Los
combatientes
Por Vera Carnovale

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En Los combatientes, Vera Carnovale propone una novedosa aproximación al PRT-ERP,
basada en un sólido trabajo de investigación. Por lo común, quienes asumen la
perspectiva de los militantes suelen explicar la derrota de la organización por
sus “errores políticos”. La autora, en cambio, en lugar de constatar la brecha
entre lo que se hizo y lo que debería haberse hecho, afirma que “los
combatientes” actuaron de acuerdo con un conglomerado de formulaciones y
creencias que impulsaba la acción armada, articulado con un puñado de mandatos
morales irrenunciables por cuanto hacían a su propio ser revolucionario.
Carnovale confronta los documentos del partido con los recuerdos de antiguos
militantes, y combina un razonamiento riguroso que desmonta las premisas del
imaginario perretista, con una densa reconstrucción de su experiencia cotidiana.
Analizando los aspectos centrales del universo partidario –como la marca de la
Revolución cubana, la concepción del enemigo, el ideal del hombre nuevo o las
formas de disciplinamiento interno–, Vera Carnovale logra articular una
explicación exhaustiva y apasionante de los actos de aquellos hombres y mujeres
que hallaron en las consignas “hasta vencer o morir, por una Argentina en armas,
de cada puño un fusil” el sentido total de sus vidas y de sus muertes.
EPÍLOGO
“¡Argentinos, a las armas!” Los combatientes entre la confrontación final y la
resistencia (1975-1977)
El 5 de febrero de 1975, Isabel Perón firmó el Decreto 261 que daba comienzo al
Operativo Independencia en la provincia de Tucumán. Aprobado por el Gabinete y
refrendado por el Congreso, este decreto ordenaba al ejército ejecutar las
acciones militares necesarias a fin de “aniquilar el accionar de elementos
subversivos” en la provincia.
Cuatro días más tarde, comenzaron las operaciones. En respuesta, el PRT-ERP
declaraba: “Nuestra organización y demás organizaciones progresistas y
revolucionarias sabrán responder local y nacionalmente con la acción militar y
la propaganda de masas, al ilusorio proyecto de la oficialidad asesina [...]. Es
el momento en que el proceso de guerra revolucionaria, de combinación de lucha,
armada y no armada, pacífica y violenta, legal o ilegal, política y
reivindicativa, etcétera, etcétera, se extenderá nacionalmente, prenderá en las
más amplias masas y adquirirá un vigor hasta hoy desconocido”.
Dos meses después, el 13 de abril, la unidad Combate de San Lorenzo tomó el
Batallón de Arsenales 121 de la localidad de Fray Luis Beltrán, provincia de
Santa Fe, recuperando más de ciento cincuenta fusiles FAL y un número
indeterminado de metralletas y pistolas. Pero no se trataba sólo de empuñar las
armas: era el momento de combinar la lucha pacífica y violenta, legal e ilegal,
política y reivindicativa.
En los meses sucesivos, la prensa partidaria dedicó un lugar privilegiado al
seguimiento de los conflictos gremiales que la crisis económica no hacía más que
agravar. El 4 de junio de 1975, el entonces ministro de Economía, Celestino
Rodrigo, anunció un paquete de medidas económicas que incluían una devaluación
del peso cercana al 100% y un aumento abrupto de tarifas (el combustible superó
un aumento del 150%, los pasajes del transporte público subieron un 80% y los
precios de alimentos de primera necesidad como la leche y el pan, entre un 50 y
un 100%).
A estas medidas se sumaron otras, de tenor más político, como la suspensión de
paritarias y convenios colectivos de trabajo.
El descontento popular no se hizo esperar y la protesta social alcanzó su punto
culminante en las movilizaciones de trabajadores durante el mes de julio de
1975. Al calor de aquellas jornadas, el PRT-ERP vaticinaba: “El desenlace se
aproxima”. A partir de entonces y hasta su derrota definitiva, el PRT-ERP
redobló sus esfuerzos por alcanzar la denominada “democratización” del escenario
político nacional. Ese intento incluyó una nueva propuesta de tregua y la
consigna de Asamblea Constituyente.
