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Michel Foucault - El
ojo del poder | Jeremías
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Michel Foucault
 El
ojo del poder
Por Michel Foucaullt
"El ojo del poder", Entrevista con Michel Foucault, en Bentham, Jeremías:
"El Panóptico", Ed. La Piqueta, Barcelona, 1980. Traducción de Julia Varela
y Fernando Alvarez-Uría.
Jean-Pierre Barou: El Panóptico de Jeremías Bentham es una obra editada
a finales del siglo XVIII que ha permanecido desconocida. Sin embargo, tú
has escrito una serie de frases sobre ella tan sorprendentes como éstas:
"Un acontecimiento en la historia del espíritu humano", "Una especie de
huevo de Colón en el campo de la política". Por lo que se refiere a su autor,
el jurista inglés Jeremías Bentham, lo has presentado como el "Fourier de
una sociedad policial".(1) Para nosotros es un misterio. Pero, explícanos,
cómo has descubierto El Panóptico.
Michel Foucault: Estudiando los orígenes de la medicina clínica; había pensado
hacer un estudio sobre la arquitectura hospitalaria de la segunda mitad
del siglo XVIII, en la época en la que se desarrolla el gran movimiento
de reforma de las instituciones médicas. Quería saber cómo se había institucionalizado
la mirada médica; cómo se había inscrito realmente en el espacio social;
cómo la nueva forma hospitalaria era a la vez el efecto y el soporte de
un nuevo tipo de mirada. Y examinando los diferentes proyectos arquitectónicos
posteriores al segundo incendio del Hotel-Dieu en 1972 me di cuenta hasta
qué punto el problema de la total visibilidad de los cuerpos, de los individuos,
de las cosas, bajo una mirada centralizada, había sido uno de los principios
básicos más constantes. En el caso de los hospitales este problema presentaba
una dificultad suplementaria: era necesario evitar los contactos, los contagios,
la proximidad y los amontonamientos, asegurando al mismo tiempo la aireación
y la circulación del aire; se trataba a la vez de dividir el espacio y de
dejarlo abierto, de asegurar una vigilancia que fuese global e individualizante
al mismo tiempo, separando cuidadosamente a los individuos que debían ser
vigilados. Había pensado durante mucho tiempo que estos eran problemas propios
de la medicina del siglo XVIII y de sus concepciones teóricas.
Después, estudiando los problemas de la penalidad, he visto que todos los
grandes proyectos de remozamiento de las prisiones (que dicho sea de paso
aparecen un poco más tarde, en la primera mitad del siglo XIX), retornaban
al mismo tema, pero ahora refiriéndose casi siempre a Bentham. Casi no existían
textos ni proyectos acerca de las prisiones en los que no se encontrase
el "invento" de Bentham, es decir, el "panóptico".
El principio era: en la periferia
un edificio circular; en el centro una torre; ésta aparece atravesada por
amplias ventanas que se abren sobre la cara interior del círculo. El edificio
periférico está dividido en celdas, cada una de las cuales ocupa todo el
espesor del edificio. Estas celdas tienen dos ventanas: una abierta hacia
el interior que se corresponde con las ventanas de la torre; y otra hacia
el exterior que deja pasar la luz de un lado al otro de la celda. Basta
pues situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda un
loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un alumno. Mediante el efecto
de contra-luz se pueden captar desde la torre las siluetas prisioneras en
las celdas de la periferia proyectadas y recortadas en la luz. En suma,
se invierte el principio de la mazmorra. La plena luz y la mirada de un
vigilante captan mejor que la sombra que en último término cumplía una función
protectora.
Sorprende constatar que mucho antes que Bentham esta preocupación existía
ya. Parece que uno de los primeros modelos de esta visibilidad aislante
había sido puesto en práctica en la Escuela militar de París en 1755 en
lo referente a los dormitorios. Cada uno de los alumnos debía disponer de
una celda con cristalera a través de la cual podía ser visto toda la noche
sin tener ningún contacto con sus condiscípulos, ni siquiera con los criados.
Existía además un mecanismo muy complicado con el único fin de que el peluquero
pudiese peinar a cada uno de los pensionistas sin tocarlo físicamente: la
cabeza del alumno pasaba a través de un tragaluz, quedando el cuerpo del
otro lado de un tabique de cristales que permitía ver todo lo que ocurría.
Bentham ha contado que fue su hermano el que visitando la Escuela militar
tuvo la idea del panóptico. El tema de todas formas estaba presente. Las
realizaciones de Claude-Nicolas Ledoux, concretamente la salina que construye
en Arc-et-Senans, se dirigen al mismo efecto de visibilidad, pero con un
elemento suplementario: que exista un punto central que sea el lugar del
ejercicio y, al mismo tiempo, el lugar de registro del saber. De todos modos
si bien la idea del panóptico es anterior a Bentham, será él quien realmente
la formule, y la bautice. El mismo nombre de "panóptico" parece fundamental.
Designa un principio global. Bentham no ha pues simplemente imaginado una
figura arquitectónica destinada a resolver un problema concreto, como el
de la prisión, la escuela o el hospital. Proclama una verdadera invención
que él mismo denomina "huevo de Colón". Y, en efecto, lo que buscaban los
médicos, los industriales, los educadores y los penalistas, Bentham se lo
facilita: ha encontrado una tecnología de poder específica para resolver
los problemas de vigilancia. Conviene destacar una cosa importante: Bentham
ha pensado y dicho que su procedimiento óptico era la gran innovación para
ejercer bien y fácilmente el poder. De hecho, dicha innovación ha sido ampliamente
utilizada desde finales del siglo XVIII. Sin embargo los procedimientos
de poder puestos en práctica en las sociedades modernas son mucho más numerosos,
diversos y ricos. Sería falso decir que el principio de visibilidad dirige
toda la tecnología de poder desde el siglo XIX.
Michelle Perrot: ¡Pasando por la arquitectura! ¿Qué pensar por otra parte
de la arquitectura como modo de organización política? Porque en último
término todo es espacial, no solo mentalmente, sino materialmente en este
pensamiento del siglo XVIII.
Foucault: Desde finales del
siglo XVIII la arquitectura comienza a estar ligada a los problemas de población,
de salud, de urbanismo. Antes, el arte de construir respondía sobre todo
a la necesidad de manifestar el poder, la divinidad, la fuerza. El palacio
y la iglesia constituían las grandes formas a las que hay que añadir las
plazas fuertes: se manifestaba el poderío, se manifestaba el soberano, se
manifestaba Dios. La arquitectura se ha desarrollado durante mucho tiempo
alrededor de estas exigencias. Pero, a finales del siglo XVIII, aparecen
nuevos problemas: se trata de servirse de la organización del espacio para
fines económico-políticos.
Surge una arquitectura específica. Philippe Aries ha escrito cosas que me
parecen importantes sobre el hecho de que la casa, hasta el siglo XVIII,
es un espacio indiferenciado. En este espacio hay habitaciones en las que
se duerme, se come, se recibe..., en fin poco importa. Después, poco a poco,
el espacio se especifica y se hace funcional. Un ejemplo es el de la construcción
de las ciudades obreras en los años 1830-1870. Se fijará a la familia obrera;
se le va a prescribir un tipo de moralidad asignándole un espacio de vida
con una habitación que es el lugar de la cocina y del comedor, otra habitación
para los padres, que es el lugar de la procreación, y la habitación de los
hijos. Algunas veces, en el mejor de los casos, habrá una habitación para
las niñas y otra para los niños. Podría escribirse toda una "historia de
los espacios" -que sería al mismo tiempo una "historia de los poderes"-
que comprendería desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las
pequeñas tácticas del habitat, de la arquitectura institucional, de la sala
de clase o de la organización hospitalaria, pasando por las implantaciones
económico-políticas. Sorprende ver cuánto tiempo ha hecho falta para que
el problema de los espacios aparezca como un problema histórico-político,
ya que o bien el espacio se reenviaba a la "naturaleza" -a lo dado, a las
determinaciones primeras, a la "geografía física"- es decir a una especie
de capa "prehistórica", o bien se lo concebía como lugar de residencia o
de expansión de un pueblo, de una cultura, de una lengua, o de un Estado.
En suma, se lo analizaba o bien como suelo , o bien como aire; lo que importaba
era el sustrato o las fronteras. Han sido necesarios Marc Bloch y Fernand
Braudel para que se desarrolle una historia de los espacios rurales o de
los espacios marítimos. Es preciso continuarla sin decirse simplemente que
el espacio predetermina una historia que a su vez lo remodela y se sedimenta
en él. El anclaje espacial es una forma económico-política que hay que estudiar
en detalle. Entre todas las razones que han inducido durante tanto tiempo
a una cierta negligencia respecto a los espacios, citaré solamente una que
concierne al discurso de los filósofos. En el momento en el que comenzaba
a desarrollarse una política reflexiva de los espacios (finales del siglo
XVIII), las nuevas adquisiciones de la física teórica y experimental desalojaron
a la filosofía de su viejo derecho de hablar del mundo, del cosmos , del
espacio finito e infinito. Esta doble ocupación del espacio por una tecnología
política y por una práctica científica ha circunscrito la filosofía a una
problemática del tiempo. Desde Kant, lo que el filósofo tiene que pensar
es el tiempo -Hegel, Bergson, Heidegger-, con una descalificación correlativa
del espacio que aparece del lado del entendimiento, de lo analítico, de
lo conceptual, de lo muerto, de lo fijo, de lo inerte. Recuerdo haber hablado,
hace una docena de años de estos problemas de una política de los espacios,
y se me respondió que era bien reaccionario insistir tanto sobre el espacio,
que el tiempo, el proyecto, era la vida y el progreso. Conviene decir que
este reproche venía de un psicólogo -verdad y vergüenza de la filosofía
del siglo XIX-.
M. P.: De paso, me parece que
la noción de sexualidad es muy importante tal como señaló Ud. a propósito
de la vigilancia en el caso de los militares; de nuevo aparece este problema
con la familia obrera; es sin duda fundamental.
Foucault: Totalmente de acuerdo. En estos temas de vigilancia, y en particular
de la vigilancia escolar, los controles de la sexualidad se inscriben en
la arquitectura. En el caso de la Escuela militar las paredes hablan de
la lucha contra la homosexualidad y la masturbación.
M. P.: Siguiendo con la
arquitectura, ¿no le parece que individuos como los médicos, cuya participación
social es considerable a finales del siglo XVIII, han desempeñado de algún
modo un papel de organizadores del espacio? La higiene social nace entonces;
en nombre de la limpieza, la salud, se controlan los lugares que ocupan
unos y otros. Y los médicos, con el renacimiento de la medicina hipocrática,
se sitúan ente los más sensibilizados al problema del entorno, del lugar,
de la temperatura, datos que encontramos en la encuesta de Howard sobre
las prisiones.(2)
Foucault: Los médicos eran entonces en cierta medida especialistas del espacio.
Planteaban cuatro problemas fundamentales: el de los emplazamientos (climas
regionales, naturaleza de los suelos, humedad y sequedad: bajo el nombre
de "constitución", estudiaban la combinación de los determinantes locales
y de las variaciones de estación que favorecen en un momento dado un determinado
tipo de enfermedad); el de las coexistencias (ya sea de los hombres entre
sí: densidad y proximidad; ya sea de los hombres y las cosas: aguas, alcantarillado,
ventilación; ya sea de los hombres entre sí: densidad y proximidad; ya sea
de los hombres y los animales: mataderos, establos; ya sea de los hombres
y los muertos: cementerios); el de las residencias (habitat, urbanismo);
el de los desplazamientos (emigración de los hombres, propagación de las
enfermedades). Los médicos han sido con los militares, los primeros gestores
del espacio colectivo. Pero los militares pensaban sobre todo el espacio
de las "campañas" (y por lo tanto el de los "pasos") y el de las fortalezas.
Los médicos han pensado sobre todo el espacio de las residencias y el de
las ciudades. No recuerdo quién ha buscado en Montesquieu y en Augusto Comte
las grandes etapas del pensamiento sociológico. Es ser bien ignorante. El
saber sociológico se forma más bien en prácticas tales como las de los médicos.
Guepin ha escrito en los mismos comienzos del siglo XIX un maravilloso análisis
de la ciudad de Nantes.
De
hecho, si la intervención de los médicos ha sido tan capital en esta época,
se debe a que estaba exigida por todo un conjunto de problemas políticos
y económicos nuevos: la importancia de los hechos de población.
M. P.: Es chocante además la gran cantidad de personas que se ven concernidas
por la reflexión de Bentham. En distintos sitios dice haber resuelto los
problemas de disciplina planteados por un gran número de individuos a cargo
de unos pocos.
Foucault: Al igual que sus contemporáneos Bentham se encuentra con el problema
de la acumulación de hombres. Pero mientras que los economistas planteaban
el problema en términos de riqueza (población-riqueza ya que mano de obra,
fuente de actividad económica, consumo; y población-pobreza ya que excedente
u ociosa), Bentham plantea la cuestión en términos de poder: la población
como blanco de las relaciones de dominación. Se puede decir, creo, que los
mecanismos de poder, que intervenían incluso en una monarquía administrativa
tan desarrollada como la francesa, dejaban aparecer huecos bastante amplios:
sistema lacunar, aleatorio, global, que no entra en detalles, que se ejerce
sobre grupos solidarios o practica el método del ejemplo (como puede verse
claramente en el sistema fiscal o en la justicia criminal); el poder tenía
pues una débil capacidad de "resolución" como se diría en términos de fotografía,
no era capaz de practicar un análisis individualizante y exhaustivo del
cuerpo social. Ahora bien, las mutaciones económicas del siglo XVIII han
hecho necesaria una circulación de los efectos de poder a través de canales
cada vez más finos, hasta alcanzar a los propios individuos, su cuerpo,
sus gestos, cada una de sus habilidades cotidianas. Que el poder, incluso
teniendo que dirigir a una multiplicidad de hombres, sea tan eficaz como
si se ejerciese sobre uno solo.
M. P.: Los crecimientos demográficos del siglo XVIII han contribuido sin
duda al desarrollo de un poder semejante.
J.-P. B.: ¿No es sorprendente entonces saber que la Revolución francesa
a través de personas como La Fayette, ha acogido favorablemente el proyecto
del panóptico? Se sabe que Bentham, como premio a sus desvelos, ha sido
hecho "Ciudadano francés" en 1791.
Foucault: Yo diría que Bentham es el complemento de Rousseau. ¿Cuál es,
en efecto, el sueño rousseauniano que ha animado a tantos revolucionarios?:
el de una sociedad transparente, visible y legible a la vez en cada una
de sus partes; que no existan zonas oscuras, zonas ordenadas por los privilegios
del poder real o por las prerrogativas de tal o tal cuerpo, o incluso por
el desorden; que cada uno, desde el lugar que ocupa, pueda ver el conjunto
de la sociedad; que los corazones se comuniquen unos con otros, que las
miradas no encuentren ya obstáculos, que la opinión reine, la de cada uno
sobre cada uno. Starobinski ha escrito páginas muy interesantes respecto
a este tema en La Transparencia y el obstáculo y en La invención de la libertad.
Bentham es a la vez esto y todo lo contrario. Plantea el problema de la
visibilidad, pero pensando en una visibilidad totalmente organizada alrededor
de una mirada dominadora y vigilante. Hace funcionar el proyecto de una
visibilidad universal, que actuaría en provecho de un poder riguroso y meticuloso.
Así, sobre el gran tema rousseauniano -que es en alguna medida el lirismo
de la Revolución- se articula la idea técnica del ejercicio de un poder
"omnicontemplativo" que es la obsesión de Bentham. Los dos se unen y el
todo funciona: el lirismo de Rousseau y la obsesión de Bentham.
M. P.: Hay una frase en el Panóptico: "Cada camarada se convierte en un
vigilante".
Foucault: Rousseau habría dicho justamente lo inverso: que cada vigilante
sea un camarada. Véase El Emilio: el preceptor de Emilio es un vigilante,
es necesario que sea también un camarada.
J.-P. B.: La Revolución francesa no sólo no hace una lectura próxima a la
que hacemos ahora sino que incluso encuentra en el proyecto de Bentham miras
humanitarias.
Foucault: Justamente, cuando la Revolución se pregunta por una nueva justicia
el resorte para ella será la opinión. Su problema, de nuevo, no ha sido
hacer que las gentes fuesen castigadas; sino hacer que ni siquiera puedan
actuar mal en la medida en que se sentirían sumergidas, inmersas, en un
campo de visi-bilidad total en el cual la opinión de los otros, la mi-rada
de los otros, el discurso de los otros, les impidan obrar mal o hacer lo
que es nocivo. Esto está presente constantemente en los textos de la Revolución.
M.
P.: El contexto inmediato ha jugado también su papel en la adopción del
panóptico por la Revolución: en este momento el problema de las cárceles
está a la orden del día. A partir de 1770 tanto en Inglaterra como en Francia
existe una fuerte inquietud respecto a este tema como puede constatarse
a través de la encuesta de Howard sobre las prisiones traducida al francés
en 1788. Hospitales y cárceles son dos grandes temas de discusión en los
salones parisinos, en los círculos ilustrados. Se ha convertido en algo
escandaloso el que las prisiones sean lo que son: una escuela del vicio
y del crimen; y lugares tan desprovistos de higiene que en ellos se muere
uno. Los médicos comienzan a decir cómo se deteriora el cuerpo, cómo se
dilapida en semejantes sitios. Llegada la Revolución francesa, emprende
a su vez una encuesta de alcance europeo. Un tal Duquesnoy es el encargado
de hacer un informe sobre los establecimientos llamados "de humanidad",
vocablo que comprende hospitales y prisiones.
Foucault: Un miedo obsesivo ha recorrido la segunda mitad del siglo XVIII:
el espacio oscuro, la pantalla de oscuridad que impide la entera visibilidad
de las cosas, las gentes, las verdades. Disolver los fragmentos de noche
que se oponen a la luz, hacer que no existan más espacios oscuros en la
sociedad, demoler esas cámaras negras en las que se fomenta la arbitrariedad
política, los caprichos del monarca, las supersticiones religiosas, los
complots de los tiranos y los frailes, las ilusiones de ignorancia, las
epidemias. Los castillos, los hospitales, los depósitos de cadáveres, las
casas de corrección, los conventos, desde antes de la Revolución han suscitado
una desconfianza o un odio que no fueron subestimados; el nuevo orden político
y moral no puede instaurarse sin su desaparición. Las novelas de terror
en la época de la Revolución, desarrollan todo un mundo fantástico de la
muralla, de la sombra, de lo oculto, de la mazmorra, de todo aquello que
protege en una complicidad significativa, a los truhanes y a los aristócratas,
a los monjes y a los traidores: los paisajes de Ann Radcliffe son montañas,
bosques, cuevas, castillos en ruinas, conventos en los que la oscuridad
y el silencio dan miedo. Ahora bien, estos espacios imaginarios son como
la "contra-figura" de las transparencias y de las visibilidades que se intentan
establecer entonces. Este reino de "la opinión" que se invoca con tanta
frecuencia en esta época, es un modo de funcionamiento en el que el poder
podría ejercerse por el solo hecho de que las cosas se sabrán y las gentes
serán observadas por una especie de mirada inmediata, colectiva y anónima.
Un poder cuyo recorte principal fuese la opinión no podría tolerar regiones
de sombra. Si se han interesado por el proyecto de Bentham se debe a que,
siendo aplicable a tantos campos diferentes, proporcionaba la fórmula de
un "poder por transparencia", de un sometimiento por "proyección de claridad".
El panóptico es un poco la utilización de la forma "castillo: (torreón rodeado
de murallas) para paradójicamente crear un espacio de legibilidad detallada.
J.-P. B.: Son en definitiva los rincones ocultos del hombre lo que el Siglo
de las Luces quiere hacer desaparecer.
Foucault: Indudablemente.
M. P.: Sorprenden también las técnicas de poder que funcionan en el interior
del panóptico. La mirada fundamentalmente, y también la palabra puesto que
existen esos famosos tubos de acero -extraordinaria invención- que unen
el inspector central con cada una de las celdas en las que se encuentran,
nos dice Bentham, no un prisionero sino pequeños grupos de prisioneros.
En último término, la importancia de la disuasión está muy presente en el
texto de Bentham: "Ës preciso -dice- estar incesantemente bajo la mirada
de un inspector; perder la facultad de hacer el mal y casi el pensamiento
de quererlo". Nos encontramos de lleno con las preocupaciones de la Revolución:
impedir a las gentes obrar mal, quitarles las ganas de desearlo, en resumen:
no poder y no querer.
Foucault: Estamos hablando de dos cosas: de la mirada y de la interiorización.
Y, en el fondo, ¿no se trata del problema del precio del poder? El poder,
de hecho, no se ejerce sin gastos. Existe evidentemente el coste económico,
y Bentham lo dice. ¿Cuántos vigilantes hacen falta? ¿Cuánto, en definitiva,
costará la máquina? Pero está además el coste propiamente político. Si se
es muy violento se corre el riesgo de suscitar insurrecciones; si se interviene
de forma discontinua se arriesga uno a dejar que se produzcan, en los intervalos,
fenómenos de resistencia de un coste político elevado. Así funcionaba el
poder monárquico. Por ejemplo, la justicia que detenía una proporción irrisoria
de criminales, argumentaba diciendo: conviene que el castigo sea espectacular
para que los demás tengan miedo. Poder violento por tanto que debía, mediante
el ejemplo, asegurar las funciones de continuidad. A esto contestan los
nuevos teóricos del siglo XVIII: es un poder demasiado costoso y con muy
pocos resultados. Se hacen grandes gastos de violencia que en realidad no
tienen valor de ejemplo, se ve uno incluso obligado a multiplicar las violencias,
de forma tal, que se multiplican las rebeliones.
M. P.: Esto es lo que sucedió con las insurrecciones contra el patíbulo.
Foucault: Por el contrario, se cuenta con la mirada que va a exigir pocos
gastos. No hay necesidad de armas, de violencias físicas, de coacciones
materiales. Basta una mirada. Una mirada que vigile, y que cada uno, sintiéndola
pesar sobre sí, termine por interiorizarla hasta el punto de vigilarse a
sí mismo; cada uno ejercerá esta vigilancia sobre y contra sí mismo. ¡Fórmula
maravillosa: un poder continuo y de un coste, en último término, ridículo!
Cuando Bentham considera que él lo ha conseguido, cree que es el huevo de
Colón en el orden de la política, una fórmula exactamente inversa a la del
poder monárquico. De hecho, en las técnicas de poder desarrolladas en la
época moderna, la mirada ha tenido una importancia enorme, pero como ya
he dicho, está lejos de ser la única ni siquiera la principal instrumentación
puesta en práctica.
M. P.: Parece que, respecto a esto, Bentham se plantea el problema del poder
en función sobre todo de grupos pequeños. ¿Por qué? ¿Por qué piensa que
la parte es el todo, y que si se logra el éxito a nivel de grupos puede
luego extenderse al todo social? ¿O bien es que el conjunto social, el poder
a nivel de todo social es algo que entonces no se concebía realmente? ¿Por
qué?
Foucault:
El problema consiste en evitar los obstáculos, las interrupciones; al igual
que ocurría en el Antiguo Régimen, con las barreras que presentaban a las
decisiones de poder los cuerpos constituidos, los privilegios de determinadas
categorías, desde el clero, hasta las corporaciones, pasando por los magistrados.
Del mismo modo que las barreras que, en el Antiguo Régimen presentaban los
cuerpos constituidos, los privilegios de determinadas categorías a las decisiones
de poder. La burguesía comprende perfectamente que una nueva legislación
o una nueva Constitución no son garantía suficiente para mantener su hegemonía.
Se da cuenta de que debe inventar una tecnología nueva que asegure la irrigación
de todo el cuerpo social de los efectos de poder llegando hasta sus más
ínfimos resquicios. Y en esto precisamente la burguesía ha hecho no sólo
una revolución política sino que también ha sabido implantar una hegemonía
social que desde entonces conserva. Esta es la razón por la que todas estas
invenciones han sido tan importantes y han hecho de Bentham uno de los inventores
más ejemplares de la tecnología de poder.
J.-P. B.: No obstante, no se sabe a quién beneficia el espacio organizado
tal como Bentham preconiza, si a los que habitan la torre central o a los
que vienen a visitarla. Se tiene la sensación de estar ante un mundo infernal
del que no escapa nadie, ni los que son observados ni los que observan.
Foucault: Esto es sin duda lo que hay de diabólico en esta idea como en
todas las aplicaciones a que ha dado lugar. No existe en ella un poder que
radicaría totalmente en alguien y que ese alguien ejercería él solo y de
forma absoluta sobre los demás; es una máquina en la que todo el mundo está
aprisionado, tanto los que ejercen el poder como aquellos sobre los que
el poder se ejerce. Pienso que esto es lo característico de las sociedades
que se instauran en el siglo XIX. El poder ya no se identifica sustancialmente
con un individuo que lo ejercería o lo poseería en virtud de su nacimiento,
se convierte en una maquinaria de la que nadie es titular. Sin duda, en
esta máquina nadie ocupa el mismo puesto, sin duda ciertos puestos son preponderantes
y permiten la producción de efectos de supremacía. De esta forma, estos
puestos pueden asegurar una dominación de clase en la misma medida en que
disocian el poder de la potestad individual.
M. P.: El funcionamiento del panóptico es, desde este punto de vista, un
tanto contradictorio. Está el inspector principal que desde la torre central
vigila a los prisioneros. Pero, al mismo tiempo, vigila a sus subalternos,
es decir, al personal; este inspector central no tiene ninguna confianza
en los vigilantes, e incluso se refiere a ellos de un modo un tanto despectivo
pese a que, en principio, están destinados a serle próximos. ¡Pensamiento,
pues, aristocrático!
Pero, al mismo tiempo, quisiera hacer esta observación en lo que se refiere
al personal subalterno: ha constituido un problema para la sociedad industrial.
No ha sido cómodo para los patronos encontrar capataces, ingenieros capaces
de dirigir y de vigilar las fábricas.
Foucault: Es un problema considerable que se plantea en el siglo XVIII.
Se puede constatar claramente en el caso del ejército, cuando fue necesario
fabricar "suboficiales" que tuviesen conocimientos auténticos para organizar
eficazmente las tropas en caso de maniobras tácticas, con frecuencia difíciles,
tanto más difíciles cuanto que el fusil acababa de ser perfeccionado. Los
movimientos, los desplazamientos, las filas, las marchas exigían este personal
disciplinario. Más tarde los talleres vuelven a plantear a su modo el mismo
problema; también la escuela con sus maestros, sus ayudantes, sus vigilantes.
La iglesia era entonces uno de los raros cuerpos sociales en el que existían
pequeños cuadros competentes. El religioso, ni muy alfabetizado ni totalmente
ignorante, el cura, el vicario entraron en lid cuando se necesitó escolarizar
a centenas de millares de niños. El Estado no se dotó con pequeños cuadros
similares hasta mucho más tarde. Igual sucedió con los hospitales. No hace
aún mucho que el personal subalterno hospitalario continuaba estando constituido
en su mayoría por religiosas.
M. P.: Estas mismas religiosas han desempeñado un papel considerable en
la aplicación de las mujeres al trabajo: aquí se sitúan los famosos internados
del siglo XIX en los que vivía y trabajaba un personal femenino bajo el
control de religiosas formadas especialmente para ejercer la disciplina
de las fábricas.
