El
peronismo y la soberanía cultural
Aritz Recalde, noviembre de 2011
“Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural cualquiera
que sea su propietario, forman parte del patrimonio cultural de la Nación y
estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar las expropiaciones
necesarias para su defensa y prohibir la exportación o enajenación de los
tesoros artísticos. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e
histórica que asegure su custodia y atienda a su conservación”. Constitución
Argentina de 1949
“En el área de la Cultura, se posibilitará el rencuentro con la autentica
cultura nacional, el rechazo de toda concepción elitista y sectorial, la libre
participación y la igualdad de oportunidades en la actividad cultural, la
atención a las particularidades regionales y locales, la adecuada utilización de
los medios de comunicación masiva, la toma de conciencia de la unidad
latinoamericana, la apertura a los valores trascendentes y las manifestaciones
universales y el ordenamiento de la administración cultural”. Plan trienal para
la reconstrucción y liberación nacional [1]
“Hay que cultivar un nacionalismo no de superficie y de vistosas apariencias, un
nacionalismo no de feria sino un argentinismo de profundidades, de realidades
esenciales. Y para eso necesitamos desprendernos en absoluto de toda imitación y
dependencia europea, ya en lo espiritual como en lo intelectual. Ser nosotros
mismos, con los vicios y las virtudes inherentes a nuestra estirpe”. Raúl
Scalabrini Ortiz[2]
La revolución nacionalista iniciada el 17 de octubre de 1945, plateó teórica y
políticamente, el objetivo de alcanzar la soberanía cultural. Dicha motivación,
nació de dos aspectos fundamentales del proceso de cambio. Por un lado, se trató
de dar sustento científico y técnico, a la independencia económica,
conceptualizada como el pilar de la soberanía política del país. A su vez, el
peronismo otorgó un reconocimiento a la identidad y a la cultura de los sectores
populares oprimidos y negados históricamente, bajo las categorías de pensamiento
y las visiones europeístas y norteamericanas de nuestras clases dirigentes.
Reconocimiento de la cultura popular como eje del ser nacional
“Nuestro pueblo es un pueblo capaz, dotado de grandes virtudes. Basta darle el
estímulo necesario para que esas virtudes afloren y se concreten. Para ello, es
preciso acercarlo a las fuentes del saber, estimulando todas las manifestaciones
de la cultura, en los órdenes científico, literario, artístico, tradicional,
histórico y cívico, así como en el aspecto de la cultura física, que hace a la
fortaleza de los pueblos (…) Con ese propósito, auspiciará (el gobierno) los
estudios e investigaciones de carácter folklórico que permiten esclarecer la
auténtica tradición que constituye la base de nuestro ser nacional”. Manual
Práctico Segundo Plan Quinquenal[3]
El peronismo reconoció al hombre argentino real, resultante de la historia, la
cultura y las luchas políticas del país y de la región. Dicha afirmación de la
identidad nacional y popular, fue claramente rupturista con las concepciones
europeístas y extranjerizantes de las clases dirigentes al mando del país desde
1852. El programa de la revolución, reconoció la potencialidad del hombre
argentino y lo reivindicó en su condición racial, étnica y como clase social.
Con el nuevo gobierno se modificaron en la política y en la cultura de la
argentina, las concepciones sobre cuál era el sujeto portador de la
transformación de la historia. A partir del 17 de octubre de 1945, el eje
impulsor de la revolución fue el pueblo mestizo, que era poseedor de una
identidad propia fruto de las fusiones de tradiciones culturales e históricas
del continente. El peronismo reivindicó a la clase trabajadora como un actor
social fundamental de la identidad nacional y la entendió como la protagonista
del proceso revolucionario del tercer mundo.
