Hacia una violencia legítima

Por Ezequiel Ivanis*

Durante siglos el ser humano se ha preguntado ¿por qué miles, millones de personas, aceptan vivir bajo el mando de otra persona? Una de las respuestas más lúcidas podemos encontrarla en Max Weber y aplicarla a nuestra actualidad: las democracias contemporáneas se legitiman por un criterio racional-legal.

Lo que hoy nos queremos preguntar es cómo los gobiernos operativizan esa legitimidad, es decir, como mantienen lo mágico, lo sublime de la dominación, detrás de un velo construido por y para la política. Si aceptamos que la legitimidad fundante de las democracias actuales es la legitimidad legal-racional, queremos saber, con qué dispositivos de legitimidad cuenta un gobierno para sostenerse en democracia.

Podemos aventurarnos y decir que a partir de la experiencia de los gobiernos democráticos en el siglo XX y XXI, se encuentran tres fuentes: la violencia, el apoyo popular y la red institucional.

Por violencia de gobierno como forma de legitimidad entendemos que es la noción de un gobierno democrático que recurre a ella como primera medida, aún antes de la pregunta y el cuestionamiento, antes de la mediación. La violencia está en el protocolo, en la ley, en las palabras, en el sentido común del gobierno que acciona mecanismos violentos pero legítimos ante manifestaciones, demandas, vulnerabilidades o sectores determinados de la sociedad.

La segunda fuente de legitimidad es el apoyo popular. Con apoyo popular nos referimos a la sinergia producida por la unión informal o formal de movimientos sociales, organizaciones políticas de base y ciudadanía en general que se moviliza detrás de un proyecto compartido y posible.

Por último, la red institucional es la articulación de apoyos logrados en la cima de la pirámide socioeconómica. Los actores que conforman esa red institucional se traducen en medios de comunicación hegemónicos, lobistas, poder judicial, poder financiero internacional, líderes de partidos políticos tradicionales, empresas transnacionales que ocupan posiciones estratégicas en la producción y servicios, líderes políticos sin base social, establishment, y creadores de sentido común, entre otros.

Los anteriores son tipos puros, que se dosifican, que adquieren relevancia en algún momento y desaparecen en otros, pero que, sin embargo, es posible identificarlos en todos los gobiernos democráticos de Occidente y, por supuesto, en el caso argentino.

Podemos comenzar con la vuelta a la democracia. Con sutileza y paciencia, Raúl Alfonsín supo ir desprendiéndose de la violencia enraizada en el modo de gobierno y en base a un fuerte apoyo popular sortear tres grandes enemigos: las proto-corporaciones, la presión militar y el nuevo escenario de demandas sociales y políticas que se abría luego de un largo periodo de violencia y exclusión.

La presidencia de Menem se basó fundamentalmente en la construcción de una red institucional que durante en el periodo 1989–1993 mantuvo un gran apoyo popular. La curva de decrecimiento de ese apoyo popular fue reemplazada por un armazón sólido y voluminoso de apoyo mediático, patronal y de las grandes empresas (financieras y trasnacionales). Hacia el fin del mandato se pudo observar el quiebre definitivo del apoyo popular y cierto agotamiento de esa red institucional, particularmente del capital financiero y de las empresas trasnacionales que ocupaban posiciones estratégicas en el mercado argentino. Este agotamiento no fue causado por un viraje en la forma y contenido de la política de Carlos Menem sino, simplemente, por el agotamiento de un modelo de extracción de ganancias siderales que comienza a encontrar su fin involuntario hacia 1997.

El gobierno de De la Rúa se asentó en una promesa de red institucional y el despliegue de violencia, que tuvo su clímax en diciembre de 2001. Lo mismo ocurrió con Duhalde, su mantenimiento se logró merced a un despliegue enorme y visible de violencia de gobierno sumado a un mejor armado de la red institucional, mucho más local y tradicionalista que durante el delarruismo.