Paralelamente, aquellos sentidos que el PRT-ERP le había otorgado a la acción
armada desde su propio surgimiento (creadora de conciencia, defensora del poder
popular) concurrían ahora a la escena de la confrontación final entre las
fuerzas reaccionarias y las de la revolución. Que de esa confrontación se
trataba, no había duda alguna. Las movilizaciones de julio no sólo reflejaban el
“estado de ánimo de las masas”, más importante aún: hacían tambalear a un ya
impotente gobierno, forzando la renuncia de varios de sus funcionarios (entre
ellos Celestino Rodrigo y López Rega) y provocando el abandono de su único y
último aliado: la CGT. Si las contradicciones de clase se agudizaban, eso se
debía, a ojos partidarios, al desarrollo alcanzado por la lucha armada. Una vez
más, la organización creía ver confirmados sus propios pronósticos.
En junio de ese año, El Combatiente había diagnosticado: el movimiento de masas
ha tomado un giro claramente político-revolucionario; el desarrollo impetuoso de
la lucha armada ha llevado al rojo vivo las contradicciones, a tal punto que
ningún sector, y mucho menos la camarilla gobernante, tiene hoy un plan
coherente para el país.
Si la lucha armada había “llevado al rojo vivo las contradicciones” (legado
guevarista) y el movimiento de masas había dado un “giro
político-revolucionario”, las fuerzas guerrilleras deberían prepararse para
defender al pueblo del ataque que, en defensa de sus propios intereses, llevaría
adelante el enemigo. En julio, el órgano de difusión del ERP lo advertía
claramente:
Cuanto más aguda es la lucha de clases en la Argentina, más imperiosa es la
necesidad de incorporar nuevos y nuevos contingentes de obreros, estudiantes,
campesinos, hombres y mujeres patriotas a las filas del Ejército Guerrillero. El
enemigo, acorralado por las fuerzas de las masas, recurrirá inevitablemente al
uso contra ellas de su Ejército, de sus fuerzas represivas, intentando defender
a sangre y fuego sus privilegios y sus riquezas. Sólo un poderosísimo Ejército
Popular, de características regulares, logrará la derrota definitiva de las
fuerzas enemigas.
La preparación del ejército guerrillero no implicaba necesariamente la reducción
de los esfuerzos partidarios al plano militar. Las distintas fuerzas políticas
del país se abocaban a la búsqueda de una salida negociada ante el descalabro
acelerado del gobierno.
El PRT-ERP intentaba establecer alianzas con las distintas organizaciones
revolucionarias y progresistas en pos de una democratización de la escena
política. Su objetivo era la conformación de un frente antigolpista. Manuel
Gaggero relata que: “desde fines de 1974, mi tarea eran las relaciones con los
dirigentes de los partidos democráticos, para decirlo de alguna manera: con
Alende, con Sueldo, con Alfonsín. Y, además de verlos a ellos, ver a otros:
Tosco, el Negro Amaya, Solari Yrigoyen. O sea, conversar con todos los políticos
que podían estar de acuerdo o que podíamos coincidir en una evaluación de la
situación. ¿Nosotros cómo evaluábamos la situación en ese momento? Bueno, había
un incremento de la represión, la aparición de la Triple A, una confrontación
dura con el gobierno... pero pensábamos que, a su vez, tras de esto había un
golpe militar; no teníamos mucho dato todavía pero teníamos claro que se venía
una situación de golpe. Entonces, lo que teníamos que hacer era ir generando las
condiciones para una amplio frente democrático antigolpista. Paralelamente, la
organización levantaba la consigna de una salida institucional a través de una
Asamblea General Constituyente: consciente de que la más amplia y genuina
movilización democrática de las masas populares es parte inseparable de la lucha
política y armada, de la guerra revolucionaria que nuestro pueblo libra por su
liberación nacional y social”.
