LOS
TESTIMONIOS SOBRE FAMILIAS DIEZMADAS EN EL MEGAJUICIO POR LOS CRIMENES DE LA
PERLA
“¿Le dice algo el apellido Vaca Narvaja?”
Miguel Hugo Vaca Narvaja y Susana Yofre con sus doce hijos en el jardín de la
casa de Villa Warcalde, en Córdoba.
Imagen: Gentileza familia Vaca Narvaja
Miguel Vaca Narvaja había sido ministro de Frondizi y tenía 12 hijos. Fue
secuestrado y asesinado a principios de 1976. En el megajuicio por La Perla se
ventiló el caso de su familia.
Por Marta Platía
Desde Córdoba
Luciano Benjamín Menéndez no puede consigo mismo y se descontrola no bien
alguien que lleve el apellido Vaca Narvaja declara en el juicio. En menos de un
mes, al ex dueño de la vida y la muerte en Córdoba y en otras diez provincias
durante la última dictadura le estalló en pedazos la calma paquidérmica que
adopta durante los juicios y se quejó, desencajado y despeinado, ante los jueces
del Tribunal Oral Federal N° 1 por los dichos de los hijos de Miguel Hugo Vaca
Narvaja (p.): un hombre que fue ministro de Gobierno de Arturo Frondizi, dos
veces presidente del Banco de Córdoba, y que fue secuestrado, torturado,
asesinado y decapitado a principios de 1976 por el llamado Comando Libertadores
de América (CLA), una versión cordobesa de la Triple A que unificaba al Ejército
y al III Cuerpo bajo el sesgo férreo de Menéndez. Vaca Narvaja tenía entonces 59
años.
“A usted, que se dice occidental y cristiano, ¿le dice algo el apellido Vaca
Narvaja? Dígame, ¿qué hizo con mi padre y con los 30 mil desaparecidos?”, le
lanzó a la cara Ana María Vaca Narvaja, uno de los 12 hijos que tuvo Miguel Hugo
Vaca Narvaja con Susana Yofre. Rubísima, imponente y dueña de un carácter
enérgico, Ana María sacó de las casillas a Menéndez cuando le recordó ante los
jueces: “Sé que a Luciano Benjamín Menéndez le gustaba que le llamaran ‘La
Hiena’. Me puse a buscar en un diccionario, y leí que la hiena es un animal
cobarde, que se alimenta de carroña. Los árabes suelen decir, incluso: no vayas
a ser más cobarde que la hiena”. Fue en ese momento que, desfigurado por la ira,
el represor multicondenado a prisión perpetua saltó desde su butaca y comenzó a
gritarle a la testigo. El juez Julián Falcucci le ordenó callar y lo amenazó con
sacarlo con la policía si no se comportaba. Menéndez quedó de una pieza. Lo ha
dicho ya en varios juicios: no está acostumbrado a recibir órdenes. El Tribunal
le señaló que si quería hacer preguntas debería formularlas a través de su
abogada defensora de oficio, Natalia Bazán. Hacia la joven profesional fue
entonces Menéndez, con un andar errático, atolondrado, tropezándose con los
muebles del juzgado. Estaba tan fuera de su eje que tuvo que sentarse al lado de
Bazán para reponerse. Ahí le pidió que le preguntara a la testigo “dónde
militaba su padre”, y “de dónde había sacado que a él le gustaba que le dijeran
Hiena”. La situación era excepcional: por lo general se espera que la persona
termine de declarar para aceptar o no los interrogantes de los acusados. Pero
Ana María Vaca Narvaja no tuvo reparos en contestarle. Incluso, aseguró que no
le intimidaba la cercanía en la que quedó con Menéndez: a escasos dos metros,
situación que fue apuntada por el fiscal Facundo Trotta en resguardo de la
testigo. La mujer citó orgullosa los méritos personales y profesionales de su
padre y desplegó documentación sobre el otro apodo del Cachorro Menéndez: “Lo de
Hiena está en el libro Nunca Más. En el legajo 578, el señor Jorge Bonardel dice
que a Menéndez le gustaba mucho que le dijeran la Hiena...”.
Este fue el segundo episodio, en menos de un mes, de momentos indigestos para el
ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército. Y todos vinieron de la misma familia. Es
que cuando declaró Gonzalo Vaca Narvaja, el menor de los hijos de Miguel Hugo
Vaca Narvaja, y el único que estaba con sus padres en el momento en que irrumpió
la patota a la casa familiar y se llevó a su padre para siempre, Menéndez
también se quejó.
