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Listas Negras de la dictadura cívico-militar
1976-1983
Juan Sasturain - Mester de Gelmanía,
Revista Unidos Nº 14, abril 1987 | "La
poesía no es una isla" (entrevista 2010)
Miguel Dalmaroni - La palabra justa: Literatura, crítica y memoria en la
Argentina 1960-2002

  Nació
en Buenos Aires en 1930.
Juan Gelman es leído hoy como el poeta clave de la generación del 60 en la
Argentina y uno de los más prestigiosos. Su poesía, traducida a las principales
lenguas europeas, no olvida nunca la experiencia cotidiana y la preocupación
política. También dialoga con los clásicos.
Su obra incluye, entre otros
títulos: Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959),
Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Los poemas de Sydney West (1969) Fábulas
(1971), Cólera Buey (1971), Hechos y relaciones (1980), Si dulcemente (1980),
Citas y comentarios (1982), Hacia el Sur (1982), Dibaxu (1983-1985),
Interrupciones I (1988) e Interrupciones II (1988), Las junta luz (1989), Carta
a mi madre (1989), Anunciaciones (1989), Salarios del impío (1993), Sombra de
vuelta y de ida (1997) Incompletamente (1997) y País que fue será (2004).
En 1997 recibió el Premio Nacional de Poesía, en 2005 el Premio Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.
Periodista de varias publicaciones porteñas -entre ellas Panorama, La Opinión y
Noticias- Gelman fue militante de Montoneros y se exilió del país en 1975.
Murió en México DF, a los 83 años,
el 14 de enero de 2014.

Adiós al poeta y militante. Producción de la agencia Télam ante
la muerte del poeta, periodista y militante Juan Gelman el 14 de enero de 2014.


Diálogo en Madrid
Por Horacio
Verbitsky desde Madrid
Del amor y la guerra
Juan Gelman recibió el premio
Cervantes en una España que se apresta a conmemorar el bicentenario de la guerra
de la independencia, que es uno de los capítulos menos conocidos de la historia
argentina. Así lo exponen dos muestras descomunales de sus genios, Goya y
Picasso, cuya afinidad con la obra de Gelman es sobrecogedora. Ese es el
contexto del diálogo sobre la poesía y el periodismo, sobre el amor y la guerra,
que se transcribe aquí.
El azar hizo que la entrega del
premio Cervantes a Juan Gelman coincidiera con dos muestras descomunales de los
genios del arte español de los últimos dos siglos, Goya y Picasso. La afinidad
de su visión del mundo con la del poeta argentino es sobrecogedora: ahí están
las heridas incurables de la guerra, que marcaron para siempre a los tres, pero
también las minucias de la vida cotidiana y, en Picasso y Gelman, las delicias y
la exuberancia gozosa del amor, que a Goya le fueron negadas. El diálogo
comienza con un poema en el que Juan decía que por escribirlo no tomaría el
poder, no haría la revolución, no le darían ropa ni tabaco ni vino.
-¿Y qué pasó?
-No hice la Revolución.
-Pero has invitado a comer a muchos amigos con el premio que te otorgó el rey de
España.
-El rey no. El gobierno español. El premio de literatura en lengua castellana
Miguel de Cervantes lo otorga el gobierno español, auspiciado por la monarquía.
 “El
infierno no termina al cerrarse las puertas del campo de concentración”
El Ministerio de Cultura español promovió el Primer Encuentro Internacional de
Memoria Histórica en la Universidad de Salamanca, la misma donde Miguel de
Unamuno enfrentó al dirigente franquista Millán de Astray cuando éste entró a
los claustros pistola en mano gritando “Viva la muerte, abajo la inteligencia”.
En esa reunión, de la que participaron delegaciones de Chile, Argentina,
República Dominicana, Portugal y Alemania, el poeta y columnista de Página/12
fue el encargado de realizar la conferencia inaugural sobre “el imperativo moral
de la memoria colectiva”.
Por Juan Gelman
Soy padre de un hijo de 20 años secuestrado, torturado, asesinado en 1976 por la
más reciente dictadura militar argentina, que también desapareció sus restos.
Fueron hallados, gracias a la infatigable labor del Equipo Argentino de
Antropología Forense, 13 años después. Soy suegro de su esposa, secuestrada
cuando tenía 19 años, trasladada de Buenos Aires a Montevideo encinta de ocho
meses y medio y asesinada por la dictadura militar uruguaya dos meses después de
dar a luz. Sigue desaparecida y su hija fue entregada a un policía de matrimonio
estéril. Soy abuelo de una nieta de la que me robaron sus primeros 23 años de
vida y que mi mujer, Mara La Madrid, que no es la madre de mis hijos, y yo
buscamos y encontramos al cabo de una larga investigación. Nada de esto hubiera
sido posible sin el testimonio oral de sobrevivientes uruguayos y argentinos,
sin expedientes judiciales y aun militares, sin ese archivo tan particular que
es el banco de datos sanguíneos de familiares de desaparecidos del Hospital
Durand de Buenos Aires, sin una campaña internacional de denuncia que tuvo la
solidaridad de decenas de miles de poetas, escritores, artistas y gente de a pie
de 122 países, sin libros, sin documentos, sin Internet, sin videos y, sobre
todo, sin la voluntad imperiosa de encontrar la verdad.
Hablo desde la experiencia argentina. ¿Por dónde empezar? ¿Por la madre de un
desaparecido que año tras año y día tras día arreglaba el cuarto de su hijo y a
la noche le preparaba la sopa que él solía tomar al regreso del trabajo? La sopa
se enfriaba en la mesa sin remedio. ¿Por el sueño de la hija de una
desaparecida? Este sueño: “Mamá vive en el departamento de la calle 47. Voy a
visitarla. Tengo miedo de que me abrace y al hacerlo se convierta en fantasma”.
Ha pasado mucho tiempo desde la de-saparición de ese hijo y de esa madre, pero
no hay final del duelo todavía. No lo habrá mientras no se encuentren sus restos
y descansen en un lugar de recuerdo y homenaje. No lo habrá mientras esa madre y
esa hija no sepan toda la verdad sobre su sufrimiento. No lo habrá mientras esa
verdad no conduzca a la Justicia.
El infierno no termina cuando se cierran las puertas del campo de concentración
y los hornos se apagan: hace un cuarto de siglo que cesó el infierno militar en
la Argentina y centenares de miles de personas –hijos, padres, hermanos,
familiares, amigos de los desaparecidos– viven esa segunda parte del infierno
que crepita en la memoria y no hay modo de apagar. “Desde entonces, a una hora
incierta/esa agonía vuelve/y hasta que mi cuento espantoso sea contado/mi
corazón sigue quemándose en mí”, dice el viejo marinero de un poema de Coleridge
que recordó Primo Levi. Para muchos argentinos, uruguayos, chilenos,
centroamericanos y nacionales de tantas otras latitudes del mundo esa estrofa
poética es vida real y quema cada día.
“En nuestro país el olvido corre más ligero que la Historia”, dijo el escritor
Adolfo Bioy Casares. Pues no sólo en la Argentina. Desaparecen los dictadores de
la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido. “¿Para qué
renovar las penas? –dice Ismene a Edipo–. El dolor se sufre al recibir las penas
y se vuelve a sufrir al recordarlas.” El Día de Muertos, el pueblo mexicano
acude a los cementerios, se sienta alrededor de sus difuntos, toca la guitarra y
les canta, les pide que sigan muriendo en paz y que dejen en paz a los vivos
para que los recuerden sin terrores. Pero los familiares de los desaparecidos no
tienen dónde hablarles y ellos son fantasmas inciertos que vuelven a doler en la
memoria.
“Los padres quedaron sin hijos y no terminan sus quejas. Conocen al fin cuál es
el dolor total sin remedio”, dice Esquilo. ¿Cada recuerdo trae un dolor que se
amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor? ¿Es posible
dialogar con el dolor, fingir que tiene rostro y que no es una potencia que
viene y va y protesta contra la muerte del ser querido y le da cuerpo y la
afirma negándola? ¿La locura sería la última puerta del dolor, una manera de
convertirse en dolor para no padecerlo y desaparecer en el dolor? ¿No será ésa
una forma de fundirse con la víctima y así morir con ella? Los familiares de los
desaparecidos están en otro lugar. “Un loco, solamente un loco que perdió la
mente olvidar puede la muerte de su padre”, dice Electra. O la muerte de un
hijo. No es ésa la locura de los familiares: su única “locura” consiste en
exigir verdad para las víctimas y justicia para los victimarios. Es un camino
lleno de obstáculos con los que se tropieza día a día. Los comisarios del olvido
tienen recursos y conocen su trabajo.