En tanto el pueblo y en especial los sectores trabajadores, eran los motores del
cambio y la construcción del proyecto nacional, el conocimiento y la divulgación
de sus patrones culturales se tornaron política de Estado. Las instituciones
educativas y culturales públicas, tenían que dejar de ser meros instrumentos de
importación de los valores de la ilustración europea. Tomando distancia de dicha
condición neocolonial, el gobierno impulsó una renovación de los contenidos de
las instituciones con el objetivo de revalorizar la cultura popular. En este
sentido, se puede leer en el Segundo Plan Quinquenal que “El Estado auspiciará
la elevación de la cultura artística del Pueblo desarrollando aquellas
expresiones que influyan en la conformación de su espíritu mediante: a) la más
amplia difusión, entre todos los habitantes de la Nación, de las expresiones
artísticas, de inspiración y contenido sociales; b) el estímulo de la aptitud
creadora del Pueblo en todas las manifestaciones artísticas”.[4]
Con la revolución nacionalista en el poder, se abandonaron las teorías políticas
que fomentaban la importación y la sustitución de las razas americanas, por las
blancas extranjeras. Ya no se trató y como había intentado nuestra clase
dirigente luego de la batalla de Caseros, de adaptar el país y sus habitantes a
la racionalidad y a la “civilización” extranjera. No teníamos ya que importar la
raza blanca, la religión protestante y el liberalismo europeo. Frente a ello, se
erguía el hombre argentino de condición mestiza e hispanizante, con tradiciones
culturales ancestrales propias y originales. Finalizaba la era de la imitación y
en su lugar, se propuso como una política de Estado, la recuperación y la
afirmación del conjunto de patrones culturales propios del país.
Este punto de partida, permitió al gobierno reconocer la existencia y promover
la formación y la divulgación de la cultura popular, nacional y latinoamericana
en sus distintas expresiones. Las instituciones educativas[5], el cine, la
legislación de medios de comunicación[6], la prensa o los clubes y el conjunto
de los ámbitos de formación y reproducción de la cultura del país, se vieron
inmersos en un profundo debate sobre la recuperación de la cultura nacional,
popular y federal.
El gobierno reorientó las políticas culturales para hacerlas accesibles a la
clase trabajadora y tal cual sostuvo el Segundo Plan Quinquenal, “se promoverá
en el Pueblo, en cumplimiento del objetivo fundamental, la formación de la
conciencia de una nueva cultura nacional, mediante su compenetración intima con
los factores históricos, geográficos, sociales, morales y políticos de la
Nación. La acción social cultural será dirigida preferentemente hacia los más
amplios sectores sociales y promoverá, especialmente: a) el acceso libre y
progresivo del Pueblo trabajador a todas las expresiones y fuentes de la cultura
científica, literaria y artística; b) la creación de organismos culturales en
todos los sindicatos del país; c) la actividad individual de carácter cultural
que realiza los trabajadores”.[7]
Los intelectuales y la soberanía científica tecnológica
“Cada una de las universidades, además de organizar los conocimientos
universales cuya enseñanza le incumbe, tenderá a profundizar el estudio de la
literatura, historia y folklore de su zona de influencia cultural, así como a
promover las artes técnicas y las ciencias aplicadas con vistas a la explotación
de las riquezas y al incremento de las actividades económicas regionales. Las
universidades establecerán cursos obligatorios y comunes destinados a los
estudiantes de todas las facultades para su formación política, con el propósito
de que cada alumno conozca la esencia de lo argentino, la realidad espiritual,
económica, social y política de su país, la evolución y la misión histórica de
la República Argentina, y para que adquiera conciencia de la responsabilidad que
debe asumir en la empresa de lograr y afianzar los fines reconocidos y fijados
en esta Constitución”. Constitución Argentina de 1949
“El intelectual y el artista serán protegidos por la acción del Estado, que los
asistirá técnica y económicamente en forma directa o a través de las
organizaciones que los agrupen a fin de facilitar su acción y contribuir al
progreso y superación de la ciencia, de la literatura y del arte nacionales”.
Segundo Plan Quinquenal[8]
“Ciertos sectores de nuestra economía han dependido y aún dependen de la
importación de tecnología extranjera. Tal dependencia constituye en alguna
medida un aspecto particular de dominación”. Juan Domingo Perón [9]
El peronismo inició una renovación intelectual que superó la división cultural
dependiente que le fue impuesta al país, por parte de los representantes de las
potencias occidentales. El proyecto nacional otorgó a nuestros intelectuales y a
aquellos abocados especialmente a la ciencia y la tecnología, la tarea de
organizar la independencia y la soberanía cultural plena del país. A partir de
la revolución, el destino histórico del intelectual, se vinculó a la
construcción de la segunda y definitiva independencia de la nación.
