NOTAS EN ESTA SECCION
Washington
Cucurto y el mundo segun "el curandero del amor", por Silvina Friera
| Bellísimos
retratos de la negrada, por Fernando Barraza
Eloísa cartonera, por Patricia Kolesnicov |
Manos a la obra |
NESTOR VIVE en el barrio de La Boca |
La Revolución de Mayo
vivida por los negros
El curandero del amor |
Hasta quitarle Panamá a los
yanquis, por Washington Cucurto |
Don Washington Elphidio Cucurto, por
Juan Camerón El hombre del casco
azul, por Washington Cucurto |
Fauna onceana |
Oración del repositor
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La culpa es de Francia: el caos esencial de Cucurto
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Ricardo
Zelarayán
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leído por Erasmo Olivera
Entrevista Clarin 2006 |
Eloísa cartonera
LECTURA REDOMENDADA
Nada menos Arlt, periódico Mú, mayo
2011 |
"El arte no es lugar para
imponer sino para generar" (Página/12, 05/07/08)
Washington Cucurto - El
hijo |
Tamara Kamenszain - Testimoniar sin
metáfora. La poesía argentina de los 90
Retrato de Zelarayán por Washington Cucurto,
Revista UDP, Chile, julio 2007

  Washington
Cucurto y el mundo segun "el curandero del amor"
"El personaje hace
cosas que Santiago Vega nunca haría"
Mujeriego, "peronista de raza", incorrecto, machista, incorregible: el
personaje creado por el fundador de Eloísa Cartonera ya generó todo un universo
propio y ambiguo. "Mis personajes dicen barbaridades como las que escuchás en la
calle", señala el autor.
"Los políticos siempre defraudan, pero a mí no
me decepciona ningún político porque básicamente no creo mucho en ellos. "
Por Silvina Friera, enero 2007
La madre de Santiago Vega, más conocido en el mundillo literario como
Washington Cucurto, estaba paseando por el shopping del Abasto y de pronto vio
la portada de un libro que le llamó la atención. "Se parece a mi hijo", dijo
asombrada. Se acercó a la vidriera y comprobó que el muchacho de la foto,
caracterizado como un pai brasileño o un maestro espiritual centroamericano, era
ese quilmeño morrudo que ella tuvo hace 34 años. La señora entró a la librería,
fue a buscar el libro, la novela El curandero del amor (Emecé), y le dijo al
librero: "Soy la madre del autor". Qué hubiera dicho la señora si hubiera leído
en la portada que su hijo, parafernalia de marketing mediante, es considerado
como "el hecho maldito de la literatura argentina, un auténtico cross a la
mandíbula de la cultura bienpensante". Difícil saberlo porque la anécdota -que
podría transcurrir perfectamente en una de las ficciones de Cucurto, bajo la
estética que él define como "realismo atolondrado"-, contada por el escritor en
un bar de Almagro, concluye con las palabras del vendedor: "La felicito,
señora".
Cucurto revela que
ese juego de ser otra persona, que decidió jugar hace tiempo en la literatura
argentina, donde la regla es la desfachatez, la liviandad, la autorreferencia
-su gusto por la cumbia, su trabajo como repositor de supermercado, su lugar de
nacimiento o su mujer paraguaya, entre otros detalles-, ha generado una serie de
equívocos. El más importante de todos es confundir las historias del personaje
Cucurto -un cumbiantero desaforado de la noche de Once, Constitución y
adyacencias, mujeriego, "peronista de raza", incorrecto, machista, incorregible-
con la vida del autor. Nada más alejado de esa imagen desmesurada del marginal
que vive en un mundo de excesos que verlo en ese bar de Almagro, con su hija
Morena, de siete meses, tomando una gaseosa. "¿Se parece a mí?", pregunta
Cucurto, y Morena, como si lo entendiera, balbucea, a veces se ríe o trata de
agarrar las servilletas de la mesa. Sí: es grandota, como el padre. "Esta va a
bailar cumbia", pronostica el escritor en la entrevista con Página/12.
Cucurto acaba de pegar ese gran salto que suele ser incómodo y molesto para
aquellos autores que están acostumbrados a publicar en pequeñas editoriales
porque las sienten como un espacio más acorde con sus naturalezas. Y aún más
para él, que es el fundador de la editorial Eloísa Cartonera, un proyecto
artístico, social y comunitario sin fines de lucro, donde cartoneros se mezclan
con artistas y escritores. Cucurto ascendió a la primera división, pero el pase,
parece, no sería definitivo. Su última novela, El curandero del amor, acaba de
ser publicada por Emecé, pero al mismo tiempo también se reeditó quizá su libro
más emblemático y querido, Cosa de negros (Interzona). "Megabardera, ultratrola,
imparable, por eso la quiero tanto, por eso amo a mi ti-cki cumbiantera, lo
mejor que me pasó en la vida". Así empieza la nueva novela de Cucurto. La ti-
cki de esta historia no es dominicana ni paraguaya. "Es un personaje nuevo
dentro de los que vengo escribiendo", admite el escritor. "Está inspirada en
gente que conocí, que milita en agrupaciones políticas marxistas. Es una joven
estudiante muy politizada, ninguno de mis otros personajes hablaban de política
como ella, y si lo hacían era de una manera muy empobrecida, desde lo que dice
la gente como al pasar. Mis personajes dicen barbaridades, como las que escuchás
en la calle."
-¿Qué cosas cambiaron ahora que publica en una editorial
grande?
-Me llaman de todos
lados, en un mes hice más reportajes que los que me hicieron desde que escribo.
Es demasiada visibilidad, el libro está en todos lados. Me da mucha timidez
tanta exposición. Es un cambio muy grande; me sorprendió mucho y me di cuenta de
que no estoy preparado para algo así. Antes estaba más tranquilo, ahora me
cuesta mucho conversar con los periodistas porque no me leyeron ni me conocen y
vienen sólo por la editorial, y cuando me doy cuenta de eso no tengo ganas de
hablar.
-¿Siente miedo de que se le escape de las manos el personaje que
inventó, con tanta exposición?
-No, la verdad es que al personaje no lo
controlé nunca completamente; es un personaje de aventuras, como un Tom Sawyer
de Twain. Lo único que hice fue poner la cara, por eso a veces la gente se
confunde y cree que ese personaje soy yo. Me gusta usar lo real hasta el fondo y
lo imaginario también, no tengo límites. No sé qué tiene más peso, si lo real o
lo imaginario, pero en la literatura todo es posible. Lo real no es lo que soy
yo sino lo que el libro o lo que la historia hace real. Como siempre pongo la
cara en la tapa de los libros y adopté ese nombre, entonces la gente lo
relaciona inmediatamente, pero eso ya es un problema del lector y no del autor.
Yo soy más tranquilo, hablo poco y no bailo cumbia.
Y creer o reventar,
por la ventana del bar se asoma Julián, un amigo, saluda y sigue caminando por
la calle Perón. Julián es, basta con ver el librito que acompaña la edición de
la novela con las fotos de los personajes de El curandero..., Juliancito, el
portero, el "luzzer" número uno de Almagro, celular y franela en mano y
admirador del Turco Asís.
-En una de las escenas de la novela, Cucurto
está en un telo y va recibiendo a distintos personajes, entre ellos al
curandero, que le pide que lo ponga en las historias que escribe. ¿Le piden eso?
-Sí, todo el tiempo mis amigos me dicen: "Che, ¿escribiste algo sobre mí?"...
También quieren que mencione los bares o casas de comidas peruanas, pero si no
me acuerdo, ¿qué hago? (Risas.)
-¿Y por qué cree que quieren aparecer en
los libros como si fuera estar en la televisión?
-No sé, la verdad es que
es medio raro. Incluso los escritores también me piden aparecer.
-¿Se
puede saber quiénes?
-Uy, no no...
-¿Serán los que están
mencionados hacia el final de El curandero..., como Juan Terranova, Fabián
Casas, Pedro Mairal o Manuel Alemian?
-Sí, soy muy amigo de ellos y a
veces, cuando se da la situación, los menciono.
-En lo que no hay
diferencias entre el autor y Cucurto es en el hecho de definirse como "peronista
de raza". En la novela, Kirchner aparece mencionado como "un seudofarsante" y
"seudoperonista". ¿Lo decepcionó el presidente?
-No, no es lo que pienso,
es lo que se escucha en la calle o lo que se lee en los diarios o en Internet.
Los políticos siempre defraudan, veremos qué pasa con Kirchner... Pero a mí no
me decepciona ningún político porque básicamente no creo mucho en ellos. Sí creo
en Evo Morales por lo que es y por lo que hizo; me siento identificado con él.
Con Chávez también, por supuesto.
En la novela, el personaje Cucurto dice
sobre el presidente de Bolivia: "Evito es un ídolo, un gran Indio, un caballero.
Los sacó cagando a los de Petrobras y en Brasil lo odian, y fue con los tanques
a romperles las computadoras a las petroleras y devolvérselas al pueblo. Y fue
un pastor de cabras quien tuvo que hacerlo y a eso yo lo llamo venganza de la
tierra. Y ahora el gas vale un toco para Argentina y Brasil y bien hecho, Evito.
Argentinos y brasileños viven del hambre de Bolivia de toda la vida y ¿ahora se
quejan porque les suben dos pesos el gas? ¡Ahora lloran por dos pesos el gas,
cuando toda la vida lo tuvieron gratis! ¡Déjense de joder!".

La fábrica-editorial
Eloísa cartonera en plena tarea de elaboración artesanal de libros, ya
considerados como productos artísticos. |
"El personaje
Cucurto refleja cómo somos los argentinos: hablamos mucho, pero después no
actuamos. Como es un personaje muy despolitizado, se corta individualmente con
sus gustos", señala el escritor. "Pero vuelvo a aclarar que muchas de las cosas
que él dice no son las que pienso. En un reportaje reciente señalan que critiqué
a las Madres de Plaza de Mayo en este libro, como si lo que escribí en la novela
fuera lo que pienso. Y mucha gente se quejó porque supuestamente había hablado
mal de las Madres."
-¿Recibió muchos cuestionamientos por publicar en
Emecé?
-Sí, pero son las mismas críticas de siempre, que hago marketing, que soy un
invento... son los mismos prejuicios de antes, ahora aumentados. Pero no fui a
buscarlos, ellos me llamaron y no veo por qué no editar un libro ahí. Aparte me
parece bien que quieran pagar un libro mío. Para mí la literatura es un
entretenimiento, y si obviamente me entretengo y además puedo conseguir que una
editorial me edite, me parece que está bien. No traiciono a nadie, como dicen
por ahí. Soy un laburante, trabajo todos los días en una biblioteca y en la
cartonería (la editorial Eloísa Cartonera), y no vivo de la literatura.
-Quizá lo que puede resultar molesto es que se refieran a usted como "el hecho
maldito de la literatura argentina".
-Sí, puede ser, pero no hay que
hacerle caso al marketing, la gente tiene que saber que eso se hace para llamar
la atención, para que se venda, y que es normal. No se puede juzgar a un
escritor por el marketing, los libros están para que se los lea, no para fijarse
sólo en la contratapa. Los escritores no están acostumbrados al marketing, pero
a mí me gusta porque desconfío de las cosas serias, y si los escritores siguen
manteniendo ese perfil tan serio, no llegan a la gente. Tampoco estoy diciendo
que el marketing sea la mejor manera de llegar; es sólo una. Yo escribo cuentos,
poemas, novelas... no soy el Beto Casella de la literatura, como dicen en los
blogs.
-¿Le pegan mucho?
-Sí, pero también los mejores lectores y
comentarios los tengo en los blogs. Lo que no me parece que esté bien es lo que
se dice desde el prejuicio, y que confundan a Santiago Vega con Cucurto. No hay
que equivocarse; es cierto que hago todo para que se confundan, pero un lector,
un crítico no puede caer en esa pavada.
-¿Qué opina de la crítica que
hizo Sarlo en su revista Punto de vista?
-Y está bueno que Sarlo hable de mí; ahora soy Cucurto (risas).
-¿Está de acuerdo, como señala Sarlo, en que su literatura sería un populismo
posmoderno?
-¿Seré un poco populista? (se queda pensando). Lo importante
de un escritor es comunicar, no si escribe bien o mal, porque si elaborás mucho
la escritura, comunicás poco o nada.
-¿Alguna vez publicará un libro como
Santiago Vega?
-No, no creo. Me divierto con Cucurto, con lo que él hace y cómo se mueve.
Cucurto hace lo que nunca haría yo.
Fuente: Página/12,
05/01/07
 Bellísimos
retratos de la negrada
Por Fernando
Barraza, junio 2004
Washington Cucurto es un escritor al que casi
nadie conocía hace un año. De a poco se está ganando un espacio en el mundo de
las letras americanas. Es un tipo que tiene dos plumas: una sensible, poética,
preciosa. La otra es filosa como una navaja pilla y callejera que alguien saca
en una esquina oscura de Buenos Aires a la salida de una bailanta. Denise
Mathieu, nuestra cronista invitada, nos cuenta por qué le parece que todos
tenemos que entrar de cabeza al "mundo cucurtiano". Atiéndanla, porque tiene
razón en todo lo que dice: Cucurto es un viaje de ida.
Parece que de
verdad se llama Santiago Vega, y de él se dice que nació dos veces la primera en
San Juan de la Maguana, pueblito costero al sur de Santo Domingo, en 1942, y la
segunda en Quilmes, Argentina, 1973. Ha publicado "Zelarrayán" (Deldiego, 1998),
"La máquina de hacer paraguayitos" (Siesta, 1999), "Cosa de negros" (Interzona,
2002). Tiene una esposa paraguaya que se llama Suni.
"Cosa de negros"
(Interzona) es el libro que hoy nos interesa, y consta de dos novelas cortas,
correlativas, y un folleto desplegable de publicidad destinado a revelar la
biografía de un joven escritor argentino que casi no tiene obra y que era, hasta
hace poco tiempo, salvo para un grupo de seguidores, un perfecto desconocido.
Cuando el autor describe su "evolución histórica y antropológica", en el folleto
de presentación, aparecen sincronizadamente (como si fuera un chiste) todos los
rasgos de lo "cult" latinoamericano tal como es pensado en cualquier academia:
filósofos franceses mezclados con Reinaldo Arenas y Arturo Carrera; Góngora
asociado a los jóvenes más brillantes de la nueva poesía argentina (Casas,
Gambarotta, Bejerman, etcétera).
¿Se
explica su éxito en España? Lo cierto es que no. Por un lado hay algo de
esnobismo. No creo que haya habido una lectura a fondo de... Pero no sé... Sigo
siendo, no obstante, minoritario, y más si se tiene en cuenta que la literatura
le interesa a una minoría. Yo le interesaría, pues, a una minoría de una
minoría. Y evidentemente yo también cultivo mi propio esnobismo, no leyendo a
contemporáneos, pero sí alternando a los clásicos con los más jóvenes, como
Washington Cucurto, que es el heredero de otro autor argentino que me interesa
mucho,
Copi. Practico con ellos
un vampirismo -benévolo, claro-, porque tienen lo fundamental, que son las
ganas, que uno va perdiendo con los años.
[De una
entrevista
a César Aira] |
Los relatos remiten
a un mundo identificable y reconocible por cualquier lector de literatura
latinoamericana: el mundo localista de la literatura del boom, el lenguaje
abrumador de lo que se llama el "barroco latinoamericano" y el amasijo de lo
oral y mediático de la cultura literaria latinoamericana de la década del
noventa (después de Manuel Puig, digamos).
Dos narraciones
De la primera a la segunda el libro aumenta. Gana
en complejidad. De la primera persona a la tercera. Si el primer relato "Noches
vacías", narrado en primera persona, puede incluirse en el campo de lo
confesional, el otro relato, "Cosa de negros" aparece contado en tercera persona
y allí el protagonista es un tal "Cucurto", que se ofrece como el cronista de un
mundo que -desde su seudónimo, encontrado míticamente, cuando se equivocó al
nombrar la jerga juvenil ("Cucurto" es el tartamudeo inseguro de "curto", dice
el autobiógrafo), hasta el relato de los bailes de cumbia- mezcla drogas,
episodios policiales, sueños y erotismo. El personaje Cucurto, "el sofocador de
la cumbia" llega a romper todo. Y lo rompe: gran recital, festejo de los
quinientos años de la ciudad de Buenos Aires, secuestrando al presidente, al que
le dicen "Palito" y teniendo sexo con la única hija legítima de Eva Perón.
El libro es mucho más que dos narraciones: propone claves de lectura para
iniciados, guiños para "entendidos", movimientos graciosos para amigos. Es que
Washington Cucurto tiene entre sus objetivos hacer algo más que escribir
novelas: construirse como un personaje que desde una mirada "ingenua" y frágil
denuncia la violencia cultural.
La editorial Eloisa Cartonera
La nueva narrativa sudaca border encontró (generó) una editorial de
elaboración artesanal. La editorial Eloisa Cartonera nace como un proyecto que
busca encontrar la potencialidad artística y laboral del trabajo cartonero.
Los libros son encuadernados con el propio cartón que los cartoneros llevan a la
librerìa, que también funciona como verdulería (¡sí, allí también se puede
comprar verdura y fruta!), como galería de arte y editorial. A cada cartonero se
le paga 3 $ por el kilo de cartón y son ellos mismos los que editan y
encuadernan las obras.
Eloisa Cartonera ya ha editado a nuevos sudaca
borders como nuestro querido Cucurto ("Fer y Panambi"), Dalia Rosseti ("Durazno
reverdeciente") y Fabian Casas ("El Bosque Pulenta"), entre otros. También hay
autores consagrados como Leónidas Lamborghini ("Trento"), Néstor Perlongher
("Evita vive") y Cesar Aira ("Mil gotas").
Eloisa también tiene un brazo
latinoamericano que nos permite acceder a textos inéditos de Gonzalo Millán
("Seudónimos de la Muerte"), Julián Herbert ("Autorretrato a los 27") y Osvaldo
Reynoso ("Cara de Ángel").
Todas estas maravillas -y papa muy barata- se consiguen en este increíble
local porteño, que se llama "No hay cuchillos sin rosas" y queda en Guardia
Vieja 4237. Para más información pueden visitar
www.eloisacartonera.com.ar
 Eloísa
cartonera
ESCRITORES COMO
RICARDO PIGLIA Y CESAR AIRA CEDEN SUS DERECHOS Y LAS TAPAS SE HACEN A MANO.
La editorial de la crisis: una tarde en la fábrica de libros cartoneros.
"Eloísa cartonera" ya publicó 43 títulos, de autores argentinos y
latinoamericanos.
Por Patricia Kolesnicov
Está bueno sacar el
arte del lugar de catedral, pasarlo a la verdulería", dice uno. "Si el libro no
sirve para morfar, hacemos otras cosas", dice el otro. "No nos hacen reseñas, no
nos toman en serio, nos toman como una curiosidad", se queja uno. "No le veo
mucho tiempo a esto", augura el otro. Javier Barilaro y Washington Cucurto dicen
estas cosas una tarde fresca en un local fresco en una calle con nombre
tanguero, pleno Almagro. Lo dicen -uno despatarrado, el otro con las manos
pegoteadas de plasticola- entre témperas y cartoncitos pintados. Son dos de los
tres protagonistas de uno de los hechos culturales que acuñó la crisis: Eloísa
cartonera, una editorial que produce a mano, ejemplar por ejemplar -4 pesos cada
uno- y con material de desecho.
Hace frío, entonces. Ni una garrafa ni un
mate ni un bizcochito circulan esta tarde en que seis hombres arman sobre dos
mesas los libros de la semana. Entibian el ambiente unos cuantos
pósters-manifiesto: Boca -"Hijo, cuidate..."-; Madonna, Lady Di, Gilda, una
insinuante Virginia Innocenti y también Copi.
Con reflejos ante la
aparición del fenómeno cartonero, a mediados de 2002 Fernanda Laguna -poeta y
artista plástica-, Javier Barilaro -artista plástico- y el escritor Washington
Cucurto se largaron: les compraban cartón a los cartoneros a buen precio,
fotocopiaban textos cedidos por los autores, pintaban diez, quince tapas y
listo: literatura y objeto único y, encima, con el tono político de los tiempos.
Del productor al lector: anotaban dónde había algún evento que juntara gente y
salían a vender. Luego abrieron el local, al principio vendían papas y cebollas.
Salvo lo de las verduras -el tiempo es tirano- nada cambió mucho.
Al
principio sus autores fueron ellos mismos y gente cercana, como Fabián Casas o
Damián Ríos. Pronto se sumó el cada vez más consagrado César Aira, quien se
convirtió en un virtual padrino de Eloísa. Y Ricardo Piglia. Y Fogwill. Y otra
vez Aira: la editorial había crecido, este segundo título fue celebrado en
España.
