ZONA
LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“Un uruguayo, Matías Behety, es considerado el primer
poeta de La Plata”
Entrevista a Norma Etcheverry por Rolando Revagliatti
Norma Etcheverry nació el 5 de mayo de 1963 en Ranchos, provincia de Buenos
Aires, y reside en Ringuelet, localidad del aglomerado urbano Gran La Plata, en
la citada provincia. En 1981 fue cuando se mudó a la ciudad de La Plata, en cuya
Universidad Nacional de La Plata (UNLP) se graduó en la carrera de Periodismo.
Publicó los poemarios “Máscaras del tiempo” (1998), “Aspaldiko” (2002) y “La
ojera de las vanidades y otros poemas” (2009). Con el título “Lo manifiesto y lo
latente” fue incluida en 2011, dentro de la colección “Cuadernos Orquestados”,
dirigida por Abel Robino, una muestra de sus poemas concebidos después de 2009.
Inédito permanece el volumen “La vida sin O.”, de poesía y relato breve, como
así también “Viajar, leer, inundarse”. Actualmente trabaja sobre un poemario
(“México”) y una novela breve que aborda el amor y la política. Textos suyos
fueron traducidos al francés, euskera y portugués. Invitada participó, por
ejemplo, en el Primer Festival Internacional de Poesía “San Nicolás de los
Arroyos”, en el Quinto Encuentro Poético (ciudad de Buenos Aires, abril 2010:
http://es.calameo.com/read/00064806894a6df53cc91 ), en la Feria del Libro y de
las Artes de la ciudad de Berazategui, en el Encuentro Argentino de Poesía
Rosario 2012, en el Festival de Poesía ABBApalabra, en México. Poemas y
comentarios bibliográficos de su autoría aparecieron en medios gráficos y
digitales: Diarios “El Día” y “Diagonales” de la ciudad de La Plata, Revista “El
Espiniyo” de la ciudad de City Bell, “Jornal Rascunho” y “Folha de San Pablo” de
Brasil, entre otros.
1 — Ranchera de nacimiento, infiero por lo que he pesquisado, que por decisión
familiar te criaste a 45 kilómetros de la Capital Federal, en Alejandro Korn, y
ya más “por imperio de las circunstancias” en tu adolescencia te fuiste unos 15
kilómetros más lejos de la Capital y allí te quedaste.
NE — Efectivamente, nací en un pueblo rural llamado General Paz (Ranchos), donde
vivía “gente de campo”, con sus costumbres, sus creencias, sus sueños y sus
limitaciones. Por razones familiares, a mis seis años nos mudamos a Alejandro
Korn, que si bien es también un pueblo provinciano, tiene más que ver con la
ciudad que con el campo. Alejandro Korn es “el último cordón del conurbano hacia
el sur”, y el contacto con la Capital era, ya en aquella época, muy frecuente.
La diferencia de idiosincrasia con Ranchos fue algo que me marcó para siempre.
En una novela que escribo y reescribo (hasta que me decida a “expulsarla” de
mí), la primera línea narrativa recorre la oposición campo-ciudad y las
antinomias que se me plantearon en la vivencia cotidiana desde entonces, en las
cuales consciente o inconscientemente identifiqué el interior con el radicalismo
y el conurbano con el peronismo. Esta cuestión implica otras menores (o no
tanto); por ejemplo, el hecho de ir a un colegio
religioso
en Ranchos, donde había ciertos lujos como un gran piano en la sala de música,
y, por otro lado, asistir después a una escuela que me sorprendió por las
modestas instalaciones y la situación económica de mis compañeros. Pero no me
disgustó, al contrario, guardo en mi memoria algunos recuerdos entrañables, como
cuando llegaba la hora del mate cocido con leche, en esas aulas de madera sin
estufas durante las mañanas heladas del invierno. Yo fui allí sabiendo leer de
corrido, mientras que la mayoría aún estaba aprendiendo, así que muchas veces me
tocaba efectuar la lectura del día desde un libro que nunca olvidé: se llamaba
“Caleidoscopio” e intuyo que incidió esa obra con mi pasión por viajar y
compenetrarme con otras geografías y otras gentes. Cada capítulo se refería a un
lugar o situación distinta, y para mí, exótica. Ya el caleidoscopio giraba y
enfocaba una tribu del Amazonas, ya apuntaba en dirección a los Andes mientras
San Martín cruzaba la cordillera, ya caía en medio del Círculo Polar Ártico,
donde un grupo sami se deslizaba en trineo por el hielo de Laponia. Fomentó mi
curiosidad; y mi entusiasmo por la lectura.