Un pacto de silencio sella la boca de los militares argentinos, con pocas
excepciones. Cuando sus camaradas conocen que alguno está dispuesto a hablar, lo
callan con una buena dosis de cianuro: le ocurrió al prefecto naval Héctor
Febres, a punto de ser condenado por los crímenes que cometió durante la
dictadura militar. O desaparecen a testigos importantes de los juicios por
delitos de lesa humanidad, como desaparecieron a Julio López, para agitar el
miedo en las víctimas testimoniantes. La policía facilita la huida del represor
atrapado o quema archivos de sus operaciones. La jerarquía de la Iglesia
Católica argentina que, a diferencia de la chilena, santificó la matanza –un
obispo del Vicariato llegó a decir “cuando hay derramamiento de sangre, hay
redención”–, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina, que ordenó
tranquilizar a militares desasosegados porque venían de tirar prisioneros vivos
al océano, se niega a abrir sus muy prolijos archivos de la época, que
permitirían recuperar al menos los restos de numerosos desaparecidos.
Ciertos jueces, ciertos fiscales y ciertas instancias judiciales como la Corte
de Casación argentina encajonan procesos contra los represores, quienes pueden
quedar en libertad por la falta de sentencia. Y lo peor, verdaderamente lo peor,
es la perversión que mancha a sectores políticos y sociales que, de un modo o de
otro, por acción o por omisión, fueron cómplices de la matanza y callan lo que
saben y niegan al Otro lo que saben. Y luego, por qué omitirlo, la actitud
pasiva de ciertos familiares que, ante todo por falta de medios, y luego por
desánimo, cansancio, resignación, desesperanza o temor, todavía temor, depositan
su no hacer en los organismos de derechos humanos. Y también, por qué omitirlo,
ciertos organismos argentinos de derechos humanos que burocratizan el dolor o
militan contra la búsqueda de los restos de los desaparecidos “para que sigan
con sus compañeritos”. Así hacen tabla rasa de la historia personal de las
víctimas y del lugar que ocuparon en la historia. Es la continuidad civil, bajo
otras formas, del pensamiento militar.
La voluntad de corregir la memoria, como es notorio, viene de muy lejos. En el
siglo V antes de Cristo, la sangrienta oligarquía de los Treinta prohibió en
Atenas por decreto recordar la derrota militar que le infligiera Esparta. Cada
ciudadano fue obligado a pronunciar el juramento “No recordaré las desgracias”.
Pasan los siglos y los vencedores siguen reorganizando el pasado a voluntad. En
el año de gracia de 1040 el monje Arnold von Saint Emmeram explicaba así el
método que había elegido para escribir la historia del ducado de Baviera: “No
sólo es pertinente que las nuevas cosas modifiquen las viejas; también es
correcto, si las viejas son desordenadas, el de-secharlas por completo, e
incluso, aunque estén bien ordenadas pero sean poco útiles, el enterrarlas con
reverencia”. La voz de los vencidos es “desordenada y poco útil” en los manuales
de historia al uso, cuyo marco de referencia esencial es el Estado. Numerosas
víctimas de crímenes contra la humanidad fueron y son carne de olvido, “ese
acuerdo con aquello que se oculta”, al decir de Blanchot. Los que falsifican la
historia así, falsifican la vida y están presentes y activas las antiguas
herencias de nuestra tan moderna, o posmoderna, civilización occidental, en la
que los extraordinarios avances tecnológicos conviven o malviven codo a codo con
genocidios nunca vistos.
Proliferan las teorías sobre la historia como relato y otras sobre todo lo
contrario. De lo primero hay pruebas más que suficientes, algunas francamente
ridículas. La historia del Partido Comunista soviético ha sufrido continuos
liftings con el correr del tiempo y se convirtió en un acto de predicción del
pasado. Es famosa la fotografía del estado mayor bolchevique tomada días después
del triunfo de la Revolución Rusa, con Lenin en el centro, a su derecha una
escalera y luego Stalin. El lugar de la escalera lo ocupaba Trotski, excomulgado
por el Termidor stalinista. El acto tiene pretensiones mágicas y la voluntad de
abolir la historia. De ahí la importancia fundamental de los archivos de la
memoria. De ahí la importancia fundamental de esta reunión. La pretensión de
mutilar la memoria cívica de todos los días corrompe su salud y despeja el
camino a nuevos autoritarismos.
El imperativo moral de la memoria colectiva tiene hoy más urgencia que nunca y
no faltaron en la Argentina y en otros países quienes entendieron esto muy
temprano y crearon y ordenaron personalmente, sin apoyo oficial alguno y movidos
por su moral ciudadana, informaciones utilísimas que se pueden ver por Internet.
