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Pagina 12 - Homenaje a Horacio Verbitsky (noviembre 2010)

 

Verbitsky por Verbitsky

El escritor, periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) brindó una charla en el décimo aniversario de la creación de ese espacio, ubicado en el mismo lugar donde funcionó el centro clandestino de detención Mansión Seré. El intendente Lucas Ghi y el ex intendente de Morón, fundador de la Casa y diputado nacional Martín Sabbatella charlaron con Verbitsky y le entregaron la distinción de visitante ilustre.

Este año cumplo 50 años como periodista. Hace 50 años, cuando terminé el colegio, no tenía muy claro que quería hacer. Por seguir a un compañero, me inscribí en la Facultad de Medicina y tenía que estudiar los cuatro tomos de la Anatomía de Testut. Un día fui a visitar a mi viejo que trabajaba en el diario Noticias Gráficas, que quedaba a pocas cuadras de mi colegio, y no lo encontré. Me atendió un amigo y compañero de él, Orlando Daniello, escritor también, y me preguntó qué quería. Le dije que venía a pedirle plata a mi papá para comprar esos libros. Me dice: “No le da vergüenza tan grande y pedirle plata a su papá?” Yo puse cara de adolescente. “¿Por qué no trabaja?”, me dijo. “¿De qué?”, le contesté. “Venga mañana a las tres.” Y así fue como empecé. Fue tan simple y absurdo como eso.

Primero, llamaba por teléfono al Servicio Meteorológico para pedir el pronóstico del tiempo. En esa época no había Internet. Sólo había televisión, pero sin el desarrollo equiparable al de ahora, y en los diarios un servicio importante que prestaban era el pronóstico del tiempo. Había que llamar por teléfono a la Entel y pedir el pronóstico. Yo anotaba eso. Durante seis meses me tuvieron haciendo nada más que eso y poniéndome a prueba. Hablamos del año 1960. Un día voy al baño del diario y hay dos viejos periodistas que me miran, me examinan y me preguntan: “¿Usted qué edad tiene?” “18”, les digo. Y uno de ellos, uruguayo, dice: “Sólo a un botija se le puede ocurrir.” Otra prueba fue un llamado telefónico urgente que recibí en la redacción, donde me informaban que había caído una piedra enorme que estaba interrumpiendo el tránsito en Paseo Colón, a la altura de la Facultad de Ingeniería, y que había que ir urgente a cubrirlo. Colgué el teléfono, levanté la vista y vi 16 pares de ojos, de 16 hijos de puta, que esperaban a ver cómo el boludo salía corriendo para ir a ver el Monumento al Trabajo. La orden venía con detalles: “La gente está empujando, tratando de sacar la piedra.” No caí. Todos los días vencía a la Entel y al Servicio Meteorológico y el diario salía con el pronóstico. Resistí esas pruebas de los veteranos, hasta que a los seis meses me mandaron a hacer una nota de verdad. Era un desalojo en un hotel subal-quilado. Esa fue la primer nota que hice en el barrio de Flores, y escribí una crónica sobre el tema. Era muy conmovedor, sobre familias que se quedan en la calle. Era impactante, shockeante.

En esa época tenía una militancia en el peronismo no orgánica, pero participaba en actos, en movilizaciones, como parte de la forma de inserción en la vida del país. Decía antes que iba al colegio cerca del diario donde trabajaba mi papá: el diario quedaba en Avenida de Mayo al 600, y yo iba al colegio en Bolívar al 200. Entonces, llegaba en el subte A, a la estación Perú, cruzaba el patio del Cabildo y tomaba Bolívar para ir al colegio, por la tarde. Un día, salgo del subterráneo tipo 12:30 y cuando subo la escalera, lo que veo son aviones bombardeando. Nunca había visto nada así, ni siquiera entendía lo que estaba viendo. En vez de retroceder, avancé, hasta la Plaza de Mayo, hasta que un adulto sensato, me agarró de la mano y me hizo salir por la Diagonal Norte para alejarme de ahí. Y me salvó la vida. El primer peronismo marca a todo el país y también mi infancia. Eran los años de los únicos privilegiados. Y el episodio del 16 de junio de 1955 marca a mi generación. Me marca a mí y a toda la política argentina de ahí en adelante. Nada se entiende sin ese episodio central de la vida política, cultural y moral de la Argentina. Ahí está prefigurado todo lo que va a venir después. A partir de ahí, la militancia en el peronismo es el camino más seguro para cualquier rebelión adolescente en la Argentina de esos años.

