Norma Esther Arrostito, "Gaby", nació el 17 de Enero de 1940 en Buenos Aires. Participó tempranamente en la Federación Juvenil Comunista, luego en Acción Revolucionaria Peronista (ARP), organización que dirigía John William Cooke, y más tarde en el Comando Camilo Torres. Fue, junto con su compañero Fernando Abal Medina, uno de los fundadores de la organización político-militar Montoneros. Fue secuestrada el 2 de diciembre de 1976 por un grupo de tareas de la Armada, tras un año de detención y tortura en la Escuela de Mecánica, fue asesinada el 15 de enero de 1978.

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Vida cotidiana en los 70: morir dos veces

Por Pablo Makovsky / El Ciudadano


La noche del lunes 7 de setiembre de 1970 la policía encerró a Fernando Abal Medina, buscado por la ejecución del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu –tres meses antes–, junto con Carlos Ramus en un bar de William Morris, en el Gran Buenos Aires, y lo mató a tiros. Desde entonces Norma Arrostito, una de las fundadoras del grupo inicial de Montoneros, quedó viuda. Nacida en un hogar humilde, antiperonista y marxista, Arrostito ocupó un lugar destacado en la agrupación guerrillera por su formación política y por su relación sentimental con Abal Medina, siete años menor que ella y por quien rompió su anterior matrimonio, tal como lo releva Gabriela Saidón en La montonera. Biografía de Norma Arrostito. En el libro, la autora tampoco dejar pasar ciertos matices en los que se cruzan, antes que el testimonio mismo de quienes sobrevivieron a la biografiada, la dimensión privada y la histórica. El efecto final es un relato en el que, tras la severa investigación histórica, resplandece algo así como la escena mítica de la época: entre 12 apóstoles, Arrostito y su pareja fundan un movimiento que pocos años más tarde llenaría la Plaza de Mayo, y entre el año 1976 y el domingo 15 de enero de 1978, cuando es asesinada en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), donde estaba secuestrada, es ostentada como trofeo de los torturadores, quienes la exhibían a los recién caídos para quebrarlos.

Norma Arrostito, "Gaby", según el apodo con el que la recuerda su amiga Antonia Canizo, fue dada por muerta el 2 de diciembre de 1976. "Esther Norma Arrostito de Roitvan. Nació en la Capital Federal el 17 de enero de 1940. Cédula de identidad 4.714.123. Casada con Rubén Roitvan. Separada. Luego compañera de Fernando Luis Abal Medina. Profesión: maestra". Con esos datos la revista Gente de esa época informaba la falsa muerte de la montonera. Como para que no quedaran dudas de que la publicación no se contentaba con la mera información, la nota –tal como transcribe Saidón– cerraba: "Entre el 24 de marzo y el 6 de diciembre de 1976, fueron muertos 624 guerrilleros. Llegar a esa cifra, a ese umbral de la victoria, no fue fácil. Costó mucha sangre de oficiales, de soldados, de policías. El país no debe olvidarlo". Menos enfáticos, desde el Buenos Aires Herald hasta Clarín, la mayoría de las publicaciones de la época celebraron la farsa de la muerte de Arrostito, condenada por la confesa ejecución del ex dictador en el recordado número de la revista La causa peronista del 3 de setiembre de 1974 (el título de tapa era: "Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu"). Pero no estaba muerta y en el difundido episodio sobre su final (una emboscada en Lomas de Zamora), la mujer que fue fusilada a modo de carnada para los vecinos había sido otra.


Norma Arrostito en la lista de la Triple A.
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Desde ese día Arrostito comenzaba a vivir sus cuatrocientas diez noches en la Esma. Era el final de una mujer que había conocido la clandestinidad y se había tragado con el estoicismo militante y militar que imponía su condición la muerte de su pareja, la soledad y el aislamiento.

Antonia Canizo era una de las 15 jóvenes que entre varios nombres propuestos eligieron "Montoneros" para su agrupación. "En general era coqueta –cuenta Canizo de Arrostito en el capítulo 4 del libro–. Le gustaba estar bien vestida. Era sencilla pero se arreglaba". En estos detalles, en la descripción de la reticencia a los gestos cariñosos en público con su pareja, en el préstamo casual de una camisa de mujer, La montonera gana también cierto espesor que acaso no es ni melodramático ni testimonial, pero alumbra sobre ese cono de sombra que proyecta una época en la que, según se ha entendido, hasta los deseos más privados eran traducidos a la escena social o comunitaria.

La misma Canizo desmiente la imagen de una Arrostito acosada sexualmente por los líderes montoneros ("¿Qué otra cosa podías decir de ella?" para "ensuciarla") e, incluso, por el segundo al mando de la Esma, Rubén Jacinto Chamorro, el Delfín, quien la visitaba ostentosamente en su "camarote" y mantenía largas charlas con ella, "cosas de la vida", tal como recuerda en el libro otra sobreviviente.

Pero en los últimos meses en la Esma, aquella mujer que asomó a la vida pública de la mano de unos proclamados visionarios, se convirtió al catolicismo y "se volcó al estudio y la práctica del Tarot", según lo recuerda Juan Gasparini en La montonera. Así, como una Sherezade proletaria de unas tétricas Mil y una noches, Arrostito demora la muerte a la que todos la ven condenada con profecías y adivinanzas que van a pedirle sus propios verdugos.

Los libros que ofician de marco, y en algunos casos Saidón pone a "dialogar" con esta biografía, son muchos y variados, desde la semblanza de Galimberti de Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, el intenso y lúcido Ese infierno, Munú Actis, Cristina Aldini, Liliana Gardella, Miriam Lewin y Elisa Tokar; las inevitables páginas de Martín Caparrós y Eduardo Anguita en La Voluntad; las reflexiones de Beatriz Sarlo en La pasión y la excepción, entre otros, y los conceptos de Hannah Arendt sobre "la banalidad del Mal". El material bibliográfico le sirve a la autora para arriesgar las mejores páginas, fundadas en interpretaciones que el esquema testimonial del volumen a veces opaca.

Fuente: www.elciudadano.com.ar



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A 30 años del asesinato de Norma Arrostito

El 15 de enero de 1978 asesinaban a la militante Norma Arrostito, una de las fundadoras de la organización Montoneros. Desde principios de diciembre de 1976 permaneció secuestrada en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), aunque los medios habían difundido la versión montada por las fuerzas armadas de que había sido acribillada en Lomas de Zamora. A 30 años de su asesinato y desaparición, su historia sigue albergando mitos.

Por Luciana Bertoia (ANRed)

Su nombre empezó a resonar antes del invierno de 1970. Su cara comenzó a ser reconocida para esa época también. Innumerables carteles poblaban la ciudad señalándola a ella, única mujer, y a otros compañeros por el ajusticiamiento del general golpista Pedro Eugenio Aramburu. Así el nombre de Norma Esther Arrostito comenzó a hacerse popular en la vida política argentina. Era, ni más ni menos, la primera mujer que participaba de una acción de la guerrilla urbana.

Desde ese 29 de mayo de 1970, día en que un comando que luego se dio a conocer como Montoneros secuestró al dictador de la Revolución fusiladora- como la nombraría Rodolfo Walsh-, hasta el 15 de enero de 1978 cuando era cobardemente asesinada en la Escuela de Mecánica, Arrostito fue tenazmente perseguida por las fuerzas represivas como una presa más que valiosa.

Militancia

Norma Arrostito nació el 17 de enero de 1940 en Capital Federal. Como en toda familia no escaseaban las paradojas: El padre era anarquista y la madre, una católica devota. Tenía una hermana menor, Nora Nélida. Para sus veinticuatro años Norma se había casado con Rubén Roitvan con quien compartió la militancia en el Partido Comunista (PC), especialmente en la Federación Juvenil Comunista, la "Fede". En 1965, Arrostito dejó el PC e ingresó a Acción Revolucionaria Peronista (ARP), la organización fundada por John William Cooke y Alicia Eguren. A través de diferentes contactos empezó a acercarse a un grupo de jóvenes vinculados a Cristianismo y Revolución, la publicación de Juan García Elorrio. De allí surgirá el comando Camilo Torres que adquirirá notoriedad al irrumpir en 1967 en la Catedral Metropolitana. Aunque Arrostito no sería parte de esa acción. "Ella no participa en el Tedeum, eso le tocó a los cristianuchis del elenco. No participó toda la multitudinaria fuerza del Camilo Torres en ese hecho", bromea Graciela Daleo.

Para esa época ya había quedado atrás su matrimonio con Roitvan. Ya en esos días, Norma era la compañera de Fernando Abal Medina, el primero en la conducción de Montoneros. "Primero, lo conozco a Fernando por este acercamiento a la revista Cristianismo y Revolución. Aparte, porque él estaba vinculado a los pibes con los que yo había estado en la misión en el norte de Santa Fe. Y a Norma la conozco como Paula ya en el comando Camilo Torres, sabiendo que era la novia de Fernando", recuerda Daleo. Paula, primero; Gaby, después serían los nombres con que la actividad militante bautizaría para siempre a Norma Arrostito.


En 2009 se estrenó Gaby, la montonera, film que narra la vida de Norma Arrostito

"Gaby no tenía formación religiosa. Tenía formación marxista. Ella decía que era atea. Yo le decía que era atea, gracias a dios. Ella siempre fue muy respetuosa de nuestras posturas creyentes. Nosotros- incluido Fernando- llegamos a posturas políticas a través del evangelio, en última instancia", aporta Antonia Canizo- quien también participaba del Comando Camilo Torres. Y agrega: "Ella no hablaba de Carlos Marx. Ella tenía las herramientas del marxismo para el análisis de la realidad, que es un poco lo que nos enseñó. Más que con la teoría, lo enseñaba con el modo en que ella analizaba los hechos y las circunstancias".

De esas reuniones de formación y actividades de agitación se fue cerrando lo que sería el grupo fundador de Montoneros, la organización que se daría a conocer con el ajusticiamiento del general de la autodenominada Revolución Libertadora. Para ese momento, la organización estaba compuesta por poco más de una docena de militantes y de esa acción participaron diez. Aramburu fue condenado y ejecutado. Sin embargo, a pesar del éxito inicial de la operación- ese hecho sirvió como detonante de una etapa en la que se entremezclaron persecuciones, clandestinidad, asesinatos y - más tarde- desapariciones. Sin lugar a dudas, el golpe más brutal que le tocó padecer a Arrostito fue el asesinato de su compañero, Fernando Abal Medina, y de Carlos Gustavo Ramus el 7 de septiembre de 1970 en una pizzería de William Morris.

"Después del hecho de Aramburu, yo lo veo a Fernando dos veces. Él tenía la llave de mi casa, él ha pasado por allí varias veces. Lo dejo de ver una semana antes de que caiga. Después de la muerte de Carlos y Fernando pierdo todo el contacto y cuando lo retomo, lo hago con la hermana de Norma y, después, con ella", relata Canizo. "Sé que estuvo muy mal los primeros días después de la muerte de Fernando. Porque aparte no se podía mover". No sólo porque era la guerrillera más buscada sino porque era la única mujer que había participado de la acción: "En ese momento, aparece un cartel en el que hay cuatro varones y una mujer. Entonces, era mucho más difícil esconder a la única mujer. Por eso, a ella durante dos meses largos la mantienen en un encierro preventivo".

El asesinato de Ramus y, especialmente, el de Abal Medina golpearon a Arrostito. "Estuvo muy mal porque no solamente era la muerte de Fernando, una cuestión de pareja sino que era un golpe muy fuerte a la organización", explica Canizo. Sin embargo, la certeza de que la lucha que se había emprendido continuaba y más fuerte aún, volvió a ponerla de pie. "Cuando yo la reencuentro, compruebo que sigue con la firmeza de siempre y consustanciada con el proyecto de su militancia, de su lucha". Arrostito seguía a pesar del dolor "cargándose la primavera", como canta Joan Manuel Serrat. "Cayéndose y volviéndose a levantar, la montonera".

Llegó el fin de la autoproclamada Revolución argentina, el luche y vuelve estaba dando sus frutos. "En los años 71, 72 y 73- que era la época en la que estaba muy fresco lo de Aramburu- yo me encontraba en la pizzería Las carabelas de Lomas con ella. Y puedo asegurar que el que la quería reconocer, la podía reconocer porque estaba con su pelito de siempre. Era una persona sencilla y prolija", afirma Canizo. Para esa época, Arrostito ya estaba desempeñándose en la columna sur de Montoneros, tal como apunta: "Ella comienza a trabajar con la gente de zona sur antes de la euforia camporista". Sin embargo la "primavera" fue más efímera que nunca. Al tiempo, las persecuciones se agudizaron y la noche se volvió infranqueable. Los desencuentros con Juan Domingo Perón y el asedio lanzado a la izquierda peronista devolvió a Montoneros a la noche, una noche que se presumía y se comprobó muy larga.

