LA GUERRILLA DEL CHE
EN SALTA, 40 AÑOS DESPUES
Testimonios, reflexiones y un debate inconcluso
En los
números 15 y 16 (año 2004) de la revista mensual de política y cultura
La Intemperie (Sergio Schmucler, Emanuel Rodríguez, Cecilia Pernasetti
y Luis Rodeiro) de Córdoba, apareció el testimonio de Héctor Jouvé sobre
la guerrilla del Ejército Guerrillero del Pueblo. En respuesta a esa
nota Oscar del Barco envió una carta a Intemperie con una autocrítica,
a partir de sus propias vivencias y experiencias. La nota a Jouvé y
la carta de del Barco fueron los disparadores de un debate ininterrumpido,
mediatizado por cartas, reflexiones, mea culpas y argumentaciones diversas,
en la misma publicación y en otros medios. |
NOTAS EN ESTA SECCION
Testimonio de
Héctor Jouve, Primera parte: La guerrilla |
Testimonio de Héctor Jouve, segunda
parte: Tiempo de cárcel
Carta de Oscar del Barco
| Carta de Christian Ferrer
| Carta de Carlos Keshishián
| Carta de Héctor Schmucler
| Carta de Luis E. Rodeiro
Carta de Diego Tatián |
Carta de Daniel Avalos |
Carta de Ricardo Panzetta
| La década atragantada,
Nicolás Casullo
La opinión de José Amorín
| La historia como
folletín grotesco | Horacio Tarcus -
Notas para una crítica de la razón instrumental
ENLACE RELACIONADO
Murió Héctor Jouvé. El último guevarista. Por
Hernán Vaca Narvaja
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José Amorín: "Una guerrilla no puede sobrevivir sin apoyo del pueblo" (entrevista
2008)
LECTURA RECOMENDADA
Polémica
Intemperie |
Critica al libro de Ricardo Rojo, Mi amigo el Che, Punto Final, 1968
| La guerrila del Che en Salta,
testimonio de Héctor Jouve
Diego Peller - Las vueltas de los 70
| Hombrecitos asustados,
la violencia en la revolución, Fabián Harari |
Muertos de amor, Jorge Lanata
Sergio M.
Nicanoff y Axel Castellano - La historia del "Vasco" Bengochea y las Fuerzas
Armadas de la Revolución Nacional
 Héctor
Jouvé
Reportaje: Raúl Olcelli (El Diario del Centro
del País, Córdoba, 08/10/06)
El encargado de descifrar los mensajes en clave
del Che en el monte salteño
Nacido en Bell Ville, conocido como el "Cordobés" cuando estaba en el monte
boliviano-salteño y "San Francisco de Asís" (por su resistencia física)
cuando estuvo detenido, 65 años, casado con Clara Zentner (también detenida
en su momento), 3 hijos, médico psiquiatra, de altísima estatura y de perfil
muy bajo. Fue uno de los líderes del Ejército Guerrillero del Pueblo creado
por el mismo Che Guevara y que tuviera a Jorge Masetti (el mítico comandante
"Segundo") al frente.
Detenido, desde la experiencia salteña, sale en libertad recién con el armisticio
(nota del editor: amnistía) del presidente Cámpora en 1973, estuvo exiliado
en Francia hasta que retornó nuevamente al país para radicarse definitivamente
en la ciudad de Córdoba, donde ejerce su profesión. El Diario habla con
uno de los interlocutores de Ernesto Guevara
¿Desde cuándo la militancia?
Militancia como tal se puede decir que del ‘55. Habíamos conformado un grupo
de jóvenes "la JP" en Bell Ville, pero lo curioso es que yo no era peronista,
en todo caso me autodefinía "pero-comunista". Después del bombardeo a la
Plaza de Mayo en setiembre de aquel año, muchos profesores de nuestro colegio
que eran peronistas quedaron cesantes, y nosotros decidimos tomar la escuela
en solidaridad. A la vez por aquellos tiempos leía muy mucho, libros que
en algunos casos no se conseguían fácilmente, era la época de la guerra
de Corea, y todavía estaba bastante cercano todo lo de la Segunda Guerra
Mundial y sus consecuencias, libros como "Sin novedades en el frente" y
"La chispa de la vida", me marcaron enormemente.

Con el cerro
San Bernardo de fondo en la cárcel salteña: Lerner, Jouvé, Alvarez
y Frontini

Junto a el
resto de los compañeros detenidos en la cárcel de Salta, al
centro el abogado Gustavo Roca (el hijo de Deodoro Roca, el
de la Reforma Universitaria del ‘18) a su lado a la izquierda,
Jouvé. Los otros abogados defensores fueron Farat Sire Salim
(de Salta) y Norberto Frontini cuyo hijo pertenecía al grupo

|
Luego me puse del lado de Frondizi,
me fui a Córdoba en el ‘58 y simpaticé con este movimiento hasta que llegó
la época de los contratos petroleros y ahí empecé a militar con la Juventud
Comunista y el momento de las proscripciones y mi primera cana: me acuerdo
que fue justo el día de mi cumpleaños.
Tenía mis diferencias con la JC y en enero de 1959, cuando triunfa la Revolución
Cubana, yo militaba en el Movimiento por la Paz. Me había conmovido mucho
de más joven el horror de la guerra y todo el asunto de las radiaciones
y sus consecuencias, eso "me rompió la cabeza" y empecé a pensar la mierda
que era todo... Fue ahí que lo conozco a Pancho Aricó.
¿Cómo y cuándo sube al monte boliviano-salteño para unirse al resto del
EGP?
En ese tiempo me voy a la colimba y cuando salí tenía ganas de hacer otra
cosa, ya había pasado Playa Girón y empezamos a armar un grupo nosotros,
y fue entonces que aparece Ciro Bustos; era la época de la revista "Pasado
y presente". Bustos nos dice que tenían inspeccionada toda aquella zona,
que había muchos "fierros", y bueno, nos preguntaba quién quería subir y
subí yo, el resto quedaba en relación con la gente que quedaba en la ciudad.
Fui el único que fue en ese momento. Era 21 de agosto de 1963, tomé el tren
que va desde Córdoba al norte y quedé en Oran; de ahí un colectivo a Aguas
Blancas, de Aguas Blancas cruzamos el Bermejo. Ahí fui con el "Surubí" Stachioti,
al que también le decían "el Correntino", amigo de las cacerías por los
montes del "Flaco" Federico Méndez, muy buen chango pero que en realidad
no le interesaba la política. Luego de ahí pasa el cubano Hermes Peña y
vamos a Tarija.
¿Cómo era tu relación con "Segundo"?
En el arranque nos conocimos y yo simpaticé con él, pero él no mucho conmigo.
Yo tenía una buena relación con el "Pelado" Bustos, con Hermes... recuerdo
que en esos días yo decía que la consistencia pacífica no era contradictoria
con la guerrilla, y ellos se enojaron y me dijeron de todo, cualquier cosa,
y la discusión se terminó de prepo, sin resolverse, ahí entendí que era
cuestión de "agachar la cabeza" y continuar, aunque les decía que con una
coexistencia pacífica, podía seguir habiendo revoluciones en el mundo, y
lo peor que podía pasar era que hubiera una guerra atómica, y ahí sí que
ni siquiera podríamos ya hablar de nada porque simplemente no podríamos
hablar.
Luego vinieron los entrenamientos de día y de noche con Hermes y con Masetti,
y pasamos a tener una relación normal, yo diría que buena aunque volvimos
discutir nuevamente con respecto a lo ideológico: yo decía que había que
prestar atención al movimiento de los curas del Tercer Mundo, y él me decía
que yo apoyaba al enemigo estratégico, una cosa muy fea.
En ese tiempo deserta "el Surubí" Stachiotti y luego llegan el Henry (Lerner),
Enrique Bollini, del Hoyo, y luego el resto. Fue la época de los fusilamientos.
Ahí empecé a manejar información, conocer las claves, seguimos avanzando
y en ese momento hicimos la primera propaganda armada en un obraje, la gente
del lugar (que había muy poca) se portaba bien con nosotros.
¿Porqué no creció el Ejército Guerrillero del Pueblo como grupo?
En realidad el EGP creció mucho en la ciudad, tenía muchos adeptos, pero
el problema estuvo en que se manejó mal la relación del grupo (allá en Bolivia-Salta)
con la ciudad, quedarnos "fijos" en determinados lugares, quedarnos un mes
y pico en la pista de prueba, fue un error, y después la relación en sí
con la ciudad, los correos; aparte que había que estar muy convencido con
todo lo que significaba aquel sacrificio, era muy duro todo, era mojarse,
caminar y no ver nada. Luego el grupo se infiltra por dos agentes de inteligencia
que llegaron de Buenos Aires, pero en realidad el campamento cae porque
Hermes Peña detiene a dos campesinos del lugar, los interroga y luego los
suelta y estos cuentan lo sucedido a su patrón, quien advierte a las autoridades
del lugar.
Aquel hombre que avisa a las autoridades era el padre de la "Negra" Ortiz,
de "Las Voces Blancas", pensaba que eramos contrabandistas. Antes se le
había propuesto a Masetti crear otro frente en Tucumán, con la gente del
"Vasco" Goicoechea, pero "Segundo" lo toma muy mal, dice que el comandante
era él, que las ordenes las daba él y todo eso.
En realidad el grupo no creció porque el lugar no daba para ello. Crecer
era hacer propaganda armada más cerca de los lugares y no daba para crecer
con la gente de la zona. En una oportunidad también le sugerí a Masetti
que bajara para hacer contactos y el resto nos quedábamos en el campamento
ya que había compañeros del Peronismo Revolucionario que a lo mejor se hubiesen
enganchado (aunque de eso me enteré después) pero no hubo caso, tampoco
quiso.
¿Cómo descifraba los mensajes en clave que mandaba Che?
Era un sistema que habían inventado los rusos. Podían ser escritos, por
radio o por código Morse ya que eran núméricos. Fueron realizados en dos
o tres oportunidades; el último contacto lo teníamos programado para el
18 de marzo cuando tomáramos El Yuto, pero antes nos detuvieron.
¿Cuál cree que fue el destino final de Masetti cuando cae el grupo?
El desaparece en la zona del Río Piedras y cae el campamento. Alrededor
de los ‘70 se encuentran algunos elementos pertenecientes a nosotros: platos
de campaña plegable, una bolsa con proyectiles y un maxilar humano, lo que
indica que algunos compañeros murieron en ese lugar. Intentaron la búsqueda
varias veces para dar con su cuerpo, pero es muy difícil, inclusive el agua
del río puede haber llevado todo.
¿Cree que no fue en vano esa
lucha?

5 de marzo de 1964: El día anterior,
en el campamento La Toma, Gendarmería Nacional detiene a los
integrantes del Ejército Guerrillero del Pueblo. Junto a los
militantes caen detenidos dos agentes de la DIPA infiltrados
en el grupo. Así, en estas fotografías de la rueda de presos
puede verse a Federico Frontini, el cubano Oscar del Hoyo, Alberto
Castellanos y el infiltrado Víctor Eduardo Fernández, cuya identidad
Gendarmería desconocía. Los tres primeros cumplieron cuatro
años de prisión.
|
Creo que todas las luchas desde
los ‘60 en adelante fueron en vano, que sirvieron para acelerar los procesos
que luego se dieron lugar en Argentina y que culminaron con Menem, independientemente
del valor de la entrega personal que cada uno hizo en ese tiempo y de manera
desinteresada y despojada de egoísmo, que se hacía por el bien de todos.
Rescato de aquel tiempo la coherencia entre la palabra y su acción como
lo decía y hacía el Che, cosa que ahora no ocurre, la entrega que ahora
no se da y el hecho de estar vivos de poderla contar...
¿Y cuál es la visión acerca del momento histórico que vive "la región" con
los actuales gobiernos?
Es más de lo mismo en cuestiones de fondo. Lo digo en el plano de la economía;
tengo más esperanza que el imperio salga derrotado en medio oriente que
lo que la región en sí pueda llegar a hacer acá, pero no porque crea en
el fundamentalismo religioso, que sé que es tan malo como el imperio sino
porque éste se tiene que destruir por algún lado. Cuestiono la idea del
poder, la falta de democracia, porque lo que hay, no es una democracia,
es una democracia mafiosa. La democracia a la que yo me refiero es como
la de diciembre del 2001 con la gente en la calle, reclamando toda por igual,
con asambleas populares, creo que eso es posible, una democracia donde haya
un bien común donde juntarnos todos.
EGP: el grupo de avanzada
que Guevara creó antes de su llegada
El Ejército Guerrillero del Pueblo fue concebido en La Habana para gestar
lo que Che Guevara tenía como objetivo: internacionalizar el movimiento
revolucionario nacido en Cuba y un sueño, el de ver a su propio país motorizado
como él quería.
Para ello algunos integrantes de su confianza como el capitán Hermes Peña,
Alberto Castellanos y luego el pintor argentino Ciro Bustos y el mecánico
luego convertido en teniente, Federico Méndez, fueron quienes comenzaron
la acción. Alberto Granado, el inseparable amigo de Guevara y su gran viaje,
fue quien realizó los primeros contactos. Luego con el paso del tiempo diversos
jóvenes se sumaron al grupo que había comenzado en la Habana, continuó en
Praga (ex Checoslovaquia), luego Argelia y por ultimo ingresar a Bolivia
vía Brasil.
Ingresaron a Argentina el 21 de setiembre de 1963 y luego de un intensivo
tiempo de entrenamiento sin confrontamientos armados (por decisión del Che),
el grupo cae antes de intentar tomar su primer objetivo: un pueblito jujeño
llamado El Yuto, tropas de Gendarmería advertidas por lugareños entran en
contacto con los guerrilleros y los detienen.
De ese encuentro el comandante de su grupo, Jorge Masetti, desaparece y
hasta aún hoy no se conoció su destino; el capitán cubano Hermes Peña cae
muerto y el resto del grupo es encarcelado y senteciado a varios años de
prisión en Salta, entre ellos Héctor Jouvé, por haber sido uno de sus líderes,
recibió la condena máxima: cadena perpetua, luego liberado en 1973 con el
armisticio del presidente Cámpora.
Fuente: www.eldiariocba.com.ar,
20/19/06
 La
guerrilla del Che en Salta, 40 años después
Testimonio de Héctor Jouve(*)
Primera Parte: La guerrilla
Yo no amo la vida, sino la justicia, que está por encima de la vida.
Albert Camus: Los Justos. Acto Primero
Lo primero que nos dijo fue, "Bueno, aquí están: ustedes aceptaron unirse
a esto y ahora tenemos que preparar todo, pero a partir de ahora consideren
que están muertos. Aquí la única certeza es la muerte; tal vez algunos sobrevivan,
pero consideren que a partir de ahora viven de prestado."
Relato del primer encuentro del grupo inicial del EGP con el Che Guevara,
realizado por Ciro Bustos a Jon Lee Anderson
El testimonio, el relato del que vivió un acontecimiento, del que comparte
su vivencia aún sabiendo que puede ser intransferible, suele ser un profundo
gesto de generosidad y de responsabilidad para con los otros: los contemporáneos
que no vivieron el suceso, o las generaciones siguientes, que quieren saber,
entender y reconocer lo que hicieron o dejaron de hacer aquellos que los
precedieron. En algunos casos, ese gesto busca –quizás—darle sentido a una
experiencia tal que amenaza con no dejarse nombrar por las palabras.
Una vez estabilizada la revolución Cubana, el Che Guevara intenta crear
un foco guerrillero en el norte argentino, con la intención, una vez arraigado,
de dirigirlo personalmente.
Durante poco más de medio año, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP)
–un grupo de no más de 20 personas, entre los que se incluían varios cordobeses—,
sobrevivió con extremas dificultades en el monte salteño. No llegaron a
realizar ningún operativo. Cuando la gendarmería lo desarticuló, ya había
varios muertos; algunos de ellos producto de fusilamientos realizados por
el propio grupo.
Publicamos en este número la primera parte del testimonio de Héctor Jouvé,
participante del EGP: desde que decide integrarse hasta que cae preso. En
el próximo número, el tiempo de su larga prisión y sus reflexiones sobre
lo vivido que significan un aporte fundamental para el debate de la izquierda
en la Argentina.
Primera parte: la guerrilla
Héctor
Jouve: A principios de los sesenta, luego de una serie de golpes, contragolpes,
elecciones que se hacían y después se borraban, y de pensar que no se planteaba
ninguna alternativa seria para los cambios revolucionarios en la Argentina,
la revolución cubana nos movió el piso a todos. Fue como aire fresco, lejos
de la cosa ritualizada al estilo soviet, lejos de la imagen de los soldados
rusos marchando con cara seria. Fue otra cosa, la gente participaba con
entusiasmo. Eso fue –creo-, lo que más incidió en esos tiempos en nuestro
país, tiempos en los que de alguna manera nos preparábamos para la guerra,
influidos por el proceso internacional: Cuba, Argelia, Indochina, Mozambique,
Angola… Ahora ¿qué llevó a cada uno a unirse a la guerrilla? No sé, a mí
personalmente me impactaron mucho algunas cosas de la Segunda Guerra Mundial.
No solamente la masacre espantosa, sino particularmente los campos de concentración,
la matanza de judíos, y las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En aquellos
años resultaba increíble que en un minuto murieran más de doscientas mil
personas. No se había hablado nunca de esa bomba, no se sabía que podía
existir un artefacto tan infernal. Y por eso fue como un despertar violento,
que atropellaba cualquier esquema que pudiera tener una persona en la cabeza.
Por otro lado, yo venía de una familia unida –éramos 5 hermanos- y en mi
casa por ahí no había zapatos pero siempre había libros; y también había
conocido a un viejo interesantísimo, yo lo llamo mi abuelo postizo, porque
me enseñó muchas cosas: que había llegado en un barco a los 16 años, solo,
que en la época del peronismo venía a escuchar las informaciones de Radio
Porteña a mi casa -transmitía los precios del mercado de Liniers- y debajo
de los huevos que vendía llevaba el Nuestra Palabra, el diario del Partido
Comunista. Y bueno, él me adoptó de algún modo… yo no era antiperonista,
para nada, tampoco era peronista… tiraba más bien para el anarquismo, leía
a Bakunin, Kropotkin, porque la biblioteca del club del barrio tenía esos
libros. De todas maneras en el golpe del ’55, yo me definía como perocomunista.
… y me interesaba qué pasaba en Rusia, tiraban un discurso que parecía el
que uno quería… Y luego fue la militancia en el Movimiento por La Paz, la
Juventud Comunista, y todo ese proceso que parecía abrumador – la revolución
cubana, la liberación de Argelia, etc-, como si realmente el mundo fuera
para ese lado. Incluso miraba el mapa y me decía "pucha, voy a pintar de
rojo los países que ‘ya están’ " y claro, la mancha roja se había extendido
un montón…
Bueno, eso me preparó a mí personalmente para ir… y luego la militancia
en el PC, donde creo que lo que más me golpeaba era el esquematismo, la
ausencia de discusión, parecía que la diferencia era un desacato a la autoridad.
Y por otro lado algunas cosas que salieron en Nuestra Palabra realmente
lamentables: hablar de manifestaciones de masas en el Día de la Paz en Córdoba
en aquellos años, 62, 63… cuando habíamos sido 5 los que estábamos en el
acto… a mí me parecía una cosa que no tenía sentido. Tal vez porque pensaba
que la política había que hacerla de cara a la gente, que no había que mentirle.
¿Cómo les vamos a mentir? Es lo mismo que torturar en nombre del socialismo,
me parece ridículo. Pero bueno, todo eso, nos llevó a algunos a comenzar
a pensar en otra cosa. Y comenzamos a juntar dinero, a comprar armas y a
planificar algunas cosas. La idea nuestra era rural y había un muchacho
que tenía un Willy de la Segunda Guerra Mundial. Pensábamos que lo primero
que había que hacer era ir a ver qué había en el norte, como el eslabón
más débil del desarrollo social y económico del país. Así que empezamos
a preparar el viaje, a preparar el Willy, y de pronto, aparece Ciro Bustos
que nos pregunta si alguno iba a subir: era para mañana, para el día siguiente.
Y nos contó que estaba todo preparado, que había armamentos, comunicaciones,
gente entrenada, y que ellos estaban reclutando gente, que habían explorado
la zona del norte argentino, un poco más al norte de adonde habíamos decidido
ir nosotros. Y yo dije vamos, y el grupo se acopló… Y partimos en un tren
de esos que iban al norte, lento, cargado de gente, y con todas las cosas
que podían cargar arriba… Y llegamos a Orán, ahí tuvimos que esperar hasta
el día siguiente para conseguir un colectivo que cruzaba la frontera, por
un lugar que se llama Aguas Blancas. Esa noche pernoctamos en Bermejo y
al día siguiente seguimos viaje en un camión. Había otros tres chicos que
iban ya con sus atuendos de guerrilleros: pantalón con bolsillos grandes
tipo ranger, borceguíes. Llegamos a Tarija. Ahí esperamos 3 o 4 días, hasta
que una tarde apareció Hermes Peña, que era el jefe de escoltas del Che
Guevara en Cuba, y Federico Méndez, un chaqueño que falleció hará unos 5
o 6 años… y con ellos salimos para una finca que quedaba a unos 60 u 80
kilómetros y ahí empezamos a entrenar. Entrenamos desde el 25 o 28 de agosto
hasta el 21 de septiembre, que volvimos a entrar en Argentina. Debemos haber
sido 9 compañeros, y fuimos subiendo hacia el lado de Orán. Ese primer tiempo,
dentro de todo, las cosas andaban bien. Por ahí alguno se cansaba más que
otro, pero nada más… en un momento nos quedamos sin agua porque pensábamos
que el río estaba más cerca, y hubo un incidente con uno de los chicos que
venían de Bs. As., que se empezó a poner mal, muy mal, no podía caminar.
Al día siguiente fuimos a un lugar donde había un depósito de YPF, nos juntamos
con unos paisanos, había gallinas, bananas –había un plantación de bananas-
y ese día comimos arroz con gallina. Después cruzamos el río Pescado, que
está en la provincia de Salta pero no lejos de Humahuaca. En ese lugar tomamos
un obraje. Había algunas personas que estaban esperando que les dieran coca
y alcohol para irse, porque no les pagaban un peso, y había una señora que
estaba enferma, y la atendió uno de los muchachos de Bs. As, Pirincho, y
bueno, les hablamos a la gente de lo que estábamos haciendo. Y de ahí salimos
un poco más arriba, siempre para Orán. Iba a llegar más gente de Córdoba
y había que esperarlos en la zona. Justo ese día se hace el juicio a Pupi
(Adolfo Rotblat), un juicio en el que yo no participé. Cuando llegamos,
Masetti, que era el jefe, nos comunica que lo iban a fusilar. Yo le pregunto
por qué. Y me dice cosas como que el Pupi no andaba, que en cualquier momento
nos iba a traicionar, que andaba haciendo ruido con la olla, que andaba
desquiciado. Yo pienso que estaba muy mal, que se había quebrado, pero no
vi que representara un peligro. Me dice "bueno, entonces vas a ser vos el
que le de un tiro en la frente". Yo les digo que no le voy a dar un tiro
en la frente a nadie y mi hermano me dice que me calle la boca. Y la cosa
quedó ahí… estaba mi hermano y estaba un muchacho que está en Cuba ahora,
Canelo, así que… se hizo la ejecución. Yo no estaba, porque salí con el
grupo nuevo, que no sabía de esto, y los llevé a caminar por la sierra.
Cuando llegué, las cosas ya habían pasado, todo seguía. Creo que algunas
caras habían cambiado.
