1861 - EL MISTERIO DE PAVÓN

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José Maria Rosa

Ilustración El Tomi (Télam, 2013)

Historiador Argentino, abogado y profesor universitario fue uno de los más respetados y consultados historiadores de la corriente que se llamó revisionista. Nació en Buenos Aires el 20 de agosto de 1906, en el seno de una familia tradicional cuyo bisabuelo, Vicente Rosa, llegado desde España en 1828 fue director de aduanas durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Su abuelo, José María, abogado de prestigio, llegó a Ministro de Hacienda de la administración de Julio Roca. Se recibe de abogado a la temprana edad de 20 años y luego de un breve paso como juez de instrucción se dedica a la enseñanza, tanto en cátedras universitarias como secundarias. De su experiencia como Juez de instrucción en Santa Fe sale su primer libro Más allá del código.

Su militancia política comenzó en las filas de la recientemente fundada Democracia Progresista pero sus interés por la historia lo llevó al encuentro con el pueblo real y subyacente.

Su segundo libro, de 1936: Interpretación Religiosa de la Historia, examina la historia como La Sociedad en el Tiempo, descartando las visiones institucionales, raciales, periodísticas o épicas.

Residió en Santa Fe, donde dictaba cátedras de derecho constitucional y en esa ciudad, junto con otros estudiosos de la historia fundó en 1938 el Instituto de Estudios Federalistas, desde donde se dictaron conferencias, se establecieron lazos con entidades similares en el país y en el exterior y a través de ellas se perfiló una vigorosa corriente de los que buscaban "revisar"
la historia y sobre todo mirarla desde un ángulo social.

En 1942 sale su primer libro de historia Argentina, "Defensa y Pérdida de nuestra independencia Económica" principio de una larga serie de publicaciones.

En 1945, ya sumado a la naciente corriente de pensamiento nacional de acción política, debió trasladarse a Buenos Aires por desinteligencias con el rectorado y algunos centros de estudiantes, fruto de su militancia política e histórica. Centra entonces su actividad en la universidad de La Plata, ejerciendo también la cátedra en colegios secundarios. Por entonces publica "Nos Los Representantes del Pueblo" y "La Misión García ante Lord Strangford".

La llamada "Revolución (fusiladora) Libertadora" lo deja cesante para luego encarcelarlo, en ocasión de la detención de su amigo John W. Cooke, a quién había dado refugio en su casa. Pasa 35 días incomunicado para luego participar en un gracioso y demencial interrogatorio por quien se denominaba "Capitán Ghandi" donde se lo acusaba de complicidad con el régimen depuesto... en 1852.

Luego de 70 días de prisión sale para militar más activa y decididamente, enrolándose en el fallido y trágico intento del General Valle del 9 de junio de 1956. La asustada reacción del gobierno "gorila" de entonces lo buscó para fusilarlo pero consigue pasar a Montevideo y de allí, aceptando una invitación del Instituto de Cultura Hispánica, que le promete la edición de su libro "La Caída de Rosas" Viaja a España donde permanece hasta 1958, ejerciendo el periodismo y dando conferencias en distintos ámbitos.

Vuelve para sobrevivir de lo poco que le producen sus publicaciones y artículos y eventuales cursos de historia, que da permanentemente en sindicatos de todo el país.

Su actividad tiene como marco el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, entidad de la que fue presidente muchos años. De esa época son sus libros "El Cóndor Ciego", "Rivadavia y el Imperialismo Financiero" y "Francisco Solano López y las montoneras Argentinas". A raíz de esta última publicación su nombre pasa a ser muy conocido en el Paraguay, a donde es invitado permanentemente a dar conferencias o asistir a eventos relacionados con el prócer máximo Paraguayo.

Mientras tanto participa activamente en lo que se llamó la resistencia Peronista convirtiéndose en uno de sus referentes más respetados y queridos. Es en ese período que el movimiento Peronista, antes indiferente toma con entusiasmo las banderas revisionistas y las hace suyas. Rosa integraría la comitiva de notables que van a buscar a Perón en el famoso vuelo charter del 1711-72.

Para entonces ya se había publicado su HISTORIA ARGENTINA. obra hecha por el en 13 tomos a los que luego de su muerte se le agregaron cuatro más.

El General Perón, en ejercicio de la presidencia, dispone que se haga cargo de la embajada en Asunción , considerando que su prestigio en Paraguay pudiese ser positivo para los intereses nacionales dado que en ese tiempo se jugaban en las cotas de altura de la represa de Corpus, la factibilidad de construir Yaciretá.



José María Rosa - El revisionismo

Muerto Perón, tuvo desinteligencias con el canciller Vignes y optó por aceptar la embajada en Atenas, donde permaneció hasta el golpe militar de 1976. Regresó a Buenos Aires, donde sus libros eran retirados de las bibliotecas y su nombre puesto en un "cono de silencio". Pero el viejo luchador no se resignaba a quedarse de brazos cruzados. Es así como se fundó la revista "Línea" (Por pretender abarcar a todo el pensamiento de la línea nacional), la voz de los que no tienen voz.

El propósito fue mantener viva la llama del pensamiento nacional y mostrar que subyacía otra Argentina llamada a renacer. No pudieron los militares acusar a Pepe Rosa de ser guerrillero solo porque su figura era demasiado visible y conocida. Pero buscaron todos los medios para acallarlo, desde el secuestro de la revista hasta los innumerables juicios entablados en su contra. Pero "Línea", cada vez con más coraje, salió adelante y fue la única voz distinta que se escuchó durante esos años de plomo.