Estos archivos contribuyen a deshacer las artimañas de los asesinos de la
memoria, como ésas que pretenden que no hubo cámaras de gas y que el primer
pueblo ocupado por el nazismo fue el pueblo alemán. Si queremos que la barbarie
no se repita y pase al reino del nunca más, no deberían, creo, ser archivos
mudos para la sociedad civil y viceversa: habría que acercar sus contenidos a
sectores sociales y políticos en los que hay no poco a despejar todavía.
¿Y se podrá alguna vez despejar mentes en el estamento militar para que
obedezcan a lo ético y opongan la desobediencia debida a órdenes criminales? El
capitán de navío Juan Carlos Rolón, miembro de un grupo de tareas de la Escuela
de Mecánica de la Armada de Buenos Aires donde la marina desapareció a 5000
personas, declaró impávido: “Nos enseñaron que la tortura era una forma moral de
combatir al enemigo”. Se recuerda el diálogo que Hannah Arendt sostuvo con un
oficial nazi que admitió haber gaseado y enterrado a prisioneros con vida en el
campo de concentración de Maidanek. La pregunta de la filósofa: “¿Se da cuenta
de que los rusos lo van a colgar!”. La respuesta del nazi: “¿Por qué? ¿Yo qué
hice?”.
Las dictaduras suprimen el testimonio de las víctimas, pero llevan sus propios
archivos. En Auschwitz hay gruesos volúmenes que registran la muerte de los
prisioneros gaseados. En la primera columna de cada página figuran el nombre, la
edad y la nacionalidad de la víctima; en las dos restantes, hora y causa de la
muerte. La hora es la misma a lo largo de páginas enteras, las 8.15, o las 8.30
o las 9.00 de la mañana. También se repite la causa de la muerte, “influenza”
casi siempre. Este no es sólo un acto burocrático; sustituye la vida por una
mentira de papel y muestra abismos de la condición humana. Se impone abrir esa
clase de archivos. Pero ésta es una decisión de Estado y, lamentablemente,
todavía hay gobiernos democráticos que no se atreven a disponer que se dé ese
paso indispensable. Los familiares de los desaparecidos sólo conocen la dolorosa
mitad del crimen. La otra yace oculta, custodiada por centinelas militares,
policiales, eclesiásticos. Jacques Derrida habló del “mal de archivo”, pero ésos
son los archivos del mal.
Que se me perdone la insistencia en subrayar la importancia de los testimonios
orales, vehículos de una memoria que en ocasiones se transmite de generación en
generación. Frente a Panamá –narra el periodista José María Pasquini Durán– hay
una isla llamada San Blas en la que vive una etnia indígena. Una vez al año
todos se reúnen y los ancianos cuentan a los jóvenes la historia de la etnia,
que arranca del casamiento del Sol con la Luna, para que su memoria perdure. Los
jóvenes comenzaron a emigrar y a quedarse en Panamá, pero mandan grabadoras a la
isla para registrar el relato de los ancianos. Ahora la maravillosa historia que
comienza con el Sol y la Luna está en casete y los jóvenes lo tienen en su casa
entre los discos más recientes de pop norteamericano. Menciono esto porque en
muchas sociedades del mundo no hay casete todavía.
En el año 1987 seguía yo exiliado en Francia y el diario recién nacido entonces
para el que trabajo, Página/12, me pidió que cubriera el proceso a Klaus Barbie,
el ex jefe de la Gestapo en Lyon, bautizado “El carnicero”. A una víctima que le
detallaba sus crímenes, Barbie dijo: “Yo no me acuerdo de nada. Si se acuerdan
ustedes, el problema es de ustedes”. Efectivamente: recordar y denunciar los
crímenes contra la humanidad y exigir su castigo es un problema nuestro.
Página/12, 10/12/08 |
-¿Sos consciente de cuántas cosas
contribuiste a cambiar con tu escritura, en la Argentina y en otros lugares?
-Contámelo vos.
-Por un lado me impresiona tu
influencia en los poetas jóvenes, tal vez inconsciente pero que se percibe hasta
en cómo entonan cuando leen.
-Hay algunos a los que les gusta imitarme, tal vez en broma.
-Pero otros, sobre todo muy jóvenes, no lo hacen ni en broma ni a propósito.
-No sé si es bueno para ellos. Es como decía Basho, el poeta japonés del 1600:
no hay que imitar a los antiguos, hay que buscar lo mismo que ellos buscaban. Y
todos buscamos la poesía.