La caída

Corría el año 76. Las caídas de militantes se daban por doquier. Pero el 3 de diciembre los titulares daban un anuncio escalofriante. Los principales diarios argentinos destacaban ese día en sus primeras planas que una de las líderes de la organización revolucionaria Montoneros, Norma Arrostito, había sido "muerta durante un procedimiento" en el partido bonaerense de Lomas de Zamora.

Nada parecía contradecir la información de la que se hacían eco los matutinos. Un parte militar proveía datos precisos: "El Comando de la Zona 1 informa que como resultado de las operaciones de lucha contra la subversión en desarrollo, fuerzas legales llevaron a cabo una operación el día 2 de diciembre, a las 21 horas, en (Manuel) Castro y Larrea, de la localidad de Lomas de Zamora. En esa oportunidad fue abatida la delincuente subversiva Esther Norma Arrostito de Roitvan, alias Norma, alias Gaby, una de las fundadoras y cabecillas de la banda autodenominada Montoneros."


"Camarote" donde estaba alojada Norma Arrostito dentro de la ESMA

El diario La Razón daba precisiones acerca de los sucesos que habrían tenido lugar en el sur del Gran Buenos Aires. "El escenario del tiroteo fue una pared medianera, que circunda a un taller mecánico, a pocos centímetros de la puerta de acceso al establecimiento. Tan cerca fueron los disparos que varios de ellos pasaron el portón de hierro e hicieron trizas el parabrisa y ventanillas de la camioneta Citröen, estacionada en su interior. Según la misma fuente, desde hora más temprana varias personas que no se identificaron, exhibían en los comercios del barrio fotos de una mujer, preguntando dónde se alojaba. Presumen que era Arrostito".

Sin obviar términos propios de la jerga castrense, el medio gráfico que dirigía Patricio Peralta Ramos agregaba: "La terrorista estaría en alguna casa de las inmediaciones que no fue allanada, porque las fuerzas combinadas sabrían que en el lugar no había reunión de elementos subversivos, sino que se trataría del domicilio de algún familiar de la mujer muerta. Asimismo, indicaron los vecinos, que el foco de la luz de mercurio-único en la cuadra- fue destrozado a balazos poco antes de que se produjera el enfrentamiento".

A casi 32 años, una mujer que vive a media cuadra de los sucesos recuerda aquel día: "Eso fue una noche. Cerraron todas las calles y me acuerdo que mi marido tenía que entrar y no lo dejaban pasar. Hicieron todo ese operativo, pero era todo mentira". La desconfianza que no aparecía en los diarios se esparcía entre los vecinos. Para ellos era claro que algo no cerraba en la versión oficial. "Creo que ni tiraron ningún cuerpo. Porque a la gente que vivía enfrente, los hicieron tirar al suelo para que no miraran por la ventana. Después, llegó una ambulancia; se vieron unas manchas de sangre contra la pared y nada más", narró la mujer a esta cronista.

El 9 de diciembre aparecía en los kioscos de diarios, la revista Gente con una tapa muy elocuente. Una de las fotos de Arrostito publicadas en 1970 tras el ajusticiamiento del general Pedro Eugenio Aramburu llevaba un sello con la leyenda de: MUERTA (2/12/76- 21 horas). La primera plana dejaba en evidencia que el asesinato de los opositores era una mera cuestión burocrática para los militares en el poder. Y, también, que ciertos sectores de la prensa aplaudían esa metodología.

Al igual que Gente, casi ninguno de los diarios argentinos se privó de festejar las "hazañas" logradas en ese mes por las "fuerzas legales". La Razón, se jactaba de los "golpes a la subversión"; La Opinión se enorgullecía: "Algo huele mejor en la Argentina".

Mientras los medios de comunicación resaltaban los logros de las fuerzas represivas, los militantes sufrían la peor de las cacerías. "Por esos días, Norma estaba muy preocupada con las caídas, como todo el mundo. Trataba de cuidarse lo más posible. Era muy prudente, no era un cuadro que no le daba bolilla a las cosas de seguridad", comenta Antonia Canizo cómo Arrostito vivía los tiempos previos a su secuestro. "Era muy loca la situación porque ella se estaba mudando permanentemente, cambiando de casa. Porque cuando caía una casa, había despejar todo y pasar a otro lado y ella era una de las primeras que tenía que dejar todo siempre limpio. En el último tiempo, andaba muy errante".

La noticia de que había sido abatida Norma Arrostito dio los resultados que los militares se habían planteado. "Cuando ella cae yo estaba en un ámbito donde estaba su compañero. Él se entera de la caída de Gaby porque lo escucha por la radio. Y cuando llega al local donde compartíamos el trabajo, ya había llegado otro compañero antes y ya venía desencajado porque se había enterado", recuerda Graciela Daleo. Por su parte, Antonia Canizo cuenta: "Yo tenía una cita con ella al día siguiente de que cayó".

El intento de hacer creer que Arrostito había muerto tenía varias aristas, tal como explica Graciela Daleo. "El primer objetivo era desmoralizar a los compañeros porque era la caída de una compañera conocida, que era una referencia importante de la militancia. Y el otro objetivo era, como ya lo habían hecho en otros casos, hacer aparecer en los medios que determinados compañeros se habían muerto porque la apuesta de los represores era hacer que el resto bajara la guardia. Si un compañero caía vivo y conocía lo tuyo, tenías que levantar la cita y mudarte; si lo que se suponía era que había caído muerto no te mudabas porque ya no le podían arrancar ningún dato por la tortura".


Nota en Evita Montonera Nº 15, febrero 1977. Clic en la imagen para agrandar. Descargar Evita Montonera Nº 15 completa

Elisa Tokar explica también el operativo que era casi moneda común para los marinos: "Ellos pensaban que probablemente con el tema de la picana, Norma iba a delatar. Entonces, mejor tenerla por muerta para que los otros, los que pudiesen caer, estén tranquilos porque estaba muerta y no iba a poder cantar nada. Era una maniobra militar. Pero ella los cagó: no delató absolutamente nada. Gaby se empastilló, ellos le sacan la pastilla. Ella tenía otra pastilla en el corpiño, se toma la otra pastilla en enfermería y ellos se la vuelven a sacar. Le dan sin asco, pero no cantó nada". Con el cianuro, Arrostito intentaba obtener una última victoria sobre la barbarie.

La ESMA

Desde que la Marina "chupó" a Arrostito no dejó de jactarse frente a las otras fuerzas de su hazaña. "Había visitas guiadas y parte del tour del horror era mostrar compañeros de relevancia, sobre todo en el caso de Gaby", apunta Graciela Daleo. Arrostito no era una prisionera más: era probablemente la guerrillera más conocida y estigmatizada de la Argentina. Además, era todo un emblema para los militantes que estaban secuestrados en la Escuela de Mecánica, a quien se la mostraban- cual trofeo de guerra- para minar sus resistencias.

"La veo en la segunda noche en que caigo. En realidad, cuando a mí me están torturando el milico me dice que tenían a Norma Arrostito, que en la ESMA estaban todos. Yo le dije que no, que a Norma la habían matado. Aunque ya afuera había bolas de que Gaby estaba viva. Pero eran bolas como tantas otras que había", revive Daleo. "Cuando me preguntaban a quién quería ver yo, yo no quería ver a nadie pero dije que la quería ver a Gaby. Yo estaba segura que Gaby no había colaborado. Entonces, me dicen: 'No, no, no, ahora no puede bajar porque está con ruleros'. Entonces, dije: 'No está Gaby porque no usaría ruleros'". Daleo se reencontraría con quien ella había conocido como Paula. Arrostito se acercaría a la capucha donde estaba Daleo y le daría un beso. En ese encuentro, "Gaby" reforzaría con una frase lo que Daleo no dudaba: "Yo no colaboro".

Elisa Tokar, quien no había conocido personalmente a Arrostito antes de que la Armada la secuestrara, relata que en la sala de torturas vio a quien daba por muerta. "En el interrogatorio, los milicos me preguntan: `¿Qué sabés de Norma Arrostito?'. Y el subprefecto Héctor Antonio Febres- recientemente asesinado para sellar el pacto de impunidad de los represores- o el capitán de corbeta Francis William Whamond ordena: `Que traigan a Gaby'. Me la hacen ver, con grilletes, con esposas y con la capucha. Gaby estaba harta de que la expongan de esa manera: la lleven, la bajen, la traigan. Por eso cuando le sacan la capucha, les contesta muy mal a ellos".


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En el libro Recuerdo de la muerte, el escritor Miguel Bonasso narra el instante en que el militante montonero "chupado" en la Escuela de Mecánica Jaime Dri ve con vida a Arrostito. " El `Pelado' nunca la había conocido personalmente, pero notó inmediatamente un contraste en esa figura espectral que todos observaban. Un contraste que provocaba un malestar soterrado. Si el examen empezaba por la cabeza, se notaba que iba bien peinada y arreglada, que su vestido gris estaba limpio y planchado, como el de los detenidos libres. Si la mirada bajaba hasta los pies descubría la causa del lento caminar: como los galeotes de Capucha, tenía los tobillos aherrojados por grilletes".

Graciela Daleo confirma: "Ella estaba con grilletes. Los guardias la llevaban y la traían del baño. Tenía autorización de que algunas horas por la tarde podía estar en la pecera, donde teóricamente no tenía que hablar con el resto de los prisioneros". Era clara la intención de mantenerla alejada, así como la tenían recluida en su camarote en uno de los extremos de la capucha, en el tercer piso del campo de concentración. "Ella si bien mantuvo contacto con el resto de los compañeros, los represores buscaron tenerla en un grado de aislamiento mayor que el que tuvieron otros prisioneros que efectivamente habían sido seleccionados para el proceso de recuperación".

Elisa Tokar también recuerda que no había un trato cotidiano con Norma, no la veía con frecuencia. "En las esperas de los baños y ella me preguntaba cómo estaba yo. Me acuerdo que una vez yo salía de la pieza de las embarazadas, tratando de que no me viera nadie y justo me tropiezo con ella, que salía del baño con la capucha medio levantada y me preguntó cómo estaban las compañeras." También, Tokar relata cuando los represores le plantearon realizar trabajos como mano de obra esclava, tareas que no implicaban ningún tipo de colaboración con los genocidas sino que iban dando algunas pocas garantías de supervivencia. "A mi me preguntaron y en eso Gaby, que circulaba por ahí, escuchó y me dijo: `Vos sos una perejila, decí que escribís a máquina' ". Escuchar esas palabras en el cautiverio, era - sin duda- corroborar que la resistencia seguía dentro de la ESMA. "Para mí Gaby era todo un símbolo. No era una compañera de militancia, era un símbolo de mi militancia".

La presa que buscaba el Ejército y halló la Marina


Revista El Descamisado, número extraordinario, 14 de marzo 1973, contiene una nota sobre Norma Arrostito. Clic para descargar

Arrostito no sólo era exhibida como una valiosa pieza de caza frente a las otras fuerzas represivas sino que también ejercía una fascinación en la oficialidad de la Escuela de Mecánica. "El director de la ESMA, Rubén Jacinto Chamorro, la iba a visitar seguido. Son esas cosas que sucedían ahí. Primero, porque Gaby era una rehén importante. Creo que había una admiración de parte de él: no era una mujer común. No tenía cara tampoco porque la verdad es que él sabía perfectamente que iba a terminar muerta. Si alguno de los de ahí iba a sobrevivir, Gaby no iba a ser. El ejército la pedía. Era un personaje emblemático. Era la fundadora de la organización enemiga para ellos. El Ejército la pedía y ellos la presentaban como un baluarte", resume Elisa Tokar. "Tampoco es casual- agrega Daleo- que Chamorro con quien buscara establecer ese diálogo fuera con una jefa montonera".

Pero Arrostito también provocaba admiración en algunos de los alumnos de la ESMA que oficiaban de guardianes de los detenidos-desaparecidos, los "verdes". Elisa Tokar recuerda que había uno de los verdes que mantenía largas charlas con Gaby. "Era un verde muy jovencito, muy enamoradizo. Él me contaba que le proponía escaparse. Totalmente loco. No hubiesen podido. Él hubiese muerto en el intento, si la ayudaba".

Asesinato

Había pasado más de un año desde que los diarios anunciaron que Norma Arrostito había sido "abatida" en Lomas de Zamora. Fueron largos meses desde que una patota de la Armada la secuestrara en una cita en la Capital Federal. El cautiverio tenía que llegar a su fin. "Creo que la decisión de ejecutar a Gaby estuvo desde el momento en que la secuestran. En el caso de ella, la decisión era que no iba a sobrevivir", afirma Daleo.