Creció: Eloísa cartonera ya publicó 43 títulos, llevan vendidos
unos 1.000 ejemplares de Mil gotas, de Aira y una cifra similar de El pianista,
de Piglia. Y el mes pasado ganaron el premio "Proyecto Red" -5.000 pesos- en
ArteBa.
Todo
está, sin embargo, acá, en el local frío -se llama No hay cuchillo sin rosas- y
en las manos que cortan, pegan, pintan. Pintan: Alberto les pone color a los
diseños que hizo Barilaro. No habla si no le preguntan, pero si le preguntan
dice que "yo andaba juntando cartón. Fernanda tenía una bolsita preparada y
justo pasó mi hermano y ahí empezó todo. Mi vieja también salía a cartonear,
porque tiene un comedor en Fiorito, entonces Fer empezó a hablar con mi mamá.
Así vino mi hermana y y a la semana vine yo". No cartonea más, claro. Ahora
Fernanda -impulsora de la galería de arte-librería-regalería Belleza y
Felicidad- abrió una sucursal de Belleza.. en Fiorito. Y Alberto pinta tapas por
3 pesos la hora. Ese es el cruce que le interesa a Cucurto, un escritor que se
llama en realidad Santiago Vega y cuyos textos -La máquina de hacer
paraguayitos, Cosa de negros, Noches vacías, entre otros- recibieron atención y
hasta censura. "¿Quién no va a comprar un libro cartonero?", pregunta Cucurto.
"Esto, con infraestructura, con un sistema más grande, se podría dar laburo a
muchos. Acá convertimos la basura en libros. Con el cartón se podrían hacer
muchas cosas. Pero tiene que haber una participación del Estado. Si el Estado
tomara este proyecto, le diera galpones grandes, podríamos ser mil..."
"Trabajamos con la reapropiación de las estéticas populares. El proyecto es más
amplio que hacer libros. Nos interesa llevar el arte por otro lado, ante tanta
colonización estética que parece que es imprescindible ir a estudiar a Europa",
teoriza Barilaro. "No podemos imitar lo que hacen aquellos a los que les sobra
plata y no saben en qué gastarla".
"Algo desde el Estado, las personas
solas no van a ningún lado, esto puede generar trabajo", insiste Cucurto, que
habla de plata y de cosas concretas pero es, también, el encargado de
seleccionar lo que se publica, un catálogo que tiene mucho de latinoamericano.
"Admiro la literatura chilena", dice Cucurto, orgulloso editor de libros de
Enrique Lihn. "Y estamos por sacar una antología de poesía marginal brasileña de
los 70".
Va y viene la cuchilleta; Augusto es hábil. No está aprendiendo
acá a manejar la herramienta: a los 46, tiene una vida de oficial zapatero. Una
vida, claro, que se acabó con LA crisis. Lo suyo es el cuchillo -"me era más
fácil cortar cuero, suela, goma, que esto...."- y también la literatura. Pero no
necesariamente esta: "Yo leía poemas: Julia Prilutsky Farni, Joan Manuel Serrat;
ahora no tengo tiempo de leer. Y escribía: tenía un montón de poemas, pero mis
hermanas me los tiraron para que no viviera de recuerdos. Igual los tengo acá,
en la cabeza".
Augusto promete que sí: un día serán para sus versos las
tapas que corta. Cucurto también apunta a él: "Mi sueño es inventar un lector:
sacarles el Martín Fierro y García Márquez y mostrarles que cualquiera puede
leer a Aira, a Fogwill, a Casas".
Proyecto de producción y lectura armado
a témpera y fotocopia. No tan lejos de los poemas del corazón de Augusto.
Después de todo el nombre -Eloísa- es el homenaje a una amada ausente.
Fuente: Clarin, 2005

 Manos
a la obra
Un fenómeno que
se extiende por América latina
Editoriales cartoneras en América latina: Desde Bolivia hasta México,
pasando por Chile y Perú, la movida que generó la argentina Eloísa Cartonera
prendió y se reprodujo por todo el continente. Claves para entender un fenómeno
que, tras su apariencia pintoresca, propicia múltiples enfoques culturales y
políticos.
"Hay un espíritu más o menos anarco que nos abarca a todos" Eloísa
Cartonera, de la Argentina, marcó el camino, pero la iniciativa se expandió.
Hoy, Animita (Chile), Mandrágora (Bolivia), Sarita (Perú) y Yiyi Yambo
(Paraguay), entre otras, integran el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y
escritores.
Por Silvina Friera
El Mercosur de editoriales
cartoneras empezó a funcionar en un pequeño espacio cultural de Almagro, "No hay
cuchillos sin rosas", sobre la calle Guardia Vieja, donde nació la irreverente y
colorida Eloísa Cartonera. Washington Cucurto, Javier Barilaro y Fernanda Laguna
crearon este proyecto comunitario sin fines de lucro que, desde 2003, integra el
trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores en la edición de libros
artesanales, elaborados con cajas de cartón, con tapas pintadas a mano, páginas
fotocopiadas y tiradas limitadas, de 500 a 1000 ejemplares, de narradores y
poetas de toda América latina. El fenómeno se expandió en Perú con Sarita
Cartonera; en Chile con Animita; en Bolivia con Mandrágora y Yerba Mala; en
Paraguay con Yiyi Yambo; en Brasil con Dulcinéia Catadora, y la más reciente en
México, La Cartonera. Ahora mudada al barrio de La Boca, sobre Brandsen al 600,
a metros de la Bombonera, la madre de todas las editoriales cartoneras invita a
quedarse, a tomar mate, a escuchar cumbia y salsa en la vereda, mientras se
hacen los libros con pinceles, témperas y cartones, a la vista de los vecinos y
turistas que merodean por la zona. En el pequeño local, los libros publicados y
agrupados en varios estantes dan cuenta de la diversidad del catálogo de Eloísa,
con más de cien títulos publicados. Conviven, entre otros, César Aira y Ricardo
Piglia, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn, Alan Pauls (ver página 32) y Mario
Bellatin, Fogwill y Andrés Caicedo, Arturo Carrera y Ricardo Zelarrayán.
"La
Osa", de cartonera a famosa
Miriam Sánchez, más conocida como "la Osa",
tiene 23 años y la remera de Boca gastada de tanto uso. Dejó de cartonear en las
calles hace seis meses. Ahora, como todos, cumple múltiples funciones, desde
pintar hasta distribuir los libros en las librerías, ferias, puestos callejeros
e instituciones como la Universidad de las Madres y el Centro Cultural de la
Cooperación, entre otras. Llega contenta, vendió todos los ejemplares en La
Boutique del Libro de Palermo, y su sonrisa abraza al barrio. Uno quisiera
llevarse a esta mujer a todas partes para escucharla y que cuente sus historias.
"Yo era cartonera y siempre pasaba con mi carro. Quería saber qué era, entrar. Y
le dije a mi marido, pero no tenía ninguna excusa porque no tenía buen cartón.
Un día pedí pasar al baño para chusmear. Entré, hice como que fui al baño, pinté
una tapa y me fui. Después de cinco meses me decidí a venir a trabajar acá, pero
me recostó dejar el carro", confiesa la Osa, que todos los días viaja de La
Plata hasta La Boca. "Me gusta ser famosa, que me hagan entrevistas, que me
saquen fotos", admite y revela que sus libros preferidos son Salón de belleza,
de Bellatin, y "La cartonerita", un poema de Cucurto. "Yo le digo a mi familia y
amigos que ese poema me lo dedicó a mí, pero es mentira. Y mi familia dice:
‘¡Mirá vos, la Osa, de cartonera a famosa...!’"
María Gómez, 26
años, estudiante de Comunicación, señala que lo mejor que se puede decir sobre
el surgimiento de las editoriales cartoneras lo planteó el escritor boliviano
Crispín Portugal, uno de los fundadores de Yerba Mala. "El dice que ya no
importa si alguien cae en esta lucha porque otros vendrán. Este fenómeno no es
de nadie, es algo que está en movimiento y que es imparable", asegura Gómez. Uno
de los "proveedores oficiales" de cartón es Oscar, un vecino del barrio que
consigue cajas de cartón sin manchas. "A él se le paga 25 centavos por caja, que
sería más o menos $ 1,50 el kilo, depende del tamaño de las cajas, cuando en los
depósitos les pagan 40 centavos el kilo", compara. Una vez que tienen el cartón,
se corta y se pintan con témperas los nombres de la obra y del autor, se
encuaderna la tapa junto con el cuerpo de la obra que sale, tibiecito como pan
caliente, de la pequeña máquina Multilith 550, que maneja Renzo, y... listo el
libro para quien lo quiera comprar. El costo de los ejemplares oscila entre 8 y
15 pesos, pero hay una promoción, para los que compran en el local, de 3 libros
a 10 pesos.
La santa de las prostitutas
ELOISA
CARTONERA X ELOISA CARTONERA
Eloísa Cartonera
es un proyecto artístico, social y comunitario sin fines de lucro. Una
cartonería, llamada No hay cuchillo sin Rosas, es su sede, donde cartoneros
cruzan ideas con artistas y escritores.
Eloísa Cartonera busca inventar una estética propia, desprejuiciada de los
orígenes de cada participante, intentando provocar un mutuo aprendizaje,
estimulada por la creatividad. Una de las formas de concretar estos anhelos,
fue la creación de una editorial especial: se editan libros con tapas de cartón
comprado a cartoneros en la vía pública, pintados a mano por chicos que dejan de
ser cartoneros cuando trabajan en el proyecto. Se publica material inédito,
border y de vanguardia, de Argentina, Chile, México, Costa Rica, Uruguay,
Brasil, Perú: es premisa editorial difundir a autores latinoamericanos. El
cartón se compra a $1,50 el kilo, cuando habitualmente se paga $0,30. Y por la
realización, los chicos cobran $3 la hora de trabajo. El proyecto pretende
generar mano de obra genuina, sustentada en la venta de libros. No posee
financiación de ningún otro tipo. En la cartonería además se han hecho
muestras de arte, expusieron Alberto Franco, Daniel Joglar y Miguel Mitlag.
David, Daniel y Alberto Ramos, Gastón y Augusto, pintan y encuadernan los
libros, cortan cartón, piropean a las chicas y ponen cumbia a todo volumen.
Javier Barilaro, artista plástico, mide, corta y usa la regla, dibuja letras y
chicas, ordena la belleza de las ideas. Fernanda Laguna, artista plástica,
escritora, madrina, madre, gestiona, obtiene, pide, da, y acoge. Wáshington
Cucurto, inspirador, poeta, editor, vendedor callejero de primera línea,
obsesivo, fatalista, reta, arenga, tiene grandes ideas, las realiza. Grandes
recolectores urbanos, cartonean y seleccionan el mejor cartón de la ciudad.
Pablo Martín traduce a lenguaje internético. Tomás Colombo, alias Alboroto,
registra en video.
Los autores de los libros, ceden afectuosamente sus obras para ser
publicadas, invitan cerveza a los chicos, algunos se copan pintando con ellos,
otros traen facturas, todos a su manera aportan. Clara Domini, artista
plástica y piquetera. Alberto Franco, artista plástico, logró volvernos locos
con sus enseñanzas espirituales. Christopher Pimiento Zúñiga, hace lo que
los demás no quieren, y duerme en los ratos libres. Victoria Ojeda fue
galerista y bardera. Y tantos más que colaboran en todo sentido. Positivo y
negativo.
Funciona en un local en Brandsen 647, La Boca. Allí se hacen los libros y
muestras de arte.
Desde agosto del 2003 con la apertura del local,
inauguró con una muestra de Alberto Franco, un artista callejero. |
Sarita, la cartonera
peruana, nació en los primeros meses de 2004 con cuatro títulos: Cara de ángel,
de Oswaldo Reynoso; El arte nazi, de Santiago Roncagliolo (ver pág 32); Fuga
última, de Aldo Miyashiro, y Ayer, del chileno Juan Emar. "En ese momento había
muy pocas editoriales independientes en Perú, entonces tuvimos mucho eco. Aunque
los autores y la prensa nos trataban muy bien, las librerías no querían nuestros
libros", recuerda Jaime Vargas Luna (Junín, 1980), que estudió Literatura en la
Universidad de San Marcos en Lima, dirige otra editorial llamada [sic] y preside
la Alianza Peruana de Editores. El cambio de actitud fue durante la Feria del
Libro de Lima en 2005 cuando Sarita, tan desprejuiciada, colorida y rotunda,
lanzó Underwood portátil modelo 1915, de Bellatin. "Como la única edición del
libro era la nuestra, la vendimos muy bien. Eso ocasionó que la cadena Crisol de
librerías nos buscase para distribuir ese título en su cadena y, con ello,
entramos a las demás y con todo el catálogo", precisa el editor, catálogo que
hasta la fecha está integrado por cuarenta títulos, que incluyen libros de
Fernando Iwasaki (ver aparte), Pedro Lemebel, Daniel Alarcón, Rodrigo Hasbún y
Luisa Valenzuela, entre otros. "Sarita Colonia es el nombre del mayor icono
popular limeño, quizás incluso peruano -revela Vargas Luna-. Es una santa no
oficial, no católica. La santa de los choferes de buses, de las prostitutas. Era
el nombre perfecto para lo que queríamos."
Al principio, los fundadores de Sarita publicaban a escritores peruanos
inéditos pero, con la irrupción de otras editoriales independientes, cambiaron
de estrategia y decidieron publicar a escritores latinoamericanos cuyos libros
no llegaban a Perú; o llegaban, pero a precios inaccesibles. Poco a poco, fueron
sacando libros de Piglia, Haroldo de Campos, Margo Glantz o Diamela Eltit.
Vargas Luna sostiene que todas las experiencias cartoneras comparten un
horizonte semejante. "El trasfondo común tiene que ver con la necesidad de
acercar la literatura a la calle y evidenciar la calle en la literatura; y
también con cruzar fronteras y generar movimientos colectivos. Los catálogos de
cada cartonera tienen sus propias búsquedas, pero hay un espíritu más o menos
anarco, más o menos desacralizante, que nos abarca a todos."
¿Qué diablos
es ser callejera?
Ximena Ramos comenta que Animita Cartonera empezó a funcionar a fines de
2006, cuando lanzaron siete libros de Gonzalo Millán, Carmen Berenguer, Mauricio
Electorat, Teresa Wilms Montt y José Santos González Vera, entre otros. "Salimos
con bombos y platillos, al menos mediáticamente, cosa que nos ayudó bastante
para poder dar a conocer el proyecto", confiesa Ramos, que estudió Literatura en
la Universidad Diego Portales. En cuanto a las reacciones que generó la
aparición de Animita, que ya lleva publicados 18 títulos y tiene en su catálogo,
entre otros, al poeta Raúl Zurita (ver aparte), Ramos detalla que hubo "desde el
apoyo absoluto e incondicional a los chismes por la espalda, del tipo ‘son
chicas burguesas que arman una cartonera’, como si tuviésemos que estar sentadas
en la cuneta con una actitud entendida como ‘callejera’. ¿Qué diablos es eso?
Para poder ser válidas para algunos", se enoja, con razón, Ramos. Las animitas
son pequeñas grutas generalmente en forma de casitas, del tamaño de una caja
pequeña, dispuestas en las orillas de los caminos cuando ocurre un accidente en
la calle, una muerte injusta que no debió ocurrir. "Es algo objetual que toma
características divinas, que habita las calles y que puedes encontrar del norte
al sur, sin exclusiones", cuenta la editora.
Animita forma parte de
Editores de Chile, una asociación paralela a la Cámara Chilena del Libro,
conformada por editoriales independientes. "Nos hicimos socias porque nos ayuda
a la hora de lograr ciertos objetivos, como poder ir a ferias colectivamente,
llegar a acuerdos, ser parte de la discusión del libro y la lectura, proponer
iniciativas y un sinfín de puntos que, muchas veces, se logran colectivamente y
no siempre luchando solo", plantea Ramos. "La relación con las macroeditoriales
es nula. Es más, dudo de que nos conozcan." Calidad, proyección y viabilidad son
las claves del catálogo de Animita, que este año incorporará a autores como
Daniel Alarcón, Gonzalo Garcés y José Kozer, entre otros. "Nosotras damos a
conocer autores en un formato que llega justamente a quien no se puede comprar
ni tiene acceso a un libro Anagrama", compara la editora.
Tiempos de
revancha
A principios de 2006, los escritores bolivianos Darío Luna,
Crispín Portugal y Roberto Cáceres querían publicar en el mercado editorial más
pequeño de América latina (1.200.000 personas no saben leer ni escribir).
"Estuvimos un poco angustiados, pues había mucho que decir, sobre todo de El
Alto; y luego de ver las experiencias en la Argentina y Perú, nos decidimos",
recuerda Cáceres. "Publicamos nuestros libros con poca esperanza, pero a la
gente le gustó y empezamos a crecer. La recepción por parte del medio
intelectual fue en un primer momento reticente, pero posteriormente se
integraron", revela Cáceres, que publicó Línea 257 en YMC, cartonera que cuenta
en su catálogo con 17 títulos. "La yerba mala crece en cualquier parte, sobre
todo en el lugar que tú menos la desees, y siempre se la quiere extirpar porque
es molesta -explica Cáceres-. La vas a sacar y va crecer otra vez. Hemingway
decía que los pobres somos como la yerba, crecemos en cualquier parte. Por eso
nos ha gustado Yerba Mala, porque nos van a matar, pero van a venir otros
atrás... Es una suerte de terquedad por la supervivencia."
"En 2006,
nadie comprendía cómo se había organizado la gente para derrocar al Goni
(Gonzalo Sánchez de Lozada), no había un líder, todo el mundo salía a la calle.
Podría decirse que Yerba Mala comenzó devolviendo uno de los gases lacrimógenos:
valorándonos, encaprichándonos en lo que somos nomás, sin mayores pretensiones.
Evo subió y nos reconocimos aún más -admite Cáceres-. Pero ese reconocerse no es
hacer una literatura panfletaria, sino una literatura que eleve nuestro
imaginario, que construya nuestra cultura, que no es ni la andina pura, ni la
camba pura, ni la occidentalizada, sino una mezcla de eso." El único apoyo que
recibe YMC es de los lectores. "Tratamos de apostar a una literatura sin
donativos, lastimerías, subvenciones. Existen instituciones que ayudan, ONG,
pero hemos visto que seríamos cómplices si recibiéramos su dinero. Creemos que
ellos sólo quieren justificar sus dineros y reunirse luego en elegantes hoteles,
restaurantes y con ropa de diseño para hablar de la gran ayuda que están
haciendo a los pobres. Somos pobres, pero no queremos que sientan piedad por
nosotros", subraya Cáceres. "Ser escritor y editor en Bolivia es quijotesco,
romántico, kamikaze o suicida y por eso mismo absolutamente atractivo. Estamos
viviendo unos tiempos decisivos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados",
sugiere el autor boliviano.
 Cumpleaños
del poeta Alfredo Carlino
Por Washington Cucurto
Hace una parva de días que el petiso
Carlino, poeta máximo de Buenos Aires, me anda
buscando. ¿Qué querrá? Los otros días me encontró por Rivadavia a las doce de la
noche, por supuesto, me pescó in fraganti del brazo de Yunisleidi, una
formidable mulata dominicana, con la cual iba a perrear los temas de don Omar a
un sucucho de mala muerte de la calle Santiago del Estero. ¡Negro, qué hacés!
¡Te ando buscando desesperadamente!, y me pegó un flor de abrazo, afectuosísimo,
como sólo suele serlo mi querido amigo Alfredo Carlino, un peronista de verdad y
no como estos chantas de hoy día, que son de todo menos peronistas.
Mi
amigo cumplió 50 años con la poesía y acaba de editar un libro imperdible. Un
librazo que reúne lo mejor de su producción poética. Un libro que deberían dar
en todos los colegios para que los niños aprendan de la poesía ciudadana.
Y ya que estamos en tiempos de la Feria del Libro, es bueno recordar cuando el
Petiso, ex boxeador (peleó dos veces contra Serpa propinándole una paliza
bárbara), le dijo que no le dedicaba un carajo su libro de poemas Buenos Aires
tango, al mismísimo Videla, a quien le gustaba mucho el 2 x 4. Y Videla, que
había hecho la cola con un ejemplar y esperaba su dedicatoria, no sabía si
matarlo, secuestrarlo o retirarse. ¡Por suerte optó por lo último!
Así es
don Alfredo Carlino, directo y frontal, y si no le gusta algo, te lo dice sin
retaceos. Un tipo generoso como pocos en el mundo de la cultura.
Hoy en
día, en que todo es blog y Facebook, es bueno pegarse un baño de buena
literatura y leer los poemas de Carlino. Una épica urbana que testimonia grandes
triunfos y luchas, fracasos y fantasías varias. Yo no sé qué esperan los
papanatas buenos para nada de la revista Ñ, que no le brindan un sentido
homenaje. Desde esta columnita pedorra de “La ciudad de la Furia” lanzo la
campaña para que elijan a este poetazo ¡ciudadano ilustre de la ciudad!