Luego, exultante de optimismo, señalaba: “la situación es de una riqueza
extraordinaria. En todo el país gruesos destacamentos de combatientes populares
acuden decididos a las primeras líneas de fuego, incorporándose a las
organizaciones revolucionarias; miles y decenas de miles de trabajadores salen
decididamente a la calle [...] abriéndose a las ideas revolucionarias [...]. El
camino hacia la revolución socialista se ensancha e ilumina bajo el impulso de
la multitudinaria usina de las masas. Nuestro Partido y nuestro Ejército
Guerrillero, rebosantes de ardor y combatividad, pondrán todo de sí para
canalizar con efectividad el inmenso potencial revolucionario de las masas”.
Como demostración de su determinación de poner todo de sí para lograr la
democratización, a comienzos de agosto de ese año, el PRT-ERP propuso una nueva
tregua. Sin embargo, sus propios vaticinios acerca de la conducta del enemigo
(defenderá a sangre y fuego sus intereses) no hacían más que confirmarse. En
consecuencia, aquel “todo de sí” exigía una respuesta también en el plano
militar: después de todo, las armas debían estar al servicio de la defensa del
pueblo y su vanguardia.
Pocos días después del ofrecimiento de tregua, en una conferencia de prensa que
tuvo lugar el 12 de agosto, Benito Urteaga leyó una resolución sobre una nueva
represalia indiscriminada contra las fuerzas represivas. Para desconcierto de
los periodistas presentes, el dirigente perretista insistió en que entre el
ofrecimiento de tregua y la resolución de represalia no había contradicción
alguna:
Los periodistas le preguntaron sobre la relación existente entre la resolución
que propone la tregua y la que ordena ejecuciones en represalia. El compañero
explicó que esta era independiente de la anterior, que se trata de una medida
excepcional que el PRT tomaba en vista de la persistencia del enemigo en sus
hábitos criminales y que con ella se busca poner límites a esta táctica, y hacer
que las Fuerzas Armadas enemigas respeten las leyes y convenciones de la guerra.
Esta resolución [...] de ninguna manera anula la resolución anterior sobre el
ofrecimiento de tregua.
Un mes más tarde, en un boletín interno, la organización se preguntaba “por qué
no se ha concretado la democratización”. Allí reconocía que no se habían
concretado las contundentes movilizaciones generales que se requerían para
“forzar una situación de legalidad”. Al mismo tiempo, se señalaba que el partido
no había sabido incidir lo suficiente en el estado de ánimo de las masas. Las
fallas en los métodos conspirativos y en la preparación militar habían impedido
golpear con mayor eficacia al enemigo. El reflujo de masas no se había previsto
a tiempo. Pero este reconocimiento no conmovería en absoluto los planes
perretistas: en el preciso momento en que ese reflujo era advertido, el legado
guevarista y el fantasma del espontaneísmo morenista vinieron a recordarle a la
organización su rol de vanguardia armada. Así fundamenta Daniel la decisión
perretista de continuar el accionar militar: “se visualizaba esa situación de un
reflujo... pero un reflujo puede ser que después se sale del reflujo... No
necesariamente es una cuestión que va a estabilizarse”.
Entonces, dejar de llevar adelante la lucha armada y la táctica ofensiva por un
circunstancial reflujo era volver a la concepción morenista del año 68: “Hay
reflujo, quedamos a la espera del auge”. O sea que la vanguardia, el partido, no
juegan ningún papel, todo lo resuelven las masas. Bueno, eso era una posición
espontaneísta, reformista.
No era la posición del PRT. Entonces, convocado por su autoasignado rol de
vanguardia y en el momento más álgido de la confrontación, el PRT-ERP emprendió
la preparación de la acción militar de mayor envergadura hasta el momento: el
ataque al Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejo Bueno, en la localidad de
Monte Chingolo. Demostraría así la vulnerabilidad del enemigo, obligándolo a
retroceder y potenciando, en contrapartida, la movilización popular. Si el
ataque no lograba detener el avance golpista, las armas allí recuperadas
servirían para respaldar la resistencia del pueblo a la nueva dictadura.
La acción tuvo lugar, finalmente, el 23 de diciembre de 1975 y su resultado es
por todos conocido. Un par de semanas más tarde, Estrella Roja concluía: “el
ejemplo de moral que recibimos y el apoyo masivo de la población hizo que
nuestra confianza en el triunfo de la revolución y la decisión de seguir
adelante fueran más fuertes que nunca. Compañeros: esta no fue una derrota”.
“Seguir adelante” significaba continuar con “todas las formas de lucha”; era
esta combinación, en definitiva, la única fórmula capaz de extender la
movilización popular y, en consecuencia, poner frenos a las pretensiones
represivas: “el máximo despliegue de las energías de las masas será determinante
en la obtención de las conquistas [...]. Y es precisamente la combinación de la
lucha política con la lucha armada lo que permitirá ese máximo despliegue”.
Por supuesto, no faltaron voces que impugnaron la determinación perretista, al
señalar que las acciones armadas de la guerrilla ofrecían argumentos o
preparaban el terreno para el golpe militar.
No obstante, la organización encontraba la justificación histórica de su
determinación en la experiencia de la anterior dictadura, contexto de su propia
emergencia y consolidación. En efecto, rechazó aquellos argumentos del
reformismo y los espontaneístas, advirtiendo que ante ellos “se alza la
experiencia de la lucha de nuestro pueblo, que ha demostrado con los hechos lo
erróneo de estas concepciones”. La afirmación era seguida por la alusión a
algunos eventos acontecidos en el período 1972-1973 (entre los que se destaca la
fuga del penal de Rawson y el copamiento del Batallón 141 en Córdoba) que
habrían extendido la potencia de la movilización popular. De ahí la certeza de
que, en el contexto de avance de las fuerzas represivas, las acciones
guerrilleras fuerzan al enemigo para pensar seriamente en la posibilidad de
conceder momentáneamente en el terreno democrático [...]. Ante un enemigo feroz
y despiadado [...] sólo la fuerza y la contundencia de las acciones
guerrilleras, junto a la movilización popular, pueden paralizarlo, mostrar su
debilidad y ganar la batalla de la democracia y la libertad”.
Más allá de esta apuesta, lo cierto es que los esfuerzos guerrilleros no
parecían torcer los planes golpistas. El PRT-ERP lo sabía: sus propios informes
de inteligencia advertían “que no más allá de febrero o marzo los militares se
alzaban, que ya había un acuerdo de las cúpulas de las tres armas y que había la
decisión de llevar adelante este golpe”. Esta información estaba acompañada por
la sospecha, nada ingenua por cierto, de que este golpe sería distinto a los
demás en su ferocidad represiva. De ahí que, durante el mes de febrero, la
prensa partidaria, al tiempo que convocaba a “paralizar el país para frenar el
golpe”, advertía que una de las primeras acciones que se llevarían adelante una
vez consumado este sería un gran operativo contra los activistas de fábricas y
gremios.
En consecuencia, exhortaba: “Es el momento de cerrar filas, preservar a los
activistas y dirigentes combativos, trasladar a la clandestinidad esas
direcciones...”.
Finalmente, el 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas encabezaron el último
golpe de estado de la historia argentina. Santucho, desde el editorial de El
Combatiente, alentaba: “¡Argentinos, a las armas!”. Anunciaba allí el inicio de
una etapa de “guerra civil generalizada” cuyo desenlace –la derrota de la
dictadura– situaría al pueblo argentino en “las puertas del socialismo”. Para
ello era necesario no sólo consolidar las “fuerzas políticas y militares”, sino
también “movilizar a las más amplias masas por todo tipo de reivindicaciones”.
Si la movilización de masas se hallaba en pleno retroceso desde hacía varios
meses, la ferocidad inaudita de la represión, desatada principalmente sobre el
movimiento obrero organizado, no sólo profundizaba aquel repliegue, sino que
volvía imposibles las voluntades partidarias. El PRT-ERP no tardaría mucho en
advertirlo, pero no por eso daría un paso atrás: si, de todas las formas de
lucha, las legales quedaban definitivamente obturadas, allí estaban las armas
para mantener vivo el fuego de la resistencia popular.
