
 A
mediodía anocheció
Por
Ramón Carrillo
Ilustración: El Tomi
Allá en la tierra santiagueña, en el
viejo cementerio entre unas piedras dispersas se encontró hace tiempo una lápida
con esta inscripción: Chaupi Punchaupi Tutayara. Según la leyenda, tales palabras
se grabaron en la tumba de un príncipe hijo del sol, muerto en plena juventud, mereciendo
en grado sumo el cariño de sus súbditos: la inscripción quiere decir sencillamente
"A mediodía anocheció".
Acabo de recordar la frase ahora, el corazón oprimido por la angustia ante el destino
de EVA PERON. Destino misterioso y profundo el de esta mujer que entró en la inmortalidad
como una princesa del sol. El mediodía es la plenitud del día. Sol alto y esplendoroso
derramando su fuerza creadora, haciendo brotar de las entrañas de la tierra el máximo
de las potencias que en ella se encierra.
Así EVA PERON, asciende en breves años
hasta el ápice de su mediodía y con cariño inconmensurable por la humanidad doliente
de su patria y de más allá de la patria derrama el conjunto increíble de sus obras
y acciones, todas ellas enderezadas al mismo fin: La felicidad de los más humildes,
de los más olvidados, de los más desgraciados; también a su conjuro, mediante su
fuerza sin limites físicos, aquilatado por un sufrimiento tremendo, EVA PERON transforma
al lado de su Líder y el nuestro la fisonomía y la esencia del pueblo argentino.
Los niños, los ancianos, las mujeres,
los obreros, los enfermos de la carne y el alma, los rebeldes, los sin paz interior,
los escépticos, los desesperanzados, los señalados por los aciagos signos del infortunio,
reciben el amor de EVA PERON hecho creaciones que perdurarán mientras perdure la
vida de los pueblos.
Transcurrirá tal vez mucho tiempo para
valorar las gigantescas y universales dimensiones del espíritu de EVA PERON que
ahora la contemplamos sólo como un hecho nacional e histórico. Quienes hemos tenido
el honor de trabajar cerca de ella sabemos que era imposible substraerse al influjo
inextinguible de EVA PERON, a su singularísima captación de las necesidades del
pueblo, las permanentes y las circunstanciales, a su magnético dinamismo, a su fortaleza
realizadora. Subía su vida, como el sol a mediodía.
Y ahora también comprendemos por qué para ella no hubo pausa en la lucha, ni reposo
alguno, ni baladí entretenimiento, ni un paso atrás ante los obstáculos de la incomprensión,
de la mala fe, y hasta de la hostilidad que surgían ante ella, como surgen siempre
ante los visionarios porque su personalidad evade el orden común.
Su fiebre de amor por el pueblo era contagiosa; emanaba de ella y transcurría por
todos los canales de la vida argentina, haciendo surgir de la nada, esas realidades
que se llaman FUNDACION EVA PERON. Ciudades Infantiles, Hogares-Escuelas, Ciudades
Estudiantiles, Hogares de Tránsito, Hogares de Ancianos, Policlínicos, Escuela de
Enfermeras y también la ayuda oportuna al sumergido para dignificarlo; la participación
femenina en la vida política, social y gremial de la Nación incluso económica con
su plan agrario todo en fin, lo que recibe hoy en beneficio el pueblo de la patria;
este pueblo que antes jamás, entregó a nadie su corazón y que ahora lo ha encerrado
en un solo nombre: EVITA.
Y al mediodía anocheció. Belleza, juventud, satisfacciones, descanso, todo ofrendó
EVA PERON en aras de su amor por el pueblo, generado en su amor al Líder, compañero,
guía y esposo. Sobre ella anocheció. Pero la hermosura del destino de EVA PERON,
es la hermosura del bien.
Y lo impresionante de esta noche humana que nos atribula a todos los argentinos
como la pérdida de algo propio, se compensa apenas con el convencimiento absoluto
de que, hoy, mañana y siempre, EVA PERON vivirá en el amor de los humildes que son
los elegidos de Dios y por eso Dios la recibirá en su seno entre el canto de los
ángeles.
 Evita
Perón o viva el cáncer
Por Enrique
H. Panaro
Tu voz ronca de bronca rebelde comenzó a apagarse aquel 26 de julio del 52. Apenas
había comenzado el segundo gobierno de tu esposo; y ni vos ni él imaginaban que
alguna vez, ya muertos, ni siquiera los dejarían descansar en paz. Tu cuerpo embalsamado,
Evita, poco después del golpe de Estado del 55, sería secuestrado, ocultado, humillado
por tus enemigos y quizás los mismos bárbaros, tres décadas después, también profanaron
la tumba del general Juan Domingo Perón para robarle su gorra, sable y dos manos
serruchadas. Vaya a saber con qué rito macabro habrán celebrado su cobarde proeza.
Antes de suspirar dolorida y sin fuerzas, ¿oíste en tu memoria el pitazo de la locomotora
que el 3 de enero de 1935 te había traído a Buenos Aires desde tu pueblo provinciano?
¿O fue una campana de estación de trenes o de iglesia la que a las veinte y veinticinco
del 26 de julio de 1952 te anunció el fin?
¿Qué habías hecho para merecer lo escrito,
Viva el cáncer, en una pared cercana adonde morías? Sólo tenías treinta y tres años
y te odiaban tanto tus enemigos y te amaban tanto los descamisados del pueblo que,
debajo de fotos tuyas, como si fueras una santa, encendieron velas en tu memoria
y rezaron por tu descanso eterno... y durante días desfilarían ante tu cuerpo inmóvil
para verte por última vez.
El pueblo argentino
desnudo de ella, en la voz de Eduardo Galeano. Producción: ALER
(Ecuador). Serie Memorias del fuego - Mujeres. Fuente: Radioteca.net |
¿Qué habías hecho? Vamos, Evita, dímelo.
Cuando comenzó el primer gobierno de Juan, inicie la Cruzada de Ayuda Social con
la que se hicieron obras urgentes: saneamiento en barrios humildes; fundación de
comedores escolares, hogares de tránsito; donación de instrumental médico en hospitales;
distribución gratuita de alimentos, remedios, ropa, calzado y juguetes para Navidad
y Reyes a los niños más necesitados. Fue una acción rápida, improvisada, pero eficaz.
Después se organizó la Fundación Eva
Perón.
Sí, se creó a mediados del 48. Ya no
se trataba de beneficencia, de limosna, sino de restituir derechos, de dar lo que
correspondía, comenzando por los más débiles: los niños y los ancianos. Se construyeron
policlínicos en los alrededores de Buenos Aires —Ezeiza, Avellaneda, Lanús y San
Martín— y decenas de hospitales en el interior, miles de escuelas, hogares para
ancianos y hogares para huérfanos, colonias de vacaciones, jardines de infantes,
residencias para estudiantes del interior. El país que olvida a sus niños renuncia
a su porvenir. El tren sanitario equipado con la mejor aparatología llegaba a los
rincones más apartados de la Argentina. Y también fuimos generosos con importantes
donaciones a países que atravesaban por situaciones difíciles: Bolivia, Perú, Ecuador,
España, Italia, Francia, Israel.
¿Es verdad que sacabas dinero a los
ricos?
La ayuda social se solventaba con donaciones,
principalmente, de los sindicatos y partidas del presupuesto nacional; lo demás,
sólo fueron calumnias. ¿Cuántas denuncias hubo cuando cayó nuestro gobierno..?
Tras el golpe de Estado de septiembre de 1955 que derrocó al gobierno justicialista,
una comisión investigó la administración de la Fundación Eva Perón y no registró
ninguna denuncia por contribución forzada. En noviembre de ese año, el general Aramburu
desplazó del gobierno de la “Revolución Libertadora” al moderado general Lonardi
e incautó el féretro con el cadáver de Evita, depositado en custodia de la Confederación
General del Trabajo. El cuerpo de Evita estuvo en un furgón en la calle, en la sede
de la Inteligencia del Ejército, en la casa de un coronel que enloqueció. Finalmente
lo sepultaron secretamente en un cementerio de Milán, Italia, hasta que en 1971
—en otra operación oculta de otro gobierno militar, “Revolución Argentina”— el cadáver
de Evita fue entregado al general Perón que por entonces residía en la quinta “17
de Octubre”, Puerta de Hierro, Madrid, donde constató y documentó con fotografías
las consecuencias del mal trato sufrido por el cuerpo embalsamado de su ex esposa.