En diez años de gobierno y por intermedio de la tarea de los intelectuales y los
dirigentes de las organizaciones libres del pueblo, se consolidó una refundación
institucional en las áreas sociales, educativas, económicas y culturales. Los
pensadores a partir del año 1946, se abocaron a la resolución de los problemas
nacionales fruto de nuestra condición subdesarrollada y ya no se impulsó la mera
reproducción de los marcos de actuación extranjeros.
Una de las manifestaciones de la renovación cultural peronista fue la promoción
como política de Estado, de la independencia económica y del desarrollo soberano
del país. A partir de este objetivo, se postuló la meta de la industrialización
en el terreno de la cultura: en la óptica nacionalista, es inviable el
desarrollo sustentable sin alcanzar previamente, la soberanía científica y
tecnológica. En este cuadro, se generaron políticas públicas para alcanzar el
desarrollo científico aplicado a las innovaciones y aplicaciones tecnológicas.
En este sentido, Perón estableció que “En lo científico tecnológico, se reconoce
el núcleo del problema de la liberación. Sin base científico tecnológica propia
y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo
en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internacionalizado sin
ningún costo para él”.[10]
En este contexto, los intelectuales contribuyeron al entendimiento y la
resolución de los desafíos de las organizaciones libres del pueblo. Ya no se
buscó ajustar la realidad a los modelos importados del extranjero, sino que y
por el contario, se desarrollaron soluciones para el país. A partir de acá, en
lugar de un saber supuestamente universal, se promovió la regionalización del
conocimiento y la producción de cultura geográfica e históricamente situada. Con
esta finalidad, se modificó la visión libresca y extremadamente teórica de los
hombres de cultura y de ciencia. El intelectual en esta concepción, tenía que
desarrollar una acción de transformación concreta y aplicada[11] para el país y
su pueblo. Perón lo explicitó cuando sostuvo que “considero que el campo
científico – tecnológico debe aportar conocimientos para desarrollar una
capacidad adecuada, que permita disponer suficiente poder nacional de decisión,
pues cada sector de conocimiento contribuye a fortalecerlo; tener disponible en
el momento preciso la tecnología adecuada para lograr los mejores resultados en
cada una de las actividades económicas y exportar tecnología con el máximo grado
de complejidad posible; sustituir progresivamente la importación de tecnología
realizándola a niveles adecuadamente económicos; establecer los sectores de
conocimiento necesarios que sean asumidos por la sociedad a fin de estar en
condiciones de adoptar las pautas que se ajustan a su propia fisonomía; y
alcanzar una conducción lo suficientemente prudente como para que nuestro país
no sufra los males del desarrollo tecnológico, cuyas consecuencias estamos
viendo en los países subdesarrollados”.[12]
La profunda ruptura cultural que implicó el programa, permitió al país y a las
organizaciones libres del pueblo, transformar la mentalidad colonial en
conciencia nacional, elevando las aspiraciones y el destino histórico del país y
sus intelectuales. Ya no seriamos una semicolonia agrícola que negaba su cultura
y su historia, para hacer Europa en América. La Argentina ingresaba erguida en
el teatro internacional de las naciones, afirmando su derecho a la
autodeterminación y al desarrollo independiente.
Con suma claridad Arturo Jauretche en el año 1973 se refirió al nuevo rol del
intelectual nacionalista en relación los destinos del país y estableció que "Yo
ya no tengo fuerzas ni edad para algunas batallas; sin embargo, no admitiría que
me eximan de los peligros que esas batallas encierran los "fueros del
intelectual". No quiero, no admito ser definido como un intelectual. Si en
cambio, me basta y estoy cumplido, si alguien cree que soy un hombre con ideas
nacionales. Entre intelectual y argentino, voto por lo segundo. Y con todo"[13].
[1] Plan Trienal para la reconstrucción y liberación nacional, Ed. Docencia,
Buenos Aires. P 120.
