Daniel De Santis
NOTA RELACIONADA
El PRT y Montoneros
apostaban principalmente al movimiento de masas (pdf)

¿Es posible realizar
un capitalismo a la argentina y con rostro humano? La respuesta
nos remite a una vieja polémica dentro del socialismo y el nacionalismo
popular. ¿Existe en la Argentina una burguesía capaz de llevar a
cabo un proyecto de capitalismo independiente?
Ponencia presentada en la III Conferencia Internacional La obra
de Carlos Marx y los desafíos del Siglo XXI
¿Quiénes pueden realizar un proyecto nacional?
Casi al finalizar el reportaje de Página 12 del 17 de mayo de 2003
Cristina Fernández, esposa del Presidente Kirchner, afirmaba: “Si
uno mira para atrás, el gran déficit de nuestra generación, en los
años ’70, fue cómo hacer un capitalismo en la Argentina. La sociedad
no quería una sociedad socialista sino un capitalismo a la argentina,
que en nuestro país tuvo el nombre de peronismo”. (Conceptos reafirmados
por Néstor Kirchner). En los años ’70 cuando debatíamos con los
compañeros de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional,
que integraban el presidente y su esposa, nosotros, desde el marxismo,
tratábamos de demostrarles que su consigna “Socialismo Nacional”
contenía la idea de un capitalismo nacional.
¿Es posible realizar un capitalismo a la argentina y con rostro
humano? La respuesta nos remite a una vieja polémica dentro del
socialismo y el nacionalismo popular. ¿Existe en la Argentina una
burguesía capaz de llevar a cabo un proyecto de capitalismo independiente?
En el sector que le daba una respuesta afirmativa militaban el PS,
el PC y los intelectuales peronistas Rodolfo Puiggrós, Arturo Jauretche,
Juan José Hernández Arregui y el pro peronista Jorge Abelardo Ramos.
En el pequeño sector opuesto se contaba a la mayoría del trotskysmo
(destacamos a Milcíades Peña) y, entre otros, a Silvio Frondizi
y a John William Cooke.
Este debate encontró su dilucidación en Cuba. Allí, la burguesía
nacional no azucarera tuvo una tibia participación en la lucha contra
la dictadura. Al triunfar la Revolución e iniciar tareas democráticas
y antiimperialistas, la burguesía nacional pasó a la contrarrevolución.
Aún así nuevas fuerzas surgidas en la década del ’60 siguieron sosteniendo
la primera posición. En el otro sector comenzó una profunda transformación
política e ideológica, la que encontró impulso en el Cordobazo.
Engrosaron este sector el PRT, encabezado por Mario Roberto Santucho,
un sector de las FAP tributario del pensamiento del dirigente peronista
Cooke y otros grupos revolucionarios. Frondizi analizaba ya en 1946
que el imperialismo, después de la segunda guerra mundial, había
entrado en una nueva etapa, que él llamó de la integración mundial
capitalista. En este análisis Silvio sostenía que las contradicciones
ínter imperialistas se habían atenuado apareciendo EE.UU. como potencia
rectora.
Y el Che coincidía con que esa “batalla [estaba] decidida casi completamente
a favor de los monopolios norteamericanos”. “La política ‘progresista’
iniciada por Roosevelt, tiende a estimular cierto desarrollo industrial
de las potencias menores”. Nuevamente el Che complementa el análisis
de Frondizi “los imperialistas yanquis están de acuerdo en liquidar
las viejas estructuras feudales que todavía subsisten en América,
y en aliarse a la parte más avanzada de las burguesías nacionales,
realizando algunas reformas fiscales, algún tipo de reforma en el
régimen de tenencia de la tierra, una moderada industrialización,
referida preferentemente a artículos de consumo, con tecnología
y materias primas importadas de los Estados Unidos”.