De ahí seguimos, siempre hacia el norte, cruzando el río Santa María, hasta
que vimos una casa, que era de un capataz del ingenio tabacal, de los Carro
Costas, y de ahí llegamos a un pueblito que se llama Aguas Negras. Preguntamos
quién era el intendente o encargado. Le contamos lo que veníamos haciendo
y nos dejó un poco de dinero para comprar semillas, que nos iban a hacer
falta en el campamento. Esto debe haber sido a fines de octubre. Nos señaló
que siguiendo un sendero llegaríamos a la casa de su cuñado. Ahí dejaron
que nos quedemos. Fumamos y todos se empezaron a acercar, así que convidábamos
cigarrillos a todos, chiquitos, grandes, todos fumábamos… colgamos las hamacas,
hicimos de comer y los invitamos. Escuchamos una nena que lloraba y lloraba,
le preguntamos al padre qué le pasaba a la chica. El padre dice "y, la nena
está pa’l hoyo", ¿cómo pa’l hoyo? "y sí, ya enterramos dos". Y nos cuenta:
"la primera, la llevamos al médico porque lloraba igual, y se nos murió
en el hospital porque esperamos mucho. La segunda se nos murió en el camino.
Y a ésta ¿para qué la vamos a llevar si igual se va a morir?". Como nosotros
llevábamos algunos antibióticos y esas cosas la atendimos… al otro día estaba
fenómena. Además le dijimos que no le podían dar locro, que la nena era
muy chiquita. Como había una vaca, le dijimos que le dieran leche. "no –nos
dicen- esa vaca es muy mala". Así que luchamos con la vaca hasta que le
sacamos un poco de leche. Les explicamos que haciendo eso todos los días
iban a poder darle leche a la nena, y le dimos algunas indicaciones: que
le dieran verdura pisada, etc. Y después seguimos viaje y nos fuimos al
primer campamento estable que tuvimos, que duró dos meses y pico. En ese
campamento se hizo el primer refugio para guardar armamentos, y sirvió también
para base de exploraciones. Había tres pibes de Córdoba, jovencitos, que
se sintieron mal. Se los acompañó hasta la ruta para que se fueran. A ése
lugar fue dónde llegó Pancho Aricó, porque formaba parte de un grupo de
apoyo que funcionaba, me parece, como funcionó el grupo de apoyo en el gobierno
de Alfonsín: no para estar en el orden de los fierros sino para decir políticamente
algunas cosas. El primer número de Pasado y Presente, el artículo editorial
está de algún modo dedicado al EGP. Evidentemente en ese artículo Pancho,
evocando a Gramsci, habla de la Voluntad Revolucionaria. Una revolución
no se hace sola, hace falta una voluntad para hacerla. Un poco justificando
el voluntarismo de esto que era la idea foquista de la revolución. Discutieron
bastante con Masetti, yo no participé de esas discusiones, pero supongo
que acordaron algunas cosas.
En ese campamento había a veces discusiones políticas… a mí me habían dado
la responsabilidad sobre eso, era como el "comisario político", y en cuanto
al asunto de informaciones, en la finca de Bolivia habíamos aprendido Morse,
a codificar mensajes... Así que, bueno, yo me ocupaba de esas cosas.
P: ¿Cuántos eran?
H.J.: Y debemos haber sido alrededor de 20. Se iban, llegaban nuevos… después
no quedaron tantos. No me acuerdo bien. También vinieron a ese campamento
dos muchachos que eran bancarios, otros que habían sido delegados petroleros,
gente que estuvo en el PC en el sur, en Caleta Olivia, y vinieron otros
chicos jóvenes, entre ellos Álvarez, que también venía del PC, pero tenía
una conducta tan extraña... él es quien trae de la mano a los dos policías
que se incorporan al grupo en el momento de la caída del campamento. Habían
llegado, creo, el día anterior.
P: ¿Qué era exactamente lo que hacía Cuba?
H.J.: Bueno, todo el armamento, el apoyo financiero... más que de Cuba era
un operativo del Che… el Che estaba interesado en que eso comenzara, que
eso empezara a moverse, El Che mandó a la Argentina a la misma gente con
la que quería estar luego en Bolivia, lo mandó a Hermes Peña, a Castellanos,
que era su chofer, a Papi Martínez Tamayo…
Y en ese campamento uno de los muchachos bancarios, que no sé cómo podía
andar en la montaña, no tenía ninguna habilidad, creo que nunca había salido
de la oficina, después se quebró … creo que a todos les hizo mal ese quebrarse.
Ya se había ido Pirincho, también. A Pirincho lo habían mandado a pasar
un cargamento de armas, desde Uruguay a Bs. As, y como los padres tenían
un yate, agarró el yate y se fue para otro lado. Nunca más supe de él. Y
bueno, también se hace un juicio contra él, el muchacho bancario (Bernardo
Groswald). Ese juicio termina en un fusilamiento. Estuvimos todos cuando
se lo fusiló. Realmente me pareció una cosa increíble. Yo creo que era un
crimen, porque estaba destruido, era como un paciente psiquiátrico. Creo
que de algún modo somos todos responsables, porque todos estábamos en eso,
en hacer la revolución.
Al otro día, o a los dos días, salimos con los muchachos que eran del sur,
eran unos tipazos, salimos para Santa Cruz de la Sierra, un pueblito que
está sobre la montaña y al que se llega por caminitos que se han ido haciendo
canales por el paso de la gente desde tiempos ancestrales, canales que ahora
tienen una profundidad de unos dos metros. Y nos encontramos con un hombre
que fue a buscarnos, le dije que le mandaba muchos saludos el Comandante,
que quería saber cómo estaba, y nos trajo para comer una pata charqueada,
entera, hasta la pezuña, y traían cosas para comer que se las llevamos de
vuelta a los compañeros.
Ya de vuelta esquivamos la casa de la nenita que habíamos curado porque
vimos huellas. Yo estaba seguro de que el campamento estaba perdido, estaba
seguro y se lo dije a Papi, y él me dijo que pensaba lo mismo, que teníamos
que levantarlo lo antes posible. Y seguimos hacia abajo, en una disposición
distinta, mirando para todos lados… y vimos las huellas, que estaban frescas,
habrían sido del día anterior, huellas de alpargatas, y los gendarmes son
los que andaban de alpargatas, y en lugar de ir para el campamento, el camino
que hicieron ellos, fuimos para otro arroyo, y cuando más avanzábamos fuimos
encontrando mensajes: que habían detenido a los paisanos, que después los
habían largado, que Diego estaba herido, y que habían metido dos canas y
que estaban presos Del Hoyo, Frontini, Castellanos…
Llegamos al campamento donde estaban los que habían sobrevivido, vimos a
Diego herido, que estaban sin comida… lo que traíamos nosotros duró lo que
dura un helado a la salida del colegio, como decía Castellanos. Ahí se produce
el derrumbe, se hace una reunión para ver hacia dónde se iba, si hacia arriba,
con el herido, o hacia la ciudad de Yuco que era la que íbamos a tomar el
18 de marzo, pero ya no para tomarla, sino para conseguir alimento. A mí
me pareció que podíamos ir hacia arriba dejando algunos compañeros con Diego,
y llegar a Pampichuelo, un pueblo en las nacientes del río Piedras. Ése
río es el único río en el que no vi ningún pez… no había nada, y tampoco
se veían animales de caza. Y empezamos a subir, hasta un lugar en el que
nos separamos cuatro compañeros que empezamos a trepar la montaña, para
pasar un desfiladero, y fuimos hacia la naciente del río. Ahí se nos perdieron
una tres pavas del monte que no pudimos cazar porque estábamos mal. Tenía
tanta bronca Masetti que después vio un pajarito y le tiró y le sacó la
cabeza… Ahí decidimos separarnos, me ordenó que baje y que después suba
a buscarlo con otros compañeros, que él iba a seguir buscando comida. A
todo esto ya habían muerto Marcos, César… y Diego estaba muy mal. Subimos
por una grieta, y llegando casi a la punta Antonio Paul se cae, y yo no
lo pude alcanzar. Cayó en caída libre… había lloviznado, estaba todo mojado.
Alcancé a agarrar la correa de su mochila, pero se me escapó. No teníamos
fuerzas, por el hambre terrible que pasábamos. Antonio cayó unos 30 metros
y yo me caigo hacia otro lado, hacia una corriente de agua que me chupa,
una playita que mirábamos desde arriba y le llamábamos "el lugar de la muerte"
(yo le había dicho a Hermes, mirando desde arriba: "mirá, tan bello, y sin
embargo es el lugar de la muerte") y mi caída fue de esas historias rarísimas,
que uno cuenta y le dicen qué estupidez… porque no me pasó nada prácticamente,
no me ahogué, casi no me golpeé, … no sé cuánto estuve abajo del agua. Pero
realmente era un momento placentero, bien placentero, era una sensación
de no peso, como que nada pesaba, ni el cuerpo, ni las piernas, ni los sentimientos,
ni los pensamientos, nada, nada… era un estado de… no sé qué cosa parecida…
como un estado de placer puro, un estado puro, sin sensación de tiempo,
de espacio… y no tragué agua. Yo tengo la sensación de que respiraba, pero
no estoy seguro, porque ¿cómo voy a respirar abajo del agua?, pero lo cierto
es que aparecí bastante más abajo y me sacó de ese estado Alberto Castellanos…
estaba cerca del campamento. Entonces vuelvo, y lo encuentro a Antonio moribundo,
y él me dijo "bueno, de todas maneras, de acá o salimos ganando o salimos
con los pies para adelante, así que…no te hagás problema, de todas manera
vamos a ganar". Le faltaban vértebras, por lo menos la quinta vértebra no
estaba… Antonio agonizó durante cuatro horas y yo, como ya no tenía morfina,
le metí una caja de supositorios de Dolex. Estaba todo fracturado… tenía
fracturas desde la base del cráneo hasta… bueno, en todo el cuerpo. Estuvo
cuatro horas, con crisis convulsivas, y estuvimos hablando hasta que murió.
Luego me junto con Jorge y con Alberto, y Dieguito estaba muriéndose. Lo
enterramos y la verdad que yo no estaba en condiciones de volver a subir
la montaña, estaba muy mal, tenía un edema de hambre, se me había hecho
un colapso en el intestino, perdí mucha masa muscular.
- ¿Cuánto tiempo había pasado desde que subieron al monte?
- Entramos en agosto y esto fue ya en abril. Mucho tiempo. Y sin comer fue
desde que yo los contacto a ellos, que fue en los primeros días de marzo…
y ya cuando vi la huella no comimos más. Ya llevábamos 30 días sin comer,
y caminando sin parar. Y ya no podía caminar. Entonces decidimos bajar a
ver si encontrábamos a la otra gente… y en la bajada, después de tanto tiempo,
aparece un bicho en el río y yo le pego en la columna, no sabíamos qué bicho
era… lo arrastramos como pudimos, y lo cuereé con un cortaplumas de esos
que tienen de todo, destornillador, tijerita… Era un paquidermo, tenía un
cuero gruesísimo. Bueno, digo, "lo primero, las vísceras: comamos el hígado,
los riñones" mientras improvisábamos una parrilla con palos. Y por fin comimos
algo, pero lo mismo quedé mal, tenía los intestinos a la miseria…
Cuando llegó Hermes, al tercer día, la carne no se podía comer porque se
había podrido. Hermes traía un poco de yerba y preparó un mate cocido, que
creo que fue la comida más gloriosa que comí en mi vida. La cuestión es
que con Carlitos –que venía con Hermes- comenzamos a bajar para ir al campamento
que yo no conocía, donde habían estado ellos antes, cuando fueron en el
primer viaje. Y llegamos ahí y estaban saliendo ya los compañeros, creo
que era el 12 de abril, y pensaban volver en 2 días.
Y al segundo día de que habían salido, yo estaba casi sin poder moverme
ya, estaba tirado al pie de un reborde del río, empiezo a escuchar voces
que no me gustan, y me acerco a un cinturón en el que tenía dos granadas
y en ese momento siento que me salpicaba barro en la cara y manoteo una
de las granadas y recibo un patadón en las costillas… eran los gendarmes.
Y me empezaron a golpear, me desmayaron. Era imposible que no me desmayara,
si estaba hecho una piltrafa. Después hacen un simulacro de fusilamiento.
Y al día siguiente nos llevan.
Hay un gendarme que después fue guardia cárcel en Salta y que renuncia a
la gendarmería por lo que vio esa noche en el campamento. Se impresionó
mucho. Esa noche quedó de guardia y nos vio tan mal que nos tiró un par
de cigarrillos. También nos trajo en una lata de duraznos una sopa de tomate,
otra comida gloriosa... ¡qué rica!. Estábamos desnudos, con una manta arriba.
Al día siguiente salimos para Orán, ahí estuvimos varios días: desde el
14 o 15 de abril hasta el 20 de junio. Después nos trasladan a la cárcel
de Tucumán.
(*)Versión reducida de la entrevista videograbada por Abril Schmucler y
Ciro Del Barco en Agosto de 2004.
____________________________________________________________
La experiencia vivida por los hombres comandados por Masetti, tal vez no
sea comprendida cabalmente sin el conocimiento de las ideas que circulaban
en la época entre los grupos revolucionares, y particularmente, la propuesta
guevarista. Para quienes estén interesados, sugerimos la lectura del capítulo
25 "Vertiente guerrillera" del libro Che: una vida revolucionaria de Jon
Lee Anderson, editado por Emecé, y Los orígenes perdidos de la guerrilla
argentina, de Gabriel Roth, Editorial El Cielo por Asalto sobre el Ejército
Guerrillero del Pueblo, así como Ideología y Mito en el EGP, de Daniel Avalos,
Ediciones Naño, Salta.

Masetti y el Che
|
Empezar a vivir de otra manera
Segunda Parte: Tiempo de
cárcel y reflexiones posteriores
En la cárcel nos torturaron
bárbaramente, no de manera científica, fue brutal. Culatazos en la cabeza,
patadas, muy cruel… no murió ninguno de casualidad. Nos tenían aislados
en unas habitaciones que estaban en la parte de delante de la guardia, y
por ahí cuando te llevaban te decían "tomá el fusil y andate". Algunos eran
muy nazis, pero otros eran buenos tipos. Y un día, debe haber sido entre
los primeros días de junio, cae el General Alsogaray, Julio Argentino Alsogaray,
que era, creo, comandante en jefe de las fuerzas armadas. Aparece y me pregunta
qué cigarrillos fumo. Le digo "Máximos", que era una marca del norte, y
me dice "cómo vas a fumar esa porquería". Y sí, le digo, fumo eso. Yo estaba
desnudo, y mandó a un cabo que me buscara ropa. Me hizo desatar, estábamos
solos. Manda traer un cartucho de particulares. No, le digo, con dos cigarrillos
me sobra. Salvo que le den un paquete a cada uno. Después me pregunta qué
tomo, si tomo whisky o cognac… Yo pensaba que me iba a fusilar. Y me trajeron
cigarrillos y un cognac después de tantos días en los que nos habían dado
de comer sólo una cabeza de vaca podrida, sopa llena de gorgojos, pan viejo…
con decirte que llegué a pesar 48 kilos. "¿Y cómo estás?" me dice. Yo estaba
azul, no había piel que no tuviera un color azul, violeta. "No quiero saber
nada de las actividades", me dice, "no me interesa eso". "Usted Jouvé tiene
un perfil muy parecido al de mis hijos. Hemos hablado con sus profesores
de la secundaria, y sabemos que usted era muy buen alumno, muy buena persona,
que terminó el bachillerato a los 16 años. Fuimos a la universidad, también
sabemos que hizo una carrera impresionante hasta que entró al servicio militar
y ahí paró, que su papá era un tipo muy respetado en su pueblo, un tipo
recto, laburante, muy estimado, honesto. No me diga que esto es porque su
mamá lava ropa"… "No, no es por eso", le digo. "No es por ninguna de esas
cosas". "Bueno –me dice—, pero a mí me interesa saber por qué entró a la
guerrilla, porque mi hijo se parece mucho a usted". Y yo le dije "mire,
en un país donde se habla de democracia, después de unas elecciones donde
un tipo que puede ser bueno o malo pero que ganó con la proscripción de
la mayoría, no entiendo de qué democracia hablamos. En la escuela nos enseñan
eso, nos hablan de libertad, nos hablan de justicia, y viene la masacre
de José León Suárez ¿qué quiere que piense?" Y le empecé a plantear un montón
de cosas, durante diez minutos, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre
la igualdad de posibilidades, etc. Y me dice "¿Y usted qué cree que puedo
hacer con mi hijo?" "Y –le digo— no lo mande a la escuela o prohíbale a
los maestros que le den Educación Cívica, porque si es una persona decente,
y estudia eso, no se va a quedar sin hacer nada". Resultó después que el
hijo de Alsogaray murió en Tucumán. Lo mató Bussi. Estaba en Montoneros
o en ERP. Y el otro se exilió en México, fue el que le pegó a Astiz, en
un boliche de la costanera.
***
De Tucumán nos llevaron a Salta. Ahí ya podía hacer cosas, hicimos juguetes
en la carpintería, también hicimos muebles. Yo le hice una cuna a mi hija,
qué sé yo, hacíamos cosas, teníamos la posibilidad de entretenernos, de
leer un poco el diario, de recibir discos y libros... Así que ahí fue bastante
bueno, digamos. Mi señora se había ido al Uruguay, tenía orden de captura,
pero va a la visita y no la meten en cana, así que empieza a visitarme seguido.
En el 68 queda embarazada, y nació Tania Camila, mi hija. Luego se viene
para Córdoba. En esa cárcel era otra cosa, tenías tiempo de pensar, podías
escribir, nos hacían reportajes… Casi todas las entrevistas de esos años
se caracterizan por cierta soberbia, como que nos sentíamos dueños de todas
las verdades. Creo que eso nos caracterizó no sólo a nosotros sino a todos
los que apoyamos procesos insurrecionales. Yo no estaba de acuerdo con eso,
porque Fidel había dicho que no podíamos convertir a la corriente socialista
en una iglesia con papas, popes, obispos y curas, y yo pensaba lo mismo,
que era muy parecido a una religión, yo pensaba que lo que queríamos era
un poco como construir el paraíso en la tierra, esta Revolución que era
el punto de llegada, que era el lugar donde todos íbamos a ser felices.
Y además, que lo íbamos a hacer nosotros. Después de un tiempo de estar
adentro, esas cosas me llamaban más a la reflexión. En realidad las primeras
críticas fueron al foco, concretamente a lo nuestro, a la preparación de
ese foco, ya después las críticas fueron apuntando más para otras cosas:
¿era el camino armado el camino correcto para construir una sociedad diferente?
Después, cuando nos juntamos con otra gente en la cárcel de Resistencia
también, veíamos lo que se venía, el desarrollo de nuevas fuerzas sociales
como el peronismo del ’73, en donde Montoneros tenía una buena posibilidad
de avanzar un poco más de lo que avanzó. La llegada de Perón, el acto eleccionario
que lo confirma, desacomoda bastante el panorama y yo opinaba que había
que guardar los fierros y hacer política. Y esperar. Pero bueno, se hicieron
varias operaciones grandes y eso fue complicando todo. Es decir, los militares
aprovechaban eso… yo creo que la inteligencia militar siempre tentó al ala
armada de los grupos, siempre le regaló cosas para poder golpearla, no sólo
para poder golpearla sino para hacer que sea hegemónica sobre la política.
Y bueno, la política de alguna manera fue desapareciendo. Mientras, nosotros
estábamos en la cárcel, rodeados de compañeros que iban encarcelando en
ese tiempo, con los que podíamos hablar de esas cosas.
De resistencia nos mandaron a Rawson, ahí las organizaciones armadas les
prohibieron a algunos compañeros hablar con nosotros, salvo los changos
de La Calera, Luis Rodeiro, Ignacio Vélez y algunos más, porque estaban
en disidencia. Teníamos mucha charla con la gente del Peronismo de Base,
de las FAR. Y nos mandaban embajadores, para que los otros no se contaminaran,
mandaban a los más firmes.
En Rawson estábamos en pabellones celulares, y era todos los días más o
menos lo mismo: los presos se agrupaban de acuerdo a las distintas agrupaciones
de las que eran parte y cantaban sus himnos y canciones cuando se leía en
el diario quién había hecho la última operación…. pero de política casi
no se hablaba. Para casi todos la política era algo del otro lado, era de
burgueses. Un solo preso leía los diarios y los otros escuchaban, eso fue
cuando vino Perón en noviembre, y como era yo el que leía, y a mí me hartaban
con las canciones de victoria, entonces yo leía primero las noticias políticas,
después las económicas, después las deportivas, después los avisos clasificados
y recién al último leía las operetas militares. Era mi pequeña venganza.
Fuimos a parar al pabellón de los quebrados, donde nos encontramos con Rodeiro,
con Vélez... y bueno, yo digo que los últimos días tuvimos un pabellón tranquilo…
y a la semana salimos.
***
Todavía los primeros años de encierro seguía pensando que la idea del foco
guerrillero era una vía válida, durante el 66, 67. Pero ya cuando el Che
estaba en Bolivia, Castellanos me dijo "ahora vas a ver lo que es un Comandante"
y yo le dije "yo creo que el Che está perdido" porque estaba aislado. "No,
no", me dice, "vos no sabés los recursos que tiene el Che".
Y cuando muere el Che ya tenía una cosa bastante elaborada sobre la guerrilla,
la lucha armada… yo la había conocido desde adentro y los milicos habían
aprendido tanto como nosotros, y tal vez un poco más… sabíamos que ellos
podían llegar a las brutalidades más espantosas para obtener información…
Pero sobre todo criticaba la concepción del foco como vía para la revolución
en cualquier lugar. En algunos lugares podría andar, como en China, Vietnam
y en Cuba… pero siempre contamos las revoluciones que triunfan, ¿y las que
no triunfan? hubo muchas, claro… son muchísimas más las que no triunfaron
que las que triunfaron. Y muchísimas más las que terminaron en masacre.
Es decir que cuando empezamos a contabilizar lo que había andado y lo que
no había andado, pensamos que tenían que darse condiciones sumamente particulares
para que se lograra el desarrollo de una lucha política y social violenta
que terminara en la toma del poder. A esa altura del partido yo me preguntaba:
¿y después del poder, qué? O sea, si tomamos el poder, si son algunos compañeros
que están acá con nosotros los que toman el poder, nosotros nos vamos a
tener que ir o nos van a fusilar. Si ya nomás somos quebrados por pensar
distinto. Después llegamos a una charla, creo que estaba el Oscar (Del Barco)
y el Kichi (Samuel Kiczkowski), estaban muy en montos, me acuerdo, y yo
les decía que eso no era mejor, o estar en cualquier organización armada,
todo eso estaba invalidado, que no era una guerra sino que era el juego
del vigilante y el ladrón… eso fue en el 73, 74… creo que habían pasado
suficientes cosas como para suponer que eso no era posible; sí era posible
lo que ocurrió en el Rodrigazo, es decir, fijate que el golpe contra Isabel
Perón no viene por las acciones de la guerrilla, viene después del Rodrigazo,
cuando en Buenos Aires los trabajadores le pasan por encima a la burocracia
sindical, desconocen el mandato de Lorenzo Miguel, de Isabel… bueno ahí
se viene el Golpe, porque hay un verdadero cuestionamiento del poder, es
decir, la gente en la calle. Después vienen los grupos de militantes, como
después de los hechos del 2001, donde las asambleas populares primero fueron
populares en serio, la gente salía a la calle y no tenía una visión política,
salía desde la bronca, desde el rechazo de algo que le resultaba insoportable.
Pero luego vinieron los militantes, les tiraron discursos, vinieron con
las banderas y la gente se fue. Es decir, todo eso me ha ido llevando, a
mí por lo menos, y coincidimos con bastantes compañeros, a otro tipo de
ideas. No sé cómo construiremos el socialismo, no sé. Tampoco sé si hoy
es posible, no sabemos para dónde vamos.