-Pero además, tu trabajo como periodista, la investigación que hiciste en busca
de tu nieta, limpió la cúpula militar argentina, cuando identificaste a uno de
los cinco generales más poderosos en actividad como partícipe mediato;
desenmascaró a varios presidentes uruguayos complacientes con la dictadura y
permitió alguna medida de renovación política en ese país.
-La investigación propiamente dicha la dirigió Mara, con mi ayuda (Mara es el
desmesurado torbellino de mujer con que Gelman vive desde hace dos décadas, hija
del poeta Juan Carlos La Madrid). Todas las noches después del trabajo
analizábamos el peso de los indicios, de todo lo que pudiese ser falso. Contamos
con la ayuda de sobrevivientes uruguayos. Mara leyó miles de documentos, libros.
Yo tenía una dificultad: también leía pero se me olvidaba. Creo que es una
limitación del familiar próximo. Mara lo hizo como ciudadana, además del cariño
que me tiene. Lo que resultó muy importante para encontrar a mi nieta fue la
campaña periodística, con ayuda de mucha gente. Se reunieron más de cien mil
firmas de más de cuarenta países, de escritores, artistas, pintores, gente de a
pie. A eso contribuyeron cartas como las de Saramago, Chico Buarque y muchos
otros. La carta de Günther Grass provocó una respuesta de(l ex presidente
uruguago Julio) Sanguinetti que le costó el doctorado honoris causa que estaba
buscando de una universidad alemana. Esto permitió que se cumpliera lo que
siempre esperamos: que un vecino, una vecina, que presenció la llegada de un
bebé a una casa donde no había hijos, lo asociara con lo que se publicaba. Esto
provocó un gran sacudón en el Uruguay.
-Esta campaña militante reprodujo la que organizaste para denunciar a la
dictadura argentina.
-Es cierto. La primera declaración contra la dictadura la firmaron Willy Brandt,
François Mitterrand, varios jefes laboristas de Gran Bretaña, los primer
ministros de Portugal, Mário Soares; de Suecia, Olof Palme; de Dinamarca, Anker
Jorgensen...
-También firmaron muchos intelectuales y artistas, y ahí aparece otra faceta
tuya, porque quien pedía esa adhesión además de ser un militante era un poeta
conocido y querido.
-Creo que sí. Con el primer ministro austríaco Bruno Kreisky ocurrió una
historia muy curiosa. El encargado de relaciones exteriores de los
socialdemócratas me citó en la sede del partido, del que Kreisky era secretario
general. Kreisky leyó la declaración y me dijo que no podía firmarla, porque
dada su investidura infringiría principios internacionales. Le dije que no le
pedía la firma como primer ministro sino como líder del partido. El se rió y
dijo, “pero señor Gelman, por favor”. Le dije, está bien señor primer ministro,
sólo le quiero recordar lo que pasó con León Blum y la guerra civil española. Me
levanté, me llevé el impermeable que había colgado en una percha y con una
bronca bárbara llamé al ascensor. Detrás mío salió corriendo el responsable de
relaciones exteriores del partido y me dijo: Kreisky va a firmar.
-Blum era el primer ministro del Frente Popular en Francia cuando comenzó la
guerra en España.
-Declaró la neutralidad. La República, que hubiera podido recibir mucha ayuda de
Francia y vía Francia, quedó aislada en la Península. Esa era una memoria que
Kreisky seguramente tenía, porque era un hombre ya de edad. Pude sumar a la
campaña por mi nieta a todos los contactos que hice en razón de la denuncia
contra la dictadura. Y ocurrió lo que deseábamos. Una vecina consiguió mi
teléfono, me llamó y me dijo: al lado mío, pasó esto. Cotejamos las fechas y los
demás elementos y coincidían. La única pieza que faltaba era el ADN. Fuimos al
Uruguay en forma discreta y cubrimos el encuentro con mi nieta con un homenaje
que me hacían.
-¿Cómo llegaste a encontrarte con Macarena?
-A través de un intermediario, que fue el obispo Pablo Galimberti. Era obispo de
San José, donde el hombre que funcionó como padre de Maca fue jefe de policía.
Este hombre murió cuatro días después de la publicación de mi primera carta
abierta a Sanguinetti, con quien tenía amistad personal. Quien lo confesó fue el
obispo Galimberti. Le mandé una carta de seis páginas resumiendo la
investigación y pidiéndole que intermediara con la señora que crió a Macarena.
Así lo hizo, sin preguntarme nada, como si conociera la historia.
-Como confesor del comisario.