Mientras tanto continuó con la publicación de libros y artículos en algunos medios que poco a poco se animaban a expresarse.

Su última batalla, que le costó el alejamiento de algunos amigos "nacionalistas" cortos de vista fue sobre la cuestión del Beagle, que casi nos había llevado a una tonta e irreparable guerra entre hermanos. Un folleto sobre los fundamentos de su posición en este tema está incluida en esta página.

Su vida se apagó el 2 de julio de 1991 muriendo en forma serena, como compensación a la vida de lucha que tuvo.

Estas páginas, iniciadas por el recuerdo de uno de sus hijos, fueron atrayendo los miles de anteriores discípulos y, es nuestra esperanza que ayuden a formar nuevos hombres en esta causa que se llama AMOR A LA PATRIA.

Libros de Jose Maria Rosa

DEFENSA Y PÉRDIDA DE NUESTRA INDEPENDENCIA ECONÓMICA El empréstito de Rivadavia y la entrega de nuestras posibilidades económicas termina con la ley de aduanas de 1835 -Ese es el comienzo de una prosperidad que termina en Caseros, cuando el proyecto es dejar de ser nación soberana.

RIVADAVIA Y EL IMPERIALISMO FINANCIERO La entrega de nuestra economía a cambio ventajas personales para Rivadavia y sus socios -La Agricultural -La Minning -Maniobras turbias en la bolsa de Londres
EL CÓNDOR CIEGO La extraña muerte de Lavalle Lavalle no pudo haber muerto como dijeron sus amigos. Tampoco como relató la partida Federal.

EL PRONUNCIAMIENTO DE URQUIZA De como el ejercito Argentino, preparado para una rápida victoria sobre el Brasil en una guerra ya declarada se pasa al enemigo por dinero. -Este libro es una versión abreviada de "LA CAÍDA DE ROSAS".

ANÁLISIS DE LA DEPENDENCIA ARGENTINA Historia económica de nuestra entrega y la pérdida de vocación de ser un gran país.

EL FETICHE DE LA CONSTITUCIÓN El país, luego de abandonar su vocación soberana en Caseros, se "dibuja" de acuerdo a un programa de desargentinización -Este libro es una versión abreviada de "NOS LOS REPRESENTANTES DEL PUEBLO"

Fuente: www.lucheyvuelve.com.ar
 


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Recuerdos de José María Rosa, a cien años de su nacimiento

Fue uno de los primeros en rescatar la figura de Rosas y generó polémica. En cartas inéditas, le habla a Fermín Chávez del dolor del exilio. Aquí, unos fragmentos.

Por Juan Manuel Bordón

Es la memoria de una memoria. Por estos días, a cien años de su nacimiento, se homenajea al historiador argentino José María Rosa. "Tenía una gran cabeza —cuenta su hijo—, se la pasaba leyendo y después escribía. Nunca lo vi consultando, todo pasaba en el teatro de su cabeza." Eduardo Rosa, difusor entusiasta de la obra de su padre, compartió con Clarín las cartas inéditas que éste le envió al historiador Fermín Chávez durante sus años de exilio.

José María Elihú Rosa nació en Buenos Aires el 20 de agosto de 1906. Se lo considera uno de los fundadores del revisionismo histórico, la escuela que surge en los años 30 con la intención de cuestionar la versión académica de la Historia. Una de las tareas más destacadas —y polémicas— de este hombre vinculado al peronismo fue el rescate de la figura de Juan Manuel de Rosas.

Las cartas dirigidas a Fermín Chávez comprenden un período clave en la vida del historiador: 1956 a 1958, los años del exilio en Uruguay y España. para evitar represalias por su participación en el fallido levantamiento del general Juan José Valle contra el gobierno de facto que encabezaba Aramburu; son también los años en que escribe y publica una de sus obras más importantes, La Caída de Rosas, un proyecto que sale de sus reflexiones sobre la caída de Juan Domingo Perón, en 1955. "¡Pero si esto es Caseros!", fue la reacción de un indignado Rosa ante la Revolución Libertadora.

"Como conspirador era pésimo", asegura su hijo. Pese a ello, esa actividad lo ocupa durante algún tiempo. En una de sus primeras cartas desde Montevideo, Rosa firma como Tomassini, el nombre que había adoptado co mo conspirador en la revuelta del general Valle. Además, escribe en clave comercial, como corresponde a un viajante de comercio, el personaje que representaba. "A mi vuelta encontré a los muchachos muy entusiasmados con el negocio", escribe en noviembre del 56. "Lástima que el Patrón no quiere novedades de ninguna clase ni introducir modificaciones en el negocio."

Para quien dude de que se trata de un texto cifrado basta una aclaración del hijo del historiador: "La única vez que papá ganó plata en su vida fue cuando recibió una herencia", contó. Hay pocas alusiones directas a Perón en sus cartas. Lo llama el Patrón, el Jefe, pero casi nunca lo nombra. "Todas las precauciones son pocas", escribe en enero de 1958.

En 1957, ya en España, el exilio de Rosa se torna amargo. "Me he dado cuenta ahora lo que es el exilio. Es una sensación de ausencia definitiva, de muerte, de no ser nada, de estar olvidado", escribe. Las cartas retratan a un hombre que no podía estar ausente de las circunstancias de su país. Dedica hojas enteras, a veces hasta los márgenes, a especular sobre la situación política argentina. También se intuyen los miedos de este memorioso: "Me choca que se me haya olvidado así. Nunca mencionan mis libros", le confiesa a Chávez.