Ocurrió que Gonzalo se refirió a los secuestradores, torturadores y asesinos de
su progenitor como “estos seres miserables”. Esto “ofendió” a Menéndez, quien le
pidió al juez que “nunca más” permitiera que los insultaran. Que él “nunca más”
–así, repitiendo (¿profanando?) esas dos palabras emblemáticas– permitiría que
los insultaran a él y a sus subordinados, “que ahora estamos acá haciendo de
imputados”. El juez Falcucci, con su habitual calma, le replicó que él no había
escuchado “ningún insulto en particular para los acusados: el testimoniante se
refirió en modo genérico a los miserables que le hicieron eso a su padre, y a
ninguno de ustedes en particular”. Pero era tarde para Menéndez: ya se había
puesto el sayo de miserable. Una vez más.
Familias diezmadas
La saña contra Vaca Narvaja, abogado de raigambre radical, padre de 12 hijos,
defensor de presos políticos y ministro de Estado, entre otras ocupaciones, se
enmarcó en las masacres que se perpetraron contra las familias de los jóvenes
militantes de los setenta. Entre las más afectadas se cuenta la de Mariano
Pujadas, el joven vocero de los fusilados en Trelew en 1972. La madrugada del 14
de agosto de 1975 Héctor Pedro Vergez, alias “Vargas”, asoló la finca avícola
que los Pujadas tenían en Córdoba. Allí atormentó y asesinó al padre, la madre,
un hermano y dos cuñadas de Mariano Pujadas. Sólo se salvaron un nene de 11
años, porque alcanzó a encerrarse en un baño y no lo descubrieron, y una bebé de
un año y medio, María Eugenia Pujadas, que dormía en su cuna en la planta alta.
Ella es hoy es la única querellante por la masacre de su familia. Los asesinos,
insatisfechos con las torturas y la balacera infligida a sus víctimas, arrojaron
los cuerpos a un viejo pozo en un campo cerca de Alta Gracia, y los dinamitaron.
De esa matanza sólo sobrevivió una mujer: Mirta Yolanda Bazán, la mamá de María
Eugenia. Los cuerpos de sus familiares la habían protegido de las explosiones.
Murió pocos años después. Nunca pudo recuperarse del horror de creerse muerta y
hasta enterrada en vida.
Vergez se ha vanagloriado de lo perpetrado a los Pujadas. Lo contaba a los
prisioneros de los campos creyendo que hablaba con “muertos vivos”. Varios
sobrevivientes dieron cuenta de esto. El y sus cómplices querían cobrarse en el
grupo familiar aquella legendaria fuga de la prisión sureña. Mariano Pujadas fue
fusilado en la base Almirante Zar junto a otros 21 compañeros. Pero Fernando
Vaca Narvaja, líder de Montoneros, sí logró escapar. Primero a Chile. Luego a
Cuba. Se sabe que los represores no toleraban las actividades políticas de Vaca
Narvaja padre, pero también que quisieron que repudiara públicamente a su hijo.
Cosa que el hombre se negó a hacer. “Mi padre tuvo doce hijos, doce
individualidades, doce universos y jamás iba a renegar de ninguno de nosotros”,
afirmó Gonzalo en su declaración.
“Ellos querían borrar nuestro apellido de la faz de la tierra. Eso me dijo el
propio Vergez cuando me fue a buscar a la ESMA para matarme en Córdoba”, declaró
Sara Solarz de Osatinsky, a quien le asesinaron a su compañero, el militante
Marcos Osatinsky, sometiéndolo a brutales torturas, y a sus dos hijos: Mario, de
19 y José, de sólo 15 años. En esa premisa de crimen colectivo, de odio a muerte
contra grupos familiares completos, estaban apuntados los Vaca Narvaja.
La madrugada del 10 de marzo de 1976, la patota del CLA asoló la casa de Villa
Warcalde donde “el Viejo” Miguel Hugo Vaca Narvaja vivía con su esposa Susana y
el menor de sus hijos, Gonzalo, de entonces 16 años. Los golpearon, saquearon la
casa, se robaron todo lo que encontraron de valor. A Vaca Narvaja apenas le
dejaron ponerse un pantalón sobre el pijama y lo metieron adentro de un baúl.
