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El siguiente artículo representa mi contribución a una discusión sobre problemas del análisis de niños, en la que se prestó particular atención al libro de Anna Freud Introducción a la técnica del análisis de niños, publicado en Viena en 1926. En una versión ampliada, publicada en Londres en 1946 bajo el titulo: El tratamiento psicoanalítico de los niños (Imago Publishing Co.), las consideraciones de Anna Freud se han acercado más a las mías en lo que respecta a algunos puntos. Estas modificaciones de sus opiniones se discuten en una nota al final de este artículo, el cual, de cualquier modo sigue siendo una exposición de mis propias ideas.,Agregado en 1947
Comenzaré mis observaciones con una breve revisión del desarrollo del análisis de
niños en general. Sus comienzos datan de 1909, año en que Freud publicó "Análisis
de la fobia de un niño de cinco años". Esta publicación fue de la más grande importancia
teórica, al confirmar, como lo hizo en la persona del niño de que se trataba, la
verdad de lo que Freud había descubierto que existía en los niños partiendo del
análisis de adultos. El artículo tuvo sin embargo otra significación más, cuya importancia
no podía ser apreciada en aquel entonces. Este análisis estaba destinado a ser la
piedra angular del subsiguiente análisis infantil. No sólo mostró la presencia y
la evolución del complejo de Edipo en los niños y las formas en que opera en ellos;
también mostró que estas tendencias inconscientes podían aflorar a la conciencia
sin peligro y con gran provecho. Freud mismo describe su descubrimiento de la siguiente
forma[2]:
"Debo ahora preguntar en qué ha perjudicado a Juanito el haberle hecho conscientes
complejos no sólo reprimidos por los niños sino también temidos por padres. ¿Emprendió
acaso el niño alguna acción grave en lo que respecta a sus pretensiones con su madre?
¿Tradujo acaso sus malas intenciones contra el padre en actos malos? Sin duda
se les ocurrieron tales temores a muchos doctores que entienden mal la esencia del
psicoanálisis y opinan que al hacer conscientes los malos instintos éstos se fortifican[3].
Y nuevamente, en la página 285: "Por el contrario,
las únicas consecuencias del análisis fueron que Juanito se recuperó, no tuvo ya
miedo a los caballos y empezó a tomarse libertades con su padre, como lo comunicó
éste, bastante divertido. Pero lo que el padre pudo haber perdido en respeto lo
ganó en confianza: 'Creí -decía Hans- que como supiste lo del caballo sabías todo'.
Y es que el análisis no anula los efectos de la represión. Los instintos antes reprimidos
siguen reprimidos; pero el mismo efecto es alcanzado por un camino diferente. El
análisis sustituye el proceso de la represión, que es automático y excesivo, por
el control mesurado e intencionado por parte de las más elevadas facultades psíquicas.
En una palabra, el análisis reemplaza la represión por la condensación. Esto parece
aportarnos la prueba tan largamente buscada de que la conciencia tiene una función
biológica, y que su entrada en escena asegura una importante ventaja".
H. Hug-Hellmuth, quien tuvo la honrosa distinción de ser la primera en emprender
el análisis sistemático de niños, comenzó su tarea con algunos preconceptos en su
mente, que mantuvo hasta el final. En su artículo titulado "Técnica del análisis
de niños", escrito después de cuatro años de trabajo en este terreno y que nos da
una clara idea de sus principios y de su técnica, expresa muy claramente que desaprueba
la idea de analizar niños muy pequeños; que consideraba necesario contentarse con
"éxitos parciales" sin penetrar demasiado profundamente en el análisis de los niños
por temor a estimular con demasiada fuerza las tendencias e impulsos reprimidos,
o por temor a hacer exigencias a las que su capacidad de asimilación no podría responder.
A través de este artículo y de otros escritos suyos vernos que evitó penetrar profundamente
en el complejo de Edipo. Otra de las suposiciones que sostuvo en su trabajo es la
de que en el caso del niño no sólo se requiere del analista que haga el tratamiento
analítico sino también que ejerza una influencia educativa definida.
Ya en 1921, cuando publiqué mi primer artículo "El desarrollo de un niño", yo había
llegado a conclusiones muy distintas. En mi análisis de un niño de cinco años y
tres meses encontré (como todos mis posteriores análisis me lo confirmaron) que
era perfectamente posible e incluso saludable, explorar el complejo de Edipo basta
sus profundidades, y que en esta tarea se podían obtener resultados por lo menos
iguales a los obtenidos en los análisis de adultos. Además de esto descubrí que
en un análisis de este tipo no sólo era innecesario que el analista se empeñara
en ejercer una influencia educativa sino que ambas cosas eran incompatibles. Tomé
estos principios como guía de mi trabajo y los defendí en todos mis escritos; y
así es como llegué a intentar el análisis de niños muy pequeños, de tres a seis
años de edad, y a encontrarlo afortunado y pleno de perspectivas. Escojamos en primer
lugar del libro de Anna Freud los que parecen ser sus cuatro puntos principales.
Nos encontramos aquí nuevamente con la idea fundamental que mencionamos anteriormente
como la misma de H. Hug-Hellmuth: la convicción de que el análisis de niños no debe
ser llevado demasiado lejos. Por esto, y como es claro también por las conclusiones
más directas que se han sacado, se quiere significar que no se deben tratar demasiado
las relaciones del niño con sus padres, o sea que no se debe explorar minuciosamente
el complejo de Edipo. Los ejemplos que da Anna Freud no muestran ningún análisis
del complejo de Edipo.
La segunda idea conductora es, también aquí, que se debe combinar el análisis del
niño con influencias educativas.
Es notable, y debería dar que pensar, que aunque se intentó el análisis de niños
hace dieciocho años y se lo practicó desde entonces, tengamos que enfrentarnos con
el hecho de que sus principios fundamentales no han sido todavía enunciados claramente.
Si comparamos con esto el desarrollo en el psicoanálisis de adultos, descubrimos
que en un período de tiempo aproximadamente igual no sólo fueron establecidos todos
los principios para el trabajo posterior, sino que también fueron probados y comparados,
y que se desarrolló una técnica cuyos detalles tenían que perfeccionarse pero cuyos
principios fundamentales han permanecido incólumes.