Sin embargo, la impresión dominante es la del hombre apasionado por la historia: "De Caseros vivo y a él me tengo que consagrar. Casi no veo a nadie", escribe. El periodista Enrique Pedro Oliva, que compartió el exilio con Rosa, le contó a Clarín que "Pepe parecía que vivía en la Historia".

Las cartas a Fermín Chávez se interrumpen en 1958, el año de su regreso al país. Para Pepe Rosa empezaban años de militancia política en la resistencia peronista. También son tiempos de polémicas históricas que le garantizarían el recuerdo de adversarios y admiradores.

Fuente: Clarín, 21/08/06



La Historia que nos ocultaron


La derrota del pueblo

17 de septiembre de 1861, batalla de Pavón

Por José María Rosa

Chocan cerca de la estancia de Palacios, junto al arroyo Pavón en la provincia de Santa Fe, los ejércitos de Urquiza y Mitre. A Urquiza, a pesar de Caseros, lo rodea el pueblo entero; Mitre representa la oligarquía porteña. Aquél es un militar de experiencia, éste ha sido derrotado hasta por los indios en Sierra Chica. El resultado no parece dudoso, y todos suponen que pasará como en Cepeda, en octubre de 1859, cuando el ejército federal derrotó a los libertadores.

Parece que va a ser así. La caballería de Mitre se desbanda. Ceden su izquierda y su derecha ante las cargas federales. Apenas si el centro mantiene una débil resistencia que no puede prolongarse, y Mitre como Aramburu en Curuzú Cuatiá, emprende la fuga. Hasta qué le llega un parte famoso: "¡No dispare, general, que ha ganado!". Y Mitre vuelve a recoger los laureles de su primera – y única – victoria militar.

¿Que ha pasado? .. Inexplicablemente Urquiza no ha querido coronar la victoria. Lentamente, al tranco de sus caballos para que nadie dude que la retirada es voluntaria, ha hecho retroceder a los invictos jinetes entrerrianos. Inútilmente los generales Virasoro y López Jordán, en partes que fechan "en el campo de la victoria" le demuestran el triunfo obtenido. Creen en una equivocación de Urquiza. ¡si nunca ha habido triunfo más completo! Pero Urquiza sigue su retirada, se embarca en Rosario para Diamante, y ya no volverá de Entre Ríos.

¿Qué pasó en Pavón?.. Es un misterio no aclarado todavía. Se dice que intervino la masonería fallando el pleito en contra del pueblo, sin que Urquiza pagara las costas (las pagó el país), que un misterioso norteamericano de apellido Yatemon fue y vino entre uno y otro campamento la noche antes de la batalla concertando un arreglo, que Urquiza desconfiaba del presidente Santiago Derqui, que estaba cansado y prefirió arreglarse con Mitre, dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos. Todo puede conjeturarse. Menos que lo que dirá en su parte de batalla: que abandonó la lucha "enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate". ¡Urquiza con desmayos de niña clorótica! ..


Jorge Abelardo Ramos - Las masas y las lanzas 1810-1862. Clic para descargar.

LA MASACRE DEL PUEBLO

Derqui ingenuamente intentará la resistencia. El grueso del ejército federal está intacto y lo pone a las órdenes de Juan Saa, mientras espera el regreso de Urquiza. Lo cree enfermo y le escribe deseándole "un pronto restablecimiento para que vuelva cuanto antes o ponerse al frente de las tropas". Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver. A cuarenta días de la batalla, el 27 de octubre, el inocente Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por su salud y rogándole que "tome el mando".

La trompetería oligárquica anuncia la gran victoria, aunque Mitre no puede mover a los suyos de la estancia de Palacios porque no tiene caballada. Sarmiento, desde Buenos Aires, le escribe el 20 de setiembre: "No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos" (Archivo Mitre, tomo IX, pág. 363). Pero Urquiza quiere medidas radicales "o Southampton o la horca". En Southampton pasaba su ancianidad, pobre pero jamás amargado, Juan Manuel de Rosas.

Ni uno ni otro. Urquiza no será un prófugo. Quedará en Entre Ríos y no perderá ni el gobierno de esa provincia ni una sola de sus muchas vacas. Derqui, Pedenera, Saa, el Chacho Peñaloza, Virasoro, Juan Pablo López, esperan que vuelva Urquiza de Entre Ríos y en una sola carga desbarate las atemorizadas tropas mitristas. Por toda la República, de Rosario al Norte, vibra el grito ¡Viva Urquiza! en desafío a los oligarcas: todos llevan al pecho la roja divisa federal con el dístico "Defendemos la ley federal jurada. Son traidores quienes la combaten". Urquiza tiene trece provincias consigo y un partido que es todo, o casi todo, en la República. Se lo espera con impaciencia. Derqui suponiendo que es el obstáculo para el regreso del general, opta por eliminarse de la escena y en un buque inglés se va silenciosamente a Montevideo, renunciando la presidencia. Lo reemplaza Pedernera, que tiene toda la confianza de Urquiza. Pero Urquiza no viene.

Entonces las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas Irrazabal Flores, Paunero, Arredondo (todos jefes extranjeros) entran implacables en el interior o cumplir el consejo de Sarmiento. Hombre encontrado con la divisa federal es degollado; si no lo llevan es mandado a un cantón de fronteras a pelear con los indios. No importa que tenga hijos y mujer Es gaucho, y debe ser eliminado del mapa político. Todo el país debe "civilizarse".