En efecto, a menos de un mes de consumado el golpe, la organización anunciaba:
“la nueva etapa de nuestra lucha que se abrió con el golpe militar de Videla se
caracteriza por la reducción al mínimo de las posibilidades legales y por lo
tanto traslada el grueso de la lucha popular al terreno clandestino y violento”.
Manuel Gaggero explica que “¡Argentinos, a las armas!” no era sólo una consigna
agitativa, sino que encontraba su materialidad en una clara decisión de la
dirección perretista que, aunque encontró tensiones en algunos frentes, fue
acompañada por el colectivo partidario:
Hubo una decisión de que todos los frentes fueran prácticamente pasados a la
actividad militar. A nosotros nos sacaban gente que estaba en nuestro frente,
que no tenía ninguna experiencia, y la pasaban a la actividad militar.
A eso nosotros nos opusimos firmemente. Incluso pensábamos que la consigna no
era... que no había una situación de masas de confrontación contra el golpe. Lo
planteamos en varias minutas internas [...]. Igual, con el criterio de que vos
discutís adentro, pero salís afuera con una sola posición, salimos afuera a
defender el criterio.
De nuevo salir a hablar con los políticos democráticos para decirles “hay que
prepararse para la resistencia armada”. Incluso proponíamos restablecer el
frente militar en el monte, ampliarlo y hacer como una zona liberada donde se
podían instalar los políticos democráticos para quedar protegidos de la
represión.
Como ya se ha señalado, una semana después del golpe, el Comité Central
partidario se reunió en una quinta de la localidad de Moreno, que funcionaba con
anterioridad como casa operativa. Al encuentro acudieron no sólo los miembros
del Comité Central, también muchas de sus respectivas parejas e hijos. Las
sesiones se vieron interrumpidas por las fuerzas policiales y, aunque el plan de
retirada se puso en marcha, alrededor de doce cuadros perdieron allí la vida.
No pasaría mucho tiempo para que el PRT-ERP se viera obligado a reconocer, como
dato indiscutible, la profundización del reflujo de masas. Tal reconocimiento no
podía menos que implicar una revisión de la línea partidaria. A comienzos de
junio, la organización admitía: “cuando poco antes y después del 24 de marzo
analizamos las perspectivas del golpe militar cometimos un error de cálculo al
no señalar que el peso de la represión afectaría en un primer momento a la lucha
popular, dificultando la movilización de masas y el accionar guerrillero [...]
nos faltó taxativamente un período determinado de reflujo, error que desde ahora
corregimos”.
No lo hicieron: en el mismo documento se dejaba bien en claro la continuidad de
la lucha armada. No habría período de reflujo para las armas revolucionarias.
Quizás, como afirma Luis Mattini, porque “era realmente difícil invertir la
marcha de una máquina militante como el PRT”. Pero, más probablemente, porque la
subjetividad perretista no había dejado de descansar sobre la certeza
inconmovible –heredada del guevarismo– de que la acción armada alimenta la
conciencia revolucionaria, que la heroicidad del guerrillero se convierte en
ejemplo y el ejemplo en semilla que germina aquí y allá abonando el camino hacia
la revolución.
Fragmentos más abajo de aquel documento que postulaba corregir el error
partidario, el PRT-ERP pronosticaba: “el accionar guerrillero mantendrá viva la
llama de la resistencia popular. [...] Las operaciones de propaganda armada y
aniquilamiento realizadas por las unidades guerrilleras jaquearán constantemente
a la Dictadura Militar. [...] Mientras más prenda el ejemplo guerrillero, más
poderosa y decidida será la posterior movilización obrero-popular. Por ello es
que en el presente período, la lucha armada ocupa el centro de la lucha
política, es y será el eje de la política nacional”.