Antes, habían pasado por la casa de su primogénito: Miguel Hugo Vaca Narvaja
(h.): abogado, 35 años, padre de tres hijos, y a quien ya tenían encerrado en la
cárcel UP1 de barrio San Martín desde que lo secuestraron el 20 de noviembre de
1975. Fue a plena luz del día en las escalinatas de los tribunales cordobeses
cuando salía de hacer gestiones por un preso político. La intención inicial de
los represores ese 10 de marzo era secuestrar a la esposa de éste, Raquel
Altamira, y a los tres chicos: Hugo, Hernán y Carolina. Como no los encontraron,
tomaron como rehén a un pintor que había en la casa y lo obligaron a señalar
dónde vivía “El Viejo”.
Vaca Narvaja padre fue visto por última vez con vida en el Campo de la Ribera.
Fue Amparo Fisher de Moyano, una mujer que también cayó cautiva por esos días,
quien les contó a las hermanas Cecilia y Ana María Vaca Narvaja lo que
presenció: “Un día escuché unos gritos, discusiones y la voz de una persona
mayor. Pregunté a los suboficiales que quién era ese señor que discutía. Me
dijeron: ‘Usted ha tenido muy mala suerte, porque está detenida con Vaca Narvaja
el que lleva el dinero de los Montoneros’”. La mujer fue liberada el 27 de marzo
del ’76, cerca del Parque Sarmiento con la orden de que olvidara “todo lo que
había visto y vivido”.
A todo esto, después del secuestro de Vaca Narvaja padre, la familia tuvo que
tomar una decisión “de vida o muerte”, tal como la definió Susana Yofre luego de
la última visita que pudo hacerle en la UP1 a su hijo Huguito. El le dijo que la
familia estaba condenada. Que debía sacarlos a todos del país. Que los iban a
matar como a los Pujadas.
Así, Gustavo Vaca Narvaja, otro de los hijos, médico y escritor, organizó lo que
llamaron “el asalto a la embajada de México”: el 23 de marzo, y a pocas horas
del golpe de Estado, 26 miembros de la familia Vaca Narvaja entre los que había
13 chicos (el menor de apenas 9 años), y una embarazada: Patricia, la actual
embajadora en México, ocuparon el edificio azteca en Capital Federal y pidieron
asilo político sin papelería previa. Habían dejado sus casas con lo puesto. De
hecho, el 24 por la tarde el Ejército rodeó la embajada con tanques y armas
largas, y sólo pudieron llegar a Ezeiza el 2 de abril en cinco autos de la
diplomatura mexicana. Regresaron recién en 1983, con la democracia.
En México supieron del fusilamiento, el 12 de agosto, de Huguito Vaca Narvaja
(h.), quien fue sacado de la UP1 junto a Higinio Toranzo y Gustavo De Breuil. En
el camino, los asesinos comandados por Osvaldo Quiroga –quien hasta firmó un
documento para retirarlos de la prisión y llevarlos al muere– tiraron una moneda
al aire para ver a cuál de los dos hermanos De Breuil dejaban vivo, si a Alfredo
o a Gustavo, el menor. Le tocó a Alfredo sobrevivir para ver el cadáver de su
hermano y los de sus compañeros. Lo devolvieron a la cárcel y le ordenaron
contarles a los presos lo que había visto “porque eso era lo que les esperaba a
todos”.
Del Viejo Vaca Narvaja, en cambio, nada más supieron. “Se lo tragaron la tierra
y el silencio”, describió su hijo Gonzalo. Ningún dato concreto hasta el regreso
en 1983. Fueron Valentina Enet y Carlos Albrieu, una abogada y un biólogo,
respectivamente, quienes por azar obtuvieron información sobre el padre
desaparecido y ayudaron a reconstruir sus últimos días. Ambos ya dieron su
testimonio en este juicio.
Valentina Enet contó que “los primeros días de marzo de 1976 se habían llevado a
mi hermano Gerardo. Yo acompañé a mi padre a una reunión que él logró obtener
con el entonces coronel (Raúl) Fierro (uno de los 41 imputados). Me acuerdo de
que nos recibió en su despacho. Era un hombre raro. Se distraía con el vuelo de
las moscas... Se lamentaba de que Primatesta no lo quería... En un momento dijo
que lo llamaba Menéndez y se fue. Nos dejó solos en la oficina. Como yo quería
saber sobre mi hermano y vi que este hombre tenía muchas fotos debajo del vidrio
de su escritorio, literalmente me tiré encima para ver quiénes eran. Algunas
fotos tenían manchitas rojas, como sangre; otras estaban escritas o tachadas con
lapicera roja. Una, la más grande, me llamó la atención. Era un cuerpo sin
cabeza. De pronto se abrió la puerta. Era Fierro que volvía. Cuando me vio, me
dijo: ‘Ah, estás mirando mi álbum de recuerdos... Pero a ése no lo vas a poder
reconocer porque le falta la cabeza... Eso es lo que les pasa a los padres que
andan buscando a sus hijos, esos montoneros marxistas... A ése tu viejo lo
conoce. Es Vaca Narvaja’”. Valentina Enet contó que su padre, aterrorizado, la
agarró de un brazo y se la llevó “volando” de ahí. La abogada detalló que no
creyeron que lo que les dijo Fierro fuera realmente cierto, hasta el hallazgo de
la cabeza: “Ahí nos dimos cuenta de la barbarie”.
