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OBSERVANDO LA CONDUCTA DE BEBÉS.
1952
I
Las conclusiones teóricas presentadas en el capitulo anterior fueron extraídas del
trabajo psicoanalítico con niños pequeños[1]. Deberíamos esperar que esas conclusiones
fueran corroboradas por observaciones de la conducta de bebés durante el primer
año de vida. Pero esta corroboración tiene sus limitaciones, porque, como sabemos,
los procesos inconscientes sólo en parte se revelan por la conducta, sea en bebés
o en adultos. Teniendo en cuenta esta observación, podemos lograr en nuestro estudio
de los bebés cierta confirmación de los descubrimientos psicoanalíticos.
Muchos detalles de la conducta de los bebés, que antes escaparon a la observación
o permanecieron enigmáticos, se han hecho más comprensibles y significativos, gracias
a nuestro mayor conocimiento de los tempranos procesos inconscientes; en otras palabras,
se ha agudizado nuestra facultad de observación en este campo particular. Es indudable
que la incapacidad de hablar de los bebés obstaculiza nuestro estudio de ellos,
pero hay muchos detalles del desarrollo emocional temprano que podemos reunir por
otros medios distintos del lenguaje. Pero si queremos comprender al bebé, necesitamos
no sólo mayor conocimiento, sino también plena empatía con el, basada en el estrecho
contacto entre nuestro inconsciente y el suyo.
Propongo ahora considerar algunos detalles de la conducta del bebé a la luz de las
conclusiones teóricas expresadas en diversos capítulos de este libro. Como aquí
apenas tomare en cuenta las múltiples variaciones que existen dentro de la gama
de las actitudes fundamentales, mi descripción está destinada a ser bastante simplificada.
Además, toda inferencia que pueda yo extraer sobre el desarrollo posterior debe
quedar limitada por la siguiente consideración: desde el comienzo de la vida postnatal,
y en cada estadío del desarrollo los factores externos afectan la evolución incluso
en adultos, como sabemos las actitudes y el carácter pueden estar favorable o desfavorablemente
influidos por el ambiente y circunstancias, y esto se aplica en mayor medida a los
niños. Por consiguiente, al relacionar con el estudio de los bebés las conclusiones
extraídas de mi experiencia psicoanalítica. sólo estoy sugiriendo posibles, o podría
decirse, probables líneas de desarrollo.
El bebé recién nacido sufre de ansiedad persecutoria, provocada por el proceso de
nacimiento y la pérdida de la situación intrauterina. Un parto prolongado o dificultoso
está destinado a intensificar esta ansiedad. Otro aspecto de esta situación de ansiedad
es la necesidad impuesta al bebé de adaptarse a condiciones totalmente nuevas.
Estos sentimientos se alivian en cierto grado por las diversas medidas tomadas para
darle calor, ayuda y bienestar y particularmente por la gratificación que siente
al recibir el alimento y al succionar el pecho. Estas experiencias, culminando en
la primera experiencia de succión, inician, como podemos suponer, la relación con
la madre "buena''. Parece que en alguna medida estas gratificaciones tienden a compensar
por la pérdida del estado intrauterino. Desde la primera experiencia de lactancia
en adelante, perder y recuperar el objeto amado (el pecho bueno) se convierte en
una parte esencial de la vida emocional infantil.
Las relaciones del bebé con su primer objeto, la madre, y con la comida, están desde
el principio mutuamente ligadas Por consiguiente, el estudio de las pautas fundamentales
de actitud hacia la comida parece el mejor acceso a la comprensión de los bebés[2].
La actitud inicial hacia la comida varía desde una aparente ausencia de voracidad
hasta una gran avidez. Por ello recapitulare brevemente en este punto algunas de
mis conclusiones sobre la voracidad: sugerí en el capítulo anterior que la voracidad
surge cuando en la interacción entre los impulsos libidinales y agresivos estos
últimos se refuerzan, la voracidad puede aumentar desde el principio por la ansiedad
persecutoria. Por otra parte, como he señalado, las primeras inhibiciones en la
alimentación pueden atribuirse también a la ansiedad persecutoria: esto significa
que en algunos casos la ansiedad persecutoria aumenta la voracidad y en otros casos
la inhibe. Como la voracidad es inherente a los primeros deseos dirigidos al pecho,
influye vitalmente en la relación con la madre y en las relaciones objetales en
general.
II
En la actitud hacia la succión se advierten considerables diferencias en los bebés,
incluso durante los primeros días de vida[3], y se hacen más pronunciadas con el
transcurso del tiempo. Por supuesto que tenemos que considerar plenamente cada detalle
de la forma en que la madre alimenta y trata al bebé. Se observa que una actitud
inicialmente promisoria hacia la comida puede ser desbaratada por condiciones adversas
de la lactancia; mientras que a veces dificultades en la lactancia pueden ser mitigadas
por el amor y la paciencia de la madre[4]. Algunos niños que, aunque buenos lactantes,
no son marcadamente voraces, muestran indudables signos de amor y de progresivo
interés por la madre en una etapa muy temprana, actitud que contiene algunos de
los elementos esenciales de una relación objetal. He visto bebés que a las tres
semanas interrumpían la mamada brevemente para jugar con el pecho de la madre o
mirar su rostro. He observado también bebés muy pequeños, incluso en el segundo
mes, descansar despiertos después de mamar, en la falda de la madre, mirarla, escuchar
su voz y responderle con su expresión facial; era como una conversación amorosa
entre la madre y el bebé. Esta conducta implica que la gratificación está tan relacionada
con el objeto que da la comida como con la comida misma. Signos marcados de relación
objetal en época temprana, con placer por la comida, son según creo buenos augurios
para las futuras relaciones con los demás y para el desarrollo emocional en general.
Podríamos concluir que en estos niños la ansiedad no es excesiva, en comparación
con la fortaleza del yo, esto es, que el yo está en alguna medida capacitado para
soportar la frustración y la ansiedad, y para manejarlas. Al mismo tiempo, estamos
obligados a suponer que la capacidad de amor innata que se muestra en una relación
objetal temprana sólo puede desarrollarse libremente porque la ansiedad no es excesiva.
Es interesante considerar desde este punto de vista la conducta de algunos bebés
en sus primeros días de vida, tal como fue descrita por Middlemore con la denominación
de "lactantes soñolientos satisfechos''[5]. Ella explica en los siguientes términos
la conducta de estos bebés: "Como su reflejo de succión no fue inmediatamente provocado,
eran libres de acercarse al pecho en diversas formas". Estos bebés se alimentaban
bien al cuarto día y eran muy suaves en su acercamiento al pecho... "parecía que
les gustaba chupar y agarrar con la boca el pezón, tanto como les gustaba mamar.
Un resultado interesante de la precoz distribución del sentimiento placentero era
el hábito de jugar. Un niño soñoliento empezaba cada mamada prefiriendo jugar con
el pezón antes que mamar. Durante la tercera semana, la madre se las ingenió para
aplazar el juego acostumbrado hasta el final de la mamada, y esto continuó durante
diez meses de lactancia, para deleite de madre e hijo" (Loc. cit.). Como los "lactantes
soñolientos satisfechos" se convirtieron en buenos lactantes y continuaron jugando
durante la mamada, yo supondría que en ellos la relación con el primer objeto (el
pecho) fue desde el principio tan importante como la gratificación extraída de la
succión y de la comida. Uno podría ir aun más lejos. Puede deberse a factores somáticos
el hecho de que en algunos bebés el reflejo de succión no sea inmediatamente estimulado,
pero hay buenas razones para creer que también están involucrados procesos mentales.
Yo sugeriría que el acercamiento suave al pecho, precediendo al placer de la succión,
puede también en cierta medida ser consecuencia de la ansiedad.
Me he referido en el capítulo anterior a mi hipótesis de que las dificultades en
la lactancia que aparecen al principio de la vida pueden estar vinculadas a la ansiedad
persecutoria. Los impulsos agresivos del bebé hacía el pecho tienden a convertirlo
en su mente en el objeto devorador o semejante a un vampiro, y esta ansiedad podría
inhibir la voracidad y en consecuencia el deseo de succionar. Entonces, yo sugeriría
que el "lactante soñoliento satisfecho" puede manejar esta ansiedad refrenando el
deseo de succionar hasta que haya establecido una relación libidinal segura con
el pecho, chupándolo y tomándolo con la boca. Esto implicaría que desde el comienzo
de la vida postnatal algunos bebés tratan de contrarrestar la ansiedad persecutoria
por el pecho "malo" estableciendo una relación "buena" con el pecho. Los bebés que
en un estadío tan temprano son ya capaces de volverse en forma llamativa hacia el
objeto parecen tener, como he sugerido más arriba, una fuerte capacidad de amar.
Consideremos desde este punto de vista otro grupo que describe Middlemore. Ella
observó que cuatro de siete "lactantes satisfechos activos" mordían el pezón, y
que estos bebés "no mordían el pezón para tratar de asirlo mejor; los dos bebés
que mordían con más frecuencia tenían fácil acceso al pecho''. Además, "los bebés
activos que muerden el pezón a menudo disfrutan algo al morder; su morder era deliberado
y muy distinto del mascar y roer de los bebés insatisfechos..."[6]. Esta temprana
expresión de placer al morder podrían llevarnos a concluir que en estos niños los
impulsos destructivos no estaban refrenados y por consiguiente no quedaban impedidas
la voracidad y el deseo libidinal de succionar. Sin embargo. incluso estos bebés
no eran tan desenfrenados como podría parecer, porque tres de siete "rechazaron
algunas de sus primeras mamadas con luchas y chillidos. A veces gritaban ante el
más suave manipuleo y contacto con el pezón, en tanto que al mismo tiempo aparecía
la evacuación; pero a veces a la mamada siguiente estaban succionando con dedicación''[7].
Esto, creo, indica que la voracidad puede ser reforzada por la ansiedad, en contraste
con los ''lactantes soñolientos satisfechos'', en los que la ansiedad hace que se
refrene la voracidad.
