Naomi Klein y el fin
de las marcas
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La
despedida
Por Naomi Klein, Junio 2003
El miércoles 4, Naomi Klein dejó la Argentina tras seis intensos meses en
los que, junto a su esposo, el director Avi Lewis, registraron 200 horas
de historias humanas de resistencia y creación de alternativas. Antes de
partir, Naomi participó de un debate en la Semana Cultural de Brukman y
allí planteó lo que se puede leer como una síntesis de su visión sobre el
futuro del movimiento criollo.
Estoy muy feliz de estar esta noche aquí, apoyando a los obreros de Brukman,
y quiero felicitar a los organizadores de la Semana de la Cultura.
Sin embargo, no hablaré sobre el tema previsto para esta noche. Y no lo
haré, porque discrepo completamente con la idea del mismo.
La idea de una mesa en la que los llamados intelectuales y periodistas estaríamos
ofreciendo nuestras teorías sobre cómo la clase obrera debería luchar y
organizarse, es una idea responsable de mucho de lo que hoy resulta disfuncional
en la izquierda.
Si hay una cosa que tenemos que aprender de las asombrosas mujeres de Brukman,
es que la clase obrera ya sabe cómo luchar y organizarse. En la Argentina
y alrededor del mundo, la acción directa -eficaz, creativa y original- va
muy por delante de las teorías intelectuales de la izquierda.
Una y otra vez, las personas comunes que no se identifican a sí mismas como
activistas o como izquierdistas, están llevando a cabo acciones que no comienzan
con la teoría, sino con la necesidad.
La necesidad de conservar el trabajo.
La necesidad de comer.
La necesidad de agua limpia.
La necesidad de cuidar el hogar.
Primero viene la acción -la ocupación, el piquete, la asamblea. Y después
de este proceso, surgen la teoría y la estrategia política.
Entonces, zqué papel le toca al intelectual, al que se identifica a sí mismo
como activista, en este proceso? En verdad, no mucho.
Y es por eso que tantos teóricos corren atropelladamente para mantenerse
cerca de la acción que ocurre en las calles y en las fábricas, hilando teorías
posteriores a los hechos para demostrar que aún somos relevantes.
El problema es que las teorías a menudo están equivocadas.
A veces estos esfuerzos intelectuales por imponer significados y estructuras
son demasiado dogmáticos y rígidos, imponiendo un lenguaje muerto y alienado
a movimientos que son vibrantes y vitales. En la situación de una fábrica
donde un grupo de personas deciden conservar sus empleos y trabajar con
dignidad, estos intelectuales alucinan imaginando una célula pre-revolucionaria
que está construyendo poder para tomar el Estado.
Otras veces estos esfuerzos por teorizar son demasiado románticos, y ven
utopías anarquistas o autónomas, donde lo que hay es una realidad compleja
y confusa.
Éstas son ideologías diferentes, pero ambas estructuras -la dogmática y
la romántica- pueden tener el mismo efecto deshumanizante. Los principales
protagonistas -los verdaderos innovadores- frecuentemente no pueden reconocerse
a sí mismos en la espesura de esas teorías.
Según mi experiencia, los lugares
donde los movimientos sociales son más fuertes -y están conquistando las
victorias más concretas- son aquellos donde tienen la MENOR pureza intelectual.
Nosotros pasamos mucho tiempo en Neuquén, con los obreros de Zanon y los
MTD y lo que más me impactó fue la mezcla: la moribunda y vieja escuela
trotskysta con los autonomistas más jóvenes, los partidos con los movimientos
sociales. Las fronteras entre estos territorios no están, por suerte, muy
patrulladas.
Vimos algo muy extrano: personas que piensan juntas, comprometiéndose y
transformándose unos a otros, contaminándose unos a otros, trabajando de
acuerdo a un sencillo principio: si funciona, hagámoslo.
Entonces, en lugar de hablar acerca de lo que la clase trabajadora debería
hacer, hablemos acerca del papel y la responsabilidad de los intelectuales
y los activistas, en este nuevo paisaje.
Podemos empezar admitiendo que nos hemos vuelto irrelevantes. Que la teoría
no está influenciando a la acción, pero la acción sí está influyendo sobre
la teoría.
Una vez asumida nuestra irrelevancia, quedamos libres para preguntarnos
cómo podemos volvernos importantes. Hay muchas respuestas a esa pregunta
pero yo quiero ofrecer tres.
1) Podemos ser mejores puentes, uniendo a movimientos que estén aislados
entre sí. Si tenemos acceso fácil a información sobre los movimientos sociales,
podemos compartirla de modo que los movimientos puedan inspirarse unos a
otros, y construir aprovechando las conquistas y experiencias de cada uno
de ellos.
Mi sueno para Brukman, cuando los obreros vuelvan a la fábrica -y lo harán-
sería organizar intercambios entre las obreras de Brukman y las trabajadoras
de las maquiladoras mexicanas y las de los talleres de Indonesia.
Imaginen si las jóvenes que arriesgan sus trabajos para crear sindicatos
en las zonas de libre comercio -que son despedidas por ir al baño o por
quedar embarazadas- pudieran ver cómo trabajan las mujeres en Brukman.
Podemos construir puentes como ese, podemos ser mejores transmisores de
información, en lugar de ser expertos.
2) Podemos proporcionar ayuda práctica, y asistencia concreta a estas luchas,
como tanta gente ya lo está haciendo.
En Neuquén, la relación entre la universidad y Zanon no consiste en que
los intelectuales estudien a la fábrica. Al contrario, los intelectuales
están aplicando sus conocimientos para resolver problemas específicos de
la fábrica:
-Desarrollando planes de comercialización,
-Ayudando con diseños,
-Ayudando a crear programas de radio y periódicos.
Esto está pasando a través de todo el movimiento de fábricas ocupadas.
Todos hemos visto cuán poderosas pueden ser esas colaboraciones aquí en
Brukman, durante el Maquinazo, durante la Semana de la Cultura. Pero también
hemos visto la situación opuesta.
Una cosa que siempre me golpeó sobre Brukman antes del desalojo, fue que
cada partido de izquierda había venido a colgar sus banderas, para tener
su logo en la fábrica. Pero nadie pensó en diseñar un nuevo símbolo para
la propia empresa. Entonces, no hubo un emblema que dijera: Brukman Bajo
Control Obrero. Aquí estaban todos los logos, excepto el de los obreros.
Eso es vergonzoso.
3) La tercera responsabilidad de los así llamados intelectuales y activistas
es la protección.
Los intelectuales de izquierda solían verse como la vanguardia de los movimientos
de la clase obrera.
No lo son, pero podemos ser algo mejor: una defensa.
Ése fue el sorprendente espíritu que acercó a decenas de miles de nosotros
a Brukman después del desalojo.
Una imagen poderosa del conflicto fueron los escudos de plexiglass con fotografías
de los trabajadores de Brukman, realizados por un grupo de activistas internacionales.
Los escudos pueden no haber sido lo suficientemente fuertes como para hacer
retroceder a la policía, pero el símbolo del escudo es algo que deberíamos
seguir construyendo.
No necesitamos sostener escudos, necesitamos SER escudos, escudos humano
como los activistas en Palestina que se plantan frente a los bulldozers,
protegiendo a los hogares para que sus ocupantes puedan resistir.
Entonces, necesitamos preguntarnos cómo podemos ser mejores escudos, y qué
más podemos hacer para proteger estos preciosos espacios, para que puedan
desarrollar y construir sus conquistas, en lugar de simplemente pelear por
su supervivencia.
Esta estrategia defensiva debe ser externa, enfrentando la represión estatal
con ayuda legal, presión política y nuestra presencia física.
Y también debe ser interna, resistiendo la cooptación de los movimientos
sociales no sólo por los partidos, sino por cualquiera que ande buscando
un ejército de seguidores.
Si podemos hacer todo esto:
-Construir mejores puentes
-Ofrecer ayuda práctica y concreta
-Enfrentar la represión de afuera y la cooptación de adentro.
ENTONCES habremos hecho nuestro trabajo. Que no es contarle a la clase obrera
cómo luchar y organizarse, sino aprender cómo hacerlo nosotros mismos.
Gracias.
 Naomi
Klein, metamorfosis de una Barbie
Por Judith Gociol
Para ampliar y profundizar Noami
Klein y el fin de las marcas, libro de Judith Gociol de la editorial Campo
de ideas, este texto presenta a la autora (su vida, formación y contextos)
y analiza los conceptos claves desarrollados en el libro No logo. Seleccionamos
el capítulo de presentación de Klein (con datos que pocos conocen) y el
que analiza el tema del fin del trabajo y la producción capitalista tradicional.
Barbie. Es probable que, si sus padres la hubieran acompañado, Naomi Klein
hubiera vivido bajo el "zen barbie: Barbie es el uno. Barbie es el todo",
tal como define en su libro No logo.
La periodista y activista nació en Montreal, Canadá, en 1970, cuando en
su país se sucedían las acciones de la organización separatista Frente de
Liberación de Quebec. Ese año, además, dejaban de tocar The Beatles, Richard
Nixon ordenaba la invasión a Camboya, Salvador Allende se convertía en el
primer presidente marxista elegido democráticamente en Sudamérica, y los
obreros de la General Motors organizaban una huelga en reclamo de mejores
salarios.
Sus padres eran, por entonces, integrantes del movimiento progresista que,
en la década del 60, decidió abandonar Estados Unidos, en oposición a la
Guerra de Vietnam.
Radicados en Canadá, combatían
a la sociedad de consumo con frecuentes excursiones familiares al campo,
donde verdes praderas, montañas majestuosas y almuerzos con alimentos no
envasados en los parques nacionales, los ponían en sintonía con la naturaleza.
"A mí nada de eso me importaba -recuerda Naomi en su libro-.A los cinco
o seis años, esperaba con ansias ver las figuras de plástico de los carteles
de las sucursales de las cadenas de comida rápida que se sucedían a amboslados
de la carretera, y alargaba el cuello cuando pasábamos ante los Mc Donalds,
los Texaco y los Burger King. Mi cartel favorito era el de Shell".
-¿Qué juguete siempre quisiste tener y nunca te compraron? -le preguntó
una periodista mexicana a propósito de la aparición de No logo.
-¡Una Barbie! -contestó de inmediato Naomi.
Solo cuando el matrimonio Klein se sentía ideológicamente abatido por sus
dos hijos accedía a una comida rápida en cajitas brillantes y laminadas
sin resignarse -tal como señala la periodista-a que "habían engendrado dos
niños normales."
Klein tampoco fue una adolescente de excepción. Era fanática de las marcas,
le encantaba pasear por los centros comerciales, y hasta llegó a trabajar
los sábados como vendedora de Esprit, la cadena de ropa que adoraba. Todavía
hoy compra prendas de esa marca, pero les arranca las etiquetas.
Barbie rubia y con ropa de fiesta. Barbie con el pelo atado y el traje de
playa. Barbie con vestido de novia. Barbie con casa y mobiliario. Barbie
es el Uno. Barbie es el Todo: Naomi resultó parte de una generación de conejillos
de india del consumo que creció, según ella misma define, bajo el "microscopio
del marketing".
La conversión. ¿Por qué esa adolescente fascinada por los logos devino en
una figura de referencia para los movimientos anti marca? El problema con
los corporaciones -apunta-es parecido al de los amantes: cuando uno le promete
al otro demasiado, nunca puede cumplir. Si las empresas solamente vendieran
sus productos, quizás hubieran dejado satisfechos a sus seguidores. Pero
si lo que juran es amor para toda la vida y no cumplen, el romance termina
mal: aseguran felicidad y entregan una bebida light. Esa desilusión, en
alguna medida, la vivió ella misma. Por eso llevó adelante su cruzada contra
las marcas con fe de conversa.
Vivimos en Canadá y no en Estados Unidos -le explicaron sus padres más de
una vez-porque aquí no tienes que ser rico para enfermarte y puedes hacer
documentales y el Estado paga". Por entonces, ambos trabajaban en el sector
público: Michael Klein era médico; Bonnie preparaba documentales feministas
y pacifistas.
