Amanda Rosenfeldt
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Las 12, suplemento de
Página|12
| International Gay & Lesbian Human Rights
Comission
LECTURAS RECOMENDADAS
Documentos Módulo I "Encuentros"
[Nota]

Imagínese que usted sabe con toda certeza que su
nombre es Carlos, pero todo el mundo lo llama José. Imagínese que usted, Carlos,
se levanta a la mañana y su querida familia le dice “Buenos Días, José,
¿dormiste bien?”. Imagínese que los vecinos y los compañeros de trabajo están
tan seguros de que usted se llama José, que a usted le da hasta un poco de
vergüenza contradecirlos, y comienza a responder cuando escucha ese nombre. Y
cada día que pasa, eso hace que usted se sienta peor.
Imagínese que usted sabe con toda certeza que es una médica, que de niña jugaba
a curar muñecas, que luego estudió en la facultad y trabajó en hospitales, pero
todo el mundo la llama ingeniera. “Usted que es ingeniera, ¿le parece que este
techo aguantará?”. “Yo soy médica, curo gente”. “Ah, qué bien ingeniera, no lo
sabía... ¿y le parece que este techo aguantará?”. Y cada día que pasa, eso hace
que usted se sienta peor.
Imagínese un desconocimiento mayor de su identidad: imagínese que usted sabe con
toda certeza que es una mujer, que incluso usa ropa de mujer, se peina como
mujer y tiene, después de una operación carí-sima, genitales femeninos, pero
todo el mundo se refiere a usted como si fuera hombre... y eso hace que cada día
que pasa usted se sienta peor, y pasan meses y pasan años. A veces pasa toda la
vida.
Hasta las personas mejor intencionadas fallan con mayor o menor frecuencia a la
hora de referirse a los hombres y mujeres transexuales en el género correcto.
Incluso sabiendo que producen sufrimiento, dicen que no pueden evitarlo. Las
razones con que intentan disculparse y justificarse suelen estar vinculadas a
una asociación “natural” entre lo que ven y lo que dicen. Si en lugar de una
mujer transexual “ven un hombre”, por más que intenten llamarla Juana, en algún
momento se les patinará decirle Juan.
Incluso personas que reconocen la asociación entre sexo y género como algo más
cultural que natural, se escudan en la excusa de la “asociación natural” cada
vez que se equivocan.
Después de años de ser tratada en género masculino contra mi voluntad, comencé a
darme cuenta de que el vínculo que el común de la gente reconocía como algo
natural e inevitable, no estaba tanto entre un sexo biológico dado y su rol
social “correspondiente”, sino entre las características sexuales secundarias
de una persona dada y las percepciones sensoriales que las demás personas tienen
de dichas ca-racterísticas. Y llegué a la conclusión de que el sexo aparente de
una persona puede provocar en las demás ciertos estímulos sensoriales tan
incontrolables como los que hacen que las polillas se acerquen a la luz hasta
morir quemadas.
No soy psicóloga, lingüista ni antropóloga, pero mi experiencia de mujer
transexual y mi constante observación (y padecimiento) de la forma en que soy
tratada por los demás, me llevan a sacar algunas conclusiones, probablemente
aventuradas, infundadas, poco serias o ya expresadas con anterioridad por
personas mejor preparadas, según las cuales los estímulos sensoriales provocados
por el sexo aparente de una persona determinada, llevarían a los otros seres
humanos a una percepción inconsciente, atávica, de dicha persona, capaz de
imponerse sobre los intentos racionales de diferenciar el sexo físico del
gé-nero lingüístico. Si el cerebro percibe “macho” o “hembra”, el lenguaje
reflejará “masculino” o “femenino”. Incluso si hubiera un idioma ideal
totalmente agenérico, el cerebro no dejaría de percibir “macho” y “hembra”, y a
falta de manifestaciones lingüísticas, produciría otras (gestuales, emocionales
o lo que fuera). O sea, no creo que los géneros lingüísticos masculino y
femenino que se aplican a las personas deriven necesariamente de los roles
sociales masculino y femenino asignados culturalmente, sino que pueden
desarrollarse en un plano paralelo autónomo, a partir de la raíz común de la
percepción del sexo físico de dichas personas, de manera directa y automática,
sin mediaciones culturales. Fin de las conjeturas.