¿Cómo se explica el hecho de que precisamente el análisis de niños haya sido mucho
menos afortunado en su desarrollo? El argumento que a menudo se oye en los círculos
analíticos de que los niños no son sujetos adecuados para el análisis no parece
ser válido. H. Hug-Hellmuth era realmente muy escéptica sobre los resultados que
se podían obtener con niños. Expresó que ella "debía contentarse con éxitos parciales
y contar con recaídas". Es más, restringió el tratamiento a un limitado número de
casos. También Anna Freud establece límites bien definidos a la aplicación del tratamiento;
pero por otro lado, en lo que respecta a las posibilidades del análisis de niños
adopta una posición más optimista que la de H. Hug-Hellmuth. Al final de su libro
dice: "A pesar de las dificultades que he enumerado, en el análisis de niños producimos
realmente cambios, progresos y curas que no nos atreveríamos a soñar en el análisis
de adultos" (pág. 86).
Con el objeto de contestar a la pregunta que he planteado, quiero establecer ahora
algunos enunciados que me ocuparé de demostrar a continuación. Creo que el análisis
de niños, comparado con el de adultos, se ha desarrollado en el pasado de manera
mucho menos favorable porque no fue encarado con un espíritu de investigación libre
y desprejuiciado, como lo fue el de adultos, y en cambio estuvo trabado y entorpecido
por varios preconceptos. Si reflexionamos sobre el primer análisis de un niño, fundamento
de todos los demás (el análisis de Juanito), descubrimos que no sufrió por esta
limitación. Por cierto que no había aún una técnica especial: el padre del niño,
que bajo la dirección de Freud llevó a cabo este análisis parcial, no era versado
en la práctica del análisis. Sin embargo tuvo el valor de avanzar bastante en el
análisis y obtuvo buenos resultados. En el resumen mencionado anteriormente en este
artículo, Freud dice que a él mismo le hubiera deseado ir más allá. Lo que
dice muestra, además que no veía peligro alguno en el análisis minucioso del complejo
de Edipo; de modo que evidentemente no pensaba que por principio no hay que analizar
en los niños este complejo. Pero H. Hug-Hellmuth, quien por tantos años trabajó
sola en este campo, emprendió su tarea desde el comienzo con principios que obligatoriamente
habrían de limitarla, y por consiguiente hacerla menos fructífera, no sólo en lo
que respecta a sus resultados en la práctica, el número de casos en los que había
que utilizar el análisis, etc., sino también en lo que respecta a los descubrimientos
teóricos. Durante todos estos años, el análisis de niños, del que con toda razón
hubiera podido esperarse una contribución directa al desarrollo de la teoría psicoanalítica,
no ha hecho nada que merezca ser expuesto. Como H. Hug-Hellmuth, Anna Freud piensa
que al analizar niños no sólo no podemos descubrir más sobre el primer período de
la vida que cundo analizamos adultos, sino que incluso descubrimos menos.
Nos encontramos ahora con otro pretexto que ha sido esgrimido como razón del lento
progreso en el campo del análisis de niños. Se dice que la conducta del niño en
el análisis es evidentemente distinta a la del adulto, y que por consiguiente es
necesario emplear una técnica diferente. Creo que este argumento es incorrecto.
Si me está permitido adaptar el dicho "Es el espíritu el que construye el cuerpo",
quisiera sostener que la actitud, la convicción interna, encuentra la técnica necesaria.
Repito lo que ya he dicho: si emprendemos el análisis de niños con la mente abierta,
podemos descubrir caminos y medios para explorar las profundidades más recónditas.
Y por los resultados de estos procedimientos podremos darnos cuenta de cuál es la
verdadera naturaleza del niño, y veremos que no es necesario imponer restricción
alguna al análisis, tanto en lo que respecta a la profundidad de su penetración
como en lo que respecta al método con el que trabajemos.
Con lo que acabo de decir trato ya el punto principal de mi crítica al libro de
Anna Freud.
Creo que ciertos conceptos empleados por Anna Freud pueden explicarse desde dos
puntos de vista: 1) supone que no se puede establecer la situación analítica con
los niños; y 2) encuentra inadecuado o discutible el análisis puro del niño, sin
intervención pedagógica.
La primera tesis es una consecuencia directa de lo enunciado en la segunda.
Si comparamos esto con la técnica del análisis de adultos, vemos que establecemos
incondicionalmente que una verdadera situación analítica sólo puede darse con medios
analíticos. Veríamos como grave error el asegurarnos una transferencia positiva
por parte del paciente, con el empleo de las medidas que Anna Freud describe en
el primer capítulo de su libro, o utilizar su ansiedad para hacerlo sometido, o
intimidarlo o persuadirlo por medios autoritarios. Pensaríamos que aun cuando esta
introducción nos garantizara un acceso parcial al inconsciente del paciente, nunca
podríamos establecer una verdadera situación analítica ni llevar a cabo un análisis
completo que penetrara en lo más profundo de su mente. Sabemos que constantemente
debernos analizar el hecho de que los pacientes quieren ver en nosotros una autoridad
-ya sea odiada o amada- y que sólo por el análisis de esta actitud ganamos acceso
a estos estratos más profundos.
Todos los medios que juzgaríamos incorrectos en el análisis de adultos son especialmente
señalados por Anna Freud como valiosos en el análisis de niños; su objetivo es la
introducción al tratamiento que estima necesaria y que llama la "entrada" en el
análisis. Parecería obvio que después de esta "entrada" jamás logrará establecer
una verdadera situación analítica. Ahora bien, me parece sorprendente e ilógico
que Anna Freud, que no usa las medidas necesarias para establecer la situación analítica
sino que las sustituye por otras que la contradicen, se refiere, sin embargo, a
su suposición, tratando de demostrarla teóricamente, de que no a posible establecer
una situación analítica con los niños, ni, por consiguiente, llevar a cabo un análisis
puro en el sentido del análisis de adultos.
Anna Freud da una serie de razones para justificar los elaborados y penosos recursos
que considera necesario emplear con los niños para establecer una situación que
posibilite d trabajo analítico. Estas razones no me parecen firmes. Anna Freud se
desvía en tantos aspectos de las reglas analíticas comprobadas porque piensa que
los niños son seres muy distintos de los adultos. Sin embargo, el único propósito
de estos elaborados recursos es que la actitud del niño hacia el análisis sea como
la del adulto. Esto parece ser contradictorio y creo que debe ser explicado por
el hecho de que en sus comparaciones Anna Freud coloca el consciente y el yo del
niño y del adulto en primer plano, cuando indudablemente nosotros debernos trabajar
en primer lugar y sobre todo con el inconsciente (aunque acordamos todas las consideraciones
necesarias al yo). Pero en el inconsciente (y aquí baso mi afirmación en un trabajo
analítico profundo tanto con niños como con adultos), los niños no son de ninguna
manera fundamentalmente distintos de los adultos. o único que sucede es que en los
niños el yo no se ha desarrollado aún plenamente y por lo tanto los niños están
mucho más gobernados por el inconsciente. A él debemos aproximarnos, y a él debemos
considerar el punto central de nuestro trabajo y si queremos aprender a conocer
a los niños como realmente son, y a analizarlos.