Venancio Flores, antiguo presidente uruguayo, a las ordenes de los porteños, sorprende en Cañada de Gómez el 22 de noviembre al grueso del ejército federal que sigue esperando órdenes de Urquiza. Ahí están sin saber a quién obedecer, ni qué hacer. Flores pasa tranquilamente a degüello a la mayoría e incorpora a los otros a sus filas. Nuestras guerras civiles no se habían distinguido por su lenidad precisamente, pero ahora se colma la medida. Hasta Gelly y Obes, ministro de Guerra de Mitre, se estremece con la hecatombe: "El suceso de la Cañada de Gómez – informa – es uno de los hechos de armas que aterrorizan al vencedor... Este suceso es la segunda edición de Villamayor, corregida y aumentada" (en Villamayor, Mitre había hecho fusilar al coronel Gerónimo Costa y sus compañeros por el sólo delito de ser federales).

Esa limpieza de criollo que hace el ejército de la Libertad entre 1861 y 1862 es la página más negra de nuestra historia, no por desconocida menos real. Debe ponerse el país "a un mismo color" eliminando a los federales. Como los incorporados por Flores desertan en la primera ocasión, en adelante no habrá más incorporaciones: degüellos, nada más que degüellos. No los hace Mitre, que no se ensucia las manos con esas cosas; tampoco Paunero ni Arredondo. Serán Flores, Sandes, Irrazabal, todos extranjeros. Y los ejecutores materiales tampoco son criollos: se buscan mafiosos traídos de Sicilia: "En la matanza de la Cañada de Gómez – escribe José María Roxas y Patrón a Juan Manuel de Rosas, los italianos hicieron despertar en lo otra vida a muchos que, cansados de los trabajos del día, dormían profundamente" (A. Saldías: La evolución republicana, pág. 406).

Así avanza la ola criminal, estableciendo "El reinado de la libertad", como dice La Nación Argentina, el diario de Mitre.


Bartolomé Mitre y su ayudante de campo, José María Gutiérrez, después de la batalla de Pavón

Sarmiento sigue con sus aplausos: "Los gauchos son bípedos implumes de tan infame condición, que nada se gana con tratarlos mejor", dice el apóstol de la civilización. Los pobres criollos que caen en manos de los libertadores, solo pueden exclamar ¡Viva Urquiza! al sentir el filo de la cuchilla. Algunos consiguen disparar al monte a hacer una vida de animales bravíos.

Seguirá la matanza en Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja, mientras se oiga el ¡Viva Urquiza! en alguna pulpería o se vea la roja cinta de la infamia. Que viva Urquiza mientras mueren los federales. Y Urquiza vive tranquilo en su palacio San José de Entre Ríos, porque ha concertado con Mitre que se le deje su fortuna y su gobierno a condición de abandonar a los federales. Dentro de poco hará votar por Mitre en las elecciones de presidente.

"Pavón no es solo una "victoria militar – escribe Mitre o su ministro de Guerra – es sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos de la barbarie".

EL CHACHO PEÑALOZA

Fue entonces que se alzó la noble figura del general Ángel Vicente Peñaloza, llamado El Chacho por todos. Era brigadier de la Nación y jefe del III ejército nacional acantonado en Cuyo. Al ver que los libertadores proceden de esa manera, escribe a uno de ellos, el general Antonino Taboada, el 8 de febrero de 1862: "¿Por qué hacen una guerra a muerte entre hermanos con hermanos?", contraria a la hidalguía de la raza. No hay objeto porque Urquiza ya no vuelve más y los federales han aceptado su derrota. Pero de allí a exterminarlos, va mucho "¿No es de temer que las generaciones futuras nos imitaran tan pernicioso ejemplo?".

La carta es tomada como una provocación, y Peñaloza queda despojado de su rango militar y declarado indigno de vestir el uniforme. Las tropelías siguen: degüellos, saqueos, raptos, violaciones. En Guaja, Sandes ordena quemar la casa del Chacho, después de saquearla.

Peñaloza se revuelve como un jaguar herido. No tiene tropas de línea, ni armas, ni jefes, Pero su grito de guerra resuena por todos los contrafuertes andinos, y van a reunírseles cientos, miles, de paisanos que llegan con su caballo de monta y otro de tiro, agenciado quién sabe cómo. Con medio tijera de esquilar fabrican una lanza acoplándola a una caña Tacuara. Y el Chacho empieza sus victoriosas marchas y contramarchas de La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luis. La montonera crece y se hace imbatible. Poco pueden contra ella los ejércitos de línea formados por milicos enganchados o condenados a servir las armas: las cargas de los jinetes llanistas desbaratan a los ejércitos de la libertad.

Le ofrecen la paz, y el Chacho la acepta porque es un ingenuo. Cree en la sinceridad y buena fe de los libertadores. El no pelea para imponerse a nadie, sino para defender a los suyos. En La Banderita el 30 de mayo se firma el compromiso: no se perseguirá más a los criollos, y Peñaloza desarmará su montonera. José Hernández, el autor de Martín Fierro, cuenta la entrega de los prisioneros tomados por el Chacho: "Ustedes dirán si los he tratado bien – pregunta éste – ¡Viva el general Peñaloza! fue la respuesta. Después el riojano pregunto: – ¿Y bien? ¿Dónde está la gente que ustedes me apresaron? .. ¿Por qué no responden? .. ¡Qué! ¿Será verdad lo que se ha dicho? Será verdad que los han matado a todos? .. Los jefes de Mitre se mantenían en silencio,- humillados. Los prisioneros habían sido fusilados sin piedad, como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; sus mujeres habían sido arrebatadas por los vencedores". (Vida del Chacho, p. 176).

