1861 - EL MISTERIO DE PAVÓN
NOTAS EN ESTA SECCION
José María Rosa
|
Recuerdos de José María Rosa, a cien años de su nacimiento |
La Historia que nos ocultaron
Orden del día de Bartolomé Mitre |
La falsificación de la Historia
| La traición de Urquiza, por Alberto
Lettieri
NOTAS RELACIONADAS
La guerra de la Triple Alianza
| Adolfo Saldías - Historia de la Confederación
| Mario O'Donnell - Juan Manuel de Rosas
| Bartolomé Mitre
  José
Maria Rosa
Ilustración El Tomi (Télam, 2013)
Historiador Argentino, abogado
y profesor universitario fue uno de los más respetados y consultados historiadores
de la corriente que se llamó revisionista. Nació en Buenos Aires el 20 de
agosto de 1906, en el seno de una familia tradicional cuyo bisabuelo, Vicente
Rosa, llegado desde España en 1828 fue director de aduanas durante el gobierno
de Juan Manuel de Rosas.
Su abuelo, José María, abogado de prestigio, llegó a Ministro de Hacienda
de la administración de Julio Roca. Se recibe de abogado a la temprana edad
de 20 años y luego de un breve paso como juez de instrucción se dedica a
la enseñanza, tanto en cátedras universitarias como secundarias. De su experiencia
como Juez de instrucción en Santa Fe sale su primer libro Más allá del código.
Su militancia política comenzó en las filas de la recientemente fundada
Democracia Progresista pero sus interés por la historia lo llevó al encuentro
con el pueblo real y subyacente.
Su segundo libro, de 1936: Interpretación Religiosa de la Historia, examina
la historia como La Sociedad en el Tiempo, descartando las visiones institucionales,
raciales, periodísticas o épicas.
Residió en Santa Fe, donde dictaba cátedras de derecho constitucional y
en esa ciudad, junto con otros estudiosos de la historia fundó en 1938 el
Instituto de Estudios Federalistas, desde donde se dictaron conferencias,
se establecieron lazos con entidades similares en el país y en el exterior
y a través de ellas se perfiló una vigorosa corriente de los que buscaban
"revisar"
la historia y sobre todo mirarla desde un ángulo social.
En 1942 sale su primer libro
de historia Argentina, "Defensa y Pérdida de nuestra independencia Económica"
principio de una larga serie de publicaciones.
En 1945, ya sumado a la naciente corriente de pensamiento nacional de acción
política, debió trasladarse a Buenos Aires por desinteligencias con el rectorado
y algunos centros de estudiantes, fruto de su militancia política e histórica.
Centra entonces su actividad en la universidad de La Plata, ejerciendo también
la cátedra en colegios secundarios. Por entonces publica "Nos Los Representantes
del Pueblo" y "La Misión García ante Lord Strangford".
La llamada "Revolución (fusiladora) Libertadora" lo deja cesante para luego
encarcelarlo, en ocasión de la detención de su amigo John W. Cooke, a quién
había dado refugio en su casa. Pasa 35 días incomunicado para luego participar
en un gracioso y demencial interrogatorio por quien se denominaba "Capitán
Ghandi" donde se lo acusaba de complicidad con el régimen depuesto... en
1852.
Luego de 70 días de prisión
sale para militar más activa y decididamente, enrolándose en el fallido
y trágico intento del General Valle del 9 de junio de 1956. La asustada
reacción del gobierno "gorila" de entonces lo buscó para fusilarlo pero
consigue pasar a Montevideo y de allí, aceptando una invitación del Instituto
de Cultura Hispánica, que le promete la edición de su libro "La Caída de
Rosas" Viaja a España donde permanece hasta 1958, ejerciendo el periodismo
y dando conferencias en distintos ámbitos.
Vuelve para sobrevivir de lo poco que le producen sus publicaciones y artículos
y eventuales cursos de historia, que da permanentemente en sindicatos de
todo el país.
Su actividad tiene como marco
el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, entidad
de la que fue presidente muchos años. De esa época son sus libros "El Cóndor
Ciego", "Rivadavia y el Imperialismo Financiero" y "Francisco Solano López
y las montoneras Argentinas". A raíz de esta última publicación su nombre
pasa a ser muy conocido en el Paraguay, a donde es invitado permanentemente
a dar conferencias o asistir a eventos relacionados con el prócer máximo
Paraguayo.
Mientras tanto participa activamente en lo que se llamó la resistencia Peronista
convirtiéndose en uno de sus referentes más respetados y queridos. Es en
ese período que el movimiento Peronista, antes indiferente toma con entusiasmo
las banderas revisionistas y las hace suyas. Rosa integraría la comitiva
de notables que van a buscar a Perón en el famoso vuelo charter del 1711-72.
Para entonces ya se había publicado su HISTORIA ARGENTINA. obra hecha por
el en 13 tomos a los que luego de su muerte se le agregaron cuatro más.
El General Perón, en ejercicio de la presidencia, dispone que se haga cargo
de la embajada en Asunción , considerando que su prestigio en Paraguay pudiese
ser positivo para los intereses nacionales dado que en ese tiempo se jugaban
en las cotas de altura de la represa de Corpus, la factibilidad de construir
Yaciretá.
Muerto Perón, tuvo desinteligencias
con el canciller Vignes y optó por aceptar la embajada en Atenas, donde
permaneció hasta el golpe militar de 1976. Regresó a Buenos Aires, donde
sus libros eran retirados de las bibliotecas y su nombre puesto en un "cono
de silencio". Pero el viejo luchador no se resignaba a quedarse de brazos
cruzados. Es así como se fundó la revista "Línea" (Por pretender abarcar
a todo el pensamiento de la línea nacional), la voz de los que no tienen
voz.