La llegada de Néstor Kirchner en 2003 con poco más del 22% marcó un claro desafío: ¿cómo gobernar sin apoyo popular, sin violencia manifiesta y con una red institucional que se relacionaba más con Menem (que había renunciado al ballotage) que con el santacruceño? El primer intento, sumamente exitoso, fue construir gobernabilidad en base al armado de una red institucional que se dio a conocer como transversabilidad. Kirchner supo ir despojándose del armado heredado basado en la violencia manifiesta del gobierno y realizar una red política que articule sobre la base de la red institucional al apoyo popular, de esta forma en lugar de reprimir los “piquetes”, Néstor Kirchner optó por una estrategia conciliatoria y de cooptación de los referente de los movimientos sociales en la calle. Pero como el apoyo popular tiene una curva de ascendencia progresiva y lenta su mayor adhesión se dio posteriormente al propio gobierno de Néstor Kirchner. Solo para ilustrar lo dicho podemos decir que la mayor concentración popular en torno a Néstor Kirchner ocurrió el día de su muerte y no durante su gobierno.

El gobierno de Néstor Kirchner estuvo apoyado, fundamentalmente, por una red institucional gobernada por actores como la CGT, los medios masivos de comunicación, los gobiernos de la región, la banca internacional y los CEO de las principales empresas nacionales en manos privadas extranjeras. Situación que fue modificándose y desarticulándose hacia el final de su mandato cuando el apoyo popular comenzó a tomar mayor protagonismo.

La llegada de Cristina Fernández de Kirchner en 2007 concentró el goce de la legitimidad popular heredada. El armado de la red institucional, basada en una débil y conveniente alianza entre la alta burguesía argentina (Fiat, Acindar, Techint) y la alta política (cúpula de la CGT y radicalismo), heredada de Néstor Kirchner fue rápidamente desquebrajándose. La pérdida de aliados políticos, económicos y culturales no fue debidamente reemplazada. El reemplazo de Moyano por Caló, de Clarín por satélites comunicaciones (678, TV pública, comunicación popular) y de la alta burguesía argentina por el impulso del Estado como principal actor económico llevó al debilitamiento de la red institucional al punto que para lograr el mismo cometido se institucionalizó todo ese apoyo popular que iba creciendo desde 2003 en una organización política particular: La Cámpora.

Ese apoyo popular fue, en la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, el elemento basal sobre el cual se impulsaron políticas públicas transformadoras de las reglas de juego y de esa red institucional que iba desangrándose. Así las políticas públicas fueron directamente a chocar contra los interés de los principales actores de la red institucional que formaron parte del kirchnerismo (Clarín, el “campo”, capitales españoles en YPF y Aerolíneas Argentinas, etc). La magnitud de esos cambios en las reglas de juego, si bien revolvió el tablero político e institucional, no encontró obstáculos en la ciudadanía, ya que era el principal apoyo popular de Cristina.

La inmensidad del apoyo popular obnubiló lo que ocurría en la alta política. Como dice Karl Marx en “18 Brumario de Luis Bonaparte”, entre las orgias nocturnas se iba diseñando el golpe de Estado. La soledad política y el éxodo de la alta política cercaron el futuro de Cristina Fernández de Kirchner. Se puede gobernar con una sola fuente de legitimidad, por supuesto. Lo que no puede hacerse es ganar una elección. Y eso pasó en 2015. Una sola variable, apoyo popular, le valió a Daniel Scioli, candidato indirecto de Cristina Fernández de Kirchner, una casi presidencia. Pero no fue suficiente. El nuevo armado institucional de Mauricio Macri reflejado en la alianza Cambiemos, logró imponerse junto a una promesa oculta de violencia legítima y un apoyo popular negativo.

La llegada de Macri al gobierno nos muestra un gobierno apoyado por una excelente articulación de la red institucional que recoge heridos y odios del proceso anterior pero suma otros actores. Así, la red institucional se compone del “campo” y las Fuerzas Armadas, en representación de los sectores económicos y simbólicos históricamente dominantes, de Clarín, La Nación y las “divas” televisivas que manejan la comunicación y la imagen presidencial, y de la alta política nucleada en torno a la cúpula radical de extracción alvearista, Sergio Massa, Elisa Carrió y cierta diáspora del kirchnerismo ansioso y poco convencido.

