nacional de Educación, que era quien percibía
los impuestos a la herencia y las herencias vacantes. Pedí al ministro
que estudiara el asunto y cumpliera la ley. Desde entonces el juicio
marchó.
Sería largo historiar todo lo que se comprobó en ese juicio que,
por otra parte, ha sido publicado en extenso:
Las demandas eran de dos caracteres: una por defraudación al fisco
y otra por monopolio. Eran tan abrumadoras las pruebas que ambos
juicios aunque largos y laboriosos, terminaron condenando a la sucesión
Bemberg y ordenando la liquidación de sus bienes en rebeldía porque
todos los Bemberg habían desaparecido del país. Se comenzó la liquidación
pero mientras se estaba en ello, se comprobó que algunos testaferros
actuaban para adquirir para Bemberg lo que el mismo Bemberg vendía.
Esta superchería hizo que el Congreso tomara cartas en el asunto
y dictara una ley especial sobre cómo debía hacerse la liquidación.
Mediante esta ley, dictada en resguardo de la justicia misma, fue
posible que el Estado tomara cartas en el asunto y procediera a
una real liquidación de los bienes. Mediante ello también fue posible
que el Sindicato de Cerveceros y afines de la República Argentina,
que agrupa a todos los obreros de Bemberg, pudieran comprar las
cervecerías y los establecimientos afines, pagando un precio justo
y convirtiéndose en propietarios, mediante el sistema cooperativo.
Tenemos más cerveza y es del Pueblo.
También en este caso los “libertadores” prometieron devolver a Bemberg,
que los “financió”, sus bienes, despojando a los obreros que compraron
de buena fe, mediante un fallo definitivo de la justicia y una ley
nacional que dispuso la liquidación.
Aunque estos “libertadores” han dado muestras de desconocerlo todo,
imagino que entre ellos habrán algunos que tengan algo de juicio
y conozcan algo de derecho, aunque generalmente en las dictaduras
militares el derecho suele ser la cosa más olvidada, más desconocida
y más aborrecida: los dictadores son el derecho. Por eso Cicerón
afirma: “La fuerza es el derecho de las bestias”.
IX. EL CASO DEL URUGUAY
Lo que la familia Bemberg fue en la Argentina, el Uruguay es en
Sur América. Aquélla acaparó cerveza, éste acapara democracia, pero
en mentalidad y procedimiento, no hay diferencias.
Yo nunca he sentido sino afecto hacia este pequeño país tan vinculado
al nuestro por lazos de sangre; tal es para mí así que, una de mis
abuelas era uruguaya, de la Banda Oriental como le llamábamos entonces.
Pero de un tiempo a esta parte, sus gobiernos se han puesto insoportables
por su mala educación y sus malas costumbres. La buena vecindad
la entienden siempre que nosotros seamos los buenos y ellos los
vecinos.
Cuando en 1946 me hice cargo del gobierno, el señor Batlle Berres,
que entonces era Presidente de la República Oriental del Uruguay,
me pidió una entrevista que dispuso fuera en el Río de la Plata,
donde nos encontraríamos el día y la hora que él también dispuso.
Yo creí que, con tanta exigencia, nos iría a dar algo, pero no fue
así.
Yo acepté y un día nos encontramos en el Río de la Plata cerca de
Carmelo, donde concurrí en el pequeño barco de la Presidencia y
él lo hizo en un barco grande pintado a rayas. La entrevista fue
relativamente cordial. Yo me acompañaba con Don Miguel Miranda,
Presidente del Consejo Económico, por si había “algo que recibir”.
Se trataron de algunos temas naturalmente “democráticos” y Batlle
Berres me leyó una declaración que haría de carácter también democrático
dirigida al Uruguay. Después fuimos al asunto. Se trataba que el
gobierno argentino permitiera pasar al Uruguay ganado sin cobrar
en dólares y que se hiciera una política cambiaria que permitiera
a los argentinos ir a veranear a Montevideo.
Con referencia al ganado, en ese año habían pasado ya en esas condiciones,
ochenta mil cabezas y el Presidente pedía cuarenta mil cabezas más
con la palabra que serían empleadas en el consumo y no en la exportación.
Consultado Miranda encontró inconvenientes porque en ese momento
había carencia de ganado en los frigoríficos. Sin embargo, tratando
de tener un gesto amistoso con el Uruguay, accedimos y prometimos
disponer lo necesario para hacer efectiva la entrega, siempre que
fuera para consumo y no para competidor en los precios con la exportación
argentina.