El propósito fue mantener viva la llama del pensamiento nacional y mostrar
que subyacía otra Argentina llamada a renacer. No pudieron los militares
acusar a Pepe Rosa de ser guerrillero solo porque su figura era demasiado
visible y conocida. Pero buscaron todos los medios para acallarlo, desde
el secuestro de la revista hasta los innumerables juicios entablados en
su contra. Pero "Línea", cada vez con más coraje, salió adelante y fue la
única voz distinta que se escuchó durante esos años de plomo.
Mientras tanto continuó con la publicación de libros y artículos en algunos
medios que poco a poco se animaban a expresarse.
Su última batalla, que le costó
el alejamiento de algunos amigos "nacionalistas" cortos de vista fue sobre
la cuestión del Beagle, que casi nos había llevado a una tonta e irreparable
guerra entre hermanos. Un folleto sobre los fundamentos de su posición en
este tema está incluida en esta
página.
Su vida se apagó el 2 de julio de 1991 muriendo en forma serena, como compensación
a la vida de lucha que tuvo.
Estas páginas, iniciadas por el recuerdo de uno de sus hijos, fueron atrayendo
los miles de anteriores discípulos y, es nuestra esperanza que ayuden a
formar nuevos hombres en esta causa que se llama AMOR A LA PATRIA.
Libros de Jose Maria Rosa
DEFENSA Y PÉRDIDA DE NUESTRA INDEPENDENCIA ECONÓMICA El empréstito de Rivadavia
y la entrega de nuestras posibilidades económicas termina con la ley de
aduanas de 1835 -Ese es el comienzo de una prosperidad que termina en Caseros,
cuando el proyecto es dejar de ser nación soberana.
RIVADAVIA Y EL IMPERIALISMO FINANCIERO La entrega de nuestra economía a
cambio ventajas personales para Rivadavia y sus socios -La Agricultural
-La Minning -Maniobras turbias en la bolsa de Londres
EL CÓNDOR CIEGO La extraña muerte de Lavalle Lavalle no pudo haber muerto
como dijeron sus amigos. Tampoco como relató la partida Federal.
EL PRONUNCIAMIENTO DE URQUIZA De como el ejercito Argentino, preparado para
una rápida victoria sobre el Brasil en una guerra ya declarada se pasa al
enemigo por dinero. -Este libro es una versión abreviada de "LA CAÍDA DE
ROSAS".
ANÁLISIS DE LA DEPENDENCIA ARGENTINA Historia económica de nuestra entrega
y la pérdida de vocación de ser un gran país.
EL FETICHE DE LA CONSTITUCIÓN El país, luego de abandonar su vocación soberana
en Caseros, se "dibuja" de acuerdo a un programa de desargentinización -Este
libro es una versión abreviada de "NOS LOS REPRESENTANTES DEL PUEBLO"
Fuente: www.lucheyvuelve.com.ar

Recuerdos
de José María Rosa, a cien años de su nacimiento
Fue uno de los primeros en rescatar la figura de Rosas y generó polémica.
En cartas inéditas, le habla a Fermín Chávez del dolor del exilio. Aquí,
unos fragmentos.
Por Juan Manuel Bordón
Es la memoria de una memoria. Por estos días, a cien años de su nacimiento,
se homenajea al historiador argentino José María Rosa. "Tenía una gran cabeza
—cuenta su hijo—, se la pasaba leyendo y después escribía. Nunca lo vi consultando,
todo pasaba en el teatro de su cabeza." Eduardo Rosa, difusor entusiasta
de la obra de su padre, compartió con Clarín las cartas inéditas que éste
le envió al historiador Fermín Chávez durante sus años de exilio.
José María Elihú Rosa nació en Buenos Aires el 20 de agosto de 1906. Se
lo considera uno de los fundadores del revisionismo histórico, la escuela
que surge en los años 30 con la intención de cuestionar la versión académica
de la Historia. Una de las tareas más destacadas —y polémicas— de este hombre
vinculado al peronismo fue el rescate de la figura de Juan Manuel de Rosas.
Las cartas dirigidas a Fermín
Chávez comprenden un período clave en la vida del historiador: 1956 a 1958,
los años del exilio en Uruguay y España. para evitar represalias por su
participación en el fallido levantamiento del general Juan José Valle contra
el gobierno de facto que encabezaba Aramburu; son también los años en que
escribe y publica una de sus obras más importantes, La Caída de Rosas, un
proyecto que sale de sus reflexiones sobre la caída de Juan Domingo Perón,
en 1955. "¡Pero si esto es Caseros!", fue la reacción de un indignado Rosa
ante la Revolución Libertadora.
"Como conspirador era pésimo", asegura su hijo. Pese a ello, esa actividad
lo ocupa durante algún tiempo. En una de sus primeras cartas desde Montevideo,
Rosa firma como Tomassini, el nombre que había adoptado co mo conspirador
en la revuelta del general Valle. Además, escribe en clave comercial, como
corresponde a un viajante de comercio, el personaje que representaba. "A
mi vuelta encontré a los muchachos muy entusiasmados con el negocio", escribe
en noviembre del 56. "Lástima que el Patrón no quiere novedades de ninguna
clase ni introducir modificaciones en el negocio."
Para quien dude de que se trata de un texto cifrado basta una aclaración
del hijo del historiador: "La única vez que papá ganó plata en su vida fue
cuando recibió una herencia", contó. Hay pocas alusiones directas a Perón
en sus cartas. Lo llama el Patrón, el Jefe, pero casi nunca lo nombra. "Todas
las precauciones son pocas", escribe en enero de 1958.
En 1957, ya en España, el exilio de Rosa se torna amargo. "Me he dado cuenta
ahora lo que es el exilio. Es una sensación de ausencia definitiva, de muerte,
de no ser nada, de estar olvidado", escribe. Las cartas retratan a un hombre
que no podía estar ausente de las circunstancias de su país. Dedica hojas
enteras, a veces hasta los márgenes, a especular sobre la situación política
argentina. También se intuyen los miedos de este memorioso: "Me choca que
se me haya olvidado así. Nunca mencionan mis libros", le confiesa a Chávez.
Sin embargo, la impresión dominante es la del hombre apasionado por la historia:
"De Caseros vivo y a él me tengo que consagrar. Casi no veo a nadie", escribe.
El periodista Enrique Pedro Oliva, que compartió el exilio con Rosa, le
contó a Clarín que "Pepe parecía que vivía en la Historia".
Las cartas a Fermín Chávez se interrumpen en 1958, el año de su regreso
al país. Para Pepe Rosa empezaban años de militancia política en la resistencia
peronista. También son tiempos de polémicas históricas que le garantizarían
el recuerdo de adversarios y admiradores.
Fuente: Clarín, 21/08/06
 La
Historia que nos ocultaron
La derrota del pueblo
17 de septiembre de 1861, batalla
de Pavón
Por José María Rosa
Chocan cerca de la estancia de Palacios, junto al arroyo Pavón en la provincia
de Santa Fe, los ejércitos de Urquiza y Mitre. A Urquiza, a pesar de Caseros,
lo rodea el pueblo entero; Mitre representa la oligarquía porteña. Aquél
es un militar de experiencia, éste ha sido derrotado hasta por los indios
en Sierra Chica. El resultado no parece dudoso, y todos suponen que pasará
como en Cepeda, en octubre de 1859, cuando el ejército federal derrotó a
los libertadores.
Parece que va a ser así. La
caballería de Mitre se desbanda. Ceden su izquierda y su derecha ante las
cargas federales. Apenas si el centro mantiene una débil resistencia que
no puede prolongarse, y Mitre como Aramburu en Curuzú Cuatiá, emprende la
fuga. Hasta qué le llega un parte famoso: "¡No dispare, general, que ha
ganado!". Y Mitre vuelve a recoger los laureles de su primera – y única
– victoria militar.
¿Que ha pasado? .. Inexplicablemente Urquiza no ha querido coronar la victoria.
Lentamente, al tranco de sus caballos para que nadie dude que la retirada
es voluntaria, ha hecho retroceder a los invictos jinetes entrerrianos.
Inútilmente los generales Virasoro y López Jordán, en partes que fechan
"en el campo de la victoria" le demuestran el triunfo obtenido. Creen en
una equivocación de Urquiza. ¡si nunca ha habido triunfo más completo! Pero
Urquiza sigue su retirada, se embarca en Rosario para Diamante, y ya no
volverá de Entre Ríos.
¿Qué pasó en Pavón?.. Es un misterio no aclarado todavía. Se dice que intervino
la masonería fallando el pleito en contra del pueblo, sin que Urquiza pagara
las costas (las pagó el país), que un misterioso norteamericano de apellido
Yatemon fue y vino entre uno y otro campamento la noche antes de la batalla
concertando un arreglo, que Urquiza desconfiaba del presidente Santiago
Derqui, que estaba cansado y prefirió arreglarse con Mitre, dejando a salvo
su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos. Todo puede conjeturarse.
Menos que lo que dirá en su parte de batalla: que abandonó la lucha "enfermo
y disgustado al extremo por el encarnizado combate". ¡Urquiza con desmayos
de niña clorótica! ..

Jorge
Abelardo Ramos - Las
masas y las lanzas 1810-1862. Clic para descargar. |
LA MASACRE DEL PUEBLO
Derqui ingenuamente intentará la resistencia. El grueso del ejército federal
está intacto y lo pone a las órdenes de Juan Saa, mientras espera el regreso
de Urquiza. Lo cree enfermo y le escribe deseándole "un pronto restablecimiento
para que vuelva cuanto antes o ponerse al frente de las tropas". Pero Urquiza
no vuelve, no quiere volver. A cuarenta días de la batalla, el 27 de octubre,
el inocente Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por
su salud y rogándole que "tome el mando".
La trompetería oligárquica anuncia la gran victoria, aunque Mitre no puede
mover a los suyos de la estancia de Palacios porque no tiene caballada.
Sarmiento, desde Buenos Aires, le escribe el 20 de setiembre: "No trate
de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil
al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos" (Archivo Mitre,
tomo IX, pág. 363). Pero Urquiza quiere medidas radicales "o Southampton
o la horca". En Southampton pasaba su ancianidad, pobre pero jamás amargado,
Juan Manuel de Rosas.
Ni uno ni otro. Urquiza no será
un prófugo. Quedará en Entre Ríos y no perderá ni el gobierno de esa provincia
ni una sola de sus muchas vacas. Derqui, Pedenera, Saa, el Chacho Peñaloza,
Virasoro, Juan Pablo López, esperan que vuelva Urquiza de Entre Ríos y en
una sola carga desbarate las atemorizadas tropas mitristas. Por toda la
República, de Rosario al Norte, vibra el grito ¡Viva Urquiza! en desafío
a los oligarcas: todos llevan al pecho la roja divisa federal con el dístico
"Defendemos la ley federal jurada. Son traidores quienes la combaten". Urquiza
tiene trece provincias consigo y un partido que es todo, o casi todo, en
la República. Se lo espera con impaciencia. Derqui suponiendo que es el
obstáculo para el regreso del general, opta por eliminarse de la escena
y en un buque inglés se va silenciosamente a Montevideo, renunciando la
presidencia. Lo reemplaza Pedernera, que tiene toda la confianza de Urquiza.
Pero Urquiza no viene.
Entonces las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas Irrazabal
Flores, Paunero, Arredondo (todos jefes extranjeros) entran implacables
en el interior o cumplir el consejo de Sarmiento. Hombre encontrado con
la divisa federal es degollado; si no lo llevan es mandado a un cantón de
fronteras a pelear con los indios. No importa que tenga hijos y mujer Es
gaucho, y debe ser eliminado del mapa político. Todo el país debe "civilizarse".
