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Claves
del verdadero aislamiento argentino
Por Arturo Trinelli*
Sabido es que no hay relaciones diplomáticas que no persigan intereses concretos
en un mundo movido por el capital y la suma de intereses. Tampoco es posible hoy
hablar de una gran hermandad latinoamericana sin contradicciones, a pesar de
nuestros pueblos haber pasado las mismas penurias, seguir siendo el “patio
trasero” de las grandes potencias y haber sufrido saqueos y exterminios de sus
pueblos originarios, entre otros padecimientos comunes. Pretender ello sería
abonar una utopía latinoamericana que algunos de nuestros libertadores
imaginaron, en la época en donde el enemigo era común y la ilusión de ser
independientes todo lo podía.
Las relaciones entre los países de Latinoamérica tienen sus dificultades. Estas
van desde asimetrías y disputas comerciales, de las cuales el Mercosur puede dar
fe, hasta otras movidas por la expansión propia del capital (papeleras sí o no
entre Argentina y Uruguay). También aparecen controversias que tienen que ver
con límites fronterizos, algunos de los cuales fueron formalizados en la Corte
Internacional de La Haya: el enfrentamiento que afrontan Nicaragua y Costa Rica
por derechos de navegación del río San Juan y derechos anexos (2005) y, más
recientemente, la que mantienen Perú y Chile, presentada por el primero, en
busca de la delimitación marítima sobre el Pacífico. Entre otros conflictos,
esto se suma al histórico reclamo boliviano a Chile por la salida al mar, lo
cual llevó a la ruptura de las relaciones diplomáticas, y a la guerra entre Perú
y Ecuador, de la cual Argentina formó parte con la vergüenza de la venta ilegal
de armas.
A pesar de ello, las relaciones latinoamericanas han madurado en los últimos
años saludablemente. Salvo el caso de Honduras, que ha recibido el repudio de
toda la comunidad internacional, los gobiernos de Latinoamérica han conseguido
consolidar sus democracias, dejando atrás las dictaduras que se extendieron por
numerosos países de la región, en muchos casos promoviendo un clima hostil entre
vecinos, donde el ejemplo más emblemático, quizás, sea el de Argentina y Chile
cuando una eficaz mediación papal evitó el horror de la guerra. En la
actualidad, los gobiernos han sabido interpretar, más allá de sus diferencias,
que la mejor manera de enfrentarse a la dinámica del capitalismo global es
estando unidos, con fructíferos lazos de integración expresados comercialmente a
través de bloques económicos, o con avances sobre cuestiones puntuales: lucha
contra el narcotráfico, cooperación, energía, etc. En este sentido, haber
conseguido que en la última cumbre del Grupo Río en Cancún todos los países
presentes se alineen detrás de la Argentina en su reclamo por la soberanía en
Malvinas, debe considerarse como un logro diplomático de envergadura.
Respaldo a la soberanía argentina
El propio Presidente Lula, político destacado y recientemente condecorado como
"estadista global" en el último Foro Económico Mundial celebrado en Davos,
Suiza, hizo suyas las palabras con las cuales defendió la soberanía Argentina en
las islas y hasta puso en cuestión la función de Naciones Unidas, que en todo
este tiempo no pudo avanzar en una gestión que promoviera la negociación
diplomática en torno a Malvinas, alentando la sospecha de una posible
condescendencia con el Reino Unido por su condición de miembro permanente del
Consejo de Seguridad, con capacidad de veto.
Menos diplomáticas, pero igualmente efectivas, fueron las palabras de Hugo
Chávez pidiéndole a la Reina Isabel que devuelva las islas porque en el “siglo
XXI el colonialismo se había terminado”. Y hasta el aliado norteamericano en la
región, Alvaro Uribe, también suscribió a la declaración final en repudio al
accionar británico.
Con lo cual ya vemos que el posicionamiento a favor de la Argentina no remite
únicamente a países con gobiernos ideológicamente afines al de nuestro país. El
caso de Uribe y el de Piñera, con quien incluso hubo un acercamiento en esas
jornadas, hablan a las claras de un posicionamiento de la región que respalda la
posición argentina de reabrir las negociaciones por la soberanía de Malvinas,
circunstancia que desde 1982 el Reino Unido se niega a hacer, violando de esta
manera resoluciones de la ONU que obligan a un diálogo entre las partes, pero
que ahora cuenta con un contundente reclamo de los países miembros tendiente a
avanzar en ese sentido.
Enorme trascendencia, además, tuvo en la prensa internacional la declaración del
Grupo Río. Los principales medios del mundo destacaron el respaldo a nuestro
país.