Un dato cierto es que mucho antes de aprender que “los hombres tienen pene y las
mujeres no”, cualquier bebé está dotado para percibir las diferencias entre un
hombre y una mujer. Sabe hacerlo aunque no pueda explicar cómo ni por qué. Esa
capacidad innata de diferenciar se mantiene durante toda la vida, aunque queda
relegada a un segundo plano cuando se nos inculca de manera colectiva la lógica
del criador de ganado, según la cual la principal diferencia, la diferencia
“real”, está ubicada en los genitales externos.
Los defensores de este concepto parecen ignorar que los genitales suelen estar
enmascarados por la ropa, de manera que quedan fuera de consideración en la
mayor parte de las circunstancias de la vida. La ropa no sólo oculta los
genitales: es en sí misma una forma de expresión de género tan fuerte como el
lenguaje gestual, pero las expresiones de género como construcciones culturales,
en muchos casos parecen no alcanzar para “convencer” a los sentidos de que
deben abstenerse de disparar un género lingüístico si éste no concuerda con el
género identitario de la persona a la que se le habla.
¿Y qué es lo que los sentidos leen?... Yo diría que principalmente la cara, la
voz, la textura de la piel y el pecho/busto. Y dentro de la cara, especialmente
la mirada: me lo han dicho otras personas, lo he leído de muy diversas fuentes y
además lo viví por mí misma. Antes de mis cirugías de feminización facial, casi
todo el mundo se refería a mí, por lo menos una vez cada tanto, en masculino.
Incluso gente que estaba enterada de mi identidad femenina. Había excepciones
pero eran raras. Las hormonas femeninas habían hecho su trabajo de
redistribución de lípidos, la depilación definitiva había eliminado mi barba
casi por completo, pero aunque usara ropa de mujer siempre se escapaba por ahí
un “Te veo cansadO, Amanda”. Con el tiempo fui feminizando mi gestualidad, pero
no fue hasta que me operé la cara y aprendí a cambiar mi voz (al menos
parcialmente) que la gente dejó de equivocarse. Que la mayoría no sea consciente
de las diferencias no anula su influencia sino que la potencia.
Cualquier persona puede reconocer si una voz es de hombre o de mujer pero, como
sucede en el caso de los rostros, muy pocos pueden definir en qué consisten las
diferencias. Suele pensarse que la diferencia principal está en el “registro” de
la voz o en el “tono”, pero incluso mujeres con voces muy graves siguen siendo
reconocidas como mujeres cuando hablan por teléfono, y hombres con voces muy
agudas siguen siendo reconocidos como hombres. Porque la diferencia no está en
el “registro” sino en la “resonancia”. Imaginemos un violín y un violoncelo,
ambos tocando las mismas notas, ni más agudas ni más graves... ¿por qué suenan
distintos? Porque sus cajas de resonancia y sus cuerdas tienen distintas
dimensiones . A partir de la pubertad, la testosterona hace que la laringe de
los niños varones descienda y se agrande en tamaño, produciendo una mayor caja
de resonancia para las cuerdas vocales que se encuentran en su interior, y
dándole a la voz su característica masculina. La nuez de Adán aparece como un
refuerzo estructural para este crecimiento. Los transexuales de mujer a varón
logran generalmente un cambio de voz muy efectivo mediante la incorporación de
testosterona en sus organismos. Pero como los efectos de la testosterona son
irreversibles, las transexuales de varón a mujer que quieren “pasar” sin
problemas deben arreglárselas haciendo ejercicios para aprender a elevar la
laringe y estrechar el tracto vocal mientras hablan, y de esta forma producir
una voz de sonido femenino.
La mirada no es menos importante que la voz. Ambas funcionan como herramientas
de comunicación y son, por lo tanto, las principales transmisoras de señales de
género. A partir del romanticismo, en la mitad del siglo XIX, se ha dicho que la
mirada femenina era más pura, o más bondadosa o más inocente que la masculina.
Los poetas románticos no sabían que el género de la mirada tiene poco que ver
con cuestiones espirituales. Ni siquiera tiene que ver con cuestiones oftálmicas
sino con cuestiones óseas: más precisamente con el grosor y la forma del hueso
frontal. Los huesos frontales de los hombres en general forman un reborde óseo
en la parte superior de las órbitas oculares y se proyectan hacia adelante por
encima de los ojos. Este es un rasgo que, como el cambio de la voz, aparece en
la pubertad y sólo en niños varones. La distancia entre la superficie de los
ojos y la parte más prominente de las cejas es mucho mayor en los hombres
adultos que en las mujeres. Las frentes de las mujeres conservan en general una
forma redondeada y lisa parecida a la de niñas y niños, y es posible que por eso
se la asocie con la inocencia. La altura y la forma de las cejas también
influyen en la diferencia de las miradas .