***
Y ahora hay una cantidad de cambios para que no cambie nada. Porque este
es un sistema que va cambiando cosas, va revolucionando un montón de cosas
todos los días para que no cambie nada, para que la esencia misma del sistema
siga siendo igual. Por ejemplo: todas las grandes empresas, tienen fundaciones,
que hacen obras de caridad, que les pagan a Greenpeace, a Médicos sin Fronteras,
a un montón de organizaciones donde trabaja gente sana, desinteresada, que
van para ayudar a gente que sufre… como nosotros quisimos hacer la revolución
nuestra, la íbamos a hacer para que la gente viviera bien. Pero pienso que
lo mejor de la juventud estuvo también en las luchas obreras, que lo hacían
para que sus compañeros vivan mejor. Digo… la gente que se puso a hacer
algo por el otro… pero eso que pasa hoy donde las grandes corporaciones
multinacionales están apoyando proyectos para los chicos de la calle, para
esto, para lo otro, estas cosas, antes no existían. Después de haber desangrado
pueblos enteros para hacerse multimillonarios, te arman una fundación y
parte de eso que han saqueado a la gente lo devuelven en obras de caridad.
Estos son los cambios de los que hablo. Las ONG son compradas por esos organismos,
porque son los que les tiran la guita para que hagan lo que hacen, entonces
se convierte en un negocio más ¿me entendés?, esto es lo que ha logrado
el capitalismo. Te dicen: "vos tenés todas las libertades, podés optar por
lo que vos quieras"… ¿te vas a hacer feminista? sí, no hay problema, hacelo,
te ponemos el Banco Mundial y te pagamos. ¡El Banco Mundial les da guita
a los grupos feministas! ¿para los derechos humanos? ¿lucha contra el racismo?
¡Pero claro que sí!, acá hay guita: se la pone el Banco Mundial o se la
pone cualquier fundación de las grandes corporaciones. Pero no te metas
con otras cosas. No vayas a querer demostrar que haría falta vivir de otra
manera, que no vamos a ningún lado sino al que ellos quieren, que no podemos
decidir hacia dónde queremos ir. Esto de comenzar a pensarnos desde otro
lugar… de todas maneras no podemos evadir la alienación, hasta nos han hecho
creer que si no tenemos la multiprocesadora Moulinex somos infelices, entonces,
la gente sufre por lo que no tiene. Y yo me pregunto ¿cómo van a sufrir
por lo que no tienen, si tienen un montón de cosas de las que podrían disfrutar?
Pero bueno, no importa, lo que tenemos no lo disfrutamos y lloramos por
lo que no tenemos. Entonces ¿cuál es el placer más grande de la gente, hoy?
Ir al hiper, cargar los carros y salir con un montón de cosas, ¿por qué?
Porque nos hemos convertido en "monos recolectores". Toda esta alienación,
toda esta segmentación social llevada casi al infinito, todo este sistema
alienado donde todo se mezcla en una cosa que es insoportable: se mezcla
el choro de la esquina con el piquetero de cualquier corriente, se mezcla
el secuestro con los marginados, entonces ahora son todos delincuentes y
por portación de cara te llevan preso. Entonces hacé todo lo que quieras
con los derechos humanos, pero no te metás a cuestionar el sistema porque
ahí te cortamos las manos.
De todas maneras hay que hacer cosas. No creo que vayamos a cambiar el mundo,
a lo mejor esto se vuelve absolutamente insoportable, a lo mejor esta irracionalidad
absoluta hace que se vuelva tan tan irracional a los ojos del ciclón que
provoque que las multitudes hagan otro tipo de cosas y que podamos hacer
algo, o podamos articular un discurso que permita construir otro tipo de
sociedad. Tal vez como decía Oscar del Barco, que es lo que siempre intento,
tenemos que empezar a vivir de otra manera. Vivir de otra manera y salir
de este circuito que es absolutamente perverso, donde todas las opciones
que nos dan son falsas, porque las opciones verdaderamente importantes,
no están. Las de adónde queremos ir, no están. Vamos a donde nos llevan.
Y yo creo que eso es lo terrible, pero no creo que podamos hacer nada desde
la guerrilla armada. Tal vez haya algún momento en que se pueda dar una
situación como la de los bolcheviques en la Rusia de 1917. Tal vez se dé
ese momento en que todo es posible… yo creí que ese momento era el 25 de
mayo del ‘73, porque los canas nos hacían la V de la victoria cuando íbamos
en el colectivo desde Ezeiza a Capital. Yo dije "pucha qué momento", me
acuerdo de la gente, de la cantidad de gente... cuando me subieron al balcón
para que hable, y yo miré y me asusté tanto, tanto. Había tanta gente que
no sabía dónde terminaba esa multitud, así que dije cuatro pavadas y me
tiré para atrás. Era impresionante, nunca había visto tanta gente junta.
Pero bueno, era el momento, tal vez un Lenin en ese momento hubiera hecho
otra cosa, pero hay que ver, si llega el momento, y estamos, tal vez podamos
hacer algo por el cambio. Si no, no sé cómo se irán articulando las cosas.
De todas maneras yo coincido con algunas cosas del subcomandante Marcos,
sobre todo en que la revolución no es un punto de llegada, que es un camino,
un modo de vivir. Hoy pienso que es así, que la revolución es una manera
de estar en el mundo.
***
Yo creo que si estamos atentos a lo que pasa posiblemente podamos hacer
más cosas para que cambie el mundo. Creo que sí, que se va a poder, que
no termina acá la historia. Pienso en el equipo de la revista, por ejemplo,
están haciendo algo, y no tanto por lo que dicen si no por el hecho de estar
juntos, de juntarnos para hablar, para pensar, para ver si alguna vez logramos
articular ese discurso que permite otras cosas. Eso es lo único que hemos
podido mantener, eso de juntarnos para hablar, de encontrarnos, con alegría.
Eso es indispensable. Porque yo creo que Descartes se equivocó cuando dijo
"pienso, luego existo", no es así el ser humano…el ser humano es un animal
que puede razonar, pero puede razonar porque es emocional, si no hubiera
emociones, no pasa un pito. Sería una roca. Quiero decir que solamente a
partir de la emoción pudimos descubrir el lenguaje, la cultura, todo.
Cuando nos han invitado a hablar sobre estas cosas que hemos vivido, por
ejemplo los de hijos nos han invitado varias veces, y fuimos con Rodeiro,
Losada, Vélez, y otra gente también, he escuchado hablar de heroísmo y de
un montón de cosas y eso siempre me pone mal. Porque esos chicos que perdieron
a sus padres, si tratan de emular ese camino... pienso que eso está agotado,
que no anduvo bien, que no salió bien. Y me dicen que fue porque se hicieron
mal las cosas, y yo digo que no, mira, 70 años de socialismo en la Unión
soviética, desde el 47 en China, pregunto: ¿eso era el socialismo? "Bueno,
porque lo hicieron mal", me dicen. ¿y vos creés que lo vas a hacer bien?
¿vos creés que la gente que lo hizo mal era gente malintencionada? ¿o sale
mal por otra cosa, porque directamente eso no era socialismo? entonces ¿qué
es el socialismo? porque eso no fue, y Lenin mismo lo dijo antes de morir
en 1920 –en esos escritos que casi nadie pudo leer porque estaban secuestrados—,
que tendremos que conformarnos con un capitalismo de estado para desarrollar
la cultura... ahí es cuando le escribe cartas a los intelectuales de Europa
occidental y les escribe para que fueran a ayudar a desarrollar la cultura
del pueblo ruso. Dice "éste es un pueblo asiático, qué socialismo se va
a desarrollar en un pueblo asiático", su planteo era la posibilidad de que
fueran los obreros los que dirigieran este proceso de modernización. Eso
fue, un proceso de modernización. Pero desde ahí, se tomó el poder, con
las ideas que muchos todavía hoy creen que son las únicas posibles. Y yo
decía que no, que al poder no lo tenemos que raptar porque va a ser una
dictadura de nuevo, porque es calcada de lo otro, es la misma ideología.
Entonces, no sé cómo se hará, no tengo ni idea.
AS: Dijiste "existir" de otra manera...
HJ: Sí, asociarnos de otra manera, ¿cómo puede ser que nos asociamos sólo
para negociar, cómo puede ser que no nos podamos asociar para otras cosas,
para compartir otro tipo de cosas? Digo, reconstruir los vínculos sociales,
la red social que está destruida.
AS: Empezar en cada individuo...
HJ: Sí, en cada individuo, pero hasta abrir el diálogo con el otro, articulando
las experiencias, me parece que eso es importante. Dice Maturana que una
cultura es una red de conversaciones. Y yo creo que podemos ayudar a instalar
otra red de conversaciones. Y dentro del marco del progresismo, yo creo
que más que definiciones, podemos empezar a hacer buenas preguntas. Para
ver qué estamos haciendo, y si hacemos buenas preguntas posiblemente logremos
instalar una nueva red de conversaciones. Pero si no, vamos a seguir repitiendo
lo mismo. Aún se escuchan comentarios, ideas, discursos de los años ‘60:
no puede ser que no se den cuenta de que ya cayó el muro de Berlín, que
China es un país capitalista de primera línea, que Vietnam se fue a los
caños, no puede ser que no hayan tomado nota de lo que pasó en el mundo.
Que vivimos en un mundo globalizado, pero lógicamente globalizado, porque
el capitalismo tiende a la globalización. Yo creo que recién ahora está
empantanado porque no tiene donde seguir haciendo sus beneficios, salvo
concentrarse, concentrarse y volverse fascismo. También hay bastantes reservas
no fascistas en el mundo, pero siguen pensando lo mismo, yo veo que siguen
pensando que la única salida es la toma del poder, y a cada movimiento social
se le cuelgan atrás los grupos revolucionarios para indicarles el camino
de la toma del poder y de la revolución. Ésta es la cultura que estamos
viviendo. Pero ¿será posible guiar a los que puedan instalar una nueva red
de conversación haciendo nuevas preguntas? A mí por lo pronto me parece
importante que la gente se junte, que podamos preguntarnos cosas.
(Ver Parte 1: La guerrilla)
(*)Versión reducida de la entrevista videograbada por Abril Schmucler y
Ciro Del Barco en Agosto de 2004
 Carta
de Oscar del Barco
Señor Sergio Schmucler:
Al leer la entrevista con Héctor Jouvé, cuya transcripción ustedes publican
en los dos últimos números de La Intemperie, sentí algo que me conmovió,
como si no hubiera transcurrido el tiempo, haciéndome tomar conciencia (muy
tarde, es cierto) de la gravedad trágica de lo ocurrido durante la breve
experiencia del movimiento que se autodenominó "ejército guerrillero del
pueblo". Al leer cómo Jouvé relata suscinta y claramente el asesinato de
Adolfo Rotblat (al que llamaban Pupi) y de Bernardo Groswald, tuve la sensación
de que habían matado a mi hijo y que quien lloraba preguntando por qué,
cómo y dónde lo habían matado, era yo mismo. En ese momento me di cuenta
clara de que yo, por haber apoyado las actividades de ese grupo, era tan
responsable como los que lo habían asesinado. Pero no se trata sólo de asumirme
como responsable en general sino de asumirme como responsable de un asesinato
de dos seres humanos que tienen nombre y apellido: todo ese grupo y todos
los que de alguna manera lo apoyamos, ya sea desde dentro o desde fuera,
somos responsables del asesinato del Pupi y de Bernardo.
Ningun justificativo nos vuelve inocentes. No hay "causas" ni "ideales"
que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese
acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado
intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres
queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido
y sin concepto ante lo que titubeantes podríamos llamar "absolutamente otro".
Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no
matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante
guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios,
en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato
que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y
en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser
sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye
nuestra inconcebible e inaudita inmanencia.
Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos
graves: a reconocer que todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos,
directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la
FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones.
Repito, no existe ningún "ideal" que justifique la muerte de un hombre,
ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio
que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo
hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, como dice
Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos,
el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los
otros y levantar el no matarás cuando se trata de nuestros propios hijos.
En este sentido podría reconsiderarse la llamada teoría de los "dos demonios",
si por "demonio" entendemos al que mata, al que tortura, al que hace sufrir
intencionalmente. Si no existen "buenos" que sí pueden asesinar y "malos"
que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto "derecho" a matar?
¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por
una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por la otra? Si uno mata el otro
también mata. Esta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los asesinos,
tanto de un lado como del otro, se declaran justos, buenos y salvadores.
Pero si no se debe matar y se mata, el que mata es un asesino, el que participa
es un asesino, el que apoya aunque sólo sea con su simpatía, es un asesino.
Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen
sigue vigente.
Más aun. Creo que parte del fracaso de los movimientos "revolucionarios"
que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia,
China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados
revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky,
Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No sé si es posible
construir una nueva sociedad, pero sé que no es posible construirla sobre
el crimen y los campos de exterminio. Por eso las "revoluciones" fracasaron
y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el
capitalismo, como dijo Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos
los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese "comunismo"
nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros.
Al decir esto no pretendo justificar nada ni decir que todo es lo mismo.
El asesinato, lo haga quien lo haga, es siempre lo mismo. Lo que no es lo
mismo es la muerte ocasionada por la tortura, el dolor intencional, la sevicia.
Estas son formas de maldad suprema e incomparable. Sé, por otra parte, que
el principio de no matar, así como el de amar al prójimo, son principios
imposibles. Sé que la historia es en gran parte historia de dolor y muerte.
Pero también sé que sostener ese principio imposible es lo único posible.
Sin él no podría existir la sociedad humana. Asumir lo imposible como posible
es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el primero al último.
Aunque pueda sonar a extemporáneo corresponde hacer un acto de constrición
y pedir perdón. El camino no es el de "tapar" como dice Juan Gelman, porque
eso -agrega- "es un cáncer que late constantemente debajo de la memoria
cívica e impide construir de modo sano". Es cierto. Pero para comenzar él
mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual,
debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar
su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales
dirigentes de la dirección del movimiento armado Montoneros. Su responsabilidad
fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos
familiares de los militares, e incluso de algunos militantes montoneros
que fueron "condenados" a muerte. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón
por lo menos a la sociedad. No un perdón verbal sino el perdón real que
implica la supresión de uno mismo. Es hora, como él dice, de que digamos
la verdad. Pero no sólo la verdad de los otros sino ante todo la verdad
"nuestra". Según él pareciera que los únicos asesinos fueron los militares,
y no el EGP, el ERP y los Montoneros. ¿Por qué se excluye y nos excluye,
no se da cuenta de que así "tapa" la realidad?
Gelman y yo fuimos partidarios del comunimo ruso, después del chino, después
del cubano, y como tal callamos el exterminio de millones de seres humanos
que murieron en los diversos gulags del mal llamado "socialismo real". ¿No
sabíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una presunta buena fe
o buena conciencia, no es un argumento, o es un argumento bastardo. No sabíamos
porque de alguna manera no queríamos saber. Los informes eran públicos.
¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e incluso Trotsky, entre tantos
otros? Nosotros seguimos en el Partido Comunista hasta muchos años después
que el Informe-Krutschev denunciara los "crímenes de Stalin". Esto implica
responsabilidades. También implica responsabilidad haber estado en la dirección
de Montoneros (Gelman dirá, por supuesto que él no estuvo en la Dirección,
que él era un simple militante, que se fue, que lo persiguieron, que lo
intentaron matar, etc., lo cual, aun en el caso de que fuera cierto, no
lo exime de su responsabilidad como dirigente e, incluso como simple miembro
de la organización armada). Los otros mataban, pero los "nuestros" también
mataban. Hay que denunciar con todas nuestras fuerzas el terrorismo de Estado,
pero sin callar nuestro propio terrorismo. Así de dolorosa es lo que Gelman
llama la "verdad" y la "justicia". Pero la verdad y la justicia deben ser
para todos.
Habrá quienes digan que mi razonamiento, pero este no es un razonamiento
sino una constrición, es el mismo que el de la derecha, que el de los Neustad
y los Grondona. No creo que ese sea un argumento. Es otra manera de "tapar"
lo que pasó. Muchas veces nos callamos para no decir lo mismo que el "imperialismo".
Ahora se trata, y es lo único en que coincido con Gelman, de la verdad,
la diga quien la diga. Yo parto del principio del "no matar" y trato de
sacar las conclusiones que ese principio implica. No puedo ponerme al margen
y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, o a la inversa.
Yo culpo a los militares y los acuso porque secuestraron, torturaron y mataron.
Pero también los "nuestros" secuestraron y mataron. Menéndez es responsable
de inmensos crímenes, no sólo por la cantidad sino por la forma monstruosa
de sus crímenes. Pero Santucho, Firmenich, Gelman, Gorriarán Merlo y todos
los militantes y yo mismo también lo somos. De otra manera, también nosotros
somos responsables de lo que sucedió.
Esta es la base, dice Gelman, de la salvación. Yo también lo creo.
Lo saludo.
Oscar del Barco
Carta
de Christian Ferrer
Señor Director:
No es tan fácil matar. La inmensa mayoría de las personas que viven en el
mundo jamás lo ha hecho y probablemente nunca lo hará. Por otra parte, esos
millones de personas no suelen pasar sus días discurriendo sobre la "fatalidad
histórica" de arrancarle la vida a otros seres humanos. Milagrosamente,
y desde un principio, la necesidad imperiosa de conservación de la propia
vida no condujo a la extinción de la especie sino a la comprensión y aceptación
de la simétrica necesidad de autoconservación ajena, y es por eso que la
historia humana no puede ser relatada únicamente como la crónica de un matadero.
Para poder matar, primero es preciso estar enrolado en profesiones legitimadas
o especializadas en el arte de matar: se debe ser verdugo, policía, militar,
mercenario, linchador, sicario, terrorista, torturador, o bien revolucionario
–según se desprende de ciertos argumentos enviados a La Intemperie a modo
de contestación a Oscar del Barco. Y cada una de esas profesiones viene
pertrechada con su correspondiente preámbulo justificativo. Pero, sobre
todo, a fin de erradicar a un ser humano de este mundo es preciso disponer
de permiso para matar, es decir de una venia para hacerlo. Así, hay quienes
matan en representación de un partido o de una nación; y otros en nombre
de una religión o de una ideología; y aún otros en nombre del Estado o de
una etnia; y no faltan quienes matan en nombre de la raza o del "contexto
histórico de la lucha de clases". Unos matan para mantener el viejo orden
y otros con el objetivo de conquistar y luego salvaguardar un orden nuevo.
En cambio, las personas que deben darse permiso a sí mismas para matar,
raramente se lo conceden. Casi nunca.
Sin embargo, en varias de las respuestas a la carta de Oscar del Barco publicada
a fines del año pasado en La Intemperie no sólo se evoca a las muertes causadas
en el pasado en nombre de ideas de izquierda como "históricamente necesarias"
sino que, además, se legitiman en forma antedatada a las ejecuciones que
pudieran ocurrir en el camino a un porvenir redimido, y eso porque las "leyes"
de la historia así lo reclamarían. Esta pretensión no transmite solamente
una filosofía de la historia; mucho más alarmante es esta sombría prédica
de la muerte ajena para el futuro, acto que solo a las víctimas, o a sus
representantes, les sería lícito cometer. Como ese acontecimiento es de
concreción improbable en la Argentina, la discusión concierne, más bien,
a la historia y la ética de la izquierda. Se diría que los millones y millones
de asesinados en los campos de concentración soviéticos, bajo Lenin y bajo
Stalin, habrían bastado para exigir de quienes difundieron esas ideas, o
que aún las difunden, un acto de contrición del pensamiento; o bien el millón
y medio de sacrificados por el comunismo camboyano hace apenas tres décadas;
o bien los cientos y cientos de fusilados y torturados en las cárceles de
Albania o de Cuba en nombre de la inmunización de sus respectivos regímenes;
o al menos habría bastado el asesinato de esos dos muchachos del Ejército
Guerrillero del Pueblo en el norte argentino. Pero no. Aparentemente "la
historia" requiere más. ¿Qué más? ¿Acaso la toma de partido por las víctimas
es el principio ético innegociable que habilita el derramamiento de sangre?
El apotegma "Yo, por haber optado por los oprimidos, soy bueno, y por lo
tanto mi contrario es malo", es una presunción infantil.
Se dice en una de las réplicas que la "toma del poder" es la bisagra necesaria
que posibilitará cambiar la historia. Pero entiendo que la carta de Oscar
del Barco supone poner en cuestión el hecho mismo de la "acumulación y toma
del poder", por causa de sus consecuencias fratricidas. La experiencia histórica
conocida permite pronosticar que los muertos eventuales de ese futuro redimido
no serán únicamente aquellos en quienes se exterminaría, además, "el emblema
y la función del poder" del antiguo régimen, sino también los propios, cuando
sus actos resulten impropios. Así, quienes alguna vez liquidaron a un zar
se la tomaron inmediatamente contra el ala izquierda de su bando, y la exterminaron;
enseguida la guadaña se descargó contra los antiguos miembros de la propia
facción, que fueron despanzurrados; y al fin siguió el turno de cualquiera
que tuviera cara de contrarrevolucionario, y entonces se colmaron las cárceles,
pues a esos siempre se los encuentra por miles, incluso por millones. Son
escenas que suceden una y otra vez en los vértices de las pirámides, señaladas
a veces por el recurso a la zancadilla y otras por el del puñal. Se dice
también en esas contestaciones que no existen valores fuera de la historia.
Cabe agregar que tampoco existen fuera del cuerpo y el alma de quienes los
encarnan. En otras palabras, cada uno es responsable del daño hecho a otros,
y aquel que diluye esa responsabilidad en la "historia" se está amnistiando
a sí mismo por adelantado así como también indulta a quienes debería concernirle
la inevitable deliberación ética posterior a los hechos sucedidos. Caín
se andaba con menos vueltas a la hora de dar la cara: "¿Acaso mi hermano
está a mi cuidado?".
Esas respuestas evidencian un pobre aprendizaje de la experiencia revolucionaria,
como si las erratas históricas cometidas en las diversas "tomas de poder"
sucedidas en el siglo XX solo interesaran a modo de correctivos, en función
de serles restadas sus "ineficacias" –sectarismos, errores, voluntarismos,
excesos, reduccionismos, vanguardismos– para la próxima vez. Eso se desprende
de los calificativos con que se interpreta lo ocurrido al proyecto de las
organizaciones de izquierda en los años setenta: "derrota" y "fracaso",
que se oponen necesariamente a su triunfo y éxito no logrados: ¿Y si se
hubiese triunfado? ¿Habría valido ese acontecimiento como prueba de la bondad
del proyecto y de los medios a los que se recurrió para llevarlo a cabo?
¿Firmenich habría terminado siendo el mandamás del país y Galimberti su
jefe de policía? Era una de las posibilidades que traía aparejada la "victoria".
¿Tan defendible era ese proyecto? En caso de victoria, los propios refutadores
de Oscar del Barco podrían haber tenido que optar por el bando de los asesinos
o el de los asesinados, si es que su edad se los hubiera exigido. León Trotsky,
Ahmed Ben Bella y Camilo Cienfuegos así lo supieron. En fin, lo que está
en discusión es la legitimidad de la existencia de la izquierda si es que
sus predicadores no remueven las viejas certezas, una de las cuales supone
que hay personas en el mundo a las que es lícito matar, sean ellos enemigos,
subordinados, antiguos aliados, descontentos y así hasta llegar a los indiferentes
y los tibios.
Los autores de esas respuestas no parecen haber reflexionado mucho acerca
del fundamentalismo historicista que oponen al así llamado "fundamentalismo
místico" que estaría implícito en la carta de Oscar del Barco. Abundan –y
abultan– los dogmas de fe sociológicos: "la complejidad de las contingencias
históricas", "el marco ideológico, político, social", "las lógicas concretas
de la historia humana", "los procesos históricos concretos", y en alguna
respuesta incluso se explica a la violencia humana como "una situación social
de causa-efecto", rebajando de este modo a la ética al rango de perro de
Pavlov. Pocas veces he leído justificaciones más jergosas del acto de matar,
declamadas como si fueran hechos positivistas y no posibles supersticiones
modernas, al igual que lo son las concepciones de historia y tiempo que
parecen estar implícitas en las objeciones antepuestas a Oscar del Barco.