Pasó que a fines del mes de abril, cerca de las vías del tren en el barrio Alta
Córdoba, el joven Carlos Albrieu iba caminando con un amigo y encontró una bolsa
de nailon con una cabeza humana: “No estaba en descomposición. Se ve que la
habían mantenido en formol. Yo ya estudiaba en la facultad en ese entonces y
había visto cuerpos conservados. Le faltaba un ojo. Tenía un bigote muy fino,
una nariz larga, afilada... La llevamos con mi hermano a la comisaría séptima.
La entregamos y esperamos que nos citaran a declarar. Eso nunca ocurrió (...).
En agosto mi hermano necesitaba un documento y fue a esa misma comisaría. Como
referencia, les dijo que vivía cerca de donde encontraron la cabeza. Y el
policía le dijo ‘Ah, sí... la cabeza de Vaca Narvaja’”. Carlos Albrieu buscó a
la familia cuando regresaron del exilio. “Me reuní con Gustavo Vaca Narvaja.
Como no quería dejarme influenciar por fotos, no lo dejé mostrarme ninguna hasta
que yo no le hiciera la descripción de lo que vi. Pero sí, cuando terminé y me
mostró fotos de su padre, se parecía bastante...”
En su declaración, Gonzalo Vaca Narvaja apenas pudo contener su angustia y su
furia cuando preguntó ante el Tribunal lo que él y su familia se preguntan desde
entonces: “¿Qué clase de seres son los que le cortan la cabeza a alguien y la
conservan como un trofeo? ¿Y qué clase de miserables los que la exhiben? ¿Y ante
quiénes la exhiben? ¿Quién dio la orden? ¿Qué miserables seres son éstos?”.
No bien Gonzalo se retiró del estrado, Menéndez protestó haciéndose cargo del
“insulto”. Ya en diciembre de 2010, algo similar le había ocurrido a su ex jefe,
el dictador muerto Jorge Rafael Videla. Cuando hizo su descargo, horas antes de
que lo condenaran por primera vez a prisión perpetua en cárcel común por delitos
de lesa humanidad, Videla cuestionó puntualmente el alegato del abogado
querellante Miguel Hugo Vaca Narvaja (n.), quien lleva el mismo nombre de su
abuelo y su padre por ser el primogénito, y tenía sólo 9 años cuando la familia
tuvo que salir del país. Según se quejó Videla, “el doctor Vaca Narvaja realizó
un peligroso revisionismo histórico”, ya que en su alegato ahondaba en las
matanzas genocidas y politicidas desde la Campaña del Desierto en adelante.
Un apunte: si no fuese que a Menéndez le irrita tanto el apellido de esta
familia y todo lo que ellos tengan para decir, estas audiencias hubieran
transcurrido dentro de los parámetros normales. Esto es: los testigos relatan
atrocidades, y él permanece como si nada sucediera: pose pétrea, duerme o
directamente se va a la sala contigua. Pero no. Ha quedado al descubierto que,
tal como ya le ocurrió a Videla, lo que implique a los Vaca Narvaja indigna al
represor hasta hacerle perder el control. ¿Será por su capacidad de “resiliencia
ante el dolor y la muerte”, tal como lo señaló Cecilia, otra de las hijas? ¿O
tal vez el hecho de que la prolífica estirpe del hombre con el cual se ensañaron
hasta la –primitiva, tribal– decapitación, se les haya escapado, multiplicado y
sobrevivido?
Tal parece que ése es el terrible, insoportable panorama para los represores: el
de una familia repleta de hombres y mujeres jóvenes que no olvidan, señalan y
reclaman justicia. Como tantas otras familias diezmadas que nunca se rindieron y
siguen de pie.
El testimonio de Liliana Felipe
“Me deben 13.058 días de vida de mi hermana, a mí, a mi familia, al pueblo
argentino”, les reclamó con la tormenta de su voz Liliana Felipe a los 41
represores imputados que no podían con su incomodidad. La presencia de la
artista los avasalló desde su ingreso. Antes de declarar, les pidió a los jueces
autorización para “mostrar una foto” de su hermana Ester, desaparecida el 10 de
enero de 1978: apenas 25 días después de dar a luz, junto a su compañero, Carlos
Luis Mónaco. “Perdonen –lanzó desafiante–. No encontré una chiquita.” Y desplegó
una gigantografía con la que increpó a los represores: “¿La ven? ¿Se acuerdan de
ella?”. Nadie podía dejar de mirarla. Desde los brazos abiertos de Liliana, la
imagen rubia de Ester y su mirada cristalina, feliz, lo invadió todo. Antes
había declarado Paula Mónaco Felipe, la hija de la pareja desaparecida. Paula,
de 37 años, es periodista y vive en México. Ante la pregunta inicial –y de
forma– del Tribunal, acerca de si conocía a los imputados, o eran acreedores o
deudores suyos, la joven replicó que sí. Que sí son sus deudores: “Me deben una
infancia con ellos. Me deben alegrías compartidas. Me deben que mis padres me
acompañaran en momentos difíciles. Le deben un abuelo y una abuela a mi hijo. Le
deben un hermano y una hermana a mis tíos; una tía a mi familia. Yo siento que
sí, me deben mucho. Y creo que es muy importante que se estén dando estos
espacios para hacer justicia”.
La búsqueda incesante
Abogada y viuda del también abogado Eduardo “Tero” Valverde, María Elena Mercado
es una de las personalidades más respetadas de los organismos de Derechos
Humanos en Córdoba. El mismo día del golpe de marzo del ’76, Valverde, quien
había sido funcionario del gobierno democrático de Ricardo Obregón Cano y Atilio
López, fue citado a presentarse en el Hospital Militar. Lo secuestraron de
inmediato, lo llevaron a La Perla y lo torturaron hasta matarlo. María Elena
Mercado nunca dejó de buscarlo. En ese trajinar fue abriendo el camino de los
Familiares en esta provincia y, llegada la democracia, fue convocada para
integrar la Conadep local. Fue ella también quien investigó y ayudó al
descubrimiento de las fosas comunes del Cementerio de San Vicente: el más
importante enterramiento clandestino de personas desaparecidas en Córdoba. Sitio
en el cual el Equipo de Antropología Forense (EAAF) logró identificar a quince
personas asesinadas por la dictadura cívico-militar, y sigue trabajando en la
identificación de más de 132 esqueletos recuperados. María Elena Mercado obtuvo
valiosos testimonios de los morgueros del Hospital San Roque que, a veces,
fueron obligados a llevar los cadáveres al cementerio. Uno de ellos, José Caro,
dio uno de los testimonios más detallados, espeluznantes y hasta definitivos en
el juicio de 2008 que culminó con la primera condena a prisión perpetua en
cárcel común de Luciano Benjamín Menéndez.
“Un nido de subversivos”
Carlos Hairabedián, uno de los penalistas más conocidos de Córdoba, atestiguó en
el juicio. El ex juez estuvo secuestrado y fue torturado durante tres años y
medio por la dictadura militar. “En La Perla fui arrojado a un pozo. En mi mente
yo pensé que era el pozo fúnebre. Pensé que ahí se terminaba mi vida”.
Hairabedián dio fe ante el Tribunal Oral Federal N° 1 que “cuando me trasladaron
a la cárcel de barrio San Martín (conocida como UP1), en el pabellón 9 había
sido alojado con grandes quejas por parte de él el ahora gobernador (José
Manuel) De la Sota. Teníamos grandes diferencias... De la Sota, con su camisa
negra, decía que había ido a parar a un nido de subversivos”. Consultado por el
querellante Miguel Ceballos, Hairabedián aclaró que no se refería a sólo su
vestimenta, sino a que “era un hombre típico de la derecha. Era su estilo, lo
del negro por una cuestión ideológica (en referencia a los camisas negras del
fascismo italiano). Este hombre (por De la Sota) había sido aislado por los
demás presos políticos... Y ahora que nuestro poeta Juan Gelman en el Congreso
de la Lengua introdujo una palabra, ‘boludo’, quisiera decir que, como una
derivación de boludo, los demás presos no le daban bola. Era un tipo
desagradable. Y por eso él se quejaba y pedía que lo sacaran del pabellón. No
porque estuviera comprometida su seguridad. Esas personas que no tenían que ver
con su ideología no le podían causar ningún problema. Sólo teníamos ideas
diferentes. Y él se quejaba de que había caído en un nido de marxistas
subversivos”. De la Sota permaneció detenido seis meses.
30/12/13 Página|12