Diferencias sexuales secundarias como las que se encuentran en el pecho, la voz
y la mirada, en la nariz, el mentón, la mandíbula y otros rasgos faciales, son
mucho más importantes que los genitales para la identificación consciente o
inconsciente del sexo de otras personas. Así lo dictan nuestros sentidos desde
que venimos al mundo. Sería bueno que todos aquéllos que predican lo contrario y
exigen, con leyes o discursos de café, con burlas crueles o consejos
supuestamente amistosos, que las personas transexuales alteren quirúrgicamente
sus genitales aunque se sientan cómodas con ellos y no deseen alterarlos,
analizaran honestamente qué es lo que perciben en la gente, qué es lo que no
perciben, y repensaran con sinceridad cómo influye eso en la clasificación que
hacen de l@s demás.
[1] El concepto de “resonancia” como diferencia
sexual de la voz fue desarrollado por primera vez por Melanie Anne Philips.
[1] Durante siglos, estas diferencias faciales fueron conocidas por pintores y
escultores, pero recién a partir de la década de 1980, gracias a los avances de
la cirugía craniofacial, comenzaron a ser aplicados con fines de feminización
facial para transexuales. El primer cirujano que abordó este campo fue el Dr.
Douglas K. Ousterhout.
[NOTA SOBRE LOS DOCUMENTOS] A
este Módulo I Lo hemos llamado "Encuentros". Porque se trata del primer
intercambio entre nosotr*s, y también porque a lo largo de los diferentes textos
que te proponemos aparecen, una y otra vez, diferentes modalidades del encontrar–encontrarse un* mism*, encontrar a l*s otr*s, a personas que desafían nuestra
comprensión de lo que tenemos frente a nuestros ojos, y también nuestra
capacidad para nombrarlo. Bajo la consigna los diversos encuentros posibles, nos
adentraremos en temas tales como el género y los géneros, las diferentes
expresiones de género, y también en el entramado cultural que nos constituye
como sujetos generizados (¿o transgenerizados?)
Este módulo incluye los siguientes materiales:
"¿Eres un tipo, o qué?", de Leslie Feinberg.
"Géneros y percepciones", de Amanda Rosenfeldt
"Descubriendo tu aptitud de género", de Kate Bornstein
"Desnudado", de Minnie Bruce Pratt
"Una historia intersex", de Ariel Rojman
Desnudado" fue extraído del libro S/HE, publicado por Minnie Bruce Pratt en 1995
(Firebrands, EE UU); "¿Eres un tipo o qué? fue extraído del libro
Transliberation, publicado por Leslie Feinberg en 1998 (Beacon Press, EE UU);
"Descubriendo...." fue tomado de My Own Gender Workbook, publicado por Kate
Bornstein en 1998 (Routedgle, EE UU). Los textos de Amanda Rosenfeldt y Ariel
Rojman son inéditos. Todos los materiales incluidos en este módulo son de
circulación libre y gratuita. El único requisito que te pedimos es que cites
correctamente a sus autor*s, traductor*s, y la procedencia de los mismos. Al
final de algunos textos encontrarás algunas preguntas, cuya finalidad es
expandir la reflexión, así como orientar la utilización de esos textos en
trabajos de grupo, talleres, etc.
Tropezarás seguramente con palabras con asteriscos (*) en el lugar donde suele
hallarse una (a) o una (o). Por ejemplo, en lugar de "abogado", "abogada", o
"abogado/a", escribimos "abogad*". El uso del asterisco significa, básicamente,
que quien escribe considera tanto la existencia de más de dos géneros, como la
imposibilidad de saber, de antemano, qué género le corresponde a cada cual.
Existen también otras maneras de introducir esta multiplicidad de géneros en la
escritura, por ejemplo, a través del uso de la arroba ("abogad@") o de la x
("abogadx").
Cada Módulo cuenta con su propia propuesta "interactiva". Las respuestas
enviadas a lactransinter@iglhrc.org
serán compiladas y distribuidas a fin de año. En este caso, se trata de la
siguiente:
¿Qué pronombres trans podrías proponer para ser usados en nuestra lengua?
Mauro Cabral - Responsable del Area Trans e Intersex del Programa para
América Latina y el Caribe de la Comisión Internacional para los Derechos
Humanos de Gays y Lesbianas (IGLHRC -
www.iglhrc.org)
"Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón
humana. Identidad igual realidad, como si, al fin de cuentas, todo hubiera de
ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja
eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja
los dientes". Antonio Machado.

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