En ese momento trabajaba en una revista que se llamaba Confirmado. Era una revista golpista. Por suerte, no trabajaba en la sección Política, sino en sección Vida Cotidiana y Cultura. Jacobo Timerman era director y trabajaban Juan Gelman y Luis Bonnini. Era una revista francamente golpista. Había un columnista que era Mariano Montemayor, que en marzo de 1966 escribió: “De regreso de las vacaciones, es oportuno preguntarle a las Fuerzas Armadas qué esperan para desalojar del gobierno al doctor Illia.” Toda una insinuación, digamos. Y ese mismo año publicó la columna de un periodista llamado Rodolfo Pandolfi, que hacía un anticipo de política ficción describiendo cómo iba a ser el golpe (se equivocó por tres días). Fue el 28 de junio y él decía el 25 o el 1 de julio. No tenía un arte de adivinación. Él sabía lo que iba a ocurrir porque la revista tenía ese objetivo. Después vino el golpe y Timerman aprendió su primera lección acerca de que un golpe militar, un gobierno confesional, no era el mejor ambiente para desarrollar sus artes intelectuales. Un intelectual judío en la Argentina de esa época no había entendido muy bien las cosas que tenían que ver con su propia inserción en esa realidad. Tenía un discurso desarrollista, cuestionaba al gobierno de Illia desde esa óptica desarrollista, pero no había entendido algunas cosas esenciales, y lo primero que hicieron fue echarlo de la revista, obligarlo a vender, a irse del país. A mí me despidieron. Paralelamente, trabajaba en publicaciones políticas del peronismo. Es decir, la revista de Timerman era mi trabajo profesional, en blanco, con un salario, y me daba la posibilidad de hacer con la escritura un aporte militante, que fue una división entre lo que era la militancia por un lado y la profesión por otro, que yo y otros muchos colegas sentimos mucho durante muchos años, porque no había la posibilidad de unir ambas cosas en una sola práctica, como pudimos hacer en Página/12 o en Noticias, en 1973.