Otra cuestión que me marcó entonces tiene que ver con el mundo de los hombres y
el de las mujeres. Me crié en una familia de mujeres fuertes, algunas por
carácter (como mi abuela y mi tía, la única hermana de mi madre), y otras por
necesidad, como mi madre, que tuvo la osadía de divorciarse y enfrentar sola la
vida con cuatro hijos (tres, varones). He aquí que también me imbuí del mundo
masculino. Además, en el campo quedó mi familia paterna, compuesta de padre,
tíos y primos, de sangre vasca y pocas palabras. Alterné entre ambos mundos gran
parte de mi infancia y toda la adolescencia, y ese ir y venir me abrió
interrogantes sobre los que indago todavía.
Cuando terminé la secundaria, coincidieron algunas razones familiares para que,
otra vez, nos mudáramos de ciudad, ahora a La Plata, donde vivía mi tía materna,
una mujer emprendedora, de mucha personalidad, que muy pronto supo qué hacer
conmigo y conseguirme un empleo público que me permitió estudiar y aprender a
manejarme en un contexto de relaciones más complejo que el que yo conocía. Así,
apenas con dieciocho años, ya trabajaba en el Ministerio de Economía mientras
estudiaba Periodismo. Con la llegada de la democracia, participé en política y
casi sin proponérmelo me encontré muy cerca de la entonces vicegobernadora Elva
Roulet, otra mujer “fuerte”; por lo menos lo fue, simbólicamente. En esta
instancia, aparece en mi esquema de pensamientos y acción, el tema del poder. De
hecho, a menudo viajaba con ella a pueblos del interior como aquellos en los que
yo había vivido, y observar las necesidades de la gente desde el escenario o
desde la ventanilla del auto oficial, me producía una contradicción terrible.
Volvía la antinomia peronismo-radicalismo, también en lo personal, ya que me
enamoré de hombres peronistas (traicionando a mi padre, supongo) de los que
después me separé. El amor también fue siempre oscilar entre dos mundos.
2 — ¿Cómo “te explicarías” tus búsquedas formativas en Derecho, Letras,
Filosofía, Técnicas de Psicodrama en la Escuela de Psicología Social, curso de
Yo-auxiliar en la Asociación de Psicodrama, dibujo y pintura en los talleres de
Manuel Oliveira y de Hebe Redoano, acercamientos a la interpretación de la
Kabalah, seminarios de Cine y Literatura, así como sobre Nietzsche, o Estética,
o sobre “Lo queer en la literatura del cono sur”, taller con Alicia Genovese en
la Casa de la Poesía…?
NE — Voy a empezar contando una breve anécdota. Cuando estaba en sexto grado,
creo, debí abocarme a la redacción diaria y el título convocante era “Nerón
incendia Roma”. Al día siguiente me llamó la vicedirectora para felicitarme:
tuve por primera vez conciencia del acto de escritura en relación a los otros:
me obsequió un hermoso cuaderno de tapas duras y me dijo “tenés que escribir tu
diario”. Eso hice, y en uno de esos cuadernos (ya estaba en la secundaria),
afirmé que estudiaría Psicología o Letras. Sin embargo, instalada en La Plata
vine a estudiar Relaciones Públicas, y ese año los cursos estaban suspendidos,
la carrera de Psicología no existía (se había cerrado durante el Proceso) y por
alguna razón que no comprendo no opté por Letras. Terminé en Periodismo, sin una
verdadera vocación, aunque siempre lo asocié con el oficio de escribir, lo que
me dio una formación bastante amplia. Mientras participé en política estuve unos
años en Abogacía, pero estudiar códigos de memoria me aburría. Por fin, decidí
anotarme en Letras para cursar las Literaturas (argentina, alemana, francesa,
española, clásicas, etc.), porque leía mucho y desordenadamente. Cursé las
materias de Teoría y de Crítica Literaria, Filología y optativas de Filosofía.