Tokar recuerda que cuando se llevaron a Arrostito de la ESMA fue terrible para los detenidos porque sabían que no iba a volver. "Estaba con problemas circulatorios graves. Creo que los milicos aprovecharon la situación para darle la inyección. Pero que la inyección se la dieron, se la dieron", revive el 15 de enero de 1978.
Susana Ramus fue una testigo privilegiada de los hechos. Ella había podido hablar dos o tres veces con "Gaby", cuando las guardias más permisivas la dejaban acercarse al "camarote". Como siempre, para los genocidas era necesario que existieran testigos para que el horror se expandiera. Ramus estaba en el salón dorado actualizando unas fichas cuando entró Jorge "Tigre" Acosta, alborotado: "Qué le pasa a Arrostito que está mal. Se muere. ¿Por qué no la acompañás, Jorgelina?", gritaba.

Ramus relata los últimos momentos de Gaby: "La traen, como agonizando, y a mí me ponen en la parte de atrás de una camioneta junto con ella. Estaba consciente pero más o menos. Me agarraba la mano, como que sabía todo lo que estaba pasando". Pero Arrostito no aportó certezas sobre su estado ni sobre el plan criminal: "No me dijo: `Me mataron', ni nada".

Cuando llegaron al Hospital Naval, bajaron a Arrostito y le golpearon el corazón, como si intentaran resucitarla. Era todo parte de una misma farsa. Ramus ya no pudo observar más porque la llevaron nuevamente a la ESMA. Pero la actuación del "Tigre" siguió. "Al rato me llama y me dice: 'Vos sabés que Arrostito no quería colaborar. Hubo que hacer esto' ".

Por su parte, Graciela Daleo también fue testigo de la actuación infame del "Tigre" Acosta. "Yo recuerdo que estábamos en la pecera absolutamente anonadados porque ya sabíamos lo que había pasado y entra el "Tigre" y se manda para la oficina del fondo preguntando qué había pasado con Gaby".
 
En los gritos de Acosta se escondía la intención de mostrar la muerte de Arrostito como producto de causas naturales. Sin embargo, para los sobrevivientes no caben dudas de que la sentencia de muerte de Norma Arrostito ya estaba firmada desde el día en que ingresó en el campo de concentración de la Armada. "Pero toda esta parodia de estos hijos de puta era eso, era parodia. En la ESMA, la decisión de traslado o la ejecución de un compañero no la tomaba un oficialito así nomás. Esa era una decisión que se tomaba con el director de la ESMA, Chamorro, del jefe del grupo de tareas y los oficiales de mayor rango. Fue una decisión institucional del grupo de tareas. Aunque lo más probable sea que Emilio Eduardo Massera haya participado de la decisión también", confirma Daleo.

El asesinato y la desaparición de Norma Arrostito fue uno más de los aberrantes crímenes que se cometieron dentro de las paredes de la ESMA. "Era una persona que para los represores era casi una pieza de caza, un trofeo importante porque había sido la fundadora de Montoneros por su participación en el secuestro y ejecución de Aramburu, una tipa que era una militante, una revolucionaria", tal como la define Daleo. "El represor decide muchas cosas sobre las personas de los compañeros, no todas, por suerte. Porque el espacio de libertad que Gaby conservó para decidir su conducta, eso permaneció". A 30 años de su asesinato, aún parece resonar como mandato, como legado, como imperativo: "Yo no colaboro ni me rindo". Frente a esa afirmación se hace presente la frase del escritor desaparecido Haroldo Conti: "O estamos con ellos, es decir, otra vez en la lucha, que es el mejor homenaje que les podemos rendir en esta fecha, o estamos con los traidores. Ya no hay vuelta que darle".

Fuente: lafogata.org


El parte policial bonaerense sobre la detención de Norma Esther Arrostito, que repite la mentira de que fue muerta en un enfrentamiento.
En realidad, estuvo dos años en la ESMA como 'trofeo' antes de ser envenenada. (Comisión Provincial por la Memoria- Archivos DIPPBA)
 


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Cerca de la revolución

Por Soledad Vallejos (2005)

[Foto del diario Noticias]

En cuestión de semanas, dos novedades recogen e investigan las historias de mujeres relacionadas con la lucha armada: Buscada, la biografía que Laura Giussani hizo de Lili Massaferro, y La montonera, donde Gabriela Saidon hizo lo propio con Norma Arrostito. Qué se cuenta, cómo se cuenta, cómo contar a esas mujeres a las que la Historia, todavía, no narra.

Había mujeres en la lucha armada, sí. No es la primera vez que se dice. Había, también, mujeres que en la lucha armada tenían poder de decisión, ambición, capacidad de acción y, en ciertos casos, hasta una aplicación tal en la vida militarizada que algunos hombres resultaban sorprendidos.

Las compañeras, convertidas en compañeros. Eso también se dice. Pero no mucho más, y debe ser por eso que sorprende que, con diferencia de unas semanas, hayan aparecido dos libros tan distintos y, en algún punto, tan parecidos: Buscada. Lili Massaferro: de los dorados años cincuenta a la militancia montonera (ed. Norma), de Laura Giussani, y La montonera. Biografía de Norma Arrostito (ed. Sudamericana), de Gabriela Saidon.



De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Lili Massaferro en 1984, en su puesto callejero de Madrid. Manolo Belloni, el hijo mayor de Lili asesinado por la policía. Lili y su hermana Adela, de pequeñas. Norma Arrostito, en una de las fotos que se usaron para sindicarla como prófuga.

Empecemos por lo similar: el rescate, el gesto de recuperar una parte del rompecabezas que suele quedar oculto bajo el manto de las generalidades, los relatos ajenos y en ocasiones como complemento (necesario, pero complemento al fin) de otra historia. Digamos: buscar a Massaferro no (solamente) como la enamorada abandonada por un Paco Urondo comprometido en las FAR o la compañera en el exilio de Juan Gelman, y buscar a Arrostito no (solamente) como la enamorada de Fernando Abal Medina que participó del secuestro de Aramburu. He allí el primer gesto importante a la hora de toparse con estas dos biografías que, tal vez, sean el inicio para devanar el ovillo que enlazó a las mujeres con la guerrilla. Tanto Giussani en Buscada... como Saidon en La montonera... declaran su firme voluntad de encontrar en sus biografiadas nombres, momentos, rasgos, narraciones propias en las que estuvieran actuando, pensando, viviendo. "La historia, al fin, no es más que la sucesión de infinidad de historias personales", escribe Giussani. Pero llegar allí no es fácil. En el camino mismo van emergiendo los escollos, como ese brillante momento del testimonio que Saidon recoge de Amanda Peralta, amiga y también ex compañera de lucha de Arrostito: "No se hablaba mucho de cuestiones personales (...) Tenés que ubicar cómo se funcionaba en esa época, todo pasaba un poco por la cuestión política, trabajo, amigos, salidas. Todo".

Bucear en ese mundo, entonces, todavía hoy es esforzarse por horadar un hermetismo unificador tal que invade el recuerdo, el relato, la memoria y, aun, que protege de preguntas capaces de hacer trastrabillar (en su lógica perenne) lo que, poco a poco, va adquiriendo ribetes de incuestionable. ¿Por qué, por ejemplo, empeñarse en repetir narraciones que repiten una imagen sin resquicios? (La pasión militante como un fuego purificador, el debate ideológico en estrictos términos de estrategias.) ¿Por qué convertir la historia de la lucha armada meramente en la sucesión de afirmaciones y contraafirmaciones? La historia oficial de esa historia, a veces, desplaza la complejidad, ese territorio en el que, aún, queda todo por decir. Inclusive, una lectura de género.

Pepa

Desde los estertores de los ‘90, Giussani rescata la voz de Lili Massaferro antes de que se extinga. Ella ha pasado los 70 años, está enferma, ambas saben que morirá pronto, y sin embargo podría decirse que en esa despedida de preguntas y respuestas tiene un último gesto de resistencia: dejar que el grabador se encienda y hablar. Si el objetivo es registrar una historia que Giussani quiere leer como modélica de cincuenta años de historia argentina, afortunadamente los resultados exceden la meta, pero curiosamente en la partida hay una declaración de principios de biografiada y biógrafa que, tal vez –sólo tal vez–, permitan explicar los límites a los que, de a ratos, arriba Buscada...: "En los noventa la Argentina nos resulta por completo ajena. Un mundo sin ideas ni placer, cuyo único mandato es el trabajo y el éxito entendido como mercancía (...) ‘No sé qué le pasó a la gente (es Massaferro quien habla), en qué andan,qué piensan, creo que les ha agarrado un ataque de boludez imposible de sobrellevar’".

Desde esa distancia, desde esa incomprensión, es que se realiza la lectura del pasado. El retrato de una trayectoria política es vasto. Massaferro, niña de clase media ilustrada, alumna aplicada de un colegio de monjas, maestra normal, estudiante frustrada de Medicina (su padre no le permitió cursar, aunque ella hubiera aprobado el ingreso), ingresante feliz en Filosofía y Letras, amiga inseparable de Pirí Lugones y Julia Constenla, con las que fue descubriendo la adrenalina de extender los límites de sus vidas más allá de sus barrios: hacia la ciudad, los claustros, la política partidaria en su versión juvenil, pero también los círculos intelectuales más bien elitistas y sofisticados. La liberación de un padre ofuscado por la creciente liberalidad de su hija casi veinteañera fue, para Massaferro, el casamiento: un breve matrimonio, del cual resultaron dos niños de cuya crianza encargó, tras la separación, a cualquiera menos a ella. Lili Massaferro como una mujer que, poco a poco, fue descubriendo el significado de la emancipación gracias a los vericuetos de su vida: el matrimonio mal avenido la arrojó de lleno a una sociabilidad compulsiva en la que era reina indiscutida de cenas con Bioy, Murena, Borges, Babsy Torre Nilson y belleza codiciada por cierto mundillo rector del mundo cultural. Amantes, muchos amantes: Massaferro como una mujer liberada de los prejuicios de clase media que cifraba la respetabilidad en la pareja estable y la vida regulada por los rituales de cortesía y honorabilidad.

Y sin embargo, una ruptura se produce, un quiebre, una transformación feroz que –postula Giussani– terminó convirtiendo a Massaferro-madre doliente (por el asesinato de Manolo, su hijo mayor, en medio de un operativo guerrillero) en cuadro político: la amiga y luego mujer (al dejar al marido que había sabido darle estabilidad, el periodista Marcelo Laferrere) de Paco Urondo, la de la militante comprometida que formó parte de las FAR y transformó el dolor en lucha, para reivindicar, al apropiarla, la memoria de su hijo. "Yo –dijo durante un homenaje a su hijo– no sé nada de política pero tengo los mismos deseos que ustedes de un país mejor, aquí vengo como una madre, y como madre quiero hablarles, no se queden solos (...) nosotros vamos a estar siempre, los vamos a acompañar, porque la lucha de ustedes es la nuestra." Claro que también hay estrategias, y están las tretas del débil de las que Pilar Calveiro hiciera un análisis minucioso en Poder y desaparición.

Los campos de concentración en Argentina (ed. Colihue), uno de los dos libros que, hasta el momento, logran zafarse del molde de la épica (el otro es Ese infierno, de Munú Actis, Cristina Aldini, Liliana Gardekia, Miriam Lewin y Elisa Tokar). Es allí donde también cabe preguntarse si lo que aparece apenas páginas después no habla, en realidad, de que ese abrazo inicial (la acción como paliativo del sufrimiento maternal) dejó paso a otro hallazgo, egoísta, soberano, de una voluntad plenamente individual, el de un sentido para sí: la recriminación a Paco Urondo por haberle ocultado, durante meses, la participación en una organización. "Mirá, hijo de puta: me estuviste mintiendo hasta hoy, ocultándome la verdad, sabías que estaba desesperada, que necesitaba de los compañeros y no me dijiste nada. Si ahora se te ocurre insinuar que no tengo capacidad para militar, la patada en los huevos que te doy te la vas a acordar para toda la vida."