En 1968, llegó CGT de los Argentinos, el periódico que acompañó la normalización de la CGT que estaba intervenida por la dictadura de Onganía. Se organiza un congreso, y como parte del proyecto normalizador de la CGT, un dirigente sindical de los obreros gráficos, Raimundo Ongaro, que había hablado con Perón en Madrid sobre la reorganización de la CGT, y que se había encontrado en la casa de Perón con Rodolfo Walsh, concibe como parte del proyecto de recuperación de la CGT y la edición de un periódico. Y le pide a Walsh que se haga cargo de concebir y dirigir el periódico y este acepta. Llama a dos amigos periodistas (uno era Rogelio García Lupo, con el cual él había estado en Cuba en la Operación Verdad y en la Fundación Prensa Latina, y el otro era yo, con quien no había trabajado antes, pero sí teníamos una amistad desde hacia varios años cada vez más íntima, más próxima. Esa es una experiencia muy importante. Un antecedente de muchas cosas que se hicieron luego en el periodismo argentino, porque es una publicación militante pero de buen nivel, de calidad profesional y periodística. Porque había dos opciones: el periodismo comercial, en el cual todos los periodistas habíamos trabajado hasta ese momento o los pasquines políticamente bienintencionados, pero hechos con los pies, sin sacarse siquiera el zapato. Ese Semanario CGT de los Argentinos, fue una posibilidad de trabajo ad honorem. Por cierto, nadie cobraba, pero era de muy buen nivel profesional, a tal punto que hoy ese semanario se estudia en escuelas de comunicación. Hay colecciones en algunas universidades y es un hito reconocido en el periodismo político argentino. Por ejemplo, ahí publicó García Lupo una serie de notas sobre la desnacionalización de la economía argentina, que después reunió en su libro Mercenarios y Monopolios. Y ahí publicó Rodolfo Walsh, en entregas como folletín, la investigación sobre el asesinato del dirigente sindical Rosendo García en la pizzería La Real, de Avellaneda, que después reunió en el libro ¿Quién mató a Rosendo? Yo hacía la parte técnica. Era el secretario de redacción. Me encargaba de que saliera. Escribía cosas que no tenían mayor lucimiento, las que tenían que estar, y ellos escribían las notas de fondo. Rodolfo tenía 15 años más que yo y era un periodista maravilloso. Escribió esa serie, y era emocionante cómo lo iba entregando por semana. Era una investigación que se iba haciendo a medida que se publicaba. No investigó y después entregó. Lo iba investigando y después publicaba. A menudo, en cada entrega avanzaba pistas, hipótesis, desafiaba a los involucrados a que contestaran, a que vinieran, iba dando datos y tirando para conseguir otro. Recuerdo dos anécdotas: cuando terminamos de hacer el número uno, el 1 de mayo de 1968, salió publicado el programa de la CGT de los Argentinos. Era un día de otoño caluroso y habíamos previsto todo menos la distribución del diario. Salíamos de la imprenta y nos miramos con Rodolfo. Íbamos corriendo, trotando por la calle Florida, cubriéndonos con diarios por la lluvia hasta Lavalle porque García Lupo nos había dicho que ahí tenía su parada el distribuidor del diario uruguayo Marcha, y que ese podía ser un tipo confiable. Había que conseguir a alguien confiable para la distribución del diario: alguien que no lo quemara, que no lo tirara, no se lo entregara a la policía. Una parte importante de la tirada circulaba a través de los mecanismos de la CGT pero, dada la calidad de la publicación, necesitábamos llegar a otra gente. Otra cosa que recuerdo: se hacía en las viejas rotativas de una imprenta que se llamaba Costal, en la calle Rivadavia, y cuando se entintaba la rotativa, se la hacía circular lentamente, y los primeros ejemplares que salían, los empleados gráficos los sacaban de las rotativas, los desplegaban sobre una gran mesa y observaban si había que ajustar la presión de una placa, agregar tinta, reducir tinta o modificar tensión del papel. Un día, estábamos los tres esperando ahí los primeros ejemplares, y uno de los obreros saca los primeros y empieza a mirar el entintado. Cuando llega al capítulo de Quién mató a Rosendo, en vez de controlar el entintado, se queda leyendo la nota de Rodolfo. García Lupo, que es un jodón, me dice, fuerte para que escuche Rodolfo: “Ah… el folletín de la clase obrera.”