El Panóptico está lejos de estar exento de estas preocupaciones ya que se
puede constatar la existencia de esta vigilancia del inspector principal
sobre el personal subalterno, y esta vigilancia sobre todos, a través de
las ventanas de la torre, sucesión ininterrumpida de miradas que hace pensar
en "cada camarada se convierte en un vigilante", hasta el punto de que se
tiene la impresión, un poco vertiginosa, de estar en presencia de una invención
que en alguna medida se va de las manos de su creador. Bentham, en un principio,
quiere confiar en un poder único: el poder central. Pero, leyéndolo uno
se pregunta, ¿a quién mete Bentham en la torre? ¿Al ojo de Dios? Sin embargo
Dios está poco presente en su texto; la religión no desempeña sino un papel
de utilidad. Entonces, ¿a quién? En definitiva es preciso decir que el mismo
Bentham no ve muy claro a quien confiar el poder.
Foucault: Bentham no puede confiar en nadie en la medida en que nadie debe
ser lo que era el rey en el antiguo sistema, es decir, la fuente del poder
y de la justicia. La teoría de la monarquía lo suponía. Era preciso confiar
en el rey. Por su propia existencia, querida por Dios, él era la fuente
de la justicia, de la ley, del poder.El poder que radicaba en su persona
no podía sino ser bueno; un mal rey equivalía a un accidente de la historia
o a un castigo del soberano absolutamente perfecto, Dios. Por el contrario,
no se puede confiar en nadie cuando el poder está organizado como una máquina
que funciona según engranajes complejos, en la que lo que es determinante
es el puesto de cada uno, no su naturaleza. Si la máquina fuese tal que
alguien estuviese fuera de ella, o que tuviese él solo la responsabilidad
de su gestión, el poder se identificaría a un hombre y estaríamos de nuevo
en un poder de tipo monárquico. En el Panóptico, cada uno, según su puesto,
está vigilado por todos lo demás, o al menos por alguno de ellos; se está
en presencia de un aparato de desconfianza total y circulante porque carece
de un punto absoluto. La perfección de la vigilancia es una suma de insidias.
J.-P. B.: Una maquinaria diabólica, como has dicho, que no perdona a nadie.
La imagen quizá del poder de hoy. Pero, ¿cómo crees que se ha llegado hasta
aquí? ¿Por voluntad de quién y con qué objeto?
Foucault: La cuestión del poder se simplifica cuando se plantea únicamente
en términos de legislación o de Constitución; o en términos de Estado o
de aparato de Estado. El poder es sin duda más complicado, o de otro modo,
más espeso y difuso que un conjunto de leyes o un aparato de Estado. No
se puede comprender el desarrollo de las fuerzas productivas propias del
capitalismo, ni imaginar su desarrollo tecnológico, si no se conocen al
mismo tiempo los aparatos de poder. En el caso, por ejemplo, de la división
de trabajo en los grandes talleres del siglo XVIII, ¿cómo se habría llegado
a este reparto de tareas si no hubiese existido una nueva distribución del
poder al propio nivel del remodelamiento de las fuerzas productivas? Lo
mismo sucede con el ejército moderno: no basta con que exista otro tipo
de armamento, ni otra forma de reclutamiento, fue necesario que se produjera
a la vez esta nueva distribución de poder que se llama disciplina, con sus
jerarquías, sus cuadros, sus inspecciones, sus ejercicios, sus condicionamientos
y domes-ticaciones. Sin esto, el ejército tal como ha funcionado desde el
siglo XVIII no hubiera sido posible.
J.-P. B.: De todos modos, ¿existe alguien o algunos que impulsan el todo?
Foucault:
Se impone una distinción. Está claro que en un dispositivo como el ejército,
el taller o cualquier tipo de institución, la red del poder adopta una forma
piramidal. Existe pues una cúspide. Sin embargo incluso en un caso así de
simple, esta "cúspide" no es la "fuente" o el "principio" de donde se derivaría
todo el poder como de un centro luminoso (esta es la imagen según la cual
se representa a la monarquía). La cúspide y los elementos inferiores de
la jerarquía están en una relación de sostén y de condicionamiento recíprocos;
se "sostienen" (el poder como "chantaje" mutuo e indefinido). Pero si lo
que me preguntas es si esta nueva tecnología de poder tiene históricamente
su origen en un individuo o en un grupo de individuos determinados, que
habrían decidido aplicarla para servir sus propios intereses y utilizar
así, en su beneficio, el cuerpo social, te responderé: no. Estas tácticas
han sido inventadas, organizadas, a partir de condiciones locales y de urgencias
concretas. Se han perfilado palmo a palmo antes de que una estrategia de
clase las solidifique en amplios conjuntos coherentes. Hay que señalar además
que estos conjuntos no consisten en una homoge-neización sino más bien en
un juego complejo de apoyos que adoptan los diferentes mecanismos de poder
unos sobre otros permaneciendo sin embargo en su especificidad. Así, actualmente,
la interrelación entre medicina, psiquiatría, psicoanálisis, escuela, justicia,
familia, en lo que se refiere a los niños, no homogeneiza estas distintas
instancias sino que establece entre ellas conexiones, reenvíos, complementariedades,
delimitaciones, lo que supone que cada una conserva hasta cierto punto las
modalidades que le son propias.
M. P.: Ud. rechaza la idea de un poder que sería una super-estructura, pero
no la idea de un poder que es, en cierto modo, consustancial al desarrollo
de las fuerzas productivas, que forma parte de él.
Foucault: Por supuesto. Y el poder se transforma continuamente con estas
fuerzas. El Panóptico era una utopía-programa. Pero ya en la época de Bentham
el tema de un poder espacializante, vigilante, inmovilizante, en una palabra,
disciplinario, estaba desbordado por mecanismos mucho más sutiles que permitían
la regulación de los fenómenos de población, el control de sus oscilaciones,
la compensación de sus irregularidades. Bentham es "arcaizante" por la importancia
que da a la mirada, es muy actual por la importancia que concede a las técnicas
de poder en general.
M. P.: No existe un Estado global, existen micro-sociedades, microcosmos
que se instauran.
J.-P. B.: ¿Es preciso entonces, frente al despliegue del panóptico, poner
en cuestión la sociedad industrial? ¿ O conviene hacer responsable a la
sociedad capitalista?
Foucault: ¿Sociedad industrial o sociedad capitalista? No sabría responder
si no es diciendo que estas formas de poder se encuentran también en las
sociedades socialistas: la transferencia ha sido inmediata. Pero, sobre
este punto, preferiría que intervenga la historiadora.
M. P.: Es cierto que la acumulación de capital surge por una tecnología
industrial y por la puesta en marcha de todo un aparato de poder. Pero no
es menos cierto que un proceso semejante aparece de nuevo en la sociedad
socialista soviética. El estalinismo, en cierto modo, corresponde también
a un período de acumulación de capital y de instauración de un poder fuerte.
J.-P. B.: De nuevo encontramos, como de pasada, la noción de beneficio;
en este sentido, la máquina inhumana de Bentham se muestra como algo muy
valioso, al menos para algunos.
Foucault: ¡Evidentemente! Habría que tener el optimismo un poco ingenuo
de los "dandys" del siglo XIX para imaginarse que la burguesía es tonta.
Por el contrario, conviene tener en cuenta sus golpes de genio. Y, entre
ellos justamente, está el hecho de que ha sido capaz de construir máquinas
de poder que posibilitan circuitos de beneficios los cuales, a su vez, refuerzan
y modifican los dispositivos de poder, y esto de forma dinámica y circular.
El poder feudal, funcionando por deducciones y gasto, se minaba a sí mismo.
El de la burguesía se mantiene no por la conservación sino mediante transformaciones
sucesivas. De aquí se deriva que la posibilidad de su caída y de la Revolución
formen parte de su historia prácticamente desde sus comienzos.
M. P.: Se puede señalar que Bentham concede una enorme importancia al trabajo,
al que se refiere una y otra vez.
Foucault: Ello responde al hecho de que las técnicas de poder se han inventado
para responder a las exigencias de la producción. Me refiero a la producción
en un sentido amplio (puede tratarse de "producir" una destrucción, como
en el caso del ejército).
J.-P. B.: Cuando, dicho sea de paso, empleas el término "trabajo" en tus
libros, raramente lo haces en relación al trabajo productivo.
Foucault: Porque se da el caso de que me he ocupado de gentes que estaban
situadas fuera de los circuitos del trabajo productivo: los locos, los enfermos,
los prisioneros, y actualmente los niños. El trabajo para ellos, tal como
deben realizarlo, tiene un valor predominante disciplinario.
J.-P.B.: El trabajo como forma de domesticación. ¿No se da siempre?
Foucault: Por supuesto. Siempre se ha hablado de la triple función del trabajo:
función productiva, función simbólica y función de domesticación o disciplinaria.
La función productiva es sensiblemente igual a cero para las categorías
de las que me ocupo, mientras que las funciones simbólica y disciplinaria
son muy importantes. Pero, lo más frecuente, es que coexisten los tres componentes.
M.P.:
Bentham, en todo caso, me parece muy seguro de sí, muy confiado en el poder
penetrante de la mirada. Se tiene incluso la sensación de que no calibra
muy bien el grado de opacidad y de resistencia del material que ha de corregir,
que ha de integrar en la sociedad -los famosos prisioneros-. Además, ¿no
es el panóptico de Bentham, en cierto modo, la ilusión del poder?
Foucault: Es la ilusión de casi todos los reformadores del siglo XVIII que
han concedido a la opinión un poder considerable. Puesto que la opinión
necesariamente era buena por ser la conciencia inmediata de cuerpo social
entero, los reformadores creyeron que las gentes se harían virtuosas por
el hecho de ser observadas. La opinión era para ellos como la reactualización
espontánea del contrato. Desconocían las condiciones reales de la opinión,
los "media", una materialidad que está aprisionada en los mecanismos de
la economía y del poder bajo la forma de la prensa, de la edición, y más
tarde del cine y de la televisión.
M. P.: Cuando dices que han desconocido los "media", quieres decir que no
se han dado cuenta de que les haría falta utilizarlos.
Foucault: Y que esos media estarían necesariamente dirigidos por intereses
económicos-políticos. No percibieron los componentes materiales y económicos
de la opinión. Creyeron que la opinión sería justa por naturaleza, que se
extendería por sí misma, y que sería una especie de vigilancia democrática.
En el fondo, es el periodismo -innovación capital del siglo XIX- el que
ha puesto de manifiesto el carácter utópico de toda esta política de la
mirada.
M. P.: En general los pensadores desconocen las dificultades que van a encontrar
para hacer "prender" su sistema. Ignoran que siempre habrá escapatorias
y que las resistencias jugarán su papel. En el terreno de las cárceles,
los detenidos no han sido gente pasiva; es Bentham quien nos hace pensar
lo contrario. El discurso penitenciario se despliega como si no existiese
nadie frente a él, como si no existiese más que una "Tábula rasa", gente
que hay que reformar para arrojar luego al circuito de la producción. En
realidad hay un material -los detenidos- que resiste de un modo formidable.
Lo mismo se podría decir del taylorismo, sistema que constituye una extraordinaria
invención de un ingeniero que quiere luchar contra la gandulería, contra
todo lo que hace más lento el ritmo de producción. Pero en última instancia,
se puede uno preguntar:¿ha funcionado realmente alguna vez el taylorismo?
Foucault: En efecto, otro de los elementos que sitúa también a Bentham en
lo irreal es la resistencia efectiva de las gentes. Cosas que Vd., Michelle
Perrot, ha estudiado. ¿Cómo se ha opuesto la gente en los talleres, en las
ciudades, al sistema de vigilancia, de pesquisas continuas? ¿ Tenían conciencia
del carácter coactivo, de sometimiento insoportable de esta vigilancia?
¿O lo aceptaban como algo natural? En suma, ¿han existido insurrecciones
contra la mirada?
M.
P.: Sí, han existido insurrecciones contra la mirada. La repugnancia de
los trabajadores a habitar las ciudades obreras es un hecho patente. Las
ciudades obreras, durante mucho tiempo, han sido un fracaso. Lo mismo sucede
con la distribución del tiempo tan presente en el Panóptico. La fábrica
y sus horarios han suscitado durante largo tiempo una resistencia pasiva
que se traducía en el hecho de que, simplemente, no se iba. Es la prodigiosa
historia del San Lunes en el siglo XIX, día que los obreros habían inventado
para "tomar aire" cada semana. Han existido múltiples formas de resistencia
al sistema industrial obligando a los patrones a dar marcha atrás en el
primer momento. Otro ejemplo: los sistemas de micro-poderes no se han instaurado
de forma inmediata. Este tipo de vigilancia y de encuadramiento se ha desarrollado,
en un primer tiempo, en los sectores mecanizados que contaban mayoritariamente
con mujeres o niños, es decir, con personas habituadas a obedecer: la mujer
a su marido, el niño a su familia. Pero en los sectores digamos viriles,
como la metalurgia, se observa una situación muy distinta. La patronal no
llega a implantar inmediatamente su sistema de vigilancia, y debe, durante
la primera mitad del siglo XIX, delegar sus poderes. Establece un contrato
con el equipo de obreros a través de su jefe que es generalmente el obrero
más anciano o más cualificado. Se ejerce un verdadero contra-poder por parte
de los obreros profesionales, contra-poder que comporta algunas veces dos
facetas:una contra la patronal en defensa de la comunidad obrera, la otra,
a veces, contra los mismos obreros ya que el jefecillo oprime a sus aprendices
o a sus camaradas. En realidad, estas formas de contra-poder obrero existieron
hasta el momento en que la patronal supo mecanizar las funciones que se
le escapaban, pudiendo abolir así el poder del obrero profesional. Existen
numerosos ejemplos: en el caso de los laminadores, el jefe de taller tuvo
los medios para resistir al patrón hasta el momento en que entraron en escena
máquinas casi automáticas. El golpe de ojo del laminador -de nuevo aquí
la mirada- que juzgaba si la materia estaba a punto será sustituido por
el control térmico; basta la lectura de un termómetro.
Foucault: Sabido esto, hay que analizar el conjunto de las resistencias
al panóptico en términos de táctica y de estrategia, pensando que cada ofensiva
que se produce en un lado sirve de apoyo a una contra-ofensiva del otro.