“Cucu, necesito que me des una mano, los redactores culturales no me dan pelota.
Se dedican a publicar a Raymond Carver, a Cheever o a Corman McCarthy. Es que
somos así, tenemos almas eternas de colonizados; nos dejamos embaucar por los
yanquis y nos olvidamos de nuestros valores nacionales”.
Mi amigazo de
bellos ojos de laguna azul y espíritu egomaníaco, justo enfrente del bar Los
Angelitos, me agarró de un brazo, me separó de la mulata y me dijo despacito:
“Cucu, ¡no me digás que te estás cogiendo a esta mulata!”
Crítica Digital |
En la ciudad de
Cochabamba, Bolivia tiene otra editorial cartonera, Mandrágora, en homenaje a la
planta afrodisíaca, pero también a la obra teatral homónima que escribió Nicolás
Maquiavelo. Iván Castro Aruzamen (Chuquisaca, 1970) informa que a fines de 2004
decidió con unos amigos llevar adelante el proyecto después de conocer la
experiencia de Eloísa. "En nuestra primera presentación, los libros causaron
curiosidad y, al mismo tiempo, fue un éxito: hicimos 50 ejemplares de los
primeros tres títulos y se vendieron como pan caliente. Hablar de intelectuales
en Bolivia es una tontera, porque no hay pensadores y la crítica literaria está
en pañales." Castro Aruzamen, profesor de Literatura y Filosofía en la
Universidad Católica de Cochabamba, sostiene que Evo Morales no tiene ninguna
significación en el proyecto de la editorial, que ya ha lanzado una veintena de
títulos como El pianista, de Piglia; Noches vacías, de Cucurto, y Como la vida
misma, de Edmundo Paz Soldán (ver aparte).
"Mandrágora es un proyecto
social y cultural, inserto en la lucha contra la deshumanización del
neoliberalismo, pero no desde una óptica marxista o socialista. Sabemos que el
modelo causa estragos en sectores como los recicladores y que los nuevos parias
entre los parias son los cartoneros y chicos de la calle; pero pensar que
haciendo libros les vamos a dar un futuro mejor, es una quimera. Sólo buscamos
democratizar el acceso al libro y difundir literatura." Castro Aruzamen reconoce
que la relación con sus pares de Yerba Mala es conflictiva. "Ellos defienden
abiertamente el proyecto de Evo Morales, y buscan una estética afincada en la
literatura de cuño indigenista, marginal, contracultural y todas esas vainas que
andan de moda hoy con los populismos."
Castillos en el aire
El efecto
"contagio cartonero" llegó a México, más precisamente a Cuernavaca. La Cartonera
acaba de lanzar en febrero sus dos primeros títulos: El silencio de los sueños
abandonados, una colección de canciones y un disco compacto de Kristos, y Cristo
en Cuernavaca, un relato del escritor norteamericano Howard Fast. Raúl Silva,
uno de los fundadores, cuenta que el proyecto ha despertado el interés de los
medios de comunicación. "El mercado editorial es un eslabón más de una
concepción del mundo basada en el consumo y el desecho. Vivimos dentro de una
enorme maquinaria que no se detiene ni se detendrá -alerta Silva-. El vértigo de
lo masivo y del éxito es una enfermedad que parece incurable. Por eso estimula
pensar y saber que, al margen de esos enormes monstruos editoriales, existen
gestos que consisten en construir castillos en el aire." La Cartonera busca
publicar a escritoras y escritoras de la ciudad de Cuernavaca, pero también a
autores de otras partes. "Los caminos de la literatura son infinitos. El aporte
de las editoriales cartoneras no se puede medir con instrumentos de la
mercadotecnia. Su existencia es demasiado silvestre, por suerte. Basta ver las
portadas de Eloísa o las de Sarita para entender que no sólo es un acto
literario lo que propagan estos proyectos sino también un recorrido
museográfico", plantea Silva.
El antecedente mexicano
Raúl Silva,
de la Cartonera mexicana de Cuernavaca, recuerda al menos el antecedente más
cercano de una editorial cartonera. A mediados de la década del ’70, la poeta
argentina Elena Jordana creó Ediciones El Mendrugo, que publicó libros de
Ernesto Sabato, Octavio Paz y Nicanor Parra, entre otros, en México, Nueva York
y Argentina, en ediciones artesanales y tiradas limitadas, con tapas de cartón
de embalar y atados con hilo sisal. Vuelta, de Paz, que se publicó en 1971, es
un poema de 16 páginas, incluidas en ocho cartoncillos, amarrados con un lazo
azul. Tiene un dibujo de Kasuya Sakai y se editaron 75 ejemplares firmados por
el autor. Carta a un joven escritor, de Sabato, se publicó en 1974. En el site
de la librería Ninon (www.librerianinon.com.ar) se vende un ejemplar a 148
dólares. En www.antiqbook.com otro ejemplar cuesta ¡¡¡377 dólares!!! En el
diario La Opinión del 18 de junio de 1975, una nota editorial ("Insólita
experiencia artesanal") informa cómo Jordana, poeta argentina que vivió en
Estados Unidos y México, fue gestora y creadora de esta aventura editorial. De
regreso a la Argentina y con el apoyo de la Sociedad Argentina de Escritores
(SADE) y la generosa actitud de Sabato, que cedió sus derechos de autor, se
publicó y expuso Carta a un joven escritor en la Feria del Libro de 1974. Cada
libro se hacía individualmente entre amigos, con jarras de vino y canciones.
"Editar sigue siendo para Elena Jordana un ritual de alegría y bohemia", se lee
en el artículo.
ORGULLO Y ALEGRIA
Por Elsa Drucaroff *
Eloísa
Cartonera apareció en la particular situación post 19 y 20 de diciembre de 2001.
Como todas las clases medias, la nuestra se bandea: a veces cree que puede
parecerse a los más ricos, pero a veces la hunden tanto que no tiene otro
remedio que entender que no va a pertenecer nunca al otro lado y se solidariza
con los más pobres..., hasta que le vuelve a ir un poco mejor y les da vuelta la
cara, como ahora. Cuando supe de Eloísa, pensé que también tenía que ver con ese
ambiente nuevo, que lamentablemente no continuó hasta hoy. Yo pensé que sería
hermoso participar en eso de algún modo. Tardamos un tiempo en concretar, pero
eso pasa siempre en las editoriales chicas que no pueden editar muchas cosas por
año. Conozco bastante bien a dos de los fundadores, Cristian De Nápoli y
Cucurto, son muy diferentes y no necesariamente coincido con ellos en todo, pero
sí sé que su deseo de democratizar el capital simbólico, de juntar a los que por
humildes no pueden acceder al placer de la literatura con los que tenemos el
privilegio de gozarla no es un gesto exterior, viene de sus propias biografías,
de sus propios orígenes sociales, y eso se nota en Eloísa, en su catálogo
desprejuiciado y en la propuesta de libros donde la propia manufactura, el
trabajo manual, está subrayado.
Yo vi el orgullo y la alegría en los ojos
de las chicas que habían pasado la tarde pintando las tapas de Leyenda erótica,
cuando fue la presentación de mi librito, y meses antes estuve en el local que
entonces tenían en Almagro y me acuerdo de que tuvimos una hermosa charla sobre
libros, Cristian De Nápoli, Cucurto y yo: el mate pasaba de nuestras manos a las
de los cartoneros devenidos fabricantes de libros, que estaban con témperas y
goma de pegar, los comentarios literarios se mechaban con comentarios sobre
fútbol y chistes de la interna de un lugar de trabajo. Era raro porque nadie
hablaba de lo que no sabía, pero al mismo tiempo todos prestábamos atención a
todos, no cambiaba la onda al pasar de un tema "inculto" a uno "culto" y eso era
vital y hermoso y se sentía en el clima de laburo.
* Escritora y crítica.
OPINIONES DE ESCRITORES QUE PARTICIPARON DE LA EXPERIENCIA
Historias de un reciclaje literario
Alan Pauls, Fernando
Iwasaki (Perú), Edmundo Paz Soldán (Bolivia), Raúl Zurita (Chile) y Santiago
Roncagliolo (Perú) cuentan por qué se acercaron a las editoriales cartoneras,
que publicaron sus textos. "Hacen de la necesidad una virtud", plantea el autor
de El pasado.
- Santiago Roncagliolo (escritor peruano): "Los libros son
demasiado elitistas. Son caros y largos y la mayoría de la gente cree que son
aburridos. Para cambiar esa percepción hacen falta libros baratos y, de ser
posible, cortos, que permitan a la gente ir descubriendo la lectura en el bus
camino a casa o en el baño. Los cartoneros hacen eso exactamente y a la vez
convierten al libro en una pequeña fuente de trabajo para gente que lo necesita.
Por todo eso, me pareció un honor que me invitasen al proyecto. También me gustó
la factura a mano, que hace de cada libro un ejemplar único con una portada
distinta. En cierto sentido, es como comprar un cuadro".
- Fernando
Iwasaki (escritor peruano): "Cuando Tania Silva de Sarita Cartonera (Lima) me
invitó a colaborar con un libro cartonero, acepté por varias razones. Primero,
porque el proyecto cartonero me pareció genial. Segundo, porque me sentí afín a
los autores del catálogo cartonero (Chávez, Aira, Bellatin, Piglia, Roncagliolo,
Zavaleta, etc.). Y tercero, porque Mi poncho es un kimono flamenco (2005) es un
libro ideal para una edición cartonera, pues deseo compilar bajo ese título las
conferencias que imparto en países donde no se habla castellano, porque allí uno
siempre termina hablando de la identidad y otras zarandajas que uno provoca por
ser un escritor peruano de apellido japonés que vive en Andalucía. De hecho, la
edición cartonera de Yerba Mala (Bolivia) tiene más conferencias que la edición
de Sarita Cartonera (Perú), y si otra editorial cartonera quisiera publicarlo el
contenido de la nueva edición también sería distinto, porque el libro continúa
creciendo. Por lo tanto, mi libro es absolutamente ‘cartonero’, porque lo
‘reciclo’ de una edición a otra".
- Edmundo Paz Soldán (escritor boliviano): "Hace algunos años encontré en
una librería de Buenos Aires los libros de Eloísa Cartonera. Había ahí textos
que no conocía de Piglia, creo que también de Villoro. El libro como objeto me
fascinó, aparte de que era un símbolo de la crisis que en ese momento atravesaba
la Argentina, y mostraba que, en el fondo, para la literatura, lo importante no
era tanto el preciosismo editorial, sino hacer que el relato -el poema- llegara
al lector. Muchas cosas se unían en los libros de Eloísa Cartonera. Me pregunté
cómo podía publicar allí. Un par de años después, cuando la editorial cartonera
Yerba Mala se abrió en Bolivia, tuve la suerte de que se me pidiera un cuento
inédito. El proyecto de las editoriales cartoneras es fascinante por lo
solidario, porque se aparta un poco de la maquinaria tradicional del
hipermercado de la cultura. Una golondrina no hace verano, dicen, pero en este
caso me parece que sí. Ironía de ironías, hace poco encontré algunos libros de
editoriales cartoneras en una librería de viejo en Madrid. ¡Eran carísimos! Se
los vendía como objeto de colección. El círculo se cierra algunas veces..."
- Raúl Zurita (poeta chileno): "Las ediciones cartoneras son una creación
genial, no sólo por lo que son, sino por lo que significan. Hay algo
profundamente democrático en su manufactura, en todo lo que interviene: el
papel, el cartón de la tapa, la portada única, que tiene algo de ghandiano, una
refutación al histerismo de la tecnología y un regreso a la manualidad como si,
más incluso que libros, Eloísa Cartonera fuera una propuesta de vida. Un libro
adquiere acá otra dimensión, nunca te olvidas del todo del soporte y detrás del
poema que lees sientes el latido de la vida concreta, ese telón de fondo de la
existencia, que los cartoneros recolectan en la madrugada, de la calle. En lo
personal, verme en Eloísa o en Animita Cartonera me alegra porque me ilusiona
pensar que el posible lector no leerá sólo un poema, sino ese trasfondo real que
finalmente es el destino de toda poesía. No me sorprende entonces que Eloísa
Cartonera esté siendo retomada en otros países, porque representa un futuro más
que plausible: cuando las grandes imprentas sean unos dinosaurios obsoletos y
hayan desaparecido Anagrama, Mondadori, Planeta, sólo existirán los libros
electrónicos y los libros hechos a mano, sólo sobrevivirá el Kindle y las
ediciones cartoneras".
- Alan Pauls: "Publiqué en Eloísa porque me gustó
el proyecto de una editorial que, en vez de llorar miseria, hacía de la
necesidad una virtud, y no una virtud sacrificada, gravosa, sino jovial, incluso
festiva. Hay que ver los afiches bailanteros con que Eloísa sabía promover sus
libros... Eloísa combina un catálogo de vanguardia con un modo casi alquímico de
producir libros -ediciones nacidas de lo que la sociedad desecha-, borroneando
las fronteras entre la vida social y el arte. Una vez fui a la vieja sede de
Guardia Vieja, a pocas cuadras de Belleza y Felicidad (una institución
socioartística prima de Eloísa), y me costó entender dónde estaba, si en una
editorial de libros, una madriguera de tipógrafos anarquistas, una kermesse, un
taller gráfico, un laboratorio de proyectos sociales o una comunidad post
hippie. No creo que haya en Buenos Aires muchas instituciones culturales capaces
de producir ese desconcierto".
Fuente: Página/12,
02/06/08

NESTOR
VIVE en el barrio de La Boca...
Por Washington Cucurto
Una tarde en el barrio de La Boca llegó Néstor. Nosotros nada que ver, estábamos
cortando cartón y escuchando cumbia. Cada vez que una turista pasaba por
enfrente de la cartonería le gritábamos de todo. Me acuerdo bien cuando llegó
Néstor porque vino con Omarcito, el cartonero, ex piloto de la guerra de
Malvinas y también llegó detrás de ellos, ¡cómo olvidarlo! El camión de los
ñoquis y las empanadas. Una vez a la semana venía el mionca y estos atorrantes
de La Salteña entraban a repartir en el barrio los productos vencidos. ¡Morfi
que es para tirar, en La Boca lo reparten entre la gronchada que sabe comer
cualquier cosa! “La Sinergesia capitalista internacionalista lo hace para bajar
el número de habitantes en el mundo, viejas y niños y sobre todo pobres.” “¡No
coman eso!”, nos dijo Néstor de entrada. Pero esto es el comienzo del fin; este
es el comienzo de un sueño y la verdadera verdá de por qué nos hicimos un cacho
kirchneristas.
Juliancito Gonzales, otro alienígena del cartón, nos contaba que andaba
escribiendo un libro titulado con una frase célebre: “Esquivando meadas de
dinosaurios”. Cada tardecita nos leía un poema o alguno de sus cantos
larguísimos. Puede ser que Juliancito esté meado por los dinosaurios. Pero la
muerte no es tonta y no se abraza a los giles.
Lo que Juliancito tiene no es mala suerte, sino un espíritu agujereado y una
pereza que no reconoce cama para ir a echarse. ¡Dormir la siesta es para él lo
más preciado de la vida!
Pero no soy quien mierda para sacarle el cuero a nadie. Y prosigo. O mejor dicho
me alío, me abrazo, o sigo con el PRO. A mí no me jodan, si me dan un curro, me
voy con el PRO y al amarillo lo hago mi color.
“Va a estar bueno.” “Baires es de todos.” “Buenos Aires sos vos.”
Me chupa un huevo el análisis de la estúpida cartelerística que se puede ver
desde un micro. Si hay curro, yo PROsigo. ¡Dejenmé de joder!
La Osa blanqueaba tapas, Ricki Comediata cortaba cartón siempre torcido y todo
transcurría dentro de la normalidad en el taller cartonería gráfica. (De ahora
en adelante la Carto.)
En esta editorial artesanal y por demás preciosa, están encuadernados en cartón
Hojas de Hierba, de Whitman, Veinte poemas del ex poeta, de Cuevas; Esteban
Echeverría y su formidable Matadero, un cuento imperdible de Piglia. Y
acompañando, a esta alta literatura que ingresaba a fuerza de trabajo en los
cerebros del barrio, sonaba a todo volumen Omar Shané.
Todo transcurría en paz entre los turistas, los estudiantes de periodismo de la
escuela de Aliverti o TEA, la carrera de sociología de la UBA, todos venían a
tocar nuestros libritos colorinches de cartón; poetas y narradores del boom,
venían con su cuentito bajo el brazo para que lo editemos. Una vez también vino
Roberto Bolaño, con un cuento que se llamaba “El gaucho asesino” y lo
rechazamos. No nos iba la literatura antiargentina escrita por un chileno
rencoroso. En la puerta vibraba un exultante cartel: “Un libro cartonero no se
le niega a nadie. Sólo hay que colaborar”. Al pobre Roberto se lo negamos.
En medio de esta selva de luzzers apareció Omarcito para cumplir la promesa que
nos venía prometiendo hace meses: traer a Néstor a la carto.
Omarcito no quiso ser de la partida junto a sus compañeros ex combatientes que
se instalaron con carpas en la Plaza de Mayo, hace ya varios años. “Pedir al
Estado un derecho obvio como haber defendido la soberanía de la Patria me parece
una humillación. Yo pilotié solo en medio del Océano y hundí tres Harries y el
Estado no apareció nunca”, nos decía como si afirmara otra verdadera verdá
inmodificable.
–Hola, damas del mundo. Qué honor. Hola, jovencitos del mundo, estudiantes. Qué
honor. Cartoneros roñosos. Lo prometido: traje a Néstor.
Por error una de las chicas dijo su nombre: Cecilia.
–Igual a la hija de puta de mi hija –soltó Omarcito.
–Oh, dama europea, mucho gusto –le dice ahora a una documentalista francesa que
saca fotos. Le tiende su mano llena de mierda y le besa la mano perfumada de la
gringa. Mierda perfumada o perfume de mierda. Un gentleman de la basura y el
tetra. Anda descalzo y en cueros, tiene tatuado un Pucará 340 en el hombro. Vaya
a saber qué más tiene en la cabeza. Vive en su carro, que no es otra cosa que un
carrito de supermercado lleno de papeles y cartones. Cuelgan dos frazadas. Nos
trae tres sillas rotas que encontró en la calle y un atado de cartones mojados
por la lluvia o la meada de los perros. Para disculparse dice:
–Les traje tres sillas de regalo para que puedan sentarse y pintar mejor las
tapas, cartoneros roñosos. Pero además les traje al amigo, para que vean que
Néstor vive.
–¡Néstor vive! Che, dénme dos granos de bola –volvió a repetir alzando las manos
mugrientas.
Y apareció atrás de él, alto y con barba y mucho más flaco Néstor. Era él, no
había con qué darle. Para musicalizar la aparición, corrí hacia el
minicomponente y mandé a Shané, el Evangelista de la Cumbia. Ricky se tapó los
oídos en clara repulsión. No me olvido más, el tipo tenía una luz a su
alrededor, como una aureola no celestial, sino multicolor, más tirando a
cabarute, que estaba buenísima. ¡Hubieran visto la cara de los chicos de la
Universidad que nos hacían un reportaje para la materia “Espectacularidades
cartoneras internacionales”. ¡Blanquearon los ojos!
–¿Señor Presidente? ¿Es usted? Alcanzó a musitar un estudiante.
Ahí me di cuenta de que Néstor debía ser nuestro secreto, que era para pocos. Y
lo agarré del brazo y lo metí en el baño.
Lo miré a los ojos y era él.
–Quedate acá, y no te movás –le ordené y además le di un beso.
Salí al ruedo:
–No le hagan caso. Es un chistoso, un borracho que se hace llamar así, un burdo
imitador, otro Falso Diego que se saca fotos con los turistas...
Omarcito, el cartonero, ex piloto de guerra de las Malvinas, ex combatiente
caído en desgracia, abandonado por su mujer y sus tres hijas a la llegada de las
islas. Cecilia, Celeste y Melisa, quienes lo provocaban diciéndole “cuidado,
conchita, que ahí vienen los gurkas a romperte el culo”. Y fue alejándose para
siempre del departamento de tres ambientes de Caballito. Se alejó de la postura
clasemediera de su familia y sus hijas que noviaban con abogados,
administradores de empresas u odontólogos de mierda. “¡Y volé y luché contra los
gurkas de aritos en las orejas! Si tenían el arito en la izquierda gustaban de
los hombres; si tenían el arito en la oreja derecha les gustaba penetrar a
izquierda y derecha, bien políticos: penetrados o penetradores, sin vuelta. Volé
debajo de los radares en el difícil Atlántico Sur.”
Omarcito nos contó por qué lo trajo de prepo.
–No lo puedo tener más en la ranchada porque los muchachos se lo van a comer
vivo. Pasa el día hablando de Argentina y del peronismo. Ya lo rescaté una vez
de que lo acuchillaran. Ya no lo puedo dejar solo. Con 15 tetras diarios
cualquiera pierde sus cabales.