Venancio Flores, antiguo presidente uruguayo, a las ordenes de los porteños,
sorprende en Cañada de Gómez el 22 de noviembre al grueso del ejército federal
que sigue esperando órdenes de Urquiza. Ahí están sin saber a quién obedecer,
ni qué hacer. Flores pasa tranquilamente a degüello a la mayoría e incorpora
a los otros a sus filas. Nuestras guerras civiles no se habían distinguido
por su lenidad precisamente, pero ahora se colma la medida. Hasta Gelly
y Obes, ministro de Guerra de Mitre, se estremece con la hecatombe: "El
suceso de la Cañada de Gómez – informa – es uno de los hechos de armas que
aterrorizan al vencedor... Este suceso es la segunda edición de Villamayor,
corregida y aumentada" (en Villamayor, Mitre había hecho fusilar al coronel
Gerónimo Costa y sus compañeros por el sólo delito de ser federales).
Esa limpieza de criollo que hace el ejército de la Libertad entre 1861 y
1862 es la página más negra de nuestra historia, no por desconocida menos
real. Debe ponerse el país "a un mismo color" eliminando a los federales.
Como los incorporados por Flores desertan en la primera ocasión, en adelante
no habrá más incorporaciones: degüellos, nada más que degüellos. No los
hace Mitre, que no se ensucia las manos con esas cosas; tampoco Paunero
ni Arredondo. Serán Flores, Sandes, Irrazabal, todos extranjeros. Y los
ejecutores materiales tampoco son criollos: se buscan mafiosos traídos de
Sicilia: "En la matanza de la Cañada de Gómez – escribe José María Roxas
y Patrón a Juan Manuel de Rosas, los italianos hicieron despertar en lo
otra vida a muchos que, cansados de los trabajos del día, dormían profundamente"
(A. Saldías: La evolución republicana, pág. 406).
Así avanza la ola criminal, estableciendo "El reinado de la libertad", como
dice La Nación Argentina, el diario de Mitre.

Bartolomé Mitre y su ayudante de campo,
José María Gutiérrez, después de la batalla de Pavón
|
Sarmiento sigue con sus aplausos: "Los gauchos son bípedos implumes de tan
infame condición, que nada se gana con tratarlos mejor", dice el apóstol
de la civilización. Los pobres criollos que caen en manos de los libertadores,
solo pueden exclamar ¡Viva Urquiza! al sentir el filo de la cuchilla. Algunos
consiguen disparar al monte a hacer una vida de animales bravíos.
Seguirá la matanza en Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja, mientras
se oiga el ¡Viva Urquiza! en alguna pulpería o se vea la roja cinta de la
infamia. Que viva Urquiza mientras mueren los federales. Y Urquiza vive
tranquilo en su palacio San José de Entre Ríos, porque ha concertado con
Mitre que se le deje su fortuna y su gobierno a condición de abandonar a
los federales. Dentro de poco hará votar por Mitre en las elecciones de
presidente.
"Pavón no es solo una "victoria militar – escribe Mitre o su ministro de
Guerra – es sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos
de la barbarie".
EL CHACHO PEÑALOZA
Fue entonces que se alzó la noble figura del general Ángel Vicente Peñaloza,
llamado El Chacho por todos. Era brigadier de la Nación y jefe del III ejército
nacional acantonado en Cuyo. Al ver que los libertadores proceden de esa
manera, escribe a uno de ellos, el general Antonino Taboada, el 8 de febrero
de 1862: "¿Por qué hacen una guerra a muerte entre hermanos con hermanos?",
contraria a la hidalguía de la raza. No hay objeto porque Urquiza ya no
vuelve más y los federales han aceptado su derrota. Pero de allí a exterminarlos,
va mucho "¿No es de temer que las generaciones futuras nos imitaran tan
pernicioso ejemplo?".
La carta es tomada como una provocación, y Peñaloza queda despojado de su
rango militar y declarado indigno de vestir el uniforme. Las tropelías siguen:
degüellos, saqueos, raptos, violaciones. En Guaja, Sandes ordena quemar
la casa del Chacho, después de saquearla.
Peñaloza se revuelve como un jaguar herido. No tiene tropas de línea, ni
armas, ni jefes, Pero su grito de guerra resuena por todos los contrafuertes
andinos, y van a reunírseles cientos, miles, de paisanos que llegan con
su caballo de monta y otro de tiro, agenciado quién sabe cómo. Con medio
tijera de esquilar fabrican una lanza acoplándola a una caña Tacuara. Y
el Chacho empieza sus victoriosas marchas y contramarchas de La Rioja a
Catamarca, de Mendoza a San Luis. La montonera crece y se hace imbatible.
Poco pueden contra ella los ejércitos de línea formados por milicos enganchados
o condenados a servir las armas: las cargas de los jinetes llanistas desbaratan
a los ejércitos de la libertad.
Le ofrecen la paz, y el Chacho la acepta porque es un ingenuo. Cree en la
sinceridad y buena fe de los libertadores. El no pelea para imponerse a
nadie, sino para defender a los suyos. En La Banderita el 30 de mayo se
firma el compromiso: no se perseguirá más a los criollos, y Peñaloza desarmará
su montonera. José Hernández, el autor de Martín Fierro, cuenta la entrega
de los prisioneros tomados por el Chacho: "Ustedes dirán si los he tratado
bien – pregunta éste – ¡Viva el general Peñaloza! fue la respuesta. Después
el riojano pregunto: – ¿Y bien? ¿Dónde está la gente que ustedes me apresaron?
.. ¿Por qué no responden? .. ¡Qué! ¿Será verdad lo que se ha dicho? Será
verdad que los han matado a todos? .. Los jefes de Mitre se mantenían en
silencio,- humillados. Los prisioneros habían sido fusilados sin piedad,
como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; sus mujeres habían
sido arrebatadas por los vencedores". (Vida del Chacho, p. 176).