El análisis de los mecanismos de poder no tiene como finalidad mostrar que
el poder es anónimo y a la vez victorioso siempre. Se trata, por el contrario,
de señalar las posiciones y los modos de acción de cada uno, las posibilidades
de resistencia y de contra-ataque de unos y otros.
J.-P. B.: Batallas, acciones, reacciones, ofensivas y contraofensivas, hablas
como un estratega. Las resistencias al poder, ¿tendrían características
esencialmente físicas? ¿Qué pasa con el contenido de las luchas y las aspiraciones
que se manifiestan en ellas?
Foucault: En efecto, esa es una cuestión teórica y de método importante.
Me sorprende una cosa: se utiliza mucho, en determinados discursos políticos
el vocabulario de las relaciones de fuerza; el término "lucha" es uno de
los que aparecen con más frecuencia. Ahora bien, me parece que se duda a
la hora de sacar consecuencias, e incluso, a la de plantear el problema
que subyace a este vocabulario. Quiero decir: ¿Hay que analizar estas "luchas"
en tanto que peripecias de una guerra? ¿Hay que descifrarlas a partir de
un código que sería el de la estrategia y de la táctica? ¿La relación de
fuerzas en el orden de la política es una relación de guerra? Personalmente
no me siento de momento preparado para responder sí o no de una forma definitiva.
Pienso solamente que la pura y simple afirmación de una "lucha" no puede
servir de explicación primera y última en los análisis de las relaciones
de poder. Este tema de la lucha no es operativo más que si se establece
concretamente, y respecto a cada caso: quién está en la lucha, en qué lugar,
con qué instrumentos y con qué racionalidad. En otros términos, si se toma
en serio la afirmación de que la lucha está en el corazón de las relaciones
de poder, hay que tener presente que la brava y vieja "lógica" de la contradicción
no basta, ni con mucho, para desembrollar los procesos reales.
M. P.: Dicho de otro modo, y para volver al panóptico, Bentham no proyecta
sólo una sociedad utópica, describe también una sociedad existente.
Foucault: Describe en la utopía un sistema general de mecanismos concretos
que existen realmente.
M. P.: Y, para los prisioneros, ¿tiene sentido tomar la torre central?
Foucault: Sí, con la condición de que éste no sea el sentido final de la
operación. Los prisioneros haciendo funcionar el panóptico y asentándose
en la torre, ¿cree Ud. que entonces sería mucho mejor que con los vigilantes?
NOTAS
(1) Michel Foucault describe así El Panóptico y a Jeremías Bentham en su
obra Vigilar y castigar. Siglo XXI, México, 1976.
(2) John Howard publica los resultados de su encuesta en su libro: The State
of the Prisions in England and Wales, with Preliminary Observations and
an Account of some Foreign Prisions and Hospitals (1777).
Imagen: Sartre y Foucault leyendo
un manifiesto.
 El
Panóptico
CARTA DEL SEÑOR JEREMY BENTHAM
AL SEÑOR J. PH. GARRAN, DIPUTADO ANTE LA ASAMBLEA NACIONAL
Por Jeremías Bentham
Dover street, Londres, a 25 de noviembre de 1791
Por la próxima diligencia, me tomaré la
libertad, señor, de mandaros el libro inglés titulado: el Panóptico,
prometido en mi primera carta del . . actual. Remito adjunto el resumen
de dicha obra, que un amigo ha hecho en francés. Desearía obsequiarlo
a la Asamblea para que allí se leyera, en el caso de que os pareciese
interesante; en fin, lo confío a vuestro juicio; y si tenéis algunos
consejos que darme sobre este asunto, los aprovecharé con reconocimiento.
En cuanto al proyecto de que se trata, la convicción más íntima, sostenida
por la opinión unánime de los que han tenido conocimiento de ello, me
ha decidido a no desatender nada para lograr su introducción. Francia,
de todos los países aquel en donde una idea nueva se perdona más fácilmente
con tal de que sea útil, Francia, hacia la cual todas las miradas se
dirigen y de la que se esperan modelos para todos los sectores de la
administración, es el país que parece prometer al proyecto que os envío
su mejor oportunidad. ¿Os interesaría saber, señor, hasta que punto
ha llegado mi convencimiento sobre la importancia de ese plan de reforma
y sobre los grandes éxitos que de él pueden esperarse? Permítaseme construir
una prisión con ese modelo, y yo seré carcelero de ella. Veréis en dicha
memoria que este carcelero no pide ningún salario y nada costará a la
nación. Cuando más pienso en ello, más me parece que tal proyecto es
de aquellos cuya primera ejecución debería estar en manos de su inventor.
Si en vuestro país se piensa lo mismo a este respecto, quizá no se vería
con malos ojos mi fantasía. Sea cual fuere la decisión, mi libro contiene
las instrucciones más necesarias para quien de ello se encargase; y
como dice ese preceptor de príncipe, del cual habla Fontenelle, me he
esforzado al maxímo para volverme inútil.
Soy, con todo respeto, Señor,
Vuestro muy humilde y muy obediente servidor,
JEREMY BENTHAM.
PANOPTIQUE
Señores:
Si
encontráramos una manera de controlar todo lo que a cierto número de
hombres les puede ocurrir; de disponer de todo lo que esté en su derredor,
a fin de causar en cada uno de ellos la impresión que se quiera producir;
de cercioramos de sus movimientos, de sus reacciones, de todas las circunstancias
de su vida, de modo que nada pudiera escapar ni entorpecer el efecto
deseado, es indudable que en medio de esta índole sería un instrumento
muy enérgico y muy útil, que los gobiernos podrían aplicar a diferentes
propósitos de la mas alta importancia.
La educación, por ejemplo, no es sino el resultado de todas las circunstancias
a las cuales un niño está expuesto. Cuidar de la educación de un hombre
es cuidar de todas sus acciones; es colocarlo en una posición en la
cual se pueda influir sobre él como se desea, por la selección de objetos
con los cuales se le rodea y por las ideas que en él se siembran.
Pero, ¿cómo un solo hombre puede bastarse para vigilar perfectamente
a un gran número de individuos? Y aún ¿cómo un gran número de individuos
podría vigilar perfectamente a uno solo? Si admitimos, y no es para
menos, una sucesión de personas que se releven, ya no hay unidad en
sus instrucciones ni continuación en sus métodos.
Habrá, pues, que convenir fácilmente que una idea tan útil como nueva
sería la que diese a un solo hombre un poder de vigilancia que, hasta
ahora, ha sobrepasado las fuerzas reunidas de un gran número de personas.
Este es el problema que el señor Bentham cree haber resuelto por medio
de la aplicación sostenida de un principio muy sencillo. Y entre tantos
establecimientos a los cuales podría aplicarse ese principio más o menos
ventajosamente, las prisiones le han parecido que merecen captar primero
la atención del legislador. Importancia, variedad y dificultad son las
razones de esta preferencia. Para realizar la aplicación sucesiva de
tal principio a todos los otros establecimientos, no se tendría mas
que despojarlo de algunas de las precauciones que él exige.
Introducir una reforma completa en las prisiones; cerciorarse de la
buena conducta actual y de la enmienda de los reos; determinar la salud,
la limpieza, el orden, la industria en esos alojamientos hasta ahora
infectados de corrupción moral y física; fortificar la seguridad pública,
disminuyendo el gasto en vez de aumentarlo, y todo esto con una simple
idea de arquitectura, tal es el objeto de su obra.
El resumen que vamos a someter a la consideración de ustedes está sacado
del original inglés que no ha sido todavía hecho público, y será suficiente
para que se pueda juzgar sobre la naturaleza y eficacia de los medios
que se empleen en él.
¿Qué debe ser una prisión? La permanencia en un sitio donde se priva
de la libertad a individuos que han abusado de ella, para prevenir nuevos
crímenes de su parte y para disuadir a otros mediante el terror del
ejemplo. Es, además, una casa de corrección en donde hay que proponerse
reformar las costumbres de los individuos detenidos, a fin de que su
regreso a la libertad no sea una desgracia, ni para la sociedad ni para
ellos mismos.
Los más grandes rigores de las cárceles, los grilletes, los calabozos,
sólo se emplean para asegurar a los prisioneros. En cuanto a la reforma,
por lo general se la ha descuidado, ya sea por una total indiferencia,
ya sea por la desesperación en lograrla. Algunas tentativas de esa índole
no han resultado felices. Algunos proyectos fueron abandonados por requerir
inversiones considerables.
Las prisiones han sido hasta ahora lugares infectos y horribles, escuelas
de todos los crímenes y amontonamiento de todas las miserias, lugares
que sólo podían ser visitados con temblor, porque un acto humanitario
era algunas veces castigado con la muerte, y cuyas iniquidades serían
aún consumadas en un profundo misterio si el generoso Howard, muerto
como mártir tras haber vivido como apóstol, no hubiese despertado la
atención pública hacia la suerte de esos desdichados, abandonados a
todo tipo de corrupciones por la despreocupación de los gobiernos.
¿Cómo establecer un nuevo orden de cosas? ¿Cómo asegurarse, una vez
establecido, de que no degenere?
La inspección: he ahí el único principio para establecer el orden y
para conservarlo; pero una inspección de un nuevo género, que acelera
la imaginación antes que excitar los sentidos; que pone a centenares
de hombres bajo la dependencia de uno solo, dando a este solo hombre
una especie de presencia universal en el recinto de su dominio.
Construcción del Panóptico
Una penitenciaría de acuerdo con el plano que a ustedes se propone sería
un edificio circular, o más bien dos edificios encajados uno en otro.
Los aposentos de los presos formarían el edificio de la circunferencia
con una altura de seis pisos. Se les puede representar como celdas abiertas
del lado interior, porque un enrejado de hierro poco macizo las expone
por entero a la vista. Una galería en cada piso establece la comunicación;
cada celda tiene una puerta que da a dicha galería.
Una torre ocupa el centro: es la vivienda de los inspectores; pero la
torre sólo tiene tres pisos porque están dispuestos de modo que cada
uno domine en pleno dos pisos de celdas. A su vez, la torre de inspección
está circundada por una galería cubierta con una celosía transparente,
la cual permite que la mirada del inspector penetre en el interior de
las celdas y que le impide ser visto, de manera que con una ojeada ve
la tercera parte de sus presos y, al moverse en un reducido espacio,
puede
ver a todos en un minuto. Pero, aunque estuviese ausente, la idea de
su presencia es tan eficaz como la presencia misma.
Unos tubos de hojalata van de la torre de inspección a cada celda, de
modo que el inspector, sin ningún esfuerzo de la voz, sin moverse, puede
avisar a los presos, dirigir sus trabajos y hacerles sentir su vigilancia.
Entre la torre y las celdas debe haber un espacio vacío un pozo circular
que impida a los encarcelados efectuar cualquier atentado contra los
inspectores.
El conjunto de este edificio es como una colmena de la cual cada celda
es visible desde un punto central. El inspector invisible reina como
un espíritu; pero ese espíritu puede, en caso necesario, dar inmediatamente
la prueba de una presencia real.
Esa prisión se llamará panóptico, para expresar en una sola palabra
su ventaja esencial: la facultad de ver, con sólo una ojeada, todo lo
que allí ocurre.
Ventajas esenciales del
Panóptico
La
ventaja fundamental del panóptico es tan evidente, que existe el peligro
de volverlo poco inteligible al quererlo demostrar. El hecho de permanecer
constantemente bajo la mirada de un inspector es perder, en efecto,
la fuerza para obrar mal y casi la idea de desearlo.
Una de las grandes ventajas colaterales de este plan es la de poner
a los subinspectores, a los subalternos de todo tipo, bajo la misma
inspección que a los presos: no puede ocurrir nada entre ellos que no
sea visto por el inspector en jefe. En las cárceles ordinarias, un preso
vejad9 por sus guardias no tiene ningún medio para recurrir a sus superiores;
si se le tiene olvidado o se le oprime, debe sufrir; pero, en el panóptico,
la mirada del jefe está en todas partes; no cabe la tiranía subalterna
ni las vejaciones secretas. Los prisioneros, por su lado, no pueden
insultar ni ofender a los guardias. Las faltas recíprocas son evitadas
y, en la misma proporción, los castigos se hacen escasos.
Y eso no es todo: el principio panóptico facilita en extremo el deber
de los inspectores de orden superior: magistrados y jueces. En el estado
actual de las penitenciarías, sólo con gran repugnancia ellos llevan
a cabo una función tan contrastante con la limpieza, el gusto, la elegancia
de su vida ordinaria. En los mejores planos elaborados hasta hoy, donde
los presos están distribuidos en un gran número de aposentos, es necesario
que un magistrado se los haga abrir uno tras otro, que se ponga en contacto
con cada habitante, que les repita las mismas preguntas, que pase días
para ver superficialmente a algunos centenares de presidiarios; mas,
en el panóptico no hay necesidad de abrir las celdas, están todas abiertas
ante sus ojos.
Una causa de repugnancia muy natural, para la visita de las prisiones,
es la infección v la fetidez de esas moradas; de suerte que cuanto más
necesario sería visitarlas, más se las rehúye; cuanto más funestas son
para sus habitantes, menos esperanzas tienen de obtener algún alivio;
en cambio, en una penitenciaría construida conforme a este principio,
ya no hay repugnancia ni peligro. ¿De dónde podría originarse infeccion?
¿Cómo podría persistir? Se verá más adelante que puede implantarse en
ella tanta limpieza como la que existe en los barcos del capitán Cook
o en las casas holandesas.
Observen además que, en las otras prisiones, la visita de un magistrado,
por más inesperada, por más rápida que sea en sus movimientos, da suficiente
tiempo como para disimular el verdadero estado de las cosas. Mientras
él examina una parte, se arregla otra; se dispone de tiempo para prevenir;
amenazar a los presos y dictarles las respuestas que deben dar. En el
panóptico, en el instante mismo en que el magistrado llega, la escena
entera se desenvuelve ante su vista.