Middlemore mencionó que de los siete bebés ''soñolientos satisfechos'' que observó,
seis eran manipulados muy suavemente por sus madres, mientras que algunos "lactantes
insatisfechos" provocaban la ansiedad de la madre y ella se impacientaba. Tal actitud
aumenta necesariamente la ansiedad del niño y se establece entonces un circulo vicioso.
En lo que respecta a los "lactantes soñolientos satisfechos'', si, como he sugerido,
la relación con el primer objeto es utilizada como método fundamental para contrarrestar
la ansiedad, cualquier perturbación en la relación con la madre está destinada a
provocar ansiedad y puede llevar a graves dificultades en la incorporación del alimento.
La actitud de la madre parece importar menos en el caso de los "lactantes satisfechos
activos'', pero esto puede ser engañoso. Tal como yo lo veo, en estos bebés el peligro
no yace tanto en la perturbación de la alimentación (aunque incluso en niños muy
voraces aparecen inhibiciones en la alimentación) como en el menoscabo de la relación
objetal.
La conclusión es que es de la mayor importancia el trato paciente y comprensivo
de la madre desde los primeros días en adelante. Esto se ve con mayor claridad gracias
al incremento de nuestros conocimientos sobre la vida emocional temprana. Como he
señalado: "El hecho de que una buena relación con la madre y con el mundo exterior
ayuda al bebé a superar sus primeras ansiedades paranoides, arroja nueva luz sobre
la importancia de las primeras experiencias. Desde sus comienzos, el análisis ha
acentuado siempre la importancia de las primeras experiencias del niño, pero me
parece que sólo desde que sabemos más sobre la naturaleza y contenido de sus primeras
ansiedades y el interjuego constante entre sus experiencias reales y su vida de
fantasía, podemos comprender plenamente por qué el factor externo es tan importante"[8].
A cada paso pueden reducirse o aumentarse las ansiedades persecutoria y depresiva,
por la actitud de la madre; y el grado en que en el inconsciente del niño prevalecerán
figuras protectoras o persecutorias, está fuertemente influido por sus experiencias
reales, principalmente con su madre, aunque pronto también con el padre y con otros
miembros de la familia.
III
El estrecho vínculo entre el bebé y la madre se centra en la relación con el pecho.
Aunque desde los primeros días en adelante el bebé reacciona también a otros aspectos
de la madre -su voz su rostro, sus manos-, las experiencias fundamentales de felicidad
y amor, de frustración y odio, están inextricablemente ligadas al pecho de la madre.
Este vínculo temprano con ella que se fortifica a medida que el pecho se instala
firmemente en el mundo interno, influye básicamente en todas las otras relaciones,
en primer lugar con el padre; subyace a la capacidad de formar cualquier apego profundo
y fuerte hacia una persona.
En los bebés alimentados con mamadera, la mamadera puede tomar el lugar del pecho
si es administrada en una situación que se aproxima a la alimentación por el pecho,
esto es, si hay un contacto físico estrecho con la madre y el bebé es tratado y
alimentado en forma cariñosa. En esas condiciones el bebé puede ser capaz de establecer
dentro de si un objeto que siente como la fuente primordial de lo bueno. En este
sentido incorpora a sí el pecho bueno, proceso que subyace a una relación segura
con la madre. Parecería, sin embargo, que la introyección del pecho bueno (y la
madre buena) difiere en alguna forma entre los niños alimentados al pecho y los
que no lo son. Está más allá del marco del presente capitulo elaborar estas diferencias
y su efecto en la vida mental (Véase la nota Nº 1).
En mi descripción de relaciones objetales muy tempranas me he referido a niños que
son buenos lactantes pero que no muestran excesiva voracidad. Algunos bebés muy
voraces dan también signos tempranos de un progresivo interés por las personas en
el que sin embargo, puede detectarse una similitud con su actitud voraz hacia la
comida. Por ejemplo, la necesidad imperiosa de la presencia de personas a menudo
parece relacionarse menos con la persona que con la atención deseada. Estos niños
apenas pueden soportar que se los deje solos y parecen necesitar constantemente
gratificación por medio de comida o atención. Esto indicaría que la ansiedad refuerza
la voracidad y que hay una falla tanto para establecer firmemente el objeto bueno
en el mundo interno como para construir la confianza en la madre como objeto externo
bueno. Esta falla puede anunciar futuras dificultades, por ejemplo, una voraz y
ansiosa necesidad de compañía, que va a menudo asociada al temor de estar solo,
y puede resultar en relaciones objetales inestables y transitorias que pueden describirse
como ''promiscuas''.
IV
Veamos ahora los malos lactantes. Una incorporación muy lenta de la comida implica
a menudo falta de goce, o sea, de gratificación libidinal; esto, si se enlaza a
un interés temprano y llamativo por la madre y otras personas, sugiere que las relaciones
objetales son usadas en parte para escapar a la ansiedad persecutoria relativa a
la comida. Aunque estos niños puedan desarrollar buenas relaciones con la gente,
la ansiedad excesiva que se manifiesta en esta actitud hacia la comida permanece
como un peligro para la estabilidad emocional. Una de las diversas dificultades
que pueden surgir posteriormente es la inhibición de la incorporación de alimento
sublimado, esto es, una perturbación en el desarrollo intelectual.
Un marcado rechazo de la comida (en comparación con mamar lentamente) es evidentemente
un índice de grave perturbación, aunque en ciertos niños esta dificultad disminuye
cuando se introducen comidas nuevas, por ejemplo, mamadera en vez de pecho, o comida
sólida en vez de líquida.
La falta de placer en la comida o el completo rechazo de ella, si se combinan con
una deficiencia en el desarrollo de relaciones objetales, indican que los mecanismos
paranoides y esquizoides -que están en su punto culminante durante los primeros
tres o cuatro meses de vida- son excesivos y el yo no los maneja adecuadamente.
Esto a su vez sugiere que prevalecen los impulsos destructivos y la ansiedad persecutoria,
que las defensas del yo son inadecuadas y la ansiedad no se atempera lo suficiente.
Otro tipo de relación objetal deficiente es típico de algunos niños supervoraces.
En ellos la comida se convierte en la fuente casi exclusiva de gratificación, y
se desarrolla poco interés por la gente. Yo concluiría que tampoco ellos elaboran
exitosamente la posición esquizo-paranoide.
V
La actitud de los bebés hacia la frustración es muy significativa. Algunos bebés
-incluso entre los que se alimentan bien- pueden rechazar la comida cuando demoran
en dársela, o presentar otros signos de perturbación en la relación con la madre.
Los bebés que muestran tanto placer por la comida como amor por la madre toleran
más fácilmente la frustración en la comida, la perturbación consiguiente en la relación
con la madre es menos severa y sus efectos no duran tanto. Esto es índice de que
la confianza y el amor por la madre están relativamente bien establecidos.
Estas actitudes fundamentales influyen también en la forma en que la alimentación
con mamadera (complementando la del pecho o como sustituto de ésta) es aceptada
incluso por bebés muy pequeños. Algunos bebés sienten una fuerte sensación de perjuicio
cuando se introduce la mamadera; la sienten como pérdida del objeto bueno primario
y como privación impuesta por la madre "mala". Estos sentimientos no se manifiestan
necesariamente como rechazo de la nueva comida; pero la ansiedad persecutoria y
la desconfianza provocadas por esta experiencia pueden perturbar la relación con
la madre y aumentar en consecuencia las ansiedades fóbicas, tales como el temor
a los extraños (en este estadío temprano la comida nueva es en cierto sentido un
extraño), o pueden aparecer posteriormente dificultades en la comida, o perturbarse
la aceptación de comida en forma sublimada, por ejemplo, conocimientos.
Otros bebés aceptan la comida nueva con menos resentimiento. Esto implica una mayor
tolerancia real a la privación, que es distinta del aparente sometimiento a ella
y que deriva de una relación relativamente segura con la madre, permitiendo al bebé
volverse hacia una nueva comida (y objeto) al tiempo que conserva el amor por la
madre.
El caso siguiente ilustra la forma en que un bebé llegó a aceptar la mamadera como
complemento de la alimentación por el pecho. La bebita A era una buena lactante
(pero no excesivamente voraz) y pronto dio los indicios de una relación objetal
en desarrollo que he descrito más arriba. Estas buenas relaciones con la comida
y con la madre se revelaban en la forma pausada con que tomaba la comida, unida
al goce evidente de ella; en sus ocasionales interrupciones de la mamada, cuando
sólo tenía pocas semanas, para mirar hacia el rostro o pecho de la madre; después,
incluso al mirar amigablemente a la familia mientras mamaba. A la sexta semana,
tuvo que ser introducida una mamadera después de la mamada de la tarde, porque la
leche del pecho era insuficiente. A tomó la mamadera sin dificultad. Pero, a la
décima semana mostró dos días signos de disgusto mientras tomaba la mamadera, aunque
la tomó toda. A la tercera tarde la rechazó por completo. Parecía que no había perturbación
física ni mental en ese momento, el sueño y el apetito eran normales. La madre,
no queriendo forzarla, la puso en la cuna después de la mamada al pecho, pensando
que podría dormirse. La niñita lloró de hambre, entonces la madre, sin alzarla,
le dio la mamadera, que ahora vació ávidamente. Lo mismo pasó en las tardes siguientes:
cuando estaba en la falda de la madre, la bebita rechazaba la mamadera, pero la
tomaba de inmediato cuando se la ponía en la cuna. Después de unos días aceptó la
mamadera cuando todavía estaba en brazos de la madre y la succionó esta vez muy
bien dispuesta; no hubo más dificultades cuando se introdujeron otras mamaderas.
Yo supongo que la ansiedad depresiva se había incrementado y había llevado, en este
punto, al rechazo por el bebé de la mamadera dada inmediatamente después del pecho.