LA LEY MARCIAL
Todo es mentira en los libertadores. No habrá paz. Al Chacho lo han engañado
valiéndose de su buena fe de caballero y de criollo. Apenas se licencia
el ejército federal, que Sarmiento - ahora gobernador de San Juan y director
de la guerra – incita o Mitre a no cumplir el compromiso: "Sandes está saltando
por llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir
en esta emergencia? Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállese la boca".
Recomienza la persecución de la gente. "Quiero hacer en La Rioja una guerra
de policía – escribe Mitre a Sarmiento –. Declarando ladrones a los montoneros
sin hacerles el honor de considerarlos partidarios políticos ni elevar sus
depredaciones al rango de reacciones, lo que hay que hacer es muy sencillo..."
(D. F. Sarmiento Obras Completas, XIX 292). No dice lo que es sencillo,
porque hay cosas que Mitre no escribe y debe ser entendido a medias palabras.
Pero Sarmiento, que tiene otra pasta, reúne a los jefes militares, les lee
instrucciones de Mitre y acota: "Está establecido en este documento la guerra
a muerte... es permitido quitarles la vida donde se los encuentre".
Con todo hay en Mitre y Sarmiento un homenaje al derecho. Mitre debe dictar
una cátedra para decir que debe aplicarse a la gente del Chacho la guerra
de policía, Sarmiento debe aclararla que es a muerte, que Sandes y los suyos
no tengan escrúpulos. Un siglo más tarde, la ley marcial se aplicará en
la Argentina – sin retorcerla, ni interpretarla, ni valerse de subterfugio
alguno – a todo prisionero vencido, aún a quienes se entregan voluntariamente,
aún a los tomados antes de iniciarse las operaciones. Pero no estoy escribiendo
sobre años tan estúpidamente crueles (*), de retroceso moral tan manifiesto,
sino sobre cosas ocurridos hace un siglo cuando Sarmiento y Mitre – algo
distintos a sus sucesores de 1956 – debían explicar con razonamientos especiosos,
pero razonamientos al fin, porque aplicaban la ley marcial a los adversarios
Tiempos que Chacho con su generosidad criolla temía que llegaran si los
libertadores de 1861-62 encontraban quienes los tomaran como modelo. "¿No
es de temer que las generaciones futuras nos imitarán tan pernicioso ejemplo?"
... ¿Imitarán?
(*) Rosa escribía esto en 1964
Fuente: Periódico Retorno, 5/11/1964
 Orden
del día
[Caricatura de Mitre: El Mosquito]
El ejército porteño, al mando del
General Mitre, entonces Gobernador de Buenos Aires, derrota al ejército
confederado argentino en la batalla de Pavón (1861)
EL GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO DE LA CAPITAL (Bartolomé Mitre) SE DIRIGE
A LAS TROPAS QUE LA HAN SALVADO
"Soldados del Ejército de la Capital: La paz está afianzada por la fuerza
de vuestras bayonetas. El Ejército que os amenazaba no ha podido imponeros
la ley de la violencia, ni destruir el orden de cosas creado por vuestra
soberana voluntad, pues por el Tratado que ha firmado, y que el Gobierno
ha puesto bajo vuestra salvaguardia, reconoce plenamente vuestra soberanía,
deja el derecho y la fuerza en las mismas manos en que los encontró, y se
obliga a evacuar el territorio del Estado sin pisar el recinto sagrado de
la ciudad de Buenos Aires.
Guardias Nacionales de la Capital: Habeís probado una vez más que Buenos
aires no necesita más trincheras que los pechos de sus hijos, pues con la
mitad de la ciudad abierta, vuestras hileras han cubierto las avenidas,
evocando los gloriosos recuerdos del pasado sitio, llenos de fe en el triunfo
de la grande y noble causa que Buenos Aires ha sostenido por siete años,
y que habeís hecho triunfar por la paz, como la habriaís hecho triunfar
por la guerra.
Veteranos y Guardias Nacionales
de Cepeda: Desde el campo de batalla os conduje a la Capital, después de
quedar dueño de él, después de una retirada memorable, después de un combate
nacional glorioso en que también tomásteis parte, y vuestra presencia ha
contribuído poderosamente a salvar la Capital, cubriendo sus trincheras
con la misma resolución con que en campo abierto y uno contra cuatro derrotásteis
los batallones que se midieron con vosotros.
Compañeros de armas: Si hablo de esta manera interpretando el sentimiento
público, es en nombre de la dignidad del pueblo de Buenos Aires, no estimulado
por la vanagloria, ni el orgullo, para que todos comprendan, y sepan los
propios y extraños, que lo que hemos alcanzado lo debemos a nuestros propios
esfuerzos, a nuestra constancia, a la fidelidad, a los principios porque
hemos derramado nuestra sangre, y que nadie puede jactarse de habernos impuesto
la ley, ni ejercido respecto de nosotros actos de conmiseración.
Compatriotas armados: Mostraos dignos de la paz, como os habeis mostrado
dignos de los grandes y dolorosos sacrificios de la guerra. Aceptad con
nobleza la posición que los sucesos nos han creado, sin altanería, pero
sin debilidad. Seamos fieles a los compromisos que hemos contraído, mantengámonos
unidos, y probemos con nuestros hechos, que al ingresar nuevamente a la
gran familia argentina, lo hacemos con nuestra bandera, con vuestros hombres,
con los mismos principios que hemos sostenido por el espacio de siete años,
dispuestos a sostenerlos con energía en las luchas pacíficas de la opinión,
y a defenderlos aun a costa de nuestras vidas, si la violencia pretendiese
atacarlos.