LA LEY MARCIAL

Todo es mentira en los libertadores. No habrá paz. Al Chacho lo han engañado valiéndose de su buena fe de caballero y de criollo. Apenas se licencia el ejército federal, que Sarmiento - ahora gobernador de San Juan y director de la guerra – incita o Mitre a no cumplir el compromiso: "Sandes está saltando por llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir en esta emergencia? Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállese la boca".

Recomienza la persecución de la gente. "Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía – escribe Mitre a Sarmiento –. Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al rango de reacciones, lo que hay que hacer es muy sencillo..." (D. F. Sarmiento Obras Completas, XIX 292). No dice lo que es sencillo, porque hay cosas que Mitre no escribe y debe ser entendido a medias palabras. Pero Sarmiento, que tiene otra pasta, reúne a los jefes militares, les lee instrucciones de Mitre y acota: "Está establecido en este documento la guerra a muerte... es permitido quitarles la vida donde se los encuentre".

Con todo hay en Mitre y Sarmiento un homenaje al derecho. Mitre debe dictar una cátedra para decir que debe aplicarse a la gente del Chacho la guerra de policía, Sarmiento debe aclararla que es a muerte, que Sandes y los suyos no tengan escrúpulos. Un siglo más tarde, la ley marcial se aplicará en la Argentina – sin retorcerla, ni interpretarla, ni valerse de subterfugio alguno – a todo prisionero vencido, aún a quienes se entregan voluntariamente, aún a los tomados antes de iniciarse las operaciones. Pero no estoy escribiendo sobre años tan estúpidamente crueles (*), de retroceso moral tan manifiesto, sino sobre cosas ocurridos hace un siglo cuando Sarmiento y Mitre – algo distintos a sus sucesores de 1956 – debían explicar con razonamientos especiosos, pero razonamientos al fin, porque aplicaban la ley marcial a los adversarios
Tiempos que Chacho con su generosidad criolla temía que llegaran si los libertadores de 1861-62 encontraban quienes los tomaran como modelo. "¿No es de temer que las generaciones futuras nos imitarán tan pernicioso ejemplo?" ... ¿Imitarán?

(*) Rosa escribía esto en 1964

Fuente: Periódico Retorno, 5/11/1964


Orden del día

[Caricatura de Mitre: El Mosquito]

El ejército porteño, al mando del General Mitre, entonces Gobernador de Buenos Aires, derrota al ejército confederado argentino en la batalla de Pavón (1861)

EL GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO DE LA CAPITAL (Bartolomé Mitre) SE DIRIGE A LAS TROPAS QUE LA HAN SALVADO

"Soldados del Ejército de la Capital: La paz está afianzada por la fuerza de vuestras bayonetas. El Ejército que os amenazaba no ha podido imponeros la ley de la violencia, ni destruir el orden de cosas creado por vuestra soberana voluntad, pues por el Tratado que ha firmado, y que el Gobierno ha puesto bajo vuestra salvaguardia, reconoce plenamente vuestra soberanía, deja el derecho y la fuerza en las mismas manos en que los encontró, y se obliga a evacuar el territorio del Estado sin pisar el recinto sagrado de la ciudad de Buenos Aires.

Guardias Nacionales de la Capital: Habeís probado una vez más que Buenos aires no necesita más trincheras que los pechos de sus hijos, pues con la mitad de la ciudad abierta, vuestras hileras han cubierto las avenidas, evocando los gloriosos recuerdos del pasado sitio, llenos de fe en el triunfo de la grande y noble causa que Buenos Aires ha sostenido por siete años, y que habeís hecho triunfar por la paz, como la habriaís hecho triunfar por la guerra.

Veteranos y Guardias Nacionales de Cepeda: Desde el campo de batalla os conduje a la Capital, después de quedar dueño de él, después de una retirada memorable, después de un combate nacional glorioso en que también tomásteis parte, y vuestra presencia ha contribuído poderosamente a salvar la Capital, cubriendo sus trincheras con la misma resolución con que en campo abierto y uno contra cuatro derrotásteis los batallones que se midieron con vosotros.

Compañeros de armas: Si hablo de esta manera interpretando el sentimiento público, es en nombre de la dignidad del pueblo de Buenos Aires, no estimulado por la vanagloria, ni el orgullo, para que todos comprendan, y sepan los propios y extraños, que lo que hemos alcanzado lo debemos a nuestros propios esfuerzos, a nuestra constancia, a la fidelidad, a los principios porque hemos derramado nuestra sangre, y que nadie puede jactarse de habernos impuesto la ley, ni ejercido respecto de nosotros actos de conmiseración.

Compatriotas armados: Mostraos dignos de la paz, como os habeis mostrado dignos de los grandes y dolorosos sacrificios de la guerra. Aceptad con nobleza la posición que los sucesos nos han creado, sin altanería, pero sin debilidad. Seamos fieles a los compromisos que hemos contraído, mantengámonos unidos, y probemos con nuestros hechos, que al ingresar nuevamente a la gran familia argentina, lo hacemos con nuestra bandera, con vuestros hombres, con los mismos principios que hemos sostenido por el espacio de siete años, dispuestos a sostenerlos con energía en las luchas pacíficas de la opinión, y a defenderlos aun a costa de nuestras vidas, si la violencia pretendiese atacarlos.

Soldados del Ejército de la Capital: Al bendecir la paz que el cielo y nuestros esfuerzos nos han dado, al abrir los brazos para estrechar en ellos a todos los hermanos de la familia argentina, no olvideis que en el recinto de Buenos Aires se han salvado una vez más los inmortales principios de la revolución de Mayo, y decid conmigo en este momento solemne: ¡Viva Buenos Aires! y que ese grito os aliente en medio de la paz a perseverar en la virtud cívica, como os ha alentado tantas veces en medio de las luchas sangrientas que hemos empeñado en defensa de nuestros derechos."