-Todo esto lo imagino. No es que me conste. Quince días después, como un gesto
de amor, la señora le contó todo a mi nieta. Ella la sigue llamando mamá, cosa
que entendemos perfectamente. Macarena quiso ver a Galimberti y a través de él
tener un puente con nosotros. Fue muy valiente mi nieta. Cuando fuimos a
Montevideo para verla, (el presidente Jorge) Batlle quiso convertir eso en un
hecho político y armó la barahúnda que armó.
-Y se ligó las cartas que se ligó. Voy a cometer una infidencia, si te molesta
la omito: fue muy hermoso verte junto con Mara, la hija de ella y los cuatro
nietos de ambos, mezclados como en una familia amorosa. Después de todo lo que
sufrieron es conmovedor verlos tan aptos para gozar de la vida. Con tanto humor
y amor y alegría.
-Ponelo. Esa no es una infidencia, apenas si es cierto.
-Escribís periodismo y poesía en forma distinta. Sos minucioso y obsesivo en tus
artículos, o cuando editabas el diario Noticias o los suplementos culturales de
La Opinión y de Página/12. En cambio la poesía llega cuando menos lo esperás y
es un torrente. Cuando viene tenés que ponerte a escribir, de un tirón, porque
si no te poemás encima.
-Efectivamente, te poemás encima. Eso sí que está bueno. Ja, ja.
-¿Escribís poesía a mano o a máquina?
-A máquina. A eso me acostumbró el periodismo. Me costó mucho pasar del lápiz a
la tinta. Trabajaba en una casa de venta de repuestos de automóviles donde hacía
facturas a máquina. Un día me asaltó la Señora, así que fingiendo que hacía una
factura escribí un poema. Ahí se me fue el miedo a la máquina de escribir. En la
revista Panorama, cuando trabajaba con Paco Urondo, con el Moro Edgardo Da
Mommio, con Pablo Piacentini me pasaba lo mismo. De repente, en medio del
trabajo de la redacción tenía que fingir que estaba escribiendo un artículo. En
esa redacción escribí la mayoría de los poemas de Sidney West. Con ese libro me
pasó una cosa muy graciosa. En la revista Confirmado trabajaba Luis Alberto
Murray, que siempre sabía todo sobre todo. Cuando aparecieron Traducciones. Los
poemas de Sidney West, me dijo que la traducción era impecable.
-Aclaración imprescindible para lectores que no saben todo de todo: Sidney West
es el nombre imaginario que eligió Gelman para firmar esos poemas.
-Y ahora se cierra el círculo: se va a publicar en Gran Bretaña, traducido al
inglés. Para los actos paralelos al premio Cervantes, Menchi Sábat hizo un
dibujo de Sidney West joven, atribuido a Frank Howard Lindsay, con una leyenda
extraordinaria: “Esta imagen de Sidney West ha generado discusiones entre
estudiosos, que la consideran falsa, y críticos de arte, cuyos juicios oscilan
entre la mediocridad y el rechazo. Conservado en una vitrina del Museo de
Peterbourough (New Hampsire), el dibujo fue reconocido por un nieto de Frank
Howard Lindsay, que perdió sus manos en un accidente hípico”.
-¿Escribiste algún libro en los meses de Noticias?
-Poemas sí, un libro creo que no. Sólo algunas de esas cosas se publicaron. En
ese momento la cabeza y el corazón estaban puestos en otra cosa. Trabajábamos
con una pistola en el cajón del escritorio. Los fondos del diario se tocaban con
el museo del traje, donde habían nombrado directora a la mujer de Lorenzo
Miguel. Enfrente teníamos un local de la Juventud Sindical. Estábamos
lujosamente rodeados. Cuando pusieron la bomba en el diario los inspectores
policiales miraron los escombros y dijeron que había sido una obra de arte.
-Hacían un doble juego. Si nos limitábamos a nuestro trabajo periodístico y no
tomábamos ninguna previsión, venía la Triple A y nos volaba el edificio o nos
tiroteaban los autos que iban con el material a la imprenta. Si tomábamos
recaudos defensivos, caía la policía y nos procesaban por portación de armas.
Nuestros problemas periodísticos eran distintos a los de hoy.
-Ese diario fue una hazaña. Había que cerrar un matutino a las ocho de la noche.
Componíamos en una imprenta e imprimíamos en otras dos, porque el tiraje crecía
y no bastaba con una sola porque se perdían los recorridos. Se convirtió en un
diario popular.
-Ese fue un mérito tuyo.
-Mío no, por favor. De muchos.
-Pero el jefe de redacción eras vos.
-Vos sabés que lo dirigía un grupo: Paco (Urondo), Rodolfo (Walsh), vos y yo. No
era unipersonal la organización del diario.