Soldados del Ejército de la Capital: Al bendecir la paz que el cielo y nuestros
esfuerzos nos han dado, al abrir los brazos para estrechar en ellos a todos
los hermanos de la familia argentina, no olvideis que en el recinto de Buenos
Aires se han salvado una vez más los inmortales principios de la revolución
de Mayo, y decid conmigo en este momento solemne: ¡Viva Buenos Aires! y
que ese grito os aliente en medio de la paz a perseverar en la virtud cívica,
como os ha alentado tantas veces en medio de las luchas sangrientas que
hemos empeñado en defensa de nuestros derechos."
Vuestro General y amigo, Bartolomé Mitre
Fuente: Archivo Guido del Archivo General de la Nación.
 La
falsificación de la Historia
Por José María Rosa
El gran instrumento para desargentinizar la Argentina y hacer de la Patria
de la Independencia y la Restauración la colonia felíz del 80 había sido
la falsificación de la Historia.
No bastaba con la caída de Rosas ni con las masacres que siguieron a Pavón.
Era necesario dotar a la nueva Argentina de una conciencia compatible con
el dominio de una clase y el tutelaje foráneo. La patria ya no sería la
tierra, o los hombres, o la tradición sino las instituciones copiadas, la
libertad restringida, la civilización ajena.
Pero nuestra historia era el relato del nacimiento, formación y defensa
de una nacionalidad. Había en ella -como en toda historia nacional- emoción
de pueblo, gestos de conductores, coraje de auténticos patricios.
Por eso la preocupación primera
de los hombres de Caseros, aun antes de la Constitución a copiar y los extranjeros
para poblar, fue la falsificación del pasado: dotar a los argentinos de
una historia "arreglada" (la palabra es de Alberdi), de "mentiras a designio"
(la frase es de Sarmiento) que enalteciera la civilización ajena en perjuicio
de la barbarie nativa.
Se amañó el pasado. Se adaptó (como en toda América) la leyenda negra de
la conquista española: Juan María Gutiérrez, el rector de la universidad
de Buenos Aires, hablaría de los crueles conquistadores y lujuriosos frailes
que España nos mandó para nuestro mal. Se mostró a la Revolución de Mayo
como un complot de doctores ansiosos de libertad de comercio y constituciones
escritas; para llevar sus beneficios fueron Belgrano al Paraguay y San Martín
a Chile y el Perú. No había tierra ni tradiciones; nada de eclosión turbulenta
y magnífica de un pueblo que brega por su independencia; todo pasaba en
una sola clase social; todo ocurría por móviles extranacionales. Don Bernardino
Rivadavia, de vinculaciones con empresas británicas, que gobernó de espaldas
a la realidad, dislocó el antiguo virreinato en cuatro porciones insoldables,
e hizo dictar en horas de guerra internacional una constitución que levantó
contra su gobierno a todo el país, fue presentado como el Grande Prócer
de la Argentina.
El arreglo resultó fácil hasta los tiempos de Rivadavia, porque la "leyenda
negra" había sido preparada por los enemigos de España retaceando y tergiversando
auténticos materiales españoles, y la concepción minoritaria y extranjerizante
de la Revolución existió realmente, sino en los patricios de 1810, en los
mayos de 1838. Era cuestión entonces de ocultar la presencia del pueblo
en las jornadas de 1810, en el grito de Asencia, en la noche del 5 al 6
de abril, y negarlo como montonera cuando irrumpió en el litoral llegando
a la plaza de la Victoria en febrero de 1820. Se llamó anarquistas a los
conductores de ese pueblo con Artigas a la cabeza, y se calificó de próceres
a quienes buscaban por Europa el dominio extranjero que asegurase el dominio
de su clase. San Martín y Belgrano no fueron como hombres de pensamiento
político definido, ni expuestas sus opiniones sobre las cosas y la gente
de la tierra, sino como héroes de alto, pero único, valor militar.
Con esos materiales se podía fabricar la historia de la primera década independiente,
y avanzar en la segunda hasta el fracaso de Rivadavia en 1827 "por las ambiciones
y barbarie de los caudillos". Fue lo que hicieron Bartolomé Mitre y Vicente
Fidel López. Aquél en la Historia de Belgrano y la independencia argenta
con alcance a la muerte del héroe epónimo en 1820; y éste en la Historia
de la revolución argentina que llegaba hasta los tiempos de Dorrego en 1828.
No se podía avanzar más allá.
Porque más allá estaba Rosas.
Y la época de Rosas era un problema.
Había una nacionalidad
enfrentando las fuerzas poderosas de ultramar, un pueblo patriota imponiendose
a una minoría extranjerizada, un jefe de extraordinarias condiciones políticas
venciendo a los interventores extranjeros y sus auxiliares nativos. Debía
pasarse por alto la creación de la Confederación Argentina, el entusiasmo
y participación populares y sobre todo la defensa de la soberanía contra
las apetencias foráneas. No se podían separar los "ejércitos libertadores"
ni las "asociaciones de Mayo" de las intervenciones foráneas y su fondo
de reptiles, ni disimular el cañón de Obligado, ni la victoria de los tratados
de Southern y Lepredour, ni la derrota por Brasil cuando el Imperio adquirió
al general (y con el general, el ejército) encargado de llevarle la guerra.
No. A la época de Rosas debía borrarsela de la historia argentina, negarla
en bloque, condenarla sin juicio: tiranía y nada más.
Lo dijeron en claras palabras los legisladores que condenaron a Rosas como
reo de lesa Patria. No lo hicieron porque así lo sintieran. Lo hicieron
con la esperanza de que un fallo solemne impidiera una posterior investigación
de carácter histórico por el argumento curial de la cosa juzgada. Lo dijo
el diputado Emilio Agrelo. ("No podemos dejar el juicio de Rosas a la historia
¿qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown
lo sirvió? ¿que el general San Martín le hizo donación de su espada? ¿que
grandes y poderosas naciones se inclinaron ante su voluntad? No, señores
diputados. Debemos condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales que
nadie quiera intentar mañana su defensa"). Absurdo, pero así fue.