No adjudico particular valor a la meta que Anna Freud persigue tan ardientemente:
inducir en el niño una actitud hacia el análisis análoga a la del adulto. Creo además
que si Anna Freud efectivamente alcanza esta meta por los recursos que describe
(y esto sólo puede ocurrir con un número limitado de casos), el resultado no es
el que pretende con su trabajo, sino algo muy distinto. El "conocimiento de la enfermedad
o del portarse mal" que ha logrado despertar en el niño emana de la angustia que
para sus propios fines ha movilizado en él: la angustia de castración y el sentimiento
de culpa. (No entraré aquí en el problema de hasta qué punto también en los adultos
el razonable y consciente deseo de curarse es simplemente una fachada que encubre
esta angustia). Con los niños no podemos esperar encontrar ninguna base definitiva
para nuestro trabajo analítico en un propósito consciente que como sabemos, ni siquiera
en los adultos se mantendría por mucho tiempo como único soporte del análisis.
Es cierto que Anna Freud también cree que este propósito es necesario desde el comienzo
como preparación para el trabajo, pero además cree que una vez que ese propósito
existe puede contar con él que progresa el análisis. Esta idea me parece errónea
y siempre que apela a este insight lo que realmente hace es apelar a la angustia
y al sentimiento de culpa del niño. En si mismo esto no tendría nada censurable
ya que los sentimientos de angustia y culpa son indudablemente factores importantísimos
para la posibilidad de trabajo. Pero creo que debemos tener bien claro cuáles son
los soportes en los que nos apoyamos y cómo los usamos. El análisis no es en si
mismo un método suave: no puede ahorrarle al paciente ningún sufrimiento, y esto
se aplica también a los niños. De hecho, debe forzar la entrada del sufrimiento
en la conciencia e inducir la abreacción si ha de ahorrar al paciente un sufrimiento
posterior permanente y más fatal. Por lo tanto mi crítica no es que Anna Freud active
la angustia y el sentimiento de culpa sino por lo contrario que no los resuelva
suficientemente. Me parece una rudeza innecesaria para con un niño el que haga consciente
su angustia para que no enloquezca (como lo describe por ejemplo en la página 9),
sin atacar inmediatamente esta angustia en sus raíces inconscientes aliviándola
así en la medida de lo posible.
¿Pero si realmente debernos apelar en nuestro trabajo a los sentimientos de angustia
y de culpa, por qué no contar con ambos y trabajar con ellos sistemáticamente desde
el principio?
Yo misma lo hago siempre, y he descubierto que puedo depositar confianza absoluta
en una técnica que se basa en considerar y trabajar analíticamente con cantidades
de angustia y culpa que son tan grandes en todos los niños y mucho más claras y
fáciles de percibir que en los adultos.
Anna Freud manifiesta (pág. 56) que una actitud hostil o ansiosa niño hacia mi no
me justifica para concluir inmediatamente que en el trabajo se da una transferencia
negativa, porque "cuanto más tiernamente apegado a su madre está un niño, tanto
menos impulsos amistosos le quedarán para los extraños". No creo que, como lo hace
ella, podamos hacer una comparación con niños muy pequeños que rechazan lo que les
es extraño. No sabemos mucho acerca de niños muy pequeños, pero es posible aprender
mucho de un análisis temprano de la mente de un niño de, digamos, tres años, y allí
vemos que sólo niños neuróticos muy ambivalentes manifiestan miedo u hostilidad
hacia los extraños. Mi experiencia ha confirmado mi creencia de que si inmediatamente
explico este rechazo como sentimiento de angustia y de transferencia negativa, y
lo interpreto como tal en conexión con el material que el niño produce al mismo
tiempo, y luego lo retrotraigo a su objeto original, la madre, inmediatamente puede
comprobar que la angustia disminuye. Esto se manifiesta con el comienzo de una transferencia
más positiva, y con ella, de un juego más vigoroso. En niños más grandes la situación
es análoga aunque diferente en algunos detalles. Por supuesto mi método presupone
que desde el comienzo quiero atraer hacia mí tanto la transferencia positiva como
la negativa, y además de esto, investigarla hasta su origen, en la situación edípica.
Estas dos medidas concuerdan plenamente con los principios psicoanalíticos, pero
Anna Freud las rechaza por razones que me parecen infundadas.
Creo por lo tanto que una diferencia radical entre nuestras actitudes hacia la angustia
y el sentimiento de culpa en los niños es la siguiente: que Anna Freud utiliza estos
sentimientos para que el niño se apegue a ella, mientras que yo los registro al
servicio del trabajo analítico desde el comienzo. De cualquier modo no puede haber
gran número de niños en los que se pueda provocar angustia sin que ésta resulte
un elemento que perturbe penosamente e incluso imposibilite el progreso del trabajo,
a menos que se proceda de inmediato a resolverla analíticamente.
Además, por lo que puedo comprender en su libro, Anna Freud emplea estos recursos
solamente en casos especiales. En otros trata por todos los medios de lograr una
transferencia positiva, con el objeto de llenar la condición, que ella considera
necesaria para su trabajo, de apegar al niño a ella. De nuevo, este método me parece
erróneo, porque indudablemente podemos trabajar con mayor seguridad y más eficacia
con medios puramente analíticos. No todos los niños reaccionan ante nosotros con
miedo y desagrado. Mi experiencia me apoya cuando digo que si un niño tiene hacia
nosotros una actitud amistosa y juguetona se justifica suponer que hay transferencia
positiva y utilizarla inmediatamente en nuestro trabajo. Y tenemos otra excelente
y bien probada arma que usamos de manera análoga a como la empleamos en el análisis
de adultos, aunque es cierto que allí no tenemos una oportunidad rápida y simple
de intervenir. Quiero decir que interpretamos esta transferencia positiva, o sea
que tanto en el análisis de niños como en el de adultos la retrotraemos hasta el
objeto de origen. Probablemente notaremos por lo general a la vez la transferencia
positiva y la negativa, y se nos darán todas las oportunidades para el trabajo analítico
si desde el comienzo manejamos ambos analíticamente. Al resolver parte de la transferencia
negativa obtendremos, igual que en los adultos, un incremento de la transferencia
positiva, y de acuerdo con la ambivalencia de la niñez, ésta será pronto seguida
de una nueva emergencia de la negativa. Este es ahora un verdadero trabajo analítico
y se ha establecido una verdadera situación analítica. Además, tenemos establecida
ya la base para trabajar con el niño mismo, y a menudo podemos ser en gran medida
independientes del conocimiento de su ambiente. En resumen, hemos cumplido con las
condiciones necesarias para el análisis y no prescindimos de las laboriosas, difíciles
y no confiables medidas descritas por Anna Freud, sino que (y esto me parece aun
más importante) podemos garantizar para nuestro trabajo todo el valor y el éxito
de un análisis equivalente en todo sentido al análisis de adultos.