Vuestro General y amigo, Bartolomé Mitre

Fuente: Archivo Guido del Archivo General de la Nación.


La falsificación de la Historia

Por José María Rosa

El gran instrumento para desargentinizar la Argentina y hacer de la Patria de la Independencia y la Restauración la colonia felíz del 80 había sido la falsificación de la Historia.

No bastaba con la caída de Rosas ni con las masacres que siguieron a Pavón. Era necesario dotar a la nueva Argentina de una conciencia compatible con el dominio de una clase y el tutelaje foráneo. La patria ya no sería la tierra, o los hombres, o la tradición sino las instituciones copiadas, la libertad restringida, la civilización ajena.

Pero nuestra historia era el relato del nacimiento, formación y defensa de una nacionalidad. Había en ella -como en toda historia nacional- emoción de pueblo, gestos de conductores, coraje de auténticos patricios.

Por eso la preocupación primera de los hombres de Caseros, aun antes de la Constitución a copiar y los extranjeros para poblar, fue la falsificación del pasado: dotar a los argentinos de una historia "arreglada" (la palabra es de Alberdi), de "mentiras a designio" (la frase es de Sarmiento) que enalteciera la civilización ajena en perjuicio de la barbarie nativa.

Se amañó el pasado. Se adaptó (como en toda América) la leyenda negra de la conquista española: Juan María Gutiérrez, el rector de la universidad de Buenos Aires, hablaría de los crueles conquistadores y lujuriosos frailes que España nos mandó para nuestro mal. Se mostró a la Revolución de Mayo como un complot de doctores ansiosos de libertad de comercio y constituciones escritas; para llevar sus beneficios fueron Belgrano al Paraguay y San Martín a Chile y el Perú. No había tierra ni tradiciones; nada de eclosión turbulenta y magnífica de un pueblo que brega por su independencia; todo pasaba en una sola clase social; todo ocurría por móviles extranacionales. Don Bernardino Rivadavia, de vinculaciones con empresas británicas, que gobernó de espaldas a la realidad, dislocó el antiguo virreinato en cuatro porciones insoldables, e hizo dictar en horas de guerra internacional una constitución que levantó contra su gobierno a todo el país, fue presentado como el Grande Prócer de la Argentina.

El arreglo resultó fácil hasta los tiempos de Rivadavia, porque la "leyenda negra" había sido preparada por los enemigos de España retaceando y tergiversando auténticos materiales españoles, y la concepción minoritaria y extranjerizante de la Revolución existió realmente, sino en los patricios de 1810, en los mayos de 1838. Era cuestión entonces de ocultar la presencia del pueblo en las jornadas de 1810, en el grito de Asencia, en la noche del 5 al 6 de abril, y negarlo como montonera cuando irrumpió en el litoral llegando a la plaza de la Victoria en febrero de 1820. Se llamó anarquistas a los conductores de ese pueblo con Artigas a la cabeza, y se calificó de próceres a quienes buscaban por Europa el dominio extranjero que asegurase el dominio de su clase. San Martín y Belgrano no fueron como hombres de pensamiento político definido, ni expuestas sus opiniones sobre las cosas y la gente de la tierra, sino como héroes de alto, pero único, valor militar.

Con esos materiales se podía fabricar la historia de la primera década independiente, y avanzar en la segunda hasta el fracaso de Rivadavia en 1827 "por las ambiciones y barbarie de los caudillos". Fue lo que hicieron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Aquél en la Historia de Belgrano y la independencia argenta con alcance a la muerte del héroe epónimo en 1820; y éste en la Historia de la revolución argentina que llegaba hasta los tiempos de Dorrego en 1828.

No se podía avanzar más allá. Porque más allá estaba Rosas.

Y la época de Rosas era un problema.

Había una nacionalidad enfrentando las fuerzas poderosas de ultramar, un pueblo patriota imponiendose a una minoría extranjerizada, un jefe de extraordinarias condiciones políticas venciendo a los interventores extranjeros y sus auxiliares nativos. Debía pasarse por alto la creación de la Confederación Argentina, el entusiasmo y participación populares y sobre todo la defensa de la soberanía contra las apetencias foráneas. No se podían separar los "ejércitos libertadores" ni las "asociaciones de Mayo" de las intervenciones foráneas y su fondo de reptiles, ni disimular el cañón de Obligado, ni la victoria de los tratados de Southern y Lepredour, ni la derrota por Brasil cuando el Imperio adquirió al general (y con el general, el ejército) encargado de llevarle la guerra.

No. A la época de Rosas debía borrarsela de la historia argentina, negarla en bloque, condenarla sin juicio: tiranía y nada más.

Lo dijeron en claras palabras los legisladores que condenaron a Rosas como reo de lesa Patria. No lo hicieron porque así lo sintieran. Lo hicieron con la esperanza de que un fallo solemne impidiera una posterior investigación de carácter histórico por el argumento curial de la cosa juzgada. Lo dijo el diputado Emilio Agrelo. ("No podemos dejar el juicio de Rosas a la historia ¿qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿que el general San Martín le hizo donación de su espada? ¿que grandes y poderosas naciones se inclinaron ante su voluntad? No, señores diputados. Debemos condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales que nadie quiera intentar mañana su defensa"). Absurdo, pero así fue.

