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Concentración
de medios: una lucha latinoamericana
Por Arturo Trinelli *
El Gobierno Nacional acaba de enviar el proyecto de ley al Congreso para
declarar la fabricación de papel de interés público. La prudente iniciativa
oficial desmiente las especulaciones que la prensa opositora había hecho los
días previos, aunque luego del anuncio continuó el derrotero de absurdas
interpretaciones sobre la medida. Tanto Clarín y La Nación ocuparon hojas
enteras alentando el fantasma del control gubernamental sobre la prensa
independiente y elaboraron teorías en torno a la “verdadera intención” de la
propuesta, que no sería otra que la intervención kirchnerista sobre la única
empresa proveedora de papel para diarios del país.
Mucho se ha escrito sobre las irregularidades en la manera en que Clarín y La
Nación se hicieron de las acciones de una empresa que manejaron con absoluta
discreción durante años, situación que les permitió convertirse en los diarios
de mayor alcance nacional, controlar la aparición de otros medios y disciplinar
a la clase política para hacer valer sus intereses. La decisión del Gobierno
Nacional de ir a fondo sobre este tema inaugura una nueva etapa en el país,
donde saludablemente se discute el rol de los medios de comunicación en la
sociedad, los intereses que persiguen, la manera en que informan y nuestro papel
como sujetos con capacidad crítica para analizar esa información. Resulta
fundamental a la hora de iniciar este replanteamiento que exista la posibilidad
de consultar otros medios de prensa como expresión de visiones alternativas, de
manera de tener no solo más elementos para sacar conclusiones sino también
enriquecer el debate contrastando diferentes posturas.
Pero nuevamente se pretende reducir el cuestionamiento a los monopolios
mediáticos como un conflicto entre un Gobierno y un grupo económico particular,
cuando verdaderamente lo que está en juego es un proyecto de sociedad que está
determinada por el uso y control del recurso informacional. Así, hoy deberíamos
preguntarnos qué característica tendría esa sociedad ante una concentración de
la propiedad de los medios de comunicación y de las industrias culturales en
apenas unos cuantos conglomerados empresariales. Y ahí es donde se vuelve
necesario un rol activo del Estado para reducir las asimetrías, de manera de
evitar que los medios de comunicación concentrados tengan legitimidad exclusiva
como agentes de socialización, capaces de hacer de la información una mercancía
vendible a cualquier precio, incluso muchas veces contradiciendo las profecías
autorreferenciales que enuncian sobre su actividad, siempre vinculada al
compromiso con la verdad o con el público al que se dirigen. Parte de nuestra
maduración como sociedad supone refutar lo que se nos presenta como “verdades
objetivas” en la puja por el poder, del cual los medios forman parte.
Un problema regional
Sin embargo, esta concentración monopólica de la información no es un fenómeno
exclusivamente argentino. Mastrini y Becerra, en su libro “Periodistas y
Magnates. Estructura y concentración de la propiedad de las industrias
culturales en América Latina” (Instituto Prensa y Sociedad, 2006), señalan que
Televisa de México, O’Globo de Brasil y Clarín de Argentina constituyen, quizás,
los ejemplos más emblemáticos de concentración de medios de comunicación que han
atravesado muchos de nuestros países, y hacen un balance histórico donde
reconstruyen dos dimensiones comunes presentes en estos procesos: una
geográfica, consecuencia de la centralización de la producción, distribución y
consumo cultural en grandes centros urbanos que provocaron la marginación de
extensos territorios en cuanto al acceso a la televisión, la radio, la prensa
escrita y los circuitos cinematográficos. La otra es de índole económica a
partir de los años 90, cuando la internacionalización de los mercados prepara el
terreno para la conformación de grupos de comunicación hegemónicos a escala
regional.
Siendo entonces un fenómeno no exclusivo de un solo país, la preocupación de los
organismos internacionales viene haciéndose sentir desde hace años. En efecto,
en 1980 el Informe Macbride ya advertía el peligro de una industria de la
comunicación dominada por un número relativamente pequeño de empresas que
concentraban todos los aspectos de la producción y la distribución. Más
recientemente, la OEA, en un informe anual de hace unos años, advirtió sobre
“las continuas denuncias recibidas (…) en relación con prácticas monopólicas y
oligopólicas en la propiedad de los medios de comunicación social”, así como la
preocupación de distintos sectores de la sociedad civil por lo que esto podía
representar para garantizar el pluralismo político e informativo y la
incompatibilidad de estas prácticas con el ejercicio del derecho a la libertad
de expresión en una sociedad democrática (OEA, Informe Anual de la Relatoría
para la Libertad de Expresión, 2004, www.oas.org).
En lo que puede definirse como la profundización de un paradigma comunicacional
autoritario, las empresas de medios fusionaron sus actividades para mantener una
posición dominante en el mercado. Esta situación obliga a un replanteo respecto
de lo que ha sido en nuestro país el negocio de la comunicación y su
concentración en pocas manos. Resulta evidente entonces la importancia de las
últimas iniciativas tomadas para fomentar el pluralismo y disminuir la
concentración, con la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual, y el fomento para discutir a nivel parlamentario un proyecto que
asegure una comercialización del papel igualitaria para todos los diarios con
una comisión bicameral encargada de controlar el nuevo marco regulatorio para
garantizar la libertad de expresión.
Desafíos
Según lo expuesto, pues, son varios los desafíos que quedan por delante. En
primer lugar, se hace necesario mantener una voluntad política sostenida, e
independiente del gobierno de turno, tendiente a desconcentrar el manejo
comunicacional por parte de grupos económicos con intereses particulares. Eso
será posible si deja de verse al Estado como una “amenaza” y no como el
regulador de las asimetrías propias del mercado, que imponen la lógica de la
competencia comercial y del rédito económico por sobre la diversidad cultural y
la libre expresión de opiniones alternativas. Años de retroceso y
deslegitimación de lo público no hacen sencilla esta tarea, cuyo éxito estará
garantizado en la medida en que exista un compromiso político de estimular el
debate sobre lo que durante años se tomó como verdad incuestionable.
Por otro lado, y ligado a lo anterior, lejos de tratarse de una situación de
inseguridad jurídica o atentado a la libertad de expresión, como se la ha
querido presentar, es necesario entender este desafío como un fortalecimiento de
las instituciones y un mejoramiento de la calidad democrática. La producción
cultural actual, dentro de los parámetros con que viene desplegándose hasta
ahora, no sólo es un fabuloso negocio monopolizado, sino que se ha transformado
en una poderosa arma de control social capaz de imponer un discurso único,
favorable obviamente a quienes tienen la capacidad para promocionarse como sus
únicos y más legítimos intérpretes.
Finalmente, en tanto problema latinoamericano, se requiere de una profundización
de las instituciones regionales para trabajar en conjunto y, tal vez, acordar
marcos regulatorios comunes que promuevan la desconcentración de medios y
fomenten la expresión de voces alternativas para alentar la diversidad cultural
y garantizar la pluralidad política. El sistema de medios de comunicación
concentrados en América Latina, con sus mecanismos de organización simbólica de
las relaciones sociales, parece constreñir las posibilidades de participación
ciudadana efectiva bajo una premisa que refleja el autoritarismo de la
estructura monopólica. En términos del reciente comunicado conjunto de Clarín y
La Nación, un acto fallido refleja su esencia: “controlar el papel es controlar
la información”.
* Politólogo UBA
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