En este punto no obstante choco con una objeción expresada por Anna Freud en el
segundo capitulo de su libro, titulado "Los recursos empleados en el análisis infantil".
Para trabajar en la forma que he descrito debemos obtener el material de las asociaciones
del niño. Anna Freud y yo, y probablemente todos los que analizan niños, están de
acuerdo con que los niños no pueden dar, y no dan, asociaciones de la misma manera
que el adulto, y por lo tanto no podemos obtener suficiente material únicamente
por medio de la palabra. Entre los medios que Anna Freud sugiere como eficaces para
suplir la falta de asociaciones verbales se encuentran algunos que en mi experiencia
yo también he hallado valiosos. Si examinamos estas técnicas bastante más estrechamente
-digamos por ejemplo el dibujo, o el relato de fantasías, etc.-, vemos que su objeto
es obtener material de otra forma que el obtenido por la asociación acorde con la
regla y esto es sobre todo importante para que los niños liberen su fantasía y para
inducidos a fantasear.
En uno de los postulados de Anna Freud tenemos una clave, que debemos considerar
cuidadosamente, en cuanto a cómo debe realizarse esto. Establece que "no hay nada
más fácil que hacer comprender a niños la interpretación de los sueños". Y de nuevo
(pág. 31) "aun niños de poca inteligencia que en todos los otros aspectos parecían
lo más ineptos posible para el análisis, lograron la interpretación de los sueños".
Creo que estos niños no hubieran sido de ninguna manera ineptos para el análisis
si Anna Freud hubiera utilizado, tanto de otras formas como de la interpretación
de los sueños, la comprensión del simbolismo que manifestaban tan claramente. Porque
en mi experiencia he encontrado que si se hace esto, ningún niño, incluso el menos
inteligente, es inepto para el análisis.
Porque éste es precisamente el punto de apoyo que debemos utilizar en el análisis
de niños. El niño nos traerá muchas fantasías si en esta senda lo seguimos con la
convicción de que lo que nos relata es simbólico. En el capitulo III Anna Freud
presenta una serie de argumentos teóricos en contra de la técnica de juego que yo
he ideado, por lo menos mientras se aplique a los fines del análisis y no meramente
a la observación. Cree dudoso que uno esté justificado para interpretar como simbólico
el contenido del drama representado en el juego del niño, y piensa que muy probablemente
éste sea ocasionado simplemente por observaciones reales o experiencias de la vida
diaria. Aquí debo decir que por los ejemplos de Anna Freud de mi técnica puedo ver
que la entiende equivocadamente. "Si un niño tumba un pone de farol o una figura,
ella (Melanie Klein) probablemente interprete esta conducta como debida a tendencias
agresivas hacia el padre, mientras que si un niño hace chocar dos carros lo interpreta
como signo de la observación del coito entre los padres". Jamás aventuraría yo una
interpretación simbólica tan "silvestre" del juego de niños. Por lo contrario he
recalcado esto muy especialmente en mi último artículo. Suponiendo que un niño exprese
el mismo material psíquico en numerosas repeticiones -a menudo por varios medios,
por ejemplo juguetes, agua, recortando, dibujando, etc.-, y suponiendo que además
yo pueda observar que estas particulares actividades están casi todas acompañadas
por un sentimiento de culpa expresado ya sea por angustia o en representaciones
que implican sobrecompensación, que son la expresión de formaciones activas; suponiendo
entonces que yo haya logrado insight en ciertas conexiones: entonces interpreto
estos fenómenos y los enlazo con el inconsciente y con la situación analítica. Las
condiciones prácticas y teóricas para la interpretación son precisamente las mismas
que en el análisis de adultos.
Los pequeños juguetes que uso son sólo recursos que proveo: papel, lápices, tijeras,
cuerda, pelotas, ladrillos y sobre todo agua. Están a disposición del niño para
que los use si quiere, y su finalidad es simplemente ganar acceso a su fantasía
y liberarla. Hay algunos niños que durante mucho tiempo no tocan un juguete o que
durante semanas quizá sólo cortan las cosas. En el caso de niños por completo inhibidos
para jugar, es posible que los juguetes puedan simplemente ser un instrumento para
estudiar más de cerca las razones de esta inhibición. Algunos niños, a menudo los
muy pequeños, una vez que los juguetes les han dado la oportunidad de dramatizar
algunas fantasías o experiencias que los dominan, dejan completamente de lado los
juguetes y pasan a cualquier clase de juego imaginable en el que ellos mismos, ciertos
objetos de la habitación y yo debernos tomar parte.
He entrado con cierta extensión en estos detalles de mi técnica porque quiero dejar
claro el principio que, según mi experiencia, hace posible manejar las asociaciones
del niño en su mayor cantidad, y penetrar en los estratos más profundos del inconsciente.
Podemos establecer un contacto más rápido y seguro con el inconsciente de los niños
si, actuando con la convicción de que están mucha más profundamente dominados que
los adultos por el inconsciente y los impulsos instintivos, acortamos la ruta que
toma el análisis de adultos por el camino del contacto con el yo y nos conectamos
directamente con el inconsciente del niño. Si esta preponderancia del inconsciente
se da, es obvio que también deberemos esperar que la forma de representación simbólica
que prevalece en el inconsciente fuera mucho más natural en los niños que en los
adultos; en realidad, que los niños estuvieran dominados por él. Sigámoslos por
este sendero, o sea, pongámonos en contacto con su inconsciente, utilizando este
lenguaje a través de nuestra interpretación. Si lo hacemos habremos ganado acceso
a los niños mismos. Por supuesto que esto no se realiza tan fácil y rápidamente
como parece; si así fuera el análisis de niños pequeños duraría poco tiempo, y esto
no es el caso de ninguna manera. En el análisis de niños detectamos una y otra vez
resistencias no menos marcadas que en el de adultos; en los niños muy a menudo en
la forma más natural para ellos, a saber, la angustia.