No tengo una vocación definida; procuré buscar, hacer lo que sentía que era el
camino por donde tenía que transitar para nutrirme. El psicoanálisis, la Cábala,
Nietzsche o mezclar colores en un lienzo mientras leía las “Cartas a Theo” de
Vincent Van Gogh, fueron surgiendo a medida que andaba por la vida, y así es
todavía. Cuando asistí al seminario de literatura queer fue porque estaba
leyendo “Austria-Hungría” y me entero que José Amícola (con quien había
aprendido mucho en la Facultad), iba a dar ese seminario en el que, entre otros
autores interesantísimos como Copi o Marosa Di Giorgio, estaba Néstor Perlongher.
Es una búsqueda constante de ese momento de plenitud, en el que “ser y devenir
son la misma cosa”, como dice John Berger. Una “cacería de instantes”, con las
palabras de Leopoldo Castilla, refiriéndose estrictamente a la poesía.
3 — ¿Ejercés o has ejercido el periodismo de modo sistemático? ¿Es o ha sido tu
actividad laboral redituable?
NE — Desde 1983, como dije antes, comencé a trabajar en el Senado de la
provincia. Me recibí y comencé a hacer prensa. Mi primera experiencia fue ésa,
en lo institucional, y no demasiado imparcial puesto que era un equipo que
funcionaba alrededor de un cargo político. Hice algunas incursiones en radio
pero no era el periodismo lo que más me motivaba sino el acto de la escritura.
El hecho de hacer periodismo político (y en cierto modo partidario) me limitaba,
me enojaba. Recuerdo esos comienzos como muy en contradicción conmigo. Odiaba ir
corriendo con un micrófono detrás de alguien para que se dignara contestar mis
preguntas. Prefería las notas donde podía escribir serenamente, aunque fuera una
pequeña colaboración en un suplemento. No obstante, tal vez por comodidad o por
cierta seguridad económica preferí quedarme en el área legislativa, en vez de,
por ejemplo, irme a Buenos Aires y abrirme camino en el periodismo en una época
en que, en La Plata, todavía se discutía la profesionalización; el diario “El
Día” evitaba dar trabajo a estudiantes de Periodismo. Incluso la carrera, si
bien era universitaria, no tenía rango de Facultad. Eso fue cambiando y no sólo
no se discutió el periodismo desde lo académico sino que adquirió niveles
impresionantes. A ello contribuyó el avance tecnológico: a mediados de los ‘80
lo más sofisticado era tener un fax y en pocos años, internet explotó.
4 — No sólo viajaste profusamente por nuestro país, sino que también visitaste
Bolivia, Perú, Chile, Brasil, Uruguay, México, España, Italia y República Checa.
NE — Mi predisposición se habrá constituido por la vida un poco nómade que tuve,
pero también por pura curiosidad. Cuando era chica, me quedaba a ver pasar los
trenes en la vieja estación de Ranchos y me preguntaba por los pasajeros, adónde
irían, qué historias tendrían esas personas que miraban un pueblo quieto en
medio de la nada. Conservo enmarcada una nota de Luis Gruss, en una contratapa
del diario “Sur”, de 1989, que se titula “Trenes porque sí”, en la que ilustra
sobre la relevancia de los trenes para los pueblos y su mítica belleza. Cuando
comencé a andar por el país y mi tren se detenía, en la noche, en estaciones
solitarias desde las que se divisaba alguna lucecita prendida, en un pueblo, me
veía a mí misma, niña, en la estación de Ranchos. Las primeras veces que salí
del país fueron a Brasil, un país que aprendí a querer recorriendo sus vastas
extensiones por tierra y leyendo las novelas de Jorge Amado. A los 26 años ya me
había casado y separado, y decidí irme sola a Perú. Ahorré, pedí una licencia
sin goce de sueldo y me fui por tres meses. Descubrí nuestro Norte maravilloso,
Salta, Jujuy…, pasé a Bolivia, y después subí a Perú. Había conocido hacía muy
poco al que sería el padre de mi hijo. Creo que me asusté, y por eso salí a
buscar-me. Cuando llegué a lo más alto de la ciudadela, en ese paisaje imponente
y celestial que es el Machu Picchu, con la Huayna Picchu enfrente (montaña vieja
y montaña joven, tal lo que significa, con el Río Urubamba corriendo abajo…;
allí, de pronto, supe que estaba dispuesta al compromiso afectivo y,
fundamentalmente, a que, llegado el caso, tendría un hijo). Fue un gran viaje.