El diario The Guardian de Inglaterra publicó días atrás una columna de opinión
de John Hughs, ex embajador británico en la Argentina, llamada “El fárrago de
las Falklands”, donde sostuvo que sea cual fuere el resultado de esta nueva
controversia, no cambiaría el hecho de que para los argentinos las Malvinas
siempre serían argentinas, y destacó también la gestión de los gobiernos de
Néstor y Cristina Kirchner como promotores de que la cuestión Malvinas tenga un
nuevo vuelo mediático y un perfil más alto. La repercusión a favor de la
Argentina también se expresó en el reciente anuncio de Repsol-YPF de encarar una
búsqueda de hidrocarburos a fines de este año en la cuenca Malvinas, en aguas
profundas de la placa continental argentina.
Por supuesto que ello por sí sólo no constituye un elemento que pueda cambiar la
situación. Además, no se debe perder de vista que la decisión de haber
desencadenado una guerra debilita cualquier reclamo argentino, en la medida en
que Gran Bretaña ha cortado toda posibilidad de diálogo desde entonces. Pero sí
se ha logrado trasladar en el plano internacional una disputa que en el terreno
diplomático, como bien aseguró Lula, estaba estancada ante la negativa británica
de ceder a una negociación y la pasividad de Naciones Unidas para hacer cumplir
sus propias resoluciones.
¿Cuál ha sido el verdadero aislamiento?
Todo ello pone en cuestión la tan mentada crítica al supuesto aislamiento de
Argentina en el mundo. Pero ¿de qué aislamiento estamos hablando? ¿Será el que,
años atrás, con el pretexto de evitarlo hizo que se abandonara la tradicional y
prudente política de neutralidad argentina para formar parte de la Guerra del
Golfo?
Recordemos que esta situación no le ocasionó al país ningún beneficio económico
ni político. Y mucho menos en lo relativo a Malvinas, donde EEUU, a quien se
trató de seducir con el envío de tropas, siempre manifestó su apoyo a su
tradicional socio, el Reino Unido, y por estos días acaba de convalidar su
neutralidad, aunque el vocero del Departamento de Estado, Philip Crowley, dijo
que su país reconoce el gobierno de los kelpers, lo cual equivale más o menos a
decir que las islas le pertenecen al Reino Unido. Así se abandonó la tradicional
postura argentina que ha contribuido en operaciones pacificadoras por todo el
mundo, incluyendo El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Ecuador, Perú, el
Sahara Occidental, Angola, Kuwait, Chipre, Croacia, Kosovo y Bosnia.
Esta visión que añora una inserción argentina en el mundo semejante a la de los
’90 fue ejemplarmente representada con la crítica que Arturo Valenzuela, Jefe
del área de América Latina de la Casa Blanca, sostuvo sobre la famosa falta de
seguridad jurídica de Argentina en su última visita al país. Muchos dirigentes
locales se hicieron eco de esas palabras para criticar la manera en que la
Argentina maneja su política exterior. Quienes la sostienen la vinculan con un
supuesto desinterés del país por atraer inversiones, seducir a los mercados y
priorizar los vínculos con sus vecinos latinoamericanos, buscando consolidarlos
a través de instituciones con funciones a largo plazo, como Unasur, de manera de
sostener un proceso de integración con organismos que excedan los gobiernos de
turno y marquen una nueva agenda en la política exterior latinoamericana, donde
los países puedan renovar sus potencialidades para proteger mejor sus recursos y
hacer más sólidas sus economías.
Ahora bien, ¿cuál ha sido el verdadero aislamiento argentino? Desde nuestro
punto de vista, el que se ha impuesto desde el siglo XIX con el triunfo
ideológico de la Argentina como granero del mundo y donde “cultivar el suelo es
servir a la patria”. Nuestra experiencia histórica y la de las grandes potencias
demuestran que pretender evitar el aislamiento económico dinamizando
exclusivamente un sector de la economía no constituye una vía genuina de
desarrollo. Por el contrario, nos ha colocado en la periferia del mundo y
condenado a un aislamiento que, desde lo ideológico, se sostuvo con la fantasía
de la racionalidad superior de los mercados por sobre la necesaria intervención
del Estado en la economía.
Salir de ese aislamiento será un proceso largo no exento de tensiones, en donde
entre otras cosas habrá que apelar a la estabilidad, la solvencia y el
crecimiento fortaleciendo nuestros recursos científicos y tecnológicos. Pero
será necesario sostenerlo, junto con una eficaz gestión diplomática, pues allí
residirá, quizás, la mayor esperanza de recuperar Malvinas.
* Lic. en Ciencia Política (UBA)
Buenos Aires Económico
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