El ex héroe de las Malvinas se sentó en medio de la carto, pidió un faso y nos
dijo que nos iba a contar cómo lo conoció. Pero antes nos dijo que Néstor
necesitaba alguien que lo bancara y esa debía ser nuestra misión.
–¡Iré a hablar con el cura de la Iglesia de las Ondas Celestiales de Dios! –dijo
la Osa.
Omarcito no se lo permitió:
–¡No quiero saber nada con los evangelistas!
Ricki Comedieta, excitado por conocerlo, me dijo cuando todos se fueron y
cerramos la carto:
–Andá, dale traélo, sacalo del baño que lo quiero ver bien. ¡Llevémoslo al
Argerich!
–Nada de médicos, que son todos unos buchones –dijo alguien.
En el calor de la conversa, sin saber qué destino tomar con el implicado, se
propuso que lo lleven al Edificio del Sindicato de Gráficos, que está desierto y
lleno de bultos de Perón y Evita y máquinas de la década del ’50.
–¡Hasta tienen una cupé familiar peronista ideada por Perón para que todos los
trabajadores tuvieran su auto familiar! La tienen en exhibición y desde ya les
garantizo que todavía funca –dijo otro.
–¡Claro qué sí –se entusiasmó el ex piloto de guerra de las Malvinas, y seguro
que podemos hacerlo arrancar! ¡Sé de motores de aviones y podemos adaptarlo para
que sea el avión de Néstor!
–¿El avión de Néstor? –nos preguntamos todos.
–Sí. ¿No sabían? Néstor tiene un planeado recuperar las Malvinas –nos dijo
Omarcito.
–Che, pero antes de avanzar, decinos de dónde lo rescataste.
–De la calle, ¿de dónde va a ser? Lo encontré camuflado, con barba, pidiendo
monedas en la esquina de Talcahuano y Corrientes. Por cada corte de semáforo se
agenciaba veinte mangos como mínimo. La gente creía que era un imitador y alguno
ni lo registraba.
Omarcito nos contó que Néstor estaba loco, se pasaba las tardes mirando el
Obelisco, diciéndoles cosas a las chicas de Tribunales, tirado en la vereda
sobre un mugriento colchón. Y ahora resulta que tiene un plan para volver a ser
Presidente y copar las Malvinas. Pasaba las horas mangueando por las calles del
centro como un tripulante más del furgón castigado de Buenos Aires. Se bañaba en
las iglesias y los comedores. Comía lo que encontraba en las bolsas de basura
del McDonald’s y de la pizzería Güerrín. Los mozos sacaban las bolsas negras de
consorcio y lo saludaban con un afecto: “¿Qué hacés, Néstor?”. Y era el único,
el verdadero. ¡El patriota, el militante Néstor todo terreno!
–Se agarraba unas mamúas bárbaras, unos pedos desopilantes en los que hablaba
con Perón, Santucho y contaba cómo Firmenich le chupaba la pija, y así nos
hicimos medio amigos.
“A veces le daba un pire y se abataclanaba de lo lindo, doblaba el colchón, lo
metía en un contenedor ecologista de esos que puso Macri y se compraba un traje
gris en Mac Gregor y salía a dar una vuelta, soñando con un país de verdad. Se
comía una porción de muzza y pomarola, dos fugazzetas de jamón y queso y si le
quedaba tiempo, se echaba un talco en un departamentito privado y volvía de
nuevo al colchón que, de seguro, ya estaría ocupado por un amigo, un tal Néstor,
otro, un flaquito que doblaba la muñeca y que a mí no me caía muy bien, siempre
me miraba el bulto. ¡Para mí que Néstor se lo clavaba!”
–Vení, negrito, vamos a conocer a Rosa de Luxemburgo, me decía Néstor y una vez
me animé y fui, ante la luz del Obelisco, tirado en un colchón en la calle,
estaba la tal Rosa... ¡Era un flaquito sin dientes, semidesnudo, que chamuyaba
en portuñol, lo esperaba a él para dormir juntos en el colchón! Pero para mí que
ese tipo era un espía del campo. Por esa época se había corrido la bola de que
estaba vivo y mandaron sicarios para matarlo. Porque Néstor habrá tenido
errores, pero era un prócer, un patriota total.
Omarcito nos contó que al flaquito que decía que era poeta, Néstor lo conoció en
una villa cuando lo pisó un 59 y en el hospital lo salvó una enfermera que se
enamora de él al instante, lo cose, lo desinfecta, le da el alta y se lo coge.
Se lo lleva porque ella sabe que lo buscan los espías del campo por la penosa
ley 123. Lo cuidó, se hizo cargo de él y lo envolvió en una frazada hecha con
retazos de tela de Once en una villa que, pródigamente, le habían puesto Néstor
Kirchner.
–¿Y entonces qué pasó? –le preguntamos todos cuando apareció detrás nuestro,
recién salido del baño, Néstor en persona. Nos dijo:
–Me rajé porque esa mujer estaba loca. Pensé que podía estar mejor con Omarcito,
que me llevó a la ranchada, pero “sus amigos borrachines” ya no me soportan.
Nos quedamos en silencio mirándolo. No podíamos creer que Néstor estuviera
sentado con nosotros. Llevaba un traje gris, todo arrugado, la corbata roja. Se
levantó y agarró un libro de Gonzalo Millán de la estantería. Musitó algo así
como que lo conocía, que lo había visto una vez en Valdivia. Leyó un poema de
Millán que habla de desaparecidos, no me acuerdo bien.
–Muchachos –nos dijo con tono grave–, en esta carto quedan los últimos seis
patriotas y un aviador. Debemos recuperar la patria de las garras del campo,
Clarín y los Estados Unidos...
Lo miramos como si estuviera felizmente loco. Loca y maravillosamente loco. Lo
escuchamos convencidos, entusiasmados, dispuestos a todo.
Entonces Néstor se paró y levantó él mismo las persianas. El sol de La Boca
entró con todo.
–En esta carto se crea la Primera Agrupación Patriótica Néstor Perlongher. Nos
dijo. Vamos a ir al gremio de los gráficos y vamos a tomar esa cupé familiar
peronista. Llegó la hora de jugarnos. ¡Vamos a recuperar el país!
Y salimos en fila, directo a Leandro N. Alem.
(Continuará)
El
cuento por su autor
Por Washington Cucurto
¿Por qué un Néstor vive?
Porque es necesario. Pero también por muchas otras cosas más. En principio, este
relato está inspirado en un amigo del cartón y de las calles, un hombre que
conocí en el barrio de La Boca, Omarcito, un tipo muy querido en un par de
esquinas del sur. Comencé a pensar el relato, hace un par de años, cuando me
interné en las charlas delirantes de este personaje que había resultado ser
aviador en la guerra de las Malvinas. Siempre me dio bronca que un ex
combatiente, un tipo que había combatido en pleno cielo, sobre el Atlántico Sur,
terminara durmiendo en la calle. Omarcito decía que había derribado dos Sea
Harriers ingleses y todos le creíamos, porque nos dibujaba los planos de los
aviones con precisión asombrosa. Omarcito, primera y gran inspiración, el relato
está dedicado a su memoria, para que no nos olvidemos de él. Después mi
admiración por Néstor Kirchner, y sobre todo la influencia que ejerce en mí, la
obra, el pensamiento y el genio de Néstor Perlongher, poeta, militante gay,
agitador contra las hipocresías del mundo. Este relato es un homenaje a uno de
los militantes más importantes que tuvo nuestro país que no fue Néstor Kirchner,
sino Néstor Perlongher. Ambos dos, ambos Néstor, la cara, tal vez, de una misma
moneda en la cual nos reflejamos muchos argentinos.
Pero esto también tiene otro lado más oculto, más entrañable y más relacionado
con la lectura. Este relato es hermano de un poema largo que escribí
simultáneamente que se llama “Reinaldo Arenas agente de la CIA”.
Hablé de influencias, bueno, desde que leí Evita vive, el relato maldito de
Perlongher, siempre soñé con escribir mi propio Evita vive. Néstor vive es mi
Evita vive. Por supuesto, no me salió tan bien como el original, pero no
importa. Pienso que todos deberíamos ser perlongherianos y deberíamos intentar
escribir nuestro propio Evita vive. Se me acaba de ocurrir una idea mientras
escribo: ¡Desafío a todos los lectores y escritores a escribir su propio Evita
vive y editarlo en un libro de cartón, en una antología imperdible!
Néstor y Néstor, protagonistas de nuestra historia contemporánea, hoy personajes
de un relato, como antes lo fue Evita. En fin, lo importante de todo esto es que
Néstor y Néstor viven en nuestro recuerdo.
22/01/13 Página|12

 La
Revolución de Mayo vivida por los negros
Emecé acaba de publicar [2008]
"1810. La Revolución de Mayo vivida por los negros", del autor de “Cosa de
negros” y “El curandero del amor”. Un delirio en honor a la Patria y a su gente
olvidada, una historia que arranca en Africa y tiene como protagonistas a San
Martín, Belgrano, el barrio de Constitución, una dinastía africana, un
tatarabuelo descendiente directo del Libertador de América y una esclava
bellísima, además de, por supuesto, al propio Cucurto.
Por Washington
Cucurto
Querido general San Martín, doscientos años después te escribo encerrado en
una pieza del barrio de Constitución, te escribo como si fueras un hermano que
no conozco. Te escribo desde mi condición de escritor cumbiantero contemporáneo
que no acepta la historia como se la contaron otros. Desde mi corazón de
admirador y enamorado tuyo, ahora que te descubrí doscientos años después, desde
un rincón del Río de la Plata que supo ser terreno de todas tus hazañas y
amoríos tales. Hoy sos “el faro, el guía, el Libertador y prócer de América”, en
los libros de historia y en la boca de los políticos revolucionarios de
izquierda. Yo te quiero como el hombre sencillo que fuiste y que ocultó su
imagen de luchador de grandes gestas.
Te quiero como un muchacho porteño
más, que bardeó todo lo que pudo, que “políticamente fue el más incorrecto y
romántico de los héroes de la América mestiza”. Poco me importa tu cruce de la
Cordillera (hoy es un trámite intrascendente y lo hago en dos horas por Lan
Chile), o tu encuentro en Guayaquil con ese otro maricón que es Bolívar y como
lo seré siempre yo; ni un pelo me mueven. Me mueven, me sensorizan tus aventuras
con negras y negros esclavos del Africa, con mujeres casadas; que te hayas
atrevido a liberar 1.600 esclavos en medio del Océano y en las narices del Rey
de la Corona. Me conmueve que hayas sido el padre del verdadero héroe negro de
la Revolución de Mayo y de nuestra historia argentina, negado por las plumas de
historiadores blancos, que no podían aceptar el liderazgo de la negritud en
nuestra historia. Me conmueve, oh dulce amado mío, tu “libertinaje a la hora de
vivir”, y por eso sos para mí Mi Libertador, Mi Dulce Hermano de Gran Pija
Mestiza Saboreada por Hombres y Mujeres de Todas las Etnias. Oh, hermano, me
importan un pito tus laureles, Libertadorcito de Argentina, Chile y Perú, te
recuerdo como la primera vez que te vi en un cuadro del colegio, al lado de un
cuadro de Perón, los dos montados en caballos blancos.
Querido San
Martín, ahora que me hallo, doscientos años después, enamorado de vos, mucho más
allá y más alto que las cordilleras de Chile e incluso todo el cielo de Chile
(que es un blef), te quiero decir, ya para concluir esta carta carmesí de niña
enamorada atemporal, que la revolución sigue en pie. Y sobre todo sigue en mí,
nuevo Libertador de América, de la música y del lenguaje. Sigue en mí a través
de ti, que has reencarnado dulcemente en mi espíritu. Yo sé muy dentro de mí que
si vivieras en esta época serías cucurtiano. Por ahora te traigo a la realidad a
través del velo mágico y comercial de la empresa editorial argentina, el libro.
Para todos los mequetrefes, sotretas y zoquetes que no saben un pito de historia
ni te aceptan por puto, ni menos que hayas puesto el cuerpo en la Revolución de
Mayo (esto no consta ni en un libro de historia de todos esos libros
blanquecinos que se dedican a derribar los mitos). Los intelectuales
referencistas de nuestro pasado, los grandes escritores de best sellers, te
niegan rotundamente. Se ciegan a la liberación política y sexual que significó
tu vida y tu lucha. Contra ellos es este libro.Y también contra la ignorancia
existente en torno a ti, tanto la del agreste maestro rural con barba guevariana
o la del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, señor Hugo Chávez
Frías (le he escuchado decir auténticas bestialidades acerca de vos).
Por
último, me despido con una sonrisa de tránsfuga, picardías de putañero que
descubrió su hombre; te mando un beso con saliva de guitarrero infame de zambas
berretas, de gavilán de tierras malas.
Primera parte. Africa. A las doce
de la noche, en el centro del corazón purpurino del Africa nació un pendejito.
Un día cualquiera de 1790, en un chocerío de esclavos africanos se escuchó el
llanto escandaloso de una guagua, un nenito, un gurisito, un guainito infame y
bochinchero. Pataleó en el vientre de su madre, quien profirió alaridos non
sanctos, arrancándose el pelo a manotazos y dándole al atigrado altar de paja
furibundos conchazos. Cambiose de lugar como si fuese a ser en el futuro un
pródigo bailarín de ballet y no un simple esclavo más. Púsose, la infame
criaturita, boca abajo, y de un cabezazo rompió la placenta del útero materno y
salió del cuerpo de su madre, que pegaba unos gritos como si la estuvieran
matando. El niño no tiene padre, ni se sabe de dónde viene, ¡quién sabe!, tiene
ojos de carbón, es el primer mulato de la tierra bendecida por Dios que treinta
años después la Corona española bautizaría como Virreinato del Río de la Plata,
y que en tiempos actuales se conoce como Argentina, a secas. ¡Es el primer
mulato de la República Argentina! La negra Coral, su abuela materna de 70 años,
lo alza en sus brazos y lo pone a la luz de la luna para constatar que no esté
amarillo por la bilirrubina, ni tenga patas de rana. Afuera, en el inhóspito
monte africano, los mosquitos invaden el manglar. En esta choza de tirantes de
bambú y hojas de palmera comienza, por así decirlo, la verdadera y trágica
historia de una nación próxima a cumplir doscientos años.
-Caramba, ¡qué
poronga tiene este niño! –grita la vieja al verle la verga bajo los haces de
aluminio de la luna.
Lejos de asustarse, se lo entrega a la bendición de
la luna africana. Alocada como un huracán, después de una cabalgata de tres
horas subida a un león, entra al cuarto Lorena, la hermana de la parturienta.
Ignora a la vieja y se dirige a la cama de lapacho donde reposa la madre, que
acaba de dar a luz.
-¡Olga, Olga! ¡Vestite, tenés que escapar!
Se da cuenta de que su hermana ha dado a luz:
-¡Puta de los mil
demonios, cómo hiciste para parir semejante monstruo! Olga, la madre del
mulatito, es una mulata de increíble belleza natural, de 13 años de edad.
Y enseguida la felicita con lágrimas en los ojos:
-Che, mirá el pingón
que tiene este degenerado. ¡Felicidades, hermana querida! La mulata, de
impecable falda corta de cuero de bisonte y unos aros de barro barnizado con
sangre de mosquitos, alzó a su sobrino, le pegó dos mordiscones en los cachetes
del culo y le dijo: “Pobrecito de vos, bienvenido al Africa. Bienvenido a la
esclavitud total”.
Y ahí constató de nuevo, ahora sí horrorizada, que el
chico calzaba entre sus piernas un gigantesco instrumento germinativo.
—Epa, güey, nunca vi pingón igual. Este se la va a pasar cogiendo –le dijo,
muerta de risa, a su hermana semiconvalesciente.
Como todas las noches,
en el barrio africano Consti había un baile en el barsucho lindero a la choza.
Un barsucho de borrachos y prostitutas que bailan un extraño ritmo de tambores y
arpas que llaman cumb y, supongo, es precursor del -doscientos años adelante—
famoso ritmo tropical cumbia.
Y aunque no sonara Karicia ni Los Mirlos,
aquello era realmente supersensual para bailar, una artimaña del tiempo, ver
tantas negras meneando las caderas y el culo, dando dosmilquinientos meneos para
levantar un vaso, mover un pie, agitar una pestaña, hasta para hablar las negras
movían el culo, y sus partenaires hacían lo mismo con sus braguetas. Cuánto olor
habanero hay en este sitio.
¡Pero si La Habana, ni Cuba, ni Argentina
existen todavía, bestia iletrada ahistórica!
Perfil, 01/06/08

 Cucurto
y Zelarayán
Por
Nancy Fernández
La literatura es un sistema de citas; una trama de alianzas y pactos pero
también de retos y desafíos. Esto no es nuevo, claro. La literatura se
constituye como pretexto de cofradías y filiaciones y en el lugar del homenaje,
también se enuncia la exclusión, o aquellos nombres y estilos que hay que
impugnar para construir nuevas genealogías. No es otra cosa lo que hace
Washington Cucurto (o Santiago Vega si se prefiere) respecto a
Ricardo Zelarayán; allí donde se repone la potestad
de la letra (Zelarayán es, sin duda, un maestro reconocido por Cucurto), la
novedad desplaza las condiciones de producción, incluso cuando cabe hablar de
margen y marginalidad. Podría decirse que Zelarayán reúne en su vida y su obra,
como Gombrowicz, ambas condiciones; es un autor marginal, si tenemos en cuenta
que esto proviene de la crítica, de las instituciones, de los medios y del
mercado. Entre una historia de escritura inconclusa y demorada, más un grupo de
congéneres y amigos, la firma de Zelarayán se mueve lejos del éxito aunque
gradualmente conozca algo del prestigio y del reconocimiento a través de
círculos intelectuales. Pero también es un artista del margen, si entendemos por
esto una operación de escritura, la forma y el estilo propios de una poética.
Zelarayán, y en esto Cucurto lo sigue, es un autor que trabaja con materiales
ajenos a la estética clásica, con restos del lenguaje y desperdicios de la
lógica racional. No hay explicaciones que cierren el relato ni fórmulas que
garanticen la comprensión integral de la anécdota. Cucurto, como Zelarayán, es
un narrador y poeta del margen, pero Cucurto no es marginal; no si atendemos al
circuito de legitimación que supo construir. Tuvo y tiene la anuencia de algunos
medios periodísticos (Página 12 y Clarín), la valoración de revistas culturales
(Diario de Poesía, Vox), compite en concursos de escritura y lleva adelante un
doble proyecto editorial: Eloísa Cartonera es un emprendimiento de carácter
social (allí trabajan cartoneros) e intelectual (César Aira, Arturo Carrera,
Ricardo Piglia son algunos de sus colaboradores). Tanto Zelarayán como Cucurto
permiten reconocer el lugar histórico y cultural del que hablan y que sobre
todo, los constituye como sujetos. El primero evoca la primera y la tercera
presidencia peronista; el segundo integra la generación de poetas más jóvenes
(de los noventa en adelante). Sin embargo, más allá de una clara línea de
filiación (que implica una posición cultural e ideológica), lo nuevo surge como
síntoma de la singularidad. Si en Zelarayán todavía hay una textualidad afín con
sus contemporáneos (esto es, ciertas marcas referenciales, aunque borradas e
incompletas), Cucurto hace del espacio, del tiempo y del sujeto (el protagonista
que narra en primera persona; el narrador en tercera que exaspera el vínculo
paradójico entre el seúdonimo y su “verdad”) los mejores pretextos del simulacro
y de la farsa. El cuerpo, la risa y la violencia son la materia privilegiada de
ambos autores: para la anécdota y para el clima que la completa. En este
sentido, ambos textos son atravesados por la fiesta obscena; pero en Cucurto, el
rito bailantero se extrema y llega al paroxismo del derroche seminal, al exceso
de cumbia, pinga y Condorina. De aquí en más, no se trata solamente del
procedimiento de la imagen sino de la imagen como efecto visual. Dicho en otros
términos, la repetición (de atmósferas y motivos entre uno y otro autor) deviene
escenario propio y diferencial; y de una escritura que hace del contexto la
puesta en escena de la forma y de la lengua (Zelarayán), el texto nuevo hace lo
suyo afirmando la potencia de la historia (de la acción) desde el procedimiento
mismo del estilo y la palabra. Si Cosa de negros (Buenos Aires, Interzona, 2003)
juega con la ficción autobiográfica, La piel de caballo (Buenos Aires, Adriana
Hidalgo, 1999) también ponía en el centro de la textualidad la imagen de autor.