Para la enseñanza primaria y secundaria bastaba rellenar los años posteriores
a 1829 con los cargos contra Rosas de los escritores unitarios al servicio
de los interventores europeos. Pues como Aberdeen, Guizot y Thiers necesitaran
presentar su empresa colonial como una cruzada de la Civilización contra
la Barbarie (como se presentan en todos los tiempos, todas las empresas
coloniales de todos los imperialismos), existía una abundante literatura
de horrores cometidos por Rosas, que iban desde el incesto con su hija a
la venta de cabezas de unitarios como duraznos por las calles de Buenos
Aires, pasando por rostros adobados con vinagre y orejas ensartadas en alambres
que adornaban su salón de Palermo.
La presentación del monstruo, que tanto había impresionado a la clientela
burguesa de Le constitutionelle de Thiers, hasta arrancarle un apoyo a las
intervenciones que llevarían la civilización a los sauvages sudamericains
(no ocurrió lo mismo en Inglaterra, pese al Manchester Guardían y a los
discursos de Peel, tal vez por el mayor sentido común de los británicos)
serviría ahora para adoctrinar a los niños argentinos en el horror al "tirano"
y la repudio a sus "secuaces". Todo lo que pudo servir contra Rosas (Tablas
de sangre, novelas como Amalia, poesías condenatorias, alegatos de resentidos,
chismes de comadres) fue vertido en dosis educativas en los libros de texto
como definición de la "tiranía". Contra ella los auxiliares del imperialismo
lucharon veinte años con patriótico desinterés, pues el Catecismo de la
Nueva Argentina presentaba un gran demonio rojo –Rosas– perseguido sin tregua
por unos ángeles celestes. Finalmente el Bien se imponía sobre el Mal como
debe ocurrir en todos los relatos morales.
En la Universidad el cuadro variaba. Rosas seguía siendo el monstruo y sus
enemigos los hombres de bien; pero su mayor crimen había sido postergar
con argumentos fútiles por veinte años la ansiada constitución -objeto exclusivo
de la revolución de Mayo– hasta caer por uno de sus tenientes (Urquiza)
convertido oportunamente al constitucionalismo y la libertad. Llegó entonces
la Constitución de 1853; pero como Urquiza tenía resabios federales debió
esperarse hasta su derrota en Pavón para que los goces de la libertad se
extendieran por toda la Argentina. El 12 de octubre de 1862, con la asunción
de la presidencia por Mitre, se detenía "la historia". Más allá no había
nada importante (fuera del corto epílogo del Paraguay para abatir a otro
"tirano" monstruoso en beneficio de su pueblo oprimido) y solamente se registraba
una galería de presidentes con fechas de su ingreso y egreso y alguna frase
final sobre "los grandes destinos". Era cierto, certísimo que más allá de
Caseros no había historia: las colonias felices, como las mujeres honestas,
carecen de historia.
Fuente: José María Rosa, Historia Argentina, Tomo VIII, Buenos Aires, Ed.
Oriente, 1977
 La
traición de Urquiza
Por Alberto Lettieri. Historiador
politica@miradasalsur.com
El 3 de febrero de 1852, el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza,
al mando del denominado Ejército Grande Aliado de América del Sur, puso fin
a la extensa y pródiga etapa de la Federación rosista e introdujo
definitivamente a la Argentina en la senda de la dependencia y el
neocolonialismo. De este modo, un general procedente del bando federal
propiciaba las condiciones para el éxito de una e1mpresa que ya habían
ensayado infructuosamente Carlos María de Alvear, Bernardino Rivadavia, Juan
Lavalle y José María Paz, entre otros: La primera enseñanza que podía
extraerse de su acción era que la imposición de un modelo de sumisión
neocolonial y de entrega del patrimonio nacional sólo había sido posible en
virtud de la traición del enemigo interno, camuflado bajo una supuesta
identidad nacional, ya que el liberalismo político no tenía fuerzas
suficientes, por si solo o en alianza con intereses externos, para imponer
semejante proyecto. La segunda enseñanza sería enunciada en forma
premonitoria por José Hernández, en 1863, pronosticándole a Urquiza la
muerte bajo puñal federal como consecuencia natural de su sucesión de
traiciones.
En efecto, para sus contemporáneos quedaba en claro que, sin la defección de
Urquiza, el proyecto hegemónico en clave dependiente del liberalismo porteño
estaba condenado al fracaso. Durante su extensa gestión, Rosas había
desarticulado cada una de las amenazas que se cernían sobre la causa
nacional. Unitarios, liberales, bloqueos externos que incluyeron la
complicidad de opositores internos –Lavalle, los denominados “Libres del
Sur” y la “Coalición del Norte”, sumados a la guerra con la Confederación
Peruano-Boliviana, durante la agresión francesa de 1837; el “manco” Paz, los
gobiernos de Corrientes y de Montevideo y el dictador paraguayo Carlos
Antonio López durante la intervención anglo-francesa iniciada en 1845–, la
publicística europeizante de la generación del ’37, la nefasta acción de los
exiliados en los países limítrofes… Nada de eso había conseguido quebrar la
resistencia de Rosas ni mellar su liderazgo nacional. Por esa razón,
unitarios y liberales jugaron su última carta a la ambición desmesurada de
quien había forjado su liderazgo provincial bajo la tutela del Restaurador
hasta convertirse en su principal lugarteniente. Algunas de sus acciones
durante el bloqueo anglo-francés autorizaban a que los enemigos de la Nación
mantuvieran encendida la llama de la esperanza. No estaban equivocados.