Son, por repetidas, trivialidades sociológicas aprendidas en segundo año
de humanidades o en manuales ideológicos, difícilmente en la confrontación
con las "condiciones reales de existencia humana" pues en ellas esos conceptos
repetidos como si fuesen verdades autoevidentes, y no demasiado distintas
de las reveladas, deberían ser confrontados contra sí mismos, o bien ser
aceptados como lo que son, mitos conceptuales que, en tanto justifican el
asesinato, revelan su uso bestial. La guerra –el medio ambiente de la "acumulación
de poder"– fanatiza y embrutece el alma, sin exceptuar el alma y la conciencia
de los más esclarecidos. Ojalá que a los hombres del futuro todo esto les
resulte poco menos que jeroglíficos, solo pertinentes para los académicos
que se interesen por la historia de estas ideas, así como hoy ya hay quienes
se ocupan de descifrar, analizar y disecar las siglas que las promovieron.
Por cierto, existe gente que disfruta de matar, así como hay otros que sólo
gustan de mostrarse violentos, y en los momentos febriles de la historia
ambos tipos de personajes suelen acoplarse a los procesos acelerados de
cambio social, sin excluir las revoluciones. Son personas que, en el fondo,
no necesitan manifestar que han ejecutado "trágicamente" a alguien en nombre
de una idea o de la "historia". En cambio, en una respuesta a Oscar del
Barco se dice que, para un revolucionario, la ejercitación de violencia
fatal sobre otro supone la asunción de una "conciencia trágica". Presuponemos
que se refiere a la tragedia del ejecutador, no a la del ejecutado. Pero,
justamente, quien asume la condición trágica del acto de matar a otro no
puede escudarse en los dioses, la historia, la familia o lo que sea: esa
persona está absolutamente sola junto al acto cometido y no puede hacer
conciencia de lo ocurrido más que desde sí mismo, bien para justificarse,
bien para incomprender lo hecho, bien para realizar un acto de contrición.
En cambio la muerte ajena provocada por motivos de fundamentalismo historicista
sólo admite esta pequeña queja: "¡qué lástima que sea históricamente necesario
hacer algo tan feo!". Es curiosa la ausencia total de la palabra asesinato
en las refutaciones enviadas –abundante en cambio en la carta de Oscar del
Barco– como si el exterminio de otro pudiera ser amortizado a título de
equivocación funesta o de efecto no-querido de la lógica social. Pero las
ejecuciones no son errores. Suelen estar precedidas de una larga premeditación.
En vista de la gravedad de estos temas, no es comprensible que algunos se
lamenten por el lenguaje a que recurrió Oscar del Barco. En ese tono de
furia santa está contenida la voz tronante de los viejos profetas revolucionarios,
que solían llamar a las cosas por su nombre. A lo largo de la historia humana
ya demasiada gente ha sido pasada a degüello, y no hay disculpa legítima
para una redención de los sufrientes si se pretende, por anticipado, justificar
unas cuantas muertes más. Porque nunca le llega el turno al último. Siempre
hay uno más.
Lo saluda a usted,
Christian Ferrer
15 de abril de 2005
Carta
de Carlos Keshishián
No existen valores fuera de la Historia
Dos días después de la aparición de La Intemperie (conteniendo la carta
de Oscar del Barco, en la que proclama el carácter sagrado del hombre a
través una axiología formal y ahistórica, pletórica de enunciados prescriptivos,
abstractos y generales), Mariano Grondona en su programa dominical invitaba
a la viuda del capitán Viola para que relatara con qué crueldad guerrilleros
del ERP ultimaron a su esposo. Naturalmente olvidó preguntar que hacía el
capitán Viola en Tucumán y naturalmente no se olvidó de remarcar la existencia
de dos demonios, utilizando sin eufemismos reiteradamente esa figura.
El tratamiento del tema de la muerte, en el marco de la lucha entre concepciones
antagónicas, no puede ignorar que cuando se enfrentan intereses irreconciliables,
la lucha política es de alguna manera una guerra. Lo es hoy cuando a pesar
del crecimiento de la explotación y la exclusión social, no abundan los
signos de rebeldía organizada. Lo era mucho más en los años setenta cuando
crecía en los pueblos la esperanza de una sociedad diferente, cuando las
llamas de sudeste asiático alumbraban un camino de revolución y estimulaban
a una generación de jóvenes y a pueblos enteros, que en Asia, África y América,
concebían una sociedad en la que hallarían su definitiva manumisión social.
Las diferentes experiencias no estuvieron exentas de errores, los que en
muchos casos las condenaron al fracaso. En Argentina los grupos que asumieron
posiciones combativas pecaron por voluntaristas y sectarios. El voluntarismo
indujo a una percepción de la realidad no como ella era sino como querían
que fuese y el sectarismo los condujo al aislamiento no solo del resto de
las militancias sino del pueblo mismo. Pero sus errores no habilitan a demonizarlos
del modo que lo hace Del Barco. Es por lo menos una inmoralidad política
poner en la misma categoría a los asesinos al servicio del imperialismo
y movilizados por los Estados opresores y a los miles de torturados, humillados
y asesinados, que en el mundo sufrieron y sufren por su anhelo de un mundo
mejor.
Hoy es más evidente que entonces que al enemigo no se lo combate con resistencias
ghandianas ni con pasos tibios y dubitativos. La firmeza con que la revolución
cubana se defiende de las permanentes acechanzas a la que es sometida, indica
el camino. Aunque para evitar las tentaciones de emprender atajos históricos
es preciso saber que la única forma de tomar el poder es construyéndolo
con la solidez que le proporciona el protagonismo popular. Esa es la diferencia
entre el terrorismo y la acción revolucionaria: La toma del poder supone
la construcción de poder.
En el número 11 de La Intemperie se publicó una entrevista al académico
chileno Carlos Pérez Soto, en ella expone con claridad una visión dialéctica
de la realidad, basada en una lógica en la que las relaciones son más reales
que los términos relacionados. Bajo la denominación de "relaciones constituyentes"
alude al antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. La existencia de
ambas surge de una relación que las constituyen: la relación de explotación.
Por plantearse en términos antagónicos, la resolución de sus contradicciones
no puede prescindir de la violencia: "…si la explotación es una relación
constituyente, y lo constituido como universo social, lo está de manera
antagó-nica, arribo a la conclusión: la única manera de salir de esa situación
es una revolución." Agrega luego "Los marxistas revolucionarios lo que es-tamos
proponiendo no es iniciar una guerra sencillamente porque ya estamos en
guerra. Las clases dominantes llaman paz a los momentos en que van ganando
la guerra. La paz de las clases dominantes es esa guerra que constituye
la lucha de clase y la única salida a la lucha de clases es la revolución".
El enunciado "la violencia es siempre igual a la violencia", visto desde
la Lógica constituye una identidad formal pre y anti dialéctica (A es igual
a A); visto desde la Ética se inscribe en el más vulgar neokantismo, que
antepone los valores abstractos a las leyes históricas. Pero no es mi intención
ingresar en un debate filosófico sino señalar las imputaciones injustas
y reaccionarias que conlleva el mensaje epistolar que nos ocupa.
Expresiones como las usadas por Del Barco me hacen recordar a Saramago que
escribía: "Una de las lecciones políticas más instructivas, sería saber
lo que piensan de sí mismos esos millares de individuos que en todo el mundo
tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecera de la cama o
en la sala donde recibían a los amigos. Algunos dirían que la vida cambió,
que Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo perder la nuestra. Otros
confesarían que se dejaron envolver por una moda del tiempo y sonreirían
por haber creído. Los más honestos reconocerían que el corazón les duele,
que sienten el movimiento perpetuo de un remordimiento, como si su verdadera
vida hubiese suspendido el curso y ahora les preguntase, obsesivamente,
adonde piensan ir sin ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que dé
algún sentido al presente".
Personalmente me siento identificado con los últimos, pero con la esperanza
de un futuro menos sombrío, aún en el terreno empantanado de incertidumbres
en el que nos movemos. Y agrego la convicción de que las condiciones objetivas,
la crisis irremediable del sistema, se reflejarán mas temprano que tarde
en la conciencia de los pueblos.
Carlos Keshishián
Carta
de Héctor Schmucler
Queridos Oscar, Nicolás, Alejandro,
los relámpagos iluminan la noche. Escribo la frase anterior, que sin duda
he leído muchas veces en otros lugares, y me sorprende empezar con una descripción
tan inmediata sobre lo que veo a través de mi ventana. Pero ahora la releo
buscando las próximas palabras y creo reconocer los signos de otro mensaje.
No me apresuro porque, efectivamente, es la noche, y los relámpagos en la
noche, de este sábado 29 de enero. La tormenta me rodea mientras pienso
en ustedes, mientras escribo esta carta que existe porque ustedes escribieron
otras que he leído y me han inquietado. ¿Signos de otro mensaje? La noche,
afuera, se fragmenta. Los relámpagos persisten y descubren rugosidades que
la oscuridad antes suavizaba. Sé, sin embargo, que no intento describir
el encanto de la naturaleza; sé que los relámpagos son metáforas. Imperiosas
iluminaciones que admiten y concentran sentidos insospechados; la luz construye
–o convoca- esos sentidos. El cielo y la tierra reconocen su distancia mientras
mi mirada los unifica. Describo lo que creo ver, aunque también es cierto
que al comienzo, apenas había anotado el vocativo con el que los llamaba
a ustedes a leer, tuve la percepción de que la carta de Oscar del Barco
enviada al director de La intemperie había sido como un relámpago estallado
no en medio de un cielo luminoso sino en un espacio donde transitaban nuestros
espíritus y que mostraba preocupantes nubarrones.
Allí están las cartas de ustedes a las que ahora se agrega la mía. Hablan
del mundo pero no vacilan en exponer nuestras intimidades; un gesto que
privilegia la amistad sobre cualquier diferencia en el tratamiento de las
ideas. No es sólo la convicción compartida de que las biografías importan
como documento de fidelidad al pensamiento, sino que la vida, nuestras precisas
vidas, han cruzado con más intensidad la experiencia de existir que la búsqueda
de ordenadas especulaciones. El "director" de La intemperie, a quién Oscar
dirige su carta, lleva mi apellido y Nicolás lo recuerda explícitamente,
lo nombra como mi hijo, como el hermano de Pablo, desaparecido, seguramente
asesinado hace 25 años. La de Oscar era una carta en la intemperie, sin
protección, sin reaseguro, en un acto similar al que había realizado enfrentándose
cara a cara con el general Menéndez para increparlo por sus crímenes, para
mostrarle su repudio a compartir con él un mismo espacio. Un relámpago desamparado
en la intemperie: desnudez repetida, apertura multiplicada. El relámpago,
fugaz y perfecto, como forma de verdad que sorprendía a Walter Benjamin:
la vida, la muerte, la revelación amorosa y también la revelación divina,
aparecen como relámpagos; una luminosidad imprevisible e irrefrenable. La
oscuridad ha quedado quebrada y la noche, cuando regresa a su maciza oscuridad,
sabe que ha sido herida. La memoria retendrá la luz y las consecuencias
son incalculables.
El escenario que se extiende más allá de la ventana se me impuso sin duda
porque la idea de relámpago, la idea de que la carta de Oscar fue como un
relámpago, me ronda desde que la conocí en una primera versión que su amistad
me quiso confiar y que a mí me pareció oportuno compartir con Nicolás, Ricardo
y Alejandro porque hace tiempo que los temas que recorren la carta salen
y entran en nuestras conversaciones. A veces –lo veo ahora- quedaban agazapados,
postergaban los nombres buscando el momento adecuado para que sean pronunciados.
Sobre mi mesa están las copias de las cartas de Nicolás y Alejandro y las
que Oscar les escribió luego de recibirlas. Sé que hay otras cartas derivadas
de la publicación de la de Oscar, que casi no conozco. Las de ustedes, Nicolás
y Alejandro, son las que me importan, las que me interrogan, las que me
quitan el sueño llamándome a un estado de vigilia que ojalá sea de lucidez.
Nada de lo que se dice me es nuevo; pero tienen una intensidad inusitada.
Mi vida ha sido ya larga y en su transcurso más de una vez tuve la convicción
de que había senderos que ya no quería transitar. A veces me pregunto porqué,
además, no estuve en condiciones de arrepentirme. En ese caso, me digo,
tal vez hubiera podido optar por caminos que no llevaran necesariamente
a multiplicar las equivocaciones. A esta altura no puedo evitar cierto tono
confesional y lo que escribo da cuenta, seguramente, de ese tipo de verdades
que nos invade sin demostraciones previas y de las que resulta imposible
renegar. Abrirse a los otros, a ustedes, incluye el pequeño escándalo de
mostrar cicatrices, marcas que no tienen porqué ser jubilosas ni invitar
a la jactancia.
En la carta a Alejandro, Oscar le sugiere que sus líneas tal vez sólo sean
un eco de "El grito" de Munch. Me contagia el desgarro y la abrumadora claridad
de las preguntas que se agolpan en ese grito cuya sorda estridencia es un
llamado que clama por nuestra respuesta. Todo depende de nuestra voluntad
de escucharlo. El Ulises de la gesta homérica señaló el camino más frecuentado
por una humanidad que (la cita es lugar común entre nosotros) ha ido acumulando
ruinas a sus espaldas desde un tiempo ilimitable aunque, para los que no
nos hemos despojado del mito judaico, en el principio pueda reconocerse
la marca de Caín cuyo acto asesino se repite sin tregua en la historia.
El consejo de Circe a Ulises tiende evitar cualquier respuesta a la voz
verdadera de las Sirenas: o no escucharlas o tramar las condiciones para
imposibilitar la respuesta. Ulises tapona los oídos de sus remeros y él
mismo se hace amarrar a un mástil para evitar toda tentación. La sentencia
bíblica que aconseja "tener oídos para oír" no es muy distinta a la fábula
de La Odisea. Tal vez la pobreza de nuestras vidas cuando sólo procuran
escapar a la tragedia que inevitablemente nos envuelve, se sintetice en
esta incapacidad de oír. Pero Ulises, antes de escuchar las indicaciones
de Circe, ya había decidido seguir adelante. Hemos optado por no escuchar,
por separar el arte del conocimiento, por no dejarnos arrastrar por las
preguntas; hemos optado por creer que la política puede prescindir de una
ética que trasciende el vivir calculante y que nos coloca en las huellas
de lo absoluto, de lo infinitamente riesgoso. La fatiga tapona nuestros
oídos y nos atamos a un vivir, a un decir que detestamos en el hablar pero
que, como Ulises, ya tenemos resuelto no abandonar.
Amigos míos, ¿qué no supimos escuchar en nuestras vidas? Estamos en el límite
de descubrir que el no haber escuchado no nos hace inocentes y nos obliga
a desechar el repetido ejercicio de apiadarnos de nosotros mismos o al revés:
apiadarnos profundamente por la pérdida de nuestras vidas entretenidas en
murmullos tranquilizantes, discursos armoniosos que nos impidieron ver.
Cuando tantas veces nos hemos preguntado por el misterio que nos rodea y
que con frecuencia se nos presenta como un peso insoportable y al mismo
tiempo bienvenido; cuando el dolor abandona las estadísticas y nos atraviesa
como puro dolor, cuando celebramos la palabra porque nos abre a lo inconmensurable,
lo indecible, ¿de qué hablábamos? No puedo leer nada sino a través de mi
vida. Sé que exagero al destacarlo porque puede resultar obvio, repetido:
la memoria de la vida de cada uno, lo sepamos o no, está presente en cada
acto. Visto así, y lejos de aceptar algún determinismo que cancele la idea
de libertad, no puedo evitar preguntarme qué ha sido mi vida (¿"dónde está
la vida que hemos perdido en vivir"?, interroga Eliot); a qué debo responder,
es decir, de qué soy responsable, a qué me obligan - sí, me obligan- los
poemas que he leído y repetido, los dolores que he padecido, los entusiasmos
que me exaltaron, los amores que triunfaron sobre la nada y las esperanzas
que no pudimos evitar que se murieran.
Las cartas de ustedes hablan de mí tanto como ésta; me interrogan y son
exigentes en una respuesta que va mucho más allá de cualquier argumentación.
¿Fue puro ruido lo que escribí hace 25 años, cuando quería entender la suerte
de mi hijo desaparecido – entender, digo, y no sólo saber cómo fue, cuándo,
dónde, quién, aunque me desesperaba por conocer todo esto, porque tal vez
hubiera sido el comienzo de algún consuelo que nunca llegó? Ya entonces
se abrió en mí, a través del relato de los que convivieron con la muerte
en los centros clandestinos de reclusión y habían seguido vivos, un mundo
de verdades más intensas que las clasificaciones estereotipadas, esas que
nos permite juzgar sin riesgo y reposar como víctimas en las páginas de
la historia. El orden de los héroes y cobardes, de leales y traidores, de
víctimas y victimarios, de justos y réprobos, se diluía ante una realidad
en la que existían culpables sin matices pero resultaba confuso hablar de
inocencia, donde las responsabilidades compartidas no disminuía ni un ápice
la criminalidad innombrable. En mi impotencia por salvar a mi hijo se me
reveló el peso de una carga de la que hasta entonces no era conciente y
supe de las responsabilidades de quienes me acompañaban así como de las
infinitas maneras con que se intentaba eludirlas. Seamos claros: yo (no
sólo yo por supuesto) había intentado que Pablo, mi hijo guerrillero, probablemente
buen tirador y riguroso en los duros principios de la organización Montoneros,
desertara de una guerra que a mí me parecía inútil y que él la sabía perdida.
Su deserción era mi forma de salvarlo. En mi vida nunca había deseado algo
con tanta vehemencia. Los que continuaban ofuscados en el color de la sangre
y en la razón de la muerte preferían incorporarlo en el triste listado de
los héroes sacrificados; Pablo optó por este camino. Por pensar de esta
manera, por escribirlo para que la desesperación pudiera ayudar al entendimiento,
algunos amigos y yo fuimos acusados, ya entonces, de habernos pasado al
bando enemigo. Ahora las cartas están sobre la mesa y no comprendo que aquel
momento pueda ser tocado por el olvido. En mí memoria aquella guerra llena
de crueldades es la infame muerte de Pablo, para la cual no hay compensación
posible; es el fracaso en mi intento de que desertara. Pienso en mis corresponsales
de hace 25 años y me pregunto qué fibras tocaban mis escritos que los obligaba
a taponar sus oídos para no oír argumentos que ahora resultan banales. ¿Qué
cuerdas, ahora, ha puesto a vibrar la carta de Oscar que resultan mortificantes?
¿El correr de los años facilitará la aceptación de que el asesinato como
tal es repudiable e incomprensible para quienes aspiran a un mundo en el
que la vida humana sea irremplazable? ¿Es tan difícil comprender que condenar
el asesinato porque ningún ser humano debería creerse con derecho a negar
la vida de otro, no significa aceptar las ideas del otro y claudicar en
la lucha por establecer otras condiciones de existencia? Estamos atravesados
por todos los derrumbes de los que fuimos testigos. Vivimos con ellos y
no a su margen. No existen, por lo tanto, excusas para los ocultamientos.
Aunque la verdad, antes y ahora, sea un prejuicio, no tenemos otra posibilidad
que correr en su búsqueda ignorando el cálculo instrumental que pretende
reemplazarla. La verdad está cerca de la estéril felicidad del conocer,
lejos de esa instrumentalidad que desde hace años hemos colocado en la mira
principal de nuestra crítica.
Así, amigos, fueron siempre nuestros encuentros: pensábamos la política
desde la ética aunque el sistema (dentro del cual ahora reconocemos rostros
familiares) se mofara de nuestra inadecuación con la época. La política
siempre fue para nosotros una manera de pensar el mundo y por eso renegamos
del saber como camino al poder. Habíamos puesto en cuestión, justamente,
el poder, el sistema de dominación, porque veíamos que allí los hombres
se volvían cosas. No sabíamos (y el no saberlo debería llamarnos al arrepentimiento)
que trabajábamos para que todas las cosas (los hombres entre ellas) simplemente
pasaran al servicio de otro poder. Hoy lo sabemos y podríamos pensar que
hemos avanzado en la verdad. También que se acrecienta nuestra responsabilidad.¿Cuándo,
entonces, resulta conveniente o inconveniente expresar los pensamientos?
Siempre hicimos nuestro el "pensar a contrapelo" benjaminiano y afrontamos,
casi orgullosamente, el malestar de lo inconveniente. Lo correcto políticamente
evita el peligro del descalabro pero nos inunda de gris. Si todo está marcado
por el cálculo (es sugerente la resonancia mercantil de la acumulación de
fuerzas como principio rector de la política) cualquier idea de iluminación
es irrisoria. El misterio no tiene cabida en la diagramación de lo conveniente.
Pero sin el misterio, querido Nicolás, querido Alejandro, nuestras manos,
por decir nuestras almas, quedarían vacías, no sabríamos qué hacer con ellas.
Justamente Oscar comienza su carta con un relato que sólo entiendo en el
espacio de la iluminación: otra manera de conocer lo ya conocido. Cuarenta
años antes Oscar daba clases en un colegio de Bell Ville y allí, en la casa
de un común amigo, conoció a Ciro Bustos, integrante de un grupo guerrillero
inspirado por el Ché y que se proponía instalar un foco insurreccional al
norte del país. Ernesto Guevara pensaba en el mundo, en una especie de final
batalla en la que el bien socialista derrotaría al mal capitalista aunque
fuera al precio de un cataclismo nuclear. Orán, casi al límite entre Salta
y Bolivia, sería uno de los puntos de arranque. Oscar y sus amigos de la
revista Pasado y presente éramos convocados al comienzo de la historia.
Mi memoria no se abre con facilidad a las evocaciones de esos días y me
pongo en guardia contra la tentación de inventar recuerdos. Está Oscar,
de regreso a Córdoba, contándonos su encuentro con Ciro Bustos; está después
el propio Ciro, su fragmentario relato, mi escucha cargada de interés y
escepticismo; está nuestro pasado reciente en el Partido Comunista de donde
fuimos expulsados por publicar Pasado y presente; está nuestra admiración
por Cuba, nuestra convicción de que la Revolución era posible y que los
partidos comunistas prosoviéticos la frenaban con su reformismo. Está la
casa de Oscar, donde se alojaba Ciro Bustos y una despedida en el aeropuerto
(Ciro viajaba a Salta porque era inminente el comienzo de las acciones)
donde tuve la sensación de que el avión que se perdía entre las nubes era
portador de la Historia. Y poco más. Salvo que, por nuestra mediación, se
habían incorporado al foco guerrillero un grupo de jóvenes de Córdoba. Luego
la historia fue una burla. Un juego sin grandeza con la muerte, hueco e
intrascendente. Ustedes conocen algunos detalles. La memoria colectiva argentina
no se detiene en el Ejército Guerrillero del Pueblo que se empezó a desintegrar
tras algunos meses de andar a los tumbos, dolorosa parodia de sí mismo,
sin un solo enfrentamiento con las fuerzas que pretendía derrotar y con
tres condenas a muerte a integrantes del propio grupo: una en Argelia y
dos en el campamento salteño. A estos últimos se refiere Héctor Jouvé en
la entrevista publicada por La Intemperie. El asesinato de Adolfo Rotblat
por sus propios compañeros es el momento consternante que inspira la carta
de Oscar; seguramente merecía una atención raigal en las cartas de Nicolás
y Alejandro. El asesinato (¿de qué otro modo llamarlo?) del Pupi Rotblat
impide hacer cálculos, sumas de datos positivos y negativos. Cualquier argumentación
justificatoria asentada en principios de dignidad y justicia queda deshecha
frente al crimen absurdo que sirve como instrumento de cohesión (¿en qué
se diferencia del terror?) al grupo de hombres que sostienen la voluntad
de llevar adelante esos principios. Casi un siglo antes lo había descrito
Dostoievski en Los endemoniados: Rotblat es Shatov, asesinado por abstractas
razones en la que la sangre hermana a los "revolucionarios". Cuando "todo
es posible", incluida la decisión sobre la vida de los otros, la ignominia
pierde el nombre, el desamparo es infinito porque la omnipotencia desplaza
el amor que nos hace responsables de los otros. Kirilov, que en el drama
dostoievskiano se suicida para demostrar la inexistencia de Dios y el poder
soberano de los hombres, ofrece el razonar desnudo: "Todo hombre es su propio
dios; yo soy dios y no hay más dios que yo". Jouvé recuerda: "También se
hace un juicio contra el muchacho bancario (Bernardo Gronwald). Ese juicio
termina en un fusilamiento. Estuvimos todos cuando se lo fusiló. Realmente
me pareció una cosa increíble. Yo creo que era un crimen, porque estaba
destruído, era como un paciente psiquiátrico. Creo que de algún modo somos
todos responsables, porque todos estábamos en eso, en hacer la revolución".