En lo político, del ’69 al ’71 me encuentra muy unido a mis compañeros. Son años en que la CGT, en el ’69 ,después del Cordobazo, del asesinato de Vandor, es clausurada. Ongaro es detenido, Tosco es detenido en Córdoba. El diario sale clandestinamente, unos pocos ejemplares más, pero ya no tiene sentido. Era el órgano de expresión de una organización legal, y se deja de publicar. Ahí, cada uno va encontrando su nueva ubicación militante, en una etapa nueva, distinta. Tanto Rodolfo como yo, y otros compañeros, ingresamos en una organización llamada FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). Al poco tiempo, ingresó en un período de discusión que se llamó Proceso de Homogeneización Política Compulsiva (PHPC), cosa que nos fastidiaba, porque nosotros queríamos entrar en un proceso revolucionario, no de discusión ideológica. Esa organización se fue marginando de la vida política y fue refluyendo sobre un ombliguismo ideológico. Con el pasar de los años, ese proceso tan fastidioso respondía a cosas bastantes profundas que en el momento no lo parecían. En el año 1972, cuando regresa Perón, el PHPC estaba en pleno. Por la vía del ideologismo, se produjo una negación de los hechos. Nosotros lo sabíamos. En esa época, trabajaba en la redacción del diario Clarín, tenía buena información y además estaba trabajando con Héctor Cámpora, que era delegado de Perón. Tenía información de que el regreso esta vez venía en serio, porque en 1964, había participado en todas las movilizaciones para la vuelta, pero no había estado organizado en serio. De parte de Perón venía en serio. Él había puesto el cuerpo, se había subido al avión, llegó hasta el Brasil y desde ahí lo mandaron de vuelta. Pero en el país no había una organización que previera y deseara el regreso de Perón. La conducción de esa época tenía otros planes. Ahí nace la idea del vandorismo, la idea de un peronismo sin Perón. En 1972, sabía que Perón volvía, pero mi organización decía públicamente que Perón no iba a volver. ¿Por qué? Porque Perón es de los trabajadores, no de los traidores, y como la conducción es de los traidores, Perón no iba a volver. Cuando se acercaba la fecha del regreso de Perón la situación de participación en organizaciones como la nuestra, sobre todo para los que veníamos del peronismo, se volvió difícil, menos para otros compañeros, como Rodolfo, que tenían recelo hacia el peronismo. Cuando en el 17 de noviembre de 1972 vuelve Perón, me pasé a Montoneros, que era la organización creciente que había participado en todas las movilizaciones a favor del regreso de Perón, y que había hecho una lectura política correcta de lo que estaba pasando en el país. Todas las discusiones de las FAP, las recupero a posteriori, porque me parece que poner en duda la simultánea adopción del militarismo y del peronismo vertical de Perón, era razonable. Si uno lo analiza, no desde la lógica de aquel día, sino con la lógica posterior, tenía sentido poner eso en duda. Por ejemplo, el día de la ejecución del general Aramburu, la FAP hizo una declaración en un reportaje y planteaba una crítica a esa operación, no porque Aramburu no se mereciera lo que le pasó, sino porque no era el mejor camino para empezar un camino revolucionario. Recuerdo que esa declaración decía que era una operación más propia como fin de un proceso político triunfante y no para un comienzo de dicho proceso. Sin embargo, la opción en aquel momento no podía ser quedarse en aquella organización que se marginaba voluntariamente de la práctica política, sino participar de la práctica política. Encontramos que el mejor lugar para hacerlo era Montoneros. Rodolfo, yo y varios compañeros pasamos. Y yo, simultáneamente, era redactor del diario Clarín.

No usaría la palabra traidores (se refiere al día en que Perón echó a la organización de la Plaza de Mayo): era más complejo el tema. El más grave error de la militancia en ese momento era esa línea operativa de asesinar dirigentes sindicales, y visto desde la edad y experiencia que sí tengo hoy, no le encuentro la justificación que sí le vi entonces.

Por primera vez pude unir las tareas profesional y militante, porque la organización decide editar un diario, Noticias, y me convoca para organizar la redacción. Dirigí a Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Juan Gelman , Gregorio Levenson −que se ocupaba de la parte administrativa del diario−, Miguel Bonasso, y también participaban Alicia Ravoy y Silvia Rudni. Pudimos hacer un diario ya no ad honorem ni precario, sino profesionalmente y con mejores medios. Se planteó como un medio de comunicación con una política popular, con la intención de llegar a abarcar a un sector más amplio de la sociedad, que no fueran sólo los sectores que compartieran la línea política de la Organización. Esto dio lugar a muchas tensiones, porque una cosa era el planteo de este equipo que conducía Paco Urondo y otra los planteos de la verticalidad organizativa que a menudo reclamaba mayor apego, no sólo a una misión política general, sino incluso a determinadas campañas y formas de expresar esos conceptos. Muchos roces, muchos choques. Si bien estábamos de acuerdo con el proyecto político, no estábamos de acuerdo como profesionales con la forma en que había que hacerlo. Y eso implicaba una determinada lectura política. En esa época, la organización tenía dos medios que sería interesante cotejar: el diario Noticias y la revista Descamisados. La revista era lo que la conducción quería: bajada de línea para los convencidos, un medio prácticamente interno de comunicación, escrito muy adjetivamente, y el diario intentaba comunicarse con el conjunto del campo popular y no sólo con los encuadrados, los disciplinados. El diario empezó a tener éxito, mucho tiraje, al punto que nos quedó chica la imprenta Fabril Editora, de Barracas, y salimos a buscar otra como segundo lugar para imprimir. Llegó a superar los 100 mil ejemplares de venta, convirtiéndose en una importante competencia para Crónica y Clarín. Pero lamentablemente, en ese momento no llegó a materializarse porque los vaivenes de la política argentina no lo permitieron. Estábamos en el momento de la clausura del diario (al mes siguiente de la muerte de Perón), en tratativas con una tercera imprenta, y López Rega había dispuesto la clausura del diario Última Hora, de Crónica, y tenía horas de taller libre y estábamos en eso. Un día llamó Héctor Ricardo García (dueño de Crónica) y nos dijo: “Muchachos, no va más. Me cagué.” Sinceridad que agradecimos porque no nos hizo perder tiempo, y al poco tiempo nuestra propia clausura.