-Pero vos aportaste mucho a ese toque popular. Me acuerdo cuando pusiste como
segundo título que habíamos acertado seis de las ocho carreras de Palermo.
-Eramos todos.
-Cuando nos citamos en París luego de la dictadura...
-... en aquella estación de subte...
-... a la que llegaste con un impermeable de novela negra, me impresionó verte
tan joven y vital después de todo lo que pasaste. Pero me preguntaba entonces y
te lo pregunto ahora cómo sería el regreso a ese país donde desaparecieron a
Marcelo y a todas nuestras ilusiones y proyectos. Volviste a la Argentina en
1988.
-Me pasaron cosas muy buenas, como el reencuentro con amigos-hermanos. Y otras
no tan buenas. Entré a comer un sandwich en un bar al paso de la calle Lavalle,
de esos con taburetes en la barra. Delante mío había un tipo con todo el aspecto
de un cana o un milico, el corte de pelo, la cara, la forma de vestir. Me asaltó
un pensamiento que no podía evitar. ¿No habrá tenido que ver con la muerte de
Marcelo? Por supuesto no tenía ningún elemento para afirmarlo pero la pregunta
estaba ahí. No hice peregrinaciones para recordar nada pero pasaba por lugares y
decía, aquí me vi con Rodolfo la última vez, aquí estaba con Marcelo y (mi hija)
Nora, y comimos en un restaurante y Marcelo escribió un poema en el mantel de
estraza.
-¿El de la oveja negra?
-Sí.
-¿Es el único poema que tenés de Marcelo?
-No. En un libro que acaba de editar la otra sociedad de escritores, no la SADE,
hay más de cien poetas desaparecidos, entre ellos Marcelo. Algunos fueron
traducidos al francés.
-¿Cómo los tenés?
-Cuando volví a la Argentina mi ex me dio una copia. Hay poemas acojonantes,
parecen auto profecías. Auto profecías cumplidas.
-¿Te referís al que escribió en el mantel del restaurante?
-Sí. Decía
“la oveja negra
pace en el campo negro
sobre la nieve negra
bajo la noche negra
junto a la ciudad negra
donde lloro vestido de rojo”.
-¿De qué época son?
-Cuando me separé de la madre de Marcelo y Nora, yo vivía solo en un
departamento en la calle Jean Jaurès. Ellos venían los fines de semana. En ese
momento él ya escribía.
-¿Qué edad tenía?
-Quince o dieciséis. Hacíamos ediciones caseras de lo que escribía a máquina. Lo
encuadernábamos. Además yo les grababa los sueños. Me contaban qué habían soñado
y yo los grababa, como decían los surrealistas, que los hijos les cuenten los
sueños a los padres.
-¿Conservás esos sueños grabados?
-Desgraciadamente no. Pero me los acuerdo muy bien. Marcelo siempre tuvo una
gran inclinación por la lectura. A sus doce años y once de la nena nos fuimos a
pasar vacaciones en Córdoba. Tengo las fotos, con ellos a caballo. Fue muy poco
después de la muerte del Che. Marcelo decía que el Che se equivocó y que no
consiguió el apoyo de los campesinos bolivianos. Yo se lo discutía. Pero con el
tiempo se vio que no era tan errónea su teoría. Su interés político fue muy
temprano.
-Cuando decidiste trasterrarte a México los amigos lo sentimos mucho, pero
me pareció muy lógico. Se que te fuiste para seguir a Mara, que fue una decisión
por amor...
-... en el ínterin me morí cuatro
veces (el número de paros cardíacos que el poeta sufrió en 1989)... Con los años
creo que hice muy bien. Había gente muy enojada conmigo porque me fui, y algunos
siguen enojados. Otros en cambio me ayudaron mucho, apoyando esa decisión. Vos
sabés quiénes son.
-Mi impresión es que no pudiste soportar el encuentro con un país que había
cambiado tanto. Hoy podés decir “País que fue será” (el título de uno de sus
últimos libros). Pero hace veinte años veías un país que fue y ya no era y tal
vez con el temor de que nunca volviera a ser. Habías idealizado tu regreso. Ése
sería el momento de la verdad y de la justicia, ibas a descubrir quiénes mataron
a Marcelo. Y te encontraste con una realidad muy gris. Sin embargo, a lo largo
de muchos años lograste desde México una incidencia en la vida argentina tanto o
más grande de lo que idealizabas cuando estabas en París. Sólo alguien capaz de
generar una realidad a partir de sí mismo puede conseguirlo, alguien muy grande.