[2] Raul Sacalabrini Ortiz, Revista Rivadavia, febrero de 1932. Extraído de
Iciar Recalde (2011) Raúl Scalabrini Ortiz en los umbrales de F.O.R.J.A.: una
relectura en clave nacional de El hombre que está solo y espera,
http://hernandezarregui.blogspot.com/2011/11/raul-scalabrini-ortiz-en-los-umbrales.html
[3] Manual práctico del Segundo Plan Quinquenal, Ed. Presidencia de la Nación,
Buenos Aires, 1953. Pp 83 y 85.
[4] Segundo Plan Quinquenal, Presidencia de La Nación, Buenos Aires, 1954. P 70.
[5] La Ley de Universidades 13.031/47 estableció entre los objetivos de las
instituciones “1ª Afirmar y desarrollar una conciencia nacional histórica,
orientando hacia esa finalidad la tarea de profesores y alumnos; 3ª Acumular,
elaborar y difundir el saber y toda forma de cultura, en especial la de carácter
autóctono, para la conformación espiritual del pueblo; 4ª Estimar el estudio y
desarrollo de la ciencia aplicada y las creaciones técnicas, adaptándolas a las
necesidades regionales”.
[6] La ley 14.241/53 de Servicios de Radiodifusión en el Artículo 12 estableció
que “Los programas de transmisiones se ajustarán a los siguientes principios
generales: a) Constituirán un alto exponente de cultura y responderán a un plan
de conjunto racional para la elevación del nivel moral e intelectual el pueblo;
b) Contribuirán a la formación y consolidación de la unidad espiritual de la
Nación, de consuno con la obra que el Estado realiza en materia de educación y
cultura pública; c) Asegurarán una adecuada participación de los valores y
motivos culturales, artísticos y tradicionales del interior del país”.
[7] Segundo Plan Quinquenal, Ed. Presidencia de La Nación, Buenos Aires, 1954.
Pp 67 y 69.
[8] Segundo Plan Quinquenal, Ed. Presidencia de La Nación, Buenos Aires, 1954. P
69.
[9] Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ed. Instituto Nacional Juan
Domingo Perón, Buenos Aires, 2006. P 97.
[10] Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ed. Instituto Nacional Juan
Domingo Perón, Buenos Aires, 2006. P 14.
[11] El intelectual tenía que poner su capacidad de trabajo al servicio de la
construcción del poder nacional independiente. Con este objetivo, se revalorizó
la potencialidad transformadora concreta del pensador y no solamente su posición
de crítica teórica. La verdadera crítica radical en la óptica nacionalista, era
la modificación de las situaciones materiales de poder social que estaban
enajenadas al extranjero y la oligarquía. A partir de acá, que el proceso
político favoreció la tarea de intelectuales que aplicaron y transformaron la
estructura de poder del país. Ramón Carrillo refundó la medicina; Arturo E.
Sampay promovió una nueva Constitución Nacional; Juan Perón creó otra cultura
política en la Argentina. Estos hombres son expresiones de la capacidad de
aplicación concreta y original, del pensamiento nacionalista. Siguiendo ésta
lógica y en la actualidad, es innegable que Cristina Fernández de Kirchner es la
intelectual que organiza los grandes trazos del proceso político de refundación
nacional iniciado desde 2003. Julio De Vido, es otro de los intelectuales del
proceso político y su labor de planificación y acción, ha permitido la
ampliación del poder nacional: en los campos de la energía eléctrica, gasífera o
atómica; en infraestructura de servicios, viviendas, etc. el país,
paulatinamente, produce satélites, introduce la TV digital o recupera la
producción de aviones y barcos. En estos y otros campos de la ciencia aplicada a
la transformación del país, se reflejan las inmensas capacidades de los
pensadores e intelectuales nacionales.
[12] Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ed. Instituto Nacional Juan
Domingo Perón, Buenos Aires, 2006. P 99.
[13] Arturo Jauretche: civilización o barbarie, Entrevista en la revista Crisis,
5 de septiembre de 1973.
Editor del blog
www.sociologia-tercermundo.blogspot.com