María Eva Duarte de Perón, Evita, actualmente yace en el Cementerio de la Recoleta
de Buenos Aires, en la bóveda de su familia. En un nuevo aniversario de su fallecimiento
recibirá flores, velas encendidas y palabras de discurso. Tal vez lleguen a ella
desde lejos voces sufrientes de millones de desocupados y empleados con salarios
miserables, quizás oiga los ruegos de comida de los que aún hurgan en la basura
o de los viejos y los niños que vagan sin rumbo por la ciudad y hace tiempo que
ya no son los privilegiados de la Argentina.
26 de julio de 2006 | www.enriquepanaro.com.ar
MI MENSAJE
[Texto completo]

INTRODUCCION - En estos últimos tiempos,
durante las horas de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este mensaje de mi
corazón. Quizás porque en "La Razón de mi Vida" no alcancé a decir todo lo que siento
y lo que pienso, tengo que escribir otra vez. He dejado demasiadas entrelíneas que
debo llenar; y esta vez no porque yo lo necesite. No. Mejor sería acaso para mí
que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase para
todos, como una palabra definitiva, todo lo que dije en el primero de mis libros,
pero mi amor y mi dolor no se conforman con aquella mezcla desordenada de sentimientos
y de pensamientos que dejé en las páginas de "La Razón de mi Vida". Quiero demasiado
a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión
quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte
por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor
de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo
como para que pueda callar. Si, todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el
cielo y el sol de nuestra tierra, si todavía queda tanto dolor que mitigar y heridas
que restañar, cómo será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la
bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros,
sangrando bajo la noche de la esclavitud! Y como será donde ya se ve la luz, pero
demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se rebela y que
quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia! Para
ellos, para mi pueblo y para todos los pueblos de la humanidad es "Mi Mensaje".
Ya no quiero explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero recibir ya ningún
elogio. Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen
a la raza de los explotadores. Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego
de mi corazón. Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del pueblo -¡la
primera mujer del pueblo que no se dejó deslumbrar por el poder ni por la gloria!-
aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan a los pueblos de la humanidad.
Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie fue capaz
de seguir la farsa como yo, para saber toda la verdad. Porque todos los que
salieron del pueblo para recorrer mi camino no regresaron nunca. Se dejaron
deslumbrar por la fantasía maravillosa de las alturas y se quedaron para gozar
de la mentira. Yo me vestí también con todos los honores de la gloria, de la
vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos
los países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo que
me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir, como mujer
de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo, "prestando mi cara" para
guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas
sus mentiras. Yo puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo que se engaña
y todo lo que se finge, porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus
miserias. Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas
frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria.
Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró
jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé
de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas. Ahora conozco todas las
verdades y todas las mentiras del mundo. Tengo que decirlas al pueblo de donde
vine. Y tengo que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad. A
los trabajadores, a las mujeres, a los humildes descamisados de mi Patria y
a todos los descamisados de la tierra y a la infinita raza de los pueblos! como
un mensaje de mi corazón.
MI MENSAJE

TENIA
QUE VOLAR CON ÉL
En "La Razón de mi Vida" dije con mis
pobres palabras cómo un día maravilloso de mi existencia me encontré con Perón.
El ya estaba en la lucha. Lo recuerdo como si lo viese, con la mirada llena de brillo,
con la frente levantada, con su limpia sonrisa, con su palabra encendida por el
fuego de su corazón. Vi desde el primer momento la sombra de sus enemigos, acechando
como buitres desde la altura o como víboras pegajosas desde la tierra vencida. Vi
a Perón demasiado solo, excesivamente confiado en el poder vencedor de sus ideales,
creyendo en la primera palabra de todos los hombres como si fuese su propia palabra,
limpia y generosa, sincera y honrada. No me atrajeron ni su figura ni los honores
de su cargo y, menos, sus galones de militar. Desde el primer momento yo vi su corazón,
y sobre el pedestal de su corazón, el mástil de sus ideales sosteniendo cerca del
cielo la bandera de su Patria y de su Pueblo. Vi su inmensidad, una soledad como
la de los cóndores, como la de las altas cumbres, como la soledad de las estrellas
en la inmensidad del infinito. Y a pesar de mi pequeñez, decidí acompañarlo. Por
seguirlo, por estar con él, hubiese sido y hubiese hecho cualquier cosa menos torcer
la ruta de su destino. Fue cuando le dije un día: "estoy dispuesta a seguirlo, donde
quiera que vaya". Poco a poco yo entré también en sus batallas. A veces porque me
provocaron sus enemigos. Otras, porque me indignaron sus traiciones y sus mentiras.
Había decidido seguirlo a Perón, pero no me resignaba a seguirlo de lejos, sabiéndolo
rodeado de enemigos y ambiciosos que se disfrazaban con palabras amistosas. Y de
amigos que no sentían ni el calor de la sombra de sus ideales. Yo quería estar con
él los días y las noches de su vida, en la paz de sus descansos y en las batallas
de su lucha. Ya sabia que él, como los cóndores, volaba alto y solo. ¡Y sin embargo
yo tenía que volar con él! Confieso que no medí desde el principio toda la magnitud
de mi decisión. Creí que podía ayudar a Perón con mi cariño de mujer; con la compañía
de mi corazón enamorado de su persona y de su causa, pero nada más. Pensé que mi
tarea, junto a su soledad, era llenarla con la alegría y con los entusiasmos de
mi juventud.
MI CORONEL
Y así emprendimos el camino: alegres
y felices en medio de la lucha. Un día me confesó que yo, su pequeña "giovinota"
como solía llamarme, era la única compañía sincera y leal de su existencia. ¡Nunca
como ese día me dolió tanto mi pequeñez! ¡Ese día decidí hacer lo posible para acompañarlo
mejor! Recuerdo que le pedí que fuese mi maestro y él, en las treguas de su lucha,
me enseñó un poco de todo cuanto pude aprender. Me gustaba leer a su lado. Empezamos
por "Las vidas paralelas" de Plutarco y seguimos después con las "Cartas completas
de Lord Chesterfield a su hijo Stanhope". En un tiempo me enseñó un poco de los
idiomas que él sabia: inglés, italiano y francés. Sin que yo lo advirtiese, fui
aprendiendo también a través de sus conversaciones la historia de Napoleón, de Alejandro
y de todos los grandes de la historia. Y así fue que me enseñó también a ver de
una manera distinta nuestra propia historia. Con él aprendí a leer en el panorama
de las cuestiones políticas internas e internacionales. Muchas veces me hablaba
de sus sueños y de sus esperanzas, de sus grandes ideales. Metida en un rincón de
la vida de "mi Coronel", se me ocurre que yo era algo así como un ramo de flores
en su casa... Nunca pretendí ser más que eso. Sin embargo, la lucha que se libraba
en torno de Perón era demasiado dura, muy grandes sus enemigos, casi infinita su
soledad y demasiado grande mi amor para que yo pudiese conformarme con ser nada
más que un poco de alegría en su camino.
LAS PRIMERAS SOMBRAS
La mayoría de los hombres que rodeaban
entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres
al fin, ellos no habían sabido sentir como yo quemando mi alma, el fuego de Perón,
su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que yo "calculaba"
con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas. Yo los conocí
de cerca, uno por uno. Después, casi todos lo traicionaron a Perón, algunos en octubre
de 1945, otros más tarde. Me di el gusto de insultarlos de frente, gritándoles en
la cara la deslealtad y el deshonor con que procedían o combatiéndolos hasta probar
la falsía de sus procedimientos y de sus intenciones. Yo me quedé sola junto a mi
coronel hasta que se lo llevaron prisionero. Desde aquellos días desconfié de los
amigos encumbrados y de los hombres de honor y me aferré ciegamente a los hombres
y mujeres humildes de mi pueblo que sin tanto "honor", sin tantos títulos ni privilegios
saben jugarse la vida por un hombre, por una causa, por un ideal. ¡O por un simple
sentimiento del corazón! Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver
con claridad el camino: Perón no podía creer en nada ni en nadie que no fuese su
pueblo. Desde entonces se lo he dicho infinitas veces en todos los tonos de voz
como para que nunca se le olvide, en medio de tantas palabras con que mienten su
honor y lealtad los hombres que rodean por lo general a un presidente. Los pueblos
de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo
de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos. Yo cuidé por
mi pueblo a Perón y los eché de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a veces
también con las duras palabras de la verdad que dije de frente con toda la indignación
de mi rebeldía.
LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO
Los enemigos del pueblo fueron y siguen siendo los enemigos de Perón. Yo los he
visto llegar hasta él con todas las formas de la maldad y de la mentira. Quiero
denunciarlos definitivamente. Porque serán enemigos eternos de Perón y del pueblo
aquí y en cualquier parte del mundo donde se levante la bandera de la justicia y
la libertad. Nosotros los hemos vencido, pero ellos pertenecen a una raza que nunca
morirá definitivamente. Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo que nos
puede hacer enemigos del pueblo y de su causa. Es necesario aplastarla donde quiera
que brote si queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía brillante de los
pueblos, si no queremos que vuelva a caer la noche sobre su victoria. A los enemigos
de Perón yo los he conocido de cerca y de frente. Yo no me quedé jamás en la retaguardia
de sus luchas. Estuve en la primera línea de combate; peleando los días cortos y
las noches largas de mi afán, infinito como la sed de mi corazón, y cumplí dos tareas.