Su madre era una activista aguerrida del movimiento antipornografía, que
consideraba a la pornografía como un acto de violencia contra la mujer y
de explícita subordinación al género masculino. Es una de las múltiples
preocupaciones (el nacionalismo, la violencia doméstica, la antidiscriminación)
que abarcó el feminismo en Canadá y, aunque su lucha fue históricamente
acusada de conservadora y censora, tuvo --y todavía tiene-- un gran peso
en Canadá. De hecho, en 1992 la Corte Suprema de Justicia dispuso la prohibición
de circulación de materiales que convirtieran a la mujer en un objeto de
explotación sexual.
En 1980, Bonnie filmó Esta no es una historia de amor, película anti pornográfica
por la que recibió todo tipo de críticas: desde el titular de un diario
que la acusaba de fascista hasta la imagen de una revista en la que la cara
de su madre aparecía en un cuerpo de gorila. "Mientras estaba en el colegio
sentía demasiado opresiva la gran exposición pública de mi madre feminista.
No era cool, en 1980, filmar una película antipornográfica, no por lo menos
en mi secundaria". La vergüenza que le provocaron las críticas a su madre
la mantuvo alejada de la política. Hasta que ingresó a la Universidad.
Universo. La academia. El feminismo. El activismo. El multiculturalismo.
La izquierda: todos estos intereses integran el universo ideológico de las
universidades de Canadá. "El bilinguismo y la diversidad cultural han sido
tanto los rasgos distintivos de la cultura canadiense como las condiciones
mismas que impiden el establecimiento de una identidad nacional restrictiva.
Simultáneamente, esta tensión fue el impulso para una producción de políticas
culturales del estado o de instituciones intermedias, a través de las cuales
se puede historizar la relación entre grupos, sectores y sujetos y el modo
en que viven sus condiciones concretas de existencia" .
Desde los 60 en adelante, este proceso reconoce por lo menos tres momentos:
Bilinguismo: En1969 the Oficial Languages Act se integró a la Constitución
de Canadá para establecer la existencia de dos idiomas oficiales, el francés
y el inglés, las lenguas correspondientes a las dos culturas mayoritarias
el país. Desde entonces hasta los envases de champú son bilingues.
Multiculturalismo: En 1972 el primer ministro Pierre Trudeau introdujo las
políticas multiculturales como mandato constitucional. El objetivo no era
sólo preservar sino estimular esa diversidad a través del aporte económico
a las actividades culturales Igualdad: En los últimos veinte años las políticas
multiculturales canadienses han sido revisadas con la intención de promover
programas antidiscriminatorios que no solo reconozcan las diversidades sino
también su concreción en oportunidades de empleo, educación, acceso a bienes
y participación ciudadana.
Todos estos debates cruzaron los campus universitarios. De modo que Klein
es hija de la generación que forjó esos acuerdos constituyentes del progresismo
canadiense. Sus ideas tienen el sustento de una cultura que no analiza únicamente
las regulaciones culturales y sociales sino que piensa las condiciones reales
de existencia. Hija al fin, Klein tuvo la distancia generacional necesaria
para ver también las aspiraciones frustradas de estos postulados una vez
que fueron llevados a la práctica.
"Creo que teníamos una comprensión muy poco profunda de cómo funciona el
mundo. Nosotros protestábamos porque Nike usaba ropa femenina para vender
sus zapatillas, y no nos dimos cuenta que usaban chicas de 14 años para
fabricarlas. Así que creo que si hubiéramos sido verdaderas feministas hubiéramos
estado más preocupadas por eso y no por tratar que cambiaran su vestimenta.
Nosotras estábamos mal equipadas para confrontar lo que ahora llamaríamos
neoliberalismo. Creo que la mayoría de las activistas estaban entrenadas
para pensar en términos nacionales y no para comprender como funcionaba
la globalización".
Bisagra. El 6 de diciembre de 1989 resultó el momento bisagra, la fecha
de la Masacre de Montreal, la peor tragedia ocurrida en un solo día en la
historia de Canadá. El penúltimo día de clases, antes de las vacaciones
de Navidad, catorce estudiantes fueron asesinadas a los tiros por Marc Lépine,
de 25 años, que entró a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Montreal
y abrió fuego al grito de "¡Odio a las feministas!"
Desde los años 60, cada vez más mujeres ocupaban cargos no tradicionales
y puestos en los programas educacionales de la Escuela, a la que Lépine
había querido ingresar. Aparentemente atribuyó su rechazo a la acción de
los movimientos de mujeres "Las feministas que han arruinado mi vida...
Las feministas siempre han tenido el talento de irritarme. Ellas quieren
retener las ventajas de ser mujer... mientras tratan de arrebatar aquellas
de los hombres... Son muy oportunistas ya que descuidan el provecho del
conocimiento acumulado por el hombre a través de los años", escribió en
la nota que dejó antes de suicidarse.
Luego de la masacre, las autoridades municipales y provinciales declararon
tres días de duelo; la bandera del parlamento canadiense hondeó a media
asta y fueron encendidas velas de vigilia en todo el país. La violencia
de género dejaba de ser tema excluyente del movimiento feminista para instalarse
en espacios que antes le habían dado poca atención. "Ese suceso me politizó
enormemente -puntualiza Klein-. Por supuesto que después de esa matanza
una debía llamarse a sí misma feminista".
En este sentido, sostiene, No logo es un libro feminista. "Es una vuelta
a las raíces del feminismo, al feminismo temprano, que estaba muy involucrado
en acciones contra la explotación. Creo que el movimiento perdió su rumbo
a fines de los 80, cuando se alejó justamente de esas raíces críticas frente
al capitalismo y al consumismo" .
Fue precisamente la Federación de Mujeres de Québec, la organización que
llevó adelante la marcha Mundial de las Mujeres en marzo de 2000. Bajo la
consigna Pan y Rosas constituyó una significativa convergencia internacional
de movimientos.
Militancia. En una oportunidad, Klein resultó amenazada de violación a causa
de su militancia. También fue intimidada -con una bomba en su casa y en
la oficina-después de escribir un artículo, "De víctima a victimario", en
el diario estudiantil donde sostenía que Israel no solo debía terminar con
la ocupación sobre los palestinos sino también sobre su propia gente, especialmente
con las mujeres.
Después de la publicación de la nota la unión de estudiantes judíos sionistas
llamó a una reunión para discutir las medidas a tomar.
-Si yo alguna vez me encuentro con Naomi Klein la mato" -dijo una mujer.
-Yo soy Naomi Klein y soy tan judía como cada uno de ustedes -contestó la
autora. Tenía 19 años y, desde entonces, no recuerda un silencio tan cargado
como el que se hizo ese día en la sala.
Klein interrumpió la carrera universitaria para trabajar como periodista
en el Toronto Globe and Mail y para editar una revista política alternativa.
Se fue de la universidad a princicios de los 90, convencida de que la estrategia
de la izquierda era pobre y aburrida.
Cuando volvió, en 1995, se sorprendió porque encontró un panorama renovado,
donde los estudiantes organizaban campañas contra la invasión del espacio
público por las marcas. La militancia anti-empresaria estaba en plena expansión.
Tal como desarrolla en uno de los capítulos de No logo, las empresas ingresaron
a los campus universitarios con estrategias de lo más variadas: desde la
obtención de la concesión de las cafeterías hasta el financiamiento de equipos
de investigación o la pegatina de avisos publicitarios en cuanto lugar les
era posible: hasta en los baños.
En este sentido -sugiere Klein-la respuesta más creativa fue la de los estudiantes
de la Universidad de Toronto, en donde también ella cursó.
Los integrantes de la autodenominada Sociedad de Agradecimiento a Escher
se emplearon temporariamente en la agencia publicitaria que ponía los avisos
en las minivallas de las facultades y se preocuparon de perder -a conciencialos
destornilladores que les daban para abrir los marcos de plástico.
Muñidos de esos elementos, en un operativo comando reemplazaron todas las
publicidades por grabados del artista holandés Maurits Cornelis Escher.
Así, todo el alumnado pudo disfrutar de esas imágenes geométricas inicialmente
elegidas por los estudiantes porque se fotocopiaban bien Fue ese heterogéneo
movimiento gestado en las aulas el que la condujo hasta No logo: Klein sólo
siguió el hilo de sus amigos universitarios. "Cinco años antes -recuerda-los
temas que nos preocupaban eran la discriminación racial, la identidad étnica,
el género y la sexualidad. Ahora esos temas se habían ampliado, habían incorporado
el poder de las grandes empresas, los derechos de los trabajadores y un
análisis relativamente desarrollado de los procesos de la economía mundial".
El viejo microscopio. ¿Y cómo hizo Klein para reenfocar el viejo microscopio
del marketing de su generación?
Actual columnista de The Guardian, The Globe and Mail de Toronto, y otros
medios, ella escribe sus artículos sin escritorio ni horarios que aten sus
puntos de vista. Hizo, entonces, lo que el periodismo le enseñó: ver y escuchar.
"Escribí No logo -cuenta al comienzo del libro-cuando vivía en el fantasmal
distrito textil de Toronto, en un almacén de diez pisos. Muchos edificios
semejantes al mío estaban clausurados desde tiempo atrás, con los cristales
rotos y las chimeneas sin humor; la única función capitalista que les quedaba
era enarbolar sobre sus techos sucios grandes carteles luminosos que recordaban
la existencia de la cerveza Moslos, de los coches Hyunday y de la radio
FM EZ Rock a los conductores que tomaban la ruta del lago".
Su edificio era una antigua fábrica de abrigos London Fog.
-¿Y qué marca de chaquetas hacen ustedes? -le preguntó a las trabajadoras
de Indonesia, en uno de los viajes que realizó para la investigación de
su libro.
-London Fog -le respondieron luego de algunos susurros.
Vio y escuchó.
En forma puntillosa y metódica.
Durante más de cuatro años.
Y también actuó Porque para Klein el periodismo es una forma de activismo.
Solo que como no se siente cómoda frente a las multitudes, prefiere escribir
a hablar, escuchar a decir, ver a ser vista, formar parte sin ser propagandista.
Esa distancia le permite expresar lo que piensa sin condicionamientos. Porque
no es una cronista que se limita a registrar hechos con pretendida objetividad
sino una investigadora que elige y selecciona subjetivamente a partir de
una decidida y explícita postura ideológica "El movimiento necesita un centro
duro, con radicales inflexibles que ni siquiera no hablarían conmigo -explica-pero
también necesita a las personas que, como yo, hacen de puente e intentan
transmitir hacia afuera las ideas de una manera más accesible".
Barbie es, ahora, la autora de un best seller tomado como decálogo por los
militantes anticorporativos.
Detrás del brillo. "Hay que descubrir la mugre detrás del brillo", le aconsejó
su abuelo Philip Klein, un judío ruso que emigró a los Estados Unidos y
trabajó como animador para Walt Disney hasta que fue de la compañía."
"Descubrir la mugre" es lo que hizo su nieta. Reunió datos, realizó entrevistas
y viajó al sudeste asiático para demostrar que las grandes empresas multinacionales
ya no fabrican productos sino marcas y que, detrás de esa aspiración de
transmitir modelos y estilos de vida, se esconde la explotación de miles
de hombres, mujeres y niños que no conocen las marcas de lo que producen
y a veces ni siquiera saben el nombre ni para qué sirve lo que fabrican.
Lo poco que ganan no les permite ni siquiera soñar con comprar ni uno solo
de los artículos que pasan por sus manos."
En China, por ejemplo, el salario de supervivencia de los obreros es de
87 centavos de dólar por hora; un estudio realizado en 1998 probó que empresas
como Nike, Adidas, Walt Mart y Esprit -entre varias otras-pagan sólo una
fracción de esa mísera remuneración Trabajan bajo un régimen marcial, no
menos de 12 horas por día y llegan a dormir sobre las máquinas, en talleres
de los cuales es imposible escapar en caso de peligro.
Walt Disney también era abuelo, escribió Naomi en No logo: el abuelo de
la sinergia moderna. Es decir, la capacidad de las marcas de abarcar todos
los aspectos de la vida de una persona: desde su vestimenta hasta la diversión.
Ser ellas mismas el estilo de vida.
El brillo: "Barbie y Mickey Mouse son los pioneros en miniatura de las marcas",
apunta.
La mugre: "Hasta al Ratón Mickey lo cazaron explotando gente cuando descubrió
que un contratista haitiano de Disney fabricaba pijamas de Pocahontas en
condiciones tan míseras que los obreros se veían obligados a alimentar a
sus hijos con agua azucarada".
Descubrir la mugre detrás del brillo: sobre esa herencia la nieta del viejo
huelguista construyó su teoría.
. No logo, una teoría sobre el capitalismo actual Una teoría. ¿Qué es una
teoría?, pregunta el profesor universitario Michael Albert en una de sus
clases magistrales. Es como el botiquín de un médico, responde él mismo:
una caja con instrumental conceptual que debe servir para entender el mundo.
"Mediante teorías explicamos cómo y porqué las cosas ocurren tal como ocurren,
predecimos lo que ocurrirá y escogemos formas de actuar para que salgan
del modo que deseamos".
Eso es lo que hizo Naomi Klein a lo largo de las más de 500 páginas de No
logo. Ni más ni menos que eso: una teoría capaz de explicar, predecir e
intervenir.
Explicar. A fines de la década del 80 el capitalismo cambia sus intereses.
Las empresas descubren que lo principal ya no es fabricar productos sino
marcas, comercializar en lugar de manufacturar. El precepto, repetido como
una biblia desde la Revolución Industrial, se quiebra por primera vez: lo
importante no es la producción de objetos sino de imágenes, estilos de vida
y valores. "Esta fórmula -apunta-resultó ser enormemente rentable y su éxito
lanzó a las empresas a una carrera hacia la ingravidez: la que menos cosas
posee, la que tiene la menor lista de empleados y produce las imágenes más
potentes, es la que gana".
Marcas sí, productos no: la estrategia conceptual resultó brillante pero,
a pesar de ello, los objetos -base de toda la construcción-debían fabricarse
de algún modo. Si alguien tenía que ensuciarse las manos, que fuera lo más
lejos posible. Las empresas cerraron las plantas en sus lugares de origen,
despidieron a miles de empleados y, a través de contratistas, trasladaron
la producción a las llamadas zonas de libre comercio: Indonesia, China,
México, Vietnam, las Filipinas son algunos de los sitios donde pueden fabricar
barato y sin cumplir con las mínimas leyes laborales. "¿Es factible -arriesga
la periodista-que el sector corporativo, al desentenderse del empleo, esté
alentando sin saberlo el movimiento de oposición contra él?"
Predecir. "Es posible matar a una marca" reconoció Tom Freston, el fundador
de MTV, la primera emisora televisiva que fue convertida -justamente-en
marca. Y es así, confirma Klein. La principal característica de las marcas
es su ubicuidad y también su principal defecto: ellas son su propio lastre.
El efecto boomerang.
Nike no se limitó a vender zapatillas, sino que prometió mejorar la vida
de la gente a través del ejercicio y del deporte, de manera que la revelación
del trabajo esclavo al que somete a sus operarios en el Tercer Mundo, resultó
insoportable.
"Después de que una cultura sufre la manía de las marcas durante cierto
tiempo quienes vivimos bajo su imperio -sea de Nike, Wal Mart, Hilfiger,
Microsoft, Starbuscks o de cualquier otra-no solo comenzaremos a volvernos
contra estos logos, sino también contra el control que la totalidad del
poder de las empresas ejercen en nuestros espacios y opciones. Quizás exista
un momento en que la idea de las marcas llegue a un punto de saturación;
luego, la reacción no se dirigirá contra algún producto que casualmente
está mal posicionado respecto a la moda, sino contra las multinacionales
dueñas de las marcas".
Intervenir. No logo se basa en cálculo matemático sencillo: cuantas más
personas conozcan los secretos de las marcas, mayor será su exasperación.
Una regla de tres simple cuyo resultado es directamente proporcional: "la
gran conmoción política del futuro -explicita Klein-consistirá en una vasta
ola de rechazo frontal a las empresas transnacionales y especialmente aquellas
cuyas marcas son más conocidas".
Botiquín. ¿Y qué carga el pensador en su botiquín? Puntualiza el profesor
universitario: Conceptos. Es decir, las partes del mundo a las que se quiere
prestar especial atención. Los conceptos, relacionados, son la columna vertebral
de una teoría social.
En su clase, Albert eligió cuatro conceptos -cuatro esferas, según las llamó-:
la económica, la familiar, la política y la esfera comunitaria y explicó
que, históricamente cada corriente de pensamiento eligió una (o varias)
de esas esferas como eje determinante de su teoría: el marxismo se apoyó
en el concepto económico. Es decir, en la base material, la de los modos
de producción y reproducción de los medios de subsistencia.
Klein, también.
Estrategia. Si la construcción de una teoría fuera un viaje en autobús o
en avión, sugiere el profesor, la estrategia resultaría una especie de mapa
de ruta: el conjunto de tácticas que van a permitir el desplazamiento.
La periodista decidió describir las transformaciones del empresario en las
últimas décadas para demostrar el rumbo tomado por el capitalismo.
Visión de futuro. O, si estamos en el aeropuerto o la estación, un destino.
"¿Qué queremos? -dice el profesor-es la pregunta clave". Difundir, irritar,
convocar a la acción, parece responder Klein.
Gafas. Un viaje, un botiquín de médico o unos anteojos. Eso es la teoría:
Albert alterna los simbolismos turísticos con los clínicos. "Te pones las
gafas y si son rojas, todo se ve rojo. Si son verdes, todo se ve verde.
Las teorías son así. Las teorías conforman tu visión de la realidad y hacen
que veas ciertos aspectos más fácilmente que otros, que seas más receptivo
a unos que a otros, incluso que conozcas la existencia de unos más que de
otros, porque ves la realidad a través de los conceptos y ves lo que se
está destacando y no lo que se está dejando de lado".
De modo que, según el profesor, toda teoría es: Limitada. Se centra en un
campo de atención en particular y -en el mejor de los casos-hay preguntas
a las que contesta realmente bien, pero siempre deja otras de lado. Es un
punto de vista elegido entre otros posibles, una forma de mirar el mundo.
La autora de No logo tomó la esfera económica, más precisamente: la relaciones
de poder establecidas por las empresas respecto a los trabajadores y a los
consumidores. Definió así su punto de vista: no comparte ni las vociferadas
virtudes de la globalización ni las del capitalismo.
Renovadora Una teoría tiene sentido si puede decir algo que no se sabía
antes; ese es su valor. Y el valor de la teoría de Klein es el de hacer
una puesta a punto de la estructura del capitalismo en la actualidad, describirlo
con minuciosidad, fijar sus límites y arriesgar un cambio. El hoy y el mañana.
Hereditaria. Todas las teorías toman un marco de referencia explícito o
implícito; otras teorías para citarlas, compararlas o cuestionarlas. En
el voluminoso trabajo de la periodista, Karl Marx no aparece ni siquiera
mencionado. Y, sin embargo, no es difícil detectar las categorías heredadas
del marxismo que subyacen tras sus argumentaciones: fetichismo, alienación,
imperialismo... Incluso su convicción de que el capitalismo lleva, en sus
entrañas, la semilla de su propia destrucción.
La teoría de Klein está estructurada a partir de las relaciones de poder
planteadas por el filósofo alemán: los que tienen los medios de producción
y los que solo cuentan con su fuerza de trabajo. Pero, por primera vez ahora,
desde la Revolución Industrial, las empresas ya no fabrican objetos sino
bienes simbólicos, que ni siquiera están atados a un territorio o a un Estado-nación.
Entonces, ¿dónde y de qué manera se producen estilos de vida?
¿Y cómo se enfrenta a un capital que no tiene ataduras geográficas? Lo interesante
del aporte de Klein es que permite un ajuste y actualización de la teoría
marxista, un siglo y medio después. Es, en este sentido, la versión modernizada
de El capital. "Quizá yo encuentre 'mi manifiesto' interno un día, pero
yo no pienso que éste sea él", aclara ella.
En este nuevo siglo, el lugar de un individuo en el sistema productivo no
garantiza automáticamente un tipo de conciencia y la clase obrera no es
la protagonista central y única de la emancipación humana. Hoy, las identidades
son variables, conflictivas y mucho menos homogéneas. La unidad no es un
imperativo ni la diversidad, un obstáculo. La ideología está al servicio
de un consenso amplio y no al revés .
El historiador Eric Hobsbwan sostiene que el marxismo es recuperado en la
actualidad como análisis del modus operandi del capitalismo,-que fue su
objetivo original-y no como alternativa de organización social. De ese mismo
modo, es retomado por Klein, quien es sumamente crítica con la praxis política
de la izquierda y los aparatos partidarios.
Accesible. El profesor Albert es enfático en este punto. Si una teoría social
es una herramienta para hacer del mundo un lugar mejor -más democrático,
más participativo-entonces debe ser entendible, accesible, útil. O es un
fracaso Y No logo es una teoría sencilla, accesible y útil. Ni más ni menos.
El libro fue publicado en 1999 y unas semanas después 50 mil personas lograban
interrumpir la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle.
La conmoción había comenzado.
Primera Parte Las relaciones de producción.
Del capitalismo industrial al fin del trabajo
. La revolución de los alfileres, el nacimiento del sistema industrial Un
alfiler. La historia del mundo moderno está colgada de un alfiler, según
se desprende del ejemplo que el filósofo y economista escocés Adam Smith
refiere en su trabajo Riqueza de las naciones (1776), el texto fundacional
de la teoría capitalista.
Un taller, diez hombres y doce libras de alfileres por día. En sus observaciones,
el filósofo escocés llegó a contabilizar "dieciocho o más operaciones distintas
las cuales en unas cosas se forjan por distintas manos y en otra una mano
sola forma tres o cuatro diferentes". En ese pequeño laboratorio cupo toda
su teoría del liberalismo económico: División del trabajo. La actividad
económica involucra al capitalista (propietario del dinero o de las maquinarias),
al rentista (dueño de las tierras) y a los trabajadores asalariados.
Producción colectiva. Cada obrero se ocupa de una etapa del proceso productivo.
Cada uno se encarga de una parte del alfiler Oferta y la demanda. El libre
juego, entre cantidad de productos que se ofrece y la necesidad y la posibilidad
de obtenerlos, determina el precio de las cosas y su circulación. La producción
y el intercambio de bienes aumenta, y por lo tanto también se eleva el nivel
de vida de la población, si se las deja actuar libremente.
Mano invisible. El mercado es un mecanismo que se autorregula, sin necesidad
de intervención del Estado. La economía se acomoda armoniosamente. El famoso
laissez faire.
El trabajo es tiempo.
El trabajo es producción.
El trabajo es riqueza.
Lo que el filósofo escocés impuso como nuevo mandamiento de la economía
del mundo es, en esencia, un estudio de la creación de la riqueza. ¿Y de
dónde proviene esa riqueza? Del trabajo. "Esa es la moneda -argumenta-con
la que se pueden comprar todas las riquezas del mundo y el tiempo es su
materia prima. Puede dividirse en cantidades idénticas, se pude descomponer
en unidades de trabajo sencillas."
Con la instauración del capitalismo, el trabajo es definido por primera
vez.
Un alfiler decidió la economía mundial.
Hasta ahora.
Ya que, tal como sostiene Naomi Klein, este modelo capitalista ha llegado
a su fin.
Una fábrica. Lo que históricamente se conoce como Revolución Industrial
fue el proceso que -a partir del siglo XVIII-desplazó a una economía de
base agrícola por la producción mecanizada de bienes a gran escala. Su inicio
puede rastrearse en el taller de fabricación de alfileres que hizo pensar
a Smith.
Hasta entonces la mayor parte de la actividad productiva era realizaba por
artesanos en pequeños talleres manufactureros. En la mayoría de los casos,
los trabajadores eran dueños de los instrumentos de producción y libres
para organizar su disciplina laboral. Cada artesano entregaba, generalmente,
un producto terminado a partir de la materia prima que recibía. Así, su
fuerza muscular y su habilidad, natural o adquirida con la práctica, eran
decisivas en la elaboración del objeto final.
La Revolución Industrial fue "la gran transformación", según la expresión
del economista Karl Polanyi. Vale decir: la estructura social, política
y económica del mundo que conocimos hasta hace un par de décadas cuando,
tal como sostiene Klein, las empresas dejaron de fabricar objetos para producir
imágenes corporativas y estilos de vida. Marcas sin máquinas: la contracara
de la era industrial. Escribe Klein en No logo: "Hallándose tan devaluado
el proceso actual de producción no sorprende que las personas que realizan
el trabajo productivo sean tratadas como basura, como sobrantes. La idea
tiene cierta simetría: desde que la producción en masa creó la necesidad
de que existieran marca, su papel ha ganado cada vez más importancia, hasta
que, más que un siglo y medio después de la Revolución Industrial, a estas
empresas se les ocurrió que quizás las marcas pudieran reemplazar completamente
la producción".
Contrato. La industrialización transformó a la comunidad en una sociedad
donde los lazos sociales, las creencias los conocimientos y la solidaridad
quedaron reducidas a relaciones por contrato.
La nueva maquinaria, además, volvió innecesaria la fuerza muscular a favor
de la flexibilidad de los dedos, así que gran cantidad de hombres fueron
reemplazados por mujeres y niños. "El empleo intensivo de mano de obra femenina
e infantil actúa sobre las condiciones de vida obrera de doble manera. Por
un lado, refuerza las demás causales de desocupación de la mano de obra
masculina adulta y hace que una multitud de trabajadores sin empleo deban
ser mantenidos por sus mujeres o hijos. En segundo, lugar provoca la disminución
del salario obrero. Con el trabajo de las mujeres y los niños no solo varía
el material humano sujeto a explotación, sino que el grado de la misma se
acentúa" . En 1880, solo la industria estadounidense empleaba 1.700.000
chicos de entre diez y quince años de edad.
1720. Los obreros sastres de la ciudad de Londres se reunieron en una asociación
para reclamar aumento de salario y la posibilidad de abandonar su trabajo
una hora antes. Durante la Revolución Industrial, los reclamos laborales
se centraban en: . una jornada de ocho horas . mejoras en las condiciones
de salubridad . la prohibición del trabajo de los menores . la legalización
de los sindicatos y otras formas de asociación 1999. Klein describe en No
logo las condiciones laborales que imponen las empresas multinacionales
en los países asiáticos: . No existen las horas extras . Está prohibido
hablar durante el trabajo.
. La ventilación es mala y los elementos de seguridad escasos . Los empleadores
cierran con llave las letrinas, excepto durante los dos descansos de quince
minutos con que cuentan los obreros . Los trabajadores deben donar dinero
para la compra de material de limpieza o la organización de las fiestas
navideñas.
. Los empleados están obligados a lavar los suelos y los baños al terminar
la jornada.
Según parece, los buenos empleos son un mal negocio para los mercados de
todos lados. Las empresas multinacionales, que controlan más del 33 por
ciento de los activos productivos del mundo, sólo ofrecen directamente el
5 por ciento del empleo mundial. Y aunque los activos totales de la cien
mayores corporaciones aumentaron un 288% entre 1990 y 1997, la cantidad
de personas empleadas por ellas creció menos del 9% en ese mismo período
de enorme crecimiento.
"Aunque es innegable que esta ecuación ha brindado beneficios sin precedentes
a corto plazo -advierte la autora en No logo-puede terminar siendo un error
de cálculo de los dirigentes de la industria. Por no querer considerarse
creadores de empleo, las empresas se exponen a una respuesta que sólo puede
dar una población que sabe que la buena marcha de la economía le ofrece
pocos beneficios demostrables".
Todo un mundo, colgado de un alfiler.
. David contra Goliat. Los postulados marxistas Propiedad privada. El capitalismo,
der kapitalismus, no tuvo nombre hasta mediados del siglo XIX cuando el
filósofo alemán Karl Marx bautizó así a ese sistema de relaciones de poder
que dividió a la sociedad, a partir de la propiedad privada, entre los que
tienen y los que no tienen Los que tienen: la riqueza material, el capital,
las ganancias, los medios de producción, las tierras, la renta, la posibilidad
de fijar las reglas del juego.
Los que no tienen: solo cuentan con la fuerza de su trabajo, convertida
en un salario. Ya no entregan, como en los tiempos del artesanado, un producto
sino su capacidad para hacerlo, a cambio de una paga.
¿Por qué vende a un tercero su actividad vital? Para vivir, justamente.
Por eso para el obrero el trabajo dejó de ser -como era para los campesinos
o los pequeños artesanos-parte de su vida. "El trabajo constituye un sacrificio
de su vida. Para él la vida comienza cuando deja esta actividad: en la mesa,
la taberna, la cama" , apuntó el teórico.
La esencia del sistema capitalista esta elaborada a partir de esa disociación,
contranatura, entre el que trabaja y los instrumentos que necesita para
ese trabajo.
Año 1862. Marx escribió en el primer volumen de El Capital: "El productor,
en la producción moderna no es libre ni siquiera para producir la cantidad
que quiere -apuntó el pensador-El nivel actual de desarrollo de las fuerzas
productivas lo obliga a producir en determinada escala". Y agregó: "el consumidor
no es más libre que el productor".
Fetiche. En la antigüedad, ciertas culturas y prácticas religiosas invistieron
a los objetos de atributos sobrenaturales, convirtiéndolos en fetiches destinados
a la adoración. El capitalismo, sostiene Marx, retomó esa concepción mágica
al designar a la mercancía, al dinero o al capital un valor inherente a
sí mismos. Son portadores de valor: dan utilidades, beneficio, renta, salario.
Aunque -aclara el pensador-la analogía es inexacta porque las propiedades
que se aplican a los objetos materiales en el capitalismo son reales y no
el producto de la imaginación.
El fetichismo de la mercancía es producto de una tergiversación. El hecho
de que los productos se intercambien en el mercado, se compren y se vendan,
llama a engaño porque crea la idea ilusoria de que las cosas mismas, las
mercancías, por su propia naturaleza, poseen ciertas propiedades misteriosas.
Este fenómeno, entiende el filósofo, oculta la asimetría verdadera: la subordinación
del trabajo al capital y la explotación de la clase obrera.
Se trata de fetiches, además, porque de otro modo no puede explicarse que
el capital genere interés incluso sin la asistencia del trabajo productivo.
En 1988 la empresa tabacalera Philip Morris compró la firma Kraft por 12
600 millones de dólares, seis veces más del valor teórico de la empresa.
Aparentemente, la diferencia de precio representaba el coste de la palabra
Kraft. Es decir que con esa compra se había atribuido un enorme valor en
dólares a algo que hasta entonces había sido abstracto e indefinido: el
nombre de una marca. El nuevo fetiche del capital.
Esa transacción desencadenó una ola de fusiones de empresas, cuyas consecuencias
más visibles fueron el achique de instalaciones, la reducción de personal
y la precarización de las relaciones laborales.
"Es un fenómeno engañoso -apunta Naomi Klein en No logo-cuando los gigantes
unen sus fuerzas solo parece que se agrandan más"
Las corporaciones se autodiagnosticaron: sufrían de inflación. Tenían demasiadas
propiedades, demasiados empleados y demasiada estructura. Hasta el proceso
productivo les resulta demasiado.
Aunque el cierre de fábricas no era un fenómeno nuevo en los 80, lo que
en esos años cambiaron fueron las razones esgrimidas para ello. Si, hasta
entonces, las corporaciones -otrora orgullosas de ser generadoras de empleoargumentaban
que los despidos masivos se debían a la baja rentabilidad de las empresas,
en la actualidad obedecen a una reorientación estratégica de la política
interna. Una marca no necesita obreros. En todo caso hacían falta cuando
Canon fabricaba máquinas de fotos y no ahora "que la imagen es todo", como
le hacían decir al tenista André Agassi en una publicidad de la firma.
Un informe de la Organización de las Naciones Unidas de 1997 señala que,
en la actualidad, los costes laborales consumen un porcentaje cada vez menor
de los presupuestos corporativos, incluso en países donde los salarios son
de por sí bajos. Más bajos que en la década de 1970 y comienzos de la de
1980, el momento -indica Klein-en el que las marcas empiezan a ser claves
en la economía, y el proceso de producción se devalúa. Los logos se tragaron
el valor añadido.
Dado que la fabricación de bienes pasaba a ser un aspecto secundario en
las operaciones, cualquiera podía fabricar un producto. Y en cualquier lado.
La empresas derivaron la tarea en subcontratistas del Tercer Mundo, cuya
tarea era responder a los pedidos rápido y barato. Mientras tanto -cuenta
Klein-las sedes centrales de las corporaciones tienen libertad para dedicarse
al verdadero negocio: crear una mitología corporativa lo suficientemente
poderosa, como para infundir significado a estos objetos hechos mal, lejos
y a destajo, solo con su nombre.
"En cada una de las etapas de la contratación, la subcontratación y el trabajo
personal, los fabricantes compiten entre sí para bajar los precios, y en
cada nivel, el contratista y el subcontratista extraen su pequeño beneficio.
Al final de esta pugna está el obrero, a veces a tres o cuatro etapas de
distancia de la empresa que hace los pedidos y que recibe una paga que ha
sido recortada en cada uno de esos pasos". Cuando las multinacionales exprimen
a los subcontratistas, éstos exprimen a los trabajadores, explica un informe
de 1997 sobre las fábricas chinas de calzado de Nike y Reebok.
Es el fin de la era industrial pero no de las condiciones de trabajo decimonónicas.
Explotación. El filósofo alemán nació en Tréveris el 5 de mayo de 1818 y
vivió en París, Bruselas, Renania y Londres, entre otras ciudades. De manera
que el mundo de la Revolución Industrial se gestó ante sus ojos. Y vio:
Explotación. Que el modo de producción capitalista no está gobernado por
la satisfacción de las necesidades humanas sino por el deseo de extraer
una plusvalía de los asalariados Plusvalía. Es el beneficio que el capitalista
obtiene de la apropiación del trabajo excedente y no pago de los obreros.
En una jornada de trabajo, los asalariados producen más de lo que necesitan
para vivir. Esa diferencia, entre el tiempo total de trabajo y el socialmente
necesario, es -según Marx-la plusvalía, y queda en manos del dueño del capital.
Acumulación. La plusvalía se vuelve a transformar en capital adicional y,
como resultado, crea un capital nuevo o un capital mayor. El proceso de
producción transforma constantemente la riqueza material en capital y viceversa.
La continuidad y reiteración de este proceso perpetúa, además, su fundamento:
el trabajador en su condición de asalariado La teoría económica de Marx
gira alrededor de una cuestión básica: la relación entre las fuerzas productivas
y las relaciones de producción.
Lo mismo que, un siglo y medio después, estudió Klein: los que tienen y
los que no tienen.
Trabajo. A partir de la teoría de Adam Smith, el trabajo fue reducido a
una relación contractual que vincula al individuo con la sociedad. Según
Dominique Méda el siglo XIX transformó esa representación hasta hacer del
trabajo el modelo por antonomasia de la actividad creadora, la esencia del
hombre. Marx -entiende la historiadora-adscribió a ese ideal y lo cotejó
con la realidad de la época; el resultado fue la configuración del esquema
utópico del trabajo.
El trabajo es la forma de descubrirse a uno mismo.
El trabajo es el modo de descubrir la sociabilidad.
El trabajo es el medio de transformar el mundo.
El trabajo es también mercancía.
El trabajo es plusvalía.
El trabajo es alienación El trabajo real es, para el filósofo alemán, trabajo
alienado justamente porque va contra su esencia. Lo que la teoría marxista
denuncia es que las sociedades industrializadas capitalistas no fomentan
el desarrollo del hombre sino su enriquecimiento. Por eso el trabajo está
alienado de raíz.