Esto sugería la aparición relativamente temprana de la ansiedad depresiva[9] que,
sin embargo, está de acuerdo con el hecho de que en esta bebita la relación con
la madre se desarrolló muy temprano y en forma llamativa: los cambios en esta relación
habían sido bastante notorios durante las pocas semanas anteriores al rechazo de
la mamadera. Yo concluiría que a causa del incremento de ansiedad depresiva, la
cercanía del pecho de la madre y su olor aumentaban tanto el deseo de la bebita
de ser alimentada por él como la frustración porque el pecho estaba vacío. Cuando
yacía en su cuna, A aceptaba la mamadera porque, como yo sugeriría, en esta situación
la nueva comida se mantenía aparte del anhelado pecho, que, en ese momento, se había
convertido en el pecho frustrante y dañado. De esta forma puede haber encontrado
más fácil mantener con la madre una relación no perturbada por el odio que provocó
la frustración, es decir, mantener intacta a la madre buena (el pecho bueno).
Todavía tenemos que explicar por que luego de unos días la bebita aceptó la mamadera
en la falda de la madre y después no tuvo mas dificultades con las mamaderas. Creo
que durante estos días había logrado manejar lo bastante su ansiedad como para aceptar
con menos resentimiento el objeto sustitutivo junto con el primario; esto implicaría
un progreso temprano hacia la distinción entre la comida y la madre, distinción
que por lo general resulta de importancia fundamental para el desarrollo.
Citaré ahora un caso en que la perturbación en la relación con la madre surgió sin
estar inmediatamente conectada con la frustración por la comida. Una madre me dijo
que cuando su bebita B tenía cinco meses se la había dejado llorar más de lo habitual.
Cuando por fin la madre se acercó para alzarla, la encontró en estado "histérico'',
la niñita aparecía aterrorizada, estaba evidentemente asustada de la madre y no
parecía reconocerla. Sólo después de cierto tiempo restableció completamente el
contacto con la madre. Es significativo que esto ocurriera durante el día, cuando
la niñita estaba despierta. y no mucho después de la comida. Esta nena generalmente
dormía bien, pero de vez en cuando se despertaba llorando sin motivo aparente. Hay
buenas razones para suponer que la misma ansiedad que subyacía al llanto diurno
era también la causa de la perturbación del sueño. Yo sugeriría que como la madre
no vino cuando se la anhelaba, se convirtió en la mente de la niñita en la madre
mala (persecutoria) y que por esta razón no parecía reconocerla y le tenía miedo.
El caso siguiente es también significativo. A una bebita, C, de doce semanas, se
la dejó dormida en el jardín. Se despertó y lloró reclamando a la madre, pero su
llanto no fue oído porque soplaba un fuerte viento. Cuando la madre fue por fin
a alzarla era evidente que la bebita había estado llorando durante largo rato, su
rostro estaba bañado en lágrimas, y su lloriqueo habitual se había convertido en
chillidos incontrolados. Fue llevada adentro, todavía llorando, y los intentos de
la madre para calmarla resultaron infructuosos. Por fin, aunque faltaba aproximadamente
una hora para su próxima mamada, la madre recurrió a ofrecerle el pecho, remedio
que nunca había fallado en ocasiones anteriores, cuando la niñita estaba molesta
(aunque nunca había llorado antes en forma tan persistente y violenta). La bebita
se prendió al pecho s comenzó a chupar vigorosamente, pero después de unas pocas
chupadas rechazo el pecho y reanudó el llanto. Esto siguió hasta que se puso los
dedos en la boca, y empezó a chuparlos. A menudo se chupaba los dedos y en muchas
ocasiones se los ponía en la boca cuando se le ofrecía el pecho. Por regla general,
la madre sólo tenía que sacarle suavemente los dedos y sustituirlos por el pezón,
y la nenita empezaba a mamar. Pero esta vez rechazó el pecho y gritó otra vez fuertemente.
Pasaron unos momentos antes de que volviera a chuparse los dedos. La madre la dejó
chupárselos durante algunos minutos acunándola y calmándola al mismo tiempo, hasta
que la nena estuvo lo bastante tranquila como para tomar el pecho, y succionó hasta
que se durmió. Parecería que para esta nenita, por las mismas razones que en el
caso anterior, la madre (y su pecho), se había convertido en mala y persecutoria,
y por eso no podía aceptar el pecho. Luego del intento de mamar, encontró que no
podía restablecer la relación con el pecho bueno. Recurrió a chuparse los dedos,
es decir, a un placer autoerótico (Freud). Sin embargo, yo agregaría que en este
caso el retiro narcisista fue provocada por la perturbación en la relación con la
madre y que la nenita se negó a abandonar la succión de los dedos porque los dedos
eran mas dignos de confianza que el pecho. Al chuparlos restablecía la relación
con el pecho interno y recobraba así bastante seguridad como para renovar la buena
relación con el pecho y la madre externos[10].
Estos dos casos también agregan algo, según creo, a nuestra comprensión de las fobias
tempranas, por ejemplo, el miedo provocado por la ausencia de la madre (Freud)[11].
Yo sugeriría que las fobias que surgen durante los primeros meses de vida son provocadas
por la ansiedad persecutoria que perturba la relación con la madre internalizada
y con la madre externa[12]. La división entre madre buena y mala y la intensa ansiedad
fóbica relacionada con la madre mala quedan ilustradas en el caso siguiente.
Un varoncito, D, de diez meses, miraba a la calle con gran interés mientras su abuela
lo sostenía ante la ventana. Cuando miró a su alrededor, vio de repente muy cerca
de él el rostro desconocido de una visita, una mujer mayor, que recién había llegado
y estaba parada al lado de la abuela. Tuvo un ataque de ansiedad que sólo cedió
cuando la abuela lo sacó de la habitación. Mi conclusión es que en ese momento el
bebé sintió que la abuela "buena" había desaparecido y que la extraña representaba
a la abuela "mala" (división basada en la escisión de la madre en un objeto bueno
y uno malo). Más tarde volveré a este caso. Esta explicación de las ansiedades tempranas
arroja también nueva luz sobre la fobia a los extraños (Freud). A mi entender, el
aspecto persecutorio de la madre (o el padre), que deriva en gran parte de los impulsos
destructivos hacia ellos, se transfiere a los extraños.
VI
Las perturbaciones del tipo que he descrito en la relación del bebé con la madre
pueden observarse ya durante los tres o cuatro primeros meses de vida. Si estas
perturbaciones son muy frecuentes y duran mucho pueden tomarse como indicación de
que la posición esquizo-paranoide no es eficazmente manejada.
Una falta persistente de interés por la madre incluso en este estadío temprano,
a la que poco después se agrega indiferencia hacia la gente en general y hacía los
juguetes, sugiere una perturbación más grave del mismo orden. Esta actitud puede
observarse también en bebés que no son malos lactantes. Para el observador superficial
estos niños, que no lloran mucho, pueden parecer satisfechos y "buenos". Del análisis
de adultos y niños, cuyas graves dificultades pueden rastrearse hasta cuando eran
bebés, deduje que muchos de esos bebés están en realidad mentalmente enfermos y
aislados del mundo externo debido a intensa ansiedad persecutoria y uso excesivo
de mecanismos esquizoides. En consecuencia la ansiedad depresiva no puede ser exitosamente
superada; se inhibe la capacidad de amor y de relaciones objetales, tanto como la
vida de fantasía; se perturba el proceso de formación simbólica, provocando la inhibición
del interés y de las sublimaciones.
Esta actitud, que podría describirse como apática, es diferente de la conducta de
un bebé realmente contento, que a veces reclama atención, llora cuando se siente
frustrado, da diversos signos de interés por la gente y de sentir placer en su compañía,
y que sin embargo otras veces está bastante feliz solo. Esto indica una sensación
de seguridad en sus objetos internos y externos; puede soportar la ausencia temprana
de la madre sin ansiedad porque la madre buena está relativamente segura en su mente.
VII
En otros capítulos he descrito la posición depresiva desde varios ángulos. Consideremos
aquí el efecto de la ansiedad depresiva ante todo en conexión con las fobias: hasta
ahora las he relacionado sólo con la ansiedad persecutoria y he ilustrado este punto
de vista con algunos casos. Así he supuesto que la bebita, B, de cinco meses, estaba
asustada de su madre, la que en su mente había cambiado de madre buena a mala, y
que esta ansiedad persecutoria también perturbaba su sueño. Quisiera ahora sugerir
que la perturbación en la relación con la madre también era causada por la ansiedad
depresiva. Cuando la madre no volvía apareció en primer plano la ansiedad por si
la madre buena estaba perdida porque la voracidad y los impulsos agresivos la habían
destruido; esta ansiedad depresiva estaba ligada al temor persecutorio de que la
madre buena se hubiera convertido en mala.
En el caso siguiente la ansiedad depresiva fue provocada también porque la bebita
extrañaba a la madre. Desde los seis o siete meses C estaba acostumbrada a jugar
en la falda de su madre durante la hora que precedía a su mamadera de la tarde.
Un día, cuando la bebita tenía cinco meses y una semana, la madre tuvo visitas y
estaba demasiado ocupada como para jugar con la bebita quien, sin embargo, recibió
mucha atención por parte de la familia y de los visitantes. La madre le dio la mamadera
de la tarde, la acostó como habitualmente y la bebita pronto se durmió. Dos horas
después se despertó y lloró persistentemente; rechazó la leche (que en este estadío
ya se le daba ocasionalmente con cuchara, como complemento, y que ella generalmente
aceptaba) y siguió llorando. La madre renunció al intento de alimentarla y la bebita
se instaló contenta en su falda durante una hora, jugando con los dedos de la madre,
se le dio luego su mamadera de la noche a la hora habitual y se durmió rápidamente.
Esta perturbación era muy desusada; pudo haberse despertado en otras ocasiones después
de la mamadera de la tarde, pero sólo una vez cuando había estado enferma (alrededor
de dos meses antes) se había despertado y llorado. Excepto por la omisión del juego
con la madre no había habido ninguna alteración de la rutina normal que pudiera
explicar que la nenita se despertara y llorara. No había signos de hambre de malestar
físico. había estado contenta durante todo el día y durmió bien en la noche siguiente
al incidente.