¡No sé cuál fue más digna de una vida pequeña como la mía, pero mi vida al fin!
Una, pelear por los derechos de mi pueblo. La otra, cuidar las espaldas de Perón.
En esa doble tarea, inmensa para mi, que no tenía más armas que mi corazón enardecido,
conocí a los enemigos de Perón y de mi pueblo. Son los mismos. iSí! Nunca vi a nadie
de nuestra raza y la raza de los pueblos! peleando contra Perón. A los otros en
cambio, si... A veces los he visto fríos e insensibles. Declaro con toda la fuerza
de mi fanatismo que siempre me repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras.
Lo único que los mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los
sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores. Pero hay que apartarlos del camino.
No pueden estar cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo elige para conducirlos.
Y menos, pueden ser dirigentes del pueblo. Los dirigentes del pueblo tienen que
ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan. Yo los he
visto también con el mareo de las cumbres.
LOS FANÁTICOS
Solamente los fanáticos -que son idealistas
y son sectarios- no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al
pueblo. No pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar dispuestos
a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad.
Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia.
Me gustan los héroes y los santos. Me gustan los mártires, cualquiera sea la causa
y la razón de su fanatismo. El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente
y heroico es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte. Por eso
soy fanática. Daría mi vida por Perón y por el pueblo. Porque estoy segura que solamente
dándola me ganaré el derecho de vivir con ellos por toda la eternidad. Así, fanáticas
quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos quiero que sean los trabajadores
y los descamisados. El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón
para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen
sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón.
Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder
y riquezas no podrán ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón. Nosotros sí.
Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas tienen su raíz en la inteligencia,
pero los ideales tienen su pedestal en el corazón. No pueden ser fanáticos porque
las sombras no pueden mirarse en el espejo del sol. Frente a frente, ellos y nosotros,
ellos con todas las fuerzas del mundo y nosotros con nuestro fanatismo, siempre
venceremos nosotros. Tenemos que convencernos para siempre: el mundo será de los
pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo.
Quemarnos para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres y de los imbéciles
que nos hablan de prudencia. Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan
que Cristo dijo: "¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y que más quiero sino
que arda!" Cristo nos dio un ejemplo divino de fanatismo. ¿Qué son a su lado los
eternos predicadores de la mediocridad?
NI FIELES NI REBELDES
"¡Viva el cáncer!, escribió
alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. La odiaban, la odian
los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafía
hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta, o a lo sumo
para actríz de melodramas baratos. Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían.
Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo
y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos
y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares
de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde
arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano
ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban.
No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo
llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una
caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los
mercaderes, los señores de la tierra. Muerta Evita, el presidente Perón
es un cuchillo sin filo."
[Eduardo Galeano, Memorias del Fuego, México, Siglo XXI, 1990]
|
Yo he medido con la vara de mi corazón la frialdad y el fanatismo de los hombres.
Los dos extremos han desfilado permanentemente ante mis ojos. El paisaje de estos
años de mi vida es un inmenso contraste de luces y sombras. En todos los momentos
de esta vida mía me es dado contemplar y sufrir ese tremendo encuentro del fanatismo
y de la indiferencia. Confieso que no me duele tanto el odio de los enemigos de
Perón como la frialdad y la indiferencia de los que debieron ser amigos de su causa
maravillosa. Comprendo más y casi diría que perdono más el odio de la oligarquía
que la frialdad de algún hijo bastardo del pueblo que no siente ni comprende a Perón.
Si alguna cosa tengo que reprocharle a las altas jerarquías militares y clericales
es precisamente su frialdad y su indiferencia frente al drama de mi pueblo. Sí,
no exagero: lo que sucede en nuestro pueblo es drama, auténtico y extraordinario
drama por la posesión de la vida, de la felicidad, del simple y sencillo bienestar
que mi pueblo venia soñando desde el principio de su historia. El 17 de octubre
fue el encuentro del Pueblo con Perón. Aquella noche inolvidable se selló el destino
de los dos, y así empezó el inmenso drama... Frente a un mundo de pueblos sometidos
Perón levantó la bandera de nuestra liberación. Frente a un mundo de pueblos explotados
Perón levantó la bandera de la justicia. Yo le sumé mi corazón y entrelacé las dos
banderas de la justicia y de la libertad con un poco de amor... pero todo esto -la
libertad, la justicia y el amor, Perón y su pueblo-, todo esto es demasiado para
que pueda mirarse con indiferencia o con frialdad. Todo esto merece odio o merece
amor. Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias,
me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor. Frente al avance permanente
e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en
los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del
pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase
de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada.
Son como "los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes".
CAIGA QUIEN CAIGA
Yo he visto a Perón peleando incansablemente por su pueblo frente a las fuerzas
dominantes de la humanidad. Este capítulo está dedicado a ellas. No puedo callar
porque sería mentirle a mi pueblo y a todos los pueblos de la tierra que han sufrido
y sufren la despiadada prepotencia de los imperialismos. Es hora de decir la verdad,
cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Existen en el mundo naciones explotadoras
y naciones explotadas. Yo no diría nada si se tratase solamente de naciones, pero
es que detrás de cada nación que someten los imperialismos hay un pueblo de esclavos,
de hombres y mujeres explotados. Y aún las mismas naciones imperialistas esconden
siempre detrás de sus grandezas y de sus oropeles la realidad amarga y dura de un
pueblo sometido. Los imperialismos han sido y son la causa de las más grandes desgracias
de una humanidad que se encarna en los pueblos. Esta es la hora de los pueblos,
que es como decir la hora de la humanidad. Todos los enemigos de la humanidad tienen
las horas contadas. ¡También los imperialismos! En la hora de los pueblos lo único
compatible con la felicidad de los hombres será la existencia de naciones justas,
soberanas y libres, como quiere la doctrina de Perón. Y esto sucederá en este siglo.
Aunque parezca ya una letanía de mi fanatismo sucederá, "caiga quien caiga y cueste
lo que cueste".
LOS IMPERIALISMOS
¡Los imperialismos! A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo
capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes. Se dice
defensor de la justicia mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes
de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia. Se proclama defensor de la libertad
mientras va encadenando a todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen que
aceptar sus inapelables exigencias.
LOS QUE SE ENTREGAN
Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías
nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas
la felicidad de sus pueblos. Yo los he conocido también de cerca. Frente a los imperialismos
no sentí otra cosa que la indignación del odio, pero frente a los entregadores de
sus pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi desprecio. Muchas veces los
he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz. "No podemos hacer nada",
decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí!
¡Mil veces mentira...! Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de
los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano.
"No podemos hacer nada" es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones
sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por conveniencias.
POR CUALQUIER MEDIO
Nosotros somos un pequeño pueblo de la tierra, y sin embargo con nosotros Perón
decidió ganar, frente al imperialismo capitalista, nuestra propia justicia y nuestra
propia libertad. Y somos justos y libres. Podrá costar más o menos sacrificio ¡pero
siempre se puede! No hay nada que sea más fuerte que un pueblo. Lo único que se
necesita es decidirlo a ser justo, libre y soberano. ¿Los procedimientos? Hay mil
procedimientos eficaces para vencer: con armas o sin armas, de frente o por la espalda,
a la luz del día o a la sombra de la noche, con un gesto de rabia o con una sonrisa,
llorando o cantando, por los medios legales o por los medios ilícitos que los mismos
imperialismos utilizan en contra de los pueblos. Yo me pregunto: ¿qué pueden hacer
un millón de acorazados, un millón de aviones y un millón de bombas atómicas contra
un pueblo que decide sabotear a sus amos hasta conseguir la libertad y la justicia?
Frente a la explotación inicua y execrable, todo es poco. Y cualquier cosa es importante
para vencer.
EL HAMBRE Y LOS INTERESES
El arma de los imperialismos es el hambre. Nosotros, los pueblos sabemos lo que
es morir de hambre. El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses. Donde
esos intereses del imperialismo se llamen "petróleo" basta, para vencerlos, con
echar una piedra en cada pozo. Donde se llame cobre o estaño basta con que se rompan
las máquinas que los extraen de la tierra o que se crucen de brazos los trabajadores
explotados... ¡No pueden vencemos! Basta con que nos decidamos. Así quiso que fuese
Perón entre nosotros y vencimos. Ya no podrán jamás arrebatarnos nuestra justicia,
nuestra libertad y nuestra soberanía. Tendrían que matarnos uno por uno a todos
los argentinos. Y eso ya no podrán hacerlo jamás.
EL ODIO Y EL AMOR
En años de lucha he aprendido cómo juegan
su papel en el gobierno de los pueblos las fuerzas políticas nacionales e internacionales,
las fuerzas económicas y espirituales de la tierra, y cómo se disfrazan las ambiciones
de los hombres. Yo he visto a Perón enfrentándolos de pie, sereno e imperturbable, mirando siempre más allá de su vida
y de su tiempo, con los ojos puestos exclusivamente en la felicidad de su pueblo
y en la grandeza de su Patria. Nada ni nadie pudo ni podrá apartarlo de su camino.
Yo recuerdo cómo, en los primeros tiempos de su lucha, debió enfrentar la calumnia
que intentaba separarlo de sus descamisados: decían que él era un peligro para
el pueblo porque era militar. Algunos años después, como la calumnia no prosperó,
sus enemigos trataron de enfrentarlo con las fuerzas armadas. Decían que Perón
intentaba crear una fuerza en los trabajadores para sustituir el influjo militar
en el Gobierno de la República. Sobre todas estas cosas quiero decir la verdad
¡mi auténtica verdad! y espero que alguna vez se imponga sobre tanta mentira,
o por lo menos -aunque no me crean- sirva para algo a los pueblos del mundo
en sus luchas por la justicia y por la libertad. Declaro que pertenezco ineludiblemente
y para siempre a la "ignominiosa raza de los pueblos". De mí no se dirá jamás
que traicioné a mi pueblo, mareada por las alturas del poder y de la gloria.
Eso lo saben todos los pobres y todos los ricos de mi tierra, por eso me quieren
los descamisados y los otros me odian y me calumnian. Nadie niega en mi Patria
que, para bien o para mal, yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle.
Por eso, porque sigo pensando y sintiendo como pueblo, no he podido vencer todavía
nuestro "resentimiento" con la oligarquía que nos explotó. ¡Ni quiero vencerlo!
Lo digo todos los días con mi vieja indignación descamisada, dura y torpe, pero
sincera como la luz que no sabe cuando alumbra y cuando quema. Como el viento
que no distingue entre borrar las nubes del cielo y sembrar la desolación en
su camino. No entiendo los términos medios ni las cosas equilibradas. Sólo reconozco
dos palabras como hijas predilectas de mi corazón: el odio y el amor. Nunca
sé cuando odio ni cuando estoy amando, y en este encuentro confuso del odio
y del amor frente a la oligarquía de mi tierra -y frente a todas las oligarquías
del mundo- no he podido encontrar el equilibrio que me reconcilie con las fuerzas
que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los explotadores.
LOS ALTOS CÍRCULOS
Me
rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi
amor -no lo sé todavía-, en contra del privilegio que constituyen todavía los
altos círculos de las fuerzas armadas y clericales. Tengo plena conciencia de
lo que escribo. Sé lo que sienten y lo que piensan de esos círculos los hombres
y mujeres humildes que constituyen el pueblo. Todos los pueblos de la humanidad.
Yo no los condeno personalmente. Aunque personalmente me combatieron y me combaten
como enemiga declarada de sus propósitos y de sus intenciones. En el fondo de
mi corazón, yo no deseo otra cosa que salvarlos con mi acusación, señalándoles
el camino del pueblo por donde llega el porvenir de la humanidad. Yo sé que
la religión es el alma de los pueblos y que a los pueblos les gusta ver en sus
ejércitos la fuerza pujante de sus muchachos como garantía de su libertad y
expresión de la grandeza de su Patria. Pero sé también que a los pueblos les
repugna la prepotencia militar que se atribuye el monopolio de la Patria, y
que no se concilian la humildad y la pobreza de Cristo con la fastuosa soberbia
de los dignatarios eclesiásticos que se atribuyen el monopolio absoluto de la
religión. La Patria es del pueblo, lo mismo que la Religión. No soy antimilitarista
ni anticlerical en el sentido en que quieren hacerme aparecer mis enemigos.
Lo saben los humildes sacerdotes del pueblo que me comprenden a despecho de
algunos altos dignatarios del clero rodeados y cegados por la oligarquía. Lo
saben los hombres honrados que en las fuerzas armadas no han perdido contacto
con el pueblo. Los que no quieren comprenderme son los enemigos del pueblo metidos
a militares. Ellos desprecian al pueblo y por eso desprecian a Perón, que siendo
militar abrazó la causa del pueblo aún a costa de abandonar en cierto momento
su carrera militar. Yo veo no sólo el panorama de mi propia tierra. Veo el panorama
del mundo y en todas partes hay pueblos sometidos por gobiernos que explotan
eblos en beneficio propio o de lejanos intereses. Y detrás de cada gobierno
impopular he aprendido a ver ya la presencia militasolapada y encubierta
o descarada y prepotente. En este mensaje de mis verdades, no puedo callar esta
verdad irrefutable que se cierne como la más grande sombra cubriendo los horizontes
de la humanidad. Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos de
sus fuerzas militares gobernando a las naciones. ¿Cómo? Abriendo al pueblo sus
cuadros dirigentes. Los ejércitos deben ser del pueblo y servirlo. Deben servir
a la causa de la justicia y de la libertad. Es necesario convencerlos de que
la Patria no es una geografía de fronteras más o menos dilatadas sino que es
el pueblo. La Patria sufre o es feliz en el pueblo que la forma. En la hora
de nuestra raza, en la hora de los pueblos, la Patria alcanzará su más alta
verdad. Es necesario que los ejércitos del mundo defiendan a sus pueblos sirviendo
la causa de la justicia y de la libertad. Solamente así se salvarán los pueblos
de caer en el odio contra "eso" que antes se llamaba Patria, y que era una mentira
más ¡una bella mentira que inventó la oligarquía cuando empezó a vender la dignidad
del pueblo, es decir la dignidad augusta y maravillosa de la Patria!
EL PUEBLO ES LA ÚNICA FUERZA
Yo no sé si no será posible que alguna vez el mundo cancele todo cuanto signifique
una fuerza de agresión y desaparezca la necesidad de sostener ejércitos para
la defensa, pero mientras eso -que sería lo ideal, acaso lo sobrenatural o lo
imposible- no suceda, los pueblos del mundo deben cuidar que sus fuerzas militares
no se conviertan en cadenas o instrumentos de su propia opresión. El ejército
de mi Patria custodió en 1946 las elecciones que consagraron a Perón presidente
de los argentinos. En aquella ocasión, fueron sus militares una garantía para
el pueblo. A pesar de eso, yo considero que la función militar no debe ser en
ningún caso garantía cívica de la justicia y la libertad. Porque la fuerza suele
tentar a los hombres, lo mismo que el dinero. La garantía de la voluntad soberana
del pueblo debe estar en el propio pueblo. Sacarla de sus manos es reconocerle
una debilidad que no existe, porque los pueblos constituimos por nosotros mismos
la fuerza más poderosa que poseen las naciones. Lo único que debemos hacer es
adquirir plena conciencia del poder que poseemos y no olvidarnos de que nadie
puede hacer nada sin el pueblo, que nadie puede hacer tampoco nada que no quiera
el pueblo. ¡Sólo basta que los pueblos nos decidamos a ser dueños de nuestros
propios destinos! Todo lo demás es cuestión de enfrentar al destino. ¡Basta
eso para vencer! ¡Y si no que lo diga nuestro pueblo!
SERVIR AL PUEBLO
En estos momentos el mundo es una inmensa fortaleza. Todos los gobiernos han
sido dominados por los altos círculos de sus fuerzas armadas. Así como la Edad
Media fue clerical y la iglesia gobernó sobre los pueblos por medio de los reyes
y los reyes dominaron a los pueblos valiéndose del clero, así en la Edad de
nuestro siglo las fuerzas armadas mandan sobre los pueblos infiltradas en los
gobiernos de las naciones y los gobiernos oprimen y sojuzgan y explotan a los
pueblos valiéndose del instrumento colosal de sus ejércitos. Todo es militar
en este mundo nuestro. Yo no diría una sola palabra si las fuerzas armadas fuesen
instrumentos fieles al pueblo. Pero no es así: casi siempre son carne de oligarquía.