Habrá también curiosos, viajeros, amigos o familiares de los presos,
conocidos del inspector y de otros oficiales de la prisión que, animados
todos por motivos diferentes, vendrán a reforzar el principio saludable
de la inspección y vigilarán a los jefes, del mismo modo como los jefes
vigilan a todos sus subalternos. Esa gran corriente del público perfeccionará
todos los establecimientos sometidos a su vigilancia y penetración.
Detalles sobre el Panóptico
La obra inglesa pormenoriza todos los detalles necesarios para la construcción
del panóptico. El autor se entregó a infinitas búsquedas sobre todos
los grados de perfeccionamiento que era posible dar a un edificio de
tal índole. Consultó a arquitectos; aprovechó todas las experiencias
de los hospitales; nada desatendió para adaptar a su plano los inventos
más recientes, con absoluta independencia de que la unidad del panóptico
y su forma particular hubieran propiciado desarrollos totalmente nuevos
de varios principios arquitectónicos y de economia. Pero esta parte
de la obra, que abarca un volumen, no se presta a un resumen. No es
por esos detalles que debe juzgarse el plano del panóptico. Si se aprueba
el princípio9 fundamental, se estará en seguida de acuerdo con los medios
de ejecución.
Sin embargo, de ese volumen entresacaremos algunas observaciones sueltas
que ayuden a captar toda la utilidad que se puede obtener de este nuevo
sistema.
El primer punto es la seguridad del edificio contra las maquinaciones
internas y contra los ataques hostiles del exterior. La seguridad interior
está perfectamente establecida, ya sea por el mismo principio de la
inspección, ya sea por la forma de las celdas, y también por la estrechez
de los pasajes, y mil precauciones absolutamente nuevas que deben quitar
la idea a los presos de una posible infección o de cualquier proyecto
de fuga. No se elaboran proyectos cuando no se vislumbra ninguna posibilidad
de llevarlos a cabo; los hombres se adaptan naturalmente a su situación,
y un sometimiento forzado conduce poco a poco a una obediencia maquinal.
La seguridad del exterior está garantizada por un tipo de fortificación
que da a esa plaza toda la fuerza que debe oponer a una revuelta momentánea
y a un movimiento popular; sin hacer de ella una fortaleza peligrosa,
es capaz de resistir todo, salvo el cañón. Los detalles son tantos que
es necesario remitir al texto original; sin embargo, debemos señalar
aquí una nueva idea. Enfrente de la entrada del panóptico habrá, a lo
largo del gran camino, un muro de protección que servirá de refugio
para todos los que quieran guarecerse, en caso de ataque a la prisión,
y salir sin mezclarse en esa hostilidad. De modo que, al defender la
casa, ya no se correría el riesgo de una matanza desconsiderada, ni
de imponer penas al inocente junto con el culpable, porque sólo los
malintencionados cruzarían la avenida separada del público por ese muro
de protección.
Además, se reitera que esa prisión no será nunca atacada, precisamente
porque no hay esperanzas de éxito en el embate. La humanidad quiere
evitar esos hostigamientos, haciéndolos impracticables; la crueldad
se une a la imprudencia cuando se implementan instrumentos de justicia
tan débiles aparentemente que invitan a los destructores a una audacia
criminal.
El plano de la capilla sólo podría ser bien captado por medio de una
extensa descripción. Baste decir aquí que la torre de los inspectores
sufre, los domingos, una metamorfosis por la abertura de las galerías,
y que se transforma en capilla donde se recibe al público. Sin salir
de sus celdas, los presos pueden ver y oír al sacerdote que oficia.
El autor responde a una objeción que se le ha hecho: que al exponer
así a los encarcelados ante las mira-das de todo el mundo se les insensibilizaba
a la vergüenza y que de ese modo se perjudicaría el objetivo de la reforma
moral.
Esa objeción puede no ser de tanto peso como parece a primera vista,
porque la atención de los espectadores, dispersa entre todos los presos,
no se concentra individualmente en ninguno. Además, encerrados en sus
ccl-das, acierta distancia, pensaran mas en el espectáculo que tienen
ante sus ojos que en aquel cuyo objeté son ellos mismos. Y, por cierto,
nada más fácil que enmascararlos. Se expondrá a la vergüenza el crimen
en abstracto, mientras que el delincuente quedará protegido. Respecto
a los presos, la humillación no será la punta desgarradora; en cuanto
a los espectadores, la impresión de tal espectáculo será más bien reforzada
que languidecida. Una escena de esa naturaleza, sin acentuaría con tonalidades
demasiado oscuras, es de tal carácter que impresionaría la imaginación
y serviría poderosamente al gran objetivo del ejemplo. Sería un teatro
moral cuyas representaciones grabarían el terror del crimen.
Es muy singular que la más horrible de las instituciones presenta al
respecto un modelo excelente. La inquisición, con sus solemnes procesiones,
sus hábitos emblemáticos, sus aterradoras decoraciones, había encontrado
el verdadero secreto de conmover la imaginación y de hablar al alma.
En un buen comité de leyes penales, el personaje más esencial es aquel
que está encargado de combinar el efecto teatral.
Regresando al panóptico, no hay que olvidar que es la única ocasión
en que los presos deberán encontrarse con los ojos del público. En cualquier
otro momento, los visitantes serán invisibles como los inspectores,
y así no debe temerse que los presos se acostumbren a desafiar las miradas
y se tornen insensibles a la vergüenza.
Una capilla pública es de máxima importancia en una penitenciaría destinada
al ejemplo; es además un medio infalible para asegurar la observación
de todos los reglamentos relativos a la limpieza, a la salud y a la
buena administración del panóptico.
La selección de los materiales para la construcción es tal que ofrece
la mayor seguridad contra el peligro de un incendio: el fierro, en todas
partes donde se le pueda utilizar; nada de madera; el suelo de las celdas,
si es de piedra o de ladrillo, debe estar recubierto de yeso, a fin
de que no haya intersticios donde se acumulen inmundicias ni gérmenes
de enfermedades y, además, porque es incombustible.
Howard, sin saber qué decisión tomar para descartar inconvenientes,
no quiere ventanas en las celdas, debido a que la perspectiva del campo
distrae del trabajo a los presos; sólo deja una abertura en lo alto,
inaccesible a su vista, con un contraviento de madera para desviar la
nieve y la lluvia. En absoluto les permite fuego, por los peligros a
los que quedaría expuesta la prisión, y cree atender la diferencia de
las estaciones con la diferencia de la ropa.
En el panóptico se multiplican las ventanas, ya que con tantas precauciones
no se teme la evasión de los presos y porque, incluso si se evadieran
ante la mirada de los inspectores, tendrían aún que salvar afuera una
multitud de obstáculos muy poderosos. La multiplicación de las ventanas
no sólo es un alivio necesario en el cautiverio, sino también en medio
de la salud y de industria, ya que existen muchos tipos de trabajo que
requieren mucha luz y que es forzoso abandonarlos si no es posible sustraerse
a las variaciones del tiempo, lo cual se deja resentir necesariamente
bajo una abertura hecha en lo alto de la celda.
Quitar a un hombre su libertad no significa condenarlo a padecer frío,
ni a respirar un aire fétido. Las estufas utilizadas para calentar las
prisiones tendrían varios inconvenientes, señalados en la obra inglesa.
Pero con un costo mínimo, se puede hacer que por las celdas pasen unos
tubos que sean conductores de calor y, al mismo tiempo, sirven para
renovar el aire. Esta precaución, dictada por humanidad, se ajusta también
a la economía, pues los presos podrán continuar sus labores sin interrupción.
Otros tubos pueden distribuir agua en todas las celdas. Se ahorrará
mucho trabajo al servicio doméstico, y los presos no estarán expuestos
a padecer por la negligencia o la malicia de un oficial de prisión.
Terminaremos aquí el extracto de esas observaciones generales sobre
la construcción del panóptico. Sería preciso traducir todo para demostrar
que la preocupación del autor se extendió a una multitud de objetos
desdeñados ? imposibles de tener en cuenta en las prisiones ordinarias.
El gran problema es dar a la aplicación del principio panóptico el grado
de perfección de que es susceptible. Para eso es necesario lograr que
pueda extenderse a cada individuo entre los presos, a cada instante
de su vida, y el autor las ha dado todas. Esta parte concierne cierra.
Tal problema exige una gran variedad de soluciones; y el autor las ha
dado todas. Esta parte concierne sobre todo a los arquitectos, pero
la administración interior de una casa de esta índole es de la total
incumbencia de los legisladores. Es el tema de la segunda parte de esta
memoria.
SEGUNDA PARTE
Sobre la administración del Panóptico
La administración de las penitenciarías es uno de los asuntos acerca
de los cuales es muy difícil conciliar opiniones, pues cada hombre,
según sus diferentes disposiciones, prescribe distintas medidas de severidad
o de indulgencia. Hay quienes se olvidan de que un preso, recluido por
sus delitos, es un ser sensible; otros sólo piensan en que su estado
es un castigo; unos. quisieran quitarle todos esos pequeños placeres
que pueden mitigar su miseria, mientras que otros proclaman la inhumanidad
de esa disciplina penitencial en todos sus aspectos.
Voy a plantear algunos principios fundamentales que, desgraciadamente,
en su aplicación dejan todavía un campo demasiado amplio a la incertidumbre
y a las opiniones contrarias, pero que tienen, al menos, la ventaja
de aclarar la cuestión y de poner a las personas que discuten en disposición
de entenderse.
Antes que nada, es necesario recordar siquiera someramente los objetivos
que toda institución de esa índole debe proponerse: desviar la imitación
de los crímenes por el ejemplo del castigo; prevenir las ofensas de
los presos durante su cautiverio; mantener la decencia entre ellos,
conservar su salud y la limpieza que es parte de ella; impedir su evasión;
proveerlos de medios de subsistencia para cuando salgan libres; darles
las instrucciones necesarias, hacerles adquirir hábitos virtuosos, preservarlos
de todo maltratamiento ilegítimo; procurarles el bienestar que amerita
su estado, sin ir contra la finalidad del castigo; y, en suma, obtener
todo esto con medios económicos, con una administración que busque el
éxito, con normas de subordinación interna, que pongan a todos los empleados
bajo la dirección de un jefe y a este mismo jefe bajo los ojos del público;
tales son los diferentes objetivos que se deben proponer en el establecimiento
de una prisión.
Los proyectos pecan todos de exceso de severidad o de exceso de indulgencia,
o de una exageración en los gastos, que lleva todo al fracaso. Las tres
normas siguientes serán de gran utilidad para evitar esos diferentes
errores.
Normas de benevolencia
La condición ordinaria de un preso condenado a trabajos forzados por
largo tiempo no debe ir acompañada de sufrimientos corporales nocivos
o peligrosos para su salud o su vida.
Normas de severidad
Salvo las consideraciones debidas a la vida, a la salud y al bienestar
físico, un preso, que pasa por ese género de sufrimiento debido a faltas
cometidas casi siempre sólo por individuos de la clase más pobre, no
debe gozar de condiciones mejores que las de los individuos de su misma
clase que viven en un estado de inocencia y de libertad.
Normas de economía
Salvo lo relativo a la vida, a la salud, al bienestar físico, a la instrucción
necesaria, a los ingresos futuros de los presos, la economía debe constituir
una consideración de primer orden en todo lo que concierne a la administración.
Ningún gasto público debe ser admitido; ni rechazado ningún beneficio,
por motivos de severidad o de indulgencia.
La norma de benevolencia está fundada en las más sólidas razones. Los
rigores que afectan la vida y la salud de los presos, encerrados en
la incomunicación de una cárcel, son contraproducentes para el principal
objetivo de las penas legales, que es el ejemplo. Por otra parte, Como
esos rigores se prolongan durante un largo periodo, la prisión se transforma
en una pena más rigurosa que Otras penas, las cuales, según la intención
de la ley, deben ser más severas. Así, debido a una alteración de la
justicia, unos hombres menos culpables que otros se encuentran condenados
a un castigo mayor. Y, finalmente, como esos rigores acortan la vida,
equivalen a una pena capital, aunque no lleven este nombre. Luego, si
el poder ejecutivo arriesga la vida de los presos con severidades que
el legislador no autoriza, comete un verdadero homicidio; pero si el
legislador autoriza esas severidades, resulta que no condena a un hombre
a muerte y, sin embargo, lo hace morir, no por medio del tormento de
un instante sino del suplicio horrible que dura a veces varios años.
Resulta, además, que esos presos no están castigados respecto a la enormidad
de sus culpas, sino en lo relativo a su fuerza más o menos grande, a
sus facultades de resistir más o menos los rigores del tratamiento al
que se les somete.
La norma de severidad no es menos esencial; un encarcelamiento que ofreciera
a los culpables una mejor situación de la que tenían en su condición
ordinaria en el estado de inocencia sería una tentación para los hombres
débiles y desdichados, o por lo menos no tendría él carácter de castigo
que debe espantar a quien caiga en la tentación de cometer un crimen.
La norma de economía, siempre importante en sí, lo es mucho más en un
sistema donde se ha querido superar la principal objeción que se ha
hecho a la reforma de las prisiones; es decir, el gasto excesivo. Era
necesario demostrar que el sistema actual añadía, a todas esas ventajas.
la de una economía superior.
Mas, ¿cómo garantizar la economía? Por los mismos medios que la logran
en un taller, en una fábrica. Los establecimientos públicos están sujetos
a ser desatendidos o explotados; los establecimientos particulares prosperan
bajo el cuidado del interés personal: es necesario, pues, confiar a
la vigilancia del interés personal la economía de las penitenciarías.
Este estudio es esencial y pide una explicación detallada.
No es posible escoger más que entre dos tipos de administración: administración
por contrato o administración de confianza. La administración por contrato
es la de un hombre que trata con el gobierno, que se encarga de los
presos mediante el pago de tanto por cabeza, y que emplea su tiempo
y su industria en beneficio personal, como hace un operario con sus
aprendices. La administración de confianza es la de un individuo único,
o de un comité, que sufraga los gastos del establecimiento a costa del
público9 y que entrega al erario los productos del trabajo de los encarcelados.