Como contraparte, Macri carece de apoyo popular. Más allá de haber ganado una elección, la alianza Cambiemos cuenta con un apoyo popular negativo, es decir, un apoyo proveniente del desencantamiento y hastío por el gobierno anterior, que difícilmente pueda re-encantarse con el proyecto de Cambiemos. Solo basta comparar el tradicional paseo por Avenida de Mayo que realiza el presidente ante el inicio de las sesiones legislativas cada primero de marzo. Macri es un político anti-movilización que cumple con su promesa de no hacer política porque está corrompida. No existe, en el macrismo, la posibilidad de constituir un sujeto histórico, de empoderar a sectores sociales para que se articulen en defensa de un “algo” que representa la alianza Cambiemos. Los sectores detrás del macrismo se unen en el odio al pasado reciente, en el desprecio por la política. Su apoyo popular es individual, sin colores, sin amores.

Entonces, la alianza Cambiemos se legitima sobre una red institucional que ya comienza a mostrar traiciones y fracturas, y que difícilmente pueda ser reemplazada por un apoyo popular masivo y consistente.

Esa red institucional de Cambiemos es producto de una orgia napoleónica, por tanto, es excitación del momento, es un fuego que se consume rápido. Hay un desangre de la red institucional que se refleja en las traiciones, abandonos, demoras y desligues de los sectores tradicionales, concentrados y hegemónicos a los que Macri apostó y que le permitieron ganar su elección. La devolución de favores no se demoró. Rápidamente devaluó alrededor de un 60%, ganancia extraordinaria para los grandes sectores agro-exportadores que no respondieron con la celeridad que desde el macrismo se esperaba, primera traición. La segunda fue la de los grandes capitales internacionales que auguraban una lluvia de inversiones si el país se transformaba en “creíble”, escenario donde el macrismo irrumpió con gran eficacia. Pagó deuda, pagó a fondos buitre, pagó comisiones, intereses, abogados. Pagó y regaló todo. Y las inversiones aún están en duda. Prat Gay resolvió esa traición aumentando la deuda externa 33 mil millones de dólares en solo seis meses. La tercera traición está en proceso, y abarca al universo mediático. El macrismo derogó la Ley de Medios, devolviendo el trono al multimedio Clarín. El apoyo mediático aún vigente de Clarín y La Nación, ante noticias que no pueden ocultarse, comienza a ser mucho más “neutral” y desde lejos. No es casual que Mirtha Legrand y otros personajes frívolos de los medios comiencen a decir que se “sienten traicionados por Macri porque le creyeron y no está cumpliendo”. La cuarta traición de la red institucional se encuentra en la red política. Radicales y personajes de la política se distancian, y en muchos casos rompen, con el macrismo. Muchos radicales que apoyaron la alianza Cambiemos ya se muestran víctimas de un engaño y están a la espera de una estoca final para huir del barco. Sergio Massa asumirá su rol opositor activo, cuando la pasividad deje de rendirle frutos de manera gratuita. Y Elisa Carrió se sumará a otra alianza política cuando aparezca un mejor postor. La última traición es la de la alta burguesía argentina (si es que existe esa categoría en nuestro país). Es una traición que sucede dentro de una elite sin nacionalidad ni amores. Los Rocca, los Bulgheroni, los Rattazzi, se consideran a sí mismos como los exponentes de la tradición burguesa industrial, y no aceptan al clan Macri, por considerarlos “la tanada” arribista que aumentó su fortuna a costa del Estado nacional en los 80.

Tantas traiciones, tantas heridas en la red institucional, terminará por destruirla. Y ante la ausencia de un apoyo popular real y movilizador solo resta una forma de legitimidad: la violencia.