O porque la oligarquía copó los altos círculos de la oficialidad, o porque los
oficiales a los que el pueblo dio a sus fuerzas armadas se entregaron, olvidándose
del pueblo, de sus dolores, y de su inmenso dolor! Nosotros, el pueblo, tenemos
que ganar las altas jerarquías de las fuerzas armadas de las naciones. No se
trata de destruirlas, aunque yo pienso que alguna vez serán inútiles. Se trata
de convertirlas al pueblo y después, cuando todos sus dirigentes -sus oficiales-
sean carne y alma del pueblo, habrá que permanecer alertas, vigilándolas para
que no se entreguen otra vez. No creo que la solución sea la que adoptaron los
espartanos en los años de su decadencia y que los generales tengan que ser elegidos
por el pueblo. El pueblo sólo tiene que elegir a sus gobernantes para que ellos
hagan lo que el pueblo quiere. Los generales deben servir al gobierno del pueblo
con plena y absoluta conciencia de que nada en la Nación puede sobreponerse
ni oponerse a la voluntad del pueblo.
LA GRANDEZA O LA FELICIDAD
La patria no es patrimonio de ninguna fuerza. La patria es el pueblo y nada
puede sobreponerse al pueblo sin que corran peligro la libertad y la justicia.
Las fuerzas armadas sirven a la patria sirviendo al pueblo. El gran error de
algunas fuerzas armadas consiste en creer que servir a la patria es una cosa
distinta. Entonces, en aras de lo que ellos creen que es la patria, no les importa
sacrificar al pueblo, sometiéndolo a las reglas de la prepotencia militar. En
todos los siglos de la historia ha sucedido lo mismo. El espíritu militar ha
considerado que el gran ideal de su existencia consistía en alcanzar la grandeza
de la Nación y que, ante ese objetivo supremo se justificaba todo, incluso sacrificar
la felicidad del pueblo. Perón nos ha enseñado que la felicidad del pueblo es
lo primero; que no se puede hacer la grandeza de un país con un pueblo que no
tiene bienestar. Las fuerzas armadas del mundo deben convencerse de esta absoluta
verdad del peronismo. Si no es así, los pueblos mismos, por su propia mano,
con la conciencia plena de nuestro poderío insuperable, las iremos borrando
de la historia de la humanidad.
SOMOS MÁS FUERTES
Todas estas ideas y razones me llevan a decirle a mi pueblo y a todos los pueblos
del mundo en este mensaje de mis verdades: nadie puede más que nosotros. Somos
más fuertes que todas las fuerzas armadas de todas las naciones juntas. Si nosotros
no queremos que la fuerza bruta de las armas nos domine, no podrá dominarnos.
Con las armas pueden matarnos, pero morir de hambre es más doloroso, y nosotros
sabemos lo que es morir por hambre! No podrán matarnos. Los soldados son hijos
nuestros y no se atreverán a tirar sobre sus madres aunque los manden miles
y miles de oficiales entregados y vendidos a la oligarquía. Podrán vencemos
un día, en la noche o de sorpresa, pero si al día siguiente nos largamos a la
calle, o nos negamos a trabajar, o saboteamos todo cuanto ellos quieran mandar;
tendrán que resignarse a devolvernos la libertad y la justicia. Si toda esta
resistencia puede organizarse, mejor; si no, lo mismo venceremos con tal de
que tengamos plena conciencia de nuestro poderío soberano. Debemos convencernos
definitivamente de una sola cosa: de que el gobierno debe ser del pueblo y que
nadie sino el pueblo puede ocuparlo, porque, si no, no será tampoco para el
pueblo. La hora de los pueblos no será alcanzada por nuestro siglo si no exigimos
participación activa en el gobierno de las naciones. Pero ¿cómo? Como nosotros
lo hemos hecho en nuestra tierra, gracias a Perón. Llevando a los obreros y
a las mujeres del pueblo a los más altos cargos y responsabilidades del Estado.
Y cuidando después que los dirigentes políticos del pueblo y los dirigentes
sindicales no pierdan contacto con las masas que representan. Los gobernantes
del pueblo deben seguir viviendo con el pueblo. Es una condición fundamental
para que los pueblos no empiecen a sentirse traicionados. Y para gobernar con
sentido real de lo auténticamente popular.
VIVIR CON EL PUEBLO
Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores y gozar
con la simple alegría de su corazón. Pero nada de todo eso se puede si previamente
no se ha decidido definitivamente encarnarse en el pueblo, hacerse una sola
carne con él para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del
pueblo sea lo mismo que si fuese nuestra. Eso es lo que yo hice, poco a poco
en mi vida. Por eso el pueblo me alegra y me duele. Me alegra cuando lo veo
feliz y cuando yo puedo añadir un poco de mi vida a su felicidad. Me duele cuando
sufre. Cuando los hombres del pueblo o quienes tienen obligación de servirlo
en vez de buscar la felicidad del pueblo lo traicionan. También tengo para ellos
una palabra dura y amarga en este mensaje de mis verdades. Yo los he visto marearse
por las alturas. Dirigentes obreros entregados a los amos de la oligarquía por
una sonrisa, por un banquete o por unas monedas. Los denuncio como traidores
entre la inmensa masa de trabajadores de mi pueblo y de todos los pueblos. Hay
que cuidarse de ellos: son los peores enemigos del pueblo porque han renegado
de nuestra raza. Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor para
gozar la vida sonriente que nosotros les dimos otorgándoles una jerarquía sindical.
Conocieron el mundo de la mentira, de la riqueza, de la vanidad y en vez de
pelear ante ellos por nosotros, por nuestra dura y amarga verdad, se entregaron.
No volverán jamás, pero si alguna vez volviesen habría que sellarles la frente
con el signo infamante de la traición.
LAS JERARQUÍAS CLERICALES
Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías clericales cuya
inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia frente a la realidad
sufriente de los pueblos. Declaro con absoluta sinceridad que me duelen como
un desengaño estas palabras de mi dura verdad. Yo no he visto sino por excepción
entre los altos dignatarios del clero generosidad y amor... como se merecía
de ellos la doctrina de Cristo que inspiró la doctrina de Perón. En ellos simplemente
he visto mezquinos y egoístas intereses y una sórdida ambición de privilegio.
Yo los acuso desde mi indignidad, no para el mal sino para el bien. No les reprocho
haberlo combatido sordamente a Perón desde sus conciliábulos con la oligarquía.
No les reprocho haber sido ingratos con Perón, que les dio de su corazón cristiano
lo mejor de su buena voluntad y de su fe. Les reprocho haber abandonado a los
pobres, a los humildes, a los descamisados, a los enfermos, y haber preferido
en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les reprocho haber traicionado
a Cristo que tuvo misericordia de las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo
y haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras
la cortina de humo con que lo inciensan. Yo soy y me siento cristiana. Soy católica,
pero no comprendo que la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía
y el privilegio. Esto no lo entenderé jamás. Como no lo entiende el pueblo.
El clero de los nuevos tiempos, si quiere salvar al mundo de la destrucción
espiritual, tiene que convertirse al cristianismo. Empezar por descender al
pueblo. Como Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo, sentir con el
pueblo. Porque no viven ni sufren ni sienten ni piensan con el pueblo, estos
años de Perón están pesando sobre sus corazones sin despertar una sola resonancia.
Tienen el corazón cerrado y frío. ¡Ah, si supieran qué lindo es el pueblo, se
lanzarían a conquistarlo para Cristo que hoy, como hace dos mil años, tiene
misericordia de las turbas!
LA RELIGIÓN
Cristo les pidió que evangelizasen a los pobres y ellos no debieron jamás abandonar
al pueblo donde está la inmensa masa oprimida de los pobres. Los políticos clericales
de todos los tiempos y en todos los países quieren ejercer el dominio y aún
la explotación del pueblo por medio de la iglesia y la religión. Muchas veces,
para desgracia de la fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo
predicando una estúpida resignación... que no sé todavía cómo puede conciliarse
con la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se canta
en el Evangelio. También el clero político pretende ejercer en todos los países
el dominio y aún la explotación del pueblo por medio del gobierno, lo que también
es peligroso para la felicidad del pueblo. Los dos caminos del clericalismo
político y de la política clerical deben ser evitados por los pueblos del mundo
si quieren ser alguna vez felices. Yo no creo, como Lenín, que la religión sea
el opio de los pueblos. La religión debe ser, en cambio, la liberación de los
pueblos; porque cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza las alturas de
su extraordinaria dignidad. Si no hubiese Dios, si no estuviésemos destinados
a Dios, si no existiese religión, el hombre sería un poco de polvo derramado
en el abismo de la eternidad. Pero Dios existe y por El somos dignos, y por
El todos somos iguales, y ante El nadie tiene privilegios sobre nadie. ¡Todos
somos iguales! Yo no comprendo entonces por qué, en nombre de la religión y
en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia. Ni
por qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y en nombre de la religión,
esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad. La religión no
ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera
de rebeldía. La religión está en el alma de los pueblos porque los pueblos viven
cerca de Dios, en contacto con el aire puro de la inmensidad. Nadie puede impedir
que los pueblos tengan fe. Si la perdiesen, toda la humanidad estaría perdida
para siempre. Yo me rebelo contra las "religiones" que hacen agachar la frente
de los hombres y el alma de los pueblos. Eso no puede ser religión. La religión
debe levantar la cabeza de los hombres. Yo admiro a la religión que puede hacerle
decir a un humilde descamisado frente a un emperador: "¡Yo soy lo mismo que
Usted, hijo de Dios!" La religión volverá a tener su prestigio entre los pueblos
si sus predicadores la enseñan así: como fuerza de rebeldía y de igualdad, no
como instrumento de opresión. Predicar la resignación es predicar la esclavitud.
Es necesario, en cambio, predicar la libertad y la justicia. ¡Es el amor el
único camino por el que la religión podrá llegar a ver el día de los pueblos!
LAS FORMAS Y LOS PRINCIPIOS
Yo vivo con mi corazón pegado al corazón de mi pueblo y conozco por eso todos
sus latidos. Yo sé cómo siente, cómo piensa y cómo sufre. No se me escapa que
muchas veces ha sido engañado y que en materia religiosa tiene demasiado prejuicios
y acepta numerosos errores. Yo no me siento autorizada para juzgar sobre este
trascendente tema. Mi mensaje está destinado a despertar el alma de los pueblos
de su modorra frente a las infinitas formas de la opresión, y una de esas formas
es la que utiliza el profundo sentido religioso de los pueblos como instrumento
de esclavitud. El sentimiento religioso debe ser defendido por los pueblos y
por eso todas sus deformaciones reclaman una condenación imperdonable. Yo creo
que tanto mal han hecho a la humanidad los que creen que la religión es una
simple colección de formalidades exteriores como aquellos que no ven otra cosa
que principios de absoluta rigidez. La religión es para el hombre y no el hombre
para la religión, y por eso la religión ha de ser profundamente humana, profundamente
popular. Y para que la religión sea así, profundamente popular; debe volver
a ser como antes. Ha de volver a hablar en el lenguaje del corazón que es el
lenguaje del pueblo, olvidándose de los ritos excesivos y de las complicaciones
teológicas también excesivas. Cuando al pueblo se le habla con sencillez y con
amor; acepta la verdad que se le ofrece. Y con más fe todavía si se le predica
con el ejemplo. Desgraciadamente nuestro pueblo, y acaso todos los pueblos de
la tierra, sólo han visto demasiado interés en los predicadores de la fe y acaso
por eso mismo, les han cerrado el corazón.
LOS PUEBLOS Y DIOS
Muchas veces, en estos años de mi vida, he pensado qué lejos estaban ciertos
predicadores y apóstoles de la religión del corazón del pueblo... porque la
frialdad y el egoísmo de sus almas no podía contagiar a nadie ni sembrar en
las almas el ardor de la fe, que es fuego ardiente. Yo sé -y lo declaro con
todas las fuerzas de mi espíritu- que los pueblos tienen sed de Dios. Y sé también
como trabajan sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación no va
dirigida contra éstos, sino contra quienes por egoísmo, por vanidad por soberbia,
por interés o por cualquier otra razón indigna a la causa que dicen defender.
alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de Dios. Dios les exigirá
algún día la cuenta precisa y meticulosa de sus traiciones con mucho más severidad
que a quienes, con menos teología, pero con más amor, nos decidimos a darlo
todo por el pueblo. Con toda el alma, con todo el corazón.
LOS
AMBICIOSOS
Enemigos del pueblo son también los ambiciosos. Muchas veces los he visto llegar
hasta Perón, primero como amigos mansos y leales, y yo misma me engañé con ellos,
que proclamaban una lealtad que después tuve que desmentir. Los ambiciosos son
fríos como culebras pero saben disimular demasiado bien. Son enemigos del pueblo
porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido
en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa
del pueblo. Son los caudillos. Tienen el alma cerrada a todo lo que no sean
ellos. No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal. La doctrina y
el ideal son ellos. La hora de los pueblos no llegará con ningún caudillo porque
los caudillos mueren y los pueblos son eternos. Por eso es grande Perón, porque
no tiene otra ambición que la felicidad de su pueblo y la grandeza de su Patria.
Y porque ha creado una doctrina -una doctrina es un ideal- para que su pueblo
siga su doctrina y no su nombre. Yo pienso, en cambio, que los pueblos cuando
encuentran un hombre digno de ellos, no siguen su doctrina, sino su nombre.
Porque en el hombre y en el nombre ven encarnarse a la doctrina misma y no pueden
concebir la doctrina sin su creador. Por eso yo no puedo concebir al justicialismo
sin Perón, y por eso he declarado tantas veces que yo soy peronista, no justicialista.
Porque el justicialismo es la doctrina, en cambio el peronismo es Perón y la
doctrina. ¡La realidad viva que nos hizo y que nos hace felices! Los caudillos
en cambio, los ambiciosos, no tienen doctrina porque no tienen otra conducta
que su egoísmo. Hay que buscarlos y marcarlos a fuego para que nunca se conviertan
en dueños de la vida y las haciendas del pueblo. Yo los he conocido de cerca
y de frente, y algunas veces incluso me han engañado, por lo menos momentáneamente.
Hay que identificarlos y hay que destruirlos. La causa del pueblo exige nada
más que hombres del pueblo que trabajen para el pueblo, no para ellos. En esto
se distinguen los ambiciosos: en que trabajan para ellos, nada más que para
ellos. Nunca buscan la felicidad del pueblo, siempre buscan más bien su propia
vanidad y enriquecerse pronto. El dinero, el poder y los honores son las tres
grandes "causas", los tres "ideales" de todos los ambiciosos. No he conocido
ningún ambicioso que no buscase alguna de estas tres cosas o las tres al mismo
tiempo. Los pueblos deben cuidar a los hombres que elige para regir sus destinos.
Y deben rechazarlos y destruirlos cuando los vean sedientos de riqueza, de poder
o de honores. La sed de riquezas es fácil de ver. Es lo primero que aparece
a la vista de todos. Sobre todo a los dirigentes sindicales hay que cuidarlos
mucho. Se marean también ellos y no hay que olvidar que cuando un político se
deja dominar por la ambición es nada más que un ambicioso; pero cuando un dirigente
sindical se entrega al deseo de dinero, de poder o de honores es un traidor
y merece ser castigado como un traidor. El poder y los honores seducen también
intensamente a los hombres y los hacen ambiciosos. Empiezan a trabajar para
ellos y se olvidan del pueblo. Esta es la única manera de identificarlos. El
pueblo tiene que conocerlos y destruirlos. Solamente así, los pueblos serán
libres. Porque todo ambicioso es un prepotente capaz de convertirse en un tirano.
¡Hay que cuidarse de ellos como del diablo!
No quisiera morirme, por Perón y por mis descamisados. No por mí, que he vivido
todo lo que tenía que vivir. Perón y los pobres me necesitan.
¿Sabrán mis "grasitas" todo lo que yo los quiero?
Si alguien me preguntase, en estos momentos difíciles y amargos de mi vida,
cuál es mi deseo más ferviente y cuál mi voluntad más absoluta, yo les diría:
vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Muchas veces, en las horas largas
y duras de mi enfermedad, he deseado vivir no por mí, que ya he recibido de
la vida todo cuanto podía pedir y más todavía, sino por Perón y por mis "grasitas",
por mis descamisados. La enfermedad y el dolor me han acercado a Dios y he aprendido
que no es injusto todo esto que me está sucediendo y que me hace sufrir. Yo
tenía todas las posibilidades de tomar, cuando me casé con Perón, el camino
equivocado que conduce al mareo de las altas cumbres. En cambio Dios me llevó
por los caminos de mi pueblo y por haberlo seguido he llegado a recibir como
nadie el cariño de los hombres, de las mujeres, de los niños y de los ancianos.
Pero le pido a Dios que me dé algunas vacaciones en mi sufrimiento.
EL GRAN DELITO
Muchas veces, sobre todo en los años de la revolución, oía como los altos jefes
militares trataban de disuadir al Coronel de su amor por el pueblo. Ellos no
concebían que un oficial superior pudiese entregarse así a "la chusma". Al principio
creían que el Coronel hacia demagogia para conquistar el poder. Fue entonces
cuando, envidiosos del éxito de Perón, le hicieron la primera revolución, le
exigieron su renuncia y lo encarcelaron en Martín García. Pero felizmente el
pueblo ya lo había conocido a Perón, y ya no veía en él al jefe militar con
vocación de dictador; sino al compañero cuyo corazón había sentido el dolor
de nuestra raza. Y el pueblo se lanzó a la calle dispuesto a todo. Los jefes
militares de la reacción huyeron asustados y la oligarquía se escondió con ellos.