Prometimos ocuparnos de favorecer el turismo argentino a Montevideo
en lo que nos fuera posible, sin perjudicar nuestros balnearios.
Este fue el comienzo. Estábamos lejos de imaginar lo que ocurriría
después.
En el año 1947 comenzamos a padecer. Una campaña insidiosa se inició
en los diarios del Uruguay contra el gobierno argentino. Nadie le
hizo caso. Todos nos limitamos a exclamar, Va, es el Uruguay. Poco
tiempo después se inició por la radio la misma campaña, pero entonces
ya supimos que era Bemberg quien la financiaba y también agentes
de los Estados Unidos. Dijimos entonces, Dios los críe y ellos se
juntan.
Hasta entonces el gobierno disimulaba su intervención, aunque nosotros
sabíamos bien a qué atenernos.
En esa oportunidad explotó una bomba. Resultó que, quebrantando
su palabra, el Presidente Batlle Berres, con alguno de sus allegados,
había realizado un negociado con las cuarenta mil cabezas de ganado,
pedidas en nombre de su pueblo. Las habían hecho faenar en el Frigorífico
Nacional y las habían exportado en competencia con nuestras carnes,
lo que trajo una disminución en los precios.
Hicimos saber este hecho a la Embajada y como era natural, no recibimos
ni contestación. Dada la naturaleza de la cuestión, era lógico que
así fuera, pero desde ese momento no se autorizó más ventas de ganado
al Uruguay en esas condiciones.
La República Argentina compraba toda la arena para construcciones
en Carmelo, favoreciendo así a numerosos areneros y al intercambio
comercial entre los dos países. Mi acuerdo fijaba que ese intercambio
se produciría siempre por créditos recíprocos, a cubrir siempre
con mercaderías. En el año 1949 terminó el convenio y el Banco Central
de la República Argentina fue condenado a pagar en cuarenta y ocho
horas el saldo, que importaba unos tres millones de dólares. Esto
dio lugar a gestiones ante el gobierno uruguayo que contestó que
eran cuestiones del Banco Central, desentendiéndose del asunto.
Fue necesario pagar los tres millones de dólares en un día. Pero,
bien valía esto la experiencia.
Nosotros no podíamos, ni queríamos seguir pagando la arena en dólares.
Se organizaron las compañías areneras argentinas y hoy ciento cincuenta
barcos y casi diez mil obreros argentinos viven de esa actividad.
Uruguay ha perdido definitivamente el mercado.
Tan pronto esto sucedió, arreció la campaña radial y publicitaria
contra nuestro gobierno. El gobierno uruguayo tomó a sueldo a todos
los exiliados y traidores argentinos que encontró y sin el menor
reparo se organizó un comando revolucionario al que puso a su disposición
fondos y otros medios. Uruguay pasó a ser refugio de facinerosos
y un portaaviones de los que huían después de sus fracasados golpes
criminales.
Política peligrosa para el Uruguay, porque eso puede quedar como
un recuerdo, para devolver el favor cuando sea oportuno. A mi me
han visitado varias veces algunos uruguayos para hacer una revolución.
Yo los convencí de no hacerla y dije que no me prestaba para intervenir
en los asuntos internos de otros estados. ¡Francamente, hoy estoy
arrepentido!
El comportamiento miserable del Uruguay en 1947 con el Paraguay,
se ha repetido en 1955 con la Argentina, con la misma falsedad y
la misma hipocresía.
Se han quejado del cierre de la frontera, ocasionada porque estos
señores vivían del contrabando y de paso, nos inundaban de panfletos.
La misma queja debe sentirse entre los ladrones y criminales cuando
les cierran las casas.
Señores uruguayos: han perdido el derecho de invocar el honor porque
su gobierno ha conspirado contra un vecino y ha participado en la
lucha por el mismo móvil que los revolucionarios argentinos: el
dinero. Ellos lo cobraron en efectivo; ustedes en vacas, turismo
y radios. Dios los perdone. Todavía algún día hablaremos.
[i] El autor se refiere al naufragio de una nave de guerra argentina,
en la que perecieron los marinos, salvándose la oficialidad. (N.
del E.)
[ii] Matón, pendenciero, camorrista, pistolero. (N. del E.)
[iii] Cohecho, soborno. (N. del E.)

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