Año 1997.Yakarta, es la capital, la ciudad más poblada y el principal puerto
de Indonesia.
-Esta empresa fabrica mangas largas para las estaciones frías -informó una
obrera a Klein, que recorría la zona industrial de Kawasan Berikat Nusantar
-¿Jerséis?-aventuró la periodista -Creo que no. Si vas a salir y es invierno,
tienes que ponerte un. -una chaqueta! -adivinó -Pero gruesa no, ligera -Chaquetas...
-Sí, son como chaquetas pero largas "Es fácil entender aquella confusión
-aclara la autora, en No logo-en los trópicos los abrigos no son necesarios,
por lo que no figuran en el vocabulario ni en los roperos. Y sin embargo,
cada vez hay más canadienses que no pasan sus fríos inviernos con abrigos
hechos por las tenaces costureras de la avenida Spadina, sino por jóvenes
asiáticas que trabajan en climas cálidos"
Eso es alienación, según Marx.
Año 1844. En sus Manuscritos definió: "El obrero pone su vida en el objeto,
desde ese momento, su vida ya no le pertenece a él sino al objeto. Cuanto
mayor es esta actividad, más sustancia propia pierde el obrero. Este no
es lo que produce por medio de su trabajo. Por ende cuanto más importante
es el producto, menos vale el obrero. El extrañamiento del obrero en beneficio
de su producto solo significa que su trabajo pasa a ser un objeto, adopta
una existencia exterior, sino que también su trabajo existe fuera de él,
en forma independiente de él, extraño a él y que se transforma frente al
obrero en un poder autónomo. Esto significa que la vida infundida por el
obrero al objeto se erige frente a su autor como una fuerza enemiga y extraña."
Año 1997. En Manila -la capital, ciudad más importante y principal puerto
de Filipinas-una chica de diecisiete años ensambla unidades de CD ROM de
IBM.
La periodista se sorprende porque alguien tan joven pueda realizar ese trabajo
de alta tecnología. "Nosotros hacemos los ordenadores, pero no sabemos manejarlos",
aclara la muchacha.
Tal como demuestra Klein, el origen de las zapatillas Nike son los infames
talleres de Vietnam, el de las ropitas de la muñeca Barbie, el trabajo de
los niños de Sumatra; el de los cafés capuchinos de Starbuck, los cafetales
ardientes de Guatemala y el del petróleo de Shell, las miserables aldeas
del delta del Níger.
Zonas liberadas. Los lugares de origen de los artículos de marca, son lugares
donde las marcas no existen. Espacios que se reconocen con una sigla -ZPE-y
tienen dos denominaciones oficiales. Una es un eufemismoZonas de Procesamiento
de Exportaciones-; la otra, en cambio, no engaña a nadie: como su nombre
lo indica, en las Zonas de Libre Comercio, las corporaciones están autorizadas
a actuar sin ningún tipo de escrúpulos. Son zonas liberadas Las zonas de
libre comercio son una especie de dimensión paralela, que se multiplica
lejos del universo aparentemente higiénico de las corporaciones.
La Organización Internacional del Trabajo calcula que hay al menos 850 zonas
de procesamiento de exportaciones en todo el mundo, pero que la cifra probable
alcanza más bien las mil, que se extienden en 70 países, emplean alrededor
de 27 millones de obreros. Se estima que el volumen de negocios oscila entre
200 y 250 mil millones de dólares. Según constató la periodista en cada
uno de sus viajes, independientemente del país donde se hallen las ZPE,
la desesperante condición de los trabajadores tiene una sorprendente similitud.
Año 1844. Manuscritos: "La economía política nos dice que todo se compra
por medio del trabajo y que el capital no es más que trabajo acumulado.
Pero al mismo tiempo expresa que el obrero, lejos de poder comprar todo,
se vende a sí mismo y vende su humanidad.
Alienación es la división del trabajo.
Alienación es la enajenación del trabajo.
Alienación es un sueldo insuficiente.
Alienación es el trabajo como generador de riquezas.
Revolución. Marx vio. Y en 1862 comenzó a escribir El capital, el libro
que forjó la doctrina económica comunista. Publicado en 1867, solo el primer
tomo de esta obra apareció en vida del autor. Las tres partes siguientes
fueron editadas tras su muerte, a partir de apuntes y anotaciones dejadas
por el filósofo y retomadas primero por su amigo y coautor del Manifiesto
Comunista Friedrich Engels y luego por Karl Kautsky.
En El capital, Marx analiza los resortes y mecanismos económicos y sociales
generados por el capitalismo y reproducidos históricamente. Sobre esta teoría
económica, se apoya su formulación política de la lucha de clases, esbozada
ya en el Manifiesto de 1848: . La existencia de clases está ligada a determinadas
fases históricas del desarrollo de la producción.
. Al organizarse como clase respecto al capital, la coalición de los obreros
toma carácter político y su lucha se transforma en lucha política.
. La lucha de clases tiene su propia dinámica. En primera instancia es nacional,
del proletariado contra la burguesía de cada país, pero dado que "los obreros
no tienen patria" su objetivo final es general: la revolución abierta y
violenta que derriba a la burguesía implantando su propia dominación de
la que se deriva la abolición de la propiedad privada . La dictadura del
proletariado solo constituye una transición hacia una sociedad sin clases.
Revuelta. Klein leyó, vio y reescribió: "Si alguna vez va a haber un futuro
para la izquierda, tendrá que ser ya no contra el imperialismo monolíticamente,
sino delatando las estrategias de las empresas multinacionales" . Para ella,
el anticapitalismo no es solo sinónimo de comunismo o socialismo. Más que
a la gran revolución, apuesta a las revueltas en un universo que es mucho
más paradójico -heterogéneo, inestable, disperso pero a la vez interconectado-que
en los tiempos donde el poder se disputaba, cara a cara, en las fábricas.
Ya no se trata de un proletariado industrial uniformado bajo la conciencia
de clase sino de una amalgama de actores e intereses en busca de la construcción
de una confluencia.
El actual movimiento de lucha anticapitalista toma como punto de partida
al zapatismo, que nació en Chiapas, México, en 1994 "El sujeto revolucionario,
el portador de las resistencia cotidiana y callada es muy distinto al de
las expectativas trazadas por las teorías políticas dominantes. Su lugar
no es la fábrica sino las profundidades sociales. Su nombre no es proletariado
sino ser humano; su carácter no es el de explotado sino el de excluido.
Su lenguaje es metafórico, su condición indígena, su convicción democrática,
su ser colectivo", apunta la investigadora mexicana Ana Esther Ceceña .
"Vivir nuestra alternativa es ser" Y esa es la filosofía a la que adhiere
la periodista: el contrapoder no se construye en una confrontación abierta
y directa sino "en términos de equipo, de minar, ensombrecer, y dispersar
el poder central que representa el modelo neoliberal".
David contra Goliat.
David El pequeño luchador pelea contra los fetiches de las marcas, por liberar
espacios para vivirlos de manera diferente.
Y muchos Davides, está convencida Klein, pueden rodear al gigante Goliat.
"La universalización del capitalismo significa que más economías capitalistas
están ingresando a la competencia global -observa la filosofa política estadounidense
Ellen Meiksins Wood -que las mayores economías capitalistas están dependiendo
de las exportaciones hasta grados casi suicidas; y que las crisis de sobreproducción
son cada vez más severas. La máxima rentabilidad para el capital hoy depende
cada vez menos del crecimiento absoluto o de la expansión hacia afuera y
más de la redistribución y de una brecha cada vez más extensa entre ricos
y pobres, tanto al interior de las naciones-estado como entre ellas. La
situación difícilmente podría ser más contradictoria de lo que ya es. El
punto, entonces, es que las fortalezas del capitalismo son también sus debilidades,
y que la globalización podría estar ampliando, y no restringiendo, el espacio
para las políticas de oposición".
El gigante de la fábula bíblica recibió la piedra certera de un pequeño
luchador.
Y cayó.
El sueño del Ford T, la época dorada de la fabricación en serie Ford T.
La confianza en el modelo industrial y la convicción ositivista de que la
ciencia y la técnica asegurarían el progreso universal que primó durante
gran parte del siglo XX, tuvo un ícono que iba sobre ruedas: el Ford T.
Ese modelo de coche negro abarrotó de vehículos al siglo XX y propició la
fabricación en cadena. Sólido y moderno, se transformó en uno de esos objetos
que definen una era. La de la producción.
El Ford T es producción en serie.
El Ford T es la popularización de un medio de transporte.
El Ford T es movilidad y libertad a bajo precio.
El Ford T es empezar a ganarle al tiempo y al espacio.
Henry Ford -el padre del Ford T-nació en 1847. Hábil para la reparación
de máquinas a vapor y de relojes, fue uno de los hijos dilectos de la Revolución
Industrial y de esa filosofía estadounidense del self made man: el hombre
que se hizo a sí mismo.
Hasta la aparición de los Ford T, los automóviles se consideraban un lujo
de ricos, que los utilizaban por placer. Los primeros compradores del auto
de Ford fueron agricultores y habitantes de ciudades pequeñas que los usaron
para trabajar porque les permitía atravesar los toscos caminos rurales.
"Voy a hacer un coche para las masas", prometió Ford y, en 1908, presentó
el modelo T. Cinco años después, organizó la primera cadena de montaje.
Al congregar ordenada y racionalmente todas las piezas sobre la cadena de
montaje, se podían ensamblar, en una hora y media, más de un centenar de
unidades diarias listas para salir a la calle.
El modelo implementado por Ford respondía a los principios de Frederick
Winslow Taylor, cuyo estudio estaba consagrado a aumentar la productividad
Productividad es que cada trabajador se especialice en una actividad.
Productividad es diferenciar las funciones de producción de las directivas
y de gerenciamiento Productividad es controlar los ritmos y evitar los tiempos
muertos Productividad son buenos sueldos pero también repetición y rutina
Ford estaba convencido de que la fabricación en serie permitía reducir los
costos de producción del coche, hecho que, a vez, le permitiría abaratar
el producto y, en consecuencia, aumentar la demanda porque más gente tendría
acceso a sus autos. La lógica empresaria aplicada por Ford es la que -tal
como señala Naomi Klein en No logo-actualmente está hecha añicos.
"Voy a construir un coche que ningún hombre con un salario decente dejaría
de comprar", proclamó el empresario. Y lo hizo: Lanzó al mercado un vehículo
por 500 dólares, 1500 menos de lo que salían hasta entonces, pagó salarios
decentes a su personal. "No es el Jefe el que paga los sueldos: el que lo
paga es el producto" Un Ford T para cada obrero.
Repetía el empresario: "Mis obreros tienen que ganar como para poder comprar
los autos que fabrican". Ford estaba abiertamente en contra de los sindicatos,
de modo que su estrategia era económica, no humanitaria.
El éxito de la estrategia fue fulminante. Hacia 1914 se habían vendido ya
250 mil autos y cuando la producción del Ford T se detuvo, en 1927, habían
salido quince millones de unidades. Además, una red a escala nacional de
concesionarios, vendedores y expertos agentes de publicidad que fomentó
la hasta entonces inédita compra de un auto a plazos.
Luego de algunas décadas, el modelo fordista mostró sus limitaciones -técnicas,
metodológicas, económicas-y comenzó a agotarse. La filosofía que lo sustentaba,
sobre todo en relación a los salarios obreros, fue desplazada cuando el
producto dejó de ser la preocupación eje central de las corporaciones.
Señala Klein: "Las marcas globales cierran las fábricas que poseen y contratan
la producción afuera, a menudo en el extranjero. Y a medida que los antiguos
puestos de trabajo se trasladan al exterior, algo más se va con ellos: la
anticuada idea de que el fabricante es el responsable de sus empleados.
(...)Una cantidad cada vez mayor de las empresas más importantes y rentables
del mundo están desentendiéndose de los temas laborales".
No más Ford T para los obreros Los nuevos empresarios andan, ahora, en Toyotas.