El día después de la gesta de Obligado. El bloqueo anglo-francés iniciado en
1845 había sido considerado como una especie de excursión por parte de los
agresores, que descontaban una rápida victoria de la desmesurada fuerza de
choque enviada a nuestras tierras. Sin embargo, la heroica gesta de Obligado
inició una serie de combates que no sólo dilataron indefinidamente esa
resolución, sino que comenzaron a cambiar el curso de la guerra. Luego de
más de tres años de un conflicto que paralizó el comercio de exportación a
través del puerto de Buenos Aires, los acreedores británicos y franceses
manifestaron inocultables señales de fastidio, ya que al clausurarse la
actividad comercial los pagos de intereses y vencimientos de la deuda
pública nacional habían sido suspendidos. Ese malestar rápidamente se
tradujo en presión sobre sus gobiernos, que se vieron forzados a solicitar
la paz sin condiciones al gobierno de Rosas, abandonando todas sus
exigencias previas. Los acuerdos Arana-Mackau (1849) y Arana-Lepredour
(1850) significaron una rutilante victoria del patriotismo nacional, que
inmediatamente alcanzó dimensión internacional y convirtió a Rosas en ícono
de la lucha anticolonialista.
Paradójicamente este desenlace tan favorable para los intereses de la Nación
en su conjunto, en lugar de propiciar la consolidación definitiva de la
Federación rosista, significó el punto de inflexión hacia su
desmoronamiento. En efecto, una vez desarticulada la amenaza bélica, los
intereses corporativos locales pasaron a asumir la conducción de la
oposición al modelo nacional, con el auxilio del poder financiero
internacional y de los Estados que garantizaban sus intereses. Por su parte,
desengañados por el fracaso de dos intervenciones fallidas de las potencias
europeas, los publicistas liberales –y, en especial, Alberdi– se esforzaron
para magnificar a través de sus escritos los perjuicios que una política sin
concesiones en términos de soberanía como la sostenida por Rosas imponía a
los ganaderos del Litoral. Esa prédica encontró por entonces terreno fértil
dentro de una oligarquía que había visto mermados drásticamente sus ingresos
durante el bloqueo del puerto, y que, ante la desarticulación experimentada
por la vertiente política de unitarios y liberales, no podía temer ninguna
sanción concreta de un eventual desplazamiento del Restaurador, ya que el
recambio posible sólo podría producirse al interior del Partido Federal.
En ese punto, liberales, unitarios, comerciantes y ganaderos tenían en claro
que el paladín de sus intereses egoístas y fragmentarios no podía ser otro
que el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. Las razones eran
diversas. Por una parte, si bien Urquiza era el principal lugarteniente de
Rosas, la definición de una situación de paz sin adversarios de fuste a la
vista, como la que se generó tras la derrota del bloqueo anglo-francés,
necesariamente significaría una limitación de los aportes en ganado,
armamentos y metálico que recibía del gobernador porteño. La paz no era
negocio para el entrerriano. Pero había otra cuestión aún más importante: si
bien Urquiza había mantenido su fidelidad a la Federación durante el
bloqueo, el cierre del puerto de Buenos Aires y la situación de conflicto
con Montevideo habían generado una considerable demanda de alimentos en la
capital oriental, que pasó a convertirse en el mercado natural para los
productos entrerrianos. El puerto de Montevideo, protegido por la flota
anglo-francesa, había pasado a ser el canal natural para las exportaciones
de los ganaderos de Entre Ríos. De este modo, Urquiza desempeñaba a la vez
los roles de enemigo militar y aliado comercial del gobierno montevideano de
Fructuoso Rivera. En la práctica, la libre navegación de los ríos interiores
tenía vigencia en los ríos Paraná y Uruguay, canjeándose manufacturas por
cuero, tasajo y yerba, y propiciándose la salida de oro del país con el aval
de Urquiza, que obtenía además pingües ganancias de estas operaciones, que
violaban frontalmente las disposiciones vigentes. La firma del acuerdo
Arana-Mackau en 1849, que reconoció el monopolio portuario de Buenos Aires
sobre el territorio nacional y la renuncia europea a la libre navegación de
los ríos, fue evaluada con acritud por Urquiza, ya que así desaparecían las
condiciones excepcionales que habían permitido el despegue de la economía y
el comercio del Litoral en inmoral contubernio con el enemigo, según
demostró oportunamente Pepe Rosa.
Triste, solitario y final. El liderazgo de Rosas transitó del esplendor al
abismo sin solución de continuidad. Una serie de actitudes provocativas de
la monarquía brasileña, avaladas por Gran Bretaña, forzaron la ruptura de
relaciones en 1851, y significaron una señal inconfundible hacia Urquiza de
que, en caso de rebelarse, contaría con apoyo externo. Hacia fines de ese
mismo año, a través de su tristemente célebre “Pronunciamiento”, el
entrerriano se negó a renovar la delegación de las RREE de la Federación a
Rosas, lo cual significó en la práctica una declaración de guerra.
Inmediatamente, el gobernador rebelde pasó a territorio uruguayo con los
ejércitos de Entre Ríos y de Corrientes, a los que sumó un fabuloso aporte
de tropas y recursos materiales del Imperio Brasileño, numerosos exiliados
unitarios y liberales que no querían quedar al margen del reparto del botín
de una eventual victoria, y el respaldo moral y financiero de los
británicos.
Sin gloria y casi sin lucha, el 3 de febrero de 1852 Urquiza desarticuló de
un plumazo el orden federal, y entregó a precio vil los bienes y la dignidad
de la Nación a sus tradicionales adversarios. Así convertía en realidad el
terrible fantasma que el Libertador José de San Martin veía cernirse sobre
nuestro futuro en tiempos del reciente bloqueo: “El deshonor que recaerá en
nuestra patria si las naciones europeas triunfan en esta contienda, que en
mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la
España”. Un nuevo orden colonial comenzaba a levantarse en suelo patrio:
Urquiza lo había hecho posible.
03/02/13 Miradas al Sur
VOLVER A CUADERNOS
DE LA MEMORIA

|