Esta política que apareció expresada en el fenómeno llamado de sustitución
de importaciones fue interpretada, por los intelectuales del nacionalismo
popular y de una parte de la izquierda, como un proceso que conducía
a profundas contradicciones con el imperialismo por parte de las
burguesías industriales de los países del tercer mundo, cuando en
realidad se estaban adecuando a un nuevo papel subordinado al imperialismo
norteamericano. En lugar de importar productos finales ahora se
importaba, por un monto mucho mayor, insumos para esas industrias
sustitutivas. Estos análisis y experiencias llevaron a Guevara a
concluir que: “...las burguesías autóctonas han perdido toda su
capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron-
y sólo forman su furgón de cola”.
En el presente no está planteado el triunfo de las revoluciones
socialistas, pero como la lucha política de los pueblos no se puede
detener a la espera de un nuevo auge revolucionario, es necesario,
en el marco de la movilización de masas y de la lucha ideológica
con la burguesía, acumular conciencia y fuerzas en aquella dirección.
Debido a la globalización capitalista, en las últimas tres décadas,
la situación de los pueblos del Tercer Mundo se ha agravado por
la voracidad del imperialismo, principalmente yanqui, y el grado
de subordinación de las burguesías nacionales. Claudio Katz en su
trabajo de junio de 2002, El imperialismo del siglo XXI, demuestra
ésta afirmación y resume: “El resurgimiento de la teoría del imperialismo
está modificando el análisis de la globalización. Esta concepción
explica la polarización mundial de ingresos por la transferencia
sistemática de recursos de los países periféricos hacia los capitalistas
del centro. Esta asimetría acentúa la dependencia y provoca agudas
crisis en Latinoamérica, que se profundizarán si se consuma el proyecto
del ALCA.
La mayor asociación entre las clases dominantes del centro y la
periferia coexiste con la profundización de la brecha entre ambas
regiones. Esta fractura desmiente la existencia de un proceso de
transnacionalización uniforme. La incapacidad de las burguesías
del Tercer Mundo para erigir sistemas capitalistas prósperos no
puede ser corregida por otros grupos sociales”.
Nosotros sostenemos que un verdadero proyecto de independencia nacional
y de transformación social, deberá estar sostenido por sus interesados:
la clase obrera y la pequeña burguesía, aliados con todas las individualidades
patrióticas y democráticas. Esta alianza que surge de los intereses
económicos y sociales de esas clases se expresó dos veces en el
último medio siglo. Tanto en el Cordobazo de 1969, que direccionó
la política argentina en los diez años posteriores, como en la Rebelión
iniciada en diciembre de 2001, que le puso freno al neoliberalismo,
la clase obrera y la pequeña burguesía actuaron aliadas y con independencia
de la burguesía.
La argentina, una burguesía nacional parasitaria
En los últimos meses de 2005 se manifestó un recrudecimiento de
la inflación, flagelo que, con varios períodos de hiperinflación,
debió soportar la población argentina durante décadas. Buscando
una respuesta a este flagelo se han escuchado argumentos que la
vinculan a una baja tasa de inversión productiva. Algunos economistas
se resisten a vincular la inflación (efecto de corto plazo) con
la inversión productiva ya que la sitúan como un elemento de mediano
y largo plazo.
El economista Gerardo De Santis demuestra que el alto nivel del
gasto suntuario de la burguesía y la regresiva distribución del
ingreso están vinculados5. En nuestro país la sociedad destina a
acumulación productiva –Inversión Bruta Neta, Educación Pública
e Investigación y Desarrollo- el 21% del PBI. Mientras que el 20%
de la población de más altos ingresos destina a gastos suntuarios
el 22,2% del PBI. El estudio considera gastos suntuarios a todos
los gastos de una familia tipo (matrimonio y dos hijos menores)
que excedan los 2000$ (666 dólares) mensuales.
En los países desarrollados la inversión productiva se sitúa entre
el 23,2% del Reino Unido y el 36,1% de Japón, pasando por el 26,5%
de EEUU y el 28,5% de Alemania. Y en Canadá y Australia, países
que hasta la primera mitad del XX fueron comparables con la Argentina
(incluso con ventajas para ésta), esos niveles son del 28,3% y 29,1%
respectivamente. Mayor aún es la ventaja que nos sacan los países
emergentes. Corea 27,4%, Malasia 31,8%, Singapur 37,6% y China 41,1%.