El 19 de julio de 1976, caían casi todos los principales referentes de la
dirección partidaria, Mario R. Santucho, Benito Urteaga, Domingo Menna y
Fernando Gertel. Diversos testimonios afirman que, tras la caída de la
dirección, se intentó profundizar el repliegue. Sin embargo, al mes siguiente,
un editorial de El Combatiente, luego de un análisis de la situación nacional en
el cual, entre otras cosas, aseveraba que en su irracionalidad represiva las
Fuerzas Armadas se habían ganado la oposición de la iglesia católica, que en el
terreno internacional el aislamiento de la dictadura avanzaba día a día y que en
el seno del pueblo comenzaban a vislumbrarse los gérmenes de la resistencia,
concluía: “[...] de manera que esta desesperada ofensiva reaccionaria está
llegando a su punto más alto, traspasado el cual se iniciará una larga y
definitiva ofensiva popular, con su vanguardia al frente”.
Dos meses más tarde, la prensa partidaria intentaba llevar sosiego y optimismo a
sus lectores: “podemos decir que ha pasado lo peor de esta etapa de reflujo, que
el enemigo está debilitado y el pueblo se organiza. Ya se palpa el triunfo de
los oprimidos, que cada día se organizan más, se preparan, se unifican e
incorporan a la guerra. Ahora la preocupación principal de los revolucionarios
debe ser organizar a las masas en el proceso de guerra prolongada”.
Esta vez, los pronósticos partidarios no se ratificaron. Hacia fines de 1976,
una de las decisiones más importantes de la organización fue la de sacar una
gran cantidad de cuadros del país. Sin embargo, las certezas revolucionarias
hasta entonces sostenidas y los mandatos de ellas derivados (“el que no quería
militar más era un quebrado”) habían calado profundamente en la subjetividad de
la militancia. En abril de 1977 se realizó en Roma una reunión del Comité
Ejecutivo partidario. En esa reunión “el compañero que había quedado a cargo del
partido en la Argentina, al finalizar su informe sobre la situación en el país,
remató: ‘el Partido está formado esperando la orden de combate’”.
Finalmente, la propia historia partidaria oficiaba de referente para ponderar la
pertinencia de la resistencia armada. Hacia 1978, en el contexto de debates y
disputas internas que culminarían en la ruptura y disgregación partidarias, un
miembro de la dirección le preguntó a Daniel, por entonces integrante del Comité
Central, si estaba de acuerdo o no con la lucha armada. Daniel recuerda que
recibió la pregunta con sorpresa y desconcierto: yo me quedé... “Sí”, le digo,
“yo soy del PRT”, veníamos haciendo la lucha armada desde el 69. Le habíamos
hecho la guerrilla a Perón, ¡¿no le íbamos a hacer la guerrilla a Videla?!
En resumidas cuentas, porque con las armas se despierta la conciencia de las
masas, porque con las armas se defiende el poder popular y porque con las armas
se erige la resistencia del pueblo, lo cierto es que, en la guerra
revolucionaria, la lucha armada “es el único camino” (1968), y en una Argentina
en guerra “la política se hace en lo fundamental, armada” (1970). Por eso “el
ERP no dejará de combatir” (1973), por eso, la lucha armada “es y será el eje de
la política nacional” (1976).
El emprendimiento de acciones militares de envergadura creciente, la
regularización de fuerzas, la apertura de un frente rural, el asalto a grandes
unidades militares no fueron determinaciones que desviaron a la organización de
lineamientos teóricos que postulaban un rumbo distinto. Fueron, en todo caso,
las posibilidades de concreción de las enseñanzas de los teóricos de la guerra
revolucionaria que la organización abrazó en 1968. La lectura de las distintas
coyunturas políticas y la inapelable promesa guevarista traerían consigo la
oportunidad.
Hace ya algunos años, Oscar Terán escribió un artículo cuyo título no puedo
dejar de evocar: “La década del 70: la violencia de las ideas”. Allí, retomando
las ideas de Reinhart Koselleck, afirmaba que, en la historia, pasa “más o
menos” lo que tiene que pasar, y que sobre ese “más o menos” están los hombres.
Y, en definitiva, los hombres y las mujeres del PRT-ERP se proyectaron e
intentaron construirse a sí mismos como combatientes unidos por un juramento
inquebrantable: a vencer o morir.
03/07/11
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