Solo que si en Zelarayán la escritura era medio y forma para insistir con la
pregunta por la identidad (S. Contreras, 1997), Cucurto acentúa el carácter de
farsa que llega a asumir el mito personal del escritor. (1)
Tratándose de
Zelarayán, convendría hacer un recorrido por las referencias culturales que
construyen el vertiginoso clima de esa marea nacional, donde campo y ciudad
definen su conflicto en los márgenes suburbanos, en las variaciones orilleras de
una comarca rioplatense; allí, quien cuenta en primera persona, deambula entre
el Dock Sud colmado de una inmigración argentina (chaqueños, entrerrianos,
santafesinos, correntinos, etc.) y barrios porteños con remembranzas, para el
narrador, infantiles (San Cristóbal). Y en esa suerte de distancia irónica y de
resentimiento burlón, el protagonista evoca el tango con los nombres de Piazzola
y Troilo. Pero si hay ciertos giros que reproducen los clises de la cultura
porteña (la mentada nostalgia del “¿dónde andarán mis amigos de entonces?”) las
bables urbanas (que parecen sugerir desde el tono y la forma a Joyce y a Celine)
parecen repetir el mecanismo del olvido, añadido al tono sarcástico que repele
el peso de los recuerdos (se diría que se trata de una tristeza seca,
irresponsable y poco seria). Como si el cinismo se disfrazara de idilio y
añoranza: o viceversa. Y es allí donde ciertos episodios se mezclan con el
sainete y con el tango; lo primero se lee en el episodio del almuerzo entre
vecinos al que el narrador asiste por noviar con la hija del dueño de casa; pero
la “polenta con pacaritos” termina en una masa viscosa salpicada con sangre
mientras que tanos y gallegos hacen lo propio en la comisaria de la zona. En
cuanto a lo segundo, ciertos códigos de complicidad masculina parecen aludir a
los rasgos más usuales del criollismo porteño; sin querer, Lita involucra al
narrador con su padre celoso, Don Vicente, un gran tipo que “se las sabía
todas”. Y aunque no parezca, hay algo en común que, más allá del personaje, une
a las dos escenas. Porque si la primera se trata de un entrevero sin coraje (el
narrador no defiende al “suegro” agredido y termina preso e inconsciente en
manos de policías corruptos), la segunda abre el camino de la traición (el
narrador falta a la promesa que le hiciera a Don Vicente y se entrega con
frenesí a sus andanzas nocturnas, al abrigo de los parques para enamorados). De
esta manera, Zelarayán toma préstamos del tango y del sainete para
neutralizarlos con la picaresca: por esta vía ingresa Roberto J. Payró. Línea
que abre un realismo costumbrista atenuado con modificaciones de vanguardia (en
lo que hace al uso de la tradición con motivos y escenas “nacionales” pero sobre
todo por los ademanes con los que rompe la convención sintáctica). Por un lado,
transforma el prototipo del pícaro evitando el móvil de ascenso social; La piel
de caballo recupera así la íntima necesidad de supervivencia provocando a la
vez, la deriva y disolución que el narrador refleja en el entorno recorrido. Una
pregunta persistente asoma con intermitencias: ¿qué pasó en realidad? ¿quién
soy?”. Porque la lengua, o mejor las hablas, son el reverso de la escritura; es
allí donde la masa aluvional se hace presente, por lo que los registros y
códigos, lejos de presentar una identidad homogénea, destacan desde lo formal,
la fragmentación y la disolución: del sujeto, del tiempo y del espacio.
No obstante, más allá de un delirio barroso, violento y festivo, hay un síntoma
subjetivo, una suerte de imagen donde autor y personaje coinciden; “cada Luisito
con su frasquito”. Es una frase que pone al descubierto, sin mediaciones ni
referencias abstractas, la condición misma del contexto de producción: se trata
de la vanguardia de los 70’ encarnada por el grupo Literal (Osvaldo Lamborghini,
Germán García, Luis Guzmán, Héctor Libertella); la frase juega con la evidencia
supuesta y prescinde de explicaciones porque alude al título de una novela de la
época El frasquito cuyo autor es Luis Guzmán. Con esta novela de Zelarayán se
podría hablar de una operación de escritura recurrente en Literal y es la doble
condición de la metáfora y la metonimia. Con algunas resonancias de otro gran
libro de poesía, me refiero a Roña criolla, Zelarayán conjuga tono, ritmo e
imagen; así, la “oscura marejada caballar” convoca el registro literal de la
ciudad sísmica, el corcovo violento y la seducción cimbreante que atrae para
espantar y demoler (pags. 54, 55, 59). El tiempo es repentismo, “mancha” y punto
ciego, co-incidente con la forma de un espacio dibujado como potrero, arrabal,
suburbio, márgen y pajonal. Aquí, los personajes son restos diurnos de una
caminata con resaca y sobras de un baile trasnochado; son también las piezas de
una fuga perpetua y a su vez, el intento vano por recomponer los fragmentos de
una identidad. Si de alguna manera, el recorrido del personaje marca el tiempo
intenso de una respiración jadeante y morosa, la sintaxis, iterativa e
inconclusa, alterna con el sonido intenso que presenta la aliteración. Algo de
esto es lo que sucede en Roña criolla. Y en cierto modo, la literalidad implica
a la palabra como acto, donde ritmo e imagen son simultáneos. Habla cansina,
grafía incorrecta, mutuo asedio y rechazo, son modos de presentar el entrevero
desigual entre el animal urbano y la mosca que lo sigue como a la misma miel.
Trato espurio entre delicuentes y policías; grescas, trabajo (remolcadores,
mecánicos, metalúrgicos, obreros portuarios), delito y supervivencia. De aquí la
cita de Payró, solamente a condición de reconocer que la costumbre y la
necesidad (del personaje, de los habitantes) son motivos y pretextos para
deambular alrededor de una memoria incompleta. Si de realismo se trata (por ser
lo real materia de narración), es porque la escritura busca explotar los
mecanismos conscientes e inconscientes del lenguaje; lo real pasa por el
lenguaje y no por referencias extraverbales. De esta manera, recuerdo y olvido
(en tanto efecto y procedimiento, resultado y artificio) dejan la pátina
vacilante por la que el narrador se desliza hacia el abismo, como testigo y
partícipe que no puede probar más que su experiencia incierta. Y en cierta
forma, las descripciones son un modo desviado del “realismo”, un modo de
privilegiar la mirada intermitente y alucinada de un narrador itinerante. La
prosa narcótica de Zelarayán nunca abandona la narración en primera persona, el
registro autobiográfico, intimista y de confesión. De ahí en más, compañeros y
amigos ocasionales se integran alrededor de la cerveza y del futbol dominguero,
viven y escuchan, con interés paciente, las historias de amores clandestinos,
fuera de la ley y de la propiedad. Entonces, la chirusita Alcira puede ser
objeto de posesión, pero también botín para revuelo y desbande (de las
“moscas”), de los que le andan detrás. En definitiva, el bailongo de Sarandí no
es otra cosa que un sistema con sus “leyes” donde la complicidad y la amenaza
terminan jugando a todos una broma pesada. El narrador “termina” su historia sin
cerrar lo que pasó con el Jeta’e Bagre, hundido quizás en el río inmundo, como
caldo viscoso para “puchero de muertos”.
Lo real para Cucurto pasa ante
todo por la farsa. Un mundo donde el baile es rito social, al menos para
aquellos entran a la pista como tatuados por la vibración tropical: “El talón
rajado, abierto, como una zanja. Es el sacrificio del baile. Bailé, bailo. No
paro. Que pare la cumbia si tiene cojones, que se deshueve, risa loca. Mal, la
noche me sonríe como una azucena mojada a un insecto, a un grillo, a la bocaza
de un caballo”( 49); “A mi lo que me mata es la cumbia, misky, me da ganas de
singar, de beber, de culear por el culo, de robar, de asaltar. Es este berrinche
del demonio, esta batata enjilguera la que nos mata, la que nos llevará a la
tumba o a la perdición a todos...” (41).
Aunque no se trata de parodia ni de sátira (en ambos, registros la risa
destaca al tiempo que deforma los rasgos de una figura, sin que estos dejen de
pertenecer a su conjunto). Cucurto exaspera aquellas líneas claves de un
personaje poniéndolas en primer plano; pero el exceso de visibilidad y la
insistencia precisa, no sólo marca lo reconocible de un mundo sino también su
distancia. Como si la auténtica “verdad” (del “actor”) o de la anécdota,
consistiera paradójicamente en su máscara o su disfraz. Más allá de lo nuevo que
ingresa (respecto a Zelarayán), la elección del asunto y del espacio (la cumbia
tropical, el disco Samber, el carrandal de San Blas más el nocturno deslumbrante
y porteño de la avenida 9 de julio) se definen en la tensión de los extremos
entre lo verosímil y lo verídico, procedimiento presente también en Copi, en
Osvaldo Lamborghini y en César Aira. En este mismo sentido, si la novela abre
con el subtítulo de “Noches vacías” (cumbia entonada por Gilda), una narración
en primera persona y una descripción apasionada del mundo cumbiantero, el
segundo título (“Cosa de negros”) invita, ahora en tercera, a recorrer el
“magnífico barrio de Constitución” y a presenciar la historia de amor entre
Washington Cucurto y Arielina Benúa. Una historia poco convencional. Porque la
trama desopilante de ambos personajes, atenúa la violencia excesiva (del exceso
aprendido en Osvaldo Lamborghini) de algunas escenas: “Le doy dos soberanas
patadas más, justo en el cerebro salido, al aire libre, para que se componga en
su lugar. No hay caso, el cerebro no entra más, así que lo arranco con los dedos
y lo saco del todo. Lo tengo todo enterito colgando en mi mano, es chiquito como
una paloma, sangra a borbotones, sangre a canilla libre” (40). “Me despierto
tirado en el sillón de mi casa. El mismo en el cual cogimos con la gorda la
noche anterior. Tengo los dedos llenos de sangre y pelos. Saco pedazos de ojos
en las uñas. Qué gran asco! (42).” Fiesta y violencia; cuerpo como objeto de
goce o destrucción; es todo lo que traza la realidad fabulada, la ficción de una
experiencia donde Gilda, Rodrigo, Los Charros y Mandingo conviven con César
Vallejo. Si la referencia poética nos trae alguna resonancia de la vida de
Cucurto, la autenticidad de la escritura (su singularidad, su innovación) pasa
por el desplazamiento de esos mismos índices “verídicos”, por su deconstrucción
o por el desalojo de su lugar, pertinente y central. El canon de la poesía
latinoamericana está ahí (por identidad y evocación) junto a “tickis y
chirusitas” palpadas y relamidas. Entonces, la “ficción autobiográfica” juega en
forma sesgada todos sus elementos haciendo de la paradoja, la auténtica lógica
de esta novela. En la “verdad” de un nombre falso, la autoría del libro (y de
una obra entera), afirma su entidad jurídica. Washington Cucurto es la firma
legítima y real, personaje de la historia y también el “alias” de Santiago Vega;
es, además, el escritor que sabe medir los efectos de una sintaxis nominal, allí
donde el uso frecuente de un fraseo unimembre instala la velocidad mediática de
la imagen: “Sus ojos, muralla que me separa del mundo. Una parejita se interpone
besándose y derramando cerveza. Pasan rápido como una epifanía en DVD” (18);
“Luces, luces, luces, qué enchastre de belleza! Sensacional el Samber” (27); y a
modo de homenaje para Ricardo Zelarayán: “Cacho bordeando el nauseabundo arroyo
Sarandí”.
NOTAS (1) Sandra Contreras, “La piel de caballo de Ricardo
Zelarayán: a través de las voces e identidades de la tradición nacional y
popular” en Revista de Letras, Rosario (UNR), no. 5, 1997.
Fuente:
www.elinterpretador.net

 El
curandero del amor
Por Washington Cucurto
Le compré a un peruano en El Rey un CD de cumbia de Los Mirlos. Estábamos
cerveceando con mi ticki cumbiantera cuando apareció el peruca cargado de cds y
dvds piratas. Estaba mordiéndole los labios, tocándole las manos, bajo las luces
multicolores de ese barsucho del Superconsti, cuando plaf, cayeron ellos, los
cds. Me los puso encima de la mesa, una montaña de soldaditos musicales y me
desesperé, y con ella, comenzamos a elegir ballenatos, cumbias tropicales, José
José, Jerry Rivera, Juaneco y su Combo, tres de Karicia, mi grupo preferido. Los
Mirlos son lo mejor del Perú y de la música andina, un día les contaré la
historia de ellos. Nos sentíamos como unos “Cumbianteros junto a la orilla del
mar”. Mi ticki sacó cinco pesos de su cartera y me compró. El poder verde, de
Los Mirlos. –Este tema habla de un curandero, es el poder verde, nos dijo el
peruano. –¿Qué es el poder verde? –le dijo sonriente, medio en joda, moviendo
las tetas, mi ticki atrevida.
–Es el poder de la selva, que cura cualquier mal. Siempre hay un representante
de la selva entre nosotros, ese rol lo cumple un curandero. –Y, ¿qué cura ese
curandero? –le dije preocupado.
–Lo que sea, hermano, lo que tengas, yo conozco uno. Si tienes un mal yo te
llevo con él por 15 pesos.
Con mi ticki cumbiantera y guevarista abrimos los ojos, mirándonos.
–Ya sé lo que pensás, atorranta –le dije–. Pasa que mi ticki está preñadísima de
dos meses. Es decir, hace dos meses que no le baja la sangre. Yo estoy casado
hace diez años, tengo tres hijos y una mujer. Pero estoy enamorado de mi ticki
guevarista, estudiante de Sociales, perteneciente al grupo Liberación y ahora
preñadísima de mí o de quién sea, que eso nunca se sabe.
Continué:
–Vos sos tan atorranta, tan trola, que merecés que te lleve a ese curandero pa’
que te baje la saina.
–Cucu, diablo, vamos ya.
Y entre besos mordiendo sus labios gruesos que son un espectáculo, un puro y
vacío show como las marchas en la plaza. Y ella a cada agite me dice, “nos vemos
en la Plaza”. Y yo tengo que ir a buscarla entre peronistas, progresistas,
piqueteros, clases medias y vendedores de lo que sea, que esa es la única gente
rescatable de esas marchas.
Hace un rato venimos de una marcha donde pregonó una Madre de la Plaza de Mayo y
leyó la carta de Rodolfo Walsh, demasiado aburrida.
–Terminemos la birra y vamos –me dijo mi ticki, en ese bar peruano demasiado
antro, demasiado achacoso pa’ conocer de Madres y revoluciones y desaparecidos.
Siempre habrá un lugar más allá de todo y es este barcito peruano y metacumbiero
del barrio de Constitución.
Caminamos con el peruano por Salta hasta Caseros y nos metimos en un
conventillo. Me dijo:
–Esperen acá que voy a tocarle la puerta al curandero.
De una pieza sonaba la música de Rodrigo. Jugaban los niños a pesar de la hora.
Esperamos en la oscuridad, besándonos.
–Pasen chicos –gritó de una pieza el vendedor de cds.
–Diganmé –nos dijo una voz en la oscuridad de la pieza. Era el curandero. Estaba
sentado en un banco, con un atuendo de todos los colores y unas velas alrededor.
Tenía una vincha roja y una peluca de pelo lacio, amarillo.
–Sientesé chicos y cuentenmé. Soy el curandero del amor.
–Está preñada, curandero del amor.
–Ah, te felicito, comerte semejante bombón.
–No maestro, esto es cosa seria. No estamos para tener un hijo...
–Pero muchacho, usted es joven, puede trabajar. Un hijo es una bendición de
Dios.
–Sí, maestro, pero ya tengo dos y ella tiene 17 años.
Mi ticki se reía de nuestra conversación y se mordía los labios, los dedos. Si
tenía una pija la chupaba. Su mirada estaba llena de sexo en la oscuridad, como
siempre.
El curandero dirigiéndose a mi ticki.
–Y vos, nenita, ¿no te gustaría ser madre?
–Sí, curandero del amor, es lo que más deseo en la vida. Pero el Cucu me baja el
pulgar.
–Ay, muchacho, andar poniéndola sin hacerse cargo de las consecuencias.
–Por eso, porque me hago cargo de las consecuencias es que será bueno que le
baje el período.
–Bueno, viendo que las voluntades son irrevocables y están en contra de la vida.
Llamemos al Dios de la Selva. San Poronga.
–¿San Poronga? –preguntamos a la vez con mi ticki futura mamá.
–Sí, San Poronga, el Rey del Perú. Protector de las abuelitas y de las púberes
de los degenerados como vos.
–La culpa es del viagra y de la cumbia.
El curandero mirando a mi niña.
–Esto te pasa por bailar la cumbia.
–¿Por qué por bailar la cumbia?
–Te emborrachás, te prendés de un negro y te perdés con la cerveza y los besos.
Al final terminás garchada en un telo o una pensión o encima de un auto.
–Yo bailo buscando el amor.
El curandero se paró de su banquito sopló un manojo de inciensos con olor a
lavandas y mentas. Se acercó a mi ticki y comenzó a manosearla y decir cosas en
voz alta.
–San Poronga, protector de los hijos de la Selva. Conductor del Semen y de los
Hongos. Hijo del Océano Pacífico, protege a esta hija tuya curepí. Haz que la
sangre le baje en este preciso momento, por el bien de todos. Y en nombre de la
Salud, te lo pide tu hijo.
Me di cuenta enseguida de que a este maestro se le pasaba la mano con la
religión. Se franeleaba a todas las cumbianteras de la bailanta, a todas las
guachitas que preñaban por culpa de la cumbia. Iba a la puerta de la bailanta y
repartía volantitos. “No tengas hijos con un desconocido, si quedaste embarazada
vení a visitarme que te vuelvo la sangre.”
¿Qué más? Nos dijo que esperáramos 15 minutos y si no le venía se sentaría en
una cama donde se procedería a bajar la sangre.
–Bienvenida al desangradero. Sacate la pollera y la bombacha y acostate en la
cama.
Apagó las luces casi hasta que no se veía nada en la pieza del yotibenco de la
calle Pedro Echagüe y Santiago del Estero. Una vez que bajó las luces prendió un
foco rojo que había al costado de la cama arriba de una silla. Yo me quedé en la
puerta inmóvil, me temblaban los pies. El curandero del amor se arrodilló
delante de la chuchita de mi ticki y comenzó a introducirle un dedo, después
otro y otro. Mientras le introducía dos dedos comenzó a darle besitos en el
clítoris y a pasarle la punta de la lengua.
Al lado mío, me codeaba el vendedor de cds piratas.
–Eh, maestro, la traje para que la cure. No para que se la garche.
–Lo que estoy haciendo no tiene interés sexual, muchacho. Estoy lubricando la
zona para que no hayan rispideces.
–Todo lo que usted diga, maestro, pero si hay que lubricar me debería haber
pedido permiso a mí. Esta ticki es MI TICKI. Y todo lo que se diga o haga con
respecto a ella debe informármelo a mí.
–Bueno, vení hacelo vos. Si sabés tanto.
El curandero se corrió de las piernas de mi ticki. Antes rezó tres Padres
Nuestro.
Se lavó las manos en una palangana. Usó jabón blanco de lavar la ropa. Y 15
gotitas de agua bendita. Sacó dos pinzas horribles de un bolso y las puso
adentro de un microondas que estaba al lado de la cama. Empezó a decir cosas
inconexas, frases de oraciones, bendiciones. “En nombre del Padre que ve todo lo
mal que hacemos y nos perdona ... En nombre de los errantes que yerran por
alejarse de Dios ... Por el Sr. Porongón, Convertidor del Pecado en Pureza ...
Protege a esta cierva pecadora de la cumbia ... Oh, Gran Misericordioso Creador
del Cielo y de La Tierra ... no es más que un ángel descarriado.” El microondas
giró cuatro minutitos y sacó las pinzas humeando.
–Hay que quemar las paredes del útero. Y después bendecir con agua bendita. Esto
va a doler.
Cuando con el vendedor de cds truchos vimos las pinzas hirvientes nos agarró un
temblor en todo el cuerpo. El se tapó la boca y dejó caer la cajita con los
compac que sonaron en el piso creando entre todos una cumbia.
La cumbia de la tristeza infinita.
El vendedor de cds me dijo:
–Negro, jugate, no dejés que le haga nada.
No esperé ni un segundo y salté encima del curandero y le dije.
–Espere esto no es necesario. Vamos a tenerlo.
–¿Tener qué? –me preguntó el curandero enojado.
–El hijo. Vamos a tener el hijo.
La oscuridad de la pieza era total, de una pieza sonó una cumbia que decía que
no se podía amar a dos, bien sabes. Fue ahí cuando vi la cara de ella en la
cama, sus labios brillantes, su pelo corto. Era como la cara de una virgen a
punto de ser ejecutada, era como una adolescente en un campo de prisioneros a
punto de ser torturada. La vi tan hermosa y lloró.
Entre lágrimas me dijo:
–Cucu, mi amor, te amo, pero no podemos tenerlo.