Otro, aconteció cuando viajé a Euskadi, para visitar Iparralde, donde intuía
estaban los orígenes de mis ancestros. Mi padre había muerto cuando yo tenía 18
años y mi tío abuelo vasco me decía palabras en euskera que nunca olvidé. Para
entonces, ya había publicado “Máscaras del tiempo”, y en este viaje sembré la
semilla de “Aspaldiko”. Cuando volví a La Plata, estuve un año aprendiendo la
lengua vasca. Aspaldiko es una expresión del euskera que significa “cuánto
tiempo sin verte”, y es un libro que busca raíces de España, pero también es mi
libro más político, en el sentido en que, sin darme cuenta, está atravesado por
la crisis de 2001 en nuestro país. Mientras tanto, seguí andando con mi hijo por
toda la Argentina y Brasil. Recuerdo el verano de 2007, cuando hicimos el
trayecto por tierra hasta Ushuaia. Su papá fue un hombre a quién amé
profundamente y su desaparición física fue un quiebre para mí. De él aprendí una
búsqueda singular atravesada por la psicología, el psicoanálisis y (¡otra vez!),
la política. No encontré más con quien dialogar —ese dialogar—, como lo hacía
con él. La Patagonia seca y desértica fue como un bálsamo para mí, kilómetros y
kilómetros de…; a veces, el mar. Después de cruzar hacia el Calafate y andar por
el hielo del glaciar, bajamos hasta el fin del mundo.
Y hace poco cumplí el sueño de conocer Praga, lo que deseaba desde chica, cuando
leía historias sobre los países que estaban “detrás de la cortina de hierro”, y
sobre la Primavera de Praga; sobre la vida de Václav Havel, el dramaturgo que
fue presidente, y antes de eso, Kafka a través de sus “Diarios” más que de sus
novelas, y supongo que Milan Kundera en “La insoportable levedad del ser”.
Viajar es como el segundo verbo, igual que escribir, aún antes que respirar.
Ojalá pudiera más, pero no tengo medios para eso, ahorro lo que puedo y, cuando
tengo vacaciones, aprovecho. En alemán, hay dos verbos que me gusta pronunciar,
uno es reisen, viajar, y otro es werden, devenir. Entre ambos, un lazo muy
íntimo. El viaje, literal y metafóricamente, indica una búsqueda y en ese camino
de buscar hay una transformación, algo deviene en otra cosa, generalmente
superadora. El proceso es similar en el amor, en los vínculos, en la escritura.
El viaje es el camino, como en el famoso poema de Constantino Cavafis: Itaca es
el camino. Una vez, tendría diez o doce años, leí un artículo en las
“Selecciones del Reader Digest” que narraba cómo un geólogo desquiciado había
golpeado la estatua de la Piedad, fragmentando parte de su rostro y el brazo.
Hace un par de años, cuando tuve a la Pietá frente a mí, detrás de un cristal,
resguardada para evitar ataques salvajes como aquél, no pude evitar emocionarme.
Lloré, pero creo que las lágrimas de mi niñez, cuando leí esa historia, se unían
desde el libro a la realidad, como en el caleidoscopio que giraba y giraba hasta
detenerse. Así, ahora, yo reúno mis partes en el tiempo.
Norma Etcheverry con María L. Canoso, Noemí
Correa, Anamaría Mayol, Rubén S. Melero, Gabriela Rivero y Gustavo Tisocco
5 — “Poesía a la calle” fue una consigna que sostuviste en 1987 con Gustavo Caso
Rosendi, Patricia Coto, Eduardo Rezzano, Susana Kakuyaku…
NE — Éramos jóvenes y, en esa época, el mercado editorial nos quedaba lejos. Así
es que la idea de hacer nuestros propios libros y ofrecerlos al transeúnte
común, fue un hecho singular: el acto grupal “de unirse para”, con nuestros
libros en mesitas improvisadas en medio de la Plaza San Martín. La gente nos
miraba con curiosidad, no estaba acostumbrada a ver poesías expuestas en la
calle. Lo hicimos varias veces en La Plata, y también en Berisso y Ensenada.