Toyota. En sus épocas de máximo rendimiento, a fines de la década del 50
y principios de los 60, las quinientas empresas más grandes de Estados Unidos
generaban la mitad de la producción industrial del país y cerca de un cuarto
del mundo no comunista. La automotriz General Motors, la mayor empresa del
mundo, tenía en 1955 ingresos equivalentes al 3 por ciento del Producto
Bruto Interno del país. Dos décadas después, sin embargo, el poder de las
grandes empresas estadounidenses empezó a ser cuestionado por los nuevos
competidores globales cuyo paradigma -también de la industria automotriz-es
la firma japonesa Toyota.
Las antiguas empresas se habían vuelto gigantes pesados de mover y con poca
flexibilidad para los cambios, mejor aprovechados por firma. De estructura
más chica, con alta tecnología y con gran capacidad de establecer una producción
flexible.
Maquinaria más sofisticada le permite a la empresa trabajar prácticamente
sin necesidad de tener producción acumulada y, a la vez, priorizar la creciente
y permanente segmentación del mercado. Se rompía así el hábito del stock,
característica de la vieja fabricación en masa.
Toyota es más por menos.
Toyota es mayor diversidad.
Toyota es menos espacio.
Toyota es menos tiempo.
Toyota es menos personal.
Esa es la estrategia Toyota: just on time .
Un estudio del Massachussets Institute of Technology, MIT, detectó que en
la planta de Toyota se tardaba 16 horas en montar un automóvil en 0,5 metros
cuadrados de espacio de trabajo por vehículo, con 0,45 defectos por unidad.
En la General Motors, en cambio, demoraban cerca de 31 horas en 0,75 metros
cuadrados con 1,3 defectos.
Lo que la mentada reingeniería -que revisó los sistemas de producción y
de circulación de la información y de distribución de roles y jerarquías
del modelo fordista-no logró evitar fueron los despidos masivos de personal
y los accidentes laborales El incremento de los niveles de producción, las
exigencias de calidad y la imposibilidad de cometer fallas aumentan la presión
que sienten los trabajadores toyotistas.
El estrés de los obreros sometidos a estas prácticas de producción
racionalizada ha alcanzado niveles de epidemia en Japón. El problema se
ha hecho tan grave que el gobierno acuñó oficialmente el término karoshi,
para explicar las patologías de la nueva enfermedad relacionada con
la cadena de producción .
Un estudio realizado entre los empleados de Toyota comprobó que sólo un
20% de los trabajadores jóvenes, entre los 20 y 30 años, afirman querer
seguir en la misma hasta la jubilación. El otro 80% está a la espera de
una buena oportunidad para irse y cambiar de trabajo.
Algo similar constató Klein en sus entrevistas con empleados de disitintas
empresas. Ellos -cuenta en No logo-la furia que les produce a las empresas
logren con ellos beneficios inimaginables y ver luego que esas ganancias
se dedican a la expansión empresarial compulsiva. Al mismo tiempo, el salario
de los empleados se estanca e incluso disminuye.
Muy al contrario de la época en que los empleados de las corporaciones se
enorgullecían del crecimiento de las empresas, considerándolo como resultado
del esfuerzo de todos en la actualidad han llegado a considerarse enemigos
de los sueños expansionistas de sus patrones.
El fin de la utopía del Ford T.
El fin de la relación laboral. The end. Jungen Habermas, Ralf Dahrendorf,
Claus Offé André Gorz, Jeremy Rifkin... No son pocos los especialistas que
(antes o después, con mayor o menor grado de rigurosidad) decretaron el
fin del trabajo. Son pocos, además, los que -a esta altura-ponen en duda
esta aseveración. Por lo menos si con ella se alude al modelo laboral que
primó durante el siglo XX: el empleo en relación de dependencia, más o menos
bien remunerado, con licencias, vacaciones, protección médica, representación
sindical y otros derechos sociales. La herencia fordista ha llegado a su
fin: the end.
Hace unos veinte años, en Gran Bretaña el 80 por ciento de los empleados
del país tenía trabajo asegurado hasta su jubilación; ahora el número
se redujo al 30 por ciento y sigue disminuyendo a velocidad . El trabajo
era 40-40 El trabajo era cuarenta horas semanales durante cuarenta años
de vida.
El trabajo era para siempre.
Ahora, en cambio, el trabajo es tan flexible como la producción de Toyota.
Trabajo es presión sistemática.
Trabajo es velocidad: para producir y para ser despedido.
Hasta la década del 70, todavía existía cierta relación positiva entre el
aumento de la productividad y las dimensiones del empleo. A partir de entonces,
la relación se vuelve más negativa cada año. Según investigaciones realizadas
por Olivier Marchands en Francia, el volumen de trabajo disponible en 1991
era tan solo el 57% del que se ofrecía en 1891: 34.100 millones de horas
en lugar de 60 mil millones. Durante esos cien años, el Producto Bruto Interno
se multiplicó por diez y la productividad horaria aumentó por dieciocho.
En ese largo período el total de personas empleadas solo creció de
19 millones a 22 millones. Tendencias similares, señala el estudio, se registraron
en todos los países que iniciaron el proceso de industrialización en el
siglo XIX.
Trabajo es un contrato temporario.
Trabajo es part-time.
Apunta Naomi Klein en No logo: "La mano de obra temporal contradice el principio
del mérito, al igual que la práctica cada vez más frecuente de intercambiar
ejecutivos como si fueras deportistas profesionales. Los ejecutivos temporales
constituyen el mayor de los desmentidos a la leyenda capitalista del joven
ordenanza que asciende hasta llegar a ser presidente de la empresa. Puesto
que los ejecutivos de la actualidad se limitan a intercambiarse entre sí
los puestos de mando".
La metamorfosis se hace evidente en el discurso: ya no se habla de empleo
sino de empleabilidad. En los Estados Unidos uno de cada tres trabajadores
ha durado en su puesto menos de un año y dos de tres no llegan al lustro.
Entre 1982 y 1990 el empleo temporario creció diez veces más rápido que
la totalidad del trabajo.
Con astucia, la periodista bautizó McJobs a estas relaciones laborales tan
chatarra como las hamburguesas de McDonald: "Las compañías que se han acercado
agresivamente a las personas como consumidores son las mismos que, como
patrones, las han abandonado,"
La inequidad es sintetizada por la autora en una ironía: Bill Gates -fundador
del Imperio Microsoft-amasa una fortuna de 55 mil millones de dólares mientras
la tercera parte de sus empleados está clasificada como temporal.
Trabajo es trabajo "hasta nuevo aviso".
Trabajo es incertidumbre Afirma Bauman: "La economía política de la incertidumbre
se reduce esencialmente a la prohibición de reglas y regulaciones -políticamente
establecidas y garantizadas-y el desarme de las instituciones y asociaciones
defensivas que impedían que el capital y las finanzas fueran verdaderamente
sin fronteras (...) En el camino hacia el dominio incuestionado de la economía
política de la incertidumbre, las instituciones republicanas son las primeras
víctimas".
El fin de la tranquilidad del 40-40.
Los 80. Que Naomi Klein haya detectado la transformación capitalista que
se abocó a estudiar -el pasaje de la producción de objetos a la de imágenes-en
la década del 80, no es una cuestión azarosa. Fue entonces cuando el mundo
vio con claridad hasta qué punto estaban minados los cimientos de la edad
de oro, según entiende Eric Hobsbawn.
Anotó el historiador británico: "Hasta que una parte del globo (la Unión
Soviética y la Europa Oriental) se colapsó por completo, no se percibió
la naturaleza mundial de la crisis, ni se admitió su existencia en las regiones
desarrolladas no comunistas. Durante años los problemas económicos siguieron
siendo 'recesiones'. No se había superado todavía el tabú de mediados de
siglo sobre el uso de los términos 'depresión 'o 'crisis' que recordaban
la era de las catástrofes. El simple uso de la palabra podía conjurar la
cosa, aun cuando las 'recesiones' de los 80 fuesen 'las más grandes de los
últimos cincuenta años', frase con la que se evitaba mencionar los años
30. La civilización que había transformado las frases mágicas de los anunciantes
en principios básicos de la economía se encontraba atrapada en su propio
mecanismo de engaño. Hubo que esperar a principios de los años 90 para que
se admitiese que los problemas económicos del momento eran peores que los
de los años 30".
De hecho, el desempleo en el mundo ya ha superado los niveles de la gran
depresión estadounidense.
Los 80 son años de crisis Los 80 son años de reofensiva del libre mercado
Los 80 son años de profundización de la inequidad Muchos de los países más
ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse a la convivencia diaria
con mendigos y personas sin hogar. En una noche cualquiera de 1993, en la
ciudad de Nueva York, 23 mil hombres y mujeres durmieron en la calle o en
los albergues públicos y esta no era sino una pequeña parte del 3 por ciento
de la población de la ciudad que, en un momento u otro de los cinco años
anteriores, se encontró sin techo.
En los 80 aumentaron los extremos.
Los que tienen.
Los que no.
Competitividad. "Nuestro plan estratégico en América del Norte consiste
en dedicarnos con intensidad a la gestión de la marca, al marketing y a
los productos de diseño como medio de satisfacer la necesidad de ropas informales
que tienen los consumidores. Al transferir una porción significativa de
nuestras actividades de producción de los mercados estadounidense y canadiense
a contratistas del resto del mundo, daremos a la empresa mayor flexibilidad
para asignar recursos y capital a sus marcas.
Estas medidas son esenciales si queremos seguir siendo competitivos", afirmó
John Ermatinger presidente de la división Levi Strauss, al justificar la
decisión de la firma de cerrar 22 fábricas y despedir a 13 mil trabajadores
estadounidenses entre noviembre de 1997 y febrero de 1999.
La declaración del empresario, que Klein incluye en No logo, constata que,
desde hace algunos años, las empresas se sacaron la careta. Dejaron
de ocultar los despidos y las reestructuraciones tras la retórica de la
necesidad.
Y crecen Con despidos, con fusiones, con reestructuraciones Crecen.
Sin embargo, el trabajo se acaba incluso en las industrias en proceso de
expansión. En los Estados Unidos el número de telefonistas del servicio
de larga distancia cayó un 40 por ciento entre 1970 y 1990, al tiempo que
se triplicaban las llamadas .
Expansión, incluso, a costa del trabajo En el gigantesco consorcio AT&T,
el valor de sus acciones en la Bolsa aumentó de golpe el día en que sus
directivos anunciaron el recorte de 40 mil puestos de trabajo.
El creciente desempleo ya no es cíclico sino estructural.
Reingeniería. Las máquinas desplazaron a la destreza física desde la Revolución
Industrial y, como en el siglo XIX, también ahora las nuevas tecnologías
informáticas atentan contra el trabajo humano. La reingeniería produce habitualmente
como resultado una disminución del 40 por ciento de los empleos de una empresa
y del 75% de su masa laboral .
"La tragedia histórica de las décadas de crisis -concluye Hobsbawnconsistió
en que la producción prescindía de los seres humanos a una velocidad superior
a aquella en la que la economía de mercado creaba nuevos puestos de trabajo
para ellos. Además este proceso fue acelerado por la competencia mundial,
por las dificultades financieras de los gobiernos que, directa o indirectamente,
eran los mayores contratistas de trabajo así como, después de 1980, por
la teología imperante del libre mercado, que presionaba para que se transfiriese
el empleo a empresas privadas.(...) El declive del sindicalismo, debilitado
tanto por la depresión económica como por la hostilidad de los gobiernos
neoliberales aceleró este proceso, puesto que una de las funciones
que más cuidaba era precisamente la protección del empleo".
La figura tradicional del obrero industrial está en vías de extinción mientras
crecen las tareas informales, subcontratadas o tercerizadas. El sujeto ya
no es el proletariado sino la categoría más vaga de la 'clase que-vive-del
trabajo', según la definición del estudioso brasileño Ricardo Antunes."
La clase que-vive-del-trabajo frente a la clase que-no-vive-del-trabajo.
Los que tienen.
Los que no.