Yo quisiera sugerir que el haberse perdido el rato de juego con la madre, la había
hecho llorar. C tenía una relación personal muy intensa con la madre y siempre había
disfrutado plenamente esa hora en especial. Mientras que en otros períodos de vigilia
estaba muy contenta cuando se la dejaba sola, en ese momento del día se ponía inquieta
y evidentemente esperaba que su madre jugara con ella hasta la mamadera de la tarde.
Si por perderse esta gratificación tuvo esa perturbación del sueño, nos vemos conducidos
a otras conclusiones. Debiéramos suponer que la bebita tenía el recuerdo de la experiencia
de este placer particular en este momento particular del día; que el momento de
juego era para ella no sólo una fuerte satisfacción de deseos libidinales sino también
una prueba de la relación amorosa con la madre -en última instancia de la posesión
segura de la madre buena- y que esto le daba una sensación de seguridad, antes de
dormirse, ligada al recuerdo del momento de juego. Su sueño fue perturbado no sólo
porque extrañaba esta gratificación libidinal, sino también porque esta frustración
le provocaba ambas formas de ansiedad: la ansiedad depresiva de haber perdido a
su madre buena por sus impulsos agresivos, con los consiguientes sentimientos de
culpa[13]; también la ansiedad persecutoria de que la madre se hubiera vuelto mala
y persecutoria. Mi conclusión general es que, desde los tres o cuatro meses en adelante,
ambas formas de ansiedad subyacen a las fobias.
La posición depresiva está ligada a algunos de los cambios importantes que pueden
observarse en los bebés hacia la mitad del primer año (aunque comienzan algo más
temprano y se desarrollan gradualmente). En este estadío las ansiedades persecutorias
y depresivas se expresan en formas diversas, por ejemplo mayor irritabilidad, mayor
necesidad de atención, o temporario alejamiento de la madre, súbitas rabietas, y
mayor temor a los extraños; también los niños que normalmente duermen bien a veces
sollozan en sueños, o de repente despiertan llorando con signos claros de miedo
o tristeza. En este estadío cambia considerablemente la expresión facial; la mayor
capacidad de percepción, el mayor interés por la gente y las cosas y la respuesta
rápida a los contactos con las personas, se reflejan en el aspecto del niño. Por
otra parte, hay signos de tristeza y sufrimiento que, aunque transitorios, contribuyen
a que el rostro exprese más las emociones, que son a la vez de naturaleza más profunda
y de mayor variedad.
VIII
La posición depresiva se hace culminante en la época del destete. Si bien, como
se describió en párrafos anteriores, el progreso en la integración y los correspondientes
procesos sintéticos en relación con el objeto originan sentimientos depresivos,
estos sentimientos se intensifican más aun con la experiencia del destete[14]. En
este estadío el bebé ya ha pasado por experiencias anteriores de pérdida, por ejemplo,
cuando el pecho (o mamadera) intensamente deseado no reaparece inmediatamente y
el bebé siente que nunca volverá. Sin embargo, la pérdida del pecho (o mamadera)
que ocurre en el destete, es de otro orden. Se siente que esta pérdida del primer
objeto amado confirma todas las ansiedades del bebé de naturaleza persecutoria y
depresiva. (Véase la Nota N0 2.)
El caso siguiente servirá como ilustración. El bebé E, destetado a los nueve meses,
no mostraba perturbaciones especiales en su actitud hacia la comida. Por ese entonces
ya había aceptado otras comidas y progresado en ellas. Pero demostraba mayor necesidad
de la presencia de la madre y, en general, de atención y compañía. Una semana después
de la última mamada sollozó en sueños, se despertó con signos de ansiedad y aflicción
y no se podía tranquilizarlo. La madre recurrió a dejarlo succionar el pecho una
vez más. Succionó de ambos pechos más o menos el tiempo habitual, y aunque había
evidentemente poca leche pareció completamente satisfecho, se durmió contento y
los síntomas antes descritos disminuyeron mucho a partir de esta experiencia. Esto
es para mostrar que la ansiedad depresiva relacionada con la pérdida del objeto
bueno, el pecho, había sido aliviada por el hecho de que el pecho reapareciera.
En la época del destete algunos bebés muestran menos apetito, otros voracidad aumentada,
en tanto que otros aun oscilan entre estas dos reacciones. Estos cambios aparecen
en cada paso del destete. Hay bebés que disfrutan mucho más de la mamadera que del
pecho, incluso aunque algunos de ellos hayan tenido una lactancia satisfactoria;
en otros mejora mucho el apetito cuando se introduce la comida sólida, y hay también
bebés que en este punto desarrollan dificultades de alimentación que persisten en
una u otra forma a través de los primeros años de la infancia[15]. Muchos bebés
encuentran aceptables sólo ciertos gustos, ciertas consistencias de comidas sólidas
y repudian otros. Cuando analizamos niños, aprendemos mucho sobre las causas de
tales ''manías'' y llegamos a reconocer como su fuente más profunda las primeras
ansiedades en relación con la madre. Ilustraré esta conclusión con un ejemplo de
la conducta de la bebita F, de cinco meses, que había sido alimentada a pecho pero
que también había tenido mamadera desde el principio. Rechazaba con violencia la
comida sólida, como verduras, cuando se las daba la mamá, y las aceptaba muy tranquila
cuando su padre le daba de comer. Luego de dos semanas aceptaba las nuevas comidas
de la madre. Según un informe confiable, la niña, que ahora tiene seis años, tiene
buena relación con ambos padres y con su hermano, pero muestra consecuentemente
poco apetito.
Esto nos recuerda a la bebita A y la forma en que aceptaba las mamaderas complementarias.
También con la bebita F pasó algún tiempo antes de que pudiera adaptarse lo suficiente
a la nueva comida como para tomarla cuando se la daba la madre.
A lo largo de este capítulo he intentado mostrar que la actitud hacía la comida
está ligada fundamentalmente a la relación con la madre e implica la vida emocional
entera del bebé. La experiencia del destete hace surgir las emociones y ansiedades
más profundas del bebé, y el yo más integrado desarrolla fuertes defensas contra
ellas; tanto las ansiedades como las defensas intervienen en la actitud del infante
hacia la comida. Aquí debo limitarme a unas pocas generalizaciones sobre los cambios
en las actitudes hacia la comida que aparecen en la época del destete. En la raíz
de muchas dificultades con la comida nueva está el temor persecutorio de ser devorado
y envenenado por el pecho malo de la madre, temor que proviene de las fantasías
del bebé de devorar y envenenar el pecho[16]. En un estadío algo posterior, a la
ansiedad persecutoria se agrega (en grados variables) la ansiedad depresiva de que
la voracidad y los impulsos agresivos destruyan el objeto amado. Durante y después
del proceso de ser destetado esta ansiedad puede tener el efecto de aumentar o inhibir
el deseo de comida nueva[17]. Como hemos visto antes, la ansiedad puede tener diversos
efectos sobre la voracidad: puede reforzarla o puede conducir a fuertes inhibiciones
de la voracidad y del placer de tomar alimentos. Un aumento del apetito en la época
del destete sugeriría en algunos casos que durante la lactancia el aspecto malo
(persecutorio) del pecho había predominado sobre el bueno; además, la ansiedad depresiva
por el peligro que teme que corra el pecho amado contribuiría a la inhibición del
deseo de comida (es decir, que tanto la ansiedad persecutoria como la depresiva
actúan en proporciones variables). Por consiguiente la mamadera, que en cierta medida
proviene para la mente del bebé del primer objeto, el pecho -a la vez que lo simboliza-
puede ser tomada con menos ansiedad y más placer que el pecho de la madre. Sin embargo,
algunos bebés no logran la sustitución simbólica del pecho por la mamadera, y sí
llegan a gozar de sus comidas es cuando se les da comida sólida.
Una disminución del apetito con la primera interrupción del pecho o mamadera es
un suceso frecuente e indica claramente ansiedad depresiva relacionada con la pérdida
del primer objeto amado. Pero yo creo que la ansiedad persecutoria contribuye siempre
al disgusto ante la nueva comida. El aspecto malo (devorador y venenoso) del pecho,
que durante la lactancia estaba contrarrestado por la relación con el pecho bueno,
se refuerza por la privación del destete, y se transfiere a la comida nueva.
Como he indicado más arriba, durante el proceso de destete tanto las ansiedades
persecutorias como las depresivas afectan intensamente la relación con la madre
y con la comida. Sin embargo, es la intrincada interacción de una variedad de factores
(internos y externos) lo que en este estadío determina el resultado; me refiero
no sólo a las variaciones individuales en la actitud hacía los objetos y la comida,
sino ante todo al éxito o fracaso en la elaboración y, en cierto grado, la superación
de la posición depresiva. Mucho depende de en qué medida, en el estadío más temprano,
el pecho ha sido firmemente establecido dentro, y por ende en qué medida puede mantenerse
el amor a la madre a pesar de las privaciones -todo lo cual depende en parte de
la relación entre madre e hijo-. Como he sugerido, hasta los bebés muy pequeños
pueden aceptar una comida nueva (la mamadera) con relativamente poca molestia (caso
A). Esta mejor adaptación interna a la frustración, que se desarrolla a partir de
los primeros días de vida, está ligada a los progresos en la diferenciación entre
madre y comida. Estas actitudes fundamentales determinan en gran parte, especialmente
durante el proceso de destete, la capacidad del bebé para aceptar, en el completo
sentido de la palabra, sustitutos del objeto primario. Nuevamente aquí la conducta
y sentimientos de la madre para con el niño son de la mayor importancia; su atención
afectuosa y el tiempo que le dedica lo ayudan en sus sentimientos depresivos. La
buena relación con la madre puede en cierta medida contrarrestar la pérdida del
primer objeto amado, el pecho, e influir así favorablemente en la elaboración de
la posición depresiva.
La ansiedad por la pérdida del objeto bueno, culminante en la época del destete,
es también provocada por otras experiencias, como incomodidad física, enfermedades,
y especialmente por la dentición. Estas experiencias están destinadas a reforzar
en el bebé las ansiedades persecutorias y depresivas. En otras palabras, el factor
físico nunca puede explicar por si solo la perturbación emocional que las enfermedades
o la dentición provocan en este estadío.
IX
Entre los desarrollos importantes, encontramos hacia la mitad del primer año la
ampliación de la gama de relaciones objetales, y especialmente la creciente importancia
que el padre cobra para el niño. He mostrado en otras oportunidades que los sentimientos
depresivos y el temor a perder a la madre, además de otros factores del desarrollo,
impulsan al bebé a volverse hacia el padre. Los estadíos tempranos del complejo
de Edipo y la posición depresiva están estrechamente vinculados y se desarrollan
simultáneamente. Mencionare un solo caso, la bebita B, a quien ya me he referido.
Desde los cuatro meses en adelante, la relación con su hermano, varios años mayor
que ella, jugó un papel prominente y notable en su vida; difería de su relación
con la madre, como podía verse fácilmente, de varias maneras. Admiraba todo lo que
su hermano hiciera o dijera, y le coqueteaba con persistencia. Usaba todos sus recursos
para conquistarlo, para lograr su atención, y manifestaba una actitud francamente
femenina hacia él. En esa época el padre estaba ausente excepto por breves períodos,
y recién a los diez meses lo vio más a menudo; desde entonces desarrolló una relación
muy estrecha y afectuosa con él, que en algunos rasgos esenciales se asemejaba a
su relación con el hermano. Al principio de su segundo año a menudo llamaba a su
hermano "Papito"; para entonces su padre se había convertido en su preferido. Su
deleite al verlo, su embeleso cuando oía sus pasos o su voz, la forma en que lo
mencionaba una y otra vez cuando estaba ausente, y muchas otras expresiones de sus
sentimientos hacia él sólo pueden ser descritas como enamoramiento. La madre reconocía
claramente que en ese estadío la nenita en cierto modo quería más al padre que a
ella. Aquí tenemos un ejemplo de la situación edípica temprana que, en este caso,
fue experimentada primero con el hermano y transferida luego al padre.
X
La posición depresiva, como he postulado en varias oportunidades, es una parte importante
del desarrollo emocional normal, pero la forma en que el niño maneja estas emociones
y ansiedades, y las defensas que utiliza, son índice de que el desarrollo prosigue
o no satisfactoriamente. (Véase la Nota N0 3.)
El temor de perder a la madre hace que sea doloroso separarse de ella, incluso por
breves períodos, y diversas formas de juego son tanto expresión de esta ansiedad
como medio de superarla. La observación de Freud del varoncito de dieciocho meses
con su carretel, apuntaba en esta dirección[18]. Tal como yo lo veo, por medio de
este juego el niño estaba superando no sólo sus sentimientos de pérdida, sino también
su ansiedad depresiva[19]. Hay varias formas típicas de juegos similares al juego
del carretel. Susan Isaacs (1952) mencionó algunos ejemplos, y yo agregaré ahora
algunas observaciones de esta naturaleza. Los niños, a veces incluso antes de la
segunda mitad del primer año, gozan en tirar cosas fuera de la cuna una y otra vez
y esperan que retornen. Observé un desarrollo mayor de este juego en G, un bebé
de diez meses, que hacía poco tiempo había empezado a gatear. Nunca se cansaba de
arrojar un juguete lejos de si y luego gatear hacía él y agarrarlo. Me dijeron que
ese juego había comenzado alrededor de dos meses antes, cuando hizo sus primeros
intentos de avanzar. El bebito E, entre los seis y siete meses, notó una vez mientras
vacía en su cuna que cuando levantaba las piernas, un juguete, que había arrojado
a un costado, rodaba hacia él, y convirtió esto en un juego.
Ya en el quinto o sexto mes muchos bebés reaccionan con placer cuando uno se esconde
y aparece sorpresivamente (véase la Nota Nº 4); y yo he visto a bebés incluso de
siete meses jugar activamente a esto, tirar de la manta hasta ponerla por encima
de la cabeza y sacarla después. La madre del bebé E hizo de este juego un hábito
a la hora de acostarlo, permitiendo así que el niño se durmiera de buen humor. Parece
que la repetición de estas experiencias es un factor importante para ayudar al niño
a que supere sus sentimientos de pérdida y aflicción. Otro juego típico que encuentro
de gran ayuda y confort para los niños pequeños es separarse del niño a la hora
de dormir diciéndole "adiós, adiós", saludándolo con la mano, y dejar lentamente
la habitación, como desapareciendo gradualmente. El uso de "adiós, adiós" y la mano,
y luego decir "vuelvo después" o "vuelvo pronto", o palabras semejantes cuando la
madre deja la habitación, resulta generalmente de gran ayuda y consuelo. Sé de algunos
bebés entre cuyas primeras palabras estaban "vuelvo" o "después".
Volvamos a la bebita B, para quien "adiós" fue una de sus primeras palabras. A menudo
noté que cuando su madre estaba por dejar la habitación, una fugaz expresión de
tristeza aparecía en los ojos de la niña, o parecía que estaba por llorar Pero cuando
la madre agitaba la mano y le decía "adiós" parecía consolada y seguía jugando.
Cuando tenía entre diez y once meses la vi practicar el gesto de adiós y recibí
la impresión de que esto se había vuelto una fuente no sólo de interés sino también
de consuelo.
La creciente capacidad del bebé de percibir y comprender las cosas que lo rodean
aumenta su confianza en su propia capacidad para enfrentarlas e incluso controlarlas,
y también su confianza en el mundo externo. Sus repetidas experiencias con la realidad
externa se convierten en los medios más importantes para superar su ansiedad persecutoria
y depresiva. Esto es, a mi modo de ver, la prueba de realidad, y subyace al proceso
de los adultos que Freud ha descrito como parte del trabajo de duelo[20].
Cuando un bebé es capaz de sentarse o pararse en su cuna, puede mirar a la gente,
y en cierto sentido se acerca más a ella; esto sucede en mayor medida aun cuando
puede gatear y caminar. Tales realizaciones implican no sólo mayor habilidad para
acercarse a su objeto por propia voluntad, sino también mayor independencia del
objeto. Por ejemplo, la bebita B (alrededor de once meses) gozaba plenamente al
gatear de un lado a otro por un pasillo durante horas y estaba muy contenta sola;
pero de vez en cuando entraba gateando a la habitación donde estaba su madre (la
puerta estaba abierta), le echaba un vistazo, trataba de hablarle y volvía al pasillo.
La enorme importancia psicológica de pararse, gatear y caminar ha sido descrita
por algunos psicoanalistas. Mi objetivo es aquí señalar que todas estas realizaciones
son utilizadas por el niñito para recuperar sus objetos perdidos, tanto como para
encontrar en su lugar nuevos objetos; todo esto ayuda al bebé a superar su posición
depresiva. El desarrollo del lenguaje, comenzando con la imitación de sonidos, es
otro de los grandes logros que acercan al niño a la gente que ama y le permite también
encontrar nuevos objetos. Al obtener nuevos tipos de gratificación disminuyen la
frustración y el sufrimiento relacionados con las situaciones anteriores, lo que
nuevamente procura mayor seguridad. Otro elemento del progreso alcanzado deriva
de los intentos del bebé para controlar a sus objetos, su mundo externo tanto como
el interno. Cada paso del desarrollo es utilizado también por el yo como defensa
contra la ansiedad, en este estadío principalmente contra la ansiedad depresiva.
Esto contribuirá al hecho de que, como puede observarse a menudo, junto con los
progresos del desarrollo, tales como caminar o hablar, los niños se vuelven más
felices y vivaces. Para enfocarlo desde otro ángulo, el esfuerzo del yo para superar
la posición depresiva promueve intereses y actividades, no sólo durante el primer
año de vida, sino a través de los años tempranos de la niñez[21].
El caso siguiente ilustra algunas de mis conclusiones sobre la vida emocional temprana.
El bebé D mostraba a la edad de tres meses una relación muy intensa y personal con
sus juguetes, o sea, con sus bolitas, campanilla y sonajero. Los miraba fijamente,
los tocaba una y otra vez, se los llevaba a la boca y escuchaba el ruido que hacían;
se enojaba con estos juguetes y chillaba cuando no estaban en la posición que él
quería; se alegraba y volvían a gustarle cuando los colocaba en la posición correcta.
Cuando tenía cuatro meses la madre observó que descargaba bastante su ira en sus
juguetes; por otra parte, eran también para él un consuelo cuando se sentía afligido.
A veces paraba de llorar cuando se le mostraban los juguetes, y también le servían
de consuelo antes de dormir.
Al quinto mes distinguía claramente al padre, la madre y la mucama; lo demostraba
inequívocamente en su mirada de reconocimiento y al esperar de cada uno ciertos
tipos de juego. Sus relaciones personales eran ya muy llamativas en ese estadío;
también había desarrollado una actitud especial para con la mamadera. Por ejemplo,
cuando estaba vacía junto a él sobre la mesa, se volvía hacia ella, haciendo ruidos,
acariciándola y chupando de cuando en cuando la tetilla. De su expresión facial
podía deducirse que se estaba comportando con la mamadera como con una persona querida.
A los nueve meses se lo vio mirar amorosamente a la mamadera y hablarle, aparentemente
esperando que la mamadera le contestara. Esta relación con la mamadera es aun más
interesante porque el nene nunca había sido un buen lactante y no mostraba ninguna
voracidad, en realidad no demostraba ningún especial placer en alimentarse. Había
habido dificultades en la lactancia casi desde el principio, ya que la leche materna
se había acabado, y cuando tenía pocas semanas se le empezó a dar sólo mamadera.
Su apetito sólo empezó a desarrollarse en el segundo año, e incluso entonces dependía
en gran parte del placer de compartir la comida con los padres. Esto nos recuerda
el hecho de que a los nueve meses su interés principal por la mamadera parecía ser
de naturaleza casi personal y no se relacionaba solamente con la comida que ésta
contenía.
A los diez meses se encariñó mucho con un trompo, siendo atraído primero por su
borlita roja, que en seguida empezó a chupar; esto llevó a un gran interés por la
forma en que podía hacerlo girar y el ruido que hacía. Pronto abandonó sus intentos
de chuparlo, pero mantuvo su interés por la borlita. Cuando tenía quince meses,
sucedió que otro trompo, que también le gustaba mucho, se cayó al suelo mientras
jugaba con él y se separaron las dos partes. La reacción del niño a este incidente
fue notable. Lloró, no se lo podía consolar y no quería retornar a la habitación
en que el incidente había sucedido. Cuando por fin la madre logró llevarlo para
mostrarle que la parte superior había sido colocada otra vez, rehusó mirar y se
escapó de la habitación (incluso al día siguiente no quería acercarse al armario
de juguetes donde solía guardar el trompo). Además, varías horas después del incidente
se negó a tomar el té. Sin embargo, poco después su madre tomó su perrito de juguete
y dijo: "Qué lindo perrito!" El niño resplandeció, tomó el perro y empezó a caminar
de una persona a otra esperando que dijeran "Lindo perrito". Era claro que se identificaba
con el perro de juguete, y que por consiguiente el afecto mostrado al juguete lo
reaseguraba por el daño que sentía que había infligido al trompo.
Es significativo que ya en un estadío temprano el niño había demostrado ansiedad
manifiesta ante cosas rotas. Por ejemplo, alrededor de los ocho meses lloró cuando
se le cayó un vaso -y otra vez una taza- y se rompió. Pronto se perturbaba tanto
a la vista de cosas rotas, sin importar quién hubiera causado el daño, que su madre
inmediatamente las ponía fuera de su vista.
Su sufrimiento en tales ocasiones era indicación tanto de ansiedad persecutoria
como depresiva. Esto se hace claro si vinculamos su conducta de cuando tenía unos
ocho meses con el incidente posterior con el trompo. Mi conclusión es que tanto
la mamadera como el trompo representaban simbólicamente el pecho de la madre (recordaremos
que a los diez meses se comportaba con el trompo como lo hacía a los nueve meses
con la mamadera), y que la rotura del trompo significó para él la destrucción del
pecho y el cuerpo de su madre. Esto explicaría sus emociones de ansiedad, culpa
y aflicción por el trompo roto.
Ya he vinculado el trompo con la taza rota y la mamadera, pero debe hacerse una
conexión con algo anterior. Como hemos visto, el niño mostraba a veces gran enojo
con sus juguetes, a los que trataba en forma muy personal. Yo sugeriría que su ansiedad
y culpa observadas en un estadío posterior podían rastrearse hasta la agresividad
expresada hacia los juguetes, en especial cuando no le eran accesibles. Hay aun
un vínculo anterior con la relación con el pecho de la madre, que no lo había satisfecho
y le había sido retirado. De acuerdo con esto, la ansiedad por la taza o vaso rotos
seria una expresión de la culpa por su enojo e impulsos destructivos, dirigidos
primero hacia el pecho de la madre. Entonces, por formación simbólica, el niño había
desplazado su interés a una serie de objetos, del pecho a los juguetes; mamadera-vaso-taza-trompo;
y había transferido a estos objetos relaciones y emociones personales como enojo,
odio, ansiedad persecutoria y depresiva, y culpa[22].He descrito antes en este capítulo
la ansiedad del niño ante un extraño, e ilustrado con ese ejemplo la escisión de
la figura materna (en este caso, la figura de la abuela) en madre buena y mala.
Eran marcados el temor a la madre mala y el amor por la buena, que se mostraban
intensamente en sus relaciones personales. Yo sugiero que ambos aspectos de las
relaciones personales intervenían en su actitud hacía las cosas rotas.
La mezcla de ansiedad persecutoria y depresiva que manifestó en el incidente del
trompo roto, negándose a entrar en la habitación, y luego a acercarse al armario
de los juguetes, muestra el temor a que el objeto se hubiera convertido en objeto
peligroso (ansiedad persecutoria) porque había sido dañado. Pero no cabían dudas
sobre los fuertes sentimientos depresivos que actuaban también en esta ocasión.
Todas estas ansiedades se aliviaron cuando obtuvo un reaseguramiento del hecho de
que el perrito (que lo representaba a él) era "lindo", o sea, bueno, y que sus padres
todavía lo querían.
CONCLUSION
Nuestro conocimiento de los factores constitucionales y su interacción es aún incompleto.
En los capítulos con que he contribuido a este libro, he tratado brevemente algunos
factores, que ahora resumiré. La capacidad innata del yo para tolerar la ansiedad
puede depender de la mayor o menor cohesión del yo en el nacimiento; esto a su vez
causa una mayor o menor actividad de los mecanismos esquizoides, y en consecuencia
una mayor o menor capacidad de integración. Otros factores presentes desde el principio
de la vida postnatal son la capacidad de amar, la intensidad de la voracidad y las
defensas contra la voracidad.
Yo sugiero que estos factores interrelacionados son expresión de ciertos estados
de fusión entre los instintos de vida y muerte. Estos estados influyen básicamente
en los procesos dinámicos con que la libido contrarresta y mitiga los impulsos destructivos,
procesos de gran importancia para el moldeamiento de la vida inconsciente del niño.
Desde el principio de la vida postnatal a los factores constitucionales se unen
los externos, comenzando con la experiencia del nacimiento y las primeras situaciones
de ser atendido y alimentado[23]. Además, tenemos buenas razones para suponer que
desde los primeros días en adelante la actitud inconsciente de la madre afecta intensamente
los procesos inconscientes del bebé.
No podemos menos que concluir, entonces, que los factores constitucionales no pueden
considerarse separados de los ambientales y viceversa. Todos contribuyen a formar
las primeras fantasías, ansiedades y defensas que, aunque caen dentro de ciertas
pautas típicas, son infinitamente variables. Este es el terreno del que brota la
mente y personalidad individual.
He intentado mostrar que al observar cuidadosamente a los bebés, podemos lograr
cierto conocimiento de su vida emocional y también indicaciones sobre su futuro
desarrollo mental. Dichas observaciones, dentro de los límites antes mencionados,
apoyan hasta cierto punto mis descubrimientos sobre los estadíos más tempranos del
desarrollo. Se llegó a estos descubrimientos en el psicoanálisis de niños y adultos,
cuando pude rastrear sus ansiedades y defensas hasta la primera infancia. Podemos
recordar que el descubrimiento de Freud del complejo de Edipo en el inconsciente
de sus pacientes adultos llevó a una observación más esclarecedora de los niños,
la que a su vez confirmó plenamente sus conclusiones teóricas. Durante las últimas
décadas los conflictos inherentes al complejo de Edipo se reconocieron más ampliamente
y como resultado aumentó la comprensión de las dificultades emocionales del niño;
pero esto se aplica principalmente a los que se encuentran en un estadío más avanzado
del desarrollo. La vida mental del niño muy pequeño es aún un misterio para la mayoría
de los adultos. Yo me aventuro a sugerir que una observación más atenta de los bebés,
estimulada por el mejor conocimiento de los procesos mentales tempranos proveniente
del psicoanálisis de niños pequeños, llevará en el futuro a un mayor conocimiento
de la vida emocional del bebé.
Yo sostengo (como lo he expresado en algunos capítulos de este libro y en artículos
anteriores), que una excesiva ansiedad persecutoria y depresiva en niños pequeños
es de significación crucial en la psicogénesis de los trastornos mentales. En el
presente capítulo he señalado repetidamente que una madre comprensiva puede disminuir
con su actitud los conflictos del bebé y ayudarlo así en alguna medida a manejar
más eficazmente sus ansiedades. Un reconocimiento más completo y difundido de las
ansiedades y necesidades emocionales del bebé disminuirá así los sufrimientos de
la infancia y preparará el terreno para una mayor felicidad y estabilidad en la
vida posterior.
NOTAS
N` 1
Hay un aspecto fundamental de este problema que quisiera mencionar. Mi labor psicoanalítica
me ha llevado a la conclusión de que el recién nacido siente inconscientemente que
existe un objeto de bondad sin par del que podría obtenerse máxima gratificación,
y que este objeto es el pecho de la madre. Creo además que este conocimiento inconsciente
implica que la relación con el pecho de la madre y un sentimiento de poseer el pecho
se desarrollan incluso en bebés que no han sido alimentados por el pecho. Esto explicaría
el hecho antes mencionado de que también los niños alimenta dos con mamadera introyectan
el pecho de la madre tanto en sus aspectos buenos como malos. Cuán fuerte será la
capacidad del bebé alimentado con mamadera para establecer firmemente el pecho bueno
en su mundo interno depende de una variedad de factores internos y externos entre
los que representa un papel vital la capacidad innata de amor.
El hecho de que al principio de la vida postnatal exista un conocimiento inconsciente
del pecho y que se experimenten sentimientos hacia el pecho solo puede concebirse
como herencia filogenética.
Consideremos ahora el papel que juegan en estos procesos los factores ontogenéticos.
Tenemos buenas razones para suponer que los impulsos del bebé, ligados a las sensaciones
de la boca lo dirigen hacia el pecho de la madre, ya que el objeto de sus primeros
deseos instintivos es el pezón y su fin es succionar el pezón Esto implicaría que
la tetilla de la mamadera no puede reemplazar completamente el pezón anhelado ni
tampoco puede reemplazar la mamadera el anhelado olor calor y suavidad del pecho
de la madre. Por consiguiente a pesar de que el bebé pueda aceptar y disfrutar fácilmente
de la mamadera (especialmente si se establece una situación que se aproxima a la
alimentación por el pecho) de cualquier modo puede sentir que no está recibiendo
la máxima gratificación y en consecuencia experimenta un profundo anhelo del único
objeto que podría proporcionársela.