En ese momento deseé que estuviéramos en el bar peruano comiéndonos una corvina
con arroz; tomándonos una Condorina helada, mirándonos a los ojos y
prometiéndonos todo el amor del mundo. La agarré de la mano y comencé a llorar.
El curandero del amor seguía con las pinzas en alto esperando a que nos
decidamos.
–¿Y? ¿Qué hacemos? En dos segundos se ahorran los problemas de una vida.
Le grité que no, que nos íbamos. Entonces ella se sentó en la cama y me pegó una
cachetada y otra más.
–Puto, puto. No quiero tener un hijo tuyo.
Y lo miró al curandero.
–Y usted, déjese de joder y meta esas pinzas.
Yo me quedé volando entre mis lágrimas por el cachetazo de mi ticki: Sentí sus
alaridos de dolor. Después fue todo sangre. Las sábanas, la cama, la pieza, el
barrio y el barcito peruano. El mundo fue rojo, como la Unión Soviética o la
cancha de Independiente de Avellaneda.
El curandero del amor se asustó.
–Hay mucha sangre, hay que quemarla o se morirá desangrada.
Mi ticki cumbiantera, mi compañera fiel, mi hermana, mi todo, sangraba sin
parar. La sangre inundaba el piso como una inundación. Como un río de sangre. La
sangre de nuestro amor, la sangre de mi vida.
–Va a haber que hacer una curación doble de urgencia.
El curandero corrió hasta el ropero. Tiró la ropa que había adentro y sacó un
nebulizador. Con la manguera me ató el brazo y con una jeringa comenzó a sacarme
sangre.
–¡Sangre! –gritó.
Yo sentí el pinchazo y la sangre que salía de mi cuerpo.
–¡Cerrá el puño, pelotudo! –me volvió a gritar.
Cuando terminó voló la goma del nebulizador dándome otra cachetada en la
mejilla.
El curandero corrió hacia la cama y se la inyectó intravenosa.
–¡Sangre! –gritó y me pinchó.
Me sentí mal aferrado a la mano de mi ticki.
–Mejor me voy que va a venir la policía –dijo el vendedor de cds truchos.
–¡Sangre, que se nos va! –gritó el curandero y saltó con la jeringa hacia el
vendedor que no atinó a nada. Le pinchó el brazo con gran maestría y le sacó un
litro.
El vendedor pegó un grito de dolor.
–Gracias, hermano, le dije y le di un beso. Cuando tenga plata te compro todos
los cds.
El curandero giró y le inyectó la sangre a mi ticki. Se desabrochó la manga y
mientras gritaba, sangre, sangre, se clavó sin pestañar la jeringa en un brazo y
ya esto era un toqueteo, un pinchaderío sin ton ni son. Se pinchaba y ya la
pinchaba a ella y se volvía a pinchar y le daba más sangre a ella. Era tanto el
bardo y la desesperación que incluso vi cómo la pinchaba a la propia ticki
sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro. “Lo importante es que la
sangre fluya”, dijo. Yo estiré mi brazo y me dio dos pinchazos pero ni por asomo
asomó una gota de sangre. “Está vacío”, dijo. De brazo en brazo caían gotones de
sangre que el curandero chupaba “para no perderla”.
Al curandero se le cayó la peluca y se despegó de su traje de curandero y se
sentó en un banquito.
–¡La salvamos, pongan cumbia, carajo!
Yo me alegré de la vida. Salté al minicomponente Aiwa y puse Los Mirlos. Y sonó
de casualidad el Poder Verde. Lo puse a volumen 55, la pieza retumbaba que
volaba. Sólo un aparato japonés puede poner la cumbia a 55 de sonido. El gran
plan de los japoneses es que un día prendamos un Aiwa y volemos en mil pedazos.
La cumbia se escuchaba hasta en la Luna.
–¡El poder Verde! –gritó el curandero.
Teníamos los brazos dolorosos pero estábamos contentos.
Como si fuese un cuento de García Márquez, pero más divertido y con cumbia. Pos,
qué es esta vida de hambre, sino puro realismo mágico al revés. Sea como fuere,
la cama de mi ticki se comenzó a elevar en medio de aquel cuartucho
horripilante, mientras sonaba “Eres mentirosa”. Golpeaba contra el foquito del
techo e iba flotando de un lado a otro de la pieza, como una vez vi, que flotaba
en llamas la cama de Frida Kahlo, en una película yanqui. Y ustedes no lo van a
creer, pero las cosas que pasan en las películas, también pasan en la vida. Si
piensan que macaneo vengan a caminar por las calles de Constitución y verán que
esto es ciencia ficción sudamericana.
–Esta es una curación doble. Hay que hacer la otra parte de la curación.
–¿Qué otra parte de la curación? –le pregunté. Yo lo miré al curandero trucho
que no era otro más que el mismo hermano del vendedor de cds y, a los cds, los
copiaban en el mismo Aiwa multipotente, en el cual ahora sonaba “Lamento de la
selva”.
Che, que ahora me doy cuenta lo justo y hermoso que es el amor pese a todo, lo
digo ahora que pasaron tres días y ya me puedo sentar y caminar. Che, que no hay
nada más justo en la vida que el amor y el sufrimiento. El curandero fue y quemó
de nuevo en el microondas las pinzas y me dijo que el amor se hace entre dos y
que para que no vuelva a ocurrir era necesario, que no dolería nada, que piense
en María que al lado mío, boca arriba, y yo boca abajo, me agarraba de las manos
y sonreía y fue tan linda su sonrisa, pese a todo, fue una sonrisa de amor y
alegría y comprendí que a pesar de todos los problemas, el amor es lo más lindo
que nos pasa, pese a todo, y la cumbia no dejaba de sonar mientras yo me bajaba
los pantalones, en el acto más justo de la vida, mientras el curandero del amor
me metía las agujas hirvientes en el centro oscuro y acre y con olor a mierda de
mi ser.
 El
cuento por su autor
Este relato que ahora pueden leer los lectores de Página/12 pertenece al libro
de relatos El curandero del amor, fue editado por Emecé en 2006 y fue escrito en
tiempos bravos, de gran agitación social. Hoy puede ser considerado un relato
antiguo. De cierta forma, envejeció por mi poca habilidad para escribir, pero la
problemática que presenta continúa siendo de una actualidad espeluznante. El
curandero del amor habla de un aborto casero protagonizado por una parejita de
adolescentes. Un hecho que sucede casi a diario en nuestro país. Hay un gran
manto de misterio, de mentiras e hipocresías alrededor del tema del aborto. Poco
o nada se sabe del tema, en realidad. Las mujeres continúan muriendo porque, de
pronto, se encuentran solas, con el Estado en contra y encinta. El Estado, al no
legalizar este tema, genera las condiciones para que exista el oscuro mundo de
los aborteros ilegales. Pero el Estado es la sociedad, usted, su familia, yo y
todos. Y francamente, no hacemos nada para que las mujeres dejen de morirse. No
legalizar el aborto es mandar a muchas mujeres al matadero. Esa es la verdad.
Quizás inspirado un poco en un Matadero del Siglo XXI es que escribí este relato
duro. Traté de escribirlo de una forma hiriente, tal vez grotesca, pues muchas
veces la realidad nos supera y parece una realidad de ciencia ficción. Entonces,
tenemos que acabar con la realidad de ciencia ficción sudaca. Algún día tenemos
que aprender.
A este relato lo escribí con mucha bronca, pero cuidándome de no tener una
actitud lacrimosa, ni convencional como la que tiene la tele. Por supuesto que
el curandero también esconde otros temas, todos relacionados con el sexo, pues
el sexo es el gran tabú de la especie humana. Y yo lo utilizo mucho en todo lo
que escribo, como un disparador, un botón que nos hace pensar muchas cosas.
Hace poco en una Unidad Básica kirchnerista, donde me invitaron a leer unos
poemas, un lector se me acercó y me dijo: “Me encantó ‘El curandero del amor’
porque lo escribiste de una forma vital, para nada piadosa”. No sé si eso está
bien.
Ahora que pasaron unos cuantos años pienso que el relato tiene algo de piedad.
Reelaborar la realidad es una forma de ser piadoso con ella.
¿Qué más puedo decir? Que pasaron varios años y el aborto continúa sin
legalizarse, las mujeres, invisibilizadas, continúan muriéndose desangradas en
las manos de algún loco de la provincia de Buenos Aires. Como dice Vargas Llosa,
yo también pensé que el relato serviría para algo, para cambiar, aunque más no
fuera, un granito con respecto a este tema. No sucedió nada, apenas unos grupos
de mujeres siguen su lucha contra una sociedad a la que no le interesa cambiar.
Por último, el relato es violento, atrevido hasta la exasperación, pero es
apenas una historia naïf ante la mente de aquellos que tienen el poder para
cambiar las cosas y no lo hacen. Entonces, ¡los verdaderos grotescos somos
nosotros y después ellos!
09/02/11 Página|12

 Hasta
quitarle Panamá a los yanquis
Capítulo 1
Por Washington
Cucurto
1. El Rey de la
Cumbia
Atentos señores. En la radio hablan las locutoras trolas de la F.M.
Tropical. El rey de la cumbia se echa Axe (el desodorante de los bailanteros) en
los sobacos, el pelo, el pecho y las bolas. Se pone su camisa blanca con flores
en los bolsillos. Su pantalón rica lewis y sus zapatojos del Once. ¡Señores! Ya
está por salir al ring de la vida el rey de la cumbia. Baja las escaleras de su
casa, se dirige a la parada del bondi. Se sienta en cualquier asiento. 23 hs.
Mírenlo como baja del 168 y se dirige por la calle Salta hasta el pasaje
O’Brian. No se detiene ni sonríe. No ve ni escucha a los zanganos vendedores,
las putas lo perifonean, los sauneros lo agarran del brazo en vano. No hay
criatura de la noche que lo detenga. ¡Va al Bronco sin parar! ¡Oh Barrio de la
Sagrada Constitución qué dichoso sos, en tus venas va el anónimo e invisible rey
de tus calles y de tus galpones musicales!... ¿No lo oyes respirar, echar
montañadas de humo? ¿No sientes sus pasos de lata haciendo a un lado borrachos
en el piso? ¡Damas Gratis, Eh, Guacha!, Pibes Chorros, Medialuna, Amarazul,
karicia, Débora: Bostas! ¡Basura! Este es el rey de la cumbia y no canta. Baila,
baila, paga su entrada, luces, ruidos, peleas, música stereo saliendo de los
autos. Caquis (policías borrachos) arrean chicas bailanteras para culiculearlas.
Y ahí voy yo, adentro de él, dispuesto a todo.. ¡El Rey paga su entrada de cinco
guaracos y una consumisión gratis. ¡Gratis no hay nada y menos en el mundo de la
cumbia...!
Witold
Gombrowicz, Washington Cucurto y Pablo Urbanyi
Por
Juan Carlos Gómez
"No sé cómo decírtelo, pero te lo tengo que decir igual, cuando llegué al pasaje
del nacimiento del Gauchito ya no pude leer más. No te enojés, es un problema
mío, yo soy un hombre chapado a la antigua, un mundo como el de "Cosa de negros"
de Cucurto o el "Yo era una chica moderna" de tu puño y letra, me resulta
totalmente ajeno. ¿En qué tipo de gauchaje andará el mundo cuando tu mundo sea
un mundo chapado a la antigua? (...) No te olvidés que tengo más cartas de
Gombrowicz, las argentinas por ejemplo, portate bien, dejate de escribir
chanchadas, sé un muchacho alto y buen mozo como me decía mi mamá cuando quería
que le alcanzara algo, y vas a ver que te voy a mandar las cartas argentinas de
Gombrowicz, como ya te mandé las europeas" El Pato Criollo me había llevado
hasta el Negroide Piquetero, y el Negroide Piquetero hasta Cucurto poniéndome en
la mano su "Cosa de negros" y unas figuras en las que un Cucurto cuadrumano se
va incorporando poco a poco hasta alcanzar la posición del bípedo implume, es
decir, la posición erecta.
Las apariciones esperpénticas del Cuadrumano,
un distinguido gombrowiczida que por razones completamente desconocidas para mí
despierta con sus escritos una gran admiración en Alemania, como también se la
despierta a la Filarmónica de Berlín Jaime Torres con su charango, empalidecen
cuando las comparo con las del Contrahecho. Al poco tiempo de alcanzar a los
miembros del club con mis historias verdaderas empiezo a tener unas impresiones
que pueden oscilar entre las eurítmicas y las contrahechas, según sea el
carácter del gombrowiczidas. Al terminar de escribir "Thomas Mann" sentí que
iba a llegar a mis corresponsales con la hermosa melodía de un hombre de letras
tan insigne, y así fue, enseguida tuve la confirmación de este presentimiento.
En efecto, el Castor, una ilustre escritora y periodista gombrowiczida publicó
en su revista "Archivos del Sur" unas palabras que atribuí a los efectos
eurítmicos de "Thomas Mann". "Gombrowiczidas son ensayos y notas breves
escritas por Juan Carlos Gómez publicadas en "El Ortiba". Escritas generalmente
con humor e ironía, en forma diaria, Juan Carlos Gómez ha creado una
constelación de escritores, referencias, cartas, un universo que gira alrededor
del escritor polaco que vivió casi un cuarto de siglo en la Argentina"
Inmediatamente después de la alegría que me produjeron estas palabras recordé
que el principio de acción y reacción es aplicable a todos los fenómenos de la
naturaleza de este mundo, tanto sean fenómenos físicos como espirituales, así
que tuve el presentimiento de que a esta buena noticia debía sucederle por
fuerza una mala noticia.
El principio de acción y reacción es uno de los
principios más atractivos de la ciencia física. Es una propiedad de los cuerpos
que expresa la igualdad de la acción y de la reacción, según la cual una fuerza
ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B es igual y opuesta a la fuerza que el
cuerpo B ejerce sobre el cuerpo A como consecuencia de la acción ejercida por el
cuerpo A sobre el cuerpo B. Y es tan atractivo el principio de acción y
reacción que hasta el mismísimo Gombrowicz, tan distanciado y enemigo del
cientificismo, lo utiliza en Filifor, el más celebrado de sus cuentos, y no sólo
en sus cuentos aparece el principio de acción y reacción, sino también en sus
diarios. "¿Será pues que me convierto en reacción? ¿Contra todo el proceso
encaminado hacia el universalismo? (...)"
"Soy tan dialéctico, estoy tan
preparado para ver desactualizarse los contenidos con los que me ha nutrido la
época –el fracaso del socialismo, de la democracia, del cientificismo– que casi
con impaciencia aguardo la inevitable reacción, casi soy ella yo mismo" La
mala noticia me puso de manifiesto que también Thomas Mann puede despertar los
más bajos instintos a un gombrowiczida contrahecho que se esconde en el
anonimato detrás de una banda de forajidos. En efecto, "El rey está desnudo"
es una revista que se presenta como creada, ideada y registrada por Pablo
Urbanyi. El consejo de redacción permanente está formado por todos los hombres
de buena voluntad, los bienaventurados de quienes nunca será el reino de los
cielos y los últimos que jamás serán los primeros, así rezan sus palabras
iniciales.
Eligieron uno de los pasajes memorables de los escritos de
Gombrowicz para presentarse como gombrowiczidas. "No lo sé. ¿Así que el libro
está aún por empezar? —preguntaréis—. Al contrario, ya está medio parido, pero
no me preguntéis por el contenido de mis obras porque es imposible contarlas con
palabras de ‘cosecha propia’. Hay una cosa de la que estoy seguro: es una obra
que no os gustará en absoluto y en esto tengo puestas todas mis esperanzas (…)"
"No sirvo para guisaros los platos que podéis encontrar en cualquier restaurante
y que ya os sabéis de memoria, lo que quiero es prepararos un guiso que se os
vuelva como un estropajo, que los ojos os salgan de las órbitas y el gusto se os
alborote por completo..."
"Y sólo después de varios años de masticarlo
llegaréis a la conclusión de que al fin y al cabo se trata de un plato de
ravioles a la crema bastante nutritivo y sabroso. Conozco mi cometido. No soy
una vaca que rumie el pasto del día anterior. Mi deseo es ser un maestro de
cocina que prepara sus guisos con mantequilla fresca y hace el consomé con la
carne viva de la contemporaneidad. No quiero ser esclavo y siervo de vuestros
paladares, sino su torturador, una mosca que hará galopar al perezoso jamelgo de
vuestros gustos" El Contrahecho es un escritor argentino nacido en Hungría
que vive en Canadá, y que admira a Gombrowicz según lo manifiesta en una
entrevista que le hace una escritora argentina que vive en Australia.
"Conocerlo personalmente, no. Leí la primera edición de ‘Ferdydurke’ con su
prólogo original en el que se relata un hermoso ejemplo de colaboración
literaria para una traducción casi imposible de un libro tan difícil. No
conservo ese ejemplar y lo lamento. Y, aunque la traducción sea la misma, en las
ediciones actuales ese prólogo desapareció para ser reemplazo por uno banal. En
cuanto a deberle algo, le debo todo lo que se le puede deber a un maestro:
inteligencia, audacia, innovación, así como le debo a muchos otros, tales como
Arlt, Cortázar, Hasek, Swift, Sterne, Cervantes, Quevedo o Borges. Esos son los
que me ayudan a gatillar la mente, si es que tengo pólvora y la mecha se puede
prender, claro" Hace unos meses recibí de "El rey está desnudo" unas líneas
que me despertaron la curiosidad.
"Bueno chico, basta de ego web. Yo leo
a Gombrowicz y no ando colgándome de él. Gracias de todas maneras aunque no lo
haya pedido ni vos preguntado si me interesaba. Suerte" Pero fue
precisamente el gombrowiczidas al que di en llamar "Thomas Mann" el que despertó
la furia de esta banda de forajidos cuyo jefe es el Contrahecho. "La verdad
es que nunca te pedí un cuerno para que me rompieras las que sabés con tus notas
improvisadas. Pero esto ya es demasiado: escritor o no, bueno o malo, Thomas
Mann fue un reverendo hijo de puta pequeño burgués forrado de guita al servicio
de USA que dejó morir de hambre a Musil, diez veces más grande que él. Averiguá
también las razones del suicidio de su hijo" |
¡Qué lindo olor a
Axe hay en la calle! Entro, ¡al fin libre de verdad y completamente!, me pierdo
en el muchedumbraje de culos saltando y chorros de cerveza que caen al piso,
clua, cluac... ¡Horriblemente hermoso el Bronco esta noche!... Qué feliz soy,
porque encontraré a mi amada, a mi novia paraguaya, como a mí me gusta, y que
solo hallo entre los cumbianteros del Paraguay. Oh, dondé estás mi amada de esta
noche, agitadora de caderas, donde está tu culo portentoso chocando con otro
gigantesco al son viroso de la cumbia, dónde están tus pechos apretados por la
camisa de un machote. ¡Oh, reina de Constitución, ya voy a tu encuentro,
acalorado y borracho y la pinga al palo!... Ay, qué necesidad inaplazable,
incorregible, inevitable de mover todo, de entristecerse también por las letras
de la cumbia villera, que retratan nuestra vida, que son gota de sangre de
nuestras vivencias y sensaciones... Dale, dale, a agitar, a mover todo, sígueme
con este pasito, y ahora con esta vueltita rey de la cumbia, y ahora con este
meneo lubricador hasta tener las rodillas en el piso y mirarte las bolas desde
abajo, qué perspectiva maravillosa, qué visión insustanciable, qué fenómeno
paranormal por suerte. Y ahora subo rey total, agarrándome de tus rodillas como
una comadreja, podría morderte los huevos a esta altura (¡y te los muerdo!)...
Se me rompe el esqueleto si ponen otra mas, si hay otra mas suelto el alma por
la boca como un gran vómito, me lleno de transpiración y te miro a los ojos,
fijamente. Solté todos mis diablos y a mis temores los tiré al piso como un
vasito de cerveza. ¡No mariconiemos mas y vamos directo a culear!
Buenitas noches, tucanes, alacranes, arroyos, yaguaretés, jacarandases,cascadas,
potrillos colorados, buenazas noches Condorinas con olor a porro, llenas de
vicios, de besos artificiales de lápices labiales y boquitas de pingas abiertas
como peces. Otro viernes mas venimos a hacer la única revolución posible: la de
bailar la cumbia y levantarse una buena perra paraguaya. Estoy repegado a esta
morochita que ni sé su nombre. ¡Que importancia tiene! Mitakuñaí llevame al
fondo de tu ser. Mi tavyrón se pone duro y quiere romper la bragueta. Mi esposa,
mi hijo, mi padre, mi jefe, mis hermanos, mi madre, vienen y quieren arrancarme
de los brazos de ella, cuerachona, pero yo me agarro con todo y comienzo a dar
vueltitas, a soplar huracancitos que los alejan de mí. ¡Dejenme tranquilo
joderme la vida en paz! La vida es para jodérsela, para apestársela bien
apestada, los pulmones son para llenarlos de cerveza y el corazón está para
llenarlo de rimel... ¡Kirito, Kirito, ven a mí!... ¡Matecopio Bronco viejo y
querido nomás!...
Buenas noches pantaloncitos ajustados, tanguitas con olor a bosta de un
lado y a concha del otro ¡vivan, poraitepé! Abiertas, supersónicas, reculan las
conchitas debajo del bozalcito de lycra de las tangas. Culos hediondos de
negras: ¡Presente, Presente, acá estoy! Voy yendo a la barrita donde están
acodadas las guainas mas lindas de la vida. ¡Un super litro de Condorina helada,
mi preferida porfa!... Flash, flash, una fotosky-katú con Condorina en mano que
soy un rey, un hombre, un héroe. ¡Hirachuore! Miro pasar perras, crespitas
divinas y pasar tilinguitas que están pa hacerlas sonar y pasar, morochazas del
incomensurable y caluroso norte argentino y pasar culos grandes, avasalladores,
imponiendo respeto ante otros culos flaquitos de machos o de flacas tirifilas,
que también las hay, pasito a pasito, tetas redondas y altas, olores de todos
los sabores, sabores a catinga de todos los olores.¡lengua roja lamiendo los
sobacos! ¡Llegó el rey de la cumbia!
¡Qué travesia llegar a la barra! ¡Jelou, barrita de las birritas de los
bardos bailantiles! Apretujones, el destino me pone delante una guanita culona,
la guío con el asta de carne a los empujoncitos, ella salta cada que la
apoyo.¡Pará guaino, andás volcando leche!, me dice y me empuja. Sigo. Por acá
si, por acá no, no no mejor para allá que hay menos hombres. Los guainos
aprovechan y me la tocan, me la apoyan, me la sobaquean toda perdidita pa
siempre, manchita negra, en el horizonte tropical de la bailanta. Hago lo mismo
con otras... En el escenario baila la Sirenita. Ay, Virgencita del VAlle del
Salí, en un sucuncito te explico quien es la Sirenita, a vos te va a encantar,
inexplicable con palabras, un bombón de otro mundo, ¡sí, sí, sí! del mismísimo
país loco y enamorador del Paraguay, porque la guiana es... ¡paraguaya de 17
añitos, baila como nadie! Dejame tomar, no te me enloquezcas como mi corazón. Se
te derriten los ojos, tortillera, calentona, secate las babas. La bailarina
oficial del Bronco es capaz de todo con el cuerpo. Seamos felices así,
Virgencita del Salí, viéndola zarandear todo al ritmo embriagador de la cumbia,
olvidemos que somos viejos aunque tengamos veinte años; olvidemos que hace
siglos perdimos las esperanzas aunque ahora aparezca esta ráfaga de carne
esperanzadora. ¡Olvidemonos de todo, Virgencita pecadora, y matémonos en sus
ojos, giremos en el ritmo de las caderas de esta belleza paraguaya del otro
mundo que se llama República Septrentional del Paraguay!... Atontado, perro
mojado por un chaparrón de madrugada. Ay, Virgencita, ni vos que estás muerta ni
yo que estoy vivo vamos a tocarla.
La Virgencita desapareció y, zas zas,
alguien me agarra el brazo y me arrastra. Y yo: no, no, mi amor... no te me
vayás Sirenita del alma, aguantá acá. ¡Vega, Veguita! me dice una mano negra,
alacranada, que me da vueltas meta girar con dos negrazas terribles, muy feas,
pero con unos cuerpos importantes. ¡Ingueroviable! ¡Ingueroviable!
(¡Increíble!), grita el morocho que se me vino encima a todo tote como un mionca
con el embriague cortado. ¡Vos sos el hijo del viejo Vega! ¡la pucha che, que te
estiraste como junco! Cuando te conocí andabas soltando los mocos, guacho, allá
por Fiorito enchufándole vasos a la gilada. Me decía y me abrazaba y besaba,
contento de verme, y yo mirando pa trás por si veía a mi guainita del sábado
pasado, aquella que me juró amor eterno, y me prometío por todos los santos del
Paraguay que me iba a esperar sin mirar a nadie calladita al lado de la barra.
Lo hizo besándose los dedos mil veces y hasta me hizo el "piedra papel y tijera,
te espero hasta que vengas". Shera’ato, cómo avanza el mundo che, otro pasito
mas hacia la destrucción total, ¡a la marolia! veo a la juradora católica entre
la negrada meta carraspear con otro a unos metros nomas. ¡Que poco dura el amor,
che!...
¿Y en qué anda tu viejo? No se lo vio mas vendiendo por el Camino
Negro, che, se lo a’comío la tierra... Yo: no, no, sí, sigue... ¡Mirá donde te
vengo a encontrar!, lo que es el destino, qué haces entre la paraguayada,
negrito atorrantón... Yo: Diviertiendome un poco. (Ahora lo calo al morocho: es
busca como mi viejo, ex colectivero del amarillito 188, nos llevaba gratis y mi
viejo le regalaba un par de medias o una musculocita pa los críos. ¡Está igual,
che, pero debe tener como 60 años! ¡Es de roble el paragua!).
El amigo
encontrado de mi padre estaba meta bailar con una compatriota de 50 pirulos
largos, cuerachona, morocha-tetas-grandes y culo-de-porla-sin-mezclar. Todavía
tenía las ancas fuertes, se notaba por el vestido ceñido al cuerpo. Pienso la
pija que hay que tener pa entrarle a una de estas. ¡Ea!, ¡qué hay acá tan fiera
como su madre! Con mucho lomo, gran cabellera y ojos negros, la hija de unos 17
años. La marco con mucho amor y ya la agarro de la manito y nos ponemos a girar
lindo. ¿Paraguayita?, le pregunto cuando logro llevarla a un costado. Sí, a
mucha honra. Ay -le miento- si volviera a nacer sería paraguayo. ¡Ñembuepoti!
tiré mi golpe maestro y la pendeja cayó. Una felicidad me invade, el amigote de
mi tata, no deja de traer cervezuchas. ¡Entrele, entrele, guacho nomas! El
morochote gigantón agarra de la cintura a la madre y la hace dar vueltas y grita
para el escenario. ¡Música que hay un Vega!... Yo, timido, chis,chis, no
levantés la perdiz. Mi paraguayita se mata de la risa y me abraza tierna... Al
rato nos vamos y nos sentamos en una mesa blanca de plástico. Mas cervas. Y yo:
pago yo compadre, paremos un poco. Y él me pega un coscorrón que suelta al piso
un chapuzón de medio vaso de cerva y me dice. ¿Como vas a pagar vos guacho, me
querés insultar? Andá aprendé a limpiate los mocos... Ay, que feliz me siento
entre tanta hospitalidad, en esa mesa casi familiar rodeado de gente de corazón
de oro, gente sin interés mas que el de vivir y disfrutar con los amigos; ay
pai, qué felicidad estar en medio de la morochada espléndida de dientes blancos
y pelos de púas. Ay, la sagrada morochosidad del mundo, viva, viva, aguante las
mezclas los mestizajes los criollismos, viva el indio con el español o el tano o
el turco o el árabe o el polaco, de ahí viene la cumbia, qué picazón deleitoso
tenerla instalada como otitis en los tímpanos! No parés nunca cumbia. Que el
mundo paré, sí. Que los yanquis hagan bosta todo, Irak, Cuba, Venezuela, el Mar
Rojo, que se llenen el culo de petroleo, me importa un güevo todo con tal de que
la cumbia no pare nunca... ¡Y este paraguayo como me hace acordar a mi padre,
tan generoso, tan vivo, tan sonriente! Shera’ato, contame mas de tu tata, dame
el tubo o una calle que lo voy a ver. No me atrevo a decirle que se murió y le
digo "se mudó pal lado de Chacarita". Me voy pa otro lado y le adulo la hembra.
Ya estoy agarradito de las manos con mi mitakuñaí. La madre aprueba musitando
palabritas en el oído del aire. Así, meta trago y trago y unas bailaditas mas
con la gurisa para tantear el terreno y ella que me deja, que va al frente.
Volvemos a la mesa y el amigo se levanta y dice. Nos vamos guacho, te dejo mi
telefono y mi calle, cuando te quieras pasar tenís las puertas abiertas y decile
a tu viejo que me llame. Sí, sí ya te llama en esta semana sin falta, y se van.
Yo no la quería largar por nada a mi paraguayita, alargaba los saludos. No hubo
caso, ¡qué separación mas dolorosa! La paraguayita me mira pícara y me dice al
oído "no dejes de llamarme".
El papelito dice: "Rosalino Riquelme,
Patricias Argentinas 1540, Barracas. Chau señora. Portate bien guacho, ¡mirá
donde te vengo a encontrar! YO donde te vengo a encontrar a vos, paraguayo
eímierda, y encima de cuidador de la conchita cerradita que me gusta, roto,
puerco, descosido, ojalá te destripe un auto o te pise un tren.
Cerró la
noche y me quedé solo. Otra vez, arrechado, paticojo, tronchado, besuqueado sin
ponerla como un vaso de cervas manchado de rouge. Ya todas las guanitas estan
con machos. Doy unas vueltas a ver si pesco unita. Imposible, lo mejor es salir.
Salgo. ¡Adios Bronco, se va el Rey de la Cumbia, adios caballitos multicolores,
hasta el viernes que viene! No me relinchen así, che, no le hagan trampa a mi
corazón.
¡Son las seis de la mañana, coño! Y me acuerdo que tengo que
volver al supermercado. Ojalá el lastre de Domingo Gonzales, el gordo
alcachuete, me haya marcado tarjeta. Como tantas veces hice yo con él.
Maldición, la putrefacta góndola está esperandome, enquilombada reluce bajo las
luces y espera a que un negro venga a meterle manos. ¡Cómo la dejaron anoche,
qué plaga es la raza humana! Corro todo transpirado a la parada del bondi y me
tomo el 102. Cierro los ojos y pienso en la paraguayita pupila del amigo guaraní
de mi padre, parece mentira, hasta después de muerto, me llegan sus herencias.
Puteo para adentro al colectivero que va durmiendo, tranqui, a las seis de la
mañana, dale gallina clueca, mete un cambio, raúl alfonsin, jugate una vez
siquiera... 6:45 de la matina, bajo corriendo por Figueroa Alcorta y llego al
Carrefour donde trabajo. Los vigiladores me abren la puerta y me dicen. ¡Epa,
guey, de dónde venís con esa traza? Del baile, manes, les digo y me sonrio. Me
meto al vestuario y me pongo rápido el uniforme blanco y la pechera verde del
sector verdulería. ¡Cómo el rey de la cumbia termina de repositor de verduleria
de Carrefour! Así está el mundo, viejo. Corro por un pasadizo y desde el salón
me gritan todos a la vez, Soruco, El Pato, El gordo Domingo y Frascarelli.
-Dale, sarna, movete que no llegamos pa la apertura. -Ya voy, che, no se pasen
de la raya que soy Tom Sawyer. Bajo a los tropezones con los timbos
reglamentarios desatados y llegando al salón me resbalo y casi me pego un
porrazo contra la gondola de papas. Todos se ríen. Me paro, comienzo a armar la
góndola. Jaulas y jaulas de remolacha, lechugas, rabanitos, apios, verdeos...
¡Ay, el maldito supermercado del cual no saldré nunca si no me gano la quiniela!
Y qué tal ascender, ¿ascender? Yo nunca podré ascender ni un piso por escalera.
Pienso en mi amor del Bronco. Todavía tengo olor a Axe. Me acuerdo de las
iamgenes del baile y armo, armo. Siempre la vida en constante movimiento siempre
corriendo en todo, lo que no me permite pensar. Si no pienso, soy feliz. De
pronto, cae un morrón podrido en mi góndola.
Risas, me doy vuelta y
Domingo me dice, larva, mezclá bien los colores, o querés que nos caguen a
pedos. Tiene razón, el verde de las lechugas habría que cortarlo con el rojo de
los repollos o los zapallitos. ¡Ese es el unico secreto del super! De repente,
me acuerdo de la tarjeta. Loco, me doy vuelta, che, me marcaron tarjeta? Yo, no.
Y yo tampoco, y yo menos que menos, Chavito. todos se hacían los boludos. Subí
corriedo como un loco al fichero y sí, estaba marcada. ¡Que pelotudos!, digo y
respiro aliviado. Bajo las escaleras y encuentro a Pato peleando con una zorra y
un gran palet de papas que va al salón. Eeehh, negro, no llevés tantas papas, no
van a entrar. Ayudame a bajarlas, dale. Uy, man, no termino mas, dale, apurate,
le ayudo a bajar las bolsas sobre otras de ancos. De pronto, escucho ritos
fuertes, feos. ¡Vega, Vega! Es Carlitos Nuñez, el jefe, ya me la veo venir. Mi
góndola esta desastrosa. ¡Vega te lo dije mil veces, sos pelotudo vos, cuantos
premios te tengo que quitar para que aprendas a laburar! Me recaliento, pierdo
la cabeza y me le abalanzo para pegarle. ¡me quedé dormido, la concha de tu
hermana, nunca te dormiste vos!... Nuñez arruga se da vuelta y sale caminando
para el salón. ¡No aprendés mas negro de mierda, te juro que te suspendo un mes!
Patito se ríe, dejalo es pura chispa, siempre dice que te echa y no hace un
carajo, tiene miedo que tenga que laburar él. Con la lengua afuera, llegamos
a las 8:55 a la apertura del supermercado.
"Muy buenas dias clientes, se hace la apertura del hipermercado".
Las balanceras ocupan sus puestos todas perfumaditas. A mí me enloquece
Miriam.
Contacto Washington Cucurto:
cucurto@yahoo.com.ar Fuente:
http://www.eloisacartonera.com.ar/eloisa/cucurto.html

 Don
Washington Elphidio Cucurto
Hatuchay
Por Juan Cameron, 5 de septiembre 2005
Con un discurso
bastante más amplio que el registrado en la antología Zur Dos, el argentino
Washington Cucurto se postula para las grandes ligas continentales de poesía.
Amplia respiración, ritmo permanente y un fuerte juego semántico completan los
veinte poemas -para nada de corte atolondrado como afirma el autor- de Hatuchay
(Ediciones El Billar de Lucrecia, México, 2005).
Don Washington Elphidio
Cucurto, según lo llama Sergio Valero, prologuista de la obra, nació en Quilmes,
Gran Buenos Aires, en 1973. Ha publicado con anterioridad Zelarayán (1997) y La
máquina de hacer paraguayitos (1999). Ha mediados del 2003 comenzó a adquirir
notoriedad en el cono sur por ser el promotor de la original editorial Eloísa
Cartonera. Sus producciones eran libros fotocopiados, corcheteados y
encuadernados en envases de cartón. El título va pintado con témpera y el precio
del libro era, por entonces, de tres pesos argentinos. Este proyecto social
permitía vender libros a muy bajo precio, en un sector bastante popular del Gran
Buenos Aires y, además, pagar a los recolectores $ 1.50 por kilo de cartón, a
diferencia de los treinta centavos obtenidos por sus compradores. Así vieron la
luz poemarios de "los argentinos César Aira, Ricardo Piglia y Osvaldo
Lamborghini, el brasileño Haroldo de Campos, los chilenos Gonzalo Millán, Sergio
Parra y muchos más... Son todas obras inéditas y exclusivas que no se encuentran
en ningún lado" cuenta Cucurto a Matías Sánchez en entrevista publicada en la
revista chilena The Clinic (Nº117, Santiago, 22.11.03, pág. 36).
En su
país era conocido hace ya un rato. Un grupo de moralistas quemó su primer libro
frente a la biblioteca de Santa Fé y el Ministerio de Educación de esa provincia
lo calificó de "denigrante, xenófobo y pornográfico". Hoy trabaja en la Casa de
la Poesía de Buenos Aires y antes fue vendedor ambulante y reponedor en un
supermercado.
Nació, con el nombre de Santiago Vega, en la localidad de
Quilmes, al sur de la Capital Federal, en 1973. Recientemente fue antologado por
Yanko González y Pedro Araya en Zur Dos/ Última Poesía Latinoamericana (Paradiso
ediciones, Buenos Aires, 2004). Su trabajo ha logrado gran popularidad en un
sector informado (valga el oxímoron) de la poesía continental, aunque su mejor
producción es sin duda la más reciente Hatuchay. Allí da cuenta de un logrado
desarrollo, a diferencia de su contribución a los antologadores chilenos con
textos de menor armonía y respiración a los de la publicación mexicana.
La Cumbiela y la estética callejera
Hatuchay rescata esa estética
proletaria, comercial, latinoamericana y marginal de las capitales del
continente, donde confluyen los exiliados del interior y del exterior en un solo
escenario. Su idioma es uno solo; está conformado por signos sobrantes del
posmodernismo globalizador y aquellos propios al principio Auschwitz, todos
ellos dictados por los medios de comunicación. Su mundo es la otredad; el
espacio negado e ignorado por quienes poseen el poder político y económico. Se
trata del rastrojo del Estado: "Los Ídolos mueren, los millonarios mueren,/ los
patrones mueren, pero los puestos callejeros/ del Once no morirán jamás".
Cucurto pertenece al Once. La popular plaza donde se ubica la estación
ferroviaria destinada al oeste de Buenos Aires -Moreno, Luján- lleva por nombre
Once de Septiembre, fecha relacionada con Domingo Faustino Sarmiento y no con
nosotros; ni con aquellos. Allí se concentra una población judía y, pronto en la
historia, paraguaya, chilena, boliviana, peruana, también del interior y
centroeuropea; allí se instala el mercado de la sobrevivencia y la música
popular -esa cumbiamba o cumbiela- que recoge sus códigos y los textura.
Pero Cucurto es poeta más allá de esos límites y de cualquier otro. Es lector;
está informado de la cuestión y sabe. Su discurso resulta literario, rítmico y
la imaginería construye una historia a la que los parámetros formales le otorgan
veracidad: "Al caer los inspectores la tarde se cae a pedazos como cascarones/
de pintura seca de una pared vieja; todo se desvanece en la calle de las
Pisadas/ Desesperadas./ Usted no sabe, usted es turista en su propio país, a
usted no lo intimida/ verlos desaparecer por la calle de las Pisadas
Desesperadas." Es esta condición y ninguna otro la que lo reconoce como poeta.
En ese transcurso hace guiños a la mejor literatura. Ciertos remates rinden
homenaje, con generoso e insolente humor, a nuestros grandes. Como muestra,
Svenja 2000 finaliza con un magnífico "Svenja Petresca, tu tacita de helado cala
en lo más hondo ¡Y cómo duele!", que cita el verso final de Confesiones de un
Itabarino, de Carlos Drummond de Andrade; y "Hoy hincho por el Sporting Cristal"
lo hace con el determinante "¡Yo nací para alentar al Sporting Cristal!",
referido al verso postrero del Segundo canto de amor a Stalingrado, de Pablo
Neruda.
Santiago Vega, vulgo conocido como don Washington Cucurto, es un
poeta al cual más bien conviene observar. A esa "infinita alegría de yirear sin
rumbo" pertenece una poesía necesaria, en desarrollo y de alto sentido
profesional. Un producto que debemos comprar; aunque aparezca ofertado en el
mercado informal, como se dice.
Fuente: www.letras.s5.com/jc060905.htm

 El
hombre del casco azul
Por
Washington Cucurto
Hola, chiris queriditos. Bienvenidos a una mañana de mi vida. Hoy viajaremos
con el Hombre del Casco Azul, ese soy yo. Y ésta es mi bicicleta, una playera
negra que compré en Coto a 30 pesos y conoce todos los estacionamientos del
mundo. A ella un día le vamos a hacer un reportaje, pero no habla si no tiene
las gomas bien infladas. ¡Es turra y tiene freno a contrapedal! Es bien del palo
de nosotros, siempre a contrapedal como nuestras vidas en contra de todos y
sobretodo de nosotros mismos. 5 de la mañana, verano, me pongo una remera y en
la mochila pongo mi pechera verde, me fijo que esté la credencial los documentos
y la libreta sanitaria, sino no entrás a reponer en ningún Coto. Bueno, vamos
siganmé que no los voy a robar. ¡Siempre quise preguntarle esto a mis lectores:
cómo se sienten del otro lado de la página, cuentenmé un poquito, cómo dibujan
en sus cabecitas las imágenes e historias de mi vida! ¡Cómo me gustaría estar en
sus cabecitas mientras van garabateando en la materia gris las cosas que les
cuento! Es como si yo entrara en ustedes y de repente, ustedes entraran también
en mi vida. La lectura es una travesura cómplice, esta página es el nacimiento
de una hermandad de ustedes conmigo y con ellos y ojalá con el mundo! Acepto
este lado de la acción y cuento como puedo, como me va surgiendo, a los tumbos y
con todas las tonteras por delante. Salgamos con mi bici a la calle y nos
dirigimos al primer Coto que hay que "atender". Imaginensé que son muñequitos y
van pegados a mi casco azul, hay que imaginar algo así, porque en la bicicleta
no entramos todos, ¿o saben qué? mejor piensen que son las calcomonías que
siempre pego en mi casco azul. Un día, cuando deje este trabajo y pueda hacer
algo mejor (a veces pienso que no hay nada mejor). Bueno, ese día, voy a sortear
mi casco azul de repositor entre todos mis amigos. Nada mas paa que todos se
sientan repositores alguna vez. 5.30, hoy ustedes son los mejores repositores
del mundo, porque van conmigo, un repositor con humanidad, amor y buena onda,
que es lo que falta en el mundo. ¡Vamos muchachos! Pedaleo, el corazón me
acelera y ya estoy llegando por Mitre hasta Once. De repente, chas, nos
encontramos con las luces de la Plaza Once que la cruzamos en bicicleta en dos
segundos. ¿Más despacio? Quieren contemplar el panorama. Ockey, esos son los
borrachitos cumbianteros de latino Once, ese vaso gigante con cerveza chorreando
es el cartelón de la Chevecha. A su alredor hay telos, telos y telos. Ecuador
del 1 al 100 es la calle de los telos, como la calle Rojas o Yerbal en Flores.
