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La novela familiar del neurótico [1908]
Sigmund Freud
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Cuando el individuo, a medida
de su crecimiento, se libera de la autoridad de sus padres, incurre en una
de las consecuencias más necesarias, aunque también una de las más dolorosas
que el curso de su desarrollo le acarrea. Es absolutamente inevitable que
dicha liberación se lleve a cabo, al punto que debe haber sido cumplida
en determinada medida por todo aquel que haya alcanzado un estado normal.
Hasta el progreso mismo de la sociedad reposa esencialmente sobre esta oposición
de las generaciones sucesivas. Por otra parte, existe cierta clase de neuróticos
cuyo estado se halla evidentemente condicionado por el fracaso ante dicha
tarea.
Para el niño pequeño los padres son, al principio, la única autoridad y
la fuente de toda fe. El deseo más intenso y decisivo de esos años infantiles
es el de llegar a parecérseles -es decir, al progenitor del propio sexo-;
el deseo de llegar a ser grande, como el padre y la madre. Pero a medida
que progresa el desarrollo intelectual es inevitable que el niño descubra
poco a poco las verdaderas categorías a las cuales sus padres pertenecen.
Conoce a otros padres, los compara con los propios y llega así a dudar de
las cualidades únicas e incomparables que les había adjudicado. Pequeñas
experiencias de su vida infantil, que despiertan en él un sentimiento de
disconformidad, lo incitan a emprender la crítica de los padres y a aprovechar,
en apoyo de esta actitud contra ellos, la ya adquirida noción de que otros
padres son, en muchos sentidos, preferibles a los suyos. La psicología de
las neurosis nos ha enseñado que a este resultado coadyuvan, entre otros
factores, los más intensos impulsos de rivalidad sexual. Las ocasiones que
los motivan tienen por tema evidente el sentimiento de ser despreciado.
Son frecuentísimas las oportunidades en las cuales el niño es menospreciado
o en que por lo menos se siente menospreciado, en las cuales siente que
no recibe el pleno amor de sus padres o, principalmente, lamenta tener que
compartirlo con hermanos y hermanas. La sensación de que su propio afecto
no es plenamente retribuido se desahoga entonces en la idea, a menudo conscientemente
recordada desde la más temprana infancia, de ser un hijastro o un hijo adoptivo.
Numerosas personas que no han llegado a la neurosis recuerdan a menudo ocasiones
de esta especie, en las cuales, influidos generalmente por alguna lectura,
interpretaron así las actitudes hostiles de los padres y reaccionaron en
consecuencia. Ya aquí se evidencia, empero, la influencia del sexo, pues
el varón se inclina mucho más a desplegar impulsos hostiles contra el padre
que contra la madre, y mucho más también a liberarse de aquél que de ésta.
A este respecto, la actividad imaginativa de la niña tiende a ser mucho
más atenuada. Estos impulsos psíquicos de la infancia, conscientemente recordados,
nos ofrecen el factor que ha de permitirnos comprender el mito [del nacimiento
del héroe].
Este incipiente extrañamiento de los padres, que puede designarse como novela
familiar de los neuróticos, continúa con una nueva fase evolutiva que raramente
subsiste en el recuerdo consciente, pero que casi siempre puede ser revelada
por el psicoanálisis. En efecto, tanto la esencia misma de la neurosis como
la de todo talento superior tienen por rasgo característico una actividad
imaginativa de particular intensidad que, manifestada primero en los juegos
infantiles, domina más tarde, hacia la época prepuberal, todo el tema de
las relaciones familiares. Un ejemplo característico de este tipo particular
de fantasías lo hallamos en el conocido ensueño diurno, que persiste mucho
más allá de la pubertad. Examinando detenidamente estos sueños diurnos,
compruébase que sirven a la realización de deseos y a la rectificación de
las experiencias cotidianas, persiguiendo principalmente dos objetivos:
el erótico y el ambicioso, aunque tras este último suele ocultarse también
el fin erótico. Hacia la época mencionada, la imaginación del niño se dedica,
pues, a la tarea de liberarse de los padres menospreciados y a reemplazarlos
por otros, generalmente de categoría social más elevada. En esta relación
el niño aprovechará cualquier coincidencia oportuna que le ofrezcan sus
experiencias reales -como los encuentros con el señor feudal o el terrateniente,
si vive en el campo, o con algún dignatario o aristócrata en la ciudad-,
despertando dichas vivencias casuales la envidia del niño, que luego se
expresa en la fantasía de sustituir al padre y a la madre por otros más
encumbrados. La técnica aplicada para realizar tales fantasías -que en ese
período son, por supuesto, conscientes- depende de la habilidad y del material
que el niño encuentre a su disposición. También es importante considerar
si las fantasías son elaboradas con mayor o menor afán de verosimilitud.