En relación a la violencia de gobierno, Cambiemos apareció en escena con un lenguaje limpio, moral, neutro. Tan solo un lenguaje. Su práctica política violenta es el cinismo, la violencia sublime, silenciosa, imposible de responder, imposible de denunciar. Las contradicciones entre discurso y realidad son palpables y duelen a los sectores populares. Pero ese cinismo es difícilmente combatible, ¿cómo se la denuncia a Awada en “patas” en su casa cuando el presidente nos dice que todos debemos hacer un esfuerzo para ahorrar gas? Esas muestras de cinismo no son una política pública, por lo tanto, no admiten una huelga, una manifestación, un debate, sino tan solo la desesperanza de no poder hacer nada. La defensa que nos queda ante esa política violenta del gobierno es una triste burla tinellesca, tan efímera y superficial como un mensaje de hastío en las redes sociales.

Este es el segundo semestre tan prometido. Un semestre de desarticulación institucional, de inactividad popular y de resguardo en la violencia.

No es casual la anulación del Decreto Nº 436 de 1984, dictado por Raúl Alfonsín, que establecía una serie de normas entre las cuales se destacan la imposibilidad de que las Fuerzas Armadas dispongan libremente de nombramientos y cambios en el destino del personal superior. La alianza Cambiemos, con su derogación, vuelve a otorgar a las Fuerzas Armadas no solo atribuciones para decidir ascensos, traslados y premios, sino también su carácter corporativo, anulando el control civil y político sobre tales decisiones.

Tampoco es casual el poder simbólico demostrado en el desfile por los festejos del Bicentenario de la Declaración de la Independencia. Que el desfile se haya asentado sobre pilares tradicionalistas (Ejército y sector agropecuario) es solo un dato menor. Desfilaron entre el millar de militares Aldo Rico y Emilio Nani, quien hace unos años declaró que “los derechos humanos en nuestro país siempre estuvieron en manos de terroristas”.

Menos casual es la presencia del presidente en la Cena de Camaradería de las Fuerzas Armadas y su mensaje. Macri estableció que “Fijamos tres líneas: caminar hacia una Argentina con pobreza cero, enfrentar y derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos. En todas ellas necesitaba de las Fuerzas Armadas”. Que Macri desconozca la legislación vigente (que imposibilita a las Fuerzas Armadas involucrarse en el tema narcotráfico ya que es un tema de seguridad interior) no es lo preocupante, sino su invitación, a las Fuerzas Armadas como pilar constitutivo, al indicarles que cumplen “un rol preponderante en esta nueva etapa”.

Tampoco es casual que desde la llegada de Cambiemos al gobierno se les haya otorgado a 50 presos por delitos de lesa humanidad prisión domiciliaria por temas de edad o de salud.

Mucho menos casual es la resolución que dispone el uso de la base de datos de ANSeS desde la Secretaría de Comunicación Política, es decir, se produce una violación de los derechos a los datos personales (habeas data) para permitir al gobierno acceder a información fehaciente sobre todas las personas en pos de desarrollar una estrategia comunicacional.

Son hechos que evidencian la recurrencia de la alianza Cambiemos a la violencia en momentos de resquebrajamiento de su red institucional y su escasa movilización social. La violencia, su legitimación, será un camino posible para Macri, y él, sin duda, la usará. Por lo tanto como bien dijo Prat Gay “ya hemos hecho el trabajo sucio”, solo resta mantenerlo. Por un lado hambre, pobreza y desempleo, enfrente: balas, escudos y represión.

Este es un escenario posible, pero no el peor. Todos los aliados que han sido ampliamente beneficiados por el macrismo han, o están en camino, a la traición; resta saber qué hará otro actor privilegiado por Cambiemos: las Fuerzas Armadas. Es posible que se envalentonen, que el empoderamiento que Macri está haciendo de ellas les haga creer que tienen un aval social para su accionar y que, como dijo Étienne de La Boétie, nos olvidemos de nuestra libertad y ganemos nuestra servidumbre.

* Docente e investigador universitario- Grupo Atenea (Centro de Estudios para el Desarrollo Nacional)

13/08/16