Es éste, pues, el segundo factor que me parece esencial si queremos penetrar en
el inconsciente del niño. Si observamos los cambios en su manera de representar
lo que ocurre dentro suyo (ya sea si cambia de juego, o si lo abandona, o si hay
un ataque directo de angustia) y tratamos de ver qué hay en el nexo del material
que cause estos cambios, nos convenceremos de que continuamente nos enfrentamos
con el sentimiento de culpa, y que a su vez debemos interpretarlo.
Estos dos factores, que según he descubierto, son los auxilios más dignos de confianza
en la técnica del análisis de niños, son mutuamente dependientes y complementarios.
Sólo interpretando y por tanto aliviando la angustia del niño siempre que nos encontremos
ella, ganaremos acceso a su inconsciente y lograremos que fantasee. Entonces, si
llevamos hasta el fin el simbolismo que sus fantasías contienen, pronto veremos
reaparecer la angustia y podremos así garantizar el progreso del trabajo.
La exposición de mi técnica y la importancia que le atribuye al simbolismo contenido
en la conducta de los niños podrían interpretarse erróneamente, como si esto implicara
que en el análisis de niños se procede sin la ayuda de la asociación libre en su
verdadero sentido. En un pasaje anterior de mi artículo señalé que Anna Freud y
yo, y todos los que trabajamos en el análisis de niños, estamos de acuerdo con que
los niños no pueden asociar, y no asocian, de la misma manera que los adultos. Quiero
agregar aquí que probablemente lo principal es que los niños no pueden asociar,
no porque les falte capacidad para poner sus pensamientos en palabras (hasta cierto
grado esto sólo se aplicaría a niños muy pequeños) sino porque la angustia se resiste
a las asociaciones verbales. No pertenece al propósito de este artículo discutir
con mayor detalle esta interesante cuestión especial: sólo mencionaré brevemente
algunos datos de la experiencia.
La representación por medio de juguetes -en realidad, la representación simbólica
en general, al estar hasta cierto punto alejada de la persona misma del sujeto-
está menos investida de angustia que la confesión por la palabra hablada. Si entonces
logramos aliviar la angustia y obtener en primer lugar representaciones más indirectas,
estaremos en condiciones de convencernos a nosotros mismos de que podemos despertar
para el análisis toda la expresión verbal de que es capaz el niño. Y entonces descubrirnos
repetidas veces que en los momentos en que la ansiedad se hace más marcada las representaciones
indirectas ocupan una vez más el primer plano. Permítaseme ilustrarlo brevemente.
Cuando hube progresado bastante en el análisis de un niño de cinco años, éste tuvo
un sueño cuya interpretación fue muy profunda y provechosa en sus resultados. Esta
interpretación ocupó toda la sesión analítica y todas las asociaciones fueron exclusivamente
verbales. En los dos días siguientes trajo nuevamente sueños que resultaron ser
continuaciones del primero. Pero las asociaciones verbales del segundo sueño sólo
podían ser producidas con mucha dificultad y una por vez. La resistencia era evidente
y la angustia marcadamente mayor que el ida anterior. Pero el niño se dirigió al
canasto de juguetes y por medio de muñecos y otros juguetes me representó sus asociaciones,
ayudándose nuevamente con palabras cada vez que vencía una resistencia. Al tercer
día la angustia era aun mayor, correspondiendo al material que había aflorado en
los días anteriores. Producía las asociaciones casi exclusivamente por medio del
juego con juguetes y agua.
Si somos lógicos en nuestra aplicación de los dos principios sobre los que he puesto
énfasis, a saber que debemos seguir el modo de representación simbólica del niño
y que debemos tener en cuenta la facilidad con que surge la angustia en el niño,
podremos también contar con que sus asociaciones son un recurso muy importante en
el análisis, pero, como ya lo he dicho, sólo en algunos momentos y como un medio
entre varios.
Creo por lo tanto que es incompleto lo que manifiesta Anna Freud cuando dice: "De
vez en cuando, también, vienen en nuestra ayuda asociaciones inintencionales e involuntarias"
(pág. 41). El que las asociaciones aparezcan o no depende con bastante regularidad
de ciertas actitudes precisas del analizando, y de ninguna manera del azar. En mi
opinión podemos utilizar este recurso en mucha mayor medida de lo que probablemente
parece. Una y otra vez éste salva el abismo que lo separa de la realidad, y ésta
es una razón por la que este modo está más estrechamente asociado con la angustia
que el modo de representación irreal, indirecta. Por esto yo no consideraría terminado
ningún análisis de niños, ni siquiera el de niños muy pequeños, a menos de lograr
finalmente que se exprese con palabras, hasta el grado de que es capaz el niño,
y así de vincularlo con la realidad.
Tenemos entonces una analogía perfecta con la técnica del análisis de adultos. La
única diferencia es que con los niños encontramos que el inconsciente prevalece
en mucho mayor grado y por lo tanto su modo de representación predomina mucho más
que en los adultos, y además que debemos tener en cuenta la mayor tendencia del
niño a angustiarse.
Pero indudablemente esto también es cierto en d análisis en los períodos de latencia
y en el prepuberal y hasta cierto punto en la pubertad. En cieno número de análisis
en los que los sujetos estaban en una u otra de estas fases del desarrollo, yo estaba
obligada a adoptar una forma modificada de la misma técnica que empleo con los niños.
Creo que lo que acabo de decir quita fuerza a las dos objeciones principales que
hace Anna Freud a mi técnica del juego. Puso en duda 1) que estuviéramos justificados
en suponer que el contenido simbólico del juego del niño sea su móvil principal,
y 2) que pudiéramos considerar el juego del niño como equivalente de las asociaciones
verbales del adulto. Porque, sostiene, falta en estos juegos la idea de propósito
que el adulto trae a sus análisis y que "le permite, al asociar, excluir todas las
directivas e influencias conscientes en su cadena de pensamiento".
Quisiera además contestar a esta última objeción que estas intenciones de los pacientes
adultos (que en mi experiencia ni siquiera son tan efectivas en ellos como Anna
Freud supone) son absolutamente superfluas en los niños, y con esto no quiero decir
sólo niños muy pequeños.
Es evidente por lo que acabo de decir que los niños están tan dominados por su inconsciente
que para ellos es verdaderamente innecesario excluir deliberadamente ideas conscientes[4].
Anna Freud misma también sopesó en su mente esta posibilidad (pág. 49).