Para la enseñanza primaria y secundaria bastaba rellenar los años posteriores a 1829 con los cargos contra Rosas de los escritores unitarios al servicio de los interventores europeos. Pues como Aberdeen, Guizot y Thiers necesitaran presentar su empresa colonial como una cruzada de la Civilización contra la Barbarie (como se presentan en todos los tiempos, todas las empresas coloniales de todos los imperialismos), existía una abundante literatura de horrores cometidos por Rosas, que iban desde el incesto con su hija a la venta de cabezas de unitarios como duraznos por las calles de Buenos Aires, pasando por rostros adobados con vinagre y orejas ensartadas en alambres que adornaban su salón de Palermo.

La presentación del monstruo, que tanto había impresionado a la clientela burguesa de Le constitutionelle de Thiers, hasta arrancarle un apoyo a las intervenciones que llevarían la civilización a los sauvages sudamericains (no ocurrió lo mismo en Inglaterra, pese al Manchester Guardían y a los discursos de Peel, tal vez por el mayor sentido común de los británicos) serviría ahora para adoctrinar a los niños argentinos en el horror al "tirano" y la repudio a sus "secuaces". Todo lo que pudo servir contra Rosas (Tablas de sangre, novelas como Amalia, poesías condenatorias, alegatos de resentidos, chismes de comadres) fue vertido en dosis educativas en los libros de texto como definición de la "tiranía". Contra ella los auxiliares del imperialismo lucharon veinte años con patriótico desinterés, pues el Catecismo de la Nueva Argentina presentaba un gran demonio rojo –Rosas– perseguido sin tregua por unos ángeles celestes. Finalmente el Bien se imponía sobre el Mal como debe ocurrir en todos los relatos morales.

En la Universidad el cuadro variaba. Rosas seguía siendo el monstruo y sus enemigos los hombres de bien; pero su mayor crimen había sido postergar con argumentos fútiles por veinte años la ansiada constitución -objeto exclusivo de la revolución de Mayo– hasta caer por uno de sus tenientes (Urquiza) convertido oportunamente al constitucionalismo y la libertad. Llegó entonces la Constitución de 1853; pero como Urquiza tenía resabios federales debió esperarse hasta su derrota en Pavón para que los goces de la libertad se extendieran por toda la Argentina. El 12 de octubre de 1862, con la asunción de la presidencia por Mitre, se detenía "la historia". Más allá no había nada importante (fuera del corto epílogo del Paraguay para abatir a otro "tirano" monstruoso en beneficio de su pueblo oprimido) y solamente se registraba una galería de presidentes con fechas de su ingreso y egreso y alguna frase final sobre "los grandes destinos". Era cierto, certísimo que más allá de Caseros no había historia: las colonias felices, como las mujeres honestas, carecen de historia.

Fuente: José María Rosa, Historia Argentina, Tomo VIII, Buenos Aires, Ed. Oriente, 1977


La traición de Urquiza

Por Alberto Lettieri. Historiador
politica@miradasalsur.com

El 3 de febrero de 1852, el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, al mando del denominado Ejército Grande Aliado de América del Sur, puso fin a la extensa y pródiga etapa de la Federación rosista e introdujo definitivamente a la Argentina en la senda de la dependencia y el neocolonialismo. De este modo, un general procedente del bando federal propiciaba las condiciones para el éxito de una e1mpresa que ya habían ensayado infructuosamente Carlos María de Alvear, Bernardino Rivadavia, Juan Lavalle y José María Paz, entre otros: La primera enseñanza que podía extraerse de su acción era que la imposición de un modelo de sumisión neocolonial y de entrega del patrimonio nacional sólo había sido posible en virtud de la traición del enemigo interno, camuflado bajo una supuesta identidad nacional, ya que el liberalismo político no tenía fuerzas suficientes, por si solo o en alianza con intereses externos, para imponer semejante proyecto. La segunda enseñanza sería enunciada en forma premonitoria por José Hernández, en 1863, pronosticándole a Urquiza la muerte bajo puñal federal como consecuencia natural de su sucesión de traiciones.

En efecto, para sus contemporáneos quedaba en claro que, sin la defección de Urquiza, el proyecto hegemónico en clave dependiente del liberalismo porteño estaba condenado al fracaso. Durante su extensa gestión, Rosas había desarticulado cada una de las amenazas que se cernían sobre la causa nacional. Unitarios, liberales, bloqueos externos que incluyeron la complicidad de opositores internos –Lavalle, los denominados “Libres del Sur” y la “Coalición del Norte”, sumados a la guerra con la Confederación Peruano-Boliviana, durante la agresión francesa de 1837; el “manco” Paz, los gobiernos de Corrientes y de Montevideo y el dictador paraguayo Carlos Antonio López durante la intervención anglo-francesa iniciada en 1845–, la publicística europeizante de la generación del ’37, la nefasta acción de los exiliados en los países limítrofes… Nada de eso había conseguido quebrar la resistencia de Rosas ni mellar su liderazgo nacional. Por esa razón, unitarios y liberales jugaron su última carta a la ambición desmesurada de quien había forjado su liderazgo provincial bajo la tutela del Restaurador hasta convertirse en su principal lugarteniente. Algunas de sus acciones durante el bloqueo anglo-francés autorizaban a que los enemigos de la Nación mantuvieran encendida la llama de la esperanza. No estaban equivocados.