Luego, estuve un año fuera del país, antes del golpe. Viajé al Perú, donde había un gobierno revolucionario que había expropiado todos los diarios y los entregó a los obreros, a organizaciones sociales, a campesinos. Había viajado por el diario Noticias y escrito un suplemento. Tenía varios amigos que trabajaban en ese gobierno, que había creado un organismo que se llamaba Sistema Nacional de Movilización Social, que estimulaba la participación social y ahí fue cuando se expropiaron empresas en manos extranjeras, se recuperó la explotación petrolera, las grandes haciendas azucareras y otras cuestiones muy parecidas al primer peronismo, pero ya con componentes propios de otra época. Eran militares del ejército, con el general Alvarado, los mismos que había masacrado a la guerrilla en la década del sesenta en el Perú, instruidos por los norteamericanos en la Escuela de las Américas y por los franceses. Esos militares, en el combate contra la guerrilla, habían reflexionado sobre el país y encabezaron este proceso nacionalista revolucionario. Cuando cierra el diario Noticias, mis amigos de Perú me invitan a ir para escribir un libro sobre el proceso de los diarios. Estuve un año. Volví en diciembre de 1975. Desde el Perú, la información de la Argentina me llegaba por vías de la organización, de los compañeros, y en 14 meses llegué a tener una visión absolutamente distorsionada de lo que pasaba en la Argentina. Cuando llegué fue un shock, un baño de realidad. Creía, desde Perú, que había un avance de la lucha de la organización que conducía la rebelión de la clase obrera contra la burocracia sindical y el lopezreguismo. Se usaba una definición en ese momento: “el brujovandorismo”, definición totalmente equivocada, porque entre el sindicalismo burocrático y el vandorismo había muchas contradicciones. De hecho, la gran movilización obrera de 1975, que pone en jaque a López Rega y al proyecto de Celestino Rodrigo, desde Perú, creía que la conducía la Organización, y cuando llegué al país entendí que no era así, era el sindicalismo. Llego y a los pocos días, se produce el ataque del ERP al regimiento de Monte Chingolo. Percibí que toda la información que recibí en Perú no era real. Un cambio muy grande. Me fui antes del pase de Montoneros a la clandestinidad, y recién llegado percibí una política de confrontación de las organizaciones armadas que no tenía el acompañamiento popular, que sí había tenido la movilización para el regreso de Perón, ni en el ’70, ’71, o antes, en el Cordobazo. Todo ese proceso que conduce al regreso de Perón en 1973. A principios de 1976, la situación era otra.

Había una polarización bastante grande, una opinión generalizada de clase media que fue el sustento político para el golpe militar, de rechazo tanto al gobierno de Isabel, catalogado como incompetente y corrupto, y de rechazo a la genéricamente denominada violencia. Por otro lado, los niveles de adhesión, aun sabiendo que ese gobierno era corrupto, de los sectores obreros. Recuerdo muy poco después del golpe, haber ido a ver fútbol a la cancha de San Lorenzo de Almagro, al viejo Gasómetro, y el canto de la hinchada de San Lorenzo que me impactó.

Luego, en enero de 1976, Isabel anunció que las elecciones se adelantan para septiembre de ese año y que ella no iba a ser candidata, con lo que pensaba quitar argumentos al golpismo. Pero desde el golpismo había una decisión tomada: remodelación quirúrgica de la sociedad argentina, quebrar el espinazo de la clase trabajadora, pero también de las clases medias, de las universitarias, trabajadoras, del empresariado pequeño y mediano nacional, para aplicar un proyecto económico distinto que sólo se podía sustentar en la represión. No estaban muy interesados en evitar el golpe, y la condición que los militares ponían para evitarlo, era que Isabel fuera remplazada por Ítalo Luder, y Luder no lo aceptó porque evaluó que eso sería una traición y que tampoco era garantía de evitar el golpe. Se produjo en marzo del ’76, y nosotros lamentablemente fuimos muy funcionales a la creación del clima que se necesitaba para dar el golpe. Hicimos algún aporte en esa dirección con la violencia: esa sensación de muertes todos los días, la violencia, el descontrol y todo lo demás. A pesar de que a partir de la muerte de Perón , el peso fundamental de todo esto estuvo en la operatoria de la AAA, federación rápidamente captada por las fuerzas armadas, y que fue parte de la preparación del golpe. Se creó una sensación de desasosiego que originó la acción psicológica militar de que el golpe iba a ser un alivio, y que iba a traer el fin de la violencia, cuando en realidad la violencia previa es incomparable con la que vino después. Sólo que dejaron de tirar los cadáveres en las calles, y empezaron a tirarlos al río, a enterrarlos clandestinamente, quemarlos, con la técnica de la desaparición forzada.

Hoy el país ha cambiado mucho. Ese golpe tuvo éxito. Ese golpe logró el objetivo de la remodelación quirúrgica de la sociedad argentina. Hoy hay menos obreros industriales que en el momento del golpe. Han pasado 34 años y no se ha recuperado la cantidad de empleos industriales de entonces. Hay cerca de un millón menos, con una población que ha crecido. Ha habido un proceso de pauperización de las clases medias, de destrucción de la educación pública, de remate del capital social acumulado por generaciones de argentinos concretado en las empresas públicas. La dictadura no pudo liquidarlas porque temían la reacción popular. El equipo de Alemann y Martínez de Hoz querían hacerlo, pero los militares no se animaron. Pero se produjo una transformación profunda del esquema económico, del modo de acumulación del capital. Con el golpe, y un poco antes, con el Rodrigazo de 1975, termina el modelo de sustitución de importaciones, y con el golpe de 1976 comienza la valorización financiera del capital. La economía argentina empieza a girar sobre la especulación financiera y los servicios. La producción industrial retrocede en forma vertiginosa y los grupos económicos se dedican a producir y exportar commodities industriales a granel, no para el mercado interno, y a fugar el dinero que reciben por eso fuera del país y empiezan a valorizarlo financieramente. Quienes tienen acceso al mercado internacional de capitales pueden obtener recursos más baratos que dentro del país y los prestan a tasa diferencial dentro. La renta financiera pasa a ser el eje de ese proceso económico: hay menos empleos, de peor calidad, una composición industrial que cambia, recuperación de la significación del sector agropecuario que está entre los que propician el golpe de 1976, y comienza a ser agrofinanciero y no solo agropecuario. Las colocaciones financiera provienen de este sector de la vieja oligarquía.

Esa transformación que se produce a lo largo de la dictadura no logra ser revertida por la política de Alfonsín. Me parece que Alfonsín no entendió todo lo que había cambiado el país: la emergencia de nuevos sectores económicos, la cantidad de grupos que habían surgido en esos años, ni el poder que tenían en el exterior. Creyó que la economía y la sociedad eran más parecidas a las anteriores, y el intento de una política progresista que hizo con su primer ministro de economía –Grinspun– se frustró y comenzó con la de ajuste (el Plan Austral) y fue una lucha contra el chantaje de la hiperinflación y el endeudamiento exterior, y lo perdió.

Carlos Menem entendió. Mi libro La educación presidencial tiene una tesis central que dice que la hiperinflación de 1989, la forma apocalíptica en que termina Alfonsín su gobierno, es en realidad un mensaje para Menem: esto es lo que te va a pasar a vos si insistís con políticas de independencia nacional, de participación popular, si te creés tu propio discurso del salariazo y la revolución productiva. Y Menem no intentó ni el salariazo ni la revolución productiva. La política del menemismo es el perfeccionamiento de lo que no pudieron terminar de hacer los militares del ’76. Se perfecciona con el remate a precio vil de las empresas públicas, la tercerización de la economía, completar la desindustrialización, basados en el espejismo de la paridad cambiaria que sólo se podía sostener sobre la base del endeudamiento externo, que en algún momento tenía que explotar y explotó.

Cuando Martín inauguraba esta casa, en el año 2000, el estallido era previsible. Es en ese momento, comienza la posibilidad de construcción de una cosa distinta. Era difícil ver la posibilidad de algo distinto. En el tema de los Derechos Humanos, por ejemplo después de la ley de Obediencia Debida y Punto Final de 1986 y 1987, todavía habia 400 militares detenidos que fueron liberados con los indultos de 1989 y 1990. Y como Menem había entendido el mensaje que le dejó Alfonsín, y adoptó esas decisiones políticas, hubo varios años donde se alivió el proceso inflacionario y esto más la fantasía del uno a uno, trajo varios años donde las clases medias celebraron la posibilidad de un nivel de consumo, de turismo internacional. Un disparate: era más barato un mes alquilar auto en Europa y pasear por Italia que unos días en Pinamar. No podía durar pero, mientras duró, el tema de los Derechos Humanos se desvió, parecía haber terminado con el tema de los indultos. Sin embargo, los organismos siguieron con sus reclamos. Parecía que el deme dos tapaba todo, pero mucha gente seguía militando, también contra los efectos a largo plazo de la política económica, con los miles de casos de retiro voluntario, donde la gente agarraba unos pesitos y se iba, creyendo que con eso se salvaban, y se mataron luego con la competencia para superpoblar de kiosquitos, de taxis que nadie tomaba. Incluso a las mismas víctimas de este proceso, les costaba verlo. Pero hubo gente que sí se dio cuenta, y luchó contra todo eso.

Me acuerdo de cuando fundamos la CTA. Participamos conjuntamente con el MTA de Hugo Moyano y "Bocha" Palacios en la lucha contra el proyecto económico neoliberal.

En 1994, Menem mandó al Congreso el pedido de ascenso de dos capitanes torturadores de la ESMA −Rolón y Pernías− y publiqué en Página/12 la historia de ambos. Al mismo tiempo, Menem mandó un proyecto de ley mordaza contra el periodismo, creando figuras represivas por calumnias e injurias a personas jurídicas, lo que es una barbaridad. Con eso, se reprime directamente cualquier crítica política. Si cuestiono la actuación del Indec, zas, calumnias e injurias.
Cuando publico la nota en Página/12, Menem (que tenía la palabra bastante más rápida que el pensamiento) dice eso es calumnias e injurias. Eso no es cierto: nunca he mandado esos ascensos. Al día siguiente, publiqué los documentos, "El decreto", donde él lo pedía. Y así se armó un debate muy fuerte. El Senado les negó el ascenso tras un largo año. Tengo la suerte de que Menem dice que él tiene autoridad moral para ascenderlos porque había sido torturado. Entonces investigué y publiqué que jamás había sido torturado, con declaraciones de Lorenzo Miguel que dijo que había llorado como un maricón. Me creyó a mí. Y en ese juicio, con altísima visibilidad, fui absuelto. Simultáneamente, me absuelven y el Senado le niega los ascensos a los militares. En diciembre de 1994, un tipo en el subterráneo me dice: "Yo estuve en la ESMA. Soy compañero de Rolón y Pernías. Y es injusto que le hayan negado el ascenso, porque todos hacíamos lo mismo." Tuvimos muchos encuentros, empecé a grabarlos y este hombre −Scilingo− confiesa lo de los vuelos con los Hércules, en los que se llevaban a la gente para matarla. En el juicio de 1985, varios sobrevivientes lo contaron, porque había prisioneros que fueron hasta el avión y lo trajeron de vuelta. Pero la conmoción fue el relato en primera persona, y hasta el día de hoy, es el único. A partir de ahí, dejó de haber dos relatos. Habían pasado 20 años del golpe y había una nueva generación que se asomaba al conocimiento de la realidad del país. Esta confesión en primera persona trajo como un alivio para los familiares de detenidos y desaparecidos, para sus hijos, que se habían escondido, tenían vergüenza de contar su historia, de sentirse marginados, ocultaban su historia. A partir de ahí, se juntaron, se manifiestan y surge HIJOS, de descendientes de las víctimas, todo un cambio generacional.

Tiempo Argentino, 25/07/10
 

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