Dediqué tanto espacio a la cuestión de la técnica que debe emplearse con los niños
porque esto me parece fundamental en todo el problema del análisis infantil. Cuando
Anna Freud rechaza la técnica de juego, su argumento no sólo se refiere al análisis
de niños pequeños sino en mi opinión también al principio básico del análisis de
niños mayores, tal como yo lo entiendo. La técnica de juego nos provee una rica
abundancia de material y nos da acceso a los estratos más profundos de la mente.
Si la usamos incondicionalmente llegamos al análisis del complejo de Edipo, y una
vez allí, no podemos poner límites al análisis en ninguna dirección. Si entonces
realmente queremos evitar el análisis del complejo de Edipo, no debemos utilizar
la técnica de juego, aun en sus aplicaciones modificadas a niños más grandes.
Se sigue de esto que la cuestión no es si el análisis de niños puede ir tan profundo
como el de adultos, sino si debe ir tan a lo profundo. Para contestar a esta pregunta
debernos examinar las razones que da Anna Freud, en el capitulo IV de su libro,
contra penetrar tan hondo.
Antes de hacerlo, sin embargo, quisiera discutir las conclusiones de Anna Freud,
expuestas en el capítulo III de su libro, acerca del papel que juega la transferencia
en el análisis de niños.
Anna Freud describe algunas diferencias esenciales entre la situación transferencial
en los adultos y en los niños. Llega a la conclusión de que en éstos puede haber
una transferencia satisfactoria, pero que no se produce una neurosis de transferencia.
En apoyo de esta declaración aduce el siguiente argumento teórico: los niños, dice,
no están capacitados como los adultos para comenzar una nueva edición de sus relaciones
de amor, porque sus objetos de amor originales, los padres, todavía existen como
objetos en la realidad.
Para responder a esta afirmación, que me parece incorrecta, deberla entrar en una
detallada discusión sobre la estructura del superyó en los niños. Pero como esto
está expuesto en un pasaje posterior, me contentaré aquí con unos pocos enunciados
que están apoyados por mi exposición siguiente. El análisis de niños muy pequeños
me ha mostrado que incluso un niño de tres años ha dejado atrás la parte más importante
del desarrollo de su complejo de Edipo. Por consiguiente está ya muy alejado, por
la represión y los sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba.
Sus relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los
objetos amorosos actuales son ahora imagos de los objetos originales.
De ahí que con respecto al analista los niños pueden muy bien entrar en una nueva
edición de sus relaciones amorosas en todos los puntos fundamentales y por lo tanto
decisivos. Pero aquí encontramos una segunda objeción teórica. Anna Freud considera
que al analizar niños el analista no es, como cuando el paciente es un adulto, "impersonal,
indefinido, una página en blanco sobre la cual el paciente puede inscribir sus fantasías",
que evita imponer prohibiciones y permitir gratificaciones. Pero de acuerdo con
mi experiencia es exactamente así como debe comportarse un analista de niños, una
vez que ha establecido la situación analítica. Su actividad es sólo aparente, porque
aun cuando se vuelque completamente en todas las fantasías en el juego del niño,
conforme a los modos de representación peculiares de los niños, está haciendo exactamente
lo que el analista de adultos, quien, como sabemos, también sigue de buen grado
las fantasías de sus pacientes. Pero fuera de esto, yo no permito a los pacientes
infantiles ninguna gratificación personal, ya sea en forma de regalos o caricias,
o de encuentros personales fuera del análisis, etcétera. En resumen, mantengo en
todo las reglas aprobadas en análisis de adultos. Lo que doy al niño es ayuda analítica
y alivio, que él siente relativamente rápido aun si antes no ha tenido ninguna sensación
de enfermedad. Además de esto, en respuesta a su confianza en mi, puede contar absolutamente
con perfecta sinceridad y honestidad hacia él de mi parte.
Pero debo discutir las conclusiones de Anna Freud, tanto como sus premisas. En mi
experiencia, aparece en los niños una plena neurosis de transferencia, de manera
análoga a como surge en los adultos. Cuando analizo niños observo que sus síntomas
cambian, que se acentúan o disminuyen de acuerdo con la situación analítica. Observo
en ellos la abreacción de afectos en estrecha conexión con el progreso del trabajo
y en relación conmigo. Observo que surge angustia y que las reacciones del niño
se resuelven en el terreno analítico. Padres que observan a sus hijos cuidadosamente
con frecuencia me han contado que se sorprendieron al ver reaparecer hábitos, etc.,
que habían desaparecido hacia mucho. No he encontrado que los niños expresen sus
reacciones cuando están en su casa de la misma manera que cuando están conmigo:
en su mayor parte reservan la descarga para la sesión analítica. Por supuesto, ocurre
que a veces, cuando están emergiendo violentamente afectos muy poderosos, algo de
la perturbación se hace llamativo para los que rodean al niño, pero esto es sólo
temporario y tampoco puede ser evitado en el análisis de adultos.
En este punto por lo tanto mi experiencia está en completa contradicción con las
observaciones de Anna Freud. La razón de esta diferencia en nuestros descubrimientos
es fácil de ver: depende de la distinta forma en que ella y yo manejamos la transferencia.
Permítaseme resumir lo que acabo de decir: Anna Freud piensa que una transferencia
positiva es condición necesaria para el trabajo analítico con niños. Considera indeseable
una transferencia negativa. "En el caso de niños, escribe, es particularmente inconveniente
que haya tendencias negativas dirigidas al analista, a pesar de los muchos puntos
que puedan iluminar. Debemos empeñarnos en destruirlas o modificarlas lo antes posible;
el verdadero trabajo provechoso se hará siempre cuando la relación con el analista
es positiva" (pág. 51).
Sabemos que uno de los principales factores en el trabajo analítico es el manejo
de la transferencia, estricta y objetivamente, de acuerdo con los hechos, en la
forma que nuestros conocimientos analíticos nos han enseñado que es la correcta.
Una resolución cabal de la transferencia es considerada como uno de los signos de
que un análisis ha concluido satisfactoriamente. Sobre esta base el psicoanálisis
ha establecido una serie de importantes reglas que en todos los casos han demostrado
ser necesarias. Anna Freud deja de lado en su mayor parte estas reglas, en el análisis
del niño. Con ella, la transferencia, el claro reconocimiento de lo que sabernos
que es una importante condición para nuestro trabajo, se convierte en un concepto
incierto y dudoso. Dice que el analista "probablemente debe compartir con los padres
el amor o el odio del niño" (pág. 56). Y no comprendo qué es lo que se intenta al
"demoler o modificar" las inconvenientes tendencias negativas.