Esta fase se alcanza en una época en la cual el niño ignora todavía las
condiciones sexuales de la procreación.
Poco después, cuando el niño llega a conocer las múltiples vinculaciones
sexuales entre el padre y la madre, cuando comprende que pater semper incertus
est, mientras que la madre es certissima, la novela familiar experimenta
una restricción peculiar: se limita en adelante a exaltar al padre, pero
ya no duda del origen materno, aceptándolo como algo inalterable. Esta segunda
fase (sexual) de la novela familiar es sustentada asimismo por otra motivación
que falta en la primera fase (asexual). Con el conocimiento de los procesos
sexuales surge en el niño la tendencia a imaginarse situaciones y relaciones
eróticas, tendencia que es impulsada por el deseo de colocar a la madre
-objeto de la más intensa curiosidad sexual- en situaciones de secreta infidelidad
y de relaciones amorosas ocultas. De tal modo aquellas primeras fantasías,
en cierto modo asexuales, se ponen a la altura de los nuevos conocimientos
adquiridos.
Además, el tema de la venganza y de la ley del talión, que en la fase anterior
ocupaba el primer plano, reaparece también aquí. Por regla general, estos
niños neuróticos son precisamente aquellos que fueron castigados por sus
padres para corregir sus hábitos sexuales y que ahora se vengan de ellos
mediante tales fantasías.
Los hermanos menores son los que más particularmente tienden a utilizar
estas creaciones imaginativas para privar a los hermanos mayores de sus
prerrogativas (igual que sucede en las intrigas históricas) y a menudo no
vacilan en adjudicar a la madre tantas relaciones amorosas ficticias como
competidores fraternos encuentran. Puede darse entonces una interesante
versión de esta novela familiar, en la cual su protagonista y autor vuelve
a reclamar la legitimidad para sí mismo, mientras que elimina a los hermanos
y hermanas, proclamándolos ilegítimos. Otros intereses particulares pueden
orientar asimismo la novela familiar, cuyas múltiples facetas y cuya vasta
aplicabilidad la tornan accesible a toda clase de tendencias. Así, por ejemplo,
el pequeño fantaseador puede eliminar la prohibitiva relación de parentesco
con una hermana a la cual se siente sexualmente atraído.
Quien se sienta inclinado a apartarse con horror de esta depravación del
alma infantil, y aun esté tentado de negar que tales cosas sean posibles,
habrá de tener en cuenta que todas estas obras de ficción, aparentemente
tan plenas de hostilidad, no son en realidad tan malévolas, y hasta conservan
bajo tenue disfraz, todo el primitivo afecto del niño por sus padres. La
infidelidad y la ingratitud son sólo aparentes, pues si se examina en detalle
la más común de estas fantasías novelescas, es decir, la sustitución de
ambos padres, o sólo del padre, por personajes más encumbrados, se advertirá
que todos estos nuevos padres aristocráticos están provistos de atributos
derivados exclusivamente de recuerdos reales de los verdaderos y humildes
padres, de modo que en realidad el niño no elimina al padre, sino que lo
exalta. Más aún: todo ese esfuerzo por reemplazar al padre real con uno
superior es sólo la expresión de la añoranza que el niño siente por aquel
feliz tiempo pasado, cuando su padre le parecía el más noble y fuerte de
los hombres, y su madre, la más amorosa y bella mujer. Del padre que ahora
conoce se aparta hacia aquel en quien creyó durante los primeros años de
la infancia; su fantasía no es, en el fondo, sino la expresión de su pesar
por haber perdido esos días tan felices. Así, en estas fantasías vuelve
a recuperar su plena vigencia la sobrevaloración que caracteriza los primeros
años de la infancia. El estudio de los sueños ofrece una interesante contribución
a dicho tema, pues su interpretación enseña que, incluso en años avanzados,
cuando en un sueño aparecen las figuras encumbradas del emperador y de la
emperatriz, ellas representan siempre al padre y a la madre del soñante.
De donde la sobrevaloración infantil de los padres subsiste asimismo en
los sueños de los adultos normales.
[Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres]