Democracia, patriotismo y el significado de Malvinas

Por Elio Noé Salcedo *

No hay duda de que se ha instalado en el ámbito de las ideas una discusión –tal vez la madre de las discusiones a nivel de ideas- que nos lleva a desantrañar nada más ni nada menos que la esencia del colonialismo cultural (Malvinas es sólo una muestra o parte del todo), que ha sido la palanca de la colonización política y económica a lo largo de la historia argentina y latinoamericana sin distinción entre gobiernos “democráticos” o dictatoriales.

La cuestión Malvinas (sinecdoque de la cuestión nacional), marginada no solo del mapamundis sino de la propia política semicolonial argentina durante más de un siglo de tributo a la división internacional del trabajo regida por Gran Bretaña, cobró importancia global justamente a partir de que un general “borracho”, obnubilado de poder o temeroso de perderlo se le ocurriera patear el tablero político y hacer saltar por los aires el orden mundial establecido. Como Sansón -aunque sin aquella superioridad moral que le confiere el relato bíblico al israelita- Galtieri hizo caer sobre él (el régimen militar), sobre la Argentina, América Latina y el mapa mundial el peso de aquella decisión política.

No veo otra respuesta a la pregunta que se hace Horacio González (Página 12, 31/1/02): ¿por qué las Malvinas se tornaron tan esenciales, una pieza clave de la historia moderna, que es la historia de las guerras económicas expansionistas desde el siglo XVII, a pesar de tener ellas una posición marginal y aparecer tardíamente en los mapamundis? (Ante semejante hecho, coincidirá el funcionario que el significado etimológico de Malvinas y la “estética colonial” tienen sólo un valor adicional o complementario. Tampoco las Malvinas son las imaginarias Pepys).

Sin quererlo, pero de hecho, Galtieri había desandado el camino recorrido desde el empréstito de la Baring Brothers en tiempos de Rivadavia hasta el tratado Roca-Runciman, punto culminante de la dependencia político-económica de la Argentina en su estrecha, condescendiente y servil relación con Gran Bretaña.

Esta vez, el conflicto se desataba contra la previsión y opinión de la “tradición inglesa anticolonialista” (que menciona González) y, sobre todo, de la tradicional dependencia mental de los políticos e intelectuales argentinos que a diestra y siniestra del espectro ideológico argentino vieron peligrar su proyecto de una democracia colonial, es decir sin conflictos de peso con las otras “naciones” latinoamericanas (a las que su estrechez mental nunca consideró partes de una misma Nación inconclusa), y por supuesto, sin conflicto con las grandes potencias “democráticas”, en las que nunca vieron al imperialismo sino el paradigma y modelo de esa neblinosa democracia que defienden.

En tanto, el pueblo argentino, que había sufrido los golpes de Estado de 1930 y 1955 en nombre de la “libertad” y la “democracia” de los países coloniales, llenaba las plazas de todo el país, sosteniendo lo que de hecho era un hondo sentimiento nacional, siempre subestimado por los intelectuales y analistas semicoloniales.

Contradiciendo al Director de la Biblioteca Nacional diré que, aunque contradiga la “tradición inglesa anticolonialista”, la posición del premier inglés es más coherente con la tradición imperialista que la de ciertos intelectuales argentinos con la tradición democrática nacional. A 30 años de la guerra de recuperación de Malvinas, todavía pretenden disfrazar la compleja, esforzada y a la vez sangrienta lucha contra el imperialismo con una simplificada y no muy fundamentada disputa entre Democracia Y dictadura.

Habría que preguntarles ¿qué clase de democracia es esa que usurpa territorios, bombardea pueblos y le roba sus recursos principales a naciones soberanas?

No habiendo en apariencias ninguna dictadura enfrente, aspiran a reemplazar la lucha por la construcción de una Nación políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa en el marco de la Unidad de toda América Latina, por la “construcción” de una “democracia” que no deserte de la mejor tradición inglesa (a la que llaman “la otra Inglaterra”); compatible con la posición de Sarlo y Lanata; portadora de un “criollismo universal” que reconozca la “singularidad inglesa”, aunque no asuma la propia singularidad nacional y latinoamericana; y que sea compatible con “una opinión mundial cada vez más consciente del cambio que hay que operar en las condiciones universales de vida”, para que “donde hubo guerra haya ahora lenguajes nacionales nuevos, aptos para crear nuevas comunidades de vocación asociativa” (H. González)...

…Algo así como un paraíso socialista mundial donde no existen conflictos ni fronteras, aunque todavía haya países opresores y oprimidos. Por eso no entienden el nacionalismo o patriotismo de los despojados.


* Docente e investigador de la Universidad Nacional de San Juan.
 


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