Aquí las premisas y las conclusiones se mueven en un círculo. Si no se produce la
situación analítica con medios analíticos, si no se maneja lógicamente la transferencia
positiva y la negativa, entonces ni causaremos una neurosis de transferencia ni
podremos esperar que las reacciones del niño se efectúen en relación con el análisis
y con el analista. Más adelante trataré en este artículo este punto con mayor detalle,
pero ahora sólo recapitularé brevemente lo que ya he dicho al declarar que el método
de Anna Freud de atraer hacia si la transferencia positiva por todos los medios
posibles y la de disminuir la transferencia negativa cuando está dirigida hacia
ella, no sólo me parece técnicamente incorrecto, sino que me parece militar mucho
más en contra de los padres que mi método. Porque no es sino natural que la transferencia
negativa queda entonces dirigida contra aquellos con quienes el niño está vinculado
en la vida diaria.
En su cuarto capítulo Anna Freud llega a una serie de conclusiones que me parecen
poner de manifiesto este círculo vicioso, esta vez de manera especialmente clara.
He explicado en otro lugar que el término "circulo vicioso" significa que a partir
de ciertas premisas se extraen conclusiones que son luego utilizadas para confirmar
estas mismas premisas. Citaría como ejemplo de una de las conclusiones que me parecen
erróneas, la declaración de Anna Freud de que en el análisis de niños es imposible
vencer el obstáculo del imperfecto dominio del lenguaje del niño. Es cierto que
hace una reserva: "Hasta donde alcanza mi experiencia hasta ahora, con la técnica
que he descrito". Pero la siguiente frase contiene una explicación de naturaleza
teórica general. Dice que lo que descubrimos acerca de la temprana infancia cuando
analizamos adultos "se revela por estos métodos de asociación libre e interpretación
de las reacciones transferenciales, o sea por aquellos medios que fracasan en el
análisis de niños". En varios pasajes de su libro Anna Freud pone énfasis en la
idea de que el análisis de niños, al adaptarse a la mente del niño debe alterar
sus métodos. Pero basa sus dudas acerca de la técnica que yo he desarrollado en
una serie de consideraciones teóricas, sin haberlas sometido a prueba en la práctica.
Pero he comprobado por la aplicación práctica que esta técnica nos ayuda a obtener
las asociaciones de los niños con mayor abundancia aun que las que obtenemos en
el análisis de adultos, y penetrar así mucho más profundamente que en ellos.
Por lo que mi experiencia me ha enseñado entonces, sólo puedo combatir enfáticamente
la declaración de Anna Freud de que los dos métodos utilizados en el análisis de
adultos (o sea, la asociación libre y la interpretación de las reacciones transferenciales),
con el objeto de investigar la temprana infancia del paciente, fracasan al analizar
niños. Estoy incluso convencida de que incumbe especialmente al análisis de niños,
en particular el de niños bastante pequeños, proporcionar valiosas contribuciones
a nuestra teoría, precisamente porque en los niños el análisis puede ir mucho mas
profundo y puede por lo tanto traer a luz detalles que no aparecen tan claramente
en el caso de los adultos.
Anna Freud compara la situación de un analista de niños con la de un etnólogo "que
por el contacto con un pueblo primitivo trata de adquirir información acerca de
los tiempos prehistóricos más fácilmente que si estudiara las razas civilizadas"
(pág. 66). Esto me parece nuevamente una declaración teórica que contradice la experiencia
práctica. Si el análisis de niños pequeños, igual que el de niños más grandes, es
llevado lo suficientemente lejos, brinda un panorama muy claro de la enorme complejidad
del desarrollo que encontramos aun en niños muy pequeños y muestra que niños de,
digamos, tres años, precisamente por el hecho de ser hasta tal punto productos de
la civilización, han pasado y pasan por serios conflictos. Ateniéndome al ejemplo
de Anna Freud, diría que precisamente desde el punto de vista de la investigación
un analista de niños se encuentra en una afortunada situación que nunca se le presenta
a un etnólogo, a saber, la de encontrar la gente civilizada en asociación estrecha
con la gente primitiva, y a consecuencia de esta extraña asociación, la de recibir
las más valiosas informaciones sobre los primeros y los últimos períodos.
Trataré ahora con mayor detalle los conceptos de Anna Freud sobre el superyó del
niño. En el capítulo IV de su libro hay algunas proposiciones que tienen especial
significado, tanto por la importancia de la cuestión teórica a que se refieren como
por las amplias conclusiones que Anna Freud extrae de ellas.
El análisis profundo de niños, y en particular de niños pequeños, me ha llevado
a formar un cuadro del superyó en la temprana infancia muy distinto al cuadro pintado
por Anna Freud, principalmente como resultado de conclusiones teóricas. Es verdad
que el yo de los niños no es comparable al de los adultos. El superyó, por otra
parte, se aproxima estrechamente al del adulto y no está influido radicalmente por
el desarrollo posterior como lo está el yo. La dependencia del niño de los objetos
externos es naturalmente mayor que la de los adultos y este hecho produce resultados
incontestables, pero que creo que Anna Freud sobreestima demasiado y por lo tanto
no interpreta correctamente. Porque estos objetos externos no son por cierto idénticos
al superyó ya desarrollado del niño, aun cuando una vez hayan contribuido a su desarrollo.
Sólo de esta manera podemos explicar el hecho asombroso de que en niños de tres,
cuatro o cinco años, descubramos un superyó de una severidad que se encuentra en
la más tajante contradicción con los objetos de amor reales, los padres. Quisiera
mencionar el caso de un niño de cuatro años cuyos padres no sólo nunca lo castigaron
ni amenazaron sino que en realidad son extraordinariamente cariñosos y buenos. El
conflicto entre el yo y el superyó en este caso (que sólo tomo como un ejemplo entre
muchos) muestra que el superyó es de una fantástica severidad. Basado en la conocida
fórmula que prevalece en d inconsciente, el niño espera en razón de sus propios
impulsos canibalísticos y sádicos, castigos tales como castración, ser cortado en
pedazos, devorado etc., y vive perpetuamente aterrado por ello. El contraste entre
su tierna y cariñosa madre y el castigo con que lo amenaza su propio superyó es
realmente grotesco, y es una ilustración del hecho de que no debernos de ningún
modo identificar los objetos reales con aquellos que el niño introyecta.
Sabemos que la formación del superyó tiene lugar sobre la base de varias identificaciones.