Juan
Gelman y Eduardo Galeano (1999)
Trabajo conjunto de los dos hombres de letras, quienes leen sus trabajos.
Producido por Página|12. Incluye Para la cátedra de Historia - Ivan - Para la
cátedra de Historia del arte - Como? - Ovidio - La botella - Don Luis - El
Hombre mas viejo del mundo - Teoría sobre Daniela Roca - La boda - Comentario XI
- Los siete pecados capitales y otros textos (zip 43 Mb mp3, 128 kbps,
MediaFire).
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-Mirá si soy grande que me falta
poquito para cumplir 78.
-¿Cómo has vivido a la distancia
los distintos momentos recientes del país?
-Algunos testimonios han quedado
en las columnas que escribo. Lo de Menem fue terrible, la venta del país, además
de la impunidad de los indultos; el desastre de De la Rúa; la recuperación que
comenzó con Néstor Kirchner. Lo viví de lejos pero de cerca. Todos los días sigo
la prensa argentina y me interesa profundamente todo lo que ocurre. La distancia
me permitió reflexionar sobre el pasado anterior al exilio. Siempre he creído
que lo peor del exilio, aparte de las desgracias personales, fue la derrota.
Porque aparte de los 30 mil también desapareció un proyecto, que no ha vuelto a
aparecer. Y tal vez tarde décadas en aparecer algo que se le parezca.
-Ese fue uno de los temas de
nuestra correspondencia.
-Vos me decías que nuestro mejor destino era ser Neanderthales.
-Fósiles para que haya combustible en algún lejano futuro.
-Lo de los fósiles está muy bien, porque nunca cambian.
-Veinte años no es nada, y
cuarenta...
-... es el doble de nada...
-... cuando hay gente que sigue siendo la que era.
-Como fósil no podes envejecer
más. Ya te quedás en ese estado.
-Pero al mismo tiempo siento que cambiás mucho, que sos un fósil muy plástico.
En tu poesía y también en tu prosa, en tu visión política se ve una evolución
permanente. Fuiste muy dogmático y ya no lo sos. ¿Cómo ves el panorama
latinoamericano actual?
-Hay cambios de signo progresista en distintos países. Pero me pregunto en qué
va a terminar todo eso, porque hay cosas muy contradictorias, como en Uruguay o
en Chile, con el ALCA. Hay cuestiones que no están claras. El Frente manifestó
públicamente un programa que no se cumple. Una cosa que nos pasó a nosotros es
que subestimamos al enemigo.
Fuente: Página/12, 27/04/08

 Te
amo patria y me amás
Por Juan Gelman (1930-2014)
Yo no me voy a avergonzar de mis tristezas, mis nostalgias. Extraño la callecita
donde mataron a mi perro, y yo lloré junto a su muerte, y estoy pegado al
empedrado con sangre donde mi perro se murió, existo todavía a partir de eso,
existo de eso, soy eso, a nadie pediré permiso para tener nostalgia de eso.
¿Acaso soy otra cosa? Vinieron dictaduras militares, gobiernos civiles y nuevas
dictaduras militares, me quitaron los libros, el pan, el hijo, desesperaron a mi
madre, me echaron del país, asesinaron a mis hermanitos, a mis compañeros los
torturaron, deshicieron, los rompieron. Ninguno me sacó de la calle donde estoy
llorando al lado de mi perro. ¿Qué dictadura militar podría hacerlo? ¿Y qué
militar hijo de puta me sacará del gran amor de esos crepúsculos de mayo, donde
la ave ser se balancea ante la noche?
No era perfecto mi país antes del golpe militar. Pero era mi estar, las veces
que temblé contra tus muros del amor, las veces que fui niño, perro, hombre, las
veces que quise, me quisieron. Ningún general le va a sacar nada de eso al país,
a la tierrita que regué con amor, poco o mucho, tierra que extraño y que me
extraña, tierra que nada militar podrá enturbiarme o enturbiar.
Es justo que la extrañe. Porque siempre nos quisimos así: ella pidiendo más de
mí, yo de ella, dolidos ambos del dolor que el uno al otro hacía, y fuertes del
amor que nos tenemos.
Te amo, patria, y me amás. En ese amor quemamos imperfecciones, vidas.
Roma 9-5-80
[Juan Gelman, Bajo la lluvia ajena, Notas al pie de una
derrota (Roma, mayo de 1980), recopilado por Jorge Fondebrider en Antología
Poética, Editorial Espasa Calpe, 1994]

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