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Capusotto
es un patafísico
Por Guillermo Marín *
Como André Bretón, Marcel Duchamp, Antonin Artaud y los hermanos Marx, Diego
Capusotto es más que un simple artista de vanguardia: es un patafísico. La idea
me la contó hace poco la escritora Alcira Bas. El término “patafísico” lo
inventó en 1900 un tal Alfred Jarry, francés, vanguardista, escritor simbolista
y anárquico, como una forma de explicar su literatura, quizá un modo de vivir y
también de conocer el mundo. Y a Capusotto le calza como un guante.
La expresión o corriente patafísica es un recurso retórico que deforma la horma
social, una reacción bufonesca contra la pasividad y el positivismo francés de
la época. Capusotto, que volvió a la TV hace un mes y acaba de estrenar en cine
“Pájaros volando”, es patafísico no sólo por sus últimas declaraciones a los
medios, en donde desnuda a alguna de sus nuevas criaturas (con ajustadas
similitudes de personajes “Jarrynescos”), sino por considerar que en su rol de
artista desprejuiciado, el juego de la actuación es una expansión del Ser que se
lleva en todo momento y para toda la vida.
Que Capusotto es un tipo coherente consigo mismo, no hay duda alguna. Los
discretos 2,9 puntos de rating que midió la apertura de su nuevo ciclo (ya lleva
dos programas en el aire en su sexta temporada), prueban que esos números no son
inquisidores ni para él, ni para Pedro Saborido, el guionista del programa. “No
estamos trabajando como en una oficina, a la que uno va y marca tarjeta”, dijo
el artista en la revista Rolling Stone en relación a una declaración de
Alejandro Fantino, en la que el conductor confesaba que una vez terminado su
programa “nos vamos a casa y listo, se terminó”. “Eso me parece un poco
perverso, porque representa que vos estás creyendo lo que estás diciendo sólo
porque hay un sueldo que te convence”, remató Capusotto.
La fórmula de sus creaciones fluctúa entre la sutileza, lo filoso y cierta
ingenuidad adolescente; todo eso rematado por puntadas que arriendan
circunstancias de la cultura rockera, sin obviar, por supuesto, los efectos
visuales (y artesanales –la guitarra eléctrica, por ejemplo, que viaja en
patineta-) que abren los sketch. Con estos condimentos, Peter Capusotto y sus
videos, cuece un guiso picante a la boca (o en este caso, a los ojos). Pero
también es cierto que su estilo marca una época resbalosa para la pantalla
chica: el vacío de contenidos. Quiérase o no, Capusotto está más cerca de la
biblioteca que del guión azaroso, esa típica divisa que malgastan los llamados
“guionistas creativos”. Sin embargo, el actor logró (¿adrede?) rodearse de
detractores que lo congelan dentro del la nevera del humorismo intelectual. Y
digo humorismo y no humor. El primer tópico, como precisó el pediatra Florencio
Escardó, es esa capacidad de maquillar con suspicacia las injusticias de la
realidad. El humor raso, en cambio, es ese dislate liviano que sostiene al actor
mediante la locución de un chiste; un artificio discursivo destinado sólo a
hacer reír.
Es por eso que los personajes de Peter… no recurren al chasco como fenómeno
provocador, todo lo contario: el disparate en la historia posee un fondo
dramático. “Me parece que la tragedia”, dijo el comediante, “está siempre muy
relacionada con el humor. Uno apunta siempre ahí: a reírse de lo trágico”. Y lo
funesto, bien podría atribuirse a su nuevo personaje: Fito Mochila, un fenómeno
musical, en cuyo hit Piki-Piki(con análisis sociológico incluido de Abel
Raztembajer, intelectual de barba espesa y voz cavernosa) se alude a la
desnutrición infantil y a otras desgracias sociales. Fito es un idiota con
dientes deformes que llegará con el tiempo, según reveló el actor, a ser
candidato a presidente. Y Ubú, el personaje central de la mejor tragedia cómica
de Jarry, es un gigoló quijotesco con un vientre inmenso, tres dientes (uno de
madera, el otro de piedra, y el restante de hierro) y una oreja única y
retráctil. Con todo, hay una particularidad vital que une tanto a Fito como a
Ubú: es la inconciencia de sus propias deformidades físicas, sociales y
políticas, anomalías que cuajan sobre la desmesura del poder dominante.
Casi un siglo atrás, el humor también fue un medio de protesta para el creador
de un personaje rotoso de galera, levita, bigote y bastón: Charles Chaplin. En
1936, en “El gran dictador” (una alusión a Adolf Hitler, bajo el seudónimo de
Adenoid Hynkell), Chaplin hundió la aguja hasta el fondo de la crítica social en
el umbral de la Segunda Guerra Mundial. ”Estaba decidido a ridiculizar su
absurda mística en relación con una raza de sangre pura”, confesó el actor
inglés. Tal vez esto mismo es a lo que refiere Capusotto cuando habla del
“horror que hay atrás de la risa”, eso que subyace en cada uno de sus
personajes.
Lejos de la liviandad de Alberto Olmedo, muy cerca de la herramienta política a
la que echaba mano Tato Bores, Capusotto es un “fenómeno meteorológico”, como lo
definió una docena de intelectuales de taquilla. Un accidente histriónico que
llega al límite de la burla (incluso botada sobre sus mismos personajes), más
que un trágico es el redentor de una ciencia llamada humorismo, una suerte de
medicamento que alivia allí donde más nos duele y nos permite edificar otra
mirada sobre la realidad, y en este sentido, una forma diferente y creativa de
vivir. Al igual que Jarry, su patafísica se da entera en el rectángulo de los
bigotitos de Micky Vainilla, en el vaso de whisky de Violencia Rivas o en los
anteojos oscuros de Pomelo. Si el mundo necesitó de la lucidez hilarante de
Chaplin o las elipsis estéticas de Jarry, la TV - y acaso la Argentina a secas-
necesitan de artistas como Capusotto.
* Periodista y escritor
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