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Las
curanderas, genuinas personalidades de nuestra cultura
por Pedro Patzer
Los que hacen de la cultura un lugar para pocos, esos carceleros de museos y
academias, esos profetas de la pulcra tragedia, esos que hacen turismo por la
herida y la sonrisa del pueblo, olvidan que la cultura también cura empachos,
rompe maleficios, hace payés, porque aunque no salgan en las tapas de los
suplementos culturales ni les otorguen el konex por su labor, las curanderas son
protagonistas de la cultura popular ¿Qué hubiera sido de la formación de
Favaloro sin la sabiduría de las curanderas? ¿Qué de San Juan sin la presencia
de la sanadora Doña Felipa? ¡Sí! ¡La cuna del civilizador Sarmiento, tuvo como
máximo referente cultural a una curandera! ¿Qué hubiera sido de tantos
campesinos y puebleros, que ante la ausencia de médicos, recurrieron a las
milagrosas remedieras, esas curanderas que además del cuerpo, sanan el alma.
De tantos cuentos de lugares lejanos (que tanto excitan a los referentes de la
alta cultura) hemos tenido noticias de sus hechiceras, sin embargo en todos esos
pequeños países que conforman este gran país tenemos a nuestras magas, las
llamamos curanderas y con yuyos, masajes, oraciones y agua, efectúan curas por
los diversos rincones de nuestras comarcas. Para comenzar hablar de las
curanderas debemos antes mencionar a las machis. La machi, hechicera araucana,
especie de puente entre el misterio y el mundo, entre lo sobrenatural y lo
humano, entre la rígida medicina occidental y la sabiduría ancestral, algo así
como un sol rebelde y salvaje que surge en la noche de lo establecido, como un
idioma remoto que regresa para alcanzarnos una nueva manera de decir la vida:
“Cume lahuen mangelan/ Quintuam mahuida meu/ Mellico lahuen” La machi cura el
alma, por eso mismo, sana al cuerpo: “hoy te sacaré/ tu demonio, que te
tiraron./ Vengo porque dije: Voy y al volver traigo su demonio,/ Que te tiraron/
y que te había dejado en ese estado” La machi lucha contra los espíritus
maléficos, sana a través de la milenaria ceremonia llamada “Machitún” ,en la que
entra en trance y diagnostica la causa del mal, y también indica su remedio
correspondiente: “Te daré un buen remedio/ pues de otro modo no serìa buena
machi; / buscaré en la montaña/ sólo lo hierba mellico” La música es fundamental
para la tarea de la machi, ya que a través del kultrún y su retumbar cósmico
ahuyenta el mal espíritu causante de la enfermedad. Se cree que la machi
adquiere su don en el sueño, y si bien es sanadora, fundamentalmente es la
consejera moral del pueblo: indica por dónde caminar la vida y por dónde
descaminarla.
La curandera es heredera cultural de la machi, aunque su don no lo adquiere en
el sueño, sino que abreva en la tradición, como cuando su abuela le enseñó ,de
niña, a curar el empacho o mejor dicho, a tirar del cuerito. O cuando su madre
le inculcó cómo quitar el mal de ojos, recitando la siguiente oración: “Con un
ojo te han mirado /con dos ojos te han ojeado/ con tres ojos te han curado” y su
tía, le explicó la manera de vencer la culebrilla. Y todas lo hicieron dejando
bien en claro que el yuyo es la gran varita mágica.
La curandera es uno de los más importantes paisajes espirituales de la cultura
popular, varios poetas se han encargado de pintarla en sus versos. El poeta
uruguayo Fernán Silva Valdés escribió: “La curandera recita/ con los labios
apretados, / un credo dicho al revés/ para que no lo oiga el diablo” El genial
León Benarós hizo la biografía poética de Petronila Tejada, curandera de Azul:
“Aunque no es ponderación/ ni alabarla me propongo,/ diz que curaba las
fiebres;/ qué digo, hasta el chavalongo./ Y con especial virtud/ y del modo más
sencillo,/ aliviaba los ardores/ que vienen del tabardillo...Con unto de
tamarindo/ iba atajando ese mal,/ y bien que lo reducía,/si no era caso
fatal...Una vez, me acuerdo, curó de un daño/a un paisano del Tuyú/ pasándole
por la cara/ una pluma de ñandú...Así disponía, en el caso,/ la Petronila
Tejada,/ curandera y comadrona,/ mujer experimentada” El autor de Adán Buenos
Ayres, Leopoldo Marechal, escribió un epitafio poético para Restituta, la
curandera: “Curandera por arte, vocación y malicia, la vieja Restituta/ duerme
aquí (si es que duerme). /Carpía tierras en el camposanto/ y arrancaba cebollas/
de maligno semblante./ Con un sapo clavado en una higuera/ curó todos los males/
asombrosos del sur. /En su olla tiznada/ cocinó mil destinos: ataba y desataba
los caballos del odio;/ sabía el arte oscuro de apagar y encender/ ese ardor
forastero/ que decimos Amor” El poeta de la meseta patagónica, Elías Chucair,
recupera en su obra, a doña Milagros, curandera patagónica: “Por su nombre y
apellido/ seguro que ni se acuerdan.../ pero decir Doña Milagros ,/ es nombrar
la curandera/ más mentada que existió/ por pagos de esta meseta...su fama fue
más allá de nuestras propias fronteras” Y por supuesto, nuestro poema nacional,
Martín Fierro, también la tiene presente: “Cuando el viejo cayó enfermo/ Viendo
yo que se empeoraba/ Y que esperanza no daba/ De mejorarse siquiera,/Le traje
una culandera/ A ver si lo mejoraba”
Algún día nombraremos patrimonio cultural a las manos de la curandera, algún día
bautizaremos un viento como “plegaria de curandera”, algún día comprenderemos
que mucho antes de que llegara Greenpeace para indicarnos cómo debemos cuidar el
planeta, estaban las primeras ecologistas, las machis; algún día reconoceremos
que la Pachamama tiene hijas dispersas por nuestros campos y comarcas, las
llamamos gualicheras, remedieras, curanderas. Ellas nos recuerdan que donde
acaba la ciencia, comienza la sabiduría de la naturaleza.
Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
www.pedropatzer.blogspot.com.ar
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