MILITARISMO

En el año 1978 la Comandancia del Ejército Montonero publicó una resolución sobre "Implantación y utilización de uniforme e insignias del Ejercito Montonero y de las milicias montoneras". En los considerandos de dicha resolución -número 001/78- se expresaba entre otras cosas: "…Que las tareas de preparación de la contraofensiva consisten, para el Partido Montonero y el Ejercito Montonero, en la consolidación ideológica, política, militar y organizativa con el fin interno de clarificar el objetivo, ratificar la confianza en el triunfo y fortalecer aún más el espíritu del cuerpo; y el fin externo de brindar a las masas una corporización mayor de las fuerzas políticas y militares que conducen sus luchas."…

"Que al logro de estos objetivos también contribuyen en un modo importante algunos elementos formales, siendo el principal de ellos el uso del uniforme que distinga a nuestras fuerzas y exprese formalmente el aspecto militar de esta guerra integral de liberación que estamos librando…"

"…Que todos los miembros del Partido Montonero son a la vez, mientras permanezca esta situación de guerra, integrantes del Ejercito Montonero u Oficiales de las Milicias/ Montoneras." (E. Anguita y M.Caparros, "La Voluntad", Tomo III, Pág. 366, Bs. As, 1998)

En el Anexo III de la Resolución N° 08/78 sobre las normas de utilización del uniforme establecía:

"…2) Es obligatorio el uso de uniforme en el transcurso de toda reunión o ceremonia del Partido o Ejercito. 3) Es igualmente obligatoria su utilización para la ejecución de las operaciones militares del Ejército. Los jefes operativos están facultados para efectuar todas las modificaciones necesarias para el camuflaje que de seguridad a la operación, manteniendo siempre la utilización de los colores reglamentarios (aunque por ejemplo, la camisa no tenga charretera) y utilizando las insignias de combate. En casos extremos, el jefe operativo esta facultado a prescindir totalmente del uso del uniforme para la ejecución de una operación. Esto quedará bajo su responsabilidad y deberá fundamentarlo a su superior…" (pag. 368).

Con esa afirmación, Lili Massaferro se convierte en "Pepa" (su bautismo de fuego fue realizar la seguridad para una pintada callejera), la mujer que en menos de dos años organizó la Rama Femenina del Movimiento Peronista Montonero y tendió unas redes que otras agrupaciones no habían sabido lograr. Pepa decidía, organizaba, debatía con distintas instancias de la conducción y, sin embargo, no estaba en condiciones de abordar otro poder: engañada y abandonada por Urondo, su primera reacción es francamente decimonónica. Desde un teléfono público llamó a Murena, le dijo "estoy en Independencia y San José y me quiero matar". El la consoló esa noche, disolvió la idea suicida. Al día siguiente, Lili se reunió con su responsable en la organización y sentó el reclamo. "¡Lindo hombre nuevo estamos haciendo! ¿Para qué? ¿Para que tenga las mismas hipocresías, las mismas mañas, para que sea desleal con su compañera, no pueda dar la cara y corra detrás de la primera pendeja de piernas frescas que encuentre? (...) Si vamos a hablar de nuevos valores, de una nueva sociedad, hablemos en serio. Si no, déjenme de joder con eso de ‘compañeros’, son unos machos cobardes y traidores como cualquier pequeñoburgués." El reclamo se resolvió de una manera sorprendente: con una suerte de decálogo de la moral revolucionaria. De ello, nada más rescata Giussani: he allí un límite, en el preciso momento en que se hubiera podido raspar la pintura de un discurso monolítico. Y es que, tal vez, haya tenido razón María Moreno cuando escribió, a propósito de la sexualidad y los militantes de la izquierda, que "nunca hubo un correlato entre la ideología y las pasiones".

Gaby

"¿Cómo era esa chica?", se pregunta Gabriela Saidon al promediar La montonera, mientras desliza algunos datos para ir trazando el perfil: "Se casa por primera vez a los 24 años, recorre un camino político de ‘salida’ del comunismo con su marido (...) se va abriendo otro camino por el lado del cristianismo, el nacionalismo y el peronismo, con el marxismo como telón de fondo y como continuidad, (...) apenas dos años después de haberse casado se enamora de ese chico nacionalista católico siete años más joven que ella (Fernando Abal Medina), se va a vivir con él y con él participa del nacimiento de una nueva organización que apuesta al camino de las armas". Cómo era Norma Arrostito, entonces, es la pregunta. "Dura" y "tierna", responde Saidon, "prolija" también, "limpia", lectora, matera... A veces, la búsqueda queda perdida en las brumas de un retrato que quizás debe demasiado a la reproducción de archivo y hemeroteca, al tomar a pie juntillas (y reproducir) testimonios valiosísimos que, sin embargo, podrían desmenuzarse a fuerza de interpretación y confrontaciones (pero "no es el objetivo de este libro juzgar"). Norma Arrostito, "Gaby", en el testimonio de su compañera y amiga Antonia Canizo, llevaba su militancia a los gestos mínimos: con Abal Medina, su compañero, "era más seca o más tímida" de lo que él lo era con ella, "porque con todo ese tema de la militarización se cortaba mucho la afectividad". Hubiera, continúa Canizo, querido tener hijos, "pero el compromiso militante" pesaba más: no era posible. Años más adelante, soñó con casarse de blanco. Y aún más: si no logró un lugar aún más destacado en la conducción de Montoneros fue por una cuestión de género: "Ese techo de cristal es real, existe. En las situaciones límite una mujer llega a un grado de poder de decisión. En Gaby creo que primó la decisión del varón, de Mario (Firmenich) y de los que estaban en ese momento", relata Canizo a Saidon.

Su cuerpo se disputaba, en términos simbólicos, como trofeo: lo fue para sus compañeros militantes (que veían en ella, arriesga Saidon en una de las pocas y fructíferas interpretaciones de La montonera, la posta para poseer el prestigio, el poder, el halo del líder muerto) que, como Firmenich y Galimberti, se esforzaron por divulgar supuestas relaciones amorosas con ella; lo fue, también, para los represores que la exhibían como joya invalorable y única en la ESMA. Fue la viuda, la guerrillera que participó de la fundación mítica y shockeante de Montoneros (el secuestro de Aramburu), la eclipsada por la clandestinidad forzada. Y, sin embargo, quién era ella todavía no queda claro, al menos no mientras se la siga reconstruyendo con esos modelos.

La pregunta podría ser: ¿cómo narrar por fuera del molde de la épica (el formato del rescate, pero también de la reivindicación) para poder construir una memoria de lo que, no casualmente, no suele formar parte de las memorias? O bien: ¿cómo plantarse para visibilizar algo que –porconflictivo, por su potencial desorganizador de categorías que (aún hoy) siguen en proceso, por su inmensa capacidad para volver todavía más complejo ese mapa que sigue incompleto– o bien desborda al modelo épico, o bien pierde todas sus aristas si se acomoda a él? Las respuestas cuestan. Y es que el conflicto aquí viste, por decirlo tangueramente, polleras: cuál era el lugar de las mujeres en la guerrilla, quiénes eran ellas, cómo la cotidianidad de las mujeres militantes en organizaciones políticas (de meta y programa totalizadores) que impregnaban la vida social e individual en toda su extensión... He allí la carga que, todavía hoy, cuesta desactivar, a tal punto que en las narraciones de la guerrilla y de la represión hay un gran vacío: el de la cotidianidad. Y es que, detrás del estatuto de la excepción, tiene que haber un más allá.

Fuente: Página/12, 31/07/05



Algunas personas de esta foto: en el centro, de camisa blanca y pantalón claro, Roberto Quieto, a su derecha Dante Gullo y a su izquierda Mario Firmenich,
Norma Arrostito, Fernando Vaca Narvaja y Ricardo René Haidar.


Mil nombres, un nombre

Gabriela Saidon es la autora de una biografía sobre Norma Arrostito, la única mujer que integró la conducción de Montoneros en sus inicios

Lisy Smiles / La Capital

"La Gaby", "Irma", "Norma", "La Viuda", una "asesina/o", "La Montonera" son sólo algunas de las maneras de nombrar a Norma Arrostito, pero también de hablarla. Porque justamente eso es lo que rastrea Gabriela Saidon en su libro "La Montonera", hacer hablar los silencios sobre la historia de la única mujer que formó parte del grupo que dio origen a Montoneros.

Arrostito cautiva a Saidon más que por sus palabras, por sus silencios. Silencios que, de acuerdo a las palabras vertidas por múltiples testimonios, la ubican en un alias o en otro. Y detrás de cada nombre se construye una historia. Entonces la autora -licenciada en letras, periodista y escritora- usa esas historias relatadas para armar una mujer y en esa construcción, ella también se permite hablar la historia de Arrostito.

El libro (editado por Sudamericana) abre con la reconstrucción del hecho fundacional de lo que luego sería Montoneros: el secuestro del teniente general Pedro Eugenio Aramburu. En ese capítulo, justamente titulado "Aramburu", Saidon incluso deja que Arrostito hable al reproducir sus testimonios publicados en "La Causa Peronista". Allí se muestra a la militante pura acción, detallando cómo se habían llevado a cabo en el plano real las tácticas ideadas por aquel grupo (el comando Juan José Valle) que se lanzó al terreno un 29 de mayo de 1970, a un año del Cordobazo y en el Día del Ejército.

El 1º de junio Aramburu es ejecutado luego de haber sido juzgado por un "tribunal" (comillas de la autora) por su responsabilidad en los fusilamientos de civiles en José León Suárez, en junio de 1956, y por el secuestro del cadáver de Evita, entre otras acusaciones. Pasaría más de un mes para que el rostro de Arrostito se viera en la tapa de los principales diarios como una de las buscadas por la muerte del militar. Y a los pocos días esa foto, junto a las de Fernando Abal Medina, Carlos Ramus y Carlos Capuano Martínez, tomaría forma de afiche para ser pegado en las paredes de las ciudades pidiendo por ella. Allí dicen que había recibido adiestramiento militar en Cuba, que era "una hábil maquilladora" y que usaba pelucas.


Nota de Estrella Roja Nº 89, órgano de difusión del PRT-ERP, del 14/12/77, dando por cierta la falsa noticia de la muerte de Norma Arrostito difundida por la dictadura. El Nº 89 fue uno de los últimos números de Estrella Roja.

Así como ese comando, que "en términos generales no superaba la docena de integrantes", había realizado su acto fundacional, Saidon funda su libro en este primer capítulo donde permite entrever qué vendrá luego. Y así deja traslucir a "esa mujer" (en este caso Arrostito) pareja de Abal Medina, militante proveniente del Partido Comunista, hija de un matrimonio de clase media, que sintió "la fortaleza" de encarar la acción y no sólo palabras, pero también descubrió la profundidad de lo actuado, que la llevaría al límite: la muerte.

La presencia de Arrostito en ese grupo fundador de Montoneros interroga a Saidon sobre la prehistoria de ese momento. Entonces la autora describe el hogar dónde nació quien después sería "La Gaby" para su compañeros, cómo eran sus padres, dónde estudió y su primer matrimonio. Después volverá sobre los hechos cuando la describe como "La Viuda", tras la muerte de Fernando Abal Medina, su gran amor, y a través de testimonios, de búsquedas bibliográficas y de artículos de distintos medios cuenta el silencio de Arrostito cuando debió guardarse y comenzar a alejarse de la estructura de conducción.

Y es quizá una entrevista con Antonia Canizo cuando Saidon disfruta más de dejar que Arrostito se cuele en el libro como "La Amiga". Canizo fue eso, amiga muy cercana de Arrostito. Saidon publica, en forma completa y casi sin edición, una entrevista que le realiza a Canizo, donde se descubren nuevas voces sobre otra vez "esa mujer" (la Arrostito) como compañera, su salud, su relación con los hombres, su inserción en Montoneros, sus supuestos cruces con Galimberti y Firmenich.

Después vendrá Ezeiza, Cámpora, Perón, la Plaza de Mayo, las disputas, Isabel, López Rega y el límite se acerca. Pero Saidon lo desafía también desde el principio, quizá como Arrostito, cuando en la tapa del libro publica como ilustración la foto del supuesto lugar donde matan a la montonera. Supuesto no, fraguado.

Allí, Lomas de Zamora, 2 de diciembre de 1976, no matan a Arrostito como sí se publicó en los medios argentinos. Allí, se monta una escena, otra mujer fue fusilada y no "esa". Arrostito vivía por entonces en Barracas, el sur porteño, y "tenía pautada una cita con una tal «Mercedes» a las 11. Salió hacia ella y nunca más se la vio. Un grupo de tareas de la Marina la capturó y la llevó a la Esma", advierte la autora.

Ese siniestro montaje es reproducido por los medios y el 4 de diciembre del 76 los argentinos empiezan a leer en detalle y hasta por entregas cómo había muerto Arrostito (imperdible cómo Saidon desmenuza la cobertura de la revista Gente, por ejemplo). Mientras, en la Esma capucha y grilletes esperaban a "La Gaby", quien pasó a convertirse en trofeo de los represores para blandir ante las otras fuerzas e incluso ante los demás detenidos. La mostraban como un símbolo, "querían demostrar que si la tenían a ella, habíamos perdido", recuerdan ex detenidos.

A esa altura del libro, Saidon busca el final, y cuenta cómo fueron los días de "La Gaby" en ese "infierno". Para eso echa mano de testimonios de otros detenidos que cuentan hasta con versiones contrapuestas cómo se manejaba y manejaban a Arrostito en ese campo de concentración, la relación con los captores, su vuelco al misticismo y el final. Una inyección de pentotal entró en su cuerpo el 15 de enero de 1978, sujetada por un enfermero, bajo la atenta mirada de un médico y por orden del "Tigre" Acosta, según coinciden los testimonios.

Saidon opina que no sólo el secuestro y ejecución de Aramburu sellaron su muerte, sino que al fraguar su asesinato se ponía en marcha su agonía hasta que llegara nada más que la decisión de desaparecerla definitivamente. Y Arrostito pasó a integrar esa siniestra lista de 5 mil detenidos-desaparecidos de la Esma, porque su cuerpo nunca apareció. Se supone que fue una pasajera más de los vuelos de la muerte.

"No hay dos demonios, hay uno. El mal absoluto, sin filtros ni disimulos. El infierno está en esta tierra", escribe Saidon en un intento de hacer hablar a los sentimientos de Arrostito en su agónica detención. "Sabe, también, que ella no se va a salvar, que en cualquier momento la matarán... Sabe que no hay libertad para Gaby, "La Montonera. Lo sabe desde el infierno. Lo sabe cada amanecer", arriesga Saidon tras dedicar 171 páginas a desmenuzar la historia de vida de esa chica de clase media: Norma Arrostito, "La Montonera".

Fuente: www.lacapital.com.ar


La montonera. Biografía de Norma Arrostito (adelanto)

Por Graciela Saidón

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Capítulo 1: Aramburu

1
Aramburu
El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro.
Mario Firmenich

La historia estallaría nuevamente en 1970.
María Seoane

Who wants yesterday.s papers Who wants yesterday girl.
Mick Jagger

Son las nueve y cuarto de la mañana del viernes 29 de mayo de 1970. Una mujer rubia está parada en la vereda, junto a la puerta del edificio de Montevideo 1053, en el Barrio Norte de la Ciudad de Buenos Aires. Lleva un bolso en una mano. A pocos metros, en un garaje de la misma cuadra, dos hombres con uniforme militar esperan en un Peugeot 504 blanco, tapizado de rojo. Mal estacionada sobre la vereda de enfrente, hay una pick-up Chevrolet con el chofer, un cabo de la policía y un cura. Uno de los militares se baja del Peugeot y camina hasta el edificio de Montevideo 1053. No saluda a la mujer rubia. Nadie sabe, salvo los ocupantes de los dos autos, y el capitán y el teniente primero a quienes acaban de abrirles la puerta desde el portero eléctrico del edificio de Montevideo 1053, que lo que esa mujer tiene en el bolso es un arma, que en realidad no es rubia sino morocha y que usa una peluca.

Nueve y media de la mañana. Una mañana soleada y fresca de otoño en Buenos Aires. El capitán y el teniente primero salen del edificio con el teniente general Pedro Eugenio Aramburu. Ese viernes 29 de mayo de 1970 pasará a la historia como el día en que un comando autodenominado Juan José Valle, de una nueva organización hasta el momento desconocida, Montoneros, secuestró al ex presidente de la Revolución Libertadora, que derrocó a Juan Domingo Perón. Ellos, los que esa mañana están apostados en lugares estratégicos en la calle Montevideo entre Avenida Santa Fe y Marcelo T. de Alvear, son: Mario Eduardo Firmenich como cabo de la policía, Carlos Capuano Martínez como chofer, Carlos Maguid como cura, Ignacio Vélez y Carlos Gustavo Ramus como los civiles en el Peugeot, Fernando Luis Abal Medina como teniente primero, Emilio Maza como capitán. Y una mujer, la única del grupo, la montonera Esther Norma Arrostito. Gaby para los amigos.

Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien vestida y un poco pintarrajeada, contará Arrostito más adelante1.

Un local ofrecía pelucas a sólo dos cuadras del lugar donde el 29 de mayo de 1970 la historia estallaría nuevamente. Un aviso en la revista dominical de Clarín publicitaba así el producto: .Pelucas y Minipelucas Fontaine, de Felipe Sinópoli, Arenales 1473: Prepárese a cambiar de la noche a la mañana, o de la mañana a la noche, o en cualquier momento. Un peinado diferente la transforma. Fontaine es la clave para las travesuras más femeninas y los cambios más amorosos. Vale la pena curiosear la última novedad Fontaine: la peluca que se peina con y sin flequillo.

Son las nueve y cuarto de la mañana. Se cumple exactamente un año del Cordobazo, la rebelión en la ciudad de Córdoba donde obreros y estudiantes levantaron barricadas, atacaron con piedras y cócteles Molotov a policías y soldados, y que terminó con la cruenta intervención de las Fuerzas Armadas. El Ejército celebra su día. El capitán y el teniente primero acaban de entrar al edificio de Montevideo 1053. Han atravesado la puerta de vidrio y toman el ascensor hasta el octavo A, último piso al frente del edificio que hasta el sexto tiene balcones redondos con rejas blancas. Apostada junto a la puerta, Norma Arrostito cruza la calle con la mirada, sorteando la cuadrilla de la Municipalidad que repara la vereda, y ve que un Fiat 600 se acerca a la pick-up. Todo el plan puede fracasar. El joven vestido de cabo le hace señas al fitito para que no se detenga. Circule, oye Arrostito. O mejor dicho le lee los labios al joven vestido de cabo y se da cuenta de que, desde su uniforme de policía, Mario Firmenich le está dando órdenes al otro que se paró detrás de la pick-up para que circule, modula Mario, no se detenga. Y cuando el otro arranca puteando porque no entiende (ella no alcanza a oír esa parte), no entiende por qué la pick-up sí puede estacionar y él no, Norma ve que Firmenich levanta apenas la comisura derecha de los labios.

Cuando más adelante la escena se convierta en caso y todos los diarios se ocupen del tema, una empleada de la boutique de Montevideo 1051 va a describir ante los periodistas a los dos uniformados que subieron al octavo A del edificio vecino como dos hombres altos y rubios de entre 26 y 28 años, uno con bigotes, y va a decir: Un detalle que me llamó la atención fue que los uniformes eran flamantes y estaban muy bien cortados. Ahí va a ser Norma la que quizá levante apenas la comisura derecha de sus labios, o se ría con una risa franca. Porque ella misma tuvo que arreglarle el uniforme a Fernando. En esos afiches de "Buscados" por el secuestro del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu que en quince días van a empapelar la ciudad, al mejor estilo Lejano Oeste, además de alias, números de documentos de identidad, edad, estado civil y estatura de Norma Arrostito, Mario Firmenich, Carlos Raúl Capuano Martínez y Carlos Gustavo Ramus, sobre Fernando Abal Medina la policía aportará un dato adicional: delgado. Llamaba la atención lo flaco que era.

Arrostito: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich, 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo pasaban por colimbas. Así que allí compramos las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas, hasta se hicieron pasar por boy-scouts. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabía para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos "era un gorrón", le bailaba en la cabeza, pero usamos la chaquetilla y las insignias.

De pronto, Norma Arrostito los ve salir del edificio. Fernando Abal Medina y el gordo Maza llevan al mismísimo Pedro Eugenio Aramburu, que parece no entender del todo lo que está pasando. Emilio lo abraza, como palmeándolo. Parecen milicos de verdad, hasta en el porte y en la manera de caminar. Practicar sirvió para algo, al margen de que Firmenich decía que el gordo tenía algo de milico, que de veras le gustaba. Además conocía los gajes del oficio: había sido liceísta en Córdoba. El mismo Maza fue quien le enseñó a Abal las poses y las actitudes. Y Fernando tenía esa cualidad de ir siempre al frente, no importaba qué. El porte, la indiscutible pertenencia de clase de Emilio Maza y Fernando Abal Medina, sumados a esa seguridad que mostraban los dos y, obviamente, los uniformes "bien cortados" jugaron a favor. Por eso la mujer de Aramburu los hizo pasar, por eso los trató con amabilidad y le indicó a la empleada que les sirviera café mientras su marido terminaba de vestirse, por eso salió a hacer los mandados. Por eso seguramente también Aramburu no desconfió cuando le ofrecieron protección. Claro, ya era demasiado tarde cuando los jóvenes oficiales mostraron sus verdaderas cartas: las armas que tenían escondidas entre la ropa, y Abal Medina le dijo, sin demasiada explicación:

Mi general, usted viene con nosotros.
Desfachatado, va a decir Firmenich de Abal Medina, cuatro años después (Era bastante desfachatado, dirá). Norma Arrostito prefiere pensar que es un hombre de acción. Fernando nunca se detiene a pensar. Ni dos segundos. Va y ejecuta.
Ahora se lo ve algo duro dentro del uniforme, debe ser por la metralleta que lleva debajo del pilotín verde oliva. Incluso parece como que empuja a Aramburu levemente con el arma, hasta que llegan al Peugeot. Lo sientan entre los dos en la parte trasera. Arrancan y Arrostito sube a la pickup, junto con Firmenich y los otros. Doblan por Charcas, Rodríguez Peña2 y van hacia Libertador. En el camino, los muchachos se sacan los disfraces. Cuando llegan al bajo, cerca de la Facultad de Derecho, los que estaban en el Peugeot se pasan a la pick-up y se apretujan atrás. Aramburu queda sentado sobre la rueda de auxilio.

En los bosques de Palermo cambian de autos. Dejan tirada la pick-up y Arrostito, Maza, que ahora tiene puesto un pilotín para disimular el uniforme, Vélez y Maguid se suben al Renault 4L chapa C 184540, propiedad de Arrostito, que dejaron en el lugar. Allí cargan los bolsos con los uniformes y parte de las armas. Abal, Carlos Ramus y Firmenich entran en la Gladiator, llevándose a Aramburu. Capuano Martínez sube al taxi Ford Falcon que hará de apoyo. Se comunican con walkie-talkies entre los dos autos, y entre la cabina y la caja de la Gladiator. En todo el trayecto Aramburu va a permanecer callado. Solo dirá dos palabras, pero lo hará después de que hayan cruzado la General Paz. Será cuando alguien pregunte quién vio el bidón de nafta. Entonces Aramburu va a decir:

Aquí está.

Ésos son los autos con los que han partido esa misma mañana temprano, desde Parque Chas. Cuenta Arrostito: La casa operativa era la que alquilábamos Fernando y yo, en Bucarelli y Ballivián, Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico. La noche del 28 de mayo, Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono, con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo así. Pero ya sabíamos que estaba en su casa. Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot 404 blanco3, y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca mía, un taxi Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la madre de Ramus.

En realidad, la casa operativa que menciona Arrostito, un PH en ochava, en Bucarelli 1752, queda en Parque Chas, en el límite con Villa Urquiza. En realidad, además, no es la casa que alquilaban Norma Arrostito y Fernando Abal Medina sino Nélida (su hermana) y Carlos Maguid (su cuñado). De todos modos, en el barrio circulan algunas leyendas en relación con esa casa. Algunos vecinos aseguran que a Aramburu lo tuvieron allí. o que a la Arrostito la agarraron en esa casa. Después del secuestro de Aramburu, la propiedad en la zona llegó a devaluarse por las molestias que generaba en el vecindario la constante presencia policial.

Si bien Norma había ocupado un cuarto de esa casa por un tiempo, en mayo de 1970 estaba viviendo con Abal Medina en un departamento en la calle Dorrego 169, a pocas cuadras del cementerio de la Chacarita. ¿Por qué, entonces, la confusión? Imposible pensar en un error de la memoria. Lo más probable es apuntar a un gesto de protección hacia su hermana y su cuñado (hipótesis que se apoya además en que Maguid sólo es mencionado en ese texto como "otro compañero"). Por otra parte, como ella realmente ha vivido ahí, el dato no es del todo falso. En ese sentido, falsear levemente la realidad es uno de los tantos recursos de la ficción desparramados en el texto de La Causa Peronista.

La casa de Bucarelli tiene una ventana que asoma a la calle Ballivián y una escalerita para llegar a la puerta de madera que recientemente fue reforzada con una reja. En ese mismo año, 1970, alrededor de la mesa, en la cocina comedor de esa casa solían reunirse el grupo Córdoba y el grupo Buenos Aires, que conformaron el núcleo fundador de Montoneros. Allí, probablemente, hablaron por primera vez del secuestro de Aramburu. Tal vez incluso fue en ese comedor donde planearon la operación. Norma Arrostito participaba de las reuniones como un compañero más. Hablaba lo necesario, y siempre apoyando las decisiones orgánicas. No era, en ningún caso, la encargada de servir el café. A veces, cuando Abal Medina se mostraba incontenible para la acción, ella hacía un gesto como diciendo: "Así es él". Para 1970, ya hacía más de dos años que estaban juntos. Ella le llevaba siete años.