El peso de la muerte, de lo absurdo, de lo inmisericorde, del hundimiento
en la nada, es el grito de Oscar desde un dolor inenarrable (¿quién, mis
amigos, no ha sentido alguna vez que todo su cuerpo se transformaba en un
dolor inenarrable?) que clama por ser escuchado, porque el grito contiene
el silencio del asesinado, porque sus manos se han vuelto sospechosas de
haber empuñado el arma que remató a quien podría haber sido su hijo.
Sin embargo, queridos amigos, no es sólo el registro de las interminables
muertes, aunque repugne hasta el martirio, lo que toca nuestras fibras.
No es sólo la contemplación de nuestras vidas gastadas con generosidad en
construir campos de muerte mientras proclamábamos (porque lo creíamos) que
estábamos trabajando para que la vida fuera posible en todo su esplendor.
No es sólo un fracaso lo que ahora reconocemos con mirada perpleja. Tanto
como la contemplación de la muerte, me consterna nuestra responsabilidad
por ella y permítanme la evidencia de señalar que esta responsabilidad nada
tiene que ver con los encuadres jurídicos que legitiman una pena. Se trata,
y no puedo dejar de repetirme, de una obligación de responder, de un sentirse
responsable que sólo corresponde a cada uno, que ningún igual puede enjuiciar,
que ningún castigo puede saldar. Hablo (y el eco de Levinas es evidente)
de una responsabilidad primordial, previa a todo acto, que acompaña nuestra
condición humana y que deriva de la fundante responsabilidad por el otro
tanto como de la libertad que nos permite decidir y sin la cual la idea
misma de lo humano se desvanece.
Por condenable que sea, insisto, no es sólo la multiplicación de la muerte
lo que empaña la acción revolucionaria; no es el costo en vidas lo que hace
titubear la idea de revolución, en cuyo nombre se actúa, cuya búsqueda justifica
todos los caminos y cuya presencia impregna de verdad los actos de quienes
actúan en su nombre. Es duro el desafío para quienes sabemos que el ciclo
de nuestras existencias ya puede presentir su final, pero si no nos atrevemos
a poner en duda la idea de revolución el espíritu confundido de nuestra
época terminará de morir en un extenso gemido. Y se entiende que no se trata
solamente de los caminos a seguir para alcanzarla. La bienvenida discusión
sobre la lucha armada corre el riesgo de llevar a la creencia (como ocurre
en la ciencia) de que hay métodos independientes de los fines. Como en la
ficción de Dostoievski, cuando la revolución ocupa el lugar de Dios, los
hombres (que son quienes piensan la revolución) se encuentran habilitados
a actuar como dioses, la "razón revolucionaria" se autojustifica, no hay
otra libertad que la que se deriva del reconocimiento de la "necesidad"
revolucionaria. Entiendo tu incomodidad, Nicolás, cuando no compartís el
texto de Oscar porque abre una polémica "sobre una extensa generación de
sobrevivientes de la lucha armada". Pero ¿quiénes son –o somos- los sobrevivientes
de la lucha armada? ¿Aquellos que estaban en condiciones inmediatas de morir,
como los pocos (es pequeñísimo el número si se lo compara con los que murieron)
que salieron con vida de los centros clandestinos de detención? ¿Los que
eludimos el riesgo de la muerte exiliándonos, es decir abandonando el campo
de una batalla en la que decidimos dejar de participar porque ya no nos
interesaba, porque se nos impuso el miedo o porque se nos hizo evidente
un error que sólo viviendo podríamos redimir? ¿Los que permaneciendo en
la Argentina pudieron sortear el riesgo a que los exponía el haber participado,
directa o indirectamente, en las acciones que la dictadura buscaba suprimir?
¿O sobrevivientes somos todos porque todos estuvimos en peligro, los nacidos
y los no nacidos, los de un bando y los del otro, todos los que sin saberlo
plenamente llevamos la marca de una época de oprobio de la que yo no puedo
despegarme porque las cicatrices me marcan y no quiero disimularlas aunque
se hundan en mi propia responsabilidad por lo ocurrido? Estar vivo, creo
interpretar a Oscar, obliga a hacernos responsables hasta por los muertos.
Si alentáramos reflexionar sobre todo esto desaparecería el riesgo de caer
en los frívolos remedos que constituyen los "debates" periodísticos sobre
lo que con tanta razón alerta Nicolás. Sólo arriesgando ser "inconvenientes"
sortearemos el chantaje –de derecha y de izquierda- que quiere obligarnos
a reconocer como realidad sólo el pragmatismo de los triunfadores. Vivimos
en el irresuelto enigma del lenguaje por el cual la palabra "crimen", utilizada
por Shakespeare, nos coloca en el límite donde la claridad se separa de
las sombras, y la misma palabra, en boca de algún conductor televisivo se
vuelve desperdicio del que se alimenta la infamia humana. No es menor el
tema, aunque no sea puntualmente el de esta carta. Pero si no es éste, si
el sentido, la responsabilidad a que nos obligan las palabras deja de ser
nuestro tema, ¿cómo podemos seguir hablando? ¿Cómo abandonar aquellos interrogantes
si nosotros venimos de un largo, incesante repudio a la vacuidad del charlatanismo,
si no hacemos otra cosa que espantarnos ante la insignificancia que crece
en el mundo, si todavía creemos que la filosofía, el arte y el amor (todas
presencias de Eros) no son meros adornos de nuestra impotencia ni sólo ocurrencias
de precisas exposiciones académicas o de escritos que nos recortan un lugar
(y a veces una paga) en las instituciones que enfrían el mundo? ¿ cómo marginarlas
si sentimos que están en la raiz de nuestras angustias pero también en nuestros
estallidos de felicidad? Ninguna ética que merezca ser considerada -lo hemos
insinuado cien veces- desprecia el ámbito de lo cotidiano. Ninguna abstracción
debería tolerar un actuar que contradiga lo que dictan nuestras teorías.
Estamos obligados, atados a un contrato primordial, ligados -también en
la vislumbre religiosa del término- a hacernos responsables de cada sí y
de cada no que pronunciamos, porque sabemos que para cada sí hay un no disponible.
Porque nos hemos escuchado afirmar en repetidos diálogos que la renuncia
es nuestra última e inexpugnable garantía.
Los abrazo, Toto
Carta
de Luis E. Rodeiro
En torno a Del Barco, Keshishián y La Intemperie
La dificultad del diálogo y algunas precisiones
El número con que La Intemperie cerró el año 2004 estaba lleno de debates
potenciales, que ojalá puedan darse porque de esta manera la revista habrá
cumplido su principal objetivo. Y he escrito la palabra debates, aunque
lamentándolo, porque como dice un amigo sabio, quizá no hayamos alcanzado
en el amplio campo de la izquierda la madurez para el diálogo, que es mucho
más rico que el debate. Por cierto, me incluyo en la primera fila de los
inmaduros. El debate es una confrontación, que muchas veces es saludable
y necesario brindar. El diálogo es un intento de construcción. El debate
supone un adversario; el diálogo, requiere un compañero con el que tenemos
un "algo", pequeño o grande, en común. Ciertamente, no somos ángeles –tampoco
demonios- y nuestras vidas están atravesadas por la historia personal y
colectiva de cada uno, de sus opciones, de sus aciertos o desaciertos y
ello siempre pone algo de pasión en lo que pensamos, decimos, justificamos,
planteamos, defendemos. Sin duda, un intento de diálogo puede concluir en
un debate, a pesar de todo, pero siempre requiere –creo- de una actitud
inicial de cierta complicidad y apertura. Diálogo y debate son instrumentos
con consecuencias distintas. En la última revista, por ejemplo, el excelente
artículo de Diego Tatián sobre La Reforma Universitaria, no se propone un
diálogo con Prudencio Bustos Argañaraz, sino lisa y llanamente una confrontación,
porque parten de visiones distintas. Tatián denuncia el modo de razonar
de esa derecha que reivindica la jerarquía, la tradición, la autoridad,
la herencia, la religión y el conservadurismo moral. Es un objetivo distinto
al diálogo. Y está bien que así sea.
Héctor Jouvé, el amigo sabio (por intensidad de vida) que cito al comienzo,
durante dos números consecutivos de La Intemperie, nos ha relatado en una
larga entrevista la experiencia, por momentos desoladora, por momentos desgarradora,
siempre valiente, honesta, transparente, del EGP, el Ejército Guerrillero
del Pueblo, la patrulla de Massetti y del Ché en Salta. Sus temas nos deberían
haber convocados al diálogo, nos deberían haber exigido un ejercicio de
pensamiento crítico. Cada palabra de Jouvé está cargada de temas que la
izquierda debe asumir y reflexionar. Sin embargo, produce la reacción de
Oscar del Barco, a quien tanto debemos precisamente en esos menesteres del
ejercicio del pensamiento crítico, para plantear ahora desde un fundamentalismo
místico, desde fuera del mundo, del tiempo, de la historia, pero recuperando
la palabra como puñal, la exigencia de una suerte de "harakiri" previo,
que cierra con su condena toda posibilidad de diálogo. No se puede, no hay
posibilidades de diálogo, cuando lo que expresa no es un razonamiento, como
él mismo lo reconoce, sino un acto de contrición, que es una experiencia
personal e intransferible de un particular estado espiritual, respetable
como acto humano, pero que además se lo exige con desbordada violencia verbal
a todos los protagonistas y no sé por qué razones no reveladas en especial
al poeta Juan Gelman. El relato de Jouvé hubiera merecido mejor destino.
El tema central de la violencia en la teoría y en la práctica de la izquierda
merecía un marco de análisis más sereno, menos retórico. Tengo esperanzas
todavía que nos animemos.
Pero no es todo. Porque a su vez, la decisión de la dirección de La Intemperie
de publicar la carta de Del Barco, como un hecho natural de una línea editorial,
pero cuyo texto circuló antes de la edición de la revista en ciertos medios
intelectuales y de la militancia, principalmente porteños, que provocó una
reacción de algunos compañeros y amigos que exigían censura real y hablaban
de tratamientos psiquiátricos, como las de aquellos hospitales –digo yo-
de triste memoria en la historia del socialismo. Actitud que en algunos
incluía la amenaza –luego concretadas- de quita de apoyo publicitario y
de distribución. Reaccionaban así, con fundamentalismo "militante" al fundamentalismo
"místico" de Del Barco. El relato de Jouvé, que merecía el diálogo, quedaba
otra vez a la vera del camino, provocando el "debate" airado: los "harakiris"
versus los " tratamientos psiquiátricos".
Luis E. Rodeiro
Carta
de Diego Tatián
Pensar más allá de la guerra
Sr. Director:
En una línea casi inadvertida de su carta publicada por La intemperie del
último diciembre, sobre el final, dice Oscar del Barco: "este no es un razonamiento".
¿Qué significa que no es un razonamiento? ¿Qué es, si no un razonamiento?
Esta pregunta me parece central para saber ante qué estamos. Si de repente
nos encontramos frente al mingitorio invertido y firmado en su base con
el que en 1917 Marcel Duchamp dejó una de las marcas decisivas de la historia
del arte, sería desacertado querer orinar en él, pues lo que ese objeto
está diciendo es, precisamente, "esto no es un urinario". Tengo la impresión
de que la carta de Oscar del Barco es como un urinario invertido en el que,
por desconcierto, sólo se ve un lugar donde orinar.
"Este no es un razonamiento". A lo mejor, por eso mismo, se sustrae a las
dinámicas más corrientes de la vida intelectual como el debate, la discusión
y la crítica –que sin embargo, como es obvio por el último número de LI,
ha tenido la virtud de promover. Según creo se trata de un texto que se
presta más bien a un diálogo –como Luis Rodeiro, también yo entiendo que
es la manera mejor, si no única, de aproximarse a ciertas cosas que sólo
dejan decirse por el balbuceo y la media voz. Porque el pensamiento no admite
ser reducido a la argumentación, ni a la comunicación, ni siquiera a la
inteligencia, por eso mismo no siempre el debate es su mejor formato. En
el sentido que confirma nuestra condición de hombres, el pensamiento no
está exclusivamente reservado a los locuaces, ni a los inteligentes, ni
a los expertos, ni a los intelectuales; pensar puede cualquiera. Propongo
que prendamos un fuego para continuar la conversación en torno a él, como
si se tratara de una escena arquetípica en la que un conjunto de seres humanos
a la intemperie buscan desentrañar el sentido de las cosas y procuran construir
una lucidez que ayude a enfrentar lo que consterna.
Desde hace treinta años, una minoría decisiva de argentinos no ha dejado
de repetir: "aparición con vida".
Hace tres años y medio, una mayoría de argentinos se pronunció en la expresión:
"que se vayan todos".
El año pasado, el mismo en el que el Estado argentino reconoció por primera
vez haber sido terrorista –y esta coincidencia, o más bien esta oportunidad,
no es insignificante-, Oscar del Barco arroja en una revista de izquierda,
como si fuera una piedra en un estanque demasiado tranquilo, la frase "no
matarás".
No se trata de forzar aproximaciones ni, por eso mismo, de salvar distancias.
Pero se impone una primera evidencia: "aparición con vida", "que se vayan
todos", "no matarás", no son razonamientos. Pero no por ello "reducen" (como
erróneamente dice Hernán Tejerina en su carta) sino más bien expresan lo
imposible, lo inexpresable y lo inaccesible para el léxico científico-social,
la fraseología periodística o los debates. Por eso mismo se trata de sintagmas
que no resisten la literalidad; quien los somete a ella simplemente no los
pone a foco. En su imposibilidad, en su puro estado contrafáctico, en su
simplicidad, "aparición con vida" y "no matarás" a mi modo de ver dicen
lo mismo; no sólo no son enunciaciones reductivas sino que logran presentar
lo impresentable, designar la decantación de un dolor común que de ninguna
manera puede decirse si no así. Más aún, "no matarás" denota exactamente
el significado último de todo lo que, en su fragilidad, desde hace ya varios
decenios es protegido por los organismos de los derechos humanos en la Argentina
y en el mundo.
Resulta curioso que el problema más importante planteado por la carta de
Oscar del Barco, haya sido casi pasado por alto en los textos que le contestaron
-me refiero al problema de la "responsabilidad": abandonar la coartada de
la Historia, asumir la primera persona y hablar en primera persona. La discusión
se concentró casi exclusivamente en el mandamiento de no matar y su pertinencia
o no. El núcleo –insisto: más allá de toda literalidad- al que apunta la
expresión "no matarás", tal vez no es aprehensible empíricamente ni políticamente,
ni, en efecto, se verifica en lo real –aunque sin embargo quizás ilumina
los hechos, la política y la realidad en la que interviene. ¿Es por ello
una posición "fundamentalista", "mística" o "histérica", como se repite
con insistencia en algunas de las respuestas que obtuvo? ¿Ayuda en algo,
en orden a la comprensión, esa adjudicación de términos? A mi modo de ver
el interrogante correcto frente a esa carta es: ¿piensa o cierra? ¿Produce
pensamiento –lo que no quiere decir acuerdo- o sólo tiene voluntad de efecto
y expresa un interés privado? ¿Anula el deseo de igualdad y de libertad
o es capaz de componerse positivamente con él? ¿Bloquea la comprensión o
la enriquece agregándole una dimensión imprescindible de aquí en más?
Entiendo que no se trata –ni es el sentido de la carta de Oscar- de condenar
anacrónicamente a quienes en los años setenta se vieron envueltos en la
lógica de la violencia o creyeron que la vía armada era la mejor, sino de
contribuir para que el relato actual que seamos capaces de forjar sobre
todo ello no sucumba a la mentira, la deshonestidad, la autocomplacencia,
el (auto) engaño o la simple ingenuidad. No creo que el Che haya sido un
"asesino serial" –sí me parece que en tanto manera de entender la política
y la acción política el guevarismo ha tenido efectos desastrosos, aún no
adecuadamente revisados por la izquierda. Por muchas razones no comparto
la "teoría de los dos demonios" –aunque tampoco la que presenta las cosas
como si hubiera habido demonios de una parte y ángeles de la otra.
Habrá un momento, tal vez, en el que el urgente y necesario reclamo de justicia
(o más bien de castigo, pues ¿qué podría significar hacer justicia?) ceda
terreno a la posibilidad de pensar por fuera de esa urgencia. Probablemente
lo único que puede producir ese momento liberador es, precisamente, el castigo.
Y entonces, a lo mejor, seremos capaces de plantear interrogantes nuevos.
¿Es posible sustraerse a la guerra de las interpretaciones –que es potencialmente
infinita, por más que como en cualquier guerra haya vencedores y vencidos?
¿Hay manera de salir de la guerra? De la respuesta a esta pregunta –que
no es epistemológica, ni tampoco solamente teórica- depende la posibilidad
de producir una comprensión más extensa y más intensa de las implicancias
que reviste actuar con otros y contra otros –eso que llamamos política.
Tal vez ese tránsito ha comenzado, muy lentamente, a tener lugar. Si no
me equivoco, la carta de Oscar del Barco –con idependencia de si acordamos
o no con ella- se orienta en esa dirección.
Otras cuestiones, tal vez indecidibles en lo profundo, son convocadas aquí
¿Es posible la transmisión en política? ¿Es posible la experiencia y una
acumulación de la experiencia? ¿Afecta la voluntad de quienes repiten el
anhelo de cambiar el mundo la palabra decantada y desencantada de los que
la han malogrado –o la historia ha malogrado- y sólo disponen de su lucidez?
Las respuestas no son obvias. Lo que se halla en juego es el problema del
legado y su posibilidad. Ese legado, si es posible, deberá estar a la altura
del deseo, la experiencia y la derrota de lo que tal vez haya sido la mayor
y más extraordinaria voluntad de justicia vivida por la historia.
Quizás la expresión "no matarás" sea el legado paradójico de ese tesoro
perdido.
Diego Tatián
Carta
de Daniel Avalos*
Sorpresas, intemperies y debate necesario
1.- Marzo del 2004. Sergio Schmucler reseña el documental "Los Rubios".
La hija de una pareja de desaparecidos inicia, cámara en mano, la búsqueda
de los padres ausentes en el recuerdo de vecinos, militantes, escenarios.
Una historia más de nuestra trágica historia. Pero el que reseña festeja
una novedad: "la mirada desprejuiciada de una joven que no está dispuesta
a rendirle homenaje a sus padres desaparecidos, ni a reivindicar (ni reclamar)
a la generación a la que pertenecieron (…) El film representa una ruptura
en el sentido que no está al servicio del revisionismo que enaltece los
setenta sin mediar reflexión". Sin conocer más que la reseña, ésta puso
palabras a la percepción que poseo de mi trabajo de historiador. Un "no"
testigo que intenta clarificarse y aportar a la clarificación de la rica,
compleja, heroica, aventurera y trágica décadas de los 60 y 70.
Tenía muy pocos años en marzo de 1976 y nula conciencia de lo que ocurría.
Cuando la adolescencia, un poco la escuela y, sobre todo, cierta militancia
política me acercaron al pasado próximo y macabro, me invadió el interés
por esos tiempos y la intuición que tamaña crueldad podía explicarse, también,
por la naturaleza humana y política de los que ya no estaban. El interés
sólo se sistematizó hace unos años. Pero aun antes, ya percibía que la sociedad
y la universidad contradecían, en ciertos casos, una máxima de todos nosotros:
la última no siempre era la burbuja autista, por el contrario en esos ciertos
casos se correspondía absolutamente con los sentires y las actitudes de
la sociedad toda.
No se podía hablar del demonio Videla sin recurrir a la figura demoníaca
de Firmenich que englobaba a tantos otros. Pero como el todo sonaba a injusto
y contradecía ciertas posturas estéticas del momento, empezamos a consumir
la imagen del desaparecido como un ser que mientras miraba televisión desapareció…
sin que nunca sepamos las razones que lo convirtieron en blanco de los grupos
de tareas. Los muy demócratas maestros (profesores o simples ciudadanos)
reivindicaban al desaparecido negándoles una parte importante de su identidad,
de sus luchas, de sus elecciones, de sus apuestas. Rodolfo Walsh no era
un oficial de inteligencia Montonero, era solo el brillante intelectual
que fue.
No entendía a la muy demócrata, pero nunca casta, sociedad argentina y su
necesidad de parcializar la mirada. No entendía el miedo al debate "siempre
postergado, siempre temido" (Osvaldo Bayer) de ese periodo de nuestra historia.
Tal vez por ello en nuestros libros abundan dictadores y dictaduras y escasean
revolucionarios y revoluciones. Tal vez por ello esa obsesión por la muerte
y la derrota de una generación más no con la vida de la misma. Mi hipótesis
inicial consistía en que dicha situación era el fruto de una tarea intelectual
militante contra el olvido y la impunidad. Lo sigo creyendo, pero sin dudas
algo más debe haber.
Por ello mi interés se dirigió a la historia de los hombres y mujeres que
aterrorizaron a los jefes económicos y a los militares. Mi situación era
y es la del ignorante que intenta comprender un periodo que para nosotros
no está del todo esclarecido. Me refiero a un nosotros generacional, porque
para muchos que nos anteceden las cosas parecen estar más claras bajo el
argumento, inapelable, de la partida de nacimiento. Esa que nos informa
que dichos años los encontraron con la edad suficiente para conocer la realidad
de nuestro país. Es raro, muchos de ellos nos dicen que no sabían que la
gente estaba desapareciendo. Tal vez por ello, aunque respetaba la condición
de testigo y/o protagonista, me oponía en silencio al autoritarismo del
"yo lo viví".
Después de leer la carta de Oscar del Barco creo que debo ser más audaz.
Un intelectual brillante, involucrado en la discusión y los movimientos
de esos años, declara que los testimonios de Héctor Jouvé sobre hechos acaecidos
al interior del EGP (fusilamientos de guerrilleros por parte de sus compañeros)
lo hicieron tomar conciencia de la tragedia que apoyó, en donde la muerte
era un elemento de la ecuación. Y me pregunto cuanto influye este temor
(que sin dudas trasciende a la persona del intelectual mencionado) y el
éxito de la prédica alfonsinista de los dos demonios en el "debate postergado
y temido".
Pero estos descubrimientos se dan hoy y no en los 80, tal vez porque el
debate abierto amenaza con entrar. Los testimonios de Jouvé son un ejemplo,
pero no el único. Se empiezan a reeditar trabajos que tienen ese objeto
o aparecen otros con similares intenciones. Valga recordar los 3 tomos de
Anguita y Caparrós sobre la militancia revolucionaria de los 60 y 70 en
donde podemos leer no sólo por qué se estaba dispuesto a morir, sino también
a matar. El marco ideológico, político, social y los escenarios vendrían
bien, de una buena vez, conocerlos mejor para rescatar "experiencias y paradigmas
que han dejado un legado imperecedero".
2.- La frase corresponde a otro artículo: "Construir poder o sucumbir a
la intemperie". Adhiero a la intención. La apuesta no es menor en tanto
supone trascender la, también legitima, curiosidad histórica. No es menor
porque el postulado parte de algo muy distinto a la historización absoluta
que entiende los conceptos y las afirmaciones de un periodo como válidas
para el periodo que les dio origen. Rescatar experiencias y paradigmas supone
no creer que los conceptos y afirmaciones sólo sean productos singulares
de una ensalada irrepetible de hechos humanos.
Esta convicción, creo, forma parte del artículo que polemiza con Rodeiro
y su metáfora a la "intemperie". Nos alerta sobre los peligros de asumir
ese espacio libre de dogmas y teorías como punto de llegada y no de partida.
Nos alerta sobre rasgos anarco-liberales de Luis, lo cual deberíamos precisar.
El anarquista francés Jean Grave escribió en 1896 "puesto que los años de
nuestra vida están contados y la experiencia del pasado nos muestra que
la humanidad pierde milenios en tales experiencias (se refiere al reformismo)
nosotros queremos demoler para reconstruir según planes enteramente nuevos".
La impaciencia anarquista está muy lejos del Rodeiro que apuesta a los cambios
culturales.
Por el contrario, si nos acercamos al neoanarquismo francés de los 60 y
sus reivindicaciones de "alternativas particulares de existencia" en contra
del partido propietario de la teoría, tal vez el alerta tenga más sentido.
Adhiero plenamente al rechazo de esos tipos de partidos, pero me preocupa
que en nombre del antiautoritarismo desemboquemos en encuentros espontáneos,
asambleísmo vulgar o divisiones absurdas ante cualquier pluralidad teórica
que no suelen ser más que diferencias de opinión. Me preocupa que el estallido
rápido reemplace a la organización, que no es incompatible con la más directa
de las democracias. Pero los textos de Luis también me recuerdan otros conceptos,
no precisamente anárquicos: el doble poder que defendiera Santucho en los
70. Luis Mattini lo definía como una disputa contra el poder burgués "palmo
a palmo". No en un sentido territorial sino político y de gobierno paralelo
a partir del surgimiento de órganos sociales a nivel local. Claro que Santucho
creía imposible la supervivencia de esos órganos sin la vanguardia revolucionaria,
que con su fuerza militar los custodiara y les imponga conciencia revolucionaria.
En este sentido creo que el reclamo de precisión del autor es válido. Fundamentalmente
porque las experiencias que a Rodeiro entusiasman son reales y protagonizan
las luchas del presente. Son los grupos que se organizan a partir de demandas
concretas. Que al reclamo acompañan una gestión increíble. Los que empiezan
a producir (insularmente, es cierto) nuevos tipos de relaciones sociales
y valores olvidados por la cultura del capital. El Movimiento Territorial
de Liberación gestiona créditos y construye su centro habitacional. Las
mujeres ocupan puestos antes monopolizados por hombres. Legalizan a inmigrantes
llamados ilegales. Discuten criterios de adjudicación de viviendas en donde
se excluye el tema dinero. Consideran la lucha cotidiana (en la calle) no
solo una necesidad, sino también un deber ciudadano. Las experiencias son
múltiples. Bien resume el sentido de muchas Ángel Lazo, vocero del Movimiento
Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), que declara que no es cuestión
única la redistribución de la riqueza sino también de "quitarle espacio
al capitalismo sin pedirle permiso" (Intemperie Nº 8 pp 6). Las precisiones
de Luis ayudaran a todos.
El artículo reclama también el cobijo de un proyecto político y solicita
que desconfiemos de Hollaway (¿única fuente de Rodeiro?) y sus promesas
de un paraíso que no precisa de la desagradable lucha por el poder. Sospecha
de quien pregona que el sujeto revolucionario ya no es el proletariado sino
la multitud, "un contrapoder indefinido". Y yo desconfío de Hollaway por
todo esto, pero no puedo dejar de preguntarme si el mesianismo obrero tiene
vigencia y exclusividad, si nuestras incertidumbres no se relacionan con
el hecho de que nuevos sujetos no terminan de mostrarse, si no es un reduccionismo
ver en los excluidos a los viejos obreros por el hecho que muchos son ex
trabajadores, sin observar que en la actualidad miles de excluidos nunca
conocieron la condición de trabajador.
Supongo, entonces, que la preocupación por el proyecto político proviene
de la actitud de intelectuales y movimientos sociales que parecen no tener
como prioridad la discusión sobre la política y el poder. Pero la política
también es resistir y organizarse para sobrevivir a un orden que se empeña
en negar esa posibilidad. También es elaborar una comprensión sobre las
razones que explican la desesperada situación. Esas actividades se dan en
muchas de las organizaciones que se declaran apolíticas y que ocupan un
espacio público: la calle.
Si estas actividades políticas primarias, si es que pretendemos calificarlas,
no parecen empeñadas en la elaboración de un proyecto colectivo que trascienda
y englobe a las organizaciones puede deberse a la falta de puentes que articulen
las luchas de los muchos que se lanzan contra lo mismo y por algo parecido,
aun cuando parecieran no saberlo. Esos puentes en donde los intelectuales
deberían jugar un rol importante todavía no aparecen o están escasamente
desarrollados.
Por esto la propuesta de hegemonía gramsciana es seductora: la cultura que
"ese grupo logra generalizar para otros segmentos sociales". Esa dirección
cultural, como diría Gramsci, es una tarea monumental y no excluye el tema
del poder y del Estado, pero tampoco es sólo eso. No se trata solamente
de dar a luz una voluntad colectiva capaz de crear un nuevo aparato estatal,
sino la elaboración de una concepción nueva del mundo.
Esa tarea no compete solamente a las vanguardias. Compete a todos los que
apuestan a transformar la realidad. Gramsci lo planteo. La cuestión de la
hegemonía no está reducida al partido sino a "todas las instituciones de
la sociedad civil que tienen algún nexo con la elaboración y la difusión
de cultura". Tampoco compete sólo a las tradicionales concepciones, sino
a las nuevas: las que organizadas a partir de demandas no tienen prejuicios
de alianzas con las clases medias y reivindican autonomía y horizontalidad.
Son concepciones con una lógica distinta a las viejas y de allí la importancia
del lugar sin techo, el cielo descubierto. De allí la necesidad de cuadros
políticos, sindicales, intelectuales que se vuelquen a la construcción colectiva
y no a la catequización en masa.
Héctor Jouvé, en una larga entrevista que le realicé en octubre del 2002
sobre la experiencia del EGP, me decía cuando hablábamos del presente que
no se trata de esto o aquello, sino de esto y aquello para volver a pensarnos,
para redefinir los caminos, los objetivos. Creo que tiene razón, aun cuando
el método represente un inconveniente: ponernos de acuerdo.
3.- Pero mientras pienso en el hoy apelando al pasado, a nuestro pasado,
vuelven al pensamiento las ideas y palabras de Oscar del Barco en su carta
al director. Su desencanto y culpa con una experiencia y un periodo que
no respetó el mandato "no matarás" trasciende a la crítica puntual y se
convierte en una acusación de asesinos seriales a Lenin, Trostky, Stalin,
Mao, Castro, Guevara que explicarían en parte el fracaso de los movimientos
"revolucionarios" (entre comillas). La lógica del razonamiento (aunque Oscar
del Barco niega que lo suyo sea un razonamiento) es extensiva al EGP, Montoneros,
el ERP, Jouvé o Juan Gelman. Pero no en el sentido de que compartían concepciones,
sino una moral distorsionada.
Oscar del Barco disocia la moral de las concepciones porque la primera es
inmanente, es decir está siempre presente aunque se complete en los sujetos.
Por ello puede excluirla del proceso de construcción social. Tal vez por
ello las concepciones que generaron y desarrollaron un determinado tipo
de moral terminen mejor parada entre las causas de la derrota. Esas concepciones
en donde el revolucionario esclarecido se siente facultado y lo facultan
para decidir que es lo que está dentro o fuera de la revolución, sin que
nos preguntemos los contextos y los hombres que generaron y mantuvieron
esas concepciones.
Pero lo dicho no invalida tratar los hechos del EGP que consternaron a quien
apoyó la experiencia. No es la primera vez que se valoran esos fusilamientos
desde el mandato divino e inmanente del "no matarás". Gabriel Roth desarrolla
estas explicaciones en su trabajo sobre el EGP. También se explicaron los
mismos desde una postura instrumentalista: los males de la guerrilla (involución
de los guerrilleros Pupi y Nardo) amenazaban el objetivo de la empresa guerrillera:
la lucha por el poder. Roth lo explica apelando a las características conspirativas,
cerradas, marginal de la guerrilla que aleja a sus miembros del debate obrero
y las dirigencias abiertas, confinándolos al sectarismo y la intolerancia
en donde el valor de las leyes disciplinarias tiene el poder de lo divino.
Por mi parte, prefiero reducir, aquí, mi crítica a un elemento: la organización
y las reglas del EGP se contradecían con el proyecto de sociedad que prometían.
Comprender por qué el camino fue tan distinto a los objetivos, en el EGP
y en otros grupos, es parte de la tarea pendiente, del debate postergado
y temido. Sumemos a esto los descubrimientos tardíos de errores y la siempre
vigente teoría de los dos demonios y tal vez concluyamos que el debate es
urgente, por simple curiosidad, pero también para rescatar lo imperecedero.
Aprovechar el momento, los testimonios, los análisis, los sentires es imprescindible.
Para enterrar lo que no sirvió y lo que hoy no serviría, para resucitar
ideas y también para inventar otras.
Daniel Ávalos
*Daniel Ávalos vive en Salta, es historiador y director de la revista Cultura
y Política.
Carta
de Ricardo Panzetta
A propósito del testimonio de Héctor Jouvé
Sr. Director de La Intemperie:
En todo relato de un pasado que se ha experimentado, hay un recorte, una
selección: cada relato aparece como el dibujo de un mapa con su mayor o
menor valor, tanto para aludir al territorio real que describe, como para
orientar alguna acción presente. El testimonio de Héctor Jouvé sobre la
guerrilla en Salta (La Intemperie, 15 y 16) es un relato descarnado, en
el que resulta evidente su voluntad de ser útil.
Mi primera afirmación ante este texto fue un gesto íntimo de gratitud. Había
leído antes el libro de Daniel Ábalos, Ideología y mito del EGP, que consiste
en una larga -a mi entender muy buena- y contextualizada entrevista a Jouvé.
Ambos textos, el libro y el artículo, son versiones cartográficas. No deseo
extenderme en el análisis comparativo, sino en el hecho de que el relato
de la revista es posterior y más sucinto, por lo que es posible, conociendo
ambos, comprender más fácilmente qué clase de alquimia aún ocurre en Jouvé.
El relato de "La guerrilla del Che en Salta" es el relato de un gran fracaso
presentado sin eufemismos. Mucho del análisis que aún debemos sobre el foquismo
en América Latina, está ahí: que la candidez y la emoción sincera no alcanzan
a cubrir -y no es bueno que pretendieran seguir cubriendo- el desastre y
la derrota, no debida sólo al accionar de los enemigos.
Luis Rodeiro ha hecho una impresionante constatación: "...la ‘inversión’
de nuestras luchas, de nuestros muertos, de nuestros torturados, de nuestros
mutilados, de nuestros desaparecidos, tiene resultados demasiado módicos,
en cuanto a ensanchar la justicia, en ampliar la libertad, en forjar una
cultura solidaria. Demasiada sangre para tan poca revolución." y se pregunta
luego "¿Sólo en nuestras debilidades humanas, está el fracaso? ¿Los desvíos
permanentes al autoritarismo, al totalitarismo, son sólo consecuencia de
líderes perversos? ¿O hay algo en nuestras concepciones (en un nosotros
histórico), en nuestros dogmas, en nuestra propia estructura organizativa
que conlleva a la asfixia de nuestras ‘revoluciones’?" (La Intemperie, 2)
Pero la entrega total de ayer es recuperada en el relato de Jouvé en cuanto
tuvo de gesto amoroso. En efecto, sin aquella honda sinceridad habría vinagre
y comparaciones enojosas en vez de tanto deseo de seguir construyendo...
La alquimia es valiente, serena, esperanzada, y aún -40 años después- dolida.
No reclama nada para sí, no es moralista en ninguna atribución a terceros:
el mapa presenta las marchas en la montaña, hacia arriba y hacia abajo,
acercándose o alejándose de la gente; las contradicciones sobre la elección
del sendero; y lo que resulta más visible: los dos fusilados, los muertos
de hambre y el amigo que se le escapa de las manos dejándole la correa y
cayendo 30 metros al vacío. También está su propia caída al agua y su inmersión
en un mundo ingrávido, que parece ser, sin embargo, poderoso como una bisagra.
Es una alquimia dolida para quien su muerte no es ya un problema, sino su
sobrevida a las muertes absurdas que l de alguna manera intenta convertir
en muertes con sentido.
¿Cómo reconocer hoy las voces que sostienen el espíritu fraterno sin repicar
idénticas al momento en que fuimos derrotados? Creo que son aquellas que
no sólo afirman, o dudan, sino aquellas que -con respeto y generosidad,
pero nítidamente- niegan. No basta con afirmar el socialismo, no basta con
afirmar nada; hay que señalar concretamente las formas de sometimiento que
desean superarse.
¿Cuáles son ahora las voces que pronuncian más certeramente que antes la
negación del capitalismo y abominan con mayor eficacia toda dominación?
Las de los náufragos y los que están en las fronteras, y hacen de su cuerpo
el territorio de sus victorias.
"En la intemperie están los que dudan de viejas certezas..." - decía Rodeiro
en el artículo citado. Y también: "Los nombres ya no nos alcanzan, si no
somos capaces de redefinir sus significados [...]Estamos a la intemperie,
y quizá sea bueno para recuperar la templanza, para recuperar la historia
y nuestra historia, sin techos que nos aprisionen"
"Nos hemos convertido en monos recolectores" dice Jouvé y describe los límites
eventualmente permitidos haciéndole decir al poder: "hacé lo que quieras
con los derechos humanos, pero no te metás a cuestionar al sistema, porque
ahí te cortamos las manos". Pero él quiere cuestionarlo todo, y "construir
nuevas redes de conversaciones", grupos de amigos hoy, no después de la
toma del poder, sino ahora, en medio de la derrota formulando nuevas y más
hondas preguntas, y construyendo una nueva cultura... No es un ingenuo,
y sin embargo, propone algo simple.
Pareciera desear que la sociedad se contamine de ácratas y que la libertad
sea contagiosa. Quiere una nueva cultura. ¿No es esta una desmesura, a tenor
de la intemperie? Puede que lo sea; pero seguramente sería un despropósito
si no fuese, precisamente, planteado desde allí. Bajo techo, ‘nueva cultura’,
sería una más o menos seductora vuelta de tuerca de la modernización; es
decir, una actualización, no un cambio.
La conciencia de la condición humana se parece bastante a la del exilio
radical. Es la intemperie. Pero también el lugar donde aparece -o no- la
dignidad de la cual la vida se hace subsidiaria.
Reflexionando el testimonio de Jouvé, recordé la Oración por la dignidad
del hombre, de Pico della Mirandola (s.XV): "... Te puse en el centro del
mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe
en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal,
a fin de que -casi libre y soberano artífice de ti mismo- te plasmaras y
te esculpieras en la forma en que te hubieras elegido..."
¿Será posible reiterarnos después de las derrotas? Sí, "... podrás degenerar
hacia las cosas inferiores que son los brutos..." . No existe ninguna garantía.
En el centro del hombre hay sólo indeterminación. No es posible apelar a
ningún mandato último-genético. Ni siquiera el ‘no matarás’ que pretende
Oscar del Barco como central (La Intemperie, 17). Si así fuera, habría un
punto de apoyo seguro, final y originario a la vez, que daría el poder de
contemplar y juzgarlo todo ahistóricamente. "... La naturaleza limitada
de los otros se halla determinada por leyes que yo he dictado. La tuya,
tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna...’
En efecto, es posible reiterarnos históricamente. Pero también es posible
la utopía. Por fin hemos dado la vuelta al mundo. En la época globalizada,
sabemos que el único territorio solidario que existe es el que inventemos.
Nunca la vigencia de la utopía ha sido tan absoluta como hoy.
Ricardo Panzetta
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Todas las notas de esta sección han sido publicadas originalmente en la
Revista mensual
La Intemperie
Córdoba Política Cultura; directores: Sergio Schmucler, Cecilia Pernasetti,
Luis Rodeiro y Emanuel Rodríguez.
TE: 0351-4683720; E-mail: laintemperie@gmail.com
Una
refflexión sobre los '70, el "peronismo de liberación" y lo que siguió
La década atragantada
Los setenta son una época fijada en el imaginario político, unos años tenaces
sobre los que se sigue opinando con pasión y violencia. Así, "setentista"
es un insulto o una definición peculiar del compromiso. Un recorrido sobre
cosas imaginadas y cosas reales de esos años, y de éstos.
Por Nicolás Casullo *
Ilustración. El Tomi
Jeringoza
¿Qué fueron en realidad los primeros ’70? ¿Qué contuvo el ’73? La revisión
de esos años necesita ahora un debate más arduo que lo testimonial, lo denunciativo
o la información sobre sus violencias organizadas. Representa una época
cultural y mítica mucho más telarañosa, dentro del argentino de estos días,
que el repetido dato de Firmenich, López Rega, Videla y las balas. Nos muestra
un tiempo carente de ensayos que analicen los imaginarios sociales que su
sola mención todavía activa. Esos iniciales ’70 reptan en nuestras almas.
Si a vuelo de pájaro uno toma nota de lo que lee y escucha en la actualidad,
detecta ese latido de lo aún no situado: de qué forma tenaz resuenan esos
años en el presente. Para el ex presidente Menem los ’70 son hoy su reaparición
como el comunismo siempre disfrazado. Para la extrema izquierda son la retórica
gubernamental evocante de una política engañosa. Para el intendente Patti
resultan el regreso victorioso de los derrotados. De acuerdo con el presidente
Kirchner representan en parte un fondo histórico para una política nacional
pacífica y democrática. Según una derecha expresa como la de Mariano Grondona,
los ’70 significan el montonerismo otra vez, ahora en términos de farsa.
Para la investigación académica pasaron a ser una sumatoria de datos de
la que casi siempre se fuga la clave secreta. Para el negocio editorial
son una cantera de escrituras que rinde beneficios. Para la moral de Carrió
exponen la cuota revivida de provocación populista contra la Iglesia, los
militares y los agroexportadores objeto de "retenciones". Para el diario
La Nación personifican el populismo en sus rasgos más potencialmente totalitarios.
Para los sectores de la izquierda nacional radiografían el peronismo más
genuino. Para el progresismo antiperonista, los ’70 representan lo insoportable
de tener que volver a vivir un tiempo de "izquierda peronista autoritaria".
Para los transversales constituyen el retomar un proceso, tergiversado otrora
por el vanguardismo militarista.
Historia y tragedia
En el debatir nuestros ’70 durante estos últimos dos años y medio se puso
de manifiesto, desde la primera evocación fuerte hecha por el presidente
Kirchner antes de asumir, que en aquel pasado nacional de hace tres décadas
quedó, mal acumulada, la mayor carga de sentido histórico que planteó la
biografía de la Argentina moderna.
Ese cúmulo de significación no sólo se expresó en las muertes cuantiosas,
en la experiencia de una edad aciaga. Tal desdicha dibujó sin duda el drama
mayor del siglo pasado. Aunque probablemente también este dato de lo infausto
obligó a que los ’70 fueran hablados sobremanera como denuncia de unos y
cinismo de otros, demasiado en las figuras del guerrillero, el torturador
y el desaparecido, para dejar todavía desguarnecida la real comprensión
de esa Argentina –de nuestra historia en sí– y dentro de ella la dimensión
del peronismo y de la cultura política general de la sociedad.
Tiempo pasado sin embargo que aún está ahí, se lo acepte o rechace: tanteado
en la penumbra de lo que nos pasa. Tiempos que yace en su furia y dolor
como una presencia en claroscuro, callada, en un rincón de la misma habitación
donde ahora ejercemos nuestras discusiones y retóricas: algo que no alcanza
a discernirse todavía con el rango de figura dibujada.
El proceso militar, la democracia alfonsinista, la escuálida renovación
del PJ, el extenso menemato y la fallida Alianza son períodos complejos
pero hablados, y por ende bastante saldados interpretativamente por el imaginario
social. En cambio aquel corto 73-76 del "peronismo de la liberación", el
de los últimos años de Perón, el del auge de las vanguardias de izquierda
–aquel país que quedaría como una oscura cifra situado antes y después entre
dictaduras– permanece en la ambigüedad interpretativa, en la indecibilidad
de lo que configura filosóficamente un destino. Entendiendo por esto último:
el mutismo con que se reviste a veces lo que signa.
Destino. ¿Qué se busca decir? El camino de lo que contradictoriamente hace
y deshace una historia social, en este caso la argentina. El acontecer como
verdad y a la vez como enigma de esa misma historia. Como huella indeleble
y a la vez desmemoria recurrente. Como punto ciego –la guerra– y a la vez
como clave de bóveda –mundo fuerte de ideas– en un único y mismo rostro.
Esto es, el sentido de lo humano en tanto redención y a la vez catástrofe.
Tal cual sabía enunciarlo de manera incomparable y por vía poética el pueblo
griego: lo efectivamente trágico en tanto punto cumbre para pensar y preguntarse
por la condición del hombre y su comunidad.
Trágica sería la visión, según el filosofar del alemán Frideric Schelling,
de la trama de una historia en el momento del conflicto que jamás se resolverá
tal cual lo sueñan las voluntades en acción. ¿Qué interpretación sobre lo
cultural y los mundos colectivos –más apta aún que la crítica materialista
o moralista– que entender los ’70 desde la idea de un tiempo de liberación
mutado y concluido en opresión extrema como el Prometeo Encadenado de Esquilo?
O desde la búsqueda de un bien común, que obliga al mal, al ritual de la
violencia como en Agamenón. O el proyecto de un país pensado en términos
de mancomunión y justicia, que en realidad quiebra en profundis las comuniones
como en la Tebas de Penteo. O un itinerario que busca poner fin a los velos
y mentiras de una historia, y termina cegando las miradas igual que en Edipo.
El reconocimiento de la tragicidad no es un juicio negativo, una descalificación
historiográfica ni una mitificación a la memoria de los ’70, sino el fondo
indeleble que expone una determinada escena nacional. En esa escena los
hombres, amigos y enemigos, están a la altura del ephos, de la pasión identitaria
que los enviste como tales, pero las fuerzas provenientes y las desatadas
desintegran a los propios protagonistas.
Trágica es la conciencia de la condición trágica de la historia desde la
temeridad de los hombres. Es el poeta Holderlin, cuando su héroe Hiperión
rememora el fracaso de su lucha por la libertad griega, debido a los desbordes
de la misma historia desaforada. El recuerdo neblinoso de Hiperión descifra
lo diáfano y lo fúnebre en las mismas imágenes.
La gimnasia de sepultar un tiempo
Las argumentaciones que produce hoy el fuerte reaparecer de los años ’70
no tienen que ver sólo con la sangre y la muerte, sino con una marca profunda
de la memoria en lo que hace a una época que expuso lo nacional indeleble:
una dramática viga maestra que explicaría nuestras claves históricas, entonces
y ahora.
Un país, aquél, más desnudo que nunca en su confrontación entre intereses
en pugna. La actualización discursiva de la veracidad que expuso aquella
historia remite hoy a todos los fantasmas del lenguaje que portamos. Es
que no hay nada más drástico, inclemente, a veces intolerable, que aquello
que impide instrumentar las ideologías conciliadoras, que quiebra el mito
o baba del diablo de la supuesta unanimidad de intereses sociales.
En la primera mitad de los ’70 no primaron tales dispositivos mediadores,
consoladores, a cargo de una dominación simbolizadora de las cuestiones:
de un poder liberal que por último siempre se reservó definir "el todo"
argentino. Por el contrario, lo que se litigó y confrontó en aquel entonces
fueron, precisamente, las representaciones del mundo nacional. También las
del pasado, y las de la propia cultura argumentativa en cuanto a legítimo/ilegítimo,
legal/ilegal, democrático/ no democrático, bajo la hipótesis de una lucha
que adquiría para sus actores la dimensión de "histórica". Es por eso que
en realidad aquel tiempo, en su sonoridad y violento derrumbe sigue sin
ser hablado hoy. Apenas fantasmáticamente aludido.