Merece nombrarse a Esteban Tómaz, quien fue el gestor y puso mucho empeño,
aunque también es cierto que cuando propuso pergeñar un reglamento para
adecuarnos a un determinado funcionamiento, algunos nos alejamos. De esa época
es mi amistad con dos grandes poetas de La Plata, cada uno en su estilo: Caso
Rosendi, de quien estoy convencida que su libro “Soldados” es valioso en la
transformación estética de un hecho histórico que jamás se olvidará: la gesta de
Malvinas. El otro es Eduardo Rezzano, además músico, y cuyo estilo, imposible de
encasillar, es original y desestructurado. Lo más grato de aquella iniciativa
fue la camaradería, y al “reconocernos” alcanzar una noción de la entidad
“poeta”. Por lo menos para mí, en cuanto recién empezaba a mostrar mis versos un
poco más allá del círculo íntimo, y ese ámbito me servía para reflejarme, para
ver “dónde estaba parada” en esto de escribir. No había juicios entre nosotros
porque la autoridad la tenía el tipo de la calle, la chica o la señora que se
paraba y rescataba algún poema de entre tantos. Insatisfactorio, nada, en todo
caso, se aprende de los propios límites. Lo grupal no es fácil de continuar en
el tiempo sin reglas de convivencia y, por otra parte, ¡es imposible pedirle a
un poeta que acate las reglas! La idea de llevar la poesía adonde está la gente
es algo que siempre me moviliza. Me gusta ir a leer a escuelas, cárceles,
sindicatos… En los ‘90 hubo emprendimientos de escritores más jóvenes que ya no
están, como Mariano Ojea y Pablo Ohde. Versos lanzados desde avionetas, o
afiches pegados en las paredes, fueron algunas de las propuestas. A partir de
una iniciativa de la comuna por la que se editó una antología (en la que no
participé porque la política y otras búsquedas me habían alejado de la poesía)
se organizaron varios ciclos de lecturas que me ayudaron a reencontrarme con la
gente. De esos ciclos, recuerdo especialmente el de “El Café de los Poetas”. Ana
Emilia Lahitte iba a las lecturas y nos escuchaba y, en mi caso, como en tantos,
ofreció su ayuda para divulgar mi poesía. En esa época conocí a Horacio
Castillo, que nos recibió en su casa (yo fui con el querido César Cantoni) y
conversamos largamente una tarde de verano hasta el anochecer; también a Rafael
Felipe Oteriño, que ahora reside en Mar del Plata pero ama su ciudad natal.
6 — ¿Algo que nos quieras trasmitir de lo que opinás de los Encuentros de
Escritores y, en particular, del “Festival de Poesía ABBApalabra”?
ET — Estoy persuadida de que, como decía Alberto Vanasco, “la verdad de la
poesía es la amistad de los poetas”, no porque la amistad sea más importante que
la poesía, sino porque en esa amistad se forjan vínculos y se comparten
instancias que nos hacen dignos de ella. Por supuesto, como en todas partes, hay
mezquindades y ambiciones, pero a la larga caen las máscaras y queda lo
esencial. Los encuentros son positivos en todo sentido. Si no somos soberbios y
aceptamos reconocer el nivel propio y ajeno, eso, a mí me motiva a trabajar más,
a leer más, a aprender más. El Festival de ABBApalabra en México me otorgó la
satisfacción de leer mis textos en lugares como Matehuala y Real de Catorce, en
la sierra huasteca, en San Luis Potosí, conociendo y alternando con poetas de
otras geografías y de otras culturas. Fue intensa la actividad.
7 — Mantuviste, entre otros, www.diagonalconverso.blogspot.com y la revista del
mismo nombre que se distribuía por correo electrónico.
ET — Mi objetivo era delinear una especie de diario (yo lo llamé “revistual”),
que diera cuenta de las actividades de los poetas de la ciudad. Entre 2005 y
2007 se publicó la revista “El Espiniyo”, dirigida por José María Pallaoro:
entrevistas, ensayos como el que hizo Alejandro Fontenla sobre Héctor Viel
Temperley, la aparición de poetas nuevos y “novísimos”, en fin, que sacudió la
modorra platense y dejó documentado en soporte papel un material valiosísimo. A
mí me provocó el deseo de hacer algo, una especie de intercambio informativo
continuado sobre las actividades del “mundillo”, para no perdernos de vista.
Envié por correo un primer número en el cual aparecían poemas de Rezzano de su
“Gato barcino”. En cada edición redactaba una nota principal sobre la escritura,
el amor, el tiempo, la poesía femenina... Y transcribía versos de consagrados y
desconocidos. Concreté varias ediciones entre 2007 y 2009. Fueron divulgados
Horacio Preler, Néstor Mux, Roberto Themis Speroni, Mario Porro, Guillermo E.
Pilía, Diego Roel, Martín Raninqueo, Eric Schierloh, Carlos Aprea, Norberto
Antonio, Sandra Cornejo, Silvia Montenegro, Ethel Alcaraz, Olga Romero, Horacio
Fiebelkorn, Lara Villaró... Y hubo un artículo sobre Matías Behety, que aunque
nacido en Montevideo, Uruguay, en 1843, tras haberse radicado acá y fallecido en
1885, es considerado el primer poeta de La Plata.
Norma Etcheverry con su hijo
8 — Roberto Daniel Malatesta publicó en 2004 su poemario “Por encima de los
techos” (Editorial Leviatán, colección El Viaje, Buenos Aires), a partir de la
tremenda inundación que se produjera un año antes en su ciudad de Santa Fe. Y
vos, Norma, debiste pasar una noche con tu familia sobre el techo de tu casa
durante la también tremenda inundación de 2013. ¿Cómo afrontaste semejante
avance de las aguas y qué instaló y desplegó en tu subjetividad y en tu obra?
NE — Es increíble cómo, de alguna manera, el agua siempre me persiguió. La
primera imagen que me viene a la mente es el desborde del Río Salado, y en el
medio del campo un ranchito con el agua tapando las ventanas. En el techo, una
heladera. Es un recuerdo de cuando tendría… no sé, menos de diez años. Luego,
cuando llovía en la noche, sentía angustia “por lo que se mojaba con la lluvia”,
pero en relación a la gente humilde, las casas modestas, las cosas que había
afuera y se arruinaban. Ya en La Plata, no muy lejos de donde vivo desde hace
veinte años, hay un arroyo que suele desbordar y afectar a decenas de familias
que viven en la orilla. En “Máscaras del tiempo” hay un poema que se llama
justamente “La inundación”. En 2002, cuando construían la Autopista La
Plata-Buenos Aires, yo misma me inundé: cuarenta centímetros de agua en mi casa,
hubo un antes y un después para mí, tiré algunos libros y papeles pero no fue lo
principal, porque por ese temor eterno mío, cuando empezó a llover más fuerte
levanté todo, absolutamente todo cuando nadie imaginaba que el agua subiría. Eso
afectó sólo a la zona del norte, en Tolosa y Ringuelet. Así que, cuando volvió a
suceder en 2013 y esta vez fue un desastre y tapó a toda la ciudad, yo no podía
creer que volviera a pasar. En mi casa tuve casi un metro de agua, pero hubo
otras donde subió hasta dos! Agradezco a Dios haber llegado a tiempo (había ido
justamente a Ranchos) para estar con mi familia y resistir juntos esa noche
espantosa, con gente que estaba en la calle, separada de sus seres queridos por
distancias insalvables. Todavía no pude escribir nada sobre esa noche, todavía
me contengo. Un poema mío bastante divulgado es “Aguas”: creado a raíz de la
inundación de 2002, y que recién apareció en mi libro “La ojera…” en 2009. Sí
estoy con un módico proyecto en imprenta (“Viajar, leer, inundarse”): rescate de
unos treinta textos (no me animo a denominarlos poemas) de mis cuadernos pasados
por agua: líneas que empiezan o terminan en puntos suspensivos, que son las
borraduras del agua. Es algo experimental; aun en la falta de palabras de cada
línea, se arma un sentido. Sobre todo porque eran registros de viajes, lecturas,
películas que vi, momentos. Me parece milagroso que se pueda transformar en arte
el dolor.
Norma Etcheverry con Hugo Toscadaray, Eduardo
Espósito, Marina Kohon, Marcelo Leites, Alicia B. Pastore, etc.
9 — Milagroso…, agradecimiento a Dios: ¿cómo te llevás con la representación
“Dios”?
NE — Tengo un costado místico sobre el que se apoya una fe que me ha ayudado en
circunstancias de dolor o tristeza, y también en esos instantes en que parece
ser que uno está presenciando un milagro. Creo en Dios, o en los dioses, no sé,
me da igual. En la soledad y en la visión de la muerte. No se trata de un Dios
injusto que permite que mueran inocentes en Palestina: los hombres son los que
matan. Pienso en algo superior en relación al universo: asirnos a algo que nos
distraiga del inmenso absurdo de la existencia. Cuando se alcanza a vislumbrar
la fenomenal contradicción que conlleva la condición humana, si uno no es un
poco místico se arrima demasiado al suicidio o la demencia. Soy optimista,
opongo al absurdo mi entusiasmo por la vida. Me agrada repetir el significado
griego del vocablo entusiasmo: “tener los dioses adentro”.
Norma Etcheverry con Hugo Toscadaray, Leandro
Ariel, Alicia Pastore y Laura Andrea Ponce
Norma Etcheverry selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Aguas
La lluvia es bella y triste
y acaso nuestro amor sea bello y triste.
Raúl González Tuñón
Dice la lluvia que esta vez
pasará de largo
que no se llevará los colchones
ni las fotos del bebé
ni los papeles del renó
ni la escritura del terreno
que no dejará su marca en las paredes
heridas de arroyo abierto
bajo un cielo de cartón
chapas grasas de la noche
en que resbalan las gotas
por la frente del barrio
dice la lluvia que luego
se tenderá mansita
sobre el asfalto que viene a cuenta
de una promesa
o en otras sogas de la ropa
o en el escote del veranito
que arrima mesas
a la vereda
Va tan rápido el mundo, la vida,
pasan los nombres en el diario
y tantas cosas pasan
pero el agua
no
el agua se queda
estancada
un remolino de basura
frunce la banquina y tus labios, negra,
que antes del agua fueron de miel
ahora son dientes
perros en furia mordiendo el barro
dice la lluvia que ya basta
digo yo, negra, que ya basta
que así no se puede construir
ningún amor
ningún recuerdo
para mañana.
(de “La ojera de las vanidades”)
*
Andamos por las calles de esta ciudad
y nos emborrachamos
y salimos a buscar cuerpos adonde perdernos
de lo que más amamos
donde extraviar la última posibilidad
de ser cotidiana y remotamente feliz.
(de “Aspaldiko”)
*
El cable del teléfono
Sentada al sol
miro mi casa desde fuera de mi casa
la música del auto me envuelve lentamente
todo se detiene
y por un instante
reparo en el cable del teléfono.
Recortado en el fondo de este cielo
me impresiona pensar que todos estos años
ha sido el mismo cable.
Toda esta vida en esta casa
con ese mismo cable negro
péndulo apenas
mecido por los vientos
reseco al sol
lluvia tras lluvia
sobre el mismo objeto mudo
que estuvo allí permaneciendo cada día
cada noche
cada año de todos estos años y tantas voces
tantas conversaciones
tantas historias o fragmentos
de historias
que entraron y salieron
toda la vida y toda la muerte toda
pasando por allí.
Como un cordón umbilical que alimentara
de palabras al mundo.
(de “Lo manifiesto y lo latente”)
*
Angst
La angustia permanece porque permanece
la fragilidad.
André Conpte-Sponville
Cada vez que anda cerca
es posible sentir
la limitada expiación
la inutilidad del gesto que pide clemencia
tanto como la persistencia de la lluvia
o la voracidad del viento.
Es pavorosa
la fragilidad
la entera fragilidad de todas las cosas
y también de nuestras existencias
nuestras mezquinas formas de ser en la profundidad
de la grieta
por donde hacemos agua.
(de “Lo manifiesto y lo latente”)
*
La otredad
En definitiva, si no fuéramos tan vulnerables nunca habría nada que decir.
Lo íntimo
Confiar. Habitar el oleaje, cada día, sin pertenecer a nada más que al
insistente espejo de lo íntimo.
El viento
Escucho el viento, su nombre que viene desde la ruta del desierto cuando las
caravanas de menhires deslizaban sus almas blanquísimas y ya estabas, estábamos
ahí. Cuando todavía no teníamos designio de los ángeles ni rostro humano.
(de “La vida sin O”).
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: Ringuelet, departamento de
la Ciudad de La Plata y Ciudad Autónoma de Buenos Aires, distantes entre sí unos
sesenta kilómetros, Norma Etcheverry y Rolando Revagliatti.
*
www.about.me/rrevagliatti
Descargar entrevista
Cuadernos
de Literatura
|