Para decidirse en la elección de estos dos medios bastaría, según parece,
con plantear las preguntas siguientes: ¿de quién hay que esperar más
celo y vigilancia en la dirección de un establecimiento de esa naturaleza?,
¿de quien tiene mucho interés en el éxito o del que tiene poco?, ¿del
que comparte las pérdidas, así como los beneficios, o del que tiene
los beneficios sin las pérdidas?, ¿dc aquel cuyas ganancias serán siempre
proporcionales a su buena conducta, o del que está siempre seguro del
mismo emolumento, tanto si administra bien como mal?
La economía tiene dos grandes enemigos: el peculado y la negligencia.
Una administración de confianza está expuesta tanto a uno corno a otro;
pero una administración por contrato hace improbable la negligencia
e imposible el peculado.
No se está diciendo que unos administradores desinteresados jamas cumplirían
bien las tareas de esos puestos: el amor al poder, a la novedad, a la
reputación, el espíritu público, la benevolencia son motivos que pueden
alimentar su celo e inspirarles vigilancia. Pero, ¿acaso el contratista
no puede estar también animado con esos diversos principios?, ¿podría
la responsabilidad de un nuevo motivo destruir la influencia de los
demás? El amor al poder puede adormecerse; el interés pecuniario no
descansa nunca. El espíritu público se entorpece, la novedad se esfuma;
pero el interés pecuniario se enardece con la edad.
Debemos admitir que los administradores desinteresados no serán nunca
culpables ni de peculado ni de burdas negligencias. Sin embargo, ¿podrán
ellos tensar todos los resortes de la economía y del trabajo con la
misma fuerza que un hombre personalmente interesado en el éxito de su
empresa? Bueno y malo son términos de comparación. Y aunque usted vea
su administración floreciente y productiva, no puede saber qué epíteto
se merece, mientras no la haya visto en manos interesadas: este es su
verdadero criterium. Puede ser buena comparada con lo que fue, aunque
sea mala comparada con lo que puede ser.
Eso no es todo. Los administradores desinteresados, es decir, los que
tienen, como el contratista, los beneficios de la casa, gozan sin embargo
de un salario, cumplan o no con su deber. Ahora bien, un salario es
un gran motivo para colocarse, pero no es un motivo para desempeñar
asiduamente las funciones; por el contrario, debilita el lazo que debe
existir entre el interés y el deber. Cuanto más considerable es el salario,
tanto más pone al hombre por encima de su puesto, más, lo proyecta en
medio de los placeres mundanos y mas lo hastía de una atención que le
parece servil v meticulosa; y si el salario es bastante elevado, el
funcionario público busca primero a un empleado, a un representante
que haga todo el trabajo, de modo que ya no se trata de lo que usted
da al jefe, sino de lo que el jefe da a su subdelegado, aquel que hace
andar el trabajo. El propio salario, en proporción a su cuantía, tiene
una funesta tendencia a sólo dejar la elección de los puestos entre
los hombres más incapaces. Los puestos ricamente dotados son presa de
intrigantes acreditados: los hijos mimados de la fortuna, que son, no
los cortesanos sino los pajes de los ministros y dc cada ministro, cuyo
mérito está en su opulencia, mientras que su título está en sus necesidades,
y cuyo orgullo se encuentra por encima de la aplicación de los negocios
en tanto que sus capacidades están por debajo.
Sin duda se encontrarán administradores que quieran servir desinteresadamente
por el honor y el bien común; pero, aunque lo puedan hacer mejor que
los asalariados, lo harán menos bien que un empresario. Amar el poder
y la autoridad de un puesto no siempre es amar el cansancio v las dificultades,
e incluso amar las funciones mientras tengan el brillo de la novedad
no es una garantía de que se las seguirá amando cuando la novedad esté
desgastada. Por otra parte, donde el celo del interés no existe, suele
carecer de actividad la industria.
Pero la gran objeción en contra de los administradores gratuitos es
que cuanto más un hombre está seguro de obtener la confianza, menos
se esfuerza por merecerla. La envidia en el alma del gobierno; la transparencia
de la administración, por decirlo de algún modo, es la única seguridad
duradera; mas, aun la transparencia no basta si no hay observadores
curiosos para examinarlo todo con atención. Fijémonos en el empresario
por contrato: cada cual le espía con celosa desconfianza; todos lo miran
como a un agente sospechoso a quien hay que vigilar muy de cerca, por
temor a que tiranice u oprima a los presos. Todas sus faltas serán exageradas;
todos sus errores serán puestos a la luz del día; en cambio el administrador
gratuito, encantado con su propia generosidad, espera de todo el mundo
una estimación casi ciega, una deferencia casi ilimitada. Desde lo alto
de sus virtudes, parece decir al público "que un hombre como él, que
sirve desinteresadamente, que desprecia el dinero, tiene derecho a la
confianza, a las consideraciones; que se le ofendería con sospechas;
y que si se digna rendir sus cuentas, es una acción supererogatoria
a la que nada le obliga más que su honor. El público piensa como él;
y si alguien osa revelar los abusos, las negligencias, las vejaciones
de esa generosa administración, no habrá sino un clamor de indignación
contra él.
En cuanto a los inconvenientes de una administración confiada a varias
personas, son conocidos por todos cuantos tienen alguna experiencia.
La multiplicidad de gerentes destruye la unidad del plan, causa una
perenne fluctuación en las medidas, conduce a la discordia y, tras una
larga y penosa lucha entre los asociados, el más fuerte o el más obstinado
queda dueño del campo de batalla. Si el poder tiene posibilidades de
dividirse, los administradores se las arreglan para quedar cada uno
soberano en su departamento. Así como la Naturaleza repara los errores
de un médico, así un contrato tácito corrige el vicio de la ley en un
Comité de administración.
Después de todo esto, el público, siempre apasionado por la virtud y
la generosidad en teoría, que preferiría perder cincuenta mil libras
por negligencia antes que ver a un hombre ganar mil por peculado, no
tardaría en proclamar que el plan de poner a los presos entre las manos
de un empresario es un plan inhumano, una usura bárbara; que a esos
desdichados se les expone a todos los maltratos que pueden resultar
de la codicia de un dirigente cuyo interés es darles mala comida e imponerles
trabajos excesivos. Esto es lo que se dira sin examen.
Y con todo ese bello lenguaje humanitario, los presos han sido hasta
ahora los más infelices de todos los seres: el caso es que se limitan
a elaborar reglamentos, y que tales reglamentos serán siempre en vano
hasta que se encuentre cl medio para identificar el interés de los presos
con el de quien los gobierne, y solo se llegará al éxito con una administración
por contrato.
Los seguros sobre la vida de los hombres son un bello invento que se
puede aplicar a numerosos usos, pero sobre todo en caso de que se trate
de unir el interés de un hombre con la conservación de muchos.
Supongamos trescientos presos; según el cálculo medio de las edades,
tomando en cuenta las circunstancias particulares de los habitantes
de una prisión, se deduce, por ejemplo, que morirá uno de cada veinte
por año; luego, si al empresario se le dieran diez libras esterlinas
por cada hombre que deba morir, es decir, en nuestra suposición actual,
ascendería a 1 50 libras esterlinas, pero con la condición de que a
fin de año él pague diez libras esterlinas por cada individuo que haya
perdido, ya sea por muerte, ya sea por evasión. Puede usted duplicar
esa suma a fin de aumentar la influencia de su interés; y si él se encuentra
más rico a fin de año, si efectúa, de algún modo, una economía de la
vida humana, ¿qué dinero podría usted deplorar menos que aquel por el
cual podría adquirir la conservación y el bienestar de varios hombres?
"No me fío", dice el autor, "de ese único medio, cualquiera que sea
su real energía apoyada en un interés fácil de calcular". La publicidad
es la mejor de todas las garantías. Esta prisión construida sobre el
principio panóptico es transparente, abierta a todo el mundo; basta
una mirada para verla por entero. Cada uno puede juzgar por sí mismo
si el empresario llena las condiciones de su puesto, y no tiene favores
que esperar, porque el público, siempre más inclinado hacia la lástima
que hacia el rigor, encontrará más dignos de atención los lamentos de
los presos que las razones del empresario.
Para aumentar la fuerza de esa sanción deberá poner de manifiesto todas
sus cuentas, todos los procedimientos, todos los pormenores de su administración;
en una palabra, toda la historia de prisión. Dicho informe será rendido
bajo juramento, y sometido a un examen contradictorio.
Pero, a fin de alejar de él todo interés pecuniario que podría inducirle
a disimular, es necesario que su puesto le sea asegurado de manera vitalicia,
a reserva normal de -su buena conducta, pues no sería prudente ni justo
obligarlo a publicar todos sus medios de lucro, y utilizarlos en contra
de él; ya sea para aumentar el precio de su contrato, ya sea para llamar
a otros competidores.
Bien se ve que si los términos de esos contratos son al principio desventajosos,
irán mejorándose para el gobierno a medida que el interés particular
haya perfeccionado tales empresas. Un hombre industrioso sacará una
ganancia legítima, y el Estado la utilizará en su provecho en todas
las operaciones subsecuentes.
Después de haber demostrado cómo una administración por contrato promete
más vigilancia y economía que cualquier otro tipo de administración,
voy a entrar en el examen de diferentes propósitos del gobierno interior
en esos asilos de penitencia.
Separación por sexo
El
primer medio que se presenta para efectuar tal separación es contar
con dos panópticos; pero la razón de economía se opone a eso, tanto
más cuanto que en el número total de presos no hay un tercio de mujeres
y que, al construir dos establecimientos, habrá comparativamente pocos
sujetos en uno y demasiados en el otro, sin que se pueda acomodar el
sobrante de modo que se establezca el nivel entre los dos.
Puede verse con detalle en la obra inglesa, de la cual esta memoria
no es más que un análisis, cómo es posible resolver dicha dificultad
en el panóptico, disponiendo de un lado las celdas para hombres y del
otro las celdas para mujeres, y cómo se puede prevenir, con precauciones
de estructura, de inspección y de disciplina, todo lo que pudiera poner
en peligro la decencia.
Separación por clases y por afinidades
La mayor dificultad hasta ahora ha sido la distribución de los presos
en el interior de las cárceles. La manera mas corriente y, sin embargo,
la más viciosa por todos conceptos es la de mezclarlos todos juntos,
jóvenes con ancianos, ladrones con asesinos, deudores con criminales,
y arrojarlos a una prisión, como a una cloaca, donde lo que está sólo
medio corrompido se ve atacado por una corrupción total y donde la fetidez
del aire es para su salud menos nociva que la peligrosidad de la infección
moral para su alma.
Es evidente que el ruido, la agitación, el tumulto y todos los espectáculos
que incesantemente ofrece el interior de una prisión, donde los reos
están amontonados, no deja ningún intervalo para la reflexión a fin
de que el arrepentimiento pueda germinar y fructificar. Otro efecto
no menos impresionante de tal aglomeración es el endurecimiento de los
hombres contra la vergüenza. La vergüenza es el temor a la censura de
aquellos con quienes vivimos; pero, ¿puede el crimen ser censurado por
criminales?, ¿quién de ellos se condenaría a sí mismo?, ¿quién no buscará
amigos antes que enemigos entre los presos con los cuales está obligado
a vivir? El mundo que nos rodea es aquel cuya opinión nos sirve de norma
y de principio. Hombres secuestrados de ese modo forman un público aparte;
su lenguaje y sus costumbres se asemejan. Insensiblemente, por un tácito
consentimiento, se elabora una ley local que tiene por autores a los
hombres más abandonados: en una sociedad semejante, los más depravados
son los más audaces, y los mas malos imponen su autoridad a todos los
otros. Ese público así compuesto provoca la condena del público exterior
y revoca su sentencia. Cuanto más numeroso es ese pueblo, encerrado
entre esos muros, más ruidosos son sus clamores, y más fácil es ahogar
en el tumulto el débil murmullo de la conciencia, el recuerdo de aquella
opinión pública, que ya no se oye, y el deseo de recuperar la estima
de hombres a quienes ya no se les ve.
La forma más opuesta a ésa es la de confinar a los presos en una soledad
absoluta, para separarlos completamente del contagio moral y entregarlos
a la reflexión y al arrepentimiento; pero el bueno y juicioso de Howard,
que acumuló tantas observaciones acerca de los presos, pudo comprobar
cómo la soledad absoluta, aunque al principio produce un efecto saludable,
pierde rápidamente su eficacia y hace caer al infeliz cautivo en la
desesperación, la locura o la insensibilidad. En efecto, ¿qué otro resultado
se puede esperar cuando dejamos que un alma vacía se atormente sola
durante meses y años? Es un castigo que puede ser útil durante algunos
días para domar un espíritu rebelde, pero no hay que prolongarlo. El
quino y el antimonio no deben emplearse como alimentos habituales.
La soledad absoluta, tan contraria a la justicia y a los derechos humanos
cuando hacemos de ella un estado permanente, queda incluso dichosamente
refutada por las más grandes razones económicas; exige un gasto considerable
en edificios; dobla los gastos de alumbrado, limpieza y ventilación;
restringe la selección de trabajos por el espacio limitado de las celdas
y excluye profesiones que exigen la reunión de dos o tres obreros. También
perjudica a la industria, porque no es posible dar aprendices a obreros
experimentados, o bien porque el abatimiento de la soledad destruye
el dinamismo y la emulación que se desarrollan en un trabajo realizado
en compañía.
El tercer sistema consiste en emplear las celdas para dar cabida a dos,
tres y aun cuatro presos, combinándolos, como lo diré en seguida, del
modo más conveniente según los caracteres y las edades.
La misma construcción del panóptico ofrece tanta seguridad contra las
revueltas y los complots entre los reclutas, que ya no hay que temer
su reunión en pequeños grupos, pues no existe nada que favorezca su
evasión y pueden combinarse muchos medios para hacerla imposible.
Podría alegarse que esa sociedad no será sino una escuela de crímenes,
donde los menos perversos se perfeccionarán en el arte de la maldad
con las lecciones de los que poseen una larga experiencia.