Brasil, nuestro socio en el MERCOSUR, destina el 25,5% de su enorme
PBI, lo que representa entre cuatro y cinco veces más recursos que
la Argentina. Si ésta quisiera iniciar un desarrollo sostenido,
cercano al de los países emergentes o de los que fueron comparables
con nosotros, debería aumentar en no menos del 10% del PBI su inversión,
o sea 15.000 millones de dólares anuales.
Otro dato que revela el estudio de Gerardo De Santis es que entre
el 20% de mayores y el 20% de menores ingresos hay una diferencia
de 24,6 veces. Esa diferencia se reducía a casi la mitad hasta el
24 de marzo de 1976. Ese día se instauró una dictadura terrorista
que redujo drásticamente la participación de los asalariados en
el ingreso nacional. Nivel que no ha sido revertido, sino profundizado,
en los 22 años de democracia capitalista. Una apreciación directa
de estos hechos es que la inflación y la hiperinflación han convivido
con la profunda disminución del porcentaje del ingreso nacional
destinado a los salarios. De aquí se desprende inmediatamente que,
en el mediano y largo plazo, la inflación no está causada por los
salarios, ni vinculada con ellos. (Con otro tipo de datos es posible
demostrar que tampoco se vinculan en el corto plazo). La inflación
no es más que una de las formas que ha tenido la burguesía para
aumentar la brecha distributiva en su beneficio. En el plano ideológico
y propagandístico se ha valido del control de los medios de difusión
y de las Universidades para hacer verdad una mentira: los salarios
son la causa de la inflación.
El PBI argentino para 2004 fue de 150.000 millones de dólares de
ese año. Si comparamos el gasto suntuario con los servicios de la
deuda externa (5% del PBI) y las remesas de las empresas al exterior
(1% del PBI) nos encontraremos con una enorme sorpresa bien ocultada
por la burguesía y poco analizada y difundida por la izquierda.
Estos gastos sumados nos dan el 6% del PBI. Si dividimos 22,2 por
6 nos da 3,8. Con lo enorme y grave que es el peso de la deuda externa,
tenemos un problema 3,8 veces mayor, éste es, el gasto suntuario
de la burguesía. Para disimular el parasitismo burgués uno de los
caballitos de batalla de los economistas y comunicadores neoliberales
ha sido la necesidad de las inversiones extranjeras y estas inversiones
serían las que permitirían el desarrollo. Han logrado que gran parte
de la población crea que: ¡Sin capitales extranjeros no es posible
lograr el desarrollo!
Luego, para que vengan esos capitales, es necesario “abrir” la economía,
darles enormes ventajas y garantizarles ganancias superiores a las
que logran en sus países de origen. Los burgueses financian esta
campaña porque su carácter parasitario los inhibe de realizar inversiones
de riesgo o de largo plazo o simplemente inversiones productivas,
por lo que necesitan recurrir al capital extranjero. Luego, los
capitalistas de los países centrales les reclaman la devolución
de esos capitales a sus socios argentinos, capitales que en su mayoría
han sido destinadas a especulación financiera y cuya devolución
le fuera transferida a los argentinos vía la estatización de la
deuda privada. Nuevamente aparece la tarea de esos economistas y
comunicadores que pregonan que debemos honrar los compromisos externos
ya que el país no puede aislarse del mundo.
La falacia de la teoría de la copa llena y del derrame
Durante décadas nos dijeron que era necesario que la burguesía pudiese
realizar una gran acumulación de capital para que, su inversión,
sostuviera el desarrollo y con él la plena ocupación. La acumulación
en esas manos se dio (durante la dictadura se duplicó la brecha
distributiva y la democracia la mantuvo), pero el prometido desarrollo
no llegó, ni tampoco el pleno empleo. Lo que sí llegó fue la más
grande crisis económica de la historia argentina, superior a la
de 1929, con su rostro más temible: la desocupación masiva y con
ella el hambre.
Algunos datos de la realidad: Veamos como se ordenan los países,
basándonos en las diferencias de ingresos, entre el 20% más rico
y el 20% más pobre. En primer lugar encontramos a Suecia con 2,4
veces, luego un pelotón encabezado por Austria con 3,2 veces, seguido
por Japón, República Checa, Noruega, Italia, Alemania, Canadá, España
y Francia, esta última con 5,6 veces. Los típicos países anglosajones
ya se despegan un poco con 6,5 veces de Inglaterra y 8,9 veces de
EE.UU. Por su parte los subdesarrollados están encabezados por Uruguay
con 9,5 veces, seguidos por Venezuela con 14,4 veces, México, Honduras,
Chile, Sudáfrica, luego aparece Argentina con 24,6 veces junto a
Brasil con 25,5 veces y más atrás Paraguay, Guatemala y República
de África Central con 32,5 veces.
Otra conclusión que es posible extraer de los datos comparativos
de la economía argentina con la de los países desarrollados es que
en estos coexiste una mayor tasa de inversión productiva con una
más progresiva distribución del ingreso. En los países subdesarrollados
coexiste la fórmula opuesta, bajas tasas de inversión productiva
con una muchísimo más amplia brecha distributiva.
Los países desarrollados basan su economía en la ampliación del
mercado interno y lo complementan con el mercado externo. Para ampliar
el mercado interno deben bajar la tasa de desocupación y aumentar
los salarios. En la Argentina de los últimos 30 años se ha hecho
lo contrario, bajar los salarios y cerrar las fábricas con el consecuente
aumento de la desocupación. ¡Y han hecho esto en un enorme país
semi poblado con menos de 14 habitantes por Km²! Para ampliar el
mercado interno se debería tener una política de plena ocupación,
de altos salarios y multiplicar por dos la tasa de natalidad. A
la crisis no se llegó por mala administración o por error de los
ministros de economía. Ésta ocurrió por aplicación de la política
que demandaron las clases dominantes argentinas y el FMI: la de
la copa llena que los funcionarios, bien pagados por el capital,
ejecutaron.
Origen del carácter parasitario de la burguesía nacional
Por qué la sociedad argentina destina sólo el 21% del PBI a la inversión
y la burguesía dilapida un 22,2% en gastos suntuarios. Eso es así
porque “nuestra” burguesía se ha formado en la ganancia fácil, gracias
a un país extremadamente rico en recursos naturales, lo que fue
generando en ella una mentalidad parasitaria. La inversión inicial
de los futuros terratenientes argentinos requirió poco más que domar
un potro salvaje, hacer unas boleadoras y, quizás, comprar un facón.
La fecundidad de la Pampa hizo el resto. Mientras las ventajas comparativas
y la rápida y constante ampliación de la frontera agrícola pudieron
equilibrar la más rápida creación de valores del proceso industrial
la Argentina figuraba entre los países más ricos de la tierra. Granero
del mundo. Estas fáciles, rápidas y grandes ganancias obnubilaron
las conciencias de muchos de los hombres destacados de nuestra historia,
José Hernández, autor de nuestro poema nacional, en 1874 dirá que:
“Antes no se admitía la idea de un pueblo civilizado, sino cuando
había recorrido los tres grandes períodos del pastor, agricultor
y fabril. En nuestra época, un país cuya riqueza tenga por base
la ganadería, como la Provincia de Buenos Aires y las demás del
litoral argentino, puede, no obstante, ser tan respetable y civilizado
como el que es rico por la perfección de sus fábricas”.
A partir de la primera guerra mundial estas ventajas comenzaron
a achicarse hasta desaparecer con la crisis mundial de 1929. Pero
lo que no desapareció sino que quedó consolidado como un cayo en
la conciencia de la burguesía fue la ganancia fácil. El historiador
Milcíades Peña da en el clavo acerca del origen de esta característica
de la burguesía argentina: “el Río de la Plata era la única zona
con características de verdadera colonia moderna, es decir, de territorios
vírgenes colonizados por inmigrantes libres. No hay indios que se
presten a trabajar para los amos españoles. No hay tampoco metales
preciosos, ni tabaco o cacao, ni nada que justifique el empleo de
grandes masas de mano de obra esclava. Aquí el único modo de sobrevivir
era trabajar.
Por todo esto el Río de la Plata se parece extraordinariamente al
Norte de los Estados Unidos. Y estas características del Río de
la Plata explica por qué fue la zona donde más temprano y más completamente
se afianzó la moderna economía capitalista”. “Pero existe una decisiva
diferencia entre el Río de la Plata y el Norte de los Estados Unidos
[aquí] la naturaleza ofrecía tierra no demasiado fértil, explotable
sólo en pequeñas extensiones, bosques sólo utilizables en astilleros
y mar que resultaba particularmente acogedor frente a la aridez
terrena. Allí sin el trabajo intenso y productivo no había forma
de subsistir, menos aún de progresar. Después vino la expansión
hacia el Oeste, donde había enormes praderas que constituían la
oportunidad dorada para que una clase terrateniente se apoderara
de ellas y viviera plácidamente de la renta agraria. Pero ya entonces
los granjeros yanquis tenían fuerza suficiente para matar en el
huevo cualquier intento en ese sentido”. “En el Río de la Plata,
en cambio, estaba la Pampa, ese enorme océano de hierbas donde la
teología vacuna, si la hubiera, colocaría seguramente el paraíso.
En un principio los colonizadores tuvieron que esforzarse para subsistir,
pero sólo en un principio. Después Pampa y vacas hicieron lo suyo.
Pronto los colonizadores rioplatenses descubrieron que el camino
de la fortuna no requería conquistar indios. Bastaba con acaparar
tierras, no por la tierra misma, sino por las vacas que sobre ella
crecían solas. Así nació, creció y se enriqueció una oligarquía
propietaria de tierras y vacas, y una clase comercial íntimamente
vinculada a aquella por lazos de sangre y pesos, que amontonaban
cueros primero, carne después, y los exportaban, acumulando capitales
que se reproducían automáticamente”. Que primero fueron las vacas
y luego las tierras es una opinión compartida por Ramón Torres Molina
quién, al explicar el origen de las estancias de la Provincia de
Buenos Aires, en el siglo XVIII, nos dice que: “En una primera etapa,
quienes después fueron los estancieros iniciaron un proceso de apropiación
del ganado, que fue lo que en un comienzo adquirió valor de cambio
por la demanda de cueros en el mercado internacional. Posteriormente
se apropiaron de las tierras”.
Peña nos dice que: “El dispar destino de las colonias inglesas y
españolas en América está casi íntegramente contenido, en germen,
en los distintos elementos naturales y humanos que los colonizadores
encontraron en las distintas regiones. Las condiciones de la naturaleza
exterior pueden agruparse económicamente en dos grandes categorías:
riqueza natural de medios de vida (fecundidad del suelo, abundancia
de pesca, ganado, etc.), y riqueza natural de medios de trabajo
(saltos de agua, ríos navegables, maderas, metales, carbón, etc.).
El capitalismo industrial se caracteriza precisamente por el uso
intensivo y extensivo de medios de trabajo que la naturaleza brinda
(Marx, 1, 21).” El mismo Marx indicó que el suelo más fructífero
no es el más adecuado para el desarrollo del sistema capitalista
industrial. “Este régimen presupone el dominio del hombre sobre
la naturaleza. Una naturaleza demasiado pródiga lleva al hombre
de la mano como a un niño en andaderas. No lo obliga, por imposición
natural a desenvolver sus facultades”.
La estancia fue la principal unidad económica capitalista de la
argentina naciente, tanto en la perspectiva crítica de Peña como
en la reivindicadora de Torres Molina. Éste último afirma que: “La
política económica de Rosas, que tomó a la estancia como unidad
de producción principal, constituyó el intento de desarrollo capitalista
más coherente que se aplicó en el territorio argentino”. Cuando
el mercado mundial comenzó a demandar lana y posteriormente cereales
encontró que la Pampa húmeda -también la Pampa seca y la Patagonia-
tenía lugar de sobra para dedicar varios millones de hectáreas a
la producción cerealera y oleaginosa (trigo, maíz, cebada, centeno,
girasol, etc.) dejando las tierras menos aptas para la ganadería
(bovino y equino) y en orden decreciente de fertilidad para la producción
lechera y para millones de cabezas de ganado ovino. (Aclaramos que
desde hace unas tres décadas en la Región Pampeana se ha introducido,
progresivamente, tecnología de punta).
La ganancia fácil impregnó la conciencia de la burguesía argentina
a tal punto que cuando, a raíz de la crisis de 1929, se iniciaron
los procesos de sustitución de importaciones, llevaron sus capitales
a la industria, pero junto con ellos acarrearon esa mentalidad parasitaria
y devengadora de fáciles ganancias que hizo de la baja tasa de inversión
con alta rentabilidad su divisa. No es nuestro propósito escribir
una historia económica, sólo buscamos apoyo para nuestra principal
afirmación: el carácter parasitario de la burguesía argentina. En
esta búsqueda recordamos la opinión coincidente que se expresa en
el libro La primacía de la política que reúne trabajos de dos equipo
de investigadores de las universidades de La Plata y de Buenos Aires,
coordinados por el Profesor Alfredo Pucciarelli.
Del propio Pucciarelli tomamos dos párrafos que se refieren a un
amplio período de nuestra historia: “El modo de crecimiento espasmódico
de nuestra economía aparece estrechamente asociado con un nivel
decididamente insuficiente de la inversión de capital, causada por
una persistente tendencia del sector empresario a desplazar hacia
el atesoramiento, o hacia el consumo ostentoso, una cuota desproporcionada
de su masa de beneficios, desviando de su destino natural un monto
estratégico de excedentes que en situaciones menos anómalas deberían
haber sido inyectadas en el circuito económico. Por esa razón, la
baja tasa de acumulación se relaciona con la escasa disposición
de los propietarios a reproducirlos en forma ampliada, transformándolos
en capital. Se trata de estrategias capaces de brindar grandes beneficios
a un número reducido de empresas e individuos en el corto plazo,
pero fuertemente autodestructiva si se miden sus efectos globales
en relación con las necesidades de reproducción del sistema en su
conjunto”.
Dos tareas inmediatas
Una de las dos tareas principales que debería acometer este gobierno
para comenzar a construir un país que aspire a un nivel de desarrollo
sostenido sería tomar medidas muy fuertes y urgentes para modificar
el rumbo de por lo menos 15.000 millones de dólares anuales, que
hoy se destinan a gastos suntuarios, hacia la inversión productiva.
Tarea que debe ir acompañada de una radical redistribución del ingreso,
a través de una fuerte suba de los salarios, de alcanzar en un par
de años la plena ocupación, invertir ya en salud, en educación (su
presupuesto se debe multiplicar por dos), en investigación y desarrollo
(cuyo presupuesto se debe multiplicar por ocho) y seguridad social.
Ambas medidas son básicas para ampliar el mercado interno e iniciar
un crecimiento genuino y sostenido de la economía en períodos mucho
más largos que los actuales ciclos muy cortos de tres o cuatro años.
Se está dilapidando gran parte de la renta petrolera, que es un
bien no renovable, la que se debería destinar al desarrollo de energías
alternativas y se malgastaron 10.000 millones de dólares en el pago
al FMI (como dijimos esta medida encuentra su lógico desde una perspectiva
rentística pero no la tiene desde el pueblo argentino). Recuperación
de la totalidad de la Renta Petrolera, no pagos al FMI y de la deuda
externa y, fundamentalmente, recorte del gasto suntuario con destino
a la inversión productiva brindarían a la Argentina una enorme masa
de capitales para iniciar un crecimiento sostenido de su economía
acompañado de la necesaria justicia social. Éste sería un camino
lleno de dificultades, los capitalistas lo sentirían como una expropiación,
sabotearían estas medidas y combatirían al gobierno que tenga el
coraje de asumirlas, por ello es necesario que medidas de este tenor
deben ser sostenidas por la movilización de las masas.
Cuba Siglo XXI
Fuente: www.lahaine.org