Ya llegamos al Coto, desde la Playa de Estacionamiento, respiren el aire puro de
la mañana, miren desde acá mientras encadeno la bici, las gigantescas góndolas,
qué naves, qué maquinas de la perfección humana. La góndola. Ella nos da un
lugar de pertenencia. Góndolas, las hay de todos los tamaños con todas las cosas
que se imaginan y las que nunca vieron, por ejemplo los nuevos patitos de agua
que vienen con las pilas everedy de regalo promocional. Muchos veces las
promociones son mejores que el producto. Góndolas, gondolas, gondolas, mírenlas,
hijas mías, hermanas y primas, como me encantaría ser un robot de pija de fierro
pa embambinarmelas a todas que es lo que les falta para ser mejores que la mejor
vedettes... Una vez pasado el control policial, crede, libreta, cara afeitada,
nos dirijimos al depósito a cargar un palet con mercaderías para la góndola. Mal
hecho! Nunca se baja al depósito antes de mirar la góndola. Primero se mira la
góndola para saber lo que hace falta reponer. Pero yo soy Gardel del Casco
Verde, soy el Hombre de La Pelota no se Mancha de la Pechera Verde. Acá, mes las
sé todas, hasta las cosas que la gente saca de la góndola, sé. ¡Bajemos nomás al
depo muchachos, que están con un experto!
Repositor interno creído jefe,
un poco buch del encargado (siempre hay uno por góndola en todos los
supermercados).
-Vega, qué hacés hablando con tu casco, ¿estás loco?
-Pará cabeza, no te vayas de boca, que le estoy dando instrucciones.
(En estos casos la violencia y la cortada de rostro es fundamental para
seguir viviendo)
-¿Instrucciones a quién, cabeza?
-A la concha de
tu tía, gil, qué te importa.
Tampoco le voy a andar dando tantas explicaciones a un negrito cualquiera.
¿Cómo entendería que ustedes mis lectores, viajan conmigo en mi casco?
Cargamos las distintas mercas que tiene la góndola, llenamos un sprite con agua
pa pasarle un poco a las chapas y subimos con el palet hasta las manos, lo que
podrían hacer es empujarme un poquito el palet para que no sea tan pesado. Ya
que están. 5.45. En la repo los minutos valen mucho y pasan como rayos. Tenemos
45 minutos más para dejar la góndola impecable y rajar hacia otro super.
Primero, apoyamos el palet cerca de la góndola, a la zorra elevadora la trabamos
debajo del palet para que nadie se accidente. Bajamos la merca al piso y
frenteamos los productos que quedaron en la góndola; atrás ponemos lo nuevo,
cosa que salga primero lo viejo. Colocamos bien los precios, los cartelitos de
oferta, las promociones, los cartelitos de los combos. Si por un motivo nos
falta un producto lo anotamos, y el lugar de ese producto lo llenamos
distribuyéndolo con otras mercaderías. ¡Nunca dejemos un hueco vacío en la
góndola por nada! La góndola siempre tiene que estar rebalsante de merca,
limpia, los precios bien puestos. Nos fijamos de no poner un producto vencido o
un paquete roto o con gorgojos, pasa mucho con los arroces, las lentejas y los
fideos. Ponemos las cajas vacías en el palet y las mandamos a la compactadora de
cartones, si hay nailones los separamos y los ponemos en la compactadora de
nailones. La zorra la dejamos en el sector donde "descansan las zorras". Les
digo algo, la zorra es el bien más preciado en el supermercado, sin ella no
podemos hacer nada de nada. Rajamos para el otro super, ¡no!, antes controlemos
por última vez que no falte ni un precio, si falta alguno lo ponemos. Si falta
un producto se lo dejamos anotado al encargado, nunca vayan personalmente porque
te agarra para cargar cualquier góndola.
Rajemos.
-Vega, Veguita,
venga pa aca negrito de mi corazón!
La puta madre me vio el encargado, me hago que no escucho y rajo antes que
me mande a reponer cualquier cosa. Mañana me verá hoy estoy con visitas, che.
Siempre hay que salir corriendo, escaparse de los Cotos sino no te vas más.
Esperen que desato la bici y vamos al Coto Boedo, el próximo. Anduvimos bien son
6.35. Agarramos por Rivadavia hasta Castro Barros. Adiós Chevecha querida y
telos del Once, sus luces encienden mi alegría!
Bajamos por Castro
Barros donde hay otro Coto del que ya les hablaré... Tres pedaleos secos y
Castro se vuelve Boedo y ya estamos en Estados Unidos. Coto Boedo. Entremos a
ver qué pasa. Antes les digo que acá hay que reponer rápido sí o sí, así tenemos
tiempo de subir a desayunar tranquilos. ¿Están cómodos en mi casco? Corremos
hacia el depósito, cargamos un palet enorme y lo ponemos en la góndola. Está
destruída, nos va a llevar un par de horas mínimo reponerla. Saco el bestia
repositor que tengo adentro y le doy con todo, abro cajas y cajas, mando
paquetes y paquetes, limpio, estantes, ayudenmé lectores, así subimos a
desayunar tranquis... Pumb, umb, pumb, listo el pollo, la góndola queda pipicúcu
llena de mercaderías hasta las manos. Tenemos 15 minutos subamos al comedor y
desayunamos algo rápido. Agarren lo que quieran leche, chocolate, mate cocido,
café, café con leche, té con leche. ¡Esta parte es la mejor del Coto!
Medialunas, budincitos, manteca, mendicrim. Glub, Glub, glub, repitan taza si
quieren. Ustedes, lectorcitos tienen más hambre que Robinsón Crussoe. 10 de la
mañana. Estamos atrasados todavía nos queda uno, el más grande. Coto Honduras de
Palermo. Vamos, bajamos por la calle Maza que se convierte en Salguero y de ahí
hasta Honduras, derecho el viaje. El café con leche nos da vuelta en la panza.
¿Van bien, en el casco azul? Se dieron cuenta que no me saqué el casco ni para
comer, es que si te lo sacás te pueden echar, es una reglamentación municipal.
Padaleamos y ya entramos en Palermo Carriego. ¡Hola, Palermo Cheto Puto y
Holliwood! Antes de entrar les digo, acá con pies de plomo, sin decir ni a, son
todos muy botones y controladores al máximo. Acá antes de ir al docki hay que ir
a la góndola sí o si, porque nunca se sabe lo que falta. Siempre entrar e ir a
la góndola es complicado porque en el salón te ven todos y te empiezan a mandar
para que traigas otras cosas... Cosas que ellos no quieren traer para no bajar
al depósito, ¡porque son vagos! Acá están las cajeras más fuertes del Planeta
Tierra. Te embobás mirándolas o mirando a las clientes que se vienen en shorcito
ojotas y corpiño suelto como si vinieran de la playa o estuvieran en Mar del
Plata. ¡Putas! Bajan de tomar sol en la terraza de sus casotas. 10.30 de la
mañana todas las locas tomando sol y viniendo a comprar su Gatoraide o su
villavicencio. ¡Putas, ojalá el sol las mate!
-¡Baggio! (somos nosotros,
acá te llaman por la marca que reponés) Qué carajo hacés hablando solo,
pajuerano. ¡Vení pa acá ya mismo!
Es el encargado de la sección. Se cansa
de echar repositores externos y a mí me viene buscando la vuelta... Pero... yo
soy Gardel del Casco Azul. YO me las Sé todas. Yo repose para el neoliberalismo
argentino, década del 90 en Carreforu no se olviden, repuse para el menemismo,
para el dualdhismo, yo viví, cogí, cumbiantié, reponí, comí, para el
neoliberalismo hasta que me echaron del Carre por no afeitarme y ahora estoy de
repo externo para la firma Baggio. Un encargado no me puede enseñar nada. Un
encargado salteño o jujeño, o paraguayo, no me puede enseñar ni el color de la
Puna, porque yo me patié y me morfé todo en la década trágica cuando muchos
estaban en pañales.
-¿Qué pasa, jefecito? ¿Qué necesita?
-Traeme
50 bolsas de harina y armate una puntera que sale de oferta esta noche.
-Sí, señor.
A todos les digo que sí, es fundamental, lo importante en la
vida es decir sí a todo. Lo único que vale la pena es decir sí, sí, señor. Pero
cuando se da vuelta ya estoy firmando mi retirada del super. 14.00 en punto. Nos
vamos muchachos, esto es el supermercadismo argentino, no se olviden de
controlar los precios, que no falte ningún producto y menos que menos una
oferta, fijensé en los vencidos y la góndola siempre impecable, como un espejo.
¡Ya está sigan con sus vidas! Gracias por venir.
-¡Vega!

 Fauna
onceana
Por Washington
Cucurto
Gordos vendedores de maní con chocolate. Gordos vendedores de medias
futboleras de equipos europeos . Gordos vendedores, ex pasteleros, de
pastelitos de membrillo. Gordos, perversos vendedores que venden a sus
hijas como si fuesen ropa. (Bombachas, medias, remeritas, topsitos. Se
pajean con ellos).
Gordos, cerdos vendedores de choripanes, morcipanes, riñopanes, adobados
con la carne de sus propias mierdas. Gordos vendedores que dan la hora.
Gordos, calculadores vendedores que te dan el día y la hora exacta de tu
muerte.
Gordos, tétricos vendedores que se cargan a la muerte, por encargo.
Gordos, velocísimos vendedores que ponen en juego tu imaginación: te
venden un juego de agua con lucecitas fluorescentes, más alarma y dos pilas
de regalo.
Gordos, tropicalísimos vendedores emparentados de inmediato con tus ganas de
escuchar música. Gordos, grasas y tránsfugas vendedores que te venden lo
que tu vida no necesitaba hasta que llegaron ellos. ¿Por qué aparecerán?
¿Quién los llamó? Gordos, hispanos vendedores de toda la hispanidad
mundante: antologías de García Lorca, novelones de J. Amado, Guías de calles
de la Ciudad, Biblias, mapas, posters. Gordos, simpaticones vendedores
dispuestos a venderte la mar en coche enmoñada, el moro y el oro, un fangote
de moscas y hasta un amor. Gordos, necesarios vendedores que alimentan tu
imaginación y comienzas a necesitar. Gordos, peligrosos vendedores que te
apuntan a la cabeza con un arma. Gordos vendedores que te anuncian el
jeans más barato por altoparlante. Gordos, arequipeños vendedores de
pilas, linternas, lotos, cotos, alegres o tristes, como usted quiera. “Lo
que usted quiera”. Gordos, subsidiarios vendedores que hunden y salvan al
mundo a cada grito.

 Oración
del repositor en el supermercado
Por Washington
Cucurto
Señor,
aquí estoy gozoso de salud
y lleno de trabajo,
frente a las góndolas de las verduras
aquí estoy en el supermercado
y todavía no he visto al amigo Whitman;
estoy entre batatas y papas y coliflores alegres
soñando colifloreamente,
con chicas cola de pato.
Señor,
te habla tu hijo shiome
la jugada a favor que te salió contragolpe.
Haz que el arroyo Sarandí se cristalice
con un suave y delgado movimiento de tus dedos
que a sus bordes cristalinos crezcan
tilos,
eucaliptus
y moreras en cinta
para cuando ella baje del 148
pose su dorado pie sobre el asfalto de Sarandí.
Entonces el ruiseñor volverá a cantar en la pampa.
El picaflor volverá a libar la flor en el campo.
Berazategui será un camino de canciones.
Ezpeleta la ciudad perdida para el amor.
Señor,
haz que paren las lluvias en Concordia
que este niño caprichoso deje de llorar
que la corriente del niño desaparezca
sino pobre del superpoeta Durand, Daniel.
¿Perecerá bajo las aguas de Concordia?
Señor,
haz que los muchachos de la selección
jueguen la final
del evento más hermoso de la tierra,
del deporte mas poético del mundo,
futbol-poesía-viva,
la destreza del pie y la armonía de la pelota.
Resérvanos un lugar para nosotros
los intelevisivos,
grasitas de Evita,
ciudadanos nunca ilustres,
los que la puchereamos día a día.
Resérvanos un lugar
aunque sea en el banco de suplentes,
el jujeñito que juega en la Puna
donde no flamea la albiceleste;
ayuda a estos malandras,
sátrapas,
rantifusos de la esférica,
atorrantes de la gambeta,
malcriados del hincha.
Dios mío,
soy un grasita que apenas ve un pozo en la calle
un bondi laburando a full los amortiguadores
en el empedrado;
la poesía negra y mala
como tenaza de carpintero,
arisca como una moto.
¡Danos un gol, Señor!
Que es el pan y la alegría de los pobres;
que cuando ella baje del bondi
el arroyo Sarandí sea un camino de canciones,
de vez en cuando me mire,
deje de scanear códigos de mortadela.
Haz que Diego vuelva
y tanos, gallegos y brasucas
caigan rendidos a sus pies
es decir su zurda
¿Angelical o demoniaca?
Afina la puntería del fino Crespito,
goleador sin goles,
romperedes sin red,
ilumina al rabonero Matías Almeyda
refina la zurda refinada de Fernando Redondo.
Ayuda a Gabriel Batistuta,
florentino y dantesco,
arcángel de toda alegría,
dueño de toda dicha.
Danos un gol, señor.
Gol celeste y blanco,
gol azul y oro,
gol granate,
gol de River Plate,
gol tripero y pincharrata,
por las calles de La Plata,
gol en Avellaneda
cruza la pelota
de vereda en vereda
gol rosarino
leproso y canalla,
gol de pura suerte
como ganarse una mina
por Corrientes,
gol con olor a muerte
gol funebrero
gol de emboquillada,
gol vertiginoso
gol de López Piojo,
gol con ritmo culebrón
como los de la Bruja Verón.
¡Danos un gol, Señor!
que se lo gritaré a mi jefe,
se lo dedicaré a mi madre.
La pelota nos espera
en el centro del campo:
Dulce mariposa vencida por la lluvia.
Barrilete sin luna,
esfera cósmica,
caja de coral donde los hombres
guardan los sueños más sublimes.
La pelota nos espera, riacha,
flotando en un charquito,
como una cebolla embarrada
en la pileta del verdulero.
Tú sabes, Señor,
si Argentina gana en Francia
la Nación volverá a ser
esa casita de chapa al costado de la ruta;
reverdecerán las flores,
el ruiseñor volverá a cantar en la pampa,
el picaflor volverá a libar la flor en el campo.
Los desocupados tendrán el corazón ocupado de alegría.
La inflación será un Frankestein reconquistado,
los perros dejarán de ser discepolianos.
La negra baja del bondi y se calza
la chabomba con cancha.
Ponete la albiceleste,
que todos sabemos que vos sos
argentino.
[De La novia de Tyson Nro. I, 1998. Incluido en Monstruos, Arturo Carrera
(ed.), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001]

 El
porvenir
Por Washington
Cucurto
Baltazar Vega ¿lo recuerdan?
Es mi hijito, apenas cinco años,
un gran hombre, podría decirse...
El día de su cumpleaños fuimos con Fabián a un supermercado de juguetes.
¡Otra vez un supermercado en mi vida!, dije al entrar.
Pero un supermercado le da vida a un montón de gente,
y no hablo de salarios sino de la imposibilidad de parar de recibir,
regalar o comprar cosas.
Hablo que un supermercado calma ansiedades,
despierta el valor en las personas, descubre las vocaciones
de los ladrones callejeros.
Un supermercado es el eje polirrubral de la urbanidad moderna, si no fijensé
qué hay de García Lorca sino el haber sido protagonista involuntario
de “A Supermarket in California”. ¿Y de Ginsberg?, qué hay de él, pingüino,
sino la gran inspiración que sentía por el amor lorquiano hacia los
empleados
de la carnicería de un supermercado.
¡Y qué, qué me dicen ustedes, ases de la lectura, del repositor
besando a la niña que pesa las verduras bajo una torre azul y roja que dice
Carrefour!
¡Todo es posible rodeados de alimentos!
Abandonar un supermercado con un carrito lleno de comidas
es como velar a un pariente muerto: no vemos la hora
de llegar a casa y comernos todo.
¡No es posible –le grité a una chica de hermoso culo–
un supermercado en mi vida otra vez!
Pero no me senté hasta este momento para hablarles de supermercadismo.
Baltazar Vega, mi hijito querido, tiene neumonía,
y lo llevaré a una zona tropical a curarlo.
Mi hijito y yo mañana viajaremos al Paraguay en micro, a curarnos, ambos.
Son 20 largas horas de viaje en que recapacitaré muchas cosas.
Sé que no seré bien recibido por la familia de mi esposa.
“Familiaridades” que no vale la pena chusmearlas en un poema.
Yo no sé si esto es un poema.
Uno se enamora de una mina y hay que dejarse de joder.
No hay nada realmente trágico. Trágico es haber nacido.
Nacer es el acto trágico por supremacía de la existencia humana.
Como dice Leonardo Favio, “el hombre es polígamo por naturaleza”.
Poligamias, familiaridades, supermercadismo... nada de eso es más importante
que la
/salud de mi hijo.
¡Allá, vamos, Itacurubí de la Cordillera! a ponerlo al reyecito en su trono.
Este poema debería llamarse “El reyecito”.
Si yo tuviera la certeza de que esto es un poema...
Hijito mío e hijo de mi padre también y padre mío.
A los pocos hombres que tienen un hijito les digo: un hijito es un padre.
Una vez conocí a un hombre que escribió un poema:
“Sentado a los pies de la cama de mi viejo”.
Ese poema era un poema triste, había un padre enfermo, un hijo que lo
lloraba...
Yo laburaba en un supermercado y lo leía y lloraba entre las góndolas,
me traía reminiscencias de mi padre borracho, tirado en la cama vomitando
alcohol...
Así estoy esta madrugada fría,
tirado en el piso sobre un colchón, durmiendo a los pies de la cama de mi
hijo,
esperando el momento de tomarme un bondi a Retiro.
Mi hijito tiene neumonía y no hay forma de curarlo, me dijo anoche
su madre en la guardia del Sanatorio Güemes.
Éramos tan felices... cuando la vida no nos mostraba su cara de culo.
Hijito: hoy murió el grupo Néctar, del Perú,
lo mejor de la chicha peruana. Se murieron todos.
El grupo Néctar te canta desde el cielo neumónico para que te mejorés.
Poligamias, familiaridades, supermercadismo, Néctar... nada de eso es más
importante
/que la salud de mi hijo.
Tampoco me senté acá para hablarles del grupo Néctar. Mi gran tema es mi
hijito.
No obstante, mi hijita Morena es una genia, gran independentista a pesar
de su año y medio de vida.
Esta madrugada del 15 de Mayo me levanto y corro a un locutorio
a navegar por el ciberespacio de los inventores del hambre,
los que le compran el petróleo a Chávez e inventaron los petrodólares
con los que se sustenta la Revolución Bolivariana Chavista.
Así es el dinero, amigos, es el bien y el mal a la vez.
Corro al ciberespacio de mierda a contestarle al que firmó mi muerte en
Wikipedia:
“Murió en estas páginas el protagonista de tantos versos de lo real
atolondrado”.
Ahora está forfai,
tirado en un colchón en el piso, con ganas de rajarse al Paraguay.
La voz de mi mujer recriminándome cosas:
“éramos tan felices, éramos tan felices, íbamos a progresar
hasta que pintó el amor con su cuadro trágico y su barilaresca tipografía de
cumbia”.
La cumbia es una desgracia, amigos, ases de la lectura, no afanemos más
con este tema.
La cumbia, lo real atolondrado, mi mujer pegada a mis huevos
como hace quince años, no es nada, pura metáfora,
anáforas de una vida de chanchos,
nada de eso es más importante que la salud de mi hijo.
[De El hombre polar regresa a Stuttgart, Bahía Blanca, Vox, 2010]

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