El día después de la gesta de Obligado. El bloqueo anglo-francés iniciado en 1845 había sido considerado como una especie de excursión por parte de los agresores, que descontaban una rápida victoria de la desmesurada fuerza de choque enviada a nuestras tierras. Sin embargo, la heroica gesta de Obligado inició una serie de combates que no sólo dilataron indefinidamente esa resolución, sino que comenzaron a cambiar el curso de la guerra. Luego de más de tres años de un conflicto que paralizó el comercio de exportación a través del puerto de Buenos Aires, los acreedores británicos y franceses manifestaron inocultables señales de fastidio, ya que al clausurarse la actividad comercial los pagos de intereses y vencimientos de la deuda pública nacional habían sido suspendidos. Ese malestar rápidamente se tradujo en presión sobre sus gobiernos, que se vieron forzados a solicitar la paz sin condiciones al gobierno de Rosas, abandonando todas sus exigencias previas. Los acuerdos Arana-Mackau (1849) y Arana-Lepredour (1850) significaron una rutilante victoria del patriotismo nacional, que inmediatamente alcanzó dimensión internacional y convirtió a Rosas en ícono de la lucha anticolonialista.

Paradójicamente este desenlace tan favorable para los intereses de la Nación en su conjunto, en lugar de propiciar la consolidación definitiva de la Federación rosista, significó el punto de inflexión hacia su desmoronamiento. En efecto, una vez desarticulada la amenaza bélica, los intereses corporativos locales pasaron a asumir la conducción de la oposición al modelo nacional, con el auxilio del poder financiero internacional y de los Estados que garantizaban sus intereses. Por su parte, desengañados por el fracaso de dos intervenciones fallidas de las potencias europeas, los publicistas liberales –y, en especial, Alberdi– se esforzaron para magnificar a través de sus escritos los perjuicios que una política sin concesiones en términos de soberanía como la sostenida por Rosas imponía a los ganaderos del Litoral. Esa prédica encontró por entonces terreno fértil dentro de una oligarquía que había visto mermados drásticamente sus ingresos durante el bloqueo del puerto, y que, ante la desarticulación experimentada por la vertiente política de unitarios y liberales, no podía temer ninguna sanción concreta de un eventual desplazamiento del Restaurador, ya que el recambio posible sólo podría producirse al interior del Partido Federal.

En ese punto, liberales, unitarios, comerciantes y ganaderos tenían en claro que el paladín de sus intereses egoístas y fragmentarios no podía ser otro que el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. Las razones eran diversas. Por una parte, si bien Urquiza era el principal lugarteniente de Rosas, la definición de una situación de paz sin adversarios de fuste a la vista, como la que se generó tras la derrota del bloqueo anglo-francés, necesariamente significaría una limitación de los aportes en ganado, armamentos y metálico que recibía del gobernador porteño. La paz no era negocio para el entrerriano. Pero había otra cuestión aún más importante: si bien Urquiza había mantenido su fidelidad a la Federación durante el bloqueo, el cierre del puerto de Buenos Aires y la situación de conflicto con Montevideo habían generado una considerable demanda de alimentos en la capital oriental, que pasó a convertirse en el mercado natural para los productos entrerrianos. El puerto de Montevideo, protegido por la flota anglo-francesa, había pasado a ser el canal natural para las exportaciones de los ganaderos de Entre Ríos. De este modo, Urquiza desempeñaba a la vez los roles de enemigo militar y aliado comercial del gobierno montevideano de Fructuoso Rivera. En la práctica, la libre navegación de los ríos interiores tenía vigencia en los ríos Paraná y Uruguay, canjeándose manufacturas por cuero, tasajo y yerba, y propiciándose la salida de oro del país con el aval de Urquiza, que obtenía además pingües ganancias de estas operaciones, que violaban frontalmente las disposiciones vigentes. La firma del acuerdo Arana-Mackau en 1849, que reconoció el monopolio portuario de Buenos Aires sobre el territorio nacional y la renuncia europea a la libre navegación de los ríos, fue evaluada con acritud por Urquiza, ya que así desaparecían las condiciones excepcionales que habían permitido el despegue de la economía y el comercio del Litoral en inmoral contubernio con el enemigo, según demostró oportunamente Pepe Rosa.

Triste, solitario y final. El liderazgo de Rosas transitó del esplendor al abismo sin solución de continuidad. Una serie de actitudes provocativas de la monarquía brasileña, avaladas por Gran Bretaña, forzaron la ruptura de relaciones en 1851, y significaron una señal inconfundible hacia Urquiza de que, en caso de rebelarse, contaría con apoyo externo. Hacia fines de ese mismo año, a través de su tristemente célebre “Pronunciamiento”, el entrerriano se negó a renovar la delegación de las RREE de la Federación a Rosas, lo cual significó en la práctica una declaración de guerra. Inmediatamente, el gobernador rebelde pasó a territorio uruguayo con los ejércitos de Entre Ríos y de Corrientes, a los que sumó un fabuloso aporte de tropas y recursos materiales del Imperio Brasileño, numerosos exiliados unitarios y liberales que no querían quedar al margen del reparto del botín de una eventual victoria, y el respaldo moral y financiero de los británicos.

Sin gloria y casi sin lucha, el 3 de febrero de 1852 Urquiza desarticuló de un plumazo el orden federal, y entregó a precio vil los bienes y la dignidad de la Nación a sus tradicionales adversarios. Así convertía en realidad el terrible fantasma que el Libertador José de San Martin veía cernirse sobre nuestro futuro en tiempos del reciente bloqueo: “El deshonor que recaerá en nuestra patria si las naciones europeas triunfan en esta contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Un nuevo orden colonial comenzaba a levantarse en suelo patrio: Urquiza lo había hecho posible.

03/02/13 Miradas al Sur
 

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