Como un fetiche entonces que esconde su propia biografía, ese tiempo hasta
el ’76 sería, desde esta perspectiva, años argentinos que componen una estructura
profunda de la memoria social colectiva: una suerte de sociedad transparentada
y en drástico litigio. Y a la vez, esos años resultan la narración peronismo/antiperonismo
por largos años obturada. Un relato que por la dramaticidad del fracaso
"de la liberación" expuso luego los mayores disfraces, eufemismos, hipocresías
y máscaras linguísticas –desde uno y otro bando– en cuanto a de qué se trataron
y tratan las cosas nacionales, la violencia y las calidades institucionales.
Distintos lemas y paradigmas que impregnaron los años posteriores a esa
escena de los primeros ’70, buscaron de manera diversa dejar atrás aquella
Argentina setentera con su disputa de clases sociales, desgarrada entre
un proyecto popular con su caudillo y plagado de esperpentos, y una tradicional
dominación cívico-militar del país, disfrazada de palabras altisonantes
y antipopulistas por derecha y por izquierda marxista.
En esas secuencias posteriores se tienen la promesa de la dictadura militar
de un orden higienizado con "nuevos" partidos, la democracia que daría de
comer junto con el preámbulos de la constitución y el equivoco histórico
padecido, slogans del gobierno radical triunfante. El menemato como peronismo
en sus despojos, tránsfuga, entusiastamente delictivo y comprado por la
edad de las mieses neoliberales del primer mundo. Luego la fallida "moralización
del modelo" del uno a uno a cargo de la Alianza. Y la protesta de cacerolas
defraudadas y piqueteros rebeldes desde diciembre del 2001 clamando por
una intempestiva renovación de todos los políticos.
Estos horizontes propositivos desde el ’76 para acá pueden ser leídos –en
relación con lo que nos preocupa pensar– como napas recientes que se agolparon,
que hundieron y distanciaron, en cada ocasión, aquel relato vertebral que
habían protagonizado los ’70 como resolución de una áspera modernidad capitalista
del país. Fueron renovados y sucesivos horizontes ideológicos y políticos
que en su intención abarcadora de una nueva verdad explicativa de lo nacional,
alejaban de aquellos fallidos ’70. Apartaban de aquella escena incandescente
y violenta protagonizada por la sociedad, que en su querer consumar popularmente
un largo período inscripto en la inteligibilidad de nuestro siglo XX (con
sus actores, versiones y tiempos progresivamente enfrentados) habían por
el contrario concluido con la muerte de su líder histórico, con feroces
luchas internas peronistas, con el delirio del izquierdismo guerrillero
y el cálculo exterminador de las fuerzas armadas poniéndole fin a una Argentina
histórica.
La lejana cercanía
Pero ninguna de estas divisas epocales de nuestra crónica reciente, que
ejercieron ya sea la demonización de aquellas posiciones irreconciliable,
luego la abstracción democrática, la promesa del fin de las corporaciones,
el "derrame inversor para todos", el privilegio del país privatizado, la
"autonomía de la política" con respecto al dato social en crudo, el fin
de las ideologías, el republicanismo de mercado, en definitiva ningún armado
de esta serie durante tres décadas logró, sin embargo, instalar una nueva
lógica substituta que quebrase el fondo de la escena de los ’70. Que disolviese
lo esencial de aquella escena sobreviviente en nuestros imaginarios y mentalidades.
Sobreviviente en credos, reacciones, tipologías, antinomias, inconscientes,
mundos simbólicos prepolíticos, memorias ancladas en archivos ideológicos,
simbologías del "otro". Escena sobreviviente en lo que hace a ideas claramente
divergentes con respecto a lo democrático, a las nociones de poder, de pueblo,
de justicia, de sociedad nacional: sin lograr disolver por lo tanto aquellas
formas endisputa –que se heredan a sí mismas– sobre las posibles y enemistadas
historias a postular para el país.
De ahí la intensidad de sesgos que provoca hoy, en los ríos subterráneos
de la sociedad argentina media, el regreso de esos ’70 en tanto cita y referencia
fuerte desde el gobierno y las oposiciones. Tensión manifiesta no en términos
de reacción contra algo que ya estaría superado, y retornaría desde la lejanía
como criatura intrusa y "extranjera". No en tanto rechazo a una violencia
guerrillera por renacer, porque tal tesis no tiene asideros en el presente.
No por recelo a aquellas banderas "socialistas" (como muerto viviente resucitado)
porque tal objetivo no está en el orden del día de ninguna agenda. Por cierto,
en el presente la disparidad ideológica y política se vuelve más áspera
y virulenta en sus enunciaciones no por la ajenidad que aparta a una y otra
época, sino por lo contrario: por lo que permanece inscripto hoy de aquellos
’70 en la narración sobre y en nosotros mismos, como sociedad siempre descuajada
y renacida.
En la comprensión de nuestra actualidad con sus disputas políticas diarias,
se debe reconocer lo que se decía al principio del texto: la condición de
tragicidad en que quedó anidada la crónica argentina desde aquellos años
duros. Esto es, tragedia que expone una verdad ambivalente, abierta, incierta,
incompleta, fracasada, y que por eso mismo toca las identificaciones más
hondas de un ser comunitario. Nos obliga a un logos nacional que desafía
las simplificaciones, los esquematismos, el blanco o negro, la simple condena
o el panegírico de aquellos años.
Desde este ensayístico punto de vista, nuestros ’70 no son buenos o malos.
No deberían llevar a melancolía o satanización. No han muerto ni volverán.
Remiten al humus societal cuando riega y abreva lo trágico: al entusiasmo
y el duelo de las causas humanas llevadas a cultura. Razón y mito en cruce:
las narraciones que siguen calladamente hablando.
Constelación ‘70: cinco aproximaciones
La primera mitad de los ’70 fija varios puntos cardinales como dimensiones
contradictorias, ambiguas, de encontrados valores en lo social, y que se
esparcen hoy por detrás de las tan mentadas figuras de la violencia, la
mesa de tortura y la muerte. En principio, el peronismo emergió entonces
con el máximo punto de autoconciencia de su propia biografía en tanto proyecto
movimientista-frentista-populista, y como la amenaza más concreta de todo
el siglo XX a la dominación económica e ideológica liberal histórica. Esto
es, en el ’73 una contradictoria izquierda real de masas populares adquiere
su fisonomía y triunfa democráticamente en el marco de una sociedad de inclinación
en buena medida conservadora.
Segundo, el peronismo suma en aquella encrucijada al campo intelectual,
universitario, estético y de juventud burguesa de origen marxista, cristiano,
nacionalista, humanista, campo que le había sido siempre adverso, el cual
se hace cargo de algo decisivo y ausente en 1955: de otra lectura y comprensión
de la índole de lo argentino. Por lo que, a la tradicional disputa en fábricas
se agrega la otra gran disputa decisiva para la legitimidad de gobierno
de un bloque histórico democrático: la cultural, dentro de la pluralidad
del universo de libros, textos, ideas, valores, medios de masas, docentes,
comunicadores y mentores. En los ’70 puede decirse se instituye el debate
político-intelectual, informativo-mediático y teórico-conceptual que redefine
y encauza la comprensión de las cosas del país. Queda trazado un surco profundo
de lectura desde lo nacional, aun por encima de posteriores gestiones, gobiernos
y programas y de las propias defecciones peronistas.
Tercero: el costo de aquella nueva articulación socioideológica en el peronismo
setentero devendrá en un estigma que sobrevuela y legan los ’70: descomposición
identitaria del movimiento, contradicciones intestinasviolentas, habilitación
de intereses y políticas golpistas, indefensión, derrota, caída y fracaso.
Desde el ’73 el peronismo hace notorio que precisa, cuando domina en su
cuadrante el centroizquierda, "desclasar" la composición de sus bases, ampliarse
políticamente, redesplegarse y coherentizarse con la propia escena política
histórica trastornada. En aquel ’73 remociona, dinamiza y hegemoniza de
manera frentista un embrionario posperonismo que conmueve al campo político,
que altera al propio justicialismo y que actualizó la discusión sobre qué
es "progresismo" en el país.
En cuarto lugar: la secuencia nacional que desemboca en aquellos ’70 ratificó
de manera elocuente que el eje cultural y político de enfrentamiento peronismo/antiperonismo
es el que le da forma, cuerpo y voz genuina a la crónica de los conflictos
argentinos contemporáneos. Básicamente cuando dicha crónica se vuelve realmente
confrontativa a partir de determinados lapsos políticos de un peronismo
corrido a izquierda. En tales circunstancias dicho eje de discordia emerge
de manera natural, espontánea, atávica, ciega, ideologizando desde esta
oposición de manera negativa, inconveniente y hasta inoportuna el conjunto
de la escena social. Esto es: esencialmente el eje de tensión peronismo/antiperonismo
hace legible todos los trasfondos societales y culturales en sus distintos
tiempos históricos, más allá de las máscaras, lenguajes o ropajes políticos
que pretendan suplantarlo.
Finalmente, también los años del ’70 al ’76, en las ambiciones transformadoras
que el movimiento popular contuvo y en el categórico naufragio que protagonizó,
confirmaron de manera traumática que el plexo de "la cuestión nacional"
efectivamente a resolver, y la representación popular de ser el piso o termómetro
de justicia social intransferible, son dos temas cruciales en claras manos
de la capacidad o incapacidad del peronismo ayer y hoy. Temas, ambos, que
el justicialismo expresó, llevó a corrupción o abandono, y que invariablemente
busca reponer como extraña memoria de sí mismo en situaciones de crisis
o esperanza nacional. De esto se puede deducir, desde los ’70, una suerte
de permanente suma cero en la historia larga de un movimiento popular con
una indefinición política permanente, donde lo que no logra solucionar en
dichos planos fundamentales se convierten en el gran alimento de su propia
sobrevivencia y nuevas apuestas.
Fuente: Página/12, enero 2006
* Nació en Buenos Aires el 10
de septiembre de 1944. Filósofo, novelista, ensayista y docente universitario,
fundador y director de la revista Pensamiento de los confines, promotor
y principal animador del nucleamiento de intelectuales autodenominado Carta
Abierta, fue autor entre otras valiosas obras de "París 68, las escrituras,
el recuerdo y el olvido", "El debate modernidad-posmodernidad", "Pensar
entre épocas", "Peronismo. Militancia y crítica" y de las novelas "Para
hacer el amor en los parques", "La cátedra" y "El frutero de los ojos radiantes".
Falleció el 9 de octubre de 2008.
La
opinión de José Amorín
Montoneros: "Cuando estás metido en esa historia,
te toca apretar el gatillo para salvar tu vida"
Luego del debate comenzado en la revista La Intemperie, de la ciudad de
Córdoba, acerca de la metodología utilizada por los grupos revolucionarios
en los años '70, se entrevistó a José Amorín,
uno de los cuadros más antiguos de Montoneros.
Para él, la vía armada no estaba en cuestión sino el divorcio de la conducción
montonera de las bases peronistas.
Además, Amorín es médico, autor de un muy ilustrativo relato de los '70,
`Montoneros, la Buena Historia', y reflexivo autodidacta.
Amorin discrepa con el filósofo cordobés, Oscar del Barco, quien acusó a
los líderes de Montoneros, y a él mismo, de criminales.
Amorín dice que el error fue escindirse de las bases peronistas, pero no
el impulso inicial de pasar a la lucha armada. "La revolución fue derrotada,
pero comenzarla fue una decisión correcta en ese momento histórico, que
es muy distinto al de hoy. Es imposible meterle la mano en el bolsillo a
un rico sin previamente ponerle una pistola en la nuca. Y el rico jamás
va a ceder espontáneamente, por el contrario te va poner una pistola en
la nuca a vos para incrementar su beneficio", le dijo a Lucas Lanusse, autor
de `Montoneros, el mito de los 12 fundadores'.
-¿Qué fue lo primero que le
provocó la carta de Del Barco?
 Entrevista
al poeta Alberto Szpunberg, que acaba de publicar "Notas al
pie de nada ni de nadie"
"Tuve que ajustar cuentas con la nostalgia"
En su nuevo libro regresa, autocríticamente, sobre un poema
que escribió en los años ’60, Marquitos, inspirado en un militante
del Ejército Guerrillero del Pueblo, grupo armado al que perteneció.
"Aquello era reivindicable como intento de asalto al cielo,
pero el cielo no se tomó por asalto", sostiene.
La Ficha
Szpunberg vive seis meses en Buenos Aires y seis en Barcelona,
donde se exilió a partir de 1977.
Alberto Szpunberg nació en 1940 en Buenos Aires, Argentina.
En 1973 se desempeñó como director de la carrera de Lenguas
y Literaturas Clásicas y profesor de Literatura argentina y
Medios de comunicación y literatura en la Universidad de Buenos
Aires. Dirigió el suplemento cultural del diario La Opinión
hasta el golpe militar de marzo de 1976, que lo obligó a exiliarse,
un año después, en Barcelona. Es autor de Poemas de la mano
mayor (1962), Juego limpio (1963), El che amor (1966, Mención
Casa de las Américas, Cuba), Su fuego en la tibieza (1981),
Apuntes (1986) y La encendida calma (2002), entre otros. En
1993 ganó el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado
1993/94 por Luces que a lo lejos.
Por Silvina Friera
¿De dónde viene esa llamita de la poesía?, se pregunta Alberto
Szpunberg, que empezó a escribir de muy chico y a los 22 años
publicó su primer libro, Poemas de la mano mayor. "Vaya uno
a saber por qué –dice, alzando los hombros– la conciencia se
ilumina con la poesía, el conocimiento de uno mismo también
se ensancha. Esa llamita es una manera de ser, de vivir", señala
el poeta, que vive seis meses en Buenos Aires y seis en Barcelona,
donde se exilió en 1977. Le molesta que los críticos, con ese
afán de catalogar y domesticar, le coloquen tan cómodamente
la etiqueta de "poeta de la generación del sesenta", que lo
metan en ese "depósito" donde se intentan cohesionar apuestas
tan heterogéneas como las de Juana Bignozzi, Roberto Santoro
o Miguel Angel Bustos. Szpunberg acaba de publicar Notas al
pie de nada ni de nadie en la colección Poesía en obra de la
editorial Bajo la luna. En este nuevo poemario, primera parte
de un proyecto mayor, utilizó como epígrafe un fragmento de
su poema Marquitos, incluido en El che amor, que refiere a alguien
que literalmente se arma, un compañero del Ejército Guerrillero
del Pueblo (EGP) –al que el poeta perteneció–, que murió en
el monte salteño en 1964. Pero los poemas suponen, también,
una corrección, una autocrítica, un ajuste de cuentas con un
"exceso" que lo incomodaba.
En la entrevista con Página/12, Szpunberg plantea que se hartó
de la nostalgia y del extrañamiento, tan frecuentes entre los
exiliados, confiesa que le gustaría imaginar un poema que sea
como un sistema solar, advierte que la gran deuda de la izquierda
es la autocrítica y se indigna por el uso que hace el periodista
Jorge Lanata en Muertos de amor de un verso suyo que tomó prestado
para titular la novela.
"Las notas al pie son poemas, pero la verdad que no sé por qué
no se suelen usar en la poesía", subraya Szpunberg sobre la
estructura de su nuevo poemario. "Hacía mucho tiempo que quería
volver sobre el poema Marquitos, incluido en El che amor, inspirado
en un compañero con el que hice la secundaria y la facultad.
Con ese compañero nos unimos a la juventud comunista y después
nos fuimos a la fracción guevarista. El, que fue mi contacto
con el Ejército Guerrillero del Pueblo, subió al monte salteño
y murió. Yo no alcancé a hacerlo: cuando faltaban pocas semanas
para la reunión, en marzo del ’64, el campamento cayó". Marquitos
fue muy reproducido en antologías de poesía y revistas latinoamericanas
militantes que estaban en la línea guerrillera foquista. "Ese
poema siempre me quedó rondando; nadie se mete en una lucha
por un poema, ¿no?, pero un poema te puede dar un ligero empujoncito
porque la poesía es parte de la realidad –explica el poeta–.
Pensé que ese poema habría terminado de convencer a alguien
de que el camino era tomar las armas e irse al monte. Y ese
poema volvía y me rondaba con más fuerza. Más de una vez me
puse a escribir y me salían cosas horribles; me esforzaba por
dar explicaciones políticas".
–¿Qué quería explicar?
–Sentía que algo tenía que decir de ese poema, de ese mundo,
de esa historia que habíamos vivido. Pero de repente empecé
a escribir poemas de amor y uno de los poemas se transformó
en esta primera parte. Para mí la gran deuda de la izquierda
es la autocrítica. Creo que la izquierda no termina de hacer
esa autocrítica tan necesaria porque la derrota no es sólo argentina
sino que es mundial, es la derrota del proyecto que nació en
la Comuna y que se vino a pique. Pero no me lo planteé como
una autocrítica política sino como algo poético.
–¿Sería, entonces, una autocrítica poética?
–No sé si se puede hablar de autocrítica poética, pero veía
en ese poema, Marquitos, una estructura foquista, como si el
foquismo y el voluntarismo estuvieran en la estructura misma
del poema. Previo a la conciencia de la derrota, para mí hubo
un momento anterior importante que fue ajustar cuentas con la
nostalgia. Me harté de la nostalgia y empecé a buscar caminos
nuevos. Sobre todo me harté de la nostalgia cuando vine por
primera vez al país, después del exilio, y me di cuenta de que
volver es imposible. Eso de que siempre se vuelve al primer
amor es un tango, pero no es cierto. Uno tiene muchos amores,
incluso si uno sigue amando a la misma persona, esa persona
nunca es la misma. Ninguno es el mismo. Me cansé de esa nostalgia
y del extrañamiento, tan comunes entre los exiliados, y escribí
Luces que a lo lejos.
–¿Por qué a la izquierda le cuesta tanto revisar el propio pasado?
¿Usted cree que de ese modo se le deja espacio a la derecha,
que continúa metiendo cizaña?
–La derecha siempre mete cizaña, lo preocupante es cuando la
cizaña crece en la izquierda... y hay mucha cizaña y parcelitas
de poder. La dificultad para hacer la autocrítica desde la izquierda
se debe a que parece difícil renunciar a esas parcelitas de
poder. Tengo más fe en la poesía, en lo que descubre un poema,
porque no hay poesía sin descubrimiento. Y este descubrimiento
poético me inspira más confianza que todos estos análisis sesudos,
doctrinarios y principistas. La verdad de la milanesa es que
nos ganaron y no basta con la derrota, hay que borrar y lo que
no se puede borrar hay que tergiversarlo.
–¿La poesía puede ser un puente hacia esa autocrítica que usted
reclama?
–La poesía es siempre iluminadora porque trabaja con la palabra
y la palabra es la conciencia. Si un marciano llegase a la Tierra
y volviese a rendir un informe sobre lo que encontró en nuestro
planeta, seguramente diría que hay animales que hablan. La poesía
hace más fluido el lenguaje.
–Calificó de "foquista" la estructura del poema Marquitos; ¿cómo
definiría la estructura de Notas al pie de nada ni de nadie?
–Me gustaría imaginar un poema que sea como un sistema solar,
como una galaxia, con un centro que irradia unidades y que cada
unidad va irradiando nuevas, y que está siempre en expansión.
El cuerpo central de Notas al pie... es más épico, para usar
conceptos tradicionales, y las notas al pie son más líricas,
pero me gustaría que hubiera un ir y venir, que uno no pudiera
existir sin el otro.
–Jorge Lanata tituló su último libro con un verso suyo, "Muertos
de amor". ¿Qué opina usted de esa novela?
–Lanata no me consultó... mi primera reacción fue de una indignación
total. Puteé mucho, me dije que lo iba a demandar, pero él reproduce
el poema, Egepé, de donde toma el título. Legalmente es irreprochable,
pero mi indignación es ética. Después de esa indignación vino
la reflexión. Para mí es algo doloroso, lo siento como una grosería,
como alguien que en medio de una música hermosa se tiró un pedo.
Pero es un signo de los tiempos, como dice El Che en el Diario
de Bolivia, cuando se le acaba la tinta. El libro de Lanata
es insostenible: no es novela ni ensayo ni crónica ni investigación
ni nada. No creo que quede en la literatura.
–Quizá, para los lectores más jóvenes, se imponga como válida,
como historia y no como ficción, lo que cuenta Lanata del Ejército
Guerrillero del Pueblo.
–Creo que no va a quedar nada de todo esto. Si confiamos en
que la gente volverá a leer buena literatura y sabrá distinguir
una buena novela de un mamotreto, entonces Lanata estará perdido.
Esperemos que sea así...
–Pero cuando un libro se vende bien y se lee mucho, suele cristalizar
una versión de los hechos, aunque sea ficción.
–En nuestro país durante décadas rigió una versión de la historia,
la famosa historia oficial, mitrista, pero ¿por qué se empezaron
a revisar los hechos? Porque los indios no eran salvajes, los
gauchos no eran brutos, Rosas al fin y al cabo no era sólo la
barbarie, la barbarie no era solamente algo que se contraponía
a la civilización, que también es cuestionable. ¿Cómo avanza
la historia si no es así? Y cuando digo avanza la historia,
no estoy en una visión progresista porque no me gusta la visión
progresista, sino que estoy hablando de una transformación de
la conciencia, de las relaciones entre la gente. El problema
no es si Lanata va a quedar o no, el problema es qué pasa con
la humanidad, con nuestro país, con nuestra cultura. Si uno
se imagina un pueblo libre, culto, con acceso a los libros,
alfabetizado, no me puedo imaginar que en la literatura quede
Lanata.
–¿Qué opina de la autocrítica que hizo Oscar del Barco, cuando
señaló que todos los que de alguna manera participaron, directa
o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en
las FAR o en cualquier otra organización armada, son responsables
de las muertes de sus compañeros?
–Oscar era un compañero del EGP y siento por él un gran cariño.
Rescato su honestidad y su atrevimiento como intelectual para
decir lo que piensa, pero no comparto lo que plantea. Me parece
que es una revisión de la historia al margen de la historia.
Porque no es responsabilidad ni de Oscar ni de Masetti ni del
Che; eran determinados tiempos y pasaban determinadas cosas
en el mundo y hoy de todo eso queda muy poco. Aquello era reivindicable
como intento de asalto al cielo, pero el cielo no se tomó por
asalto.
Textual
Vuelven, se van pero vuelven, caen al mar pero se elevan por
los
cielos, son nuestra sombra, y se expanden de noche pero, al
mediodía, se agazapan bajo nuestros pies y, cuanto más los
pisoteamos, más se aferran a nuestro desprecio y por la noche
vuelven:
a qué, me pregunto, si el cielo, desencajado, se detiene en
esos ojos
que, abiertos para siempre, lo contemplan desde abajo:
ni él ni nadie entiende qué son esos cuencos vacíos, abandonados
por la marea en la playa con todo un gesto de puntual
desmesura,
extrañas caracolas orladas de espumas y arenas y algas y rumores
en las que anida el rocío y crece la niebla y se cuela la lluvia
pero donde, vaya a saber por qué, nunca se detienen a beber
los cormoranes:
espanta que no cese el murmullo de chillidos salobres y grazni-
dos caídos de un vuelo salvaje y gritos ahogados y llantos de
madre, que nunca, allá lejos, "¿lejos de dónde?", terminan de
saciar la sed.
* Fragmento de Notas al pie de nada ni de nadie (Bajo la luna).
Fuente: Página/12, 10/07 |
-La impresión de que hay una
especie de vuelta hacia un pacifismo extremo, del cual es bastante representativo
también José Pablo Feinmann, más allá de mis respetos hacia él como periodista,
como escritor y como filósofo.
Pero creo que es un pacifismo extremo que se da de patadas con la realidad.
Lo cierto es que si nosotros queremos un cambio social, una inversión de
las relaciones de poder, si queremos que tengan prioridad los intereses
de los desposeídos y no los intereses de los poseedores, eso implica siempre
la violencia, y no necesariamente por parte de los desposeídos.
En nuestro caso concreto, el peronismo desde 1945 avanzó pacíficamente,
hasta 1955, sobre los intereses de los poseedores.