La mañana del 29 salimos de casa (insiste la narración de Arrostito). Dos compañeros se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos. La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero adentro. El taxi y la Gladiator cerca de Aeroparque, en una cortada, el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator. En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien cortito, y detrás, Maza con uniforme de capitán y Fernando Abal, como teniente primero.

Y Firmenich: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la "flaca" (Norma) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás iba un compañero disfrazado de cura, y yo con uniforme de cabo de la policía.
Son las doce y media de ese viernes 29 de mayo de 1970 en la República Argentina. La temperatura alcanza su pico: 19,3 grados. La policía recién se entera de que Aramburu fue secuestrado por el comando Juan José Valle, como se consignará en el primer comunicado. Entonces montan un operativo sin antecedentes, que en el transcurso de esos días llegará a movilizar a 1.600 hombres, además de 100 patrulleros de comisarías y 136 del Comando Radioeléctrico. Hubo, además, 1.200 inspecciones diarias de promedio en domicilios particulares de la Capital, más 2.000 controles de autos por día, 721 procedimientos originados en denuncias anónimas y
1.200 en pensiones, galpones, hoteles, etc.., según informa, en la conferencia de prensa que dará la policía (y los diarios reproducirán el 21 de julio de 1970), el director de Seguridad, inspector general Horacio Héctor González Figoli. Un despliegue apabullante, que también incluirá helicópteros y embarcaciones, para que Firmenich diga: En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más sencilla que ésta. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba era la General Paz, pero la pasamos sin problemas: no estaba tan controlada como ahora. Siguiendo con la contabilidad de Figoli, las 50 comisarías porteñas, Comando Radioeléctrico, direcciones generales, jefatura y regionales de la Policía Bonaerense y sus estaciones de radio, así como las 32 delegaciones regionales de la Policía Federal en las provincias, tuvieron conocimiento del secuestro del ex presidente provisional recién tres horas y diez minutos después de haberse producido. Tiempo de ventaja para los secuestradores. Para decirlo en criollo: "Los madrugaron". Una buena razón para no encontrarlos.

A la una y media, todas las radios del país cortaban sus transmisiones para informar, por cadena nacional, que habría sido secuestrado el ex presidente provisional de la Nación, el teniente general Pedro Eugenio Aramburu. El rotativo del aire de Radio Rivadavia detallaba: El ex presidente se retiró de su domicilio esta mañana, poco después de las nueve, escoltado por dos hombres que vestían uniformes militares. Desde entonces no hay noticias del paradero del teniente general Pedro Eugenio Aramburu. En medios generalmente bien informados se habla de la posibilidad de que haya sido secuestrado por un grupo comando....4.

Era la una y media de la tarde. Esquivando puestos policiales y evitando caminos transitados, una pick-up Gladiator avanzaba desde hacía cuatro horas rumbo a Timote.

En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viajaba "el fusilador" de Valle escoltado por dos jóvenes peronistas. Lo habían ido a buscar a su propia casa. Lo habían sacado a pleno día, en pleno centro de la Capital, y lo habían detenido en nombre del pueblo.

A las cinco y media de la tarde, Aramburu y sus secuestradores llegan a la estancia La Celma, que la familia Ramus tenía en Timote, Carlos Tejedor, sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Los recibe el cuidador, el vasco Acébal. Carlos Ramus se dedica a distraerlo.

A las ocho y media de la noche, asegurado el éxito de la primera fase del "Operativo Pindapoy", en una confitería de la avenida Cabildo al 700, aparece un primer comunicado del grupo comando. Aramburu será sometido a juicio revolucionario, dice la hoja que está encabezada con la leyenda Perón vuelve y la palabra Montoneros, nombre de la organización5.

Después del secuestro, entonces, mientras Firmenich y los demás tomen el camino más largo para cubrir, en ocho horas, los 379 kilómetros que separan La Celma de la Capital, Norma Arrostito y compañía harán tareas de prensa: se dedicarán a escribir los comunicados que presenten en sociedad a la hasta ahora desconocida organización. En los cuatro días siguientes escribirán en total cinco comunicados6, en papel Witcel Bond, en una Olivetti que, según las pericias policiales, sería la máquina autora de esos textos y que habría comprado en 1969 el padre de Arrostito, Osvaldo Luis, en un negocio de la localidad de San Martín, en el noroeste del conurbano bonaerense. En esa misma máquina Arrostito también habría redactado un permiso para que Emilio Maza se llevara el Renault 4L a Córdoba y que, como se verá más abajo, será un gran hallazgo para la policía. La autorización tiene el sello de la comisaría 49 y la fecha: 29 de mayo de 1970.

Esa misma noche, allá en Timote, comenzaba el juicio a Aramburu. Sentado en una cama, el teniente general de la Revolución Libertadora oye las palabras de Fernando Abal Medina, ese joven oficial con quien compartió un café en su propia casa:

General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaria peronista, que lo va a someter a juicio revolucionario.

El condenado sólo atinará a decir:

Bueno.

Al día siguiente, los diarios daban la noticia en tapa. "Fue secuestrado ayer el ex presidente Aramburu", tituló La Nación a cinco columnas. Las otras tres las dejó para informar que "Se celebró el Día del Ejército: .El comandante en jefe del Ejército, teniente general Alejandro A. Lanusse, pronuncia su discurso en el acto central de la celebración del Día del Ejército, que fue presidido por el jefe de Estado"7.

Son las tres de la tarde del domingo 31 de mayo. Los montoneros que juzgan a Aramburu, erigidos en tribunal popular, han apagado el grabador. Ya le han leído al reo los cargos, que consisten en (obviando su condición de "cerebro y artífice" de la Revolución Libertadora8 que en 1955 derrocó a Juan Domingo Perón, lo obligó al exilio y resultó en la proscripción del peronismo) su responsabilidad en los fusilamientos de civiles en José León Suárez, en junio de 1956 9, el secuestro del cadáver de Evita y el conocimiento de que Aramburu planea un golpe contra Onganía, para luego pactar una fuerza gubernamental con un "peronismo domesticado" o "de corbata".

Sobre los fusilamientos de José León Suárez, Aramburu reconocerá: Y bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios10. Sobre el cadáver de Evita, sólo dará algunos datos: Revela que el cadáver de Evita está en un cementerio de Roma, con nombre falso, bajo custodia del Vaticano. La documentación vinculada con el robo del cadáver estaba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel Cabanillas. Más que eso no podía decir, porque su honor se lo impedía. Entonces, como no puede decir nada más, no hay retorno.

Al anochecer, Aramburu pide papel y lápiz. En la soledad de su cuarto, el teniente general escribe. A la mañana siguiente, los secuestradores encuentran pedacitos de papel en el inodoro. Luego aparecerá una nota en un bolsillo de su traje.

Habiendo juzgado a Aramburu, el tribunal comienza a deliberar la noche del 31 de mayo. A la madrugada del 1° de junio, el jefe del operativo, Fernando Abal Medina, le comunica al reo la sentencia de muerte. Aramburu pide afeitarse y que le traigan un confesor. Las dos cosas le son negadas. Pregunta cómo van a hacer para sacar el cadáver, entonces. Igualmente, el tratamiento que se le da al reo es el de "general", lo que implica la conservación de un grado militar que no le ha sido retirado como parte de la sentencia (en este punto, Montoneros inaugura una tradición de trato con los militares, en la que presos de un campo de desaparecidos siguen usando como vocativo el grado, como se puede leer en Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso)11.

(...) se lo había atado a la cama y sigue atado durante la media hora siguiente a la comunicación de la sentencia, ese plazo que, clásicamente, se otorga a los condenados a muerte para que arreglen sus cuentas en la intimidad de sus conciencias.

Con las manos atadas a la espalda, lo llevan al sótano, un lugar pequeño que obliga a una adecuación del ceremonial militar del fusilamiento. Como no se pueden usar las armas largas que indica la tradición, se lo ejecutará con pistola (...)

Con las manos atadas a la espalda, Aramburu bajó con dificultad las escaleras. En el sótano, sus secuestradores le ponen un pañuelo en la boca; ni ofrecen ni intentan vendarle los ojos; Aramburu no lo pide ni se ve en la situación de rechazarlo. En ese momento, el relato se bifurca. Firmenich, que está contando, es enviado arriba, a golpear .sobre una morsa con una llave para disimular el ruido de los disparos. (de noche, en el medio del campo, sólo había que disimular frente al Vasco, cuidador de la casa). Firmenich, entonces, no presencia la ejecución. Fernando Abal Medina, como cuadra a un jefe, se hizo cargo. Él pronunció las palabras rituales y él oyó la respuesta: ..General dijo Fernando, vamos a proceder. Proceda, dijo Aramburu. Y procedió con un tiro de una 9 mm y tres tiros de gracia, uno de ellos con una 45 12.

Quizá, como dice Beatriz Sarlo, haber disparado cuatro tiros podría responder a un ritual militar, de la división entre primer tiro y tiro de gracia. Pero también, atando el episodio con otros datos, como que a Abal Medina se le ha trabado la cámara de fotos, que es un desfachatado, un "mandado", poco proclive al pensamiento previo a la acción, lo opuesto al arquero zen que practica durante años el movimiento y que sólo lanza su flecha una certera vez, podría suponerse que cometió una torpeza al disparar, y que falló con la puntería.

Tampoco sería descabellado pensar que ese 1° de junio a las siete de la mañana, cincuenta minutos antes de que afuera saliera el sol, en ese oscuro y frío sótano, solo frente a su víctima, en el momento de disparar a Fernando Abal Medina le haya temblado la mano.

Años después, en La novela de Perón, Tomás Eloy Martínez le hará decir al General: "Esa palabra es imposible: Proceda". Se trata de un Perón ficticio, de papel, que aparece allí como el primer crítico del texto de La Causa Peronista, sugiriendo el carácter ficcional que tiene, en definitiva, todo relato, marcando sus contradicciones, y que otros, tal vez menos críticos, tomaron al pie de la letra13.

Un día después del asesinato de Aramburu, el presidente de facto, Juan Carlos Onganía, instaura la pena de muerte.

Para los montoneros el Aramburazo ha sido un éxito. Más allá de los detalles truculentos del asesinato, el establishment fue sacudido como si la cal viva que cubrió el cadáver del militar amenazara con corroer su propio futuro, ha escrito María Seoane14. No sólo el factor sorpresa les juega a favor, sino también una minuciosa planificación, que cuatro años después contarán con detalle.

Arrostito: Toda la "organización" éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez.

Lo empezamos a fichar a comienzos del '70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres, fotos, fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista, Fernando encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos dio una idea de cómo podían ser las cosas adentro.
Firmenich: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje externo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso de ese colegio había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por períodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos preguntó nada.

Arrostito: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat.
Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.

Lo que no cuentan es si en uno de esos días de observación desde el colegio Champagnat han visto cuando tres hombres visitaron al teniente general Aramburu en el semipiso de Montevideo 1053, madera, vidrio y mármol en la entrada. Es probable que no hayan visto a Ricardo Rojo, que llevaba un mensaje oral de Juan Domingo Perón para Aramburu, y les había pedido a los otros dos que fueran testigos de sus palabras, que giraron alrededor del regreso. Rojo nos pidió a Manuel Álvarez Pereyra y a mí que lo acompañáramos. Venía de Madrid, de estar con Perón cuenta Rogelio García Lupo15. Le traía la respuesta a una pregunta que Aramburu
también le había enviado en forma oral. El diálogo giraba alrededor de la posibilidad de producir un entendimiento político entre Perón y Aramburu.

Allí, en ese departamento oscuro, que en la planta baja tenía apostado un hombre de vigilancia, desde un gran escritorio de madera, tipo ministerial, con varios libros y un teléfono apoyados sobre el vidrio, Aramburu habló con Rojo y los dos testigos.

Rojo vivía a la vuelta, en Santa Fe 1555, lo fuimos a buscar y de allí fuimos a la casa de Aramburu recuerda García Lupo. Álvarez Pereyra era un diplomático en ese momento sin destino. Cuando Rojo nos presentó, Aramburu dice: Álvarez Pereyra, Álvarez Pereyra, este apellido me suena... Cómo no le va a sonar: usted puso preso a mi padre. El padre de Álvarez Pereyra era un militar yrigoyenista que luego fue diputado peronista. En el '55, Aramburu lo metió preso. Cuando nos fuimos, Rojo le dijo: "Cómo me hacés esto, casi echás a perder la reunión". La entrevista había estado a punto de arruinarse.

Ese acercamiento que Aramburu estaba gestionando con Perón es uno de los argumentos que se esgrimieron en la época para suscribir la tesis de que el secuestro del ex presidente de la Revolución Libertadora fue promovido por los mismos militares, que habrían hecho un arreglo con los montoneros16. Ellos, en el texto de La Causa Peronista, cuatro años después, quieren dejar en claro que no sólo fueron los autores del hecho sino que además el propio Perón los avaló. Para probarlo publican una carta de 1971 en la que el líder manifiesta su apoyo en reglas generales, con frases como "Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo actuado". Y donde, además, les recuerda que ellos no inventaron la pólvora: "Ni es nueva la 'Guerra revolucionaria' y menos aún las 'Guerras de Guerrillas'. Pienso que tal vez la guerra de guerrillas ha sido la primitiva forma de guerra, tan empleada en la afamada 'guerra de los escitas' y de Darío Segundo".

Pero volviendo al tiempo y el lugar de los hechos, además de las tareas de observación y de control del domicilio de Aramburu, los muchachos (y la chica) habían realizado algunos golpes menores para hacerse de armas y de efectivo. Por ejemplo, el robo a un garaje de la calle Emilio Lamarca 3121, en el barrio de Villa del Parque, o el asalto a un par de destacamentos policiales. Igual que en las charlas alrededor de la mesa del comedor de Bucarelli, en los robos Norma Arrostito participará como uno más. Sobre la irrupción del 29 de abril en la comisaría de Villa Devoto, en Avenida General Mosconi casi llegando a la Avenida General Paz, un testigo contará a La Nación del 12 de julio: "Llegaron dos autos: un Rambler y un Ford Falcon verde, y estacionaron uno a corta distancia del otro. Del Rambler descendió una chiquilla que vestía buzo azul marino, pollera pantalón azul de las que se usan para hacer gimnasia en las escuelas, medias y zapatillas blancas. Detrás de ella bajó un joven con barba y melena larga. Vi cómo la chica se acercó al policía y le preguntó algo. Cuando el agente le respondía, la jovencita (era rubia, de pelo largo) le puso su pistola entre las costillas". A la tarde de ese día, el mismo grupo asaltaba el Banco Alemán Transatlántico en Ciudad Jardín en Lomas de Palomar y se llevaban seis millones de pesos moneda nacional17.

A las siete de la mañana del 1° de julio, exactamente un mes después de que Fernando Abal Medina con pulso tembloroso o intención de asegurarse de que el muerto estuviera bien muerto, haya descerrajado los tiros que mataron a Aramburu, los montoneros producen su segundo hecho notorio: el copamiento de La Calera, una pequeña localidad a 17 kilómetros de Córdoba capital. A pesar de que la organización defenderá los objetivos cubiertos en ese hecho militar18, la retirada sale mal y son heridos de gravedad Ignacio Vélez y Emilio Maza, que muere a los pocos días. En el barrio de Los Naranjos, donde Maza estaba parando, encuentran, entre otras cosas, el permiso que Norma Arrostito le había extendido para que Maza manejara su renoleta 4L, y que va a actuar como hilo de Ariadna. Una punta para empezar a buscar: Córdoba se convierte en el mejor camino para llegar a Buenos Aires19. Curiosamente, Aramburu había nacido en esa misma provincia, en la localidad de Río Cuarto, 67 años antes.

El domingo 12 de julio las caras de Norma Arrostito, Mario Firmenich y Fernando Abal Medina, en ese orden, ilustraban la tapa de La Nación. Tres días después, esas mismas caras iban a empapelar la ciudad de Buenos Aires, junto con las de Carlos Ramus y Carlos Capuano Martínez.

Una foto carnet mostraba la cara de Arrostito, el pelo castaño oscuro corto y con flequillo, grandes solapas de una blusa blanca. El epígrafe decía: "Igual que Abal Medina, una mujer, Norma Arrostito (a) Irma, argentina, de 30 años, maestra, estuvo en Cuba donde fue adiestrada para efectuar actividades de carácter terrorista. También participó del asalto al garaje de Emilio Lamarca y, posteriormente, actuó como "campana" durante el secuestro del ex presidente provisional. Tiene cédula de identidad número 4.714.123, y libreta cívica 3.876.285. Es una hábil maquilladora y usa pelucas. Mide 1,62 m de estatura y tiene el cutis blanco".

Justo debajo de esas fotos se anunciaba "La posibilidad de aumentos salariales". Decía la noticia: ....a esta altura del proceso (¿el proceso militar?), un aumento salarial puede considerarse casi un hecho, aun cuando bastante camino hay por recorrer hasta encontrar los medios y las magnitudes adecuadas para concretarlo.
En página 20 del domingo 12 de julio, Clarín titulaba: "Piden la Colaboración de la Población Para Hallar a Tres de los Principales Implicados en el Secuestro".

Un día después, La Nación hablaba en tapa de otro secuestro vinculado con el caso de Felipe Vallese20. Y en su sección En otras columnas informaba la fuga de la cárcel del líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Mario Santucho, y la asunción de José Ignacio Rucci al frente de la CGT. Desde su minisección Cien años atrás, el mismo diario recordaba una frase de Lucio V. Mansilla: Toda acción buena o mala tiene un móvil.

El miércoles 15 de julio la ciudad de Buenos Aires amanecía empapelada con millares de afiches impresos por la Policía Federal que, según el epígrafe de Clarín, fueron distribuidos en todo el país, a través de las Delegaciones Regionales. La pegatina se inició anoche, simultáneamente, en esta capital y en el interior. Allí, otra vez, estaban las fotos de Arrostito, Firmenich y Abal Medina, aunque no eran las mismas que las publicadas tres días antes. Arrostito estaba tomada de tres cuartos de perfil, el pelo largo, más oscuro y peinado con las puntas para afuera. Mantenía el flequillo (¿otra peluca?), la solapa del saco era oscura. Los volantes estaban encabezados por la contundente frase: "Por el secuestro del señor teniente general D. Pedro Eugenio Aramburu se requiere la captura de: Esther Norma Arrostito con sus datos, Mario Eduardo Firmenich (alias Manuel.21, argentino, 22 años de edad, soltero. Cutis blanco, 1,66 mts. de estatura. C.I. N° 6.072.024 P.F. L.E. N° 7.794.388.) y Fernando Luis Abal Medina (alias Fernando, argentino, 23 años de edad, soltero. Cutis blanco, 1,85 mts. de estatura, delgado, C.I. N° 5.576.377 P.F. L.E. N° 4.557.175)"

En letras grandes, centrado, destacado, el imperativo DENÚNCIELOS! (así, con el signo de exclamación sólo cerrando, como en inglés), y abajo, A la POLICÍA FEDERAL o al organismo policial más próximo en todo el país.22

El 16 de julio, la policía encuentra el cadáver de Aramburu. Las pruebas dactilares certifican que es él. Dos días después, Clarín publicaba un suplemento extra de doce páginas dedicado a informar sobre la desaparición del teniente general Pedro E. Aramburu. El día es decretado de duelo nacional: en la Recoleta, hoy a las 11.30 inhumarán sus restos mortales. La foto del féretro custodiado por un gendarme, en la iglesia de las Esclavas del Sagrado Corazón, Montevideo 1348 (a tres cuadras de su casa), cubierto por la bandera nacional enlutada, con la gorra y el sable corvo, contrastaba con la que tres días después publicaban los diarios, mostrando la frazada con la que los montoneros envolvieron el cuerpo de Aramburu. Y mayor era el contraste con el estado en que se encontró el cuerpo: Estaba en un sótano, parcialmente cubierto de cal, con las manos atadas a la espalda, los ojos vendados y una mordaza, según informó el jefe de la Policía Federal, general Jorge Cáceres Monié23

El epígrafe decía: Una multitud impresionante se congrega en el lugar para rendir su homenaje al hombre que una vez dirigió los destinos del país, y cuya vida se perdiera en el absurdo de un crimen que enluta a todos y agravia a la Nación.

El día del entierro llueve. Los diarios mostraban en tapa fotos de una muchedumbre con paraguas en el cortejo fúnebre. La Nación reproducía las palabras de Lanusse, diciendo que Aramburu fue cruelmente inmolado por el odio ciego e irracional de un grupo de individuos cuya sola existencia constituye una afrenta para la dignidad e hidalguía del pueblo argentino. Agregaba Lanusse una frase en tono profético: El peso de la justicia habrá de caer inexorable sobre los autores materiales del hecho, sobre sus instigadores y sobre sus cómplices.

El lunes 7 de setiembre de 1970 a las ocho de la noche, en la confitería La Rueda de la localidad de William Morris, provincia de Buenos Aires, Fernando Abal Medina y Carlos Ramus son muertos a balazos por la policía. Han llegado a la cita antes de lo acordado, junto con otros dos montoneros, Luis Rodeiro y Sabino Navarro. Rodeiro cae preso, Navarro logra huir. El tiroteo ha durado veinte minutos. Norma Arrostito y Mario Firmenich están retrasados, llegan a las ocho y veinte. Ven los cuerpos tirados en la calle y escapan. El peso de la justicia de Lanusse había empezado a caer, inexorable.

NOTAS
1 La Causa Peronista, N° 9, 3 de setiembre de 1974, pp. 25 a 31. La nota de tapa se publicó con el título Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu, junto al logotipo peronista con la P dentro de la V (de vive). Después de ese número, la revista cerró. En adelante, en este capítulo, todos los textos tomados de esa fuente aparecen en bastardilla, y no se la vuelve a mencionar.
2 En 1970, Rodríguez Peña corría hacia Libertador. Posteriormente, al hacerse Callao doble mano, el sentido de la calle se invirtió.
3 Todos los relatos publicados en los diarios, tanto de la policía como de testigos y del dueño del garaje de Emilio Lamarca donde lo robaron, además de la foto que publica la revista Gente del 16 de julio de 1970, indican que el modelo del Peugeot es 504, por lo cual podría haber una errata en el texto de La Causa Peronista. El modelo de Gladiator, mencionado más abajo, no era 380 sino T80. Podría pensarse, entonces, que se trata de errores 'femeninos'.
4 Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La voluntad, Norma, 1997, p. 362.
5 Mónica Deleis et al., El libro de los presidentes argentinos del siglo XX, Aguilar, 2000, p. 240
6 Tres de esos comunicados, el 3, el 4 y el 5, son transcriptos en el número de La Causa Peronista mencionado. Aquí transcribimos el 3 y el 4, que corresponden a los cargos y la sentencia del juicio a Aramburu, y a la comunicación sobre su ejecución.
COMUNICADO Nº 3
31 de Mayo de 1970
Al PUEBLO DE LA NACIÓN:
En el día de la fecha, domingo 31 de mayo de 1970, la conducción de nuestra organización, constituida en Tribunal Revolucionario, luego de interrogar detenidamente a Pedro Eugenio Aramburu, declara:
I-Por cuanto Pedro Eugenio Aramburu se ha reconocido responsable:
1º) De los decretos 10.362 y 10.363 de fecha 9 de junio de 1956 por los que se legaliza la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada.
2º) Del decreto 10.364 por el que son condenados a muerte 8 militares, por expresa resolución del Poder Ejecutivo Nacional, burlando la autoridad del Consejo de Guerra reunido en Campo de Mayo y presidido por el General Lorio, que había fallado la inocencia de los acusados.
3º) De haber encabezado la represión del movimiento político mayoritario representativo del pueblo argentino, proscribiendo sus organizaciones, interviniendo sus sindicatos, encarcelando a sus dirigentes y fomentando la represión en los lugares de trabajo.
4º) De la profanación del lugar donde reposaban los restos de la compañera Evita y la posterior desaparición de los mismos, para quitarle al Pueblo hasta el último resto material de quien fuera su abanderada.
II-Por cuanto el Tribunal lo ha encontrado culpable de los siguientes cargos, que no han sido reconocidos por el acusado:
1º) La pública difamación del nombre de los legítimos dirigentes populares en general y especialmente de nuestro líder Juan Domingo Perón y nuestros compañeros Eva Perón y Juan José Valle.
2º) Haber anulado las legítimas conquistas sociales instauradas por la Revolución Justicialista.
3º) Haber iniciado la entrega del patrimonio nacional a los intereses foráneos.
4º) Ser actualmente una carta del régimen que pretende reponerlo en el poder para tratar de burlar una vez más al pueblo con una falsa democracia y legalizar la entrega de nuestra patria.
5º) Haber sido vehículo de la revancha de la oligarquía contra lo que significaba el cambio del orden social hacia un sentido de estricta justicia cristiana.
El Tribunal Revolucionario, Resuelve:
1º) Condenar a Pedro Eugenio Aramburu a ser pasado por las armas en lugar y fecha a determinar.
2º) Hacer conocer oportunamente la documentación que fundamenta la resolución de este Tribunal.
3º) Dar cristiana sepultura a los restos del acusado, que sólo serán restituidos a sus familiares cuando al Pueblo Argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita.
¡PERÓN O MUERTE! ¡VIVA LA PATRIA!
MONTONEROS..
1º de Junio de 1970
COMUNICADO Nº 4
AL PUEBLO DE LA NACIÓN:
La conducción de MONTONEROS comunica que hoy a las 7.00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu..
El comunicado número 2 dará la pauta de la veracidad del secuestro, porque en él se enumeran las pertenencias de Aramburu a la hora de ser secuestrado.
7 En la foto, todos los micrófonos apuntaban a Lanusse, quien asumiría el gobierno el 23 de marzo de 1971, y tras las caídas sucesivas, primero, de Onganía (el 8 de junio) y de su sucesor, el general de brigada Roberto Levingston.
8 'Revolución fusiladora' dirán en el artículo Montoneros. Comunicado, en la revista Cristianismo y Revolución, n° 26, noviembre-diciembre de 1970, pp. 13 y 14.
9 Sobre el tema, véase el clásico de Rodolfo Walsh, Operación masacre, publicado por primera vez en 1957. Hay reedición de Planeta, 1998.
10 Una frase que, como bien señala Beatriz Sarlo en su libro La pasión y la excepción (Siglo XXI, 2003, p. 139 y ss.), podría aplicarse al mismo Aramburu en su condición.
11 Sarlo, op. cit. El respeto por las jerarquías militares será relevante en el futuro de Arrostito, como se verá en el capítulo 8.
12 Sarlo, op. cit.
13 Novela significa licencia para mentir, entrevista con Tomás Eloy Martínez por Juan Pablo Neyret, en Espéculo, Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid, 2002.
14 María Seoane, Todo o nada. La historia secreta y la historia pública del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho, Planeta, 1991,
p. 18. 23
15 Ricardo Rojo es autor de Mi amigo el Che, un testimonio invalorable y el primer libro publicado sobre Ernesto Guevara después de su muerte, el 9 de octubre de 1967. Rojo perteneció a la UCR y como abogado defendió a presos políticos en América Latina. Vivió exiliado en Venezuela y España desde 1976. El 2 de agosto de 1968, Perón le escribió una carta desde Madrid, elogiando el libro y valorando la figura del Che. Rogelio García Lupo es uno de los grandes referentes del periodismo argentino y de la industria editorial independiente, además de ensayista. En 1970 trabajaba como redactor en la revista Primera Plana, pero como su aparición pública estaba prohibida firmaba con el seudónimo Benjamín Venegas.
16 La tesis fue abonada por actores de la Revolución Libertadora. El primero en ponerla por escrito fue un civil amigo del ex presidente de facto, Próspero Fernández Alvariño, alias Capitán Gandhi, en su libro Z Argentina. El crimen del siglo (1973). Siguiendo esta línea, el capitán de navío Aldo Molinari denuncia la falsedad de la documentación de La Causa Peronista y asegura que Aramburu murió el 30 de mayo de 1970 en el Hospital Militar (La Semana, 25 de mayo de 1984). Molinari refuerza y desarrolla esta teoría en su libro Aramburu. La verdad sobre su muerte, edición de autor, 1993, que además incluye el facsímil del texto de La Causa Peronista, los cinco comunicados de Montoneros y la carta de Perón. La teoría de la conspiración es abonada por Martin Andersen en Dossier secreto, el mito de la guerra sucia, Buenos Aires, Planeta, 1993. El título más completo en esta línea es el de Eugenio Méndez, Aramburu. El crimen imperfecto, Grupo Editorial Planeta, 1987, que además contiene información de primera mano de fuentes policiales y militares. Un artículo de Ernesto Salas, El falso enigma del Caso Aramburu (Revista Lucha Armada en la Argentina, año 1, Nº 2), da por tierra con estas hipótesis.
17 Contado por Araceli Bellotta en su artículo Norma Arrostito. Vida, pasión y muerte de una guerrillera. En Todo es Historia, N° 342, enero de 1996, p. 42. El texto de Bellotta da por sentado que la 'chiquilla' es Arrostito.
18 Cristianismo y Revolución, número citado. Allí, los montoneros enumeran los objetivos de la toma de La Calera: a) Recuperación de dinero, b) Recuperación de armas, c) Desarrollo de la propaganda armada, d) Dar testimonio concreto de nuestra solidaridad combatiente con los mecánicos cordobeses reprimidos por la patronal y el gobierno, e) Demostrar que los hechos militares de envergadura son posibles y que el enemigo es vulnerable, y f) Poner a prueba la capacidad, disciplina y responsabilidad de los militantes en operativos de volumen.
19 A la parte no programada parecen referirse los propios montoneros en el número de Cristianismo y Revolución citado, escrito en homenaje a los compañeros caídos, después de las muertes de Abal Medina, Ramus y Maza, cuando dicen, a modo de extraño mea culpa relativizado en el mismo acto de escritura: A estos hechos siguieron una serie de graves inconvenientes de los cuales nos hacemos responsables, pero cuya autocrítica no corresponde hacer en este documento, ya que afecta elementales normas de seguridad, y no modifica en lo más mínimo la concepción general estratégica de la guerra popular.
20 Felipe Vallese, militante de la JP, es el primer detenido-desaparecido de la historia contemporánea argentina. Fue secuestrado el 23 de agosto de 1962 y brutalmente torturado en una comisaría de Villa Adelina.
21 Manuel por Manolito, el hijo del almacenero gallego de Mafalda. En 1970, la tira de Quino que criticaba la sociedad con humor desde la mirada de un grupo de chicos cumplía seis años.
22 Los afiches callejeros mostraron a Norma Arrostito en las dos versiones mencionadas: pelo largo y pelo corto. El texto de los dos 'modelos' de afiches variaba levemente. En la versión pelo corto, el mensaje a la ciudadanía decía: Toda información hacerla llegar a la dependencia policial más próxima. (Durán, Chiaramonte et al., Historia y geografía de Argentina, Ciencias Sociales, Troquel, p. 109). En todos los afiches figura el alias 'Irma', que corresponde a la prehistoria de Montoneros.
23 Deleis et al., op. cit.


JOSE SABINO NAVARRO. Nació en Corrientes el 11 de diciembre de 1942. Su padre, ferviente peronista, contagió a su hijo con esa pasión de pueblo. En una oportunidad lo llevó a la Plaza de Mayo, a escuchar uno de los históricos discursos del líder del movimiento. Una gestión directa de Evita permitió que la madre de Sabino pudiera viajar a Bs As para que la operaran.
A los 12 años, la familia lo trajo hasta Buenos Aires. Y todavía era un pibe de 15 años cuando acompañó al viejo hasta los basurales de José León Suárez, apenas se enteraron de la masacre, para buscar algún sobreviviente. El Negro, recordaría para siempre el recuerdo del odio al pueblo de los mismos que pintaban "viva el cáncer" cuando Evita se moría.
En 1959 conoció a Pina, su mujer y madre de sus hijos, fue en la Algodonera Textil, empresa donde ambos trabajaban.
Entre 1962 y 1963 hizo la colimba y recibió su primera instrucción militar.
Al finalizar la conscripción Sabino pasó a trabajar en Deutz Cantábrica y se incorporó a SMATA, llegando a ser delegado, ganando un prestigio entre sus compañeros por sus luchas sindicales, y todavía más, debido a una feroz paliza que le propinó a José Rodríguez, quien había traicionado una huelga.
Ahí empieza a distanciarse del sindicato y comienza a surgir la idea de acompañar la lucha político sindical con el desarrollo de acciones armadas.
Era un fervoroso militante en la Juventud Obrera Católica. Ahí conoce a García Elorrio, director de Cristianismo y Revolución, y comienza a participar en actividades en ese ámbito.
En agosto de 1968 Sabino participó del primer congreso del peronismo revolucionario y, en enero del año siguiente, concurrió al plenario peronista en Pajas Blancas, Córdoba.
Para entonces, ya no quedaban dudas acerca de la necesidad de complementar la lucha político sindical con la lucha armada.
Dos meses más tarde se produjo una de las últimas apariciones públicas de Sabino, cuando fue invitado por los trabajadores de la empresa Renault para intervenir en un conflicto gremial.
A principios de 1969, comenzó a participar en los primeros operativos armados. Con "fierros" en mal estado y sin municiones, encararon los primeros operativos para autoabastecer el grupo. Siempre, convencidos de que el peronismo era revolucionario y debía actuar como tal, para lograr el retorno de Perón al país, y avanzar en la construcción de la patria socialista.
El grupo jamás abandonó su militancia política y gremial, junto a los operativos armados.
Tras el aramburazo, en mayo de 1970, el grupo de El Negro comenzó a identificar sus acciones con un mismo sello: Montoneros.
A mediados de 1970, José Sabino Navarro se transformó en uno de los dirigentes de la conducción de Montoneros. En setiembre, la organización incipiente tiene un enfrentamiento con la policía en William Morris. Caen muertos Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, él salva su vida milagrosamente.
Fue buscado intensamente por las fuerzas represivas de la dictadura de Lanusse,
Lo detectaron en Villa Ballester, donde se enfrenta con ellos y mata a dos policías a quienes les quita sus armas.
En 1971, Sabino se traslada a Córdoba y queda a cargo de la regional y su reestructuración, tras su debilitamiento después de la Toma de La Calera.
El 21 de Julio de ese año viaja a Rio Cuarto, junto a, el santafecino, estudiante en "la Docta", Jorge Cotone. Van a realizar una operación de apoyo al conflicto de trabajadores de Fiat Con otros compañeros toman un garaje y recuperan 2 vehículos para llevarlos a la ciudad de Córdoba.
La policía es alertada. Monta operativos de control en toda la ruta que va de Río Cuarto a Córdoba. A los 40 ó 50 kilómetros, comienzan los enfrentamientos. El grupo montonero logra superar los primeros cercos. Sin embargo, deben abandonar uno de los vehículos, y en otro combate cae , en Berrotarán, el "Negro" Juan Antonio Díaz. Tenía 28 años, era de Río Cuarto, hijo de obrero ferroviario y peronista, un tipo bien de base, que había comenzado a trabajar desde los 9 años, también peón ferroviario y delegado. Había participado en la toma de La Calera.
El grupo continúa. Ya sin auto, deciden internarse en el monte, que es bastante bajo y, con pocas hojas, ofrece poca protección. Cecilio Salguero, otro de los militantes, se queda cuidando la retaguardia, para que los demás puedan avanzar más. Es detenido al día siguiente.
El Negro Sabino y Cotone siguen, van obteniendo provisiones en las pocas casas que van encontrando. A esa altura son rastreados por helicópteros y por la
infantería. Las fuerzas de la represión ya peinaban todo el monte.
Los combatientes montoneros se movilizan de noche. Ante cada intento de salir a la ruta se ven obligados a entablar combate y deben volver a internarse en el monte. Una noche encuentran el camino que buscaban, conducía al dique Los Molinos. Toman un Citroen, pero son perseguidos y Sabino es herido en un hombro. Para avanzar, "recuperan" un colectivo. El propio Negro maneja, mientras continuaba la persecución y el tiroteo. Chocan y se internan de nuevo al monte. Llevaban más de una semana de combates y persecución, estaban casi sin munición y Sabino Navarro había perdido bastante sangre, sin recibir atención médica. Le pide a Cottone que sigua e intente salvarse, que él va a quedarse. Ante la negativa de Cottone a abandonar al compañero, Sabino se lo ordenó. "Yo no caigo -le dijo-, no quiero caer y me muero". A los 200 metros, contaría después Cottone, cuando ya se alejaba, se escuchó un disparo…
La policía lo buscó durante semanas, hasta que lo encontró, ya muerto. Estaba en una cueva escondido entre las piedras, el revolver 38 todavía en su mano derecha.
Como hicieron con el Che Guevara, le cortaron las manos, se las llevaron como trofeo y escondieron su cuerpo, enterrándolo debajo de otra sepultura.
Recién en 1974, dos de nuestros Gobernadores de la Victoria, Oscar Bidegain y Ricardo Obregón Cano, consiguieron la información del lugar en el que se encontraban los restos del Negro. Arnaldo Lizaso, otro de nuestros luchadores, colaboró con el traslado del cuerpo hasta El Cementerio de Olivos.

Fuente: www.eldesacamisado.org

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