En las dos últimas décadas ha crecido la importancia relativa del sector
de los servicios como fuente de empleo. "En la actualidad -ejemplifica la
periodista-los servicios y el comercio minorista ofrecen el 75% del total
de puestos de trabajo de Estados Unidos. Ahora hay cuatro veces y media
más estadounidenses vendiendo ropas en tiendas especializadas y en grandes
almacenes que obreros tejiéndolas o cosiéndolas"
Son las nuevas víctimas de la revolución tecnológica.
The end.
La era de la información ha llegado.
Prólogo
de "Vallas y Ventanas"
Por Naomi Klein
Esto no es solo la continuación de No Logo, el libro sobre el movimiento anti-globalización
que escribí entre 1995 y 1999. No Logo era un proyecto de investigación
para mi tesis universitaria; Vallas y Ventanas es un registro de mis expediciones
a las líneas de fuego de una batalla que explotó al mismo tiempo en que
No Logo fue publicado. El libro estaba en la imprenta cuando los movimientos
subterráneos que describo en estas crónicas irrumpieron en el mundo industrializado,
principalmente como resultado de las protestas de Seattle, de noviembre
de 1999. De la noche a la mañana, me encontré envuelta en un debate internacional
acerca de la pregunta más urgente de nuestro tiempo: ¿qué valores gobernarán
la edad global? Lo que empezó como una gira de dos semanas para la presentación
del libro, se convirtió en una aventura que abarcó dos años y medio, y veintidós
países. Me llevó a las calles invadidas de gas lacrimógeno de las ciudades
de Quebec y Praga, a las asambleas barriales de Buenos Aires, a viajes y
campamentos con activistas anti-nucleares en el desierto del sur de Australia,
y a debates formales con jefes de Estado europeos. Los cuatro años de aislamiento
para investigar y escribir No Logo no me habían ayudado demasiado para enfrentarme
a esto.
Pese a que en los medios de comunicación me nombraban como una de los "líderes"
o "voceros" de las protestas globales, la verdad es que nunca había estado
envuelta en política, ni tenía mucho que ver con las muchedumbres. La primera
vez que tuve que pronunciar un discurso sobre la globalización, miré mis
notas, empecé a leer y no alcé los ojos hasta una hora y media más tarde.
Pero no era tiempo para ser tímida. Decenas y luego cientos de miles de
las personas estaban realizando nuevas demostraciones cada mes, muchas de
ellas personas como yo, que nunca había creído realmente en la posibilidad
de cambio político hasta ese momento. Repentinamente parecía imposible ignorar
los fracasos del modelo económico reinante. Y ante todo estaba el caso Enron.
En nombre de satisfacer las demandas de los inversores multinacionales,
gobiernos de todo el mundo fracasaban con respecto a la posibilidad de satisfacer
las necesidades de las personas que los habían elegido. Algunas de estas
necesidades no satisfechas eran básicas y urgentes -medicina, vivienda,
tierra, agua -, algunas eran menos tangibles -espacios no comerciales de
comunicación cultural, reunión y participación, incluso en Internet, las
ondas públicas o las calles. Detrás de estos reclamos aparecía la traición
a la necesidad fundamental de democracias que sean responsables y participativas,
no compradas y pagadas por Enron o el Fondo Monetario Internacional. La
crisis no respetó ningún límite nacional. Una inestable economía global
enfocada en las ganancias a corto plazo estaba exhibiéndose como incapaz
de responder a las cada vez más urgentes crisis ecológicas y humanas; incapaz,
por ejemplo, de hacer el cambio crucial del uso de combustibles fósiles
hacia fuentes de energía sustentables; incapaz, a pesar de todas las promesas
y pulseadas, de consagrar los recursos necesarios para revertir el crecimiento
del HIV en Africa; sin voluntad de cumplir compromisos internacionales para
reducir hambre o incluso evitar las fallas básicas en Europa con relación
a la seguridad alimentaria. Es difícil decir por qué el movimiento de la
protesta explotó cuando lo hizo, ya que la mayoría de estos problemas sociales
y medioambientales han sido crónicos durante décadas, pero parte del crédito,
ciertamente, lo tiene la propia globalización.
Cuando las escuelas eran desfinanciadas o se contaminaban las reservas de
agua, era habitual culpar a la ineptitud de gestión financiera o a la abierta
corrupción de gobiernos nacionales individuales. Ahora, gracias a la ola
de intercambio de información que cruza las fronteras, se reconoce que tales
problemas son los efectos locales de una determinada ideología global, reforzada
por políticos nacionales pero concebida centralmente por un puñado de intereses
corporativos y por las instituciones internacionales, incluso la Organización
Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
La ironía de la etiqueta de "antiglobalización" impuesta por los medios
de comunicación es que nosotros en este movimiento hemos estado convirtiendo
la globalización en una realidad viva, quizás más que el más multinacional
de los ejecutivos corporativos o los más inquietos miembros del jet-set.
En las convocatorias como el Foro Social Mundial en Porto Alegre, en las
protestas durante las reuniones de Banco Mundial, y en redes de comunicación
como www.tao.ca y www.indymedia.org, la globalización no se restringe a
una estrecha serie de transacciones turísticas o comerciales. Es, en cambio,
un complejo proceso de miles de personas uniendo sus destinos, al compartir
ideas y contar sus historias concretas sobre cómo las teorías económicas
abstractas afectan su vida diaria. Este movimiento no tiene líderes en el
sentido tradicional, sólo personas decididas a aprender, y a llevarlo adelante.
Como otros que se encontraron en esta red global, llegué equipada sólo con
una comprensión limitada de la economía neo- liberal, principalmente cómo
se relacionó con las personas jóvenes desempleadas y saturadas de comercialización
y marcas en América del Norte y Europa.
Pero como tantos otros, yo he sido globalizada por este movimiento: he recibido
un vertiginoso curso de lo que la obsesión de mercado ha provocado a los
campesinos sin tierra en Brasil, a maestros en la Argentina, a empleados
de los fast-food de Italia, a plantadores de café en México, a moradores
de los barrios marginales en Africa Sur, a los telemarketers en Francia,
a los cosechadores de tomate en Florida, a dirigentes gremiales en Filipinas,
o a los niños sin casa ni hogar en Toronto, la ciudad donde yo vivo. Esta
colección es un registro de mi propia y creciente curva de aprendizaje,
una pequeña parte de un inmenso proceso de información compartida que ha
dado a enjambres de personas -personas que no están especializadas como
economistas, abogados de comercio internacional o expertos en patentes-
el coraje para participar en el debate sobre el futuro de la economía global.
Estos ensayos, columnas y discursos, escritos para The Globe and Mail, The
Guardian, The Los Angeles Times y muchas otras publicaciones, fueron escritos
a los apurones en cuartos de hotel, a la noche, después de protestas en
Washington y Ciudad de México, en Centros de Medios de Comunicación Independientes,
y también en muchos aviones. (Trabajo con mi segunda laptop, después de
que un hombre que iba delante de mí en la apretujada clase económica de
Canadian Airlines, reclinó su asiento y escuché el terrible sonido de mi
computadora triturándose.)
Ellos contienen los más fuertes argumentos de condena y los ejemplos que
pude tener en mis manos para usar en debates con economistas neoliberales,
así como las experiencias más movilizadoras que viví en las calles con compañeros
activistas. A veces representan esfuerzos apresurados por asimilar información
que había llegado a mi inbox sólo horas antes, o para oponer a las campañas
de desinformación que atacan la naturaleza y objetivos de las protestas.
Algunos de los ensayos, sobre todo los discursos, no se han publicado antes.
¿Por qué coleccionar estos escritos deshilachados en un libro? En parte
porque unos meses en "la guerra en terrorismo" de George W. Bush, permite
comprender un juego en el que algo ha acabado. Algunos políticos (particularmente
los que ven sus planes cuestionados por las protestas) declararon velozmente
que lo que había acabado era el propio movimiento: sus críticas sobre los
fracasos de globalización son frívolas, se quejaron, incluso son pasto para
el "el enemigo". De hecho, la escalada del uso de fuerza militar y represión
durante el último año ha provocado protestas todavía más grandes en las
calles de Roma, Londres, Barcelona y Buenos Aires. También ha inspirado
a muchos activistas que habían realizado cuestionamientos sólo simbólicos,
a tomar iniciativas concretas para desactivar la escalada de violencia.
Estas acciones han incluido servir como "escudos humanos" durante la evacuación
de la Iglesia de la Natividad en Belén, así como el intento de bloquear
deportaciones ilegales de refugiados en centros de detención europeos y
australianos. Pero mientras el movimiento entró en esta nueva fase, comprendí
que había sido testigo de algo extraordinario: el momento preciso y emocionante
en el que la muchedumbre del mundo real invadió el exclusivo club de expertos
que determina nuestro destino colectivo. Por eso éste no es un registro
de una conclusión, sino de ese momento inicial, un periodo marcado en América
del Norte por la alegre explosión en las calles de Seattle y catapultado
a un nuevo capítulo por la destrucción inimaginable el 11 de septiembre.
Algo más me impulsó a reunir estos artículos. Hace unos meses, mientras
buscaba un dato estadístico en mis columnas, noté en ellas un par de temas
e imágenes recurrentes. El primero era la valla. La imagen surgió de nuevo
y de nuevo: barreras separando a las personas de recursos que eran públicos,
alejándolas de la tierra y el agua que necesitan, restringiendo su posibilidad
de cruzar fronteras, expresar disentimiento político, manifestar en las
calles. Incluso impidiendo a políticos promulgar leyes que tendrían sentido
para las personas que los eligieron. Algunas de estas vallas son difíciles
de ver, pero de todos modos existen. Una valla virtual crece alrededor de
las escuelas en Zambia cuando una educación arancelada se introduce por
consejo del Banco Mundial, poniendo la educación fuera del alcance de millones
de las personas. Un cerco sube alrededor de la granja familiar en Canadá
cuando las políticas gubernamentales convierten a la agricultura en pequeña
escala en un artículo de lujo e inaplicable. Hay una real valla invisible
que crece alrededor del agua limpia en Soweto cuando los precios son un
cohete volador debido a la privatización, y se obliga a los habitantes a
volver a las fuentes contaminadas. Y hay un cerco que crece alrededor de
la idea misma de democracia cuando se dice a la Argentina que no conseguirá
un préstamo del Fondo Monetario Internacional a menos que reduzca el gasto
social más y más, privatice más recursos y elimine apoyos a las industrias
locales, todo en medio de una crisis económica ahondada por esas mismas
políticas.
Las vallas, por supuesto, son tan viejas como el colonialismo. "Esas operaciones
usurarias pusieron barras alrededor de las naciones libres" escribió Eduardo
Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Él estaba refiriéndose
a los términos de un préstamo británico a Argentina en 1824. Las vallas
siempre han sido una parte de capitalismo, la única manera de proteger propiedad
de posibles bandidos, pero el doble discurso que sostiene a estas vallas,
últimamente, se ha puesto ruidosamente en evidencia. La expropiación a cualquier
corporación es el mayor pecado que un gobierno socialista puede cometer
a los ojos de los mercados financieros internacionales (sólo pregúntele
a Hugo Chávez de Venezuela o a Fidel Castro de Cuba). Pero la protección
de la propiedad garantizada para las compañías bajo los tratos de libre
comercio no se extendió a los ciudadanos argentinos que depositaron los
ahorros de su vida en cuentas del Citibank, el Scotiabank y el HSBC y ahora
encuentra que la mayor parte de su dinero simplemente ha desaparecido. Tampoco
las reverencia del mercado a las ganancias privadas alcanzan a los empleados
americanos de Enron, que se encontraron sin posibilidad de operar sus retiros
jubilatorios, mientras los ejecutivos de Enron convertían frenéticamente
en dinero sus propias acciones.
Mientras tanto, algunas vallas muy necesarias están bajo amenaza: en el
apuro de las privatizaciones, las barreras que una vez existieron entre
muchos espacios públicos y privados -mantener la publicidad fuera de las
escuelas, por ejemplo, o evitar que el interés por la ganancia determine
la salud -.
