Nacionalismo
y Cacerolas
Por Emanuel Bonforti
“El colonialismo es la codificación de valores antinacionales puestos a la
vista del colonizado como nacionales”
Juan José Hernández Arregui
Hace algunos días, pudimos observar como una parte de la sociedad porteña sacó
sus cacerolas a pasear por las calles de los barrios más acomodados de la ciudad
y llegaron a Plaza de Mayo con sus reclamos. Sus manifestantes –que para los
medios hegemónicos eran ciudadanos que defienden sus derechos- pretendían darle
al reclamo un carácter nacional, de ahí que pudo verse alguna bandera Argentina
dando vuelta entre tanta bota acharolada. Esta situación nos lleva a pensar en
la disputa en torno al nacionalismo, sus tensiones teóricas, practicas y las
luchas por la construcción de un imaginario hegemónico acerca de un concepto que
varía según la clase social que lo enarbole, y un fenómeno que sólo puede ser
comprendido a partir de sus ambivalencias.
Los reclamos del norte de la ciudad fueron amplios pero se centraron
principalmente en las dificultades para adquirir dólares, además de mencionar la
presión tributaria al campo, la inseguridad desde una óptica represiva, la
corrupción, el clientelismo político y reclamos civiles difíciles de comprender
como la falta de libertades individuales y la vinculación de este proceso
político a una dictadura o su equiparación a lo que consideran gobiernos
populistas y comunistas que cercenan libertades, curiosamente ubicados en
Latinoamérica. Encontramos asimismo, manifestaciones viscerales que acuden las
expresiones “estoy harta” o “es un horror” para demostrar el estado de ánimo.
La parcialidad del reclamo la observamos en el hecho de que no existen
manifestaciones contra la extranjerización de la economía, el envío de remesas
al exterior de las empresas extranjeras o la usura financiera, con lo cual el
tan mentado patriotismo de parte de estos sectores parecería la negación misma
del nacionalismo, una separación entre teoría y práctica.
Otro de los rasgos que se pudo en televisión fue el rechazo hacia los sectores
populares integrados por el actual gobierno a la economía formal orientada al
mercado interno y a la creación de puestos de trabajos después de décadas de
desidia que mutilaron derechos sociales, el acceso a bienes materiales y
simbólicos. Ésto es algo que parece ofuscar a los caceroleros, con lo cual
comienza a derrumbarse el postulado de su “nacionalismo aporteñado”; no existe
teoría nacionalista que prescinda de las masas, como dice Hernández Arregui, “es
en el pueblo, no en los poderes extranjeros, donde las oligarquías ven a los
enemigos”.1
Queda claro que detrás de un reclamo de pretensión “nacional” está solapada la
idea de confundir la parte con el todo, esto es, querer hacer pasar como general
los reclamos de un sector menor de la sociedad. Pero como es sabido, las ideas
que tienen éxito son las que expresan intereses de clase. El núcleo duro de este
sector lo tiene en claro y para poder generalizar su visión deben extender su
capacidad de impugnación al gobierno nacional y armar un frente que incorpore a
otros actores, con lo cual apuntan a seducir a una clase media débil en
conciencia deseosa de emular a la oligarquía en práctica y distinción, así
también como a un sector del movimiento obrero últimamente confundido que
pretende separarse del frente nacional. El caso que nos compete demuestra que
hay un interés de clase manifiesto en el rechazo a un proyecto de gobierno al
que consideran antagónico y confiscatorio, que demuestra en términos nacionales
tratar de nivelar las diferencias sociales que comenzaron a manifestarse en el
'76 y se concretaron de manera efectiva en los noventas.
Dentro de las voces que concurrieron a Plaza de Mayo en los últimos cacerolazos,
la más paradigmática fue la del señor que solicitaba la intervención de Estados
Unidos ante el “caos” generado por el populismo y se presentaba como miembro de
un colectivo de ciudadanos dignos y amigos que cree en el libre comercio y ve a
los Estados Unidos como un país democrático. Quizás la luz de la cámara lo llevo
a omitir que todas las invasiones y bombardeos imperialistas de la actualidad
tienen a Estados Unidos como punta de lanza, como también olvidó que lejos de
ser una sociedad que cuide las formas institucionales allí se respira un
“totalitarismo democrático” que cercena libertades individuales tanto de sus
ciudadanos caídos en la pobreza como de la gran masa inmigrante. Esta persona
representa el sentimiento de frustración de quienes asistieron a la convocatoria
porteña, un pensar en colonia que conduce a declaraciones irreflexivas como por
ejemplo “Estoy harto de la dictadura”, reclamando la tutoría de una potencia
“democrática” producto de un sentimiento de inferioridad. Ésto último forma
parte de una de las herramientas preferidas que la oligarquía gerenciadora del
imperialismo supo construir a través de la superestructura cultural.
La admiración por el “gran país del Norte” es la otra cara de la moneda con
respecto a la percepción que estos porteños tienen de las naciones
sudamericanas, consideradas atrasadas y repúblicas bananeras, y este sector
sigue dando la espalda al continente.
Sin duda, la gran frustración a nivel económico que embargó a esta pequeña clase
media emuladora de la oligarquía fueron las dificultades a la hora de conseguir
dólares. Los sectores parasitarios más acomodados desde tiempos remotos nunca se
caracterizaron por reinvertir sus excedentes y de ahí erigirse como clase
burguesa, sino que prefirieron dedicarse a malgastar en champagne, viajes y
placeres, evitando cualquier instancia que suponga una responsabilidad
impositiva como cualquier hijo de vecino. Hoy, al no poder acceder a dólares
frescos, se encuentran imposibilitados de transferir sus excedentes líquidos a
inversiones inmobiliarias u a otras formas de especulación financiera; sus
diarios de cabecera les aconsejan sobre inversiones en ladrillos y qué recaudos
tomar para sacar sus dólares afuera del país, mientras que del otro lado del
mostrador se anuncia un plan de viviendas destinado a más de 400.000 personas.
Otra de las criticas del nacionalismo ligado a los sectores privilegiados tiene
que ver con la protección aduanera promovida por este modelo económico mediante
la cual se busca evitar el ingreso de manufacturas que puedan ser producidas por
la industria local protegiendo, de esta manera, las fuentes de trabajo del mismo
modo que alienta al mercado interno en medio de una turbulenta crisis de
capitalismo, la cual afecta a los países centrales. Nuevamente se critica
argumentando que este gobierno atenta contra las libertades individuales, y vale
recordar que el proteccionismo económico es una de las herramientas políticas
cuyo objetivo es cualquier país que avance hacia un proceso de liberación
nacional. El deseo de acceder irrestrictamente a productos importados forma
parte de la ideología de los sectores medios metropolitanos, que creen estar más
cerca de Europa por tener un objeto producido en el viejo continente. Sucede que
el sueño de ser un gran depósito de mercaderías no hace más que reproducir la
división internacional del trabajo que nos coloca como granja de las metrópolis
y almacén de sus manufacturas y en este berretín subyace una crítica a un
proyecto que pretende un salto hacia la industrialización. Tal como lo dice
Arregui, “un país que carece de independencia económica ha extraviado su
nacionalidad, y en definitiva es parte devaluada de la nación más avanzada que
lo ha incorporado a su sistema de dominio”.2
Este nacionalismo de los sectores acomodados que no es más que la reverencia a
los valores coloniales, no sólo puede considerarse como un fenómeno meramente
económico, sino como un dispositivo invisible que tiene en la cultura su arma
más poderosa. Los medios de comunicación conforman esta arquitectura diseñada
para mantener los privilegios de un pequeño número de funcionarios del imperio
que desde los canales de noticias, los diarios y las radios instalaron una
agenda mediante la cual se denuncia públicamente al gobierno por la falta de
dialogo, por la corrupción, por la limitación de las libertades de expresión, el
desacierto en las medidas económicas. Precisamente, estas cuestiones son tomadas
por los caceroleros que acaban confluyendo con los reclamos mediáticos. Si algo
saben exacerbar los monopolios mediáticos cómplices del genocidio es el
moralismo de los sectores medios, su protesta moral desnuda el temor a perder
sus privilegios y refuerzan una pirámide rígida sin posibilidad de ascenso
social, funcional a los intereses oligárquicos los cuales lograron la
construcción de valoraciones cohesivas que son el garante de la dominación y de
una conciencia de sí engañosa. Es así que terminan esgrimiendo argumentos
viciados de realidad, tal es el caso de “Este gobierno es peor que una
dictadura”.
Al parecer, los ruidos del teflón tuvieron escasa repercusión y meramente
consiguieron reeditar en forma de farsa las aspiraciones destituyentes que
saborearon luego del no positivo de Cobos. A medida que se profundice el proceso
de transformación iniciado en el 2003 se generarán más heridos que pueden llegar
potencialmente a engrosar las filas de la reacción, por lo que es menester
desarrollar una programática dentro del movimiento nacional que incluya en sus
filas a la mayor cantidad de sectores, así como evitar que el núcleo de la
pequeña burguesía no cierre filas con la reacción, generar propuestas que
contengan a algunos sectores obreros confundidos y así, desbaratar cualquier
intento de la clase dominante por quebrar el frente nacional.
1- Juan José Hernández Arregui, Nacionalismo y Liberación, Buenos Aires, Peña
Lillo, página 70
2- Ibídem pp. 130