El deseo de objetos ideales inalcanzables es un rasgo general de la vida mental,
porque deriva de las diversas frustraciones que el niño sufre en el curso del desarrollo,
culminando en la necesidad de renunciar al objeto edípico. Los sentimientos de frustración
y aflicción llevan a fantasear con el pasado y a menudo se centran retrospectivamente
en las privaciones sufridas en relación con el pecho de la madre, incluso en personas
que han tenido una lactancia satisfactoria. Sin embargo he encontrado en varios
análisis que, en personas que no habían sido alimentadas al pecho, la naturaleza
del anhelo de un objeto inalcanzable muestra una intensidad y cualidad especial,
algo tan profundamente enraizado que se evidencia su origen en la primera experiencia
de succión y la primera relación objetal. Dichas emociones varían en fuerza de un
individuo a otro, y tienen distintos efectos sobre el desarrollo mental. Por ejemplo,
en ciertas personas el sentir que han sido privadas del pecho puede contribuir a
una fuerte sensación de aflicción e inseguridad con diversas implicaciones para
las relaciones objetales y el desarrollo de la personalidad. En otras, el anhelo
de ese objeto único que, aunque no lo tuvieron, es sentido sin embargo como existente
en alguna parte, puede estimular fuertemente ciertas líneas de sublimación, tales
como la búsqueda de un ideal o elevadas normas para las propias realizaciones.
Compararé ahora estas observaciones con una frase de Freud. Refiriéndose a la importancia
fundamental de la relación del bebé con el pecho de la madre, y con la madre misma,
Freud dice: "El fundamento filogenético tiene tanta importancia en esta experiencia
personal tan accidental que no importa sí el niño ha succionado realmente el pecho
o ha sido criado con mamadera y nunca ha disfrutado del tierno cuidado de una madre.
Su desarrollo toma en ambos casos la misma senda; puede ser que en este último caso
su anhelo posterior sea aun mayor" (Esquema del psicoanálisis). (La cursiva es mía).
Aquí Freud atribuye al factor filogenético una importancia tal que la experiencia
real de lactancia del bebé se vuelve relativamente insignificante. Esto va más allá
de las conclusiones a que mi experiencia me ha conducido. Sin embargo, en el pasaje
que he subrayado, Freud parece considerar la posibilidad de que haber carecido de
la experiencia de lactancia es sentido como privación, porque de otro modo no podríamos
explicar que el anhelo del pecho de la madre "sea mayor aun".
N`2
He aclarado que los procesos de integración, que se expresan en la síntesis que
hace el niño de sus contrastantes emociones para con la madre -y en consecuencia
el juntar los aspectos buenos y malos del objeto- subyacen a la ansiedad depresiva
y a la posición depresiva. Está implícito que estos procesos se relacionan con el
objeto desde el principio. En la experiencia de destete es el objeto primeramente
amado lo que se siente perdido, y entonces se refuerzan las ansiedades persecutoria
y depresiva referidas a él. El comienzo del destete constituye así una crisis primordial
en la vida del bebé, y sus conflictos llegan a otro clímax en la fase final del
destete. Cada detalle del modo en que se lleva a cabo el destete tiene influencia
en la intensidad de la ansiedad depresiva del bebé y puede aumentar o disminuir
su capacidad de elaborar la posición depresiva. Así, un destete lento y cuidadoso
es favorable, mientras que un destete brusco, al reforzar súbitamente la ansiedad,
puede perjudicar el desarrollo emocional. Surgen aquí varias cuestiones pertinentes.
Por ejemplo ¿cuál es el efecto de la sustitución del pecho por la mamadera en las
primeras semanas, o incluso meses, de la vida? Tenemos razones para suponer que
esta situación difiere del destete normal, que empieza alrededor de los cinco meses.
¿Implicaría esto que, ya que en los primeros tres meses predomina la ansiedad persecutoria,
esta forma de ansiedad es aumentada por un destete temprano, o produce esta experiencia
una aparición más temprana de la ansiedad depresiva en el bebé? Cuál de estos dos
resultados prevalecerá, dependerá en parte de factores externos, tales como el momento
en que empieza el destete y la forma en que la madre maneja la situación; y en parte
en factores internos que podrían resumirse a grandes rasgos como la fuerza de la
capacidad intrínseca para el amor y la integración, lo cual, a su vez implica también
una fuerza intrínseca del yo en el comienzo de la vida. Estos factores, como subrayé
repetidamente, subyacen a la capacidad del bebé de establecer firmemente su objeto
bueno, incluso en cierta medida aun cuando nunca haya tenido la experiencia de ser
alimentado a pecho.
Otra cuestión se relaciona con el efecto del destete tardío, habitual en pueblos
primitivos y también en ciertos sectores de las comunidades civilizadas. No tengo
datos suficientes en los que basarme para responder a esta cuestión. Pero puedo
decir que en la medida en que puedo juzgar por observaciones y por la experiencia
psicoanalítica, hay un período óptimo para empezar el destete hacia la mitad del
primer año. Porque en este sentido el bebé está atravesando la posición depresiva
y en ciertas formas el destete lo ayuda a elaborar los ineludibles sentimientos
depresivos. En este proceso lo ayuda la creciente variedad de relaciones objetales,
intereses, sublimaciones y defensas, que desarrolla en este estadío.
Con respecto a la terminación del destete -o sea, el cambio final de succionar a
beber de una taza-, es más difícil hacer una sugestión general sobre el mejor momento.
Aquí deben tomarse como criterio decisivo las necesidades de cada niño en particular,
que en este sentido pueden ser más fácilmente apreciadas por observación.
En algunos bebés hay incluso un estadío más a considerar en el proceso de destete,
y es el abandono del chupeteo del pulgar o los dedos. Algunos bebés lo dejan por
la presión de la madre o la niñera; pero, según mi observación, incluso cuando los
bebés parecen renunciar espontáneamente a chuparse el dedo (y aquí también las influencias
externas no pueden descontarse del todo), esto ocasiona conflicto, ansiedad y los
sentimientos depresivos característicos del destete, en algunos casos con pérdida
de apetito.
La cuestión del destete se vincula con el problema más general de la frustración.
La frustración, si no es excesiva (y aquí es oportuno recordar que hasta cierto
punto las frustraciones son inevitables), puede incluso ayudar al niño a manejar
sus sentimientos depresivos. Porque la experiencia misma de que la frustración puede
ser superada tiende a fortificar al yo y es parte del trabajo de duelo que ayuda
al bebé a manejar la depresión. Más específicamente, la reaparición de la madre
prueba una y otra vez que no ha sido destruida y no se ha convertido en la madre
mala, lo que implica que la agresividad del bebé no ha tenido las consecuencias
temidas. Hay así un equilibrio sutil e individualmente variable entre los efectos
dañinos y útiles de frustración, equilibrio determinado por una variedad de factores
internos y externos.
N`3
Yo sostengo que tanto la posición esquizo-paranoide como la depresiva son parte
del desarrollo normal. Mi experiencia me ha llevado a la conclusión de que sí en
la primera infancia las ansiedades persecutorias y depresivas son excesivas en comparación
con la capacidad del yo para manejar paso a paso la ansiedad, esto puede tener por
consecuencia el desarrollo patológico del niño. En el capítulo anterior he descrito
la división en la relación con la madre (la madre "buena" y la "mala"), que es característica
de un yo no lo bastante integrado aún, y también de los mecanismos de escisión que
están en su punto culminante durante los tres o cuatro primeros meses de vida. Normalmente,
las fluctuaciones en la relación con la madre y los estados temporarios de retraimiento
-influidos por los procesos de escisión- no pueden evaluarse con facilidad, ya que
en este estadío están estrechamente vinculados al estado inmaduro del yo. Sin embargo,
cuando el desarrollo no está prosiguiendo satisfactoriamente, podemos obtener ciertos
indicios de este fracaso. En este capitulo me he referido a ciertas dificultades
típicas que indican que la posición esquizo-paranoide no se elabora satisfactoriamente.
Aunque el cuadro pudo haber diferido en algunos puntos, todos los ejemplos tenían
un rasgo importante en común: una perturbación en el desarrollo de las relaciones
objetales que puede observarse ya durante los tres o cuatro primeros meses de vida.
Nuevamente, ciertas dificultades son parte del proceso normal de atravesar la posición
depresiva, tales como malhumor, irritabilidad, sueño perturbado, mayor necesidad
de atención y cambios en la actitud hacia la madre y la comida. Sí esas perturbaciones
son excesivas y persisten indebidamente, pueden indicar fracaso en la elaboración
de la posición depresiva y convertirse en la base de la enfermedad maníaco-depresiva
en la vida posterior. Pero el fracaso en la elaboración de la posición depresiva
puede llevar a un resultado diferente: ciertos síntomas, tales como el retraimiento
de la madre y otras personas, pueden estabilizarse en vez de ser transitorios y
parciales. Sí junto con esto el bebé se vuelve más apático, sin lograr desarrollar
la ampliación de intereses y la aceptación de sustitutos que normalmente están presentes
simultáneamente con los síntomas depresivos, y son en parte una forma de superarlos,
podemos suponer que la posición depresiva no se está elaborando exitosamente; que
ha tenido lugar una regresión a la posición anterior, la posición esquizo-paranoide,
regresión a la que debemos atribuir gran importancia.
Repetiré mi conclusión, expresada en artículos anteriores: las ansiedades persecutoria
y depresiva, sí son excesivas, pueden llevar en la infancia a graves enfermedades
mentales y a deficiencia mental. Estas dos formas de ansiedad proporcionan también
los puntos de fijación de las enfermedades paranoica, esquizofrénica y maníaco-depresiva
en la vida adulta.
N`4
Freud menciona el placer del niño en el juego con su madre, cuando ella esconde
su rostro y aparece después. (Freud no dice a qué estadío de la infancia se refiere,
pero de la naturaleza del juego se podría suponer que se refiere a bebés en la mitad
del primer año o en meses posteriores, o quizás a niños algo mayores.) En relación
con esto afirma que el bebé "no puede distinguir aún entre ausencia temporaria y
pérdida total. En cuanto extraña a su madre se comporta como si no fuera a verla
nunca más; y repetidas experiencias consoladoras que prueban lo contrarío son necesarias
antes de que aprenda que su desaparición es habitualmente seguida por su reaparición"
(Inhibición, síntoma y angustia).
En lo que respecta a otras conclusiones, existe la misma diferencia de opinión en
este punto que en la interpretación del juego del carretel, antes mencionado. Según
Freud, la ansiedad que siente un niñito cuando extraña a su madre produce "una situación
traumática sí en ese momento siente una necesidad que sólo ella puede satisfacer.
Se convierte en una situación de peligro sí esta necesidad no está presente en ese
momento". Así el primer determinante de la ansiedad, que el mismo yo introduce,
es la pérdida de la percepción del objeto (que es homologada a la pérdida del objeto
mismo). No se trata aún de pérdida de amor. Sólo más tarde la experiencia enseña
al niño que el objeto puede estar presente pero enojado con él, y entonces la pérdida
del amor del objeto se convierte en un peligro nuevo y mucho más duradero, y en
determinante de ansiedad". A mi entender, como he señalado en diferentes oportunidades,
y recapitulando aquí brevemente, el bebé siente tanto amor como odio hacia la madre,
y cuando la extraña y no se satisfacen sus necesidades, su ausencia es sentida como
resultado de sus impulsos destructivos; de ahí resulta ansiedad persecutoria (de
que la madre buena pueda haberse convertido en la madre persecutoria enojada) y
duelo, culpa y ansiedad (de que la madre amada sea destruida por su agresión). Una
y otra vez se sobreponen a estas ansiedades, que constituyen la posición depresiva,
por ejemplo, mediante juegos de carácter consolatorio.
Luego de haber considerado ciertas diferencias de opinión con respecto a la vida
emocional y las ansiedades del bebé, llamaré la atención sobre un pasaje dentro
del mismo contexto de la cita anterior, en el que Freud parece precisar sus conclusiones
sobre el tema del duelo. Dice: "¿Cuándo la separación de un objeto produce ansiedad,
cuándo produce duelo y cuándo puede ser que produzca sólo dolor? Dejadme decir de
inmediato que no hay perspectivas de responder actualmente a estas preguntas. Debemos
contentarnos con extraer algunas distinciones y vislumbrar algunas posibilidades".
NOTAS
[1] También el análisis de adultos, si se lo lleva a capas profundas de la mente,
aporta material similar y proporciona pruebas convincentes sobre los estadíos tanto
tempranos como posteriores del desarrollo.
[2] Sobre la importancia fundamental de los rasgos orales para la formación del
carácter, véase Abraham: “La formación del carácter en el nivel genital del desarrollo
de la libido” (1925).
[3] Michael Balint (en “Individual Differences in Early Infancy”, págs. 57-59, 81-117)
legó a la conclusión, a partir de la observación de 100 bebés con edades comprendidas
entre los cinco días y los ocho meses, de que el ritmo de succión varía de un bebé
a otro. Cada bebé tiene su ritmo o ritmos individuales.
[4] Debemos tener en cuenta, sin embargo, que por mas importantes que sean estas
primeras influencias, el impacto del ambiente es de la mayor importancia en cada
estadío del desarrollo del niño. Incluso efectos positivos de la primera crianza
pueden ser hasta cierto punto anulados por experiencias nocivas posteriores, así
como dificultades del principio pueden ser disminuidas por posteriores influencias
benéficas. Al mismo tiempo debemos recordar que algunos niños parecen tolerar condiciones
externas insatisfactorias sin que su carácter y estabilidad mental sean gravemente
perjudicados, mientras que otros, a pesar de un ambiente favorable, tienen dificultades
graves y persistentes.
[5] The Nursing Couple, págs. 49-50.
[6] Middlemore sugiere que los impulsos de morder intervienen en la conducta agresiva
del bebé hacia el pezón mucho antes de que tenga dientes, e incluso aunque raramente
sujete el pezón con sus encías. En relación con esto (loc. Cit., pág. 58-9) remite
a Waller (sección “Breast Feeding” en The Practitioner’s Encyclopaedia of Midwifery
and the Diseases of Women), quien “habla de bebés excitados que muerden con enojo
el pecho, y que lo atacan con doloroso vigor”.
[7] Loc. cit., págs. 47-8.
[8] “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”.
[9] A mi entender, como se dijo en el capítulo anterior, la ansiedad depresiva opera
ya en cierta medida durante los tres primeros meses de la vida, y se pone en primer
plano en el segundo cuarto del primer año.
[10] Véase Heimann (1952a), parte 2a, sección b, “Autoerotismo, narcisismo y las
primeras relaciones objetales”.
[11] Inhibición, síntoma y angustia, O. C., 20.
[12] Véase “Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé” y “Sobre
la teoría de la ansiedad y la culpa”.
[13] En niños un poco mayores puede observarse fácilmente que si no se les proporcionan
los signos especiales de afecto que ellos esperan a la hora de dormir, su sueño
probablemente se perturbará, y que esta intensificación de la necesidad de amor
en el momento de separarse está unida a sentimientos de culpa y al deseo de ser
perdonados y de reconciliarse con la madre.
[14] S. Bernfeld, en Psychology of the Infant (1929), arribó a la importante conclusión
de que el destete está ligado a sentimientos depresivos. Describe el variado comportamiento
de los bebés en la época del destete, que va desde un anhelo y pena que apenas se
notan hasta verdadera apatía y completo rechazo del alimento; y compara los estados
de ansiedad e inquietud, irritabilidad y cierta apatía que pueden aparecer en el
adulto con una situación similar en el bebé. Entre los métodos de superar la frustración
del destete menciona el retiro de la libido del objeto que desilusiona, por medio
de proyección y represión. Califica el uso del término “represión” como “tomado
en préstamo del estado evolucionado del adulto”. Sin embargo, concluye que “...sus
propiedades esenciales existen en estos procesos” (en el bebé) (pág. 296). Bernfeld
sugiere que el destete es la primera causa evidente de la que se ramifica el desarrollo
mental patológico, y que las neurosis de nutrición de los bebés son factores contribuyentes
para la predisposición a las neurosis. Una de sus conclusiones es que, ya que algunos
de los procesos por los que el bebé supera su pena y sensación de pérdida en el
destete actúan silenciosamente, una conclusión sobre “los efectos del destete debe
ser extraída de un íntimo conocimiento de la reacción del niño a su mundo y sus
actividades, que son la expresión de su vida de fantasía, o por lo menos constituyen
el núcleo de ella”. (Loc. cit., pág. 259 [la bastardilla es mía]).
[15] En Social Development of Young Children, especialmente en el cap. 3, sección
II.A.i., Susan Isaacs dio ejemplos de dificultades en la comida y los examinó en
relación con ansiedades que surgen del sadismo oral. Hay también observaciones interesantes
en Disorders of Childhood de D. W. Winnicott, especialmente págs. 16 y 17.
[16] Sugerí antes que las fantasías del bebé de atacar el cuerpo de la madre con
excrementos venenosos (explosivos y quemantes) son una causa fundamental de su temor
a ser envenenado por ella, y yacen en la base de la paranoia; análogamente, que
los impulsos a devorar a la madre (y su pecho), la convierten en la mente del bebé
en un objeto devorador y peligroso (“Estadíos tempranos del conflicto edípico”,
“La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”; también en
El psicoanálisis de niños, especialmente cap. 8).
También Freud se refiere a los terrores de la niñita de ser envenenada o asesinada
por su madre, un temor del que dice que “puede formar posteriormente el núcleo de
un trastorno paranoico” (Nuevas conferencias e introducción al psicoanálisis). Además,
“es probable también que el miedo a ser envenenado esté conectado con el destete.
Veneno es el alimento que lo enferma a uno”. (Loc. cit.). En un artículo anterior,
“Sobre la sexualidad femenina”, Freud se refiere también al horror de la niñita
en el estadío preedípico a “ser muerta (¿devorada?) por la madre”. Sugiere que “esta
ansiedad corresponde a la hostilidad que la niña desarrolla luego hacia la madre,
por las múltiples restricciones que ella le impone en el proceso de aprendizaje
y cuidado físico”, y que “la inmadurez de la organización psíquica de la niñita
favorece el mecanismo de proyección”. Deduce también que “en esta dependencia de
la madre tenemos el germen de la paranoia femenina posterior”. En este contexto
se refiere al caso, presentado en 1928 por Ruth Mack-Brunswick (“Die Analyse eines
Eifersuchstswahnes”) “en el que la fuente directa del trastorno fue la fijación
preedípica de la paciente (a una hermana).
[17] Podemos hacer aquí una comparación con la actitud hacia la comida de los maníaco-depresivos.
Como sabemos, algunos pacientes rechazan la comida; otros muestran temporariamente
un aumento de voracidad; otros aun, oscilan entre estas dos reacciones.
[18] Mas allá del principio del placer, O. C., 18. Véase el cap. III, en que se
da una descripción de este juego.
[19] En “The Observation of Infants in a Set Situation”, D. W. Winnicott examinó
en detalle el juego con el carretel.
[20] “Duelo y melancolía”, O. C., 14.
[21] Como he señalado en el capítulo anterior, aunque las experiencias cruciales
de sentimientos depresivos y las defensas contra ellos surgen durante el primer
año de vida, le lleva años al niño superar sus ansiedades persecutoria y depresiva.
Son reactivadas y superadas una y otra vez en el curso de la neurosis infantil.
Pero estas ansiedades nunca son extirpadas, y por consiguiente pueden reavivarse,
aunque en menor grado, durante el transcurso de la vida.
[22] En lo que respecta a la importancia de la formación de símbolos para la vida
mental, véase S. Isaacs (1952), y también mis artículos “Análisis infantil” y “La
importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”.
[23] Estudios recientes de formas de conducta prenatal, especialmente como fueron
descritas y resumidas por A. Gesell (Embriología de la conducta), proporcionan la
base para pensar en un yo rudimentario y en la medida en que los factores constitucionales
obran ya en el feto. Es también un problema no resuelto si el estado físico y mental
de la madre influye en el feto, en relación con los factores constitucionales arriba
mencionados.