Si querés en un marco autoritario, que era muy propio de la época, si uno
se fija en otras partes del mundo, había una especie de cultura autoritaria,
aun dentro de las democracias más representativas, el macarthismo dentro
de la democracia de USA.
Entonces más allá de los pecados autoritarios del peronismo y más allá de
sus errores políticos, lo cierto que aquí se inaugura la violencia con las
bombas que estallan en Plaza de Mayo en 1953, con el bombardeo a la misma
plaza de julio de 1955, con 300 muertos reconocidos, aunque se calcula que
fueron 600, y después el golpe de Estado de septiembre de ese mismo año,
que generó miles y miles de muertos.
Y no sólo por los fusilamientos y desapariciones sino por el empeoramiento
de las condiciones de vida, y eso es también una forma de violencia, tal
vez la peor porque es la más masiva.
En este caso cuando los poderosos avanzan siempre violentamente sobre los
derechos populares y no ahorran sangre en ningún caso, por eso se justifica
la rebelión armada.
De hecho es un derecho constitucional, creo que es el artículo 36, que marca
el derecho a la rebelión en caso de una dictadura.
Ahora bien, cuando hay una rebelión, la violencia es inevitable también,
es inevitable que existan heridos y que existan muertos, son, de alguna
manera, batallas que se dan.
Y por lo tanto llevar el pacifismo a sus últimas consecuencias… yo no soy
partidario que uno tenga que lograr los cambios a través de la violencia.
Pero esto muchas veces se hace inevitable.
Cuando los cambios, en un marco pacífico, se van haciendo cada vez más serios,
pues, la violencia con la cual reacciona el establishment es mucho más jodida
y no queda alternativa, cuando se te agotan todos los caminos democráticos,
que el ejercicio de la violencia. Y esto fue lo que nos sucedió a nosotros
de desde 1955.
Sobre la carta de Oscar del Barco… lo que yo pienso es que son compañeros
que, después de muchas experiencias han llegado a la convicción de interpretar
gandhianamente el tema del cambio y lo cierto es que ni Gandhi tuvo éxito.
Creo que están bien inspirados, creo que son teóricos excelentes, tanto
él como Feinmann, pero considero que están equivocados en ese sentido. Creo
que recurrir a la violencia es el último extremo, pero que muchas veces
es inevitable.
Por ejemplo en este momento no. Si en este momento alguien recurre a la
violencia yo le digo "sos un tarado", primero porque hay una democracia
bastante plena y segundo porque de alguna manera se están intentando cambios.
-En este momento hay libertades, pero esa violencia del estado, o del establishment,
de la que usted hablaba, que se formaliza en la pobreza, en la exclusión
social, en la desocupación, es hoy mucho mayor que la que se vivía en las
décadas del ´60 y ´70.
-En ese sentido sí, después del ´76 empeoró el panorama notoriamente, antes
de ese año la desocupación era desconocida en la Argentina, sacando algún
período de la dictadura de Juan Carlos Onganía, donde se incrementó, aunque
poco.
-Sacando de lado el tema de la dictadura militar, las causas que a personas
como usted las llevaron a tomar la decisión de la lucha armada siguen vigentes.
¿Entonces esto podría..?
-(Interrumpe) Es que no lo podés sacar de tema, los panoramas siempre son
integrales.
Hacer cortes en la historia para sacar un elemento y analizar aisladamente
ese elemento siempre va a llevar al error y a la confusión, porque todo
fenómeno es producto de una red de causalidades que se imbrican para dar
un solo resultado.
El mecanicismo pasó de moda ya hace como 100 años.
No hay una causa efecto, hay miles de causas que interactúan para lograr
un efecto principal y también miles de efectos secundarios.
Cortar un pedazo de fenómeno para analizarlo aisladamente, puede ser en
química, pero no en las ciencias sociales.
-Una de las respuestas más recurrentes que se dieron a la carta de Oscar
del Barco con su "no matarás" universal, es que este es un precepto ideal
y extemporáneo, en lo cual, creo, que subyace la concepción de que nada
puede ser analizado fuera de su tiempo.
Ahora, en esta posición ¿no se diluyen los absolutos? ¿Y con ese relativismo
no se podría justificar el genocidio de Hitler?
-Creo que hay que diferenciar la violencia revolucionaria al genocidio que
se hace desde el poder. El genocidio del pueblo armenio fue hecho desde
el poder, en este caso del gobierno de los turcos.
Y en la época del proceso, en el ´76 sucedió exactamente lo mismo, es un
genocidio hecho desde el poder, con todo el poder del Estado a su servicio.
Y que además fue más allá de lo que se decía que pretendía, se decía que
se luchaba contra la guerrilla cuando la guerrilla era inexistente, ya en
1975 la guerrilla estaba totalmente derrotada, tanto en términos políticos
como en términos militares.
En términos políticos, porque la guerrilla se había alejado totalmente del
pueblo, y una guerrilla no puede subsistir sin el apoyo irrestricto del
pueblo.
Un panorama totalmente distinto al que existió entre 1955 y 1973, donde
había apoyo popular a la lucha armada.
-Viéndolo en retrospectiva, ¿La guerrilla debería haberse disuelto con la
vuelta de la democracia?
-Debería haberse disuelto como organización armada, no como corriente política.
Montoneros surge como parte de la estrategia de Juan Perón, que era la llamada
"lucha integral", donde se consideraba que todas las tácticas de lucha eran
válidas contra la realidad de la dictadura.
Dentro de ellas, la lucha armada.
Pero hay que entender algo, la lucha armada en ese momento no pretendía
derrotar al ejército por las armas.
Pretendía crear condiciones psicológicas, de ánimo popular que permitieran
vislumbrar una esperanza de victoria.
-Entonces, ¿no era un plan como de Castro y Ernesto Guevara en Sierra Maestra?
-Es que hay un error, todo el mundo piensa que la revolución cubana fue
un hecho estratégicamente foquista.
Y nadie analiza que el foquismo por un lado puede ser estratégico y por
el otro puede ser táctico.
La revolución cubana no fue un hecho foquista, primero que nace allá por
1940, con un movimiento popular muy importante, que después se llamó 26
de julio.
Y esa lucha se dio fundamentalmente en las ciudades.
La lucha en el campo, el foco guerrillero, lo que hizo fue crear condiciones
subjetivas para la revolución.
La gente decía "ahí están los muchachos en el monte hostigando al Ejército",
y se empezaba a sumar porque vislumbraba la posibilidad de una victoria.
El foquismo es en realidad una táctica, aunque el Che lo tomó como estrategia
y de ahí vienen sus fracasos.
Para Montoneros, por ejemplo, el hecho de la muerte del Gral. Pedro Eugenio
Aramburu, fue una táctica foquista.
Yo no participé de la operación personalmente, pero si estaba dentro de
la organización en el momento en que se llevó a cabo.
Y la principal causa de esa decisión fue actuar sobre la subjetividad del
movimiento peronista, el hito de Aramburu fue eso, fue, simbólicamente,
pasar a la ofensiva, fue quemar las naves al estilo de Hernán Cortés, sabíamos
que después de eso no había retorno.
Fue un hecho proyectado hacia la subjetividad del peronismo, que en ese
momento solo estaba unido por algunos mitos, que eran básicamente el recuerdo
de Evita, el recuerdo de la justicia social del primer gobierno de Perón
y el retorno de Perón al poder.
En ese sentido, la reacción del pueblo cuando liquidamos a Aramburu fue
"Ah, por fin".
Y ahí es donde está el secreto de la masividad de Montoneros, el fenómeno
político-cultural de la Juventud Peronista no hubiera sido posible sin el
ajusticiamiento previo de Aramburu.
De hecho la FAP venía operando antes que Montoneros y nunca logró tener
apoyo como tuvimos nosotros. Y el ERP tampoco.
Nuestros operativos eran político-militares, o semi militares.
O sea crear las condiciones de conciencia revolucionaria que podían desembocar
en una insurrección general, de provocar un proceso electoral, a partir
de que el gobierno se sintiera hostigado por esta rebelión popular… Ese
fue el sentido del asesinato de Aramburu.
Y si nos dicen que lo asesinamos, fuimos asesinos políticos en este caso.
Pero yo personalmente lo sigo reivindicando como parte de la estrategia
de ese momento.
Y creo que el retorno de Perón fue posible en gran medida porque sucedió
esto.
Parapoliciales de la derecha peronista, celebran la masacre de Ezeiza (junio
de 1973)
-Pero saliendo del caso de Aramburu, con la masificación de Montoneros,
con la generalización de las operaciones armadas… ¿No hubo muertes que podrían
haber sido evitadas, o que usted puede ver como injustificadas?
-En una parte de mi libro, yo reconozco haber matado un policía en la quinta
presidencial de Olivos.
Nuestra política en ese momento era producir la menor cantidad de bajas
posibles.
Y si no se producía el tiroteo, infinitamente mejor. Y por eso se planificaba
de una manera super estricta, para poder evitar el tiroteo, y el acto de
violencia extrema, esto se buscó siempre.
En el caso de que te enfrentabas con policías y soldados.
A veces las cosas se te van de las manos y de repente pasa por una vida
u otra vida, y cuando estás metido en esa historia, te toca apretar el gatillo
para poder salvar tu propia vida.
Esto no significa que pase sin consecuencias, al menos para la mayor parte
de los compañeros. Yo es el día de hoy que sigo sufriendo las muertes que
produje, que nunca las pude olvidar, durante años y años soñé con estos
episodios.
Y sobre todo teniendo en cuenta que con quien nosotros nos enfrentábamos
no era con el establishment directamente, no era con (José) Martínez de
Hoz, era con el policía que cuidaba una esquina, que cuidaba una quinta,
un cuartel.
Era un pobre tipo que vivía en una villa de emergencia, que tenía siete
pibes y que no sabés que fue de la vida de esos pibes sin el padre… Y eso
genera una culpa infinita.
Y nos generaban también contradicciones terribles, porque nosotros decíamos
"bueno, nuestra lucha es por los pobres" y terminamos matando pobres.
Era una situación que te generaba grandísimas contradicciones y culpas que
no se te borran ni el día de tu muerte.
Por más de que lo hayas sacado afuera, de que lo hayas exonerado, hayas
hecho psicoanálisis, que razones que en esa determinada situación histórica,
era necesario… siempre queda la culpa.
-¿Hasta cuando tiene que seguir debatiendo la sociedad argentina sobre la
lucha armada de la década del ´70? ¿Va a llegar un momento en que toda la
sociedad tenga una visión consensuada y mesurada sobre esto?
-Hasta que encontremos las soluciones finales. Pero acá hay algo anterior,
y es que la Argentina no ha resuelto su dependencia, seguimos siendo un
país dependiente.
Y hasta que no logremos la liberación, no vamos a poder articular políticas
de estado, que terminen con las injusticias.
-Pero Francia nunca terminó de resolver su guerra sucia en Argelia, España
nunca terminó de cerrar las heridas del franquismo...
-Francia resolvió su `guerra sucia', condenó a la gente de la OAS, que hizo
una guerrilla en contra de Charles De Gaulle, muchos tipos de la OAS fueron
fusilados por los servicios de inteligencia franceses… a la puta que no
lo resolvió.
Abrió las puertas a la inmigración argelina… después los tipos siguieron
siendo pobres y segregados, pero esa es otra historia.
España no resolvió el tema del franquismo… es un país que tiene ciertas
políticas de estado, pero todavía no es unívoco al respecto.
Ellos tuvieron asonadas militares hasta los años ´80.
Y todavía están las contradicciones en la política sobre el ETA.
España lo que ha tenido es el beneficio de haberse integrado a la UE y haber
logrado un desarrollo asombroso que pone ciego a todo el mundo, porque todos
tienen dinero para gastar.
Además han pasado muchos años, desde el ´39 hasta el 2000 pasaron muchos
años, las generaciones ya están muertas.
Acá pasaron muchos menos años. Y tampoco se resolvió la contradicción, por
eso es que sigue despertando pasiones. Para que se resuelva esa contradicción
¿que podría haber sucedido? Si los militares en ese momento hubieran asumido
autocríticamente, no `pour la gallerie', al `estilo Balza' (Martín), y hubieran
dicho:
"Bueno, desaparecimos a todos estos, nos equivocamos, tendríamos que haberlos
fusilado legalmente, haber sacado una ley marcial, juicio militar, 48 horas,
paredón", hoy en día no estarían pagando las consecuencias. Debería haber
sido transparente, "Nosotros decimos que este país no avanza si esta gente
está viva, juicio y se acabó".
-¿Y eso hubiera estado bien?
-Mirá, desde mi punto de vista no, pero hubiera sido mucho mejor, peor fue
que hicieran desaparecer a 30.000, que se hayan robado pibes, que se hayan
llevado botines de guerra.
Si los milicos mañana dicen "Aquí están todas las listas de desaparecidos,
los tiramos en tal lugar, de estos no podemos decir porque se murieron los
tipos que lo hicieron, pero lo hicieron fulano y mengano".
Si lograran hacer esto, se estaría en camino de resolver esta contradicción
y empezar a lograr una conciliación.
De lo contrario es imposible.
Fuente: @DIN - Agencia Digital Independiente de Noticias
La
historia como folletín grotesco
Sobre Muertos de Amor, de Jorge Lanata
Por Hugo Montero
"Todo escritor es un ratero", se atajó alguna vez Bruce Chatwin. El británico
intentaba justificar con esa sentencia su trabajo para el libro. En Patagonia,
donde en vez de profundizar una investigación propia se había dedicado a
usufructuar el trabajo de historiadores de la zona y a manipular sus conclusiones,
sin siquiera preocuparse por citarlos. "En la jerga periodística, Chatwin
era un extraordinario cocinero. Es decir, alguien que toma las crónicas
de otros, picotea un poco aquí, un poco allá, toma el jamón del sándwich
y eureka: ya está listo el best-seller", aseguró Osvaldo Bayer acerca del
"trabajo" del británico en el sur argentino.
Las similitudes entre Chatwin
y Lanata sorprenden, pero con una salvedad. Chatwin escribía bien. Lo de
Lanata es mala literatura. Muy mala. Y poca, por cierto. Es curioso: el
libro parece apurado. Indudablemente urgido por la cercanía de la Feria
del Libro, Lanata se apresura en armar un desprolijo collage de documentos
y testimonios (recogidos por otros historiadores, previamente), páginas
enteras robadas del buscador de internet Google como relleno (de la 48 a
la 52, basta con ingresar a la web www.fullaventura.com.ar, www.galeon.com/armasonline,
o a www.forosegundaguerra.com para observar que la transcripción es textual),
y todo mechado con breves interrupciones donde "el autor" irrumpe en el
relato desde la primera persona para dejar sus impresiones.
 "Muertos
de amor", Jorge Lanata, 2007
"Oportunismo y amarillismo político-literario". definió a este
libro el investigador Gabriel Rot (revista Eñe, 13/05/07).
Publicado por Alfaguara, la pretendida novela histórica fue
presentada en la Feria del libro de Buenos Aires, en mayo de
2007, donde el autor dijo frases como éstas:
"El Che, a nivel humano fue un tipo generoso. En lo que hace
a la política fue realmente un desastre. Lo popular de su figura
es la remera pero esa misma está vacía de contenido". "Ningún
gobierno respetó la libertad de prensa. Siempre hubo aprietes,
amenazas y boicots"
"Valoro la postura independiente de Chávez. De cualquier manera,
sé que si fuera periodista en Venezuela estaría preso". |
Lanata no cita investigaciones
ni referencias previas; tampoco advierte que las entrevistas que publica
no fueron realizadas por él: hay dos extensos fragmentos de un reportaje
de la revista La Intemperie a Héctor Jouvé que él no realizó porque, según
comenta el propio Jouvé en Sudestada, Lanata apenas tuvo una charla de 10
minutos con él. Pero eso no importa.
Es curioso: Lanata se aprovecha del archivo del historiador Gabriel Rot
para manipular la crónica; se apropia de un verso del poeta Alberto Szpunberg
para titular su libro, tergiversando el sentido original; y manosea el testimonio
de Jouvé para narrar la historia. Los tres, únicas fuentes fiables a nivel
documental de la experiencia del EGP, rechazan la novela de Lanata: la consideran
oportunista, marketinera, nada ética. Muertos de amor se inscribe dentro
del género "novela histórica", y todas las licencias son válidas. Aún la
licencia para robar. Muertos de amor no aporta un solo dato nuevo sobre
la experiencia del EGP en Salta. Pero eso tampoco es grave, lo extraño es
que con tan poca intervención creativa del autor se puedan cometer tantas
fallas documentales y se pretenda manipular la historia de forma tan descarada.
Pero vayamos por partes, y señalemos primero los groseros yerros documentales.
En la página 34, Lanata bate un récord: se equivoca (¿se equivoca?) dos
veces en tres líneas. Escribe: "(Masetti) Participó del grupo fundador de
la agencia Prensa Latina y terminó cercado por las autoridades del Partido
Comunista cubano". Primero, el Partido Comunista cubano no existía como
tal en ese tiempo, ya que recién fue fundado el 3 de octubre de 1965. Para
esa fecha, hacía tiempo que Masetti había desaparecido en el monte salteño.
La referencia válida a la que alude Lanata es al Partido Socialista Popular,
la organización que respondía directamente a las órdenes de Moscú y que
protagonizó la disputa interna contra Masetti en Prensa Latina. Se trata
de un anacronismo, hijo de una escasa lectura de la crónica historiográfica.
Ahora bien, decir que Masetti "participó del grupo fundador de la agencia",
es minimizar el papel real que cumplió el periodista argentino en la organización
y la puesta en marcha de Prensa Latina. Masetti no sólo fue fundador y su
primer director: fue el hombre que se encargó de cada detalle interno, desde
redactar las recomendaciones para los redactores hasta impulsar la apertura
de oficinas en toda América Latina. No es lo mismo "fundar" que "participar
del grupo fundador". Si no, basta con revisar la solapa del libro y detenerse
en el apartado de los datos profesionales del autor: allí, en cambio, se
afirma que Lanata "fundó el diario Página/12" y no que "participó del grupo
fundador". Esta negación injustificada de los méritos de Masetti oculta,
en realidad, una intencionalidad concreta: Lanata necesita dibujar un perfil
autoritario, ciclotímico, "paranoico", "cazador de jóvenes comunistas" (un
absurdo sin fundamentación) y soberbio del personaje. Por eso, el trabajo
de Masetti carece de méritos. Por eso, escribe, "encontrar al Che Guevara
en medio de la Sierra Maestra era igual a encontrar la tumba de Jim Morrison
en Pere-Lachaise: todo el mundo conoce el lugar". Esta afirmación es ridícula,
más allá del nulo valor literario de la comparación. Es, una vez más, un
intento por empequeñecer el trabajo de Masetti cuando viaja a Cuba y obtiene
los testimonios, en exclusiva y en las peores condiciones posibles, del
Che y Fidel. Nadie conocía el lugar donde se escondía la comandancia rebelde
en la Sierra, y el libro Los que luchan y los que lloran da cuenta del enorme
esfuerzo que le significó a Masetti sortear la represión de Batista y la
desconfianza de la gente del Movimiento 26 de Julio, para llegar hasta Guevara
y grabar su palabra. "Este reportaje es, en mi opinión, la mayor hazaña
individual del periodismo argentino", escribió Rodolfo Walsh. Pero para
Lanata, el detalle no tiene mérito: era tan fácil encontrar a Guevara como
a la tumba de Morrison en el cementerio parisino.
Otro error documental se advierte en la página 136, cuando el autor afirma:
"El hijo del General Alsogaray, guerrillero del ERP, fue asesinado algunos
años después en Tucumán". No, Alsogaray era oficial de una escuadra de Montoneros
que desarrollaba tareas de relevamiento en la zona norte de Tucumán, cuando
fue asesinado, junto con sus compañeros, por una patrulla del ejército de
Bussi. Parece extraño que en un libro que se monta sobre investigaciones
ajenas y que se apropia de testimonios registrados por otros historiadores,
se puedan cometer fallas tan agudas.
Pero lo peor no son los errores, sino las intenciones. Lanata intenta, al
parecer, establecer un vínculo entre la experiencia del EGP en los 60 y
la de las organizaciones armadas en los 70, pero no lo logra. La relación
es forzada, la creatividad mínima (apela a un fragmento del documento del
PRT-ERP, "Moral y proletarización", que irrumpe descontextualizado y sin
nexo con lo que se cuenta). Lanata intenta, al parecer, saldar alguna vieja
cuenta con el Che (y tampoco lo logra), al esbozar en él una suerte de Maquiavelo
socialista, que juega al ajedrez con la vida de sus hombres mientras camina
a su derrota inexorable y predecible, según la luminaria inteligencia del
autor. Lo que sucede es que el Che no sabe lo que sí conoce Lanata: "El
Che fue lo que los demás quisieron ver en él. (...) Ya no eligió: fue elegido,
el Che era más grande que él, y terminaría devorando su vida y la de los
demás", escribe. Lanata propone (y esto sí lo consigue) establecer en la
relación entre los compañeros del EGP un clima sostenido de desprecio, de
insultos repetidos, de vulgaridades. Sobrevuelan los personajes como asesinos
morbosos que se ríen a carcajadas cuando tienen a un gendarme a su merced
(página 120), como arrepentidos para quienes siempre es demasiado tarde
para retroceder, como espectros derrotados aún antes de lanzarse al monte
y como homofóbicos suicidas, fascinados por la muerte ("Nos sucede algo
raro con la Muerte. A veces pensamos que purifica", escribe).
Eso son los combatientes del EGP, para Lanata. Los gendarmes, en cambio,
para Lanata, son casi niños, inocentes de toda ingenuidad ("era un chico
cobrizo, nervioso, con uniforme de gendarme desaliñado, encañonándome con
su fusil", escribe), vestidos con harapos y mal armados, en comparación
con la indumentaria y el armamento de los guerrilleros. Los gendarmes son
las víctimas en el relato ("la cara del cholito vuelve, redonda, ojos chinitos,
miedo", escribe). ¿Son los mismos gendarmes que después torturan salvajemente
a los prisioneros? ¿En qué parte de la historia se queda Lanata, que "elige"
olvidarse de los gendarmes sembrando el terror en los poblados cercanos,
simulando fusilamientos, golpeando a los prisioneros y obligándolos a meter
sus cabezas en el cadáver desviscerado de uno de ellos como represalia?
¿Eran los mismos "chicos cobrizos", "cholitos" con miedo, entonces, los
gendarmes? Para Lanata, está claro, no hay dos demonios. Hay uno solo. ¿Novela
histórica? ¿Caricatura? No, menos. Un pálido grotesco, un folletín de cuarta,
una historia que no puede ser más lejana a la realidad, aún en los hechos
más intrascendentes. Eso sí, hay una revolución que se muerde la cola, hay
suicidas asesinos con sed de sangre enviados por el Che a una muerte segura.
¿Hay compañeros que comparten el hambre, la soledad, el sacrificio, un sueño,
algo? No, en la novela hay mercenarios que se insultan entre sí, que se
mueren de ganas de matar porque es muy fácil, revolucionarios sin revolución
que se mofan con soberbia de los pobladores locales ("Esperan un par de
zapatos nuevos; yo les ofrezco la inmortalidad. No la quieren, no la necesitan,
no la entienden", escribe). Pero hay un párrafo valioso entre tanta basura
marketinera. Un párrafo que, extrañamente, se filtra entre el folletín patético
y la documentación manipulada. Algo para rescatar. El fragmento dice así:
"Es curioso: somos capaces de las actitudes más miserables, egoístas y elementales
en búsqueda de recompensas concretas, y a la vez podemos dar la vida por
cosas abstractas: la felicidad, la patria, la fe, el amor, la dignidad".
No hace falta mencionar qué parte de este fragmento se ajusta mejor a la
intención de Lanata con su Muertos de amor.
Miserable, egoísta y elemental, lo espera, claro, su recompensa concreta.
Hugo Montero, periodista, Buenos Aires, junio de 2007
Fuente:www.rodolfowalsh.org
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