Cada espacio público protegido ha sido resquebrajado y abierto, sólo para
ser recapturado por el mercado. Otra barrera de interés público bajo seria
amenaza es la que separa a las cosechas genéticamente modificadas de las
que no lo son.
Los gigantes de la alimentación han hecho un trabajo tan notablemente escaso
para impedir que sus semillas mutadas se introduzcan en los campos vecinos
por acción del viento, contaminando cultivos, que en muchas partes del mundo
comer alimentos libres de transgénicos ya ni siquiera es una opción, porque
toda la comida se ha contaminado.
Las vallas que protegen el interés público parecen estar desapareciendo
rápidamente, mientras los que restringen nuestras libertades se siguen multiplicando.
Cuando noté que la imagen de la valla seguía surgiendo en los debates y
en mis propios textos, se volvió significativa para mí. Después de todo,
la última década económica estuvo plagada de promesas de barreras que bajarían,
y de una mayor movilidad y libertad. Y sin embargo doce años después del
celebrado derrumbe del Muro de Berlín, estamos rodeados nuevamente por vallas,
cuestionando nuestra propia habilidad de imaginar que el cambio es posible.
El proceso económico que se rige por el eufemismo benigno de la "globalización"
ahora alcanza todos los aspectos de la vida, transformando cada actividad
y recurso natural en una mercancía. Como lo señala el investigador en temas
laborales Gerard Greenfield, la fase actual del capitalismo simplemente
no apunta al comercio en el sentido tradicional de venta más productos a
través de las fronteras. También busca alimentar la necesidad insaciable
del mercado redefiniendo como "productos" a sectores enteros que eran considerados
parte de lo público, no para la venta. La invasión de lo público por lo
privado ha alcanzado categorías como la salud y educación, por supuesto,
pero también las ideas, los genes, las semillas, ahora adquiridos, patentados
y vallados, así como los remedios aborígenes tradicionales, plantas, el
agua e incluso células humanas. Con los derechos de propiedad, el copyright,
convertidos en la exportación más grande de los Estados Unidos (más que
las manufacturas o la venta de armas), las leyes de comercio internacional
no sólo deben entenderse como una baja selectiva de barreras comerciales,
sino más precisamente como un proceso que sistemáticamente alza nuevas barreras
alrededor del conocimiento, la tecnología y los recursos económicos.
La globalización está ahora en tela de juicio, porque del otro lado de todas
estas vallas virtuales hay personas reales, expulsadas de las escuelas,
los hospitales, los puestos de trabajo, sus propias tierras, casas y comunidades.
La privatización masiva y la desregulación han engendrado ejércitos de personas
excluidas cuyos servicios ya no son necesarios, cuyos estilos de vida involucionan,
y quienes no logran cubrir sus necesidades básicas.
Estas vallas de exclusión social pueden desechar una industria entera, y
pueden colapsar también a un país entero, como ha pasado a Argentina. En
el caso de Africa, un continente entero ha sido desterrado del mundo global,
quedando fuera del mapa y fuera de las noticias, y apareciendo sólo en tiempos
de guerra cuando sus ciudadanos son mirados con sospecha como potenciales
miembros de una milicia, posibles terroristas o fanáticos antiamericanos.
En la práctica, muy pocas de las personas excluidas de la valla de la globalización
se vuelcan a violencia. Simplemente se mueven: del campo a la ciudad, de
país a país. Y allí es cuando se encuentran cara a cara con vallas reales,
hechas de cadena y de alambres de púa, reforzadas con hormigón y vigiladas
con ametralladoras.
Siempre que oigo la frase "el libre comercio" no puedo dejar de recordar
las fábricas enjauladas visité en el Filipinas e Indonesia, totalmente rodeadas
por verjas, atalayas y soldados para impedir sus productos subvencionados
salgan, y que los dirigentes sindicales entren. Pienso, también, en un reciente
viaje al desierto del sur australiano donde visité el infame centro de detención
Woomera. A quinientos kilómetros de la ciudad más cercana, Woomera fue una
base militar que se ha convertido en un campo privatizado de refugiados,
propiedad de una subsidiaria de la empresa de seguridad americana Wackenhut.
En Woomera, cientos de refugiados afganos e iraquíes que huyen de la opresión
y dictadura de sus propios países, están tan desesperados por ver el mundo
qué está pasando detrás de las vallas, que organizan huelgas de hambre,
saltan por los techos de sus cuarteles, beben champú, y cosen sus bocas
cerradas.
Todos estos cercos se conectan: se necesitan. Los reales, hechos de acero
y alambre de púa, dan fuerza a los virtuales, los que pusieron el bienestar
y la riqueza fuera de las manos de la mayoría. Simplemente no es posible
clausurar este tema sin una estrategia destinada a controlar la inquietud
y la movilidad popular. Las empresas de seguridad hacen su negocio más fuerte
en las ciudades donde la brecha entre ricos y pobres es mayor -Johanesburgo,
São Paulo, Nueva Delhi- vendiendo verjas metálicas, automóviles blindados,
complejos sistemas de alarma y ofreciendo en alquiler ejércitos de guardias
privados. Los brasileños, por ejemplo, gastan US$4.5 mil millones por año
en seguridad privada, y los policías privados superan en una proporción
de cuatro a uno a los estatales. En Sudáfrica, el gasto anual en seguridad
privada ha alcanzado US$1.6 mil millones, más de tres veces lo que el gobierno
gasta cada año en ayuda social.
Parecería que estas vallas que protegen a los que tienen de quienes no,
son pistas del proceso de veloz transformación hacia un sistema de seguridad
global, y no hacia la aldea global que intentaría reducir los muros y vallas,
como se había prometido. En su lugar, aparece una red de fortalezas conectada
por corredores de comercio convenientemente militarizados. Si este cuadro
parece extremo, sólo es porque la mayoría de nosotros en Occidente raramente
ve los cercos y la artillería.
Las fábricas valladas y los centros de detención de refugiados permanecen
en lugares remotos, sin capacidad para desenmascarar la retórica seductora
de un hipotético mundo sin fronteras. Pero durante los últimos años, algunos
cercos han quedado al descubierto, durante las cumbres internacionales de
este modelo brutal de globalización. Ahora se comprende que si los líderes
mundiales quieren reunirse a discutir un nuevo tratado de comercio, necesitarán
construir una fortaleza moderna para protegerse de rabia pública, acompañada
con tanques acorazados, gases lacrimógenos, camiones hidrantes y perros
de ataque.
Cuando Quebec fue sede de la Cumbre de las Américas, en abril de 2001, el
gobierno canadiense tomó la decisión inaudita de construir una jaula alrededor
no sólo del centro de conferencias, sino del centro de la ciudad, donde
los residentes tenían que mostrar sus documentos oficiales para llegar a
sus casas o a sus lugares de trabajo.
Otra estrategia ha sido sostener las cumbres en lugares inaccesibles: la
reunión del G8 en 2002 se celebró en las Rocky Mountains canadienses, y
los encuentros de 2001 de la Organización Mundial de comercio tuvieron lugar
en el represivo estado de Qatar, donde el emir prohibe protestas políticas.
La "guerra al terrorismo" se ha vuelto otra valla, utilizada por organismos
internacionales para explicar por qué las muestras públicas de disentimiento
no serán posibles en estos tiempos o, peor, trazar amenazantes paralelos
entre los que protestan legítimamente y los terroristas que buscan destrucción.
Pero lo que se describe como amenazantes confrontaciones son a menudo eventos
alegres, así como experimentos de maneras alternativas de organizar sociedades,
o críticas de los modelos existentes.
La primera vez que participé en una de estas "anticumbres" recuerdo haber
tenido la sensación de que alguna clase de portal político se estaba abriendo
a una ventana, "un crujido en la historia," para usar la bonita frase del
Subcomandante Marcos. Esta apertura tenía poco para ver con la ventana rota
del local McDonald, la imagen favorita de las cámaras de televisión; era
algo más: un sentido de posibilidad, una explosión de aire fresco, de oxígeno
al cerebro.
Éstas protestas, que son maratones de intensa educación en política global,
y fiestas de música y teatro callejero, son un universo paralelo. Toda la
noche, el lugar se transforma en un tipo de ciudad global alternativa donde
la urgencia reemplaza a la resignación, el arte está por todas partes, los
extraños hablan con nosotros, y la perspectiva de un cambio radical en curso
político no parece como una idea anacrónica sino el pensamiento más lógico
en el mundo. Incluso las medidas de seguridad han sido tomadas como parte
del mensaje de los activistas: los cercos que rodean las cumbres se volvieron
metáforas de un modelo económico que destierra a miles de millones a la
pobreza y la exclusión.
Las confrontaciones tienen muchos aspectos. Se hacen vallas, pero de ramitas
y ladrillos. Se devuelven los gases lacrimógenos golpeándolos con palos
de hockey, se desafía irreverentemente a los cañonazos de agua de los camiones
hidrantes con pistolas de agua de juguete y el zumbido de los helicópteros
recibe como respuesta burlona enjambres de aviones de papel. Durante la
Cumbre de las Américas en Quebec, un grupo de activistas construyó una catapulta
de madera al estilo medieval, de ruedas, la pasaron sobre las vallas, y
arrojaron con ella ositos de peluche al techo del edificio donde se reunía
la cumbre.
Estos activistas son serios en su deseo de romper el orden económico actual,
pero sus tácticas reflejan una negativa obstinada a comprometerse en forcejeos
de poder clásicos: su meta que yo empecé a explorar en los pedazos finales
en este libro, no es tomar poder para ellos sino desafiar la centralización
del poder.
Otros tipos de ventanas también se están abriendo, calladas conspiraciones
para salvar espacios privatizados y recursos económicos para el uso público.
Quizá también pueda contarse a estudiantes que dan patadas a los anuncios
fuera de sus aulas, o que intercambian música on-line, o preparan centros
de los medios de comunicación independientes con software libre. Quizá son
campesinos tailandeses que plantan verduras orgánicas en campos de golf,
o campesinos sin tierra de Brasil reduciendo cercos alrededor de las tierras
sin usar y convirtiéndolos en los cooperativas de cultivo. Quizá son obreros
bolivianos que revierten la privatización de su suministro de agua, o residentes
de barrios marginales sudafricanos que reconectan la electricidad del vecindario
bajo el eslogan "Poder a las Personas".
Y esos espacios, luego se rehacen. En las asambleas barriales, en centros
de medios de comunicación independientes, en campos, bosques, comunidades,
una nueva cultura de democracia directa y vibrante está surgiendo, una democracia
fortalecida por la participación directa, no la del descorazonado espectador
pasivo.
Pese a todos los esfuerzos privatizadores, resulta que hay algunas cosas
que no quieren ser poseídas. La música, el agua de riego, las semillas,
la electricidad, las ideas, siguen estallando fuera de los confines levantados
a su alrededor. Tienen una resistencia natural al cercamiento, una tendencia
a escapar, a fluir a través de los cercos, y huir a través de las ventanas
abiertas.
Cuando escribo esto, no está claro lo que surgirá de estos espacios liberados,
o si lo que crezca será lo suficientemente robusto como para resistir el
ataque de la policía y el ejército, que intentan reforzar deliberadamente
la comparación entre el terrorista y el activista.
La pregunta de lo que viene en el futuro me preocupa, como le ocurre a cualquiera
que ha sido parte de la construcción de este movimiento internacional. Pero
este libro no es un esfuerzo por contestar esa pregunta. Simplemente ofrece
una mirada a los comienzos del movimiento que explotó en Seattle y ha evolucionado
envuelto en lo ocurrido el 11 de septiembre y sus consecuencias. Yo decidí
no reescribir estos artículos, más allá de unos pequeños cambios. Ellos
se presentan aquí (más o menos en orden cronológico) como lo que son: postales
de los momentos a veces dramáticos, un registro del primer capítulo de una
vieja y recurrente historia: la de las personas que empujan contra las vallas
que intentan contenerlas y abren ventanas, respirando profundamente, saboreando
la libertad.
Fuente: www.lavaca.org

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