Pero se puede prevenir este inconveniente distribuyendo a los prisioneros
en diferentes categorías según su edad, al grado de su crimen, la perversidad
que manifiesten, su buena conducta y las señales de su arrepentimiento.
El inspector ha de ser muy poco inteligente y muy desatento para no
conocer en poco tiempo el carácter de sus internos, al menos lo bastante
para unirlos de manera tal que cl hecho de estar juntos constituya un
mutuo freno, un motivo de subordinación y de laboriosidad.
No hay que dejarse impresionar por las palabras. Todos los que están
encerrados son culpables; pero no todos están pervertidos. El libertinaje,
por ejemplo, no es lo mismo que la violencia: los culpables de actos
de tímida iniquidad, como ladrones y estafadores, son más de temer como
corruptores y malas compañías que como hombres peligrosos para la seguridad
de la prisión y por la audacia de sus empresas. Aquellos que una vez
se entregaron al crimen movidos por la pobreza y el ejemplo, son fáciles
de distinguir de los malhechores endurecidos. El alcoholismo, fuente
de gran cantidad de delitos, no puede ser activado en una penitenciaría
donde no hay manera de embriagarse. Independientemente de estas diferencias
esenciales, pronto se reconocerá a los que tienen una disposición más
marcada para reformarse, adquirir nuevas costumbres, y tales observaciones
servirán para formar los conjuntos en las celdas y los grupos de presos.
Después de esa precaución fundamental ¿qué se podrá temer?, ¿el libertinaje?
Pero el principio de la inspección lo hace imposible. ¿Los arrebatos,
las riñas? El ojo que todo lo ve percibe los primeros movimientos v
separa inmediatamente a los caracteres inconciliables. ¿El corruptor
dirá que no hay peligro en el crimen? La prueba de lo contrario está
en la situación misma. ¿Hará un cuadro atrayente de sus placeres? Pero
ese gusto se apagó; el castigo, como salido de sus cenizas, está presente
en el pensamiento por el recuerdo del pasado, por el sufrimiento actual,
por la perspectiva del porvenir. ¿Dirá que no hay vergüenza en el crimen?
Pero están hundidos en la humillación, y cada uno de ellos sólo cuenta
con el apoyo de dos o tres compañeros.
Un tema de conversación más natural y consolador se presenta ante ellos:
el mejoramiento de su estado presente y futuro. ¿Qué harán para sacar
un mejor partido de su trabajo? Qué harán con lo que ganan ahora, que
no pueden más que trabajar, y que cualquier disipación es imposible?
¿Qué uso harán de su libertad cuando cl plazo llegue a su fin, y en
qué podrán aplicar su laboriosidad? Los que hayan acumulado beneficios
servirán de emulación a los demás. Igual que el interés del momento
les hizo caer en el crimen del interés del momento los hará volver al
buen camino. Una reforma mutua es por lo menos tan probable como una
corrupción progresiva.
Las pequeñas asociaciones son favorables a la amistad, hermana de las
virtudes. Un afecto duradero y honesto será a menudo fruto de una sociedad
tan íntima y larga.
Cada celda es una isla: los habitantes son marineros sin fortuna; lanzados
a esa tierra aislada, por un naufragio común, u nos a otros se deben
dar los gustos que puede ofrecer la asociación humana; alivio necesario,
sin el cual su condición, forzosamente triste, se volvería horrible.
Si entre ellos hay hombres violentos y coléricos, se les confina a una
soledad absoluta hasta que se hayan amansado. Se les priva de la compañía
hasta que hayan aprendido a valorarla.
He aquí, pues, un fondo de relaciones que les prepara para el momento
en que serán devueltos al mundo. Así se previene uno de los mayores
inconvenientes que acarrean los encierros en las penitenciarías, pues
la desgracia de ya no contar con amigos en su estado de libertad los
vuelve a hundir casi siempre en los excesos de su vida anterior. Mas,
al abandonar la escuela de la adversidad, serán unos con otros como
antiguos condiscípulos que cursaron juntos sus estudios.
Si se admite la distribución de los presos en pequeños grupos, constituidos
según conveniencias morales, hay que tener mucho cuidado de no alejarse
jamás de este principio y de no permitir, en ningun caso, una asociación
general y confusa que podría destruir todo el bien que se hubiera hecho.
El texto inglés encierra muchos detalles sobre un plano para que los
presos se paseen sin romper las separaciones o grupos; pero este plano
sólo es un accesorio del proyecto, ya que será necesario únicamente
en cl caso de que sus trabajos no les proporcionen bastante ejercicio.
Los trabajos
Pasemos al empleo del tiempo: objeto de una enorme importancia, ya sea
por razones de economía, ya sea por principios de justicia y de humanidad,
para suavizar la suerte actual de los desdichados y para prepararles
los medios que les permitan vivir honradamente del fruto de su trabajo.
No hay razón para prescribir al empresario el tipo de trabajos en los
cuales debe ocupar a sus presos, porque su interés le indicará cuáles
son los más lucrativos. Si cl legislador empieza a reglamentar, siempre
se equivocará: si ordena trabajos de poco beneficio, sus reglamentos
son perniciosos; si ordena los más ventajosos, sus reglamentos son superfluos;
pero los trabajos ventajosos este año, ya no lo serán tal vez al año
siguiente. Nada tan absurdo como normar mediante leyes a la industria
que varía de continuo, y el interés que acecha esencialmente las necesidades.
Existe un error que, por ser común, debe corregirse: suponer que a los
presos se les débe condenar a ciertos trabajos rudos y penosos, los
cuales muchas veces no sirven para nada, sino sólo para fatigarlos.
Howard menciona a un carcelero que después de haber amontonado piedras
en un extremo del patio de la prisión, ordenaba a los presos que las
transportaran al otro extremo; luego, había que traerlas a su lugar
inicial, y así sucesivamente. Cuando se le preguntó el objeto de ese
gran trabajo, su respuesta fue que así hacía rabiar a todos aquellos
bribones.
Es una funesta imprudencia hacer odioso el trabajo, presentarlo como
terrorífico a los criminales y otorgarle una especie de deshonra. El
terror a la cárcel no debe relacionarse con la idea del trabajo, sino
con la severidad de la disciplina, lo humillante del uniforme, la burda
alimentación, la pérdida de las libertades. El dinamismo, en vez de
ser el azote del preso debe serle concedido como consuelo y placer.
Es suave en sí, comparándolo con un ocio forzado, y su producto le brindará
doble gusto. El trabajo, padre de la riqueza; el trabajo, el más grande
de los bienes: ¿por qué pintarlo como una maldición?
El trabajo forzado no está hecho para las prisiones: si usted tiene
necesidad de producir grandes esfuerzos, lo conseguirá con recompensas
y no con penas. La coacción y la esclavitud jamás conducirán tan lejos
en la carrera, como la emulación y la libertad. Tratándose de un preso,
¿le haría usted llevar el bulto que un mozo de cuerda carga con gusto
por veinte céntimos? Fingirá sucumbir bajo el peso. ¿Cómo descubrirá
usted el fraude? Quizá, en efecto, sucumbirá, pues la fuerza del cuerpo
está en razón de la buena voluntad. Ahora bien, cuando no hay energía
los músculos no tienen fuerza.
El trabajo debe durar toda la jornada, exceptuando los intervalos de
las comidas; pero es conveniente que se sucedan distintos trabajos,
que los haya sedentarios y laboriosos, a los cuales los hombres se dediquen
por turno, porque una ocupación siempre sedentaria o constantemente
laboriosa, sobre todo en un estado de encarcelamiento, produciría una
sorda melancolía, o arruinaría la salud; en cambio, alternativamente,
uno tras otro, llena el doble objetivo del recreo y el ejercicio. La
mezcla de ocupaciones es, pues, una feliz idea para la economía de las
penitenciarías.
La alimentación
Hay que señalar dos errores principales acerca de la alimentación de
los presos. Casi siempre se ha creído que debe limitarse la cantidad
y dar porciones fijas; eso es un auténtico acto inhumano para quienes
esa ración no satisface; es un castigo muy injusto que nada tiene que
ver con el grado del delito, sino con la fuerza o la debilidad de un
hombre; además, muy cruel; porque no es una injusticia de un día o de
un mes sino de varios años. Si el hambre de un desdichado no queda satisfecha
después de su comida, menos disminuirá en los intervalos. Experimentará,
pues, un continuo malestar, un desfallecimiento que minará poco a poco
sus fuerzas. Es una verdadera tortura, con la única diferencia de que,
en ese caso, la tortura va infligida al interior del estómago en vez
de a los brazos y a las piernas.
¿Por qué no se ha dicho nunca claramente que se debía alimentar a un
preso según la medida de su apetito? ¿No es esa la idea más sencilla
y el primer deseo de la justicia?
EI segundo error en el que se ha incurrido, por una benevolencia irreflexiva,
es la de proponer variedad en los alimentos de los presos, al punto
que algunos reformadores, entre ellos el bueno de Howard, más indulgente
para los otros que para sí mismo, han pedido que se les diera carne
por lo menos dos veces a la semana, sin pensar que la mayoría de los
habitantes rurales y muchos también en las ciudades, no pueden procurarse
este primer artículo de lujo. Para los que han perdido la libertad por
sus crímenes, ¿será necesario realizar el deseo de Enrique IV, que hoy
en día sigue siendo una remota esperanza para tantos virtuosos campesinos?
La alimentación de los presos debe ser la más común y la menos costosa
que el país pueda proporcionar, porque no deben ser mejor tratados que
la clase pobre y trabajadora: ninguna mezcla, pues no es necesario estimular
su apetito. Como única bebida, agua; nunca licores fermentados. Pan,
si el pan es el alimento más económico; pero es un producto manufacturado,
y la tierra nos brinda alimentos muy abundantes v sanos que no necesitan
ser manufacturados. La raza de los irlandeses que sólo comen patatas
¿acaso es débil y degenerada? El montañés de Escocia que no se ha alimentado
más que de harina de avena ¿acaso es timorato en la guerra?
Además, hay que dejar a cada preso con entera libertad de comprar alimentos
más variados y suculentos con el producto de su trabajo, pues la mejor
especulación, aun para la economía, es la de incitar el trabajo por
medio de una recompensa y otorgar a cada uno de los presos cierta proporción
de los beneficios. Pero la recompensa, para conservar su fuerza, debe
ofrecerse bajo la forma de gratificación inmediata, y no hay nada tan
inocente ni tan propio para proporcionar una alegría de este tipo, en
esta clase de gente, que un placer que halague, al mismo tiempo el gusto
y la vanidad. Sin embargo, hay que exceptuar siempre los licores fermentados,
porque es imposible tolerar un uso moderado sin correr el riesgo de
los excesos, sabiendo que la bebida que no produce efecto sensible en
un individuo es capaz de hacer que otro pierda la razón. Tal medida
nunca es demasiado severa, pues existen gran número de pobres trabajadores
y honestos que jamás pueden permitirse esa indulgencia.
El vestuario
Es necesario consultar a la economía en todo lo que no es contrario
a la salud ni a la decencia. Para responder al gran objetivo del ejemplo,
la indumentaria debe llevar alguna marca de humillación. Lo mas sencillo
y útil sería hacer las mangas, del traje y de la camisa, de una longitud
desigual para ambos brazos. Sería una seguridad más contra la evasión
y una manera de reconocer a un hombre evadido, ya que, después de cierto
tiempo, habría una diferencia apreciable de color entre el brazo cubierto
y el brazo desnudo.
Limpieza y salud
Los detalles sobre este tema no son de por sí nobles; pero se ennoblecen
con el fin que se propone.
La admisión de un preso en su celda debe ir precedida de una ablución
total [nota: "ablución": acción de purificarse por medio del agua].
Sería también conveniente añadir a dicha admisión cierta ceremonia solemne,
como un rezo, una música grave, una ceremonia que impresione a las almas
burdas. ¡Cuán débiles son los discursos comparados con lo que causa
impacto en la imaginación por medio de los sentidos!
El preso debe llevar un traje burdo, pero blanco y sin teñir, para que
no pueda contraer ninguna suciedad que no se vea de inmediato; sus cabellos
deben ser rasurados o cortados muy cortos. El uso del baño debe ser
regular. No debe tolerarse ninguna especie de tabaco, ni costumbre alguna
contraria a los usos de las casas más limpias. Se fijarán los días para
el cambio de ropa.
Toda esa delicadeza es innecesaria para la salud, pero, como la prisión
ha sido casi en todas partes una estancia de horror, es mejor tomar
precauciones extraordinarias que desatender alguna. Para enderezar un
arco, dice el proverbio, hay que atirantarlo en sentido contrario.
Esta parte del plan tiene un objetivo superior entre la delicadeza física
y moral. Existe una correspondencia que es obra de la imaginación, pero
no menos real. Howard y otros lo señalaron. Los cuidados del aseo son
un estímulo contra la pereza: acostumbran a la precaución y enseñan
a guardar, hasta en los mas mínimos detalles, respeto a la decencia.
El mensaje, moral y de física tienen un lenguaje común; no se puede
inculpar o enaltecer a una de esas virtudes sin que una parte del encomio
deje de reflejarse en la otra. Ya sabemos cuántos fundadores de religión
han dado importancia a este hecho; con qué cuidado han prescrito todo
lo concerniente a las abluciones. Ni quienes no creen en la eficacia
espiritual de estos ritos sagrados negarán su influencia corporal. La
ablución es un ejemplo de ello: ¡ojalá fuese una profecía! ¡No es tan
fácil purificar el alma de nuestros presos como sus cuerpos!
El ejercicio al aire libre preserva la salud; pero es necesario que
ese ejercicio sea sometido, como todo lo demás, a la ley inolvidable
de la inspección; que en nada sea incompatible con el grado de separación
o de formación de pequeños grupos que se habrá juzgado conveniente,
que sea favorable a la economía, o sea productivo, si es posible, y
aplicado a algún trabajo útil. El texto inglés incluye muchos detalles,
y allí se ve que el autor da preferencia al uso de grandes ruedas que
son puestas en movimiento por el peso de uno o varios hombres y que
producen una energía que se puede emplear, a voluntad, para mil objetos
mecánicos. Ese ejercicio llena todas las condiciones deseadas y es posible
proporcionarías según las fuerzas de cada individuo. Un preso perezoso
no puede engañar al inspector. A un inspector no le es dado hacer de
ese ejercicio un uso tiránico contra sus presos. No tiene nada de duro
ni de inhumano, sólo es una manera distinta de subir una colina. El
efecto está producido por el solo peso del cuerpo que se aplica sucesivamente
a distintos puntos. Es, por otra parte, un trabajo compatible con el
plan de separación y aun con el de una soledad absoluta. Se puede emplear
en ello a las propias mujeres; y nada más sencillo que distribuir los
turnos de los presos, para darles dos veces al día un ejercicio que,
además de ser bueno para la salud' tendrá un fin económico y útil.
Tales precauciones, más que órdenes perentorias son ideas susceptibles
de ser perfeccionadas.
Tampoco se pretende fijar la distribución del tiempo, que puede variar
según las diversas circunstancias; pero debe mantenerse como principio
el evitar todo ocio en un régimen cuyo objetivo es la reforma de las
costumbres, y sería un grave error otorgar a los presos más de siete
u ocho horas de sueño. La costumbre ociosa de quedarse en la cama una
vez despierto es tan contraria a la constitución del cuerpo al que debilita,
como a la del alma, en la cual la indolencia y la desidia fomentan todos
los gérmenes de corrupción. Las largas veladas de invierno deben tener
sus ocupaciones normadas, y aun cuando podría suponerse que su trabajo
no compensara el gasto de luz, habría además razones humanitarias y
prudentes más fuertes que las económicas, como para no condenar a todos
esos infelices a doce o quince horas de decaimiento y de oscuridad.
Nada tan fácil como colocar luces fuera de las celdas, de modo que se
evite todo peligro de negligencia o de malicia, e incluso que se mantenga
durante la noche la principal fuerza del principio de la inspección.
La instrucción y la ocupación dominical
Cada penitenciaría debe ser una escuela: primeramente, es una necesidad
para los jóvenes que ella encierra, pues en esa tierna edad no se está
exento de los crímenes que conducen a tales penas. Pero, ¿por qué negaríamos
el beneficio de la instrucción a hombres ignorantes que podrían transformarse
en miembros útiles de la sociedad, gracias a una nueva educación? La
lectura, la escritura, la aritmética pueden convenir a todos. Si entre
ellos los hubiera con las simientes de algún talento especial, se les
podría cultivar y sacarles provecho. El dibujo es una rama lucrativa
de la industria y sirve a varias artes. La música puede tener una especial
utilidad, logrando atraer más gente a la capilla. Si el director de
semejante establecimiento uniera a una idea justa de su interés cierto
grado de entusiasmo e inteligencia, se beneficiaría desarrollando las
distintas capacidades de los presos, y no podría alcanzar su bien particular
sin lograr aún más el de ellos. No hay otro maestro que llegue a tener
un interés tan grande en el progreso de sus discípulos, ya que son sus
aprendices y obreros.
El domingo nos brinda un espacio vacante, que hay que llenar; la suspensión
de los trabajos mecánicos conduce naturalmente a la enseñanza moral
y religiosa, según el destino de ese día; pero como no es juicioso emplear
todo el día en esas enseñanzas, que se volverían por su extensión en
inútiles y monótonas, hay que alternarías con diferentes lecciones,
a las cuales se les puede dar también un fin moral y religioso con la
selección de obras para ejercitar al preso en la lectura, la copia,
el dibujo. Y aun el cálculo puede brindar una doble instrucción, resolviendo
cuestiones que desarrollen los productos del comercio, la agricultura,
la industria y el trabajo.
Remito a la obra inglesa para ver la manera de colocar a los presos
en un anfiteatro al aire libre durante esos ejercicios, sin abandonar
el principio de la inspección y la separación, y sin comprometer la
seguridad de los dirigentes.
Los castigos
Puesto que hay agravios cometidos en la prisión misma, deben existir
castigos. Puede aumentarse su número sin aumentar la severidad; asimismo,
diversificarlos con ventaja, dirigiéndolos hacia la naturaleza del caso.
Una forma de analogía es dirigir la pena contra la facultad de la cual
se ha abusado. Otro modo es arreglar todo de manera que la pena surja,
por decirlo así, de la propia falta. Por ejemplo, clamoreos ultrajantes
pueden ser reprimidos y castigados con una mordaza; golpes, violencias,
con la camisa de fuerza que suele ponerse a los locos; negación del
trabajo, con la negación de la comida hasta que la tarea esté hecha.
Se ve aquí la ventaja de no condenar por costumbre a los presos a una
soledad absoluta: es un instrumento útil de disciplina que se habría
perdido y un medio de coacción, tanto más precioso cuanto que no puede
abusarse de él, y no contrario a la salud como los castigos corporales.
Pero únicamente debe darse al director la potestad de condenar a los
presos a la soledad: los demás castigos sólo se administrarán en presencia
y bajo la autoridad de algunos magistrados.
Es aquí donde la ley de responsabilidad mutua puede mostrarse en su
mejor aspecto. Encerrada en los límites de cada celda, no puede nunca
sobrepasar los límites de la mas estricta justicia: denuncia el mal,
o sufre como complice. ¿Qué artificio puede eludir una ley tan inexorable?
¿Qué conspiración puede mantenerse contra ella? El reproche que, en
todas las prisiones, va unido con tanta virulencia al carácter del delator,
no encontraría aquí ningún fundamento. Nadie tiene derecho a quejarse
de lo que otro hace por su propia conservación. Usted reprocha mi maldad,
respondería el acusador, pero, ¿qué debo pensar de la suya, pues usted
bien sabe que seré castigado por su culpa y que quiere hacerme sufrir
para su propio gusto? Así, en este plan, tantos camaradas, tantos inspectores,
las mismas personas a quienes hay que vigilar se vigilan mutuamente
y contribuyen a la seguridad general. Es preciso señalar también otra
ventaja de las divisiones por pequeños grupos en todas las prisiones,
la convivencia de los presos es una fuente continua de delitos: en las
celdas panópticas la convivencia es una garantía más de su buena conducta.
Cubierta con el óxido de la antigüedad, la ley de responsabilidad mutua
ha cautivado desde hace siglos la admiración de los ingleses. Los grupos
estaban integrados por diez personas, y cada quien respondía por todos
los demás. Con todo, ¿cuál es el resultado de esta célebre ley? Nueve
inocentes castigados por un culpable. ¿Qué se necesitaría para dar a
esta responsabilidad la equidad que la caracteriza en el panóptico?
Dar transparencia a los muros y a los bosques y condensar toda una ciudad
en un espacio de dos varas.
Provisiones para los presos liberados
Cabe pensar que después de algunos años, quizá sólo de unos meses, con
una educación tan estricta, los presos acostumbrados al trabajo, instruidos
en la moral y en la religión, habiendo perdido sus hábitos viciosos
por la imposibilidad de entregarse a ellos, se habrán convertido en
nuevos hombres. Sin embargo, sería una gran imprudencia lanzarlos al
mundo sin guardianes y sin ayuda en la época de su emancipación, en
que puede comparárseles con niños reprimidos durante mucho tiempo y
que acaban de burlar la vigilancia de sus maestros.
No se debe poner en libertad a un preso, antes que pueda cumplir con
una u otra de estas condiciones: primero, si los prejuicios no se oponen,
puede entrar al servicio de tierra o de mar; está tan acostumbrado a
la la obediencia, que llegará a ser sin esfuerzo un excelente soldado.
Si se teme que esos reclutas sean una mancha para el servicio, hay que
decir que los reclutadores no ponen ningún cuidado en la clase de hombres
que llenan los ejércitos.
En el caso de que una nación establezca colonias, por su tipo de educación
los presos estarán preparados para convertirse en sujetos más útiles
para esas nacientes sociedades, que los malhechores a quienes allí se
suele enviar. Pero al preso que ha purgado su pena no se le obligará
a expatriarse, sólo se le dará la posibilidad de elegir y los medios
de hacerlo.
Otro modo para ellos de reintegrarse a la libertad sería la de encontrar
un hombre responsable, que quisiera servir de fiador por cierta suma,
renovando dicha garantía cada año y comprometiéndose, en caso de no
renovarla, a representar él mismo a la persona.
Los presos que contaran con parientes o amigos, o que se hubieran ganado
una reputación de buena conducta, trabajo y honestidad en sus años de
prueba, no tendrían necesidad de buscar una fianza, pues aunque para
el servicio doméstico sólo se toman personas de índole intachable, existen
sin embargo miles de trabajos para los cuales no se tienen los mismos
escrúpulos, y además podrían procurarse fianzas de distintas maneras.
La más sencilla de todas sería la de dar a la persona que se aviniera
a la fianza la prerrogativa de pactar un contrato a largo plazo con
el preso liberado, semejante al de un trabajador especializado con su
aprendiz, de manera que pudiera recuperarlo si él llegase a escapar,
y obtener indemnizaciones por parte de quienes quisieron seducirlo o
contratarlo a su servicio.
Esta condición, que a primera vista parece dura para el preso liberado,
de hecho es una ventaja para él, pues le asegura la elección entre un
mayor número de competidores que buscarán el privilegio de tener obreros
en quienes poder confiar.
No vamos a entrar en los detalles de las precauciones necesarias para
asegurarse la validez de las fianzas. La mejor de todas sería la de
hacer responsable al director de la prisión por la mitad de la fianza,
en caso de que hubiera fallado, porque entonces tendría interés en conocer
bien a las personas con quienes haría esas transacciones jurídicas.
Mas, examinemos ahora el caso, que debe ocurrir con frecuencia, que
un preso carezca de amigos y parientes, no encuentre fianza, no sea
aceptado, ni se aliste ni vaya a una colonia. ¿Habrá que abandonarlo
al azar y lanzarlo de nuevo a la sociedad? Sin duda, no: sería exponerlo
a la desgracia o al crimen. ¿Habrá que retenerlo en las mismas redes
de una disciplina severa? No: sería prolongar su castigo más al]á del
término fijado por la ley.
Es necesario tener un establecimiento subsidiario, fundado sobre el
mismo principio: un panóptico donde reinará mayor libertad; donde ya
no habrá sello humillante; donde se admitirá el matrimonio; donde los
habitantes serán tratados, en cuanto a su trabajo, más o menos como
si fueran obreros comunes; donde, en una palabra, se pueda repartir
tanto bienestar y libertad como sea compatible con los principios de
seguridad, decencia y sobriedad. Será un convento sometido a reglas
estrictas, con la sola diferencia de que no existirán los votos; las
personas allí recluidas podrán salir en cuanto consigan un aval o llenen
las condiciones para la liberación.
Alguien objetará: "El panóptico subsidiario es un receptáculo para cierto
número de obreros que trabajan juntos bajo un techo común; y la experiencia
ha probado que tales receptáculos son un semillero de vicios. Las únicas
manufacturas que no echan a perder las costumbres son aquellas donde
los obreros están dispersos, aquellos que, como la agricultura, cubren
toda la superficie de un país, o aquellas que se concentran en el interior
de las familias, donde cada hombre puede trabajar entre los suyos, en
el seno de la inocencia y del recogimiento".
Esta observación está fundada, pero no afecta a nuestro plan: hay una
gran diferencia entre una manufactura común y la que se establecería
en un panóptico. ¿En que casa pública o privada puede encontrarse tal
garantía para la castidad de los solteros, para la fidelidad del matrimonio
y para la desaparición del alcoholismo, costumbre destructora que causa
tanta miseria y trastornos?
Tales precauciones para con los presos en el periodo de su libertad
son las que deben tenerse para quitarles la tentación y la facilidad
de recaer en el crimen. Se ha considerado admirable la idea de dar a
los presos liberados una provisión de dinero, a fin de que una necesidad
inmediata no los arroje a la desesperación; pero tal recurso es sólo
momentáneo: puede transformarse en trampa para hombres tampoco mesurados
y previsores, y, tras un disfrute pasajero, tanto más irresistible cuanto
que las privaciones han sido largas, el dinero está perdido, la pobreza
permanece y las seducciones abundan.
Baste esta exposición, que sólo contiene las primordiales ideas del
autor, para apíecia r lo que se anunció al principio de esta memoria.
Una simple idea nueva en arquitectura
Se obtiene como resultado una reforma verdaderamente esencial en las
prisiones: la certeza de la buena conducta actual y de la reforma futura
de los presos. Se aumenta la seguridad pública, haciendo una economía
para el Estado. Se instituye un nuevo instrumento de gobierno por medio
del cual un hombre solo se encuentra revestido de un poder muy grande
para hacer el bien y de ninguno para hacer el mal.
El principio panóptico puede adaptarse con éxito a todos los establecimientos
donde hay que reunir la inspección y la economía; no está necesariamente
ligado con ideas dc rigor: se pueden suprimir las rejas de fierro; es
posible establecer comunicaciones; la inspección puede volverse cómoda
y no molesta. Una fábrica, una manufactura construida conforme a este
plan, da a sólo un hombre la facilidad de dirigir los trabajos de muchos;
y las diversas separaciones pueden estar abiertas o cerradas, permitiendo
las distintas aplicaciones del principio. Un hospital panóptico no toleraría
ningún abuso de negligencia ni en la limpieza, ni en la ventilación,
ni en la administración de los medicamentos: una mayor división de aposentos
serviría para mejor separar las enfermedades; los tubos de hojalata
permitirían a los enfermos una comunicación continua con sus enfermeros:
un ventanal interior, en lugar de rejas, les dejaría a su elección el
grado de temperatura; una cortina podría ocultarlos de las miradas.
Finalmente, este principio puede aplicarse con acierto a escuelas, cuarteles,
a todos los empleos en los que un hombre solo está encargado del cuidado
de varios. Por medio de un panóptico, la prudencia interesada de un
solo individuo garantizaría el éxito mejor que la probidad de un gran
número en cualquier otro sistema.
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