Fue el 17 de octubre de 1945. Después, las cosas cambiaron. El Coronel, ya Presidente,
siguió fiel a sus descamisados. Ya no podía ser que fuese demagogo, como decían.
Era cierto entonces aquello de que Perón, un jefe militar, concedía importancia
fundamental a los trabajadores de su pueblo. Y a medida que los trabajadores
se organizaban constituyendo la más poderosa fuerza del país, la oligarquía
infiltrada también en las fuerzas armadas preparaba la reacción. Yo he presenciado
la dura batalla de Perón con el privilegio de la fuerza, tan dura como las luchas
contra el privilegio del dinero o de la sangre. Yo sé lo que ha sufrido, aunque
he tenido el raro y maravilloso privilegio de ser algo así como el escudo donde
se estrellaron siempre los ataques de sus enemigos. Ellos, cobardes como todos
los traidores, nunca lo atacaron de frente, lo atacaron por mí... ¡Yo fui el
gran pretexto! Cumplí mi tarea gozosa y feliz, parando los golpes que iban dirigidos
a Perón. Sin embargo los que no me querían a mí, siempre terminaron por alejarse
de Perón. De alguna manera se fueron... ¡Y muchos lo traicionaron! La verdad,
la auténtica y pura verdad, es que la gran mayoría de los que no quisieron a
Perón por mí, tampoco lo quieren sin mí. En cambio el pueblo, los descamisados,
los obreros, las mujeres, que me quieren a mí más de lo que merezco, son fanáticos
de Perón hasta la muerte. En el pueblo reside la fuerza de Perón, no en el ejército.
Solamente el pueblo lo quiere a Perón con fanatismo y sinceridad. Y cuando en
los últimos tiempos algunos oficiales de las fuerzas armadas quisieron "terminar
con Perón, tuvieron que enfrentarse con el pueblo que rodeó a su Líder; oponiendo
a los traidores el pecho descubierto, la fuerza infinita del corazón. Aún en
el ejército, los hombres leales, aún las que cayeron en defensa de Perón, fueron
hombres del pueblo, humildes pero nobles y fieles ante la defección traidora
de la oligarquía. Aquel día, el 28 de septiembre, yo me alegré profundamente
de haber renunciado a la vicepresidencia de la República el 22 y el 31 de agosto.
Si no, yo hubiese sido otra vez el gran pretexto. En cambio, la revolución vino
a probar que la reacción militar era contra Perón, contra el infame delito cometido
por Perón al "entregarse" a la voluntad del pueblo, luchando y trabajando por
la felicidad de los humildes y en contra de la prepotencia y de la confabulación
de todos los privilegios con todas las fuerzas de la antipatria. ¡Este es el
gran delito de Perón! El gran delito que yo bendigo desde el fondo de mi corazón
descamisado. En mí, no tiene importancia ni tiene valor todo lo que yo siento
de amor y de cariño por mi pueblo, porque yo vine del pueblo, yo sufrí con el
pueblo. En cambio, el amor de Perón por los descamisados vale infinitamente
más, porque dada su condición de coronel, el camino más fácil de su vida era
el de la oligarquía y sus privilegios. En cambio se decidió por el pueblo, contra
toda probabilidad, venciendo las resistencias de muchos compañeros y abrazó
nuestra causa definitivamente. ¡Cometió el gran delito! Pienso que, cometiéndolo,
salvó él sólo a las fuerzas armadas de mi Patria del descrédito y del deshonor.
Si Perón no fuese militar, nuestro pueblo estaría convencido de que las fuerzas
armadas son un reducto de la oligarquía. Los militares tienen, en este año de
Perón, la gran oportunidad de asegurarse el porvenir ayudándolo en su tarea
de servir al pueblo, partiendo de la base fundamental de que eso no es delito:
es servir a la Patria.
MI VOLUNTAD SUPREMA
Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta
y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad
de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre
mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo
de mi alma. Si Dios llevase del mundo a Perón antes que a mí, yo me iría con
él porque no sería capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con
mis descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis
niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor; para ayudarlos a luchar
con el fuego de mi fanatismo y para ayudarlos a sufrir con un poco de mis propios
dolores. He sufrido mucho, pero mi dolor valía la felicidad de mi pueblo y yo
no quise negarme -no quiero negarme-, acepto sufrir hasta el último día de mi
vida si eso sirve para restañar alguna herida o enjugar alguna lágrima. Pero
si Dios me llevase del mundo antes que a Perón, yo quiero quedarme con él y
con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán en
ellos, seguirán viviendo en ellos, haciendo todo el bien que falta, dándoles
todo el amor que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus
almas todos los días el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como
una sed amarga e infinita. Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el
camino abierto de la justicia y de la libertad hasta que llegue el día maravilloso
de los pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea
pueblo puro, en contra de todo lo que no sea la "ignominiosa" raza de los pueblos.
Yo estaré con ellos, con Perón y con mi Pueblo, para pelear contra la oligarquía
vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los
mercaderes de los pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad. El sabe que me
consume el amor de mi raza, que es el pueblo. Todo lo que se opone al pueblo
me indigna hasta los limites extremos de mi rebeldía y de mis odios, pero Dios
sabe también que nunca he odiado a nadie por si mismo, ni he combatido a nadie
con maldad, sino por defender a mi pueblo, a mis obreros, a mis mujeres, a mis
pobres "grasitas" a quienes nadie defendió jamás con más sinceridad que Perón
y con más ardor que "Evita". Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo
que mi amor; porque él, desde su privilegio militar supo encontrarse con el
pueblo, supo subir hasta su pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta.
Yo, en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y
sangre del pueblo. No podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo. Si muriese
antes que Perón, quisiera que esta voluntad mía, la última y definitiva de mi
vida, sea leída en acto público en la Plaza de Mayo, en la Plaza del 17 de Octubre,
ante mis queridos descamisados. Quiero que sepan, en ese momento, que quise
y que quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mi sol y mi cielo. Dios
no me permitirá que mienta si yo repito en este momento una vez más, como León
Bloy, que "no concibo el cielo sin Perón". Pido a todos los obreros, a todos
los humildes, a todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los pibes
y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen a Perón como
si fuese yo misma. Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón
como representante soberano y único del pueblo. que todos mis bienes, que considero
en gran parte patrimonio del pueblo y del movimiento peronista, que es del pueblo,
y que todo lo que dé "La Razón de mi Vida" y "Mi Mensaje", sea considerado como
propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino. Mientras viva Perón, él
podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso
quemarlos si quisiera, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando
por mi propia vida que yo le entregué por amor y para siempre, de una manera
absoluta. Pero después de Perón, el único heredero de mis bienes debe ser el
pueblo y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan por
cualquier medio el cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mi corazón
que tanto los quiso. Todos los bienes que he mencionado y aún los que hubiese
omitido deberán servir al pueblo, de una o de otra manera. El dinero de "La
Razón de mi Vida" y de "Mi Mensaje", lo mismo que la venta o el producido de
mis propiedades, deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que se constituya
con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de
desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo aceptasen
como una prueba más de mi cariño. Deseo que en estos casos, por ejemplo, se
entregue a cada familia un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de
un año, por lo menos. También deseo que, con ese fondo permanente de Evita,
se instituyan becas para que estudien los hijos de los trabajadores y sean así
los defensores de la doctrina de Perón, por cuya causa gustosa daría mi vida.
Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero
aún las que recibí de mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero
que vuelvan al pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía
y por eso deseo que constituyan, en el Museo del Peronismo, un valor permanente
que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así como el
oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el respaldo de un crédito
permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a fin de
que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria. Desearía también
que los pobres, los ancianos, los niños, mis descamisados, sigan escribiéndome
como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar
para mí el Congreso de mi Pueblo recoja las esperanzas de todos y las convierta
en realidad por medio de mi Fundación, a la que quiero siempre pura como la
concebí para mis descamisados. Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo
y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los descamisados y Perón. Por
fin, quiero que todos sepan que si he cometido errores los he cometido por amor
y espero que Dios, que ha visto siempre mi corazón, me juzgue no por mis errores
ni mis defectos, ni mis culpas, que fueron muchas, sino por el amor que consume
mi vida. Mis últimas palabras son las mismas del principio: quiero vivir eternamente
con Perón y con mi Pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos,
porque él también está con los humildes y yo siempre he visto en cada descamisado
un poco de Dios que me pedía un poco de amor que nunca le negué.