Mis resultados muestran que este proceso, que termina con el período del complejo
de Edipo, o sea con el comienzo del período de latencia, comienza a una edad muy
temprana. Basando mis observaciones en mis descubrimientos en el análisis de niños
muy pequeños, indiqué en mi último artículo que el complejo de Edipo se forma por
la frustración sufrida con el destete, es decir, al final del primer año de vida
o al comienzo del segundo. Pero parejamente con esto vernos los comienzos de la
formación del superyó. Los análisis de niños mayores y de niños muy pequeños brindan
un panorama claro de los diversos elementos a partir de los cuales se desarrolla
el superyó y los diferentes estratos donde tiene lugar el desarrollo. Vemos cuántos
escalones tiene esta evolución antes de terminar con el comienzo del período de
latencia. Se trata realmente de terminación, porque contrariamente a Anna Freud,
estoy llevada a creer por el análisis de niños que su superyó es un producto sumamente
resistente, inalterable en su núcleo, y que no es esencialmente diferente del de
los adultos. La única diferencia es que el yo mas maduro de los adultos está más
capacitado para llegar a un acuerdo con el superyó. Pero esto a menudo sólo es aparentemente
lo que pasa. Además los adultos pueden defenderse mejor de las autoridades que representan
al superyó en el mundo exterior; inevitablemente los niños dependen más de éstas.
Pero esto no implica, como concluye Anna Freud, que el superyó del niño sea "aún
demasiado inmaduro, demasiado dependiente de su objeto, para controlar espontáneamente
las exigencias de los instintos, cuando el análisis lo ha desembarazado de la neurosis".
Aun en los niños estos objetos -los padres- no son idénticos al superyó. Su influencia
sobre el superyó del niño es enteramente análoga a la que podemos comprobar que
está en juego en los adultos cuando la vida los coloca en situaciones algo similares,
por ejemplo, en una posición de particular dependencia. La influencia de temidas
autoridades en los exámenes, de los oficiales en el servicio militar, etc., es comparable
con el efecto que Anna Freud percibe en las "constantes correlaciones en los niños
entre el superyó y los objetos amorosos, que pueden ser comparadas con las de dos
vasos comunicantes". Presionados por situaciones de la vida como las que mencioné
u otras similares, los adultos, como los niños, reaccionan con un incremento en
sus dificultades. Esto sucede porque se reactivan o refuerzan viejos conflictos
por la dureza de la realidad, y aquí juega un papel predominante la actuación intensificada
del superyó. Ahora bien, éste es exactamente el mimo proceso que al que se refiere
Anna Freud, a saber, la influencia de objetos aún actualmente presentes en el superyó
(del niño). Es verdad que las buenas y malas influencias sobre el carácter y todas
las otras relaciones contingentes de la niñez ejercen mayor presión sobre los niños
que la que sufren los adultos. Sin embargo, también en los adultos esto es indudablemente
importante[5].
Anna Freud cita un ejemplo (Págs. 70-7l) que le parece ilustrar particularmente
bien la debilidad y la dependencia de las exigencias del ideal del yo en los niños.
En el período de la vida que precede inmediatamente a la pubertad, un niño que tenía
un impulso incontrolable a robar descubrió que el agente principal que lo influía
era su temor al padre. Anna Freud toma esto como prueba de que aquí el padre, que
realmente existía, podía todavía ser reemplazado por el superyó.
Ahora bien, creo que con bastante frecuencia podemos encontrar los adultos desarrollos
similares del superyó. Hay muchas personas que (a menudo durante toda su vida) en
última instancia controlan sus instintos asociales únicamente por miedo a un "padre"
con una apariencia algo distinta: la policía, la ley, el desprestigio, etc. Lo mismo
es también cierto en lo que respecta a la "doble moralidad" que Anna Freud observa
en los niños. No son sólo los niños quienes tienen un código moral parad mundo de
los adultos y otro para ellos mismos y sus camaradas. Muchos adultos se comportan
exactamente del mismo modo y adoptan una actitud cuando están solos o con sus iguales,
y otra para superiores y extraños. Creo que una razón de la diferencia de opinión
entre Anna Freud y yo es la siguiente. Entiendo por superyó (y en esto estoy completamente
de acuerdo con lo que Freud nos enseñó sobre su desarrollo), la facultad que resulta
de la evolución edípica a través de la introyección de los objetos edípicos, y que,
con la declinación del complejo de Edipo, asume una forma duradera e inalterable.
Como ya lo he explicado, esta facultad, durante su evolución y más aun cuando ya
está completamente formada, difiere fundamentalmente de aquellos objetos que realmente
iniciaron su desarrollo. Por supuesto que los niños (pero también los adultos) establecerán
toda clase de ideales del yo, instalando diversos "superyoes" pero esto tiene seguramente
lugar en los estratos más superficiales y está determinado en el fondo por aquel
superyó firmemente arraigado en el niño y cuya naturaleza es inmutable. El superyó
que Anna Freud cree funciona todavía en la persona de los padres no es idéntico
a este superyó interno en el verdadero sentido, aunque no discuto su influencia
en él. Si queremos penetrar en el verdadero superyó, reducir su poder de actuación
e influirlo, nuestro único recurso para hacerlo es el análisis. Pero con esto quiero
decir un análisis que investigue todo el desarrollo del complejo de Edipo y la estructura
del superyó.
[1] Leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, mayo 4 y 18, 1927.
[2] O.C., 10.
[3] La bastardilla es mía.
[4] Debo ir aun un paso más allá. No creo que el problema sea inducir al niño durante la sesión "a excluir toda dirección e influencia consciente en su cadena de pensamientos" sino más bien que debemos tratar de inducirlo a reconocer todo lo que yace fuera de su inconsciente, no sólo durante la sesión, sino mía vida en general. La relación especial de los niños con la realidad descansa (como he mostrado con mayor detalle en mi último artículo ya citado, "Principios psicológicos del análisis infantil") sobre el hecho de que intentan excluir y repudiar todo lo que no está de acuerdo con sus impulsos inconscientes, y en esto está incluida la realidad en su sentido más amplio.
[5] Abraham (1921-25) dice: "Pero la dependencia de los rasgos de carácter del destino general de la libido no se limita a un período especial de la vida, sino que es válida universalmente para la vida entera. El proverbio Jugend kennt keine Tugend (la juventud no conoce virtudes), proclama el hecho de que en una edad temprana el carácter es inmaduro y falto de firmeza. Sin embargo, no deberíamos sobreestimar la estabilidad del carácter, incluso en años posteriores".