UNA SOLA CLASE
Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios y fanáticos
y no se entreguen jamás a la oligarquía. No puede haber, como dice la doctrina
de Perón, más que una sola clase: los que trabajan. Es necesario que los pueblos
impongan en el mundo entero esta verdad peronista. Los dirigentes sindicales
y las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben entregarse jamás a la
oligarquía. Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases,
pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de
años en el mundo tratará siempre de vencemos. Con ellos no nos entenderemos
nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos
darle jamás: nuestra libertad. Para que no haya luchas de clases, yo no creo,
como los comunistas, que sea necesario matar a todos los oligarcas del mundo.
No, porque sería cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecidos los de
ahora tendríamos que empezar con nuestros hombres convertidos en oligarcas,
en virtud de la ambición, de los honores, del dinero o del poder. El camino
es convertir a todos los oligarcas del mundo: hacerlos pueblo, de nuestra clase
y de nuestra raza. ¿Cómo? Haciéndolos trabajar para que integren la única clase
que reconoce Perón: la de los hombres que trabajan. El trabajo es la gran tarea
de los hombres, pero es la gran virtud. Cuando todos sean trabajadores, cuando
todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos,
más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad.
Pero, mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la
clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores. Todo
explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado!
[Fin de "Mi Mensaje"]
 Eva:
filantropía de choque
En un clima diplomático tenso, con EE.UU., Eva Perón envió, en 1949, ayuda a los
niños negros de Washington. El acto fue tachado de arrogante y generó pedidos de
explicaciones.
Por Rogelio García Lupo
En 1952, cuando falleció, hace ahora medio siglo, muchos aún recordaban en los
Estados Unidos que tres años antes Eva Perón había asombrado al mundo político
al enviar un avión con ayuda de invierno para los niños pobres de Washington.
Fue en 1949, en medio de un clima de tensión diplomática creciente entre nuestro
país y los Estados Unidos, y en vísperas de que Harry Truman asumiera la
presidencia. El vicepresidente Truman era un granjero de Missouri a quien la
muerte del presidente Franklin Roosevelt depositó en el centro del poder
mundial.
Truman arrojó sin titubear la bomba atómica sobre Japón y había dado muestras de
que estaba dispuesto a poner a los Estados Unidos a la cabeza del mundo cuando
se firmara la paz. Su elección por cuatro años, a partir del 21 de enero de
1949, fue una celebración internacional marcada por la guerra fría ya desatada
contra la Unión Soviética y un reconocimiento hacia la mayor potencia. Las
principales figuras de la política se hicieron presentes en Washington y todos
se sorprendieron al recibir una comunicación de la embajada argentina que
informaba sobre un evento que tendría lugar al día siguiente de los festejos
oficiales. Se trataba de la entrega de ropa de invierno para 600 niños pobres
residentes en los barrios bajos de la capital.
La donación en nombre de Eva Perón y su Fundación de Ayuda Social había sido
gestionada cuidadosamente con el reverendo Ralph Faywatters, quien presidía la
Children''s Aid Society, una entidad caritativa que protegía a los niños negros
de Washington. Consistía en ropa de abrigo y calzado, fabricados en la Argentina
y enviados por avión, lo que sugería la situación apremiante de quienes se
beneficiarían con la ayuda.
La
reacción del gobierno norteamericano no se hizo esperar y la embajada argentina
tuvo que dar explicaciones sobre las intenciones del regalo. Entretanto, el
reverendo Faywatters había puesto en acción a otras organizaciones y un total de
27 entidades —en su mayoría de ciudadanos negros— reclamaron su porción del
cargamento. La idea de que el gobierno norteamericano podía impedir que los
niños pobres obtuvieran su ropa de invierno argentina produjo una rápida
agitación entre miles de familias de Washington.
El asunto fue tratado por la prensa internacional. La Agence France Presse
describió "una situación que por momentos parecía casi enojosa, debido a la
confusión producida por la inesperada noticia" de la donación. "No hubo
intención de demostrar que en un país rico cual es Estados Unidos, hay niños
''pobres''", agregó la AFP. Los diarios de la cadena Scripps-Howard no ocultaron
su perplejidad y publicaron en docenas de ciudades norteamericanas un comentario
donde afirmaban que "la Fundación encabezada por la esposa del presidente
argentino no hace las cosas con moneda pequeña ni tampoco peca de falsa
modestia".
También trataron el episodio los semanarios de mayor circulación, como Newsweek,
bajo el título "Señora" pockets (Señora bolsillos) y Time, que lo encabezó "Helping
hand" (Dando una mano), donde no ocultaban que la filantropía peronista
transpiraba arrogancia pero había golpeado exactamente en un punto muy sensible,
el de la pobreza alarmante de la mayoría negra de Washington.
El reverendo Faywatters, silencioso cómplice de Evita, se hizo cargo de los
regalos y retribuyó con una nota oficial donde subrayó que "entendemos ante esta
evidencia su deseo (de Eva Perón) de que toda América viva y trabaje unida para
bien de su pueblo (y) esta contribución para los niños necesitados está por
encima de toda diferencia internacional de opinión política".
El caso quedó cerrado definitivamente y la embajada argentina insistió en que si
bien la entrega formal de la donación se había superpuesto con la asunción
presidencial de Truman, se trataba de una coincidencia sin propósitos
secundarios.
Truman le dio en parte la razón a Evita cuando en su discurso de posesión afirmó
que "Estados Unidos sufre el efecto de los precios excesivamente elevados, la
producción no cubre aún las necesidades y los salarios mínimos son demasiado
bajos, al mismo tiempo que las pequeñas empresas pierden terreno en beneficio de
los monopolios". La prosa de Truman anticipaba los cambios en los derechos
civiles para los negros aunque faltaban años y mucha sangre para que estos se
concretaran definitivamente.
Unos apuntes de Eva Perón hasta ahora inéditos, pertenecientes a la Colección
Alberto Casares, revelan cómo siguió personalmente la donación a la Children''s
Aid Society y en todo momento fue conciente de su alto contenido político.
"Sirva de ejemplo este acto y esta ayuda que lo hacemos con todo el respeto y
todo el cariño por el gran pueblo de los Estados Unidos y humildemente le
hacemos llegar nuestro granito de arena de ayuda", escribió con su tumultuosa
caligrafía. En otro lugar afirma que "este avión argentino que pronto llegará a
Estados Unidos representa a la bondad de nuestro conductor y lo que somos
capaces de hacer por el desposeído, esté donde esté y se encuentre donde se
encuentre".
Pero en Washington la procesión iba por dentro y a nadie se le ocultó que detrás
de la prosa protocolar rugía la furia de la mujer más poderosa de la Argentina y
sin duda la más famosa en el mundo de su tiempo. En los dos años siguientes la
misma Fundación de Ayuda Social enviaría donaciones semejantes a más de ochenta
países, entre los que se incluían naciones europeas devastadas por la guerra,
pequeños principados africanos y prácticamente todos los países
latinoamericanos. Sin embargo, aquella donación para los niños pobres de
Washington D.C. resultó incomparable
 Las
pequeñas historias de la Argentina feliz
El sueño del pibe
EVITA Y JUAN MANGUCIO
Por Guada Aballe
En 1952 Juan Mangucio tenía doce años y era un chico de Gualeguaychú, provincia
de Entre Ríos. Su ilusión más grande era conocer personalmente a Perón y a Evita.
Un día le escribió una carta a Evita diciéndole que quería conocerla, ella le contestó
diciendo que le comunicara cuando deseaba venir a Buenos Aires para enviarle los
pasajes.
Y
Juancito viajó a Buenos Aires el 19 de abril. Le habían despachado a Buenos Aires
un giro telegráfico para que pudiera pagarse los gastos del viaje y los de la persona
que lo acompañaría. El chico vino con su mamá, y como invitados de Evita que eran,
se hospedaron en un lindo hotel hasta que un automóvil pasó a buscarlos para hacerles
conocer Buenos Aires.
A las siete de la mañana del día 20 Juancito y su mamá llegaron a la residencia
presidencial.
Se encontró frente a Evita mientras su mamá lloraba de emoción, su sueño se había
convertido en realidad.
Evita y Juan Maguncio conversaron sentados en un sofá. Cuando ella le preguntó si
deseaba algo Juan expresó sus deseos de poder conocer al General Perón. Evita le
dijo que lo llevarían a la casa de Gobierno para que lo conociera pero por si no
lo pudiese ver, iban a retratarse juntos debajo del busto del presidente.
Cuando se fue Juancito tuvo que ir a buscar la bicicleta que Eva le había obsequiado.
Al otro día se realizó un importante acto en la Casa de Gobierno donde el general
Goes Monteiro condecoró a Eva Perón en nombre del gobierno del Brasil. Juan Mangucio
estuvo en primera fila entre el público y desde allí pudo ver al presidente.
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DE LA MEMORIA

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